La publicación de hoy es del editor en jefe de Bondings 2.0, Robert Shine.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el 26º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
“¿No son injustos vuestros caminos?”
Mañana me dirijo a Roma. Frank DeBernardo, editor de Bondings 2.0, y yo estaremos allí cubriendo la asamblea del Sínodo este mes. Hay un tremendo revuelo sobre lo que muchos consideran el más importante de la Iglesia Católica desde el Vaticano II en los años 1960.
El camino hacia esta asamblea en los últimos dos años ya es significativo: millones de personas se han reunido en miles de sesiones de escucha, lo que ha provocado un vaivén de documentos en todos los niveles de la iglesia. Los alrededor de 400 participantes en la asamblea de este mes traen consigo las historias y preocupaciones de muchos otros. Cuestiono a cualquiera que diga saber ahora qué resultará de esta asamblea dentro de un mes.
La primera lectura de hoy de Ezequiel plantea sucintamente un tema claro que ya surgió en este proceso: “¿No son injustos vuestros caminos?” En la lectura, Dios hace esta pregunta a la gente que se queja. Hoy en día, todavía clamamos por lo injusto que creemos que es Dios a veces. Sin embargo, Dios rápidamente señala que el camino de Dios es siempre la misericordia. Son nuestras costumbres las que son injustas y dañinas.
Aunque no está formulada con estas palabras, la pregunta en Ezequiel ha sido una corriente subyacente en los comentarios de personas condenadas al ostracismo por la iglesia institucional. Las personas LGBTQ+ y nuestros aliados, las personas de color, los divorciados vueltos a casar, las mujeres, las personas discapacitadas y los pobres, de diversas maneras, han desafiado a los líderes de la iglesia. Les preguntamos una y otra vez: “¿No son injustos vuestros caminos?” cuando a tantos se les excluye de los sacramentos, se les niega su dignidad vocacional, se los obliga a permanecer encerrados y se los denigra teológicamente.
¿Se harán cambios importantes en esta asamblea sinodal? Supongo que importa lo que entendemos por “cambios importantes” y “cambios“. ¿Creo que las parejas queer serán bienvenidas al matrimonio sacramental o a las mujeres ordenadas? Aún no. ¿Creo que esta asamblea y el proceso previo a ella podrían alterar fundamentalmente la forma en que somos una comunidad católica en el tercer milenio? Tengo esperanza. Y estoy convencido de que si cambiamos lo suficiente las prácticas de toma de decisiones de la iglesia, con el tiempo se producirán otros cambios.
La Iglesia Católica Romana está en problemas. El pueblo de Dios sabe que nuestras patologías eclesiales son profundas. Los métodos de la iglesia institucional son, de hecho, a menudo injustos. También lo son nuestras costumbres en nuestra vida personal, si somos honestos. Dios, sin embargo, no sólo plantea una pregunta reveladora en Ezequiel, sino que también ofrece una invitación: “¡Vuélvete y vive!”
El Sínodo sobre la sinodalidad es una oportunidad para la conversión, como iglesia y como personas. No es necesario estar en las sesiones en Roma para participar. Sí, oren por el Sínodo y el futuro por venir. Pero no esperes alguna eventualidad. Más bien, vivamos la sinodalidad ahora en nuestras parroquias, escuelas y organizaciones benéficas. Consulten unos con otros con frecuencia, escuchen intencionalmente y tomen decisiones colectivamente.
Aunque la asamblea de este mes es en el Vaticano, el centro de poder de la iglesia, Dios habla con mayor frecuencia desde los márgenes, a través de los marginados. Las personas LGBTQ+ y sus aliados deben seguir preguntando a los líderes de la iglesia: “¿No son injustos sus caminos?” Y debemos escuchar cuando los demás nos piden lo mismo. Este caminar juntos nos permitirá a nosotros, el pueblo de Dios, regresar y vivir, vivir en una iglesia renovada donde todos sean bienvenidos, celebrados y afirmados.
Bondings 2.0 proporcionará actualizaciones periódicas sobre los desarrollos relacionados con LGBTQ en la asamblea del Sínodo, así como comentarios de teólogos aquí mismo en el blog. Si aún no estás suscrito a este blog, puedes hacerlo haciendo clic aquí.
New Ways Ministry también organizará programas virtuales para ayudar a comprender lo que está sucediendo, incluido “Live from Rome! A Mid-Synod Conversation” (“¡En vivo desde Roma! Una conversación a mitad del Sínodo”) el miércoles 18 de octubre de 2023, de 7:00 a 8:00 p. m., hora del este de EE. UU.
Puede encontrar información sobre los programas de este otoño y todos los recursos del Sínodo sobre Sinodalidad del New Ways Ministry haciendo clic aquí.
—Robert Shine (él/él), New Ways Ministry, 1 de octubre de 2023
La parábola es tan simple que parece poco digna de un gran profeta como Jesús. Sin embargo, no está dirigida al grupo de niños que corretea a su alrededor, sino a «los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo», que lo acosan cuando se acerca al templo.
Según el relato, un padre pide a dos de sus hijos que vayan a trabajar a su viña. El primero le responde bruscamente: «No quiero», pero no se olvida de la llamada del padre y termina trabajando en la viña. El segundo reacciona con una disponibilidad admirable: «Por supuesto que voy, señor», pero todo se queda en palabras. Nadie lo verá trabajando en la viña.
El mensaje de la parábola es claro. También los dirigentes religiosos que escuchan a Jesús están de acuerdo. Ante Dios, lo importante no es «hablar», sino «hacer». Para cumplir la voluntad del Padre del cielo, lo decisivo no son las palabras, promesas y rezos, sino los hechos y la vida cotidiana.
Lo sorprendente es la aplicación de Jesús. Sus palabras no pueden ser más duras. Solo las recoge el evangelista Mateo, pero no hay duda de que provienen de Jesús. Solo él tenía esa libertad frente a los dirigentes religiosos: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios».
Jesús está hablando desde su propia experiencia. Los dirigentes religiosos han dicho «sí» a Dios. Son los primeros en hablar de él, de su ley y de su templo. Pero, cuando Jesús los llama a «buscar el reino de Dios y su justicia», se cierran a su mensaje y no entran por ese camino. Dicen «no» a Dios con su resistencia a Jesús.
Los recaudadores y prostitutas han dicho «no» a Dios. Viven fuera de la ley, están excluidos del templo. Sin embargo, cuando Jesús les ofrece la amistad de Dios, escuchan su llamada y dan pasos hacia la conversión. Para Jesús no hay duda: el publicano Zaqueo, la prostituta que ha regado con lágrimas sus pies y tantos otros… van por delante en «el camino del reino de Dios».
En este camino van por delante no quienes hacen solemnes profesiones de fe, sino los que se abren a Jesús dando pasos concretos de conversión al proyecto del Padre.
Ezequiel 18,25-28: Cuando el malvado se convierte de su maldad, salva su vida. Salmo responsorial: 24: Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna. Filipenses 2,1-11: Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Mateo 21,28-32: Recapacitó y fue.
La conversión de aquellos que el sistema religioso considera pecadores debería ser una señal profética con el poder de arrastrar a todos hacia el camino del bien. Sin embargo, esto no es lo que ocurre. Cada sistema religioso organiza sus valores en escalas jerárquicas en las que cuenta más la posición que la propia conciencia. El profeta Ezequiel y el evangelio se refieren a esta terrible realidad: los que se consideran a sí mismos salvados son incapaces de cambiar su manera de pensar para abrirse a la acción de Dios. Los más ilustres representantes de la religión (sacerdotes judíos, fariseos, escribas, etc.) incurren en el pecado de la falsa conciencia religiosa, es decir en la pretensión injustificada de considerarse salvados por sus propios méritos y no por la gracia de Dios. Pablo nos presenta una aguda reflexión sobre este problema y nos llama la atención sobre aquellos elementos de discernimiento que nos permiten evaluar nuestras prácticas cotidianas a la diáfana luz del amor misericordioso y del servicio solidario.
El profeta Ezequiel llama la atención a su pueblo, envuelto en intrigas, enajenado por las permanentes conspiraciones contra el imperio babilonio. La situación era extremadamente precaria luego de la primera deportación en el año 597 a.e.c. Los líderes del pueblo habían sido obligados a marchar a tierras extranjeras y vivían en condiciones extremadamente precarias. La situación en Jerusalén era extremadamente volátil. La falta de discernimiento, la manipulación de los sentimientos patrióticos y el oportunismo de los nuevos lideres los dejaban a la merced de una nueva y devastadora intervención de Babilonia como efectivamente ocurrió en el año 587 a.e.c. En medio de tanta tensión, caos y confusión el profeta hace un llamado a la cordura y al buen juicio. La falsa consciencia religiosa estaba inflando los planes de las autoridades del Templo y de los altos funcionarios de la corte. Se consideraban a sí mismos propietarios de la salvación y personas más allá del ‘bien y del mal’. Ezequiel los llama a la humildad y la honestidad, al servicio al pueblo y a la justicia, pues, en nombre del bien de la patria no cesaban de cometer crímenes e injusticias que contradecían el fundamento jurídico y ético de la alianza de Yahvé con su pueblo. Considerarse a si mismo justo, mientras se comenten las peores atrocidades no es sino un engaño inútil. El bien consiste en el respeto del derecho y en la práctica de la justicia.
La parábola que hoy nos propone Jesús, denuncia igualmente la falsa conciencia religiosa. La viña es la realidad del mundo, en la que el trabajo siempre es arduo y urgente. A esa viña el Padre envía a sus dos hijos. La respuesta de los dos es ambigua. Sin embargo, sólo el compromiso del que inicialmente se había negado al trabajo nos permite descubrir quién actúo coherentemente. De este modo Jesús denuncia a aquellos dirigentes y a todo el pueblo que públicamente se compromete a servir al Señor, pero que es incapaz de obrar de acuerdo con sus palabras. Actitud que contrasta con aquellos que aunque parecen negarse al servicio, terminan dando lo mejor de sí en la transformación de la viña.
Esta parábola plantea un dilema que pone al descubierto la praxis de sus oyentes y que, leída a la luz de los acontecimientos de la época de Jesús nos muestra cómo los que eran considerados pecadores por el aparato religioso eran, en realidad, los únicos atentos a la voz del profeta. La conversión no es un asunto de solemnes proclamas o de prolongados ejercicios piadosos, sino un llamado impostergable a la justicia y al discernimiento. Las palabras de Jesús herían la sensibilidad religiosa de sus contemporáneos que se consideraban auténticos seguidores de Yavé e inigualables hombres de fe, porque colocaba delante de ellos el testimonio de aquellas personas que eran consideradas una lacra social: las prostitutas y los publicanos.
Prostitutas y publicanos no sólo eran profesiones terriblemente despreciadas, sino que quienes las ejercían eran considerados personas asquerosas e inadmisibles entre la gente de bien. Jesús ridiculiza todas esas valoraciones lanzadas desde los pedestales del sistema religioso y muestra, con los hechos, que ni siquiera la presencia de un profeta tan grande como Juan Bautista es capaz de transformar las conciencias anquilosadas y estériles de aquellos que se consideran salvados únicamente por el alto cargo que ejercen en el aparato religioso.
Pablo nos muestra la misma realidad, desde el interior de la comunidad cristiana. Los creyentes, por sus mismas buenas intenciones, están más expuestos a crearse una falsa conciencia religiosa que los lleve a considerarse superiores a los demás o definitivamente salvados. El único criterio para determinar la autenticidad de las prácticas cristianas es lo que el llama ‘entrañas de misericordia’, o sea, el amor incondicional por aquellas personas excluidas y víctimas de la opresión y la miseria. Para Pablo, los cristianos no se pueden examinar únicamente a la luz de criterios piadosos, sino a la luz de la práctica de Jesús que actuó siempre en el mundo con entrañas de misericordia.
