Sé que las imágenes pueden confundirme
y hasta engañarme.
Sé que los nombres no alcanzan a decirte
por mucho que los ajuste.
Sé que los sueños más hermosos
son proyecciones.
Sé que las palabras se quedan cortas
en todas sus expresiones.
Y, a pesar de ello,
te imagino,
te nombro,
te sueño,
y te hago palabra e imagen
para conocerte,
porque Tú eres el que quiere revelarse
en esas pobres mediaciones.
Como Padre,
tu querer es siempre amor
y da la vida
–el espacio, el aire, el cuerpo–
a todo lo creado,
a nosotros también,
aunque no lo sepamos,
desde el principio de los tiempos,
pasando por nuestros días,
hasta la eternidad.
Como Hijo
viniste a nuestro encuentro
y te hiciste como nosotros;
tu palabra es vida
que ayuda y consuela al hermano;
te haces carne para el hambriento
y bebida para el sediento;
santificas y alegras nuestros pasos
y eres viático en nuestro vagar
hacia la eternidad.
Como Espíritu,
tu presencia nos acompaña
y es luz y sombra,
fuego y brisa
que empuja la historia,
y a todos nosotros,
hacia la plenitud,
dándonos paz, justicia, verdad y amor
día a día;
de ella surge la eternidad.
Tanto nos amas
que eres Trinidad,
Dios abierto y entregado
sin reservas.
Lo creo,
lo siento,
lo sé.
La publicación de hoy es del editor de Bondings 2.0, Francis DeBernardo, cuya biografía se puede encontrar aquí.
Las lecturas litúrgicas de hoy para la solemnidad de la Santísima Trinidad se pueden encontrar aquí.
Antes de trabajar en Ministro Católico LGBTQ+, enseñé a escribir en una universidad estatal. La semana antes de que comenzara cada semestre, todos los instructores abarrotarían las oficinas del programa de escritura para hacer copias de los programas, políticas raciales y folletos para la primera semana de clases. Fue un momento tranquilo en el campus porque muy pocos de los 37,000 estudiantes de la escuela estaban cerca.
En esta “calma antes de la historia“, todos los instructores bromearían con uno uno sobre lo maravillosamente tranquilo que estaba el ambiente del campus sin estudiantes presentes. También admiraríamos los nuestros y los contornos de la carrera de los demás, señalando cuán ordenados, ordenados y perfectos se veían. Siempre fuimos optimistas de que este semestre fuera Gooit para ser el que todo funcionó sin problemas y que queremos que realmente podamos comunicarse con los estudiantes, para darles las herramientas para convertirse en buenos escritores.
Un semestre, durante estos idílicos tiempos previos al semestre, un instructor fortó a un grupo de colegas: “¿No es perfecto en este momento? Nuestros planes de lecciones son todos prístinos. ¿Por qué los estudiantes tienen que aparecer y arruinar todo todo el tiempo?”Todos rugieron.
Pero, de la raza, los estudiantes aparecieron. Y nuestros planes ordenados y ordenados para el semestre se volvieron al revés, de adentro hacia afuera, y de esa manera por la realidad de un aula llena de tachuelas, cada uno con un conjunto diferente de necesidades, regalos, preguntas, problemas, desafíos y Antecedentes. Pero, de nuevo, a pesar del hecho de que nuestros planes y contornos se ajustaban constantemente, este glorioso desastre de la humanidad, que es lo que hizo que la enseñanza fuera tan interesante, emocionante y divertida.
La segunda lectura de hoy, 2 Corintios 13:11-13, trajo estas experiencias de enseñanza a la mente. Es corto, así que lo proporcionaré en su totalidad aquí:
Hermanos y hermanas, alegraos.
Enmendad vuestros caminos, animaos unos a otros,
poneos de acuerdo, vivid en paz,
y el Dios de amor y paz estará con vosotros.
Saludaos unos a otros con un beso santo.
Todos los santos os saludan.
La gracia del Señor Jesucristo
y el amor de Dios
y la comunión del Espíritu Santo
estén con todos vosotros.
Es un maravilloso conjunto de sentimientos. Me encantaría ser siempre alentador para los demás, poder actuar con ellos todo el tiempo y poder vivir en paz, saludando a los demás con un beso sagrado. ¡Un plan tan maravilloso para la vida cristiana! Maravilloso, es decir, hasta que la gente sonh aparezca con todas sus necesidades, dones, preguntas, problemas, desafíos y antecedentes. ¡Estas otras personas siempre parecen arruinar mis planes para vivir una vida cristiana ideal!
Desafortunadamente, esa es la realidad, especialmente la realidad en nuestra iglesia actual. Todos (MyLyself incluyen) parecen tener su propia visión de lo que se supone que la Iglesia es y hace. Para mí, la igualdad LGBTQ+ es alta en mi agenda. Y puedo conocer a muchas otras personas que comparten esa visión (tal vez como tú). Nuestros planes y visiones son maravillosamente colocados, pero luego están todas estas otras personas cuyas propias agendas están diseñadas para frustrarse la mía. ¡Que molesto!
Si bien el consejo de San Pablo es sólido, creo que un mejor consejo para la iglesia hoy proviene de un recordatorio en el Evangelio de hoy. No es el siempre popular Juan 3:16, sino el vertido justo después de eso, Juan 3:17: “Porque Dios no envía a Jesús al mundo para condenar al mundo, sino que el mundo podría ser salvado“. Cuando leí esta línea, escucho un eco de la línea con el que el Papa Francisco abrió un nuevo capítulo en la discusión de LGBTQ+ de la Iglesia: “¿Quién soy yo para juzgar?”
Para mí, estoy tratando de cambiar esa línea. En lugar de volver a hacer a las personas LGBTQ+, estoy tratando de aplicarlo a las personas anti-LGBTQ+. (No preguntes cómo me va. No siempre es un buen día). El Sínodo Global en el que nuestra iglesia está actualmente comprometida me ha hecho darme cuenta de la importancia de no solo hablar, sino también escuchar, y escuchar sin juzgar a otras personas. Jesús no vino a juzgar el mundo, pero para salvarlo, el evangelio de hoy nos dice. ¿No sería genial si pudiéramos renunciar a nuestra inclinación por juzgar a las personas, especialmente a las personas que realmente ni siquiera conocemos? El mayor consejo del Papa Francisco para el Ministro Pastoral no es juzgar y condenar a las personas LGBTQ+. Su consejo va aún más lejos a pesar de que debe aplicar ese mismo estándar para todos los ministros pastorales. [1]
¿Cómo sería una iglesia que no juzgaría o condenar a otras personas? Tal vez sería como una comunidad que realmente se esfuerza por vivir los preceptos que San. Paul ofreció a los corintios en la cita aprobada anterior. Nuestro mundo es desordenado, nuestra iglesia es desordenada, nuestras vidas son desordenadas. La forma de limpiar este desorden no es por desarrollo un orden ideal que solo funcionará mientras otras personas no aparezcan. Otras personas siempre nos rodean. Incluso si estamos solos, existen en nuestras mentes. No podemos escapar de ellos. Nunca limpiaremos el desorden, pero tal vez siguiendo los consejos de las lecturas de hoy, podemos aprender a lidiar con él de una manera en la que aprendemos a vivir con algunos de los desorden, y tal vez incluso crecer un poco de él.
—Francis DeBernardo, ministro de nuevas formas, 4 de junio de 2023
[1] Para ser claros, juzgar es una parte importante de ser humano. Hacemos juicios con frecuencia todos los días, y debemos hacerlo. Desarrollamos nuestros pensamientos y por hacer juicios, y debemos continuar haciéndolo. Sin embargo, el problema viene cuando comenzamos a juzgar a otras personas. Como una de mis autores espirituales favoritos, Anne Lamott, ha dicho: “Podemos estar seguros de que hemos creado a Dios a nuestra imagen de que comenzamos a pensar que Dios odia a las mismas personas que hacemos”.
Maurice Zundel escribió páginas emocionantes sobre el corazón humano, este espacio donde la conciencia que se despierta accede en el sentido de su dignidad de su inviolabilidad, y que se revela, detrás del mí prefabricado y condicionado que lo recubre, como un espacio de pura acogida del otro, el espacio que no puede ser violado por principios autoritarios, ni siquiera divinos, sino que vive de la apertura y de la comunión con el Otro, a la imagen del Dios de Pobreza que se desposee de él mismo perpetuamente en la relación de ofrenda que mantienen entre ellas las tres Personas de la Trinidad.
” (…) La Trinidad es la liberación de una pesadilla en la que la humanidad se debate cuando se sitúa frente a una divinidad de la que depende y a la que es sometida: ¿Por qué Él bastante más que yo? ¿Por qué soy la criatura, y Él el Creador? ¿Por qué, si es mi creador, me puso en esta situación de saber que yo soy su esclavo? ¿Por qué me dio justo bastante inteligencia para comprender que dependo de Él? ¡Hay una rebelión sorda e implacable qué sube del corazón del hombre en esta confrontación de su espíritu con esta especie de Dios que aparece en él como la apisonadora del espíritu!
