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Domingo, 7 de julio de 2024
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JESÚS DE NAZARET

¿Cómo dejarTe ser sólo Tú mismo,
sin reducirte, sin manipularte?
¿Cómo, creyendo en Ti, no proclamarte
igual, mayor, mejor que el Cristianismo?

Cosechador de riesgos y de dudas,
debelador de todos los poderes,
Tu carne y Tu verdad en cruz, desnudas,
contradicción y paz, ¡eres quien eres!

Jesús de Nazaret, hijo y hermano,
viviente en Dios y pan en nuestra mano,
camino y compañero de jornada,

Libertador total de nuestras vidas
que vienes, junto al mar, con la alborada,
las brasas y las llagas encendidas.

*

Pedro Casaldáliga.
El Tiempo y la Espera. 1986

*

A los que conmigo dicen de rodillas la Palabra,

a cuantos gritan conmigo

-quizá contra los que callan, siempre contra los que mienten-,

a los que conmigo emplazan la lenta aurora del Reino,

… todavía estas palabras.

*

Pedro Casaldáliga.
Todavía estas palabras. 1994

***

 

En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:

– “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?”

Y esto les resultaba escandaloso. Jesús les decía:

– “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.”

No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

*

Marcos 6,1-6

***

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***

¿Quién es más frágil de los dos? ¿El que recibo en la comunión? […] ¿El pequeño ser al que querían degollar para quitarlo de en medio, sin ninguna protección que no fuera la de María y la de José y, en la eucaristía, la de la Iglesia? Cuando encuentres a un emigrante, ¿sentirás deseos de entrar en comunicación con él o le tendrás miedo?

¿El que recibo en la comunión? […] ¿El que carece de morada fija y para el que hasta una piedra hubiera sido una blanda almohada, que te pide alimento y cobijo en la eucaristía? ¿Por qué no invitas a tu casa a esta o aquella familia de gitanos a la que se hace acampar desde hace ya mucho tiempo detrás de la empalizada? ¡O es que tienes miedo? […].

¿El que recibo en la comunión? ¿Un hombre que en la cruz no puede mover ni siquiera un dedo, que casi no puede hablar, que respira con esfuerzos sobrehumanos, herido por la misma impotencia como en la eucaristía? ¿Y tú? ¿Amas a este hombre ante un poliomielítico? ¿O le tendrás miedo?

Pero si es a él a quien amas, no tendrás miedo de nada. Te atreverás a decirle: «Jesús, en su santa eucaristía, es más pobre que tú, más impotente que tú»

*

D. Ange,
Le nozze di Dio aove ¡I povero é re,
Milán 1985, pp. 241 ss).

***

*

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“Sabio y curador”, 14 Tiempo Ordinario – B (Marcos 6,1-6)

Domingo, 7 de julio de 2024
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35_14_TO_B_1467539No tenía poder cultural como los escribas. No era un intelectual con estudios. Tampoco poseía el poder sagrado de los sacerdotes del templo. No era miembro de una familia honorable ni pertenecía a las élites urbanas de Séforis o Tiberíades. Jesús era un obrero de la construcción de una aldea desconocida de la Baja Galilea.

No había estudiado en ninguna escuela rabínica. No se dedicaba a explicar la ley. No le preocupaban las discusiones doctrinales. No se interesó nunca por los ritos del templo. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente.

Según Marcos, cuando Jesús llega a Nazaret acompañado por sus discípulos, sus vecinos quedan sorprendidos por dos cosas: la sabiduría de su corazón y la fuerza curadora de sus manos. Era lo que más atraía a la gente. Jesús no es un pensador que explica una doctrina, sino un sabio que comunica su experiencia de Dios y enseña a vivir bajo el signo del amor. No es un líder autoritario que impone su poder, sino un curador que sana la vida y alivia el sufrimiento.

Sin embargo, las gentes de Nazaret no lo aceptan. Neutralizan su presencia con toda clase de preguntas, sospechas y recelos. No se dejan enseñar por él ni se abren a su fuerza curadora. Jesús no logra acercarlos a Dios ni curar a todos, como hubiera deseado.

A Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con él. Dejar que nos enseñe cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos ayude a vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Cuando uno se acerca a Jesús, no se siente atraído por una doctrina, sino invitado a vivir de manera nueva.

Por otra parte, para experimentar su fuerza salvadora es necesario dejarnos curar por él: recuperar poco a poco la libertad interior, liberarnos de miedos que nos paralizan, atrevernos a salir de la mediocridad. Jesús sigue hoy «imponiendo sus manos». Solo se curan quienes creen en él.

José Antonio Pagola

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“No desprecian a un profeta más que en su tierra”. Domingo 7 de julio de 2024. Domingo 14º de tiempo ordinario

Domingo, 7 de julio de 2024
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39-ordinarioB14 cerezoDe Koinonia:

Ezequiel 2,2-5: Son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos.
Salmo responsorial: 122: Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia.
2Corintios 12,7b-10: Presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo.
Marcos 6,1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra

Los estudiosos suelen decir que la primera parte del Evangelio de Marcos (que termina en la “Confesión de Pedro”) se divide en varias partes más pequeñas; cada una de estas partes empieza con un resumen -llamado técnicamente “sumario”- de la vida de Jesús; después de cada una de ellas viene una referencia a los apóstoles. En este esquema, el evangelio de hoy es el fin de la segunda de las tres pequeñas partes que se caracterizan por un aumento progresivo en el conflicto que Jesús provoca al encontrarse con él. El texto marca un punto clave: Jesús -que es presentado aquí como profeta- se encuentra con la absoluta falta de fe de los suyos, amigos y parientes. El “fracaso” de Jesús se va acentuando: en la tercera parte ya se empieza a presentir la “derrota” del Señor anticipada en la muerte del Bautista.

Es característico del evangelio de Marcos presentar a sus destinatarios el aparente fracaso, la soledad, el “escándalo” de la cruz de Jesús. Esa cruz es la que comparten con él todos los perseguidos a causa de su nombre, como la comunidad misma de Marcos. En toda la segunda parte de este Evangelio lo encontraremos al Señor tratando -a solas con los suyos- de revelarles el sentido de un “Mesías crucificado” que será plenamente descubierto por el centurión -en la ausencia de cualquier signo exterior que lo justifique- como el “Hijo de Dios”.

Los habitantes de Nazaret no dan crédito a sus oídos: ¿de dónde le viene esto que enseña en la sinagoga? “Si a éste lo conocemos, y a toda su parentela”. La sabiduría con la que habla, los signos del Reino que salen de su vida, no parecen coherentes con lo que ellos conocen. Allí está el problema: “con lo que ellos conocen“. Es que la novedad de Dios siempre está más allá de lo conocido, siempre más allá de lo aparentemente “sabido”; pero no un más allá “celestial”, sino un “más allá” de lo que esperábamos, pero “más acá” de lo que imaginábamos; no estamos lejos de la alegría de Jesús porque “Dios ocultó estas cosas a los sabios y prudentes y se las reveló a los sencillos”; no estamos lejos de la incomprensión de las parábolas: no por difíciles, sino precisamente por lo contrario, por sencillas. El “Dios siempre mayor” desconcierta, y esto lleva a que falte la fe si no estamos abiertos a la gratuidad y a la eterna novedad de Dios, a su cercanía. Por eso, por la falta de fe, Jesús “no podía hacer allí ningún milagro”; quienes no descubren en Él los signos del Reino no podrán crecer en su fe, y no descubrirán, entonces, que Jesús es el enviado de Dios, el profeta que viene a anunciar un Reino de Buenas Noticias. Esto es escándalo para quienes no pueden aceptar a Jesús, porque “nadie es profeta en su tierra“. Y quizás, también nos escandalice a nosotros… ¿o no?

