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¿Es la Iglesia una “familia”?

Viernes, 10 de noviembre de 2023

unnamedTravis LaCouter

La publicación de hoy es parte de la serie de reflexiones teológicas de Bondings 2.0 sobre cuestiones LGBTQ+ y el Sínodo sobre la Sinodalidad, que se publicará cuando la Asamblea General del Sínodo se reúna en el Vaticano este mes. Para conocer toda la cobertura del Sínodo de Bondings 2.0, incluidos los informes de Roma, haga clic aquí.

La publicación de hoy es de Travis LaCouter, quien actualmente es investigador postdoctoral en KU Leuven, donde su investigación se centra en la disidencia y la contestación normativa en la Iglesia Católica Romana. Tiene títulos de Oxford y Holy Cross, y sus escritos se pueden encontrar en Commonweal, U.S. Catholic Magazine y Los Angeles Review of Books.

A principios de este mes, durante el retiro previo al Sínodo del Vaticano, el P. Timothy Radcliffe, OP, ofreció una serie de reflexiones espirituales sobre temas como “autoridad”, “esperanza” y “amistad”. Todas las reflexiones de Radcliffe (que están reunidas aquí) son característicamente humanas, desafiantes y teológicamente ricas, y ayudan a iluminar la “espiritualidad para la sinodalidad”, que es sin duda un aspecto esencial del camino actual de la Iglesia.

En su segunda reflexión, el P. Radcliffe adoptó la imagen de “la Iglesia como nuestro hogar”, o como una especie de “familia”. “Cada criatura viviente necesita un hogar para prosperar”, dijo Radcliffe, “un lugar en el que seamos aceptados y desafiados“. Las familias inevitablemente deben sortear desacuerdos, dijo Radcliffe, pero en última instancia, “el hogar es el lugar donde somos conocidos, amados y seguros […]”. Se puede encontrar un lenguaje similar en todos los documentos del Sínodo (por ejemplo, ver el Documento de Trabajo, §29, 68, etc.) y en comentarios relevantes de la prensa católica. Pero vale la pena cuestionar nuestro uso de este lenguaje, por muy intuitivo que parezca al principio.

Por supuesto, el lenguaje de la iglesia como familia no es nuevo ni exclusivo de la Iglesia católica. En su obra clásica de 1980, Metaphors We Live By, George Lakoff y Mark Johnson sostienen que dependemos de las metáforas para estructurar nuestra experiencia cotidiana de la realidad: “Una discusión es como una guerra”, “El tiempo es dinero”, “El cuerpo es un templo”: estos y otros atajos metafóricos nos ayudan a comprimir, combinar y cotejar ideas para que no tengamos que empezar a pensar desde cero cada vez que abrimos la boca. En un estudio posterior, Lakoff argumentó que la metáfora de la familia en particular es crucial para la forma en que concebimos nuestras divisiones políticas fundamentales (con los conservadores atraídos por los arquetipos del “padre estricto” y los liberales prefiriendo un ideal de “padre protector”).

Pero las metáforas también pueden ser peligrosas porque limitan nuestra imaginación sobre lo que es posible y ocultan aspectos importantes de las cosas a las que se refieren. Así, Lakoff y Johnson advierten que “operar sólo en términos de un conjunto consistente de metáforas es ocultar muchos aspectos de la realidad”. Esta advertencia parece aplicarse al lenguaje de la Iglesia sobre sí misma como “hogar” o “familia”. Esto se debe a que, decididamente, la Iglesia no siempre es un lugar donde somos “conocidos, amados y seguros”, ni tampoco lo es la familia.

El estatus y la dignidad de las personas LGBTQ ha sido un tema recurrente en las reuniones sinodales de todo el mundo; de modo que tal vez las experiencias de esas personas puedan ayudar a sugerir algunas de las deficiencias de estas metáforas de “familia” y “hogar”. Para empezar, como muestran más de una década de datos de encuestas, los jóvenes LGBTQ están significativamente sobrerrepresentados entre los jóvenes sin hogar. Además, según un estudio de 2012 del Instituto Williams, las razones más frecuentes que dieron los jóvenes LGBTQ cuando se les pidió que explicaran su falta de vivienda tenían que ver con haber sido obligados a abandonar sus hogares o tener que huir de ellos como resultado del “rechazo familiar”. (que podría incluir abuso físico, emocional o sexual, así como negligencia financiera o emocional). Y un informe de 2014 de la Administración de Servicios de Salud Mental y Abuso de Sustancias (SAMHSA) encontró que los adultos jóvenes LGBTQ que previamente habían enfrentado el rechazo familiar tenían muchas más probabilidades de intentar suicidarse, contraer el VIH y lidiar con el abuso de sustancias en el futuro.

El objetivo de esta sombría letanía es sugerir que las metáforas de “hogar” y “familia” no pueden ser invocadas inocentemente por una Iglesia que busca dar la bienvenida a las personas LGBTQ. El hogar puede ser un lugar de profundo daño y las familias pueden sufrir heridas como nadie más. Trágicamente, hoy en día muchas personas queer todavía deben encontrar su sentido de aceptación y seguridad más allá del hogar, en lugar de dentro de él. ¿Qué puede ser la Iglesia para esas personas? Es de esperar que parezca algo radicalmente diferente de lo que sus familias pudieron proporcionar.

Como mínimo, si quiere ser como una familia de una manera que modele y represente el amor de Dios en el mundo, entonces la Iglesia tendrá que empezar por reconocer el daño que ha infligido a aquellos a quienes ha expulsado, y trabajar para transformar ese daño en curación. En el informe SAMHSA citado anteriormente, una madre que no acepta a una niña gay dice lo siguiente:

“Cuando apoyo la cabeza en la almohada por la noche, pienso en mi hija y solo espero que esté a salvo. No sé dónde está. No he sabido nada de ella desde que la eché de casa cuando me dijo que era lesbiana. No sabía qué hacer. Ojalá hubiera actuado de otra manera. Daría cualquier cosa por poder cambiar eso ahora”.

¿Puede una Iglesia sinodal hacer la misma confesión?

En última instancia, el problema no es sólo que “la Iglesia actual no parece ser un hogar seguro” para muchos, como reconoció Radcliffe en su reflexión. Es que la idea de “hogar” o “familia” todavía no logra captar el tipo de comunidad que la Iglesia está verdaderamente llamada a ser. Como argumentó recientemente Nicolete Burbach en este blog, lo que la Iglesia debería lograr no es simplemente una “inclusión” queer sino más bien una “liberación”: liberación del sistema de sanciones y “castigos sociales” que distingue entre formas de vida aceptables e inaceptables. La experiencia de muchos jóvenes queer es que la familia es el lugar donde se sienten por primera vez tales sanciones y castigos. Por lo tanto, la Iglesia debe ser capaz de imaginarse a sí misma en términos que vayan más allá de la dicotomía “padre estricto” versus “padre permisivo”; de lo contrario, en realidad no somos más que facciones conservadoras y liberales que luchan por el control de la estructura de poder eclesial.

Sin embargo, si somos una comunidad escatológica que camina junta por gracia hacia un fin que ninguno de nosotros comprende ni controla completamente, entonces nuestra fe no puede reducirse, al final, a ninguna metáfora adecuada. El Sínodo es una oportunidad para renovar esta fe peregrina. Pero para hacerlo debemos negarnos a comprometer las posibilidades trascendentes de nuestra esperanza en Aquel que “hace nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5), incluso rehaciendo la Iglesia en algo nuevo y más liberador que nuestras limitadas experiencias del hogar y la familia. .

—Travis LaCouter, 27 de octubre de 2023

Fuente New Ways Ministry

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Soñando la Iglesia.

Lunes, 6 de noviembre de 2023

la-iglesia-y-los-gays

Abrir las puertas y ventanas
de esta Iglesia, tuya y nuestra,
es tan importante y necesario
como abrir los rincones de mis entrañas.

Yo sé que si no los oreo con frecuencia
pronto se convierten en estercolero
y en estancia poco apetecida para la presencia
aunque sean lugar sagrado y de sueños.

Pero se ha convertido en tarea arriesgada
en estos tiempos locos y efímeros en la tierra,
pues hay quienes defienden sus puertas y ventanas
para que sigan cerradas contra viento y marea.

Hemos tergiversado tu mensaje;
cargamos fardos pesados a la gente,
nos gustan los premios y distinciones
y ocupar tribunas y lugares preferentes.

Y nos olvidamos que no somos jefes,
que Tú rompiste todas las murallas levantadas
al encarnarte en nuestra historia y plaza
sin miedo a perderte entre la pobre gente.

Nos dejamos llamar “señor” y “maestro“,
pensamos que somos algo más que hermanos
y consideramos un insulto, a ti y a nosotros,
que nos llamen sepulcros blanqueados…

Por eso seguimos soñando
una Iglesia diferente.

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad ,

“Tiempo del Espíritu y de probar nuestra fe”, por Gabriel Mª Otalora

Sábado, 28 de octubre de 2023

 

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De su blog Punto de Encuentro:

Ante la esperanza sinodal

Caminar juntos no significa ir en grupo en la misma dirección. Es algo más. Se trata de ir en común unión buscando juntos. En nuestro caso, lo hacemos en la confianza de que somos guiados por el Espíritu.

Si algo me parece esencial de esta asamblea sinodal impulsada por Francisco, es la apuesta exigente de fe y de confianza que hemos de desplegar cada seguidor y seguidora de Cristo, sabedores de que hemos de ponernos en marcha de una determinada manera, con actitudes diferentes, y sin conocer al puerto en el que vayamos a arribar.

Ahí surgen las reticencias, los miedos y, hay que decirlo, los poderes eclesiásticos cuyo poder corre peligro y se manifiestan para no perderlo. No debemos asustarnos, pues ya ocurrió lo mismo en tiempos de Jesús. A aquellos expertos en la Ley de Dios no les tembló el pulso para llegar hasta el final con tal de mantenerse poderosos. Jesús fue cuestionado por vivir su Mensaje, y nosotros debemos entender que si Él fue acusado de actuar contra Dios mismo, el sentido de algunas presiones va por el mismo camino de las normas y no las actitudes, cuando el Evangelio indica todo lo contrario: el amor es la base de las normas cristianas.

La sinodalidad representa el camino de la Iglesia, llamada a renovarse bajo la acción del Espíritu gracias a la escucha de la Palabra. Son tiempos audaces de poner en marcha procesos de escucha, de diálogo y de discernimiento comunitario, en los que todos y todas puedan participar y contribuir. Al mismo tiempo, la opción de “caminar juntos” es un signo profético que nos interpela a abrirnos a ser odres nuevos en nuestro compromiso evangelizador. De lo contrario, no seremos Buena Noticia.

Para este “caminar juntos” es necesario que nos dejemos educar por el Espíritu en una mentalidad verdaderamente sinodal que supone un proceso de conversión más allá de la Cuaresma. Un proceso personal, primeramente, abiertos “al otro” y sobre todo al Espíritu demostrando verdadera fe sin tanto asidero clerical y normativo que nos ha empequeñecido incluso humanamente.

Las resistencias son muchas, el clericalismo sigue muy vivo también entre el laicado, como una “cruzada” para salvaguardar a la institución clericalista que tanto daño hace al Mensaje. Pero no importa, estas son solo dificultades que los impulsores de este sínodo tan especial se han encontrado con un movimiento que parecía impensable llegar hasta donde nos encontramos.

Es el tiempo del Espíritu y de la fe en Dios. Recemos humildemente, abiertos a ser sus manos desde la fragilidad que captó tan bien Antonio Machado:

         Soñé que Dios me decía: ¡Alerta!
        Y luego era Dios quien dormía.
        Y yo le dije: ¡Despierta!

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“El hermano de Asís al hermano de Roma”, por José Arregi

Sábado, 21 de octubre de 2023

 francisco-reparaDe su blog Umbrales de Luz:

Nunca quise ser importante, sino el hermano menor de los más pequeños y de todos los olvidados. Pero, por circunstancias de la historia, el día en que pasé de esta vida mortal a la Vida plena se convirtió en un día señalado para muchas hermanas y hermanos de sueños evangélicos.

El tránsito –que quise consumar “desnudo en la tierra desnuda”– tuvo lugar tal día como hoy, 3 de octubre de 1226, hace casi 800 años, en aquella celdita de ramas y tierra en la Porciúncula de Asís, el lugar de mis amores y de mis sueños. En el atardecer del aniversario de aquel día os escribo, hermanas y hermanos todos de la Tierra. Al día siguiente me enterraron en la iglesia de San Jorge de Asís, fundida mi tierra con toda la tierra hermana y madre. ¡Qué descanso! ¡Qué libertad! ¡Qué plenitud! Uno con la tierra, el agua y el aire, con las alondras, las aves y todos los animales, uno con todos los seres humanos, sobre todo con los últimos y todos los desconocidos. Uno con Dios.

Desde niño fui soñador. Soñé con otro mundo en este mundo, donde no hubiera señores y siervos, ricos y pobres, palacios y tugurios, ejércitos y guerras y tanta miseria. Incluso antes de conocer de verdad a Jesús y antes de creer en las llamadas verdades del Credo, soñé vagamente con otra Iglesia sin papas con ejércitos y en guerra, sin clérigos poderosos, sin ambiciones ni riquezas ni monopolio de la verdad.

Luego, cuando aprendí a mirar a Jesús en aquel misterioso crucificado lleno de paz y de luz en la penumbra de la ermita de San Damián –¡aquellos atardeceres de Asís!–, entonces todo encajó en lo profundo de mí. Quería ser como aquel Jesús. Sentía a veces una irresistible rebelión y una paz invencible. Y quise ser rebelde y pacífico. Quise ser hermano de todos, incluso de los grandes señores, y transformar de raíz aquel mundo desgarrado. Y fui sintiendo un impulso intenso por reformar aquella Iglesia de señores de las conciencias y de la verdad, aliados con señores de las tierras y del comercio. Pero decidí no dedicarme a proclamar y promover directamente la reforma irrenunciable de la Iglesia, sino vivir la reforma que soñaba. Por eso no quise ser clérigo ni monje, sino peregrino y compañero de vida de los más pobres, como Jesús. Y todo me decía que la transformación del mundo y de la Iglesia eran inseparables.

Han pasado los siglos, y veo con pasmo que el mundo está más desgarrado que nunca y amenazado por peligros inminentes jamás sospechados. Y veo con tristeza que la institución que se presenta como Iglesia católica de Jesús, en tiempos de tanta gravedad, sigue aferrada al pasado en sus creencias e instituciones, dedica casi todas sus energías a asuntos internos, y limita sus proyectos de reforma a triviales cuestiones de fachada y de aseo. Por eso me permito dirigirme a mi hermano Francisco de Roma con respeto y libertad, como el más pequeño de sus hermanos:

Te deseo Paz y Bien, hermano Francisco de Roma y de las pampas argentinas. Hace 8 siglos, en mi Umbría medieval, me dirigí a “mi señor papa”, pero los tiempos han cambiado. La Vida nos lleva de transformación en transformación. La Vida es permanente novedad en su Fuente indecible y en todas sus formas visibles. El Soplo vital originario, que es también el Espíritu universal de Pentecostés, nos llama a transformar radicalmente la institución de la Iglesia para contribuir con la inspiración de Jesús a la urgente transformación del mundo.