En la apertura del Corazón de Dios a través del Corazón del Cristo, hay justamente esta manifestación increíble y maravillosa que Dios es Dios porque se comunica, que es Dios porque se da todo, porque el es la desapropiación infinita y eterna, porque tiene la transparencia de un niño, la transparencia en la que toda especie de apropiación es imposible, donde la mirada siempre es dirigida hacia “El Otro”, donde la personalidad, donde el yo, es sólo un altruismo puro e infinito. ¡Allí está la gran confidencia qué resplandece en el Evangelio de Cristo! ¡La perla del reino, es para que Dios sea este Dios!
¡Jesús, revelándonos la Trinidad, nos libró de Dios! Nos libró de este Dios pesadilla, exterior a nosotros, límite y amenaza para nosotros: ¡nos libró de aquel Dios! Nos libró de nosotros mismos que necesariamente estábamos, y sordamente, aunque no nos atrevíamos a reconocerlo, en rebelión contra este Dios.
Con la Trinidad, entramos en el mundo de la relación. (…)
Subsistir en forma de don, subsistir como una relación con los demás otro, subsistir en una respiración pura de amor, tenemos ahí el Dios que se transparenta y se revela personalmente en Jesucristo. (…)
Lo que justamente es tan patético, y lo que nos hace sensible la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y el paso que trasciende que hay que obrar del uno al otro, es que, mientras que en el Antiguo Testamento el pecado supremo, el pecado original, es querer ser como Dios, en el Nuevo, es esto mismo lo único que es necesario. (…)
¡Se trata de ser como Dios! Y, en el fondo, esta intuición nietzscheana, esta voluntad de ser Dios, de no sostener a ningún Dios aparte de sí mísmo, es el bosquejo de una vocación auténtica. ¡Pero atención! ¡Sí, ser como Dios, pero después de haber reconocido en Dios justamente la desapropiación infinita, la pobreza suprema, el despojo translúcido!
Si Dios es aquel Dios, si hay en nuestro corazón una espera infinita, ser como Dios, ahora esto quiere decir desapropiarnos fundamentalmente de nosotros mismos para que nuestra vida se cumpla como la suya en un don sin reserva.”
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
*
Juan 3, 16-18
***
Si se pretendiese que una oración tuviera la precisión de un tratado de teología, entonces la oración a la Trinidad seria una cima casi inalcanzable. Sin embargo, la oración no es el fruto de unos razonamientos. En caso contrario, esperemos que la teología nos saque de esta contradicción. Ella, en efecto, ha creado el término técnico de circumincesión (o pericoresis, según la etimología griega) para hablar del “movimiento inamovible” de la presencio recíproca de las tres personas de la Trinidad – “Lo mismo que tu estés en mi y yo en ti”, le dice Jesús al Padre- en el rico “tránsito” de la circulación del Amor. De la misma forma, la verdadera oración trinitaria, como cualquier oración cristiana pasa sin cesar de una Persona a la otra. De este modo, Cristo, desde el momento que lo contemplamos como Hijo de Dios, nos remite al Padre, que nos lo “entrega”, y el Padre, cuando le expresamos nuestra acción de gracias, nos remite al Espíritu que el Hijo nos da “de parte” del Padre, y así incesablemente, cualquiera que sea el orden que empleemos e indistintamente de la Persona a la que inicialmente nos dirijamos en nuestra oración. Porque la oración trinitario sigue la lógico del amor, que es compartido y comunicado.
*
J. Moingt, Los tres visitadores. Conversaciones sobre la Trinidad,
Mensajero, Bilbao 2000.
No siempre se nos hace fácil a los cristianos relacionarnos de manera concreta y viva con el misterio de Dios confesado como Trinidad. Sin embargo, la crisis religiosa nos está invitando a cuidar más que nunca una relación personal, sana y gratificante con él. Jesús, el Misterio de Dios hecho carne en el Profeta de Galilea, es el mejor punto de partida para reavivar una fe sencilla.
¿Cómo vivir ante el Padre? Jesús nos enseña dos actitudes básicas. En primer lugar, una confianza total. El Padre es bueno. Nos quiere sin fin. Nada le importa más que nuestro bien. Podemos confiar en él sin miedos, recelos, cálculos o estrategias. Vivir es confiar en el Amor como misterio último de todo.
En segundo lugar, una docilidad incondicional. Es bueno vivir atentos a la voluntad de ese Padre, pues solo quiere una vida más digna para todos. No hay una manera de vivir más sana y acertada. Esta es la motivación secreta de quien vive ante el misterio de la realidad desde la fe en un Dios Padre.
¿Qué es vivir con el Hijo de Dios encarnado? En primer lugar, seguir a Jesús: conocerlo, creerle, sintonizar con él, aprender a vivir siguiendo sus pasos. Mirar la vida como la miraba él; tratar a las personas como él las trataba; sembrar signos de bondad y de libertad creadora como hacía él. Vivir haciendo la vida más humana. Así vive Dios cuando se encarna. Para un cristiano no hay otro modo de vivir más apasionante.
En segundo lugar, colaborar en el proyecto de Dios que Jesús pone en marcha siguiendo la voluntad del Padre. No podemos permanecer pasivos. A los que lloran, Dios los quiere ver riendo, a los que tienen hambre los quiere ver comiendo. Hemos de cambiar las cosas para que la vida sea vida para todos. Este proyecto que Jesús llama «reino de Dios» es el marco, la orientación y el horizonte que se nos propone desde el misterio último de Dios para hacer la vida más humana.
¿Qué es vivir animados por el Espíritu Santo? En primer lugar vivir animados por el amor. Así se desprende de toda la trayectoria de Jesús. Lo esencial es vivirlo todo con amor y desde el amor. Nada hay más importante. El amor es la fuerza que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. Es el amor el que nos salva de tantas torpezas, errores y miserias.
Por último, quien vive «ungido por el Espíritu de Dios» se siente enviado de manera especial a anunciar a los pobres la Buena Noticia. Su vida tiene fuerza liberadora para los cautivos; pone luz en quienes viven ciegos; es un regalo para quienes se sienten desgraciados.
Éxodo 34,4b-6.8-9: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso
Interleccional: Daniel 3. A ti gloria y alabanza por los siglos. 2Corintios 13,11-13: La gracia de Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo Juan 3,16-18: Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por él
La Biblia nos revela en una palabra quien es Dios: Dios es amor (1 Jn 4,8). Amor personal (porque te ama a ti, como si sólo a ti amase) amor total (sin medida, porque la medida del amor es dar sin medida), amor sacrificado (oblativo, entregado y paciente), amor universal (inclusivo, no excluyente), amor preferencial (se inclina más hacia el débil). Las lecturas de hoy nos revelan el perfil, el rostro o la fisonomía de Dios. La lectura del Éxodo lo revela como un Dios “compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad” (Ex 34,6); y esto inmediatamente después del episodio de adoración al becerro de oro (Ex 32). Como queriendo contrastar la infidelidad del Pueblo y la fidelidad de Dios.
Pablo, en la segunda lectura nos desvela el misterio de un Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, mediante el saludo trinitario a la asamblea: “la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con ustedes” 2 Cor 13, 13.
Finalmente el evangelio de hoy, tomado de San Juan, es uno de esos textos cumbres de la literatura bíblica que revelan una luz especial: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo” (Jn 3,16).
Éstos serían como los versículos fundamentales para nuestra fiesta. En primer lugar el Dios de Israel y de Jesús, es un Dios inserto en la historia. El antiguo y nuevo Pueblo de Dios no llegaron a la experiencia de Dios, ni por la naturaleza (religiones naturalistas, tendentes a divinizar la creación), ni por la filosofía (la elucubración de los filósofos, que a través de las causas segundas, llegaron a una primera causa: Dios), sino por la historia. De ahí que el credo de Israel y el de la Iglesia se definan como credos históricos. Imposible proclamar a este Dios, dejando de lado los grandes acontecimientos salvíficos: que “nació de María, la virgen, que padeció bajo Poncio Pilatos, que fue crucificado, muerto y sepultado”, etc., son datos históricos puntuales. Dejar de lado la historia, sería desencarnar la fe, privarla de su sacramentalidad histórica. Un Dios desentendido de la historia no sería el Dios de los cristianos. En segundo lugar, en esta historia llena de luces y de sombras, pero guiada de la mano de Yahveh, se va dando un avance; lo que los teólogos han llamado “la revelación progresiva”. Cuando éramos niños tuvimos una experiencia de Dios que fue madurando poco a poco hasta hacernos adultos… Se trata de un principio de la pedagogía divina. El misterio de Dios uno y trino es fruto de esta experiencia de revelación progresiva en la historia. Revelación cumbre, expresión de maduración: Dios no es un ser aislado, desentendido de las realidades temporales, solitario. Es un Dios comunitario, familia, sociedad, fraternidad, etc. Por eso como dijimos al principio; la cumbre de toda la revelación bíblica es ésta: Dios es amor. Y el amor nunca es soledad, aislamiento, sino comunión, cercanía, diálogo, alianza.
