El cura ucraniano expulsado por los rusos: “O te pasas al Patriarcado de Moscú o te vas”
“Soy un desplazado entre los desplazados”, cuenta el P. Oleksandr Bogomaz
El padre Oleksandr Bogomaz, de 34 años, es un sacerdote greco-católico que fue expulsado por miembros del servicio secreto de Rusia cuando su ciudad, Melitopol, fue ocupada por el ejército ruso y elegida para controlar desde allí parte del territorio conquistado a sangre y fuego
Fue el penúltimo sacerdote en comunión con Roma en ser expulsado, tras un ultimátum: “O te pasas al Patriarcado de Moscú o te vas”. Y se fue. “Y ahora ya no quedan sacerdotes católicos en las cuatro regiones ocupadas por los rusos”
“Zaporizhzhia es el lugar más cercano a mi gente, aunque está a cien kilómetros de distancia. Mi gente es mi familia”. Son las palabras del padre Oleksandr Bogomaz, de 34 años, un sacerdote greco-católico que fue expulsado por miembros del servicio secreto de Rusia cuando su ciudad, Melitopol, fue ocupada por el ejército ruso y elegida para controlar desde allí parte del territorio conquistado a sangre y fuego.
Ahora vive en un bloque de apartamentos que tampoco se ha librado de los misiles en la martirizada ciudad de Zaporizhzhia, aunque, como cuenta en un estremecedor reportaje en el Avvenire, nunca hubiera querido dejar su ciudad, “a pesar del clima de terror, los bombardeos en las iglesias, los interrogatorios en los cuarteles o la invitación a informar” sobre sus vecinos.
Una farsa judicial
Se negó y lo expulsaron, previa una farsa judicial en la que le condenaron por ser “un joven sacerdote católico” y argumentar que la Iglesia católica “había sido proscrita” en la zona bajo dominio ruso. Fue el penúltimo sacerdote en comunión con Roma en ser expulsado, tras un ultimátum: “O te pasas al Patriarcado de Moscú o te vas”. Y se fue. “Y ahora ya no quedan sacerdotes católicos en las cuatro regiones ocupadas por los rusos“.
Pero no se fue solo. Le acompaño su pequeña ‘parroquia’, un seminarista, un estudiante y una joven con los que ahora comparte piso en un destartalado apartamento de una destartalada ciudad de Ucrania, y donde ejerce como cura entre los desplazados. Por la vivienda pasan cada día otros evacuados, soldados, familias… “Soy sacerdote y la casa siempre debe estar abierta, aunque sea en un edificio de departamentos”, relata al periodista del diario de la Conferencia Episcopal Italiana.
Un párroco también en la distancia
Con todo, no se ha olvidado ni un solo instante el resto de su parroquia, la que se ha quedado al otro lado, a un centenar de kilómetros. “Este es el lugar más cercano a mi gente. Mi gente es mi familia”, señala. Y quiere seguir siendo su párroco, a pesar de la distancia.
Por eso, todos los días, a través de su cuenta de Telegram, envía una video-meditación sobre la Palabra. “Pero de vez en cuando disminuye el número de suscriptores del canal. Porque los ocupantes se apoderan de los teléfonos y los revisan. Entonces aterrorizan a todos. Y si encuentran vínculos para liberar a Ucrania, puedes terminar en una cámara de tortura. Pero hay quienes todavía tienen el coraje de reunirse en nuestras parroquias”, señala. “Fueron trece hace unos días para un Rosario clandestino”. Así, tanto desde la distancia, como desde su apartamento de puertas abiertas, el padre Oleksandr sigue tratando de ser un consuelo para su grey desperdigada por la guerra.
Fuente Religión Digital
Mientras que el análisis geopolítico y las decisiones políticas de Vladimir Putin parecen estar cada vez más mezcladas con motivos religiosos y mesiánicos que ven la guerra en Ucrania como la última vía hacia la salvación de Rusia (sobre el texto de Surkov de «¿Qué nos importa el mundo si Rusia ya no existe en él?»), el discurso desarrollado por la Iglesia Ortodoxa Rusa para justificar la guerra y el posicionamiento de Putindebe leerse con atención.
Ayer, 6 de marzo de 2022, domingo de San Juan, domingo del exilio adánico («domingo del perdón»), el patriarca Kirill de Moscú y de toda Rusia celebró la Divina Liturgia en la catedral de Cristo Salvador de Moscú. Al final del servicio, el primado de la Iglesia Ortodoxa Rusa pronunció un encendido sermón en el que justificó las causas de la guerra, respaldando el discurso de Putin sobre Ucrania.
Ese discurso —que traducimos por primera vez y comentamos aquí línea por línea— está marcado por el tono apocalíptico («Lo que ocurre hoy… no es sólo político… Se trata de la Salvación del hombre, del lugar que ocupará a la derecha o a la izquierda de Dios Salvador, que viene al mundo como Juez y Creador de la creación»).
Esto no sorprende a quienes han seguido de cerca la evolución de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que desde hace varios años se presenta como la máxima defensora de la moral social y los valores tradicionales rusos en el contexto de la «guerra cultural» dirigida por un Occidente «decadente». Cabe señalar que la Iglesia Ortodoxa Rusa y las burocracias de seguridad (FSB) son las únicas instituciones centrales importantes que sobrevivieron el derrumbe del sistema comunista y se insertaron orgánicamente en el régimen de Putin.
El argumento principal del sermón de Kirill sirve para justificar la invasión rusa de Ucrania, ya que Occidente pone a prueba las leyes naturales de Dios: «Hoy hay una prueba de lealtad a ese poder [occidental], una especie de pase hacia ese mundo ‘feliz’, un mundo de consumo excesivo, un mundo de aparente ‘libertad’. ¿Saben en qué consiste esta prueba? La prueba es muy sencilla y al mismo tiempo aterradora: se trata de un desfile del orgullo gay”. En este sentido, la palabra bíblica paradójicamente consagrada al «perdón» sirve para justificar la guerra en la tradición bizantina del cesaropapismo: «Y así hoy, en este domingo del perdón, yo, por un lado, como su pastor, los invito a perdonar los pecados y las ofensas, incluso cuando es muy difícil hacerlo, cuando la gente está peleando entre sí. Pero el perdón sin justicia es una rendición y una debilidad. El perdón debe, pues, ir acompañado del derecho indispensable a estar del lado de la luz, del lado de la verdad de Dios, del lado de los mandamientos divinos, del lado de lo que nos revela la luz de Cristo, de su Palabra, de su Evangelio, de sus mayores alianzas entregadas al género humano”.
Con este discurso nos enfrentamos a una visión del mundo que va mucho más allá del relato político y de la definición de una narrativa a la que estamos acostumbrados en nuestros espacios políticos. De hecho, y esto es lo que hace urgente la lectura de este texto, desde la invención de la bomba atómica quizás nunca hemos vivido el momento más intenso de la teología-política: una potencia nuclear comprometida en una «guerra santa».
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