El hombre
Del blog Nova Bella:
Me parece el igual de un dios,
el hombre que frente a ti se sienta…
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Del blog Nova Bella:
Me parece el igual de un dios,
el hombre que frente a ti se sienta…
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«Los gentiles se convierten de perros en hijos gracias a la fe”
Ante el discurso de la extrema derecha
José Moreno Losada, sacerdote,
Badajoz
ECLESALIA, 04/09/23.- Algunos fieles entraron en la sacristía para comentar el texto del evangelio a partir de algún elemento que ofrecí en la homilía; entre ellos estaba una persona de acogida en Cáritas.
En la reflexión ofrecí algunos datos vivos de inmigrantes a los que acompañamos, que buscan nuestras migajas desde su dolor y hambre vital. Rafael que lleva meses en España y va haciendo su proceso de legalización, pero hasta ahora es ilegal, una situación grave familiar le urge para que pueda enviar algún dinero que aún no tiene, aunque trabaja cuidando a un anciano –todo negro e ilegal- mientras está en el centro hermano. Nos pide un préstamo y ahora cada semana viene a traer su cuota con lo que va ganando poco a poco, también viene a celebrar la eucaristía, hoy domingo posiblemente esté con nosotros en la mesa.
María, que está en la acogida, habla de cómo un joven africano que estuvimos ayudando encontró trabajo y vino a dar las gracias por la ayuda, contento por la nueva situación, aunque fuera ilegal. Ahora vuelve a quedarse sin trabajo y nos duele su situación.
Arturo quiere venirse a vivir ahora a Badajoz, llegó hace dos años, siendo menor de edad, espera ser legalizado en octubre para poder ya matricularse y estudiar, que es lo que busca. Lleva tres años en soledad, con la ayuda de amigos y conocidos, está en los grupos de la JEC, y ha participado en la asamblea reciente; pasó antes por Cáceres. Nos pide ayuda para poder alquilar una habitación para él y otro paisano que va a llegar. La ayuda no es sólo económica sino también para poder hacer el contrato del piso. Todo son dificultades, él es excelente luchado, estudia online, escribe novelas, reflexiona, vive esperanzado, pero sufre mucho por su situación. Su ilusión es ayudar a su familia que sigue en su país de origen y lo han enviado para que pueda tener futuro, el que no tiene en Nicaragua. Son tantos…
El evangelio hablaba de cómo una extranjera se acercaba a Jesús y le convencía para que le ayudara en el problema de una hija, logra que Jesús cambie de mentalidad y la atienda como a una hija de Dios. Al oír en boca de Jesús el dicho de que no se debe dar el pan de los hijos a los perritos, ella le dice con ternura que esos animalitos comen de las migajas que caen de la mesa. Un gran escritor cristiano, Epifanio, lo interpreta de esta manera: “Conociendo nuestro Señor la fe inoportuna, dijo: «Mujer, grande es tu fe. Que sea como tú quieres». La fe recibió lo que las obras no merecían. Los gentiles se convierten de perros en hijos gracias a la fe”.
Algunos han titulado este episodio como «la mujer que convirtió a Jesús» haciéndole cambiar de planes. El encuentro con el otro y el diferente nos transforma. ¿Cómo convertir los inconvenientes en oportunidades? Maestría de la mujer cananea de perseverancia y humildad, una difícil combinación. La mujer nos enseña que la fe no solo es creer, sino confiar, a pesar de las dificultades, y seguir para adelante. En este caso, la fe no solo mueve montañas, sino al propio Dios.
A la luz de lo textos y este comentario traigo a colación las declaraciones de la extrema derecha en Portugal donde su interpretación de la JMJ reciente, de los jóvenes con el Papa, es que ha sido un coladero de inmigrantes. Me recuerda que este mensaje es transversal en todas esas ideologías y que puede estar de fondo de algunos sentimientos generalizados, que los inmigrantes vienen a comerse el pan de nuestros hijos. También planteo una reflexión sencilla de cómo es nuestra actitud ante los inmigrantes que están en nuestras calles y ciudades.
El evangelio y su humanismo nos invita a una relación de diálogo donde su relato y su lucha pueda transformar nuestra mente y nuestro corazón, para salir de nuestros planteamiento muy organizados y cerrados, donde la persona deja de ser el centro y el otro es visto más como un problema que como una posibilidad, como una razón para la confianza en lugar de para la fraternidad. El Papa Francisco no desaprovecha ocasión para invitarnos a cambiar de mentalidad ante lo que está ocurriendo en el mundo con la inmigración y los extranjeros, basta releer los mensajes que ha dirigido a los jóvenes recientemente en Portugal, esos mismos que rechazan políticos radicales portugueses. Siento la necesidad de detenerme y contemplar mi relación con inmigrantes y extranjeros, aquellos que han ido pasando por la parroquia, centro hermano, movimientos, vecinos y orar desde lo que me han aportado como personas y como creyentes, como luchadores y sufrientes, arriesgados y comprometidos.
Recuerdo que Fernando Rivas, patrólogo y amigo, me hablaba hace unos días, de un proyecto que acompaña su compañero Jorge en Madrid, conviviendo con inmigrantes hasta que logran la legalización, a lo largo de unos años. Hacen comunidad de vida y seguimiento. Este año tendré posibilidad de conocerlo y compartir sus inquietudes. Tengo ganas de entrar en este texto evangélico desde esa realidad y dejar que sigan cambiando mi mentalidad.
Terminaba la reflexión con ese interrogante sencillo: ¿Qué mentalidad tengo con respecto a los inmigrantes y extranjeros? ¿Qué relación establezco con ellos? ¿Me dejo interpelar y transformar por ellos como hizo Jesús, el propio Dios?
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).
Del blog de Alfonso J.Olaz El Rincón del Peregrino:
¿Cómo tener paz sin tenerte,
y tenerte para conseguir la paz que no tenemos?
¡De esa Paz que todos anhelamos y que muy pocos encuentran
¿Cómo tener paz sin tenerte
y tenerte para conseguir la paz que no tenemos?
Se parece a una tormenta que no cesa
y en el naufragio de nuestra existencia nos confiamos a luz del farero
Confiarte sin tenerte…
Es…
No sucumbir en las aguas tenebrosas de nuestra vitalidad
Y Creer que nos va a salvar
A pesar de lo más pesado de nuestra vida…
No porque vayamos a ahogarnos
Sino porque creemos.
Aceptando y creyendo que somos
peces de su pesca
y dejarnos coger en sus redes
de oro fino y plata
Sin importar si somos tiburones o peces tontos
Para ser salvados en su tempestad.
Confiarte sin tenerte,
Es…
Sí sobrevivimos como náufragos en su playa,
marcados con la + en su memoria
Náufragos en pecera de Oro
Con la vida del Oro viejo
Verde de esperanza, Azul divino de los Cielos.
Del hombre que náufrago siete veces siete
Siendo hasta setenta veces siete amados y perdonados. (Mt 18, 21-35)
Y así en el camino de la paz
Ser Oración viviente para cambiar el corazón humano
Pidiéndole que no entendemos lo que pedimos y pedimos lo que no entendemos.
Y por Creer, en esto, está ya concedido.
Porque el Corazón del Maestro Pescador, ya lo cambió.
Y en la Oración viviente del que dejó de ser náufrago
al que tanto mal le causó
Y este le perdonó por ser ya probado y predilecto Pescador.
¡Y le rogó que dejara de ser pez! Como él lo fue
Y como así lo quiso, así se hizo.
Y por ser corazón arrepentido-
El Maestro le dio un Corazón de Pescador
Haciéndolo hombre como el Maestro
Del mismo corazón del Maestro Pescador
Para ser Hombre de sus mares
Y arreglar con el Pescador predilecto,
lo que tenía pendiente en el corazón del hombre.
Señor, si ya me reconcilie en mis faltas
con tu Pescador predilecto
Ahora tú perdóname las mías
Para que por ello Crea lo que no veo,
y vea lo que creo y así se haga lo que he pedido,
que ya es posible contigo, Todo.
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Alfonso Olaz 01.09.2023
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“Eres una sola persona, pero cuando te mueves, una comunidad entera de mujeres camina contigo”
(Rupi Kaur).
¿Se pueden deconstruir los elementos patriarcales (o por lo menos algunos) de la espiritualidad ignaciana desde las aportaciones de la espiritualidad y la teología feminista y la categoría “género”? Este es el “propósito” de la Red Miriam de espiritualidad ignaciana femenina [1], que en el próximo octubre cumplirá 10 años de existencia y 40 años del origen de nuestra matriz originaria, que fueron las congregaciones femeninas de espiritualidad ignaciana.
Uno de nuestros proyectos más consolidados es el Círculo de espiritualidad «Yada»: “Conocer por experiencia”. Este verano hemos celebrado nuestro X Encuentro, con el tema «De amor y sororidad en tiempos de incertidumbre».
En el maravilloso entorno natural de Berriz (Vizcaya), acogidas por el Centro de Espiritualidad Barnezabal (interioridad abierta) de las Mercedarias de Berriz, 24 mujeres de diversos lugares del estado, desde Las Palmas a Galicia, pasando por Albacete, Madrid, Zaragoza, Bilbao o Pamplona, hemos participado en esta experiencia de “cuidado” entre mujeres desde las claves de la espiritualidad ignaciana vivida en femenino y desde la perspectiva de género. Una semana de oración para:
· Hacer silencio y releer la vida a la luz de la Palabra y de la consciencia corporal (acuerpar la experiencia).
· Buscar y hallar el Amor en todas las cosas (EE 1).
· “Aplicar sentidos” y “gustar internamente”.
· Reconocer al Amor “nuevamente encarnado” (EE 109).
· En actitud de discernimiento.
· Desde la perspectiva de género y en sororidad.
· Reorientar estilos de vida y compromisos por otro mundo y otras relaciones posibles, convencidas que la experiencia de fe no se puede separar del compromiso con la eco-justicia.
· Contrastar experiencias en grupo y de forma personalizada.
Un espacio circular, no jerárquico, en el que un equipo de facilitadoras-acompañantes ofrecen orientaciones desde claves bíblicas, espirituales y de consciencia corporal, como “ayudas” para vivir unos días de oración, hacer procesos personalizados y a la vez acompañados, desde la comunidad de mujeres que se va creando a lo largo de la semana. Un espacio que propicia también compartir saberes que brotan del conocimiento vital de las propias participantes. Un espacio circular, construido desde la sororidad, porque como señala Juliana de Norwich, una de las genealogías femeninas que recuperamos en este itinerario espiritual:
«Dios es el punto central del círculo. No hay nadie que lo sea sino Él. Todo esto me lo mostró con gran gozo diciendo: “Mira, yo soy Dios. Mira, que yo estoy en todas las cosas. Mira, yo hago nuevas todas las cosas. Mira, nunca retiro las manos de mi trabajo no lo haré nunca por toda la eternidad. Mira, yo llevo todas las cosas al fin que he preparado para ellas. Hago esto con la misma sabiduría amor y poder con que la creé. ¿Cómo puede haber algo hecho que no esté bien hecho? Dios quiere que sepamos que Él-Ella nos mantiene a salvo en lo bueno y en lo malo. (…) Él-Ella es nuestra vestidura. Nos arropa y nos envuelve en su amor. Nos abraza en su amor y no nos soltará jamás» (Libro de las visiones y las Revelaciones).
