“Soy un desplazado entre los desplazados”, cuenta el P. Oleksandr Bogomaz
El padre Oleksandr Bogomaz, de 34 años, es un sacerdote greco-católico que fue expulsado por miembros del servicio secreto de Rusia cuando su ciudad, Melitopol, fue ocupada por el ejército ruso y elegida para controlar desde allí parte del territorio conquistado a sangre y fuego
Fue el penúltimo sacerdote en comunión con Roma en ser expulsado, tras un ultimátum: “O te pasas al Patriarcado de Moscú o te vas”. Y se fue. “Y ahora ya no quedan sacerdotes católicos en las cuatro regiones ocupadas por los rusos”
“Zaporizhzhia es el lugar más cercano a mi gente, aunque está a cien kilómetros de distancia. Mi gente es mi familia”. Son las palabras del padre Oleksandr Bogomaz, de 34 años, un sacerdote greco-católico que fue expulsado por miembros del servicio secreto de Rusia cuando su ciudad, Melitopol, fue ocupada por el ejército ruso y elegida para controlar desde allí parte del territorio conquistado a sangre y fuego.
Ahora vive en un bloque de apartamentos que tampoco se ha librado de los misiles en la martirizada ciudad de Zaporizhzhia, aunque, como cuenta en un estremecedor reportaje en el Avvenire, nunca hubiera querido dejar su ciudad, “a pesar del clima de terror, los bombardeos en las iglesias, los interrogatorios en los cuarteles o la invitación a informar” sobre sus vecinos.
Una farsa judicial
Se negó y lo expulsaron, previa una farsa judicial en la que le condenaron por ser “un joven sacerdote católico” y argumentar que la Iglesia católica “había sido proscrita” en la zona bajo dominio ruso. Fue el penúltimo sacerdote en comunión con Roma en ser expulsado, tras un ultimátum: “O te pasas al Patriarcado de Moscú o te vas”. Y se fue. “Y ahora ya no quedan sacerdotes católicos en las cuatro regiones ocupadas por los rusos“.
Pero no se fue solo. Le acompaño su pequeña ‘parroquia’, un seminarista, un estudiante y una joven con los que ahora comparte piso en un destartalado apartamento de una destartalada ciudad de Ucrania, y donde ejerce como cura entre los desplazados. Por la vivienda pasan cada día otros evacuados, soldados, familias… “Soy sacerdote y la casa siempre debe estar abierta, aunque sea en un edificio de departamentos”, relata al periodista del diario de la Conferencia Episcopal Italiana.
Un párroco también en la distancia
Con todo, no se ha olvidado ni un solo instante el resto de su parroquia, la que se ha quedado al otro lado, a un centenar de kilómetros. “Este es el lugar más cercano a mi gente. Mi gente es mi familia”, señala. Y quiere seguir siendo su párroco, a pesar de la distancia.
Por eso, todos los días, a través de su cuenta de Telegram, envía una video-meditación sobre la Palabra. “Pero de vez en cuando disminuye el número de suscriptores del canal. Porque los ocupantes se apoderan de los teléfonos y los revisan. Entonces aterrorizan a todos. Y si encuentran vínculos para liberar a Ucrania, puedes terminar en una cámara de tortura. Pero hay quienes todavía tienen el coraje de reunirse en nuestras parroquias”, señala. “Fueron trece hace unos días para un Rosario clandestino”. Así, tanto desde la distancia, como desde su apartamento de puertas abiertas, el padre Oleksandr sigue tratando de ser un consuelo para su grey desperdigada por la guerra.
La reflexión de hoy es de la colaboradora de Bondings 2.0, Yunuen Trujillo, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el VI Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
“No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas. No he venido a abrogar, sino a cumplir”. (Mt 5,17)
La primera vez que vi una imagen religiosa en un libro no religioso, me sorprendió. Mientras hacía algunas lecturas obligatorias para una clase de ciencias políticas en la universidad, me encontré con una pintura de Moisés. Allí estaba él, en una montaña, sosteniendo las tablas de los Diez Mandamientos. Había visto la imagen cientos de veces, pero nunca en un libro escolar no religioso; fíjate, esto fue antes de que Texas y Florida comenzaran a intentar convertir las escuelas seculares en cristianas.
Moisés es, sin duda, uno de mis personajes favoritos de las Escrituras Hebreas. Después de haber sido criado de la manera más privilegiada, descubre que en realidad pertenece al grupo que consideraba “los otros”. Es testigo de la injusticia cometida contra los hebreos, su pueblo, y finalmente es exiliado. Más tarde, Dios lo llama a liberar a su pueblo. Después de enumerar todas las razones por las que no es la mejor persona para hacerlo, se embarca en una misión, a pesar de todos sus miedos y dudas. Se las arregla para sacar a su pueblo de Egipto, y vagan por el desierto. Eventualmente, Moisés se dio cuenta de que para coexistir en paz, todos tenían que seguir algunas reglas, leyes inspiradas por Dios. También nombra a un grupo de sabios para que sean jueces y representantes del pueblo, y lo ayuden a gobernar.
¿Por qué les hablo de Moisés? Porque es importante darse cuenta de cuán entrelazadas a veces están las leyes religiosas y civiles. Moisés fue una figura de referencia para muchos de los primeros filósofos políticos modernos. Algunos se inspiraron en lo que creían que era un patrón de gobierno representativo en la historia de Moisés. Otros, sin embargo, creían que el gobierno representativo debería ser completamente secular. Para ser claros, soy un defensor de la separación entre la iglesia y el estado, pero la verdad es que las leyes civiles y la política han sido, y aún lo son, en gran medida moldeadas por creencias religiosas. Al mismo tiempo, las creencias religiosas suelen estar moldeadas por nuestra comprensión cultural y sociopolítica del mundo. En los Estados Unidos de hoy, nuestras diferencias políticas son más una diferencia en teología y nuestra comprensión de cómo Dios quiere que sea el mundo.
Todas las lecturas litúrgicas de hoy se enfocan en el concepto de “la ley”. Cuando Jesús dijo que no vino a abolir la ley sino a cumplirla, se refería claramente a la ley religiosa de su tiempo: no tenía ningún interés en luchar contra el Imperio Romano. Tampoco estaba tratando de abolir a Moisés o la ley establecida por él. Sin embargo, al enseñarnos que la mayor ley es amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos ya Dios, desafió muchas ideas preconcebidas de su tiempo. Cuestionó las reglas —tanto religiosas como no religiosas— que discriminaban a los marginados, incluidas las minorías sexuales y de género.
Hemos recorrido un largo camino desde donde existió Jesús, pero todavía queda un largo camino por recorrer.
Para aquellos de nosotros en los países desarrollados, una declaración como esta puede no parecer revolucionaria. Incluso puede sonar decepcionante porque “homosexualidad” sigue siendo el término elegido para referirse a las personas LGBTQ. Sin embargo, debemos recordar que nuestra Iglesia es global y los hermanos LGBTQ en muchos países todavía sufren persecución y criminalización en formas que otras naciones (en su mayoría) han dejado atrás. Además, el poder y el alto perfil del papado hacen que esta declaración sea importante. Su mensaje es un recordatorio para la sociedad de que Dios está con nosotros en la comunidad LGBTQ.
Más recientemente, en una conferencia de prensa durante el vuelo, el Papa también dijo que las personas LGBTQ somos hijos de Dios, que Dios camina con nosotros y que condenar a personas como nosotros es un pecado. Incluso en los círculos seculares, estas declaraciones tienen un gran impacto.
Regocijémonos entonces en el movimiento del Espíritu Santo a través del Papa Francisco, pero recordemos también que es el Espíritu Santo —no el Papa ni ningún otro líder— quien está moviendo a esta Iglesia y al mundo entero de una manera más amorosa, inclusiva, y dirección de bienvenida para las personas LGBTQ. El Espíritu Santo viene a recordarnos a todos las enseñanzas de Jesús y a ayudarnos a construir lo nuevo. No estamos aquí para abolir lo viejo, sino para perfeccionarlo gozosamente.
—Yunuen Trujillo (ella/ella), 12 de febrero de 2023
Los judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición, Dios mismo la había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían recibido de él. En esa Ley se encierra la voluntad del único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo que necesitan para ser fieles a Dios.
También para Jesús la Ley es importante, pero ya no ocupa el lugar central. Él vive y comunica otra experiencia: está llegando el reino de Dios; el Padre está buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo más humano. No basta quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es necesario abrirnos al Padre y colaborar con él para hacer la vida más justa y fraterna.
Por eso, según Jesús, no basta cumplir la Ley, que ordena «no matarás». Es necesario, además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio al otro, los insultos o las venganzas. Aquel que no mata cumple la Ley, pero, si no se libera de la violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que busca construir con nosotros una vida más humana.
Según algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más frecuentes los insultos ofensivos, proferidos solo para humillar, despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o la venganza.
Por otra parte, las conversaciones están a menudo tejidas de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza.
No es este un hecho que se dé solo en la convivencia social. Es también un grave problema en el interior de la Iglesia. El papa Francisco sufre al ver divisiones, conflictos y enfrentamientos de «cristianos en guerra contra otros cristianos». Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que ha sentido la necesidad de dirigirnos una llamada urgente: «No a la guerra entre nosotros».
Así habla el Papa: «Me duele comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?». El Papa quiere trabajar por una Iglesia en la que «todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis».
Eclo 15,16-20: No mandó pecar al hombre Salmo responsorial 118: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor 1Cor 2,6-10: Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria Mt 5,17-37: Se dijo a los antiguos, pero yo les digo
Las lecturas de este domingo tienen como fin hacernos ver cómo Dios actúa en medio de la humanidad, nos permiten comprender la lógica de Dios, nos revelan la manera en que Dios salva al ser humano del pecado, entendiendo el pecado como esa tendencia presente en el interior de la persona que la lleva a encerrarse en sí misma, en sus propios límites humanos, sin poder abrirse a la experiencia infinita de salvación traída por el mismo Dios.
La primera lectura, del libro del Eclesiástico, desarrolla el tema de la libertad que posee el ser humano para elegir lo bueno o lo malo, la vida o la muerte. Somos libres, y «condenados a ser libres» de alguna manera. No podemos abdicar de nuestra responsabilidad. Ante nosotros tenemos las grandes opciones, las grandes Causas, esperando que nos decidamos. «Muerte y vida» están ante nosotros, al alcance de nuestra mano, por la vía de una opción ineludible.
Si en nuestra vida dominan el mal y la muerte, y con ellos el sinsentido y la desesperación, hemos sido advertidos: podemos hacer de nuestra vida una cosa u otra, gracias al poder de la libertad que se nos ha dado, la capacidad de elegir la muerte o la vida, y con ello, la capacidad de convertirnos en vida o en muerte. La capacidad de hacernos a nosotros mismos. Es uno de los misterios más grandes de nuestra existencia, el misterio de la libertad.
En el fragmento de la carta a los Corintios que hoy leemos, Pablo habla, de pasada, de «una sabiduría que no es de este mundo», que procede de otro mundo, que está en otro mundo, el mundo de Dios, que es un mundo «superior», situado literalmente encima del nuestro. Es el mundo superior que los filósofos y sabios del mundo cultural helenista han «imaginado» (no deja de ser una «imagen») para explicar la realidad, y que ha resultado ser una imagen genial, que parece expresar una explicación natural y obvia del mundo, que será acogida por casi todas las culturas subsiguientes (hasta la época moderna).
Y es un conocimiento escondido, inalcanzable, que nada tiene que ver con los saberes de este mundo, y que pertenece sólo a Dios y a quienes Él quiera revelarlo… Es la visión «gnóstica», de la «gnosis» o «conocimiento», un conocimiento divino que pasa a fungir como símbolo del principal bien salvífico: participar de ese conocimiento que salva es el objetivo de la vida humana, porque ese conocimiento es el que salva a la persona al hacerle tomar las decisiones adecuadas en su vida, las decisiones que le hacen caminar el camino de Dios. Es la misma tradición de «la Sabiduría», ya presente en el Primer Testamento, por influjo también helenista. Pablo se mueve en ese mismo ámbito de pensamiento y en esa misma cosmovisión griega de los dos mundos, o dos pisos, uno arriba (el de Dios y los suyos, o el de las Ideas, según Platón) y otro abajo (el de los humanos, o el de la materia corruptible según Platón).
