Llevamos una semana larga de guerra en Ucrania y el panorama, lejos de mejorar, no ha hecho sino ir a peor, poniéndose bronco y oscuro hasta límites desconocidos entre los más optimistas. Ya se sabe que «guerra, peste y carestía andan siempre en compañía». Y que «amarraditos los dos, espumas y terciopelo» van también desde hace tiempo Kirill y Putin. Parecen la soga y el caldero. El tiempo dirá en qué acaba todo, pero la cosa tiene muy mala pinta.
Uno se queda perplejo leyendo comentarios donde aparece analizado el conflicto repartiendo responsabilidades a partes iguales: como si la guerra que ahora mismo se libra en Ucrania la hubiera provocado Kiev y no Moscú. Los autores de semejante desinformación debieran darse una vuelta por el oculista, desempolvar el Derecho de Gentes, y refrescar un poco los tratados sobre la Guerra justa, al menos para caer en la cuenta de que no es lo mismo manejar la pluma que tener razón, ni tirarse el nardo que hacer el ridículo.
Ucrania, por de pronto, país soberano y democrático, está repeliendo un ataque de una potencia extranjera cuyo mandatario se ha liado la manta a la cabeza y amenaza a todo el Occidente con la estaca nuclear. Nada menos. Un megalómano total, o sea.
Tampoco faltan entre los autores aludidos, por otra parte, quienes, al agavillar testimonios condenatorios de la guerra por parte de Iglesias y Religiones, han querido incluir en la lista al patriarca Kirill. Lo cual que no, ni mucho menos. Quiero imaginarme la cara de estupor que pondrán esos juntaletras cuando caigan del burro ante la realidad de los hechos. El paso de los días ha servido para destacar, entre otros despropósitos de peso, esta lamentable equivocación.
Desdichadamente Kirill no condena la guerra en Ucrania. Anda muy desganado en dar ese paso. Y no es que se haya puesto de perfil; qué va. Es que ni siquiera podría condenarla, a menos que renuncie a ir del brazo con Putin, como se dejan ver un día sí y otro también
Desdichadamente Kirill no condena la guerra en Ucrania. Anda muy desganado en dar ese paso. Y no es que se haya puesto de perfil; qué va. Es que ni siquiera podría condenarla, a menos que renuncie a ir del brazo con Putin, como se dejan ver un día sí y otro también.
Le faltó tiempo en la homilía pronunciada el pasado domingo 27 de febrero en Moscú, toda ella encaminada a invocar el sello de unidad -también geográfica y política- entre la ortodoxia rusa y la Iglesia ucraniana sujeta a Moscú, para sentenciar categórico: «No debemos permitir que fuerzas externas oscuras y hostiles se rían de nosotros, debemos hacer todo lo posible para mantener la paz entre nuestros pueblos y al mismo tiempo proteger nuestra Patria histórica común de todas aquellas acciones desde el exterior que pueden destruir esta unidad». ¡Ahí queda ese regüeldo, a ver quién lo supera!
Las sanciones económicas a Rusia no pasan de ser maquillaje barato con que disimular la inacción militar del mundo occidental. La pax americana, la del Tío Sam, concluyó en la vergonzosa fuga de Afganistán. Ucrania está pagando las consecuencias de la rendición estadounidense y la descomposición del imperio americano, que empezó con Obama.
La carta de Kirill «a los jerarcas, pastores, monjes y laicos para que presten toda la asistencia posible a las víctimas, incluidos los refugiados, aquellos que ya no tienen hogar ni medios de subsistencia» es de un cinismo atroz. Hasta Mons. Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, conocedor de la estrecha relación ecuménica entre las Iglesias presentes en Tierra Santa, ha señalado que la Iglesia ortodoxa rusa no ha permanecido al margen sino que, en realidad, «se ha puesto del lado de Putin». ¿Estamos? Pues eso. Voy a traer, por si acaso, algún testimonio más, pocos, para no recebarme. Tengo en este mismo portal publicados algunos artículos donde creo haber puesto el dedo en la llaga. Sólo de enero del 2022: cf. «Después de tanto todo para nada»: RD, 14.1.2022; Venganza y colonialismo del Patriarcado ruso: RD, 29.1.2022.
Ha tenido que ser el Primado de la Nueva Iglesia ortodoxa autocéfala de Ucrania, metropolita Epifanio -a quien el Patriarcado Ecuménico extendió el Tomos de autocefalía en 2019- el encargado de ponerle las peras al cuarto a Kirill con una carta que se las trae:
«Está claro -le dice- que mantener el compromiso de Putin y de los dirigentes rusos es mucho más importante para usted que cuidar del pueblo ucraniano, algunos de los cuales le consideraban su pastor antes de la guerra». «No tiene sentido -prosigue a continuación- pedirte que hagas algo efectivo para que la agresión de Rusia contra Ucrania se detenga inmediatamente». «Si no puedes alzar la voz contra la agresión -remata Epifanio su escrito-, al menos ayuda a retirar los cuerpos de los soldados rusos que pagaron con su vida las ideas de la ‘Gran Rusia’». «Por lo tanto, apelo a usted, jefe de la Iglesia Ortodoxa Rusa, y le pido que al menos muestre misericordia hacia sus conciudadanos y todo su rebaño» (Il Sismografo).