La experiencia que se va trenzando a lo largo del encuentro se hace a partir de seis mimbres fundamentales:
· La Palabra de Dios como partera de transformaciones profundas. De ahí la centralidad de las orientaciones bíblicas y los pasajes del Evangelio propuestos para las meditaciones y contemplaciones e interpretados desde una exégesis feminista.
· La historia y, en concreto, la historia de las mujeres. Las genealogías femeninas que vamos recuperando. Mujeres que nos han precedido, maestras de vida y espiritualidad desde la profundidad y la libertad de sus textos.
· Nuestras propias historias, momentos vitales y coyuntura histórica, donde sigue aconteciendo la encarnación, porque como señala Dorothy Day:«la encarnación es ahora, la encarnación es hoy».
· La Palabra de nuestros propios cuerpos y del cuerpo de la tierra, como cuerpo de Dios (Sally Mcfague), así como los ejercicios de consciencia corporal, que nos ayudan a escucharlo.
· La necesidad de celebrar creativamente la vida, la reconciliación, la fraternidad y sororidad humana, la comunión con la naturaleza la utopía en la que la Ruah nos empuja a seguir embarrándonos los pies, el corazón, los sentidos, la inteligencia y los afectos en ella desde la sabiduría del discernimiento.
· La iconografía y diversidad de imágenes femeninas que nos han acompañado en el itinerario de cada día y que nos recuerdan que la belleza y la creatividad son manifestaciones de la Sophia de Jesús y “ayudas” para adentrarnos en la fuente del ser.
Los temas que hemos ido gustando internamente en este Yada 2023 han sido:
· Cuidar el corazón: espiritualidad, cuidado e incertidumbre.
· Enraizadas en el amor (el amor como principio y fundamento).
· Acuerpar el amor. Cuerpo de mujer, cuerpo de la tierra. El amor se hace vínculo y sororidad. Jesús, una masculinidad alternativa.
· Heridas de vida. Sororidad y vínculos entre mujeres.
· El amor se hace justicia y cuidado. Amistad social y amor político. Hasta que la vida sea un banquete: pan lucha, fiesta: La Misa de las mujeres.
· Amar hasta el extremo.
· Renacer desde dentro.
· Memoria del corazón y envío: Recoger nuestros pasos.
Las genealogías femeninas que nos han acompañado en este camino han sido: Madeleine Delbrêl, Hadewijch de Amberes y las beguinas, Margarita Maturana, Rut y Noemi, la mujer del perfume, Etty Hillesum, la samaritana, Exeria, Dorothy Day, las mujeres al pie de la cruz, Maria Skobtosova. María de Magdala y las mujeres portadoras de perfumes del Evangelio…
También desde el compartir saberes vitales de las mujeres participantes surgió una noche un rico conversatorio sobre dos realidades fronterizas que nos desafían como mujeres en la iglesia y en la sociedad civil: feminismo y antimilitarismo ante la realidad de la guerra de Ucrania y tantas guerras invisibles en el mundo y los avances y desafíos de la pastoral de la diversidad sexual desde Euskadi.
En definitiva, una rica y sanadora experiencia que nos remite nuevamente a la pregunta inicial con que comenzaba este texto: ¿se pueden deconstruir los elementos patriarcales de la espiritualidad ignaciana desde las aportaciones de la espiritualidad y la teología feminista y la categoría “género”? Desde la Red Miriam de espiritualidad femenina estamos convencidas que merece la pena no cejar en el intento de hacerlo. Necesitamos recuperar la libertad y la osadía de ser contemplativas en la acción, contemplativas en la relación, más allá del patriarcado.
Seguimos…
Pepa Torres
Cristianisme i justicia, 4 Septiembre 2023 (blog.cristianismeijusticia.net)
Del blog Nova Bella:
No es irreal por no haber sucedido
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Mientras muchos afirman que estamos ante la más terrible crisis de increencia que se haya conocido (es posible que en algunos aspectos así lo sea y que parte de culpa sea de los que nos llamamos creyentes), algunos pensamos que deberíamos poner un poco de sensatez y asumir que todos, sin excepción, creemos de alguna forma en algo. Se trataría únicamente de ver si podemos lograr algún acuerdo en aquello en lo que decimos creemos o no creemos. Es muy probable que no andemos tan lejos los unos de otros… Como he dicho en algún que otro artículo (a veces de forma indirecta), cuando con nuestras palabras y obras traducimos «Dios» por «Amor», los universos de comprensión de los interlocutores se conectan. Ya san Juan nos dejó escrito de forma indeleble que «Dios es amor», y san Pablo clarificó y esclareció qué connotaciones conlleva hablar de amor, hablar de Dios. Este lenguaje, bien explicado, es todavía hoy (en nuestro tiempo) universal: apreciado y entendido, bien acogido.
Por ello, lo que en principio pudiera parecer debilidad (en su sentido más negativo), se convierte, potencialmente para los creyentes, en una preciosa oportunidad. ¿Por qué renegar de la postmodernidad, de esta época en la que nos ha tocado vivir y dar respuesta como fieles creyentes? ¿Por qué querer encontrarnos con tiempos pasados que tampoco fueron perfectos (y algunos incluso indeseables)? Es una obligación de toda la Iglesia saber leer los signos de los tiempos y, sin traicionar la esencia del mensaje de Jesús, traducirlo adecuadamente a los oídos, las mentes y los corazones de las personas que habitan nuestro mundo. ¿O es que acaso el mensaje de Dios ya hoy no tiene la misma validez? Lo que sí es cierto y debemos ser conscientes es de que la gente es más exigente cada día en la respuesta que espera por parte de la Iglesia. No nos quepa duda.
Carlo Carretto (un inspirado de Dios como el Cardenal Martini), siendo de edad avanzada, cuando su salud le obligó a abandonar el desierto, se retiró a una comunidad religiosa en su nativa Italia. Estando allí leyó un libro escrito por un ateo que le pedía cuentas a Jesús acerca de una frase del Sermón de la Montaña, donde éste dice: “Buscad y hallaréis”, queriendo decir, por supuesto, que, si buscas a Dios con un corazón honrado, lo encontrarás. El ateo había titulado el libro «Busqué y no encontré», arguyendo desde su propia experiencia que un corazón honrado puede buscar a Dios y volver de vacío. Carretto le replicó con un libro titulado «He buscado he encontrado». Para él, el consejo de Jesús resultaba verdadero. En su propia búsqueda, a pesar de observar muchas cosas que podían indicar la ausencia de Dios, él encontró a Dios. Pero admite las dificultades, y una de esas dificultades es, a veces, la propia iglesia. Ella puede -y a veces lo hace por su pecado- hacer difícil a algunos creer en Dios. Carretto lo admite con desarmada honradez, pero arguye que esto no es el cuadro completo. De aquí que su libro combine su profundo amor por su fe y su iglesia con su negativa a cerrar los ojos a las muy verdaderas faltas de los cristianos y las iglesias. En un lugar del libro nos dice abriendo el corazón:
“¡Cuánto debo criticarte, iglesia mía, y, sin embargo, cuánto te quiero! Tú me has hecho sufrir más que nadie, y, sin embargo, te debo a ti más que a ningún otro. A veces me gustaría verte destruida, y, sin embargo, necesito tu presencia. Tú me has escandalizado tanto, y, sin embargo, solamente tú me has hecho comprender la santidad. Nunca he visto en este mundo nada tan falso, tan condescendiente, y, sin embargo, nunca me he topado con nada más puro, más generoso y más hermoso.
¡En innumerables ocasiones he sentido ganas de darte con la puerta de mi alma en las narices, y, sin embargo, todas las noches he rogado para que un día pueda yo morir seguro en tus brazos! No, no me puedo liberar de ti, porque soy uno contigo, aun sin ser plenamente tú. Además, también, ¿a dónde iría yo? ¿A formar otra iglesia? Pero no sería capaz de formarla sin los mismos defectos, ya que son mis defectos. Y de nuevo, si yo hubiera de formar otra iglesia, ésa sería “mi” iglesia, no la iglesia de Cristo. No, soy suficientemente viejo, no me voy a equivocar” (Carlo Carretto).
Después de estas bellas y sentidas palabras de Carlo Carretto (un hombre que había buscado y que había encontrado –de todo– en el seno de la institución eclesial), ponemos la esperanza en la Iglesia de Jesús, especialmente en el proceso iniciado en estos últimos años que quiere dar respuesta a muchas de las cuestiones que el Pueblo de Dios se pregunta. Asuntos tales como la mujer en la Iglesia, el papel de los jóvenes y la familia cristiana, la ecología y la creación, los abusos sexuales dentro de la iglesia, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, el celibato, la homosexualidad, la actualización del mensaje cristiano y la justicia económica y social…, muchos de ellos, temas, si no tabúes, de lento y complejo acercamiento, ya han sido acometidos o están siendo hoy estudiados y analizados para orientar mejor a la comunidad eclesial en estos difíciles tiempos que corren. Tal y como Francisco invita a la Iglesia, pidamos a Dios que seamos capaces de dialogar, porque no existe un humanismo auténtico que no contemple el amor como vehículo entre los seres humanos… Y el amor siempre pasa por el diálogo, principalmente en la Iglesia.
Ya nos lo decía hábilmente Francisco en 2015:
«No debemos tener miedo del diálogo, es más, el enfrentar opiniones y la propia crítica nos ayuda a preservar la teología de transformarse en ideología […] La Iglesia también sabe dar una respuesta clara ante las amenazas que emergen en el interior del debate público y esta es una de las formas de contribución específica de los creyentes a la construcción de la sociedad común».
También nos lo cantaba de forma preciosa Silvio Rodríguez en una canción de la que rescato especialmente tres versos:
[…] Sólo el Amor engendra la maravilla
Sólo el Amor consigue encender lo muerto
Sólo el Amor convierte en milagro el barro.
Jesús Lozano Pino
Del blog de Amigos de Thomas Merton:
“El amor del que hablamos, el que buscamos, cuya voz resuena en la parte más recóndita de nuestro ser, no es un un objeto que puede ser adquirido, una recompensa a nuestros logros, ni un adorno para nuestro espíritu. No es algo que está allí afuera llamándonos y ni siquiera algo aquí adentro que responde. No es una cosa. Es una persona, una realidad que debemos recibir en nuestras vidas, abrazarla y convertirnos en ella.
Recibir el Amor en nuestras vidas es convertirnos en uno con el Amor, es decir, convertirnos en uno con Dios y en Dios ejercitar la unidad del Amor.
Cuando nos hacemos uno con el Amor, amamos como Dios ama, todo lo que Dios ama, a todos aquellos a quienes Dios ama. Amamos a quienes amamos con el mismo Amor con el que Dios ama.
No hay otro Amor, ni grados de amor. Sólo hay un Amor en el que nos hemos convertido, que se ha convertido en nosotros“.