Hoy continuamos leyendo el evangelio de Mateo, en secuencia consecutiva con los fragmentos proclamados en los domingos anteriores. Es el sermón de la Montaña, que comenzó con las Bienaventuranzas, y que continúa con la exposición de las exigencias de la Ley de Moisés (Torá), explicadas por Mateo, que está escribiendo para una comunidad de judíos que se han hecho cristianos, obviamente sin dejar de ser judíos, como ocurrió por lo demás con todos los cristianos. Tenemos pues que caer en la cuenta de que esta re-presentación de la Ley en el evangelio de Mateo está escrita para esa comunidad concreta, que difiere no poco de las nuestras. Obviamente, tiene también un valor universal, pero debe saberse la peculiaridad de esta comunidad, para no hacernos «judaizar» innecesariamente a todos los demás.
Pero, además de esa peculiaridad del evangelio de Mateo, todo el evangelio tiene otra peculiaridad significativa en este campo de lo moral, de la Ley, y es semejante a la que hacíamos notar respecto a la lectura anterior, la de Pablo sobre el conocimiento salvífico o gnosis. La moral vendría a ser también una especie de conocimiento gnóstico: es una voluntad, divina, superior, venida de fuera, desde arriba, desde «el segundo piso», que tenemos que tratar de escuchar en esa dirección. Es una moral «heteró-noma», una norma ajena, venida de fuera, y de arriba, a la que nos tenemos que someter. Someterse a esa ley es el sentido de la vida humana.
La moral, los preceptos, los mandamientos… con su constricción sobre la vida humana, y la consiguiente amenaza de pecado y de condenación, han sido uno de los frentes clásicos de fricción de la religión con el mundo moderno. Durante todo el mundo antiguo, configurado con los patrones del autoritarismo, los imperios, el feudalismo, las monarquías absolutas… el ser humano aceptaba «como lo más natural del mundo» que el «mundo de arriba» era estructuralmente como el de aquí abajo, es decir, un mundo donde está Dios sentado en su trono (como el emperador o el rey o el señor feudal aquí abajo), con su séquito de cortesanos y servidores de la «Corte celestial» (como en la Corte de cualquier rey humano), vigilando el mundo para que se cumplan las órdenes que desde allí se dictan.
San Ignacio de Loyola, como hombre todavía del medievo en su cosmovisión, lo refleja ejemplarmente en su explicación global del sentido de la vida humana, en su meditación central, la del Principio y fundamento (con su castellano medieval): «el hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados» (Ejercicios espirituales, 23).
No inventó nada nuevo ahí san Ignacio. Expresaba -antológicamente, eso sí- la visión medieval y premoderna de una cosmovisión salvífica estructurada en dos pisos, uno superior (no sólo porque está encima, sino porque es absolutamente superior en su naturaleza), y otro inferior (temporal, pasajero, corruptible, peligroso…). Del piso de arriba viene todo: el Ser, el Amor, la Verdad, la Belleza… y la moral. Una moral pues absolutamente heterónoma, indiscutible, abrumadoramente inapelable, y en ese sentido fácilmente perceptible como constringente y ciegamente obligatoria, ajena a toda explicación justificativa, y en ese sentido opresiva.
El mundo moderno cambió radicalmente. El Ancien Regime del autoritarismo, imperialismo, de la obediencia ciega, del sometimiento omnímodo y a-racional se acabó. Los imperios, reinos y monarquías se acabaron, y aparecieron las repúblicas y las democracias, y los derechos de los ciudadanos (que ya no súbditos). Una moral exterior, pre-establecida, superior, sin justificación, inapelable… es sentida ahora como sofocadoramente opresora.
Con el advenimiento de la modernidad, en todos los campos, el mundo de arriba -el segundo piso que genialmente configuraron los helenistas, con Platón a la cabeza- desaparece, como que se evapora. No hace falta que sea negado, sino que la ciencia, con sus avances, cada día lo desplaza hacia atrás, replegándose en favor del descubrimiento de que todo funciona «etsi Deus non daretur», como si Dios no existiese. El cristiano moderno -el que no sigue viviendo con su cabeza en el mundo premoderno medieval- no puede aceptar aquella visión escindida en dos mundos, por muy espiritual que se presente, sino que pasa a vivir en un mundo nuevo, un mundo único, en la única realidad, sin dos pisos superpuestos.
Esta transformación ya es una realidad en la cultura moderna -por más que muchos cristianos y no pocas religiones sigan viviendo escindidamente entre la vida real de la calle y la vida espiritual dualista de sus representaciones religiosas-. Por eso, muchos cristianos se sienten retrotraídos al mundo de sus abuelos cuando escuchan este tipo de discursos morales «heterónomos», como si continuaran existiendo unos preceptos caídos de lo alto, revelados, y por eso mismo indiscutibles, incuestionables, a los que sólo cabría someterse acríticamente como súbditos del Rey del cielo (de un segundo piso). Leer más…
Dejo a un lado el tema de la vigencia de la ley antigua y el divorcio, para centrarme en los tres motivos centrales del evangelio de hoy (Mt 5, 17-35): asesinato (destrucción de vida ajeja), adulterio (destrucción de matrimonio ajeno) y juramento (apelar a Dios de un modo falso).
Éste es un evangelio fuerte y lo comento con palabras de mi libro de Mateo.
NO MATAR (Mt 5, 21-26)
5 21 Habéis oído que se ha dicho a los antiguos: “No matarás; el que mate será reo de juicio22. Pero yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo de juicio”. Pues el que llame a su hermano imbécil, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame renegado/invertido, será reo de la gehena de fuego.
‒ 23 Pues si llevas tu ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja allí tu ofrenda, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; y entonces, volviendo, presenta tu ofrenda. 25 Intenta reconciliarte con tu adversario pronto, mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. 26 Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último cuadrante [1].
Jesús pasa por alto los mandamientos de tipo más religioso (no tendrás otros dioses frente a mí, no te harás ídolos…), propios de Israel, para insistir en los de tipo ético, que tienen un carácter universal, de forma que pueden aplicarse a todos los seres humanos, conforme a la segunda “tabla” del Decálogo (cf. Ex 20, 1-11; Dt 5, 7-15). Lógicamente comienza con el homicidio, que es el pecado que aparece con más fuerza a lo largo de la Biblia, desde la muerte de Abel (Gen 4) hasta la de Jesús, asesinado por las autoridades legales de su tiempo. Desde el trasfondo de la Biblia, el hombre aparece como un ser que puede matar a otros seres humanos, de manera que la primera la “ley” se establece para impedirlo (Gen 9, 6; Ex 30, 13; Dt 5, 17) [2].
Jesús retoma una larga tradición bíblica centrada en el “no matarás”, que aparece ya en la legislación noáquica (de Noé), tras el diluvio, como ley universal, para todos los pueblos: «El que derrame sangre de hombre, su sangre será derramada por hombre; porque a imagen de Dios él hizo al hombre» (Gen 9, 4) Pues bien, Mt 5, 17-26 profundiza en el homicidio, pero no en un plano de ley, promulgando con más fuerza el talión (cf. Mt 5, 28-32), sino situando el tema en un plano anterior, que es el de la ira (ovrgh), que está en la raíz del homicidio, insistiendo en el riesgo de enojarse en contra su hermano (5,22o` ovrgizo,menoj tw/| avdelfw/| auvtou/), retomando así el motivo de fondo del pecado de ira de Caín contra Abel (Gen 4, 4-16). De manera sorprendente, Mateo nos sitúa ante el principio de la violencia homicida, que es la “ira”, la raíz mala del pecado, de la que se ocupan los apocalípticos (4 Esdras, 2 Baruc) y Pablo. La solución no es matar al homicida, sino superar la ira, esto es, el rechazo del prójimo [3].
Ésta es la visión que Pablo ha formulado en claves más teológicas (paso de la ira de Dios al perdón del pecador: Rom 1-3) y Mateo más sociales. Ésta ha sido la experiencia clave de los primeros cristianos, que han ido descubriendo con Jesús que ellos pueden superar la ira (la violencia homicida interior), para convertir la vida en encuentro personal con el hermano. Éste es el tema que irán desarrollando, desde diversas perspectivas, las antítesis siguientes, especialmente las dos últimos: superar el talión, amar al enemigo. Estos son los elementos básicos de esta primero antítesis:
‒ Principio: no airarse contra el hermano. Un proyecto de fraternidad (5, 22 a). El tema fundante es la superación de la ira, el movimiento interior de enojo contra el hermano. Por eso, el punto de partida ha de ser la limpieza interna, la transformación del corazón (lo que Dios quería de Caín en Gen 4): Que no se deje dominar por la “mordedura” de la rabia interna. Jesús condena expresamente la ira contra el hermano (tw/| avdelfw/|, 5, 22), que, en un primer momento, es el compañero de comunidad o iglesia (el co-judío o co-cristiano). Pues bien, desde la perspectiva de Gen 4, con Abel y Caín como símbolo de la humanidad y desde Mt 25, 31-46 hermano es cualquier hombre o mujer que está a tu lado, en especial el pobre.
Un tipo de judaísmo había marcado la importancia de la fraternidad nacional, con elementos de elección, tradición y cumplimiento legal; pues bien, superando ese estrechamiento, Jesús insiste en la fraternidad más alta, fundada en Dios Padre y abierta a los excluidos sociales, sin nación establecida. Sin duda, el hermano puede empezar siendo el correligionario, pero a la luz del alcance universal del mal deseo (ira), en el contexto también universal del “no-matar” (que supera los límites nacionales), parece evidente que hermano es cualquier hombre o mujer a quien puedo ofrecer o negar mi ayuda (cf. Mt 25, 31-46). En esa línea, este pasaje nos sitúa ante la tarea suprema y más honda de la fraternidad, sobre un mundo donde el ser hermano se ha vuelto objeto de “ira/enojo” que lleva a la muerte. En esa línea, se trata de pasar del cainismo antiguo (Gen 4) a la afirmación mesiánica: vosotros, todos, sois hermanos (Mt 23, 8) [4]
La palabra hermano toma un sentido extenso, en un plano personal, social y familiar. Antes que elemento religioso ella es un momento esencial de la vida humana, que se expresa de formas diversas (en familia y pueblo, en religión y humanidad). Todo el evangelio de Mateo se despliega en torno a este motivo de la fraternidad, de fondo judío y dimensión universal. Mateo sabe que el primer pecado consiste en “airarse” contra el hermano, que es, por un lado aquel que está más cerca (miembro del propio clan o grupo) y que por otro cualquier hombre o mujer (en línea de universalidad).
‒ Homicidio verbal (5, 22 b): airarse contra el hermano y llamarle raka (~raka,, frívolo, quizá invertido sexual) o môre (mwre,, loco/imbécil). El primer insulto consiste en despreciar al hermano, diciendo que carece de valor, que es una nulidad, despreciable, tanto en un plano mental como físico o moral, invertido u homoxexual, en forma de desprecio[5]. Tratar así al hermano es lo mismo que “matarle” en un plano personal, de manera quien comete ese pecado debería ser llevado al juicio del “sanedrín”, es decir, de la asamblea social que regula la vida de la comunidad. Dando un paso más, el que llama a su hermano “môre”, que podemos traducir como necio/loco, en sentido personal y religioso, aparece como digno de la “gehena del fuego”, es decir, del castigo de aquellos que son expulsados de la asamblea de Israel, condenados para siempre [6].
