“Lo que usted dice es lo que hago de cara a los esclavos, pero dicho esto, y aliviándolos en la medida de lo posible, me parece que el deber no acaba allí y que hace falta decir, o hacer decir a quien puede: «Esto no está permitido, ay de ustedes, hipócritas, que escriben en los sellos y en todos los lugares: “Libertad, igualdad, fraternidad”, “Derechos del Hombre”, y que luego clavan el hierro del esclavo; que condenan a las galeras a quienes falsifican los billetes de banco y permiten luego robar los niños a sus padres y venderlos públicamente; que castigan el robo de un pollo y permiten el robo de un hombre» (de hecho, casi todos los esclavos de esta región son niños nacidos libres arrancados con violencia, por sorpresa, de sus padres)…“
*
Carlos de Foucauld Carta a Dom Martin
7 de febrero de 1902
Todo había cristalizado unos veinte años antes, con el mismo gesto, desnudándose ante el obispo y ante su padre, entre sus amigos, detrás de su vergüenza, delante de Dios. Así, dejó caer todos sus ropas y sus disfraces. Y se fue, desnudo y desnudándose. Durante veinte años.
Desnudándose de tradiciones que asfixian y anclan para andar ligero, rechazó las formas de vida religiosa –reglas– que desde dentro y desde fuera le aconsejaban para que “acomodara” su propuesta sin propuesta.
Francisco, desnudo al comienzo y desnudo al final…
| Michael Moore
Hace casi 800 años atrás, al atardecer del tres de octubre de 1226, Francisco de Asís se desnudaba para, recostado en la Hermana Madre Tierra, celebrar su tránsito hacia las manos del Misterio. Todo había cristalizado unos veinte años antes, con el mismo gesto, desnudándose ante el obispo y ante su padre, entre sus amigos, detrás de su vergüenza, delante de Dios. Así lo narra su primer hagiógrafo, Tomás de Celano: “Desde ahora diré con libertad: `Padre nuestro, que estas en los cielos’, y no padre Pedro Bernardone, a quien no sólo devuelvo este dinero, sino que dejo también todos los vestidos. Y me iré desnudo al Señor” (2 C VII,12). Así, dejó caer todos sus ropas y sus disfraces. Y se fue, desnudo y desnudándose. Durante veinte años.
Desnudándose de sus ambiciones prometeicas, ilusoriamente fundadas en la violencia militar o en el lucro burgués, arrancó su aventura. Quería ascender socialmente, hasta que descubrió que para “subir” ese era un camino equivocado. Entonces, comenzó a “descender” hasta la humanidad negada de los leprosos. Y, curando, comenzó a ser curado. Lo amargo, comenzó a parecerle dulce. Y viceversa (cf. Tes 1-3).
Desnudándose del instinto de dominación, se hizo hermano y menor. Hermano de todos y de todo, porque experimentó visceralmente la Paternidad universal de Dios. Menor, porque descubrió que ese Padre se había acercado definitivamente a su creación en la carne de su Hijo, desde abajo y desde al costado, para lavar los pies de sus hermanos (cf. Adm 4).
Desnudándose de la soberbia mesiánica y sectaria de vivir el evangelio sine glosa como puros elegidos, fue con sus hermanos a Roma, una y otra vez, a escuchar y obedecer –sin transigir en lo esencial– el encuadre institucional de su intuición carismática que le señalaba la iglesia. Pero recordando que, si resulta difícil un carisma sin institución, imposible será una institución sin carisma.
Desnudándose de tradiciones que asfixian y anclan para andar ligero, rechazó las formas de vida religiosa –reglas– que desde dentro y desde fuera le aconsejaban para que “acomodara” su propuesta sin propuesta. Porque lo único que quería, decía, era volver a la frescura de la Buena Nueva sin concesiones: “La regla y vida de los hermanos menores es ésta: observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo viviendo en obediencia, sin nada propio y en castidad” (2R 1,1).
Desnudándose de la convicción de ostentar la única verdad sobre el único Dios, sin más armas que el gesto no violento y la palabra sin gritos, visitó cortésmente al sultán Melek-el-Kamel, en una contra-cruzada eclesial, desde abajo, en voz baja y por afuera. Sin medir el éxito ni el fracaso. Por pura gratuidad (cf. 1C XX, 57).
Desnudándose de la pretensión de apropiarse lo que el Señor mismo le había revelado (cf. Tes 14), aprendió del fatigoso andar sinodalmente avant la lettre –sin fingimientos y sin coartadas–, dialogando, confrontando, renunciando y volviendo a apostar.
Desnudándose de la concupiscencia de la seguridad, supo afrontar la espesa noche oscura que lo atormentó durante los últimos años de su vida con las amenazas del sin-sentido, con la duda vocacional profunda, por el sentir estar demás: “Tú eres un simple y un inculto. Ya no vienes con nosotros. Nosotros somos tantos y tales, que no te necesitamos”. (VerAl, 11).
Desnudándose de la angustia que lo asfixiaba, exorcizó los demonios de la desesperanza y la desesperación y los convirtió en canto, para cantar con las creaturas todas al Altísimo que, aún en medio de la noche, brillaba tenuemente, despuntando amanecer como el Sumo Bien (cf. Cánt, 1). Las manos alzadas, llagadas por la historia, se comenzaban a abrir hacia el infinito. Y le daban la bienvenida a la Hermana muerte.
Así narra sus últimas horas el celanense: “Aun a la muerte misma, terrible y antipática para todos, exhortaba a la alabanza, y, saliendo con gozo a su encuentro, la invitaba a hospedarse en su casa: “Bienvenida sea -decía- mi hermana muerte“. Y al médico: “Ten valor para pronosticar que está vecina la muerte, que va a ser para mí la puerta de la vida“. Y a los hermanos: “Cuando me veáis a punto de expirar, ponedme desnudo sobre la tierra -como me visteis anteayer-, y dejadme yacer así, muerto ya, el tiempo necesario para andar despacio una milla“. Llegó por fin la hora, y, cumplidos en él todos los misterios de Cristo, voló felizmente a Dios” (2 C CLXIII, 217).
Francisco, desnudo al comienzo y desnudo al final. “Nada de ustedes retengan para ustedes mismos, a fin de que entero los reciba el que todo entero se les da”, había aconsejado a sus hermanos, unos años atrás (CtaO, 29). Hoy, ochocientos años después, me descubro escribiendo estas líneas, vestido y sepultado, instalado y retenido, y entonces me pregunto por qué me sigue conmoviendo el creer –firmemente– que todavía hoy “va Francisco, / desnudo a todas horas / como Dios mismo!” (J.L. Cortés, Francisco, el Buenagente, Madrid, San Pablo 198, 57).
Un niño nació en una barcaza en la costa de Lanzarote
“El día de Reyes vivió la emoción del rescate, realizado por una patrullera española a unas 97 millas de la costa de Lanzarote, a poco más de 155 kilómetros. Una fotografía contiene todo el alcance del mensaje: el pequeño que acaba de nacer, protegido por su madre, acogido por las manos de quienes están marcados por la huida y el dolor, las manos de los demás migrantes de origen subsahariano a bordo del barco, que le acogió le ayudó a venir al mundo“
Según estimaciones de la asociación española de derechos de los inmigrantes Caminando Fronteras, 10.547 personas murieron en un intento de llegar a España por mar en 2024, la gran mayoría víctimas de la ruta del Atlántico, considerada la más peligrosa del mundo. Y nuestros pensamientos se dirigen a otra fotografía, la de un pequeño cuerpo sin vida tirado en una playa de Türkiye
| Francesca Sabatinelli
(Vatican News).- La vida a pesar de todo, una vida llegada a bordo de un bote, que se ha convertido en un pesebre entre olas que con demasiada frecuencia se tragan vidas. Es el milagro de la solidaridad que permite que la vida venza la adversidad y se exprese también en medio del mar, en las aguas del Atlántico, entre África Occidental y las Islas Canarias, en los brazos de una madre cuya desesperación se ha convertido en esperanza con el nacimiento de su bebé.
El día de Reyes vivió la emoción del rescate, realizado por una patrullera española a unas 97 millas de la costa de Lanzarote, a poco más de 155 kilómetros. Una fotografía contiene todo el alcance del mensaje: el pequeño que acaba de nacer, protegido por su madre, acogido por las manos de quienes están marcados por la huida y el dolor, las manos de los demás migrantes de origen subsahariano a bordo del barco, que le acogió le ayudó a venir al mundo. Las manos extendidas hacia la vida que viene y las miradas atónitas de quienes han sufrido horrores y aún no tienen conciencia de su salvación. Los protagonistas del disparo, hombres y mujeres, son los pastores de la natividad y son la avanzada de una humanidad que, y el Papa no deja de repetirlo, no está hecha de números, sino de personas en busca de la paz.
Ese cuerpecito desnudo de niño ha encontrado ahora refugio, junto a su madre, en un hospital de Lanzarote, en las Islas Canarias, puerta de entrada a la Europa continental, a la que conduce la ruta atlántica, cada vez más transitada por inmigrantes procedentes del África subsahariana que parten de Marruecos, Sáhara Occidental, Mauritania, Senegal y Gambia. Según estimaciones de la asociación española de derechos de los inmigrantes Caminando Fronteras, 10.547 personas murieron en un intento de llegar a España por mar en 2024, la gran mayoría víctimas de la ruta del Atlántico, considerada la más peligrosa del mundo. Y nuestros pensamientos se dirigen a otra fotografía, la de un pequeño cuerpo sin vida tirado en una playa de Türkiye. Era 2015 y Aylan Kurdi tenía solo tres años y huía de una Siria devastada por la guerra.
Para nuestras reuniones más queridas
donde festejamos lo que Tú nos das;
para los encuentros fraternos
en los que haces crecer nuestros amores,
no tenemos vino.
Para las manifestaciones de protesta
pidiendo paz, trabajo y justicia;
para la fiesta del compromiso humano
donde celebramos triunfos y fracasos,
no tenemos vino.
Para los espacios sacramentales
que reviven y actualizan tu presencia;
para vivir con alegría, cualquier día,
la invitación a tu cena y eucaristía,
no tenemos vino.
Para el anuncio de tu buena noticia
con nuestras torpes palabras humanas;
para testimoniar tu reino fraterno
soñado como un banquete de puertas abiertas,
no tenemos vino.
Para la alianza de todas las civilizaciones,
del mundo rico con el mundo pobre;
para las bodas de tus hijos e hijas
que recrean tu proyecto de gozo y vida,
no tenemos vino.
Para el abrazo solidario con los inmigrantes
que reclaman los derechos más elementales;
para nuestras celebraciones de cada día
sencillas, íntimas, queridas,
no tenemos vino.