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John Kirvan,
Anhelo De Dios
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De su blog Esperanza Radical:
El cristianismo es un hecho de vida, no un sistema de pensamiento
Los seguidores de este blog tienen sobrada constancia de mi forma peculiar de sentirme cristiano y de vivir mi propia fe. Aunque se trate de algo privado que, posiblemente, a nadie importe, reflexiono hoy sobre ella por si se diera el caso de que pudiera interesar a alguno de los pocos y sufridos lectores de los abigarrados párrafos que acostumbro escribir en este blog. Cuando menos, no dejará de ser una especie de catarsis o de confesión penitencial, sentida a fondo, de quien, en su radical autonomía, se siente profundamente servidor incondicional, incluso esclavo, de la comunidad humana a la que pertenece. Subrayo de antemano que esta manera de ver y proceder no tiende de ningún modo a un individualismo exacerbado, sino más bien a todo lo contrario, a la comunidad humana a la que inevitablemente se pertenece y en la que uno mismo se inserta como elemento de su constitución.
Soy muy consciente de que mi cristianismo procede tanto de un pueblo excesivamente endogámico, el pueblo judío, como de unos desarrollos teológicos mediatizados por una filosofía y unos tiempos tan concretos como transitorios. No hay duda de que es ese “pueblo endogámico” el que, buscando consistencia y durabilidad como tal pueblo, puso en boca de Dios su propia palabra y se erigió a sí mismo en “pueblo elegido”, pueblo llamado nada menos que a gobernar el mundo entero en el momento mismo en que en él se implante el “reino mesiánico de Dios”, perennemente divisado en lontananza. Digo “puso en boca de Dios su propia palabra” porque, en realidad, Dios nos habla continuamente a todos los seres humanos a través de toda su creación, es decir, a través de todas las cosas y de todos los acontecimientos. En lo referente a los desarrollos teológicos aludidos, digamos simplemente que el mensaje de salvación que vehicula mi cristianismo no necesita enriquecerse con pesados ropajes racionales y cultuales que, con el solo paso del tiempo y la evolución vitalista de las costumbres, en vez de iluminar el camino de los hombres, terminan ahogando el mensaje que pretenden clarificar y transmitir.
Muchas veces me he preguntado qué haría el Jesús de los Evangelios si se paseara hoy por nuestras calles y asistiera a los muchos foros desde los que se airean al viento tantos complejos y se proclaman tantas banalidades humanas. Me aterra francamente pensar en su reacción viendo cómo no pocos seres humanos se aburren como ostras sin saber qué hacer con sus vidas o despilfarran bienes en abundancia, mientras otros muchos, aun afanándose a tope, no ganan lo suficiente para cubrir las necesidades básicas de cada mes, como alimentarse debidamente, vestirse decentemente y cobijarse confortablemente y, no digamos, como curarse las heridas que les va causando el camino de la vida. Por mucho que queramos obviar al Jesús peripatético que tanta dulzura y misericordia derramaba por los caminos de Palestina sobre los limpios de corazón, y que con tanto ímpetu y convicción predicaba que lo que nos da la felicidad no es el poder y el dinero, aunque los ambicionemos a rabiar, sino el amor que regala a los demás nuestro tiempo y comparte con ellos nuestros haberes, el creyente que hoy se acerque a él sinceramente y sin precauciones indebidas no puede menos, además de estremecerse por el desolador impacto de la cruz en toda vida humana, de dejarse seducir por unas “bienaventuranzas” que realzan, incluso poéticamente, el predominio absoluto de los valores sobre los contravalores.
Lamentablemente, aunque con frecuencia nos refiramos a la extrema volatilidad del tiempo, sobre todo cuando, mirando hacia atrás, nos invade el vértigo de los años vivimos, apenas nos damos cuenta de que cuanto somos es caduco y de que vivimos insertos en una vorágine que termina tumbando incluso los imperios más aguerridos. Aunque soy de la opinión de que cuantos existimos lo hacemos desde siempre y para siempre en la mente y en el ser del Dios en quien creemos, la verdad palmaria es que entre nuestro nacimiento y nuestra muerte media solo un instante, incluso en el caso de quienes llegan a centenarios. Por otro lado, en su tránsito veloz, el tiempo se lleva por delante, como hojas secas caídas en otoño, el dinero amasado, el poder acumulado y hasta la fama bien acreditada, de tal manera que la muerte nos pilla siempre a traición con las manos vacías. Lamentablemente, no hay otra forma de morir, por rápida que sea la muerte, que hacerlo en completa soledad, incluso en los casos en que nos llegue en medio de una gran escabechina. Pero la nimiedad que somos por nosotros mismos se vuelve plenitud en el corazón, en las manos y en la mente del Dios en quien creemos (que Dios tenga corazón, manos y mente es solo una reconfortante metáfora).
Abundando en la inconsistencia o nimiedad de nuestra propia entidad, nos descubrimos como parte infinitesimal de un minúsculo planeta, por mucho que armemos o hinchemos nuestro propio currículo o por mucho que nos encumbremos a nosotros mismos o nos encumbren los demás. ¡Somos solo diminutas motas de polvo en un planeta casi de juguete, anclado además a un pequeño sistema solar apenas perceptible en el seno de una mediana galaxia que navega lentamente entre los millones de galaxias que componen el Universo! Si la Tierra en que vivo, imperceptible en el globo del Universo a menos que la enfoquemos con una potente lupa, lo mismo que su supuesta duración de unos diez mil millones de años (estaría atravesando ahora la mitad de su periplo) y su compleja historia, tan saturada de “historias”, son prácticamente nada, ¿qué valoración puedo hacer con honestidad de mí mismo? De hecho, frente a mí, la nada casi pierde sus contornos de tal.
La clara conciencia de la nimiedad que soy me acerca humildemente a la fuente del saber cristiano, fuente de agua viva que me provee de bebida de salvación. Esta actitud, que me ha liberado por completo de cualquier deseo o afán de condena de nada y de nadie, por gorda que sea la cosa o por diferentes que sean las formas de vida de los seres humanos, me lleva a asomarme a un panorama que abarca todo lo humano del mundo, desde las distintas e incluso contrapuestas formas de pensar y sentir a las de conducir cada cual su propia vida por caminos que, a simple vista, parecen inverosímiles. Ello me lleva, por otro lado, a sentirme como una insignificante y laboriosa hormiga de un concurrido hormiguero en cuyo mantenimiento colaboran todos sus miembros. Consciente o inconscientemente, todos los seres humanos somos cristianos, es decir, hijos de Dios, incluso en el caso de quienes ni siquiera se acuerdan de él o no lo tienen en cuenta para nada. Por lo que a Dios mismo se refiere, es de todo punto cierto que ninguno de tales ciegos u olvidadizos permanece inadvertido para quien lo ha creado y lo mantiene en el ser cada instante de su vida.
En resumidas cuentas, creamos lo que creamos sobre la persona de Jesús de Nazaret y sea cual sea nuestra actitud mental frente al gran “misterio” de la Trinidad (lo adecuado y más respetuoso para referirse al misterio es el silencio), la razón poderosa de mi propia fe es la confianza incondicional en el mensaje que él nos transmite, cifrado en tratar al Dios en quien creemos como al mejor de los padres imaginables (oración) y en comportarnos unos con otros como auténticos hermanos que realizan sus vidas en el amor que se profesan mutuamente (caridad). Una vez más, volvemos a toparnos aquí con los auténticos “mandamientos” cristianos, resumidos en el único del amor y bellamente expresados en las “bienaventuranzas” evangélicas.
Muchos de sus dirigentes proceden de ámbitos ultracatólicos, como el Opus Dei
Las propuestas e ideas de Vox son abiertamente incompatibles con el ideario cristiano del que supuestamente dicen provenir y al que en teoría proclaman defender
Muchos de sus dirigentes, con el nuevo ungido Buxadé a la cabeza, proceden de ámbitos ultracatólicos, como el Opus Dei, y son de misa diaria (y esperemos que de confesión también periódica)
| Gabriel Moreno González
(elDiario.es).- Ahora que parece existir cierto empeño en el centroderecha español de menoscabar a Vox, una vez constatado que resta más que suma y que el propio proyecto de ultraderecha se ha vuelto más autorreferencial y tribal que nunca, no viene mal ayudar a tan loable y al mismo tiempo cínica tarea para rematar la faena en la progresiva desaparición de esta apendicitis política de España.
Quisiera detenerme aquí en una de las principales contradicciones que la formación de Santiago Abascal muestra desde su nacimiento, y que ha sido muy poco o nada explotada por sus contrincantes políticos. Me refiero a la de la incompatibilidad de las ideas y políticas que enarbolan con el ideario cristiano del que supuestamente dicen provenir y al que en teoría proclaman defender. Son incontables las veces que hemos escuchado de sus bocas manifiestos en defensa de la cultura occidental cristiana y de los valores asociados al cristianismo, como parte además “esencial de la identidad española”. Muchos de sus dirigentes, con el nuevo ungido Buxadé a la cabeza, proceden de ámbitos ultracatólicos, como el Opus Dei, y son de misa diaria (y esperemos que de confesión también periódica).
¿Pero cómo puede ser cristiano un partido que demoniza a los menores no acompañados, que defiende un bloqueo naval y militar frente a las pateras de personas migrantes o que propugna la expulsión de estas por el mero hecho de no tener recursos y ser extranjeros? Empezando por los menores: las enseñanzas de Jesucristo son rupturistas con la tradición judía y romana de tratarlos como meros objetos, de deshumanizarlos como simples pasos previos a la madurez. “Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños” (Mt. 18: 10-14), “dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como estos es el reino de los cielos” (Mt., 19:13-14). En cuanto a las personas migrantes y su rechazo por Vox (de las pobres, claro, de las ricas nunca dice nada), recordemos las palabras del Evangelio (Mt. 25: 35-40): “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui extranjero, y me acogisteis”. ¡Pero si la propia Sagrada Familia fue emigrante y refugiada en Egipto!
¿Y cómo puede ser cristiano un partido que arremete contra el Estado social y contra la consiguiente solidaridad de nuestra comunidad política?
¿Y cómo puede ser cristiano un partido que arremete contra el Estado social y contra la consiguiente solidaridad de nuestra comunidad política? Reducir el Estado es reducir las políticas de redistribución de la riqueza, o, en términos cristianos, las políticas y mecanismos de compasión institucionalizada y colectiva. Los Evangelios son claros: en Jesús y en su mensaje los pobres, los humildes, los despreciados, los últimos, tienen un lugar y una atención preferente. Él mismo fue pobre y vivió como pobre. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mt. 5: 6-7). Pocos mensajes hay más sociales, de tanta y tan intensa fraternidad, como la parábola de los jornaleros de la viña y la frase que desconcertó a siglos de jerarquía: “los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos” (Mt. 20: 1-16).
En las antípodas de la DSI
El neoliberalismo extremo de Vox los sitúa en las antípodas no solo del mensaje de fraternidad cristiana, sino también del mensaje oficial de la Iglesia Católica desde la Rerum Novarum de León XIII, de su doctrina social y de la postura del papa Francisco. Su encíclica Fratelli Tutti es uno de los manifiestos mejor fundamentados contra el capitalismo neoliberal y contra el nacionalismo xenófobo y excluyente de los que hoy hace bandera la ultraderecha mundial y, en particular, la nuestra nacional. “Es inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad y estas actitudes”, afirma el sucesor de San Pedro.
Por último, ¿cómo puede ser cristiano un partido que abomina del cuidado de la “casa común” y que está vendido a la más pueril retórica antiecologista? El negacionismo climático y la ausencia de medidas de transición ecológica, cuando no directamente su rechazo, van contra la consideración cristiana de la creación y de lanecesidad de su preservación ante la amenaza que nos cierne. La degradación del medio ambiente y el cambio climático acabarán arrasando con los “lirios del campo” (Mt. 6: 28-34) y con la Laudato Si de San Francisco de Asís. Como afirma el Papa: “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan? Lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que nos sucederá.”
