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Trabajador gay despedido escribe sobre poner la otra mejilla en una iglesia sinodal

Lunes, 20 de febrero de 2023

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La publicación de hoy es del colaborador invitado Mark Guevarra. Mark es un estudiante de doctorado en Graduate Theological Union, en Berkeley, California, con interés en la sinodalidad.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el 7º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Un enemigo se define como alguien que es hostil, siente odio y causa daño a un oponente. La mayoría de nosotros tenemos enemigos hasta cierto punto, personas que nos persiguen con rencor, nos odian y nos causan daño. Entonces, la enseñanza de Jesús hoy de poner la otra mejilla es todavía algo que nos desafía tanto individual como comunitariamente, dado que a lo largo de la historia la iglesia ha enfrentado y continúa enfrentando persecución. Entonces, ¿cómo ponemos la otra mejilla?

Jesús no está diciendo que debemos ser un felpudo que invita a más daño a nosotros mismos, sino que debemos tener compasión por nuestros enemigos y no tomar represalias. La palabra para amor que se usa en esta lectura del evangelio es ágape, la palabra principal para amor en los evangelios, lo que implica que así es como los cristianos debemos amar. Ágape es darnos libremente, motivados por la creencia de que somos amados por completo.

Ágape es la clave para la verdadera felicidad y libertad, y es la compasión y la caridad encarnadas. Esto se demuestra en la Cruz cuando Jesús ora por los que lo han puesto allí: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Muchos de nosotros hemos escuchado esa oración a lo largo de los años y nos hemos preguntado: “¿Cómo puede alguien perdonar como Jesús frente a una angustia, una vergüenza y una traición insoportables?” Y sin embargo, ágape es lo que estamos llamados a hacer.

El 6 de febrero cumplí el quinto aniversario de haber sido despedido como asociado pastoral por ser gay y tener una relación amorosa. Fue una experiencia dolorosa perder mi ministerio y ver rechazada mi vocación y años de formación. Me sentí atacado y traicionado. Inmediatamente después del despido, a menudo me encontré tratando de entender por qué la iglesia institucional nos despidió a mí y a muchos otros. En medio de la noche, debatía ferozmente en mi mente con los funcionarios de la iglesia que me despidieron. Era mentalmente agotador y durante meses perdí incontables horas de sueño. Otras noches, me sentaba a llorar más allá de las palabras simplemente enumeradas por lo que había sucedido. El único respiro que encontraba en mis momentos de lucha o congelamiento era basarme en la fe. Encontré consuelo en la oración: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Poner la otra mejilla significaba dejar ir y encontrar consuelo en mi impotencia. De esta manera, la mano liberadora de Jesús me libera de mi instinto de contraataque, de huir a falsas seguridades o de congelarme en sentimientos negativos.

Poner la otra mejilla también significa ser compasivo con aquellos que me han lastimado. No solo significa aprender sobre la historia, los contextos, los sistemas individuales y comunitarios y el pecado que lo impregna todo, sino también la gracia que obra para transformarlo todo y la gracia que me llama a ser parte de la construcción de la justicia y la paz. El evangelio no termina con la Cruz y la muerte, sino con el perdón y un llamado a continuar la obra liberadora de Jesús de restaurar la justicia.

B8CE4B70-5A32-40E6-AA8E-536E5BBAB33BDespués de leer los resúmenes sinodales de cientos de diócesis y los resúmenes de la Conferencia de Obispos Católicos de EE. UU. y la Conferencia de Obispos Católicos de Canadá, está claro que la iglesia, los sistemas abusivos, las miembros y sus enseñanzas. Entonces, ¿cómo se ve poner la otra mejilla en nuestra iglesia sinodal?

Poner la otra mejilla significa liberarse del ciclo de daño causado a las personas LGBTQ+ por la iglesia institucional, que solo se puede lograr a través del ágape. He encontrado sanación en mi trabajo doctoral que se enfoca en las prácticas de justicia restaurativa entre las personas LGBTQ+ y la iglesia institucional. La Catholic Mobilizing Network (Red de Movilización Católica) ha estado trabajando durante años para transformar el sistema de justicia penal de los EE. UU. para que sea menos punitivo y más reparador. Este enfoque de justicia restaurativa puede enseñar mucho a la iglesia a medida que se vuelve más sinodal. Podemos poner la otra mejilla descubriendo las verdades y aprendiendo a tenerlas en cuenta, reconociéndolas y lamentándolas, comprometiéndonos a poner fin a los ciclos de daño y haciendo reparaciones.

El evangelio de hoy nos enseña que poner la otra mejilla es la clave para la felicidad duradera del individuo, pero también tiene implicaciones importantes para la iglesia en su conjunto.

—Mark Guevarra, 19 de febrero de 2023

Fuente The New Ways Ministry

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“Cordialidad”. 19 de febrero de 2023. 7 Tiempo ordinario (A). Mateo 5, 38-48.

Domingo, 19 de febrero de 2023

14_7-TO-A_1655813No es la manifestación sensible de los sentimientos el mejor criterio para verificar el amor cristiano, sino el comportamiento solícito por el bien del otro. Por lo general, un servicio humilde al necesitado encierra, casi siempre, más amor que muchas palabras conmovedoras.

Pero se ha insistido a veces tanto en el esfuerzo de la voluntad que hemos llegado a privar a la caridad de su contenido afectivo. Y, sin embargo, el amor cristiano que nace de lo profundo de la persona inspira también los sentimientos, y se traduce en afecto cordial.

Amar al prójimo exige hacerle bien, pero significa también aceptarlo, respetarlo, valorar lo que hay en él de amable, hacerle sentir nuestra acogida y nuestro amor. La caridad cristiana induce a la persona a adoptar una actitud cordial de simpatía, solicitud y afecto, superando posturas de antipatía, indiferencia o rechazo.

Naturalmente, nuestro modo personal de amar viene condicionado por la sensibilidad, la riqueza afectiva o la capacidad de comunicación de cada uno. Pero el amor cristiano promueve la cordialidad, el afecto sincero y la amistad entre las personas.

Esta cordialidad no es mera cortesía exterior exigida por la buena educación, ni simpatía espontánea que nace al contacto con las personas agradables, sino la actitud sincera y purificada de quien se deja vivificar por el amor cristiano.

Tal vez no subrayamos hoy suficientemente la importancia que tiene el cultivo de esta cordialidad en el seno de la familia, en el ámbito del trabajo y en todas nuestras relaciones. Sin embargo, la cordialidad ayuda a las personas a sentirse mejor, suaviza las tensiones y conflictos, acerca posturas, fortalece la amistad, hace crecer la fraternidad.

La cordialidad ayuda a liberarnos de sentimientos de indiferencia y rechazo, pues se opone directamente a nuestra tendencia a dominar, manipular o hacer sufrir al prójimo. Quienes saben comunicar afecto de manera sana y generosa crean en su entorno un mundo más humano y habitable.

Jesús insiste en desplegar esta cordialidad no solo ante el amigo o la persona agradable, sino incluso ante quien nos rechaza. Recordemos unas palabras suyas que revelan su estilo de ser: «Si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?».

José Antonio Pagola

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“Amad a vuestros enemigos” . Domingo 19 de febrero de 2023. 7º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 19 de febrero de 2023

15-ordinario7 (C) cerezoLeído en Koinonía:

Lv 19,1-2.17-18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo
Salmo responsorial 102:  El Señor es compasivo y misericordioso
1Cor 3,16-23: Todo les pertenece, ustedes de Cristo, y Cristo de Dios
Mt 5,38-48: Amen a sus enemigos

Todos estamos llamados por Dios a ser santos, a ser perfectos, como el mismo Padre lo es; y el camino para llegar a la plena santidad es el amor: amor a Dios y a los hermanos, amor a los que sufren, amor a sí mismo, a la familia, amor a la naturaleza, al cosmos-caos entero.

Las tres lecturas de hoy podría considerarse que están centradas en el tema de la «santidad por el amor».

La primera lectura, un fragmento del «código de santidad» del libro del Levítico, presenta una imagen de santidad mediada por la responsabilidad con el prójimo; es decir, que el camino para llegar a Dios y lograr la santidad comienza con el respeto hacia la vida y la dignidad del otro. Este criterio es el centro de la Ley y los Profetas, el eje que determina nuestra verdadera relación con Dios, el elemento fundamental de la fe, ya que a través de la apertura a los demás es como ciertamente somos partícipes de la promesa de salvación dada por Dios a su pueblo.

Pablo, en la primera carta a los Corintios, considera al ser humano como templo de Dios y morada del Espíritu. Con ello está diciendo que cada persona es presencia concreta de Dios en la historia humana. Este templo del cual habla Pablo es la comunidad cristiana de Corinto, en donde la Palabra anunciada ha sido escuchada y ha surtido efecto. La intención, entonces, de Pablo es advertir a sus oyentes de los peligros que acechan ese templo y que amenazan con destruirlo; esos peligros se encarnan en aquellos que pretenden anular el mensaje de Cristo crucificado a través de discursos provenientes de la sabiduría humana, que rechazan la vinculación e identificación de Dios con la debilidad humana y la solidaridad de Dios con los marginados de la sociedad. El mensaje de Pablo es supremamente importante, pues comprende que el verdadero templo en donde habita Dios son las personas, es en la vida de la humanidad, en los hombres y mujeres de todo el mundo, sin distinción de raza, cultura o religión; de esta manera Pablo supera la reducción de la presencia viva de Dios a una construcción, a unas paredes o a un “lugar” específico de culto. Son las personas el lugar verdadero donde debemos dar culto a Dios; son las personas el lugar privilegiado en donde toda nuestra fe se debe expresar, especialmente con aquellos hombres y mujeres, que, siendo santuarios vivos de Dios, han sido profanados por la pobreza, la violencia y la injusticia social.

El elemento fundamental del proyecto cristiano es presentado en esta sección del evangelio de Mateo: el amor. Este amor propuesto por Jesús supera el mandamiento antiguo (Lv 19,18) que permite implícitamente el odio al enemigo. Lo supera porque es un amor que no se limita a un grupo reservado de personas, a los de mi grupo, o los de mi etnia, o a mis compatriotas, o a los que me aman, sino que alcanza a los enemigos, a los que parecerían no merecer mi amor, o incluso parecerían merecer mi desamor. Es un amor para todos, un amor universal, expresión propia del amor de Dios que es infinito, que no distingue entre buenos y malos. Ser perfecto, como Dios Padre lo es, significa vivir una experiencia de amor sin límites, es poder construir una sociedad distinta, no fundada en la ley antigua del Talión («ojo por ojo, diente por diente», que ya era una manera primitiva de limitar el mal de la venganza), sino en la justicia, la misericordia, la solidaridad, enmarcados todos estos valores en el Amor.

Como seres simbióticos que somos, que no podemos vivir nuestra vida aisladamente, sino que incluso para llegar a ser necesitamos de la convivencia, la compañía, el diálogo… la dimensión moral nos es de inevitable abordaje. No podemos convivir sin alimentar y suavizar continuamente los límites de nuestras relaciones. No hay sociedad humana sin moral, sin derecho, sin ley, sin normas de convivencia. Por su parte, la dimensión religiosa no podría no incluir esa dimensión esencial.

En el Primer Testamento vemos que la mayor parte de los mandamientos son negativos, marcando lo que no se puede hacer, los límites que no se deben traspasar. Es un primer estadio de la moral.

El Evangelio da un salto hacia adelante. Parecería no estar preocupado tanto por los límites cuanto por el «pozo sin fondo» que hay que llenar, la perfección del amor que hay que alcanzar, lo cual no se consigue simplemente evitando el mal, sino acometiendo el bien. Con el Evangelio en la mano, no estaríamos consiguiendo el bien moral supremo, la santidad, simplemente omitiendo el mal, porque podríamos estar pecando «por omisión del bien». Y, como dice santo Tomás, el mandamiento del amor siempre resulta de algún modo inasequible, pues nunca podemos dar cuenta plena de él, siempre se puede amar con más entrega, con más generosidad y más radicalidad. Es típica del Evangelio la propuesta del amor a los enemigos, el amor humanamente más inasequible y racionalmente más difícilmente justificable.

No obstante, la propuesta de esta liturgia de la palabra de una santidad a la que se accedería por el amor, casi como en un acceso privilegiado o casi único, habríamos de adicionarle alguna matización. A la santidad cristiana no se accede sólo por el amor práctico, por la práctica moral o ética. Es cierto que en la historia de las religiones el cristianismo se ha hecho famoso como la religión que más ha organizado la práctica del amor, y por el hecho de que su presencia va acompañada siempre con las «obras de caridad» (hospitales, escuelas, centros de promoción humana, leprosarios, atención a los pobres, a los excluidos…) que le son características. ¿Pero bastará el amor?

¿Y la dimensión espiritual? ¿La espiritualidad, la contemplación, la mística… dónde quedan?

Obviamente, no estamos ante una alternativa amor-caridad/espiritualidad-mística, y los grandes santos de la caridad han sido también grandes místicos. No se trata de una alternativa (o una cosa o la otra), sino de una conjunción necesaria: las dos cosas. Porque las dos se interpenetran perfectamente. De hecho, el santo también es un «contemplativus in caritate», vive la contemplación en el ejercicio de la caridad. La Espiritualidad de la liberación acuñó la famosa fórmula: «contemplativus in liberatione»… como un perfecto ensamblaje entre acción y contemplación, práctica moral y mística.

En realidad, cuando se vive la mística, la moral brota espontáneamente. Sin duda, el cristianiso está desafiado a cambiar su modo de acceder a lo moral, que no ha de ser ya tanto un acceso directo, «moralizante», insistiendo en los preceptos y sus amenazas o castigos, cuanto en un acceso indirecto, por la vía de la mística, de la experiencia mística, que no deja de ser la experiencia misma del amor.

