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“Navidad: Jesús modificó la historia”, por José María Castillo, teólogo

Miércoles, 26 de diciembre de 2018
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97A3B1DF-392E-4E33-A9BA-446912423D7EDe su blog Teología sin Censura:

Es evidente que la Navidad es una fiesta de gozo y alegría, de familia y amistad, de disfrute y de tantos recuerdos que, hasta en los últimos rincones del mundo, de una forma o de otra, se hace presente. Esta fiesta, vivida así, se ha hecho carne de nuestra historia y, en buena medida, una manifestación patente de nuestra cultura.

Como es lógico, una fiesta así, se puede vivir de mil maneras. En todo caso, con el paso del tiempo y con los muchos cambios, que han experimentado nuestras costumbres, lo más frecuente es lo que más le interesa a casi toda la ciudadanía es el jolgorio, la comida, la diversión y todo lo que sean motivos para evadirse de la dura realidad de nuestra historia, tan confusa y preocupante por tantos motivos, que no es mi propósito ponerme ahora a recordar. Son cosas de las que precisamente queremos evadirnos en estos días.

Pues vamos a intentar lo de la evasión. La más sana evasión. Desde hace algún tiempo, vengo notando un fenómeno, que se da en no pocas personas y que me hace la impresión que va en aumento. Se trata del creciente número de individuos (hombres o mujeres), que se alejaron (hace algunas décadas) de la religión y de la Iglesia, hasta detestar a obispos, curas y frailes sin piedad. Pero ahora resulta que, sin saber exactamente por qué, en esas personas “a-religiosas”, está surgiendo – y va en aumento – una profunda y secreta admiración por el personaje y la significación de Jesús de Nazaret.

El problema, para algunas de estas personas, está en que la cristiandad ha fundido y confundido, de tal manera y hasta tal punto, a Jesús con la religión, que el rechazo de “lo religioso” está dificultando (más de lo que imaginamos) el encuentro con Jesús y la aceptación de su mensaje. Y es que quienes se hacen un lío con este asunto concreto, posiblemente nunca han caído en la cuenta de que a Jesús lo mató la religión.

Aquí es fundamental dejar claro que los evangelios son “teología narrativa”. Es decir, se trata de una teología hecha, no a base de teorías, doctrinas, especulaciones y argumentos. Los evangelios son una recopilación de relatos, tomados de la vida diaria de la gente, que nos presentan y nos platean un “proyecto de vida”. Una forma de vivir, que antepone la vida (y la felicidad de la vida) a la religión, a sus dirigentes, sus leyes, sus amenazas, sus ceremonias, el “yugo” y la “carga”, que Jesús le suavizó a la gente hasta hacerla feliz. Teniendo muy presente que, en todo este asunto, lo que importa no es la “historicidad” de los relatos. Lo que interesa es la “significatividad” de esos relatos.

En definitiva, ¿por qué la religión no soportó el Evangelio? ¿Por qué los “hombres de la religión” se enfrentaron, odiaron y mataron a Jesús? Porque la “religión” brota de la “necesidad”. El Evangelio, por el contrario, surge de la “generosidad”. Esto es lo que explica que Jesús fue un hombre muy “religioso”, pero como no soportaba ver a la gente sufrir, por eso, ni más menos, antepuso el “Evangelio” a la “religión”.

Por eso – y con razón – tanta gente (sin saberlo), cuando llega Navidad, se alegra lo indecible. Porque llega el Evangelio.

 

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“Curas pederastas: ¿Una solución radical?”, por José María Castillo

Martes, 13 de noviembre de 2018
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42d1d446-e1bd-4f9a-bc77-d87f88763551De su blog Teología sin censura:

Este problema de la pederastia, que tanto daño hace a las víctimas para toda su vida y tanto está destrozando la credibilidad de la Iglesia, no se resuelve suprimiendo la ley del celibato. Los hombres casados abusan sexualmente de menores probablemente lo mismo que los solteros.

Una medida positiva podría ser suprimir la prescripción, en el derecho penal, para este delito. Me consta que los menores, que se sienten humillados por este tipo de abusos, tardan muchos años en decirlo. Y, en la mayoría de los casos, cuando un adulto dice que, de niño, abusaron de él en esta materia, el delito ya ha prescrito. Si llega el día en que penalmente esto nunca prescribe, posiblemente habrá quienes se contengan ante la probabilidad de terminar, alguna vez, en la cárcel.

Pero lo más importante, que quiero decir en esta reflexión, es que la Iglesia tendría que recuperar y poner al día lo que fue la ley eclesiástica que duró en torno a mil doscientos años. La ley que consistía en expulsar del clero (incluso si eran obispos) a los eclesiásticos que cometían abusos que escandalizaban gravemente a los ciudadanos. Los papas, los concilios, los sínodos, tanto en la Iglesia occidental como en la oriental, no sólo insistieron en esta ley, sino que la aplicaron a tres clases de delitos: faltas contra el ordenamiento eclesiástico establecido, contra la sexualidad y abusos que ofendían al prójimo.

Tantas veces y en tantos casos, se repitió esta práctica, que la ley cuajó en una fórmula bien conocida: “sea degradado o expulsado” (y otras expresiones equivalentes) y que viva, de ahora en adelante, “laica communione contentus”. Dicho más claramente: “que salga del clero, que comulgue como laico, y que se busque la vida como como todo hijo de vecino”.

En 1983, publiqué un extenso artículo sobre este asunto, en la “Revista Catalana de Teología” (VIII/1, pgs. 81-111). Y allí cito, en 277 notas, la abundante y documentada bibliografía que existe sobre este penoso asunto. Son notorios los excelentes trabajos que han escrito sobre este tema: C. Vogel, P. M. Suriski, E. Herman, P. Hinschius, F. Kober, K. Hofmann.

El punto capital, que quiero destacar, es que no debe ser dificultad “para quitarle el sacerdocio”, a un clérigo ordenado, el argumento según el cual, si está “ordenado de sacerdote”, tiene el “carácter” sacramental, que es imborrable, eterno y nadie lo puede suprimir o prescindir de él.

El argumento teológico del “carácter sacramental” fue un invento de los teólogos escolásticos del s. XI-XII, que destaca Pedro Lombardo, y en el s. XIII desarrolla Tomás de Aquino (Sum. Theol. III, q. 34, a. 2). Pero ni entre los teólogos escolásticos hubo unanimidad, como demostró ampliamente el excelente estudio de J. Galot.

Y termino recordando que la enseñanza de la Ses. 7ª del concilio de Trento no se puede aducir como “dogma de fe” de la Iglesia, ya que lo que afirma el concilio es que hay tres sacramentos (bautismo, confirmación, orden sacerdotal) que no se pueden repetir (“Unde ea iterari non possunt“) (CT, vol. 5, 857, 9-10; 859, 16).

O sea, lo que afirma Trento es que los tres sacramentos mencionados solo se pueden administrar una sola vez en la vida. Sacarle a Trento que los curas pederastas tienen que seguir siendo curas toda su vida, eso no está definido por la Iglesia en ninguna parte.

Y termino: decir, como ha dicho el Sr. Giménez Barriocanal (El País, 10. XI. 18), que es “irrelevante el porcentaje de pederastia, insignificante”, eso o es una falsedad o una ignorancia impropia de un alto cargo en la Conferencia Episcopal.

Puedo asegurar que sólo el amor y la fidelidad a la Iglesia me mueven a decir estas cosas. El ocultamiento y la hipocresía sólo sirven para hacer más daño a la institución y a seres humanos inocentes.

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José María Castillo: La Iglesia le ha dado (y le sigue dando) más importancia a la Religión que al Evangelio.

Sábado, 27 de octubre de 2018
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el_bon_samarita_1838_de_pelegri_clave_i_roquerEntiendo por “humano” lo propio y específico de los seres vivientes que pertenecemos a la condición o categoría del “Homo Sapiens”. Dicho esto, de manera tan genérica y superficial, en nuestra cultura se suele pensar y decir que, por encima de “lo humano”, está “lo divino”. Y, por debajo de “lo humano”, está “lo inhumano”, lo meramente instintivo o animal.

Esto supuesto, lo que quiero decir, en esta breve reflexión, es que lo más necesario y lo más urgente, que todos tenemos que afrontar, es centrar y concentrar nuestro mayor interés y nuestros mejores esfuerzos en recuperar “lo humano”. Y en luchar, con todas nuestras posibilidades, contra todo “lo inhumano”, que nos deshumaniza en cuanto nos descuidamos.

Más aún, a todo lo anterior, añado una tarea que, en no pocos casos, es la más complicada y seguramente la más urgente que nos acucia. Me refiero a “lo divino”, que, en no pocos ámbitos de la vida, es lo más complicado de todo. Porque, con la gloria y grandeza que le corresponde, por ser “lo divino”, lo más grande y sublime, por eso mismo es lo que más nos puede engañar.

Confieso que, desde hace algunos años, estas cuestiones -aparentemente tan elementales- son las cuestiones que más me preocupan en la vida. Porque, empezando por abajo, lo que yo veo y palpo cada día es que “lo inhumano” se ha hecho el dueño de nuestra sociedad. La pasión por el poder y la pasión por el dinero nos deshumanizan y nos tratan sin piedad. De ahí, la deshumanización de la política y la deshumanización de la economía. Aunque nos presenten estas dos deshumanizaciones como ciencias y saberes de una enorme complejidad o como cosas de las que no entendemos los profanos en esos ámbitos de saberes tan avanzados.

Maldita sea la hora en que inventaron el complicado saber del capitalismo, que, a fin de cuentas, lo que está consiguiendo es que la riqueza se concentre cada día en menos capitalistas desvergonzados, al tiempo que cada día se mueren de hambre y miseria miles de criaturas. Como también sea maldita la hora en que inventaron las ciencias políticas, sus técnicas y sus procedimientos, que nos han llevado a casi todos a depender de los más canallas y de los más corruptos.

Y si de lo más bajo, “lo inhumano”, saltamos a lo más alto, “lo divino”, entonces me quedo más perplejo. Y, por supuesto, bastante más preocupado. No porque yo no crea en “lo divino”, sino porque entre “lo divino” y “lo humano” se ha interpuesto “lo religioso”. Y la Religión, ya lo sabemos, puede (y suele) ser manipulada de forma que, ni el que la manipula, se da cuenta o es consciente de lo que está haciendo.

Pero bien puede suceder (y sucede) que los “hombres de la religión” se sirven de “lo divino”, no digo ya para manipular “lo humano”, sino para conseguir cosas mucho más feas, turbias y sucias. Hasta alcanzar, con el instrumental de la Religión, “lo más inhumano”: el poder y el dinero, el estatus social de la dignidad y sobre todo la “seguridad” que pocos grupos humanos pueden alcanzar.

Así las cosas, lo más genial que ofrece el cristianismo es que tiene su centro y su clave de explicación en que Dios mismo, para traer al mundo la esperanza y la salvación, se ha “humanizado” (Flp 2, 6-8). De forma que, por eso, Jesús es “la humanización de Dios” (Jn 14, 9-11). Y el Evangelio es la recopilación de relatos que nos resumen y explican cómo, siendo profundamente humanos, es como los “seguidores de Jesús” podemos (y debemos) buscar y encontrar a Dios (Mt 25, 31-46).

Los cristianos tendríamos que asumir, con más claridad, vigor y firmeza, que la teología cristiana no nos ha hecho caer en la cuenta debidamente de una cosa que es fundamental: la Iglesia le ha dado (y le sigue dando) más importancia a la Religión que al Evangelio. No olvidemos que fue la Religión la que mató a Jesús. Porque Jesús le dio más importancia a “lo humano” que a “lo religioso”.

En la “teología narrativa” de los evangelios, lo que queda más claro y patente es esto: siempre que Jesús se encontró ante la disyuntiva de remediar el “sufrimiento humano” o someterse a la “observancia religiosa”, no lo dudó ni un instante, lo primero fue siempre dar vida, aliviar el dolor, devolver la dignidad y sus derechos a los seres humanos. La cosa está clara: encontramos a Dios en la medida en que nos hacemos profundamente humanos. Sólo así podremos ser auténticamente “divinos”.

José María Castillo

Religión Digital

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“La Iglesia no tiene solución, si no cambia el clero”, por José María Castillo

Jueves, 23 de agosto de 2018
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el-papa-con-los-nuevos-sacerdotes_560x280“Suprimir el clero, tal como ahora mismo está organizado y gestionado”

“Mientras ‘hacerse cura’ sea ‘hacer carrera’, la Iglesia seguirá estando rota” 

(José M. Castillo, teólogo).- El papa Francisco acaba de publicar una carta, dirigida al “pueblo de Dios”, en la que denuncia los abusos sexuales que no pocos clérigos vienen cometiendo contra menores de edad desde hace ya bastantes años. “Un crimen que genera hondas heridas de dolor” sobre todo en las víctimas, dice el papa.