Y por eso andamos tristes y apocados,
sin gracia y con la ilusión apagada.
Nos falta la alegría compartida
aunque abunden jarras y tinajas.
¡No tenemos vino!
Hay reacciones que debilitan nuestra confianza en que la Palabra es siempre de fiar
A veces reaccionamos ante ciertos textos del Evangelio como si nos hubiera picado un mosquito tigre inoculándonos un virus peor que el del Nilo que debilita nuestra confianza en que la Palabra es siempre de fiar: “Es injusto que los últimos jornaleros cobraran igual que los que llevaban deslomándose todo el día…”; “Intolerable el egoísmo de las chicas de la parábola que no compartieran su aceite…” , “Y el administrador aquel, menudo pájaro, solo alguien a quien se le ha ido pinza puede felicitarlo…”
El asunto sube de tono cuando el cuestionado es el propio Jesús: “Me indigna que se sigan leyendo esas palabras tan ofensivas contra una mujer”; “Yo creo que es un texto apócrifo, ¿cómo iba Jesús a llamar “perro” a alguien?”, “No soy antisemita pero suena a Netanyahu tratando así a los palestinos …”
Como la experiencia me enseña que la explicaciones eruditas solo les sirven a unos pocos y los consejos menos aún, me limito a contar mi propia reacción cuando esa listilla borde que se aloja en mi interior – y en el de cada cual, no se hagan los virtuosos- hace su aparición.
Primero busco la puerta de atrás del texto y desde ahí, planto un desafiante ataque frontal tipo: “Pues a mí me encanta que Jesús haga saltar por los aires el sistema perverso de la meritocracia y ponga el acento en el corazón bueno del Padre. Hay que ser un cernícalo para no darse cuenta de que el aceite simboliza lo esencial en la vida: con eso no se juega y no hay tiempo para andar trasteando con lamparitas. Y olé al administrador espabilado que convirtió a sus deudores en cómplices; ya quisiera yo para mí algo de su astucia.
¿Jesús y la cananea? Otro de mis textos favoritos. Qué preciosidad ver cómo se van derritiendo los prejuicios ultraconservadores de Jesús – humano como usted y como yo, no se olviden – . La mujer, listísima, sabe darle la vuelta a sus argumentos y con una estrategia genial logra encontrar el meeting point que la vincula con Jesús en una pasión idéntica que los hace coincidentes.
(John Owe Heribert Zerge, conocido como Owe Zerge)
La memoria es confusa.
Imprecisas las crónicas que exaltan
la belleza certera del soldado,
el movimiento lento de su sombra
susurrando silencios a la tierra,
los cabellos oscuros como yeguas
que de noche galopan hacia el frío,
la mirada profunda
como el olvido azul de los océanos,
la boca contenida que se tensa
si la empuja el deseo hacia otra boca,
la ternura severa que los músculos
al amado prometen.
Así lo conocí. Casi desnudo
-la sola salvedad del paño púdico-.
entreabiertos los labios,
abrasados de amor los negros ojos,
las manos sometidas a la soga,
la espalda a la polícroma madera
sobre el diván dorado del retablo.
Tan fácil era entonces
confundir la piedad con la enojosa
certeza del instinto
que bajo el pantalón adolescente
bombeaba la sangre y dilataba
los infantiles límites.
Tan fácil que en el éxtasis devoto
-cansados los sentidos
por el olor a incienso, la luz débil,
el remoto bostezo de las tablas,
el polvo en la saliva, la viscosa
caricia de la cera-
se emboscara
el miedo al repentino amor oscuro
tras el torpe muchacho que yo era.
Violento y encarnado, el dios terreno
reclama el sacrificio cotidiano:
el ósculo sumiso con sabor
a sazón de cerezas, la armadura
desvelando al caer el limpio escudo
del agitado pecho,
las manos consagrando la caricia
sobre el fulgor del sátrapa
-¡qué dulce el Sebastián puesto en escorzo
contra el altar de lino y suaves sedas!-.
Desde su voz de niebla
vaporosa y sutil, el dios de viento
en el alma bizarra del soldado
inscribe la sentencia: el frío eterno,
la muerte en la piel rota, la milicia
celestial de los ángeles sin sexo,
el agua bautismal que lava el cuero
del cordero de dios recién salvado.
Celosas las deidades en combate
preferirán la pérdida
del manjar exquisito del pan tierno
y el vino fementado a la afrentosa
liturgia de la carne y de la sangre
sobre el lecho del otro.
Así lo conocí. Entre los colores
oleosos de las tablas flamencas,
la estofada madera castellana,
los lienzos venecianos
donde la luz endulza el rostro ambiguo
concentrado en el éxtasis
de aplacar el dolor con el deseo.
Sereno el gesto a veces,
dilatada la duda en las pupilas,
violentada la boca hasta el blasfemo
alarido.
O al filo de la ira
cuando la flecha marca el duro torso.
Así lo conocí. Como un espejo
del Callejón del Gato que devuelve
confusas las fronteras y las formas
si sobre el pecho tierno y desbarbado
esos primeros dedos
de aquella noche oscura en aquel coche
como saetas buscan el crujido
de la piel revelándose,
si el temblor en los labios
del aprendiz se frena
cuando un aliento tibio los alumbra,
si el peso de ese cuerpo que se clava
contra el novicio frágil
provoca el llanto al tiempo que lo amansa.
El soldado no duda ni decide;
sólo suave obedece.
Los ángeles entonan
deus tuorum militum, el himno
que ensalza la locura de los mártires;
violentos los arqueros, con canciones
obscenas le recuerdan a la víctima
la sumisión felina a las caricias
del poderoso amante de otro tiempo.
(Sebastián sólo escucha
la voz del propio sueño,
el murmullo del aire
ya extraño a los pulmones,
la vergüenza vencida
bajo la luz del alba de Spalato,
la soledad del hombre
que ansía ya el suplicio,
el líquido dolor que fertiliza
el suelo consagrado
como si en el extremo de los dardos
no habitara la carne,
sino la sangre sola…).
La reflexión de hoy es del padre Paul Morrissey, D. Min., un sacerdote fraile agustino que fue uno de los pioneros del ministerio gay en la Iglesia Católica de los Estados Unidos. Es autor de numerosos artículos para revistas y de tres libros, incluido el próximo Why I Remain a Gay Catholic: A Spiritual-Sexual Journey (Paulist Press, junio de 2025). Su página web, TouchedbyGod.net, tiene la intención de fomentar un diálogo sobre el don de la sexualidad.
Paul será el facilitador del próximo retiro de New Ways Ministry para sacerdotes, hermanos y diáconos gays, del 24 al 27 de marzo de 2025, cerca de Hartford, Connecticut. Para obtener más información, haga clic aquí.
Las lecturas litúrgicas del Domingo de la segunda semana del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
En la película “Jesús de Nazaret”, hay una escena en la que se muestra a Jesús bailando en un círculo alegre con sus discípulos. Es una fiesta de bodas. Esta escena siempre ha sido una de mis imágenes favoritas de Jesús. En el Evangelio de hoy, nos encontramos con Jesús en una de esas bodas. Su madre también está allí.
Durante la celebración, María nota algo que podría ser embarazoso para los anfitriones de la fiesta. Hace un gesto hacia su hijo y dice: “Se ha acabado el vino”. Jesús responde un poco bruscamente: “Mujer, ¿cómo me afecta tu preocupación?” En otras palabras: “Estoy pasando un buen rato con mis amigos. No me molestes”. Aún más directamente, la llama “mujer”. Es como si fuera una dama más entre la multitud. Luego dice: “Mi hora aún no ha llegado”.
¿Qué significa o a qué se refiere “mi hora”? El Evangelio de San Juan a menudo se refiere a la “hora” de Jesús en el momento clave de su pasión en la cruz por nuestra salvación. En la fiesta de bodas, una etapa temprana de su vida pública, Jesús se muestra consciente de adónde lo llevará su llamado, tal vez resistiéndose a él, o tal vez no estando de acuerdo sobre el momento preciso de su comienzo. Es como si quisiera un poco más de tiempo para relajarse con sus amigos antes de que comience su pasión. O tal vez tenía otro comienzo en mente. Pero María simplemente ordena a los camareros: “Haced lo que Él os diga”.
¿Podemos confiar en que María sabe lo que se siente al “faltar algo” (como el vino)? ¿No tenía marido cuando quedó embarazada? ¿Creemos que sabe que “faltar algo” puede crear vergüenza y bochorno e incluso peligro debido a las reacciones de otras personas? ¿Y podemos confiar en que fue precisamente la sensibilidad de María en este asunto lo que la hizo señalar esta necesidad a su hijo, Jesús?
Jesús, incluso si siente que “no es su momento”, escucha la compasión de su madre y comienza su vida pública. Esta respuesta generosa puede dar un ejemplo a la Iglesia mientras aprende a vivir con las personas LGBTQ en su medio. Tal vez nosotros u otros hemos tenido la experiencia de un embarazo no deseado, como una sorpresa y hasta una vergüenza. “¿Cómo sucedió esto?”, nos hemos preguntado, imitando la respuesta de María en la Anunciación. Sin embargo, con el tiempo también hemos dicho en oración: “Hágase en mí según tu palabra”.
Esta imagen del matrimonio/nacimiento está presente en todas las palabras de las Escrituras de hoy. En la lectura de Isaías, leemos: “No me callaré… ¡No me quedaré callado!” (por amor a Sión). También, “Ya no te llamarán “abandonada” y “desolada”, sino “mi delicia”. Finalmente, “Como un joven se desposa con una virgen, tu Creador se desposará contigo, y como un esposo se regocija con su esposa, así se regocijará contigo tu Dios”.
Estas imágenes matrimoniales se refieren a Israel, y también incluyen a quienes seguimos el linaje espiritual de Israel, la Iglesia. Que el mundo sepa, proclama Isaías, que ya no estás abandonada ni desolada porque YHWH te ha tomado como su esposa. Se ha casado contigo. ¡Qué cambio! Qué mensaje para este domingo en el que celebramos una fiesta de bodas con la presencia de Jesús y María. Que nosotros y la Iglesia nos llenemos de alegría al despertar al abrazo matrimonial del amor de Dios por nosotros después de nuestro exilio.
Como personas LGBTQ, ¿podemos escuchar este mensaje para nosotros hoy? Tú también eres esta novia de Dios, ya no abandonada ni desolada, sino su deleite.
Y como iglesia, ¿podemos escuchar el mensaje de que si se puede hablar de Dios como “casándose” con su amada (Sión), entonces ¿por qué la jerarquía es tan incapaz de aceptar las relaciones homosexuales como signos del amor de Dios? Como iglesia, ¿somos tacaños? ¿Dudamos de la amplitud del amor de Dios? Tal vez estas carencias por parte de la iglesia sean una forma de interpretar lo que se quiere decir cuando escuchamos a María gritarle a Jesús: “Se han quedado sin vino”.