Este homicidio verbal es más que un gesto de ira interior que Jesús condenaba en 5, 22a como principio de los males; es una “ira hecha palabra”, un insulto que descalifica al otro, negándole la dignidad y expulsándole así de la comunidad que se expresa y despliega en forma de palabra compartida. Allí donde se insulta al hermano o se le niega la palabra se está cometiendo un homicidio. Entendido así, este pasaje nos sitúa en el contexto de una comunidad judeo-cristiana, de lenguaje y simbolismo básicamente judío. Una de las palabras condenadas es raka, de origen arameo; la otra es môre, es de origen griego, y, a pesar de lo dicho, no es fácil distinguir su sentido, pero es claro que ambas son insultos que destruye la dignidad de la persona. La condena (sanedrín, gehena) nos sitúa en un contexto judío, y aparece en forma de talión (juicio de la comunidad…); se trata de una “condena simbólica”, que Jesús ha puesto de relieve, desde una perspectiva judeocristiana, insistiendo en la gravedad del “pecado” verbal, en línea de talión. Como seguiremos viendo, las dos últimas antítesis (5, 38-48) nos llevan a superar ese plano de talión.
‒ Reconciliación más que sacrificio (5, 23-24). Si cuando llevas tu ofrenda al altar… Conforme a una visión religiosa muy común (pre-, extra-cristiana), debemos ofrecer cosas a Dios (toros y corderos, aceite y flor de harina, monedas de impuesto), llevándolas al templo donde los sacerdotes las reciben, las consagran y en parte las consumen. Pues bien, conforme a este pasaje, de origen claramente judeo-cristiano, Jesús no ha rechazado de manera directa las ofrendas dirigidas a Dios, pero dice que ellas son secundarias. Leer más…
Ofrecí ayer una visión de conjunto de Mt 5, 17-37. Hoy me ocupo de los juramentos (Mt 5, 33-37). Jurar ha sido y sigue siendo ocasion y lugar de pecado para las iglesias.
Jesús no juraba, sino que decía “si o no” porque así es la palabra de Dios. Pablo, en cambio, parece que juraba, pensando quizá que, con sus juramentos, por Jesús y en contra de sus adversarios, defendía a Dios, sin pensar que con ello iba en contra de Jesús. La iglesia posterior siguió jurando, en una línea de AT, también en contra de Jesús.
Estoy convencido de que, para ser fiel a Jesús,la iglesia debe abandonar los juramentos (a pesar de lo que dice el CEC). No todos estarán de acuerdo con mi exposición y mis argumentos. Pero estoy seguro de que en este campo nos estamos jugando el futuro del cristianianismo.
| X Pikaza Ibarrondo
INTRODUCCIÓN. CEC Y CLERECÍA DE SALAMANA
Yo no me había fijado en el tema, a pesar de que había escrito un par de libros sobre Mateo, en el que Jesús dice taxativamente que no juremos, hasta que el año 1992 J. Ratzinger y Juan Pablo II promulgaron el problemático Catecismo de la Ecclesia Católica (CEC) donde exponen brillantemente el tema (num. 2150-2155), sacando conclusiones que a mi juicio van en contra de Jesús, apelando sin razón a Pablo:
2153Jesús expuso el segundo mandamiento en el Sermón de la Montaña: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: “no perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos”. Pues yo os digo que no juréis en modo alguno… sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno» (Mt 5, 33-34.37; cf St 5, 12). Jesús enseña que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va unida a la atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de nuestras afirmaciones.
2154Siguiendo a san Pablo (cf 2 Co 1, 23; Ga 1, 20),la Tradición de la Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa (por ejemplo, ante el tribunal). “El juramento, es decir, la invocación del Nombre de Dios como testigo de la verdad, sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y con justicia” (CIC can. 1199, §1).
2155 La santidad del nombre divino exige no recurrir a él por motivos fútiles, y no prestar juramento en circunstancias que pudieran hacerlo interpretar como una aprobación de una autoridad que lo exigiese injustamente. Cuando el juramento es exigido por autoridades civiles ilegítimas, puede ser rehusado. Debe serlo, cuando es impuesto con fines contrarios a la dignidad de las personas o a la comunión de la Iglesia.
Éstos números del CEC recogen una larga tradición de iglesia que ha jurado y ha exigido que se jure (en una línea de AT, como en los tribunales USA). Pero, a mi juicio, no responden a la intención más honda de Pablo a quien apelan, y además van directamente en contra del mensaje y de la vida de Jesús.
Este Catecismo (CEC 1992) dice cosas muy buenas, pero en varios puntos no responde al evangelio de Jesús, como yo sentí aquel año cuando, como profesor de la UP de Salamanca debía proclamar el Juramento Anti-modernista. Leí bien el juramente (sentí que era obsesivo y ofensivo) y cuando, en la gran ceremonia de la Clerecía del Espíritu Santo, vestidos de gala académica de varios colores, debíamos jurar, salí discretamente del lugar sagrado, de manera que algunos me preguntaron después si estaba enfermo.
LECTURA DE MATEO 5, 33-37. ¿POR QUÉ DICE JESÚS NO JURÉIS Y JURAMOS?
Los cristianos de cierta “responsabilidad” deben jurar con cierta frecuencia: Deben jurar los profesores para enseñar teología o religión cristianas, igual que los que asumen los que asumen cargos o responsabilidades de iglesia.
El tema es serio. Jesús dice que no juremos, que los juramentos (¡poner a Dios como testigo de una verdad humana, apelar a él para resolver nuestros conflictos!) es algo que viene del Diablo (del Maligno), porque Dios es afirmación (sí si, no no)… y el diablo la duda y mentira. Por eso, cuando la Iglesia pide a alguien que jure está dudando de él, sospechando de su verdad
El AT incluye cientos de juramentos… (Lev 19, 12; Num 30, 3; Dt 23, 22.). En el mismo NT parece que Pablo jura y jura muchas veces, como si no hubiera escuchado a Jesús, diciendo “no juréis”. Y para colmo el mismo evangelio de Mateo (23, 16-22), en otro lugar, sin duda por instigación de cristianos que no estaban conformes con lo que había dicho Jesús, ofrece unas “aclaraciones sobre juramentos buenos y malos”, que parecen matizar lo dicho en 5, 33-37. Eso indica que a la Iglesia antigua le costó ya mantener la doctrina de este texto central del Sermón de la Montaña:
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” (no perjurarás) y “Cumplirás tus votos al Señor”. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: [ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo.] A vosotros os basta decir “si” o “no”. Lo que pasa de ahí viene del Maligno (Mt 6, 33-37).
El juramente aparece así como como un medio de “control” religioso: poner a Dios como testigo de algo, hacer que alguien invoque sobre sí el castigo de Dios para el caso de que no diga la verdad. Es una forma de utilizar la religión para ejercer un control social (la sociedad te obliga a jurar) y personal (de conciencia: alguien que jura tiene miedo de que Dios le castigue si no cumple su juramento). En esa línea jura y perjura Pedro, diciendo que no conoce a Jesús (cf. Mc 14, 66-72 par)
Contexto y contexto. Las antítesis de Mt 5, 17-48.
El evangelio de Mateo, que ha crecido en diálogo con el judaísmo legal, ha trazado en forma de antítesis las relaciones entre un tipo de judíos y cristianos. En este contexto se entienden las seis antítesis que son para Mateo una aportación específica de Jesús al judaísmo. Quizá más que antítesis se podrían llamar síntesis, porque en general no niegan la ley anterior, sino que la profundizan.
(a) Mt 5, 21-26. No matar… no airarse. Lo que se dijo a los antiguos (¡no matar!) es para Jesús insuficiente. No basta con evitar el asesinato externo, sino que es necesario que los hombres superen todo tipo de ira y violencia contra el prójimo.
(b) Mt 5, 27-30. No adulterar → no desear mal. Para Jesús la maldad del divorcio no empieza en el hecho externo, sino en el mal deseo del corazón, que se deja llevar consciente y voluntariamente por la intención de “apoderarse” de una persona que vive otra realidad de amor y de familia.
(c) Mt 5, 31-32. Ley de divorcio → no divorciarse. La ley permite el divorcio, para regular el orden social. Jesús va más allá de la ley y pide fidelidad plena a un varón y a una mujer (aunque el texto de Mt modula esa fidelidad, suponiendo que veces no existe ya, no hay matrimonio).
(d) Mt 5, 33-37. No perjurar… → no jurar. La ley exige mantener el juramento, como acto religioso (pues Dios mismo es quien avala los juramentos). La prohibición de Jesús (¡no jurarás!), matizada por el mismo Mt en otro contexto (Mt 23, 16-22), tiene un sentido básicamente religioso: Dios no está ahí para avalar los juramentos, sino que tiene valor en sí mismo, por encima de ese tipo de palabras sagradas. La verdad religiosa del hombre se sitúa en el plano de la vida profana, sin necesidad de introducir una palabra religiosa (de juramento) para ratificar por ella las relaciones humana.
(e) Mt 5. 5, 38-42. Talión (ojo por ojo) → no violencia. La Ley se sitúa en un plano de oposición, suponiendo que para vencer el mal hay que aplicar otro mal (ojo por ojo). De esa forma, la ley se sitúa en la línea del juicio, con la violencia que ello implica. En contra de eso, Jesús quiere que la vida de los hombres sea experiencia y expresión de gratuidad, renunciando de esa forma a la violencia.
(f) Mt 5, 43-47. Amor al amigo → al enemigo. La ley aplica el talión en el campo de las relaciones humanas, dividiendo a los hombres en amigos y enemigos (en buenos y malos para mí). En contra de eso, Jesús presenta la vida como don creador, que puede abrirse a todos, superando la división de amigos y enemigos. En el fondo de las antítesis se expresa la oposición entre la ley (que sostiene lo que existe a través de la fuerza y la venganza) y la gracia (que entiende la vida como fidelidad personal y amor activo). En sentido estricto, el Jesús de las antítesis no va en contra de la ley, ni discute sus implicaciones (como hará la tradición rabínica de la Misná), sino que (a no ser en el caso del divorcio, donde Mt introduce una cláusula exceptiva) se sitúa por encima de ella: busca y ofrece un principio de gratuidad creadora, que va más allá de la ley, en una línea de trasparencia y fidelidad humana. En esa línea, pide a los hombres que no juren, es decir, que renuncien a un gesto religioso muy significativo, como es el juramento.Los juramentos … pertenecen al plano de la religión. No es que sean malos, aunque pueden convertirse en malos. Hay juramentos bueno… y puede haber juramentos malos. Y en ese plano la ley del AT (y la ley de cierta iglesia posterior) quiere que los juramentos sean buenos y que siendo buenos se cumplan….
Pues bien, Jesús no quiere ese tipo de religión de juramentos… ni siquiera los buenos… No quiere que manejemos a Dios, sino que digamos la verdad por sí misma. Es evidente que la Iglesia (empezando por Pablo) ha tenido miedo a Jesús, ha tenido miedo a la gente no actúe bien (no sea responsable) sin juramentos… y así ha pedido y pide a sus fieles que juren.
Al pedir a sus obispos, provinciales religiosos, profesores de teología/religión y demás personas “responsables” que juren, la Iglesia está desconfiando de ellos, poniéndose así en contra de Jesús. Éste me parece un tema serio, un tema grave. Una Iglesia que así actúa no vive en un nivel de confianza y gratuidad, sino de sospecha. No es una iglesia sana, iglesia amiga, sino una sociedad obsesivamente enferma, neurótica, llena de sospechas y miedos, exigiendo por eso a sus responsables el juramento (para sentirse así más segura, para atar a los creyentes bajo pecados que ella misma inventa). Matices del juramento.
Ha de entenderse desde el trasfondo social. Recordemos que los judíos no podían jurar por Dios (pues a Dios ni se le nombraban), sino por realidades vinculadas a Dios. Por eso, en contexto judío, Mt ofrece una lista de cosas por la que no se puede jurar:
No juréis ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo
Ha dicho Jesús que no juremos, que digamos “si si, no no”, y que todo lo demás viene del diablo. No le hemos hecho caso, no le ha hecho caso un tipo Iglesia, que pide que se jure, siguiendo así al Diablo más que a Dios.