Este asunto es gravísimo, como bien sabemos. Grave para las víctimas. Grave para quienes lo cometen. Grave para la sociedad y para la Iglesia. Por eso se han escritos cientos de artículos y no pocos libros alertando del peligro que todo esto entraña. Y ofreciendo soluciones de todo tipo. No voy a ponerme ahora a discutir quién tiene razón – y quién no la tiene – en el análisis y solución de este enorme problema. ¿Quién soy yo para eso?

Sólo creo que puedo (y debo) decir algo que me parece fundamental. El papa Francisco no duda en decir que el “crimen”, que son los mencionados abusos sexuales, han sido cometidos “por un notable número de clérigos y personas consagradas”. Pero, cuando se refiere a las consecuencias, el mismo papa dice que “el clericalismo, sea favorecido por los propios sacerdotes como por los laicos, genera una escisión en el cuerpo eclesial”. Es decir, el clericalismo ha roto la Iglesia, la tiene destrozada. Y una Iglesia rota, termina rompiendo hasta las conciencias de los culpables y la vida de los más débiles.

No es lo mismo hablar de “clero” que de “clericalismo”. El diccionario de la Rae dice que “clericalismo” es la “intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide el ejercicio de los derechos de los demás miembros del pueblo de Dios”. El papa hace bien en responsabilizar, no tanto al “clero”, sino más propiamente al “clericalismo”. Y digo que el papa hace bien, al utilizar esta distinción lingüística, porque de sobra sabemos que, si hablamos del “clero”, no se puede generalizar. Por todo el mundo, hay “hombres de Iglesia” (clérigos) que son sencillamente ejemplares y hasta heroicos.

Otra cosa es si hablamos de “clericalismo”. Porque la teología y el derecho eclesiástico están pensados y gestionados de manera que “inevitablente” todo “hombre de Iglesia”, que no sea un santo o un héroe, termina ejerciendo el más refinado y quizá brutal “clericalismo”. Por la sencilla razón de que, si cumple con lo que le impone la “teología” y el “derecho” de la Iglesia, no tiene más remedio que “impedir el ejercicio de los derechos de los demás”. Por ejemplo, tiene que impedir que las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres. Y así, tantas y tantas otras cosas.

¿Tiene esto solución? Claro que la tiene. El término “clero” significa “suerte”, “herencia”, “beneficio”. Según el Evangelio, Jesús no fundó ningún “clero”, en este sentido. Al contrario. Lo que les mandó a sus apóstoles es que fueran los “servidores” de los demás. Hasta prohibirles que, para difundir el Evangelio, llevaran dinero, alforja o calderilla.

Tenían que ir por la vida lavando los pies a los demás, como se sabe que hacían los esclavos. Hacerse cura no es hacer carrera, no es subir en la vida y en la sociedad. Hacerse cura es vivir el Evangelio tal y como Jesús mismo lo vivió. O sea, es asumir una forma de presencia en la sociedad, como la que asumió Jesús. Una forma de vida que le costó perder la vida.

Entonces, ¿esto tiene arreglo? Claro que lo tiene. Pero supone y exige dos pasos, que son (o serían) muy duros de asumir:

1º) Suprimir el clero, tal como ahora mismo está organizado y gestionado.

2º) Recuperar las “ordenaciones” “invitus” y “coactus” de la Iglesia antigua.

Estos dos términos latinos significan que eran “ordenados” de ministros de la comunidad cristiana, no los que lo deseaban o lo pedían, sino los que no querían. Es decir, los que eran elegidos por el pueblo, en cada diócesis y en cada parroquia.

Esto es lo que mandaban los sínodos y concilios. Y fue una práctica que duró siglos. De forma que incluso los grandes teólogos escolásticos de los siglos XII y XIII discutían todavía sobre este asunto. Así lo demostró, con amplia y seria documentación, el profesor Y. Congar (en Rev. Sc. Phil. et Theol., vol. 50 (1966) 161-197).

Termino ya. Pero no me puedo callar lo siguiente. Mientras “hacerse cura” sea “hacer carrera”, la Iglesia seguirá estando rota. Y además seguirá también perdiendo presencia en la sociedad. Y lo más grave: una Iglesia, en la que sus curas son hombres que buscan (quizá sin darse cuenta de lo que hacen) un “estatus social” de buen nivel y, sobre todo, buscan tener una sólida “seguridad económica”, la Iglesia seguirá rota, en ella se seguirán cometiendo abusos (no sólo sexuales) y, para colmo, el clericalismo inevitable continuará ocultando el mundo oscuro del clero que, como el que los curas y maestros de la ley del tiempo de Jesús, seguirá viviendo en la “hipocresía” que tan duramente denunció el mismo Jesús de Nazaret.

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El artículo del profesor Y. Congar

Fuente Religión Digital

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“Los tres mandatos de Jesús: ¿Somos anticristianos?”, por José María Castillo.

Miércoles, 25 de abril de 2018
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cena-del-corderoDe su blog Teología sin Censura:

El Evangelio no es igualitario, es preferencial, porque Jesús prefirió a los últimos.

El “jueves santo” de cada año, los cristianos recordamos (o tendríamos que recordar) los tres mandatos que Jesús nos dejó a quienes decimos – o pensamos – que creemos en Cristo y, por tanto, somos cristianos.

Primer mandato es el del lavatorio de los pies. Después de lavar, él mismo, los pies a los discípulos, les dijo: “Si yo…, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 14). En la cultura del Imperio, la tarea de lavar los pies era una de las obligaciones a las que estaban sometidos los esclavos. El Evangelio expresa este deber mediante el verbo griego “opheilo”, que significa “estar obligado”, como bien explican quienes mejor han estudiado este término griego. Ya Jesús había dicho esto mismo, con otras palabras y en otro momento: “Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo” (Mt 10, 24).

Por tanto, el primer mandato de Jesús a los cristianos consiste en que vayamos por la vida comportándonos como esclavos de lo que necesitan los demás. Aunque se trate de quienes están por debajo de nosotros.

Segundo mandato es el de la eucaristía: “Haced lo mismo en memoria mía”. Palabras que Jesús pronunció dos veces, después de dar a los discípulos el pan, del que Jesús dijo que es su cuerpo; y después de darles el cáliz, “la nueva alianza en su sangre” (1 Cor 11, 24-25). Se explique como se explique este “recuerdo peligroso” (J. B. Metz), lo que podemos decir hoy con seguridad es que, para entender lo que Jesús quiso decir, no podemos depender ni del pensamiento de Platón (que predominó hasta el s. X), ni de lo que decía Aristóteles (a partir del s. XI). Nuestra fe no depende de cómo explicaban la realidad los sabios de la Antigüedad. Lo que sabemos por la fe en la eucaristía, es que, al comer el pan consagrado y al beber el cáliz, Jesús se hace presente en nuestra vida. Y, por tanto, nuestra vida tiene que reproducir lo que fue la “peligrosa existencia” de Jesús en este mundo. Tan peligrosa que, como sabemos, acabó como acabó.

Por tanto, el segundo mandato de Jesús, en jueves santo, nos viene a decir que “no nos refugiemos en la práctica sacramental”, para quedarnos ahí y sólo en eso, satisfechos y tranquilos en nuestra conciencia, porque somos cristianos “de comunión diaria” (o quizá semanal), que podemos entrar en la iglesia (o ir por la calle) con la cabeza alta. El día que comulgar – o simplemente ir a misa – represente un peligro real, ese día hacemos el “recuerdo” o la “memoria” de Jesús tan auténtica como peligrosa. Porque será una “memoria subversiva”.

Tercer mandato es el más radical y el más complicado. Porque es el más profundamente humano. El IV evangelio no recuerda la institución de la eucaristía en la cena de despedida. En su lugar, pone el “mandamiento nuevo”: “que os améis unos a otros, como yo os he amado… En esto conocerán que sois mis discípulos” (Jn 13, 14-15). ¿Por qué este mandamiento es “nuevo”? Antes que Juan, los tres evangelios sinópticos habían insistido en que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables. Aquí, Jesús da un paso más. Y ya, ni menciona a Dios. El mandato es: “que os améis unos a otros”. Porque, dado que Dios “se humanizó” (eso es lo que entraña la “encarnación”), “lo que hicisteis por uno de estos, a Mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). Esta es la sentencia del “juicio final”.

¿Es España un país “cristiano”? Según la vigente Constitución no lo es (Art. 16, 3). Según el Evangelio y tal como están organizadas nuestras leyes y nuestra economía, el problema no está en que sea o no sea constitucionalmente “confesional”. Desde el punto de vista estrictamente religioso, es que España es un país “anti-cristiano”. Por lo que decretan nuestros gobernantes, por lo que aprueban nuestros electores y por lo que nos callamos y “tragamos” los demás. Con el silencio de nuestros obispos. Seguramente, con más cobardía que desvergüenza. Pero, a fin de cuentas, es lo que “tragamos”.

El Evangelio no es “igualitario” (como los Derechos Humanos). Es “preferencial”. Porque Jesús prefirió sobre todo a los últimos, los más pequeños, los más desgraciados. Justamente prefirió a todos aquellos que, en este país tan cristiano (y otros semejantes), se ven pisoteados, despreciados, maltratados. Y con una subida de pensiones, que se reduce a unos céntimos al mes. ¿Y no somos “anti-cristianos”? Lo estamos diciendo a gritos.

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“¿Cómo, donde y en quién está presente y actúa el Señor resucitado?”, por José María Castillo, teólogo.

Viernes, 6 de abril de 2018
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6a00d8341c730253ef00e54f2b32268833-640wiLeído en Koinonia:

Es un hecho que la resurrección de Jesús constituye el acontecimiento central de nuestra fe cristiana. Pero es un hecho también que ese acontecimiento central de la fe cristiana no parece estar en el centro de la vida de los creyentes. Por lo menos, a primera vista, no se tiene la impresión de que los cristianos lo entiendan y lo vivan así. Hay otras cosas que interesan más al común de los mortales bautizados. Y conste que me refiero a cosas estrictamente religiosas: la pasión del Señor, la devoción a la Virgen y a los santos, determinadas prácticas religiosas, etc.

Sin embargo, a mí me parece que no deberíamos precipitarnos a la hora de dar un juicio sobre esta cuestión. Porque, sin duda alguna, se trata de un asunto más complicado de lo que parece en un primer momento. Por eso, valdrá la pena analizar, ante todo, de qué maneras el Resucitado debe estar presente en la vida y el comportamiento de los creyentes, según el Nuevo Testamento, para poder, desde ahí, sacar luego las consecuencias.

La persecución: predicar la resurrección es entrar en conflicto

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos informa de que los discípulos de Jesús eran perseguidos por causa de la resurrección, exactamente por predicar que Cristo había resucitado: “el comisario del templo y los saduceos, muy molestos porque enseñaban al pueblo y anunciaban que la resurrección de los muertos se había verificado en Jesús, les echaron mano y, como era ya tarde, los metieron en la cárcel hasta el día siguiente” (Hech 4,1-3). Más claramente aún, si cabe, cuando los apóstoles son llevados ante el tribunal y testifican valientemente la resurrección (Hech 5,30-32), provocan la irritación en los dirigentes religiosos, que deciden acabar con ellos (Hech 5,33). Y lo mismo pasa en el caso de Esteban: cuando éste confiesa abiertamente que ve a Jesús resucitado en el cielo “de pie a la derecha de Dios” (Hech 7,56), la reacción no puede ser más brutal: “Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos y, todos a una, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearle” (Hech 7,57-58). Y otro tanto cabe decir por lo que se refiere a Pablo, que confiesa por dos veces que fue llevado a juicio precisamente por predicar la resurrección (Hech 23,6; 24,1).

Jesús Misionero 0001Ahora bien, este conjunto de datos plantea un problema. Porque la verdad es que actualmente nadie es perseguido, encarcelado y asesinado por predicar la resurrección. Es más, parece que el tema de la resurrección es uno de los temas más descomprometidos y menos peligrosos que hay en el evangelio. De donde se plantea una cuestión elemental: ¿será que no entendemos ya lo que significa la resurrección del Señor?, ¿será, por lo tanto, que no la predicamos como hay que predicarla?