Jesús es mirado con los ojos de los paisanos como “uno más”. No han sabido ver en él a un profeta. Un profeta es uno que habla “en nombre de Dios”, y cuesta mucho escuchar sus palabras como “palabra de Dios”; cuesta mucho reconocer en quien es visto como “uno de nosotros” a uno que Dios ha elegido y enviado. Cuesta pensar que estos tiempos que vivimos son tiempos especiales y preparados por Dios (kairós) desde siempre. Pero en ese momento específico, Dios eligió a un hombre específico, para que pronuncie su palabra de Buenas Noticias para el pueblo cansado y agobiado de malas noticias. No es fácil reconocer el paso de Dios por nuestra vida, especialmente cuando ese paso se reviste de “ropaje común”, como uno de nosotros. A veces quisiéramos que Dios se nos manifieste de maneras espectaculares ‘tipo Hollywood’, pero el enviado de Dios, su propio Hijo, come en nuestras mesas, camina nuestros pasos y viste nuestras ropas. Es uno al que conocemos aunque no lo re-conocemos. Su palabra, es una palabra que Dios pronuncia y con la que Dios mismo nos habla. Sus manos de trabajador común son manos que obran signos, pero con mucha frecuencia nuestros ojos no están preparados para ver en esos signos la presencia del paso de Dios por nuestra historia.

Muchas veces nosotros tampoco sabemos ver el paso de Dios por nuestra historia, no sabemos reconocer a nuestros profetas. Es siempre más fácil esperar o cosas extraordinarias y espectaculares, o mirar alguien de afuera. Es más “espectacular” mirar un testimonio allá en Calcuta… que uno de los cientos de miles de hermanas y hermanos cotidianos por las tierras de América Latina que trabajan, se “gastan y desgastan” trabajando por la vida, aunque les cueste la vida. Es más maravilloso mirar los milagros que nos anuncian los predicadores itinerantes y televisivos, que aceptar el signo cotidiano de la solidaridad y la fraternidad. Es más fácil esperar y escapar hacia un mañana que ‘quizá vendrá’, que ver el paso de Dios en nuestro tiempo, y sembrar la semilla de vida y esperanza en el tiempo y espacio de nuestra propia historia. Todo esto será más fácil, pero, ¿no estaríamos dejando a Jesús pasar de largo? Leer más…

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7.7.24. DO 14B ¿No es ése el “técnico” (obrero), el Hijo de María…? (Mc 6, 1-6)

Domingo, 7 de julio de 2024
Comentarios desactivados en 7.7.24. DO 14B ¿No es ése el “técnico” (obrero), el Hijo de María…? (Mc 6, 1-6)

IMG_5981Del blog de Xabier Pikaza:

No estoy seguro de la traducción exacta, pero la que pongo (técnico-obrero) me parece mejor que  “carpintero”. He discutido sobre el tema en Historia de Jesús, en comentarios a Marcos y Mateo y en otros libros (cf. imágenes) He leído y discutido y no he llegado a una conclusión definitiva. Debemos seguir buscando

De todas formas, Jesús no era un rico propietario agrícola, ni sacerdotes, ni rabino de algurnua. Por otra parte, el hecho de ser tekton/técnico puede tener sentido sentido negativo o  positivo. Negativo: No es propietario, es pobre, trabaja por cuenta ajena….Positivo:  Debe Conocer técnicas valiosas (de albañil, carpintero, herrero  o  cantero) y relacionarse con gestes que piden, buscan y ofrecen trabajo. Antes que obrero de reino parece haber sido  técnico ambulante de construcciones varias.

El tema es importante para situar a Jesús en su mundo social y laboral y también  en el nuestro.  Los que hoy actúan como representantes suyos en la iglesia van en contra de su ejemplo , no son técnicos-obreros a cuenta propia o ajena. Dentro de dos días me ocupare de su familia y de su provocativo nombre metronimico. Buen domingo

Mc 6, 1-3

En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero/técnico, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón?

Contexto social: técnico/artesano para el Reino

Jesús no era propietario acomodado, en un entorno de campesinos autosuficientes, celosos de su identidad sagrada como pueblo. No era tampoco sacerdote, ni letrado, sino un trabajador manual.

Era un técnico, en griego tektôn…,  alguien que modela y construye con un tipo de “arte” (artesano). Puede ser carpintero, cantero, albañil… pero no agricultor ni pastor o pescador, que en aquel tiempo  no se consideraban trabajos de artesanos.  En hebreo/arameo un artesano es “jarash”, con sentido semejante al que tiene en griego.

Marcos escoge la palabra griega tektôn con gran precisión

El tektôn modela, construye…. con técnicas antiguas o nuevas como adelantados de un mundo técnico, que puede desembocar en la tecno-cracia (poder esclavizante de la técnica al servicio del dinero y del dominio de algunos) o en un tipo de tecno-sofía  o tecnología humanizadora, al servicio de la fraternidad universal.

En ciertos ambientes elitista… los artesanos se consideraban incapaces del estudio, del conocimiento de la sabiduría y la política social (como pone de relieve Eclo 38; los técnicos que trabajan con las manos son ciudadanos de segunda clase) pero en tiempos de Jesús estaba surgiendo una clase nueva de artesanos liberados para el estudio, como queda claro en Pablo (tejedor, talabartero, curtidor de pieles…).  Pienso que los teólogos y hombres de iglesia no hemos comparado a Jesús con Pablo, ambos obreros quizá de cierta técnica

Por eso, el hecho de que Jesús aparezca como tektôn se puede considerar como negativo, pero también como positivo.

Pero ese dato se puede tomar como negativo: Jesús no es rico, no es propietario, es un obrero a cuenta ajena… La mayoría de las visiones de Jesús y de José como carpinteros de taller rico están fuera de contexto. La mayoría de los “tektôn” malvivían  mendigando trabajo en el entorno de su ciudad o aldea.

Puede ser positivo… Los técnicos en piedra-madera-hierro pueden ser más sabios que los simples pastores/agricultores… Eran los “técnicos” del pueblo, sabían resolverlos problemas…Además, pueden formar parte de algún tipo de “agrupaciones” laborales, con ciertas privilegios. No sabemos si Jesús formaba parte de una “cofradía” de técnicos

Sea como fuere, Jesús formaba parte de un mundo emergente de oficios técnicos, en una línea que le capacita para relacionarse con más gente, para conocer mejor  los problemas del entorno… Y además, los creadores/rabinos del nuevo Israel (desde el siglo II d.C.. en adelante) serán todos, casi sin excepción trabajadores manuales..

El hecho de que la iglesia posterior se haya helenizado (hasta el día de hoy), convirtiendo a los “servidores” de la iglesia en “señores” (no en trabajadores manuales, no en técnicos auto-suficientes) ha sido y sigue siendo una desgracia y una rémora hasta el día de hoy.

Unos obispos, presbíteros etc. (sin trabajo manual, en contra del “orden” de los monjes…y de los rabinos judíos) ha influido muy negativamente en la iglesia.

Eso de querer imitar a Jesús….  pero sin ser trabajadores manuales, de oficio, de tekne o técnica como Jesús  quizá ha sido un engaño muy pagano, muy helenista, en iglesia.

Jesús, un proyecto social-económico y religioso desde la marginación.

 Pienso que era un campesino sin propiedades obligado a vender su trabajo para así vivir y/o mantener a su familia, y, de esa forma, cuando él hable de “pobreza” y llame bienaventurados a los ptôjoi (mendigos), Jesús evocará su situación de marginado económico, que conoce por dentro y comparte la suma pobreza de las gentes de su entorno.

No es un marginal por rareza u opción sacral, sino un marginado real que se enfrenta a los poderes causantes de la marginación y los rechaza, para superarlos de raíz, como iré indicando (y como había proclamado el Magníficat).