Reconozco, hermano Francisco de Roma, tus esfuerzos, tu valentía y generosidad en medio de tantas resistencias políticas y episcopales. Tu voz resuena en todos los países en favor de la justicia y de la paz, en favor de la vida de todos los empobrecidos, de los pueblos oprimidos, de la comunidad de los vivientes sin respiro. Y me inclino ante ti. Pero déjame que, de Asís a Roma, de corazón a corazón, de hermano a hermano, te diga con humildad y libertad: no percibo la misma claridad y determinación en tu programa de reforma de la Iglesia católico-romana que presides. Los tres sínodos generales celebrados, con todo su fasto y su derroche excesivo, no han traído ninguna novedad de fondo, ningún avance decisivo, y nada anuncia que el cuarto, el “sínodo de la sinodalidad” cuya última fase se inaugura el día de mi tránsito a la plena liberad, vaya a arrancar la raíz principal de los males de la Iglesia: el clericalismo. El clericalismo que relega a la mujer, que reprime el cuerpo y la sexualidad en general y la homosexualidad y las diferencias de género en particular. El clericalismo que se traduce en dominación y en abusos y agresiones. El clericalismo que divide y separa, el clericalismo que se opone a las palabras de Jesús: “No haya entre vosotros ni padres, ni maestros ni señores, pues todos sois hermanas y hermanos”.

La Iglesia no podrá ser presencia inspiradora, sanadora, liberadora en este mundo en grave peligro, mientras no erradique de su seno la raíz clerical, ligada a la ambición de poder. Y, para erradicar esa raíz dañina, no bastará con dar la voz y el voto en el sínodo a dos o tres mujeres, ni con ordenar como sacerdotes a varones casados de virtud probada, ni con ordenar diaconisas de segundo orden. Es necesario derogar la idea misma del “orden sagrado” con el papado en su base, y la ideología patriarcal y la lógica del poder sagrado sobre las que descansa. Y la imagen de Dios que la sostiene.

Hermano Francisco, volvamos al camino y al espíritu de Jesús. Volvamos a la Fuente de toda fraterno-sororidad. Que la Vida te bendiga y te dé la paz.

Aizarna, 3 de octubre de 2023

 

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“Santa Teresa: mujer, andariega, inquieta, doctora de la Iglesia…”, por Consuelo Vélez

Sábado, 14 de octubre de 2023

santa-teresa-avilaDe su blog Fe y Vida:

Cada 15 de octubre se recuerda en la Iglesia a Santa Teresa de Jesús (1515-1582), monja carmelita, reformadora de su orden, fundadora de 16 conventos, escritora, mística, maestra de oración. En 1970, Pablo VI, la reconoce como la primera mujer, Doctora de la Iglesia. Es muy importante este título porque solo se ha otorgado a 4 mujeres (Santa Catalina de Siena, Santa Teresita del Niño Jesús e Hildegarda de Bingen, frente a más de 30 varones) pero, sobre todo, porque esa proclamación supone reconocer que puede ser maestra de fe para todo el Pueblo de Dios.

Santa Teresa de Jesús supo enseñar sobre la vida de oración con la bella imagen de “Las moradas o Castillo Interior” y también con el huerto regado por el agua de cuatro maneras distintas -que ella reconoce como los cuatro grados de oración-. En los dos casos, la oración no supone un rezo convencional de repetir palabras, sin saber lo que se dice, o de pedir favores convirtiendo a Dios en un dispensador de milagros, sino en un diálogo “con quien sabemos nos ama”, más aún, con el mismo Jesús, tan humano, como el Jesús de la historia, con el que ella puede conversar y experimentar que “Solo Dios Basta”.

 Pero esa doctrina sencilla sobre la oración como diálogo, como encuentro, como conocimiento personal, como donación mutua, algunos pretenden identificarla con prácticas de meditación más al estilo oriental -válidas para quien encuentre en ello dominio de sí y vaciamiento de toda distracción- pero que no tienen que ver con la enseñanza de Teresa. Los cuatro grados de oración no son una escala ascendente que la persona puede alcanzar por medio de prácticas de respiración u otro tipo de ascesis corporal, tampoco las moradas son una línea recta de habitaciones a la que se va subiendo paso a paso. En los dos casos, Teresa avisa que todo es gracia divina y la persona no deja de experimentar su humanidad con las faltas de amor que vive -y esa es la humildad que brota del conocimiento propio que da la oración- y tampoco puede, por sus propios méritos, alcanzar la gracia de regar el jardín sin el más mínimo esfuerzo de su parte, porque el encuentro con Dios es pura gracia, puro don, puro regalo.

Para Teresa la oración no se queda en el acto mismo de orar sino en los frutos que produce en la persona: “la oración no es tanto pensar mucho, sino amar mucho”, de ahí que decía a las religiosas que, aquello que más las llevara a amar, eso es lo que debían hacer. Otra manera de explicarlo era decir que “Dios estaba entre los pucheros”. Es decir, la oración no es solamente el momento explícito en que la persona se dispone a orar, sino que toda la vida ha de ser oración, incluidas las cosas más pequeñas, más básicas, más cotidianas.

Asombra también de Teresa que en tiempos en que el acceso a la Biblia era prácticamente imposible y menos por parte de las mujeres, ella aprovecha los libros de espiritualidad que podía leer para tener contacto con los pasajes de los evangelios que allí encontraba. Ella, sin tener demasiada formación, es capaz de ir a las fuentes de la revelación y nutrirse de ellas. Claro que, ante la dificultad de acercarse mucho más al texto sagrado, también entiende que el mismo Jesús con el que conversa en la oración, es la Palabra Viva a la que puede tener acceso. Y, efectivamente, el cristocentrismo de su experiencia de fe la lleva a decir que Teresa es de Jesús y Jesús de Teresa”, usando sus propias palabras en lugar de las de Pablo en la carta a los Gálatas: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (2, 20).

Finalmente, Teresa muestra que el feminismo no es cosa de algunas mujeres desadaptadas -como algunos lo catalogan en el presente-, sino que es un movimiento que, sin haber tenido ese nombre en épocas anteriores, si denuncia la discriminación que han sufrido las mujeres y la forma como se les niegan sus derechos. Santa Teresa así lo expresaba quejándose ante Jesús del clero de su tiempo: “Confío yo, Señor mío, en estas siervas tuyas que aquí están, que veo y sé no quieren otra cosa ni la pretenden sino contentarte (…). Pues tu no eres, Creador mío, desagradecido para que yo piense que les darás menos de lo que te piden, sino mucho más, porque no aborreciste a las mujeres cuando andabas por el mundo, antes las favoreciste siempre con piedad y hallaste en ellas tanto amor y más fe que en los hombres (…) ¿No basta Señor, que nos tiene el mundo acorraladas (…) que no hagamos cosa que valga nada por ti en público, ni osemos hablar de algunas verdades que lloramos en secreto, para que no vayas a oír petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de tu bondad y justicia, que eres justo juez y no como los jueces del mundo, que como hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa (…) porque veo los tiempos de manera, que no hay razón para desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres”. Teresa vive en el contexto donde las cosas de mujeres no se valoran y se desechan, pero ella no puede imaginar, de ninguna manera que Dios se porte igual que los jueces de este mundo, a los que con una fina ironía describe como “hijos de Adán y, en fin, todos varones”. Este párrafo fue borrado del manuscrito original y descubierto hace relativamente poco, porque en su época la censura no podía permitir una acusación tan directa, como hoy tampoco se acepta fácilmente prefiriendo desacreditar cualquier voz que se levanta denunciando este mundo patriarcal en el que todavía vivimos.

Celebrar a Santa Teresa no es solo recordar su memoria sino recibir su legado y llevarlo a la práctica. Efectivamente, en estos tiempos recios, como los que ella vivió, sigue siendo urgente que las mujeres de fe trabajemos por la igualdad fundamental de mujeres y varones en la sociedad y en la iglesia y por vivir una espiritualidad transformadora, por fidelidad al reino de Dios anunciado por Jesús, donde la oración sea fuente de vida y compromiso y, en ningún momento, alienante y desentendida del mundo que vivimos.

(Foto tomada: https://alfayomega.es/la-santa-andariega-que-fascino-al-papa-caminante/)

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“Sencillez”, por Gerardo Villar.

Sábado, 16 de septiembre de 2023

casaldc3a1liga2Obispo Pedro Casaldáliga

No tuve suerte. Invité a dos obispos en su entrada cuando les tocaba, a tomar posesión de la diócesis, no en la catedral, sino en uno de los pueblos más pequeños de la diócesis, con una participación de 4 o 6 personas, Pazuengos.

Yo era capellán en esos momentos de la cárcel y le propuse seguir la jornada conmigo visitando y celebrando la Eucaristía en la cárcel. Pero no tuve suerte y no me acompañó.

Por eso, me ha encantado ver que José Cobo ha visitado en su segunda eucaristía una de las parroquias de las afueras de Madrid. Es un gesto estupendo. Qué gesto más evangélico. Ya sé que es solamente un signo, pero indica un camino que empieza por ahí. Espero que siga por esos caminos…

Yo he tenido suerte al recibir nombramientos de la diócesis, porque siempre he pedido lo más pequeño, lo que nadie quería. Y me he sentido a gusto de esa periferia. Son los pueblos pequeños, retirados, con carreteras difíciles. Así he recorrido veinte parroquias.

Hoy que hablamos de ir a la periferia, entiendo que uno de los lugares preferidos han de ser las parroquias más pequeñas y lugares de los alrededores de algún barrio de la ciudad. Estos nombramientos han de ser la alternativa a los nombramientos de canónigos, párrocos de la capital, catedráticos vicarios.

Me sorprende cuando veo a los obispos, cardenales, el papa, con vestimentas llamativas, mitras, ropajes llamativos. A los fieles eso nos infunde sorpresa. Nos choca y nos disgusta. Lo vemos contra la sencillez. Así como nos agrada el verlos conducir coches pequeños, sencillos.

También nos choca y nos sorprende ver en las procesiones de los patronos participar al clero rodeados de autoridades y reyes de la fiesta. Me preocupa el que se hable mucho de la iglesia samaritana, pero luego mi actuación como cristiano está reducida al área eclesial más o menos situada en el centro eclesial.

Cuando se celebra o se trabaja en una parroquia pequeña, no se puede hacer grandes actividades o celebraciones muy participativas. Pero es más fácil fomentar la creatividad y tener un trato muy cercano. Me contento porque en la Última Cena no estarían más de 20 personas. Y fue así de importante.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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“¿Cuál será la contribución propia de las mujeres a la Iglesia?”, por Consuelo Vélez

Miércoles, 6 de septiembre de 2023

contribucion-propia-mujeres-Iglesia_2589950980_16677381_660x371De su blog Fe y Vida:

“Cuál es la contribución propia de los varones? ¿por qué no se dice de ellos que deben encontrar su propio lugar?”

Estoy de acuerdo con que los ministerios ordenados no son el único tema a tratar cuando se habla de la situación en la mujer en la Iglesia. Es un tema, entre muchos otros. Centrarse en ello es limitar el campo más amplio de la realidad eclesial en la que la mujer no puede seguir siendo ciudadana de segunda categoría con limitaciones, prejuicios, restricciones y comprensiones erróneas

Pero lo que no logro comprender y que también, se repite demasiado, es que centrarse en ese tema, sea empobrecer la propuesta

Hay que acelerar el paso por fidelidad al evangelio, sería la opción correcta para evitar este envejecimiento de la Iglesia donde ya las/os jóvenes no tiene casi ningún interés de involucrarse

La situación de la mujer en la Iglesia es un tema vigente porque no ha sido solucionado. Así lo constatamos en las preguntas que, una y otra vez le hacen al Papa, lo mismo que a otros miembros representativos de la jerarquía. En este caso queremos comentar la entrevista que la hicieron al nuevo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Víctor Manuel Fernández, el pasado 9 de julio.

La pregunta fue: ¿Cree que en el futuro será posible repensar el papel de la mujer en la Iglesia? El designado cardenal Fernández respondió: ciertamente. Pero añade: “no es necesario para eso forzar la discusión del acceso de las mujeres a los ministerios ordenados. Sería empobrecer la propuesta.

Estoy de acuerdo con que los ministerios ordenados no son el único tema a tratar cuando se habla de la situación en la mujer en la Iglesia. Es un tema, entre muchos otros. Centrarse en ello es limitar el campo más amplio de la realidad eclesial en la que la mujer no puede seguir siendo ciudadana de segunda categoría con limitaciones, prejuicios, restricciones y comprensiones erróneas. Pero lo que no logro comprender y que también, se repite demasiado, es que centrarse en ese tema, sea empobrecer la propuesta. Lo que no me parece adecuado es el término “empobrecer”. Si entiende que limita la comprensión más amplia de la realidad de la mujer en la Iglesia, tal vez podría plantearse. Pero en realidad, dudo que signifique eso. Por la reticencia a hablar del tema, o por el miedo a abordarlo o por el interés de evadirlo, me parece que este término no es apropiado. Explicitar dentro del amplio campo de la situación de la mujer en la Iglesia, el de los ministerios ordenados, es afrontar el tema más delicado y difícil de superar para reparar integralmente la exclusión que las mujeres han sufrido por siglos. Por tanto, no creo que lo empobrezca, lo conduce a un tema fundamental que tarde o temprano ha de abordarse con todas las consecuencias.

Continúa Víctor Fernández diciendo que hay que profundizar y explicar mucho mejor el lugar específico de las mujeres y su contribución propia. Aquí también me cuesta entender qué más hay que profundizar. Por el bautismo todos y todas somos partícipes de la triple dimensión profética, sacerdotal y regia de Cristo. Con lo cual ese papel subordinado que ha tenido el laicado, pero dentro de este, la mujer en la vida de la Iglesia, no tiene ninguna lógica y solo se supera, actuando en consecuencia. Si esto es igual que el tema del diaconado en el que se han nombrado dos comisiones sin ningún éxito -y teniendo ya tantos estudios serios que muestran la existencia de este en los orígenes cristianos-, realmente significa que más que avanzar, se busca evadir el tema.

La segunda dificultad de la anterior respuesta, viene de la expresión “su contribución propia”. ¿Cuál será esa contribución propia que debemos ofrecer las mujeres a la Iglesia? ¿qué es lo propio de las mujeres? Antes parecía muy claro: las mujeres se caracterizan por la ternura, la intuición, la delicadeza, la sensibilidad, etc. Pero esas actitudes ya están revaluadas y cuesta mucho negar la contundencia de los hechos: varones y mujeres tienen esas y muchas más características, cada persona con sus mayores o menores énfasis, pero no por el hecho de ser mujer o varón sino por ser una persona única e irrepetible que posee las características de todo ser humano, sabiendo que sus circunstancias propias han permitido que desarrolle más unas que otras.

Podemos hacer la pregunta, al contrario: ¿Cuál es la contribución propia de los varones? ¿por qué no se dice de ellos que deben encontrar su propio lugar? ¿Por qué no se ha escrito una carta para los varones para definirlos y explicitar el valor propio que los dignifica, como se repite tanto para las mujeres? No existe un colectivo “mujeres” que pueda aportar algo propio, ni existe un colectivo “varones” que pueda apropiar algo propio. Existen personas, varones y mujeres, con sus características propias -como ya lo dijimos- llamadas a enriquecer la comunidad eclesial.