Para responder a esta cuestión, empezaré recordando cómo presentan los apóstoles y discípulos la resurrección de Jesús. En este sentido, lo más importante es que la presentan en forma de denuncia. Una denuncia directa, clara y fuerte: Vosotros lo habéis matado, pero Dios lo ha resucitado (Hech 3,15; 4,10; 5,30; 13,30). Por lo tanto, se trata de un anuncio que, en el momento de ser pronunciado, tiene plena actualidad. Es decir, no se trata de una cuestión pasada, que se recuerda y nada más, sino que es un asunto que concierne y afecta directamente a quienes oyen hablar de ello. Más aún, es un asunto gravísimo, que, en el fondo, equivale a decir lo siguiente: Dios le da la razón a Jesús y os la quita a todos vosotros. Porque, en definitiva, la afirmación según la cual “Dios lo ha resucitado” (Hech 2,24-32; 3,15-26; 4,10; 5,30 ,30; 10,40; 13,30.34.37), viene a decir que Dios se ha puesto de parte de Jesús, está a favor de él y le ha dado la razón, aprobando así su vida y su obra.

Por consiguiente, parece bastante claro que predicar la resurrección y vivir ese misterio consiste, ante todo, en portarse de tal manera, vivir de tal manera y hablar de tal manera que uno le da la razón a Jesús y se la quita a todos cuantos se comportan como se comportaron los que asesinaron a Jesús. Pero, es claro, eso supone una manera de vivir y de hablar que incide en las situaciones concretas de la vida. Y que incide en tales situaciones en forma de juicio y de pronunciamiento: a favor de unos criterios y en contra de otros; a favor de unos valores y en contra de otros; a favor de unas personas y en contra de otras; y así sucesivamente.

1442591743_943701_1442591879_noticia_normalDe donde resulta una consecuencia importante, a saber: la primera forma de presencia y actuación del resucitado en una persona y en una comunidad de creyentes consiste en ponerse de parte de Jesús y de su mensaje, en el sentido indicado. Por lo tanto, se trata de una forma de presencia y de actuación que inevitablemente resulta conflictiva, como conflictiva fue en el caso de los primeros creyentes, que se vieron perseguidos por causa de su fidelidad al anuncio del resucitado.

Y todo esto, en definitiva, quiere decir lo siguiente: Jesús fue perseguido y asesinado por defender la causa del ser humano, sobre todo por defender la causa de los pobres y marginados de la tierra, contra los poderes e instituciones que actúan en este mundo como fuerzas de opresión y marginación. Por lo tanto, se puede decir que cuantos sufren el mismo tipo de persecución que sufrió Jesús, esos son quienes viven la primera y fundamental forma de presencia del resucitado en sus vidas, mientras que, por el contrario, quienes jamás se han visto perseguidos o molestados, quienes siempre viven aplaudidos y estimados, ésos se tienen que preguntar si su fe en la resurrección no es, más que nada, un principio ideológico con el que a lo mejor se ilusionan engañosamente. He ahí un criterio importante, fundamental incluso, para compulsar y medir nuestra propia fe en Jesús Resucitado.

El triunfo de la vida: el Resucitado está presente donde la vida lucha contra la muerte

La enseñanza de San Pablo sobre la resurrección se centra, sobre todo, en un punto esencial, a saber: que la resurrección cristiana es el triunfo definitivo de la vida sobre la muerte. Así fue en el caso de Jesús. Y así es también en la situación, en la vida y en la historia de cada creyente (Rom 6,4.5.9; 7,4; 2 Cor 5,15; Fil 3,10-11; Col 2,12). Porque, en definitiva, el destino del cristiano es el mismo destino de Jesús. Leer más…

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José María Castillo: “En la codificación de los derechos en la Iglesia, la mujer ni se menciona”

Sábado, 30 de diciembre de 2017
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papa-mujer-iglesia_560x280“Jesús jamás prohibió a las mujeres actividad alguna en su comunidad”

“La violencia no tiene más solución que suprimir toda desigualdad en derechos”

(José M. Castillo, teólogo).- La desigualdad en derechos, dignidad y seguridad de las mujeres, respecto a los hombres, en España al menos, va en aumento. El dato aterrador de la cantidad creciente de mujeres, que son maltratadas, amenazadas y asesinadas por los hombres, en nuestro país, es elocuente y preocupante. Y conste que las religiones – y nuestra Iglesia en concreto – tienen una dosis importante de responsabilidad en este patético asunto.

Un dato sospechoso: he buscado en el “Índice de materias”, del vigente Código de Derecho Canónico, la palabra “mujer” y resulta que, en la codificación de los derechos en la Iglesia, la mujer ni se menciona. ¿Es que la mujer carece de derechos en la Iglesia? Y si en la Iglesia, los derechos de la mujer son inferiores a los de los hombres, ¿con qué autoridad puede la Iglesia pedir a los poderes públicos que respeten a la mujer?

¿Qué pensó Jesús sobre este asunto? Para dar respuesta a esta pregunta importante, es necesario tener alguna idea sobre la situación social de la mujer en el pueblo y en la cultura en que nació y vivió el mismo Jesús.

Afortunadamente, contamos con abundante documentación histórica sobre este asunto. Uno de los mejores estudiosos del tema, el profesor Joachim Jeremias, se fija, más que en teorías, en hechos muy concretos. Por ejemplo: Cuando la mujer judía de Jerusalén salía de casa, llevaba la cara cubierta con un tocado que comprendía dos velos sobre la cabeza, una diadema sobre la frente con cintas colgantes hasta la barbilla y una malla de cordones y nudos; de este modo no se podían reconocer los rasgos de su cara (Billerbeck III, 427-434).

Es más, la mujer que salía sin llevar la cabeza cubierta, es decir, sin el tocado que velaba el rostro, ofendía hasta tal punto las buenas costumbres, que su marido tenía el derecho, incluso el deber, de despedirla, sin estar obligado a pagarle la suma estipulada, en caso de divorcio, en el contrato matrimonial (Kat. VII, 7).

Pero había algo peor. El sabio judío Filón de Alejandría nos informa de que “mercados, consejos, tribunales, procesiones festivas, reuniones de grandes multitudes de hombres, en una palabra: toda la vida pública, con sus discusiones y sus negocios, tanto en la paz como en la guerra, está hecha para los hombres. A las mujeres les conviene quedarse en casa y vivir retiradas” (J. Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús, 372).

mujer-e-iglesiaY conste que lo más duro era el derecho matrimonial. Hasta la edad de doce años y medio una hija no tenía derecho a rechazar el matrimonio decidido por su padre, que podía incluso casarla con un deforme. Más aún, el padre podía incluso vender a su hija como esclava (Ex 21, 7).

Pues bien, así las cosas, los evangelios nos informan de que Jesús, en cuanto empezó su actividad pública, lo primero que hizo fue reunir un buen grupo de discípulos, que “le seguían” por caminos y pueblos. Lo notable es que era un grupo mixto, de hombre y mujer, como explica (con sus nombres y origen familiar) el evangelio de Lucas (8, 1-3). Una lista paralela a las demás listas de discípulos (Lc 6, 12-16; Hech 1, 13; Mc 3, 13-19; Mt 10, 1-4) (F. Bovon). Y conste que las mujeres, que enumera Lucas (con sus nombres, algunas de ellas), eran lo mismo personas de la mejor sociedad (B. Witherington), que mujeres de las que Jesús había tenido que expulsar “siete demonios” (Lc 8, 2).

Además, en una sociedad sin la justa libertad, Jesús creó, para él y para quienes le acompañaban, su propia libertad. De ahí que se dejó perfumar y besar por mujeres (Mc 14, 3-9; Mt 26, 6-13; Jn 12, 3), en algún caso personas de la peor fama (Lc 7, 38). Un tema que, con frecuencia, los predicadores eclesiásticos se han callado o lo han disimulado, como tantas otras cosas que indebidamente se suelen ocultar en ambientes clericales.

La llamativa confianza, que Jesús tuvo con una samaritana poco ejemplar (Jn 4, 4-30), con Marta y María (Lc 10, 38-41), con la Magdalena (Lc 8, 2; Jn 20, 11-18), el hecho de que, cuando los discípulos les habían abandonado en la pasión (Mc 14, 30), quienes iban junto a él llorando eran un grupo de mujeres (Lc 23, 27).

Además, se nos recuerda que hasta el mismo momento de la muerte, en el Calvario estuvieron un buen grupo de mujeres (Mc 15, 40-41). Y, para concluir este rápido recorrido de recuerdos evangélicos, no debemos olvidar que, en los relatos de apariciones del Resucitado, las mujeres tuvieron la más destacada preferencia (Mc 16, 1-8; Mt 28, 1-10; Lc 24, 1-12; Jn 20, 11-18).

la-mujer-y-cristoLa Iglesia naciente comprendió – y lo dejó testificado en la “memoria subversiva” de Jesús – que la “humanización de Dios”, en Jesús (eso es el misterio de la Encarnación), solamente se acepta y se vive cuando el respeto y la puesta en práctica de la igualdad, en dignidad y derechos, del hombre y de la mujer, se hace, no meramente ley, no simplemente derecho, sino únicamente cuando eso es una realidad patente y palpable.

Una realidad que todas las autoridades, empezando por la de la Iglesia, luchan y se aferran al empeño por conquistar la plena igualdad, respetando (como es lógico) las diferencias inherentes a nuestra condición natural.

Mientras las mujeres no tengan los mismos derechos económicos que los hombres, la misma dignidad para cualquier trabajo, la misma libertad en las relaciones domésticas, profesionales, sociales y religiosas, habrá familias en las que la mujer aguanta lo que le echen encima, porque sabe que, si el marido la deja, ¿de qué vive? ¿cómo sale adelante? ¿qué hace con sus hijos? La “violencia de género” no se resuelve con un teléfono. Ni con alejar al violento doscientos metros. La violencia no tiene más solución que suprimir toda desigualdad en derechos, respetando las diferencias.

Y para terminar, ¿dónde está dicho que las mujeres no pueden ser sacerdotes o no pueden ejercer cargos de gobierno en la Iglesia? La respuesta a esta pregunta no pertenece a la fe. Es un asunto cultural. Jesús jamás prohibió a las mujeres actividad alguna en su comunidad. Y se enfrentó a los fariseos cuando le plantearon la pregunta sobre el privilegio unilateral del varón para repudiar a la mujer (Mt 19, 1-12; cf. Deut 24, 1).

Como se enfrentó igualmente a letrados y fariseos cuando le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio (Jn 8, 1-11). ¿Y el individuo que estaba adulterando con aquella mujer no tenía responsabilidad en aquello? ¿No tendrían que haberlo traído a él también? ¿O es que aquel hombre tenía derecho a quedar oculto, mientras que a la mujer había que matarla? ¿Por qué quiénes somos religiosos, seremos, a veces, tan hipócritas?

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“La violencia religiosa hunde sus raíces en el ‘sacrificio’ y en el ‘dogma'”, por José María Castillo.

Martes, 22 de agosto de 2017
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Olmo Calvo. 18/08/2017 Barcelona. Catalunya Atentado terrorista. La Rambla por la manana. Olmo Calvo. Homenaje a las victimas de Barcelona.

“La ‘religión de Jesús’ es única y exclusivamente la ‘religión de la bondad'”

“Las religiones, enseñadas y vividas como debe ser, mejoran las conductas de la gente”

(José M. Castillo, teólogo).- Nos preocupa más el hecho de la violencia y sus aterradoras consecuencias, que las causas que originan y justifican la mentalidad y las ideas que llevan a los terroristas a matar con la conciencia del deber cumplido. Y es evidente que, si no atajamos las causas y la mentalidad que la justifica, por más policías que tengamos, la violencia terrorista seguirá campando a sus anchas. Quienes pierden el miedo a que los maten, matarán a otros.

Como es lógico, un fenómeno humano de estas dimensiones, no se puede desentrañar en un breve artículo como éste. Por eso me limito a decir algo sobre una de las causas que motivan la violencia. Me refiero a la religión.

Se dice que los terroristas, por más que les laven el cerebro y los droguen, le pierden el miedo a la muerte porque saben que morir matando por la religión, eso es lo que les abre las pertas del paraíso para gozar sin fin. ¿Qué pueden hacer las fuerzas de seguridad del Estado ante un sujeto que lleva en lo más hondo de sí mismo semejante convicción?

Y es que, según creo, no hemos pensado a fondo que la misma base del cristianismo es un asesinato, la muerte inocente del hijo de Dios (W. Burkert). No olvidemos nunca que “el sacrificio es la forma más antigua de la acción religiosa” (H. Kühn), como ha demostrado sobradamente la paleontología y sus ciencias afines. Así que está más que demostrado que lo primero, en la historia del “hecho religioso”, no es Dios, sino el sacrificio: matar una vida. En realidad, “Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (G. van der Leeuw).