 No fue pensador de tiempo libre, ocupado en pequeñas mejoras, sino profeta en un mundo de opresión, decidido a proclamar e iniciar el camino del Reino, entre hombres y mujeres de un mercado de trabajo sin trabajo (cf. Mt 20, 1-16). Su mensaje no fue un lujo espiritual desconectado de la vida, sino una propuesta de transformación para la vida en un contexto de muerte, en el que resonaba la amenaza del Gen 2-3: El día en que comáis del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal moriréis…

Los poderosos de su tiempo (dueños del poder y del dinero, romanos invasores y judíos colaboradores…) estaban comiendo de ese fruto del árbol del “conocimiento” económico….(que Jesús condensará como Mammón: Mt 6, 24), mientras que el grueso de la población se hallaba amenazada por el hambre, la exclusión, la enfermedad… Esto es lo que él aprendió, trabajando quizá por un tiempo al servicio del rey Antipas, en sus nuevas capitales (Séforis, junto a Nazaret; o Tiberíades, sobre el lago), o de otros propietarios ricos. Ciertamente, pudo tener más movilidad y más conocimiento que un agricultor asentado en (atado a) su tierra, pero conoció la vida desde “el otro lado”, desde la pobreza, y a partir de ella (no desde los ricos, señores del pensamiento y del dinero) quiso cambiar la vida de los hombres y mujeres de su pueblo, en un gesto y camino abierto a todos los pobres del mundo[2].

Los artesanos de Galilea eran como hebreos en Egipto, sin seguridad material o social, pues habían perdido o estaban perdiendo la “herencia de Dios” (tierra). No tenían patrimonio (vinculado al patriarcado), ni tierras para herencia, pues carecían de herencia y de casa (estructura familiar). Desde ese fondo, planeó y desarrolló Jesús su propuesta de Reino. Posiblemente, como heredero de una familia que había emigrado de Belén cien años antes (tras la conquista de Galilea por Alejandro Janeo, el Macabeo, hacia el 100 a.C.), Jesús se sentía portador no sólo de la promesa de Abrahán (familia, tierra), sino de la esperanza de David, el betlemita, que incluye la posesión de una tierra, en la que todos han de ser propietarios, compartiendo el don del Reino. Pero, al mismo tiempo, él formaba parte de la gran masa de hombres y mujeres que habían perdido la tierra (hambrientos, enfermos…), y que parecían expulsados de la herencia de Dios[3].

Un cambio social de fondo.

Como he destacado ya, los campesinos y pastores del principio de Israel se habían unido formando una agricultura de comunicación y fraternidad, con intercambio directo de bienes; pero, en un momento dado, con el despliegue de la monarquía y el auge de poder económico-social del templo, había surgido una clase especial de burócratas mercantiles, al servicio de las élites político/religiosas, que controlaban la riqueza:

‒ Los mercaderes como “clasedependían del trabajo productor de agricultores, pastores y obreros, pero de tal forma lo controlaban que acabaron haciéndose dueños de sus beneficios. Frente al trabajo que produce bienes, surge y se desarrolla el dinero del mercado, de manera que el valor primario no es ya la persona o familia, ni las relaciones personales, sino el Capital Mammón, dios objetivado como diablo (cf. Mt 6, 24).‒ Los mercaderes ricos,con los “reyes” o funcionarios superiores y los sacerdotes (que sacralizan de algún modo ese dinero), se hacen árbitros de la sociedad, dirigiendo el proceso real de producción y distribución de bienes. Así se relacionan con un dinero que, por un lado “pertenece al César” (cf. Mc 12, 16-17), pero que, por otro (¿al mismo tiempo?), tiende a convertirse en Mammón sobre el mismo César (Mt 6, 24).

No parece que Jesús haya sido un purista anti-monetario, ni un reformador económico sin más, pues no ha condenado directamente a los comerciantes (en contra de EvTom 67), pero ha querido poner el comercio y dinero al servicio de la vida (de los pobres), de un modo gratuito (por comunicación directa), iniciando un cambio intenso, no una simple reforma, apelando para ello a la llegada del Reino de Dios, prometido por profetas y apocalípticos[4].

El ideal de Jesús era una sociedad igualitaria (no mercantil, no imperial), de agricultores, pastores (y pescadores), compartiendo bienes y trabajos.  Pero de hecho gran parte de los agricultores se habían ido vuelto campesinos sometidos, marginados, pobres, enfermos, al servicio de la estructura político-monetaria del Imperio (Roma), en un proceso que culminaba en aquel tiempo en Galilea [5].

Entre pobres y excluidos. Jesús compartió su mensaje y camino con esos campesinos sin campo, renteros, braceros o artesanos al margen de la sociedad, y en especial con los pobres (mendigos, enfermos, impuros…), que eran el equivalente de los huérfanos, viudas y extranjeros de la ley fundamental del Pentateuco[6]. Por eso es bueno precisar la situación que ellos tenían:

Podía haber artesanos asentados e incluso ricos, clientes del sistema político, económico y/o religioso al que sostenían, operarios al servicio de gobernantes, ciudades y/o templos, como el de Jerusalén, con miles de obreros privilegiados quienes, como es normal, no respaldarán a Jesús pues se encuentran bien con su trabajo.

‒ Pero muchos eran marginados sin más,itinerantes sin hogar fijo, eventuales al servicio de agricultores ricos o de comerciantes. Entre éstos parece hallarse Jesús, obrero eventual, dependiente de un “mercado” de trabajo inestable, sin medios de vida asegurada.

      En el último escalón había grupos y gentes que se hallaban fuera de todos los esquemas, que no podían llamarse ni siquiera pobres en el sentido de trabajadores con pocos recursos (penes, penetes), sino ptôjoi estrictamente dichos (por-dioseros), mendigos sin propiedad, extranjeros, enfermos, excluidos sociales, entre los que podemos distinguir tres grupos.

Esclavos. Eran abundantes en el Imperio, pero menos en el contexto rural de Galilea, de forma que Jesús no pudo iniciar una “rebelión de esclavos” (como Espartaco, el 71 a. C.), sino un movimiento de Reino, con un tipo más amplio de siervos y dependientes económicos: campesinos pobres, artesanos y mendigos.

Impuros, degradados…No parece que formaran una clase especial (como en la India), pero hallamos muchos en el evangelio, en la línea de los enfermos (leprosos) y en especial de los posesos o endemoniados, y quizá entre los publicanos y prostitutas, que forman el corazón del proyecto de Jesús, que (como he dicho) no buscaba la restauración de la pureza sacral del pueblo (como los fariseos y otros grupos, con el Benedictus de Zacarías), sino la liberación de los pobres y excluidos[7]

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El misterio de la incredulidad. Domingo 14. Ciclo B.

Domingo, 7 de julio de 2024
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jesussinagoga1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

 El domingo pasado nos recordaba el evangelio de Marcos dos ejemplos de fe: el de la mujer con flujo de sangre y el de Jairo. Hoy nos ofrece la postura opuesta de los nazarenos, que sorprenden a Jesús con su falta de fe.

 En aquel tiempo Jesús fue a su tierra acompañado de sus discípulos. El sábado se puso a enseñar en la sinagoga, y la gente, al oírlo, decía asombrada:

-«¿De dónde le viene a este todo esto? ¿Cómo tiene tal sabiduría y hace tantos milagros? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros?».

Y se escandalizaban de él.

Jesús les dijo:

-«Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian al profeta».

Y no pudo hacer allí ningún milagro, aparte de curar a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se quedó sorprendido de su falta de fe. Recorrió después las aldeas del contorno enseñando.

Éxito en Cafarnaúm

            Resulta interesante comparar lo ocurrido en Nazaret con lo ocurrido al comienzo del evangelio: también un sábado, en Cafarnaúm, Jesús actúa en la sinagoga y la gente se pregunta, llena de estupor: «¿Qué significa esto? Es una enseñanza nueva, con autoridad. Hasta a los espíritus inmundos les da órdenes y le obedecen.» Enseñanza y milagros despiertan admiración y confianza en Jesús, que realiza esa misma tarde numerosos milagros (Mc 1,21-34).

Fracaso en Nazaret

            Otro sábado, en la sinagoga de Nazaret, la gente también se asombra. Pero la enseñanza de Jesús y sus milagros no suscitan fe, sino incredulidad. La apologética cristiana ha considerado muchas veces los milagros de Jesús como prueba de su divinidad. Este episodio demuestra que los milagros no sirven de nada cuando la gente se niega a creer. Al contrario, los lleva a la incredulidad.

            Los milagros de Jesús han representado un enigma para las autoridades teológicas de la época, los escribas, y ellos han concluido que: «Lleva dentro a Belcebú y expulsa los demonios por arte del jefe de los demonios» (Mc 3,22).