Más allá de una interpretación limitada al contexto judío del momento de Jesús, esta palabra suya puede y debe elevarse a categoría universal y a principio teórico: el de la primacía del hacer sobre el decir, de la praxis sobre la teoría. Un hermano dijo que sí, muy dispuesto, pero sus hechos desmintieron sus palabras: su palabra verdadera, su palabra práctica, fue un no. El otro hermano pareció estar desde el princpio fuera del camino de la salvación, por sus palabras negativas e inaceptables; pero a pesar de sus palabras, él de hecho fue a la viña, «hizo» la voluntad del Padre. Decir/hacer, teoría/praxis: el Evangelio está claramente decantado a un lado, sin vacilaciones, en estas disyuntivas. Leer más…
Éste es un texto central del evangelio de Mateo y de todo el Nuevo Testamento y sólo se entiende vinculando Mt 21, 23:
Jesús no habla a todo el pueblo a sus autoridades religiosas (sacerdotes) y sociales (senadores, ancianos).
Jesús no establece aquí una “norma privada de piedad”, sino que fundamenta el nuevo derecho y organización de su iglesia.
El camino que lleva al Reino de Dios no lo trazan sacerdotes autoridades civiles, sino publicanos y prostitutas (es decir, los marginados, excluidos y humillados del pueblo).
| X. Pikaza
TEXTO
Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y senadoras del pueblo… Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.” Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor.” Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron: “El primero.” Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis. (Mt 21, 23. 28-32)
REFLEXIÓN GENERAL
Declaración suprema de Jesús desde el templo (21, 23), esto es, desde el lugar donde se juntas las autoridades. Es como si Jesús viniera y proclamara su palabra suprema en el Vaticano (en un sínodo, consistorio o concilio general) y en un tipo de ONU ampliada antes los gobernantes dirigentes económicos del mundo.
Jesús habla ante una “cámara” (parlamento o senado) que está formado por dos poderes: El poder sacral (sacerdotes, cámara eclesiástica: obispos) y el poder social (representado por los senadores (seniores/señores, representanes de familias ricas, esto es la gerusía). Estos “senadores” (presbyteroi) son nobles/gobernantes. ministros del Estado) y son ricos. Pues el poder social/político y económico se identifican.
Estos son en principio los miembros del Sanedrín, que es el “consejo de Estado” (con poder legislativo, ejecutivo económico) del pueblo. En tiempo de Jesús solía incluirse en esta “cámara de Estado”, con los sacerdotes, nobles y ricos a los “escribas”, doctores de la ley, y así aparece en varios lugares del NT. Pero este Jesús de Mateo, que es un “escriba) no quiere condenar a los escribas, pues piensa que hay muchos que son buenos…
4. Conclusión. Este no es un discurso para el pueblo llano, ni para los publicanos y prostitutas, sino para los gobernantes del pueblo, como si Jesús viniera a España y juntara a los obispos de la CEE, a los miembros del parlamento…. y a unos cien representantes del poder económicos (multimillonarios, dirigentes de empresas etc.
SENTIDO BÁSICO
Jesús junta en el templo a los poderes “reales” del pueblo (sacerdotes y gobernantes) para decirles que no van por el buen camino, que no dirigen ni encabezan al pueblo por el camino del reino de Dios, sino todo lo contrario… Que el camino del Reino de Dios pasa por los publicanos y las prostitutas… Ellos, los despreciados, los excluidos, son los que pueden dirigir a todos al reino de Dios, a la nueva humanidad,
Los representantes de Dios en el mundo no son obispos/sacerdotes y gobernantes/ricos como tales, sino los publicanos y prostitutas, es decir, los rechazados sociales.
Ciertamente, puede haber publicanos y prostitutas que son “pecadores” (poco honestos.), pero en sentido radical ellos no son pecadores sino víctimas.
Tal como Jesús formula esta palabra y la sitúa en el centro de su evangelio, el gran pecado no es de los publicanos y prostitutas, sino de la alta/buena/poderosa sociedad religiosa y civil que les utiliza, les expulsa y les condena. Publicanos y prostitutas son víctimas de una sociedad que les utiliza como chivo expiatorio, les explora social y sexualmente, para luego condenarles.
El pecado de fondo de unos y otras es el mismo, como he dicho: Tener que venderse o, mejor dicho, estar vendidos de antemano, ser objeto de venta de la “buena” sociedad de los que se llaman a sí mismos “hijos de Dios” (como dice Gen 6).En sentido general, en aquel contexto “patriarcal” a la mujer se la vende (y para vivir ella tiene que dejarse vender). De manera convergente, a un tipo de varones se les vende (y ellos tienen que venderse) para sobrevivir. Por eso, más que pecado de publicanos y prostitutas éste es el pecado de los poderes religiosos, políticos y económicos que fundan su poder sacerdotal, político y económico sobre la explotación de otros.
Jesús no comienza su camino de reino con los que se presentan como buenos (y condenan a otros a la prostitución del cuerpo o del dinero), sino con los publicanos y prostitutas, de los que no se dice que “os precederán al final”, sino que os están precediendo ya, ahora…
Jesús no dice “os precederán” (en el cielo futuro), sino que os están precediendo (en este mundo), ellos están abriendo con Jesús el camino del Reino. Ellos son los “guías” (pro‒agousin).
. Según la carta a los Hebreos, el “prodomos” (explorador y pionero) del reino de Dios es Jesús. Pues bien, según este pasaje, los pioneros o guías del reino son los publicanos y las prostitutas, no son los sacerdotes y gobernantesjudíos, ni los doce de Jesús, como Pedro (los Doce y Pedro vienen después).
Según esta palabra, los “sumos sacerdotes y ancianos/senadores(Mt 21, 23) son los que crean un mundo de prostitución y venta económica, creyéndose buenos y pensando que tienen la razón, no pueden “convertirse”, no pueden cambiar, en cambio los publicanos y prostitutas pueden cambiar, pueden iniciar un camino de reino. “hijos de Dios” que se apoderan de las mujeres, las violan, las prostituyen, poniendo así en riesgo la vida de la tierra (el signo del diluvio).
AMPLIACION, LOS DOS HIJOS, JUAN BAUTISTA
Uno dice “voy” y no va; otro dice “no voy”, pero va.
El evangelio de Mateo ha vinculado la gran palabra anterior (publicanos y prostitutas os preceden en el Reino) con la parábola, que, de alguna forma, mantiene el mismo argumento:
El primer hijo, que primero dice “no”, pero después se ·”convierte” y cambia, podría referirse a los gentiles, pero, en sentido más preciso representa a los publicanos y prostitutas, que han empezado rechazando la voluntad del padre, pero al final se arrepienten y van a la viña. Por el contexto, el segundo hijo representa a los sacerdotes y ancianos, que han dicho a Dios que “sí”, pero después no van. Desde ese fondo debemos unir este pasaje con 11, 19, donde a Jesús le acusaban de amigo de publicanos y pecadores.
Jesús vincula su mensaje y camino con el de Juan Bautista
Muchos habían tomado a Juan Bautista como un “loco”, pues no comía ni bebía, dando la impresión de que no le importaba la necesidad de los hombres concretos, sino sólo la protesta de los austeros penitentes, elitistas, separados del mundo. Jesús, en cambio, se mostraba como un comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores/as esto es, como alguien que formaba parte del submundo de los excluidos (publicanos, prostitutas….) fuera del buen pueblo de la alianza (presidido por los sacerdotes, y ancianos).
Pues bien, a pesar de la austeridad de Juan, Jesús afirma que los publicanos y prostitutas (21, 32) creyeron en él, aceptando su camino de justicia, “mientras que vosotros (sacerdotes-ancianos) no creísteis en él”. Eso significa que, siendo tan distintos (11, 16-19), Juan y Jesús tenían una misma meta, de forma que el camino de penitencia para conversión de Juan Bautista había culminado en el mensaje de Reino de Jesús. De esa manera, los publicanos y los pecadores/prostitutas, que habían creído en Juan, aparecen vinculados al mismo tiempo con Jesús (aceptan su camino), en contra de los sacerdotes y ancianos importantes del pueblo.
Jesús contesta así a los sacerdotes y ancianos de 21, 23 diciéndoles, por un lado, que Juan y su Bautismo venían de Dios, y acusándoles por otro de no haber respondido a su llamada, a diferencia de publicanos y prostitutas, que aparecen así unidos en línea de conversión. De los primeros he tratado ya al ocuparme de 9, 9-12. De las prostitutas, en el comentario a 19, 9, de manera que ahora puedo retomar lo ya dicho en perspectiva de conjunto.
‒ Publicanos y prostitutas creyeron en Juan Bautista (21, 28.31). Ellos habían empezado diciendo al padre que “no”, pero después fueron. En esa línea se dice que han escuchado y acogido la palabra de Dios, convirtiéndose, como quería Juan Bautista, y/o aceptando el camino de la comunidad mesiánica de Jesús (cf. 11, 19). Publicanos y prostitutas “acudían” a la escuela de Juan, en la que estuvo Jesús, por lo menos hasta su bautismo (cf. Mt 3), de manera que cuando dice que creyeron en Juan podría estar evocando un recuerdo histórico.
Esto es lo que ocurre a los nuevos protagonistas que presenta el evangelio de Mateo. Hasta este momento, sacerdotes y “ancianos” (equivalentes a nuestros senadores) no han desempeñado papel alguno. Jesús no ha tenido contacto con ellos en Galilea. Pero ahora, cuando la liturgia, en un vuelo asombroso, nos traslada a Jerusalén durante el lunes santo, se presentan ante Jesús pidiéndole cuentas de lo que ha hecho el día antes, cuando purificó el templo, expulsando a mercaderes y cambistas, y curó en el recinto sagrado a cojos y ciegos, a los que estaba prohibida la entrada en el templo.
Una pregunta y tres respuestas
Lo anterior va a provocar que los responsables religiosos (sacerdotes) y políticos (ancianos) le pregunten a Jesús: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado esa autoridad?». El evangelio de Mateo responde en tres pasos.
1) En el primero, Jesús pone a las autoridades entre la espada y la pared, preguntándoles: «El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, de Dios o de los hombres?» Viendo el peligro de comprometerse en un sentido o en otro, responden: «No lo sabemos». Y Jesús termina con un escueto: «Pues yo tampoco os digo con qué autoridad hago esto».
2) Inmediatamente pasa al contrataque, con la parábola que leemos este domingo: la de los dos hijos (Mt 21,28-32).
3) Sin interrupción, añade una nueva parábola: los viñadores homicidas, que leeremos el próximo domingo.
En conjunto, la denuncia de sacerdotes y ancianos es durísima: 1) no se atreven a dar una opinión sobre Juan Bautista; 2) son peores que los recaudadores de impuestos y las prostitutas, que sí le hicieron caso a Juan; 3) para apoderarse de una viña que no les pertenece, deciden asesinar al hijo del propietario (Dios).
No es raro que, tras escuchar estas tres acusaciones, decidieran matar a Jesús.
La lectura de hoy se centra en el segundo punto.
Obras son amores, y no buenas razones
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
― ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor” Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?
Contestaron:
― El primero.
Jesús les dijo:
― Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.
La historieta que propone Jesús es tan fácil de entender que sus enemigos caen en la trampa. ¿Quién cumple la voluntad del padre? ¿El hijo protestón y maleducado que termina haciendo lo que le piden, o el hijo amable y sonriente que hace lo que le da la gana? La respuesta es fácil: el primero. Lo importante no es decir palabras bonitas; tampoco importa protestar mucho. Lo importante es hacer lo que el padre desea. «Obras son amores, y no buenas razones».
Pero Jesús saca de aquí una consecuencia asombrosa. Es preferible vivir de mala manera, si al final haces lo que Dios quiere, que vivir de forma aparentemente piadosa y negarse a cumplir la voluntad de Dios. Dicho con las palabras hirientes del evangelio: es preferible ser prostituta o ladrón, si al final te conviertes, que ser obispo, sacerdote, o pertenecer a cualquier congregación o institución religiosa y ser incapaz de convertirse.
¿En qué consiste la conversión? Nueva sorpresa. No se trata de aceptar a Jesús y su mensaje, sino a Juan Bautista, que mostraba el camino de la justicia, de la fidelidad a Dios, como primer paso hacia el evangelio. Con ello, Jesús responde indirectamente a la pregunta que no habían querido responder las autoridades: «¿De dónde procedía el bautismo de Juan, de Dios o de los hombres?» El bautismo de Juan era cosa de Dios, su predicación marcaba el camino recto. Las prostitutas y los recaudadores, representados por el hijo protestón, pero obediente, creyeron en él. Las autoridades religiosas, representadas por el hijo tan amable como falso, no le creyeron.