La naturaleza misma de Dios es todo un proyecto de vida que revela la naturaleza misma del alma humana, creada a imagen y semejanza de Dios. De este modo podemos entender cómo la misma humanidad siente esa necesidad de alianza, aun en medio de la pluralidad. Vivimos en una casa común, somos una familia (humana), tenemos las mismas necesidades, los mismos problemas. Dios en esta hora de la historia habla a través de esos signos de un mundo en búsqueda.
En tercer lugar no hay que estar rompiéndose la cabeza para intentar comprender (desde nuestra lógica natural) un misterio que nos es dado por revelación, y que sólo puede ser aceptado plenamente por la fe. A Dios nadie lo ha visto jamás, sólo el Hijo que estaba en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer (Jn 1,18). La fe ciertamente que pasa del oído a la mente, de la mente al corazón, y del corazón a la vida. No se trata de un proceso meramente racional. Pues la razón se entiende necesitada de la razonabilidad de la fe, al reconocerse humilde ante el misterio de Dios. En efecto Dios revela estas cosas a la gente sencilla, y las esconde a los sabios de este mundo. Esta es la lógica y la sabiduría de nuestro Dios, muy distinta y muy distante de la lógica natural, marcada por los egoísmos humanos. Dios entra más fácilmente en le corazón del niño que en el del adulto, en el corazón del humilde que en el del soberbio, en el corazón del débil que en el del fuerte.
Estamos ante el más grande misterio, que ni ojo vio, ni oído escuchó… Acerquémonos a Dios con Adoración (El Padre)… dispuestos a asumir su proyecto de fraternidad (El Hijo)… con toda la profundidad de nuestro ser (El Espíritu Santo). Leer más…
La confesión trinitaria ofrece la mejor hermenéutica (interpretación) cristiana de Dios, conforme a la Escritura y tradición de la Iglesia.
Dios mismo es principio, camino y meta de la humanidad, no sólo en perspectiva arqueológica (pasado) sino en clave de adoración (gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo) y de redención y plenitud del hombre, pues la Trinidad es el Dios encarnado en Jesucristo
EL SER DE DIOS ES HACERSE CAMINO EN LA HISTORIA
Conforme a una visión tradicional, popularizada y sistematizada por Hegel, el ser de Dios consiste en revelarse. En esa perspectiva han de entenderse las grandes religiones de la historia: son formas de captar y explicitar la revelación de lo divino. Por eso, en un sentido extenso, puede hablarse de una Trinidad revelatoria que consta de tres rasgos o momentos que se pueden condensar de esta manera:
Hay un Revelante (Revelador), es decir, un ser primigenio o fundante que se manifiesta a sí mismo, en gesto de generosidad o donación. En el principio no está el puro vacío, ni el enigma insoluble, ni la confusión general; en el principio hallamos siempre a Aquél (aquello) que se abre y manifiesta.
Hay un Mediador o mediación, es decir, unos signos de presencia o manifestación de 1o divino. Toda nuestra forma de experiencia es “simbólica” en eI sentido radical del término: el Revelante (a quien nunca vemos por sí mismo) se vuelve “palabra” para nosotros.
Hay una Realidad sagrada que viene a explicitarse como expresión o resultado de la presencia divina. A través de su “palabra” o mediación, el Revelante original (o Dios) se vuelve presente en medio de nosotros, que somos la expresión y presencia del Espíritu divino.
Estos tres elementos de la Trinidad o tríada revelatoria pertenecen a la misma estructura de la realidad interpretada como proceso de comunicación: somos personas o existimos porque hay alguien que “nos habla” desde el mismo fondo de la realidad, en llamada o palabra que nos constituye como humanos. De esa forma lo ha entendido la Escritura judeocristiana, en proceso de impresionante fidelidad cultural y religiosa.
Son muchos los caminos de experiencia que encontramos en la Biblia. Ella es una especie de gran enciclopedia o biblioteca donde se recogen múltiples aspectos de la vida: hay sendas o veredas que parecen ya perdidas para siempre o superadas; hay aspectos culturales que no tienen ya para nosotros ningún tipo de importancia.
Pero en el fondo de esa multiplicidad hallamos una especie de camino central o unificante que nos capacita para orientarnos en el cúmulo de textos; es como la clave hermenéutica o la guía de lectura de la Biblia; Dios se va expresando o revelando entre los hombres a través de unos acontecimientos y personas que se encuentran mutuamente vinculados.
El Dios bíblico no viene a revelarse en un sistema de verdades claras y distintas, al modo cartesiano; por eso, la Biblia no se puede tomar como si fuera un libro filosófico. Tampoco se revela Dios en la unidad y variedad de fenómenos del cosmos, en línea que estaría dirigida hacia las ciencias naturales que han desarrollado después los eruditos y sabios de occidente. El Dios bíblico “acontece” (se manifiesta y habla) a través de unas personas que aparecen así como sus mensajeros o profetas. Los grandes profetas de Israel, entendidos de una forma extensa (Abraham y Moisés, Oseas e Isaías, Jeremías y Ezequiel) vienen a entenderse así en una clave teomórfica: su misma vida es “imagen” o manifestación de Dios, a 1o largo de un camino que se encuentra abierto hacia el futuro.
Pues, bien, dentro del AT, ningún profeta puede presentarse como “lugar de revelación total” de Dios; de esa forma se mantiene abierta la transcendencia, Dios es siempre un “más” y el hombre no refleja nunca del todo su misterio. Por eso, Jesús de Nazaret representa un “novum” con respecto a lo anterior. Dios se ha revelado totalmente en Jesús, de tal forma que su verdad interior (su inmanencia) se identifica con eso que podemos llamar “el fenómeno” Jesús (la economía divina).
Jesús es la novedad de Dios, pero se encuentra en la misma línea del AT: habló Dios en otro tiempo “en los profetas”, aunque nunca había revelado del todo su misterio; ahora lo ha hecho, nos ha hablado del todo; por eso decimos que Jesús mismo es su Hijo (cf Jn 1 y Hb 1). Estamos en la línea de eso que pudiéramos llamar revelación descendente.
En el principio era y sigue siendo la manifestación de un Dios que dice su palabra o se desvela por medio de los hombres. Imagen y presencia de Dios era Adán en el principio (Gn 1). Imagen y manifestación parcial de Dios fueron los profetas que forman eso que pudiéramos llamar la columna vertebral o gran vereda de la historia israelita. Pues, bien, en la culminación de ese camino, como profeta total de Dios, hallamos a Jesús.
Por eso, allí donde la línea israelita llega hasta su meta tenemos que hablar de Trinidad (=Dios se expresa en su Hijo, haciendo que su Espíritu o su vida se desvele ya del todo sobre el mundo, es decir, como mundo: Comunidad de comunicación, el ser humano). Antes que misterio teológico (esencia interna de un Dios que existe en sí mismo en comunión de tres personas) la Trinidad viene a entenderse de esa forma como hermenéutica cristiana consecuente del conjunto de la Biblia.
Los judíos siguen con la línea abierta hacia un futuro no alcanzado (ni alcanzable): Dios no se ha revelado ni se puede revelar nunca del todo; en el fondo los hombres nunca pueden encontrarle, para dialogar con El en comunión definitiva (es decir, en una vida abierta en Dios en forma de resurrección).
Los cristianos, en cambio, afirman que la línea de la revelación de Dios ya ha culminado: lo que era anuncio y anhelo en los profetas se ha convertido en presencia y gracia ya definitiva; siendo divino (Padre transcendente) Dios se manifiesta del todo por Jesús. Allí donde la revelación es plena tenemos que hablar de Trinidad: el Padre (Revelante), por medio de Jesús (Mediador) se hace presente como vida (Revelación plena) entre los hombres, en la experiencia escatológica o definitiva del Espíritu.
TRINIDAD, PLENITUD Y TAREA DEL HOMBRE
Repetimos de algún modo el esquema anterior, introduciendo una variante significativa: nos fijamos en el hombre, interpretado ya como proceso o despliegue de vida, una vida personal que se transmite y despliega por nacimiento y resurrección. No hay en la Biblia una visión del hombre como esencia ya forjada e inmutable para siempre (en plano de eternidad espiritual), pues la visión y realidad del hombre se va desplegando, haciéndose realidad en la historia (que es presencia de Dios).