Se pueden ofrecer mil pueden dar cien matizaciones, y así ha podido hacerlo quizá el mismo Pablo, que juraba, defendiéndose… Puede responder el mismo Mateo 23 cuando matiza la doctrina de los juramentos (e incluso Mc 14, 25) … donde parece que Jesús jura. Pero que todo eso son al fin excusas. Si la Iglesia creyera de verdad en Dios y en los hombres, según el ejemplo de Jesús, dejaría mañana mismo de pedir juramentos a su gente.
DIOS, VERDAD DEL HOMBRE, NO NECESITA JURAMENTOS
Entre las palabras históricamente más fiables de Jesús se encuentra ésta: “Habéis oído que se ha dicho a los antiguos “no perjurarás” (Lev 19, 12), sino cumplirás tus juramentos. Yo, en cambio, os digo: no juréis en modo alguno” (Mt 5, 33). Esta prohibición va en la línea de la trascendencia de Dios (y de la prohibición de la idolatría), pero, en sentido más estricto, va en contra de un rasgo importante de la Ley judía y, en general, de toda religión que no solamente se atreve a jurar, apelando a Dios en las discusiones humanas, sino que manda que se “jure” (poniendo a Dios como testigo) en discusiones y asuntos importantes, como si él tuviera que ser garante legal de las afirmaciones humanas.
Las bienaventuranzas y las parábolas de la sal y de la luz, leídas en los domingos anteriores, forman la Introducción al Sermón del Monte. A partir de este momento, Mateo presenta la oferta religiosa de Jesús, contraponiéndola a la de los escribas y fariseos:
“Os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos”.
“Justicia” no significa aquí “justicia social”, sino fidelidad a Dios, cumplimiento de lo que él considera justo. Y lo que está en juego es entrar en el reino de los cielos, formar parte de la comunidad cristiana en este mundo, y del futuro reino de Dios.
Ya que el evangelio nos sitúa ante una alternativa: entrar o no entrar en el reino de Dios, la primera lectura se orienta en la misma línea.
El agua y el fuego, la vida y la muerte (1ª lectura: Eclesiástico 15,16-21)
Aquí la alternativa consiste en observar los mandamientos de Dios o negarse a ello. No se trata de algo indiferente. Lo primero equivale a elegir el agua y la vida; lo segundo, a optar por el fuego y la muerte.
Si quieres, guardarás los mandamientos [del Señor] y permanecerás fiel a su voluntad. Él te ha puesto delante fuego y agua: extiende tu mano a lo que quieras. Ante los hombres están la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera. Porque es grande la sabiduría del Señor, fuerte es su poder y lo ve todo. Sus ojos miran a los que le temen, y conoce todas las obras del hombre. A nadie obligó a ser impío y a nadie dio permiso para pecar.
Advertencia previa sobre el evangelio
La liturgia ofrece dos posibilidades: 1) una lectura breve, que recoge solo algunas de las afirmaciones principales contenidas en Mt 5,17-37; 2) una lectura larga, que no omite nada, desarrollando el contenido de la breve. Aunque la primera resulta a veces descarnada y omite ideas muy importantes, la segunda es tan compleja, y con temas tan distintos, que resulta imposible explicarlos en una homilía. Me limitaré a algunas indicaciones sobre la breve. Quien desee un comentario a todo el pasaje puede verlo en J, L, Sicre, El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz (Verbo Divino 2019) páginas 114-123.
Los escribas
Para este domingo y el próximo, la liturgia ha elegido solamente la diferencia que debe darse entre el cristiano y el escriba.
Sociológicamente, los escribas constituyen un grupo muy heterogéneo, al que pertenecen sacerdotes de elevado rango, simples sacerdotes, miembros del clero bajo, de familias importantes y de todos los estratos del pueblo (comerciantes, carpinteros, constructores de tiendas, jornaleros). Incluso encontramos gente que no eran de ascendencia israelita pura, sino hijos de madre o padre convertidos al judaísmo. El poder de los escribas radica en exclusivamente en su ciencia. Quien deseaba ser admitido en la corporación debía hacer un ciclo de estudios de varios años. Generalmente, desde los 14 años de edad dominaba la exégesis de la Ley (Pentateuco). Pero la edad canónica para la ordenación eran los 40 años. A partir de entonces estaba capacitado para zanjar por sí mismo las cuestiones de legislación religiosa y ritual, para ser juez en procesos criminales y tomar decisiones en los civiles, bien como miembro de una corte de justicia, bien individualmente. Tenía derecho a ser llamado rabí. Y se les abrían los puestos claves del derecho, de la administración y de la enseñanza.
El peligro del legalismo
A pesar de la gran estima de que gozan entre la gente, a Jesús no le resultan simpáticos. No quiere que sus seguidores se parezcan a los escribas, ni que los puedan confundir con ellos. Porque en su postura existe un peligro gravísimo de legalismo, es decir, de exaltación de la ley y de la norma por encima de todas las cosas. Al legalismo, se puede llegar por dos caminos muy parecidos:
a) Buscando seguridad humana. Una persona inmadura, con miedo a correr riesgos, prefiere que le indiquen en cada momento lo que debe hacer. Cuantas más normas, mejor, porque así no se siente insegura.
b) Buscando seguridad religiosa. Estas personas conciben la salvación como algo que se gana a pulso, a base de esfuerzo, cumpliendo en todo momento la voluntad de Dios. Esta voluntad de Dios no la conciben como una actitud global en la vida, sino concretada en una serie de actos. Cuantas más normas me dicten, mejor conoceré lo que Dios quiere y me resultará más fácil salvarme.
En lo anterior hay cosas buenas y malas. Pero lo más grave es que la persona amante de las normas corre el peligro de quedarse en la letra de la ley, sin profundizar en su espíritu, que es más exigente. Por ejemplo, la ley manda no comer carne los viernes de cuaresma. Y se queda tranquila con cumplir la letra de la ley, pero no le preocupa comer langosta o gambas. La ley manda ir a misa los domingos y días de fiesta, y la cumple a rajatabla; pero quizá no dedica ni un minuto a Dios durante el resto de la semana.
Otro grave riesgo de la mentalidad legalista es que, con la ley en la mano, se puede machacar al prójimo y amargarle la existencia. Se critica al que no vive como uno considera conveniente, se lo condena, incluso se lo persigue.
¿Cómo superar el legalismo?
Para combatir esta postura legalista y enseñar a sus discípulos a actuar cristianamente, Mateo pone en labios de Jesús seis casos concretos, referentes al asesinato, adulterio, divorcio, juramento, venganza, y amor al prójimo (Mateo 5,21‑48). Este domingo se leen tres de los cuatro primeros [la lectura breve omite el caso del divorcio]; el domingo próximo se leerán los dos últimos.
En el primer caso, asesinato, Jesús lleva la ley a sus consecuencias más radicales.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: Todo el que se deje llevar de la cólera contra su hermano será procesado.
El quinto mandamiento prohíbe matar. La mentalidad legalista, ateniéndose a la letra, se contenta con no hincarle un puñal al prójimo. Jesús dice que el espíritu del mandamiento va mucho más lejos. Lo importante no es sólo respetar la vida física del prójimo, sino también toda su persona. [La lectura larga concreta tres delitos cada vez peores contra el prójimo: encolerizarse con él, insultarlo y ofenderlo gravemente].
En el segundo caso, adulterio, Jesús también interpreta el mandamiento de forma radical.
Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
La letra de la ley sólo se fija en el hecho físico. Pero Jesús va a su espíritu profundo, teniendo en cuenta incluso el peligro remoto de caer. Su enseñanza coincide con la de otros rabinos: «No puedes decir que se llame adúltero a quien ha cometido adulterio con cuerpo; el que ha cometido adulterio con sus ojos también se llama adúltero» (Simeón ben Lakish).
En el cuarto caso, a propósito del juramento (y en el tercero, sobre el divorcio, omitido en la lectura breve), anula la ley.
También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”. Pero yo os digo que no juréis en absoluto. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.
Jesús se mueve en una sociedad que usa y abusa del juramento. El discípulo de Jesús tiene que moverse en una honradez y sinceridad tan absolutas que le baste decir sí y no.
Este domingo hemos visto dos formas de combatir el legalismo: llevar la ley a sus consecuencias más radicales y anularla. El próximo domingo veremos otro recurso: cambiar la ley por una norma más exigente.
Reflexión final
La primera lectura habla de una alternativa entre agua y fuego, vida y muerte. Para Jesús, la alternativa consiste en entrar en el reino de Dios o quedarse fuera. El escriba estaría de acuerdo en que lo mejor es guardar los mandamientos y ser fiel a la voluntad de Dios. Pero Jesús diría: “Depende de cómo interpretes esa voluntad”. Si lo haces en plan legalista, limitándote a la letra de la ley, no puedes seguirme, no puedes entrar en el Reino de Dios. El evangelio de hoy se presta a un examen de conciencia, especialmente a propósito de nuestra relación con el prójimo, al que a veces estamos asesinando sin darnos cuenta.
Jesús, que a los ojos de los letrados y fariseos es un trasgresor de la ley, aparece aquí diciendo que no ha venido a abolir la Ley sino a llevarla hasta sus últimas consecuencias.
Las leyes ya sean religiosas, civiles o de tráfico están puestas como base de un mínimo acuerdo. Tratando de delimitar y salvaguardar los derechos de las personas, de todas las personas. Derechos que se entrecruzan y relacionan con otros derechos, con deberes y obligaciones. Y en esa complicada trama la ley trata de guiar y dar algo de luz.
Pero como toda trama esa trama es tremendamente complicada, llena de recovecos, nudos y discontinuidades. Por eso seguir la ley al pie de la letra no garantiza un comportamiento justo, ni siquiera bueno.
De ahí que Jesús nos advierte: “si no sois mejores que los letrados y fariseos no entraréis en el Reino de los cielos.”
Después de más de 2000 años de historia identificamos a estos personajes como los “malos de la película”. Los letrados y fariseos son los que se opusieron a Jesús, quienes le condenaron y obligaron a las autoridades romanas a crucificar a Jesús.
Visto así es sencillo ser mejor que los letrados y fariseos. Pero si nos ponemos en la piel de las primeras comunidades cristianas o de las primeras personas que se acercaron a Jesús. Esas gentes sencillas de Galilea provenientes del judaísmo. Para ellas ser mejores que los letrados y fariseos era prácticamente imposible. Ellos eran los oficialmente buenos. Los santos. Los irreprochables.
Y los mismos letrados y fariseos se creían buenos. Fieles cumplidores y custodios de las tradiciones y de la Santa Ley. Se sentían cercanos a Dios y seguros en el cumplimiento de sus leyes y preceptos.
Eran gente de bien que se había cerrado sobre sus propias verdades y habían dejado fuera a quienes se salían del esquema.
Por eso la advertencia de Jesús sigue siendo válida para nosotras. “Si no somos mejores que los letrados y fariseos no entraremos en el Reino de los cielos”.
Oración
No permitas, Trinidad Santa, que nos creamos mejores que las demás.
Seguimos en el sermón del monte de Mateo. La lectura de hoy afronta un tema complicado. Cómo armonizar la predicación y la praxis de Jesús con la Ley, que para los judíos era sagrada y definitiva. Ir más allá de lo establecido es el problema radical que se plantea en todos los órdenes de la vida. Damos valor absoluto a lo ya conocido pero nuestro conocimiento será siempre limitado; debemos ir siempre más allá.