¿Tirando piedras contra el propio tejado?
Lo curioso de esta interpretación de la parábola es que parece volverse contra Juan y contra Jesús. Los que dan testimonio a su favor son gente indigna de crédito, prostitutas y explotadores; quienes lo rechazan o se abstienen, personalidades religiosas de buena fama, los sacerdotes. Puestos a elegir, ninguna persona piadosa aceptaría la opinión de unos cuantos drogatas y unas pocas prostitutas en contra de lo que decida una Conferencia Episcopal.
Además, el judío piadoso de tiempos de Jesús (como muchos cristianos piadosos de nuestro tiempo) está convencido de que no necesita convertirse. Y si en algo tiene que cambiar, el camino no deben indicárselo personas tan extrañas y discutibles como Juan Bautista, Martin Lutero King, Oscar Romero, Pedro Casaldáliga o el Papa Francisco.
Así adquieren pleno sentido las palabras de Jesús: «los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Para entrar en ese reino, hay que abrirse a una nueva forma de vida, aunque suponga un corte drástico y doloroso con la vida anterior. La institución religiosa seguirá firme en sus trece, incluso utilizará el argumento de la parábola para rechazar a Juan y a Jesús. Sin embargo, el Reino se irá incrementando con esas personas indignas de crédito, pero que creen en quien les muestra el camino de una nueva forma de fidelidad a Dios. Esas personas que, como dice el profeta Ezequiel en la primera lectura, son capaces de recapacitar y convertirse.
Así dice el Señor: Comentáis: “No es justo el proceder del Señor”. Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.
Supongo que a todos nos gustaría ser el tercer hijo. El que no sale en la parábola, quizá porque es el que nos la cuenta. Ser como Jesús, que dice que va a la viña y no solo va sino que se deja matar por la viña. Se entrega.
Sí, nos gustaría. Por eso el cristianismo es precisamente eso: el seguimiento de Jesús. Pero cuando miramos a nuestra Iglesia, a nuestras comunidades, cuando nos miramos cara a la cara a nosotras mismas quizá encontramos más del “segundo hermano” de lo que nos gustaría.
¿Cuántas veces hemos dicho que íbamos a la viña y nos hemos quedado en nuestras comodidades? ¡Y cuántas veces esperamos a que vayan las demás o nos quejamos de que nadie quiere ir mientras discutimos sentadas en el sofá!
Esta viña, a la que nos llama el Padre, es más que un trabajo. Mucho más. Sabemos que debemos ir. Queremos de verdad ir. Muchos días emprendemos el camino. Muchas horas las pasamos en esa viña. Más de una vez somos el “primer hermano” que dice que no con la boca, pero dice que sí con la vida.
Sin embrago, todavía no somos lo que estamos llamadas a ser. No acabamos de ser como Jesús. La buena noticia es que eso no importa. Ni nuestras negativas, ni nuestras ausencias conseguirán que el Padre cambie de opinión. Él volverá, puntualmente, constantemente, con su invitación. Asaltará nuestras vidas una y otra vez, sin cansarse, sin decepcionarse.
Y nosotras seguiremos siendo el primer hermano, el segundo y por supuesto nos iremos pareciendo cada vez más al tercero. Volveremos a levantarnos, quizá con menos fuerzas, pero con un amor más probado, más acrisolado.
Oración
Trinidad Santa, renueva nuestros corazones con tu invitación siempre nueva y retadora. Amén.
Es muy peligroso creerse perfecto. Lo importante es descubrir los fallos y rectificar lo que se ha hecho mal. La pura teoría no sirve para nada, solo la vida salva. Lo que digamos o lo que proclamemos son solo palabras vacías, mientras no vayan acompañadas por una actitud vital, que inevitablemente se manifestará en las obras. En el evangelio de Juan, Jesús pone como instancia definitiva sus obras. “Si no me creéis a mí, creed a las obras”.
El domingo pasado nos hablaba de jornaleros. Hoy nos habla de hijos. En el AT, el pueblo, en su conjunto, se consideraba hijo de Dios. Jesús distingue ahora dos hijos: los que se consideran verdaderos israelitas y los que los jefes religiosos consideran pecadores. Recordemos que ser hijo significaba hacer siempre la voluntad del padre. Un buen hijo era el que salía al padre. El que dejaba de hacer la voluntad del padre, dejaba de ser hijo. ¿Quién hizo la voluntad del padre? quiere decir: ¿Quién es verdadero Hijo?
Jesús se enfrenta a los jefes religiosos, como respuesta a la oposición que los evangelios manifiestan. Todos los evangelios dejan clara esa lucha a muerte de las instancias religiosas contra Jesús. Sin embargo, no podemos sacar de estas parábolas argumentos antisemitas. Las prostitutas y los recaudadores de impuestos, que Jesús pone por delante de los jefes religiosos, eran también judíos; y los primeros cristianos eran todos judíos.
Los fariseos no tenían nada de qué arrepentirse, eran perfectos, porque decían “sí” a todos los mandamientos. Consideraban que tenían derecho al favor de Dios, por eso rechazan de plano el cambio que les propone Jesús. Como los de primera hora del domingo pasado exigen mayor paga por su trabajo. Para ellos es intolerable que Dios pague lo mismo al que no ha trabajado. No se dan cuenta de que su respuesta es solamente formal, sin compromiso vital alguno. El espíritu de la Ley no les importaba.
El escándalo está servido: Para Jesús no hay duda, los que se consideran buenos son los malos, y los malos son los buenos. Los primeros eran lo estrictos cumplidores de la Ley, los segundos ni la conocían ni podían cumplirla. Los primeros ponían su empeño en el cumplimiento externo de las normas. Los otros buscaban una posibilidad de hacerse más humanos, porque se sabían pecadores. Jesús deja claro cual es la voluntad de Dios, y quién la cumple, pero también deja claro que tanto los unos como los otros son hijos.
Los recaudadores y las prostitutas os lleven la delantera en el Reino. Es una de las frases más hirientes que pudo decir Jesús a los jerifaltes religiosos. Eran las dos clases de personas más denigradas y odiadas por las instancias religiosas. Pero Jesús sabía muy bien lo que decía. El organigrama religioso-social de su tiempo era represivo e injusto. Que esa situación se mantuviera en nombre de Dios no podía aguantarlo quien había descubierto un Dios que quiere el bien de todos los seres humanos.
No se alude en el relato a las otras dos situaciones que se pueden dar: El hijo que dice sí y va a trabajar a la viña; y el hijo que dice no, y no va. En estos dos casos no hay posibilidad de equivocarse ni cabe la pregunta de quién cumple la voluntad del padre. Lo que pretende el relato es advertir sobre el engaño en que puede caer el que interprete superficialmente y a la ligera la situación del que dice “sí” y del que dice “no”.
No debemos engañarnos. La simplicidad del relato esconde una enseñanza fundamental. Como conclusión general tenemos que decir que los hechos son lo importante, y que las palabras sirven de muy poco. La praxis prevalece siempre sobre la teoría. El evangelio no nos invita a decir primero no y después sí. El ideal sería decir sí y hacer; pero lo maravilloso del mensaje está precisamente ahí: Dios comprende nuestra limitación radical y admite la posibilidad de rectificación, después de “recapacitar”, dice el texto.
Nuestras actitudes religiosas son incoherentes. Llevamos muchos siglos haciendo una religión de ritos, doctrinas y preceptos. Desde el bautismo decimos “sí voy”, pero nos quedamos siempre en donde estamos. No hay más que ver lo que se entiende por “practicante” para darse cuenta de que no tiene nada que ver con las exigencias del evangelio. Ser cristiano es descubrir la voluntad del Padre y cumplirla siempre y en todo. Nos estamos yendo cada vez más por las ramas y alejándonos de la raíz del evangelio.
Se nos llena la boca proclamando pomposamente que somos cristianos, pero hay muchos que, sin serlo, cumplen el evangelio mucho mejor que nosotros. El fariseísmo se ha convertido en moneda corriente entre nosotros, y damos por hecho que basta hablar del evangelio u oír hablar de él y aceptar su mensaje para tranquilizar nuestra conciencia. Hay un refrán que lo expresa muy bien: “Obras son amores y no buenas razones”.
En la primera lectura ya se nos dice que ni siquiera los mayores fallos son definitivos. Podemos en cualquier momento rectificar la trayectoria equivocada. Los errores cometidos pueden ayudarnos a encontrar el camino verdadero. Nuestro conocimiento es limitado y tenemos que aceptar esta condición porque es parte de nuestra naturaleza. No podemos pretender, ni para nosotros ni para los demás, la perfección. Cuando exigimos a un ser humano ser pluscuamperfecto estamos exigiéndole que deje de ser humano.
Solo la experiencia me dice qué es lo que me deteriora y qué es lo que me enriquece como ser humano. Cuando damos por absoluta una norma nos negamos a progresar. El gran peligro es creer que Dios nos ha dado directamente esa norma. Desde esa perspectiva se siguen cometiendo verdaderas barbaridades en contra del ser humano. El Dios de Jesús nunca puede ir en contra del hombre; las normas que hemos promulgado en su nombre, sí. Entender la religión como verdades absolutas, es fundamentalismo.
También hoy podemos ir más allá de la parábola. Ni siquiera las obras tienen valor absoluto. Las obras pueden ser la manifestación de una actitud vital, pero pueden ser fruto de una programación desconectada de nuestro verdadero ser. Los fariseos cumplían todas las normas, pero lo hacían mecánicamente, sin ninguna sinceridad de corazón. No pierdas el tiempo tratando de situarte en una de las partes. Todos estamos diciendo “no” cada tres por cuatro, y todos estamos diciendo “sí” con una pasmosa ligereza.
Quiero resaltar el paralelismo de esta parábola con la del hijo pródigo. En ambas la actitud del padre es decisiva, aunque no se suele tener en cuenta. En aquella cultura (ser hijo significaba por encima de todo obedecer al padre) resalta su actitud ante los dos. Confía en las palabras del segundo, pero no toma represalias contra el primero rebelde. Mantiene la esperanza y crea un ámbito que hace posible la recapacitación del primero. El hijo deja de ser hijo, pero el padre sigue siendo padre y sigue confiando en el hijo.
Consciente o inconscientemente, la búsqueda de la felicidad es el motor que nos mueve a todos a la hora de realizar todos y cada uno de los actos que realizamos, y ese impulso irresistible que nos empuja al logro de la felicidad está indeleblemente impreso en nuestra propia naturaleza.
Esta evidencia —fruto de nuestra experiencia cotidiana— lleva a los eudemonistas a considerar la felicidad como el fin último del ser humano, y, en mayor o menor medida, todos somos eudemonistas. Gottfried Leibniz dice que «la felicidad es al hombre, como la perfección a los entes», lo que significa que en el hombre la perfección consiste en ser feliz. Fueron eudemonistas Aristóteles y Tomás de Aquino, aunque este último refería la felicidad a la vida entera; la de antes y la de después de la muerte.
Pero cada uno de nosotros concibe la felicidad de forma diferente, por cuya razón hallamos infinidad de definiciones distintas. Es habitual devaluar el concepto y llamar felicidad a “cualquier situación de satisfacción y contento”. En el extremo opuesto encontramos personas que le piden mucho a la vida, y restringen el significado de felicidad a un estado de “plenitud y armonía del alma”. Son personas que distinguen muy bien entre lo que es felicidad, y lo que no pasa de ser placer, contento, gozo, júbilo o euforia; personas que consideran la felicidad como un estado superior relacionado con la esencia más genuina de la condición humana.
La felicidad, así concebida, es algo que sólo sentimos circunstancialmente; que no somos capaces de abarcar ni comprender, y que, por tanto, no podemos definir con rigor. Hay conceptos como belleza, felicidad o amor que no pueden ser comprendidos desde la razón; que se nos escapan de entre los dedos. Los identificamos cuando los sentimos, pero somos incapaces de definirlos o comprenderlos; y mucho menos de aprehenderlos.