El salmo responsorial nos insta a seguir adelante y a salir al exterior con el mensaje: “Proclamad las maravillas de Dios a todas las naciones”. Sí, Dios nos ha desposado, a cada uno de nosotros como individuos y a toda la comunidad de la Iglesia. Con una alegría indescriptible –como en una fiesta de bodas donde de repente aparecen 120 galones de buen vino– entremos con él en su tienda nupcial mientras el jefe de camareros exclama: “Has guardado el mejor vino para el final”. Entonces, que comience el baile.
En la segunda lectura, San Pablo escribe a los corintios: “Hay diversidad de dones espirituales… pero uno y el mismo Espíritu que los produce”. Este es un mensaje maravilloso sobre la diferencia y los carismas que fluyen de esta realidad en la creación.
¿No es precisamente la conciencia de las personas LGBTQ de nuestra diferencia lo que es un carisma que traemos a la Iglesia? Después de muchas luchas y dolores de parto, hemos experimentado el amor del Creador por la diferencia. ¿No es esto algo para proclamar, aunque la Iglesia a menudo le tenga miedo? Por nuestra propia fidelidad y creencia en la presencia de Dios en nosotros, proclamamos a las iglesias cómo nuestros diferentes dones trabajan juntos para el bien de todo el Cuerpo a través del único Espíritu.
Por último, si como muchas personas hoy en día a veces sentimos que nos hemos “quedado sin vino” (es decir, sin alegría de vivir y sin confianza en nuestro amor “diferente”), ¿podemos creer que Jesús puede convertir el “agua” de nuestras vidas a veces insulsas en “vino”, el espíritu de fiesta, celebración y alegría que está en los corazones y las almas de las personas LGBTQ como uno de los dones espirituales de Dios para nosotros? La Iglesia necesita que este “espíritu nupcial” burbujee como el buen vino y lo envíe a la nueva aventura sinodal de esperanza, como nos ruega el Papa Francisco en su último y maravilloso período como nuestro Papa.
Recordábamos ayer que hace ya 16 años que este blog comenzaba su andadura… Han pasado muchas vicisitudes, a su calor han nacido grupos de cristianos LGTBI y… tantas cosas, tantas historias… Y estamos convencidos de que el Santo ha estado a nuestro lado. Por eso, retomamos este artículo del blog Santos Queer:
San Sebastián ha sido llamado el primer ícono gay de la historia y el santo patrono de las personas queer. Su festividad se celebra el día de hoy (20 de enero).
Sebastián fue un antiguo mártir cristiano asesinado en en año 288 por orden del emperador romano Diocleciano. Ha sido sujeto de innumerables obras de arte que muestran como las tropas le dispararon flechas. Poco se sabe sobre su vida amorosa, por lo que su antigua popularidad entre los varones gay se basa, principalmente, en el aspecto como ha sido tradicionalmente pintado.
A partir del Renacimiento, Sebastián ha sido pintado la mayor parte de las veces como un joven casi desnudo en una mezcla de placer y dolor. El homoerotismo de estas pinturas es obvio.
Debido a que otros blogs han comentado sobre las obras maestras que muestran a San Sebastián a través de la historia del arte, aquí me limitaré a poner un ejemplo y remitir a las y los lectores a la mejor colección de arte sobre Sebastián que he encontrado:
San Sebastián es el tema favorito del artista gay contemporáneo Tony De Carlo, cuya obra se encuentra en la parte superior de este post. Este artista comenzó su Serie sobre San Sebastián en la década de 1980 en respuesta a la crisis del VIH/SIDA. Desde entonces, la colleccion ha crecido a más de 40 imágenes.
“Lo elegí porque era conocido como el santo patrono y protector contra la peste que se extendía por Europa“, declaró De Carlo en una entrevista para el blos Jesus in Love [Jesús enamorado]. “No fue hasta el año 2001, cuando entré en una santería católico-romana de Nuevo México [EE.UU], que tomé una estatua de peltre de San Sebastián, y vi una etiqueta en la parte inferior que dicía ‘Patrono de los homosexuales’”.
El histórico Sebastián en realidad sobrevivió al ataque de las flechas y fue cuidado por la Santa Irene de Roma hasta que se sanó, sólo para ser “martirizado dos veces“, pues luego fue ejecutado por el emperador Diocleciano.
Sebastián también aparece a menudo en el mundo de la literatura gay. Por ejemplo el dramaturgo Tennessee Williams llamó a su personaje gay martirizado Sebastián en “De repente, el último verano,” y Oscar Wilde utilizó el nombre Sebastián como su propio alias después de su liberación de la prisión.
El cuadro de arriba fue pintado por el artista gay de California Rick Herold, quiencoloca a San Sebastián contra un colorido telón de fondo con dibujos animados, como una reminiscencia del artista y activista gay Keith Haring.“A lo largo de mis años como pintor siempre he estado interesado en la idea de que el espíritu y la carne son uno. Comencé por las influencias del arte tántrico y luego usé mi formación católicarromana”, afirma Herold para el blog Jesus in love[Jesús enamorado].Herold pinta sus cuadros con esmalte en el reverso de plexiglás transparente.
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“San Sebastián y Matt Shepard yuxtapuestos” por el pintor JR Leveroni
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La obra “San Sebastián y Matt Shepard yuxtapuestos” del artista JR Leveroni compara el martirio de Sebastián con la muerte de un mártir gay contemporáneo, Matthew Shepard (1976-1998).Shepard era un estudiante en la Universidad de Wyoming cuando fue brutalmente golpeado y abandonado a su suerte por dos hombres que más tarde afirmaron haberse vuelto “temporalmente locos” por su “pánico gay.” El asesinato de Sheppard condujo a la ampliación de la ley contra los crímenes de odio en Estados Unidos de Norteamérica para juzgar la violencia basada en la orientación sexual y la identidad de género.
Leveroni es un artista visual emergente que vive en el sur del estado de Florida, Estados Unidos de Norteamérica. Su obra se basa en pinturas en un estilo cubista, las cuales retratan a mártires homosexuales que sufren de una manera tenue con apenas un rastro de sangre.Una variedad de cuadros con desnudos masculinos y pinturas religiosas se puede ver en la página web de Leveroni.
Esta entrada es parte de la Serie Santos GLBTI por Kittredge Cherry en el blog Jesus in Love [Jesús enamorado]. Ese blog presenta en las fechas adecuadas durante todo el año tanto santas y santos como mártires, héroes, heroinas y personas consagradas de especial interés para las personas gays, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales (GLBTI) y sus aliadas y aliados.
Era un 19 de enero del año 2009 cuando iniciábamos esta aventura… y lo hacíamos explicando el por qué y para qué…
En estos dieciseis años, han ocurrido muchas cosas, desde los dos hackeos por los intolerantes con la desaparición de buena parte de los post y archivos, la muerte de quien construyó su formato y seguimiento… pero también el encuentro con tantos y tantos amigos y amigas que han ido construyendo comunidades inclusivas que aspiran a peregrinar en este mundo hacia la consecución del Reino de Dios… Un espacio donde podamos encontrarnos y continuar esta lucha contra la Intolerancia, y la Homofobia y hacer posible que este mundo y las distintas confesiones religiosas en particular, sean espacios abiertos e inclusivos.
Desde entonces y hasta ayer, miles de personas de todos los países del mundo han entrado en el blog, siendo, ciertamente, una referencia eclesial y del colectivo. Toda una alegría que agradecemos…
***
Pero hoy, víspera de San Sebastián, santo al que nos encomendamos desde el principio, traemos su recuerdo y compañía en este camino…
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
-«No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.
Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»
*
Mateo 10, 28-33
*
Oración
Padre todo misericordioso, que concediste al mártir San Sebastián pelear el combate de la fe hasta el derramamiento de su sangre; te rogamos que su intercesión nos ayude a soportar por tu amor la adversidad y a caminar con valentía hacia ti, fuente de toda vida. Por nuestro Señor Jesucristo…
La verdad es que no tenemos vino.
Nos sobran las tinajas, y la fiesta
se enturbia para todos, porque el sino
es común y la sola sala es ésta.
Nos falta la alegría compartida.
Rotas las alas, sueltos los chacales,
hemos cegado el curso de la vida
entre los varios pueblos comensales.
¡Sangre nuestra y de Dios, vino completo,
embriáganos de Ti para ese reto
de ser iguales en la alteridad.
Uva pisada en nuestra dura historia,
vino final bebido a plena gloria
en la bodega de la Trinidad!
*
Pedro Casaldáliga
***
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: “No les queda vino.”
Jesús le contestó: “Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.”
Su madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que él diga.”
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dijo: “Llenad las tinajas de agua.”
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó: “Sacad ahora y llevádselo al mayordomo.“
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.”
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.
Después, Jesús bajó a Cafarnaún, acompañado de su madre, sus hermanos y sus discípulos, y se quedaron allí unos cuantos días.
*
Juan 2, 1-12
***
No conseguiremos nunca agotar la riqueza de significados de los «signos» del evangelista Juan. En el primero de ellos se nos revela Jesús como alguien que da vino a los esposos de Cana. Las bodas necesitan alegría: «¿Acaso pueden ayunar los invitados a la boda cuando el esposo está con ellos?», dice Jesús.
El vino está en su sitio en una fiesta de bodas, porque el vino simboliza todo lo que la vida puede tener de agradable: la amistad, el amor humano y, en general, toda la alegría que puede ofrecer la tierra, aunque con su ambigüedad. Quisiéramos que este vino, que es la alegría de vivir, «el vino que alegra el corazón del hombre», no faltara nunca. Se lo deseamos a todos los esposos. Pero falta en algunas ocasiones. Les faltó a los esposos de Cana: «No tienen vino». Jesús hubiera podido responder: si no tienen, que lo compren. El hecho es que el vino es la alegría de vivir, algo que no se puede comprar ni fabricar, y es difícil estar sin ella. Y este vino, del que los esposos tienen necesidad, pero que nunca podrían darse a sí mismos, este vino –decíamoslo «crea» Jesús del agua, porque se trata de un vino nuevo. Juan quiere decirnos que el vino nuevo es bueno, nunca probado hasta entonces: es Jesús mismo. El vino se muestra significativo como don de Jesús: está al final, es bueno, es abundante. Es signo del tiempo de la salvación. El vino es así «la sangre derramada» de Cristo por nosotros, es el sino de la caridad, de la entrega de sí, algo tan importante para poder vivir como cristianos.