Podemos hacer la pregunta, al contrario: ¿Cuál es la contribución propia de los varones? ¿por qué no se dice de ellos que deben encontrar su propio lugar? ¿Por qué no se ha escrito una carta para los varones para definirlos y explicitar el valor propio que los dignifica, como se repite tanto para las mujeres?

Víctor Fernández finaliza diciendo que, si cualquier reflexión no tiene consecuencias prácticas, si no se trata de la cuestión del poder en la Iglesia, si no se concede a las mujeres más espacios donde ellas tengan mayor incidencia, esta reflexión será insatisfactoria. Y ¡tiene toda la razón! Y justamente este es el punto en el que estamos: mientras no se deje de justificaciones para no abrir las puertas de la Iglesia a la participación plena de las mujeres en ella, podremos hacer muchos discursos, alegrarnos por los pequeños espacios que se abren, tal vez no hablar tanto del tema para no incomodar a los que no quieren escuchar esta continua demanda, contentarnos con los lentos cambios que se dan con respecto a las mujeres, seguirá esta real y cierta insatisfacción de las mujeres frente a la Institución eclesial, insatisfacción que algunas seguimos expresando pero manteniendo la esperanza de que las realidades cambien pero que, muchas otras, ya no están dispuestas a esperar sino que se van alejando, más y más, explícita o implícitamente, de la institución eclesial. Que la historia es lenta y los cambios difíciles, nadie lo duda, pero que hay que acelerar el paso por fidelidad al evangelio, sería la opción correcta para evitar este envejecimiento de la Iglesia donde ya las/os jóvenes no tiene casi ningún interés de involucrarse.

(Foto tomada de: http://iglesiametodistaarroyito.blogspot.com/2012/02/devocional-del-grupo-de-mujeres.html)

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Francisco: “Dorothy Day nos confirma que la Iglesia crece por atracción, no por proselitismo”

Miércoles, 6 de septiembre de 2023

medium_2023-08-20-c04020f863Prefacio de la autobiografía ‘Encontré a Dios a través de sus pobres. Del ateísmo a la fe: mi camino interior

“Una mujer libre, Dorothy Day, capaz de no esconder lo que no teme definir “¡errores de los eclesiásticos!”, pero que admite que la Iglesia tiene que ver directamente con Dios, porque es suya, no nuestra, la ha querido Él, no nosotros, es su instrumento, no algo de lo que podamos servirnos”

“Creyentes y no creyentes son aliados en la promoción de la dignidad de toda persona cuando aman y sirven al más abandonado de los seres humanos”

La vida de Dorothy Day, tal como ella nos la cuenta en estas páginas, es una de las posibles confirmaciones de lo que el Papa Benedicto XVI ya ha sostenido con vigor y que yo mismo he recordado en varias ocasiones: “La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo”. El modo en que Dorothy Day cuenta su acercamiento a la fe cristiana atestigua que no son los esfuerzos humanos ni las estratagemas los que acercan a las personas a Dios, sino la gracia que brota de la caridad, la belleza que brota del testimonio, el amor que se convierte en hechos concretos.

Toda la historia de Dorothy Day, esta mujer estadounidense comprometida toda su vida con la justicia social y los derechos de las personas, especialmente de los pobres, los trabajadores explotados y los marginados por la sociedad, declarada Sierva de Dios en el año 2000, es un testimonio de lo que ya afirmaba el Apóstol Santiago en su Carta: “Pruébame tu fe sin obras, y yo te probaré por las obras mi fe” (2,18).

Quisiera destacar tres elementos que emergen de las páginas autobiográficas de Dorothy Day como valiosas lecciones para todos en nuestro tiempo: la inquietud, la Iglesia, el servicio.

imagesDorothy es una mujer inquieta: cuando vive su camino de adhesión al cristianismo es joven, aún no ha cumplido los treinta, hace tiempo que ha abandonado la práctica religiosa, que le había parecido, como señala su hermano, a quien dedica este libro, algo “morboso”. En cambio, creciendo en su propia búsqueda espiritual, llega a considerar la fe y a Dios no como un “parche“, por utilizar una famosa definición del teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer, sino como lo que realmente debería ser, es decir, la plenitud de la vida y la meta de la propia búsqueda de la felicidad. Dorothy Day escribe: “La mayoría de las veces los destellos de Dios me llegaban cuando estaba sola. Mis detractores no pueden decir que fue el miedo a la soledad y al dolor lo que me hizo volverme hacia Él. Fue en esos pocos años en los que estaba sola y rebosante de alegría cuando le encontré. Finalmente le encontré a través de la alegría y el agradecimiento, no a través del dolor”.

Aquí, Dorothy Day nos enseña que Dios no es un mero instrumento de consuelo o de alienación para el hombre en la amargura de sus días, sino que colma en abundancia nuestro deseo de alegría y realización. El Señor anhela corazones inquietos, no almas burguesas que se contentan con lo existente. Y Dios no quita nada al hombre y a la mujer de todos los tiempos, ¡sólo da el céntuplo! Jesús no vino a proclamar que la bondad de Dios constituye un sustituto del ser hombre, nos dio en cambio el fuego del amor divino que lleva a cumplimiento todo lo bello, verdadero y justo que habita en el corazón de cada persona. Leer estas páginas de Dorothy Day y seguir su itinerario religioso se convierte en una aventura que hace bien al corazón y puede enseñarnos mucho para mantener viva en nosotros una imagen verdadera de Dios.

20526068_838079009702626_4461301964745255976_nDorothy Day, en segundo lugar, reservó hermosas palabras para la Iglesia católica, que a ella, procedente y perteneciente al mundo del empeño social y sindical, a menudo le parecía estar del lado de los ricos y de los terratenientes, no pocas veces insensibles a las exigencias de esa verdadera justicia social e concreta igualdad en la que -nos recuerda la misma Day- son ricas tantas páginas del Antiguo Testamento. A medida que crecía su adhesión a las verdades de fe, también lo hacía su consideración de la naturaleza divina de la Iglesia católica. No con una mirada de fideísmo acrítico, casi de defensa de oficio de su propio nuevo “hogar” espiritual, sino con una actitud honesta e iluminada, que sabía discernir en la vida misma de la Iglesia un elemento de  irreductible vínculo con el misterio, más allá de las muchas y repetidas caídas de sus miembros.

Dorothy Day señala: ‘Los mismos ataques dirigidos contra la Iglesia me demostraron su divinidad. Sólo una institución divina podría haber sobrevivido a la traición de Judas, a la negación de Pedro, a los pecados de los muchos que profesaban su fe, que deberían haber cuidado de sus pobres’. Y, en otro pasaje del texto, afirma: “Siempre he pensado que las fragilidades humanas, los pecados y la ignorancia de quienes han ocupado altos cargos a lo largo de la historia no han hecho sino demostrar que la Iglesia debe ser divina para perdurar a través de los tiempos. Yo no habría culpado a la Iglesia de lo que consideraba errores de los clérigos”.

¡Qué maravilla oír tales palabras de una gran testigo de la fe, de caridad y de esperanza en el siglo XX, el siglo en que la Iglesia fue objeto de críticas, aversiones y abandonos! Una mujer libre, Dorothy Day, capaz de no esconder lo que no teme definir “¡errores de los eclesiásticos!”, pero que admite que la Iglesia tiene que ver directamente con Dios, porque es suya, no nuestra, la ha querido Él, no nosotros, es su instrumento, no algo de lo que podamos servirnos. Esta es la vocación y la identidad de la Iglesia: una realidad divina, no humana, que nos lleva a Dios y con la cual Dios puede llegar a nosotros.

Por último, el servicio. Dorothy Day ha servido a los demás toda su vida. Incluso antes de llegar a la fe de forma completa. Y este ponerse a disposición, a través de su trabajo como periodista y activista, se convirtió en una especie de “autopista” con la que Dios tocó su corazón. Y es ella misma quien recuerda al lector cómo la lucha por la justicia es una de las formas en las que, incluso sin saberlo, cada persona puede hacer realidad el sueño de Dios de una humanidad reconciliada, en la que la fragancia del amor supere el nauseabundo olor del egoísmo. Las palabras de Dorothy Day son muy esclarecedoras al respecto: “El amor humano en su máxima expresión, desinteresado, luminoso, que ilumina nuestros días, nos permite vislumbrar el amor de Dios por el hombre. El amor es lo mejor que nos es dado conocer en esta vida”. Esto nos enseña algo verdaderamente instructivo incluso hoy: creyentes y no creyentes son aliados en la promoción de la dignidad de toda persona cuando aman y sirven al más abandonado de los seres humanos.

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Cuando Dorothy Day escribe que el lema de los movimientos sociales para los trabajadores de su tiempo era “problema de uno, problema de todos”, me ha recordado una famosa frase que Don Lorenzo Milani, el sacerdote de Barbiana cuyo centenario de nacimiento se conmemora este año, hace decir al protagonista de Carta a una profesora: “He aprendido que el problema de los demás es el mismo que el mío. Salir de él todos juntos es política. Salir de él solo es avaricia’. Por tanto, el servicio debe convertirse en política: es decir, en opciones concretas para que prevalezca la justicia y se salvaguarde la dignidad de cada persona. Dorothy Day, a quien quise recordar en mi discurso al Congreso de los Estados Unidos durante mi viaje apostólico de 2015, es un estímulo y un ejemplo para nosotros en este arduo pero fascinante camino.

© 2023 – Dicasterio para la Comunicación – Libreria Editrice Vaticana

Fuente Religión Digital

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En esta barca.

Lunes, 14 de agosto de 2023

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Muchos dicen que en esta barca
vamos, más que nunca, a la deriva;
que es muy antigua y nada atractiva,
que ha perdido seguridad y rumbo,
que hace aguas por todas las esquinas
a pesar de sus arreglos y proclamas;
y que sus timoneles desconciertan
a quienes se acercan con fe y ganas.

Dicen que sólo ofrece palabras;
que coarta la libertad y la gracia;
que ata, en nombre de Dios, la esperanza
anunciándose servidora humana;
y que se cree tan verdadera y necesaria
que las personas honestas y sanas
acaban dejando que pase,

Y aunque se pase las noches bregando
no pesca nada en las aguas que surca
ni puede compartir con otras barcas
las fatigas y gozos de las grandes redadas.
Lo único que le queda en esta travesía,
antes de quedar varada en la orilla,
es remar mar adentro y echar las redes
siguiendo tu consejo y palabra.

Y, sin embargo, esta barca,
tan llena de miserias, tan humana,
tan poco atractiva y desfasada,
a la que ya pocos miran
y es objeto de risas y chanzas,
es la que me llevó por el mar de Galilea
y me enseñó a no temer tormentas
y a descubrirte, sereno, en la popa.

Esta barca a la que Tú te subiste,
para hacerme compañía y prometerme
ser pescador y entrar en tu cuadrilla,
todavía recibe ráfagas de brisa y vida
y es, aunque no lo comprenda,
mi casa, mi hogar, mi familia
para andar por los mares de la vida
a ritmo y sin hundirme, con la esperanza florecida.

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

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***

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Una iglesia sinodal debe abandonar las ideas colonizadoras de género y sexualidad, escribe un católico gay

Sábado, 12 de agosto de 2023

IzengabeaMuchas de las conversaciones y esperanzas para la asamblea mundial del Sínodo sobre la Sinodalidad en Roma este octubre se han centrado en lo que se ganará a medida que la Iglesia Católica se convierta más en una institución sinodal. Pero un católico gay señala que si la iglesia quiere avanzar hacia la visión sinodal del Papa Francisco, también tendrá que dejar de lado algunas ideas arraigadas.

En el National Catholic Reporter, Donny Mioskowski Cámara identifica “tres suposiciones tácitas que impiden que la iglesia nos transmita fielmente el mensaje liberador y dador de vida de Dios a través de las enseñanzas y la vida de Jesús… el poder como dominación, la superioridad de la élite de Europa occidental cultura y las normas del heteropatriarcado”, la idea de que los hombres heterosexuales y cisgénero dominan una jerarquía social.

Cámara recurre a la teología de la liberación brasileña para trazar un contraste entre el poder que domina y el ejercicio del poder de Jesús como amor y servicio. Como católico filipino-estadounidense gay, es muy consciente de la opresión que los conquistadores españoles impusieron a sus antepasados, quienes “usaron una violencia tremenda para imponer una sociedad estructurada por la dominación en todos los niveles”.

Al igual que la visión de una iglesia sinodal donde una comunidad diversa de voces discierne en conjunto, la Filipinas prehispánica abarcaba numerosas culturas, estructuras sociales, idiomas y prácticas religiosas en todas las islas, señala Cámara. Para conquistar con éxito la región, los españoles necesitaban homogeneidad y, por lo tanto, impusieron su propia cultura de Europa occidental, incluido “un sistema de género y normas de prácticas sexuales que se conoce como heteropatriarcado”, que ahora está “profundamente arraigado en la cultura filipina contemporánea”.

Cámara describe a los babaylan, líderes espirituales que encarnaban tanto al hombre como a la mujer y vestían ropas de mujer. Bajo el dominio colonial, los babaylans fueron reprimidos e incluso asesinados. Se venció cualquier práctica de género o sexual fuera de las normas europeas, un legado que aún sustenta la experiencia de Cámara y otros católicos filipinos en la actualidad. Señala:

“Las prácticas sexuales heteronormativas no existían en las Filipinas precoloniales. Las personas tenían relaciones sexuales y emocionales con personas de todos los géneros, y las relaciones entre sexos diferentes no se consideraban superiores a las relaciones entre personas del mismo sexo. No existía el concepto de personas ‘heterosexuales’ y ‘gays’ o ‘cis’ y ‘trans'”.

Pasar a una iglesia sinodal requiere nombrar estas tendencias destructivas para elegir “un símbolo de auténtica liberación y libertad, y no de la adhesión homogénea de todos a un sistema cerrado y centralista que tiende a descalificar a quienes se apartan de él”. En resumen, el modelo es el ejemplo de la vida y la enseñanza de Jesús arraigadas en el amor mutuo exactamente como son en lugar de cuán bien se adhieren a un estándar impuesto por aquellos que intentan dominar. Cámara escribe:

“Si la iglesia se incultura a sí misma de muchas maneras diversas, entonces ya no habrá una sola forma de hablar de lo Divino, una sola forma de orar juntos en comunidad, una sola forma de estructurar familias y una sola forma de vivir una vida sexual . Sin embargo, la verdadera unidad en toda esta diversidad será el amor”.

El Sínodo sobre sinodalidad en curso es, de hecho, una gran oportunidad para que la iglesia afloje su control sobre la dominación, el heteropatriarcado y el sesgo hacia las normas europeas blancas. Que las esperanzas y la visión de Cámara nos revitalicen hacia el llamado evangélico de liberación para todos los pueblos.