En su sección Séptimo cielo, de L’Espresso del 3 de marzo, o sea de hoy, Sandro Magister escribe un duro artículo al respecto cuyo titular no dejará indiferentes a muchos católicos:El Papa se ha perdido entre Moscú y Kiev.
En los últimos días, una encuesta del centro de investigación ruso «Razumkov» arrojaba que dos tercios de los fieles de la Iglesia ortodoxa ucraniana sujetos al patriarcado de Moscú condenan la invasión y que la estima por su primado Onufrio es mucho más alta que la del patriarca Kirill, cuya popularidad se ha desplomado.
Pero también están los casi cinco millones de ucranianos greco-católicos, una comunidad viva, con una historia poblada de mártires, animada por un sincero espíritu ecuménico con los hermanos ortodoxos y por un fuerte espíritu de autonomía de Rusia. La Iglesia que pretendió masacrar Stalin cuando el Pseudo-Sínodo de Leópolis [10.3.1946] (cf. Equipo Ecuménico Sabiñánigo): la del Metropolita cardenal Slipyj, para entendernos (Cf. Pedro Langa: La liberación del metropolita Josyf Slipyj en el recuerdo: RD, 10.2.2018)
Es la Iglesia que más peligro corre ahora mismo si Ucrania, como consecuencia de esta guerra absurda, termina por caer de nuevo bajo el yugo de Moscú. Iglesia, por cierto, «increíblemente maltratada por Roma desde que Francisco se convirtió en Papa» (cf. Magister dixit). Y eso que Sviatoslav y Bergoglio coincidieron unos años en Buenos Aires.
A finales de 2014, la primera agresión de Rusia a Ucrania, la ocupación armada de su frontera oriental en el Donbass y la anexión de Crimea encontraron a la Santa Sede al margen, como indiferente, si es que no para lamentar, en palabras de Francisco, unas «violencias fratricidas» que ponían a todos en igualdad de condiciones. Y esto a pesar de que el entonces nuncio del Vaticano en Ucrania, Thomas E. Gullickson, envió informes cada vez más alarmados sobre las tragedias de la ocupación. Lo que más deseaba Francisco era encontrarse con el patriarca de Moscú Kirill, muy vinculado a Putin y opositor irreductible de los greco-católicos de Ucrania, a los que descalificó -con el despectivo término de «uniatas»- como falsos papistas imitadores del único verdadero. Siendo así que es una de las Iglesias contempladas en el Decreto Orientalium Ecclesiarum, del Concilio Vaticano II.
En febrero de 2016, Francisco y Kirill, por fin, se reunieron en La Habana I (lugar elegido por Kirill) con el protocolo laico de los jefes de Estado, en la zona de tránsito del aeropuerto, sin ningún momento de oración, sin bendición. Sólo una entrevista privada y la firma de una declaración conjunta totalmente desequilibrada por parte de Moscú y criticada de inmediato por los greco-católicos ucranianos, por el propio arzobispo de Kiev e incluso por el nuevo nuncio Claudio Gugerotti como una «traición» y un «indirecto» apoyo a la agresión rusa contra Ucrania».
En 2018, a punto de nacer en Ucrania una nueva Iglesia ortodoxa independiente del patriarcado de Moscú, vista por éste como una plaga, y por los católicos griegos, en cambio, con simpatía, de nuevo Francisco optó por estar más del lado de Kirill. y -recibiendo en el Vaticano a una delegación del patriarcado ruso presidida por su controvertido y apuesto ministro de Asuntos Exteriores, el metropolita Hilarión de Volokolamsk-, pronunció una arenga contra los «uniatas» greco-católicos, a quienes ordenó «no entrometerse en los asuntos internos de la Iglesia ortodoxa rusa». ¡Sic!
El texto completo de la intervención de Francisco, destinado en principio a permanecer confidencial, se hizo finalmente público después de que el patriarcado de Moscú, entre aplausos, hubiera anticipado los pasajes más favorables del mismo.
Hoy todo el mundo ortodoxo está en una crisis dramática precisamente por lo que está pasando en Ucrania, donde la nueva Iglesia independiente de Moscú ha recibido el reconocimiento canónico del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, de las Iglesias de Grecia y Chipre y del Patriarcado de Alejandría. y de toda África. Precisamente por eso Moscú rompió la comunión eucarística con todas estas Iglesias.