Durante estos años se han echado de menos más pronunciamientos expresos de la Iglesia, y sobre todo de la Iglesia española, sobre la deriva antihumanista y abiertamente anticristiana de la ultraderecha
Sin embargo, durante estos años se han echado de menos más pronunciamientos expresos de la Iglesia, y sobre todo de la Iglesia española, sobre la deriva antihumanista y abiertamente anticristiana de la ultraderecha. Nunca es tarde si la dicha es buena, aunque también es ciertamente sorprendente el silencio del centroderecha o de la llamada “democracia cristiana”, cuando no directamente su connivencia con estos proyectos extremistas. Recordemos que Abascal o Melloni no solo han terminado siendo abrazados por la derecha clásica y supuestamente moderada, sino que provienen de sus filas o fueron acogidos en su momento con gusto por sus parapetos institucionales, desde los que luego crecieron y alimentaron al monstruo. Si la derecha moderada, sensata y verdaderamente cristiana (que la hay) ahora quiere volver a meter al genio en la lámpara, debería esforzarse también por combatir la retóricaque nos ha arrastrado hasta aquí y que ha potenciado, hasta límites intolerables, la polarización y la crispación. ¿Lo hará o se quedará en el mero tacticismo de la política cortoplacista en la que todos parecemos estar insertos? Lamentablemente, guardo pocas esperanzas.
Fuente Religión Digital
En el mes de la Biblia… Del blog Nova Bella:
Quiero poseer
y ser poseído.
Así como el campo convierte
sus secretos
en peonías.
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Desde San Salvador, en el Natalicio de Monseñor Romero
Cristianismo liberador, ciudadanía crítica, pedagogía de la liberación, democracia participativa y cultura de paz
“La figura de Monseñor Romero no ha caído en el olvido, sino que sigue viva, activa y muy presente en el pueblo salvadoreño”
“Este pueblo centroamericano está sufriendo un fuerte retroceso en el proceso de democratización que costó tanta sangre en las décadas de los ochenta y los noventa del siglo pasado”
Me encuentro en San Salvador invitado por el colectivo Encuentro Romeriano para participar en la primera celebración del Natalicio de Monseñor Romero, con el apoyo de la Escuela Política para un Nuevo Proyecto, la Fraternidad Teológica de América Latina y la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). El Encuentro Romeriano es un movimiento laico que se inspira en Monseñor Romero, tiene una vocación ecuménica, promueve la formación, concientización y organización popular, e intenta recuperar y actualizar la herencia de los mártires salvadoreños.
Estoy participando también en conferencias en la UCA, en el encuentro de rectores de las Universidades Evangélicas y Protestantes y en la Fraternidad Teológica Latinoamericana. Dichos eventos son la mejor demostración de que la figura de Monseñor Romero no ha caído en el olvido, sino que sigue viva, activa y muy presente en el pueblo salvadoreño.
El Salvador está viviendo una situación represiva de los derechos humanos y especialmente contra los activistas defensores de dichos derechos, a quienes se culpabiliza de colaborar con las maras y se les detiene arbitrariamente. Esa situación represiva es particularmente aguda en las poblaciones más pobres y en el área rural, considerando que la gran mayoría de los arrestos masivos y arbitrarios, los cateos de las casas y los cercos militares suceden precisamente en las zonas marginadas.
Este pueblo centroamericano está sufriendo un fuerte retroceso en el proceso de democratización que costó tanta sangre en las décadas de los ochenta y los noventa del siglo pasado. De una democracia incipiente y apenas experimentada de 1992 a 2019, El Salvador ha pasado ahora a un Gobierno autocrático. Todo ello supone una fuerte merma de los derechos y las libertades de la ciudadanía salvadoreña, sometida a un régimen de control en su vida cotidiana y en sus actividades cívicas.
En tan dramática situación creo necesario recuperar la figura profética de Monseñor Romero como modelo y referente del cristianismo liberador y de una ciudadanía crítica, activa y protagonista de la vida política y social, y activar su dimensión política subversiva y su teología de la liberación a servicio de las personas más vulnerables, de los sectores empobrecidos y al pueblo oprimido y sufriente.
Monseñor Romero nos enseña una serie de lecciones a aprender y a practicar, que resumo en las siguientes:
1. Cristianismo liberador. Romero es un símbolo luminoso de un cristianismo liberador en el horizonte de la teología de la liberación frente a las tendencias alienantes y neoconservadoras y comprometido con la causa de los pobres. Puso en práctica, la afirmación de Paulo Freire: “No podemos aceptar la neutralidad de las iglesias ante la historia”.
2. Ciudadanía crítica, activa y participativa. Romero fomentó a través de sus homilías, la emisora de la arquidiócesis, los programas radiofónicos, el ejercicio de una ciudadanía crítica, activa y participativa. Romero reconocía la existencia de una conciencia crítica que iba formándose en el cristianismo salvadoreño, un cristianismo consciente, no de masas. Citando la Conferencia Episcopal Latinoamericana celebrada en Puebla de los Ángeles (México) en 1979, Romero defendía la necesidad de “ser forjadores de nuestra propia historia”, no permitiendo que sean otros quienes desde fuera nos impongan el destino a seguir. La Iglesia tiene que implicarse en dicha ciudadanía activa: “En la medida en que seamos Iglesia, es decir, cristianos verdaderos, encarnadores de Evangelio, seremos el ciudadano oportuno, el salvadoreño que se necesita en esta hora” (Homilía 17/1/1979).
3. Pedagogía concientizadora desde la opción por los pobres. Monseñor Romero fue un excelente pedagogo que siguió el método jocista del ver-juzgar-actuar y el de concientización de Paulo Freire: paso de la conciencia ingenua e intransitiva a la conciencia transitiva y activa, de la conciencia mítica a la conciencia histórica, de la conciencia a la acción transformadora y a la praxis liberadora.
4. Espiritualidad liberadora. Monseñor Romero fue una persona espiritual, un místico, pero sin caer en el espiritualismo. Fue una persona profundamente piadosa, pero no con una piedad alienante ajena a los conflictos sociales. Fue un pastor, pero de los que huelen como pide el papa Francisco a los sacerdotes y obispos católicos. Vivió la devoción a María, pero no la María sumisa, sino la María de Nazaret del Magnificat que declara destronados de los poderosos y empoderados a los humildes, despojados de sus bienes a los ricos y saciados a los pobres.
5. Monseñor Romero fue un referente en la lucha por la justicia para creyentes de las diferentes religiones y no creyentes de las distintas ideologías. Igualmente lo fue para los políticos por su nueva manera de entender la relación crítica y dialéctica entre poder y ciudadanía, así como para los dirigentes religiosos por su correcta articulación entre espiritualidad y opción por los pobre, ejercicio pastoral y actitud profética.
6. Democracia participativa. La democracia hoy está enferma, gravemente herida, y, si no sabemos defenderla, es posible que esté herida de muerte. Se encuentra sometida al asedio del mercado y acorralada por múltiples sistemas de dominación, que son más fuertes que ella y amenazan con derribarla. Estos sistema de dominación son: el capitalismo en su versión neoliberal; el colonialismo en su versión neocolonial extractivista, anti-indigena y anti-afrodescendiente; el patriarcado en su versión más extrema de la violencia de género (machista), que el año pasado se saldó con 60.000 feminicidios en todo el mundo; los fundamentalismos religiosos y su irracional y destructora deriva terrorista; el modelo científico-técnico de desarrollo de la modernidad, que destruye nuestra casa común, la naturaleza; la violencia estructural del sistema, que somete a miles de millones de personas a situaciones de extrema e inhumana pobreza.
Como respuesta frente a la democracia herida de muerte es necesario, en palabras del sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, democratizar la revolución y revolucionar la democracia. Monseñor Romero puede ser un referente en esta tarea.
7. Trabajo por la paz y la justicia a través de la no violencia activa. Ignacio Ellacuría dijo que: “Con monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador”. Yo me atrevería a decir: monseñor Romero es piedra angular en el edificio de la cultura de paz que estamos llamados a construir todas y todos en El Salvador, América Latina y en todo el mundo. Eso sí, desde la opción por los pobres. Él ejemplificó como nadie la propuesta del poeta cubano José Martí: “Con los pobres de la tierra mi suerte yo quiero echar”.
8. Invitación a la utopía. La utopía sufre hoy un enorme desdén, cuando no un grave desprecio, un largo destierro y un maltrato semántico. Calificar a una persona, a un colectivo o a un proyecto de utópico no es precisamente un piropo, sino una descalificación en toda regla, es como llamarla ingenua, fantasmagórica, ilusa, ajena a la realidad, etc. La utopía vive un largo destierro. Es excluida de todo los campos del saber y del quehacer humano y natural: de la ciencia, donde impera la razón científico-técnica; de la filosofía, donde impera la razón instrumental; de las ciencias sociales, por ejemplo, de la economía, donde impera la razón contante y sonante; de la política, donde se impone la razón de Estado; de las religiones, donde se tiende a proponer la salvación espiritual más allá de la historia.
La utopía sufre también un maltrato semántico por parte de los diccionaristas, que suelen definirla como plan bueno y muy halagüeño, pero irrealizable, subrayando su imposibilidad de realización y sometiendo a los seres humanos a una especie de fatalismo histórico que da por buena la afirmación “las cosas son como son y no pueden ser de otra manera”, los lleva a instalarse cómodamente en la realidad y a renunciar a todo cambio.
Monseñor Romero no se instaló cómodamente en el (des)orden establecido, ni con-sintió con el pecado estructural, ni hizo las paces con el gobierno, como le pedía Juan Pablo II. Encarnó en su vida, su mensaje y su práctica liberadora la realización de la utopía, no como un ideal irrealizable y fantasmagórico, sino conforme a los dos momentos que la caracterizan: la denuncia y la propuesta de alternativas.
– Denuncia de la negatividad de la historia, encarnada en los poderes que oprimían y explotaban a las mayorías populares: oligarquía, ejército, escuadrones de la muerte, gobierno de la Nación.
– Propuesta de alternativas, en lenguaje cristiano del reino de Dios como la gran utopía, que Romero traducía en la construcción una sociedad no violenta, justa e igualitaria, y de una “Iglesia de la esperanza”.
La mejor expresión de la utopía de Romero fue la respuesta que dio a un periodista, unos días antes de ser asesinado: “Si me matan, resucitaré en el pueblo”. No estaba hablando del dogma de la resurrección de los muertos, ni de la vida eterna, sino de la nueva vida del pueblo salvadoreño liberado de la violencia, la injusticia y la pobreza. Su resurrección era la resurrección del pueblo. Tristemente tal resurrección no se ha producido, pero habrá que continuar caminando por la senda de la esperanza con la mirada puesta en la utopía de Otro Salvador Posible y la resistencia popular para que se haga realidad.
Para profundizar en la figura de Monseñor Romero: Juan José Tamayo (dir.), San Romero de América, mártir por la justicia (Tirant, Madrid, 2015)
Fuente Religión Digital
Madre Teresa visita a Dorothy Day
Bendito seas
por tantas personas buenas
que viven y caminan con nosotros
haciéndote presente cada día
con rostro amigo de padre y madre.