Tuvo que ser muy difícil para un judío aceptar que la Ley no era absoluta. Jesús fue contundente en esto. Abrió una nueva manera de relacionarnos con Dios. El Dios todopoderoso, que está en los cielos y ordena y manda, deja paso al Dios “Ágape” que se identifica con cada uno de nosotros y nos invita a descubrirlo en los demás. A pesar de ello, muchos años después, los cristianos se estaban peleando por circuncidar o no circuncidar, comer o no comer ciertos alimentos, cumplir o no el sábado…
Toda norma metida en palabras, incluso las de Moisés en la Biblia, no podrá ser nunca definitiva. Esto, bien entendido, es el punto de partida para comprender las Escrituras. El hombre siempre tiene que estar diciendo lo que dijo Jesús en el evangelio: habéis oído que se dijo, pero yo so digo, porque conocemos cada vez mejor la naturaleza y al ser humano. Si Jesús y los primeros cristianos hubieran tenido la misma idea de la Biblia que muchos cristianos tienen hoy, no se hubieran atrevido a rectificarla.
Cuando hablamos de “Ley de Dios”, no queremos decir que, en un momento determinado, Dios haya comunicado a un ser humano su voluntad en forma de preceptos, ni por medio de unas tablas de piedra, ni por medio de palabras. Dios no se comunica a través de signos externos, porque no es un ser fuera que tenga voluntad propia para imponerla. La voluntad de Dios está en la esencia de cada criatura.
Si fuésemos capaces de bajar hasta lo hondo del ser, descubriríamos allí esa voluntad de Dios; ahí, sin decir palabra, me está diciendo lo que es bueno o malo para mí. La voluntad de Dios no es nada añadido a mi propio ser, no me viene de fuera. Está siempre ahí pero no somos capaces de verla. Esta es la razón por la que tenemos que echar mano de lo que nos han dicho algunos que sí fueron capaces de bajar hasta el fondo de su ser y descubrir lo que Dios es y lo que somos cada uno de nosotros. Lo que otros descubrieron y nos cuentan nos puede ayudar a descubrirlo en nosotros.
Moisés supo descubrir lo que era bueno para el pueblo que estaba tratando de aglutinar, y por tanto lo que era bueno para cada uno de sus miembros. No es que Dios se le haya manifestado de una manera especial, es que él supo aprovechar las circunstancias especiales para profundizar en su propio ser. La expresión de esta experiencia es voluntad de Dios, porque lo único que Él quiere de cada uno de nosotros es que seamos nosotros mismos, que lleguemos al máximo de nuestras posibilidades.
¿Qué significaría entonces cumplir la ley? Algo muy distinto de lo que acostumbramos a pensar. Una ley de tráfico se puede cumplir perfectamente solo externamente, aunque estés convencido de que el “stop” está mal colocado, yo lo cumplo y consigo el objetivo de la ley, que no me la pegue con el que viene por otro lado y además, evitar una multa. En lo que llamamos Ley de Dios, las cosas no funcionan así. Dios no ha dado nunca ninguna Ley. Lo que es bueno o lo que es malo está inscrito en mi ser.
A trancas y barrancas hemos superado la idea de una Ley venida de fuera. Nos queda mucho camino por andar para superar la idea de un Legislador que impone su voluntad a pesar nuestro. En la Biblia encontramos 613 preceptos. Nos parecen infinitos, pero resulta que el Código de Derecho Canónico tiene 1.752 cánones. No hemos sido capaces de asimilar el mensaje de Jesús que insistió en superar toda norma. Nos dejó un solo mandamiento: que os améis, y el amor nunca puede ser fruto de una ley.
Desde esta perspectiva, podemos entender lo que Jesús hizo en su tiempo con la Ley de Moisés. Si dijo que no venía a abolir la ley, sino a darle plenitud, es porque muchos le acusaron de saltársela a la torera. Jesús no fue contra la Ley, sino más allá de la Ley. Quiso decirnos que toda ley se queda siempre corta, que siempre tenemos que ir más allá de la pura formulación, hasta descubrir el espíritu. La voluntad de Dios está más allá de cualquier formulación, por eso tenemos que superarlas todas.
Jesús pasó, de un cumplimiento externo de leyes a un descubrimiento de las exigencias de su propio ser. Esa revolución que intentó Jesús está aún sin hacer. No solo no hemos avanzado nada en los dos mil años de cristianismo, sino que en cuanto pasó la primera generación de cristianos hemos ido en la dirección contraria. Todas las indicaciones del evangelio, en el sentido de vivir en el espíritu, han sido ignoradas. Seguimos más pendientes de lo que está mandado que de descubrir lo que somos.
“Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, pero yo os digo: todo el que está enfadado con su hermano será procesado”. No son alternativas, es decir o una o la otra. No queda abolido el mandamiento antiguo sino elevado a niveles increíblemente más profundos. Nos enseña que la actitud negativa hacia otro es ya un fallo contra tu propio ser, aunque no se manifieste en una acción concreta contra el hermano.
“Si cuando vas a presentar tu ofrenda, te acuerdas de que tu hermano tiene queja contra ti, deja allí tu ofrenda y vete a reconciliarte con tu hermano…” Se nos ha dicho por activa y por pasiva que lo importante era nuestra relación con Dios. Toda nuestra religiosidad está orientada desde esta perspectiva equivocada. El evangelio nos dice que más importante que nuestra relación con Dios, es nuestra relación efectiva con los demás. Si ignoramos a los demás, nunca nos encontraremos con Dios.
No dice el texto: si tú tienes queja contra tu hermano, sino “si tu hermano tiene queja contra ti”. ¡Que difícil es que yo me detenga a examinar si mi actitud pudo defraudar al hermano! Es impresionante, si no fuera tan falseado: “deja allí tu ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. Las ofrendas, las limosnas, las oraciones no sirven de nada si otro ser humano tiene pendiente la más mínima cuenta contigo.
De todas formas, la eliminación de las leyes no funcionaría si no suplimos esa ausencia de normas por un compromiso de vivencia interior que las supere. Las leyes solo se pueden tirar por la borda cuando la persona ha llegado a un conocimiento profundo de su propio ser y descubre las más auténticas exigencias del verdadero ser. Ya no necesita apoyaturas externas para caminar hacia su definitiva meta. Recuerda: “ama y haz lo que quieras” o “el que ama ha cumplido el resto de la Ley”.
«Habéis oído que se dijo a los antiguos … pero yo os digo»
Hay quien concibe el evangelio como culminación del antiguo testamento. Otros van más lejos y hablan de ruptura, pero, en cualquier caso, es innegable la gran novedad que supuso Jesús; una novedad tan patente y arrolladora, que el propio Mateo —un escriba posiblemente de secta farisea— no tiene más remedio que reconocer. Y aunque en el texto de hoy se hace un pequeño lío por tratar de ser fiel a su tradición —«no he venido a abolir la ley…»—, se muestra más explícito en su capítulo nueve donde compara a Jesús con el vino nuevo que rompe los odres viejos.
Y es que Jesús se está ofreciendo como alternativa a Moisés, y está pidiendo a sus seguidores que superen el concepto de Ley y se abracen al evangelio. Les viene a decir que no se trata de ser santos e irreprochables a los ojos de Dios, sino de crear humanidad; que no se trata de cumplir una serie de preceptos y tradiciones, sino de sentirse amados por Dios y responder amando, sirviendo, perdonando…
Como decía Ruiz de Galarreta: «La diferencia entre la ley y el evangelio es que la ley deja a la persona a sus propias fuerzas, le pone preceptos que ha de esforzarse en cumplir, le amenaza, le premia… mientras que el evangelio la coloca ante el don de Dios, le hace conocer a su Padre, le convierte en hijo, lo cambia por dentro… y ya no tiene que mandarle nada».
Sabemos que la reacción de la gente ante este mensaje fue muy dispar. Aquellos que se sintieron necesitados de ese Dios, le siguieron hasta el final. En cambio, los ricos y acomodados estaban tan satisfechos tal como estaban que prefirieron al Juez que da a cada uno según su mérito, porque a ellos ya les había juzgado y —a la vista de la prosperidad de la que gozaban— les había declarado justos y dignos de premio.
Los escribas y fariseos lo rechazaron desde el principio y se posicionaron de manera inequívoca en su contra. Y no les faltaba razón. Habían consagrado su vida al Dios de Abraham, al Dios de Moisés, en definitiva, al Dios de la Tradición, y aquella nueva doctrina era para ellos la mayor de las imposturas. No les cabía duda de que aquel nazareno que la proclamaba era un impostor; además un impostor peligroso, porque si lo suyo triunfaba, ellos, junto con los sacerdotes, serían los más perjudicados.
Para todo israelita la conversión a Abbá suponía abandonar al Dios de sus padres, renunciar a la tradición de Israel y lanzarse al vacío… y sus mentes no estaban preparadas para asimilar ese mensaje. Les entusiasmaba lo de Jesús, pero no podían aceptar que aquello pudiese entrar en conflicto con sus creencias milenarias. Por eso, todo cuanto le oían decir quedaba amoldado a la horma de sus tradiciones, y acababa interpretándose más en clave política que religiosa…
Para hacernos una idea de la novedad que en su tiempo supuso Jesús, baste pensar que, veinte siglos después, nosotros, la Iglesia, no acabamos de digerir sus palabras y retornamos, una y otra vez, al Dios juez justo y misericordioso que va a juzgarnos y premiarnos por nuestras buenas acciones.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
¿Qué era la Ley para Jesús? ¿Qué es para mí cumplir la ley?
En el evangelio de este domingo Jesús nos invita a pararnos y reflexionar sobre la ley. Tema posiblemente poco atractivo para la mayoría y más en estos tiempos, en los que en cada telediario oímos hablar de leyes nuevas, o leyes que se modifican, en unos tonos y términos que nos hacen sospechar que no siempre es el bien común o la justicia lo único que hay detrás.
Por eso, es posible que al escuchar esta primera afirmación que Mateo pone en boca de Jesús “No he venido a abolir la ley, sino a darle su plenitud”, o su cumplimiento, como se traduce a veces, no nos sintamos especialmente emocionados.
Las primeras comunidades cristianas procedentes del judaísmo, a las que se dirige Mateo, tienen la experiencia de haber vivido siempre buscando cumplir la Ley. Esa Ley que liberó al pueblo en tiempos de Moisés pero que en tiempos de Jesús se ha convertido en un montón de preceptos, 613 prescripciones que había que cumplir escrupulosamente o encontrar una justificación para saltárselos “quedando bien”. Y Jesús afirma que ha venido a cumplir y dar plenitud a la ley y a enseñar a todos a cumplirla. Y que quien haga como Él será grande en el Reino.
Esto nos lleva a preguntarnos, ¿qué era la Ley para Jesús? y ¿qué es para mí cumplir la ley? ¿Desde dónde hago lo que “tengo que hacer”? ¿Desde la rutina o la costumbre? ¿Desde la presión del qué dirán de mí?… ¿o desde el corazón?
El evangelio continúa introduciendo una nueva palabra, justica. Siempre en boca de Jesús Mateo afirma sorprendentemente que si nuestra justicia no es mayor que la de estos grupos que “oficialmente” son los cumplidores de la ley, no entraremos en el Reino. Esta afirmación es luminosa y liberadora, descubrimos en ella que Jesús no nos está hablando del cumplimiento de una multitud de preceptos al pie de la letra, deshumanizados y lejos de lo que se fragua en el corazón. Para Jesús la plenitud de la Ley es la justicia.
Si buscamos el significado de justica en el diccionario encontramos: “Principio moral que lleva a determinar que todos deben vivir honestamente. (…) constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido.” (rae)
Es decir, que cumplir la ley en su plenitud no es cumplir preceptos, sino vivir en referencia a Dios y a los otros, a todo hombre y mujer que es mi prójimo. Y esta referencia a Dios y a los demás no de una forma aislada o separada. Si mi hermano o mi hermana, cualquiera que este sea, tiene algo contra mí, eso me impide acercarme a Dios intentando “cumplir” lo que entiendo como preceptos religiosos. Porque ¿cómo va a aceptar Dios, padre y madre misericordioso, una ofrenda nuestra si sus otros hijos tienen quejas contra nosotros y no las atendemos? La exigencia de esta manera de vivir la ley hace que nos vayamos transformando por dentro, que nuestro corazón se haga más comprensivo, que sepamos perdonar, que la reconciliación sea nuestro talante para poder hacer comunidad… porque la plenitud de la ley está en el corazón no solo en los hechos externos.