            Los nazarenos no llegan a tanto. Adoptan una extraña postura que no sabríamos cómo calificar hoy día: no niegan la sabiduría y los milagros de Jesús, pero, dado que lo conocen desde pequeño y conocen a su familia, no les encuentran explicación y se escandalizan de él.

Jesús, motivo de escándalo

            En griego, la palabra escándalo designa la trampa, lazo o cepo que se coloca para cazar animales. Metafóricamente, en el evangelio se refiere a veces a lo que obstaculiza el seguimiento de Jesús, algo que debe ser eliminado radicalmente («si tu mano, tu pie, tu ojo, te escandaliza… córtatelo, sácatelo»).

            Lo curioso del pasaje de hoy es que quien se convierte en obstáculo para seguir a Jesús es el mismo Jesús, no por lo que hace, sino por su origen. Cuando uno pretende conocer a Jesús, saber «de dónde viene», quiénes forman su familia, cuando lo interpreta de forma puramente humana, Jesús se convierte en un obstáculo para la fe. Desde el punto de vista de Marcos, los nazarenos son más lógicos que quienes dicen creer en Jesús, pero lo consideran un profeta como otro cualquiera.

Asombro e impotencia de Jesús

            A Marcos le gusta presentar a Jesús como Hijo de Dios, pero dejando muy clara su humanidad. Por eso no oculta su asombro ni su incapacidad de realizar en Nazaret grandes milagros a causa de la falta de fe. Adviértase la diferencia entre la formulación de Marcos: «no pudo hacer allí ningún milagro» y la de Mateo: «Por su incredulidad, no hizo allí muchos milagros».

Nazaret como símbolo

            Los tres evangelios sinópticos conceden mucha importancia al episodio de Nazaret, insistiendo en el fracaso de Jesús (la versión más dura es la de Lucas, en la que los nazarenos intentan despeñarlo). Se debe a que consideran lo ocurrido allí como un símbolo de lo que ocurrirá a Jesús con la mayor parte de los israelitas: «Sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa desprecian al profeta».

El fracaso no lo desanima

            El evangelio de hoy termina con estas palabras: «Recorrió después las aldeas del contorno enseñando.» Jesús ha fracasado en Nazaret, pero esto no le lleva al desánimo ni a interrumpir su actividad. Igual que Ezequiel (1ª lectura), le escuchen o no le escuchen, dejará claro testimonio de que en medio de Israel se encuentra un profeta.

Lectura del Profeta Ezequiel (1ª lectura: Ez 2,2-5).

En aquellos días, al decirme esto, el espíritu entró en mí, me hizo tenerme en pie y pude escuchar a aquel que me hablaba. Él me dijo: «Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes, que se han rebelado contra mí, ellos y sus padres, hasta este mismo día. Hijos de cara dura y corazón de piedra son aquellos a quienes yo te envío. Les dirás: Esto dice el Señor Dios. Escuchen o no escuchen -puesto que son una raza de rebeldes-, sabrán que en medio de ellos se encuentra un profeta.

Un remedio contra la soberbia y el narcicismo (2ª lectura).

            Aunque sin relación con el evangelio, el texto de Pablo enseña algo muy útil para todos. Él es consciente de haber recibido unas revelaciones especiales de Dios. La más importante, después de la conversión, que Jesús vino a salvarnos a todos, no solo a los judíos, y que el evangelio debe proclamarse por igual a todas las personas, sin tener en cuenta su raza, género o condición social. Una revelación totalmente revolucionaria. Esto pudo provocar en él una reacción de orgullo y soberbia. Para contrarrestarla, Dios «le clava una espina en el cuerpo», que le humilla profundamente. No sabemos a qué se refiere. Se ha pensado en su enfermedad de la vista, de la que habla en la carta a los Gálatas, que coartaba su actividad misionera. Por lo que dice a continuación, le humillaban las propias flaquezas y las persecuciones, insultos y críticas procedentes de todas partes. Sin olvidar sus arrebatos de ira, que le llevaron a pelearse con Bernabé, su mejor amigo, al que tanto debía; o que le hacían escribir cosas terribles contra los judíos, e incluso contra los cristianos que no compartían sus puntos de vista, a los que llama «falsos hermanos». En cualquier caso, avergonzado de su conducta, pide a Dios que le saque esa espina. Quiere ser bueno y sentirse bueno. Sin fallo alguno. Narcisismo puro. Y Dios le responde: «Te basta mi gracia, pues mi poder triunfa en la flaqueza».

            A ninguno de nosotros nos faltan espinas en el cuerpo y en el alma que nos gustaría arrancarnos; o, mejor, que Dios las arrancara para dejarnos vivir tranquilos, satisfechos de nosotros mismos. Pero nos dice como a Pablo: «Te basta mi gracia». Y nosotros debemos repetir como él: «Me alegro de mis flaquezas, de los insultos, de las dificultades, de las persecuciones, de todo lo que sufro por Cristo».

           Bastantes veces he oído decir: «Si fuésemos mejores, si la Iglesia fuera como la quería Jesús, si actuásemos como él, la gente aceptaría el mensaje del evangelio y no habría tanta incredulidad». Las lecturas de hoy demuestran que esta idea es ingenua. Nunca seremos mejores que Jesús, pero él también fracasó. No solo en Nazaret, sino en Corozaín, Betsaida, Cafarnaún, Jerusalén… Sin embargo, nunca renunció a cumplir la misión que el Padre le había confiado. Este es el gran ejemplo que nos da en el evangelio de hoy.

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Domingo XIV del Tiempo Ordinario. 07 de julio de 2024

Domingo, 7 de julio de 2024
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D-XIV

“La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía:
‘¿De dónde le viene esto? Y, ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada?’

(Mc 6,1-6)

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús volviendo a Nazaret por primera vez desde el comienzo de su predicación. Debió de alegrarse de volver a encontrarse con familiares, amigos y vecinos que le han visto crecer. Sin embargo, el Jesús que llega es un hombre diferente, transformado. Y esto es lo que hace que la gente conocida lo rechace, no quiera escucharle ni crea en él. Se pensaban que lo conocían, pero solo lo hacían externamente. Jesús tiene para ellos palabras de libertad, una Buena Noticia que llene sus vidas de esperanza y de consuelo, y las manos preparadas para sanar, para restablecer, para vivificar, para fortalecer. Pero la gente de Nazaret desconfía de alguien que, siendo tan parecido a ellos, les llega con un conocimiento nuevo: “¿De dónde le viene esto?”

La sabiduría que perciben en Jesús es incomprensible porque no le ha venido de fuera, no se ha convertido en un erudito a fuerza de estudiar. La transformación que la gente ve le viene de un conocimiento interior, profundo, íntimo, de su Padre del cielo y de la humanidad.

Sorprende que, a pesar de darse cuenta de la sabiduría de Jesús, lo rechacen, no le escuchen ni confíen en él. Quizás era porque sentían que su mirada y sus palabras les travesaban. Llegaban hasta su fondo, les revelaban su verdad, les incomodaban. Porque los conocía demasiado bien, sabía qué podía pedir a cada uno, sabía los puntos débiles de cada cual.

El caso es que si quien hubiera predicado en la sinagoga de Nazaret aquel sábado hubiese sido alguien desconocido, venido de lejos, sin ninguna relación con el pueblo, que no tuviera ni idea de sus relaciones y comportamientos, el éxito habría estaba asegurado.

Todo esto hace pensar en lo que nos cuesta escuchar palabras verdaderas sobre nosotras, palabras de quien nos conoce bien, de quien no podemos engañar con victimismos ni falsas imágenes. Palabras venidas de aquellas pocas personas que nos aceptan incondicionalmente, que solo quieren nuestro bien, que crezcamos y mejoremos. Que nos traen de vuelta a nuestra realidad.