Por eso, no nos debería sorprender que, analizando pacientemente el Antiguo Testamento, “en cerca de mil pasajes se habla de que la ira de Yahvé se enciende y castiga con la muerte y la ruina” (R. Schwager; J. A. Estrada).

No es posible analizar aquí este fenómeno más despacio. Sólo quiero indicar que, como es sabido, en el islam, el yihad es “un concepto problemático” (J. J. Tamayo). Porque, como ya señaló Abu al-Mawduli, este concepto justifica la guerra santa en la idea de que el Islam es un sistema integral que tiene como objetivo eliminar los demás sistemas falsos en el mundo.

Pero, en la religión, es determinante no sólo “el sacrificio”, sino además “el dogma”. Esta palabra designaba, en la Antigüedad, los “decretos imperiales” a los que cabe otra respuesta que el sometimiento incondicional. Someter sobre todo la mente. Es verdad que en el N.T este concepto no es fundamental. Pero, a medida que el cristianismo se fue organizando como “institución religiosa”, inevitablemente el “dogma” fue ganando en importancia y presencia en la sociedad y en la vida de los fieles.

El Magisterio de la Iglesia precisó y delimitó las verdades que han de ser aceptadas como verdades “de fe divina y católica”: no sólo las que se contienen en la palabra de Dios, sino que además son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, ya sea en un concilio ecuménico, en una definición papal o por el Magisterio ordinario como tales verdades de fe (Conc. Vaticano I. DH 3041).

Un dogma tiene que reunir estas condiciones. No todo lo que se dice en los sermones, en los catecismos, en una encíclica… es “dogma de fe”. Cosa que es lamentable y desconcierta a mucha gente.

En cualquier caso, lo más importante, cuando hablamos de este asunto, es insistir en que está bien comprobado que las religiones, cuando son enseñadas y vividas como debe ser, mejoran las conductas de la gente. Y, por lo que se refiere a un cristiano (como es mi caso), lo que veo con más claridad y seguridad es que el Evangelio nos enseña que Jesús se dio cuenta y defendió, hasta la muerte, la grandiosa afirmación del profeta Oseas (6, 6): “Misericordia quiero y no sacrificios”. La “religión de Jesús” es única y exclusivamente la “religión de la bondad”, de la paz, del bien, que lucha contra el sufrimiento.

Fuente Religión Digital

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“¿Obispos investigados o imputados por la Justicia?”, por José María Castillo

Sábado, 6 de mayo de 2017
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img888751sDe su blog Teología sin Censura:

Se sabe que, en este momento, hay en España media docena de obispos investigados o imputados por los tribunales de justicia. No es mi intención pronunciarme sobre la verdad o falsedad de los hechos que investigan los jueces, fiscales y abogados, que intervienen en cada uno de estos casos. Lo que pretendo es plantear, con este motivo, una reflexión que me parece importante, no sólo para los encausados, sino para los cristianos en general y los ciudadanos interesados en estos asuntos.

Ante todo, es un hecho, afirmado como dato de la fe de la Iglesia, que los obispos son “los sucesores de los apóstoles”. Así consta desde el siglo primero hasta nuestros días. Teniendo en cuenta que esta sucesión no es un simple hecho de validez sacramental. Quiero decir, para que un obispo sea “sucesor de los apóstoles” no basta el hecho de la “ordenación sacramental”. O sea, no basta que haya recibido el rito o la ceremonia de su ordenación como obispo. Además de eso, se necesita que el que ha sido ordenado en una ceremonia religiosa, transmita – mediante sus enseñanzas y su forma de vida – la doctrina que nos enseñaron los apóstoles de Jesús (Y. Congar, E. Molland, V. Fluchs, G. Bardy…).

Por eso, la Iglesia, durante más de diez siglos, a los obispos (y clérigos en general) que tenían comportamientos escandalosos, les quitaba todos sus poderes y dignidades. Y les obligaba a vivir, el resto de su vida, como laicos (“laica communione contentus”), ganándose la vida como se la gana todo el mundo: ganándose un jornal para tener el pan de cada día (abundan estudios serios y documentados sobre esto: C. Vogel, P. M. Seriski, E. Herman, P. Hinschius, F. Kolber, K. Hofmann, J. M. Castillo…).

Pero hay algo más importante, que normalmente no se tiene en cuenta. Según los evangelios, lo primero que Jesús les exigió a los apóstoles no fue le “fe”, que creyeran en él, sino el “seguimiento”, que vivieran con él y como él. La teología, por desgracia, no ha tenido debidamente en cuenta este dato capital, a saber: que antes que las creencias, está la forma de vivir. Baste pensar que, en los evangelios sinópticos, mientras que la fe se menciona 36 veces, del seguimiento de Jesús se trata en 57 ocasiones.

No voy a hacer aquí un estudio sobre el “seguimiento” de Jesús. Me limito a señalar que los relatos de “seguimiento” destacan sobre todo esto: cuando Jesús llamaba a alguien a seguirle, no presentaba ningún programa de vida, ningún objetivo, ningún ideal. Sólo una llamada: “Sígueme”. Esto era todo (D. Bonhoeffer). Pero esto exigía dejarlo todo: familia, bienes, casa, trabajo… El que era llamado, perdía toda seguridad humana. ¿Por qué? ¿Para qué? Para ser libre de verdad. No estar atado a nada. Ni a nadie. Aunque quienes eran llamados no tuvieran claro lo de la fe, como queda patente en la cantidad de veces, que, según los sinópticos, los que le seguían fueron reprendidos, tantas veces, por el mismo Jesús, que les llamó “hombres de poca fe” (“oligo-pistoi”) o incluso les echó en cara su incredulidad (“a-pistía”).

Con el paso del tiempo, en la Iglesia se dio más importancia a la fe que al seguimiento, sin duda por la influencia creciente que tuvo la teología de Pablo, que, no conoció al Jesús histórico, ni menciona el seguimiento de Jesús. Pablo habla de la “imitación”, pero es para que le imiten a él (1 Cor 4, 16; Fil 3, 17), haciendo una vez referencia a Cristo (1 Cor 11, 1).

En cuanto a los obispos, en lo que más se ha insistido ha sido en la “autoridad”, que, desde el s. IX (con el papa Nicolás I), empezó a considerarse como “potestad”. Y que pronto fue calificada como “sagrada”. Así, el clero centró su interés, más en exigir sumisión a la fe, explicada por los propios clérigos, que en la libertad que nace del seguimiento de Jesús. La Religión, con sus ritos y observancias, le ganó (en importancia y presencia social) al Evangelio. Jesús fue objeto de culto, devoción y arte. De la vida de la gente, de los ricos y de los pobres, se encargaban los poderes públicos, con frecuencia en lucha, para ver quién mandaba más, si el poder civil o el poder sagrado.

¿Nos sorprende o nos escandaliza que haya obispos que se ven denunciados ante la Justicia? Yo no soy quién para decir si son o no son culpables. Lo que se puede – y se debe – decir es que en la Iglesia hay demasiada gente que la da más importancia a la Religión que al Evangelio. Porque es más fácil ir a misa o decir “yo creo en la fe que enseña la Iglesia”, que tomar en serio el seguimiento de Jesús. Quiero decir: lo que nos da miedo y no soportamos es pensar que, si queremos ser cristianos, tenemos que asumir, ante todo, el seguimiento de Jesús. Es decir, el proyecto de vida que nos plantea el Evangelio. Si no empezamos por ahí, ¿qué cristianismo es el nuestro?

Yo no quiero, ni tengo por qué, enjuiciar a los obispos. Muchos de ellos son excelentes personas y hombres ejemplares. Lo que me duele, y no puedo aceptar, es que la Iglesia que tenemos y su teología le hayan dado más importancia a lo que más valora la Religión: creencias, leyes, ritos y jerarquías. Mientras que la forma de vivir y el proyecto de vida, que nos marcó Jesús, tal como consta en los evangelios, no es precisamente ni lo determinante, ni lo que la gente ve y palpa en la vida y en la presencia de la Iglesia.

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“Ideología de género, violencia contra la mujer”, por José María Castillo

Jueves, 2 de febrero de 2017
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32103635286_8c3fe28b1e_oDe su blog Teología sin Censura:

“Jesús defendió siempre a las mujeres. Y ellas siempre estuvieron de su parte. Hasta que agonizó en la cruz”

La reciente declaración del cardenal Cañizares, contra la “ideología de género”, ha reactivado e intensificado la fuerte confrontación ideológica y mediática, que, desde finales del siglo pasado, se viene manteniendo, y hasta se está acentuando, entre los entendidos en este asunto, entre los no entendidos y hasta entre los más ignorantes en el tema. ¿Dónde está el problema? Y sobre todo, ¿por qué interesa esto tanto a la gente? Y, en definitiva, ¿qué pensar sobre esta cuestión?

Lo primero que, a mi juicio, se debería tener en cuenta es que hablar de “ideología de género” es hablar de “violencia”. De una de las formas más brutales de violencia, que viene sufriendo más de la mitad de la humanidad desde tiempos inmemoriales. ¿Por qué? ¿en qué? Me explico.

Como sabe todo el mundo, raro es el día que no nos llegan noticias de mujeres que han sido víctimas de la violencia que sobre ellas ejercen los hombres: malos tratos, torturas, asesinatos… Y de sobra sabemos, digan lo que digan las declaraciones universales de Derechos Humanos, el hecho es que las mujeres no gozan de los mismos derechos que los hombres. Por ejemplo, las mujeres ganan menos dinero que los hombres. Y, por tanto, se tienen que ver sometidas y dependientes de lo que deciden los hombres, en una cantidad de asuntos y situaciones que sería imposible enumerar aquí. Por no hablar de la vergonzosa legislación de la Iglesia: he buscado en el Código de Derecho Canónico, y, en el índice de materias, ni aparece la palabra “mujer”. Evidentemente, todo esto es “violencia”. Y es una violencia brutal. Por no hablar de otros países, de otras culturas, de otras religiones, donde la violencia contra las mujeres se ensaña hasta el asesinato y la tortura legalizados.

Así no podemos seguir. Por eso me parece acertado recordar que, con frecuencia, aparecen ideologías cuyo motor es el odio. Un odio del que no suelen ser conscientes quienes lo viven y lo difunden. A lo largo del siglo pasado, surgió, en primer lugar, la ideología basada en el “odio de clases” sociales. Lo que desembocó en el marxismo. Luego vino la ideología que se sustentaba en el “odio de entre razas”. Lo que provocó el nacimiento del nazismo. Y ahora tenemos otra manifestación del odio. El “odio entre sexos”. Lo que ha dado pie a otra ideología. La ideología de género. Para nadie es un secreto la violencia y el sufrimiento que estas tres ideologías han provocado y, en buena medida, siguen causando.

Esto supuesto, lo que básicamente defiende la ideología de género es suprimir de la sociedad todo lo que pueda significar y causar opresión de la mujer. Lo que se tendría que traducir en una sociedad enteramente igualitaria, sobre todo en cuanto se refiere a las desigualdades entre hombres y mujeres.

Ahora bien, para aclarar este asunto tan complejo, lo primero que debemos tener en cuenta es que no es lo mismo hablar de “diferencia” que hablar de “igualdad”. La diferencia es un “hecho”. Mientras que la igualdad es un “derecho” (Luigi Ferrajoli). El hombre y la mujer son “diferentes” biológicamente, somáticamente, etc. Pero el hombre y la mujer son “iguales” en dignidad y derechos. Teniendo en cuenta que las “desigualdades”, entre hombres y mujeres, son producto, no sólo del derecho, sino además son el resultado inevitable de tradiciones culturales cuyos orígenes se nos pierden en las lejanías de la pre-historia. Y no olvidemos que cuando un hecho es producto de la cultura, ese hecho se incorpora a cada ser humano “como constitutivo de su identidad”. Por eso, un hecho cultural no se cambia mediante leyes, amenazas o castigos, sino solamente mediante la educación. Una educación bien pensada y paciente, que sea capaz de modificar ciertas pautas culturales que son condicionantes de nuestra identidad.

Esto supuesto, tengo mis razones para pensar que es una simpleza (además de un asunto muy discutible, por otras razones) decir que el enorme problema de la ideología de género se resuelve –entre otras cosas– mediante la promoción de métodos anticonceptivos o promoviendo campañas a favor del aborto. Hay que precisar muy bien lo que se dice cuando se habla de estos asuntos. Porque, entre otras cosas, lo que se consigue, con este tipo de afirmaciones genéricas, es poner nerviosos a obispos y cardenales, que, ante las autoridades que van a legislar sobre estos temas, tienen más poder de lo que seguramente imaginamos.