El Concilio Vaticano II, cuyo 50 aniversario se aproxima, abrió un panorama hasta entonces inusitado, el de la «universal llamada a la santidad», una santidad que anteriormente muchos cristianos consideraban reservada a los considerados entonces «profesionales» de la santidad (los monjes, los religiosos, el clero…pero no el común de los fieles. Leer más…

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Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos (Dom 19.2.23)

Domingo, 19 de febrero de 2023

4F44E59E-A8EA-4684-8968-B150C6389E65Del blog de Xabier Pikaza:

Éste evangelio (Mt 5, 38-48) es el  la carta magna de la iglesia. Empecemos leyendo  Quizá el simple texto sea suficiente.

Sigan  pensando conmigo aquellos que tengan más preguntas:  ¿Perdona Dios a sus enemigos? ¿Tendrá que cerrar por eso el  infierno? ¿Seguirá siendo nuestro Dios si sólo le necesitamos para librarnos de la condena?

Y en otro plano, para cumplir este evangelio: ¿Deberán los soldados licenciarse, los jueces cerrar los juzgados,los ricos compartir sus riquezas  y todos perdonarnos, abriendo un espacio de amor para amigos y enemigos? ¡Parece imposible! Y, sin embargo,  eso es la iglesia. Todo lo demás es secundario Me dirás que es imposible. Te responderé con Mateo y Tertuliano: Es imposible, pero con la ayuda de Dios hay que hacerlo.

Aquí nos trae Jesús, aquí nos deja, con este evangelio:  Quien ama al  enemigo, ése es de Dios como Jesús. Quien no ama no es  iglesia por muy de iglesia que se crea.

 Carta magna de la Iglesia  

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente.” Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica; dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.

Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.”

No hay quizá palabras más hirientes ni más duras (no resistáis al mal, amad a vuestros enemigos), de manera que en general las invertimos: ¡resistid al mal, oponeos a vuestros enemigos! Así pedimos a Dios cada día, haciendo la señal de la Santa Cruz: de nuestros enemigos líbranos Señor!

  En   esa línea, Joachim Jeremías, en su Sermón de la Montaña (Palabras de Jesús,  Madrid 1968), decía que estas palabras no pueden cumplirse, pero que  están bien colocadas , para recordar que somos pecadores (y pedir perdón aDios)…, a no ser que las entendamos como “ética del ínterin” (A. Schweitzer), para decirlas solo en el trance final, cuando todo acaba, y no hay ya más tareas que cumplir en este mundo.

F. Nietzsche decía también que estas palabras no pueden cumplirse, que sólo las cumplió un Jesús, pero que le crucificaron por ello. La Iglesia posterior (sigue diciendo Nietzsche) no sólo no ha cumplido esas palabras, sino que las subvertido, haciendo lo contrario a lo que ellas dicen, proclamando de hecho el odio (o, quizá dicho, el resentimiento), contra los enemigos, por no atreverse a luchar abiertamente contra ellos.

E8EFD9BC-F605-4BA6-B287-96C9F85A7677Éste es un tema que se ha discutido en la iglesia desde dos perspectivas. (a) En la línea de, un clásico del judaísmo moderno(J. Klausner,  Jesús de Nazaret,Barcelona 1974)  afirmaba que unos mandamientos como éstos (no juzgar, amar al enemigo) son antinaturales, están bien como utopía, pero no pueden cumplirse en la vida pública, pues la  justicia social exige que nos opongamos a los malos/males incluso con violencia, conforme a los principios de la guerra justa).

(b) En una lìnea distinta, otros  defienden el valor de estas palabras, pero preguntando:¿Pueden compaginarse con la historia de violencia de una Iglesia que ha empleado su  poder militar y judicial (con inquisiciones ad hoc) no sólo para “resistir al mal” (en contra de Jesús), sino para imponer la pretendida verdad del evangelio con violencia sobre el mundo?  Dejo esas preguntas en el fondo para comentar directamente el texto  en la línea de mi (Comentario de Mateo, VD, Estella 2017).

6E37D53B-01B9-424A-A796-F4292AE438DBSobre la ley antigua (ojo por ojo y diente por diente, 5, 38) se eleva una nueva revelación (profundización e inversión de esa ley), que se expresa en un principio general (no resistáis al mal/malo: 5, 39a), con tres aplicaciones socio-políticas (5, 39b-41: poner la otra mejilla, añadir la capa al que exige la túnica, acompañar dos millas en vez de una) y otra económica (5, 42: dale al que pide y presta al necesitado).

La ley regula el orden social, utilizando la violencia “legítima”.Más que ordinatio rationis (ordenamiento de razón) es ordinatio potentiae, regulación del poder. Ciertamente, consigue un orden, pero lo hace por la fuerza. Así actúa con poder, por un talión (ojo por ojo) que impone su control, pero teniendo que oponerse al mal de un modo violento, impidiendo que pueda propagarse de manera incontrolada.

La Ley no cree en la bondad, ni en que el hombre pueda superar la violencia a través de una gracia superior, sino que utiliza para ello otro tipo de violencia, para castigar de esa manera a los trasgresores. En contra de eso, la nueva revelación apodíctica de Jesús, cuando dice no os opongáis al mal (malo, ponêrô), supera ese principio de violencia desde un plano superior de gracia.

La primera obligación de la Ley era oponerse al malo (injusto), a fin de que los justos pudieran vivir tranquilos, elevando así una especie de cerca o valla en contra de los transgresores, para que los legales vivieran protegidos dentro de ella. Pues bien, Jesús ha querido derribar esa valla, abriendo un espacio de vida más allá de las leyes político-judiciales violentas, renunciando así al talión, es decir, al principio de resistencia violenta frente al ante el malo, sin la cual no puede darse justicia legal sobre la tierra.

En esa línea, superar unilateralmente la violencia significaría dejar que la sociedad humana se destruya, pues sin talión no hay justicia legal el mundo. Pero la iglesia o comunidad de Jesús se sitúa por encima de la ley (talión), creando un vacío social que sólo puede superarse por testimonio y camino de gracia. En ese nivel superior se sitúa la iglesia.

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‒ El talión es unívoco y claro, como  la ley: sabe distinguir entre inocentes y culpables; tiene lógica y la emplea, en equilibrio de juicio moralista. Puede admitir un tipo de utopía, pero mientras tanto defiende lo que existe. No quiere cambiar el mundo, sino mantener el orden de lo que hay, pues sólo Dios podrá cambiarlo, cuando él quiera. No transforma a las personas, sino que regula su conducta, manteniendo de esa forma lo que existe.

Jesús abre para sus seguidores (para su iglesia) un camino de gratuidad, por encima de  la Ley, para superarla, pues ha llegado el tiempo mesiánico del Reino, como ordenamiento de gracia (ordo gratiae). Jesús sabe que hombres que amenazan a otros con su violencia, pero no les responde con otra violencia, no les expulsa ni mata (como mala raíz que debe arrancarse de la tierra; cf. Mt 13, 28-29), sino que se eleva de plano, para transformarles con su testimonio de gracia.

 Toda regula el orden social por la fuerza, utilizando para ello una “violencia legal”, conforme al talión (ojo por ojo) que se impone por la fuerza, oponiendo una violencia legal sobre la ilegal, para hacer así posible la vida, en un mundo amenazado de muerte. En esa línea, la iglesia de Jesús sería un “ordo violentiae” o, mejor dicho, un “ordo potestatis”, un ordenamiento de poder jerárquico, donde unos superiores (representantes de la ley) imponen su orden (orden) sobre los otros [1].

Pues bien, en contra (o, mejor dicho, por encima) de esa ley, al decir no resistáis al Mal, esto es, al Malo, Jesús, desborda los supuestos de una ley (israelita o no), cuya primera obligación es mantener el orden y oponerse al mal (al malo, injusto), con la fuerza, para que los justos puedan mantenerse, viviendo protegidos por la valla de la justicia. En un primer nivel, el talión de la justicia parece necesario: sabe distinguir entre inocentes y culpables; tiene lógica y la emplea al servicio de la ley (es decir, del orden de la fuerza, en la línea del mejor derecho “romano”, que muchos definen sin más como “derecho natural”, suponiendo que es anterior a la “justicia de la gracia”, tal como Jesús la ha formado y plasmado en su iglesia.

Gran parte de la iglesia posterior, desde el siglo IV en adelante, ha postulado y colocado en su base el “orden jurídico romano” que se identifica se identifica en el fondo con la de talión (ojo por ojo, diente por diente) Jesús ha querido superar en el Sermón de la Montaña. Pues bien, en contra de Jesús afirma que el mal no puede superarse con otro mal equivalente (pero justo), pues manteniéndonos en esa línea de equivalencia entre delito y castigo,  plano de acción y reacción, seguimos manteniéndonos en un plano de violencia,  dominados por el Malo, como supone el Padre-nuestro (Mt 6,13 ) al pedirnos que superemos ese plano de equilibro de violencia.

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“De la venganza al amor”. Domingo 7 Tiempo Ordinario. Ciclo A.

Domingo, 19 de febrero de 2023

que-es-perdonar-L-CpfDiRDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado vimos dos recursos de Jesús para combatir el legalismo de los escribas: llevar la ley a sus últimas consecuencias (asesinato, adulterio) y anular la ley en vigor (divorcio, juramento). El evangelio de este domingo termina de tratar el tema añadiendo un nuevo recurso: cambiar la norma por otra nueva. Lo hace hablando de la venganza y de la relación con el prójimo.

Generosidad frente a venganza

Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. 

            El quinto caso toma como punto de partida la ley del talión («ojo por ojo, diente por diente»). Esta ley no es tan cruel como a veces se piensa. Intenta poner freno a la crueldad del patriarca Lamec, que anuncia a sus mujeres: «Por un cardenal mataré a un hombre, a un joven por una cicatriz» (Génesis 4,23). Frente a la idea de la venganza incontrolada (si me hieres, te mato) la ley del talión pretende que la venganza no vaya más allá de la ofensa (ojo por ojo). De todos modos, sigue dominando la idea de que es lícito vengarse.

            En Las Coéforas de Esquilo se advierte el valor universal de esta idea. Después del asesinato de su padre, Electra pregunta al Coro qué debe pedir, y éste le responde:

Que un dios o un mortal venga sobre ellos…

− ¿Cómo juez o como vengador?

− Di simplemente, “alguien que devuelva muerte por muerte”.

− Pero, ¿crees tú que los dioses encontrarán santo y justo mi ruego?

− ¿Acaso no es santo y justo devolver a un enemigo mal por mal?

            Jesús no acepta esta actitud en sus discípulos. No sólo no deben enfrentarse al que lo ofende, sino que deben adoptar siempre una postura de entrega y generosidad. Para expresarlo, recu­rre a cinco casos concretos. ¿Cómo debes comportarte con quien te abofetea, te pone pleito para quitarte la túnica, te fuerza a caminar una milla (quizá se refiera a los soldados romanos, que podían obligar a los judíos a llevarles su impedimenta esa distancia), te pide, o te pide prestado? Basta hacerse cada una de estas preguntas, pensando cómo responderíamos nosotros, para advertir la enorme diferencia con las respuestas de Jesús.

            De todos modos, lo que dice no debemos interpretarlo al pie de letra, porque terminaría amargándonos la existencia. El mismo Jesús, cuando lo abofetearon, no puso la otra mejilla; preguntó por qué lo hacían. Lo importante es analizar nuestra actitud global ante el prójimo, si nos movemos en un espíritu de venganza, de rencor, de regatear al máximo nuestra ayuda, o si actuamos con generosidad y entrega.

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Amor al enemigo

Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

            El último caso parte de una ley escrita («amarás a tu prójimo»: Levítico 19,18) y de una norma no escrita, pero muy practicada («odiarás a tu enemigo»).

            Es ciertos que el libro del Éxodo contiene dos leyes que hablan de portarse bien con el enemigo: «Cuando encuentres extraviados el toro o el asno de tu enemigo, se los llevarás a su dueño. Cuando veas al asno de tu adversario caído bajo la carga, no pases de largo; préstale ayuda» (Ex 23,4-5). Pero es curioso cómo se cambia esta ley en una etapa posterior: «Si ves extraviados al buey o a la oveja de tu hermano, no te desentiendas: se los devolverás a tu hermano. Si ves el asno o el buey de tu hermano caídos en el camino, no te desentiendas, ayúdalos a levantarse» (Dt 22,1.4). La obligación no es ahora con el enemigo y el adversario, sino con el hermano (en sentido amplio). Alguno dirá que, para el Deuteronomio no hay enemigos, todos son hermanos. Pero esta interpretación es demasiado benévola.

            El evangelio es muy realista: los seguidores de Jesús tienen enemigos. Sus palabras hacen pensar en las persecuciones que sufrían las primeras comunidades cristianas, odiadas y calumniadas por haberse separado del pueblo de Israel; y en la que sufren tantas comunidades actuales en todas partes del mundo, especialmente en África y Asia. Frente a la rabia y el odio que se puede experimentar en esas ocasiones, Jesús exhorta a no guardar rencor; más aún, a perdonar y rezar por los perseguidores.

            Lo que pide es tan duro que debe justificarlo. Lo hace contraponiendo dos ejemplos: el de Dios Padre, el ser más querido para un israelita, y el de los recaudadores de impuestos y paganos, dos de los grupos más odiados. ¿A quién de ellos deseamos parecernos? ¿Al Padre que concede sus bienes (el sol y la lluvia) a todos los seres humanos, prescindiendo de que sean buenos o malos, de que se porten bien o mal con él? ¿O preferimos parecernos a quienes sólo aman a los que los aman?