Nos resulta más fácil seguir ensoñadas con espejos distorsionados. A menudo estamos dispuestas a escuchar aquello que viene de fuera, de cuanto más lejos mejor, cuanto más exótico mejor. Nos atraen las novedades, las soluciones instantáneas, las últimas tendencias. Buscamos consuelo y compañía a través de la pantalla, no lo pensamos mucho a la hora de contar nuestra vida a alguien desconocido.

Mucho menos dispuestas estamos, en cambio, a abrir el corazón a la gente con quien nos encontramos cada día. A hablarles de nuestros dolores, alegrías, deseos, sueños, vacíos y plenitudes. De lo que vivimos con ellos, lo que nos cuesta y lo que nos da gozo. Y es esta gente, sin embargo, la que nos puede hablar de nosotras mismas. Hacernos encontrar con quien somos y con el Dios que nos habita. Compartirnos, dejarnos mirar, escuchar serenamente lo que tienen que decir quienes nos conocen bien, es transformador y nos lleva hacia una vida plena. Igualmente, las profundidades de los demás, escucharles con oídos atentos y mirada limpia, nos hace crecer en sabiduría, en comunión, en alegría, en paz, en conocimiento de Dios.

Oración

Trinidad Santa, transfórmanos desde dentro, ayúdanos a dejarnos mirar hasta el fondo y a mirar a las demás personas con ternura y respeto, y a poner ante ti lo que simplemente somos.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Conocer demasiado a Jesús puede llevarnos a rechazarlo.

Domingo, 7 de julio de 2024
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DOMINGO 14º (B)

Mc 6,1-6

Las tres lecturas de hoy nos hablan de limitaciones del ser humano. Tanto Ezequiel, como Pablo, como Jesús, se dan cuenta de lo poca cosa que son, pero terminan descubriendo que esas limitaciones no anulan las posibilidades de humanidad plena. Somos humanos, tal vez ‘demasiado humanos’ como decía Nietzsche, pero la plenitud de humanidad que podemos alcanzar es algo increíblemente grandioso y más que suficiente para dar sentido a una vida. Seres humanos limitados y a la vez infinitos.

Con este texto concluye Marcos una parte de su obra. Después de este relato, que manifiesta la aceptación por el pueblo de las tesis de los dirigentes, no vuelve a poner a Jesús en relación con los representantes de la religión. Sigue enseñando y liberando al pueblo oprimido. Jesús ve que no hay nada que hacer con la institución, y se va a dedicar al pueblo marginado. Este episodio se encuentra en los tres sinópticos, aunque con notables diferencias. Relatos paralelos encontramos en Jn y en otros textos sinópticos.

Marcos no tiene relatos de la infancia. Por eso puede narrar sin prejuicios este encuentro con los de su “pueblo”. Es un toque de alerta ante el afán de divinizar la vida humana de Jesús. Para los que mejor le conocían, era solo uno más del pueblo. Sus paisanos estaban tan seguros de que era una persona normal, que no pueden aceptar otra cosa. Eran sus compañeros de niñez, habían jugado y trabajado con él, lo conocían perfectamente. Lo encuadran en una familia, (requisito indispensable para ser alguien). Hasta ese momento no habían visto nada anormal en él. Es lógico que no esperasen nada extraordinario.

El texto griego no dice pueblo sino “patria”. Ni hace referencia al lugar geográfico, sino al ambiente social en que vivió. Llega con sus discípulos, convertido en un rabino que tiene seguidores. No sale nadie a recibirle. Tuvo que esperar al sábado e ir él a la sinagoga a hablarles. No fueron a la sinagoga a escucharle, sino a cumplir con el precepto. Jesús por su cuenta, se pone a enseñarles. Marcos ya había advertido de la relación de Jesús con su familia. En 3,21 dice que sus parientes vinieron a llevárselo, porque decían que estaba loco. Quedan impresionados como en Cafarnaúm, pero con una actitud negativa.

En griego no dice: “desconfiaban de él” sino “se escandalizaban”, que indica una postura más radical. Ni siquiera pronuncian su nombre. Dicen despectivamente que es hijo de María; no nombran a su padre, que era la manera de considerar digna a una persona. Es curioso que Mateo corrige el texto de Marcos y dice: “hijo del carpintero”. Pero Lucas va más lejos y dice: “el hijo de José”. Estos evangelistas, que copian de Marcos, intentan quitarle al texto la posible interpretación peyorativa. Para Marcos, no era hijo de José, porque había roto con la tradición de su padre; ya no era un seguidor de las tradiciones.

Ese conocimiento total de Jesús les impide creer en él. Lo conocen muy bien, pero se niegan a reconocerle como lo que es. Hay que estar atentos al texto. En aquel tiempo, cualquiera podía hacer la lectura y comentarla. Si no aceptan su enseñanza, es porque no se presentó como carpintero sino con pretensiones de maestro. Tampoco lo rechazan por enseñar como un Rabí, sino por enseñar cosas nuevas que no estaban de acuerdo con la tradición. La religión judía estaba segura de sí misma y no admitía novedad. Los jefes religiosos no permitían admitir nada distinto a lo que ellos enseñaban.

Jesús no ha estudiado con ningún rabino ni tiene títulos oficiales. Al hacer Jesús alusión al rechazo del “profeta”, está respondiendo a las cinco preguntas puramente retóricas que se habían hecho sus paisanos. Jesús no enseña nada de su cosecha, sino que habla en nombre de Dios. Esa era la característica de un profeta. El texto nos dice que, al no aceptarle, están rechazando a Dios. La extrañeza de Jesús no es por verse rechazado sino por verse rechazado por su pueblo. Rechazado por aquellos a quienes intentaba liberar. El golpe psicológico que recibió Jesús tuvo que ser realmente muy fuerte.

Un detalle más interesante es que su desconfianza impide que Jesús pueda hacer milagro alguno. El domingo pasado decía Jesús a la hemorroísa: “tu fe te ha curado”; y a Jairo: “basta que tengas fe”. La fe o la falta de fe, son determinantes a la hora de producirse un “milagro”. ¿Dónde está entonces el poder de Jesús? Tenemos que superar la idea de un Jesús que puede hace lo que quiere en cada momento. Ni Dios ni Jesús pueden hacer lo que quieren si entendemos el “hacer” como causalidad física. La idea de un Jesús con el comodín de la divinidad en la manga ha falseado el verdadero rostro de Jesús.

El relato nos habla de la humanidad de Jesús. Nos confirma que no tiene privilegios. Por eso es tan difícil aceptarle como profeta. Siempre será difícil descubrir a Dios en aquel que se muestra como humano. Rechazamos por instinto cualquier Jesús que no esté de acuerdo con el que aprendimos de pequeños. Yo he oído más de una vez esta frase: “no nos compliques la vida. ¿Por qué no nos dices lo de siempre?” Acostumbrados a oír siempre lo mismo, rechazamos lo nuevo, aunque esté más de acuerdo con el evangelio.

Todo lo que no responda a lo sabido, a lo esperado, no puede venir de Dios. Esa fue la postura de los jefes religiosos del tiempo de Jesús y esa es la postura de los jerarcas de todos los tiempos. Pero esa es también la postura de todos los que lo negaron en aquella sociedad en la que vivió. Aceptar a Jesús, como aceptar a Dios, implica el estar despegado de todas las imágenes que nos hemos hecho de él. Siempre que nos encerremos en ideas fijas sobre Jesús, estamos preparándonos para el escándalo.

Dios nunca se presenta dos veces con la misma cara. Si de verdad le buscamos, lo descubriremos siempre diferente. Si esperamos encontrar al Dios domesticado, nos engañamos a nosotros mismos aceptando al ídolo que es familiar. La consecuencia inesperada de toda religión institucionalizada será siempre el tratar de manipular y domesticar a Dios para hacer que se acomode a nuestras expectativas egoístas.

El verdadero profeta es el que habla del Dios desconcertante que puede salir en cualquier instante por peteneras. El profeta nunca estará conforme con la situación actual, ni personal ni social, porque sabe que la exigencia de Dios es la perfección a la que no podemos llegar. El auténtico profeta será siempre un inconformista, un indignado. Lo más antievangélico será siempre la persona o la institución instalada.