El vino de las bodas de Cana, ese esperado vino bueno, es el don de la caridad de Cristo, el signo de la alegría que trae la venida del Mesías. Las fiestas de los hombres acaban de esa forma que tan bien describe el maestresala: la tristeza del lunes.
Jesús, en cambio, es «el sábado sin noche», como decía san Agustín: cuando pensamos que la fiesta se acaba -«No tienen vino»-, aparece el vino bueno, conservado hasta ese momento, el vino nuevo jamás probado antes.
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A. S. Bessone, Prediche Della domenica. Ánno C,
Biella 1992, pp. 185-190, passim
Según el evangelista Juan, Jesús fue realizando signos para dar a conocer el misterio encerrado en su persona y para invitar a la gente a acoger la fuerza salvadora que traía consigo. ¿Cuál fue el primer signo?, ¿qué es lo primero que hemos de encontrar en Jesús?
El evangelista habla de una boda en Caná de Galilea, una pequeña aldea de montaña, a quince kilómetros de Nazaret. Sin embargo, la escena tiene un carácter claramente simbólico. Ni la esposa ni el esposo tienen rostro: no hablan ni actúan. El único importante es un «invitado» que se llama Jesús.
Las bodas eran en Galilea la fiesta más esperada y querida entre las gentes del campo. Durante varios días, familiares y amigos acompañaban a los novios comiendo y bebiendo con ellos, bailando danzas de boda y cantando canciones de amor. De pronto, la madre de Jesús le hace notar algo terrible: «no les queda vino». ¿Cómo van a seguir cantando y bailando?
El vino es indispensable en una boda. Para aquellas gentes, el vino era, además, el símbolo más expresivo del amor y la alegría. Lo decía la tradición: «El vino alegra el corazón». Lo cantaba la novia a su amado en un precioso canto de amor: «Tus amores son mejores que el vino». ¿Qué puede ser una boda sin alegría y sin amor?, ¿qué se puede celebrar con el corazón triste y vacío de amor?
En el patio de la casa hay «seis tinajas de piedra». Son enormes. Están «colocadas allí», de manera fija. En ellas se guarda el «agua» para las purificaciones. Representan la piedad religiosa de aquellos campesinos que tratan de vivir «puros» ante Dios. Jesús transforma el agua en vino. Su intervención va a introducir amor y alegría en aquella religión. Esta es su primera aportación.
¿Cómo podemos pretender seguir a Jesús sin cuidar más entre nosotros la alegría y el amor?, ¿qué puede haber más importante que esto en la Iglesia y en el mundo?, ¿hasta cuándo podremos conservar en «tinajas de piedra» una fe triste y aburrida?, ¿para qué sirven todos nuestros esfuerzos, si no somos capaces de introducir amor en nuestra religión? Nada puede ser más triste que decir de una comunidad cristiana: «No les queda vino».
Isaías 62, 1-5: La alegría que encuentra el esposo con su esposa. Salmo responsorial: 95: Contad las maravillas del Señor a todas las naciones. 1Corintios 12, 4-11: El mismo y único Espíritu reparte a cada uno como a él le parece. Juan 2, 1-11: En Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos.
La vida de Jesús se desarrolló dentro de la normalidad propia del ambiente cultural y la religiosidad de un judío del primer siglo de nuestra era. Los discípulos descubren a Jesús como un hombre normal, en un ambiente normal y sin ningún tipo de manifestaciones espectaculares o extraordinarias. Esta realidad de una vida normal en Jesús, hace que entre los discípulos y él no haya ningún tipo de distanciamiento, antes por el contrario, una vida verdaderamente humana como la de Jesús, hace que su experiencia del Dios sea más creíble y mucho más accesible a la conciencia y a la vida de los que le escuchan y le siguen. La actitud de Jesús, sin ningún tipo de pretensión, va revelando una nueva imagen y un nuevo concepto de Dios. Dios ha dejado de ser ese ser extraño y lejano, que atemoriza al ser humano, y toma la característica del Dios original de Israel, el Dios que camina con su pueblo.
Para la lógica del Evangelio de Juan, el Banquete es un tema fundamental en la teología del evangelio de Juan. La teología del banquete se abre con la misión de Jesús en Caná de Galilea, y se cierra con la última Cena, fundamento de la Eucaristía. El Banquete es por tanto un signo mesiánico, donde se anuncia la llegada del Reino y se presenta a Jesús, Soberano del Reino. Es un símbolo fundamental que explica en la cotidianidad la presencia del Reino en medio de la historia.
Las bodas de Caná están en el imaginario de los primeros cristianos y de todo la Iglesia a lo largo de la historia, por ese hecho inolvidable: en lo mejor de la boda, el vino se acaba. ¿Cómo es posible que no se haya previsto esta parte en la fiesta? La acción de Jesús de Nazaret frente a la falta de vino, hará que este relato de las bodas de Caná, quede inmortalizado en la simbología cristiana.
El milagro de las bodas en Caná de Galilea, no es simplemente por la falta de vino. El asunto es otro: el relato tiene que ser entendido en perspectiva de Reino, en dinámica de tiempo mesiánico. El texto indica, que había allí en un lugar de la casa, unas tinajas de piedra vacías, seis en total. El texto hace énfasis en que están vacías. Son tinajas destinadas para contener el agua de la purificación ritual de los creyentes judíos. Pero están secas. Este símbolo, indica la sequedad en que se encuentra el modelo religioso judío. En la visión de los cristianos primeros, que acabaron separándose del judaísmo, la ley judía, antes que ayudar, terminó dificultando la relación de Dios con su pueblo. Les resultaba una ley vacía, sin sentido, que sólo generaba cargas y no posibilitaba la libertad y la alegría. Las tinajas, destinadas a la purificación, eran un símbolo que dominaba la ley antigua. Ese modelo de ley creaba con Dios una relación difícil y frágil, mediatizada por ritos fríos y carentes de sentidos.
No se dice sin embargo que las tinajas estuvieran con agua. Son llenadas cuando Jesús lo ordena. Al estar llenas, las tinajas que no prestaban ya ningún servicio, más bien estorbaban en la vida normal de la gente, permiten una nueva manifestación del proyecto de Jesús: el agua está convertida en vino. ¿Qué nos indica ese signo? La ritualidad, el legalismo, la norma fría y vacía, es trasformada en vino, símbolo de la alegría, del gozo mesiánico, de la fiesta de la llegada del tiempo nuevo del Reino de Dios. Tenemos que acabar en nuestra vida y en la vida comunitaria, con los sistemas religiosos deshumanizantes, para lograr entrar en la dinámica liberadora, incluyente y festiva que Jesús inauguró.
¿Complicada esta interpretación? Efectivamente, es complicada, con la complicación que brota de un texto sofisticado, muy elaborado, con toda una trastienda de alusiones veladas y crípticos mensajes. Leer, proclamar, comentar el evangelio de Juan como si se tratara de una simple y llana historieta de unas bodas, en las que además Jesús funda el sacramento del matrimonio, sin más complicaciones… resultaría una lectura fácil y cómoda, pero sería profundamente carente de veracidad. Aunque sea más laborioso y menos grato, es mejor tratar a nuestros oyentes como adultos, y no ahorrarles la complejidad de unos textos que interpretados directamente a la letra nos llevarían solamente por caminos de fundamentalismo. Leer más…
Las bodas siguen siendo campo discutido en la iglesia:
(a) Si son sólo de hombre-mujer, o de dos seres humanos, varones o mujeres. Si hay sólo bodas o también divorcio.
(b) ¿Qué significa invitar que se hagan bodas por amor de Jesús, en oración, en un tiempo como éste, año 2025, cuando muchos viven en pareja sin casarse por la iglesia, llamando como testigo a Jesús o a la Virgen.
El tema es serio y así lo ha sentido el cuarto evangelio. Por eso, tras hablar de Juan Bautista (Jn 1), es decir, de los temas penitenciales y del agua del bautismo pasa a las bodas, un tema importante para este tiempo en que la gente sigue viviendo en pareja, pero quizá sin boda de Iglesia, esto es, sin invitar a Jesús. ¿Qué sentido tiene invitar o no invitar a Jesús ? ¿Qué sentido tiene la oración de bodas.
| Xabier Pikaza
No puedo responder a las preguntas anteriores sino comentar el texto de Jn 2, 1-12, evocando la celebración de unas bodas de buena Biblia, con la madre de Jesús presente como iniciadora y la transformación del agua de la Ley en vino del Reino, pasando así de las purificaciones legales a la experiencia Mesiánica del Reino de Dios que es buenas bodas (cf. Ap 20‒21).
Los temas de fondo son éstos:
La gente se casa y descasa, pero falta vino de vida y de fiesta en las bodas humanas
La Virgen y Jesús parecen más aguafiestas de mala ley que portadores de fiesta, impulsores de amor en libertad y en gozo de vino
La mayoría de los cristianos de antiguas iglesias no llaman a Jesús ni su madre a las bodas.
¿Tiene algo que decir sobre ese tema el Evangelio? Siga quien quiera plantear quizá mejor el tema
1A los tres días había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. 2Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.3Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». 4Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». 5Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga».
6Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. 7Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. 8Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron.
9El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo 10y le dice: Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora (Jn 2, 1-10).
No tienen vino
Había una boda en Caná de Galileay la Madre de Jesús se hallaba allí (Jn 2,1). Esta anotación causa cierta sorpresa. Podía parecer en el principio que, según el evangelio de Juan Jesús carecía de padres de la tierra, pues había provenido como Palabra de Dios (Jn 1, 1-18). Después se nos ha dicho casi de pasada que era el hijo de José de Nazaret, en afirmación cuyo sentido no quedaba claro (1, 45; cf. 6, 42). Pero el texto añade: La madre de Jesús estaba allí.
La Madre es importante, se la conoce por su título (cf. Jn 19, 25-27). Ella pertenece al espacio y tiempo de las bodas. No era necesario invitarla: ¡Estaba allí! Las bodas eran para ella un espacio normal (natural), forman parte de su preocupación y de su historia. No está fuera, como invitada, en actitud pasiva; está muy dentro, actuando como supervisora, atenta a lo que pasa y diciendo a Jesús: “No tienen vino·.
Jesús, en cambio, empieza siendo un invitado, viene de fuera, no pertenece al espacio de bodas antiguas: Él y sus discípulos son de un mundo aparte, están como de paso. Lógicamente, no se preocupan de los temas de organización, al menos en un primer momento. Esta es la paradoja de la escena: Jesús viene como por casualidad, pero luego actúa como guía y autor (proveedor) de vino de bodas.