A lo dicho hay que añadir que “los orígenes del puritanismo” son determinantes en esta cuestión. Pero tales orígenes son tan antiguos, y están tan enraizados en la cultura de Occidente, que, como ya demostró el profesor de Oxford, E. R. Dodds, este puritanismo fue asimilado ya por Jenofonte o Píndaro, que tomaron estas convicciones de conducta de los chamanes que existen todavía en Siberia. Y que, en el s. V (a. C), fueron convicciones popularizadas por Pitágoras y especialmente Empédocles, que, en su obsesión por la “pureza”, llegó a estigmatizar el matrimonio. Un estigma que las religiones siguen considerando como necesario para el acceso a ”lo sagrado”. El intocable celibato de los curas es buena prueba de esto.

Por mi condición de teólogo, quiero acabar indicando dos cosas: 1) Jesús no se interesó nunca por los temas relacionados con la sexualidad. Es un asunto del que no hablan los evangelios. Cuando Jesús se refirió a esta cuestión, lo hizo porque hablaba de mujeres casadas. Y, en la cultura judía de entonces, la mujer casada era propiedad del marido. Lo que impedía la igualdad de hombres y mujeres (Mt 19, 1-9 par; cf. Dt 24, 1)). O era una situación en la que desear a una mujer casada, era “desear lo ajeno”, que prohíbe el décimo mandamiento (Ex 20, 17: Mt 5, 31-32). 2) El único colectivo humano, con el que Jesús nunca tuvo el más mínimo enfrentamiento, fueron precisamente las mujeres, por más que se tratase de infieles, de prostitutas, de adúlteras…. Jesús las defendió siempre. Y ellas siempre estuvieron de su parte. Hasta que agonizó en la cruz.

Y termino diciendo que “los hombres de Iglesia” (curas, obispos, cardenales) harían un bien inmenso a esta Iglesia, si dejaran ya de hablar tanto de asuntos de los que entienden poco, como es el caso de los temas relacionados con el sexo, y se preocuparan más por la justicia, el sufrimiento humano, la igualdad de todos en dignidad y derechos. No lo olvidemos nunca, nuestro extravío, como seguidores de Jesús, está en que “la pureza, más bien que la justicia, se ha convertido en el medio cardinal de la salvación” (E. R. Dodds). Aunque parezca mentira, esto ha sido, y sigue siendo, la ruina de la Iglesia y de la cultura de Occidente.

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“Aviso para gobernantes: está prohibido jurar el cargo”, por José María Castillo

Viernes, 4 de noviembre de 2016
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scale-phpEstamos en vísperas del nombramiento de un nuevo Gobierno. Y, como es costumbre, los nuevos gobernantes, en presencia del rey, prometerán o jurarán sus cargos. Es presumible que, dado que el Gobierno será de derechas, abundarán los que opten por jurar su fidelidad al desempeño del cargo que les asignen. Pues bien, para éstos, los que prefieren los juramentos, “aviso para gobernantes”: Está prohibido jurar.

En realidad, este aviso es para gobernantes y no gobernantes. Es para todo el mundo. ¿Por qué? Hace mucho tiempo, en 1855, Soren Kierkegaard nos hizo caer en la cuenta de una cosa tan simple y tan clara como ésta: “el juramento es una contradicción tan grande como dejar que un hombre jure poniendo la mano sobre el Nuevo Testamento donde dice: No debes jurar” (“El Instante”, nº 3). Y efectivamente así es. La prohibición tajante del juramento está en el evangelio de Mateo, en el Sermón del Monte (Mt 5, 33-37). Y está también en la carta de Santiago (Sant 5, 12). De modo que el que jura invocando a Dios, hace eso poniendo su mano sobre un libro que le prohíbe jurar. Así de simple, así de claro y así de contradictorio es el juramento, por más que lo haga el mismísimo presidente de los Estados Unidos, el día que jura su cargo, ante las cámaras de televisión de todo el mundo. ¡Una patraña más! Entre las muchas que nos televisan cada día.

Pero este asunto es más serio de lo que parece a primera vista. Prescindiendo de otras cuestiones (históricas y religiosas), que aquí se podrían plantear, lo que quiero destacar es que el juramento de no pocos cargos públicos es la primera señal de incompetencia que da el gobernante de turno. Porque, en definitiva, lo primero que (sin darse cuenta) está diciendo el tal gobernante es que su palabra, por sí sola, no merece el crédito que necesita para ejercer el cargo que le han encomendado. Por eso tiene que echar mano de Dios, invocar a Dios, poner a Dios por testigo, para que la sociedad acepte que él merece estar donde está y ejercer el cargo que piensa ejercer.

Por supuesto, casi nadie se da cuenta de toda la tramoya que entraña este teatrillo. Pero el teatrillo ahí está. Y en el centro de la escena, el protagonista del sainete, jurando – ante Dios y ante los hombres – que piensa seguir mintiendo, con pomposas apariencias de verdad absoluta, que le permitirán seguir ocultando la cantidad de mentiras, robos y otras lindezas por el estilo, todas ellas, ¡eso sí!, garantizadas con el sagrado nombre del Altísimo. Le sobraba razón a Flavio Josefo, escritor judío del s. I, cuando aseguraba que nadie debe jurar por Dios, porque nadie tiene derecho a profanar y manchar el nombre divino. Pero, sobre todo, a lo que nadie tiene derecho es a utilizar al santo nombre de Dios, para luego terminar prometiendo lo que no piensa hacer, engañando a la gente, protegiendo a los ricos, oprimiendo a los pobres, sometiendo a los débiles y tolerando, con su impunidad pasiva, el desastre de sociedad que tenemos. Y, para colmo, sacando pecho con la vanidad pueril del que asegura que tenemos la España que preside, como buque insignia, el crecimiento de Europa.

¿Es que se puede usar y abusar del santo nombre de Dios para semejante cantidad de despropósitos? Pue eso, ni más ni menos, es lo que – indudablemente sin darse cuenta – hacen quienes, poniendo a Dios como garante y testigo de sus conductas, gestionan las cosas de manera que la distancia entre los más ricos y los más pobres se hace en España, de día en día, más enorme y asombrosa.

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“Corrupción”: relación entre el poder y el lucro, por José María Castillo

Martes, 19 de julio de 2016
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27998137491_d5c6e3aa18_nDe su blog Teología sin Censura:

Ya he dicho, en este blog, que el espinoso asunto de la “corrupción” es un problema no solamente político, sino además religioso. Ahora doy un paso más. Y digo que la “corrupción” es el ataque más directo y más grave que podemos hacer al sistema político, económico, social, cultural y religioso en que vivimos. Quiero decir, por lo tanto, que si no se controla y se suprime el virus de la “corrupción”, ese virus acabará liquidando el sistema de sociedad, de convivencia y de creencias en el que vivimos. O sea, si este problema no se ataja de raíz, lo más probable es que la sociedad en que vivimos no tendrá futuro. Y conste que no sería la primera vez que esto ocurre. Ya tendríamos que haber aprendido, de los antiguos imperios, que se hundieron precisamente cuando menos lo esperaban sus tranquilos ciudadanos, los “corruptos” de entonces.

Me explico. El conocido historiador irlandés (profesor en Oxford) Peter Heather, en su voluminoso estudio sobre “La caída del Imperio Romano”, nos informa de que, en el siglo IV, no se percibía ningún signo de que aquel imperio estaba “a punto de derrumbarse”. Y, sin embargo, el derrumbe, cuando nadie lo esperaba, no tardó en producirse. Por supuesto, y como es sabido, los ejecutores del derrumbe fueron los “bárbaros”, que vinieron de fuera del imperio. Pero la verdadera causa de aquel derrumbe estuvo dentro, en el imperio mismo, cuando en aquel imperio de siglos se traspasaron con creces “los límites de la gobernanza”.

Sencillamente, se produjo lo que se ha denominado “la corrupción del sistema romano”. Que no fue otra cosa que el destrozo de la relación normal (y honesta) entre el poder y el lucro. Quienes eran designados para ocupar cargos de poder, utilizaban aquel poder, no para servir al imperio y sus ciudadanos, sino para robar a la gente indefensa. Esto ocurrió cuando el nepotismo resultó ser un componente del sistema. La cosa era tan simple como destructiva. Por lo general “el nombramiento para un cargo se aceptaba como una oportunidad para hacer el agosto, y se daba poco menos que por descontado que se produciría un moderado grado de malversación” (P. Heather). Lo cual, dicho de forma más clara y contundente, significa que, si para algo se inventó el Derecho romano fue para defender y asegurar la propiedad, al tiempo que, si para algo se ejercía el poder y los cargos públicos, era para robar esa propiedad a quienes les correspondía.

Como es lógico, en un imperio en el que se había instalado semejante contradicción, tal imperio se veía minado en sus cimientos y en sus raíces. Y así fue. Es verdad que hubo emperadores, como fue el caso de Valentiniano (364-375), que tomaron enérgicas medidas contra la “corrupción”, pero ni siquiera Valentiniano trató de cambiar el sistema. Porque lo decisivo no era castigar determinados casos de corrupción, sino atajar la raíz de tales comportamientos en todo cuanto se movía utilizando el poder y sus privilegios, no para servir a los ciudadanos, sino para robar a tales ciudadanos. Pero eso no se podía evitar desde el momento en que los cargos públicos en aquella sociedad no eran ocupados por las personas más competentes y honestas, sino por quienes gozaban de la desmedida preferencia que el emperador (y sus más allegados) daban a sus parientes, amigos o personas del propio partido, que eso – ni más ni menos – viene a ser el nepotismo. Pero, es claro, un sistema que funciona así, termina por destrozar sus propios cimientos. En el caso del antiguo Imperio, porque allí ya no mandaban los más competentes, sino los más ladrones. Allí, ya no funcionaba la correcta relación “poder – derecho”, sino la incorrecta relación “poder – lucro”. Y de sobra sabemos que, tal como funciona la condición humana, cuando el poder se emplea a fondo, no para defender el derecho de todos, sino el lucro de algunos, no ya los defraudados, sino el sistema entero se destroza a sí mismo.

¿Es esto lo que tenemos ahora entre nosotros y con nosotros? Mucho me temo que efectivamente es así. No ya sólo por lo que ha ocurrido en los últimos años y en las últimas elecciones generales. La cosa viene desde mucho antes. No sabría fijar desde cuándo. En cualquier caso, es evidente que llevamos ya varias décadas en las que hemos ido viendo y viviendo cómo hemos pasado del hambre a la opulencia. Pero este cambio, tan deslumbrante (a primera vista), se ha hecho y se mantiene a base de ocultar y camuflar una realidad de la que nos tienen que dar cuenta y explicación todos los que, desde el poder, han gestionado con más eficacia el “lucro” de ellos mismos que la “igualdad y la dignidad” de todos. Y si esto ha sucedido así, es porque los cargos públicos han sido ocupados, no por los más honestos y competentes, los que se habían currado el cargo en unas pruebas exigentes y en unas oposiciones, sino por los más allegados y amiguetes de quien ha gestionado el poder mayor, sea cual sea su nombre o su color. En una sociedad gestionada así, se hace trizas la relación “poder – lucro”. Con esto quiero decir que el problema capital, que tenemos que afrontar en nuestro país en este momento, no está en acertar si debe mandar la derecha, el centro o la izquierda, si lo mejor es que nos gobierne este partido político o el otro. Eso es importante, por supuesto. Pero hay algo previo, que es lo que más urge resolver. Reducir al máximo posible la designación “a dedo” de cargos públicos. Solamente así podremos estar seguros de que quienes nos gobiernan ejercerán el poder, no para enriquecerse, sino para gestionar una sociedad más igualitaria, más humana y más justa.

Y todavía – si se me permite -, una observación. Cuando escribo algo, no puedo olvidar que he dedicado, y sigo dedicando, mi vida a la religión, a la Iglesia, a la teología. Por eso, no puedo dejar de preguntarme: ¿qué papel ha desempeñado en todo este asunto la Iglesia? No quiero despachar esta pregunta tan grave lanzando las diatribas de siempre contra el clero y sus representantes. El problema es mucho más complicado. Si la Iglesia tiene alguna razón de ser, es porque prolonga en el tiempo y hace presente en cada lugar el Evangelio, la forma de vivir y las convicciones que nos dejó aquel modesto galileo, que fue Jesús de Nazaret. Pues bien, si la Iglesia es eso y para eso, la pregunta que hay que hacerse (me parece a mí) es ésta: ¿Qué presencia ha tenido y tiene en España el Evangelio de Jesús? Si lo de Jesús significa algo para nosotros, es evidente que el Evangelio fue sumamente crítico con el uso que se hace del poder y del dinero. Pero de sobra sabemos que la Iglesia, en España, ha dado muestras, en demasiadas situaciones, de vivir más interesada en asegurar su dinero y su poder, que en identificar sus intereses con los intereses de los que carecen de poder y de dinero. La consecuencia ha sido que muchos ciudadanos de este país ven en la Iglesia religión y poder. Pero, ¿ven Evangelio? ¿sienten a Jesús presente entre nosotros? El día que esta pregunta tenga respuesta, ese día empezaremos seguramente a ver muchas cosas de otra manera.