La trampa en que hemos caído es pensar que “todos” tenían la obligación de aceptar el mensaje de Jesús. Nada ha hecho más daño al cristianismo, que el querer imponerlo a todos. Desde Constantino hasta hoy, hemos cometido el disparate de hacer cristianos por “decreto”. La opción por el evangelio será siempre cuestión de minorías. Nos asusta un Jesús completamente normal porque hemos puesto la grandeza en lo extraordinario. Lo grande del ser humano no es lo que no tienen los demás, sino lo que todos tenemos.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La incomprensión.

Domingo, 7 de julio de 2024
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Mc 6, 1-6

¿No es éste el carpintero, hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón?

Tenemos tendencia a pensar que la vida pública de Jesús tuvo dos etapas distintas; la primera gloriosa en Galilea con multitudes que le seguían entusiasmadas, y la segunda dramática en Jerusalén, donde fue sometido a pasión y muerte.

Pero ésta es una percepción errónea, o al menos incompleta, porque la predicación de Jesús siempre estuvo marcada por la incomprensión. Ni sus amigos más cercanos le entendían, y aunque le seguían fascinados, tuvo que morir para que le entendiesen y creyesen en él (Jn 20,8).

¿Pero, por qué no le entendían?…

Pues porque eso era lo natural. Su misión era proclamar a Abbá —el Padre que nos ha engendrado por amor y nos perdona siempre y sin condiciones—, y precisamente en el origen de la misión estaba también el origen del problema; porque Abbá tenía poco que ver con el Dios que proclamaban los doctores y los santos de Israel.

Para cualquier israelita, la conversión a Abbá suponía abandonar al Dios de sus padres, renunciar a la tradición y lanzarse al vacío, y éste era un plato demasiado fuerte para el que no estaban preparados. Por eso, todo cuanto le escuchaban lo amoldaban a la horma de sus tradiciones y acababan interpretándolo en clave política. Les entusiasmaba lo de Jesús, pero no podían aceptar que aquello pudiese entrar en conflicto con sus creencias milenarias.

Los escribas y fariseos habían rechazado su mensaje desde el principio y le habían sometido a un permanente acoso. Primero le acusaron de blasfemo (Mc 2,7) y luego de actuar en nombre de Belcebú (Mt 12,24). Pero quizá lo más doloroso fue que sus familiares tampoco le entendiesen y fuesen a buscarle para llevarlo a casa porque pensaban que estaba loco (Mc 3,21). En Nazaret fue rechazado por sus antiguos vecinos (Mc 6,6), y tras la multiplicación de los panes y los peces, una muchedumbre quiso proclamarle rey (Jn 6,15), y al negarse, se produjo tal desbandada entre sus seguidores que tuvo que replantearse todos sus planes.

Pero su enfrentamiento con escribas y fariseos no se limitó a discusiones dialécticas, sino que en varias ocasiones corrió peligro su vida. Después de la curación en sábado del hombre de la mano paralizada, los fariseos se conjuraron con los herodianos para matarle (Mc 3,6). Cuando visitó Nazaret, sus vecinos no le admitieron como profeta y quisieron despeñarlo (Lc 4,29). En la fiesta de los Tabernáculos, los sacerdotes y los fariseos mandaron alguaciles para prenderle, pero volvieron con las manos vacías: «Jamás hombre alguno habló como éste» (Jn 7,47) …

Y así hasta la cruz. No, la vida de Jesús nunca fue un camino de rosas y podemos imaginar que en muchos momentos se habría sentido frustrado y fracasado, pero tuvo el coraje de mantener su compromiso hasta el final.

Fascinante, Jesús.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Portavoz de Dios.

Domingo, 7 de julio de 2024
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comodejarteprofeta-despreciadoMc 6,1-6

Las lecturas de este domingo nos sitúan en unas categorías que nos resultan un tanto extrañas y sin embargo sus raíces bíblicas y su actualidad tienen una gran fuerza. Es el contraste Profeta-Rey.

A primera vista, tanto uno como otro, nos pueden parecer dos papeles desfasados que poco tienen que ver con nuestra realidad actual. Pero adentrémonos un poco en el concepto de Rey y comprenderemos que tiene que ver con el poder económico y político. Hoy, quizá como nunca antes, es evidente que el poder corrompe.

Profeta es quien anuncia la palabra de amor y quien denuncia la manipulación y la injusticia del poder, es decir, del Rey. No anuncia ni denuncia desde sí mismo sino desde la experiencia de miseria del pueblo y desde las exigencias de justicia de Dios.

El profeta saca a la luz aquello que oprime al pueblo pero no se calla frente a la introyección del pueblo queriendo imitar en todo a sus opresores. ¿Y qué es la introyección? Es un proceso psicológico por el cual una persona incorpora en su propio sistema interno y hace suyos los valores, las ideas, hábitos, creencias o patrones de otra persona o del contexto social.

Muchas veces nos situamos frente al poder opresor en actitud de protesta y desde el discurso teórico. Es fácil señalar la injusticia del otro sin mirarnos a nosotrxs mismxs. No nos resulta fácil aceptar que caemos en los mismos patrones aunque los critiquemos.

Llevo varias semanas traduciendo con Magda Bennásar, compañera de comunidad, los doce principios de la humildad de la regla de San Benito, descritos y actualizados por la benedictina Joan Chittister, autora norteamericana muy conocida.

Son esos 12 principios de vida —el reconocimiento de mi lugar en el universo, la necesidad de sabiduría más que de poder, la auto-revelación más que el engrandecimiento propio, y las relaciones correctas— los que se necesitan urgentemente ahora. Si queremos recuperarnos alguna vez de los sistemas retorcidos y deformados que actualmente se hacen pasar por Iglesia y Estado, debemos empezar a examinar los supuestos y actitudes que estamos permitiendo que se cuelen en nuestras instituciones y, lo que es peor, en nuestras propias almas.

El evangelio nos lo presenta muy claro: “¿De dónde le vienen a éste esas cosas? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María….? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros?” (Marcos 6: 1-6)

Cuando alguien despunta a nuestro lado en seguida ponemos en tela de juicio lo que hace, lo que dice, poniéndonos en evidencia a nosotros mismos. ¿Por qué nos cuesta tanto alegrarnos de la posibilidad de que Dios se esté manifestando a través de esa persona?

Desde el principio el cristianismo estuvo lleno de conflictos, provocados tanto desde fuera como desde dentro de las mismas comunidades cristianas.

La naturaleza humana “salta” rápidamente cuando siente que se le hace de menos, que se le trata de imponer algo, y luchamos con todas nuestras fuerzas por defender nuestra visión a costa de lo que haga falta. El amor propio es el que impera por encima de todo y de todos.

En la segunda lectura de este domingo, 2 Cor 12, 7-10, dice Pablo: “Para que no me engría”… ¿De qué se habría de engreír Pablo, por qué tendría que saltar la soberbia? “Por la grandeza de estas revelaciones” dice en el versículo 7. Esa tendencia tan humana que experimentamos todos de apropiarnos de lo que Dios nos concede gratuitamente sin necesidad de que hagamos nada para merecerlo.

Esas revelaciones, esas experiencias tienen sentido cuando las ponemos al servicio de la comunidad. No se nos regalan para nuestro propio beneficio y el peligro es creer que son nuestras.

Y mucho más quienes se otorgan la enseñanza de la fe cristiana por el título que se les ha concedido, sin respetar que los criterios se disciernen en comunidad y que nadie, absolutamente nadie tiene la exclusividad de la “inspiración divina”.

Me refiero sí, a obispos que en lugar de pastores parecen jueces, a sacerdotes que creen que el sacramento les convierte en personas con el poder de decidir sobre toda la comunidad. Y a cada uno y cada una de nosotras que en nuestra parcela nos creemos dueños y señores y también podemos actuar con un absolutismo que da miedo.

“Para que no tenga  soberbia me han metido una espina en la carne: un emisario de Satanás que me apalea para que no sea soberbio”.