Y faltando el vino le dijo la madre de Jesús: ¡No tienen vino! (2,3). Situemos los rasgos de esta frase. Lo primero es la carencia:¡faltando el vino! Todas las explicaciones puramente historicistas de ese dato quedan cortas: los novios serían pobres, se habrían descuidado en la hora del aprovisionamiento, habrían llegado (con los discípulos de Jesús) demasiados invitados, diestros bebedores… El mensaje y conjunto de la escena es demasiado importante como para contarlo a ese nivel. El tema es que hay bodas de y que falta vino.
Esa carencia es un elemento constitutivo de la escena en aquella situación de bodas. Hombres y mujeres se casan, celebran bodas, tienen hijos… Pero la madre de Jesús sabe que falta vino, gozo de fiesta, celebración, abundancia feliz. Hombres y mujeres se casan, forman casas, se relacionan, pero no son felices, de manera que pasan por la vida sin saberlo, sin saberse (saborearse), conocerse y comunicarse de un modo radical, como ha mostrado la parte anterior de este libro al tratar de la eucaristía de Jesús y del vino de las fiestas de la vida humana
Como si supera que su hijo es especialista en vida humana (eucaristía, comunión), la madre dice a Jesús “no tienen vino”, falta vida de evangelio. Esto es lo que sabe y dice la madre. Si Jesús no hubiera esta allí, si no hubiera sido invitado, no se hubiera notado a falta: ¡Por siglos y siglos los hombres se habían arreglado sin (buen) vino! Sólo ahora, cuando llega Jesús, se nota la carencia, la ruptura entre lo antiguo (bodas sin vino) y lo nuevo (vino de Cristo).
Daba la impresión de que nadie había descubierto esa carencia. Jesús está de incógnito. Rueda normalmente la vida y, al no tener más referencia, los esposos (y todos los invitados) se contentan con poco. Sólo la madre (estando Jesús allí) nota la falta, en gesto de vidente o profetisa, en una línea que se puede comparar con la de Juan Bautista. María pertenece al mundo antiguo, de bodas sin vino, pero sabe que su hijo forma parte de un mundo distinto con vino de boda en las bodas.
En esa línea, ella se puede comparar con Juan Bautista, que había descubierto y destacado la carencia de perdón a la vera del Jordán (río de purificaciones), para decir a todos que la respuesta era Jesús: ¡Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo! (Jn 1, 29). Avanzando en esa línea, la Madre de Jesús ha descubierto que en las bodas falta vino (2, 3). Pero ella no ha empezado diciendo eso a los hombres; se lo dice a Cristo en palabra de riquísima advertencia, oración iluminación y velada petición (queriendo que Jesús remedie la carencia).
Para decir ¡no tienen vino! ha de estar (¡y está!) en las fronteras de la vida, en el lugar donde se pasa del día sexto de la creación antigua (bodas sin vino) al séptimo de la plenitud, del día segundo de la muerte al tercero de la resurrección. Por un lado, la Madre de Jesús es mujer del mundo antiguo, de las bodas sin vino, pero ella conoce y comparte los problemas y preocupaciones de aquellos que no logran gozar el verdadero matrimonio de la vida, el lugar donde debiera desplegarse el vino de las bodas. Ella sabe lo que falta y no lo puede conceder por sí misma, pero sabe que su hijo puede y le dice “no tienen vino.
Siendo mujer del mundo antiguo, ella es, al mismo tiempo, mujer del mundo nuevo: pues sabe que hay un vino distinto de bodas y sabe quién puede concederlo y así se lo dice. La impaciencia del Reino de Dios late en su vida y tiene que expresarla, diciendo a Jesús reverente: ¡no tienen vino! Esas palabras de oración condensan todas las formas de necesidad humana (incluyendo las que vio y destacó Buda en la India unos siglos antes: Hombres y mujeres enferman, envejecen y mueren sufriendo. ¿Cómo responder? ¿Hacerse monjes, casarse por un tiempo?). Buda se hizo monje y siguió caminando hasta la higuera de Benarés (junto al Ganges). Jesús ha ido a las bodas de Caná, donde está su madre, que sabe que en la sala del banquete hay seis vasijas de piedra para el agua de las purificaciones, pero que no hay vino [1].
Haced lo que él os diga (Jn 2, 5)La Madre conoce el problema, pero no puede resolverlo, no puede conceder por sí misma lo que Dios había querido conceder a los hombres, ahora que culmina el día séptimo de la creación!). Ella sabe que su hijo ha venido a traer plenitud al mundo y por eso le confía reverente ¡no tienen vino! (el vino de la Pascua del día 3º, cf. Jn 15: Yo soy la vid). Recordemos que Jesús no es novio, en contra de una perspectiva que muy pronto (cf. Ef 5) se hará común en el conjunto de la iglesia. Su Madre tampoco es esposa, es sólo iniciadora mesiánica del Cristo. Los esposos son dos desconocidos cuyo nombre no interesa recordar, dos cualquiera, todos los humanos, judíos y gentiles, que al buscarse y al casarse (para vivir) están buscando plenitud, felicidad, sobre la tierra.
Iniciadora mesiánica. Ella ha vivido, ha sufrido, conoce, Dios le ha confiado el encargo de educar al Hijo eterno en la vida de los hombres, y esa educación culmina precisamente ahora: desde su misma madurez, en el momento primero y más solemne de su iniciación, en el centro de la crisis y pecado (carencia) de la historia, tiene que enseñar y enseña al Cristo, su Hijo, aquello que los hombres necesitan (vino de bodas), algo que Jesús no pudo aprender en el templo (cf. Lc 2, 41-52).
María enseña a Jesús y parece que Jesús empieza protestando (no necesita que nadie le enseñe, ni su madre ni la mujer siro-fenicia de Mc 7), de manera que parece distanciarse de ella: ¿Qué hay entre yo y tú, mujer? ¡Aún no ha llegado mi Hora! (Jn 2, 4): ¡Qué nos importa a ti y a mí! ¿Qué tenemos en común nosotros?… Es normal que en una situación como ésta Jesús se distancie de su madre a quien llama, de forma significativa, mujer. Parece distanciarse, pero en realidad escucha, aprende y cumple lo que ella le pide:
– Se distancia de ella para marcar su propia su autonomía mesiánica: ¡El Hijo de Dios no depende de una madre de la tierra! Él tiene su propio tiempo y verdad, como aparece en el texto convergente de la sirofenicia (Mc 7, 27; cf. también Mc 3, 31-35). En un determinado nivel, la madre pertenece aún al pueblo israelita y Jesús tiene que romper con ella y superarla para ser auténtico mesías.
– Jesús la llama ¡Mujer! en palabra que, aludiendo al principio de la creación (Gén 1-3), ilumina y encuadra el sentido de la escena. La madre de Jesús es la verdadera Mujer/Eva de este día séptimo de la creación pascual; por eso, ella no puede apoderarse de la voluntad de Dios, ni encauzar la vida de su Hijo, pero su Hijo tiene que es escucharse, si es Hijo del Dios que escucha las peticiones de los hombres, como he puesto de relieve en la parte anterior de este libro, al centrarme en ese tema (oraciones de petición).
La alusión queda velada y debe interpretarse (recrearse) desde el fondo de lo que sigue. Estamos, sin duda, en un momento de suspense. El lector normal no habría esperado esta respuesta de Jesús; es más, la encuentra escandalosa. Pues bien, sólo penetrando en ese escándalo (que en perspectiva teológica resulta necesario)se entiende lo que sigue.
He situado este pasaje en el trasfondo de Mc 7, 24-30 donde Jesús y la madre pagana dialogan y aprenden (van cambiando) uno del otro, en diálogo también escandaloso: Jesús rechaza primer a la mujer, para escuchar y realizar después, en un nivel más alto, lo que ella le pedía, como Dios que escucha las peticiones de los hombres.
– Parece que Jesús rechaza aquello que su madre le ha pedido, marcando su propia independencia mesiánica, distanciándose de ella con palabras que parecen marcadas de dureza: ¿Qué tenemos que ver nosotros? (2,4)
– La madre a quien Jesús llama ¡mujer! acepta su respuesta y cambia de actitud. No puede exigir nada, no argumenta ni polemiza, pero tiene a su lado a los servidores, diáconos de las bodas, y como primera de todos los ministros de la iglesia les dice: ¡Haced lo que él os diga! (2, 5).
– Por su parte, Jesús, que parecía haberse distanciado de su madre, cumple luego, de modo distinto, por su propia voluntad, que lo que ella le pedía: ¡Ofrece vino abundante y muy bueno a los invitados de bodas! Así realiza y desborda el deseo más profundo de María (2, 6-10)
De manera paradójica, desde el mutuo movimiento de gestos y palabras, debe interpretarse la escena, como descubrimiento y más honda apertura de María. Precisamente allí donde pudiera parecer que la madre quiere dominar al Hijo (¡no tienen vino!) ella viene a presentarse como servidora de ese Hijo, pidiendo a los servidores de la boda que escuchen a Jesús y cumplan su voluntad (como en el Padre-Nuestro: Hágase tu voluntad).La palabra de María (¡haced lo que él os diga!) nos sitúa dentro de la teología de la alianza, conforme a la cual los antiguos judíos se comprometían a cumplir la voluntad de Dios (¡haremos todo lo que manda el Señor!: Ex 24, 3). Leer más…
Para la mayoría de los católicos, sólo hay una fiesta de Epifanía, la del 6 de enero: la manifestación de Jesús a los paganos, representados por los magos de oriente. Sin embargo, desde antiguo se celebran otras dos: la manifestación de Jesús en el bautismo (que recordamos el domingo pasado) y su manifestación en las bodas de Caná.
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: “No les queda vino.” Jesús le contestó: “Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.” Su madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que él diga.”
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: “Llenad las tinajas de agua.” Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: “Sacad ahora y llevádselo al mayordomo.” Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes si lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.”
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.
Imaginemos tres posibles lectores de este relato.
El cristiano sencillo y benévolo
El relato no le plantea problemas, le gusta. Le gusta que lo primero que hace Jesús en su vida pública no sea irse al desierto a ser tentado por Satanás (como cuentan Mateo, Marcos y Lucas) sino asistir a una boda, con los cinco discípulos que ya le acompañan. Le gusta que esté presente su madre y le divierte la pelea entre madre e hijo, porque él, por mucho que proteste, termina haciendo lo que ella quiere. Aunque hay que reconocer que exagera, porque seiscientos litros de vino son demasiados litros; además, de excelente calidad, como afirma asombrado el mayordomo. El lector sencillo está de acuerdo en que este milagro revela la gloria de Jesús y comprende que los discípulos creyesen en él. Lo único que no le gusta del todo es que al final no vuelva a mencionar a la madre de Jesús, que es, en realidad, quien lo obligó a hacer el milagro.