            No se trata de elegir lo que uno prefiera. El cristiano está obligado a «ser bueno del todo, como es bueno vuestro Padre del cielo».

Primera lectura (Levítico 19, 1-2.17-18)

El Señor habló a Moisés:

Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: “Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tu hermano. Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor”.

            La idea de imitar al Dios bueno y santo portándonos bien con el prójimo es el tema de la primera lectura. La formulación es muy interesante, alternando prohibiciones y mandatos. Prohíbe odiar, manda reprender, prohíbe vengarse, manda amar. De ese modo, prohibiciones y mandatos se complementan y comentan. No odiar de corazón significa, en la práctica, no vengarse ni guardar rencor. Reprender es una forma de amar; de hecho, lo más cómodo y fácil ante los fallos ajenos es callarse y criticarlos por la espalda; para reprender cristianamente hace falta mucho amor y mucha humildad.

El Salmo 102

            El tema de la bondad de Dios es fundamental en este Salmo, del que la liturgia recoge algunos versos. El Dios que nos perdona, compasivo y misericordioso, es el mejor ejemplo y estímulo para amar y perdonar al prójimo.

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. 

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. 

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. 

Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles. 

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Domingo VII del Tiempo Ordinario. 19 febrero, 2023

Domingo, 19 de febrero de 2023

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Amad a vuestro enemigos,

haced el bien a los que os aborrecen

y rezad por los que os persiguen y calumnia”.

(Mt 5, 38-48)

¡Casi nada! Si hasta nos cuesta ceder el asiento en el autobús o dejar pasar a alguien con prisa en la cola del mercado. Y es que, además de que nos cuesta esto de hacer el bien tan gratuitamente, además de eso, no está bien visto. Si vas por la vida devolviendo bien por mal acabas pareciendo un idiota integral.

Dan ganas de decirle a Jesús: “-Mira, con ese programa no se va a apuntar nadie. Mejor será que pongas los pies en el suelo y bajes el nivel”.

Y estoy segura de que a lo largo de la historia más de una persona lo habrá pensado así e incluso habrá tratado de convencer a Jesús. Seguro que sus primeros discípulos algo le dirían. Pero no hizo caso. Y no solo propuso este programa, sino que vivió de acuerdo con él. Se dejó matar por él.

Y a lo largo de la historia otras muchas personas han hecho lo mismo. Hasta aquí la cosa está bien. Porque Jesús era Dios, y todos los demás santos.

Pero no queda ahí la cosa. Hoy, en más de un país, alguien como tú y como yo, un cristiano sencillo cree esas palabras y las está viviendo.

Ahora mismo hay personas cristianas, en países en guerra de mayoría islámica, que atienden en sus hospitales a musulmanes heridos.

Sí, también ahora, en nuestros días hay una lista interminable de mártires cristianos que mueren. Muchas veces torturados, sin renunciar a su fe. Perdonando a sus verdugos, amando.

El amor por los enemigos no es cosa de idiotas, es de personas valientes y generosas. Hay personas (las ha habido siempre) que saben que el odio solo genera odio. Que saben que solo el amor rompe la espiral de violencia. Solo el perdón nos devuelve la dignidad y nos hace crecer como personas.

Cada gesto de odio, de rechazo, de violencia o de rencor, nos deshumaniza. Hace más inhóspito el mundo. Y menos posible la convivencia. Pero de la misma manera. Cada gesto de perdón, de paz, de generosidad o de entrega contribuye de manera eficaz a crecer en humanidad.

Oración

Gracias, Trinidad Santa, por el testimonio valiente de nuestras hermanas cristianas perseguidas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Se ha dicho a los antiguos.

Domingo, 19 de febrero de 2023

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DOMINGO 7 (A)

Mt 5,38-48

El domingo pasado hacíamos un análisis general sobre las propuestas del evangelio. Hoy vamos a analizar cada una de las cinco advertencias sobre temas muy concretos.

También decíamos que todo cristiano debía estar haciendo siempre un análisis serio de la segunda parte y estar dispuesto a ir más allá. De ahí el «pero “yo” os digo…». Al decir “yo” no me estoy arrogando ninguna superioridad; tú puedes decir lo mismo.

Habéis oído que se dijo: no matarás. Jesús dice: todo el que esté peleado contra su hermano será procesado. No cabe duda de que es una visión mucho más profunda que la anterior, pero debemos ir mucho más allá de esa propuesta.

Pero “yo” os digo: no se trata solamente de no hacer ningún daño al otro, ni siquiera ignorarle y no hacerle caso. Debo estar dispuesto a hacerle todo el bien que pueda. Quedarme sólo en lo negativo no expresa bien la intención y el deseo de Jesús.

Se dijo: no cometerás adulterio. Jesús dijo: el que mira a una Mujer deseándola en su corazón, ya ha cometido adulterio. No olvidemos que el precepto de no cometerás adulterio del AT, no tiene nada que ver con la sexualidad o con el amor, sino con la propiedad privada. El texto dice: no desees la mujer de tu prójimo ni su buey ni su casa ni nada que sea de él. La propuesta de Jesús está hecha desde esa perspectiva.

Pero “yo” os digo: la relación de pareja debe estar fundada en un amor recíproco. Debemos superar la idea de que el marido es propietario de la mujer y que debemos respetar esa propiedad. En este tema nos queda mucho por andar. No podemos esperar que Jesús haya dicho la última palaba porque estaban en otra perspectiva.

Habéis oído que se dijo: no juréis en falso. Jesús dijo: no juréis en absoluto; a vosotros os basta decir sí o no, lo que pasa de ahí viene del maligno. Poner a Dios como testigo, o cualquier otra cosa sagrada para no pronunciar el nombre de Dios es un abuso de todo lo sagrado. Por eso “yo” os digo: Conformaos con la verdad. La confianza mutua se debe apoyar en la autenticidad. Si necesita apoyo externo, demuestra su debilidad.

Está mandado: “ojo por ojo y diente por diente”. Jesús dijo: no hagáis frente al que os agravia. El ‘ojo por ojo’ ya era una norma de justicia muy avanzada, fue un intento de superar el instinto de venganza que nos lleva a hacer el máximo daño posible al que me ha hecho algún daño. Jesús dio un gran paso hacia la verdadera justicia que nace del amor. Tenemos asumido que la meta es la justicia, “ojo por ojo”. La racionalidad al servicio del ego y la justicia romana nos impiden comprender el mensaje cristiano.

Creemos estar muy identificados con la justicia, pero si examinamos esa justicia que exigimos, descubriremos con horror que lo que intentamos todos es hacer de la justicia un instrumento de venganza. Se utilizan las leyes para hacer todo el daño que se pueda al enemigo; eso sí, dentro de la legalidad y amparados por el beneplácito de la sociedad. Incluso se considera que los buenos abogados son aquellos que son capaces de ganar los pleitos cuando la razón está de parte del contrario.

Las frases tan concisas y profundas pueden entenderse mal. No nos dice Jesús que no debamos hacer frente a la injusticia. Contra la injusticia hay que luchar con todas las fuerzas. Tenemos obligación de defendernos cuando nos afecta personalmente, pero sobre todo, tenemos la obligación de defender a los demás de toda clase de injusticia. Lo que nos pide el evangelio es que nunca debemos eliminar la injusticia con violencia.

Si utilizamos la violencia para eliminar una injusticia, estamos manifestando nuestra incapacidad de eliminarla humanamente. No convenceré al injusto si me empeño en demostrarle que me hace daño a mí o a otro. Pero si soy capaz de demostrarle que con su actitud se está haciendo un daño a sí mismo, sin duda cambiaría de actitud.

Habéis oído que se dijo: “amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos. La dificultad mayor, para comprender este amor, está en que confundimos amor con sentimiento. El amor evangélico no es instinto ni sentimiento. Por lo tanto, no podemos esperar que sea algo espontáneo. El verdadero amor, sea al enemigo o a un hijo, no es el instinto que nace de mi ser biológico. El amor de que estamos hablando es algo mucho más profundo y humano.

Hay que aclarar que la frase “aborrecerás a tu enemigo” no se encuentra en la Escritura. Pero si tenemos en cuenta que para ellos el prójimo era el que pertenecía a su pueblo, a su raza, a su familia. El resto era siempre el “enemigo” que atentaba real o potencialmente contra la seguridad el pueblo. Para poder subsistir, no tenían más remedio que defenderse de las agresiones. Jesús da un salto de gigante y podemos apreciar que la diferencia entre ambas propuestas es abismal.

Pero “yo” os digo: En realidad, no hay enemigo. No debo hacerlo por hacer al otro un favor sino por alcanzar yo mi plenitud. El amor al enemigo no es más que una manifestación del verdadero Ser, que, por ir en contra del instinto de conservación, se ha convertido en la verdadera prueba de fuego del AMOR.

Si somos incapaces de amar a otro porque le considero enemigo, podemos tener la certeza de que, todo lo que hemos llamado amor no tiene nada que ver con el evangelio, y por lo tanto con el amor que nos ha exigido Jesús. El evangelio no es ciencia, ni filosofía ni moral, ni teología ni religión. El evangelio es Vida. El evangelio no intenta enriquecer la inteligencia sino a todo el ser. Tu felicidad, tu plenitud de humanidad radica en ti y nadie te la puede arrebatar.

Enemigo es el que agrede, no el que sufre la agresión. El enemigo no tiene por qué obtener una respuesta igual. Alguien puede considerarse enemigo mío, pero yo puedo mantenerme sin ninguna agresividad hacia él. En ese caso, yo no convierto en enemigo al que me ataca. Si le constituyo en enemigo, he destrozado toda posibilidad de poder amarle. Esa armonía con todos es lo que daba tanta paz y felicidad a los místicos.

Así seréis hijos de vuestro Padre… Aquí encontramos una de las mejores muestras de lo que se entendía por hijo en tiempo de Jesús. Hijo era el que salía al padre, el que era capaz de imitarle en todo. También muestra la idea de Dios que tenía Jesús. Un Dios que ama a todos por igual sin distinción alguna. El AMOR que nos pide Jesús es el mismo amor que es Dios y está desplegándose en mí en todo instante.

Fray Marcos

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Convivir en plenitud.

Domingo, 19 de febrero de 2023

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Mt 5, 38-48

«Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian»

La antigua Ley es ley, es decir, un conjunto de preceptos dados por el Señor a Moisés para ayudar al hombre a salir del pecado y de todas las calamidades asociadas al pecado. La Ley garantiza —hasta cierto punto— el orden social y propicia la convivencia, pero no sana la maldad del corazón.

Lo de Jesús no es ley, es evangelio; buena Noticia. El evangelio pone al ser humano ante el amor del Padre y le invita a responder con el mismo amor hacia los demás, y este modo de entender las relaciones humanas nos muestra a los cristianos el camino para transitar por la vida.

El propósito último del texto de hoy —y el de tantos otros de Jesús— es invitarnos a caminar hacia la plenitud individual y colectiva; individual, porque esta forma de vivir nos humaniza y nos proporciona felicidad; y también colectiva, porque propugna una convivencia basada en la paz, la benevolencia y la ayuda mutua, y éste es el bien más preciado al que un colectivo humano puede aspirar. Toda sociedad, sean cuales sean sus creencias, se esfuerza en lograr la mejor convivencia entre sus miembros, pero hay dos formas distintas de hacerlo: una, al estilo del mundo, reprimiendo el mal, y otra, al estilo de Jesús, sembrando el bien.

La propuesta del mundo es la ley. Quien se salta la ley es perseguido y en su caso juzgado y condenado. Y esto está muy bien, y es necesario, pero refleja una sociedad todavía muy inmadura a la que le falta aún mucho trecho por recorrer. Además, la experiencia nos dice que la ley no es suficiente; que por ese camino nunca vamos a lograr una convivencia medianamente aceptable; que la convivencia solo se alcanza cambiando los corazones, es decir, sembrando en ellos unos valores que la propicien de forma natural.

La propuesta de Jesús es el Reino. Y el Reino, en palabras de Ruiz de Galarreta, se puede definir como «una sociedad de Hijos que solo amándose como hermanos podrá realizarse». El Reino se siembra. No crece por la fuerza del dinero o la presión del poder, sino por la fuerza interior de la Palabra. En el Reino todo es al revés: desde dentro, por conversión, no por imposición; desde abajo, desde el servicio, no desde el poder. Para el mundo, el primero es el que más tiene; para el Reino, el primero es el que más sirve. Para el mundo, el más importante es el más dotado; para el Reino, el más importante es el más necesitado.

Lo más convincente de la propuesta de Jesús es que no nos exige huir de la realidad humana, sino dar pleno sentido a toda realidad humana. Pertenecer al Reino no consiste esencialmente en renunciar a nada, sino en dirigirlo todo a crear humanidad. Ninguna dimensión humana está fuera de esa categoría esencial: medios para construir el Reino; para crear humanidad.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fe Adulta

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La ley del Talión nos impide tener entrañas de misericordia.

Domingo, 19 de febrero de 2023

love_enemyMateo 5, 38-48

Soy María, discípula de Jesús de Nazaret desde hace unos meses. Me gusta escucharle, agazapada entre la multitud. Así puedo oír los comentarios de mis vecinos y percibo en sus rostros y en sus manos el eco que producen las palabras del Maestro. De este modo, voy aprendiendo a distinguir “el paño viejo del paño nuevo”, porque hasta hace poco tiempo, yo también pensaba como ellos.