¿A qué o a quién se está refiriendo? No lo sabemos pero si sabemos que hay circunstancias en nuestras vidas que nos colocan en nuestro sitio. Una enfermedad, una relación difícil, mi propio carácter…se pueden convertir en dificultades grandes para lo que yo creo que es el plan de Dios. Por eso solemos pedirle que nos libre de todo ello.

Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad”. Recuerdo en los principios de mi vida consagrada cómo acudía a esta Palabra intentando convencerme de ella aunque me parecía prácticamente imposible que fuera verdad. ¿Cómo es posible que algo que parece tan contradictorio sea efectivamente el camino del que Dios se sirve para nuestra transformación?

A fuerza de experiencias, duras muchas veces, de sentir no solo la debilidad sino también esa fuerza de Dios que no sabemos de dónde viene, aprendemos a retirarnos para dejar pasar al Espíritu.

Solo lo entiende quien ora; vivir desde esta dimensión solo es posible desde el corazón, no como algo opuesto a la razón sino como unificación de los dos, mente y corazón.

Nuestra Iglesia necesita un cambio radical, olvidarse del poder del “Rey” y entrar en la dimensión profética, entendida no como anuncio o denuncia desde sí mismo, sino como consecuencia de la escucha a Dios y al pueblo.

Este mensaje es para todos y todas. Abandonar el dominio y el poder opresivo a través de la conversión y la reconciliación y pasar a estar a la sombra del Espíritu.

Carmen Notario, SFCCespiritualidadintegradoracristiana.es

Fuente Fe Adulta

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El sabor de la sabiduría.

Domingo, 7 de julio de 2024
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Sabiduria-640x427Domingo XIV del Tiempo Ordinario

7 julio 2024

Mc 6, 1-6

Ningún especialista duda de que los textos evangélicos son obra de las primeras comunidades cristianas que, en un proceso de elaboración nada sencillo, trataban de dar contenido y coherencia a la fe que empezaban a vivir. En ese sentido, los evangelios no son tanto crónicas, cuanto catequesis que buscan sostener, alimentar y difundir la fe en Jesús como Mesías (o Cristo).

Por ese motivo, no parece que podamos conocer nunca las palabras auténticas de Jesús, por más que haya sido este un intenso objeto de indagación por parte de biblistas y teólogos, que perseguían llegar a formular con precisión las “ipsissima verba Jesu” (las mismísimas palabras de Jesús).

Con todo, parece un dato histórico que la gente de Galilea lo reconocía como un “maestro de sabiduría”. Sin duda, porque hablaba desde la experiencia, la integridad, la coherencia y el amor.

La persona sabia no es la que repite discursos aprendidos de otros ni la que se conforma con creencias. No se acomoda resignada en un pensamiento perezoso que repite lo que le han enseñado, sino que cuestiona incansablemente el dogma y las creencias heredadas y consideradas intocables. Habla de lo que ha vivido y ha visto, ha sido transformada por ello y lo ofrece de manera desapropiada, no buscando la conformidad con lo que dice, sino como invitación para que cada cual indague y verifique por su cuenta la verdad de lo que escucha.

Las creencias son siempre un conocimiento de segunda mano y no aportan nada nuevo; simplemente, otorgan una falsa sensación de seguridad mientras se mantiene la adhesión o la fe, pero en realidad son incapaces de ofrecer consistencia. Se trata de ideas escuchadas a otros, por lo que, al repetirlas, suenan vacías de sabor. Y no solo no aportan nada nuevo, sino que, al prestarles adhesión y tomarlas como “verdaderas”, cierran el paso a la búsqueda e indagación de la verdad. En realidad, el dogma es la anti-comprensión.

Las palabras de sabiduría, por el contrario, aportan verdad y se hallan dotadas de sabor, novedad y frescor. No se trata de un sabor necesariamente “dulce” -con frecuencia, cuestionan, remueven y perturban- ni de una “novedad” esnobista, que buscara aplauso o admiración. Son palabras siempre nuevas, porque no nacen de la mente -de lo aprendido-, sino que expresan lo vivido y experimentado. Por eso resuenan con facilidad en quienes las escuchan, despertando, en esa resonancia, la sabiduría que habita en todo ser humano.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Más que funcionarios necesitamos profetas.

Domingo, 7 de julio de 2024
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1535107871_3pY1k5vjDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Dos aspectos presiden la Palabra de este domingo:

  1. La dimensión humana de Jesús: Encarnación.
  2. Jesús como profeta: el profetismo en la vida de las comunidades cristiana

01.- Dimensión humana de Jesús

Las lecturas de hoy, especialmente la del evangelio, son una meditación sobre la dimensión humana de Jesús.

        La pregunta sobre quién era Jesús es frecuente en los evangelios, especialmente en el de Marcos. ¿Quién es éste? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven aquí con nosotros?”

Muchas personas pensamos que Jesús fue una especie de extraterrestre, algo así como un “niño prodigio” que vino a este mundo de manera casi “mágica”, entró en nuestra historia, pero en realidad lo humano y terrestre de Jesús tenía poco o ningún interés.

Pero JesuCristo no fue un “ovni” o un extraterrestre aterrizado de los cielos, del olimpo de los dioses., Jesús fue hombre, ser humano como nosotros. Jesús crecía entre nosotros en sabiduría, gracia…

Por eso, los treinta años de “vida oculta” de Jesús, la historia humana de Jesús no fue un pasar el tiempo, esperando lo realmente importante, que era su predicación, muerte, resurrección y la marcha de este mundo.

Esta visión de un Jesús celeste malamente podría ser  de la religión y filosofía griegas, pero no es una lectura cristiana de Jesús.

La imagen de  un Mesías celeste, angelical, puramente divino estuvo presente ya entre las primeras desviaciones del pensamiento cristiano. Se llamaba el gnosticismo: es algo que se dio especialmente en algunos cristianos de las comunidades de S Juan. Si Jesús era Dios, no podía ser hombre. Los dioses están con los dioses en el cielo, en el olimpo. Jesús tenía apariencia humana, pero no era humano.

Por esto el NT subraya la dimensión humana de Cristo: el Verbo se hizo carne (Juan 1). No se hizo ángel o un ser celeste, sino hombre.

Los paisanos de Jesús -lógicamente y por contraposición- le ven como el hijo del carpintero, el hijo de  María, hermano de sus hermanos y hermanas. Pero muchos de los parientes de Jesús no llegarán a ver en Jesús la expresión de Dios, el logos, el hijo de Dios.

Siempre la cuestión es ver en la materialidad de las personas y de la vida “algo más”: transcendencia, transfiguración…

        En el hijo del carpintero podemos ver a Cristo y lo que él significa. El hijo de Dios es el hijo del carpintero.

        Y a Jesús, a Dios, le vemos en el pobre, en el marginado, en los más débiles y sencillos de la vida.

02.- Hubo un profeta

En la lectura de Ezequiel nos dice que: el pueblo rebelde sabrá que hubo un profeta. Al mismo en el evangelio Jesús dice que es despreciado como profeta por su propio pueblo.

Profeta no es el que adivina el futuro: ese es un mago o vidente o agorero. Profeta es la persona lúcida y libre que sabe leer los acontecimientos de la historia desde la profundidad de la razón y de la fe. Profeta es el que hace de contrapunto del pueblo.

Cuando el pueblo se aleja de Dios, de la verdad, el profeta es el que le recrimina y le llama a la conversión. Por contra: cuando el pueblo se siente hundido, abandonado en el destierro, en la calamidad, el profeta es el que anima al pueblo… El profeta es el que anuncia y denuncia:denuncia las miserias, el pecado y anuncia un porvenir, un futuro mejor.

Por esto generalmente el profeta no está bien visto por el poder, por la jerarquía. El profeta siempre es incómodo, porque a las instituciones, a los sistemas y estructuras de poder les molesta mucho que les critiquen sus defectos y corrupciones. A todos nos gusta escuchar únicamente alabanzas y que nos rían “las gracias”. Por ello generalmente los profetas son perseguidos, aniquilados. Desde Juan Bautista, al que le cortaron la cabeza, hasta Oscar Romero, al que le dieron un tiro y sobre todo Cristo, al que el mundo religioso y político llevó también a la muerte en cruz, los profetas han sido y son marginados y eliminados.