El creyente crítico
Está básicamente de acuerdo con el cristiano sencillo, pero le gustaría que el evangelista hubiera tratado con más detalle algunas cuestiones. ¿Por qué no llama a María por su nombre y se limita a hablar de “la madre de Jesús”? ¿Quiénes son los que se casan y por qué han invitado a la boda a ella, a Jesús y a sus amigos? Caná está muy cerca de Nazaret, a doce kilómetros, pero los de Caná dicen que “de Nazaret no puede salir nada bueno”. Debe de ser una familia especial, en buenas relaciones con los nazarenos, al menos con la familia de Jesús; y ser muy rica, porque en la casa hay seis tinajas de unos cien litros cada una (¿para qué querrán tanta agua?) y en la boda cuenta con un mayordomo y sirvientes. En cuanto a la falta de vino, le extraña que sea María quien se da cuenta, no el mayordomo; y que ella quiera que la gente siga bebiendo y fuerce a Jesús a resolver el problema. Una mujer sensata preferiría que bebiesen agua. Lo de la conversión del agua en vino prefiere no pensarlo demasiado. Algunos químicos dicen que eso es imposible, a pesar de que muchas bodegas los hacen continuamente. ¿Y cómo se enteran los discípulos de que Jesús ha hecho el milagro? ¿Lo ha contado el mayordomo? El evangelio termina diciendo que sus discípulos creyeron en él, pero no dice nada del mayordomo, ni del novio (la novia no tiene voz ni voto) ni de los invitados, que se bebieron el vino. ¿También ellos creyeron en Jesús? Al final, el creyente crítico se lía la manta a la cabeza, acepta el milagro y le pide a Dios que aumente su fe en Jesús, como hizo con los discípulos.
El conocedor del Antiguo Testamento
Comparte la fe del cristiano sencillo y comprende las preguntas del creyente crítico, a las que intenta ofrecer alguna respuesta.
Empezando por el principio, los evangelios no son biografía de Jesús, no pretenden contar con detalle todo lo que hizo y dijo. Lo que consideran secundario lo omiten tranquilamente. ¿Qué más da que el novio se llamase Isaac o Zacarías, fuera sobrino de María o amigo de José, que ya habría muerto porque no asiste a la boda?
A María no la llama por su nombre, sino por su título de “madre de Jesús”, igual que “la madre del rey” era el mayor título de una mujer en el reino de Judá. Y destaca, con cierto humor, su papel fundamental en este primer milagro de Jesús. A su petición, él responde mala manera, poniendo una excusa de tipo teológico: “todavía no ha llegado mi hora”. Pero a María le traen sin cuidado los planes de Dios y la hora de Jesús cuando está en juego que unas personas lo pasen mal. Y está tan convencida de que Jesús terminará haciendo lo que ella quiere que así se lo dice a los criados.
Juan es el único evangelista que pone a María al pie de la cruz, el único que menciona las palabras de Jesús: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “Ahí tienes a tu madre”. De ese modo, abre y cierra la vida pública de Jesús con la figura de María. Cuando pensamos en lo que hace en la boda de Caná, debemos reconocer que Jesús nos dejó en buenas manos.
Pero es también muy importante el simbolismo de la boda y del vino.
Para los autores bíblicos, el matrimonio es la mejor imagen para simbolizar la relación de Dios con su pueblo. Precisamente porque no es perfecto, porque se pasa del entusiasmo al cansancio, se dan momentos buenos y malos, entrega total y mentiras, el matrimonio refleja muy bien la relación de Dios con Israel. Una relación tan plagada de traiciones por parte del pueblo que terminó con el divorcio y el repudio por parte de Dios (simbolizado por la destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia). Pero el Dios del Antiguo Testamento podía permitirse el lujo, en contra de su propia ley, de volver a casarse con la repudiada. Es lo que promete en un texto de Isaías:
“El que te hizo te tomará por esposa:
su nombre es Señor de los ejércitos.
Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar el Señor;
como a esposa de juventud, repudiada –dice tu Dios–.
La primera lectura de hoy, tomada también del libro de Isaías, recoge este tema en la segunda parte.
Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi favorita», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá marido. Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo.
Para el evangelista, la presencia de Jesús en una boda simboliza la boda definitiva entre Dios e Israel, la que abre una nueva etapa de amor y fidelidad inquebrantables.
En cuanto al simbolismo del vino, otro texto del libro de Isaías habría venido como anillo al dedo:
“El Señor de los ejércitos prepara para todos los pueblos en este monte
un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera;
manjares enjundiosos, vinos generosos”.
Este es el vino bueno que trae Jesús, mucho mejor que el antiguo. Además, este banquete no se celebra en un pueblecito de Galilea, con pocos invitados. Es un banquete para todos los pueblos. Con ello se amplía la visión. Boda y banquete simbolizan lo que Jesús viene a traer e Israel y a la humanidad: una nueva relación con Dios, marcada por la alegría y la felicidad.
Tercera epifanía
El final del evangelio justifica por qué se habla de una tercera manifestación de Jesús. “Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.” Ahora no es la estrella, ni la voz del cielo, sino Jesús mismo, quien manifiesta su gloria y hace que los discípulos crean en él. Al final del cuarto evangelio se dice: “Todo esto ha sido escrito para que creáis que Jesús es el Hijo de Dios y creyendo en él tengáis la vida eterna”. En la boda de Caná se pone la primera piedra de esa fe que nos salva.
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: -Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba.”
¿No había ningún fariseo en aquella boda?, para que se indignara y le dijera a la gente algo parecido a lo del episodio de la mujer encorvada (“seis días tenéis para venir a curaros…”). Algo así como: -“Otros recipientes tenéis para llenarlos de vino, dejad las tinajas de las purificaciones”.
Desde luego, si en esa casa había seis tinajas para las purificaciones, parece indicar que la gente que vivía allí era religiosa y cumplidora de la Ley. Pero nadie se queja, bueno, Jesús un poco, le dice a su madre que no ha llegado su hora. Todos los demás se callan. Solo abren la boca para beber vino.
Con todo, el gesto de Jesús es osado, casi escandaloso. En lugar de decirles a los siervos que traigan las jarras vacías del vino y las llenen de agua les hace llenar las tinajas de las purificaciones.
Bien pensado poco podría decirnos a nosotros que Jesús convirtió 600 litros de agua en vino, a regañadientes, en una boda. El sentido de ese gesto tiene un algo más. Y creo que los tiros tampoco van por el piadoso empeño de ver aquí el papel de intercesora de María.
El gesto de Jesús
El gesto de Jesús es mucho más subversivo pero se nos pasa desapercibido con tanto vino. Jesús convierte el agua de las purificaciones, de la Ley, en vino de fiesta. Y no para una fiesta religiosa sino para una fiesta “mundana”, humana. En una boda se celebra el amor humano, el inicio de una nueva familia.
Y es ahí donde Jesús transforma el agua de la Ley en vino de boda. El Dios de Antiguo Testamento que se ha cansado de repetir que el Templo se le queda pequeño, se escapa ahora también de la Ley y se mete en nuestras fiestas.
La novedad de Jesús no es que Dios venga a habitar en medio de su pueblo, eso ya era una realidad para el pueblo de Israel. Yahvé tenía su morada en medio de Israel. Israel tenía el Templo y la Ley. La novedad es que Dios en Jesús dice que Él es mucho más que el Templo y la Ley. Que a Dios no le podemos poner unos límites. Él ocupa TODO nuestro espacio, todos nuestros espacios.
Es más, nos está diciendo que Él quiere ser la alegría de nuestras fiestas. El vino abundante, desbordante, esplendido. Dios no quiere que se acabe nuestra fiesta.
Oración
Danos, Trinidad Santa, de ese vino para que nos embriaguemos de la alegría que viene de ti. Que sepamos entrar en la fiesta sin fin de tu Reino. Amén.
Celebramos la tercera de las manifestaciones de Jesús que durante siglos se celebraban el día de Epifanía. El evangelio que hemos leído, entendido literalmente, no tiene ni pies ni cabeza. Es absurdo que Jesús saque de la chistera un regalo para los novios. No, como todos los “milagros” narrados por este evangelista Juan, se trata de un signo que nos llevan a realidades profundas y decisivas para nuestra verdadera trasformación interior.
Es impensable que el mayordomo no hubiera previsto el vino suficiente, cuando era su principal cometido. Es difícil de entender que fuera una invitada la que se diera cuenta y se preocupara por solucionar el problema. Tampoco es lógico que sea Jesús el que solucione el problema. No es normal que en una casa particular hubiera seis tinajas de cien litros, dedicadas a las purificaciones. No tiene sentido que el maestresalas increpe al novio por haber dado el vino malo al principio. Era él, quien ordenaba qué vino se servía.
El relato no es una crónica de lo sucedido. Es fruto de una minuciosa y larga elaboración. No nos dice ni quiénes eran los novios ni qué relación tienen con Jesús. Lo que normalmente llamamos “el milagro” pasa casi desapercibido. Ni siquiera nos dice cuándo se convierte el agua en vino. Sería imposible separar lo que pudo suceder realmente de los símbolos que envuelven el relato. Lo que hoy nos cuenta este evangelio es teología. La clave para entenderlo es el trasfondo, la “hora” de la glorificación de Jesús en la cruz.
La boda era, desde Oseas, el signo más empleado por los profetas para designar la alianza de Dios con su pueblo. La idea de Dios novio y el pueblo novia se repite una y otra vez en el AT. La boda lleva inseparablemente unida la idea de banquete; símbolo de tiempos mesiánicos. El vino era un elemento inseparable del banquete. En el AT, era signo del amor de Dios a su pueblo. La abundancia de vino era la mejor señal del favor de Dios.
La Mujer es un misterio en este relato. Nos aporta un poco de luz la segunda carta del Tarot: la Sacerdotisa. Un mujer madura, pero en plenas facultades, que simboliza lo nuevo, la sabiduría. María no le llama hijo, ni Jesús le llama Madre. María, símbolo de la Alianza que está ya caducada. Jesús y los discípulos son el nuevo pueblo, que están allí de paso. Es completamente inverosímil que María pidiera a Jesús un milagro y menos aún que adelantara la hora de hacerlo. La hora para Juan es siempre la hora de la muerte de Jesús.
El vino es símbolo del amor entre el esposo y la esposa. En la boda, (Antigua Alianza) no existe relación de amor entre Dios y el pueblo. La Madre, por pertenecer a la boda se da cuenta de la falta. María representa al Israel fiel que espera en el Mesías. Jesús nace del verdadero Israel y va a dar cumplimiento a las promesas. El primer paso es mostrarle la carencia: “No tienen vino“. No se dirige al presidente, ni al novio. Se dirige a Jesús, que para Juan es el único que puede aportar la salvación que Israel necesita y espera.