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José María Castillo: “Jesús vivía con la gente; ésa es la cristología que aprendieron los apóstoles”

Jueves, 26 de mayo de 2016
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jose-maria-castilloInteresante entrevista que hemos leído en Religión Digital:

El teólogo español, citado por el Papa, publica “La Humanidad de Jesús” (Trotta)

“En la Iglesia ha habido más dificultad para aceptar la humanidad de Jesús que su divinidad”

(Jesús Bastante).- Es uno de los mejores teólogos españoles. Tanto, que el propio Papa Francisco está tomando “prestados” algunos de sus conceptos, ligados a la Teología Popular. Ardoroso defensor de la libertad, José María Castillo presenta su último libro, La Humanidad de Jesús” (Trotta), donde defiende una fe frente a los que, hoy como ayer, prefieren lo artificioso y lo ritual. “Nos sobra religión y nos falta humanidad”.

¿Qué quieres decir con esta frase?

Cuando se estudia en Teología la figura de Jesús, resulta que históricamente, en la Iglesia ha habido más dificultad para aceptar la humanidad de Jesús que la divinidad de Jesús. Lo cual quiere decir, que si entendemos por lo divino todo aquello que se encarna en lo sagrado, en la Iglesia manda más lo sagrado que lo profano. Que, traducido al problema que yo planteo aquí, quiere decir que lo sagrado manda más que lo humano y se superpone a lo humano.

Nos encontramos con la dificultad que estamos experimentando con tanta frecuencia y en asuntos enormemente importantes. Por ejemplo, cómo en nombre de un presunto derecho divino se limitan o sencillamente se eliminan los derechos humanos.

En nombre de lo divino o sagrado, se limita la libertad para pensar, hablar, escribir… Cosas tan elementales como es amar. Y aprovecho para recordar un artículo que me impresionó mucho de Karl Rahner en el que se preguntó por qué para amar más a Dios, tenemos que amar menos a un ser humano. O tenemos que renunciar al amor humano.

Eso es muy extraño. Porque una de las cosas que más cautivan del Cristianismo es, precisamente que Dios se hace hombre para asumir todo el pecado de la humanidad y ofrecer una nueva puerta de salvación. Y sin embargo, la figura de Jesús que debería de ser el más humano de los hombres, se ha trasladado a una excesiva divinización de su figura, como planteas en el libro. Como si no fuera importante que Dios se hubiera hecho hombre, que es el germen del Cristianismo. Sin este hecho, es imposible que suceda la salvación.

Es la clave. No podemos olvidar que nosotros no somos de condición divina. Sino que somo seres humanos. Y desde lo humano tenemos que comprender lo transcendente. Lo divino. Y no nos es posible, porque Dios no está a nuestro alcance. Si lo estuviera, sería un ser todopoderoso, pero no Dios. Ni siquiera el concepto de infinito, porque esto significa lo humano, pero sin límites. Y Dios no es ni eso, es una realidad que está en un ámbito al cual no tenemos acceso. Es incomunicable en ese sentido.

El Cristianismo, ¿qué solución le ha dado a ese problema?, pues sencillamente, el “Misterio de la Encarnación”, donde el transcendente se ha hecho visible, tangible y cercano, humanizándose. Y se humanizó en Jesús que, sin dejar de ser divino, se hizo plenamente humano. De tal manera que en la medida en que conocemos la humanidad de Jesús, es el único camino que tenemos para conocer qué es Dios, cómo es y lo quiere.

Y sin embargo, durante siglos se ha ido sepultando esa figura humana en una serie de normas, ritos, judicaturas, misterios, dogmas de fe, etc., que han convertido la figura de Jesús en algo distinto. Hasta el punto en el que la Iglesia de hoy no se parece a lo que Jesús quería, o se parece a lo que fueron promoviendo otros. Tú te centras mucho en la figura de Pablo.

Aquí hay varias cosas.

Primera: Jesús fue plenamente humano y el hecho es que los evangelios, tal como han llegado a nosotros, así lo presentan. Lo primero con lo que se tenía que enfrentar, fue con lo religioso y lo sagrado, tal como en aquél tiempo se entendía. Y por eso, Jesús se enfrentó al templo, a los sacerdotes y los rituales, a las normas religiosas. Y el enfrentamiento fue tan duro, que llegó un momento en el que la institución religiosa se dio cuenta de que, o acababan con él o él acababa con ellos. El final del capítulo XI del Evangelio de San Juan, después de la resurrección de Lázaro, es clave. El Sanedrín se reunió de urgencia y plantearon: o él, o nosotros.

Es interesante eso que dices porque Lázaro es una figura muy relevante y muy olvidada.

Además, cada día va ganando terreno relacionar el Lázaro de Juan, hermano de Marta y María, con el Lázaro del que habla Lucas en la parábola, el epulón, el comilón. Aquél se murió y fue al paraíso, y este ricachón se murió sin importarle la gente que se moría de hambre delante de él. Exactamente lo que se está conociendo y viendo ahora mismo en España. Ricachones que se hinchan de dinero y como ya no les cabe en los bancos de España, lo guardan en los paraísos fiscales del mundo.

Ya verás cuando salga algún obispo en los famosos papeles de Panamá.

Yo estoy temiendo que pueda suceder.

Vamos a dejarlo ahí.

Y mientras, estamos viendo familias sin trabajo, chiquillos sin escuela, enfermos sin remedio ni curación…, el desastre. Esto es el Lázaro del evangelio de Lucas. También el rico se muere, como todos estos que tienen los paraísos fiscales a sus pies van a morir. El epulón aquél que vestía de púrpura y oro y con comida banqueteada todos los días. Que pidió desde el Hades que Lázaro volviera de entre los muertos a avisar a sus hermanos, que debían ser tan sinvergüenzas como él.Pero Abraham le dijo: “A Moisés y a los Profetas tienen; ¡que los oigan a ellos!”. Y eso es lo que toma el evangelio de Juan y conecta con la resurrección de Lázaro. Ahí está el muerto que resucita. ¿Qué decidieron los sumos sacerdotes?: matar de nuevo a Lázaro. Lo dice el evangelio de Juan, y por supuesto, a Jesús. Se reúne el Sanedrín de urgencia y allí se dieron cuenta de que el proyecto de Jesús era un conflicto imposible de conciliar. Y nosotros nos hemos apañado para hacerlo conciliable, que ni los sacerdotes del templo de Jerusalén ni Jesús lo hicieron. Nosotros lo hemos conciliado y así tenemos esta Iglesia. ¿Qué ha pasado? Que entre la muerte de Jesús y los evangelios aparece en el Nuevo Testamento la figura de Pablo.

Pero, si Jesús viene a modificar ese sistema, pues ese sistema le mata, y al final, con el paso del tiempo, conciliándolo, es ese sistema el que está venciendo en la Institución, ¿no estamos traicionando la nueva alianza que Jesús vino a traer entre Dios y los hombres?

La estamos traicionando y de ahí el conflicto, la tensión y los problemas que está sufriendo el papa Francisco. Porque el Papa es un hombre que por formación, su educación jesuita tuvo que ser más bien conservadora. Pero su humanidad es tan honda, tan sensible a todo lo que es el dolor humano, la injusticia contra los débiles, los niños, los enfermos…, que no puede callarse, ni aguanta el estar por encima de los demás, ni quiere tener privilegios. Hay teólogos que se preguntan por qué no toma decisiones más terminantes. Yo pondría a esos teólogos allí a que tomen las decisiones.

Además, yo tengo la opinión de que si este Papa u otro, quiere cambiar las cosas por medio de un golpe en la mesa, le estaría dando la razón a los que piensan que la Iglesia no tiene camino sinodal, dialogado. Pienso que está intentando repartir el juego y que todos nos sintamos responsables. Y los cambios que se están dando son porque el pueblo empuja. El concepto del pontificado de Francisco y el de Teología de José María del Castillo, son muy parecidos.

Bueno, es que cada día lo veo con más claridad, la cosa tiene que ir por ahí. Porque no se trata de cambiar cargos, ni en tomar decisiones en esto y lo otro. Lo importante es cambiar la manera de hacer Teología. La manera de gobernar. La manera de vivir cerca de la gente. Saber lo que demanda el pueblo. Leer más…

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“El segundo destrozo de Europa”, por José María Castillo

Domingo, 17 de abril de 2016
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TOPSHOTS A young migrant's hair becomes stuck while crawling under a barbed fence with her family at the Hungarian-Serbian border near Roszke, on August 27, 2015. As Europe struggles with its worst migrant crisis since World War II, Hungary has become, like Italy and Greece, a "frontline" state. So far this year, police say around 141,500 migrants have been intercepted crossing into Hungary, mostly from neighbouring Serbia. AFP PHOTO / ATTILA KISBENEDEK De su blog Teología sin Censura:

No sé si todos somos conscientes de que, tal como se han puesto las cosas, tenemos motivos suficientes para afirmar que estamos viviendo el segundo destrozo de Europa. El primero se produjo con el trágico final de la segunda guerra mundial. El segundo, ahora; cuando aún no ha transcurrido un siglo de aquel primer desastre. La diferencia, entre un destrozo y otro está en que el de la segunda guerra mundial fue un destrozo material. El de ahora es el destrozo humano. El año 1945, la desolación se ponía de manifiesto en las ciudades destrozadas y los millones de víctimas de aquella violencia brutal. Ahora, la desolación la estamos viendo y viviendo cuando nos enteramos de que jamás hubo tantos multimillonarios más corruptos que nunca, al tiempo que jamás hubo tampoco, coincidiendo con la abundancia enloquecida de unos cuantos, la carencia de millones de criaturas que claman en nuestras fronteras cortantes, punzantes, humillantes, gentes que huyen de la muerte y sólo encuentran resistencia, rechazo y desesperación. Y todo esto, al tiempo que la convivencia entre nosotros, los ciudadanos de la culta y vieja Europa, resulta cada día más complicada, más problemática y con un futuro más incierto.

Y es que está visto que, con la política, la economía y el derecho que tenemos, no salimos del pozo en que nos vemos metidos. Nuestros conocimientos y nuestras instituciones no dan más de sí. Porque el problema no está en cambiar unos políticos por otros, ni unas instituciones por otras. El problema está en que cambiemos nosotros mismos. Es urgente modificar nuestras “convicciones”. Y esto es lo que me produce más miedo y más desorientación. Porque, en realidad, lo que se palpa es que cada cual da la impresión de estar más firmemente afianzado en aquello de lo que está convencido. Queremos que cambien los demás, pero nadie consiente poner en cuestión sus propios convencimientos.

Por lo menos, ¿no podríamos coincidir en que lo más urgente y lo que no puede esperar es que, en Europa o a las pertas de Europa, siga habiendo tantas familias destrozadas, tanta hambre, tanto abandono para los últimos, tanto sufrimiento que soportan gentes que han perdido la esperanza?

No me quita el sueño el futuro que nos espera en Europa. Lo que me angustia es el presente. El dolor, la desesperación que se ven obligados a soportar, tantas criaturas que no le ven futuro a sus vidas, al tiempo que quienes tenemos casa y comida andamos interesados con la pregunta de si el gobernante de turno será ahora el que a mí me gusta o el que le interesa al otro.

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“¿Cómo, dónde y en quién está presente y actúa el Señor resucitado?”, por José María Castillo

Martes, 29 de marzo de 2016
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1442591743_943701_1442591879_noticia_normalLeído en Koinonia:

Es un hecho que la resurrección de Jesús constituye el acontecimiento central de nuestra fe cristiana. Pero es un hecho también que ese acontecimiento central de la fe cristiana no parece estar en el centro de la vida de los creyentes. Por lo menos, a primera vista, no se tiene la impresión de que los cristianos lo entiendan y lo vivan así. Hay otras cosas que interesan más al común de los mortales bautizados. Y conste que me refiero a cosas estrictamente religiosas: la pasión del Señor, la devoción a la Virgen y a los santos, determinadas prácticas religiosas, etc.