03.- Profetismo en la Iglesia.

Entre los muchos servicios y ministerios que se dieron en la Iglesia naciente: maestros, doctores, misioneros, incluso mujeres diaconisas, etc., hubo profetas.

En las comunidades nacientes del NT, había profetas, pero pronto desaparecieron, porque los auténticos profetas son siempre incómodos.

Los profetas son incómodos pero necesarios.

Es abusivo y falso pensar que Dios habla y actúa únicamente por voz de la jerarquía, del poder y de los funcionarios. Dios también habla a su pueblo y a la humanidad por voz de los profetas.

Es importante que no olvidemos el profetismo en la Iglesia. Dios siempre promueve profetas en la historia y en su Iglesia.

¿Qué duda cabe de que Mons Oscar Romero y Helder Cámara fueron profetas en el continente sur de América?  S Francisco de Asís, algunos misioneros en África han sido auténticos profetas, como lo fueron aquellos jesuitas de los ss XVII y XVIII en las misiones de los guaraníes en el Paraguay.  Ignacio Ellacuría y los compañeros mártires fueron profetas mártires en el Salvador (1989). Juan XXIII tuvo aquel gesto profético de convocar el concilio frente a una iglesia asfixiada por la ley y los funcionarios curiales. Lo mismo Pablo VI, hombre profundamente religioso, respetuoso y profético que pacientemente -aún con sus dudas-  llevó adelante e introdujo el Vaticano II en las venas de las comunidades cristianas. El P Arrupe fue también profeta que vertió la  Compañía de Jesús a los moldes de la teología de la Liberación por lo que no fue bien tratado por la jerarquía.

Qué duda cabe que aquel grupo de excelentes teólogos del Vaticano II fue un grupo profético: recordemos entre otros muchos a Rahner y a Häring, padres de la teología y de la moral modernas

Nos hace bien que el profetismo siga vigente en las comunidades cristianas. Y es necesario que siga existiendo. Los servicios y ministerios en la Iglesia no se pueden reducir a un funcionariado… ¡No apaguéis el espíritu!  (1Tes 5,19-20)  dice San Pablo.

La sinodalidad en la que está inmersa la Iglesia desde hace algún tiempo, no puede quedarse reducida a “permitir y / o prohibir” algunos aspectos de tipo disciplinar-eclesiástico moral: el celibato, la homosexualidad, divorcios, liturgias, etc.

Si la sinodalidad no camina por cauces proféticos audaces no hará que el evangelio se abra a la “nueva gentilidad” postmoderna de nuestro tiempo,  como San Pablo llevó la buena nueva a la gentilidad de la cultura grecorromana.

Nos hacen falta profetas que vean y piensen la situación y los problemas de las comunidades cristianas y de la sociedad actual. Repetir y repetir no evangeliza. Hace falta lucidez, aliento vital, audacia profética para servir y ayudar a las comunidades cristianas.

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“Que escuchemos a Jesús, profeta de Nazaret”, por Consuelo Vélez

Domingo, 7 de julio de 2024
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IMG_5877Comentario al evangelio del domingo XIV del Tiempo Ordinario 07-07-2024

Sus “parientes”, los de “su casa”, no reconocen a Jesús como profeta, sigue vigente la necesidad de “entrar a la casa del discipulado” para reconocerlo

El rechazo a Jesús que narra el evangelio de Marcos y que sufrió la primera comunidad cristiana, hoy sigue vigente, pero no necesariamente en el mundo secular sino entre algunos que se dicen creyentes de donde viene menos evangelio, menos reino de Dios, menos seguimiento al Jesús de la historia

Salió de allí y vino a su patria y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada y decía:

– ¿De dónde le viene esto? Y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿y muchos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?

Y se escandalizaban a causa de él.

Jesús les dijo:

+ “Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y su casa carece de prestigio”.

Y no podría hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe.

 (Mc 6, 1-6ª).

 El evangelio que hoy se pone a nuestra consideración se refiere a la vuelta de Jesús a su patria, Nazaret -aunque en el texto no se dice el nombre-, pequeña población donde resulta muy fácil que todos se conozcan.  Jesús entra a la sinagoga -en el evangelio de Marcos esta sería la tercera vez que Jesús va a una sinagoga y, al mismo tiempo, será la última. Allí se dispone a enseñar. Pero, aunque una multitud le oía y quedaba maravillada, no faltaron los que no podían aceptar que Jesús tuviera tantas palabras de sabiduría, habiendo nacido entre ellos. El pasaje nos da algunos datos de aquel contexto, como, por ejemplo, los nombres de la familia de Jesús, nombres que pertenecen a lo más propio de Israel y, en ese contexto de conflicto social con el Imperio, pueden significar resistencia frente a este. Además, se dice que Jesús es carpintero (Tekton), término que se aplica a los que trabajan con materiales duros(distinto que a los que trabajan con arcilla). Por tanto, se podría decir que Jesús era constructor o incluso se podría decir que herrero, si acogemos otro significado del término.

Lo que interesa resaltar es el rechazo que Jesús sufre por parte de los suyos. El evangelio de Marcos lo escribe una comunidad perseguida, con lo cual, muestra, en el rechazo a Jesús, su propia persecución. El texto retoma el tema de que los “parientes”, los de “su casa” no lo reconocen como profeta. Recordemos el pasaje que hace poco leímos de que llegan a buscarlo su madre y sus hermanos y Jesús les dice que la familia que se forma en torno al discipulado, no es la familia de sangre sino la de aquellos que escuchan la palabra y la practican. Sigue, entonces, vigente la necesidad de entrar a la casa de discipulado, no quedándose fuera, sin querer entrar a la casa.

El texto añade que no pudo hacer casi ningún milagro por la falta de fe de sus destinatarios. Ahora bien, el milagro, en los términos actuales, se entiende como algo extraordinario y la pregunta es cómo se hizo aquello y al no poderlo explicar por la ciencia, se dice que es un milagro. En tiempos de Jesús, la pregunta es cómo se descubre la presencia de Dios en un acontecimiento y en eso consiste el milagro. No va por la línea de cosas extraordinarias sino por la de la experiencia de fe que permite reconocer a Dios actuando en la cotidianidad de la existencia. Recobrar ese significado, que es profundamente bíblico, es bien importante en la iglesia actual, donde todavía se explota lo extraordinario, dando paso a una religiosidad más basada en demostraciones que en la sencillez y cotidianidad del reino anunciado por Jesús.

Frente a este evangelio podemos preguntarnos si no sigue pasando esto en la iglesia actual. Los que se creen dentro no reconocen muchas veces lo más esencial del evangelio. Muchas veces son los que más se oponen a la reforma eclesial, a la sinodalidad, a la paz, al perdón, a la misericordia, al servicio, a la defensa de los derechos humanos, a la justicia social. Algunos dirán que no es así. Que por supuesto los cristianos están a la vanguardia de estos valores. Posiblemente hay muchos cristianos que lo están, pero las evidencias muestran lo contrario. Lo que dijeron los obispos reunidos en Puebla, hace más de cuarenta años: “Es un escándalo y una contradicción a la luz de la fe, la brecha inmensa entre ricos y pobres en nuestros pueblos latinoamericanos”, sigue vigente. Más evidente aún, es la oposición que se hace al papa Francisco desde instancias eclesiales. En definitiva, el rechazo a Jesús que narra el evangelio de Marcos y que sufrió la primera comunidad cristiana, hoy sigue vigente, pero no necesariamente en el mundo secular sino entre algunos que se dicen creyentes de donde viene menos evangelio, menos reino de Dios, menos seguimiento al Jesús de la historia.

De Nazaret sale la predicación del reino. De la fe de los que siguen estos valores sale la posibilidad de transformar nuestra realidad actual. Ojalá que seamos de aquellos que reconocemos la presencia de Dios en medio de nuestros acontecimientos y no de los que rechazamos al mismo Jesús con nuestros actos y decisiones.

(Foto tomada de: https://bibliaycomunicacion.wordpress.com/category/sinagoga-de-nazaret/)

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