Es como si se tratase de una realidad ontológica superior para la que todavía no estamos preparados; como un adelanto de las facultades del hombre libre de sus limitaciones; como un eslabón que nos une a algo superior en ciertos momentos de nuestra vida; como un paisaje entre nubes que sólo vemos parcialmente. Tratamos de intuir el resto, pero se nos resiste, y cuando estamos disfrutando de lo que vislumbramos, cuando esperamos que se abra el cielo para verlo en su conjunto, se cierra todavía más y lo perdemos.
Por eso se nos escapa, nos supera, no sabemos cuándo se va a presentar o dónde se halla. Aún en el momento en que nos sentimos felices, no sabemos en qué consiste ni cuánto va a durar. Sin duda, sobre nuestro cerebro estará actuando un aluvión de estímulos, pero ésa no puede ser la causa de la felicidad, sino el efecto; la respuesta a un estado del ánimo superior provocado por causas que se nos escapan.
Pero ¿dónde buscarla?
La auténtica felicidad sólo es alcanzable a través de actitudes que trascienden a los demás. Es decir, la auténtica felicidad se logra a través del ejercicio de nuestra humanidad; y esta conclusión es perfectamente coherente, pues si la felicidad es el fin último del ser humano, en buena lógica debe estar íntimamente ligada a lo que mejor expresa la calidad de lo humano; la humanidad.
Así llegamos a esa correspondencia estrecha entre felicidad y amor: “La felicidad consiste en amar y ser amado”. Parafraseando a Sócrates, podemos decir que el amor es condición necesaria y suficiente para alcanzar felicidad, y que otros cauces sólo nos llevan a situaciones que no van más allá del gozo. Y ya sabemos que esta afirmación choca con el testimonio de muchas personas que aseguran encontrar la felicidad a través de actitudes egoístas, pero creemos que esta discrepancia está motivada por la distinta concepción de felicidad que tiene cada uno de nosotros.
Las “Bienaventuranzas” nos muestran los criterios de Jesús en materia de felicidad: “Cuánto más felices seríais si os conformaseis con poco y compartieseis lo que tenéis con los que no tienen, si no fueseis violentos, si aprendieseis a sufrir porque en esta vida no os va a faltar el sufrimiento, si no hubiese doblez en vosotros, si fueseis compasivos y misericordiosos, si trabajaseis por la paz y la justicia… Y si por todo ello os persiguiesen, todavía más felices…”
Estos criterios suponen un vuelco radical de los valores vigentes en tiempo de Jesús y en cualquier tiempo, pero son la base y fundamento del Reino. Se da la paradoja de que trabajar por el Reino parece en principio una tarea ardua y exigente, y lo es, pero vemos que quienes se lo toman en serio, dan muestras de una felicidad que los demás posiblemente ni imaginamos… Y es que, como decía Jon Sobrino: «A eso es a lo que tenemos miedo; a ser felices a lo cristiano».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
Hay algunos textos en el evangelio que son provocativos, que ciertamente llaman la atención. Mateo 21,28-32 es uno de ellos. Y una de las cosas llamativas es que el relato señala grupos sociales preferentes y de cercanía del reino: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas van delante en el camino del reino de Dios. Porque vino a vosotros (sumos sacerdotes y ancianos) Juan enseñándoles el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio los publicanos y prostitutas le creyeron” (Mt 21,30).
La preferencia de los grupos marginales o de excluidos por encima de aquellos que gozan de privilegios y de reconocimiento no es una novedad en la tradición judía. Los profetas, como por ejemplo Miqueas, señalan a ciertos grupos con especial responsabilidad sobre las injusticias que caen sobre los débiles: príncipes, jueces, profetas, sacerdotes (Miq 3,9-11). Algo similar leemos en Ezequiel 22,23-31. A profetas y sacerdotes no se les acusa generalmente de robar sino de justificar y tolerar. Esta crítica llega a su máxima expresión en Isaías, quien no solo amonestará fuertemente a los grupos acomodados y reconocerá al “huérfano y a la viuda”, al migrante como los primeros en recibir la misericordia y los cuidados de Dios, sino que dará un paso más: señalará al grupo de los excluidos, en este caso de las víctimas del cautiverio de Babilonia, como la fuente de una nueva dirección en las relaciones sociales. De este pequeño conjunto de personas despojadas y saqueadas, de mujeres y esclavos, surgirá “el resto” de Israel; un pequeño grupo insignificante capaz de vivir y de dar continuidad a un pueblo deshecho. Los que “fueron llevados como despojo” (Is 42,22) son los herederos de la promesa y guardan la esperanza para todas las naciones (Is 55,3).
Nosotros, deudores de la teología que predominó desde el siglo IV, tenemos generalmente más presente la dimensión individual de la salvación. En el mejor de los casos creemos que Jesús ofrece la salvación a todos y a cada uno independientemente del lugar social que ocupen. A veces, incluso admitimos que nos salvamos solos como consecuencia de actos determinados desde una ética solitaria.
Este texto apunta hacia una dimensión social y colectiva de modo explícito. En el Reino, se afirma, van delante unos grupos sobre otros. Los grupos tienen sus propias leyes y normas internas. Y parece que este Reino anunciado también las tiene; priman los colectivos sin prestigio e incluso grupos de personas denotados y vapuleados. En ellos permanece con más evidencia y radicalidad la apertura, la posibilidad de la fe. Son quienes creen, porque escuchan con más facilidad y prontitud el anuncio. Hay una recolocación social y sociológica ya que se habla de dos colectivos muy concretos, y no de individuos particulares: son los publicanos y las prostitutas. Ellos llevan la delantera en lo que respecta a la fe. Porque reconocen el “camino de la justicia”, cosa ciertamente más difícil para los prestigiosos “sumos sacerdotes y ancianos” (cf. v. 28).
No dejo de oír entre mis colegas teólogos una idea generalizada de que estamos en un tiempo de secularidad, incluso se habla del siglo del “silencio de Dios”. No puedo dejar de pensar que es posible que estemos buscando a Dios donde definitivamente no lo vamos a encontrar. Tal vez este relato y la larga tradición profética nos redirigen pertinazmente la atención hacia quienes sufren, hacia colectivos vulnerados. Hoy podríamos decir que nos señalan a las víctimas de la trata de personas, mayoritariamente mujeres, hacia quienes no pueden salir de situaciones indignas y donde no se respeta a la tierra y a sus habitantes más vulnerables… Me pregunto si ellos no siguen siendo un resto creyente y los depositarios privilegiados de la esperanza de un mundo más acogedor y servicial; e incluso si no señalen con sus vidas la dirección hacia nuevas relaciones sociales de justicia para todos.
Jesús se dirige “a los sumos sacerdotes y a los ancianos”, es decir, a la jerarquía religiosa y política de su pueblo. Y se atreve a decirles -hacía falta libertad interior valentía y coraje- que “los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios”. Conocemos las consecuencias de tales denuncias: todo el poder terminará aliándose para acabar ejecutando en la cruz al Maestro de Galilea. Pero, ¿qué significa exactamente aquella expresión y cuál puede ser la causa que origina el comportamiento de aquellas personas religiosas, que es denunciado con tanta dureza por parte de Jesús?
El significado parece obvio: el “camino del Reino de Dios” pasa por la vivencia de los valores que apreciamos en el propio Jesús de Nazaret: amor, compasión, servicio, gratuidad, fraternidad… De él se dijo, sencillamente, que “pasó por el mundo haciendo el bien” (Hech 10,38). En síntesis: el “Reino de Dios” no es una cuestión de creencias y de normas, sino de bondad de corazón.
Lo que sucede es que, con frecuencia, la autoridad religiosa pone el acento en la llamada “ortodoxia”, en la adhesión a determinadas creencias y formas de comportamiento, dictadas por aquella misma autoridad. No es raro que los dirigentes religiosos se presenten como aquellos que “saben” -o creen saber- todo lo referido a lo que es necesario creer o cumplir. No solo eso; han solido alimentar la pretensión de imponer todo ello a la gente, tal como también denunciara el propio Jesús: “Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (Mt 23,4).
Tanto por la formación recibida como por el rol con el que han ido identificándose, no es extraño que la autoridad religiosa rija su vida por aquella llamada “ortodoxia” y, en definitiva, por un legalismo que fácilmente genera orgullo.
Ante ello, la postura de Jesús es clara: lo que cuenta no es el legalismo, sino la bondad de corazón. Se trata de algo tan decisivo para él, que insistirá en diferentes ocasiones de manera inequívoca: “No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21).
Resulta curioso las veces que en la Biblia aparecen dos hermanos: Caín y Abel, (Gn 4,1-2); Esaú y Jacob, (Gn 25,24ss); un padre tenía dos hijos: el hijo mayor y el hijo pródigo, (Lc 15,11ss); en la parábola de hoy también un padre tenía dos hijos… Dos hermanas: Marta y María
Tal vez más que de dos hermanos se trata de dos dimensiones, que todos llevamos dentro. Todos somos algo bipolares. Probablemente todos llevamos dentro algo de Caín y algo de Abel; un poco de hermano mayor cumplidor, prepotente; y algo de hijos pródigos. Todos hablamos mucho y seguramente hacemos poco, como en la parábola de hoy.
Los dos hijos representan como dos modos de entender también la libertad y la responsabilidad. Uno habla buenas palabras y no hace nada, cosa harto frecuente también hoy. El otro dice menos, pero es responsable y trabajador.
Son posturas que se repiten en nosotros.
02.- Obras son amores, que no buenas razones.
Así reza el refrán: más obras y menos palabras. De grandes palabras (palabrería) están llenos los espacios políticos, eclesiásticos y también los personales. Las promesas de las campañas electorales duran hasta el día siguiente de las elecciones. ¡Ya quisiéramos también que la Iglesia fuese conforme a lo que leemos en el Nuevo Testamento, en las encíclicas y documentos!, etc.
03. Ortodoxia y orto praxis.
Orto significa: recto / correcto. Doxa: doctrina / pensamiento y Praxis: práctica / acción.
Corren tiempos en los que se disfruta buscando recuperar una ultra-ortodoxia que anquilosa la vida y el evangelio, y olvidamos la ortopraxis, es decir la vida.
Muchas veces la ortodoxia tiene poco que ver con lo que hacemos, con la ortopraxis.
A veces la ortodoxia no es más que una trinchera donde defendemos nuestros posicionamientos ideológicos y religiosos. Algunos movimientos religiosos modernos viven afincados en una super-ortodoxia insignificante, sin significado, pero es el “santo y seña”
Otras personas y actitudes hacen la verdad: están con los que sufren, los pobres, el sida, etc., incluso con una doctrina (ortodoxia) muy elemental, incluso no muy puritana para el orden establecido.
04.- La verdad no se dice, se hace.
Esta veta la recogió con energía la Teología de la Liberación.
Gustavo Gutiérrez [1] formula muy bien esta cuestión cuando dice que la “Verdad no se dice, se hace“, o también en castellano se suele decir que “obras son amores, que no buenas razones”.
Supongamos que uno recita perfectamente el Credo. Eso no quiere decir que tenga fe. Es lo mismo que el hijo que dice “sí”, pero no va a trabajar. Dicen lo que hay que decir, pero sin ninguna implicación personal.
05.- El cristianismo no son unas olimpiadas
A veces da la impresión de que la moral católica es como el Comité Olímpico Internacional. Citius, altius, fortius: más rápido, más alto, más fuerte. Mire usted para ir a la Olimpíada hay que saltar 2,50 mts en salto de altura, además de hacer los 100 mts en 10 segundos. Bueno eso lo dice usted, pero luego, el común de los ciudadanos pasamos caminando tranquilamente por debajo del listón y hacemos los 100 mts en unos tres minutos y amigablemente.
Algo de esto es lo que pasa en la Iglesia Católica (también en las demás iglesias y en la humanidad). La normativa es altísima, pero también es altísimo el tanto por cien de los católicos que vive, que vivimos en tensión con la Iglesia y va -vamos- por la vida como buenamente podemos. El 90% de los católicos vivimos como podemos: el que no está separado – divorciado, vive en pareja de hecho; quien no toma anticonceptivos, no va a Misa; quien no vive en discrepancia con los modos eclesiásticos, tiene dificultades con algunas interpretaciones dogmáticas y vive en tensión con la jerarquía…
Hemos de pensar que nadie es totalmente coherente y responsable en la vida. Dios nos libre de una persona humana que sea totalmente justa, santa, perfecta. Las incoherencias y debilidades nos hacen humanos.