El hombre es imagen de Dios (Gen 1) y por eso ha de entenderse en forma de proceso o camino de realización. Por eso, la revelación de Dios (abierta en línea trinitaria) se identifica de algún modo con la misma realización del hombre (también interpretada en línea trinitaria). En esta línea se sitúa eso que a veces se ha llamado mesianismo ascendente, es decir, la visión del hombre como búsqueda de Dios. El hombre no es todavía: se va haciendo, se busca a sí mismo y consigue realizarse solamente cuando y donde alcanza lo divino (llega a encontrarse plenamente con Dios). Esto es lo que hallamos al principio de la Biblia (Gen 2-3); allí se dicen dos cosas que parecen contradictorias y que, sin embargo, se encuentran bien relacionadas:
El hombre no puede hacerse Dios por fuerza, es decir, como resultado de una obra “suya”. El hombre no se puede “fabricar” a sí mismo como divino, pues todo lo que él fabrica como cosas‒objetos de consumo son ídolos (realidades que le terminan engañando y dominando). El hombre no puede comer del árbol del conocimiento del bien/mal que se halla reservado a lo divino. Sólo allí donde reconoce su límite (se sabe fundado en lo divino) el hombre puede realizarse como humano, es decir, abrirse a lo divino
Al hombre se le ofrece el árbol de la vida, pero sólo puede conseguirla allí donde renuncia a dominarla (y dominarlo todo) por la fuerza, fabricándose a sí mismo, fabricando cosas, en la línea de eso que Jesús llama Mammón. El camino de Dios (reflejo en ese árbol de la Vida) se convierte de esa forma en experiencia de gratuidad, de creación gratuita de su misma vida, en comunión. Situados al principio del gran texto de Gen 2, estos dos árboles ofrecen eso que podemos llamar la parábola y fundamento hermenéutico de la interpretación de la Biblia y del ser de Dios como gratuidad, pobreza y universalidad (como seguiré indicando en este trabajo).
Ésta es la historia de Adám, como ser humano encerrado en sí mismo, tal como la ha interpretado San Pablo en Rom 1‒5, partiendo de Gen 2‒3. En la línea del dominio de lo bueno/malo (del hombre como forjador violento de sí mismo) se encuentra la violencia impositiva, la destrucción del ser humano, que no se descubre y despliega a sí mismo como gracia y don o regalo de sí mismo, sino como imposición y deseo de dominio (es decir, de Mammón: Mt 6, 24). Desde la perspectiva bíblica, el hombre es Gratuidad, como Dios Padre trinitario: El ser no es dominio de sí, sino regalo de vida.
A 1o largo de su historia larga, rica y creadora de la Biblia, siempre que los hombres (Israel) han querido fundar su existencia en sí mismos, en clave de lucha y violencia han fracasado. La vida de los hombres es gracia, es el don supremo, el don de los dones, como signo y presencia de Dios, que es ante todo “gracia”, el Padre, esto es, aquel que se da y entrega a sí mismo.
En esta perspectiva ha de entenderse la experiencia de Jesús a quien el NT ha descubierto y presentado como “el hombre”, es decir, como el verdadero ser humano. Jesús es Cristo, es decir, es Mesías porque expresa y realiza el verdadero sentido de lo humano, es decir, de Adam. Así debe entenderse el título Hijo del Hombre de la tradición de los sinópticos, lo mismo que las reflexiones de Rom 5 donde San Pable le presenta como auténtico Adam, el hombre verdadero.
Cristo es Adán, hombre primero, porque descubierto y realizado para sí y para todo el conjunto de lo humano la verdad de aquello que estaba ya anunciado en Gen 2-3. No ha comido del árbol de 1o bueno/malo, es decir, no ha querido hacerse dueño de las cosas con su esfuerzo dominador, en la línea del “juicio” (cf. Mt 7,1), no ha querido dominar sobre los otros por la fuerza, como destaca el himno de Flp 2, 6‒12, no se ha impuesto por la fuerza, para ser así mesías sobre los demás, no ha comido del árbol de la vida”, sino que ha recibido y desplegado el amor de Dios de un modo gratuito, dando su vida por los demás y recibiendo así, por la resurrección el don de vida/gracia de Dios Padre.
El año litúrgico comienza celebrando cómo Dios Padre envía su Hijo al mundo. En los domingos siguientes recordamos la actividad y el mensaje de Jesús. Cuando sube al cielo nos envía su Espíritu, cuya venida celebramos el domingo pasado. Ya tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y estamos preparados para celebrar a los tres en una sola fiesta, la de la Trinidad.
Esta fiesta surge bastante tarde, en 1334, y fue el Papa Juan XII quien la instituyó. Quizá pretendía (como ocurrió con la fiesta del Corpus) contrarrestar a grupos heréticos que negaban la divinidad de Jesús o la del Espíritu Santo. Así se explica que el lenguaje usado en el Prefacio sea más propio de una clase de teología que de una celebración litúrgica. En cambio, las lecturas son breves y fáciles de entender, centrándose en el amor de Dios.
La única definición bíblica de Dios (Éxodo 34,4b-6.8-9)
La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, ofrece la única definición (mejor, autodefinición) de Dios en el Antiguo Testamento y rebate la idea de que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios terrible, amenazador, a diferencia del Dios del Nuevo Testamento propuesto por Jesús, que sería un Dios de amor y bondad. La liturgia, como de costumbre, ha mutilado el texto. Pero conviene conocerlo entero.
Moisés se encuentra en la cumbre del monte Sinaí. Poco antes, le ha pedido a Dios ver su gloria, a lo que el Señor responde: «Yo haré pasar ante ti toda mi riqueza, y pronunciaré ante ti el nombre de Yahvé» (Ex 33,19). Para un israelita, el nombre y la persona se identifican. Por eso, «pronunciar el nombre de Yahvé» equivale a darse a conocer por completo. Es lo que ocurre poco más tarde, cuando el Señor pasa ante Moisés proclamando:
«Yahvé, Yahvé, el Dios compasivo y clemente, paciente y misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos» (Éxodo 34,6-7).
Así es como Dios se autodefine. Con cinco adjetivos que subrayan su compasión, clemencia, paciencia, misericordia, fidelidad. Nada de esto tiene que ver con el Dios del terror y del castigo. Y lo que sigue tira por tierra ese falso concepto de justicia divina que «premia a los buenos y castiga a los malos», como si en la balanza divina castigo y perdón estuviesen perfectamente equilibrados. Es cierto que Dios no tolera el mal. Pero su capacidad de perdonar es infinitamente superior a la de castigar. Así lo expresa la imagen de las generaciones. Mientras la misericordia se extiende a mil, el castigo sólo abarca a cuatro (padres, hijos, nietos, bisnietos). No hay que interpretar esto en sentido literal, como si Dios castigase arbitrariamente a los hijos por el pecado de los padres. Lo que subraya el texto es el contraste entre mil y cuatro, entre la inmensa capacidad de amar y la escasa capacidad de castigar. Esta idea la recogen otros pasajes del AT:
«Tú, Señor, Dios compasivo y piadoso,
paciente, misericordioso y fiel» (Salmo 86,15).
«El Señor es compasivo y clemente,
paciente y misericordioso;
no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas;
como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos;
como un padres siente cariño por sus hijos,
siente el Señor cariño por sus fieles» (Salmo 103, 8-14).
«El Señor es clemente y compasivo,
paciente y misericordioso;
El Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas» (Salmo 145,8-9).
«Sé que eres un dios compasivo y clemente,
paciente y misericordioso,
que se arrepiente de las amenazas» (Jonás 4,2).
Como consecuencia de lo anterior, Dios se convierte para Moisés en modelo de amor al pueblo: las etapas del desierto han sido momentos de incomprensión mutua, de críticas acervas, de relación a punto de romperse. Ahora, las palabras de Dios mueven a Moisés a interesarse por el pueblo y a demostrarle el mismo amor que Dios le tiene.
El amor de Dios al mundo (Juan 3,16-18)
Este breve fragmento, tomado del extenso diálogo entre Nicodemo y Jesús, insiste en el tema del amor de Dios llevándolo a sus últimas consecuencias. No se trata solo de que Dios perdone o sea comprensivo con nuestras debilidades y fallos. Su amor es tan grande que nos entrega a su propio Hijo para que nos salvemos y obtengamos la vida eterna. «De tal manera amó Dios al mundo…». La palabra «mundo» puede significar en Juan el conjunto de todo lo malo que se opone a Dios. Pero en este caso se refiere a las personas que lo habitan, a las que Dios ama de una forma casi imposible de imaginar. Dios no pretende condenar, como muchas veces se predica y se piensa, sino salvar, dar la vida. Una vida que consiste, desde ahora, en conocer a Dios como Padre y a su enviado, Jesucristo, y que se prolongará, después de la muerte, en una vida eterna. En estos meses de pandemia, que nos han puesto en contacto frecuente con la muerte, las palabras de Jesús nos sirven de ánimo y consuelo.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Nuestra respuesta: amor con amor se paga (2 Corintios 13,11-13)
En la primera lectura, Dios se convertía en modelo para Moisés, animándolo al amor y al perdón. En la carta de Pablo a los corintios, Dios se convierte en modelo para los cristianos. La misma unión y acuerdo que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu debe darse entre nosotros, teniendo un mismo sentir, viviendo en paz, animándonos mutuamente, corrigiéndonos en lo necesario, siempre alegres.