Jesús invita a su madre a desentenderse del problema. No les toca a ellos intervenir en la alianza caducada. Está indicando la necesidad de romper con el pasado. Ella espera que el Mesías arregle lo ya existente, pero Jesús le hacer ver que aquella realidad no se puede rehabilitar. Jesús aporta una novedad radical. Juan está haciendo referencia a la “hora” (la cruz). Jesús invita a la esperanza, pero la realización no va a ser inmediata. El vino nuevo depende de aquella hora. Anunciar la hora significa que la salvación está cerca.
“Haced lo que él os diga”. Solo en el contexto de la Alianza, la frase puede cargarse de sentido. El pueblo en el Sinaí había pronunciado la misma frase: “Haremos todo lo que dice el Señor“. También el Faraón dice a los servidores: haced lo que él (José) os diga. Se ve con claridad que el trasfondo del relato y lo que quiere significar. Como en el AT, el secreto de las relaciones con Dios está en descubrir su voluntad y cumplirla.
Las tinajas estaban allí colocadas, inmóviles. Se ve el carácter simbólico que van a tener en el relato. El número 6 es signo de lo incompleto. El número de la perfección era el 7. Es el número de las fiestas que relata este evangelio. La séptima será la Pascua. Eran de piedra, como las tablas de la ley. La ley es inmisericorde, sin amor. La ley (imposible de cumplir) es la causa del pecado (falta de amor-vino). Jesús les hace tomar conciencia de que están vacías; es decir que el sistema de purificación en que confiaban era ineficaz.
Jesús ofrece la verdadera salvación, pero ésta no va a depender de ninguna ley, (tinajas). El agua se convertirá en vino fuera de ellas. “Habían sacado el agua“. La nueva purificación no se hará con agua que limpia el exterior, sino con vino que penetra dentro y transforma el interior del hombre. Solo después de beberlo se da cuenta el mayordomo de lo bueno que es. Esta presencia de Dios dentro de uno es la oferta original de Jesús.
Lo que sacan los criados de las tinajas es agua. El mayordomo (clase dirigente) no se enteró de la falta de vino. Significa que los jefes se despreocupan de la situación del pueblo. Les parece normal que no se experimente el amor de Dios, porque esa es la base de su poder. No conoce el don mesiánico, los sirvientes sí. El vino-amor como don del Espíritu, es el que, de verdad, purifica, lo único que puede salvar definitivamente.
El vino es de calidad. “Kalos” indica siempre excelencia. El maestresala reconoce que el vino nuevo es superior al que tenían antes. Pero le parece irracional que lo nuevo sea mejor que lo antiguo. Por ello protesta. Lo antiguo debe ser siempre lo mejor. Esta actitud es la que impidió a los jefes religiosos aceptar el mensaje de Jesús. Para ellos la situación pasada era ya definitiva. Toda novedad debe ser integrada en el pasado o aniquilada.
El último versículo es la clave para la interpretación de todo el relato. Nos habla del “primer signo” de una serie que se va a desarrollar durante todo el evangelio. Además, como signo, va a servir de prototipo y pauta de interpretación para los que seguirán. El objetivo de todos los signos es siempre el mismo: manifestar “su gloria”. Ya sabemos que la única gloria que Jesús admite es el amor de Dios manifestado en él. La gloria de Dios consiste en la nueva relación con el hombre, haciéndole hijo, capaz de amar como Él ama.
Dios se manifiesta en todos los acontecimientos que nos invitan a vivir. Dios no quiere que renunciemos a nada de lo que es verdaderamente humano. Dios quiere que vivamos lo divino en lo que es cotidiano y normal. La idea del sufrimiento y la renuncia como exigencia divina es antievangélica. El mensaje para nosotros hoy es muy simple, pero demoledor. Ni ritos ni abluciones pueden purificar al ser humano. Solo cuando saboree el vino-amor, quedará todo él limpio y purificado. Cuando descubramos a Dios dentro de nosotros, seremos capaces de vivir la inmensa alegría que nace de la unidad-amor. Que nadie te engañe. El mejor vino está sin escanciar, está escondido en el centro de ti.
Cuando se escribe el evangelio de Juan —a finales del siglo primero— hace ya mucho tiempo que los sinópticos están circulando por las comunidades cristianas, lo que significa que los hechos y dichos de Jesús son ya sobradamente conocidos por los fieles. Quizá por esta razón el cuarto evangelio se plantea como un gran tratado teológico y su estilo es tan distinto del resto de evangelios.
Juan –su comunidad– organiza el evangelio en torno a siete hechos milagrosos –siete signos– sobre los que desarrolla siete mensajes con una carga teológica tal, que resulta imposible reconstruir lo que realmente sucedió. Además no tiene ningún reparo en poner sus palabras (las palabras de Juan o sus seguidores) en boca de Jesús, lo que significa que no sabemos hasta qué punto sus textos tienen algo que ver con lo que en algún momento dijo Jesús, y sólo podemos conjeturarlo.
Lo que sí sabemos es que su evangelio cambia el estilo de Jesús; que se permite corregirle al sustituir su mensaje salvador, potente y sencillo, ofrecido a todos a través de sus parábolas, por unos conceptos elevadísimos para consumo de entendidos.
Lamentablemente los primeros teólogos de la iglesia también olvidaron su estilo, quisieron hacer del cristianismo algo más culto, más acorde con las tendencias de la época, y lo dotaron de una base conceptual basada en la filosofía griega y de unas leyes que tomaron del derecho romano. Olvidaron a Jesús, y el resultado fue que ya nunca se volvió a hablar de Abbá (sino de la primera persona de la santísima trinidad) y que la buena Noticia se convirtió en mala (el fuego del infierno).
Y esta tentación de apartarse de Jesús; de preferir nuestra sabiduría (u otras sabidurías) a la suya, siempre ha estado presente en la Iglesia, y siempre ha acabado mal. Las comunidades joaneas murieron víctimas del docetismo y el gnosticismo que se apoderaron de ellas, y el conjunto de la Iglesia dejó de ser fértil, adoptó los modos imperiales y pasó de perseguida a perseguidora.
La sabiduría de Jesús es la sabiduría de vivir. Nuestra sabiduría es entender la vida como él la entendió; es fiarse de él y jugarse la vida a sus criterios por encima de los nuestros; es sentirse necesitados de ellos. Un rasgo sobresaliente de su mensaje es que el Reino no está reservado a los cultos e iniciados, sino al alcance de todos, y principalmente de los más sencillos. Cualquier persona, por inculta que sea, se convierte en sabia siguiendo a Jesús.
«En aquella hora se llenó de alegría en el Espíritu Santo y exclamó: “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla”»…
La sabiduría de Jesús no resplandece en las alturas de la sabiduría humana. La sabiduría de Jesús resplandece en los más sencillos de la Iglesia, y Jesús da gracias por ello.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
Caná era una aldea de Galilea. El evangelio de Juan la nombra varias veces; por ejemplo, después de expulsar a los mercaderes del templo o tras el encuentro con la samaritana.
La boda era uno de los acontecimientos más importantes de la vida social de Israel. Era una ocasión para hacer alianzas entre familias. Tras largas negociaciones, la boda marcaba el final feliz de un proceso. Otras veces se casaban personas con lazos de sangre, para que la herencia no saliera de la propia familia.
A veces, los padres de familia comprometían a sus hijos/as cuando todavía eran pequeños y esperaban a que tuvieran entre 13 años y 18 años para celebrar el matrimonio. Al casarse y tener hijos, la pareja engrandecía al pueblo y era cauce de la bendición de Dios.
La celebración podía durar una semana. Se reunían las familias, en un sentido muy amplio, las amistades y el pueblo. Los invitados solían aportar víveres para contribuir al gasto de comer y beber en abundancia durante esos días, en los que se suspendían los ayunos religiosos habituales.
El vino era imprescindible como bebida habitual, ante la dificultad de encontrar agua potable en los manantiales. En los viajes se solía llevar el cuerno de un animal lleno de vino, como si fuera una cantimplora (pensemos en texto del buen samaritano). Salvo que la pobreza lo impidiera, cada familia tenía en casa algunas cántaras de vino para su propio consumo.
Si tenemos en cuenta estas costumbres de la época, el texto presenta bastantes incoherencias:
a) Era impensable que en una boda en la que había mayordomo y sirvientes se acabara el vino. Era un honor endeudarse para celebrarla por encima de sus posibilidades.
b) En el caso de que se hubiera acabado el vino ¿tuvo que solucionar el problema una mujer invitada a la boda?
c) Las tinajas para guardar el agua solían ser de barro (como nuestros botijos), pero el barro podía guardar impurezas, por eso había también grandes tinajas de piedra que se consideraban más puras y apropiadas para conservar el agua que se utilizaba en las ceremonias de purificación ritual. ¿En una casa de una aldea había 6 tinajas, con 100 litros de capacidad cada una, para purificarse?
d) Nos presentan a una familia rica, con mayordomo y sirvientes. Si fuera un hecho histórico, ¿tendría sentido que el novio guardara el vino bueno para el final y el mayordomo no lo supiera?
e) ¿Por qué los invitados a la boda no cayeron rendidos a los pies de Jesús, tras hacer un milagro tan grande? ¿Por qué no hay ningún dato, fuera de este evangelio, teniendo en cuenta que 600 litros de agua convertida en vino no hubieran pasado desapercibidos? ¿Por qué los otros tres evangelistas ni siquiera nombran la boda de Caná?
Si nos acercamos al texto con las claves que utiliza Juan, a lo largo de su evangelio, descubrimos la riqueza que nos ofrece una lectura teológicay catequética.
El evangelio de Juan, entre los capítulos 2,1 y 12,50, presenta siete signos (traducidos como milagros), que forman un bloque llamado “Libro de los signos”. El evangelista nos anuncia que se está produciendo algo nuevo, una nueva creación, Y esta novedad es una Buena Noticia, mucho más importante y profunda que cambiar el agua en vino. Cada uno de los signos va acompañado de una explicación teológica, para que comprendamos mejor su sentido, y no nos quedemos en la superficialidad del relato.
Por ejemplo, el vino era uno de los signos que expresaba que habíallegado el tiempo mesiánico, tras unos siete siglos de espera. La presencia de Jesús, María y los discípulos son símbolo de la comunidad cristiana. Es decir, Juan nos anuncia un signo, en medio de la comunidad, en un contexto de celebración, de fiesta.
María ya no es sólo la madre de Jesús, tiene otra consideración, es un prototipo, es la madre universal. Es la mujer.
Para Juan “la hora” no se refiere al tiempo cronológico, sino a la hora de Dios, al momento apropiado (se utiliza el término kairós). Ni siquiera su madre puede marcar a Jesús esa hora, en la que tendrá que entregar su vida plenamente.