Jesús se ha sentado sobre una roca, desde la que ve bien a la multitud que le rodea. Lleva un rato con los ojos cerrados. ¿Estará orando? ¿Esperará a que cese el clamor de la gente y los comentarios de todo tipo?

Hay una gran expectación, porque la última vez que predicó en esta zona la gente se alteró con sus palabras. Algunos dijeron que estaba loco y merecía ser apedreado, incluso le llamaron blasfemo. Pero un grupo de mujeres le pedimos ser sus discípulas y desde entonces le acompañamos día y noche.

Jesús hace un gesto de bendición y comienza a predicar:

– Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente.

Con voz potente, ha subrayado cada una de las palabras. Mi vecino Caifás, el fariseo, exclama al oírle:

– Así se habla, Jesús ¡Has empezado bien! Es importante que recordemos, punto por punto, el código de la Alianza que nos dio Moisés [1] y las palabras del Deuteronomio: “No tendrás compasión: vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie[2].

– Estoy de acuerdo, Caifás -añade Nicodemo-. No debemos olvidar que “El que maltrate a su prójimo será tratado de la misma manera; fractura por fractura, ojo por ojo y diente por diente, es decir, recibirá lo mismo que le ha hecho al prójimo” [3]

Pero Jesús, tras un breve silencio, continúa:

– Pero yo os digo: si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra.

– ¡Tú no tienes nada que decir! – se oye gritar entre la multitud- Tenemos la ley del Talión para castigar con una pena que sea idéntica a la culpa.

Los murmullos suben de tono y se convierten en griterío, incluso algunas personas amenazan a Jesús.

Entonces recuerdo que mi abuela me explicaba cuando era niña que la frase “Si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra”, era muy importante en el judaísmo. Era como un refrán que recogía la sabiduría de antaño y significaba que no cerráramos las entrañas a nadie, que diéramos siempre una segunda oportunidad. Mi abuela decía: si te cierran una puerta, abre otra; pero no cierres tus entrañas. Y me repetía que no me quedara en el sentido literal de esta frase, porque entonces alimentaba al agresor.

– A quien te pida, dale, y no rehúyas al que te pida prestado – seguía diciendo Jesús- Y la gente empezó a hacer comentarios a gritos.

– ¿No estarás insinuando que tenemos que dar algo a los extranjeros que ocupan nuestro país?

– ¿Dar a los pobres o a los pecadores? ¡Estás loco, Nazareno! No han recibido la bendición del Altísimo. No se comportan como deben.

– Prestamos con el interés que nos permite la ley. No es problema nuestro si la gente puede devolver el dinero del préstamo, o no.

– Desde niños nos han enseñado a amar a los nuestros ¿qué derecho tienes a provocarnos, diciendo que amemos a los enemigos?

En medio de ese griterío, Jesús alzó más aún la voz para decir: de este modo seréis hijos de vuestro Padre celestial. Y repitió de nuevo: para que seáis hijos de vuestro Padre celestial. Se notaba que a Jesús le cambiaba la expresión de su rostro al hablar de su Padre, de su Abba. Como si tuviera en sus entrañas unas palabras de fuego, que no podía contener.

Una mujer encorvada, exclamó desde lo lejos:

– “Ni quiera soy hija de Abraham ¿cómo voy a poder ser hija de nuestro Padre celestial?” Y rompió a llorar con desconsuelo.

Mucha gente se levantó para irse; rechinaban los dientes y rasgaban una esquina de su túnica para mostrar la rabia contenida y el desacuerdo total.  Caifás, con su esposa y sus cinco hijos se alejaron; él iba diciendo entre dientes:

– ¡Nosotros somos hijos de Abraham, cumplimos la ley y no necesitamos más! Se ha vuelto loco. No volveremos a escucharle. Avisaré al Sanedrín.

Sólo nos quedamos un pequeño grupo alrededor de Jesús; había enfermos, mujeres, algunos niños y extranjeros que se habían acercado con curiosidad al oír el revuelo.

María Magdalena le dijo a Jesús que ella no podía amar a sus enemigos, porque eran muchos y le habían hecho mucho daño, pero deseaba vivamente ser hija del Padre. Y Jesús nos habló de que ser hijos e hijas del Abbá es un don que hemos recibido gratuitamente. No es el cumplimiento meticuloso de la ley lo que nos hace hijos e hijas. Y nos repitió, una y otra vez, que pidiéramos cada día, con confianza, que el Abba nos amplíe las entrañas de misericordia para que un día -ojalá- nos cupieran hasta los enemigos.

Nos fue hablando de la misericordia entrañable hasta que se puso el sol, entonces hicimos un gran círculo y oramos juntos, para que el Abba nos liberara de la ley del Talión, y pudiéramos acoger las semillas del Reino que Jesús nos ofrecía.

María, discípula amada.

[1] Éxodo 21, 23-25.

[2] Deuteronomio 19, 21.

[3] Levítico 24, 19-20.

 Marifé Ramos

Fuente Fe Adulta

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Amar a los enemigos y ser perfectos

Domingo, 19 de febrero de 2023

18352696-C77C-4284-8484-E73BBB0563FD Domingo VII del Tiempo Ordinario 

19 febrero 2023

Mt 5, 38-48

La radicalidad de la que hablábamos la semana anterior parece llegar al extremo en la doble fórmula que da título a este comentario: amar a los enemigos y ser perfectos. ¿Realmente es algo que se puede pedir a los seres humanos?

El amor a los enemigos únicamente es posible desde la comprensión experiencial de lo que somos. Gracias a ella, podemos reconocer que cada persona hace en cada momento lo mejor que sabe y puede. Por lo que el mal o daño que se hace es siempre fruto y consecuencia de la ignorancia (entendida, no como falta de inteligencia, sino como no saber lo que realmente somos). Más aún, la comprensión nos muestra que, hablando con propiedad y desde el nivel profundo, no hay nadie que haga nada. De manera similar a como los personajes del sueño creen ser actores, pero el único hacedor real es la mente del soñador, aquí también creemos ser sujetos de los actos, pero el único sujeto real, que merece ese nombre es la consciencia (la vida o la totalidad).

La comprensión, por tanto, hace posible el amor al enemigo, porque incluso nos impide verlo como “enemigo”. Sigue siendo, también él, no-otro de mí. Sin embargo, esto no quita que nuestra sensibilidad reaccione al daño recibido, sobre todo en circunstancias que lo agravan o lo hacen particularmente doloroso. Es legítimo, por tanto, el sentimiento de enfado, rabia e incluso ira. Lo que hará la comprensión será evitar que nos apropiemos de tales sentimientos, alimentándolos y eternizándolos. Habremos de acogerlos, entender su porqué… y soltarlos.

En cuanto a la “perfección” de que habla el texto, me parece importante destacar dos cuestiones: por una parte, en el plano profundo -y mirando desde ahí-, todo es perfecto: “y vio Dios que todo era muy bueno”, como dice el libro del Génesis; por otra, en el plano de las formas -en concreto, de nuestra personalidad- la “perfección” es imposible, ya que todo lo humano es imperfecto. En este caso, perfección significa completitud, es decir, la capacidad de aceptar nuestra realidad completa, con sus luces y sus sombras. La persona capaz de aceptarse a sí misma con toda su verdad es la persona “lograda”, unificada, armoniosa, humilde, comprensiva y compasiva…

¿Sé apreciar los “dos niveles” de lo real?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal 

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El que es incapaz de perdonar, es incapaz de amar. Marin Luther King

Domingo, 19 de febrero de 2023

5C316217-9E6F-43B6-B132-949FD153F6DEDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Conclusiones desde las bienaventuranzas.

    Acogemos las derivaciones que Jesús extrae de las bienaventuranzas del sermón de la montaña.

Hoy San Mateo nos presenta el núcleo central de la moral de Jesús: el amor incluso a los enemigos: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian“.

Vivir en esta actitud de respeto y amor supone una gran calidad humana y cristiana. La ética de Cristo en resumen es únicamente esta: vivid en y desde el amor.

Decía K. Rahner que la Iglesia únicamente debiera proclamar el amor como pauta de comportamiento. Las normas concretas para la vida las extraería el cristiano fiel.

    Podríamos sintetizar el cristianismo desde el evangelio de hoy: Se os dijo: cumplid con la ley, pero to os digo: amad incluso a los enemigos…

Algunas consideraciones sobre el amor y el perdón:

02.- El amor es lo más importante de la vida.

Probablemente el amor es la cuestión más importante de la vida. El amor nos es necesario en todas las etapas y situaciones de la vida. Después, el amor revestirá diversas modalidades según las etapas de la vida, según las circunstancias, los problemas, etc.

Desde niños hasta la muerte necesitamos querer y ser queridos: en la adolescencia, en la juventud, en la madurez, en el matrimonio, en el celibato en todas las etapas de la vida es absolutamente necesario el amor.

Podemos vivir sin dinero, sin libertad, incluso sin justicia, pero no podemos vivir amablemente sin amor. El amor es lo que hace que vivamos equilibrada y serenamente.

Las crisis de afecto producen grandes desequilibrios en la persona humana. Y las crisis y heridas son más profundas cuanto más íntima es la relación que se rompe.

03.- Cristianismo y amor.

Ser cristiano es tener experiencia de amor. Quien no tiene la experiencia del amor de Dios y del amor humano es muy difícil que sea cristiano, porque ser cristiano es experimentar que Dios nos ama y que la vida vale la pena desde el amor. Puede que una persona sea un excelente religioso: cumplidor estricto de todo lo establecido como los fariseos y los sacerdotes del templo, o como el joven rico y el letrado que habían cumplido todos los mandatos desde la infancia. Pero eso no es ser cristiano. Cristianos son el hijo pródigo, Magdalena, la hemorroísa, Zaqueo, la oveja perdida, etc.: personas que han tenido experiencia del amor y del perdón.

No nos cansemos de sentirnos queridos por Dios.

04.- El perdón es un proceso psicológico-espiritual complejo.

    A veces el amor reviste forma de perdón. En ciertos momentos, amar es perdonar.

Pero todos somos conscientes por experiencia de que a veces no es sencillo perdonar; es difícil la reconciliación. Seguramente que en nuestra vida familiar hay problemas de este tipo, miremos igualmente a la situación social, bélica que estamos viviendo. Caín y Abel se repiten en la historia.

El perdón requiere tiempo, aunque el mero paso del tiempo por sí mismo no resuelve nada.

En el perdón entran en juego todas las facultades psíquicas, afectivas y espirituales, que tratan de ver la realidad sufriente en la que se está viviendo.

Una situación de rencor, de odio no es que sea solamente mala moralmente, sino que hace daño a todos, daño personal, daño social, daño incluso psico-físico. El odio no es solamente algo religiosamente malo, sino que crea situaciones y personas psíquicamente enfermas.

Perdonar hace bien, sana. El perdón es un proceso que comporta un cambio de actitud afectiva y racional. Lo que pasó no tiene vuelta atrás. Lo que pasó, pasó. Tal vez tenga alguna reparación, pero lo que pasó, queda incrustado en nuestra existencia y personalidad.

Ahora ya, se trata de sanar, -sanear- viejas emociones con actitudes positivas de empatía, si es posible de compasión y benevolencia.

A veces hemos oído o leído: “el pueblo no perdona”, “ni olvido ni perdono…”

El que perdona tampoco olvida, recuerda pero desde otras profundidades. El que perdona recuerda desde el corazón. Se puede recordar desde la venganza, desde el odio pero también se puede recordar desde el amor: perdón.

El perdón no arregla el pasado, pero alivia el presente y mejora el futuro.

05.- Poner razón en la pulsionalidad del odio.

A veces perdonar es poner un poco de razón en la pulsionalidad del odio. Los impulsos brotan casi inconscientemente. Pero somos animalesracionales. Sabemos que es difícil evitar la pulsión instintiva del odio. Ante viejas cuestiones familiares, políticas, eclesiásticas, etc. hace bien poner un poco de razón, inteligencia en la vida. Ser razonables y, cuando menos, aparcar tales cuestiones y al menos pasar al respeto mutuo.

Decía Martin L King que: el que es incapaz de perdonar, es incapaz de amar.

06.- Padre, perdónanos

Tal vez nos haga bien poner nuestro pasado, nuestro recuerdo corrosivo, nuestros recorridos en la vida en manos del Señor, sin más. Dejar estar nuestra existencia en manos de Dios y de la vida.

A veces basta con mirar al crucificado y evocar en nuestro interior: Sus heridas nos han curado (1Ped 2,25). Eso sana nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.

    Recordemos esperanzadamente desde la memoria de Cristo.

Padre, perdónales –perdónanos- porque no saben lo que hacen

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Somos llamados a perfeccionar la ley con gozo e inclusión

Lunes, 13 de febrero de 2023

unnamedYunuen Trujillo

La reflexión de hoy es de la colaboradora de Bondings 2.0, Yunuen Trujillo, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el VI Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

“No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas. No he venido a abrogar, sino a cumplir”. (Mt 5,17)

La primera vez que vi una imagen religiosa en un libro no religioso, me sorprendió. Mientras hacía algunas lecturas obligatorias para una clase de ciencias políticas en la universidad, me encontré con una pintura de Moisés. Allí estaba él, en una montaña, sosteniendo las tablas de los Diez Mandamientos. Había visto la imagen cientos de veces, pero nunca en un libro escolar no religioso; fíjate, esto fue antes de que Texas y Florida comenzaran a intentar convertir las escuelas seculares en cristianas.