Un ser humano perfecto sería inhumano e insoportable, al menos en este mundo. Hemos de aprender a vivir con nuestras propias limitaciones, defectos y pecado. Cada cual somos algo de Caín y Abel, del hermano mayor y menor, del hijo que fue a trabajar a la viña y del que no fue, de Marta y María, coherentes e incoherentes al mismo tiempo. Siempre nos hará bien recordarnos lo de San Felipe de Neri (1515-1595): sed buenos si podéis, que probablemente no podremos.
06.- ¿Quién hizo la voluntad de Dios Padre?
Lo de Jesús tiene su retranca. Resulta que termina (y empieza) poniendo como modelos de cristianismo a los prototipos oficiales de pecadores: publicanos y prostitutas.
La conclusión de la parábola de JesuCristo es desconcertante y osada. Jesús pone modelos de vida escandalosos para los estamentos oficiales. Probablemente nadie se lo creyó entonces, ni hoy, que los publicanos (ladrones legales de impuestos) y las prostitutas estarán -están- por delante de nosotros en la viña del Señor, en el Reino.
Nos puede resultar escandaloso y molesto, pero en el cristianismo de Jesús las cosas -gracias a Dios- son así.
[1] Gustavo Gutiérrez es un teólogo sacerdote peruano nacido en 1928, al que se le considera uno de los creadores-fundadores de la Teología de la Liberación latinoamericana.
La publicación de hoy es del editor de Bondings 2.0, Francis DeBernardo.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el 25º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
“. . . los has hecho iguales a nosotros”.
Esta es una de las quejas del primer grupo de trabajadores de los viñedos en la parábola del evangelio de hoy. Estos trabajadores se quejan de que el dueño del viñedo trata a todos los trabajadores por igual. Ven que los trabajadores que llegaron más tarde son considerados iguales a los que comenzaron antes y, según los estándares humanos, deberían recibir salarios adicionales. Los madrugadores se sorprenden ante lo que consideran descaradamente injusto.
Estos primeros trabajadores no son egoístas. Son totalmente humanos. Si bien muy pocas personas condenarían la idea de igualdad en teoría, en la práctica, a la mayoría de los seres humanos les gusta calificar la igualdad. Clasificamos a las personas y las colocamos en jerarquías construidas para decidir quién recibe un trato especial. Como dijo George Orwell en Animal Farm, algunas personas “son más iguales que otras“.
Durante los debates sobre el matrimonio igualitario en Estados Unidos, un argumento frecuente en contra del reconocimiento legal de las uniones de parejas del mismo sexo fue que hacerlo dañaría los matrimonios heterosexuales. Superficialmente, ese argumento es tonto: ¿cómo podría la unión de una pareja dañar la de otra pareja? Sin embargo, la lógica tácita que subyace a este argumento era el temor de que las parejas heterosexuales perdieran privilegios jerárquicos en la sociedad. Si las parejas del mismo sexo fueran iguales a las parejas heterosexuales, entonces este último grupo perdería su posición especial, o al menos tendría que compartir esa posición especial. La igualdad amenaza el privilegio.
La mayoría de los seres humanos ensalzan la igualdad en la sociedad, pero nuestra preferencia es por el tipo de igualdad que no amenace los privilegios invisibles de los que disfrutamos debido a ciertas categorías sociales a las que pertenecemos. Este tipo de pensamiento sustenta gran parte del prejuicio personal y social contra las personas LGBTQ+, así como el prejuicio contra las mujeres, las personas de color y muchas otras categorías que subyugan a las personas en las jerarquías sociales que creamos, consciente o inconscientemente.
Los caminos de Dios, sin embargo, son diferentes de nuestros caminos humanos. Para nuestra sorpresa y horror, Dios insiste en que todos sean tratados verdaderamente como iguales. La primera lectura de Isaías de hoy nos recuerda:
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice Dios. Tan altos como están los cielos sobre la tierra, así son mis caminos sobre vuestros caminos y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos”.
Desafortunadamente, mi defecto en la oración no es tratar de aprender los caminos de Dios, sino tratar de convencer a Dios de que siga mis caminos. Como era de esperar, mis costumbres incluyen principalmente preservar cualquier privilegio particular que tenga debido a mi lugar en la sociedad y las diversas jerarquías.
Kenneth Burke, crítico literario y filósofo del siglo XX, dijo que una de las características definitorias de los seres humanos, una de las cosas clave que nos diferencia del resto del mundo natural, es que estamos “incitados por el espíritu de jerarquía. “ En casi cualquier situación en la que se encuentren los humanos, uno de nuestros primeros instintos como humanos es crear una jerarquía. Y el 99,9% de las veces nos colocamos en una posición de privilegio dentro de esa jerarquía.
Nosotros, los miembros de la comunidad LGBTQ+ y aliadas, también somos propensos a crear jerarquías. (Después de todo, somos humanos). A pesar de conocer la opresión debido a un estatus inferior en la sociedad (y en la iglesia), no somos inmunes. Nuestras jerarquías colocan a algunos, como individuos y/o como grupo, en el peldaño superior y a otros en el inferior. El sexismo y el racismo, por ejemplo, son dos problemas jerárquicos que aún prosperan en la comunidad LGBTQ+. Es preocupante que también exista un sesgo antitransgénero.
Kenneth Burke tenía razón: nuestra propensión a crear jerarquías es parte de nuestro ADN. Teológicamente, podríamos llamarlo un “pecado original”, un impulso que todos compartimos. Concretamente, nuestras luchas para superar este impulso son diferentes unas de otras porque enfrentamos privilegios y opresiones diferentes. Y nuestra superación del deseo de jerarquía puede durar sólo un corto tiempo antes de caer nuevamente en su trampa. Siempre tendremos que reaprender esta lección para pensar más como lo hace Dios.
Uno de mis autores favoritos, Graham Greene, lo expresó perfectamente en su novela Brighton Rock:
“No puedes concebir, hija mía, ni yo ni nadie, la atroz extrañeza de la misericordia de Dios”.
Los primeros trabajadores de la parábola de hoy, al igual que yo y muchas personas, estamos conmocionados y consternados por lo generoso que es Dios con la misericordia, extrañamente otorgándola a personas que no creemos que la merezcan. Por supuesto, nosotros mismos no lo merecemos realmente, pero en general, a menudo pasamos por alto ese hecho. Nuestra salvación viene en nuestros intentos de pensar más como Dios: aboliendo jerarquías y viviendo con igualdad radical.
—Francis DeBernardo, New Ways Ministry , 24 de septiembre de 2023
Probablemente era otoño y en los pueblos de Galilea se vivía intensamente la vendimia. Jesús veía en las plazas a quienes no tenían tierras propias, esperando a ser contratados para ganarse el sustento del día. ¿Cómo ayudar a esta pobre gente a intuir la bondad misteriosa de Dios hacia todos?
Jesús les contó una parábola sorprendente. Les habló de un señor que contrató a todos los jornaleros que pudo. Él mismo fue a la plaza del pueblo una y otra vez, a horas diferentes. Al final de la jornada, aunque el trabajo había sido absolutamente desigual, a todos les dio un denario: lo que su familia necesitaba para vivir.
El primer grupo protesta. No se quejan de recibir más o menos dinero. Lo que les ofende es que el señor «ha tratado a los últimos igual que a nosotros». La respuesta del señor al que hace de portavoz es admirable: «¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?».
La parábola es tan revolucionaria que seguramente después de veinte siglos no nos atrevemos todavía a tomarla en serio. ¿Será verdad que Dios es bueno incluso con aquellos que apenas pueden presentarse ante él con méritos y obras? ¿Será verdad que en su corazón de Padre no hay privilegios basados en el trabajo más o menos meritorio de quienes han trabajado en su viña?
Todos nuestros esquemas se tambalean cuando hace su aparición el amor libre e insondable de Dios. Por eso nos resulta escandaloso que Jesús parezca olvidarse de los «piadosos», cargados de méritos, y se acerque precisamente a los que no tienen derecho a recompensa alguna por parte de Dios: pecadores que no observan la Alianza o prostitutas que no tienen acceso al templo.
Nosotros nos encerramos a veces en nuestros cálculos, sin dejarle a Dios ser bueno con todos. No toleramos su bondad infinita hacia todos: hay personas que no se lo merecen. Nos parece que Dios tendría que dar a cada uno su merecido, y solo su merecido. Menos mal que Dios no es como nosotros. Desde su corazón de Padre, él sabe regalar también su amor salvador a esas personas a las que nosotros no sabemos amar.
Isaías 55,6-9: Mis planes no son vuestros planes Salmo responsorial: 144: Cerca está el Señor de los que lo invocan. Filipenses 1,20c-24.27a: Para mí la vida es Cristo Mateo 20,1-16: ¿Vas a tener tú envidia porque soy bueno?
La gracia y la misericordia de Dios se contrapone a la mentalidad religiosa judía de los tiempos de Jesús. Frente a la teología del mérito del sistema religioso se opone la teología de la gracia predicada por Jesús. Desde esta perspectiva, la salvación no se alcanza solamente por méritos propios sino por la misericordia de Dios que nos la concede a pesar de que no la merezcamos.
El texto del segundo Isaías centra su actividad profética en el tema de la consolación del pueblo desterrado. Pero el destierro fue por la desobediencia del pueblo y de sus dirigentes que se apartaron de Dios y quebrantaron la alianza. Sin embargo, Dios no abandona a su pueblo. Si el pueblo es infiel a la alianza, Dios permanece siempre fiel. Los caminos del Señor son muy distintos de los caminos humanos. El profeta insiste en la invitación a buscar al Señor. Hace un llamado a la conversión y al arrepentimiento porque Dios es Clemente y misericordioso y siempre está dispuesto al perdón. Los planes de Dios no son tan limitados y mezquinos como los de nosotros.
Pablo, en la carta a los Filipenses, plantea una seria disyuntiva: o morir para estar con Cristo o quedarse en medio de ellos para ayudarles en sus dificultades. Pablo, prisionero por Cristo, presiente que sus días ya están llegando a su fin. Perseguido, calumniado, encarcelado, azotado y despreciado de muchos ha vivido en su propia persona la pasión de su Señor. Consecuente con su predicación, si se ha esforzado por vivir el evangelio de Jesús, entonces es normal que corra la misma suerte que su maestro. Pero también tiene la plena convicción de participar de la gloria de la resurrección. Tanto su vida como su muerte está en función de Cristo. Si está vivo es para seguir anunciando el evangelio, si muere es para entrar en la plena comunión de los justificados por El. Así las cosas, Pablo siente que su misión ha llegado a su fin. Como Jesús, puede decir todo está cumplido. Pero a Pablo le queda la gran preocupación de la fragilidad de las comunidades, cuya fe está fuertemente amenazada por el ambiente cultural y religioso de las colonias del Imperio.
En la parábola de los trabajadores descontentos con la paga se refleja el modo de actuar de Dios contrario a nuestra mentalidad utilitarista. El contexto de la parábola debió se la controversia de Jesús con las autoridades judías por su continua relación con personas de dudosa reputación como publicados, pecadores, enfermos, niños, paganos y mujeres. Precisamente aquellos que estaba considerados impuros y, por tanto, excluidos del círculo de santidad. Pero en el contexto de la comunidad mateana se percibe el conflicto producido entre los judeocristianos y paganos cristianos que confluyen en la misma comunidad. Era inaceptable que los recién conversos tuvieran el mismo trato de los que han pertenecido desde tiempos antiguos al pueblo elegido. Es claro que el encuentro entre judaísmo y cristianismo en el seno de una misma comunidad resultó bastante complicado. Así lo manifiestan otros escritos del nuevo testamento como la carta a los gálatas.