El patriarcado de Moscú ha tenido la osadía de excomulgar al Patriarcado Ecuménico y a las citadas Iglesias ortodoxas autocéfalas resueltas a cerrar filas tras su santidad Bartolomé I. Un cisma en toda la extensión del término, por supuesto. Pero provocado por el patriarcado de Moscú que ahora, en ámbito intereclesial, viene haciendo lo mismo que Putin con Ucrania en plan militar y geoestratégico. A Kirill no le han dolido prendas en crear para África un Exarcado, y lleva robados ya más de un centenar de sacerdotes y numerosos fieles al Patriarcado de Alejandría y toda el África, cuyo patriarca es Teodoro II (Venganza y colonialismo del Patriarcado ruso: RD, 29.1.2022). Kirill, pues, trabaja incluso para someter África a su propia jurisdicción, sacándola del patriarcado de Alejandría. Es por tanto impensable que acepte pasivamente perder Ucrania, principal fuente de vocaciones para la Iglesia ortodoxa rusa.
En unlibro de entrevistas sobre la historia del cristianismo en Ucrania, el arzobispo greco-católico Sviatoslav Shevchuk sueña con el renacimiento en su país de un patriarcado único de todos los cristianos, ortodoxos y católicos. El sueño no carece de fundamento histórico, desde luego. Pero en las altas esferas vaticanas reina la incertidumbre, cuando no el desconcierto, ante semejante iniciativa.
Bartolomé I les leyó la cartilla al patriarca Kirill (el que había boicoteado el Concilio Panortodoxo) y a su metropolita Hilarión (por los infundios de un posible soborno de las autoridades de Ucrania, cuando el proyecto de autocefalía). Su santidad Bartolomé I fue terminante: –«Beatitud: en Ucrania no quieren ver a ustedes los rusos ni en pintura».
Fuente Religión Digital
Mientras que el análisis geopolítico y las decisiones políticas de Vladimir Putin parecen estar cada vez más mezcladas con motivos religiosos y mesiánicos que ven la guerra en Ucrania como la última vía hacia la salvación de Rusia (sobre el texto de Surkov de «¿Qué nos importa el mundo si Rusia ya no existe en él?»), el discurso desarrollado por la Iglesia Ortodoxa Rusa para justificar la guerra y el posicionamiento de Putindebe leerse con atención.
Ayer, 6 de marzo de 2022, domingo de San Juan, domingo del exilio adánico («domingo del perdón»), el patriarca Kirill de Moscú y de toda Rusia celebró la Divina Liturgia en la catedral de Cristo Salvador de Moscú. Al final del servicio, el primado de la Iglesia Ortodoxa Rusa pronunció un encendido sermón en el que justificó las causas de la guerra, respaldando el discurso de Putin sobre Ucrania.
Ese discurso —que traducimos por primera vez y comentamos aquí línea por línea— está marcado por el tono apocalíptico («Lo que ocurre hoy… no es sólo político… Se trata de la Salvación del hombre, del lugar que ocupará a la derecha o a la izquierda de Dios Salvador, que viene al mundo como Juez y Creador de la creación»).
Esto no sorprende a quienes han seguido de cerca la evolución de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que desde hace varios años se presenta como la máxima defensora de la moral social y los valores tradicionales rusos en el contexto de la «guerra cultural» dirigida por un Occidente «decadente». Cabe señalar que la Iglesia Ortodoxa Rusa y las burocracias de seguridad (FSB) son las únicas instituciones centrales importantes que sobrevivieron el derrumbe del sistema comunista y se insertaron orgánicamente en el régimen de Putin.
El argumento principal del sermón de Kirill sirve para justificar la invasión rusa de Ucrania, ya que Occidente pone a prueba las leyes naturales de Dios: «Hoy hay una prueba de lealtad a ese poder [occidental], una especie de pase hacia ese mundo ‘feliz’, un mundo de consumo excesivo, un mundo de aparente ‘libertad’. ¿Saben en qué consiste esta prueba? La prueba es muy sencilla y al mismo tiempo aterradora: se trata de un desfile del orgullo gay”. En este sentido, la palabra bíblica paradójicamente consagrada al «perdón» sirve para justificar la guerra en la tradición bizantina del cesaropapismo: «Y así hoy, en este domingo del perdón, yo, por un lado, como su pastor, los invito a perdonar los pecados y las ofensas, incluso cuando es muy difícil hacerlo, cuando la gente está peleando entre sí. Pero el perdón sin justicia es una rendición y una debilidad. El perdón debe, pues, ir acompañado del derecho indispensable a estar del lado de la luz, del lado de la verdad de Dios, del lado de los mandamientos divinos, del lado de lo que nos revela la luz de Cristo, de su Palabra, de su Evangelio, de sus mayores alianzas entregadas al género humano”.
Con este discurso nos enfrentamos a una visión del mundo que va mucho más allá del relato político y de la definición de una narrativa a la que estamos acostumbrados en nuestros espacios políticos. De hecho, y esto es lo que hace urgente la lectura de este texto, desde la invención de la bomba atómica quizás nunca hemos vivido el momento más intenso de la teología-política: una potencia nuclear comprometida en una «guerra santa».
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