Moisés es, sin duda, uno de mis personajes favoritos de las Escrituras Hebreas. Después de haber sido criado de la manera más privilegiada, descubre que en realidad pertenece al grupo que consideraba “los otros”. Es testigo de la injusticia cometida contra los hebreos, su pueblo, y finalmente es exiliado. Más tarde, Dios lo llama a liberar a su pueblo. Después de enumerar todas las razones por las que no es la mejor persona para hacerlo, se embarca en una misión, a pesar de todos sus miedos y dudas. Se las arregla para sacar a su pueblo de Egipto, y vagan por el desierto. Eventualmente, Moisés se dio cuenta de que para coexistir en paz, todos tenían que seguir algunas reglas, leyes inspiradas por Dios. También nombra a un grupo de sabios para que sean jueces y representantes del pueblo, y lo ayuden a gobernar.

¿Por qué les hablo de Moisés? Porque es importante darse cuenta de cuán entrelazadas a veces están las leyes religiosas y civiles. Moisés fue una figura de referencia para muchos de los primeros filósofos políticos modernos. Algunos se inspiraron en lo que creían que era un patrón de gobierno representativo en la historia de Moisés. Otros, sin embargo, creían que el gobierno representativo debería ser completamente secular. Para ser claros, soy un defensor de la separación entre la iglesia y el estado, pero la verdad es que las leyes civiles y la política han sido, y aún lo son, en gran medida moldeadas por creencias religiosas. Al mismo tiempo, las creencias religiosas suelen estar moldeadas por nuestra comprensión cultural y sociopolítica del mundo. En los Estados Unidos de hoy, nuestras diferencias políticas son más una diferencia en teología y nuestra comprensión de cómo Dios quiere que sea el mundo.

Todas las lecturas litúrgicas de hoy se enfocan en el concepto de “la ley”. Cuando Jesús dijo que no vino a abolir la ley sino a cumplirla, se refería claramente a la ley religiosa de su tiempo: no tenía ningún interés en luchar contra el Imperio Romano. Tampoco estaba tratando de abolir a Moisés o la ley establecida por él. Sin embargo, al enseñarnos que la mayor ley es amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos ya Dios, desafió muchas ideas preconcebidas de su tiempo. Cuestionó las reglas —tanto religiosas como no religiosas— que discriminaban a los marginados, incluidas las minorías sexuales y de género.

Hemos recorrido un largo camino desde donde existió Jesús, pero todavía queda un largo camino por recorrer.

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El Papa Francisco recientemente hizo una declaración durante una entrevista con Associated Press, diciendo que “ser homosexual no es un crimen. Recordó a la gente que más de 50 países todavía criminalizan la “homosexualidad” y alrededor de 10 de esos países la castigan con la pena de muerte. “Ser homosexual no es un delito”, reiteró. Si bien hubo cierta controversia sobre si dijo que era “un pecado” (alerta de spoiler: no lo hizo), esta declaración fue la primera, viniendo de un Papa.

Para aquellos de nosotros en los países desarrollados, una declaración como esta puede no parecer revolucionaria. Incluso puede sonar decepcionante porque “homosexualidad” sigue siendo el término elegido para referirse a las personas LGBTQ. Sin embargo, debemos recordar que nuestra Iglesia es global y los hermanos LGBTQ en muchos países todavía sufren persecución y criminalización en formas que otras naciones (en su mayoría) han dejado atrás. Además, el poder y el alto perfil del papado hacen que esta declaración sea importante. Su mensaje es un recordatorio para la sociedad de que Dios está con nosotros en la comunidad LGBTQ.

Más recientemente, en una conferencia de prensa durante el vuelo, el Papa también dijo que las personas LGBTQ somos hijos de Dios, que Dios camina con nosotros y que condenar a personas como nosotros es un pecado. Incluso en los círculos seculares, estas declaraciones tienen un gran impacto.

Regocijémonos entonces en el movimiento del Espíritu Santo a través del Papa Francisco, pero recordemos también que es el Espíritu Santo —no el Papa ni ningún otro líder— quien está moviendo a esta Iglesia y al mundo entero de una manera más amorosa, inclusiva, y dirección de bienvenida para las personas LGBTQ. El Espíritu Santo viene a recordarnos a todos las enseñanzas de Jesús y a ayudarnos a construir lo nuevo. No estamos aquí para abolir lo viejo, sino para perfeccionarlo gozosamente.

—Yunuen Trujillo (ella/ella), 12 de febrero de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“No a la guerra entre nosotros”. 12 de febrero de 2023. 6 Tiempo ordinario (A). Mateo 5, 17-37.

Domingo, 12 de febrero de 2023

ninos-judio-y-palestinoLos judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición, Dios mismo la había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían recibido de él. En esa Ley se encierra la voluntad del único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo que necesitan para ser fieles a Dios.

También para Jesús la Ley es importante, pero ya no ocupa el lugar central. Él vive y comunica otra experiencia: está llegando el reino de Dios; el Padre está buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo más humano. No basta quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es necesario abrirnos al Padre y colaborar con él para hacer la vida más justa y fraterna.

Por eso, según Jesús, no basta cumplir la Ley, que ordena «no matarás». Es necesario, además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio al otro, los insultos o las venganzas. Aquel que no mata cumple la Ley, pero, si no se libera de la violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que busca construir con nosotros una vida más humana.

Según algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más frecuentes los insultos ofensivos, proferidos solo para humillar, despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o la venganza.

Por otra parte, las conversaciones están a menudo tejidas de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza.

No es este un hecho que se dé solo en la convivencia social. Es también un grave problema en el interior de la Iglesia. El papa Francisco sufre al ver divisiones, conflictos y enfrentamientos de «cristianos en guerra contra otros cristianos». Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que ha sentido la necesidad de dirigirnos una llamada urgente: «No a la guerra entre nosotros».

Así habla el Papa: «Me duele comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?». El Papa quiere trabajar por una Iglesia en la que «todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis».

José Antonio Pagola

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“Se dijo a los antiguos, pero yo les digo”. Domingo 12 de febrero de 2023. 6º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 12 de febrero de 2023

lectio divinaLeído en Koinonia:

Eclo 15,16-20: No mandó pecar al hombre
Salmo responsorial 118: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor
1Cor 2,6-10: Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria
Mt 5,17-37: Se dijo a los antiguos, pero yo les digo

Las lecturas de este domingo tienen como fin hacernos ver cómo Dios actúa en medio de la humanidad, nos permiten comprender la lógica de Dios, nos revelan la manera en que Dios salva al ser humano del pecado, entendiendo el pecado como esa tendencia presente en el interior de la persona que la lleva a encerrarse en sí misma, en sus propios límites humanos, sin poder abrirse a la experiencia infinita de salvación traída por el mismo Dios.

La primera lectura, del libro del Eclesiástico, desarrolla el tema de la libertad que posee el ser humano para elegir lo bueno o lo malo, la vida o la muerte. Somos libres, y «condenados a ser libres» de alguna manera. No podemos abdicar de nuestra responsabilidad. Ante nosotros tenemos las grandes opciones, las grandes Causas, esperando que nos decidamos. «Muerte y vida» están ante nosotros, al alcance de nuestra mano, por la vía de una opción ineludible.

Si en nuestra vida dominan el mal y la muerte, y con ellos el sinsentido y la desesperación, hemos sido advertidos: podemos hacer de nuestra vida una cosa u otra, gracias al poder de la libertad que se nos ha dado, la capacidad de elegir la muerte o la vida, y con ello, la capacidad de convertirnos en vida o en muerte. La capacidad de hacernos a nosotros mismos. Es uno de los misterios más grandes de nuestra existencia, el misterio de la libertad.

En el fragmento de la carta a los Corintios que hoy leemos, Pablo habla, de pasada, de «una sabiduría que no es de este mundo», que procede de otro mundo, que está en otro mundo, el mundo de Dios, que es un mundo «superior», situado literalmente encima del nuestro. Es el mundo superior que los filósofos y sabios del mundo cultural helenista han «imaginado» (no deja de ser una «imagen») para explicar la realidad, y que ha resultado ser una imagen genial, que parece expresar una explicación natural y obvia del mundo, que será acogida por casi todas las culturas subsiguientes (hasta la época moderna).

Y es un conocimiento escondido, inalcanzable, que nada tiene que ver con los saberes de este mundo, y que pertenece sólo a Dios y a quienes Él quiera revelarlo… Es la visión «gnóstica», de la «gnosis» o «conocimiento», un conocimiento divino que pasa a fungir como símbolo del principal bien salvífico: participar de ese conocimiento que salva es el objetivo de la vida humana, porque ese conocimiento es el que salva a la persona al hacerle tomar las decisiones adecuadas en su vida, las decisiones que le hacen caminar el camino de Dios. Es la misma tradición de «la Sabiduría», ya presente en el Primer Testamento, por influjo también helenista. Pablo se mueve en ese mismo ámbito de pensamiento y en esa misma cosmovisión griega de los dos mundos, o dos pisos, uno arriba (el de Dios y los suyos, o el de las Ideas, según Platón) y otro abajo (el de los humanos, o el de la materia corruptible según Platón).

Hoy continuamos leyendo el evangelio de Mateo, en secuencia consecutiva con los fragmentos proclamados en los domingos anteriores. Es el sermón de la Montaña, que comenzó con las Bienaventuranzas, y que continúa con la exposición de las exigencias de la Ley de Moisés (Torá), explicadas por Mateo, que está escribiendo para una comunidad de judíos que se han hecho cristianos, obviamente sin dejar de ser judíos, como ocurrió por lo demás con todos los cristianos. Tenemos pues que caer en la cuenta de que esta re-presentación de la Ley en el evangelio de Mateo está escrita para esa comunidad concreta, que difiere no poco de las nuestras. Obviamente, tiene también un valor universal, pero debe saberse la peculiaridad de esta comunidad, para no hacernos «judaizar» innecesariamente a todos los demás.

Pero, además de esa peculiaridad del evangelio de Mateo, todo el evangelio tiene otra peculiaridad significativa en este campo de lo moral, de la Ley, y es semejante a la que hacíamos notar respecto a la lectura anterior, la de Pablo sobre el conocimiento salvífico o gnosis. La moral vendría a ser también una especie de conocimiento gnóstico: es una voluntad, divina, superior, venida de fuera, desde arriba, desde «el segundo piso», que tenemos que tratar de escuchar en esa dirección. Es una moral «heteró-noma», una norma ajena, venida de fuera, y de arriba, a la que nos tenemos que someter. Someterse a esa ley es el sentido de la vida humana.

La moral, los preceptos, los mandamientos… con su constricción sobre la vida humana, y la consiguiente amenaza de pecado y de condenación, han sido uno de los frentes clásicos de fricción de la religión con el mundo moderno. Durante todo el mundo antiguo, configurado con los patrones del autoritarismo, los imperios, el feudalismo, las monarquías absolutas… el ser humano aceptaba «como lo más natural del mundo» que el «mundo de arriba» era estructuralmente como el de aquí abajo, es decir, un mundo donde está Dios sentado en su trono (como el emperador o el rey o el señor feudal aquí abajo), con su séquito de cortesanos y servidores de la «Corte celestial» (como en la Corte de cualquier rey humano), vigilando el mundo para que se cumplan las órdenes que desde allí se dictan.

San Ignacio de Loyola, como hombre todavía del medievo en su cosmovisión, lo refleja ejemplarmente en su explicación global del sentido de la vida humana, en su meditación central, la del Principio y fundamento (con su castellano medieval): «el hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados» (Ejercicios espirituales, 23).

No inventó nada nuevo ahí san Ignacio. Expresaba -antológicamente, eso sí- la visión medieval y premoderna de una cosmovisión salvífica estructurada en dos pisos, uno superior (no sólo porque está encima, sino porque es absolutamente superior en su naturaleza), y otro inferior (temporal, pasajero, corruptible, peligroso…). Del piso de arriba viene todo: el Ser, el Amor, la Verdad, la Belleza… y la moral. Una moral pues absolutamente heterónoma, indiscutible, abrumadoramente inapelable, y en ese sentido fácilmente perceptible como constringente y ciegamente obligatoria, ajena a toda explicación justificativa, y en ese sentido opresiva.

El mundo moderno cambió radicalmente. El Ancien Regime del autoritarismo, imperialismo, de la obediencia ciega, del sometimiento omnímodo y a-racional se acabó. Los imperios, reinos y monarquías se acabaron, y aparecieron las repúblicas y las democracias, y los derechos de los ciudadanos (que ya no súbditos). Una moral exterior, pre-establecida, superior, sin justificación, inapelable… es sentida ahora como sofocadoramente opresora.

Con el advenimiento de la modernidad, en todos los campos, el mundo de arriba -el segundo piso que genialmente configuraron los helenistas, con Platón a la cabeza- desaparece, como que se evapora. No hace falta que sea negado, sino que la ciencia, con sus avances, cada día lo desplaza hacia atrás, replegándose en favor del descubrimiento de que todo funciona «etsi Deus non daretur», como si Dios no existiese. El cristiano moderno -el que no sigue viviendo con su cabeza en el mundo premoderno medieval- no puede aceptar aquella visión escindida en dos mundos, por muy espiritual que se presente, sino que pasa a vivir en un mundo nuevo, un mundo único, en la única realidad, sin dos pisos superpuestos.