En la teología de Juan ya no tiene sentido el agua para purificarse, porque la purificación ritual ha dado paso a la celebración de la comunidad.
El versículo 11 nos da las claves teológicas para recuperar la Buena Noticia que encierra este texto: Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de los discípulos en él.
Hoy es preciso probar el vino nuevo, saborearlo. A lo largo de la Historia, muchos hombre y mujeres místicos describen la experiencia de bajar a lo más profundo de su ser, a una bodega en la que saborean un vino añejo y experimentan una comunión profunda con el Dios que les habita. Y nos invitan a tener esa experiencia.
En consonancia con otros textos del evangelio de Juan, vemos que ya no hay que ir al pozo a buscar el agua (diálogo con la samaritana). Ya no hay que llenar tinajas para la purificación, porque en nuestras propias entrañas hay un río de agua vivaque conduce a la vida eterna. Si quitamos el envoltorio de las costumbres, este texto nos ofrece claves para vivir el discipulado.
Parece probable que el llamado “relato de las bodas de Caná” hubiera sido, en su origen, una parábola con un objetivo claro: mostrar la persona y el mensaje de Jesús como novedad, fuente de vida y de alegría (a eso apunta la metáfora del «vino bueno»), frente a una religión ritualista y rutinaria, víctima de su propia normativa (simbolizada en el «agua de las purificaciones»).
Se trata de un proceso que se repite una y otra vez, y que puede resumirse en una palabra: esclerotización. Todo lo humano, incluso lo que parecía más vivo y novedoso en su momento, tiende a esclerotizarse, a medida que se institucionaliza y desconecta de la intuición original. El frescor primero se agosta en un proceso de rutinarización.
Si eso tiende a ocurrir con todo lo humano -en cualquier ámbito de nuestra existencia-, solo cabe un antídoto: mantener, de manera consciente, el contacto o la conexión con el Fondo o la Fuente que nos hace ser y que, lejos de cualquier idea de separación, constituye nada menos que nuestra identidad.
Todo lo recibido de fuera y, más en general, todo lo aprendido, antes o después, quedará convertido en “doctrina”, letra muerta incapaz de dar vida. Olvidada o incluso negada la intuición original, quedarán únicamente “mapas” que quisieron ser orientativos y creencias que prometieron lo que no podían dar.
La vida -con su sabor a novedad, frescor y alegría- no viene de la mano de mapas ni de creencias, sino de la conexión consciente con la propia Vida, el Fondo y la Fuente que nos renueva de manera incesante, en la experiencia sentida de que justamente eso es lo que somos en profundidad.
El Evangelio y la tradición de San Juan data de finales del siglo I, pasado el año 90. Es, por tanto, una escuela tardía y despliega una teología, una cristología muy desarrollada y delicada.
Si ningún evangelio es una biografía (vida) de Jesús, el de Juan lo es menos. Naturalmente que tiene elementos históricos, pero están elaborados como una sinfonía en la que se combinan diversos elementos para componer un “todo” espléndido.
Quizás hemos perdido la sensibilidad literaria (simbólica y poética), por lo que nos cuesta mucho trabajo adentrarnos en relatos como el que hemos escuchado hoy: las bodas de Caná.
Los signos en este evangelio de Juan no son golpes de magia o trucos escénicos. Los milagros son signos que tienen un sentido sacramental simbólico. Los signos son relatos que desentrañan su significado cristológico.
El ciego nos habla de Cristo como luz; la samaritana nos habla de Cristo como agua de vida eterna. La resucitación de Lázaro le sirve al evangelista para presentarnos a Cristo como resurrección y vida, etc.
Los significados simbólicos de Juan son polifónicos, de una gran riqueza. Cuando se toca un tema, resuenan muchos acordes, sonidos y evocaciones.
02.- Una boda.
Una boda es de los momentos más intensos y felices de la vida. Los que os habéis casado tenéis experiencia de ello: La boda es encuentro, amor, alegría, fiesta, ilusión, proyectos, esperanzas…
Quizás por esto la boda es figura de los tiempos mesiánicos. El banquete de bodas es un signo muy utilizado por Jesús: el Reino de Dios es como un banquete de bodas al que estamos invitados todos. (Mt 22,1-14).
El amor humano es el mejor símbolo que encontramos para expresar lo que Dios siente por nosotros, un Dios que nos quiere, un Dios Padre que nos mira siempre con ternura.
Y por esta razón las relaciones entre Dios y el pueblo (la humanidad) se expresan en la Biblia como unas relaciones de amor, de encuentro. En la mentalidad biblia se llama Alianza. Dios hace una alianza, un pacto y un encuentro de amor con su pueblo, con la humanidad.
Había, hay, pues una boda, Dios amaba y ama a su pueblo, a “su gente” tanto en Caná como en toda la historia de la humanidad.
03.- Vino.
Quizás porque Israel y Jesús eran mediterráneos, vieron en el vino (y en el trigo) un signo de abundancia y alegría. Esto está muy presente en la Biblia y también en la vida cotidiana.
El vino es un símbolo muy empleado en la Biblia y también por Jesús para hablar de la nueva situación del Reino: a vino nuevo, odres nuevos, (Mt 9,17). Esta es mi sangre…
La vida de Jesús transcurrirá entre comidas y encuentros, banquetes y bodas, multiplicación de los panes, la fiesta por la vuelta del hijo pródigo, etc.
El vino significa el espíritu de Jesús, su propia sangre entregada por nosotros.
Sin forzar las cosas podemos apreciar cómo San Juan prácticamente comienza su evangelio con el símbolo del amor, del vino y es el único evangelista que dice que en la cruz del costado brotó agua y sangre de redención.
No es muy complicado entender que el cristianismo es alimento, vida y alegría en todos los sentidos de la palabra.
04.- Una boda sin vino.
El relato que hemos escuchado es una boda en la que se han quedado sin vino. Es decir, se ha terminado la alegría y el amor y se han quedado en el más puro legalismo, nosotros diríamos que se han quedado solamente con los “papeles”, con el certificado jurídico… pero sin amor.
Los “papeles” en el evangelio de hoy (bodas de Caná) son las tinajas de piedra, que evocan las piedras de la ley del Sinaí.
Israel sustituyó el amor por las leyes.
Dios se había hecho ilusiones con su pueblo, con la humanidad, pero perdimos el amor y nos quedamos con los “papeles” en la mano, como tantos matrimonios. La religión se ha convertido en papel mojado: en piedra, en tinajas de piedra de agua para los ritos…
Y solamente tienen seis tinajas de piedra y agua.
Seis: número que significa imperfección (frente al 7 que es la plenitud. / El anticristo de es el 666).
Tinajas de piedra: que son una alusión a la ley de piedra del Sinaí.
Agua es el puro rito vacío, sin contenido.
¿No nos habrá pasado algo de esto también a nosotros en la Iglesia? ¿Nuestro cristianismo no se habrá quedado también exhausto, sin vida? Tenemos ritos, liturgias esclerotizadas, pero sin amor, sin espíritu.
Ya casi, como el maestresala, ni sabemos de dónde nos viene la alegría y la serenidad.
La alegría y viveza del cristianismo (y de la Iglesia) no vendrá por la mayor rigidez o permisividad de la ley, sino que la evangelización vendrá por el amor y el servicio.
¿No será el momento de volver al amor inicial?
05.- Nuevo vino. (Nueva Alianza): el maestresala y los sirvientes.
El segundo vino es mejor. La Alianza de JesuCristo es plenitud y Evangelio. El Sinaí y el Derecho Canónico dejan paso al Evangelio de JesuCristo.
Pero el maestre-sala (el sistema religioso) no sabía (¿No sabe?) de dónde viene la bondad, la alegría, el vino bueno… (S Juan suele emplear la ironía con frecuencia).
¿No tenemos siempre la tendencia judaizante, legalista -en el fondo miedosa- de volver una y otra vez al cumplimiento de la ley.
06.- La madre del Señor, la mujer, la iglesia y la hora
El evangelista S Juan nos ofrece un mosaico de luces que resultan de gran hondura e iluminación cristiana.
La madre
Resulta llamativo cómo el evangelio de Juan solamente menciona en dos ocasiones a la madre del Señor (sin decir nunca que se llamaba María) [1]. Las dos ocasiones son:
En las bodas de Caná
El Calvario: la cruz, (Jn 19,25)
Mujer
En los dos momentos Jesús llama a su madre (¿un tanto fríamente?): “mujer”:
Mujer, no ha llegado mi hora.
Mujer, ahí tienes a tu hijo, (Jn 19,26).
Es evidente la alusión al Génesis, a Eva: su nombre será mujer por ser la madre de los vivientes, (Gn 2,23). La madre de Jesús es la madre de la iglesia naciente y de los cristianos.
Agua y sangre
Otro universo simbólico es que en los dos momentos hay agua y vino-sangre: vida y espíritu. En Caná surge una nueva alianza, un nuevo vino. Del costado de Cristo en la cruz mana agua y sangre.
La hora
Finalmente, en Caná Jesús dice: todavía no ha llegado mi hora. Poco antes de llegar a la cruz: Jesús, sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, (Jn 13,1).
La hora en San Juan es una dinámica que cruza todo su evangelio, aparece más de veinte veces en este evangelio y en un movimiento ascendente y un tanto dramático,
2.4: Todavía no ha llegado mi hora.
4,21: Se acerca la hora en que no daréis culto al Padre aquí o allá.
4,23: Se acerca la hora, o mejor dicho, está aquí.
5,25: Se acerca la hora, o mejor ya ha llegado, en que los muertos escucharán su voz.
5,28; Se acerca la hora en la que escucharán su voz los que están en el sepulcro.
7,30: El arresto de Jesús fracasa, porque todavía no había llegado su hora.
8,20: Nuevamente fracasa el arresto de Jesús porque no ha llegado su hora 12,23: Ha llegado la hora en que el Hilo del hombre sea glorificado.
12,27: No te pido que me libres de esta hora.
13,1: Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre,
16,21: La mujer cuando da a luz.,. ha llegado su hora.
16,32: Se acerca la hora, o ya ha llegado, de que os disperséis.
17,1: Padre, ha llegado la hora, muestra la gloria de tu Hij0.
19,27: Desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
Los símbolos tienen valor por lo que apuntan, no por lo que son. El estilo del evangelio de Juan es un universo simbólico.
Los símbolos no son históricos, son reflejo de la verdad.
Sintámonos discípulos amados y desde ese momento en que nos sintamos queridos como el Discípulo amado.
Hagamos lo que él nos diga y
Desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
[1] Si únicamente tuviésemos la versión de San Juan, no sabríamos que la madre de Jesús se llamaba María
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