—Angela Howard McParland (ella/ella), New Ways Ministry, 1 de agosto de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“Preocupación por las víctimas en la sociedad y en la Iglesia “, por Leonardo Boff

Viernes, 11 de agosto de 2023

inmigrantes_2521557820_16357900_660x371Millones de personas en el mundo son víctimas de discriminación, desprecio y odio

Estamos viviendo a nivel mundial y nacional una extraña paradoja. Por una parte constatamos, como en ningún periodo histórico anterior, una creciente preocupación por las víctimas de crímenes cometidos personal o colectivamente. Por otro lado, verificamos una clamorosa indiferencia hacia las víctimas, ya sean de crímenes de feminicidio sobreviviente, o de conflictos de alta letalidad y hacia los millones de refugiados e inmigrantes

Esta preocupación por las víctimas adquirió resonancia mundial, cuando la Iglesia Católica (pero también otras iglesias), tras mucha vacilación despertó a la exigencia ética y moral de oír a las víctimas y compensar el daño psicológico y espiritual causado. Al principio no era así. Un decreto de autoridades del Vaticano exigía, bajo pena canónica, que los sacerdotes pederastas no fuesen denunciados a las autoridades civiles.

Fue necesario que interviniesen los papas, especialmente el Papa Francisco para dar centralidad a las víctimas de los abusos sexuales. Él se reunió con muchas de ellas.  Varias veces pidió perdón en nombre de toda Iglesia por los crímenes cometidos

Estamos viviendo a nivel mundial y nacional una extraña paradoja. Por una parte constatamos, como en ningún periodo histórico anterior, una creciente preocupación por las víctimas de crímenes cometidos personal o colectivamente. Por otro lado, verificamos una clamorosa indiferencia hacia las víctimas, ya sean de crímenes de feminicidio sobreviviente, o de conflictos de alta letalidad y hacia los millones de refugiados e inmigrantes, que buscan huir de guerras o del hambre, principalmente en Europa y en Estados Unidos. Estos últimos especialmente son los más rechazados.

 En 1985 la ONU publicó la “Declaración sobre los principios fundamentales de justicia para las víctimas de delitos y del abuso de poder”. Fue un paso decisivo en defensa de las víctimas siempre olvidadas por la justicia en regímenes autoritarios o en democracias de baja intensidad, controladas por los poderosos, principales causantes de víctimas.

Curiosamente en Brasil, la visión de los derechos humanos concernía prioritariamente a la defensa de los autores de los delitos, cuando su preocupación central fue siempre la protección de la dignidad de toda persona humana, de sus derechos en todas sus dimensiones.

Un cierto giro jurídico en Brasil

A pesar de haber en Brasil, por lo general, un déficit normativo acerca del incentivo a los derechos de las víctimas, cabe constatar que en el Derecho Penal Contemporáneo esta preocupación ha adquirido últimamente cierta importancia. Se introdujeron   modificaciones en el Código del Proceso Penal determinando como requisito para la fijación de sentencia criminal por parte del juez, los daños por el crimen realizado. El juez impone indemnizaciones y la obligación al condenado de resarcir a la víctima.

En suma, hay que enfatizar cierto giro jurídico: antes la responsabilidad civil se centraba en el criminal, ahora se vuelve hacia la víctima y la compensación del daño sufrido por esta: “de una deuda de responsabilidad se ha pasado a una reparación de indemnización”.

Victimas-Shame_2574052591_16617334_667x375‘Shame’, una exposición sobre las víctimas

Esta preocupación por las víctimas adquirió resonancia mundial, cuando la Iglesia Católica (pero también otras iglesias), tras mucha vacilación despertó a la exigencia ética y moral de oír a las víctimas y compensar el daño psicológico y espiritual causado. Al principio no era así. Un decreto de autoridades del Vaticano exigía, bajo pena canónica, que los sacerdotes pederastas no fuesen denunciados a las autoridades civiles.

“Todo quedaba ocultado dentro del mundo eclesial. Al pedófilo se le transfería a otra parroquia o diócesis, sin tener en cuenta que también allí continuaban los abusos”

Todo quedaba ocultado dentro del mundo eclesial. Al pedófilo se le transfería a otra parroquia o diócesis, sin tener en cuenta que también allí continuaban los abusos. Este vicio afectaba a sacerdotes, obispos y hasta cardenales. Se alegaba que el silencio (nada obsequioso) era para no desmoralizar a la institución Iglesia universal, y preservar su buen nombre como la guardiana de la moralidad y de los valores occidentales.

Esto nos remite al farisaísmo, tan combatido por el Jesús histórico, ya que los fariseos predicaban una cosa y vivían otra, dándose por piadosos (Lucas 11,45-46). Ese fariseísmo prevaleció un buen tiempo en el interior de la Iglesia Católica.

Versión moralista

La versión predominante de las autoridades vaticanas era moralista: la pedofilia se juzgaba como un pecado; bastaba confesarlo y todo quedaba resuelto. Pero encubierto. Doble error fatal: no era solo un pecado; era un crimen horrendo y vergonzoso. El tribunal adecuado para juzgar tal crimen no era el derecho canónico sino la justicia civil del Estado. Así que sacerdotes, obispos y hasta cardenales tuvieron que enfrentarse a tribunales civiles, reconocer el delito y someterse a la pena. Para otros, el propio Papa se anticipaba y mandaba a un cardenal pedófilo a un convento para que, recogido, se redimiese de sus crímenes.

El segundo error fatal: solo se tenía en cuenta al eclesiástico pederasta. Pocos pensaban en las víctimas. Inicialmente así era como se trataba el problema de la pedofilia, inclusive dentro de la Curia Romana.

Fue necesario que interviniesen los papas, especialmente el Papa Francisco para dar centralidad a las víctimas de los abusos sexuales. Él se reunió con muchas de ellas.  Varias veces pidió perdón en nombre de toda Iglesia por los crímenes cometidos. Ha habido diócesis en Estados Unidos que casi fueron a la quiebra por las indemnizaciones que tuvieron que pagar a las víctimas, impuestas por los tribunales civiles.

Prácticamente en todos los países y diócesis se ha investigado a clérigos pedófilos, algunas de forma dramática como en el caso de Chile que ocasionó la renuncia de gran parte del episcopado. No menos dramática fue la investigación en Alemania, involucrando al Papa Benedicto XVI, en el tiempo en que era cardenal-arzobispo de Múnich. Tuvo que admitir delante de un tribunal civil haber sido indulgente con un sacerdote pederasta, transfiriéndolo simplemente a otra parroquia.

Escisión en la mente de las víctimas

Lo grave de los abusos sexuales por parte de personas del clero es la profunda escisión que crea en la mente de las víctimas. Por su naturaleza, un clérigo está rodeado de respeto por ser portador de lo sagrado y, eventualmente, es considerado como representante de Dios. Mediante el abuso criminal se rompe espiritualmente el camino de la víctima a Dios. ¿Cómo se puede pensar y amar a un Dios cuyo representante comete esos crímenes? Ese daño espiritual, además del psicológico, está poco señalado en los análisis que se han hecho y se hacen.

Acto-reconocimiento-victimas-catolica-Navarra_2479262072_16166597_667x375Acto de reconocimiento a víctimas abusos en la Iglesia católica en Navarra

Millones y millones de personas en todo el mundo son víctimas de discriminación, desprecio, odio y hasta de muerte por el color de su piel, por ser de otra creencia o de otra ideología política, de otra opción sexual o simplemente por ser pobres. Fueron los países europeos cristianizados los que hicieron más víctimas con la Inquisición, con guerras de 100 millones de muertos. Fueron ellos quienes comercializaban con personas arrancadas de África y las vendían como esclavas en las Américas y otras partes. Impusieron a sangre y fuego el colonialismo, el capitalismo depredador, el uso sistemático de la violencia para imponer en el mundo sus supuestos valores cristianos.

Desde el justo Abel hasta el último elegido, las víctimas tendrán el derecho de gritar hasta el juicio final contra las injusticias que les han sido impuestas. En el lenguaje de una víctima indígena del siglo XVI, refiriéndose a los brutales colonizadores: “ellos fueron el anticristo sobre la tierra, el tigre de los pueblos, el chupador del indio”. Habrá un día en que toda la verdad saldrá a la luz, a pesar de que en el tiempo presente, en las palabras de San Pablo “la verdad está aprisionada por la injusticia” (Romanos 1,18). Pero la verdad y no la violencia creadora de víctimas, escribirá la última palabra del libro de la historia.

*Leonardo Boff ha escrito Teología del cautiverio y de la liberación, Ed. San Pablo 1985.

Traducción de María José Gavito Milano

Fuente Religión Digital

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¿Actualizar la Iglesia católica? SÍ. Pero ¿en qué y hasta dónde?

Martes, 8 de agosto de 2023

Actualizar-Iglesia-catolica-SIPero_2575552421_16622330_660x371Teología para una Iglesia en salida

Reflexiones tras el XIII Coloquio Abierto del Foro “Curas de Madrid y Más”

Relato del “Porqué” y del “cómo” del XII y XIII Coloquio del Foro “Curas de Madrid y Más”, respuesta indirecta a la “Carta abierta” de José María Vigil al Foro hablando sobre ellos

05.07.2023 | Jesús María López Sotillo

El pasado día 19 de junio celebramos el XIII Coloquio Abierto del Foro “Curas de Madrid y Más”. Unas horas antes del inicio del acto, el teólogo José María Vigil dirigió a nuestro Foro una carta abierta, publicada en Religión Digital, comentando la información sobre el mismo que daba este medio. A título personal, pero con el conocimiento del asunto que me proporciona ser miembro de la Comisión Permanente del Foro, contesto a la carta mencionada, al tiempo que doy cuenta del “porqué” y del “cómo” de nuestro coloquio del día 19 de junio y, también, del “porqué” y “cómo” del que celebramos el día 27 de febrero, ya que a ambos se refiere Vigil en su escrito.

Debo empezar manifestando a José María Vigil la gratitud de los miembros del Foro y, expresamente, la mía propia, por habernos dedicado tiempo, pensamiento y palabras. Los dos coloquios que comenta, pese a que, curiosamente, han resultado ser los menos concurridos de la serie, han sido también los que han abordado problemas teológicos más complejos y difíciles de plantear y de resolver. Quisiera que estas palabras mías sirvieran para mostrar lo cierto de esta afirmación.

En el que celebramos el  27 de febrero la pregunta en torno a la que intercambiamos puntos de vista fue “¿Tiene la Iglesia libertad para actualizarse?”. En el del día 19 de junio  la cuestión a debatir ha sido “¿Se puede ser hoy a la vez fieles al Evangelio y a los signos de los tiempos?”. Al proponer sendos diálogos en torno a ambas cuestiones el objetivo era suscitar un debate sobre asuntos teológicos que en los lejanísimos tiempos del Concilio Vaticano II suscitaban enorme interés en millones de personas, dentro y fuera de la Iglesia Católica. Hoy muchas personas desconocen qué asuntos eran aquellos. Y otras no tienen interés alguno en dedicarles ni un segundo de su tiempo o de su pensamiento.

Son asuntos que tienen que ver con los numerosos y profundos cambios que la Iglesia Católica, para actualizarse, debería introducir en su doctrina teológica y moral, en su liturgia, en su estructura organizativa y en su articulación canónica de todo ello. A finales de los años cincuenta y durante los años 60 y 70 del siglo pasado, gracias a la convocatoria y a la celebración del Concilio Vaticano II, esos asuntos eran conocidos. Y se hablaba de ellos con claridad. Y había esperanza de que los cambios se produjeran. Y se trabajó mucho para que tal cosa acabara pasando. El adjetivo “nuevo” o “nueva” acompañaba a casi todos los ámbitos de la teoría y de la práctica del catolicismo: Nueva liturgia, Nueva Historia de la Iglesia, Nueva lectura de los textos bíblicos, Nueva moral… Y ese adjetivo era sustituido con frecuencia por el sustantivo “secularización”: Secularización de la liturgia, Secularización de la Acción caritativa, Secularización de la Teología, Secularización de la moral… Pero la llegada en 1978 del cardenal Karol Józef Wojtyła a la sede pontificia trajo consigo el empeño de acabar sin contemplaciones y hasta de forma cruenta con ese afán renovador y secularizador. Y, poco a poco, Juan Pablo II, el nuevo papa, y el cardenal Joseph Ratzinger, luego Benedicto XVI, prefecto desde 1981 de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo consiguieron. Y, a la vez, el joven papa no dejaba de proclamar que era necesario emprender y llevar a cabo con éxito una “nueva evangelización de Europa”, llamada a culminar con una nueva evangelización del resto del planeta. Aunque, pese al nombre, pronto se vio que no era para enseñar nada nuevo, sino para enseñar y asentar de nuevo la antigua doctrina preconciliar de la Iglesia.

Fruto de este exitoso empeño cercenador, a día de hoy es muy reducido el número de personas que guarda memoria viva de las ilusiones que despertó el Vaticano II. Su edad es avanzada. Y les pesa el cansancio acumulado en muchos años de lucha por materializar aquellos sueños de antaño sin obtener apenas éxito alguno. A la sociedad en general ya le da igual que la Iglesia cambie o no cambie. Bastantes católicos piensan que está bien cómo está. Muchos otros, por su parte, creen que los cambios a introducir están relacionados fundamentalmente con la moral individual o institucional. Y no entienden por qué la jerarquía eclesiástica no accede a ello. No entienden por qué no acepta la democratización de órganos de gobierno eclesial. No entienden por qué no acepta el celibato  opcional de los clérigos o la ordenación sacerdotal de las mujeres o una liturgia menos ritualista y más participativa y encarnada en la vida, o el divorcio o los anticonceptivos o la desculpabilización de la homosexualidad o la reproducción asistida o el aborto o la eutanasia. Ese tipo de cuestiones es el que aparece con frecuencia en las respuestas a los cuestionarios preparatorios del Sínodo de la Sinodalidad.

Ese era el objetivo de nuestro XII Coloquio abierto: sacar a relucir que lo que frena los cambios en la Iglesia, no sólo los de tipo moral, sino también y sobre todo los de tipo teológico, litúrgico, institucional y canónicos

Sabiendo que ese es el clima que reina en la Sociedad y en la Iglesia Católica, está justificada la pregunta “¿Tiene la Iglesia libertad para actualizarse?”. Muchos católicos conservadores dicen “NO”. Pero la mayoría contesta “SÍ”, y, como acabamos de señalar, no entiende por qué la Jerarquía se niega a ello. Desconoce que detrás hay razones teológicas que el papa y el resto de los obispos esgrimen como justificadoras de su cerrazón. La mayoría no cae en la cuenta de que esas razones “teológicas” son las que hay que poner en cuestión. La mayoría no comprende que hay que confrontándolas con otras razones que justifican pedir y promover los cambios demandados. En los tiempos conciliares y durante los primeros años del postconcilio todo esto sí se sabía. Ahora hay que volver a enseñarlo. Hay que volver a comprenderlo. Ese era el objetivo de nuestro XII Coloquio abierto: sacar a relucir que lo que frena los cambios en la Iglesia, no sólo los de tipo moral, sino también y sobre todo los de tipo teológico, litúrgico, institucional y canónicos, es la aceptación de que existe un conjunto de enseñanzas inmutables, porque son palabra divina revelada o que se sustenta en ella y la desarrolla.