Esta lectura ha sido elegida porque menciona juntos (cosa no demasiado frecuente) a Jesucristo, a Dios Padre y al Espíritu Santo. En esas palabras se inspira uno de los posibles saludos iniciales de la misa.
Hermanos: Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso ritual. Os saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.
Conclusión
«Escucha, Israel: el Señor, tu Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser».
Y eso precisamente es lo que celebramos hoy: ¡Qué Dios es Amor AMANDO!
Dios no solo es amor, porque también es AMAR. La Trinidad, lejos de ser una cosa muy complicada de la que es difícil hablar, sencillamente nos muestra que Dios ama. Es amor activo.
El Padre, el Hijo y la Santa Ruah ponen ante nuestros ojos la más bella relación de amor. Y, al mismo tiempo, nos invitan a participar de ella.
“Tanto amó Dios al mundo…” ¿Qué puede hacer el amor sino amar?
Descubrir que Dios es amor o mejor, descubrir que Dios te ama personalmente, no te hace la vida más fácil. Tampoco te da respuesta a todas las preguntas. No. Pero le añade una riqueza única. Un plus de sentido.
Aunque una cosa es saberlo y otra experimentarlo. Cuando experimentas que Dios es amor porque te descubres profundamente amada es un punto y aparte.
Es descubrir que cada ser humano, cada persona es Icono de la Trinidad. Porque todas estamos llamadas a ser pura relación de amor.
No, la Trinidad no es un complicado tratado sobre el misterio de Dios lleno de dogmas y extendido en cientos de volúmenes. No. La Trinidad somos tú y yo, somos todas nosotras juntas, la humanidad entera. Recreada. Siempre amada. Divina. En plenitud. La Trinidad es el movimiento de Dios en la humanidad que nos entrelaza haciéndonos hermanas.
Para hablar de la Trinidad no necesitamos palabras complicadas. Ya que la Trinidad, como el Reino, se parece a todo lo humano. Está inmersa en todo lo nuestro.
Parafraseando a Jesús podríamos decir: “La Trinidad se parece a una bella danza en grupo a la que tú estás invitada a participar.”
Oración
Trinidad Santa, damos el don de re-conocerte, de descubrirte presente en nuestra vida. Revélanos la grandeza de sabernos Icono de tu amor en relación.
Nos ha hecho polvo el empeño griego de explicar racionalmente el evangelio. Del Abba celeste (origen de todo lo que es) no se puede pasar al Padre todopoderoso creador del cielo y de la tierra entendido literalmente.
De Hijo cuyo alimento era hacer la voluntad del Padre y hacerlo presente allí donde actúa, no se puede pasar al Hijo engendrado no creado.
Del Espíritu que lo invade todo y está en todo, no se puede pasar al sujeto concreto que está por ahí haciendo de las suyas y distribuyendo dones y frutos.
Esto no quiere decir que despreciemos el dogma. El famoso slogan que obsesionó a los teólogos de la Edad Media “fides quaerens intelectum” (la fe buscando ser entendida) ha perdido todo su mordiente. Hoy aceptamos que las verdades de fe no pueden ser demostradas. A lo máximo que podemos aspirar es a descubrir que no son irracionales. Lo que me llevará a una verdadera fe no es el conocimiento sino la vivencia personal e interior. La gran enseñanza de la Trinidad es que solo vivimos si convivimos. Nuestra vida debía ser un espejo que en todo momento reflejara el misterio de la Trinidad.
Debemos estar muy alerta, porque tanto en el AT como en el nuevo podemos encontrar retazos de este falso dios. Jesús experimentó al verdadero Dios, pero fracasó a la hora de hacer ver a sus discípulos su vivencia. En los evangelios encontramos chispazos de esa luz, pero los seguidores de Jesús no pudieron aguantar el profundo cambio que suponía sobre el Dios del AT. Muy pronto se olvidaron esos chispazos y el cristianismo se encontró más a gusto con el Dios del AT que le daba las seguridades que anhelaba.
La Trinidad no es una verdad para creer sino la base de nuestra vivencia cristiana. Una profunda experiencia del mensaje cristiano será siempre una aproximación al misterio Trinitario. Solo después de haber abandonado siglos de vivencia, se hizo necesaria la reflexión teológica sobre el misterio. Los dogmas llegaron como medio de evitar lo que algunos consideraron errores en las formulaciones racionales, pero lo verdaderamente importante fue siempre vivir esa presencia de Dios en el interior de cada cristiano. Solo viviendo la realidad de Dios en nosotros se podrá manifestar luego en el servicio al otro.
Lo más urgente en este momento, para el cristianismo, no es explicar mejor el dogma de la Trinidad, y menos aún, una nueva doctrina sobre Dios Trino. Tal vez nunca ha estado el mundo cristiano mejor preparado para intentar una nueva manera de entender el Dios de Jesús, una nueva espiritualidad que ponga en el centro al Espíritu-Dios, que impregna el cosmos, irrumpe como Vida, aflora en la conciencia de cada persona y se vive en comunidad. Sería, en definitiva, la búsqueda de un encuentro vivo con Dios. No se trata de explicar la esencia de la luz, sino de abrir los ojos para ver.
Nadie se podrá encontrar con el Hijo o con el Padre o con el Espíritu Santo. Nuestra relación será siempre con el TODO que nos identifica con Él. Debemos tomar conciencia de que cuando hablamos de cualquiera de las tres personas, estamos hablando de Dios. En teología, se llama “apropiación” (¿indebida?) esta manera impropia de asignar acciones distintas a cada persona. Ni el Padre ha creado, ni el Hijo separado ha venido a salvarnos, ni el Espíritu Santo actúa por su cuenta. Todo es obra de Dios sin hacer nada.
Nada de lo que pensamos o decimos sobre Dios es adecuado. Cualquier definición o cualquier calificativo que atribuyamos a Dios es incorrecto. Lo que creemos saber racionalmente de Dios es un estorbo para vivir su presencia vivificadora en nosotros. Mucho más si creemos que solo nuestro dios es verdadero. Incluso los ateos pueden estar más cerca del verdadero Dios que los muy creyentes. Ellos por lo menos rechazan la creencia en el ídolo que nosotros nos empeñamos en mantener a toda costa.
Los creyentes no solemos ir más allá de unas ideas (ídolos) que hemos fabricado a nuestra medida. Callar sobre Dios es siempre más exacto que hablar. Dicen los orientales: “Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate”. Las primeras líneas del “Tao” rezan: El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao; el nombre que se le puede dar, no es su verdadero nombre. Teniendo esto en cuenta, podemos hablar de Dios sin ninguna limitación, pero con la conciencia de que toda palabra es inadecuada.
De la misma manera, siempre que aplicamos a Dios contenidos verbales, aunque sean los de “ama”, “perdonó”, “salvará”, estamos radicalmente equivocados, porque en Dios los verbos no pueden conjugarse. Dios no tiene tiempos ni modos. Dios no tiene “acciones”. Dios, todo lo que hace lo es. Si ama, es amor. Pero al decir que es amor, nos equivocamos también, porque le aplicamos el concepto de amor humano que no se puede aplicar Dios. En Dios, el AMOR es algo completamente distinto.
Es un amor que no podemos comprender, aunque sí experimentar. Los primeros cristianos emplearon siete palabras diferentes para hablar del amor. Al amor que es Dios lo llamaron ágape. No se trata de una relación entre sujeto y objeto sino en la identificación de ambos. En el amor humano hay un sujeto que ama, un objeto amado y el amor. Ese amor no se puede aplicar a Dios porque no hay nada fuera de Él. El amor es su esencia, no una cualidad como en nosotros; no puede no amar, dejaría de ser.
Vivir la experiencia de la Trinidad, sería convivir. Sería experimentarlo: 1) Como Dios, ser absoluto. 2) Como Dios a nuestro lado presente en el otro. 3) Como Dios en el interior de nosotros mismos, fundamento de nuestro ser. En cada uno de nosotros se está reflejando la Trinidad. Si descubrimos a Dios en nosotros, identificado con nuestro propio ser, descubriremos a Dios con nosotros en los demás. Descubrimos también a Dios que nos trasciende y en esa trascendencia completamos la imagen de Dios.