La parábola, narrada por Jesús, parte de un hecho real. El propietario representa a los terratenientes que a base de aranceles habían quitado las tierras a los campesinos. Así mismo, los desocupados eran los que lo habían perdido todo y se alquilaban por cualquier cosa para poder vivir. Por supuesto que había quienes siempre eran clientes fijos del propietario, es decir, aquellos a quienes siempre se les contrataba, y estaban los que iban apareciendo a última hora. La clave de la parábola no está en la actitud equitativa del patrón, pues el podría pagar como quisiera. Lo que llamó la atención a los oyentes es que haya preferido a los que no eran sus trabajadores (los de la última hora) sobre los que si lo eran (los de la primera hora). Situación incomprensible desde todo punto de vista.
El sistema religioso del tiempo de Jesús y de las primeras comunidades centraba la práctica religiosa en el mérito y la paga. La salvación se había convertido en un mercado de compra y venta. Jesús cuestiona a fondo esta mentalidad que tanto mal le ha hecho al pueblo. La salvación es don gratuito de Dios. Y la gracia tiene que ver con el amor misericordioso. Dios no maneja nuestros esquemas contables interesados y lucrativos. Para Dios, tanto los primeros como los últimos son objeto de su inmenso amor y misericordia.
Hoy tenemos que superar todo espíritu de competencia y codicia. Tenemos que superar sobre todo el «exclusivismo» que todavía late en el subconsciente cristiano: ya no lo decimos ni lo sostenemos, pero muchos lo siguen pensando: nosotros, nuestra religión, sería la única verdadera, y por tanto la superior, la definitiva, la insuperable, aquella a la que las demás religiones (¡y culturas!) deberán confluir… Si ya muchos han abandonado aquella visión veterotestamentaria de que «las naciones y los pueblos vendrán a adorar a Dios en Sión» -porque sociológicamente ya no parece previsible ni viable que el mundo vaya un día a ser todo él cristiano-, no dejamos de tener esa conciencia de «exclusivismo» cuando nuestras autoridades y jerarquías condenan autoritariamente y sin diálogo alguno opiniones sociales, criterios éticos, que se dan en distintas sociedades, apoyados en el convencimiento de que nuestra verdad es incuestionablemente superior a la de los demás, por principio, y que tendríamos derecho a imponerla en la sociedad (laica, aconfesional) sin necesidad siquiera de dialogar y convencer a la población… Es una actitud de complejo de superioridad que no tiene ninguna justificación.
La apertura a todos, el reconocimiento sincero de que no tenemos un «gratuito e inmerecido derecho de primogenitura», que no somos «los (únicos) elegidos», que los que hemos considerado tradicionalmente «últimos» (o en todo caso, posteriores a nosotros) no lo son, que Dios es «gratuito» y sin favoritismos… son asignaturas pendientes todavía para las Iglesias cristianas…
No cabe duda de que aceptar en profundidad el mensaje evangélico de hoy de que «los primeros serán los últimos», nos exige un cambio de mentalidad a fondo. También el pluralismo religioso y el diálogo intercultural hay que elencarlos entre esos grandes desafíos generados por el descubrimiento más profundo de la «gratuidad de Dios» que la parábola del evangelio de hoy vuelve a poner ante nuestros ojos. Leer más…
Esta es una parábola extraña, irreductible a toda lógica, como indiqué en Comentario de Mateo, pasando en silencio sobre su tema de fondo. Más adelante, Economía y teología (Dios y Mamón), me animé y empecé a entrar en su mensaje, en sentido personal y eclesial, económico y sociopolítico.
En esa línea quiero seguir este domingo, sin atreverme a ofrecer una explicación de fondo de la parábola, que apenas ha sido acogida y desarrollada en la DSI, doctrina social de la iglesia.
Sólo cristianos como Francisco de Asís y Juan de la Cruz (con muchas mujeres creyentes de fondo) nos ayudan a interpretar este evangelio. En general, la doctrina general de los cristianos ha pasado de largo ante su mensaje, que algunos dicen que suena a comunista: A todos lo mismo. Pero, como verá quien siga, esta parábola ofrece grandes novedades.
| X.Pikaza
Tema de fondo y texto
Esta narración parabólica vincula un tema de trabajoc con una experiencia y tarea de gratuidad, desde la perspectiva de los últimos (los pobres y gentiles…) a quienes el “dueño de la casa” pagaa igual que a los primeros (que han trabajado intensamente), Hay un mismo salario de gracia para todos, un salario que no es paga (soldada o sueldo) por lo trabajado, sino descubrimiento y ofrenda gratuito de vida, en igualdad que puede ser escandalosa para muchos (un denario, promesa de vida para todos).
Mt 20 1 El Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que al amanecer (=hora de prima) salió a contratar jornaleros para su viña. 2 Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. 3 Salió otra vez a media mañana (=hora de tercia), vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, 4 y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. 5 Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde (=hora de sexta, hora de nona) e hizo lo mismo. 6 Salió al caer la tarde (=hora undécima) y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? 7 Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña.
8 Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al administrador: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. 9 Vinieron los del atardecer (hora undécima) y recibieron un denario cada uno. 10 Cuando llegaron los primeros pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. 11 Y recibiendo (el denario) se pusieron a protestar contra el amo, diciendo: 12 Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor. 13 Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? 14 Toma lo tuyo y vete. Yo quiero darle a este último igual que a ti. 15 ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? 16 Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos [1].
Sólo en forma de parábola se puede decir algo así
La parábola empieza hablando de unos arrendatarios a quienes el dueño de casa(oivkodespo,thj) ha contratado como trabajadores en su viña (un tema clave que volverá en 21,33-41), para terminar poniendo de relieve la protesta de aquellos que piensan que el dueño ha sido injusto, pues ha pagado a los últimos igual que a los primeros. En esa línea, el texto habla de cinco grupos de contratados: al amanecer, a la hora tercia, sexta, nona, y finalmente a la caída de la tarde.
Pero al final de la parábola, solo parecen importar dos grupos: Los que han comenzado a trabajar desde el amanecer (hora de prima), que pueden ser judíos observantes…, y los que han sido llamados al final de la tarde (=hora undécima, a eso de las nueve), cuando sólo quedaban breves momentos de faena. Pues bien, en contra de las normas laborales, todos reciben el mismo jornal: Un denario; no importa ya lo que hayan trabajado, sino lo que necesitan para vivir (¡un denario!). Lógicamente, al ver que los últimos cobraban igual que ellos, los primeros protestan, pues, conforme a las normas laborales, deberían haber recibido un jornal más grande.
Los de la primera hora parecen ser judíos, que han estado trabajando en la viña desde muy antiguo, y que tienen envidia (se sienten injustamente tratados) porque el dueño de casa les paga igual que a los que sólo han trabajado una hora (el jornal de un día, un denario). Pero esta parábola nos lleva más allá del plano salarial, haciéndonos ver que todo lo que viene de Dios es un regalo, un don gratuito, de manera que el trabajo de los hombres y mujeres al servicio de la casa, en la familia y campo, ha de hacerse gratuitamente (conforme al pasaje anterior: Mt 19, 29-30) [2].
Los últimos son los primeros (20, 16).En un sentido nadie tiene ventaja sobre nadie. Pero en otro sentido Mateo ha destacado la importancia de los niños y pequeños (18, 1-14; 19, 13-14) y de aquellos que lo dejan y dan todo a los pobres (19, 16-29). En esa línea se dice que los últimos (los que no se reservan nada) serán los primeros, sentencia con la que empezaba también esta parábola (19, 30), que es una crítica contra los que presumen de mérito ante Dios.
‒ Esta parábola va en contra de una iglesia establecida (de tipo quizá judeo-cristiano), que se opone a que las nuevas iglesias (de paganos o judeo-cristianos con paganos) tengan sus mismos derechos y su misma libertad mesiánica, como si siglos de buen judaísmo no les hubieran dado ninguna ventaja. En contra de eso, el Jesús de Mateo, que ha defendido la autoridad de los niños y pequeños, defiende aquí el derecho y rectitud cristiana de los “trabajadores de la última hora”, que serían, en general, los pagano-cristianos [3].
– Esta parábola va en contra de un sistema salarial impuesto en forma mercantil desde arriba… es decir, desde el amo/dueño de la viña… De todas formas, como seguiré diciendo, a medida que entramos en la parábola descubrimos que el amo no es dueño que paga un salario… sino que en el fondo el amo se identifica con la viña, abriendo en gratuidad un camino de vida (trabajo, futuro) para todos, y para todos en igual (un denario: el pan de cada día para la familia entera, no sólo para el trabajador)
Esta parábola es propia de Mateo y refleja los problemas de su Iglesia, entre trabajadores de primera (judíos, observantes) y de última hora (gentiles sin experiencia del Dios israelita), poniendo de relieve la igualdad mesiánica de todos. Los lectores de Mateo aprenden así que su denario, a la caída de la tarde, ante el tribunal de Dios no es un salario según ley, sino expresión de un amor gratuito, que deben compartir todos los creyentes.
Esta parábola se vincula así con los demás anteriores del evangelio de Mateo (venderlo todo y dárselo a los pobres, para crear así una comunidad donde nadie sea dueño o propietario por encima o en contra de los otros). De esa manera queda superada la distinción por origen de unos y otros (judíos, gentiles; de primera o de última hora). Según eso, no debe trabajarse para ganar más, sino para expresar el don de Dios y compartirlo, sabiendo al fin que cada uno ha de recibir lo que necesita, elevando así una crítica frontal contra este.
No es una ley, ni una teoría, sino una parábola abierta a la vida.
Esta parábola de los trabajadores de la viña nos hace salir de un sistema de retribución salarial, que se formula y establece por ley (según el mérito y la aportación de cada uno, dentro de un mercado de trabajo, controlado por los propietarios, dadores de trabajo), para entar en un modelo de gratuidad, donde no hay propietarios y no propietarios, dadores de trabajo y asalariados, sino espacios de vida compartida, esto es, comunidades de personas libres, donde cada uno aporta lo que puede y recibe lo que necesita para vivir él y su familia (es decir, un denario).
Debemos pasar, según eso, de un tipo de justicia (¡te pagaré lo justo: to dikaion, Mt 20, 5) a una experiencia de gracia y comunicación personal, donde el “amo” (señor de casa) paga (da) a los últimos lo mismo que a los primeros, gratuitamente, porque es bueno (agathos: Mt 20, 15), y porque los hombres y mujeres lo necesitan para vivir. Esta parábola empieza empleando un lenguaje salarial (pagar lo justo) para superarlo después,¡ (¡no negarlo!), superando de esa forma todos los deberes de unos, todas las ventajas e imposiciones de otros.
Repito el tema, por si no queda claro: debenis pasar de un sistema salarial creador de grandes diferencias (que pueden pasar del cien o mil por uno a un sistema igualitario (a todos el mismo salario), de manera que no existan ya salarios, con dadores de trabajo y asalariados, sino experiencias de propiedad, trabajo y salario compartido, donde cada uno ofrezca al conjunto social y laboral lo que puede y recibe lo que necesita, para sí mismo y para su familia.
El modelo de trabajo y de remuneración en gratuidad, que formula esta parábola, va en contra de las leyes o costumbres actuales de propiedad y trabajo asalariado, donde lo que importa es la defensa de un tipo de “ dominio” particular de bienes, a unos bienes que son riqueza y fuente de una vida compartida en gratuidad.
Algo de esto han sabido y querido muchos grupos humanos antiguos, lo mismo que millones de familias y grupos religiosos en los que se comparte en amor la riqueza, el trabajo y el sueldo, en un contexto de comunión personal (cada uno hace lo que puede, a cada uno se le da lo que necesita), no de “talión” salarial (ojo por ojo…). Esto lo han sabido los socialistas utópicos del siglo XIX, mejor que un tipo miedoso de DSI (Doctrina Social de la Iglesia) centrada en “lo justo” de la primera propuesta del amo en Mt 20, 4 no en el amor del final, superando su propuesta salarial, porque es bueno” (20, 15).
Mateo empieza a contar esta parábola desde la perspectiva “religiosa” de las primera comunidades cristianas, y así distingue entre unos judeo-cristianos que vienen trabajando (en línea de evangelio y que, según eso, quieren un salario y mérito mayor, dentro de la iglesia) y unos pagano-cristianos que han empezado a trabajar más tarde en la viña de del evangelio, pero al final reciben la misma paga que los primeros, como si lo que importara fuera (¡y es así!) lo que cada uno necesita por humanidad, y no lo que merece según ley de mercado.