Lo que sigue en el texto evangélico concreta y expresa esta forma de cumplir la ley que Jesús quiere en situaciones candentes en las primeras comunidades, el tema del divorcio y de los juramentos.
El acta de repudio que cualquier varón podía dar a su mujer por causas mínimas, dejándola sin posibilidades de una vida digna, despreocupándose de ella, es claramente una costumbre injusta que va contra el fondo, el objetivo último de la ley y Jesús avisa de esto a sus seguidores. Ampliando nuestra mirada, ¿qué nos dice hoy a nosotros? ¿A cuántas personas damos cualquier tipo de “acta de divorcio” y nos desentendemos de ellas? Porque no son de los nuestros, porque no nos gusta lo que hacen o piensan…. Y luego, ¿podemos acercarnos sin más a celebrar la eucaristía?
En una sociedad en la que el valor de la palabra era inmenso porque no había otro tipo de contrato, se había llegado a desvirtuar el juramento. Ya no se apoyaba en la verdad de lo que se afirmaba jurar o prometer, sino en por quién o por qué se juraba, con lo que la verdad podía quedar abolida por retorcidas afirmaciones. El evangelio rechaza cualquier forma de juramento. Jesús nos invita a amar la verdad, a vivir en verdad y decir la verdad. Simplemente, sencillamente… lo demás no es del Reino. Seguro que estamos recordando ese otro pasaje en el que Jesús afirma que es la Verdad. (Jn 14, 6) ¿Qué valor real damos a la verdad? ¿La disimulamos, la ignoramos, hacemos pactos para lograr otros intereses que la desvirtúan?
Cuando este domingo escuchemos “Habéis oído que se dijo, pero yo os digo” caeremos en la cuenta de que Jesús no cambia, añade o quita preceptos, sino que los da hondura, los lleva al corazón, al centro, la raíz de la persona, de donde brota la justicia.
Acojamos esta invitación a dar plenitud a la ley en nuestra vida. Escuchemos la voz de Jesús que nos dice: ¡Cuidado! Hay formas de cumplir la ley que no nos hacen justos, buenos… Se lo dice a sus primeros discípulos y a nosotros, a nosotras, ¿somos justos, buenos, santos al cumplir la ley, los mandamientos, los preceptos de la Iglesia?
Si vivimos profundamente la Palabra de Dios, si su Ley cala directamente en nuestro corazón, lo que pensemos, digamos o hagamos será sincero, auténtico, profundo. Será expresión del amor, del perdón y la comprensión a los hermanos y así, solo así, el vivir los mandamientos, la Ley, nos acercará a Dios y nos hará felices. Porque, como dice el evangelio eso es llevar la Ley a su plenitud. Mª Guadalupe Labrador Encinas fmmdp
Mateo, que escribe a una comunidad de origen judío, se ve obligado a hacer equilibrios entre la continuidad y la ruptura que supone el mensaje de Jesús. En esa línea, afirma que cumple con toda la ley judía pero que, al mismo tiempo, la trasciende de manera radical.
Más allá de los casos propuestos -y superado el apego a la literalidad del texto-, lo que parece evidente es el carácter radical de la propuesta de Jesús. A veces, nuestra mente suele asociar “radicalidad” a exigencia, voluntarismo, perfeccionismo, mortificación… Es probable que en esta misma trampa cayera el propio Mateo cuando habla de “sacarse un ojo” o “cortarse una mano”.
Sin embargo, en su sentido propio, radicalidad remite a “raíz”. Con lo cual, el acento pasa de lo que hago al desde dónde lo hago. Porque es precisamente este “desde dónde” el que, si quiero vivir coherentemente, me guía a la raíz o núcleo de lo que somos.
La radicalidad no consiste, por tanto, en cambiar el “contenido” de la norma -cambiar el qué-, sino en vivirse en aquel “lugar” -el dónde- en el que de habita nuestra verdadera identidad.
En concreto, todo lo que emprendemos podemos hacerlo desde el ego que creemos ser o desde la consciencia que somos. Y los frutos serán radicalmente diferentes, porque nacen de raíces muy distintas.
Dado que la diferencia se da entre lo que creemos ser y lo que realmente somos, si queremos vivir con radicalidad -desde la raíz-, necesitamos crecer en comprensión. Es la comprensión la que nos permite salir de las creencias acerca de nosotros mismos para vivir en la certeza de ser. Y es ahí donde somos transformados. Si no la reducimos a mero razonamiento mental, la comprensión transforma porque nos hace ver: qué somos, qué son los otros, que es esta sociedad, qué es nuestro mundo… Nuestra mirada cambia y de ella brotará la acción adecuada.
Continuamos escuchando las “conclusiones” que se derivan del sermón de la montaña, de las bienaventuranzas.
01.2 Recordemos y tengamos presente que Mateo es un evangelio escrito para comunidades cristianas compuestas por personas de origen judío, de cultura y religión judías. Por tanto, estas comunidades conocen y viven del AT, de la ley de Moisés y de la cantidad de preceptos (613), normas que de la ley habían extraído los escribas y la tradición judía.
Este tránsito, este paso del AT al NT lo podríamos comparar con el cambio que se produjo en gran parte de la Iglesia preconciliar a la Iglesia postconciliar (Vaticano II), nos sentimos liberados. Hay quien nunca pasó del Sinaí a las bienaventuranzas. Hay quien nunca amó el Vaticano II
01.3 Jesús después de proclamar la “nueva ley” en las Bienaventuranzas, comienza a desmantelar todo el sistema religioso del AT.
Todo el capítulo quinto de San Mateo seguirá ya esta estructura: SE OS DIJO, PERO YO OS DIGO, Se os dijo en el AT, pero yo os digo
Mt 5, 1-12 BIENAVENTURADOS los pobres, los humildes, los que trabajan por la paz…
Mt 5, 13-16 Sed LUZ y SAL (testimonio) de la tierra.
Mt 5, 21-26 SE OS DIJO: no matarás… PERO YO OS DIGO ni tan siquiera os peleéis …
Mt 5, 27-31 SE OS DIJO: no cometerás adulterio… PERO YO OS DIGO, sé siempre fiel en tu amor…
Mt 5, 33-37 SE OS DIJO: no jurarás en falso… PERO YO OS DIGO que digáis la verdad.
Mt 5, 38-42 SE OS DIJO: Ojo por ojo y diente por diente… PERO YO OS DIGO: no hagáis mal a nadie.
Mt 5 43-48 SE OS DIJO: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo… PERO YO OS DIGO: amad a vuestros enemigos.
02.- La plenitud de la ley es el amor.
Jesús dice que no ha venido a abolir la ley, sino a darle plenitud.
Fácil y precipitadamente solemos pensar –y vivir- un cristianismo como si fuesen unas “rebajas teológicas” del AT; una especie de “saldos religiosos” a buen precio, unas leyes más fáciles de cumplir, una Iglesia más permisiva y tolerante.
Y no es eso.
Muchos de nosotros esperamos un cristianismo, una Iglesia que “facilite las cosas”, que “rebaje los precios”.
Pero esa no es la cuestión.
Jesús cuando habla de dar plenitud está hablando de que la ley ha terminado y ha comenzado “el tiempo del amor”. “Se os dijo…”, “pero yo os digo” que la plenitud de la vida está en el amor, o -lo que es lo mismo-, toda la ética y la moral cristiana hay que leerla y vivirla desde el amor.
En palabras de San Agustín, la plenitud de la moral de Cristo es: Ama y haz lo que quieras.
Ante las dudas y dilemas de la vida, actúa con amor y estarás haciendo lo correcto.
(Quizás el libro del Eclesiástico (1ª lectura) es un poco optimista cuando al hablar de la libertad dice: Si quieres, guardarás los mandatos del Señor. El mismo San Pablo “le corregirá” un poco la plana cuando dice: no hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero… Rom 7,19).
El hombre es amado por Dios siempre –y sobre todo- en la situación de pecado.
03.- Los sistemas religiosos permanecen en el plano de la ley:
Las religiones construyen una serie de doctrinas, normas, ritos y obligaciones: se puede hacer esto, no se puede hacer lo otro para así obtener el favor de los dioses
También entre nosotros, los católicos, ocurre algo de esto. Para muchas personas, para muchos eclesiásticos, se trata de cumplir con la ley y cuanto más fácil sea esa ley, mejor.
Probablemente nuestra concepción del cristianismo es puramente legal: hemos reducido el evangelio a Derecho canónico
Pero el cristianismo no es eso, el cristianismo es sentirse amado por Dios y vivir desde ese amor con los demás. La plenitud de la ley es el amor. La ley de Jesús ha desembocado en el amor.
04.- Se os dijo, pero yo os digo.
También a nosotros se nos dijeron muchas cosas más propias del AT, que de Jesús: se trataba (se os dijo) que había que confesarse y comulgar una vez al año, por Pascua. Se trataba (se os dijo) de ir a Misa los domingos, (se os dijo) que no se puede controlar la natalidad, (se os dijo) ayunar unas cuantas veces al año, etc…
Esa moralidad es la propia del AT: de la ley, del cumplimiento.
La moral habitual parte como criterio único de lo que está permitido o prohibido. La moral evangélica parte del amor del seguimiento de Jesús. Vivir según la ley o según el amor son modos distintos de vivir.
Vivir desde la ley es la moral de los fariseos, es la moral del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, la del joven rico del evangelio, la de gente autosuficiente.
Jesús ve la vida desde el amor (y sus variantes: compasión, lástima, etc.) Así surge el cristianismo del amor. La moral cristiana es la del Buen Samaritano, la de Magdalena, de Zaqueo, del Hijo pródigo, que viven conforme al corazón y al amor.
El patriarca de Moscú vuelve a exaltar el poder patrio durante la Epifanía ortodoxa
“Vivimos un momento de mucha ansiedad, pero creemos que el Señor no abandonará la tierra rusa, y nos dará la fuerza, si es necesario, para proteger a su tierra y a su pueblo”
El patriarca de Moscú añadió que Rusia “tiene armas poderosas” y que su pueblo siempre ha estado “motivado para ganar“
“Cualquier intento de derrotar a Rusia significará el fin del mundo”. El patriarca de Moscú, Kirill, ha aportado tintes apocalípticos a las su ya de por sí polémicas declaraciones desde que hace casi un año Putin invadiera Ucrania. En esta ocasión, lo hizo durante la liturgia de la Epifanía en la catedral de Moscú.
“Hoy existen grandes amenazas para el mundo, nuestro país y toda la raza humana. El deseo de derrotar a Rusia ha adoptado formas muy peligrosas. Rogamos al Señor que ilumine a los necios y les ayude a comprender que cualquier intento de destruir Rusia significará el fin del mundo”, destacó el patriarca, quien añadió que Rusia “tiene armas poderosas” y que su pueblo siempre ha estado “motivado para ganar”.
Sin embargo, añadió, “algunos necios” tienen la idea de que Rusia puede ser derrotada, y serle impuestos “valores que ni siquiera pueden ser denominados así”.
“Hoy vivimos un momento de mucha ansiedad, pero creemos que el Señor no abandonará la tierra rusa, y nos dará la fuerza, si es necesario, para proteger a su tierra y a su pueblo”, culminó.
Kirill llama a los popes a implicarse más en la campaña militar en Ucrania
“Las parroquias deben ayudar a los que están en primera línea
El patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, Kirill, llamó este sábado, 21 de enero, a los popes a implicarse más en la campaña militar en Ucrania, a movilizar a los feligreses para que reúnan equipos y alimentos para los soldados e incluso a marchar al frente para prestarles apoyo espiritual
El cabeza de la Iglesia ortodoxa no se limitó a solicitar ayuda material para los participantes en la campaña militar, sino que pidió además a los sacerdotes que puedan marchar al frente para asistir espiritualmente a los soldados
| RD/EFE
El patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, Kirill, llamó este sábado, 21 de enero, a los popes a implicarse más en la campaña militar en Ucrania, a movilizar a los feligreses para que reúnan equipos y alimentos para los soldados e incluso a marchar al frente para prestarles apoyo espiritual.