El Concilio Vaticano II abordó este problema desde sus inicios. Finalmente volvió a proclamar como verdad cierta que la Revelación divina existe y que el contenido de la misma es en concreto el que la Iglesia, mediante su Magisterio, designa como tal. Pero instó a estudiar en profundidad los textos bíblicos, la “Palabra de Dios” por antonomasia, para conocer y comprender cuál es exactamente la palabra divina que contienen y transmiten. Y, además, frente a la tesis protestante, reafirmó la doctrina del Concilio de Trento de que mediante su Tradición y su Magisterio, la Iglesia, sus obispos, pueden interpretar y desarrollar el contenido de la palabra revelada. E instó a estar atentos a lo que dio en llamar “los signos de los tiempos”, pues pueden contener como un susurro divino, que, sin ponerla en cuestión, justifique nuevas interpretaciones o desarrollos de la Palabra revelada. Es una solución de consenso que sirvió para que el 18 de noviembre de 1965, recibiera el voto casi unánime de los padre conciliares y fuera promulgada por Pablo VI, la Constitución Dogmática “Dei verbum”. Habían pasado más de tres años desde que empezó a debatirse, y quedaban solo dos semanas para la clausura del Concilio.

Tomando esa vía de escape, que hoy nos parece muy estrecha, fue posible entonces llevar a cabo un cierto aggiornamento de la Iglesia, una cierta actualización. Pero inmediatamente se abrió otro debate. Tuvo inmerso en él a los padres conciliares y a sus asesores teológicos durante las cuatro sesiones del Concilio y entre los espacios intermedios. Y no hizo más que incrementarse en los primero años del postconcilio: ¿Actualización? SÍ. Pero ¿en qué y hasta dónde? Los documentos conciliares son un testimonio patente de los equilibrios, a veces totalmente forzados, a los que llegaron los padres conciliares en torno a los diferentes asuntos que fueron objeto de actualización. En nuestro XIII Coloquio abierto nos planteamos ese mismo problema. Aunque lo planteamos con otro tipo de pregunta, “¿Se puede ser hoy a la vez fieles al Evangelio y a los signos de los tiempos?

Hay muchos católicos que consideran que la fidelidad no debe ponerse ni en uno ni en otro extremo, ni en “el Evangelio” ni en el supuesto susurro divino que puedan contener “los signos de los tiempos”, sino en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, proclamados solemnemente y principalmente en los Concilios ecuménicos del siglo IV, en el Concilio de Trento y en el Concilio Vaticano I. Pero entre los católicos que consideran que la Iglesia tiene libertad para actualizarse y que hay motivos bien fundados para hacerlo las posiciones sobre el “en qué” y en el “hasta dónde” son diversas y hasta contrapuestas. En la Introducción al Coloquio pusimos sobre la mesa, para dialogar sobre ellas, tres de dichas posiciones. Primero, la que defienden José María Vigil y el resto de autores del libro “Después de Dios. Otro modelo es posible”. Luego, la que ha defendido el profesor José María Castillo en muchos de sus libros, de la que ofrece una síntesis contundente en el último de ellos, “Declive de la Religión. Futuro del Evangelio”. Y, en tercer lugar, la que practican, por ejemplo, Javi Baeza y la comunidad de San Carlos Borromeo. En el curso del diálogo salió a relucir otra más, de la que luego hablaré.

José Manuel Vigil, autor de la Carta abierta al Foro, y el resto del grupo de teólogos y pensadores espirituales al que pertenece se sitúan claramente entre quienes piensan que hoy ya no es posible mantener de forma simultánea las dos fidelidades, al Evangelio y a los Signos de los tiempos, a los que ellos designan con otro nombre. Piensan y enseñan que la fidelidad a lo que hoy en día nos enseñan sobre el universo y sobre el ser humano las ciencias físicas y biológicas lleva a romper con buena parte de la doctrina eclesial, incluida la que encontramos en lo que Castillo llama “El Evangelio” o, dicho más precisamente, en la que encontramos en los escritos neotestamentarios. Hay que hacer emerger, piensan y enseñan, “otro modelo” de espiritualidad. Ha de ser un modelo en el que no tiene cabida, entre otras imágenes, la figura de un Dios personal y providente, pero en el que, curiosamente, se ha de mantener como un pilar fundamental la preocupación por los más necesitados, aunque las ciencias positivas no puedan decir nada definitivo al respecto. Pero eso sí, desprovista de las fundamentaciones y de las motivaciones mitológicas que, a su juicio, ofrecen los relatos bíblicos.

José María Castillo está en el polo contrario. En 2021 hizo en Religión Digital un comentario crítico al libro “Después de Dios. Otro modelo es posible”. A los autores les pareció infundado y ofensivo. Y dos de ellos, José Arregui y José María Vigil le respondieron públicamente en ese mismo medio. José María Castillo solo admite la fidelidad a lo que él, en singular, llama “el Evangelio”, no a la Tradición ni al Magisterio posteriores ni tampoco a los Signos de los tiempos actuales. Fidelidad única y exclusivamente a  los orígenes del cristianismo. Fidelidad a la palabra viva que fue y que transmitió Jesús de Nazaret. Una palabra opuesta por completo a la religión judía de su tiempo y, en general, a cualquier tipo de religión institucionalizada y regida por clérigos. Una palabra que induce a una vivencia de la fe sin ritos ni obligaciones religiosas inventadas por la clase sacerdotal para dotarse de poder y autoridad y acumular dinero. Fidelidad únicamente a la fe en Dios, en el Dios del que Jesús es “Verbo encarnado”, y al amor al prójimo, para aliviar en cada tiempo y lugar sus padecimientos. Todo lo que dentro de la Iglesia se salga de ahí debe ser desmontado.

El querido y admirado Javi Baeza y su asombrosa comunidad de San Carlos Borromeo huyen de los debates teológicos. Tanto si son del estilo del que suscitan los autores de la obra “Después de Dios. Otro modelo es posible” como si son del estilo del que abre la obra “Declive de la Religión. Futuro del Evangelio”. Y, también, por supuesto, huyen de los que suscitan quienes sostienen que por encima de todo hay que ser fieles a la Tradición y al Magisterio, tal como los conservan, transmiten e interpretan el Papa y el resto de los obispos en comunión con él. A ellos, como a muchos otros cristianos dentro de la Iglesia Católica, lo que les preocupa sobre todo es el sufrimiento de las personas, el maltrato que muchas padecen, la pobreza, el abandono, la marginación, la explotación… que menoscaban su dignidad y les hacen mucho daño. Lo que buscan por todos los medios es hacer algo para quitar o aminorar ese dolor. Y lo hacen en nombre de Dios. Seguros de que esa es su voluntad y de que les ayuda en dicha empresa. No tienen, sin embargo, interés en debatir si realmente ese Dios es el Dios del que habló Jesús o si existe realmente o si es como creen que es. Han abrazado y practican y enseñan como dadora de sentido esa fe. Y, coherentes con ella, aunque celebran liturgias, entienden que el verdadero culto a Dios es el ejercicio de la caridad y la defensa de la justicia. Sin querer enredarse en disputas teológicas o metafísicas, dirían ellos, sobre cómo fueron las cosas en los orígenes o cómo evolucionaron después o sobre qué nuevas mutaciones piden los signos de los tiempos que se lleven a cabo ahora.

Yo creo, y ésta es la otra postura que salió a relucir a lo largo del diálogo, que la Iglesia Católica, como las otras iglesias cristianas y las demás religiones vivas, confrontada con los saberes modernos, tanto de las ciencias positivas como de las ciencias históricas o filológicas, debe asumir que necesita una renovación profunda. Y considero que ha de llevarla a cabo mirando a sus orígenes, pero sin quedarse sólo en ellos, sino mirando, también, hacia lo que podemos aprender de los llamados “signos de los tiempos”. Pero, a la vez, sin prescindir por completo del resto de la historia cristiana, que se ha desarrollado entre uno y otro extremo. Creo, además, que a la hora de  transmitir todo esto se debiera hacer mostrando a quienes viven apoyados en una fe que llamaríamos tradicional que hay cierta continuidad entre dicha fe y la fe renovada que se les propone. Considero que no es necesario romper con todo, sino que algo importante se puede conservar. “El Evangelio” en singular, contrariamente a lo que da a entender José María Castillo, no ha existido nunca. Siempre, tras la muerte de Jesús, existieron diferentes modos de entender, de vivir y de transmitir la fe que él hizo suya y comenzó a esbozar con palabras y obras en su corta vida pública. El modo de articular el seguimiento de Jesús de los llamados “cristianos helenistas”, de quienes aprendió el cristianismo San Pablo, a quien tan duramente critica Castillo y de cuyas posiciones da testimonio en su Carta a los Gálatas, podría ponerse en valor. A mi juicio, permite establecer puentes entre el que pudo ser el núcleo central de la predicación de Jesús y lo que hoy demanda de nosotros la toma en consideración de lo que nos enseñan las ciencias modernas.

Son, como espero haber mostrado, cuestiones profundas y complejas las que nos planteamos en nuestros dos últimos coloquios. El debate sobre sus respuestas sigue vivo y habría de relanzarse con claridad y sin miedo.

Fuente Religión Digital

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Lo importante: ¿Ser sacerdote o ser bautizado?

Miércoles, 2 de agosto de 2023

image001-20Crítica al clericalismo

Martín Valmaseda
Madrid

ECLESALIA, 14/07/23.- Hoy los seguidores de Jesús nos damos golpes de pecho y decimos que Jesús «murió por nuestros pecados», sin leer los evangelios atentamente y ver que el «reo de muerte» condenado por los sacerdotes y el «irás a la cruz» de las fuerzas romanas de ocupación, fueron quienes lo llevaron al calvario. Seguiremos nosotros teniendo pecados, pero a cada uno lo suyo. Nuestros pecados no lo llevaron a la cruz.

Los primeros que se juntaron en memoria suya a comer como él les había dicho mientras partía el pan y repartía el vino: «hagan esto en memora mía». Siguieron haciéndolo lo primeros días de la semana, los «díes dominica», los domingos que decimos hoy. En los tres primeros siglos de los seguidores del camino de Jesús no existía la obsesión por la «misa y comunión diaria». No se confundía la calidad con la cantidad.

El seguidor del camino de Jesús no era el que asistía a muchas «fracción del pan» que era lo que hoy llamamos misa. Lo importante era lo que nos dice Jesús en evangelio de Mateo: «vengan benditos de mi padre porque tuve hambre y me dieron de comer… estaba desnudo… sin casa… emigrante…sin trabajo… cuando lo hicieron en la pobre gente lo hicieron conmigo». Pero ahí llegó el juego de magia de los cristianos que empezó en el siglo IV: Es más fácil y cómodo ir a misa todos los domingos o todos los días… que salir a la calle e informarse de la que la gente con hambre, sin techo, si trabajo, rechazada de cualquier país necesita.

Para fortalecer esa situación se inventaron los clérigos, los seminarios, los sacerdotes y obispos que en nombre del laico trabajador Jesús de Nazaret, se vistieron con trajes y gorros especiales y luego le llamaron al pobre Jesús «sumo y eterno sacerdote» ¡hala! «¿Qué habré hecho yo para que me llamen eso?», diría él.

El pobre papa Francisco ha empezado el ataque al clericalismo, pero después del tiempo que va del siglo IV al XXI, lo tiene que estar pasando muy mal para volver a las raíces del camino que planteó Jesús.

Los que somos clérigos y ahora de mayorcitos nos damos cuenta del camino que empezamos, sin sentir, cuando nos bautizaron. Ahora (¡a buenas horas!) nos convencemos de que podemos elevarnos al estado de cristianos bautizados, más importante que el de clérigos ordenados (o desordenados).

Como que tenemos que dar la vuelta a la tortilla y estar listos para servir no para ser servidos, como ese laico Jesús de Nazaret, el que empezó el camino.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedenciaPuedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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“¿Nacemos por casualidad, vivimos por inercia y morimos por accidente” (Sartre). O ponemos un principio y fundamento (S Ignacio)?

Lunes, 31 de julio de 2023

42301465-947E-4AEF-94BA-6BE54ABEC5A6Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre: 

01.- San Ignacio y su tiempo

San Ignacio vivió en el siglo XVI, siglo y tiempos recios como decía JI Tellechea en su biografía de San Ignacio. Es la época en la que comienza la modernidad (Galileo, Copérnico…) son los tiempos de Lutero, del Concilio de Trento, de San Ignacio. En la Iglesia existía una gran corrupción y se imponía una Reforma que no terminaba de llegar desde Roma.

Finalmente la Reforma se desencadena en el norte de Europa, en Alemania, promovida por Lutero, “padre” del protestantismo naciente contra el que reaccionará Roma con su Contrarreforma tridentina.

    Como fruto de la Contrarreforma (Trento) fueron surgiendo diversos movimientos e instituciones católicas con la buena finalidad de elevar un poco el nivel de una iglesia que se encontraba en una situación peor que decadente. Surgen varios movimientos sacerdotales: los jesuitas, el oratorio de sacerdotes de San Felipe de Neri (1515-1595), un poco más tarde los sacerdotes vicencianos (San Vicente de Paúl, 1576-1660), la Escuela sacerdotal francesa de San Sulpice del padre Olier ya en el siglo XVII, el movimiento sacerdotal promovido por el cardenal Bérulle (1575-1629), a su vez impulsado por San Francisco de Sales. Los jesuitas, fundados por san Ignacio (Compañía de Jesús) contribuirán también a esta reforma en la Iglesia.

02.- Principio y fundamento

    S Ignacio contribuyó a su tiempo y a la historia de la Iglesia con los “Ejercicios Espirituales”. Sobre todo la primera meditación: principio y fundamento.

Francisco Javier y toda la espiritualidad ignaciana se cimentarán en esta Roca que es Dios.

El fundamento de la existencia es Dios.

    Hoy en día vivimos en la llamada postmodernidad: después de lo moderno, después de la modernidad. Cultualmente vivimos en una gran frivolidad, superficialidad.

Han caído lo que llamábamos “grandes relatos”: el Éxodo, la libertad, incluso la justicia, la religión, etc. Y en estos tiempos que vivimos lo que nos interesa es el “relato pequeño”. A mí dame un buen sueldo a fin de mes, unas buenas vacaciones y déjame de libertad, de justicia, de idealismos, de patria, de honradez, de Dios, etc…

Podríamos aplicarnos aquello que decía JP Sartre (1905-1980) en su novela “La Náusea”: “Nacemos por casualidad, vivimos por inercia y morimos por accidente. Somos una pasión inútil“.

Nos hemos quedado sin principio ni fundamento. No tenemos cimiento, roca en la que cimentar nuestra vida. En lenguaje coloquial podríamos decir que “no tenemos fundamento” ni en la vida ni en la muerte.

    Hace unos días decía el presidente Sánchez que su pretensión (la de su gobierno) era hacer la vida más fácil. Yo creo que se trata de hacer una vida más digna, más fundamentada, mejor anclada, con criterios idealistas sanos y fuertes. Una vida blanda no vale mucho la pena.

    La vida no es un pasatiempo. Nos hará bien fundamentarla.

03.- También hoy la Iglesia necesita una gran reforma.

 El obispo de Roma: Francisco.

    Es evidente que la iglesia actual necesita una Reforma del peso y talante de la del siglo XVI.

El papa Francisco, jesuita, intenta como buenamente puede –y le dejan-  llevar adelante otra reforma con la cuestión de la sinodalidad.