Esta transformación ya es una realidad en la cultura moderna -por más que muchos cristianos y no pocas religiones sigan viviendo escindidamente entre la vida real de la calle y la vida espiritual dualista de sus representaciones religiosas-. Por eso, muchos cristianos se sienten retrotraídos al mundo de sus abuelos cuando escuchan este tipo de discursos morales «heterónomos», como si continuaran existiendo unos preceptos caídos de lo alto, revelados, y por eso mismo indiscutibles, incuestionables, a los que sólo cabría someterse acríticamente como súbditos del Rey del cielo (de un segundo piso). Leer más…

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No matar, no adulterar, no jurar (12.2.23. Mt 5. Dom 6 TO)

Domingo, 12 de febrero de 2023

imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Dejo a un lado el tema de la vigencia de la ley antigua y el divorcio, para centrarme en los tres motivos centrales del evangelio de hoy (Mt 5, 17-35): asesinato (destrucción de vida ajeja), adulterio (destrucción de matrimonio ajeno) y juramento (apelar a Dios de un modo falso).

Éste es un evangelio fuerte y lo  comento  con palabras de mi libro de  Mateo.

NO MATAR (Mt 5, 21-26)

5 21 Habéis oído que se ha dicho a los antiguos: “No matarás;  el que mate será reo de juicio22.  Pero yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo de juicio”. Pues el que llame a su hermano imbécil, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame renegado/invertido, será reo de la gehena de fuego.

‒ 23 Pues si llevas tu ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja allí tu ofrenda, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; y entonces, volviendo, presenta tu ofrenda. 25 Intenta reconciliarte con tu adversario pronto, mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. 26 Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último cuadrante [1].

 Jesús pasa por alto los mandamientos de tipo más religioso (no tendrás otros dioses frente a mí, no te harás ídolos…), propios de Israel, para insistir en los de tipo ético, que tienen un carácter universal, de forma que pueden aplicarse a todos los seres humanos, conforme a la segunda “tabla” del Decálogo (cf. Ex 20, 1-11; Dt 5, 7-15). Lógicamente comienza con el homicidio, que es el pecado que aparece con más fuerza a lo largo de la Biblia, desde la muerte de Abel (Gen 4) hasta la de Jesús, asesinado por las autoridades legales de su tiempo. Desde el trasfondo de la Biblia, el hombre aparece como un ser que puede matar a otros seres humanos, de manera que la primera la “ley” se establece para impedirlo (Gen 9, 6; Ex 30, 13; Dt 5, 17) [2].

Jesús retoma una larga tradición bíblica centrada en el “no matarás”, que aparece ya en la legislación noáquica (de Noé), tras el diluvio, como ley universal, para todos los pueblos: «El que derrame sangre de hombre, su sangre será derramada por hombre; porque a imagen de Dios él hizo al hombre» (Gen 9, 4) Pues bien, Mt 5, 17-26 profundiza en el homicidio, pero no en un plano de ley, promulgando con más fuerza el talión (cf. Mt 5, 28-32), sino situando el tema en un plano anterior, que es el de la ira (ovrgh), que está en la raíz del homicidio, insistiendo en el riesgo de enojarse en contra su hermano (5,22o` ovrgizo,menoj tw/| avdelfw/| auvtou/), retomando así el motivo de fondo del pecado de ira de Caín contra Abel (Gen 4, 4-16). De manera sorprendente, Mateo nos sitúa ante el principio de la violencia homicida, que es la “ira”, la raíz mala del pecado, de la que se ocupan los apocalípticos (4 Esdras, 2 Baruc) y Pablo. La solución no es matar al homicida, sino superar la ira, esto es, el rechazo del prójimo [3].

     Ésta es la visión que Pablo ha formulado en claves más teológicas (paso de la ira de Dios al perdón del pecador: Rom 1-3) y Mateo más sociales. Ésta ha sido la experiencia clave de los primeros cristianos, que han ido descubriendo con Jesús que ellos pueden superar la ira (la violencia homicida interior), para convertir la vida en encuentro personal con el hermano. Éste es el tema que irán desarrollando, desde diversas perspectivas, las antítesis siguientes, especialmente las dos últimos: superar el talión, amar al enemigo. Estos son los elementos básicos de esta primero antítesis:

Principio: no airarse contra el hermano. Un proyecto de fraternidad (5, 22 a). El tema fundante es la superación de la ira, el movimiento interior de enojo contra el hermano. Por eso, el punto de partida ha de ser la limpieza interna, la transformación del corazón (lo que Dios quería de Caín en Gen 4): Que no se deje dominar por la “mordedura” de la rabia interna. Jesús condena expresamente la ira  contra el hermano (tw/| avdelfw/|, 5, 22), que, en un primer momento, es el compañero de comunidad o iglesia (el co-judío o co-cristiano). Pues bien, desde la perspectiva de Gen 4, con Abel y Caín como símbolo de la humanidad y desde Mt 25, 31-46 hermano es cualquier hombre o mujer que está a tu lado, en especial el pobre.

Un tipo de judaísmo había marcado la importancia de la fraternidad nacional, con elementos de elección, tradición y cumplimiento legal; pues bien, superando ese estrechamiento, Jesús insiste en la fraternidad más alta, fundada en Dios Padre y abierta a los excluidos sociales, sin nación establecida. Sin duda,   el hermano puede empezar siendo el correligionario, pero a la luz del alcance universal del mal deseo (ira), en el contexto también universal del “no-matar” (que supera los límites nacionales), parece evidente que hermano es cualquier hombre o mujer a quien puedo ofrecer o negar mi ayuda (cf. Mt 25, 31-46). En esa línea, este pasaje nos sitúa ante la tarea suprema y más honda de la fraternidad, sobre un mundo donde el ser hermano se ha vuelto objeto de “ira/enojo” que lleva a la muerte. En esa línea, se trata de pasar del cainismo antiguo (Gen 4) a la afirmación mesiánica: vosotros, todos, sois hermanos (Mt 23, 8) [4]

     La palabra hermano toma un sentido extenso, en un plano personal, social y familiar. Antes que elemento religioso ella es un momento esencial de la vida humana, que se expresa de formas diversas (en familia y pueblo, en religión y humanidad). Todo el evangelio de Mateo se despliega en torno a este motivo de la fraternidad, de fondo judío y dimensión universal. Mateo sabe que el primer pecado consiste en “airarse” contra el hermano, que es, por un lado aquel que está más cerca (miembro del propio clan o grupo) y que por otro cualquier hombre o mujer (en línea de universalidad).

‒ Homicidio verbal (5, 22 b): airarse contra el hermano y llamarle raka (~raka,, frívolo, quizá invertido sexual) o môre (mwre,, loco/imbécil). El primer insulto consiste en despreciar al hermano, diciendo que carece de valor, que es una nulidad, despreciable, tanto en un plano mental como físico o moral, invertido u homoxexual, en forma de desprecio [5]. Tratar así al hermano es lo mismo que “matarle” en un plano personal, de manera quien comete ese pecado debería ser llevado al juicio del “sanedrín”, es decir, de la asamblea social que regula la vida de la comunidad. Dando un paso más, el que llama a su hermano “môre”, que podemos traducir como necio/loco, en sentido personal y religioso, aparece como digno de la “gehena del fuego”, es decir, del castigo de aquellos que son expulsados de la asamblea de Israel, condenados para siempre [6].

Este homicidio verbal es más que un gesto de ira interior que Jesús condenaba en 5, 22a como principio de los males; es una “ira hecha palabra”, un insulto que descalifica al otro, negándole la dignidad y expulsándole así de la comunidad que se expresa y despliega en forma de palabra compartida. Allí donde se insulta al hermano o se le niega la palabra se está cometiendo un homicidio. Entendido así, este pasaje nos sitúa en el contexto de una comunidad judeo-cristiana, de lenguaje y simbolismo básicamente judío. Una de las palabras condenadas es raka, de origen arameo; la otra es môre, es de origen griego, y, a pesar de lo dicho, no es fácil distinguir su sentido, pero es claro que ambas son insultos que destruye la dignidad de la persona. La condena (sanedrín, gehena) nos sitúa en un contexto judío, y aparece en forma de talión (juicio de la comunidad…); se trata de una “condena simbólica”, que Jesús ha puesto de relieve, desde una perspectiva judeocristiana, insistiendo en la gravedad del “pecado” verbal, en línea de talión. Como seguiremos viendo, las dos últimas antítesis (5, 38-48) nos llevan a superar ese plano de talión.

 ‒ Reconciliación más que sacrificio (5, 23-24). Si cuando llevas tu ofrenda al altar… Conforme a una visión religiosa muy común (pre-, extra-cristiana), debemos ofrecer cosas a Dios (toros y corderos, aceite y flor de harina, monedas de impuesto), llevándolas al templo donde los sacerdotes las reciben, las consagran y en parte las consumen. Pues bien, conforme a este pasaje, de origen claramente judeo-cristiano, Jesús no ha rechazado de manera directa las ofrendas dirigidas a Dios, pero dice que ellas son secundarias. Leer más…

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Dijo Jesús “no juréis” (Mt 5) y sin embargo juramos (CEC 2154). Contra los juramentos en la Iglesia

Domingo, 12 de febrero de 2023

9C62F766-6204-4509-996B-E87B5A5A6FE9Del blog de Xabier Pikaza:

Ofrecí ayer una visión de conjunto de Mt 5, 17-37. Hoy me ocupo de los juramentos (Mt 5, 33-37). Jurar ha sido y sigue siendo ocasion y lugar de pecado para las iglesias.

Jesús no juraba, sino que decía “si o no” porque así es la palabra de Dios. Pablo, en cambio, parece que juraba, pensando quizá que, con sus juramentos, por Jesús y en contra de sus adversarios, defendía a Dios, sin pensar que con ello iba en contra de Jesús. La iglesia posterior siguió jurando, en una línea de AT, también en contra de Jesús.

Estoy convencido de que, para ser fiel a Jesús,la iglesia  debe abandonar los juramentos (a pesar de lo que dice el CEC). No todos estarán de acuerdo con mi exposición y mis argumentos. Pero estoy seguro de que en este campo nos estamos jugando el futuro del cristianianismo.

  1. INTRODUCCIÓN. CEC Y CLERECÍA DE SALAMANA

Yo no me había fijado en el tema, a pesar de que había escrito un par de libros sobre Mateo, en el que Jesús dice taxativamente que no juremos, hasta que el año 1992 J. Ratzinger y Juan Pablo II promulgaron el problemático Catecismo de la Ecclesia Católica (CEC) donde exponen brillantemente el tema (num. 2150-2155), sacando conclusiones que a mi juicio van en contra de Jesús, apelando sin razón a Pablo:

2153Jesús expuso el segundo mandamiento en el Sermón de la Montaña: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: “no perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos”. Pues yo os digo que no juréis en modo alguno… sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno» (Mt 5, 33-34.37; cf St 5, 12). Jesús enseña que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va unida a la atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de nuestras afirmaciones.

2154Siguiendo a san Pablo (cf 2 Co 1, 23; Ga 1, 20),la Tradición de la Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa (por ejemplo, ante el tribunal). “El juramento, es decir, la invocación del Nombre de Dios como testigo de la verdad, sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y con justicia” (CIC can. 1199, §1).

2155 La santidad del nombre divino exige no recurrir a él por motivos fútiles, y no prestar juramento en circunstancias que pudieran hacerlo interpretar como una aprobación de una autoridad que lo exigiese injustamente. Cuando el juramento es exigido por autoridades civiles ilegítimas, puede ser rehusado. Debe serlo, cuando es impuesto con fines contrarios a la dignidad de las personas o a la comunión de la Iglesia.

Éstos números del CEC recogen  una larga tradición de iglesia que ha jurado y ha exigido que se jure (en una línea de AT, como en los tribunales USA). Pero, a mi juicio, no responden a la intención más honda de Pablo a quien apelan, y además van directamente en contra del mensaje y de la vida de Jesús.

            Este Catecismo (CEC 1992) dice cosas muy buenas, pero en varios puntos no responde al evangelio de Jesús, como yo sentí aquel año cuando, como profesor de  la UP de Salamanca debía proclamar el Juramento Anti-modernista. Leí bien el juramente (sentí que era obsesivo y ofensivo) y cuando, en la gran ceremonia de la Clerecía del Espíritu Santo, vestidos de gala académica de varios colores, debíamos jurar, salí discretamente del lugar sagrado, de manera que algunos me preguntaron después si estaba enfermo.

LECTURA DE MATEO 5, 33-37. ¿POR QUÉ DICE JESÚS NO JURÉIS Y JURAMOS?

Los cristianos de cierta “responsabilidad” deben jurar con cierta frecuencia: Deben jurar los profesores para enseñar teología o religión cristianas, igual que los que asumen los que asumen cargos o responsabilidades de iglesia.

El tema es serio. Jesús dice que no juremos, que los juramentos (¡poner a Dios como testigo de una verdad humana, apelar a él para resolver nuestros conflictos!) es algo que viene del Diablo (del Maligno), porque Dios es afirmación (sí si, no no)… y el diablo la duda y mentira. Por eso, cuando la Iglesia pide a alguien que jure está dudando de él, sospechando de su verdad

 dsqbfbgu0aeekzmEl AT incluye cientos de juramentos… (Lev 19, 12; Num 30, 3; Dt 23, 22.). En el mismo NT parece que Pablo jura y jura muchas veces, como si no hubiera escuchado a Jesús, diciendo “no juréis”. Y para colmo el mismo evangelio de Mateo (23, 16-22), en otro lugar, sin duda por instigación de cristianos que no estaban conformes con lo que había dicho Jesús, ofrece unas “aclaraciones sobre juramentos buenos y malos”, que parecen matizar lo dicho en 5, 33-37. Eso indica que a la Iglesia antigua le costó ya mantener la doctrina de  este texto central del Sermón de la Montaña:

Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” (no perjurarás) y “Cumplirás tus votos al Señor”. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: [ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo.] A vosotros os basta decir “si” o “no”. Lo que pasa de ahí viene del Maligno (Mt 6, 33-37).