“Si decimos que la Iglesia está con su pueblo, cada parroquia debe ayudar a los que están en la primera línea. Necesitamos movilizar a nuestros feligreses para que reúnan equipos y alimentos“, dijo Kirill, citado por la agencia oficial RIA Nóvosti, en una reunión con representantes del clero en la catedral de la Epifanía de Moscú.
Con los soldados en el frente
El cabeza de la Iglesia ortodoxa no se limitó a solicitar ayuda material para los participantes en la campaña militar, sino que pidió además a los sacerdotes que puedan marchar al frente para asistir espiritualmente a los soldados.
“Sé que ya se hace mucho, pero pienso que es insuficiente. Además, en el espacio mediático no se menciona con frecuencia la ayuda de la Iglesia ortodoxa rusa a aquellos que encuentran en Donetsk, Lugansk, en la primera línea del frente”, dijo.
“Erguirse e ir al encuentro de la muerte”
El patriarca, indiscutible aliado del Vladimir Putin desde que este invadió Ucrania, el 24 de febrero de 2022, reiteró ante su auditorio que los soldados que marchan al frente precisan ayuda espiritual en primer lugar.
“No se les pueden decir formulismos. Hay que saber decir a la persona lo que la fortalece cuando se da la orden de ataque. Una orden sin la cual no puede haber victoria, cuando hay que erguirse e ir al encuentro de la muerte. Eso es lo que hacen nuestros muchachos: se levantan de las trincheras y van al encuentro de la muerte“, afirmó.
El patriarca de Moscú pide que “termine cuanto antes” esta “guerra fratricida”
“La Iglesia es consciente de que si alguien, movido por el sentido del deber, por la necesidad de cumplir un juramento, se mantiene fiel a su vocación y muere en el cumplimiento del deber militar, entonces indudablemente comete un acto que es equivalente a un sacrificio”, sostiene el patriarca ortodoxo ruso
| RD/Ep
El máximo representante de la Iglesia Ortodoxa en Rusia, el patriarca Kirill, ha sostenido en un sermón este domingo que el sacrificio “en el cumplimiento del deber militar” en la guerra contra Ucrania “lava todos los pecados“.
“Sabemos que hoy muchas personas están muriendo en los campos de guerra. La Iglesia reza para que esta lucha termine cuanto antes, para que el menor número posible de hermanos se maten unos a otros en esta guerra fratricida”, ha comenzado exponiendo Kirill, según ha recogido el medio ruso Meduza.
“Al mismo tiempo, la Iglesia es consciente de que si alguien, movido por el sentido del deber, por la necesidad de cumplir un juramento, se mantiene fiel a su vocación y muere en el cumplimiento del deber militar, entonces indudablemente comete un acto que es equivalente a un sacrificio“, ha asegurado el patriarca.
Sacrificio como Cristo
Así, ha considerado que dicho individuo “se sacrifica por los demás”, de forma que “este sacrificio lava todos los pecados que una persona ha cometido”, ha remachado.
Kirill, con el icono de la Santísima Trinidad
El representante de la Iglesia Ortodoxa rusa ha comparado a los movilizados con Jesucristo, al sacrificarse con su muerte en la guerra.
Estas declaraciones se hacen días después de que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, anunciara una “movilización parcial” de 300.000 reservistas rusos para participar en la guerra de Ucrania.
Volodymyr Zelensky ha confirmado que pedirá al gobierno ucraniano que estudie la posibilidad de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo cuando termine la guerra con Rusia.
La constitución ucraniana define el matrimonio entre un hombre y una mujer.
La petición citaba la Constitución de Ucrania, que establece que “todas las personas son libres e iguales en su dignidad y derechos”, y que “los derechos humanos son inalienables e inviolables”.
El martes (2 de agosto), Zelensky respondió formalmente. Según Reuters, en un decreto oficial, dijo: “Pedí al primer ministro [Denys] Shmyhal que abordara la cuestión planteada en la petición electrónica y me informara de las decisiones pertinentes.”
Sin embargo, señaló que no se harían cambios mientras durara la guerra con Rusia, ya que según el artículo 157 de la Constitución de Ucrania: “En condiciones de guerra o de estado de excepción, la Constitución de Ucrania no puede ser modificada”.
Los activistas por los derechos de las personas LGBTQ+ piden que entretanto se consideren las uniones civiles, sobre todo porque sin el reconocimiento de las uniones entre personas del mismo sexo, las parejas de los soldados LGBTQ+ que han muerto mientras luchaban contra la invasión rusa no pueden recoger sus cuerpos para enterrarlos.
El Orgullo de Kiev dijo en un comunicado: “El Instituto de Uniones Civiles Registradas es la mejor alternativa en la situación actual, y el gobierno, encabezado por el presidente, nos dio una señal positiva de que la implementación [del matrimonio entre personas del mismo sexo] es ahora sólo una cuestión de tiempo”.
Sólo el 24% de los ucranianos apoya el matrimonio entre personas del mismo sexo, según una encuesta realizada por el Instituto Internacional de Sociología de Kiev, y en 2021, otra encuesta mostró que el 47% de los ucranianos tenía una opinión negativa de la comunidad LGBTQ+.
En respuesta al decreto de Zelensky, el periodista ucraniano queer Maksym Eristavi señaló:
“Esta promesa histórica no es un regalo o un giro del destino. Años de duro trabajo por parte de los ucranianos queer, arriesgando nuestras vidas por la igualdad de derechos, lo han hecho posible.
“Decenas de miles de ucranianos LGTBIQ+ que defienden nuestro país en este genocidio lo hicieron posible.
“Ahora también nos corresponde a nosotros, ucranianos queer, asegurarnos de que un compromiso histórico se traduzca en una acción histórica. Y ten por seguro que lo haremos. Porque en eso consiste la sociedad civil ucraniana: en hacer cosas históricas”.
Ya he adivinado por qué no se para la guerra. Porque vivimos el síndrome de Caín. Cuando Caín mata a su hermano Abel, Dios le marca con una señal para que nadie ataque a Caín por haber sido fratricida. Eso es lo que veo y siento. Vivimos un auténtico rencor y violencia contra los atacantes de la guerra.
Nos gustaría castigarlos incluso con la muerte. En el fondo vivimos todos con una fuerte violencia. Parecida a la que ellos tienen. Y así lo que hacemos es aumentar el mar de la muerte. La guerra es como una gran nube muy alta. Y cada explosión que vemos nos provoca otra nube inmensa de odio y venganza.
Ya sé que es muy difícil pero mientras no nos eduquemos y formemos todos en el perdón, no dejaremos de construir una inmensa nube, cada vez mayor, de enemistad, violencia, agresividad, muerte.
Me gusta mucho una oración que funciona por ahí y que la hace suya el papa Francisco. Dice así”: Y cuando, Dios, hayas detenido la mano de Caín, cuida también de él. Es nuestro hermano”. Es la forma de parar la violencia de la guerra y de la muerte.
En mi ingenuidad, me imagino el mundo como un inmenso tren de los que andaban con vapor. Según echemos vapor positivo o negativo, el tren corre hacia la paz o la guerra.
Somos toda la humanidad la que tenemos en nuestras manos el conducir el mundo hacia uno u otro lugar. No hay un solo conductor. Todos somos guías de la marcha del mundo.
Vivimos en mundo acostumbrado al juicio condenatorio. Así cuando hablamos de la pederastia, entendemos y comprendemos que ha de haber castigo a los que lo han cometido. Pero, una vez admitido el castigo y la pena, yo creo que también es preciso que acompañemos al Caín que pudo existir en cada delincuente. No podemos dejar de amarlos y acompañarlos para su recuperación total.
Necesitamos un mar en calma total. Cualquier ola, la produzca el viento que sea, colabora a crear grandes olas que remueven las aguas y embravecen el mar. Y necesitamos una mar serena, en paz, transparente.
“Un proceso por el que los valores van convirtiéndose en intereses y los derechos acaban convirtiéndose en deseos”
“Lecciones que aprender: una tarea que puede valer tanto para creyentes como para increyentes”
“Si Dios existe el mal no tiene explicación; pero si Dios no existe el mal no tiene solución”
“Más importante que horrorizarse es comprender que Las atrocidades no nacen de golpe: son el resultado de un proceso moral ‘cancerígeno’ al que comnezamos a atender demasiado tarde”
Como sucedió también con la covid, parece que el drama de Ucrania está planteando de nuevo no la afirmación (o la negación) sin más, sino el tema mismo de Dios. Un tema que hace solo cuatro o cinco años, parecía a muchos tan fuera de lugar como hablar en serio de las meigas o de los marcianos.
A ver si consigo plantear el problema con la mayor objetividad posible.
1.– Parece cada vez más innegable que, a la larga, la ausencia de Dios, va quitando fundamento absoluto a los valores, y desata así un proceso por el que los valores van convirtiéndose en intereses y los derechos acaban convirtiéndose en deseos. Es decir: un proceso insensible de autoabsolutización. He conocido trayectorias de gente que, tras perder la fe, me dijeron que todas sus posturas y sus valores seguían intactos; y al cabo de unos años, se preguntaban cosas como esta: “¿por qué tienen que importarme los demás si yo no le importo a nadie?”.
Personalmente, he tenido la suerte de que casi todos los increyentes con los que he tratado no eran de esos que te miran por encima del hombro preguntando: “pero ¿tú todavía crees en esas cosas?”, sino gentes honestas, que seguían creyendo en la importancia de los valores morales absolutos, aunque solo fuera por razones estéticas: “es más hermoso así” (oti kalón, que decían los griegos). Pero a la hora de comunicar tales valores, se encontraban con que eso de la belleza puede ser algo muy subjetivo y “sobre gustos no hay nada escrito”: a ti te gusta el vino y a mí la cerveza, a ti Brahms y a mí Schubert. Y sobre eso no hay ninguna ley universal.
2.- Pero, si la ausencia de Dios amenaza con estos vacíos, profundos como abismos, la fe en Dios tampoco debe ser vista como una solución clara. Pues se enfrenta con el enigma de lo que se ha llamado “silencio de Dios”: ¿cómo es posible que no veamos actuar a Dios, ante realidades como el Auschwitz de ayer y la Ucrania de hoy?¿Dónde está Dios ante esas calles vacías (pobladas solo por cadáveres, algunos además con las manos atadas a la espalda)? ¿Dónde está Dios ante esas madres desesperadas por no saber cómo liberar a sus niñitos del pánico, del hambre o de mil incomodidades superiores a sus pequeñas fuerzas?
Si la falta de Dios ha de soportar la plena inconsistencia de todo, la fe en Dios ha de soportar el escándalo del mal (y estoy hablando de fe, no de mera creencia). Y si la falta de fe tenía el recurso a la belleza para dar alguna consistencia a la moral (Nietzsche también puede ser ejemplo de eso, aunque ni la misma belleza pudo liberarle de la locura), la fe puede tener el recurso a la libertad del hombre, como conato de explicación de la ausencia de Dios. Fue un ateo como J. P. Sartre quien confesó que lo que le gustaba del Dios cristiano es que había preferido un mundo con libertad, aunque funcionase mal, que un mundo fascista que funcionara bien.
Este problema del silencio de Dios, tuvieron que soportarlo de manera impresionante los creyentes del llamado “Antiguo Testamento”. Mucho más difícil para ellos que para nosotros hoy: porque el Dios en que creían no era vivido todavía como realidad universal, sino como una especie de propiedad particular puesto que ellos eran “el pueblo escogido”. Todo el Antiguo Testamento es testimonio de cómo, para explicar esas ausencias de Dios, se intentó darles un carácter de “castigo”, dado que aquel pueblo era bastante consciente de su contínua infidelidad. Pero esa explicación no funcionó siempre, pues fueron apareciendo ejemplos inexplicables de una derrota cuando el rey o el pueblo estaban portándose mejor. Ahí queda el drama de Job.