Bendito seas
por quienes nos aman sinceramente,
nos ofrecen gratis, lo que tienen
y nos abren las puertas de su amistad,
sin juzgarnos ni pedirnos cambiar.
Bendito seas
por las personas que contagian simpatía
y siembran esperanza y serenidad
aún en los momentos de crisis y amargura
que nos asaltan a lo largo de la vida.
Bendito seas
por quienes creen en un mundo nuevo
aquí, ahora, en este tiempo y tierra,
y lo sueñan y no se avergüenzan de ello
y lo empujan para que todos lo vean.
Bendito seas
por quienes aman, y lo manifiestan,
y no calculan su entrega a los demás;
y por quienes infunden ganas de vivir
y comparten hasta lo que necesitan.
Bendito seas
por las personas que destilan gozo y paz
y nos hacen pensar y caminar;
y por las que se entregan y consumen
por hacer felices a los demás.
Bendito seas
por las personas que han sufrido y sufren
y creen que la violencia no abre horizontes;
y por quienes tratan de superar la amargura
y no se instalan en las metas conseguidas.
Bendito seas
por quienes hoy se hacen cargo de nosotros
y cargan con nuestros fracasos
y se encargan de que no sucumbamos
en medio de esta crisis y sus ramalazos.
Bendito seas
por tantos y tantos buenos samaritanos
que detienen el viaje de sus negocios
y se paran a nuestro lado a curarnos,
y nos tratan como ciudadanos y hasta hermanos.
Bendito seas
por la buena gente, creyente y no creyente,
que recorre nuestra tierra entregándose
y sirviendo a quienes tienen necesidades;
ellos son los nuevos santos que te hacen presente.
Bendito seas
por haber venido a nuestro encuentro
y habernos hecho hijos e hijas queridas.
Hoy podemos contar, contigo y con tantos hermanos,
a pesar de nuestra torpeza y heridas.
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Florentino Ulibarri
Fe Adulta
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Hermana Donna McGartland
La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Sr. Donna McGartland. Donna es una de las autoras de Love Tenderly: Sacred Stories of Lesbian and Queer Religion publicado por New Ways Ministry.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el 24º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Una cosa a la que rara vez presto atención durante la Misa es la oración inicial. Hoy es diferente por alguna razón: “Míranos, oh Dios, Creador y gobernante de todas las cosas, y, para que podamos sentir la obra de tu misericordia, concédenos servirte con nuestro corazón”.
Debo admitir que tuve que leerlo un par de veces para asimilar completamente su profundidad. Me ayudó a reformularlo: “Míranos, oh Creador, para que, sirviéndote con el corazón, podamos sentir la obra de Dios. tu misericordia.”
Esta oración tocó algo profundamente en mí. Es al servir a Dios con el corazón (no con las manos ni con la cabeza) que vemos la misericordia de Dios en acción.
¿Cómo servimos a Dios con nuestro corazón? ¡La primera lectura de hoy de Sirach da la respuesta perfecta! No es viviendo con ira y enojo ni buscando venganza. Es viviendo con una actitud de perdón. “Perdona la injusticia de tu prójimo”, escribe el autor. “Acordaos del pacto del Altísimo y pasad por alto las faltas”.
Me gustaría contarles una historia sobre una amiga que falleció el año pasado. Era una monja anciana amada por todos en su parroquia. ¡Conocía a todos por su nombre y era una persona que tenía una capacidad increíble para amar a todos! Ella era el tipo de persona que te hacía sentir especial e importante. Cuando ya no pudo permanecer físicamente en el convento local, la parroquia tuvo una celebración en su honor. Cuando se le preguntó durante el evento qué palabras sabias tenía para ofrecer, ella simplemente respondió: “Siempre da el beneficio de la duda”. ¡Estas sabias palabras fueron su secreto que la liberó para amar a todos por quienes son, sin importar qué!
“Siempre da el beneficio de la duda”. Cuando haces eso, no hay necesidad de perdonar porque, en primer lugar, no hubo ninguna ofensa. Al aceptar ese consejo, podemos verdaderamente servir con el corazón y ver la misericordia de Dios obrando a través de él.
Al otorgar conscientemente el “beneficio de la duda”, me siento mucho más libre y menos ofendido cuando hay injusticia. Puedo distanciarme de su acción y ver su realidad de otra manera. No estoy poniendo excusas por las decisiones del otro; Estoy reformulando su acción de tal manera que me doy cuenta de que ni siquiera tienen otra opción porque no son libres dentro de sí mismos.
Las personas LGBTQ+ (incluyéndome a mí), las personas de color, los inmigrantes y muchos otros marginados de la sociedad a menudo se encuentran en el punto de mira de personas enojadas, justas, incluso intolerantes y llenas de odio. Sus acciones no son aceptables, pero eso no tiene por qué quitarme mi libertad interior. En lugar de asumir su odio y permitir que me impacte negativamente, trato de acordarme de darle “el beneficio de la duda” y, cuando lo hago, veo al “otro” como la víctima de tanto odio y dolor. , una víctima que ha absorbido tanto que se ha convertido en su vida. No quiero darles tanto poder. Y en mi cambio de actitud, ¡sé que la misericordia de Dios está obrando a través de mí!
–Sr. Donna McGartland, 17 de septiembre de 2023
Fuente New Ways Ministry
Después de haber compuesto el bienaventurado Francisco las predichas alabanzas de los creaturas que llamó Cántico del hermano sol, aconteció que se produjo una grave discordia entre el 0bispo y el podestá de la ciudad de Asís. El obispo excomulgó al podestá, y éste mandó pregonar que ninguno tratara de vender ni de comprar nada al Obispo, ni de celebrar ningún contrato con él.
El bienaventurado Francisco, que oyó esto estando muy enfermo, tuvo gran compasión de ellos, y más todavía porque nadie trataba de restablecer la paz, Y dijo a sus compañeros: “Es para nosotros, siervos de Dios, profunda vergüenza que el obispo y el podestá se odien mutuamente y que ninguno intente crear la paz entre ellos”. Y al instante, y con esta ocasión, compuso y añadió estos versos a las alabanzas sobredichas:
“Loado seas, mi Señor,
por aquellos que perdonan por tu amor
y soportan enfermedad y tribulación.
Bienaventurados aquellos que las sufren en paz,
pues por ti, Altísimo, coronados serán”.
Llamó luego a uno de sus compañeros y le dijo: “Vete al podestá y dile de mi parte que tenga a bien presentarse en el obispado con los magnates de la ciudad y con cuantos ciudadanos pueda llevar”.
Cuando salio el hermano con el recado, dijo a otros dos compañeros: “Id y cantad ante el obispo, el podestá y cuantos estén con ellos el Cántico del hermano sol. Confío en que el Señor humillará los corazones de los desavenidos, y volverán a amarse y a tener amistad como antes”.
Reunidos todos en la plaza del claustro episcopal, se adelantaron los dos hermanos y uno de ellos dijo: “El bienaventurado Francisco ha compuesto durante su enfermedad unas alabanzas del Señor por sus creaturas en loor del mismo Señor y para edificación del prójimo. Él mismo os pide que os dignéis escucharlas con devoci6n”. Y se pusieron a cantarlas.
Inmediatamente, el podestá se levantó y, con las manos y los brazos cruzados, las escuchó con la mayor devoción, como si fueran palabras del evangelio, y las siguió atentamente, derramando muchas lágrimas. Tenía mucha fe y devoción en el bienaventurado Francisco.
Acabado el cántico de las alabanzas, dijo el podestá en presencia de todos: “Os digo de veras que no solo perdono al obispo, a quien quiero y debo tener como mi Señor, sino que, aunque alguno hubiera matado a un hermano o hijo mío, le perdonaría igualmente”. Y, diciendo esto, se arrojó a los pies del obispo y dijo: “Señor, os digo que estoy dispuesto a daros completa satisfacción, como mejor os agradare, por amor a nuestro Señor Jesucristo y a su siervo el bienaventurado Francisco”.
El obispo, a su vez, levantando con sus manos al podestá, le dijo: “Por mi cargo debo ser humilde, pero mi natural es propenso, pronto a la ira: perdóname”. Y, con sorprendente afabilidad y amor, se abrazaron y se besaron mutuamente”
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“Espejo de perfección“, X,101,
en san Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época,
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1978, 773-774.
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En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:
-“Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?“
Jesús le contesta:
-“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.” El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.”
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Mateo 18, 21-35
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A Mateo se le ve preocupado por corregir los conflictos, disputas y enfrentamientos que pueden surgir en la comunidad de los seguidores de Jesús. Probablemente está escribiendo su evangelio en unos momentos en que, como se dice en su evangelio, «la caridad de la mayoría se está enfriando» (Mateo 24,12).
Por eso concreta con mucho detalle cómo se ha de actuar para extirpar el mal del interior de la comunidad, respetando siempre a las personas, buscando antes que nada «la corrección a solas», acudiendo al diálogo con «testigos», haciendo intervenir a la «comunidad» o separándose de quien puede hacer daño a los seguidores de Jesús.
Todo eso puede ser necesario, pero ¿cómo ha de actuar en concreto la persona ofendida?, ¿Qué ha de hacer el discípulo de Jesús que desea seguir sus pasos y colaborar con él abriendo caminos al reino de Dios, el reino de la misericordia y la justicia para todos?
Mateo no podía olvidar unas palabras de Jesús recogidas por un evangelio anterior al suyo. No eran fáciles de entender, pero reflejaban lo que había en el corazón de Jesús. Aunque hayan pasado veinte siglos, sus seguidores no hemos de rebajar su contenido.
Pedro se acerca a Jesús. Como en otras ocasiones, lo hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?, ¿hasta siete veces?». Su pregunta no es mezquina, sino enormemente generosa. Le ha escuchado a Jesús sus parábolas sobre la misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender, disculpar y perdonar. También él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero ¿no hay un límite?
La respuesta de Jesús es contundente: «No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete»: has de perdonar siempre, en todo momento, de manera incondicional. A lo largo de los siglos se ha querido rebajar de muchas maneras lo dicho por Jesús: «perdonar siempre, es perjudicial»; «da alicientes al ofensor»; «hay que exigirle primero arrepentimiento». Todo esto parece muy razonable, pero oculta y desfigura lo que pensaba y vivía Jesús.
Hay que volver a él. En su Iglesia hacen falta hombres y mujeres que estén dispuestos a perdonar como él, introduciendo entre nosotros su gesto de perdón en toda su gratuidad y grandeza. Es lo que mejor hace brillar en la Iglesia el rostro de Cristo.
José Antonio Pagola
Leído en Koinonia:
Eclesiástico 27,33-28,9: Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
Salmo responsorial: 102: El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Romanos 14,7-9: En la vida y en la muerte somos del Señor.
Mateo 18,21-35: No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete
Tanto en los tiempos de Jesús como en nuestro tiempo el corazón del ser humano está tentado por el odio y la violencia. Cuando hay odio y rencor el sentimiento de venganza hace presa de nuestro corazón. No sólo se hace daño a otros sino que nos hacemos daño a nosotros mismos. Sólo el perdón auténtico, dado y recibido, será la fuerza capaz de transformar el mundo. Y no sólo hablamos de un asunto meramente individual. El odio, la violencia y la venganza como instrumentos para resolver los grandes problemas de la Humanidad está presente también en el corazón del sistema social vigente.