            El juramente aparece así como como un medio de “control” religioso: poner a Dios como testigo de algo, hacer que alguien invoque sobre sí el castigo de Dios para el caso de que no diga la verdad. Es una forma de utilizar la religión para ejercer un control social (la sociedad te obliga a jurar) y personal (de conciencia: alguien que jura tiene miedo de que Dios le castigue si no cumple su juramento). En esa línea jura y perjura Pedro, diciendo que no conoce a Jesús (cf. Mc 14, 66-72 par)

Contexto y contexto. Las antítesis de Mt 5, 17-48.

El evangelio de Mateo, que ha crecido en diálogo con el judaísmo legal, ha trazado en forma de antítesis las relaciones entre un tipo de judíos y cristianos.  En este contexto se entienden las seis antítesis que son para Mateo una aportación específica de Jesús al judaísmo. Quizá más que antítesis se podrían llamar síntesis, porque en general no niegan la ley anterior, sino que la profundizan.

(a) Mt 5, 21-26. No matar… no airarse. Lo que se dijo a los antiguos (¡no matar!) es para Jesús insuficiente. No basta con evitar el asesinato externo, sino que es necesario que los hombres superen todo tipo de ira y violencia contra el prójimo.

(b) Mt 5, 27-30. No adulterar no desear mal. Para Jesús la maldad del divorcio no empieza en el hecho externo, sino en el mal deseo del corazón, que se deja llevar consciente y voluntariamente por la intención de “apoderarse” de una persona que vive otra realidad de amor y de familia.

(c) Mt 5, 31-32. Ley de divorcio  no divorciarse. La ley permite el divorcio, para regular el orden social. Jesús va más allá de la ley y pide fidelidad plena a un varón y a una mujer (aunque el texto de Mt modula esa fidelidad, suponiendo que veces no existe ya, no hay matrimonio).

(d) Mt 5, 33-37. No perjurar…  no jurar. La ley exige mantener el juramento, como acto religioso (pues Dios mismo es quien avala los juramentos). La prohibición de Jesús (¡no jurarás!), matizada por el mismo Mt en otro contexto (Mt 23, 16-22), tiene un sentido básicamente religioso: Dios no está ahí para avalar los juramentos, sino que tiene valor en sí mismo, por encima de ese tipo de palabras sagradas. La verdad religiosa del hombre se sitúa en el plano de la vida profana, sin necesidad de introducir una palabra religiosa (de juramento) para ratificar por ella las relaciones humana.

(e) Mt 5. 5, 38-42. Talión (ojo por ojo) no violencia. La Ley se sitúa en un plano de oposición, suponiendo que para vencer el mal hay que aplicar otro mal (ojo por ojo). De esa forma, la ley se sitúa en la línea del juicio, con la violencia que ello implica. En contra de eso, Jesús quiere que la vida de los hombres sea experiencia y expresión de gratuidad, renunciando de esa forma a la violencia.

(f) Mt 5, 43-47. Amor al amigo al enemigo. La ley aplica el talión en el campo de las relaciones humanas, dividiendo a los hombres en amigos y enemigos (en buenos y malos para mí). En contra de eso, Jesús presenta la vida como don creador, que puede abrirse a todos, superando la división de amigos y enemigos. En el fondo de las antítesis se expresa la oposición entre la ley (que sostiene lo que existe a través de la fuerza y la venganza) y la gracia (que entiende la vida como fidelidad personal y amor activo). En sentido estricto, el Jesús de las antítesis no va en contra de la ley, ni discute sus implicaciones (como hará la tradición rabínica de la Misná), sino que (a no ser en el caso del divorcio, donde Mt introduce una cláusula exceptiva) se sitúa por encima de ella: busca y ofrece un principio de gratuidad creadora, que va más allá de la ley, en una línea de trasparencia y fidelidad humana. En esa línea, pide a los hombres que no juren, es decir, que renuncien a un gesto religioso muy significativo, como es el juramento.Los juramentos … pertenecen al plano de la religión. No es que sean malos, aunque pueden convertirse en malos. Hay juramentos bueno… y puede haber juramentos malos. Y en ese plano la ley del AT (y la ley de cierta iglesia posterior) quiere que los juramentos sean buenos y que siendo buenos se cumplan….

31A27B95-5B1A-4E93-85D1-30164F8E52BBPues bien, Jesús no quiere ese tipo de religión de juramentos… ni siquiera los buenos… No quiere que manejemos a Dios, sino que digamos la verdad por sí misma. Es evidente que la Iglesia (empezando por Pablo) ha tenido miedo a Jesús, ha tenido miedo a la gente no actúe bien (no sea responsable) sin juramentos… y así ha pedido y pide a sus fieles que juren.

Al pedir a sus obispos, provinciales religiosos, profesores de teología/religión y demás personas “responsables” que juren, la Iglesia está desconfiando de ellos, poniéndose así en contra de Jesús. Éste me parece un tema serio, un tema grave. Una Iglesia que así actúa no vive en un nivel de confianza y gratuidad, sino de sospecha. No es una iglesia sana, iglesia amiga, sino una sociedad obsesivamente enferma, neurótica, llena de  sospechas y miedos, exigiendo por eso a sus responsables el juramento (para sentirse así más segura, para atar a los creyentes bajo pecados que ella misma inventa). Matices del juramento.

Ha de entenderse desde el trasfondo social. Recordemos que los judíos no podían jurar por Dios (pues a Dios ni se le nombraban), sino por realidades vinculadas a Dios. Por eso, en contexto judío, Mt ofrece una lista de cosas por la que no se puede jurar:

No juréis ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo

Ha dicho Jesús que no juremos, que digamos “si si, no no”, y que todo lo demás viene del diablo. No le hemos hecho caso, no le ha hecho caso un tipo Iglesia, que pide que se jure, siguiendo así al Diablo más que a Dios.

Se pueden ofrecer mil pueden dar cien matizaciones, y así ha podido hacerlo quizá el mismo  Pablo, que juraba, defendiéndose… Puede responder el mismo Mateo  23 cuando matiza la doctrina de los juramentos (e incluso Mc 14, 25) …  donde parece que Jesús jura. Pero que todo eso son al fin excusas. Si la Iglesia creyera de verdad en Dios y en los hombres, según el ejemplo de Jesús, dejaría mañana mismo de pedir juramentos a su gente.

 DIOS, VERDAD DEL HOMBRE, NO NECESITA JURAMENTOS  

Entre las palabras históricamente más fiables de Jesús se encuentra ésta: “Habéis oído que se ha dicho a los antiguos “no perjurarás” (Lev 19, 12), sino cumplirás tus juramentos. Yo, en cambio, os digo: no juréis en modo alguno” (Mt 5, 33). Esta prohibición va en la línea de la trascendencia de Dios (y de la prohibición de la idolatría), pero, en sentido más estricto, va en contra de un rasgo importante de la Ley judía y, en general, de toda religión que no solamente se atreve a jurar, apelando a Dios en las discusiones humanas, sino que manda que se “jure” (poniendo a Dios como testigo) en discusiones y asuntos importantes, como si él tuviera que ser garante legal de las afirmaciones humanas.

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El peligro del legalismo. Domingo 6 TO Ciclo A.

Domingo, 12 de febrero de 2023

escribasDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Las bienaventuranzas y las parábolas de la sal y de la luz, leídas en los domingos anteriores, forman la Introducción al Sermón del Monte. A partir de este momento, Mateo presenta la oferta religiosa de Jesús, contraponiéndola a la de los escribas y fariseos:

“Os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos”.

            “Justicia” no significa aquí “justicia social”, sino fidelidad a Dios, cumplimiento de lo que él considera justo. Y lo que está en juego es entrar en el reino de los cielos, formar parte de la comunidad cristiana en este mundo, y del futuro reino de Dios.

            Ya que el evangelio nos sitúa ante una alternativa: entrar o no entrar en el reino de Dios, la primera lectura se orienta en la misma línea.

El agua y el fuego, la vida y la muerte (1ª lectura: Eclesiástico 15,16-21)

            Aquí la alternativa consiste en observar los mandamientos de Dios o negarse a ello. No se trata de algo indiferente. Lo primero equivale a elegir el agua y la vida; lo segundo, a optar por el fuego y la muerte.

Si quieres, guardarás los mandamientos [del Señor] y permanecerás fiel a su voluntad. Él te ha puesto delante fuego y agua: extiende tu mano a lo que quieras. Ante los hombres están la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera. Porque es grande la sabiduría del Señor, fuerte es su poder y lo ve todo. Sus ojos miran a los que le temen, y conoce todas las obras del hombre. A nadie obligó a ser impío y a nadie dio permiso para pecar.

Advertencia previa sobre el evangelio

            La liturgia ofrece dos posibilidades: 1) una lectura breve, que recoge solo algunas de las afirmaciones principales contenidas en Mt 5,17-37; 2) una lectura larga, que no omite nada, desarrollando el contenido de la breve. Aunque la primera resulta a veces descarnada y omite ideas muy importantes, la segunda es tan compleja, y con temas tan distintos, que resulta imposible explicarlos en una homilía. Me limitaré a algunas indicaciones sobre la breve. Quien desee un comentario a todo el pasaje puede verlo en J, L, Sicre, El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz (Verbo Divino 2019) páginas 114-123.

Los escribas

            Para este domingo y el próximo, la liturgia ha elegido solamente la diferencia que debe darse entre el cristiano y el escriba.

            Sociológicamente, los escribas constituyen un grupo muy heterogé­neo, al que pertenecen sacerdotes de elevado rango, simples sacerdotes, miembros del clero bajo, de familias importantes y de todos los estratos del pueblo (comerciantes, carpinteros, constructores de tiendas, jornaleros). Incluso encontramos gente que no eran de ascendencia israelita pura, sino hijos de madre o padre convertidos al judaísmo. El poder de los escribas radica en exclusivamente en su ciencia. Quien deseaba ser admitido en la corporación debía hacer un ciclo de estudios de varios años. Generalmente, desde los 14 años de edad dominaba la exégesis de la Ley (Pentateuco). Pero la edad canónica para la ordenación eran los 40 años. A partir de entonces estaba capacitado para zanjar por sí mismo las cuestiones de legislación religiosa y ritual, para ser juez en procesos criminales y tomar decisiones en los civiles, bien como miembro de una corte de justicia, bien indivi­dualmente. Tenía derecho a ser llamado rabí. Y se les abrían los puestos claves del derecho, de la administración y de la enseñan­za.

El peligro del legalismo

            A pesar de la gran estima de que gozan entre la gente, a Jesús no le resultan simpáticos. No quiere que sus seguidores se parezcan a los escribas, ni que los puedan confundir con ellos. Porque en su postura existe un peligro gravísimo de legalismo, es decir, de exaltación de la ley y de la norma por encima de todas las cosas. Al legalismo, se puede llegar por dos caminos muy parecidos:

  1. a) Buscando seguridad humana. Una persona inmadura, con miedo a correr riesgos, prefiere que le indiquen en cada momento lo que debe hacer. Cuantas más normas, mejor, porque así no se siente insegura.
  2. b) Buscando seguridad religiosa. Estas personas conciben la salvación como algo que se gana a pulso, a base de esfuerzo, cumpliendo en todo momento la voluntad de Dios. Esta voluntad de Dios no la conciben como una actitud global en la vida, sino concretada en una serie de actos. Cuantas más normas me dicten, mejor conoceré lo que Dios quiere y me resultará más fácil salvarme.

            En lo anterior hay cosas buenas y malas. Pero lo más grave es que la persona amante de las normas corre el peligro de quedarse en la letra de la ley, sin profundizar en su espíritu, que es más exigente. Por ejemplo, la ley manda no comer carne los viernes de cuaresma. Y se queda tranquila con cumplir la letra de la ley, pero no le preocupa comer langosta o gambas. La ley manda ir a misa los domingos y días de fiesta, y la cumple a rajatabla; pero quizá no dedica ni un minuto a Dios durante el resto de la semana.

            Otro grave riesgo de la mentalidad legalista es que, con la ley en la mano, se puede machacar al prójimo y amargarle la existen­cia. Se critica al que no vive como uno considera conveniente, se lo condena, incluso se lo persigue.

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¿Cómo superar el legalismo?

            Para combatir esta postura legalista y enseñar a sus discípulos a actuar cristianamente, Mateo pone en labios de Jesús seis casos concretos, referentes al asesinato, adulterio, divorcio, juramen­to, venganza, y amor al prójimo (Mateo 5,21‑48). Este domingo se leen tres de los cuatro primeros [la lectura breve omite el caso del divorcio]; el domingo próximo se leerán los dos últimos.

            En el primer caso, asesinato, Jesús lleva la ley a sus consecuencias más radicales.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: Todo el que se deje llevar de la cólera contra su hermano será procesado.

            El quinto mandamiento prohíbe matar. La mentalidad legalista, ateniéndose a la letra, se contenta con no hincarle un puñal al prójimo. Jesús dice que el espíritu del mandamiento va mucho más lejos. Lo importante no es sólo respetar la vida física del prójimo, sino también toda su persona. [La lectura larga concreta tres delitos cada vez peores contra el prójimo: encolerizarse con él, insultarlo y ofenderlo gravemente].

            En el segundo caso, adulterio, Jesús también interpreta el mandamiento de forma radical.

Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.

            La letra de la ley sólo se fija en el hecho físico. Pero Jesús va a su espíritu profundo, teniendo en cuenta incluso el peligro remoto de caer. Su enseñanza coincide con la de otros rabinos: «No puedes decir que se llame adúltero a quien ha cometido adulterio con cuerpo; el que ha cometido adulterio con sus ojos también se llama adúltero» (Simeón ben Lakish).