Francisco podrá hacer mucho o poco. El tiempo, la historia y el bloque de cardenales, obispos, laicos y movimientos religiosos contrarios a Francisco dirán. (Es penoso el documento sobre la sinodalidad que ha sacado la Conferencia episcopal española).

Pero los gestos y símbolos de Francisco, su Magisterio  son más evangélicos: los pobres, vivir en Santa Marta y no en las estancias pontificias, la reducción de protocolos litúrgicos y políticos, “menos doctrinarismo” y mayor acercamiento a los pobres, su preocupación continua por los emigrantes, su viaje a Canadá para pedir perdón a los indios y por la pederastia, la cuestión de los homosexuales, la empatía con la laicidad del Estado, la firme voluntad de cambio, de renovación y saneamiento de la Curia, de la Iglesia. Por otra parte, no hay homilía o discurso en el que no haya una palabra del Dios de misericordia.

    Según me parece, Francisco podrá lograr poco, por lo que, quizás, habremos de quedarnos en el buen espíritu y tono vital-eclesial del papa Francisco. En mi opinión no se conseguirá mucho, pero no perdamos la memoria de que las cosas fueron y pueden ser de otro modo.

    Hoy en día, como en tiempos de San Ignacio es necesaria una Reforma en la contrarreforma que surgió después del Concilio Vaticano II, un saneamiento a fondo de tantas cuestiones eclesiásticas que no tiene nada que ver con el Evangelio de Jesús.

Como san Ignacio habremos de volver al principio y fundamento que no es el mundo eclesiástico, sino Dios.

¿Quién podrá apartarnos del amor de Dios? (Romanos 8)

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“Aunque no veamos los frutos, los caminos se van abriendo “, por Consuelo Vélez

Sábado, 29 de julio de 2023

veamos-frutos-caminos-van-abriendo_2573752600_16614517_660x371De su blog Fe y Vida:

29.06.2023 Consuelo Vélez

El pasado 15 de junio se realizó el Webinar: “Teología feminista en prosa, poesía y critica: muchas voces en concierto”, organizado por el grupo “Tras las huellas de Sofía”, en el que participaron cinco reconocidas teólogas: Judith Ress, Carmiña Navia, Isabel Gómez-Acebo; Mary E. Hunt e Ivone Gebara. Compartieron de manera testimonial algo de su recorrido personal y teológico, además de los nuevos caminos que transitan (todas coincidían en su interés actual por la literatura). Al escucharlas surgía rápidamente la admiración por todos sus logros, el agradecimiento por el camino que han abierto y que siguen abriendo, el respeto por la vida comprometida que han llevado y que respalda todas sus palabras y el deseo sincero de poder aprender más de todos sus aportes y continuar todo el legado que han sabido sembrar a lo largo de sus años.

Pero junto a todo lo anterior también quedaban interrogantes que interpelan, preocupan, duelen, comprometen. Estas fueron algunas de sus expresiones en las que más de una coincidía: “estoy cansada de escribir ensayos teológicos”; “la teología es una disciplina innecesaria porque es algo de la cabeza y quiero escribir algo que toque el corazón”; “la cosmovisión cristiana no cuaja con los nuevos desarrollos de la ciencia”; “estamos llamadas a experimentar la realidad desde el mundo de las ancestras y los ancestros”; “que sea posible dejar la propia cosmología y abrazar otras sin tener crisis”; “escribir teología pero al margen de la teología sistemática racional, más desde el sentimiento y la vivencia diaria de las mujeres”; “me encuentro en los límites de la Iglesia católica oficial con sus imaginarios patriarcales sobre Dios que no les dicen nada a las personas de este siglo XXI”; “es una etapa de más asombro o de más silencio ante el misterio”; “ya no me ubico en la teología como ciencia, con aparato científico; para mi edad ya es aburrido buscar aparatos científicos”; “tengo más preguntas que respuestas hechas”; “me molestan los feminismos radicales que son más dogmáticos que el mismo dualismo patriarcal”; “los discursos cristianos son de una inutilidad enorme, lo mismo las reglas morales y éticas que sigue formulando el clero diciendo que eso es lo que Dios quiere o no quiere, como si ellos fueran Dios”; “estamos en un tiempo histórico que ha superado la teología”; “ya nadie lee teología; en cambio, si leen novelas”. En fin, todas estas frases que casi las transcribo literalmente -aunque puede haber alguna pequeñísima variación- fueron expresándose a lo largo del webinar y es sobre las que quiero compartir algunas de las reflexiones que me suscitaron.

Estoy totalmente de acuerdo con que estamos en un nuevo momento en el que ya muchas de las tradiciones, expresiones, costumbres, visiones, definiciones, propuestas, metodologías, etc., que ostenta el cristianismo, ya no están diciendo casi nada a muchas personas, especialmente, a los/as jóvenes. Por esa misma razón la mayoría de mis escritos giran en torno a buscar actualizar la manera de comprender la revelación cristiana, de vivir la liturgia, la pastoral; insisto en entender la Sagrada Escritura -que considero ‘alma de la teología’ como afirmó Vaticano II- de una manera adecuada: dejando de lado todo literalismo para abrirnos a la pregunta hermenéutica: ¿qué quisieron decir los escritores sagrados para su tiempo y que podrían decir para el nuestro?

La reflexión sistemática busco hacerla desde las preguntas del contexto, desde la vida. Mis estudiantes conocen bien que mis clases de teología sistemática siempre están relacionadas con la vida concreta y que intento mostrar cómo aquello que se teologiza no es una teoría teórica sino una teoría que explica o sistematiza la vida para mejor entenderla y así poder recrear e impulsar nuevas prácticas en la existencia concreta. Hasta aquí, no estoy diciendo nada nuevo porque esta manera de proceder es el método latinoamericano, un método inductivo y encarnado en la realidad. Pero me atrevo a repetirlo porque ante algunas frases sobre la teología racional como innecesaria me permito disentir, al menos frente a la teología que intento hacer y que muchas personas hacen, donde se mantiene la tensión entre lo intelectual, lo afectivo, lo experiencial. Por eso no me parece adecuado generalizar así sobre la teología porque se pueden crear aprehensiones que no en todos los casos son justas. Si estas grandes teólogas no hubieran plasmado en teorías teológicas sus experiencias religiosas, ese legado no podría ser conocido más allá de su entorno inmediato, ni podría enriquecer a las generaciones siguientes. Pero es legítimo que los intereses vayan cambiando y haya nuevas dedicaciones. Pero me encantaría que no sientan cansancio ante la teología que hicieron, ni crean que es innecesaria.

Sobre vivir en los límites de la Iglesia católica oficial, va siendo la postura asumida por más personas porque a la Iglesia oficial no le interesa escuchar sus aportes, no quiere desinstalarse y, sobre todo, no quiere cambiar. Pero, al mismo tiempo diría a las teólogas, que con la riqueza que vamos teniendo desde nuestro trabajo teológico, no estamos en los límites sino en el corazón de la Iglesia, haciendo vida lo que reflexionamos, creemos, testimoniamos. El reino anunciado por Jesús no fue acogido por el centro, pero fue vivido en los límites y eso sigue vigente para el hoy. O, mejor aún, podríamos no hablar de límite ni de centro sino de lo que nadie nos puede impedir vivir, fruto de la propia coherencia con aquello que vivimos, teorizamos, practicamos.

Sobre los comentarios de las teologías feministas no me hago mucho problema porque hay tantas teologías feministas como teólogas. No tenemos por qué ser un colectivo homogéneo, como no lo han sido los teólogos de la liberación -a cada uno le respetan su teología y lo nombran individualmente-, ni tampoco las teologías renovadas europeas, con sus múltiples variantes en las que se habla de teólogos más que de colectivos. Creo que los aportes de las teólogas feministas han de individualizarse más y darle nombre propio a lo que cada una va proponiendo, sabiendo que no coinciden todas las propuestas, pero no por esto desvalorizar este horizonte de reflexión que nos ha permitido visibilizar a las mujeres en la Sagrada Escritura, en la teología, en las iglesias.

Finalmente, al final del webinar (y que me disculpen las teólogas si las interpreté mal) me hubiera gustado menos cansancio y más fuerza, menos decepción y más resistencia, menos pesimismo y más esperanza. Con esto no digo que estas teólogas no tengan todo esto y, precisamente, desde su dedicación actual a la literatura, muestran que siguen caminando con la riqueza de sus propias vidas. Pero quisiera recordar que, aunque no se vean con tanta claridad los frutos y, por eso, el cansancio surja, los caminos se van abriendo y nada de lo realizado se pierde. De hecho, como dice el evangelio de Juan: “porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador” (4, 37).

(Foto tomada de: https://losvalores.org/que-es-la-esperanza/)

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22.7.2023. Santa María Magdalena. El poder de la Mujer Histérica. El poder de la mujer “histérica”, las primeras mujeres cristianas y las mujeres de la Iglesia

Sábado, 22 de julio de 2023

268“Entre los círculos cristianos se mantuvo por largo tiempo la memoria de María como seguidora de Jesús”

Se celebra hoy la fiesta de María Magdalena, y quiero recordar en este día su  “historia” y figura, partiendo de un libro  M. Y. MacDonald, donde ella aparece como mujer histérica.

El libro expone la crítica  de Celso contra el cristianismo, una religión que a su juicio era falsa, por ser religión de mujeres: (a) Inspirada por la madre de Jesús (mujer de vida muy dudosa). (b)  fundada por María Magdalena (mujer histérica, amiga de Jesús a quien “veía” tras su muerte). (c) Cultivada por mujeres de vida ignorantes de los bajos fondos del imperio romano en la segunda parte del siglo II d.C.).

A pesar de la crítica de Celso, gran filósofo greco-romano, el cristianismo de la mujer histérica, terminó triunfando en todo el imperio. Este es el argumento básico de la respuesta de Orígenes, el cristiano más culto de ese tiempo, tal como aparece en su Crítica contra Celso.  

Este libro (Las mujeres en el cristianismo primitivo y la opinión pagana.El poder de la mujer histérica, Verbo Divino, Estella) investiga, de forma exhaustiva, la reacción de los pensadores paganos ante la novedad de las mujeres cristianas en siglo I-II, para situar y entender así mejor la novedad de la Iglesia.

 Evidentemente, dejo abierto el tema de la identidad de Magdalena y de la diferencia y posible relación entre M. Magdalena y María la hermana de Marta (sin ocuparme de María, la madre de Jesús). Dejo también a un lado la relación y diferencia entre las tradiciones de fondo del evangelio de Marcos y en especial las de Mateo,  Lucas y Juan, limitándome a exponer los temas de fondo del libro de MacDonal, con lo que implican para la visión y tarea de la mujer en el momento actual de la Iglesia y de la sociedad (con una cita final más larga para introducir a mis lectores en el tema).

Quien quiera saber más sobre el tema tendrá que acudir personalmente al libro de MacDonald (y al de Orígenes, Contra Celso).

EL LIBRO  Y EL TEMA DE FONDO DE M. Y. MACDONALD

El título alude a una expresión famosa de Celso, el mayor de los críticos anti-cristianos, que dijo que la Iglesia la había fundado una mujer “histérica” (María Magdalena); con esa acusación, que es en el fondo una alabanza, Celso nos ayuda a entender la novedad de las mujeres en el comienzo de la Iglesia.

29560Margaret Y. MacDonald (Saint Jean, Quebec, 1961), doctora por la Oxford University (1987), es profesora asociada de Nuevo Testamento, apócrifos y estudios posbíblicos en la Universidad de Otawa (desde 1990) y en la Universidad Saint Francis Xavier (Nova Scotia, Canadá).

Quiero dejar que hable ella, M. MacDonald, teóloga católica, una de las investigadoras más autorizadas sobre el tema, seleccionando algunas páginas y párrafos de la inroduccion de su libro (págs. 12-24). Quien quiera hacerse una idea más precisa del tema deberá leer todo el libro.

Estoy convencido de que no le defraudará: lo que los autores paganos pensaron y dijeron sobre  las mujeres cristianas antiguas nos ayuda a entender la novedad de la Iglesia, con la aportación esencial del Cristianismo en el campo de las relaciones humanas, en especial para las mujeres. Éstos son sus motivos principales:

1. El cristianismo primitivo, sobre todo en su línea paulina, causó sensación en todo el ambiente social porque animó a las mujeres a que vivieran solteras, es decir, independientes, sin control de padre, ni esposo, en una Iglesia que las respetaba como a tales, a mujeres libres. Las mujeres solteras eran vistas como “peligrosas”.

2. Ese cristianismo animó a las mujeres a que mantuvieran su propia religión dentro del matrimonio; eso significa que les pidió que fueran independientes respecto del marido, al que respetaban en otros campos, pero no en ése… de tal manera que resultaban “peligrosas”, pues en aquel contexto social la mujer tenía que seguir la religión del marido… Eso significa que que la mujer cristiana podría tener su grupo (sus amigos) y sus “salidas” (asistir a cultos) con independencia del marido. En otras palabras, podía tener “su vida” y eso era peligroso

3. La mujeres se comprometieron en el campo social de la misión y del testimonio cristiano, de manera que vinieron a presentarse como las mejores propagandistas del cristininismo… Tenían “visiones” y la gente les creía;; fundaban “movimientos”… y la gente les seguía; evidentemente, tenían que ser “histéricas”.

4. El cristianismo rompía el esquema de “varones fuera y mujeres en casa“, pues las mujeres tenían funciones directivas en las iglesias, que eran lugares “mixtos”, sociales y particulares… De esa manera se mezclaba lo que Roma quería mantener separado, empezando por una religión “pública” dirigida por los magistrados del Imperio… Pues bien, aquí había unas mujeres que realizaban funciones “privadas” (en sus casas), pero con repercusiones públicas…, en contra de las normas de vida del Imperio.

5. La acusación de los paganos contra las mujeres cristianas (histéricas, libres, quizá licenciosas, desobedientes…) causó mella en los cristianos, de manera que (al menos en parte) el retraimiento posteriores (¡las mujeres de nuevo a casa!), que aparece ya de alguna forma en las Cartas Pastorales ha sido una reacción contra el buen “nombre” social de la Iglesia.

6. Aquel problema del siglo I-II continúa  siendo el nuestro… Seguimos estando donde nos puso el comienzo de la Iglesia: somos “contemporáneos” de la primitiva comunidad cristiana, como han sabido siempre los grandes teólogos, desde A. Agustín hasta Santo Tomás, desde Ignacio de Loyola hasta Von Balthasar… La novedad es que ahora (año 2022) podemos tomar ese tema más en serio, en forma no sólo espiritual, sino también social…

TEMAS BÁSICOS DEL LIBRO DE MACDONLD

Una mujer histérica Celso fue el más fecundo de los críticos del cristianismo primitivo en el siglo segundo. Por desgracia, conservamos muy poca información sobre su vida. Su libro, La verdadera doctrina, escrito en torno al 170 d. D., no se ha conservado y lo conocemos sólo por la refutación que Orígenes escribió unos setenta años más tarde: Contra Celso.