El libro de Ben Sira, compuesto alrededor del siglo segundo antes de la era cristiana, proporciona una serie de orientaciones éticas y morales para garantizar la madurez de la persona y la convivencia social. Estamos ante una obra de profundo contenido teológico. El autor, Ben Sira, señala al pecador como poseedor de la ira y el furor que conduce a la venganza. Y esta venganza se volverá contra el vengativo. Por eso el único camino que queda es el camino del perdón. También aquí aparece la reciprocidad entre perdonar y obtener perdón. No se puede aspirar al perdón por los pecados cometidos si no se está dispuesto a perdonar a los otros. Tener la mirada fija en los mandamientos de la alianza garantiza la comprensión y la tolerancia en la vida comunitaria. Como vemos, ya desde el siglo II A.C. se plantea este tema de profundo sabor evangélico.
El núcleo del pasaje de la carta a los Romanos es proclamar que Jesús es el Señor de vivos y muertos. He aquí una bella síntesis existencial de la vida cristiana. Para el creyente lo fundamental es orientar toda su vida en el horizonte del resucitado. Quien vive en función de Jesús se esforzará por asumir en la vida práctica su mensaje de salvación integral. Amar al prójimo y vivir para el Señor son dos cosas que está íntimamente ligadas. Por lo tanto no se pueden separar. Quién vive para el Señor amará, comprenderá, servirá y perdonará a su prójimo.
En el evangelio, otra vez Pedro salta a la escena para consultar a Jesús sobre temas candentes en el ambiente judío en que crece la comunidad cristiana. Pero la actitud de Pedro es la del discípulo que quiere claridad sobre la propuesta del maestro. No es la actitud arrogante de los Fariseos y Letrados que quieren poner a prueba a Jesús y encontrar un error garrafal que ofenda la ortodoxia judía para tener de qué acusarlo.
Pedro pregunta por el límite del perdón. Pero para Jesús, el perdón no tiene límites, siempre y cuando el arrepentimiento sea sincero y veraz. Para explicar esta realidad, Jesús emplea una parábola. La pregunta del Rey centra el tema de la parábola: ¿no debías haber perdonado como yo te he perdonado?
La comunidad de Mateo debe resolver ese problema porque está afectando su vida. El perdón es un don, una gracia que procede del amor y la misericordia de Dios. Pero exige abrir el corazón a la conversión, es decir, a obrar con los demás según los criterios de Dios y no los del sistema vigente. Como diría el juglar de la fraternidad, Francisco de Asís, “porque es perdonando como soy perdonado”.
En la catequesis tradicional de la Iglesia católica se exigían cinco pasos, quizás demasiado formales, para obtener el perdón de los pecados: «examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, confesarlos todos, y cumplir la penitencia» -así lo expresaba uno de los catecismos clásicos-. De tal manera que el perdón y la reconciliación, si bien son una gracia de Dios, también exigen un camino pedagógico y tangible que ponga de manifiesto el deseo de cambio y un compromiso serio para reparar el mal y evitar el daño.
En muchos países de América Latina, luego de las dictaduras militares de los setenta y ochenta, se dictaron leyes de amnistías, perdón y olvido, «obediencia debida», o «punto final». Los golpistas y sus colaboradores, responsables por decenas de miles de muertos y desaparecidos en cada uno de nuestros países, se autoperdonaron, burlándose de la justicia y de la verdad. Pero sin Verdad y Justicia, las heridas causadas por la represión en muchos hogares y comunidades no han cerrado aún. A pesar de todas las leyes encubridoras, la presión, el silencio, el ocultamiento de pruebas… la Justicia se hace camino. Llega tarde, pero no deja de llegar. El 14 de junio de 2005, en Argentina, el Tribunal Supremo declaró nulas por inconstitucionalidad las leyes de obediencia debida y de punto final. El día siguiente La Corte suprema de México declara «no prescrito» el delito del expresidente Echeverría por genocidio en la matanza de estudiantes de 1971… Pensemos en otros muchos dictadores y golpistas que, a pesar de todo, están ya siendo juzgados dejando que se dé su lugar a la Verdad y a la Justicia. El perdón y la reconciliación es una exigencia inalienable del ser humano, e indetenible. Y es un proceso de reconstrucción, que trata de reconstruir tanto al victimario como a la víctima.
En ese sentido, nuestras comunidades cristianas deben ser espacios propicios y activos a favor de una verdadera reconciliación basada en la Justicia, la Verdad, la misericordia y el perdón. Pero nunca el Evangelio llama a tolerar la impunidad. La Iglesia –o sea, nosotros, los cristianos y cristianas- debemos apoyar los procesos de reconciliación por el camino verdadero: la Verdad y la Justicia, el no a la impunidad, la reconciliación profunda de la sociedad. Así la Iglesia conseguirá el perdón por su silencio cómplice en algunas de sus figuras jerárquicas conniventes. Leer más…
Del blog de Xabier Pikaza:
| X Pikaza Ibarrondo
PARABOLA
18 21 Entonces, se adelantó Pedro y le dijo: Señor ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le tendré que perdonar? ¿Hasta siete veces? 21 No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete.
22 Por eso se parece, el Reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus siervos. 24 Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. 25 Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara. 26 El siervo, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo. 27 El señor tuvo lástima de aquel siervo y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
28 Pero, al salir, el siervo aquel encontró a uno de sus consiervos que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: Págame lo que me debes. 29 El consiervo, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré. 30 Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
31 Sus consiervos, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. 32 Entonces el señor le llamó y le dijo: ¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. 33 ¿No debías tú también compadecerte de tu consiervo, como yo me compadecí de ti? 34 Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
35 Lo mismo hará también con vosotros mi Padre del cielo, si si perdona de corazón a su hermano.
EL TEMA CENTRAL DE LA HISTORIA HUMANA ES EL PERDÓN
– Esta parábola evoca el perdón incondicional del Dios de Jesús, sin límites ni condiciones, por pura gratuidad. No es un perdón para aquellos que pueden devolver lo recibido, sino para todos, por siempre, de manera que se cumpla de esa forma el Padrenuestro, “perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos, Perdónanos de tal manera que nosotros podamos perdonarnos unos a los otros”…
− Quien no perdona queda en manos de su destrucción. No es que Dios le juzgue y condene desde fuera, sino que él mismo se juzga y condena, como dice Jesús en lenguaje parabólico. La parábola añade que el “Rey” no perdonará a quien no perdone, sino que le pondrá en manos de verdugos hasta que pague todo lo que debe (pero ese final ha de entenderse de un modo simbólico, pues no hay hombre que pueda pagar desde la cárcel una deuda tan grande como la que aquí se evoca) [1].
Esta parábola pudo haber tenido otro encuadre y sentido, pero Mateo la introduce en este contexto de Iglesia, recordando que ella no es una comunidad de perfectos, sino de perdonados que se perdonan, no sólo las ofensas, sino las deudas de dinero, como en el Padrenuestro (¡Mt 6, 12). Pedro ha preguntado (¿cuántas veces debo perdonar…?: 18, 21), y Jesús le responde contándole la parábola de un rey que perdona a su siervo una deuda enorme (diez mil talentos, como unos quinientos millones de dólares), recordándole que él debe perdonar a su vez a sus consiervos [2].
En la parábola se cruzan y fecundan dos temas: (a) La gratuidad del rey,
Gran parte del judaísmo sacral de finales del Segundo templo (del 515 aC al 70 dC), funcionaba como una institución de perdón, centrado en el templo de Jerusalén y controlada por los sacerdotes. Los judíos aparecían así como pecadores que pueden y deben ser perdonados, utilizando para ello el medio (legal/sacral) que Dios les había concedido (purificaciones y sacrificios de templo), para mantener el orden existente. Pues bien, Jesús proclama que ese perdón del templo es no sólo insuficiente, como había supuesto Juan Bautista, al enfrentarse con fariseos y saduceos (3, 1-10), sino contrario a la verdad de Dios, que perdona gratuitamente, haciendo que los hombres puedan perdonarse entre sí (cf. Padrenuestro: 6, 9-13), sin necesidad de instituciones de dominio religioso, propias de los sacerdotes aliados a los opresores (Roma, Herodes Antipas). El perdón que Jesús quiere, ofrece y pide, es personal y social, espiritual y económico, político y eclesial, en un sentido fundante, distinto de otros tipos de perdón interesado:
− El perdón no es indiferencia, sino recuerdo más hondo del Dios Palabra que libera, transforma y recrea la vida de los hombres, desde su amor activo, no para que quede todo como estaba (al servicio de los prepotentes), sino para cambiarlo todo, desde los más pobres, en comunión activa, que se funda y expresa en la ayuda a los niños y pequeños.
− El perdón de Dios se hace perdón interhumano. Jesús no ofrece un perdón separado (desde fuera), sino que pide a los hombres que se acojan (se perdonen) unos a los otros, de un modo gratuito y creador, desde los niños y excluidos (los pequeños), que aparecen así como privilegiados de Dios, principio y signo de un perdón que debe ofrecerse a todos.
− Este perdón no empieza exigiendo conversión previa a los pecadores (¡que paguen lo que deben!), sino ofreciéndoles el don del Reino, sin obligarles a pagar la deuda (cosa que además sería imposible), como muestra 18, 21-35: Dios perdona a su deudor una suma millonaria, sin condiciones previas, es decir, simplemente por piedad, porque él así lo quiere, superando un tipo de equivalencia legal.
− Éste es un perdón que crea perdón, y que lo hace sin más condiciones ni principios que el amor activo del Dios de Jesús, que ha querido que el perdón se extienda, que pueda expresarse y extenderse en forma de comunión de gratuidad. Dios sólo pide a los perdonados que se perdonan entre sí, unos a otros, pues todos aparecen y actúan como sacerdotes de la única comunidad de perdonados, desde los más pequeños, los hermanos de Jesús asesinado, portadores de un perdón gratuito (con Jesús).
¿PERDÓN ECLESIAL, PERDÓN POLÍTICO?
El sistema político/económico no conoce perdón, sino, a lo sumo, indulto o amnistía, para provecho propio. Pues bien, en contra de eso, como ha puesto de relieve Hanna Arendt, la mayor aportación de Jesús al camino de la paz ha sido el fundarla en el perdón. Su paz no nace de la victoria de los fuertes, sino del perdón de los vencidos. Ciertamente, no va en contra de la justicia, pero la trasciende; no proviene de los que vencen y se imponen por ley sobre los otros, sino de aquellos que, siendo vencidos y estando derrotados, responden perdonando [3].