Sin embargo, a mí me parece que no deberíamos precipitarnos a la hora de dar un juicio sobre esta cuestión. Porque, sin duda alguna, se trata de un asunto más complicado de lo que parece en un primer momento. Por eso, valdrá la pena analizar, ante todo, de qué maneras el Resucitado debe estar presente en la vida y el comportamiento de los creyentes, según el Nuevo Testamento, para poder, desde ahí, sacar luego las consecuencias.

La persecución: predicar la resurrección es entrar en conflicto

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos informa de que los discípulos de Jesús eran perseguidos por causa de la resurrección, exactamente por predicar que Cristo había resucitado: “el comisario del templo y los saduceos, muy molestos porque enseñaban al pueblo y anunciaban que la resurrección de los muertos se había verificado en Jesús, les echaron mano y, como era ya tarde, los metieron en la cárcel hasta el día siguiente” (Hech 4,1-3). Más claramente aún, si cabe, cuando los apóstoles son llevados ante el tribunal y testifican valientemente la resurrección (Hech 5,30-32), provocan la irritación en los dirigentes religiosos, que deciden acabar con ellos (Hech 5,33). Y lo mismo pasa en el caso de Esteban: cuando éste confiesa abiertamente que ve a Jesús resucitado en el cielo “de pie a la derecha de Dios” (Hech 7,56), la reacción no puede ser más brutal: “Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos y, todos a una, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearle” (Hech 7,57-58). Y otro tanto cabe decir por lo que se refiere a Pablo, que confiesa por dos veces que fue llevado a juicio precisamente por predicar la resurrección (Hech 23,6; 24,1).

Ahora bien, este conjunto de datos plantea un problema. Porque la verdad es que actualmente nadie es perseguido, encarcelado y asesinado por predicar la resurrección. Es más, parece que el tema de la resurrección es uno de los temas más descomprometidos y menos peligrosos que hay en el evangelio. De donde se plantea una cuestión elemental: ¿será que no entendemos ya lo que significa la resurrección del Señor?, ¿será, por lo tanto, que no la predicamos como hay que predicarla?

Para responder a esta cuestión, empezaré recordando cómo presentan los apóstoles y discípulos la resurrección de Jesús. En este sentido, lo más importante es que la presentan en forma de denuncia. Una denuncia directa, clara y fuerte: Vosotros lo habéis matado, pero Dios lo ha resucitado (Hech 3,15; 4,10; 5,30; 13,30). Por lo tanto, se trata de un anuncio que, en el momento de ser pronunciado, tiene plena actualidad. Es decir, no se trata de una cuestión pasada, que se recuerda y nada más, sino que es un asunto que concierne y afecta directamente a quienes oyen hablar de ello. Más aún, es un asunto gravísimo, que, en el fondo, equivale a decir lo siguiente: Dios le da la razón a Jesús y os la quita a todos vosotros. Porque, en definitiva, la afirmación según la cual “Dios lo ha resucitado” (Hech 2,24-32; 3,15-26; 4,10; 5,30 ,30; 10,40; 13,30.34.37), viene a decir que Dios se ha puesto de parte de Jesús, está a favor de él y le ha dado la razón, aprobando así su vida y su obra.

Por consiguiente, parece bastante claro que predicar la resurrección y vivir ese misterio consiste, ante todo, en portarse de tal manera, vivir de tal manera y hablar de tal manera que uno le da la razón a Jesús y se la quita a todos cuantos se comportan como se comportaron los que asesinaron a Jesús. Pero, es claro, eso supone una manera de vivir y de hablar que incide en las situaciones concretas de la vida. Y que incide en tales situaciones en forma de juicio y de pronunciamiento: a favor de unos criterios y en contra de otros; a favor de unos valores y en contra de otros; a favor de unas personas y en contra de otras; y así sucesivamente.

De donde resulta una consecuencia importante, a saber: la primera forma de presencia y actuación del resucitado en una persona y en una comunidad de creyentes consiste en ponerse de parte de Jesús y de su mensaje, en el sentido indicado. Por lo tanto, se trata de una forma de presencia y de actuación que inevitablemente resulta conflictiva, como conflictiva fue en el caso de los primeros creyentes, que se vieron perseguidos por causa de su fidelidad al anuncio del resucitado.

Y todo esto, en definitiva, quiere decir lo siguiente: Jesús fue perseguido y asesinado por defender la causa del ser humano, sobre todo por defender la causa de los pobres y marginados de la tierra, contra los poderes e instituciones que actúan en este mundo como fuerzas de opresión y marginación. Por lo tanto, se puede decir que cuantos sufren el mismo tipo de persecución que sufrió Jesús, esos son quienes viven la primera y fundamental forma de presencia del resucitado en sus vidas, mientras que, por el contrario, quienes jamás se han visto perseguidos o molestados, quienes siempre viven aplaudidos y estimados, ésos se tienen que preguntar si su fe en la resurrección no es, más que nada, un principio ideológico con el que a lo mejor se ilusionan engañosamente. He ahí un criterio importante, fundamental incluso, para compulsar y medir nuestra propia fe en Jesús Resucitado.

El triunfo de la vida: el Resucitado está presente donde la vida lucha contra la muerte

La enseñanza de San Pablo sobre la resurrección se centra, sobre todo, en un punto esencial, a saber: que la resurrección cristiana es el triunfo definitivo de la vida sobre la muerte. Así fue en el caso de Jesús. Y así es también en la situación, en la vida y en la historia de cada creyente (Rom 6,4.5.9; 7,4; 2 Cor 5,15; Fil 3,10-11; Col 2,12). Porque, en definitiva, el destino del cristiano es el mismo destino de Jesús. Leer más…

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“Religión y economía”, por José María Castillo, teólogo

Jueves, 28 de enero de 2016
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globalizacionLeido en su blog Teología sin Censura:

Ayer, 18 de Enero de 2016, se dio a conocer en todo el mundo el informe de Oxfam, que lleva por título:Una economía al servicio del 1%. Esto significa que la economía mundial se está gestionando de manera que se ha constituido en el sistema económico, político y jurídico más violento y canalla que ha conocido la historia de la humanidad.

Jamás hubo en el mundo ni tiranos, ni dictadores, dotados con un poderío semejante y de cuya conducta se siguieran consecuencias tan mundialmente destructivas y causantes de tanta devastación, tanta humillación, tanta desigualdad, tanto sufrimiento y tanta muerte. No estamos hablando de los campos de exterminio de la segunda guerra mundial. Lo que tenemos ante todos, y a la vista de todos, son naciones y continentes de exterminio, de los que las 62 personas más ricas del mundo (y sus más cercanos colaboradores) saben que podrán seguir concentrando riqueza sobre la base de que más de 3.000 millones de seres humanos se vean cada año más limitados en sus posibilidades de seguir viviendo.

Con un agravante estremecedor. No se trata sólo de reducir la población mundial a la mitad. Lo que estamos viendo es que un genocidio, que nadie pudo imaginar, se está llevando adelante, aceptando incluso que el planeta tierra quede destrozado y sin remedio para siempre.

No denuncio la perversión moral de los más ricos y sus colaboradores. Denuncio la perversión del sistema. Y denuncio, por tanto, a cuantos desean que este sistema funcione mejor. Porque eso equivale a desear que aumente la desigualdad, el sufrimiento y la devastación.

Por otra parte – y esto es lo más importante que quiero destacar aquí -, yo me pregunto si en este desastre tienen responsabilidad las religiones. La tienen, desde luego. Por la responsabilidad que tenemos, en este espantoso desastre, las personas que nos consideramos creyentes. Por nuestro silencio ante las autoridades civiles y ante las autoridades religiosas. Porque, con frecuencia, “legitimamos” al sistema colaborando con él. Porque utilizamos la religión, con sus rituales y ceremonias, para tranquilizar nuestras conciencias.

Y si a todo esto sumamos la conciencia de sumisión y subordinación, que entraña la experiencia religiosa, se comprende que las jerarquías dominantes, en cada religión, se vean legitimadas para vivir en la contradicción de tantos jerarcas que, en demasiados casos, viven exactamente al revés de lo que representan y predican.

La consecuencia, que se sigue de lo dicho, resulta cada día más preocupante. Las religiones han derivado hacia sistemas de poder que, en la situación actual, si quieren mantenerse tal como perviven ahora, no tienen más remedio que vivir integradas en la contradicción canalla del sistema dominante. Y esto seguirá siendo así, por más que las religiones prediquen lo contrario o publiquen documentos de protesta y denuncia. Mientras los creyentes no entremos en contradicción con este sistema devastador, inevitablemente nos haremos cómplices de sus consecuencias de destrucción y muerte.

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José María Castillo: “El discurso del Papa en el Congreso sonó como los discursos proféticos de Luther King”

Miércoles, 30 de septiembre de 2015
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papa-en-el-congreso-usaSí, aplaudimos el gesto de Francisco pidiendo eliminar la Pena de Muerte… está muy bien aleccionar a los demás, per no nos olvidemos de que el Catecismo de la Iglesia Católica sigue manteniendo la legitimidad del uso de la Pena de Muerte en casos excepcionales. Nunca, nunca, nunca, puede haber el menor resquicio que permita a un Estado suprimir una vida humana. En nuestro caso, todavía quedan países que nos condenan a ella por nuestra orientación sexual… La Iglesia, por eso, debiera eliminar este infame artículo, inhumano y anticristiano que sirve de base para legitimar lo que él mismo pide eliminar. Da el paso, Francisco, predica con el ejemplo y elimínalo.

2267 La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.

Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.

Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo «suceden muy […] rara vez […], si es que ya en realidad se dan algunos» (EV 56)

De la teología especulativa de Ratzinger a la narrativa de Bergoglio

“El Papa que tenemos lleva consigo, incorporado en su vida, el ‘recuerdo peligroso’ de Jesús”

Ha tirado de la “parresía” necesaria, para decirles en su cara, a los hombres más poderosos del mundo, que tienen que organizar las cosas de otra manera

(José M. Castillo).- Ayer, 24 de Septiembre de 2015, por primera vez en la historia, un papa de Roma pronunció un discurso, en el Capitolio de Washington, dirigiéndose a los congresistas de la primera potencia mundial. Jorge Mario Bergoglio no se anduvo por las ramas. Y fue derecho a los asuntos que más directamente afectan a la enorme mayoría de los habitantes del planeta.

Aunque bien sabemos que algunos de los temas, que allí planteó Francisco, no son precisamente los que mejor suenan en los oídos de muchos de los legisladores que allí escucharon al Papa. “Si es verdad que la política debe servir a la persona humana, no puede ser esclava de la economía y de las finanzas”, dijo el obispo de Roma ante un Congreso en el que la mayoría de sus miembros son millonarios al servicio de los intereses turbios e inconfesables de los mercados.

Si a esto sumamos la condena inapelable del tráfico de armamentos, de las guerras, el pronunciamiento en contra de la pena de muerte, y la solidaridad con los pobres de este mundo, todo esto debió sonar en el Congreso de Estados Unidos como, hace años, sonaron en toda América los discursos proféticos de Martin Luther King.

Dicho esto, vengo a lo que quiero destacar en esta reflexión. ¿Qué teología maneja el papa Bergoglio? Esta pregunta es comprensible. Porque, como es sabido, son muchos los que, en los ambientes eclesiásticos, echan de menos la sapiencia teológica que manejaba el papa anterior, Benedicto XVI. Cuya presencia distinguida y su lenguaje cuidado de sabio alemán contrastan con la imprevisible y – para algunos – desgarbada figura de Francisco. Del que ya ha quedado patente para todo el mundo que se maneja mejor entre la gente sencilla de la calle que entre distinguidos y selectos estudiosos de los más refinados saberes.

¿Es por esto Francisco menos teólogo que Ratzinger? No lo es menos. Ni tampoco lo es más. Es distinto. Aquí vendrá bien recordar que, en el Nuevo Testamento, se advierte que hay dos formas de hacer teología.

Está, por una parte, la “teología especulativa”, de Pablo. Y está, en otro contexto, la “teología narrativa” de los evangelios. O sea, la especulación ideológica, más propia de la cultura helenista (propia de Pablo), y el relato histórico, característico de la tradición bíblica. ¿No se podría decir que Ratzinger ser mueve como pez en el agua manejando la teología especulativa, mientras que Bergoglio se encuentra en su ambiente cuando desciende de las alturas, de la especulación del “ser”, a lo concreto y tangible del “acontecer”?