Hoy no tiene ningún sentido la disyuntiva entre creer en Dios o no creer. Todos tenemos nuestro Dios o dioses. Hoy la disyuntiva es creer en el Dios de Jesús o creer en un ídolo. La mayoría de los cristianos no vamos más allá del ídolo que nos hemos fabricado a través de los siglos. Lo que rechazan los ateos, es nuestra idea de Dios que no supera un teísmo interesado y miope. Después de darle muchas vueltas a tema, he llegado a la conclusión de que es más perjudicial para el ser humano el teísmo que el ateísmo.
La verdad es que no hemos hecho mucho caso al Dios revelado por Jesús. Su Dios es amor y solo amor. Aunque condicionado por la idea de Dios del AT, dio un salto en el vacío y nos llevó al Abba insondable. La mejor noticia que podía recibir un ser humano es que Dios no puede apartarle de su amor. Esta es la verdadera salvación que tenemos que apropiarnos. Es también el fundamento de nuestra confianza en Dios.
Más allá de la Trinidad
De Dios no podemos decir nada porque nada podemos pensar sobre Él
Pretender llegar a Dios por vía intelectual o racional o conceptual es absurdo
El único conocimiento de Dios posible es el vivencial, místico
Pero esa vivencia no se puede meter en palabras y conceptos
Eckhart hace una profunda, aunque sutil diferencia entre Dios y Deidad
Dios sería lo que percibimos de Dios en las criaturas, el Dios que puede ser nombrado
Las criaturas nos hablan de Dios, pero no pueden hablar de la Deidad
Deidad sería lo que trasciende y nada puede verse de ella porque es pura unidad
No se puede relacionar con nada porque no hay nada fuera de ella
En la divinidad todo es uno y todo se identifica con ella
El ser humano puede relacionarse con Dios como presente en su creación
Pero con la Divinidad no hay relación posible sino solo identidad total
La Trinidad es una representación que nos hacemos de Dios
Pero esa representación no puede afectar a la Divinidad porque es simplicidad absoluta
La Trinidad es Dios captado por el hombre y comprendido a su manera
La Deidad es Dios sacado de los límites de toda manipulación humana
Mientras tratemos con Dios podemos permanecer siendo nosotros mismos
Si me sumerjo en la Divinidad, no quedará nada de mí, me confundiré con ella
Al relacionarse con Dios, el hombre busca sus propios intereses
Si se relaciona con la Deidad, camina hacia la disolución total y desaparición del yo
No solo debe renunciar a todo lo externo a él sino renunciar a sí mismo
La pura Nada de Dios y el absoluto vacío del hombre se identifican
Cualquier palabra pronunciada te descentrará de la UNIDAD y te volverá a tu yo
La Deidad es nada y vacío, para alcanzarla tienes que vaciarte totalmente
Nada expresa la imposibilidad absoluta de identificar a la Deidad con nada
Hay que dejar de ser para llegar a ser uno con el ser absoluto
Ese vaciamiento exige incluso vaciarse de Dios (el dios pensado y visto desde fuera)
Ahora entenderéis la frase: pido a Dios que me libre de Dios
Esa nada absoluta de la Divinidad y del hombre está fuera del tiempo y el espacio
Solo se puede dar en el aquí y ahora eternos, es decir, en la eternidad presente
Por eso la encarnación no pudo darse en un único ser y un tiempo determinado
Dios es encarnación y se está encarnando siempre en todos y en todo
Todo ser humano puede vivir esa experiencia de encarnación en él mismo
«Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único»
A todo aquel que conoce el estilo de Jesús, sus parábolas que nos hablan del Padre, su apelativo de Abbá… la lectura del dogma de la santísima Trinidad le desconcierta y quizá le lleve a preguntarse: ¿Quién se ha atrevido cambiar el estilo de Jesús? ¿Quién ha tenido la osadía de poner en lo más alto de la fe una formulación metafísica basada en filosofías aristotélicas que ni nos interpela ni nos ayuda a vivir? ¿Cuándo vamos a asumir que nuestra mente no puede vislumbrar siquiera la esencia de Dios, ni nuestra propia esencia, ni puede darnos a conocer mínimamente nuestro destino?…
Pero todo tiene su explicación. Las comunidades joaneas habían puesto en circulación dos dioses, el Padre y el Hijo, y era necesario aclarar las cosas para no desconcertar a los creyentes con raíces monoteístas. Pero en lugar de zanjar la cuestión apelando a la incapacidad de nuestra mente para acceder a la naturaleza de Dios, o recurrir al evangelio en busca de respuestas, lo obispos reunidos en Nicea decidieron tomar el camino de la formulación dogmática que cortase de raíz la controversia. Y con todo respeto a la multitud de personas que consideran este dogma un pilar básico de su fe, creemos que ése no era el camino (aunque dios nos libre de juzgar la decisión de aquellos obispos en aquellos tiempos y aquellas circunstancias).
Si queremos conocer a Dios, el punto de partida es siempre Jesús, porque el quicio fundamental de quienes nos llamamos cristianos es creer en Jesús visibilidad de Dios sin poner en duda su humanidad. Jesús es la “Palabra” que nos señala el camino. Y cuando le oímos hablar de Dios, nos quedamos asombrados porque no menciona ninguna de las cualidades maravillosas que siempre le habíamos atribuido, sino que nos habla de Abbá; el “Padre” que sale cada atardecer a esperar a su hijo perdido.
Y cuando le vemos dedicar su vida a enseñar y curar sin descanso, o rodeado de multitudes que le siguen fascinadas, o escuchamos sus criterios poderosos de vida, o le vemos capaz de llegar hasta las últimas consecuencias por fidelidad a su misión… creemos que en él sopla un viento irresistible, el “Viento de Dios”; el Espíritu de Dios que actúa en cada uno de nosotros y que en él soplaba como un huracán.
Y así, mirando a Jesús, vemos que Dios es el Padre con quien podemos contar, la Palabra que nos guía por la vida y el Viento que nos ayuda a caminar; Padre, Palabra y Viento. Dios se comunica con nosotros, actúa en nosotros y es nuestro Padre. Y esto significa que Dios no es un arcano misterioso, sino un sembrador que esparce la semilla de la Palabra continuamente y nos alienta en nuestro caminar por la vida.
Y esto es magnífico, porque si lo despojamos de su formulación metafísica y lo vemos a la luz del evangelio, ese dogma incomprensible que creíamos que no nos interesaba nada, se convierte en algo importante para nosotros, porque encierra un conocimiento de Dios que señala nuestro destino, orienta nuestra vida, nos permite caminar por ella sin tropiezo y es fuente de seguridad y estímulo.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
Si la experiencia pudiera acercarnos a una forma de hablar de Dios, tal vez podríamos acercarnos con el término “amor”. Sí, en ello concuerdan la mayoría de las religiones y confesiones, y en el ámbito cristiano este amor infinito de Dios queda descrito con palabras como reciprocidad, relación, comunicación y cercanía.
Según el relato de Juan 3,16-18, este amor se consolida como la entrega del Hijo unigénito. Podemos preguntarnos contemplando esta entrega, de manera similar a como lo han hecho los creyentes a lo largo de todos los siglos cristianos, qué significa esta entrega y el porqué o el para qué de ello. Se han dado diversas respuestas a estas preguntas: para que esté con nosotros, para que su presencia nos cure, para ofrecernos la paz… Por su parte, la respuesta del texto de Juan 3,16-18 nos devuelve estas preguntas a las entrañas de la vida misma: para que todos tengamos vida eterna. Se trata de un tipo especial de vida. Una vida caracterizada por la no temporalidad, o la eternidad, que depende directamente de una relación recíproca entre el don y la fe, del creer. No se trata de un juicio: “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo” (Jn 3,17a), se trata de la salvación (Jn 3,17b), y esta salvación salta también la línea temporal que delimita pasado, presente y futuro, porque “el que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado”. El presente de la fe es el que determina la eternidad. Quien “ahora” cree no “será” juzgado; y el que no cree “ahora” ya “está” juzgado. Está claro: solo disponemos del presente y ese presente es colmado de eternidad por la apertura de la fe incondicional. Y ahí radica la eternidad: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Formamos parte de esta dinámica del Padre con su unigénito al participar de la Vida; vida regalada con el aliento de Dios, de su espíritu que realiza en nosotros este amor y entrega recíprocas.
Hoy celebramos la fiesta de la Trinidad. La fiesta de este amor infinito de Dios a su creación; es también la fiesta de la eternidad que se abre a quienes se trascienden por la fe y a quienes ya no dependen de ningún juicio. Es una eternidad de libertad, porque el juicio ya no pesa sobre quienes creen (Rm 3,19; 25-26). Es una eternidad de sobreabundancia de amor (“Tanto amó Dios al mundo”). Celebramos entonces un presente preñado de eternidad.