El riesgo de un perdón interesado.La paz cristiana brota del perdón, pero de un perdón gratuito, que se expresa en forma de proyecto de no-violencia activa, partiendo de las víctimas. Había en el judaísmo de tiempos de Jesús un tipo de perdón que tendía a estar controlado por sacerdotes y políticos, al servicio del sistema. Era el perdón del templo y se expresaba a través de sacrificios rituales, por medio de una especie de «máquina sacral», que culminaba el día de la Gran Expiación (Lev 16), celebrada por sacerdotes y regulada según Ley por los escribas, Por su parte, el perdón de Roma (parcere subiectis, debellare superbos: Virgilio, Eneida 855) estaba al servicio del sistema imperial y político, no de los necesitados. Jesús, en cambio, ha ofrecido su perdón mesiánico, que actúa a través de los que sufren y que busca una nueva humanidad, superando el orden del templo y el sistema del imperio. Para entender su alcance, quiero delimitarlo mejor:
Puede haber un perdón arbitrario y caprichoso, propio de dictadores o autócratas, que muestran su magnanimidad indultando de un modo irracional (sin necesidad de justificaciones) a quienes ellos quieren y castigando también a quienes quieren (sin dar tampoco razones). Así descargan su violencia sobre algunos, para mostrarse soberanos, imponiendo su terror sobre posibles rebeldes o contrarios, y perdonan a otros para decir que son magnánimos y aparecer como benefactores, a través de un gesto arbitrario, que está muy alejado de la justicia racional (y del perdón cristiano). En contra de ese perdón interesado de los autócratas, que es una imposición de su dictadura y un capricho de su prepotencia, Jesús ofrece y promueve un perdón puramente gratuito que no va en contra de la justicia, sino que la desborda y fundamenta. Éste es un perdón que sólo pueden ofrecer las víctimas (los ofendidos y humillados), sin que sean capaces de ofrecerlo en su nombre (en contra de ellos) unos dictadores o sacerdotes pretendidamente superiores.
Puede haber un perdón o amnistía al servicio de una política partidista.Casi todos los vencedores del mundo han decretado amnistías, desde los asirios del siglo VIII a. C. hasta los romanos del tiempo de Jesús o los revolucionarios franceses de finales del XVIII. Suelen ser amnistías políticamente calculadas, para gloria de los soberanos o de los estados que las proclaman, al servicio de su propia estabilidad, como una forma de justificarse. No todos los implicados suelen estar de acuerdo con esas amnistías, ni en el plano legal, ni en el personal, pero se han ofrecido y pueden ofrecerse, sobre todo allí donde el poder resulta lo bastantes sólido como para permitir excepciones en el cumplimiento de la Ley, en circunstancias de fuerte cambio político, que se interpretan como principio de un nuevo régimen social. Este perdón puede ser provechoso, pero que corre el riesgo de situar la oportunidad política (su racionalidad partidista) por encima de la justicia legal [4].
Puede haber un perdón sacral, controlado por los sacerdotes del templo, al servicio del propio sistema, para mantener el orden establecido, como sucedía en Jerusalén, en tiempo de Jesús. También éste es un perdón interesado, propio de los vencedores, al servicio del sistema; es el perdón de los templos y de las grandes instituciones religiosas, entendidas como instancias de control sobre los “pecadores”, como ha podido suceder en la religión de los Incas y en algunas instituciones cristianas. Lo mismo que los anteriores, este perdón sigue estando al servicio del sistema, es decir, de la violencia de los poderosos. En contra de eso, Jesús ha ofrecido el perdón de un modo gratuito, no en contra, sino por encima de la Ley, pidiendo a los ofendidos que perdonen a sus ofensores (¡ellos son los únicos que pueden hacerlo desde Dios!), para abrir de esa manera un camino de reconciliación más alta, superando la violencia.
El perdón sacral del Templo (lo mismo que la amnistía de los grandes imperios) estaba al servicio de un Dios de los poderoos, que monopolizaban el orden del sistema. Jesús, en cambio, ha ofrecido su perdón (que estrictamente hablando no es suyo, sino de los pobres) de un modo mesiánico, superando el sistema del templo. No es Jesús quien perdona, sino que son ellos, los expulsados y excluidos, los que pueden ofrecer perdón (como representantes de Dios). Ésta es la novedad del evangelio y ella supera todos los sistemas religiosos o sociales donde el perdón está al servicio del orden establecido. El sistema político o religioso no puede perdonar, sino que se limita a buscar su equilibrio o, a lo sumo, procurar una igualdad de ley.
Jesús, un perdón gratuito. Los profetas de Israel identificaban la justicia con la liberación de los oprimidos. Pues bien, siguiendo en esa línea (cf. Lc 4, 18-19, con citas de Isaías), Jesús ha radicalizado y universalizado la experiencia del perdón, ofreciéndolo en nombre de Dios y pidiendo a los hombres que se perdonen entre sí, ellos mismos, desde abajo (y no por obra del templo o del sistema político). Este perdón de los pobres y excluidos de la sociedad, que responden con amor no-violento a la violencia del sistema, es el punto de partida de la paz mesiánica.
El sistema político/religioso necesita un talión (¡a cada uno según su merecido!), controlando el perdón desde arriba. En contra de de eso, Jesús sitúa a los hombres y mujeres ante el don y tarea del perdón, haciéndoles capaces de superar una justicia legal que, cerrada en sí, puede acabar destruyendo a todos. Lo que algunos llaman actualmente justicia infinita (un tipo de Ley particular llevada hasta el extremo) nos deja simplemente en el nivel de la lucha de todos contra todos. En ese sentido podemos añadir, con Pablo, que la justicia de la Ley es insuficiente. Sólo la gracia que perdona a los pecadores es fundamento de paz [5].
Sólo el perdón rompe la espiral de la venganza (un talión que siempre se repite: ojo por ojo, diente por diente) y de esa forma libera al hombre del automatismo de la violencia y permite que su vida se despliegue por encima de una Ley, en la que nada se crea ni destruye, sino que se transforma, permaneciendo siempre idéntico. Sólo el perdón rompe el encerramiento de la pura Ley y nos sitúa en un nivel de gratuidad, donde los hombres pueden vivir y amarse por sí mismos (como valor supremo). El perdón es gracia y sólo así puede superar la violencia del pasado, haciendo que la vida se abra al futuro de la Vida, por encima de sus contradicciones y luchas de poder.
Perdón, antes de conversión. Sacerdotes y políticos perdonaban a los convertidos, que volvían al redil de la buena Ley. El proceso era claro: los manchados debían limpiar su impureza, los pecadores reparar el pecado, los culpables arrepentirse. La misma Ley que condenaba al pecador le ofrecía un camino de perdón, si se convertía y volvía al orden. Jesús, en cambio, ha empezando perdonando, de un modo gratuito, y sólo después ha pedido a los hombres que se perdonan. De esa forma ha invertido el camino de la Ley: no exige arrepentimiento y expiación para perdonar, sino que empieza perdonando, el arrepentimiento vendrá después.
En este contexto diremos que el perdón tiene que venir de las víctimas. Jesús no ratifica el poder de perdón de los de arriba, sino que pide a los excluidos y pobres que perdonen, en gesto que no es sometimiento (¡encima de haber sido ofendidos deben perdonar a quienes les ofenden!), sino que viene a mostrarse como expresión de la mayor de todas las autoridades Ellos, los oprimidos, son sacerdotes y portadores de perdón, es decir, de un nuevo orden social que no se funda en el dominio de unos sobre otros, ni en la revancha de los sometidos, sino en la gracia creadora, desde abajo, a partir de los marginados y ofendidos. Los pobres son precisamente los que toman la iniciativa y, sin luchar externamente contra los sacerdotes y jerarcas, asumen la autoridad del perdón, sin necesidad de imponerse por la fuerza, ni de tomar el poder externo, sino iniciando una comunidad de iguales.
Evangelio, textos del perdón.Esos textos están en el centro del Sermón de la Montaña y se vinculan a otras dos palabras esenciales de los evangelios (no juzgar, amar a los enemigos). Sólo se puede perdonar allí donde, superando la Ley del talión (el puro juicio legal), hombres y mujeres son capaces de amar de un modo activo, superando la esclavitud del pasado y abriendo un futuro de vida para los mismos enemigos, por encima de la ley. Jesús no ha trazado un programa político para sacerdotes o gobernantes, sino un camino de no-violencia creadora, a partir de las víctimas, trazando un proceso de trasformación humana, que puede influir en las mismas instituciones sociales y sacrales de la sociedad establecida.
Principio. Perdón quiero, no pura justicia: “No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados” (Lc 6, 37; cf. Mt 7, 1). En un nivel político, la justicia social es buena y necesaria; pero ella tiene que imponerse con violencia, como sabe Pablo en Rom 13, 1-7, pues el juez necesita la ayuda de la espada y de la cárcel (y en algunos países de la silla eléctrica). Pues bien, superando ese plano de violencia legal (políticamente legítima), Jesús pide a sus fieles que se perdonen, que no acudan a la pura ley, ni a la espada.
Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:
El domingo pasado, Jesús hablaba a sus discípulos de la forma de corregirse fraternalmente. Hoy aborda el tema del perdón a nivel individual y personal, que es el que afecta a la inmensa mayoría de las personas.
Argumentos para perdonar (Eclesiástico 27,33-28,9)
La primera lectura está tomada del libro del Eclesiástico, que es el único de todo el Antiguo Testamento cuyo autor conocemos: Jesús ben Sira (siglo II a.C.). Un hombre culto y estudioso, que dedicó gran parte de su vida a reflexionar sobre la recta relación con Dios y con el prójimo. En su obra trata infinidad de temas, generalmente de forma concisa y proverbial, que no se presta a una lectura precipitada. Eso ocurre con la de hoy a propósito del rencor y el perdón.
El punto de partida es desconcertante. La persona rencorosa y vengativa está generalmente convencida de llevar razón, de que su rencor y su odio están justificados. Ben Sira le obliga a olvidarse del enemigo y pensar en sí mismo: “Tú también eres pecador, te sientes pecador en muchos casos, y deseas que Dios te perdone”. Pero este perdón será imposible mientras no perdones la ofensa de tu prójimo, le guardes rencor, no tengas compasión de él. Porque «del vengativo se vengará el Señor».
Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?
Si lo anterior no basta para superar el odio y el deseo de venganza, Ben Sira añade dos sugerencias: 1) piensa en el momento de la muerte; ¿te gustaría llegar a él lleno de rencor o con la alegría de haber perdonado? 2) recuerda los mandamientos y la alianza con el Señor, que animan a no enojarse con el prójimo y a perdonarle. [En lenguaje cristiano: piensa en la enseñanza y el ejemplo de Jesús, que mandó amar a los enemigos y murió perdonando a los que lo mataban.]
Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.
Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.
Pedro y Lamec
Lo que dice Ben Sira de forma densa se puede enseñar de forma amena, a través de una historieta. Es lo que hace el evangelio de Mateo en una parábola exclusiva suya (no se encuentra en Marcos ni Lucas).
El relato empieza con una pregunta de Pedro. Jesús ha dicho a los discípulos lo que deben hacer «cuando un hermano peca» (domingo pasado). Pedro plantea la cuestión de forma más personal: «Si mi hermano peca contra mí», «si mi hermano me ofende». ¿Qué se hace en este caso? Un patriarca anterior al diluvio, Lamec, tenía muy clara la respuesta:
«Por un cardenal mataré a un hombre,
a un joven por una cicatriz.
Si la venganza de Caín valía por siete,
la de Lamec valdrá por setenta y siete» (Génesis 4,23-24).
Pedro sabe que Jesús no es como Lamec. Pero imagina que el perdón tiene un límite, no se puede exagerar. Por eso, dándoselas de generoso, pregunta: «¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Toma a Caín como modelo contrario: si él se vengó siete veces, yo perdono siete veces.
Jesús le indica que debe tomar como modelo contrario a Lamec: si él se vengó setenta y siete veces, perdona tú setenta y siete veces. (La traducción litúrgica, que es la más habitual, dice «setenta veces siete»; pero el texto griego se puede traducir también por setenta y siete, como referencia a Lamec). En cualquier hipótesis, el sentido es claro: no existe límite para el perdón, siempre hay que perdonar.