Durante el período de formación de los discípulos, tal como lo cuenta el evangelio de Mateo, Jesús parece disfrutar desconcertándolos con sus ideas sobre el matrimonio, la importancia de los niños, la riqueza. Pero el punto culminante del desconcierto lo constituye esta parábola sobre el pago por el trabajo realizado.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.” Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo.
Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
― ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?
Le respondieron:
― Nadie nos ha contratado.
Él les dijo:
― Id también vosotros a mi viña.
Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz:
― Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo:
― Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.
Él replicó a uno de ellos:
― Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
El protagonista es un terrateniente con capacidad para contratar a gran número de obreros. No es un señorito que se dedica a disfrutar de los productos del campo. Al amanecer ya está levantado, en la plaza del pueblo, contratando por el jornal habitual de la época: un denario. Y tres veces más, a las 9 de la mañana, a las 12, incluso a las 5 de la tarde, vuelve del campo al pueblo en busca de más mano de obra. A estos no les dice cuánto les pagará. Pero les da lo mismo. Algo es algo.
Hasta ahora todo va bien. Un propietario rico, preocupado por su finca, atento todo el día a que rinda el máximo. Se intuye también un aspecto más positivo y social: le preocupa el paro, el que haya gente que termine el día sin nada que llevar a su casa.
Pero este personaje tan digno se comporta al final como un cabrón (insulto de base bíblica, usado por el profeta Ezequiel). Al atardecer, cuando llega el momento de pagar, ordena al administrador que no empiece por los primeros, sino por los últimos. Cuando estos, sorprendidos, reciben un denario por una sola hora de trabajo, los demás, especialmente los de las 6 de la mañana, alientan la esperanza de recibir un salario mucho más elevado. Con gran indignación de su parte, reciben lo mismo. Es lógico que protesten.
¿Por qué no empezó el propietario por los primeros, los dejó marcharse, y luego pagó a los otros sin que nadie se enterase? ¿Por qué quiso provocar la protesta? Porque sin el escándalo y la indignación no caeríamos en la cuenta de la enseñanza de la parábola.
¿Cabrón o bueno?
Los jornaleros de la primera hora plantean el problema a nivel de justicia. En cambio, el terrateniente lo plantea a nivel de bondad. Él no ha cometido ninguna injusticia, ha pagado lo acordado. Si paga lo mismo a los de la última hora es por bondad, porque sabe que necesitan el denario para vivir, aunque muchos de ellos sean vagos e irresponsables.
¿Quiénes son los de las 6 de la mañana y los de las 5 de la tarde?
En la comunidad de Mateo, formada por cristianos procedentes del judaísmo y del mundo pagano, predicar que Dios iba a recompensar igual a unos que a otros podía levantar ampollas. El judío se sentía superior a nivel religioso: su compromiso con Dios se remontaba a siglos antes, a Moisés; llevaba el sello de la alianza en su carne, la circuncisión; había cumplido los mandatos y decretos del Señor; no habían faltado un sábado a la sinagoga. ¿Cómo iban a pagarles lo mismo a estos paganos recién convertidos, que habían pasado gran parte de su vida sin preocuparse de Dios ni del prójimo? Usando unas palabras del profeta Daniel, ¿cómo iban a brillar en el firmamento futuro igual que ellos? En este planteamiento se comprende el reproche que les hace el propietario (Dios): vuestro problema no es la justicia sino la envidia, os molesta que yo sea bueno.
Desde la época de Mateo han pasado veinte siglos; la interpretación anterior ya no resulta actual y podemos sustituirla por otra: los cristianos que han cumplido desde niños la voluntad de Dios, no han faltado un domingo a misa, colaboran en la parroquia, ayudan en Caritas, se enteran de que Dios va a compensarlos a ellos igual que a gente que solo pisa la iglesia para entierros y bodas, y que interpretan la moral de la Iglesia según les convenga. A algunos de ellos puede parecerles una gran injusticia. Dios no lo ve así, porque piensa recompensarles como se merecen. Si da lo mismo a los otros no es por justicia, sino por bondad.
¿No es de hipócritas indignarse?
Si alguno se sigue indignando con la actitud de Dios, debería preguntarse si es hipócrita o tonto. En el fondo, el que se indigna es porque piensa que lleva trabajando desde las 6 de la mañana, que lo ha hecho todo bien y merece una mayor recompensa de parte de Dios. Si examina detenidamente su vida, quizá advierta que empezó a trabajar a las 11 de la mañana, y que se ha sentado a descansar en cuanto pensaba que el capataz no lo veía. A buen entendedor, pocas palabras.
En cambio, el que es consciente de haber rendido poco en su vida, de no haberse comportado en muchos momentos como debiera, de haber empezado a trabajar a las 5 de la tarde, se sentirá animado con esta parábola.
Las cinco de la tarde
Cabe el peligro de interpretar lo anterior como “Dios es muy bueno y podemos dedicarnos a la gran vida”. La invitación a ir a trabajar a las 5 de la tarde, aunque sólo sea una hora, es un toque de atención No se trata de seguir vagueando irresponsablemente. Siempre hay tiempo para echar una mano al propietario de la finca.
Este es el tema de la 1ª lectura, tomada de Isaías, que usa un lenguaje mucho más severo.
Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos -oráculo del Señor-. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes
No habla de desocupados sino de malvados y criminales. Pero los exhorta a regresar al Señor, que “tendrá piedad” porque “es rico en perdón”. En el evangelio, con fuerte contraste, no son malvados y criminales los que van en busca de Dios; es el mismo Dios quien sale al encuentro, cuatro veces al día, de todas las personas que necesitan de su ayuda.
Tanto el evangelio como Isaías coinciden en afirmar, cada uno a su estilo, que los planes y los caminos de Dios son muy distintos y más elevados que los nuestros.
Marruecos, Libia y la alternativa de Pablo (Fil 1,20c.24.27a)
Igual que el domingo pasado, la segunda lectura no tiene relación con el evangelio, pero sí mucha con la realidad actual de los miles de muertos provocados por el terremoto de Marruecos y las inundaciones en Libia.
Pablo está en la cárcel, y no sabe si saldrá absuelto o lo condenarán a muerte. Para nosotros, la elección sería clara: absolución. Pablo ve las cosas de otro modo: la absolución le permitiría seguir trabajando por sus cristianos y por la extensión del evangelio; pero la muerte le permitiría «estar con Cristo, que es con mucho lo mejor». En esta alternativa, no sabe qué escoger.
Lo absolverán, y continuará su obra unos años más, hasta que la muerte le permita estar con Cristo. La semana pasada hemos experimentado la muerte con terrible tragedia personal, familiar y social. En medio de tanto sufrimiento, Pablo nos recuerda a los cristianos que la muerte es el paso a disfrutar eternamente de la compañía del Señor.
Si los dos domingos anteriores teníamos como tema central del Evangelio el tema del perdón, este domingo Mateo nos presenta el tema de la envidia. La envidia no es otra cosa que el dolor y la rabia que nos provoca el bien ajeno.
Es fácil, nos sale casi de forma natural, el conmovernos ante las desgracias ajenas. El dolor de otras personas es capaz de sacar lo mejor de mucha gente.
Pero, tristemente, el bien ajeno, no solo no nos alegra sino que en ocasiones nos pone en contacto con la parte más oscura y sombría del ser humano. Nos parece que nuestro esfuerzo merece mejores recompensas. Y nos llena de envidia ver cómo otras personas reciben más que nosotras; entonces nos sentimos injustamente tratadas. Igual que los jornaleros de la primera hora: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.”
He oído muchas veces, a distintas personas, quejarse de que los telediarios dan solamente malas noticias. Pero ¿soportaríamos un telediario de buenas noticias ajenas? Seguramente no, y las televisiones lo saben y cuidan sus audiencias dando aquello que se demanda.
¡Ay, la envidia!, esa fiel compañera que se abre paso en nuestra vida desde nuestra más tierna infancia. Muchas veces se les da lo mismo a dos hermanitos para que ninguno tenga envidia, pero ¿ayuda eso a lidiar con la envidia en la vida?
¿Qué podemos hacer para que el bien ajeno no nos haga profundamente infelices? ¿Cuál es el antídoto que contrarresta los efectos de la envidia? ¡La misericordia!
Si la envidia es mirar con malos ojos el bien ajeno, la misericordia es la capacidad de mirar con buenos ojos incluso la miseria ajena. La misericordia es la manera de ver que tiene Dios. Es mirar con los ojos de Dios que cuando nos mira ve por todas partes hijas e hijos amados.
Si al mirar veo a una persona amada es más fácil que consiga alegrarme con su alegría. Si descubrimos que lo bueno que les pasa a las demás es también un bien para mí viviré con más alegría y menos preocupación.
Al reconocer que el “denario” que recibo por mi trabajo es justamente lo que habíamos acordado de ante mano y por lo mismo es el salario que merece mi esfuerzo, podré contentarme con lo mío. Y podré también ir abriendo camino para que la alegría ajena provoque también mi alegría.
Oración
Danos, Trinidad Santa, una mirada misericordiosa como la tuya. Libéranos de la envidia que nos separa y enfrenta y llénanos de la ternura que une y complementa.
Cuando se escribió este evangelio, las comunidades llevaban ya muchos años de rodaje, pero seguían creciendo. Los veteranos, seguramente reclamaban privilegios, porque en un ambiente de inminente final de la historia, los que se incorporaban no iban a tener la oportunidad de trabajar como lo habían hecho ellos. Advierte a los cristianos que no es mérito suyo haber accedido a la fe antes, sino un privilegio que debían agradecer.
Jesús acaba de decir al joven rico que venda todo lo que tiene y le siga. A continuación, Pedro dice a Jesús: “Pues nosotros lo hemos dejado todo, ¿qué tendremos?” Jesús le promete cien veces más, pero termina con esa frase enigmática: Hay primeros que serán últimos, y últimos que serán primeros. A continuación, viene el relato de hoy, que repite lo mismo, pero invirtiendo el orden; dando a entender que la frase se ha hecho realidad.
Los tres últimos domingos han desarrollado el mismo tema, pero en una progresión de ideas interesante: el domingo 23 nos hablaba de intentar recuperar al hermano que ha fallado. El 24 nos habló de la necesidad de perdonar sin tener en cuenta la cantidad. Hoy habla de la necesidad de compartir, no con un sentido de justicia humano, sino desde el amor. Todo un proceso de aproximación al amor que Dios manifiesta a cada uno.
Hoy tenemos una mezcla de alegoría y parábola. En la alegoría, cada uno de los elementos significa otra realidad en el plano trascendente. En la parábola, es el conjunto el que nos lanza a otro nivel de realidad a través de una quiebra en el relato. Está claro que la viña hace referencia al pueblo elegido y que el propietario es Dios mismo. Pero también es cierto que, en el relato, hay un punto de inflexión cuando dice: “Al llegar los primeros pensaron que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario”.
Desde la justicia humana, no hay ninguna razón para que el dueño de la viña trate con esa deferencia a los de última hora. Por otra parte, el propietario de la viña actúa desde el amor absoluto, cosa que solo Dios puede hacer. Lo que nos quiere decir la parábola es que una relación de ‘toma y da acá’ con Dios no tiene sentido. El trabajo en la comunidad de los seguidores de Jesús tiene que imitar a ese Dios y ser totalmente desinteresado.
Con esta parábola, Jesús no pretende dar una lección de relaciones laborales. Cualquier referencia a ese campo en la homilía de hoy no tiene sentido. Cualquier sindicato de trabajadores consideraría una injusticia lo que hace el dueño de la viña. Jesús habla de la manera de comportarse Dios con nosotros, que está más allá de toda justicia humana. Que nosotros seamos capaces de imitarle es otro cantar. Desde los valores de justicia que manejamos en nuestra sociedad será imposible entender la parábola.