No parece casual que dos grandes religiones, tan distintas como distantes, hablen de Dios en clave trinitaria. La Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en el cristianismo, y el Trimurti (Brahma, Visnú y Shiva) en el hinduismo -más allá del perfil propio de cada una de esas religiones- parecen responder a una misma intuición y orientar en la misma dirección: la divinidad es relación; lo que es, el fondo último de la realidad es relacionalidad.
El problema surge cuando la intuición se objetiva y, en cierto sentido, se cosifica. Porque, al hacerlo, aunque sea de manera inconsciente, se convierte a dios en un objeto a la medida de nuestra mente.
El motivo no es difícil de explicar: dado nuestro carácter “personal”, nos vemos inclinados a “personalizar” lo divino, haciendo de ello un “Tú” a nuestra imagen y en quien depositar la confianza y la seguridad.
Nos cuesta más permanecer en silencio ante el Misterio. Y más todavía, reconocer que ese Misterio constituye nuestra identidad última. Se trata, para quien se sienta motivado a ello, de recorrer el camino que va de la creencia a la comprensión experiencial de lo que somos. Cuando esto se da, no hay ninguna dificultad en seguir expresándose a través de símbolos, pero sin caer en la trampa de objetivarlos.
Lo que somos, en nuestra verdad profunda, es relación. Lo cual es otro modo de decir que lo real es uno, que la realidad es no-dual: todo lo que percibimos -nosotros incluidos- somos “formas” íntima e inextricablemente interrelacionadas, precisamente porque no hay nada separado de nada, en el “Fondo” común y único que compartimos: ese Fondo, al que las religiones han llamado “Dios” y acerca del cual han intentado balbucear a través de símbolos.
¿Soy consciente de la trampa de objetivar la divinidad?
A veces hablamos de Dios como si tuviésemos su teléfono móvil o nos concediera una entrevista diaria.
Sin embargo, el mismo Jesús dijo: a Dios nadie le ha visto, (1Jn 1,18 – 1Jn 4,12).
Todas las imágenes, palabras, lenguajes sobre Dios son muy limitados, son aproximaciones, nostalgias de Dios, porque Dios no cabe en nuestras fórmulas, en nuestro pensamiento.
Nosotros vivimos a la orilla de la infinitud de Dios, pero es un océano inmenso que no cabe en nuestra limitada y pobre mente.
Sin embargo tenemos, sentimos necesidad de Dios. Señor, eres Aquel sin el cual yo no puedo ser. Podré vegetar, pero no podré ser persona sin Ti. Dios es Aquel desde el cual, yo puedo ser.
Nuestra fe en Dios es un acto intelectualmente oscuro, pero existencialmente abierto a Él, siempre oteando el horizonte.
02.- Dios en sí mismo y Dios hacia nosotros.
Rahner hizo aquella distinción acerca de nuestra comprensión de Dios, que puede darnos un poco de luz.
Por una parte “Dios, la Trinidad inmanente” (Dios en sí) y, por otra, “Dios, la Trinidad económica”.
De lo que “Dios sea en sí mismo” (Trinidad inmanente) no sabemos ni palabra. El silencio y la contemplación serían el mejor lenguaje para “acercarnos” a “Dios en sí”.
Ahora bien, lo que sí sabemos es lo que Dios ha hecho por nosotros (Trinidad económica): y lo que Dios ha hecho por nosotros es darnos vida amarnos y salvarnos. Dios es amor, (1Jn 4,8).
Lo malo de la teología es que ha discurrido casi exclusivamente por la abstracción y no ha tenido en cuenta la historia de la salvación: Dios entra en nuestra historia para crearnos y salvarnos.
Dios es salvación para el ser humano.
03.- La profundidad de la vida.
Pensando y orando decía el teólogo alemán Paul Tillich (1896-1965) que Dios es la profundidad de la vida.
El nombre de esta profundidad infinita e inagotable y el fondo de todo ser es Dios. Esta profundidad es lo que significa la palabra Dios. Y si esta palabra carece de suficiente significación para vosotros, traducidla y hablad entonces de las profundidades de vuestra vida, de la fuente de vuestro ser, de vuestro interés último, de lo que os tomáis seriamente, sin reserva alguna. Para lograrlo, quizá tendréis que olvidar todo lo que de tradicional hayáis aprendido acerca de Dios, quizás incluso esta misma palabra. Pero si sabéis que Dios significa profundidad, ya sabéis mucho acerca de Él. Entonces ya no podréis llamaros ateos o incrédulos. Porque ya no os será posible pensar o decir: la vida carece de profundidad, la vida es superficial, el ser mismo no es sino superficie. Si pudierais decir esto con absoluta seriedad, seríais ateos; no siendo así, no lo sois. Quien sabe algo acerca de la profundidad, sabe algo acerca de Dios.[1]
No confundamos las cosas sofisticadas con las cosas profundas. Profundizar es esforzarse por buscar la verdad, no quedarse en las mediaciones tan cómodas como superficiales.
Profundizar es amar la libertad, la justicia, la paz, el arte, el pensamiento, la filosofía, la Palabra, la Vida. La profundidad de la razón es una punta de flecha que dirige la mirada más allá de sí misma hacia aquello que fundamenta su ser: a Dios.
Hay personas que viven siempre en la cresta de la ola, en una inmensa superficialidad, añadiendo capas y más capas de superficialidad a la vida. Lo más profundo que tienen es la camisa, el clerygman, la sotana o el uniforme que llevan.
Hay personas que viven entre cosas serias y profundas y son unos perfectos superficiales. Por contraposición, muchas gentes sencillas, rurales, amas de casa y obreros viven la existencia en profundidad.
Lo opuesto a la superficialidad es la profundidad como actitud vital y camino espiritual.
La verdad es profunda y no superficial. [2]
Solemos pensar que hoy en día el ateísmo ha invadido la sociedad. Sin embargo lo que abunda no es el ateísmo, sino la superficialidad. El pensamiento científico, los estilos de vida, la misma predicación eclesiástica ha perdido referencia a la profundidad y “añadimos capas y más capas de superficialidad”. La modernidad y, ya, la post.modernidad, vive únicamente de la razón técnica, que es un magnífico instrumento, pero “no toca” las cuestiones de la profundidad de la existencia.
Hoy en día ateo no es quien no cree en Dios, sino el superficial, el frívolo y trivial.
En gran medida nuestra vida transcurre en la superficialidad. Vivimos en un aturdimiento de bagatelas y dispersión que no nos permiten escuchar la voz de la profundidad de la existencia.
Hoy en día ateo no es quien no cree en Dios, sino el superficial, el frívolo y trivial.
Uno se encuentra a sí mismo en la profundidad.
Gente sencilla, poetas, obreros, campesinos, filósofos, místicos han pensado y recorren caminos hacia la hondura de la vida. Siempre hay un nivel mayor de profundidad, porque la profundidad es Dios:
04.- Dios se expresa en Jesús.
Nuestro Dios es el Dios del Señor JesuCristo.
Lo que Jesús nos transmite de Dios, es que es Padre, su y nuestro Padre, que nos ama a todos: Dios es amor. El Dios de Jesús es el amor mismo.
El amor no necesita muchas explicaciones, ni religiones, ni ideología, ni pasaportes. Para entender por qué una madre quiere a su pequeño, o para comprender por qué dos jóvenes se aman, no hacen falta mucha filosofía ni teología.
La incomprensibilidad de Dios se comprende en el amor. Donde hay amor, allí está Dios y se nos hace presente. Donde hay caridad y amor, allí esta Dios (Ubi caritas et amor, Deus ibi est)
Dios se nos acerca en JesuCristo no tanto para “hablarnos” sino para querernos y salvarnos. La palabra de Dios es amor y salvación.
En tiempos de inquisiciones dogmáticas e intransigencias fanáticas, en medio de nuestras noches oscuras de la fe, basta que pensemos y disfrutemos que Dios nos quiere y nos salva.
Dios es una nostalgia infinita de amor y salvación.
[1] TILLICH, P. Se conmueven los cimientos de la tierra, 95.
[2] TILLICH, P. Se conmueven los Cimientos de la Tierra, 90.
Creo que mucho mejor que hablar de la Divinidad, es permanecer en silencio. Solo la experiencia nos puede llevar a expresar con veracidad lo que significa en nuestra existencia esa Realidad, mediante nuestras propias acciones, con nuestro testimonio vital.
Pero somos seres en relación y nos comunicamos mediante palabras. Para referirnos a la Divinidad, lo hemos hecho desde hace cientos, miles de años, siempre con términos masculinos, ya que nuestra sociedad es mayoritariamente machista y patriarcal.