La parábola
Para justificarlo propone la parábola de los dos deudores. La historia está muy bien construida, con tres escenas: la primera y tercera se desarrollan en la corte, en presencia del rey; la segunda, en la calle.
1ª escena (en la corte): el rey y un deudor.
Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.” El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Se subraya: 1) La enormidad de la deuda; diez mil talentos equivaldrían a 60 millones de denarios, equivalente a 60 millones de jornales. 2) Las duras consecuencias para el deudor, al que venden con toda su familia y posesiones. 3) Su angustia y búsqueda de solución: ten paciencia. 4) La bondad del monarca, que, en vez de esperar con paciencia, le perdona toda la deuda.
2ª escena (en la calle): el deudor perdonado se convierte en acreedor
Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Esta escena está construida en fuerte contraste con la anterior. 1) Los protagonistas son dos iguales, no un monarca y un súbdito. 2) La deuda, cien denarios, es ridícula en comparación con los 60 millones. 3) Mientras el rey se limita a exigir, el acreedor se comporta con extrema dureza: «agarrándolo, lo estrangulaba». 4) Cuando escucha la misma petición de paciencia que él ha hecho al rey, en vez de perdonar a su compañero lo mete en la cárcel.
3ª escena (en la corte): los compañeros, el rey y el primer deudor.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.
Dos detalles: 1) La conducta del deudor-acreedor escandaliza e indigna a sus compañeros, que lo denuncian al rey. Este detalle, que puede pasar desapercibido, es muy importante: a veces, cuando una persona se niega a perdonar, intentamos defenderla; sin embargo, sabiendo lo mucho que a esa persona le ha perdonado Dios, no es tan fácil justificar su postura. 2) La frase clave es: «¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”
Con esto Jesús no sólo ofrece una justificación teológica del perdón, sino también el camino que lo facilita. Si consideramos la ofensa ajena como algo que se produce exclusivamente entre otro y yo, siempre encontraré motivos para no perdonar. Pero si inserto esa ofensa en el contexto más amplio de mis relaciones con Dios, de todo lo que le debemos y Él nos ha perdonado, el perdón del prójimo brota como algo natural y espontáneo. Si ni siquiera así se produce el perdón, habrá que recordar las severas palabras finales de la parábola, muy interesantes porque indican también en qué consiste perdonar setenta y siete veces: en perdonar de corazón.
La diferencia entre la 1ª lectura y el evangelio
Ben Sira enfoca el perdón como un requisito esencial para ser perdonados por Dios. La parábola del evangelio nos recuerda lo mucho que Dios nos ha perdonado, que debe ser el motivo para perdonar a los demás.
“El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.”
El domingo pasado el evangelio nos invitaba a salir a camino de aquellas personas que se pierden y esa es una manera de reconciliación. Pero hoy el evangelio nos mete el dedo en la llaga. Una cosa es que mi hermano peque, otra muy distinta es que me ofenda a mí, que me dañe de alguna manera.
Todas queremos ser perdonadas, pero ¡cuánto nos cuesta perdonar! Y es que lo de perdonar no es de una vez para siempre, sino un ejercicio continuo, es un esfuerzo.
El perdón es una escuela de alto rendimiento (¡70 veces 7!). Hay que ejercitarse todos los días y practicarlo de por vida. Realmente nuestras sociedades serían completamente diferentes si se pusiera de moda el arte de perdonar y, de hecho, aquellas personas que han sabido vivir perdonando son las que han cambiado el rumbo de la historia.
Quien perdona se trasciende porque se va pareciendo cada vez más a Dios, al Dios de Jesús que murió diciendo: “perdónales porque no saben lo que hacen”.
A fin de cuentas, el perdón es la antípoda del miedo. Quien perdona se arriesga a que le vuelvan a fallar, a que le vuelvan a herir. Si le cierras la puerta al perdón se la abres al miedo y al rencor. Así las demás personas se convierten en enemigas de las que tenemos que defendernos. Y esto último es rentable. ¡Todo un negocio! El negocio del miedo. Para la economía globalizada nuestro miedo es más que rentable, es la base, el motor.
Si aprendiéramos a dialogar, si llegáramos a perdonarnos, ¿dónde quedaría el negocio de las guerras, de las armas? Si no tuviéramos que defendernos unos países de otros, unos vecinos de otros, ¿qué pasaría con el negocio de las aseguradoras?
El camino del perdón es mucho más subversivo de lo que pensamos. Y el mensaje de Jesús más peligroso de lo que muchos de nuestros intereses pueden soportar.
Perdonar es una de las armas más revolucionarias de la historia. Los poderes de este mundo deberían prohibirlo, pero han hecho algo todavía mejor: ¡desprestigiarlo! Nos han hecho creer que quien perdona pierde. Que quien perdona se dejar pisar. Y nosotros nos lo hemos creído.
Oración
Ilumina, Trinidad Santa, nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad para que podamos descubrir la fuerza trasformadora del perdón. ¡Amén!
*
Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa
***
DOMINGO 24º (A)
Mt 18,21-35
El evangelio de hoy es continuación del que leíamos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el perdón. Hoy es el tema principal. Mateo sigue con la instrucción sobre como comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería imposible cualquier clase de convivencia estable. El perdón es la más alta manifestación del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar y el fallo concreto y real.
La frase “setenta veces siete“, no podemos entenderla literalmente; como si dijera que hay que perdonar 490 veces. Quiere decir que hay que perdonar siempre. El perdón tiene que ser, no un acto, sino una actitud que se mantiene durante toda la vida y ante cualquier ofensa. Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque supone que Pedro todavía lleva cuenta de las ofensas.
La parábola de los dos deudores no necesita explicación. El punto de inflexión está en la desorbitada diferencia de la deuda de uno y otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa deuda (60.000.000 denarios), el empleado es incapaz de perdonar 100 denarios. Al final, encontramos un rabotazo de AT: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Jesús nunca pudo dar a entender que un Dios vengativo puede castigar de esa manera, o negarse a perdonar hasta que cumplamos unos requisitos.
Lo que llamamos perdón solo puede nacer del amor. No es fácil perdonar, como no es fácil amar. Va en contra de todos los instintos. Va en contra de lo razonable. Desde nuestra conciencia de individuos aislados en nuestro ego, es imposible entender el perdón del evangelio. El ego necesita enfrentarse a todo para sobrevivir y potenciarse. Desde esa conciencia, el perdón se convierte en un factor de afianzamiento del ego. Perdono (la vida) al otro porque así dejo clara mi superioridad moral. Expresión de este falso perdón es la famosa frase “perdono pero no olvido” que es la práctica común en nuestra sociedad.
Para entrar en la dinámica del perdón, debemos tomar conciencia de nuestro verdadero ser y de la manera de ser de Dios. Experimentando la ÚNICA REALIDAD, descubriré que no hay nada que perdonar, porque el otro no obró por malicia sino por ignorancia. Desde nuestro concepto de pecado como mala voluntad o deseo de hacer daño por parte de otro que me quiere mal es imposible que nos sintamos capaces de perdonar. El pecado no es fruto nunca de una mala voluntad, sino de una ignorancia. La voluntad no puede ser mala, porque no es movida por el mal. La voluntad solo puede ser atraída por el bien.
La trampa está en que se trata del bien o el mal, que le presenta la inteligencia a la voluntad. La voluntad no tiene ninguna posibilidad de discernir si algo es bueno o es malo, depende del conocimiento de cada uno. Nuestro problema en relación con el pecado es que nuestro conocimiento es siempre limitado y de ese modo con frecuencia creemos que es bueno para mí lo que en realidad es malo. Digo para mí, porque pecado es siempre un mal para mí. Si tengo la sensación de que el perjudicado es el otro, nunca corregiré mis fallos.
“Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Dios no tiene acciones, mucho menos puede tener reacciones. Dios es amor y por lo tanto es también perdón. No tiene que hacer ningún acto para perdonar; está siempre perdonando. Su amor es perdón porque llega a nosotros sin merecerlo. Ese perdón de Dios es lo primero. Si lo aceptamos nos hará capaces de perdonar a los demás. Eso sí, la única manera de estar seguros de que lo hemos descubierto y aceptado, es que perdonamos. Por eso se puede decir, aunque de manera impropia, que Dios nos perdona en la medida que nosotros perdonamos.
Es muy difícil armonizar el perdón con la justicia. Nuestra cultura cristiana tiene fallos garrafales. Se trata de un cristianismo troquelado por el racionalismo griego y encorsetado hasta la asfixia por el jurisdicismo romano. El cristianismo resultante, que es el nuestro, no se parece en nada a lo que vivió y enseñó Jesús. En nuestra sociedad se está acentuando cada vez más el sentimiento de Justicia, pero se trata de una justicia racional e inmisericorde, que la mayoría de las veces esconde nuestro afán de venganza. El razonamiento de que sin justicia los malos se adueñarían del mundo no tiene sentido.
Este sentido de la justicia se la hemos aplicado al mismo Dios y lo hemos convertido en un monstruo que tiene que hacer morir a su propio Hijo para “justificar” su perdón. Es completamente descabellado pensar que un verdadero amor está en contra de una verdadera justicia. Luchar por la justicia es conseguir que ningún ser humano haga daño a otro en ninguna circunstancia. La justicia no consiste en que una persona perjudicada, consiga perjudicar al agresor. Seguiremos utilizando la justicia para dañar al otro.
Lo que decimos en el Padrenuestro es un disparate. No es un defecto de traducción. En el AT está muy clara esta idea. En la primera lectura nos decía exactamente: “Del vengativo se vengará el Señor”. “Perdona la ofensa de tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”. Cuando el mismo evangelista Mateo relata el Padrenuestro, la única petición que merece un comentario es ésta, para decir: “…Porque si perdonáis a vuestros hermanos, también vuestro Padre os perdonará; pero si no perdonáis, tampoco vuestro Padre os perdonará (Mt 6,14). ¿No sería más lógico pedir a Dios que nos perdone como solo Él sabe hacerlo, y aprendamos de Él nosotros a perdonar a los demás?
Para descubrir por qué tenemos que seguir amando al que me ha hecho daño, tenemos que descubrir los motivos del verdadero amor a los demás. Si yo amo solamente a las personas que son amables, no salgo de la dinámica del egoísmo. El amor verdadero tiene su justificación en la persona que ama, no en la que es objeto del amor y sus cualidades. El amor a los que son amables no es garantía ninguna del amor verdaderamente humano y cristiano. Si no perdonamos a todos y por todo, nuestro amor es cero, porque si perdonamos una ofensa y otra no, las razones de ese perdón no son genuinas.
No solo el ofendido necesita perdonar para ser humano. También el que ofende necesita del perdón para recuperar su humanidad. La dinámica del perdón responde a la necesidad psicológica del ser humano de un marco de aceptación. Cuando el hombre se encuentra con sus fallos, necesita una certeza de que las posibilidades de rectificar siguen abiertas. Descubrir, después de un fallo que Dios me sigue queriendo, me llevará a recuperarme de la desintegración que lleva consigo un fallo grave. La mejor manera de convencerme de que Dios me ha perdonado, es descubrir que aquel a quien ofendí me ha perdonado.
Fray Marcos
Fuente Adulta
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