Sin duda, es muy imperfecta esa explicación del castigo. Y resulta nefasta cuando genera esa mentalidad del “qué he hecho yo para merecer esto”, o ese clericalismo impávido que se atreve a decir al que sufre que Dios le manda aquello “porque le quiere mucho”. No obstante, podemos recuperar algo de esa pseudoexplicación, si convertimos los presuntos “castigos” en lecciones: una palabra que puede valer tanto para creyentes como para increyentes. Veámosla un momento.
3.- Muchas parejas han tenido la experiencia de que hay veces en que no han de sacar las castañas del fuego a sus niños, incluso aunque el niño murmure aquello de “mi papá (o mi mamá) no me quiere”. Porque lo que quieren el papá y la mamá es que el niño cuaje como persona libre y capaz, y no totalmente dependiente de los padres: que sepa llegar a las cumbres porque ha aprendido a subir, no porque le llevan en helicóptero.
Esta explicación es solo una imagen muy pálida: es más señal que explicación, marca más una dirección que una respuesta. Creyentes y no creyentes han de aceptar que Dios es absolutamente incomprensible; que (como acuñó Agustín de Hipona): “si lo entiendes, aquello ya no es Dios”. Y, como enseñó un Concilio medieval: “todo lo que se diga de Dios, por mucha verdad que tenga, tendrá aún más mentira”.
Nos quedamos pues con que, si Dios existe el mal no tiene explicación, pero si Dios no existe el mal no tiene solución. Esto es lo que nos permite atender más a esa tarea pendiente: qué lecciones debemos aprender de Ucrania. Una tarea que vale tanto para creyentes como para no creyentes, aunque unos la enfoquen desde su fe, y otros desde su increencia.
Pero me temo que esta pregunta tan importante, aún no nos la hemos hecho en serio. Y me duele pensar que, por causa de Ucrania, ha aumentado el número de españoles que creen conveniente incrementar nuestro presupuesto militar, cuando debería ser al revés. Corriendo los riesgos que sea si esa lección solo la aprende un pueblo concreto y no toda la humanidad. Pero sabiendo que, hasta hoy, todas las armas teóricamente defensivas, han acabado por ser sobre todo armas ofensivas y, además, fuente impresionante de negocios infames.
De hecho, en estos momentos no tenemos ninguna seguridad de que el crimen de Ucrania no acabe convirtiéndose en una guerra no solo mundial, sino además nuclear. Como suele suceder, la pequeña ventaja a corto plazo nos ciega totalmente ante la gran amenaza a largo plazo; nos basta, como a don Juan Tenorio, con esa pequeña evidencia inmediata del “cuán largo me lo fiais”. Olvidamos aquel dístico que no procede de ningún texto religioso sino del poeta romano Ovidio, y que fue escrito hablando del amor: “principiis obsta; sero medicina paratur cum mala per longas invaluere moras” (lucha desde el principio; pues la medicina llegará tarde cuando el mal se ha fortalecido por largas desatenciones). Y esta ceguera nos lleva a que si luego, por desgracia, se cumple ese peligro a largo plazo, entonces acabemos preguntándonos qué hace Dios, en lugar de examinar qué no hemos hecho nosotros.
Es lógico horrorizarse antes imágenes que nos llegan de Ucrania o ante crímenes de hoy, como el del padre que mata a puñaladas a su niño de once años. Pero más importante que horrorizarse es comprender que esa atrocidad no ha nacido de golpe: es el resultado de un proceso moral “cancerígeno” por el que un falso amor, egoístamente posesivo, acaba degenerando en una dependencia insoportable, que prefiere una cárcel de por vida, a seguir preso de esa dependencia. Por eso no vale esa falsa denominación interesada de violencia “de género”. Muy falsamente neutro resulta ese género.
4.- Como conclusión personal me gustaría añadir que para todas las reflexiones aquí sugeridas, puede ser útil la figura de Jesús de Nazaret, no ya como presencia de Dios, sino simplemente como maestro. Tanto que llevó a sus seguidores a poner en labios del Maestro estas palabras: “Yo soy la luz del mundo”. Una luz que llevó a gentes no cristianas como Ibn Arabí o Roger Garaudy a vivir y a proclamar aquello de que “Jesús es de todos; no solo de las gentes de iglesia”.
Desde que el pasado mes comenzó la invasión rusa sobre el territorio ucraniano, las transgresiones de los Derechos Humanos se han sucedido en multitud de ocasiones contra la población ucraniana y, especialmente, contra la comunidad LGTBI+, que con anterioridad ya se enfrentaba a una situación bastante hostil. A pesar de que ciudades como Kiev y Lviv han mostrado cierta apertura a la diversidad y de que el presidente Zelenskyy ha realizado declaraciones pro-LGTBI+, las actitudes hacia la comunidad siguen siendo ambivalentes.
A nivel legislativo, el matrimonio entre personas del mismo sexo no está permitido, como tampoco existen leyes contra la discriminación que protejan a las personas LGTBI+. No obstante, las personas trans son reconocidas legalmente, pero deben recorrer un complejo laberinto burocrático, estar bajo observación psiquiátrica y soportar la discriminación por parte de los equipos médicos. Con los últimos acontecimientos, se prevé que la cifra de delitos de odio aumente una vez finalizada la invasión rusa. Óscar Rodríguez, vocal de exteriores de FELGTBI+, recuerda que “es de vital importancia asegurarse de que las personas refugiadas LGTBI+ no sean abandonadas a su suerte en su huida hacia los países de acogida de la Unión Europea, ni tras su llegada a los mismos. Para lograr este objetivo las organizaciones de la sociedad civil, especialmente aquellas vinculadas a la defensa de los Derechos Humanos deben contar con el respaldo de los poderes públicos y el apoyo de la ciudadanía europea”.
Por decreto del presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, los hombres de entre 18 y 60 años están obligados a servir al ejército, y, por tanto, tienen prohibido salir del país. Este escenario ha provocado que las mujeres trans, incluso con documentos que acrediten su identidad, deban quedarse y luchar en la guerra, viéndose, en algunos casos, vulnerada su dignidad e intimidad. Del mismo modo, están saliendo a la luz denuncias sobre el trato que reciben en los albergues, donde son segregadas de las mujeres cis y de los niños y niñas, perpetuando la situación de desamparo y vulnerabilidad.
Las personas refugiadas LGTBI+ se encuentran con más problemas al cruzar la frontera
Se cifran más de tres millones de personas refugiadas que han huido del país. Algunas de estas personas pertenecen al colectivo LGTBI+, y esto supone que, además de los peligros inherentes a la guerra, se encuentren que los países fronterizos con Ucrania, como Rumanía, Hungría o Polonia, no sean especialmente respetuosos con las personas LGTBI+. El matrimonio igualitario está prohibido en las constituciones de Hungría y Polonia, pero, además, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea condicionó la recepción de fondos europeos al cumplimiento del Estado de Derecho. Esta decisión permite a la Comisión Europea actuar contra los gobiernos del húngaro Viktor Orbán y el polaco Mateusz Morawiecki por su deriva autoritaria y homófoba. Asimismo, la Unión Europea ha criticado el trato que ofrecen a la comunidad LGTBI+, por sus discursos contra el colectivo, por la ley de “propaganda gay” y por la creación de “zonas libres de LGTBI+”.
FELGTBI+ apoya a las personas refugiadas con una campaña de donaciones
Ante este contexto, la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans, Bisexuales, Intersexuales y más (FELGTBI+) ha lanzado una campaña de recaudación de fondos para concienciar a las personas del propio colectivo sobre la compleja coyuntura internacional y alentar a que colaboren con las personas refugiadas que huyen del horror y la violencia. Uge Sangil, presidenta de FELGTBI+, señala que “no podemos mirar hacia otro lado, nuestra aportación, salvará la vida de muchas compañeras del colectivo que ahora mismo no sufren sólo el horror de la guerra sino también la discriminación por ser quienes son”.
Por este motivo, la Federación hace un llamamiento a la cooperación, la solidaridad y la empatía, para continuar durante las próximas semanas ayudando a paliar la situación de todas estas personas. La ayuda se canalizará a través de una campaña de donaciones (#LGTBIcontralaguerra) que destinará los fondos recaudados a las entidades sociales que trabajan en los distintos territorios en conflicto.
En estos días de Guerra, horror y vidas jóvenes sacrificadas por la impía egolatría del Tirano, leamos con sagrada reverencia este poema de quien, conociendo el horror de la guerra, pudo mostrarnos su oscura realidad y todo su sufrimiento inútil.
Dulce et decorum est
Doblados como viejos mendigos bajo bolsas,
Chocando las rodillas y tosiendo como viejas, maldecimos a través del lodo
Hasta darle la espalda a las condenadas bengalas
Y empezar a arrastrarnos a un descanso remoto.
Los hombres marchaban dormidos. Muchos ya sin botas
Cojeaban calzados de sangre. Todos patéticos, ciegos todos,
Ebrios de cansancio, sordos incluso a los silbidos
De proyectiles decepcionados que caían más atrás.
¡Gas! ¡Gas! ¡De prisa, chicos! En un éxtasis de torpeza
Nos calamos torpes cascos justo a tiempo;
Pero alguno seguía pidiendo ayuda a gritos tropezando
Indeciso como un hombre ardiendo en llamas o cal viva.
Borroso tras los vidrios empañados y a través de aquella verde luz espesa,
Como hundido en un mar verde, lo vi ahogarse.
En todos mis sueños, ante mi vista indefensa,
Se abalanza sobre mí, se atraganta, se ahoga, se apaga.
Si en algún sueño asfixiante también pudieras seguir a pie
La carreta donde lo arrojamos
Y ver cómo retorcía los blancos ojos en la cara,
Una cara colgante, como un diablo harto del pecado;
Si pudieras oír, a cada tumbo, la sangre
Vomitada por pulmones de espuma corrompidos,
Obsceno como el cáncer, amargo como pus
De viles llagas incurables en lenguas inocentes,–
Amigo mío, no contarías con tanto entusiasmo
A los niños que arden ansiosos de gloria
Esa vieja mentira: Dulce et decorum est
Pro patria mori.
*
Wilfred Owen
***
Robert Graves, que sí sobrevivió, le retrata en sus memorias: “Convaleciente tras ser herido en batalla, no hacía otra cosa que repetir que había sido injustamente acusado de cobardía por un oficial superior. El encuentro con Siegfried Sassoon llevó a Wilfred Owen, un hombre pequeño y tranquilo, de cara redonda, a escribir poemas de guerra”.
Así pues, un hombre pequeño y tranquilo. Un poeta que se dejó la vida en las trincheras poco después de haber comenzado a versificar, con una clarividencia impropia de su edad y de su precario estado físico, sobre el fango inhumano de la Primera Guerra Mundial.
Wilfren Owen, al contrario que otros poetas ingleses de guerra, no lo era antes de alistarse en el Ejército de su Majestad. Fue su experiencia en el frente –My subjet is War and the Pity of War– la que hizo de catalizador de su poemas, ácidos, modernistas y comprometidos.
La obra de Owen, rimbaudiana por fatalidad, fue publicada tras su muerte -sucedida a las puertas del final de la contienda- por otro de aquellos poetas jóvenes, prematuramente envejecidos, enrabietados con la patria y desencantados de sus valores: el ya aludido Siegfred Sassoon.
PD: El título del poema, Dulce et decorum est (aquí la versión original en inglés), hace referencia al célebre verso horaciano Dulce et decorum est pro patria mori. El poema en sí es todo un emblema del antibelicismo.
Traducción: Nicolás González Varela
Imagen: English Faculty Library, University of Oxford / Wilfred Owen Literary Estate
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