Es evidente que el pensamiento especulativo seduce a determinadas mentalidades por su profundidad y su capacidad analítica. Pero no es menos cierto que, a la hora de la verdad, lo que decide la felicidad o la desgracia de la gente no es la profundidad de la cabeza pensante, sino la evidencia patente de lo que sucede, lo que nos pasa cada día, lo que nos hace felices o desdichados.

Lo que ha sucedido en la Iglesia es que, con el paso del tiempo, cuando la teología quedó sistematizada y se organizó en tratados (lo que todavía se sigue estudiando en los seminarios y enseñando en los catecismos), la teología especulativa de Pablo resultó más determinante que la teología narrativa de los evangelios. Y así – por poner un ejemplo -, a la gente se le enseña más la “religión de redención”, que predicó Pablo (G. Bornkamm), y se le enseña quizá menos la “memoria peligrosa y subversiva” (J. B. Metz) de Jesús.

Por suerte, el papa Francisco no se cansa de repetir que tenemos que recuperar el Evangelio, que tenemos que leerlo, meditarlo, entenderlo, llevarlo en el bolsillo. Si no hacemos esto, y si esto no se hace vida en nosotros, caemos sin más remedio en el cristianismo de la mentira y el engaño. Lo diré con claridad y en pocas palabras.

Si Francisco se queda en la especulación de los pensadores teológicos más excelsos, es seguro que hoy no se comentaría en casi todos los medios de comunicación lo que los congresistas de USA han tenido que escuchar allí, en su grandioso Capitolio. Si lo han tenido que oír, sin duda alguna es porque el Papa que tenemos lleva consigo, incorporado en su vida, el “recuerdo peligroso” de Jesús.

Por eso ha tirado de la “parresía” necesaria, para decirles en su cara, a los hombres más poderosos del mundo, que tienen que organizar las cosas de otra manera. No se puede soportar que unos pocos naden en todas las abundancias, al tiempo que la inmensa mayoría de la humanidad se ahoga, se muere, entre gritos de desesperación.

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“¿Qué nos importa? ¿El sistema, o las personas?”, por José María Castillo, teólogo

Sábado, 30 de mayo de 2015
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mendigo-perroDe su blog Teología sin censura:

¿Dónde está el centro de nuestras preocupaciones en este momento? Lo que más nos importa, ¿está en salvar el sistema? ¿o está en mejorar la vida de las personas? Cuando un gobernante, sea del color que sea, se siente orgulloso porque gestiona bien los grandes números de la economía, sin duda alguna que a ese gobernante lo que más le importa es sacar adelante el sistema. Y cuando un gobernante, sea del color que sea, se preocupa sobre todo por acabar con las leyes que permiten los desahucios, sin duda alguna que a ese gobernante lo que más le preocupa es mejorar la vida de las personas. El asunto es de enorme actualidad.

Pues bien, si del ámbito del sistema económico-político, pasamos al ámbito del sistema religioso-eclesiástico, se puede afirmar que cuando un obispo, un párroco o el prior de un convento centra sus preocupaciones sobre todo en que se cumplan al pie de la letra las normas de la liturgia, las leyes del derecho canónico o lo que mandan y prohíben los más altos jerarcas de la Iglesia, en ese caso podemos estar seguros que lo que más nos importa es asegurar el sistema sobre el que se asienta y sostiene la Religión. Y cuando al obispo, al párroco o al prior del monasterio, lo que más le quita el sueño es la cantidad de gente que no tiene trabajo, que no llega a fin de mes, que va por la vida sin papeles, sin seguridad social, sin patria y sin futuro, entonces podemos estar seguros de que lo que más le importa a la gente de Iglesia es vivir el Evangelio.

En esto estuvo el secreto y la clave de la originalidad y la grandeza de Jesús de Nazaret. Cuando Jesús curaba a los enfermos precisamente en los días en que eso estaba prohibido por los maestros de la Ley, cuando compartía mesa y mantel con publicanos y pecadores, cuando entró en el templo, látigo en mano, diciendo que habían convertido la “casa de oración” en una “cueva de bandidos”, y sobre todo cuando se atrevió a decir que hacía todo aquello en nombre de Dios y con la autoridad de Dios, entonces precisamente lo que queda en evidencia es que lo que a Jesús le importaba no era el “sistema religioso”, sino el “sufrimiento o la felicidad de las personas”.

Es cuestión de sensibilidad, ante todo. Precisar, en cuanto sea posible, si somos más sensibles a la seguridad que nos da el sistema establecido. O si somos más sensibles al dolor, al miedo y a las humillaciones que tienen que soportar los más desamparados de este mundo. Y conste que lo más delicado y difícil del momento es que, una vez más en la historia, los lobos se presentan con piel de oveja. Quiero decir, que quienes anteponen, a todo lo demás, la estabilidad del sistema que a ellos les da seguridad, se presentan asegurando que sólo buscan lo que es mejor para la mayoría, cuando en realidad lo que quieren es lo que beneficia a quienes siempre se vieron beneficiados por el poder y el bienestar.

Y para terminar, quiero tener un recuerdo especial para el papa Francisco. Este hombre discutido que, en todo caso, tiene y mantiene una cosa indiscutible: que antepone el Evangelio y la solidaridad con los últimos de este mundo a cualquier otro interés, por más seguridades y estabilidad que nos pueda ofrecer el sistema que nos ha traído a donde estamos.

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Resurrección de Cristo, ¿un hecho histórico?, por José María Castillo

Domingo, 12 de abril de 2015
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Leído en su blog Teología sin Censura:

Me pregunto qué cristología habrá estudiado el obispo Munilla

Una cosa es ‘lo histórico’ y otra cosa es ‘lo trascendente'”

El obispo Munilla se ha puesto nervioso porque algunos se atreven a decir que la resurrección de Cristo no es un hecho histórico. Los entendidos en historiografía discuten lo que se debe entender cuando hablamos de un “hecho histórico”. Sea cual sea la postura que cada cual adopte en esa discusión, lo que parece que se puede afirmar con seguridad es que un hecho se puede considerar como histórico cuando ese hecho sucede dentro de la historia. Lo que le ocurra (o le pueda ocurrir) a un ser humano después de su muerte, eso ya no está, ni puede estar dentro de la historia, sino más allá de la historia. En tal caso, ya no estamos hablando de lo “histórico”, sino de lo “meta-histórico”. Por supuesto, puede haber personas (y las hay en abundancia) que, por sus creencias (religiosas, filosóficas o de otra índole), están persuadidos de que un difunto vive, ya sea en el cielo, junto a Dios, en la eternidad o en alguna otra modalidad que los humaos podemos imaginar o idealizar. Pero, cuando esto sucede, ya no estamos hablando de la historia, sino de lo que trasciende la historia. En otras palabras, una cosa es “lo histórico” y otra cosa es “lo trascendente”. Que puede ser “real”, pero no es “histórico”.

Esto supuesto, para un historiador, lo histórico de un sujeto se acaba con la muerte del sujeto. Lo cual no quiere decir que con la muerte se acabe la realidad de ese sujeto. Puede haber personas que, por sus creencias, están persuadidos de que el difunto vive en “otra vida”, que ya no está en la historia, sino más allá de la historia. Pero no digamos nunca que lo que sucede después de la muerte es “histórico”.

Entonces, ¿qué decimos de las apariciones del Resucitado que se nos relatan en los evangelios? Esos relatos testifican que hubo creyentes (algunos discípulos, algunas mujeres…) que tuvieron, sintieron y vieron experiencias según las cuales a ellos les constaba que Jesús vivía, porque había sido resucitado por Dios. Eso es histórico: que aquellas mujeres y aquellos hombres aseguraron que ellos lo había visto, lo habían sentido… Pero también es cierto que, al relatar las experiencias que habían vivido, las contaron de manera que no concuerdan unas con otras en datos y detalles importantes. Por ejemplo, para Mateo y Marcos, las apariciones ocurrieron en Galilea, mientras que para Lucas y Juan, sucedieron en Jerusalén. También fue una experiencia lo que vio y sintió el apóstol Pablo en el camino de Damasco.

Yo me pregunto qué cristología habrá estudiado el obispo Munilla. Sea cual sea la cristología que estudió, lo que demuestra es su buena voluntad por afirmar a toda costa que Jesús, el Señor, no pasó a la historia, sino que es el Viviente, en el que creemos los cristianos. Esto es de elogiar. Pero, con todo respeto y con la libertad que exige el asunto, es aconsejable (y exigible) que un obispo tenga alguna idea de cosas muy básicas, que se encuentran en el común de las buenas cristologías que se vienen publicando desde hace ya varias décadas. Al hablar de la resurrección, hablamos de un hecho trascendente. Y lo trascendente, por su misma definición, es real (para quienes creen en la trascendencia), pero no es, ni puede ser, histórico. Ya sé que todo esto es una reflexión elemental. Pero también es verdad que sólo cuando tenemos claro lo elemental, podremos ponernos a hablar de lo demás. En este caso, de la resurrección de Jesús el Señor.

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“La religión abarca la totalidad de la vida”, por José María Castillo

Domingo, 22 de febrero de 2015
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onfray3_thumb1Leído en su blog Teología sin Censura:

Esta mañana, como todas las mañanas, en cuanto me he tomado un café, he leído despacio el evangelio del día (Mc 6, 53-56). Y me he puesto a pensar despacio, sosegadamente, lo que cuenta el relato de Mateo. Las gentes de Genesaret, un amplia llanura en la parte occidental del lago de Galilea, seguramente ni creían en el mismo Dios, ni por tanto tenían la misma religión, que tenían los israelitas. Nosotros diríamos ahora que aquellas gentes eran paganos, infieles, laicistas, ateos…, ¿qué sé yo? Y sin embargo, “en la aldea o pueblo o caserío donde llegaba Jesús, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto y los que lo tocaban se ponían sanos” (Mt 6, 56).

¿Es esto histórico? ¿Sucedía realmente así? El Evangelio, antes que un libro de religión, es un proyecto de vida. De forma que realizando ese proyecto, y sólo mediante ese proyecto, podemos encontrar eso que llamamos Dios, el proyecto que da sentido a nuestras vidas. ¿Qué quiero decir con esto?

Quiero decir que es una lástima que los estudiosos de los evangelios hayan dedicado casi todo su tiempo a precisar los detalles de cada relato: dónde, cuándo, cómo por qué y para qué sucedió lo que narran los evangelios. Todo eso es interesante. Es importante. Es necesario. Pero nada de eso es lo que de verdad importa. Lo decisivo es la forma de vida que el Evangelio nos presenta. Una forma de vida que nos humaniza a todos. Y que a todos nos lleva a Dios. Y esa forma de vida no es otra cosa que la sintonía con el dolor humano, la sensibilidad con los que sufren, la bondad con todos y siempre, sea cual sea la forma de pensar o de vivir de cada cual. Esto es lo que nos hace ser religiosos según Jesús y al estilo de Jesús.

Esto, ni más ni menos, es lo que nos enseña el Evangelio en cada página, en cada relato, en cada episodio de la vida de Jesús. Lo cual quiere decir que Jesús modificó radicalmente la religión. En cuanto que entendió y vivió la religión como “totalidad” que abarca el total de la vida. El hecho religioso se suele entender y practicar de manera que se reduce a “lo ritual” y a “lo sagrado”. Ahora bien, en la medida en que la religión se identifica con lo ritual y lo sagrado, inevitablemente la religión se ve reducida a determinados tiempos, sitios, gestos… Por eso sucede, con tanta frecuencia, el hecho de que encontramos gente profundamente religiosa, que cumple con lo ritual y lo sagrado con toda exactitud. Pero, una vez que se ha despachado lo ritual y lo sagrado, cuando llega el momento de lo profesional, lo económico, lo político, lo lúdico, lo familiar, etc, etc, entonces da la cara el egoísta, el prepotente, el fanático, el ambicioso, etc, etc. Es la consecuencia inevitable de la “religiosidad parcializada”. En ese caso, “lo sagrado” se divorcia de “lo laico”. De la misma manera que “lo religioso” se divorcia de “lo ético”.

Así, hemos hecho de la religión un esperpento. Que lleva derechamente a la doble vida, a la hipocresía, a la mentira y al engaño. Sólo cuando entendemos y vivimos la religión como totalidad es cuando podemos asegurar que estamos en el camino del Evangelio. Lo demás, no es sino apariencia, farsa y engaño. No se trata de que vayamos por la vida haciendo milagros. De lo que se trata es de que, pasemos por donde pasemos, los demás vean, toquen y palpen en nosotros la sensibilidad y la preocupación por aliviar y hasta – si es posible – remediar el sufrimiento humano, el desamparo de los débiles y la injusticia canalla de los causantes de tanto sufrimiento.

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