            En el cuarto caso, a propósito del juramento (y en el tercero, sobre el divorcio, omitido en la lectura breve), anula la ley.

También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”. Pero yo os digo que no juréis en absoluto. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.

            Jesús se mueve en una sociedad que usa y abusa del juramento. El discípulo de Jesús tiene que moverse en una honradez y sinceridad tan absolutas que le baste decir sí y no.

            Este domingo hemos visto dos formas de combatir el legalismo: llevar la ley a sus consecuencias más radicales y anularla. El próximo domingo veremos otro recurso: cambiar la ley por una norma más exigente.

Reflexión final

            La primera lectura habla de una alternativa entre agua y fuego, vida y muerte. Para Jesús, la alternativa consiste en entrar en el reino de Dios o quedarse fuera. El escriba estaría de acuerdo en que lo mejor es guardar los mandamientos y ser fiel a la voluntad de Dios. Pero Jesús diría: “Depende de cómo interpretes esa voluntad”. Si lo haces en plan legalista, limitándote a la letra de la ley, no puedes seguirme, no puedes entrar en el Reino de Dios. El evangelio de hoy se presta a un examen de conciencia, especialmente a propósito de nuestra relación con el prójimo, al que a veces estamos asesinando sin darnos cuenta.

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Domingo VI del Tiempo Ordinario. 12 febrero, 2023

Domingo, 12 de febrero de 2023

D-VI

 

“Os aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos,

no entraréis en el Reino de los cielos”.

(Mt 5, 17-37)

Jesús, que a los ojos de los letrados y fariseos es un trasgresor de la ley, aparece aquí diciendo que no ha venido a abolir la Ley sino a llevarla hasta sus últimas consecuencias.

Las leyes ya sean religiosas, civiles o de tráfico están puestas como base de un mínimo acuerdo. Tratando de delimitar y salvaguardar los derechos de las personas, de todas las personas. Derechos que se entrecruzan y relacionan con otros derechos, con deberes y obligaciones. Y en esa complicada trama la ley trata de guiar y dar algo de luz.

Pero como toda trama esa trama es tremendamente complicada, llena de recovecos, nudos y discontinuidades. Por eso seguir la ley al pie de la letra no garantiza un comportamiento justo, ni siquiera bueno.

De ahí que Jesús nos advierte: “si no sois mejores que los letrados y fariseos no entraréis en el Reino de los cielos.”

Después de más de 2000 años de historia identificamos a estos personajes como los “malos de la película”. Los letrados y fariseos son los que se opusieron a Jesús, quienes le condenaron y obligaron a las autoridades romanas a crucificar a Jesús.

Visto así es sencillo ser mejor que los letrados y fariseos. Pero si nos ponemos en la piel de las primeras comunidades cristianas o de las primeras personas que se acercaron a Jesús. Esas gentes sencillas de Galilea provenientes del judaísmo. Para ellas ser mejores que los letrados y fariseos era prácticamente imposible. Ellos eran los oficialmente buenos. Los santos. Los irreprochables.

Y los mismos letrados y fariseos se creían buenos. Fieles cumplidores y custodios de las tradiciones y de la Santa Ley. Se sentían cercanos a Dios y seguros en el cumplimiento de sus leyes y preceptos.

Eran gente de bien que se había cerrado sobre sus propias verdades y habían dejado fuera a quienes se salían del esquema.

Por eso la advertencia de Jesús sigue siendo válida para nosotras. “Si no somos mejores que los letrados y fariseos no entraremos en el Reino de los cielos”.

Oración

No permitas, Trinidad Santa, que nos creamos mejores que las demás.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La plenitud de la Ley está en su superación.

Domingo, 12 de febrero de 2023

indiceDOMINGO 6º (A)

Mt 5,17-37

Seguimos en el sermón del monte de Mateo. La lectura de hoy afronta un tema complicado. Cómo armonizar la predicación y la praxis de Jesús con la Ley, que para los judíos era sagrada y definitiva. Ir más allá de lo establecido es el problema radical que se plantea en todos los órdenes de la vida. Damos valor absoluto a lo ya conocido pero nuestro conocimiento será siempre limitado; debemos ir siempre más allá.

Tuvo que ser muy difícil para un judío aceptar que la Ley no era absoluta. Jesús fue contundente en esto. Abrió una nueva manera de relacionarnos con Dios. El Dios todopoderoso, que está en los cielos y ordena y manda, deja paso al Dios “Ágape” que se identifica con cada uno de nosotros y nos invita a descubrirlo en los demás. A pesar de ello, muchos años después, los cristianos se estaban peleando por circuncidar o no circuncidar, comer o no comer ciertos alimentos, cumplir o no el sábado…

Toda norma metida en palabras, incluso las de Moisés en la Biblia, no podrá ser nunca definitiva. Esto, bien entendido, es el punto de partida para comprender las Escrituras. El hombre siempre tiene que estar diciendo lo que dijo Jesús en el evangelio: habéis oído que se dijo, pero yo so digo, porque conocemos cada vez mejor la naturaleza y al ser humano. Si Jesús y los primeros cristianos hubieran tenido la misma idea de la Biblia que muchos cristianos tienen hoy, no se hubieran atrevido a rectificarla.

Cuando hablamos de “Ley de Dios”, no queremos decir que, en un momento determinado, Dios haya comunicado a un ser humano su voluntad en forma de preceptos, ni por medio de unas tablas de piedra, ni por medio de palabras. Dios no se comunica a través de signos externos, porque no es un ser fuera que tenga voluntad propia para imponerla. La voluntad de Dios está en la esencia de cada criatura.

Si fuésemos capaces de bajar hasta lo hondo del ser, descubri­ríamos allí esa voluntad de Dios; ahí, sin decir palabra, me está diciendo lo que es bueno o malo para mí. La voluntad de Dios no es nada añadido a mi propio ser, no me viene de fuera. Está siempre ahí pero no somos capaces de verla. Esta es la razón por la que tenemos que echar mano de lo que nos han dicho algunos que sí fueron capaces de bajar hasta el fondo de su ser y descubrir lo que Dios es y lo que somos cada uno de nosotros. Lo que otros descubrieron y nos cuentan nos puede ayudar a descubrirlo en nosotros.

Moisés supo descubrir lo que era bueno para el pueblo que estaba tratando de aglutinar, y por tanto lo que era bueno para cada uno de sus miembros. No es que Dios se le haya manifes­tado de una manera especial, es que él supo aprove­char las circunstan­cias especia­les para profundi­zar en su propio ser. La expresión de esta experiencia es voluntad de Dios, porque lo único que Él quiere de cada uno de nosotros es que seamos nosotros mismos, que lleguemos al máximo de nuestras posibilidades.

¿Qué significaría entonces cumplir la ley? Algo muy distinto de lo que acostumbramos a pensar. Una ley de tráfico se puede cumplir perfectamente solo externamente, aunque estés convencido de que el “stop” está mal colocado, yo lo cumplo y consigo el objetivo de la ley, que no me la pegue con el que viene por otro lado y además, evitar una multa. En lo que llamamos Ley de Dios, las cosas no funcionan así. Dios no ha dado nunca ninguna Ley. Lo que es bueno o lo que es malo está inscrito en mi ser.

A trancas y barrancas hemos superado la idea de una Ley venida de fuera. Nos queda mucho camino por andar para superar la idea de un Legislador que impone su voluntad a pesar nuestro. En la Biblia encontramos 613 preceptos. Nos parecen infinitos, pero resulta que el Código de Derecho Canónico tiene 1.752 cánones. No hemos sido capaces de asimilar el mensaje de Jesús que insistió en superar toda norma. Nos dejó un solo mandamiento: que os améis, y el amor nunca puede ser fruto de una ley.

Desde esta perspectiva, podemos entender lo que Jesús hizo en su tiempo con la Ley de Moisés. Si dijo que no venía a abolir la ley, sino a darle plenitud, es porque muchos le acusaron de saltársela a la torera. Jesús no fue contra la Ley, sino más allá de la Ley. Quiso decirnos que toda ley se queda siempre corta, que siempre tenemos que ir más allá de la pura formulación, hasta descubrir el espíritu. La voluntad de Dios está más allá de cualquier formulación, por eso tenemos que superarlas todas.

Jesús pasó, de un cumplimiento externo de leyes a un descubrimiento de las exigencias de su propio ser. Esa revolución que intentó Jesús está aún sin hacer. No solo no hemos avanzado nada en los dos mil años de cristianismo, sino que en cuanto pasó la primera generación de cristianos hemos ido en la dirección contraria. Todas las indicaciones del evangelio, en el sentido de vivir en el espíritu, han sido ignoradas. Seguimos más pendientes de lo que está mandado que de descubrir lo que somos.

“Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, pero yo os digo: todo el que está enfadado con su hermano será procesado”. No son alternativas, es decir o una o la otra. No queda abolido el mandamiento antiguo sino elevado a niveles increíblemente más profundos. Nos enseña que la actitud negativa hacia otro es ya un fallo contra tu propio ser, aunque no se manifieste en una acción concreta contra el hermano.

“Si cuando vas a presentar tu ofrenda, te acuerdas de que tu hermano tiene queja contra ti, deja allí tu ofrenda y vete a reconciliarte con tu hermano…” Se nos ha dicho por activa y por pasiva que lo importante era nuestra relación con Dios. Toda nuestra religiosidad está orientada desde esta perspectiva equivocada. El evangelio nos dice que más importante que nuestra relación con Dios, es nuestra relación efectiva con los demás. Si ignoramos a los demás, nunca nos encontraremos con Dios.

No dice el texto: si tú tienes queja contra tu hermano, sino si tu hermano tiene queja contra ti. ¡Que difícil es que yo me detenga a examinar si mi actitud pudo defraudar al hermano! Es impresionante, si no fuera tan falseado: “deja allí tu ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. Las ofrendas, las limosnas, las oraciones no sirven de nada si otro ser humano tiene pendiente la más mínima cuenta contigo.

De todas formas, la eliminación de las leyes no funcionaría si no suplimos esa ausencia de normas por un compromiso de vivencia interior que las supere. Las leyes solo se pueden tirar por la borda cuando la persona ha llegado a un conocimiento profundo de su propio ser y descubre las más auténticas exigencias del verdadero ser. Ya no necesita apoyaturas externas para caminar hacia su definitiva meta. Recuerda: “ama y haz lo que quieras” o “el que ama ha cumplido el resto de la Ley”.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La novedad de Jesús.

Domingo, 12 de febrero de 2023

amor-a-dios-y-al-projimo-300x300Mt 5, 17-37

«Habéis oído que se dijo a los antiguos … pero yo os digo»

Hay quien concibe el evangelio como culminación del antiguo testamento. Otros van más lejos y hablan de ruptura, pero, en cualquier caso, es innegable la gran novedad que supuso Jesús; una novedad tan patente y arrolladora, que el propio Mateo —un escriba posiblemente de secta farisea— no tiene más remedio que reconocer. Y aunque en el texto de hoy se hace un pequeño lío por tratar de ser fiel a su tradición —«no he venido a abolir la ley…»—, se muestra más explícito en su capítulo nueve donde compara a Jesús con el vino nuevo que rompe los odres viejos.

Y es que Jesús se está ofreciendo como alternativa a Moisés, y está pidiendo a sus seguidores que superen el concepto de Ley y se abracen al evangelio. Les viene a decir que no se trata de ser santos e irreprochables a los ojos de Dios, sino de crear humanidad; que no se trata de cumplir una serie de preceptos y tradiciones, sino de sentirse amados por Dios y responder amando, sirviendo, perdonando…

Como decía Ruiz de Galarreta: «La diferencia entre la ley y el evangelio es que la ley deja a la persona a sus propias fuerzas, le pone preceptos que ha de esforzarse en cumplir, le amenaza, le premia… mientras que el evangelio la coloca ante el don de Dios, le hace conocer a su Padre, le convierte en hijo, lo cambia por dentro… y ya no tiene que mandarle nada».

Sabemos que la reacción de la gente ante este mensaje fue muy dispar. Aquellos que se sintieron necesitados de ese Dios, le siguieron hasta el final. En cambio, los ricos y acomodados estaban tan satisfechos tal como estaban que prefirieron al Juez que da a cada uno según su mérito, porque a ellos ya les había juzgado y —a la vista de la prosperidad de la que gozaban— les había declarado justos y dignos de premio.

Los escribas y fariseos lo rechazaron desde el principio y se posicionaron de manera inequívoca en su contra. Y no les faltaba razón. Habían consagrado su vida al Dios de Abraham, al Dios de Moisés, en definitiva, al Dios de la Tradición, y aquella nueva doctrina era para ellos la mayor de las imposturas. No les cabía duda de que aquel nazareno que la proclamaba era un impostor; además un impostor peligroso, porque si lo suyo triunfaba, ellos, junto con los sacerdotes, serían los más perjudicados.

Para todo israelita la conversión a Abbá suponía abandonar al Dios de sus padres, renunciar a la tradición de Israel y lanzarse al vacío… y sus mentes no estaban preparadas para asimilar ese mensaje. Les entusiasmaba lo de Jesús, pero no podían aceptar que aquello pudiese entrar en conflicto con sus creencias milenarias. Por eso, todo cuanto le oían decir quedaba amoldado a la horma de sus tradiciones, y acababa interpretándose más en clave política que religiosa…

Para hacernos una idea de la novedad que en su tiempo supuso Jesús, baste pensar que, veinte siglos después, nosotros, la Iglesia, no acabamos de digerir sus palabras y retornamos, una y otra vez, al Dios juez justo y misericordioso que va a juzgarnos y premiarnos por nuestras buenas acciones.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fe Adulta

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