Por fortuna, Orígenes cita extensamente a Celso, de tal forma que podemos reconstruir una gran parte del escrito original de Celso. Para este estudio, resulta muy importante el notable interés que Celso mostró por la presencia de mujeres entre los seguidores de Jesús. De hecho, Celso describe la fe cristiana en la resurrección como algo que fue creado por una “mujer histérica” que se hallaba embaucada por la brujería:

Pero debemos examinar la cuestión de si alguien que realmente había muerto ha resucitado alguna vez con el mismo cuerpo… Pues bien ¿quién fue el que vio eso? Una mujer histérica, como tú dices, o quizá algunas otras que habían sido embaucadas por la misma brujería, o que lo soñaron, hallándose en un estado peculiar de mente o que, motivadas por su mismo deseo, tuvieron una alucinación fundada en alguna impresión equivocada (una experiencia que ha sucedido a miles de personas); pero es todavía más probable que ellas quisieran impresionar a otros contándoles una fábula fantástica, de tal manera que a través de esta historia, propia de animales sin razonamiento, ellas tuvieran una oportunidad de impresionar a otros mendigos.

Celso tiene un conocimiento bastante detallado de la tradición cristiana, de manera que es posible que estuviera familiarizado con la importante función que desarrollaron las mujeres en los relatos pascuales, y de un modo especial, con la función de María Magdalena.

maria-magdalenaEntre los círculos cristianos se mantuvo por largo tiempo la memoria de María como seguidora de Jesús, como testigo de la resurrección y como heraldo de las noticias de la aparición de Jesús resucitado; así lo muestra el papel importante que ella ocupa en las tradiciones del Nuevo Testamento (Mc 16, 1-11; Mt 28, 1-8; Lc 24, 1-11; Jn 20, 1-18) y en varios escritos gnósticos de los siglos II y III. Celso advirtió que las mujeres continuaban realizando una función muy importante, pues actuaban en la iglesia como líderes de grupo después de la muerte de Jesús, y así describe la participación de las mujeres en las tácticas sediciosas de evangelización del cristianismo.

Si estas observaciones fueran de peso y no un simple intento de ridiculizar de manera estereotipada a los primitivos cristianos, Celso estaría asegurando que, desde los comienzos hasta su propio tiempo, el cristianismo había sido en gran medida una religión de mujeres.

Histérica, es decir, débil y sugestionable, pero importante La forma en que Celso presenta como “histérica” a una mujer que está dotada de un talento especial para la invención de creencias religiosas, refleja un sentimiento bien atestiguado en el Imperio Romano, donde se suponía que las mujeres se hallaban inclinadas a excesos en materias de religión… A veces, esta debilidad se mostraba como adicción a materias religiosas, un rasgo que, según se decía, sólo se daba raramente entre hombres. Esa debilidad tomaba a veces la forma de vinculación indebida a un nuevo y extraño grupo religioso.

Conforme a la opinión del antiguo autor Plutarco, la fidelidad al propio marido implica fidelidad a sus dioses y capacidad de “cerrar la propia puerta ante todas los rituales intrusivos y ante todas las supersticiones provenientes de otras tierras. Porque los rituales furtivos y secretos realizados por una mujer no encuentran favor alguno ante ningún dios” El relato de Celso nos lleva rápidamente del testimonio de una mujer que, como era predecible, se comportó de un modo desordenado…

Pues bien, a pesar de que Celso intentó minusvalorar con toda claridad el éxito del mensaje cristiano, sus esfuerzos no logran explicar la razón por la que una parte significativa de la población del imperio romano del siglo II encontró que esa historia “propia de animales sin razonamiento” resultaba convincente.

La descripción de la “mujer histérica” nos invita a tomar en consideración la actitud ambivalente que en la antigüedad se mostraba hacia el talento religioso desarrollado por mujeres: ese talento suscitaba, al mismo tiempo, admiración y una gran sospecha… La palabra “histérica” (paroistros), que Celso suele emplear en contexto de magia, nos ofrece ciertamente la impresión de una mujer engañada, desequilibrada… Pero, lejos de hallarse simplemente engañada e inmovilizada por la histeria, la mujer descrita por Celso ofreció un testimonio activo, fue capaz de contar unas historias fantásticas… (que convencieron a muchos y que extendieron el cristianismo…).

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“Pasar “haciendo el bien” como Jesús “, por Consuelo Vélez

Sábado, 15 de julio de 2023

Pasar “haciendo el bien” como Jesús En general las personas persiguen ideales y sueñan con grandes realizaciones. Pero la vida se va encargando de mostrar que lo alcanzado no es tan glorioso como tal vez se soñaba y, además, muchas cosas no se pueden lograr por circunstancias externas no controlables por nosotros mismos. Algunas personas consiguen éxitos que parecían imposibles y otras, lamentablemente, se conforman con demasiado poco y no luchan lo suficiente por alcanzar sus metas. Esta es la diversidad de personas que somos; sin embargo, unas y otras, vivimos, sufrimos, gozamos, luchamos y esperamos mejores tiempos.

De Jesús en su vida histórica, el libro de Hechos nos lo describe como aquel que “pasó haciendo el bien” (10, 38). ¿Qué quisieron decir con esto? Jesús no tuvo éxitos, ni fortuna, ni glorias, pero fue una persona que hizo el bien. Parece que esto fue lo que sus contemporáneos resumieron de su vida con ellos. Esto no es poco. Es mucho porque en hacer el bien o el mal se juega nuestra propia felicidad y la de nuestro mundo. Por eso la invitación para los que intentamos seguirle no va por una perfección de determinada manera sino en esta línea de pasar por la vida haciendo el bien.

¿Cómo ser personas que pasen haciendo el bien? Mirando a Jesús encontramos al menos dos maneras de hacer este bien. La primera se refiere a su actuar con respecto a los excluidos de su tiempo, sea por su enfermedad, por su sexo, por el trabajo que ejercían, por su procedencia étnica, etc. Sus milagros no se refieren a actos extraordinarios para mostrar su poder, sino a los “signos del reino”, es decir, a la puesta en práctica del actuar de Dios que nunca excluye, que nunca castiga, que nunca va en contra de la dignidad del ser humano. Jesús cura a los enfermos porque les apartan de la comunidad, en nombre de la Ley ya que se les consideraba pecadores; habla con los extranjeros porque el reino va más allá de las fronteras de Israel; come con los pecadores porque ellos también están incluidos en la mesa del reino. Pero la segunda manera de practicar el bien es con sus actitudes frente a las instituciones religiosas de su tiempo -La Ley y el Templo- cuando estas oprimen a las personas, esclavizándolas con sus mandatos en lugar de ponerlas al servicio del ser humano. El gesto provocador de Jesús de curar en sábado -cuando podía haberlo hecho cualquier otro día- es un gesto profético para denunciar que eso va en contra del querer de Dios. Todas estas acciones buenas le complican la vida y Jesús se gana la muerte. Lo crucifican porque anuncia la buena noticia de la misericordia para todos y denuncia la tiranía de las instituciones cuando no están al servicio del ser humano.

A un actuar similar estamos llamados los cristianos. Si queremos, todos podemos pasar haciendo el bien. El bien siempre da gozo, paz al corazón, satisfacción personal, alegría serena. Y, en la medida que buscamos hacer el bien, logramos hacer un mundo mejor. Aunque nos asaltan las noticias sobre la maldad humana sobre otros seres humanos, la cotidianidad está también repleta de bien porque de lo contrario no podríamos vivir el día a día. El bien se manifiesta en tener otro día de vida. En la creación que sigue brindándonos sus dones como casa común en la que habitamos. Bien es la organización social -por precaria que sea- que nos permite desarrollar nuestras tareas diarias. Bien es el poder estar con otros en la calle, en el transporte, en los centros educativos, en las empresas y llevar adelante los oficios que ahí se desarrollan. Bien es poder descansar del trabajo realizado y recobrar fuerzas para comenzar un nuevo día.

Y mayor bien es cuando nos detenemos ante las necesidades de los otros y buscamos socorrerlas de alguna manera. Desde un pequeño gesto de ayuda en las cosas cotidianas hasta en la solución de problemas más complejos para los cuales desde un consejo, una ayuda material o un apoyo moral, son indispensables. Bien es también aprender a agradecer todo lo que recibimos y a no pedir más de lo que los demás pueden darnos. Un corazón agradecido disfruta verdaderamente de la vida, mientras que aquellos que solo exigen de los otros algo, van cosechando amarguras en su corazón cuando no reciben lo que esperan. En otras palabras, pasar haciendo el bien como lo hizo Jesús es orientar la vida hacia el servicio, la generosidad, la gratitud, la benevolencia, la misericordia, el perdón, la posibilidad de comenzar siempre de nuevo.

Pero también pasar haciendo el bien supone levantar la voz para denunciar lo que no permite la vida de los otros. Es vivir el profetismo al estilo de Jesús que denunció a las instituciones religiosas y sociales de su tiempo por poner cargas pesadas sobre las personas en lugar de ser signos de acogida y misericordia al estilo de Dios. Esta manera de hacer el bien es más difícil porque también despierta la persecución de los que son denunciados y no se está lejos de ser perseguido y asesinado. Eso pasa con tantos líderes sociales que, especialmente, en Colombia son asesinados a diario. Y pasa con tantos profetas cotidianos en la familia -al denunciar la violencia doméstica-, en las empresas al denunciar las malas condiciones y pocas garantías laborales, en las instituciones educativas al denunciar la mediocridad o el negocio que se forma alrededor de ellas; en las instituciones religiosas cuando se denuncia abusos, intereses económicos, manipulación de la fe sincera de las personas.

Por aquí va la propuesta de la vida cristiana. Algunos la limitan a lo sagrado llenando la vida de prácticas religiosas. Estas han de ser expresión del pasar haciendo el bien en la vida concreta. De lo contrario, son prácticas vacías que Dios aborrece. Tal vez nos ayude revisar cómo hacemos el bien en lo grande y lo pequeño, en lo privado y en lo público, en lo cotidiano y en lo estructural. Posiblemente así nos vamos acercando más al Jesús a quien decimos amar y queremos seguir.

(Foto tomada de: https://www.euroresidentes.com/estilo-de-vida/sentir-bien/ayudar-los-demas)

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“Iván Illich, el profeta de una Iglesia sin poder”, por Juan José Tamayo Acosta, teólogo.

Miércoles, 12 de julio de 2023

IMG_9660 Leído en su blog:

Sus ideas y actividades generaron un profundo conflicto con la Santa Sede y México

Los textos de Iván Illich generaron una lúcida e intensa polémica ideológicamente muy enriquecedora. Polémica que se aprecia también en los escritos de 1955 a 1985 reunidos en el libro La Iglesia sin poder (Trotta, Madrid, 2022), que cuenta con un clarividente prólogo de Giorgio Agamben, quien califica a Illich de “arquitecto de la convivialidad” y sitúa el libro en el horizonte del Reino en la dialéctica entre el “ya sí” y el “todavía no”

Desde mi juventud vengo leyendo con verdadera fruición y en plena sintonía a Ivan Illich (1926-2002), un pensador radical y uno de los intelectuales críticos más brillantes y creativos de la segunda mitad del siglo XX. Para quienes no hayan seguido el itinerario intelectual de Ivan Illich, recuerdo algunas de las actividades y facetas de su personalidad a cuál más interesantes y provocativas.

Nació en Viena en el seno de una familia de orígenes judíos y católicos. Estudió filosofía y teología en la Universidad Gregoriana de Roma entre 1942 y 1946. Tras su ordenación sacerdotal trabajó en una parroquia de Nueva York. En 1956 fungió como vicerrector de la Universidad Católica de Ponce en Puerto Rico.

En 1961 creó en Cuernavaca (México) el Centro de Investigaciones Culturales (CIC) y cinco años después el Centro Internacional de Documentación (CIDOC), espacio de reflexión y crítica de referencia a nivel internacional. En él participaron figuras relevantes como Erich Fromm, Paulo Freire, Peter Berger, Susan Sontag, André Gorz, Everett Reimer, autor de La escuela ha muerto. Alternativas en materia de educación escolar.  A partir de 1980 ejerció como profesor invitado de filosofía y ciencia, tecnología y sociedad en la Universidad Estatal de Pensilvania e impartió seminarios en la Universidad de Bremen (Alemania). Sus ideas y actividades generaron un profundo conflicto con la Santa Sede y el gobierno de México.

Illich se mostró crítico con la ineficacia de la educación escolar institucionalizada que, a su juicio, conduce derechamente al consumismo, y defendió una sociedad desescolarizada con una educación autodirigida y un aprendizaje en libertad, como demuestra en su libro La sociedad desescolarizada (1971).

La convivencialidad

Illich es autor de otra obra fundamental, La convivencialidad (1973; Editorial Virus, 1978), donde analiza las estructuras de dominación presentes en nuestro mundo, siendo una de las más importantes el capitalismo, que coloniza cada vez más espacios y extiende sus tentáculos a todas las instituciones: escuela, medicina, hospitales, transportes, construcción de viviendas, alimentación, etc. Una de sus ideas más originales en este libro es la idea de que estamos instalados en un “fascismo tecnoburocrático, que mantiene el control sobre toda la población.

Como alternativa propone un sistema político basado en la convivencialidad, que se caracteriza por la producción de bienes y servicios para los seres humanos y por la crítica de la idea de crecimiento y la defensa de una sociedad austera y libre.

Agamben califica a Illich de “arquitecto de la convivialidad” y sitúa el libro en el horizonte del Reino en la dialéctica entre el “ya sí” y el “todavía no”

Los textos de Iván Illich generaron una lúcida e intensa polémica ideológicamente muy enriquecedora. Polémica que se aprecia también en los escritos de 1955 a 1985 reunidos en el libro La Iglesia sin poder (edición de Valentina Borremans y Sajay Samuel, Trotta, Madrid, 2022),  que cuenta con un clarividente prólogo de Giorgio Agamben, quien califica a Illich de “arquitecto de la convivialidad” y sitúa el libro en el horizonte del Reino en la dialéctica entre el “ya sí” y el “todavía no”.

Los textos abordan temas plurales de carácter preferentemente religioso, como, la parroquia estadounidense, el significado de la virginidad, la pobreza de espíritu y el carácter misionero, el sentido de la muerte en el cristianismo, la experiencia religiosa y la experiencia estética, y, quizá el más relevante, “El clérigo evanescente”, por el que el Vaticano le impuso cuatro años de silencio.

Son textos analizados desde una profunda cultura teológica, con sentido crítico y de denuncia de la institución eclesiástica romana, con una fuerte carga política y social liberadora y teniendo como guía “la pobreza, el desvalimiento y la no violencia elegidos por uno mismo”, que “está en el corazón del mensaje cristiano” (p. 217). Para Illich, el mensaje cristiano es “la política más racional en un mundo cada vez más consagrado a ensanchar el hueco entre ricos y pobres” (p. 217).

En el más emblemático y crítico de los artículos sobre “El clérigo evanescente”, de 1967, define a la Iglesia romana como la burocracia no gubernamental más grande del mundo”, que “emplea a un millón ochocientos mil trabajadores a tiempo completo: sacerdotes, religiosos, religiosas, y laicos” y cuyo funcionamiento está “al nivel de General Motors y el Chase Manhattan” (p. 147). A su vez, considera “altamente irresponsable continuar preparando hombres para una profesión [el clero] que se extingue” (p. 167). Crítica que el ministerio sacerdotal esté asociado al poder y al privilegio clericales.