Hoy todos trabajamos para lograr desigualdades, para tener más que el otro, estar por encima y así marcar diferencias con él. Esto es cierto, no solo respecto a cada individuo, sino también a nivel de pueblos y naciones. Incluso en el ámbito religioso se nos ha inculcado que tenemos que ser mejores que los demás para recibir un premio mayor. Ésta ha sido la filosofía que ha movido la espiritualidad cristiana de todos los tiempos.
La parábola trata de romper los esquemas en los que está basada la sociedad, que se mueve únicamente por el interés. Como dirigida a la comunidad, la parábola pretende unas relaciones humanas que estén más allá de todo interés egoísta de individuo o de grupo. Los Hechos de los Apóstoles nos dan la pista cuando nos dicen: “nadie consideraba suyo propio nada de lo que tenía, sino que lo poseían todo en común”.
Los de primera hora se quejan del trato que reciben los de la última. Se muestra la incapacidad de comprensión de la actitud del dueño. No tienen derecho a exigir, pero les molesta que los últimos reciban lo mismo que ellos. El relato demuestra un conocimiento muy profundo de la psicología humana. La envidia envenena las relaciones humanas hasta tal punto, que a veces prefiero perjudicarme con tal de que el otro no se beneficie.
Lo que está en juego es una manera de entender a Dios completamente original. Tan desconcertante es ese Dios de Jesús, que después de veinte siglos, aún no lo hemos asimilado. Seguimos pensando en un Dios que paga a cada uno según sus obras (el dios del AT). Una de las trabas más fuertes que impiden nuestra vida espiritual es creer que podemos merecer la salvación. El don total y gratuito de Dios es siempre el punto de partida, no algo a conseguir gracias a nuestro esfuerzo. Dios se da a todos siempre.
Podemos ir incluso más allá de la parábola. No existe retribución que valga. Dios da a todos los seres lo mismo, porque se da a sí mismo y no puede partirse. Dios nos paga antes de que trabajemos. Es una manera equivocada de hablar, decir que Dios nos concede esto o aquello. Dios está totalmente disponible a todos. Lo que tome cada uno dependerá solamente de él. Si Dios pudiera darme más y no me lo diera, no sería Dios.
La salvación que Jesús propone no busca cambiar a Dios; como si antes estuviésemos condenados por Dios y después estuviésemos salvados. La salvación de Jesús consistió en manifestarnos el verdadero rostro de Dios y cómo podemos responder a su don total. Jesús vino para que nosotros cambiemos, aceptando su salvación. Esa aceptación de su salvación tendría increíbles consecuencias en nuestra vida espiritual.
Con estas parábolas el evangelio pretende hacer saltar por los aires la idea de un Dios que reparte sus favores según el grado de fidelidad a sus leyes, o peor aún, según su capricho. Por desgracia hemos seguido dando culto a ese dios interesado y que nos interesaba mantener. En realidad, nada tenemos que “esperar” de Dios; ya nos lo ha dado todo desde el principio. Intentemos darnos cuenta de que no hay nada que esperar.
El mensaje de la parábola es evangelio, buena noticia: Dios es para todos igual: amor, don infinito. Los que nos creemos buenos lo veremos como una injusticia; seguimos con la pretensión de aplicar a Dios nuestra manera de hacer justicia. ¿Cómo vamos a aceptar que Dios ame a los malos igual que a nosotros? Debe cambiar nuestra religiosidad que se basa en ser buenos para que Dios nos premie o, por lo menos, para que no nos castigue.
El evangelio nos propone cómo tiene que funcionar la comunidad (el Reino). Lo que Jesús pretende es que despleguemos una vida plenamente humana. Si se pretende esa relación imponiéndola desde el poder, no tendría ningún valor salvífico. Si todos los miembros de una comunidad, sea del tipo que sea, lo asumieran voluntariamente, sería una riqueza increíble, aunque no partiera de un sentido de trascendencia.
«Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros que hemos aguantado el peso del día y el bochorno»
La práctica recogida en el texto de hoy era habitual en nuestros pueblos hasta hace muy poco tiempo, y sin duda algo cotidiano en la Palestina de tiempos de Jesús. El hacendado, o su capataz, salía muy temprano a la plaza del pueblo a contratar a los peones que iba a necesitar esa jornada, y el que era elegido se ganaba el sustento, y el que no, se quedaba sin jornal y debía ayunar ese día. El inicio de la parábola relata por tanto un hecho de todos conocido, pero al final (como era su costumbre) Jesús introduce la paradoja, y en la paradoja encontramos el mensaje: los obreros que solo han trabajado una hora reciben el mismo salario que quienes habían estado todo un día soportando el duro trabajo.
Según nuestra mentalidad, los obreros de la primera hora que protestan tienen toda la razón, porque se ha cometido con ellos una injusticia (o como diríamos nosotros, un “agravio comparativo”). No hay derecho a que trabajando diez veces más que los otros, al final reciban lo mismo… Pero según la mentalidad que emana del evangelio, gracias a la “injusticia” del amo, aquellos braceros de última hora podrán dar de cenar a su familia ese día. Todo es cuestión de enfoque; nosotros estamos anclados en el mundo de la justicia, y el evangelio nos propone dar el salto definitivo al mundo del amor. «Tú piensas como los hombres, no como Dios», le dice Jesús a Pedro cuando se siente tentado por él.
Pensar como Dios, pensar desde el amor en lugar de pensar desde la mera justicia. Para Jesús debió ser muy importante recalcar esta forma tan distinta de ver las cosas, porque repite el mensaje en muchas ocasiones a lo largo del evangelio. En la parábola del hijo pródigo, la actitud del hijo mayor es perfectamente razonable, pero volvemos a estar frente a un problema de enfoque. El hijo sólo ve que su hermano «ha devorado la hacienda con rameras», mientras que su padre va mucho más adentro: «Este hermano tuyo estaba perdido y ha sido hallado». Ver el mundo desde la justicia o verlo desde el amor…
En el pasaje de la mujer adúltera, los escribas y fariseos tienen toda la razón. La ley de Moisés manda lapidar a las mujeres sorprendidas en adulterio, y ellos son los encargados de impartir justicia. Lo que no tienen es misericordia; viven en el mundo de la justicia y no son capaces de ir más allá. Jesús, en cambio, vive inmerso en el mundo del amor (piensa como Dios) y se juega la vida para salvar a la mujer: «Yo tampoco te condeno, vete y en adelante no peques más»
Podíamos seguir repasando episodios en los que se hace patente ese choque entre la mentalidad del mundo y la mentalidad de Jesús, pero preferimos finalizar con una frase de Karl Marx (en su etapa más joven y humanista) que creemos que encaja muy bien con esta parábola: «Que cada uno aporte según su capacidad, y reciba según su necesidad».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aq
En el mundo actual las personas, sensibles a la justicia, también lo somos a la retribución. El fruto del trabajo corresponde a los que trabajan. Los esfuerzos por una sociedad más justa se dirigen al reparto equitativo de las retribuciones.
En cualquier país es fundamental el reparto justo de la renta nacional o suma de las rentas percibidas por los habitantes en función de su participación en el proceso productivo. Al mismo tiempo que un grupo reducido de personas se apropian de la mayor parte de la renta nacional, otro gran sector del país no alcanza sino un tanto por ciento mínimo. Los desequilibrios de renta, funcionales, personales o territoriales son escandalosos e injustos; unos pretenden ser superiores al resto de sus conciudadanos. La unidad es el instrumento imprescindible para garantizar la libertad y la igualdad efectiva de derechos de todos los ciudadanos. Como administrados exijamos a los que gestionan el dinero de nuestros impuestos y suscriben deuda en nuestro nombre como Estado, nos informen con veracidad sobre cómo va a afectar a nuestros bolsillos y a la generación siguiente (estimación de 32.000 €/persona), sus decisiones. No todo vale.
En la Escritura también se habla de retribución: Dios recompensa a sus servidores. Pero se distingue la retribución en el tiempo presente y la del final de los tiempos. De hecho, la felicidad y el sufrimiento no corresponden a un comportamiento bueno y a otro malo. Cuando Jesús menciona la retribución de la vida, quiere decir que ya ha comenzado, aunque todavía no en su plenitud.
En ese sentido, la llamada a la conversión que proclama el profeta Isaías (55,6-9) cuenta con la actitud de la persona que da el paso y con la de Dios que hace posible la conversión. La misma llamada es fuerza. Ni la persona se puede convertir sin la fuerza de Dios que le atrae, ni Dios convierte a la persona si ésta no se orienta hacia Él. “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”.
La conversión permanente que el Espíritu-Ruah realiza en cada ser humano tiene que ver con saber rectificar, adaptarse, cambiar de mentalidad…, porque me he dado cuenta que la meta o el camino por el que transito es equivocado, me aleja de mi verdadera humanidad. Eso supone implicarse y atrevernos a rectificar nuestra dirección. Tarea de toda la vida.
A primera vista resulta duro que el Reino de Dios se compare a la situación arbitraria y opresora del mundo laboral de aquella época. Sin embargo, la parábola no justifica esa situación en absoluto, sino que subraya que Dios es el único que puede actuar como Dueño universal. No así el ser humano. El Reino tiene un fundamento inverso al de las sociedades terrenas. Allí no valen las prerrogativas de los poderosos, ávidos de poder, sino las actitudes personales, sean quienes fueren los que las adopten.
La viña hace referencia al pueblo elegido y el propietario es Dios que actúa desde el amor incondicional, cosa que solo puede hacer él. En la comunidad de la que formamos parte, el hecho de ser veteranos/as, tener títulos, proceder de lugares distintos, pensar diferente, ¿nos da derecho a situarnos por encima, socavar nuestro marco de convivencia logrado entre todos, excluir, provocar enfrentamiento, división? “Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero también ellos recibieron un denario”. Y no sólo establecer diferencias respecto a personas, sino también de pueblos, de autonomías, de países. Todo se mide y se mueve en función de intereses personales para mantenerse en el poder. Un mercadeo propio de los organismos financieros y de los que provocan conflictos económicos, políticos, territoriales (sociales), energéticos e incluso religiosos, que son el caldo de cultivo de las guerras, la pobreza, la división, la impunidad ante la ley, los totalitarismos de cualquier signo.
Lo que la parábola pretende son unas relaciones humanas que estén más allá de intereses egoístas de grupos, de individuos sin escrúpulos carentes de cualquier límite moral o ético. También en lo religioso se nos enseñó a diferenciarnos, consecuencia de ello son los fanatismos, la intolerancia generalizada de las religiones, la división.
De lo que se trata es de compartir con los demás, no con el sentido de justicia mercantilista de nuestra sociedad, sino a semejanza de cómo se desvive Dios con nosotros: desmesura y derroche de bondad, de gratuidad, de verdad, de amor. Es lo que Jesús quiere que entendamos: “lo poseían todo en común y se distribuía a cada uno según su necesidad” (Hch 4,32-35).
No esperemos justicia retributiva del mundo ambicioso e interesado en que nos movemos. El denario de la parábola habita en el corazón humano, va dirigido a quienes están en “el atardecer”: parados, enfermos, inmigrantes, refugiados, empobrecidos, víctimas de cualquier violencia…, también, a nosotros/as mismos/as.
Cuando logremos comprender el valor de ese denario que el propietario de la Viña reparte con generosidad y justicia, “nosotros, los primeros” dejaremos de protestar, de sacar la vara de medir mercantilista, malgastar, mentir, oprimir, despreciar. Solo así seremos capaces de construir fraternidad-sororidad, tolerancia, paz, honestidad, armonía original entre naturaleza, recursos naturales y necesidades humanas; el desarrollo sostenible estará informado por la búsqueda del bien común general, la ética, la verdad, la austeridad, la humildad, la moderación. Afortunadamente, y pese a la gran maquinaria de la opresión a nivel social, global, tan difícil de enfrentar a nivel individual, aún quedan corazones que ofrecen denarios a aquellos que llegan “al atardecer”, porque “quiero darle a este último igual que a ti”. “¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
La recompensa del cristiano es Cristo. Dios mismo es el premio de los justos. Cada uno/a será retribuido de acuerdo con sus obras, según hayamos permitido a nuestro corazón, desbordar de amor a los demás, a nosotros/as mismos. Lo demás, puro mercadeo, puro cinismo.
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