Crítico con la idolatría del progreso

Se muestra crítico también de la idolatría del progreso, de la escalada contaminante de la producción, de una tecnocracia desatada y de la pseudoteología de la educación como preparación para una vida de consumo frustrante, y propone como alternativa “un consenso antitecnócrata”, que debe traducirse en una pobreza voluntaria como la predicada por Jesús de Nazaret (p. 217-218).

Reconoce la importante y crucial responsabilidad del entonces llamado Tercer Mundo en la liberación del progreso, del desarrollo y de la eficacia, ya que sus ciudadanos todavía no son adictos y dependientes del consumo. En las sociedades de hoy, recuerda, “los discípulos están llamados a predicar el Evangelio a los pobres mostrándoles que incluso a los no escolarizados se les puede educar” (205).

En el último artículo de los seleccionados, dedicado al recuerdo del padre Robert J. Fox, se refiere a “su capacidad de res-pectar [con el significado de “mirar una y otra vez”] la basura, el despojo, el desecho” (242). En las páginas finales escritas por Fox se insiste en el derecho a pertenecer al inasequible Dios a pesar de las pretensiones de la Iglesia sobre el clero, en el derecho a ver a Dios encarnado en la escoria a pesar de las pulcras y límpidas imágenes de nuestros legítimos vecinos que la Iglesia difunde y en el derecho a oír el nombre de Dios revelado por boca de aquellos que nos apabullan con amor” (243).

Otro Dios es posible

¡Dios inasequible, encarnado en la escoria, en la basura! Illich lo deja claro: Otro Dios es posible ¡Y necesario! También tiene clara la imagen del ser humano, no como solidario, solipsista, sino como persona con los otros. El final está en plena sintonía con la teología de la liberación y las comunidades de base, de quienes siempre estuvo cerca Illich, con la antropología comunitaria de Martin Buber y con el principio de la filosofía Ubuntu: “yo solo soy si tú también eres”.

Solo un Dios encarnado en los basureros de la historia puede contribuir a liberar a los pueblos oprimidos y a las personas empobrecidas enfangados en la basura generada por la gente satisfecha. Solo una Iglesia sin poder puede ayudar a liberar a quienes el poder niega su dignidad y su derecho a vivir. Solo un cristianismo en defensa de la vida de quienes la tienen más amenazada puede luchar contra la necropolítica. De lo contrario, Dios, la Iglesia y el cristianismo seguirán legitimando los diferentes sistemas de dominación: capitalismo, patriarcado, colonialismo, racismo, xenofobia, supremacismo, imperialismo, fundamentalismos, dictaduras, aporofobia, depredación de la naturaleza, etc. y generando mayor sufrimiento a las mayorías populares y a los condenados de la tierra por mor de esos sistemas.

Fuente Religión Digital

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Consuelo Vélez: “No son pocos los clérigos que han ‘demonizado’ la palabra ‘género’ y la han identificado con una ‘ideología'”

Jueves, 6 de julio de 2023

IMG_9803De su blog Fe y Vida:

Género, violencia de género y compromiso eclesial

“Por este papel subordinado que han tenido las mujeres, ellas han sido más propensas a sufrir violencia de todo tipo: física, psicológica, afectiva, sexual, social, cultural, económica, simbólica, religiosa”

“A esto se le llama “violencia de género” porque se ha ejercido contra ellas, debido a su género femenino”

“No son pocas las mujeres, ni pocos los varones, ni pocos los clérigos que han “demonizado” la palabra “género” y la han identificado con una “ideología” y luchan vehementemente contra todo lo que tenga cualquier referencia a este término”

“Desde los púlpitos, desde las catequesis, desde la liturgia, es necesario que se denuncie esa violencia de género y se invite a un compromiso decisivo frente a ella”

El término género es una categoría de las ciencias sociales que además de expresar la identidad biológica de los seres humanos según sus órganos sexuales (varón o mujer), expresa la identidad cultural construida sobre los sexos biológicos. Esto último significa que a las mujeres se les han asignado culturalmente unos roles y a los varones otros.

El problema es que los asignados a las mujeres han supuesto que ellas tengan un lugar subordinado -por eso se les negó, hasta hace relativamente poco, la ciudadanía, el estudio, el ejercer todas las profesiones, el ocupar puestos de responsabilidad, etc.; mientras que los roles asignados a los varones han permitido construir un mundo en modo masculino -a esto se le llama patriarcado– porque a ellos se les ha reservado la autoridad, la gestión, las profesiones más importantes y de hecho han conducido el mundo como jefes de gobierno en casi todos los países y lo siguen haciendo.

monjas-altar-limpian_560x280Además, por este papel subordinado que han tenido las mujeres, ellas han sido más propensas a sufrir violencia de todo tipo: física, psicológica, afectiva, sexual, social, cultural, económica, simbólica, religiosa. A esto se le llama “violencia de género” porque se ha ejercido contra ellas, debido a su género femenino. La violencia doméstica, por ejemplo, es fruto de la sociedad patriarcal, en la que al varón le hicieron creer que era dueño de la mujer y por eso tenía derecho a ejercer su autoridad sobre ella e incluso a golpearla si lo consideraba necesario. El caso extremo es el feminicidio,como lo ha tipificado la Ley, porque a muchas mujeres las asesinan no solo por la violencia generalizada, que se da también contra los varones, sino por el hecho de ellas ser mujeres.

Los movimientos feministas han posibilitado que a las mujeres se les reconozcan los derechos que se les habían negado y es, cada vez más evidente, que las sociedades patriarcales van cambiando. Esto ha permitido que ellas estén participando en condiciones de mayor igualdad, en casi todos los espacios, con los varones. Este cambio no solo ha sido positivo para las mujeres. Gracias a esto, los varones también han descubierto que pueden ser tiernos, serviciales, cuidadores – papeles que parecían eran solo de las mujeres – e inclusive, que el único papel sagrado no es el de ser “mamá”, sino que también ser “papá” es un don que ellos poseen y lo están ejerciendo con mucha ternura y responsabilidad. Actualmente no son pocos los varones que crían solos a sus hijos o que, al compartir la custodia con la mamá, se encargan de sus hijos con la misma responsabilidad y afecto que tradicionalmente se creía era solo cualidad femenina.

Pero estos cambios, aunque como lo acabamos de anotar, son positivos, también encuentran una resistencia “enorme. No es nada fácil cambiar los roles culturales que constituyen a las personas desde su infancia y, por eso, no son pocas las mujeres, ni pocos los varones, ni pocos los clérigos que han “demonizado” la palabra “género” y la han identificado con una “ideología” y luchan vehementemente contra todo lo que tenga cualquier referencia a este término.

IMG_9801Cabe anotar que además de lo anterior unen este término a la “diversidad sexual” – una realidad que es irreversible y que merecería una reflexión profunda y fundamentada para entenderla bien, antes de condenarla – y por eso se les hace más difícil todavía aceptar este término. Aquí no podemos entrar a explicar esa complejidad, pero basta con quedarnos con la reflexión que hemos hecho sobre los roles de género, para mostrar que la Iglesia no puede estar de espaldas a lo que ha supuesto una conquista de derechos para las mujeres y, por eso, no debería mezclar género con ideología, sin distinguir las cosas como hemos intentado hacerlo aquí, con otras posibles realidades que podrían ameritar esa identificación.

Es necesario que desde la institución eclesial y, los cristianos en general, acompañemos más estos cambios sociales y culturales porque significan un mundo menos patriarcal y más inclusivo, un mundo más justo con las mujeres, como Dios lo quiere. El papa Francisco ha denunciado esta violencia que sufren las mujeres porque, aunque haya resistencias para acoger los cambios, es evidente que la violencia de género existe y no es posible que se pase de largo frente a ella. Desde los púlpitos, desde las catequesis, desde la liturgia, es necesario que se denuncie esa violencia y se invite a un compromiso decisivo frente a ella.

Lamentablemente, a algún sector de la institución le parece irrelevante esta violencia de género y hasta proponen que no se hable de ella porque es suficiente con hablar de violencia en general. Esto resulta contrario a la praxis de Jesús que se detuvo ante cada uno de sus contemporáneos, entendió su situación y buscó remediarla. Para Jesús también fueron muy importantes las mujeres y supo defenderlas y devolverles su dignidad negada.

IMG_9802Por eso, es coherente con la vida cristiana comprender a fondo lo qué significa la sociedad patriarcal y la violencia de género que esta produce para que forme parte de su compromiso de fe. Duele pensar que, a veces, la sociedad civil parece más comprometida con transformar esta realidad que las instancias eclesiales.

Es importante recordar que las mujeres siempre han sido mucho más asiduas a la participación eclesial que los varones, pero los tiempos cambian y las jóvenes se van alejando de la iglesia porque esta parece no comprender su realidad, ni apoyarla con todas las consecuencias. Sin embargo, se abren caminos y estamos a tiempo de recorrerlos.

Ojalá que, en lugar de resistirse a los cambios, nos dispongamos a entenderlos y a secundarlos en todo lo que tienen de bueno. Eso haría más significativa la institución eclesial y es muy probable que las jóvenes vuelvan la mirada hacia ella y, tal vez, quieran formar parte de una Iglesia, verdaderamente comprometida con erradicar toda violencia y, especialmente, aquella que se ejerce por razón del género.

(Foto tomada de: Por celos, la golpeó y provocó que le extirparan el bazo a su pareja – Diario La Provincia SJ)

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Simone Weil: “Fuera de la Iglesia”.

Sábado, 1 de julio de 2023

Del blog Amigos de Thomas Merton:

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Todos conocemos la máxima teológica que dice: “Fuera de la Iglesia no hay salvación“. Pero el Espíritu, que es libre, suscita caminos  admirables que manifiestan que Dios y su amor son infinitos. El siguiente texto es una prueba de ello:

Creo que la voluntad de Dios no es que yo entre en este momento en la Iglesia. Pues, como ya le dije antes, y sigue siendo verdad, la inhibición que me retiene no se deja sentir con menos fuerza en los momentos de atención, de amor y de oración que en los restantes. Y, no obstante, he experimentado una gran alegría oyéndole decir que mis pensamientos, tal como se los he expuesto, no son incompatibles con la pertenencia a la Iglesia y que, por consiguiente, no le soy extraña en espíritu.

No puedo dejar de preguntarme si, en estos tiempos en que una parte tan considerable de la humanidad se encuentra sumida en el materialismo, no querrá Dios que existan hombres y mujeres que, entregados a él y a Cristo, permanezcan sin embargo fuera de la Iglesia.

En todo caso, cuando me imagino concretamente y como algo que podría estar próximo el acto por el cual entraría en la Iglesia, ningún pensamiento me apena más que el de separarme de la masa inmensa y desdichada de los no creyentes. Tengo la necesidad esencial, la vocación —pues creo que puedo llamarla así— de moverme entre los hombres y vivir en diferentes medios humanos fundiéndome con ellos, adoptando su mismo color, en la medida al menos en que la conciencia no se oponga, desapareciendo en ellos, a fin de que se muestren tal como son sin que tengan que disfrazarse para mí. Quiero conocerlos para amarlos tal como son. Pues si no los amo tal como son, no es a ellos a quienes amo y mi amor no es verdadero. No hablo de ayudarles, pues hasta ahora, desgraciadamente, soy completamente incapaz de hacerlo. Creo que de ningún modo entraría nunca en una orden religiosa para no separarme por un hábito del común de los mortales. Hay seres humanos para los que esta separación no ofrece inconvenientes graves, pues están ya separados del conjunto de los hombres por la pureza natural de su alma. En cuanto a mí, por el contrario —como creo haberle dicho ya—, llevo en mi misma el germen de todos los crímenes o poco menos. Me hice especialmente consciente de ello en el curso de un viaje, en circunstancias que ya le he relatado. Los crímenes me producían terror, mas no me sorprendían; sentía su posibilidad dentro de mí y, precisamente por sentir en mí misma esa posibilidad, me horrorizaban. Esta disposición natural es peligrosa y muy dolorosa, pero como toda disposición natural puede ponerse al servicio del bien si se sabe hacer un uso adecuado de ella con el auxilio de la gracia. Implica una vocación, la de mantenerse de alguna manera en el anonimato, dispuesto a mezclarse en cualquier momento con la masa común de la humanidad. Ahora bien, en nuestros días, el estado de los espíritus es tal que hay una barrera más marcada, una separación más tajante, entre un católico practicante y un no creyente que entre un religioso y un laico.

Conozco las palabras de Cristo: «De aquél que se avergonzare de mí delante de los hombres, me avergonzaré yo delante de mi Padre». Pero avergonzarse de Cristo quizá no signifique para todos y en todos los casos no adherirse a la Iglesia. Para algunos puede significar solamente no ejecutar los preceptos de Cristo, no irradiar su espíritu, no honrar su nombre cuando se presenta la ocasión, no estar dispuesto a morir por fidelidad a él.

Debo decirle la verdad, aun a riesgo de contrariarle y por más que contrariarle me resulte extremadamente penoso. Amo a Dios, a Cristo y la fe católica tanto como a un ser tan miserablemente insuficiente le sea dado amarles. Amo a los santos a través de sus textos y de los escritos relativos a sus vidas —a excepción de algunos a los que me es imposible amar plenamente o considerar como santos—. Amo a los seis o siete católicos de espiritualidad auténtica que el azar me ha llevado a encontrar en el curso de mi vida. Amo la liturgia, los cánticos, la arquitectura, los ritos y las ceremonias católicas. Pero no siento en modo alguno amor por la Iglesia propiamente dicha, al margen de su relación con todas esas cosas a las que amo. Puedo simpatizar con quienes sienten ese amor, pero yo no lo experimento. Sé muy bien que todos los santos lo experimentaron. Pero también casi todos ellos nacieron y crecieron en el seno de la Iglesia. Sea como fuere, el amor no surge por propia voluntad. Todo lo que puedo decir es que, si ese amor constituye una condición del progreso espiritual —cosa que ignoro— o forma parte de mi vocación, deseo que algún día me sea concedido.

Bien podría ser que una parte de los pensamientos que acabo de exponerle sea ilusoria y mala. Pero, en cierto sentido, poco importa; no quiero analizar más; después de todas estas reflexiones he llegado a una conclusión, que es la resolución pura y simple de no volver a pensar en la cuestión de mi eventual entrada en la Iglesia.

Es muy posible que después de haber estado sin reflexionar sobre ello durante semanas, meses o años, sienta un día el impulso irresistible de solicitar inmediatamente el bautismo y vaya corriendo a pedirlo. Pues oculto y silencioso es el camino por el que la gracia se adentra en los corazones.

Puede ocurrir que mi vida llegue a su término sin haber experimentado jamás ese impulso. Pero una cosa es absolutamente cierta: si llega el día en que yo ame a Dios lo suficiente para merecer la gracia del bautismo, recibiré esa gracia ese mismo día, indefectiblemente, bajo la forma que Dios quiera, sea por medio del bautismo propiamente dicho, sea de cualquier otra forma. ¿Por qué, entonces, preocuparse? No es en mí en quien debo pensar, sino en Dios. Es Dios quien debe pensar en mí“.

*

Simone Weil,

carta a un sacerdote en A la Espera de Dios
19 de enero de 1942

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***

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