Para cambiar de mentalidad el lenguaje es algo fundamental. Por eso abogo, para transformar nuestra forma de relacionarnos con la Divinidad, por empezar a utilizar términos en femenino en lugar de en masculino. Porque ya hemos nombrado durante demasiado tiempo a la Divinidad en masculino: Señor, Padre, Amo, Omnipotente, Pastor, Supremo…
Ha llegado el momento de modificar los términos para empezar a cambiar de mentalidad. Empezando, por ejemplo, en lugar de llamarle Dios, a decir: “Diosa mía, Madre nuestra, que estás en el universo y, sobre todo, en lo más íntimo de nuestros corazones, santificado sea este nuevo nombre con el nos dirigimos a ti…”.
Después del impacto de la película “Libres“, ando obsesionada con una idea, una pregunta, una respuesta y una pseudorealidad…. Las historias que vivo diariamente me las han provocado.
La idea: Dios trasforma cualquier vida. La pregunta: ¿Se puede vivir sin Dios?, la respuesta: yo no podría. La pseudorealidad: hay mucha gente que siempre vive así.
En la “calle” -la que yo llamo “Galilea de los gentiles“, me encuentro muy a menudo con un vendedor ambulante encantador. Nos hemos hecho amigos. Siempre está contento. Le pregunto por qué, sabiendo que pasa apuros para tener un techo donde dormir, y sonrie ampliamente, dando una luz a sus ojos en esa cara morena tan agraciada: “no me puedo quejar, sobrevivo”. No sé si cree en Dios, no sé si practica alguna religión, no sé en qué cree. Pero su mirada y su sonrisa llevan el sello de la divinidad. Y la primera pregunta se me transforma en esa respuesta: y aunque así fuera, Dios no puede vivir sin él“
En la Taula de fraternitat me encuentro con X. al que hace días no veía. Le pregunto cómo le va la vida, si ya encontró habitación, y me responde: “No me puedo quejar: duermo bajo el más lindo techo, con estrellas o sin ellas… y mi habitación es tan amplia como el cielo que me cubre”. ¡Poeta el muchacho! más libre que los pájaros. Y me veo tan limitada que me respondo: “pues, la verdad, Señor, yo no puedo vivir sin ti...”
Sí, és una falsa realidad la de que cada vez hay más gente que vive sin Dios. Tal vez sin religión, tal vez sin ritos ni culto, tal vez ignorándolo, pero con Dios amor que le sigue y le persigue. También en la calle -mi querida calle- me encuentro con “mi hijo pródigo“, lo abrazo largamente, llorando los dos, y le digo que no me vuelva a hacer eso: desaparecer. Que esté como esté, siempre le querré, le abrazaré, le esperaré… No me lo promete, pero me parece ver en sus ojos ese deseo… Pasan los días y no ha vuelto. Pero lo sé: aunque ahora “su Dios” es la droga, no puede pasar sin Él. Cuando lo encontré, venía de la Mezquita.
AVISO: este artículo es largo y denso. Apareció hace cosa de un mes en la revista catalana de teología y en la Revista latinoamericana de EL Salvador… Pero me ha parecido que una autora tan buena como ella merece quedarse no solo en papeles sino también en la nube. Si un lector se cansa puede mirar solo los subtítulos
| José Ignacio González Faus
El libro de esta gran autora, El hombre y lo divino, puede ser una de las puertas de acceso al hecho religioso en nuestra sociedad secular. El libro tiene, a mi modo de ver, páginas de gran valor antropológico. Pero quizá una de sus primeras frases: “una cultura depende de la calidad de sus dioses” (p. 27) llevó sin querer a la autora a un estudio prolijo y hoy poco interesante de los dioses griegos, precisamente desde su aprecio a la cultura helena. Aunque se pueda justificar así la aparición de la tragedia por la insuficiencia de esos dioses griegos [1], no sé si esa prolijidad por un tema secundario, ha hecho olvidar otras páginas bien valiosas que quisiera recuperar y recorrer en este comentario. Por otro lado, ella misma reconoce en el prólogo a la segunda edición (1973) que ese es el título que mejor convendría a toda su obra.
La sistematización en capítulos de estas reflexiones es mía y no del libro de Zambrano.
I.- AUTOTRASCENDENCIA DEL SER HUMANO
Zambrano parece intuir que hay una cierta dimensión de lo real que hoy llamaríamos mistérica y ella prefiere llamar divina, y otra compleja dimensión del ser humano que parece corresponderse (o relacionarse) de algún modo con esa de lo real. De ahí le brota la pregunta:
¿Por qué ha habido siempre dioses, de diverso tipo ciertamente pero, al fin, dioses?… Y la respuesta le parece clara: Todo atestigua que la vida humana ha sentido siempre estar ante algo, bajo algo más bien…: la presencia inexorable de una estancia superior a nuestra vida que encubre la realidad y que no nos es visible (31).
La formulación me parece bien precisa en su intencionada vaguedad: “algo” que no nos es accesible, pero que nos hace sentirnos como bajo una presencia que es ineludible y que, además, parece encubrir la realidad. ¿Por qué si no, esa tendencia a hablar del hado, el destino, “la suerte”? Eso la lleva a matizar que:
Los dioses han sido, pueden haber sido, inventados, pero no la matriz de donde han surgido un día, no ese fondo último de la realidad que ha sido pensado después como ens realissimum (32). Y más adelante aún reforzará esa afirmación: la estancia de lo sagrado, de donde salen las formas llamadas dioses, no se manifiesta un día u otro; es consustancial con la vida humana (235).
Esa matriz o fondo último le revela al hombre algo que parece elemental pero es decisivo: su no divinidad. Es inevitable recordar al Zaratustra de Nietzsche clamando “si hubiera Dios ¿cómo podría soportar el no serlo yo?”, cuando leemos que: es su propia impotencia de ser Dios la que se le presenta y representa, objetivada bajo un nombre que designa tan solo la realidad que él no puede eludir (24). Y no puede eludirla porque eso es el hombre con su carga, con la carga de padecer su propia trascendencia (387).
¡Qué bien dicho eso de padecer la propia trascendencia! Ineludible e inaccesible. Pero esa impotencia le revela al hombre una complicada dialéctica de su propio ser: por un lado, ante lo divino (el hombre) queda inerme (24). Por otro lado: el hombre -ser escondido- anhela salir de sí y lo teme… Y de aquello de que no puede escapar, espera (32).
Inerme y esperante. Esa última reacción doble (de esperar cuando no se puede escapar, y de anhelar y temer trascender), me parece una buena fenomenología de lo hondo de la primera religiosidad humana. Donde Lucrecio había escrito “timor fecit deos”, Zambrano parece ir un poco más allá: no es el simple temor a amenazas exteriores sino el profundo y secreto temor del hombre a sí mismo. Por eso puede concluir que: la aparición de un dios representa el final de un largo período de oscuridad y padecimientos (34). Y cree además posible universalizar esta conclusión: en el mundo oriental, donde quiera que volvamos la vista, vemos al hombre vuelto a lo divino: en India, Irán, Caldea y Egipto, la vida del hombre sobre la tierra aspiraba a ser copia del cielo (98-99).
Esta descripción que acabo de resumir con los dos vocablos “inerme y esperante”, me parece tan exacta que no resulta difícil reencontrarla encarnada en dos características de nuestra cultura hodierna. Una más moderna y otra más postmoderna:
a.- Por un lado, la experiencia de la subjetividad. Ser sujeto significa algo así como ser el centro y dueño de todo (la realidad se convierte en un “objeto” para mí). Pero resulta que ese presunto sujeto no tiene nada de único: son miles de millones los que pretenden ser únicos: inermes ante lo inviable de la propia subjetividad.
b.- Por otro lado, nuestra dura experiencia actual con la pandemia de la covid, puede ser descrita con esa expresión de “esperar cuando no se puede escapar” y de “temor a trascenderse”. El ser humano se debate así entre su fragilidad y su poder, sin lograr avenirse bien con esas dos cualidades. ¿Cómo no íbamos a esperar entonces?
Algunas consecuencias:
Esta antropología radical permite después una cierta fenomenología del existente humano. Los rasgos que más destaca Zambrano me parecen ser:
La pregunta.- “Me había convertido en una gran pregunta para mí mismo”, reconoció Agustín de Hipona en su “Confesiones”. Y uno recuerda esa frase cuando lee:
La aparición de los dioses significa la posibilidad de la pregunta, de una pregunta ciertamente no filosófica todavía, pero sin la cual la filosofía no podría haberse formulado… La aparición de lo más humano del hombre: el preguntar… La angustiada pregunta sobre la propia vida humana (35). La soledad primera que da origen al pensamiento es la soledad del hombre que se da cuenta de la imparidad de su destino y de su “ser”: de que nadie hay que pueda responder a lo que precisa saber (299).
Y Zambrano parece adivinar que esa pregunta lleva a la clásica distinción entre algo sagrado y algo profano, como dos dimensiones que, a la vez, luchan, pero se buscan y se necesitan.
La distinción sagrado-profano: Lo sagrado y lo profano son las dos especies de realidad: una es la incierta, contradictoria, múltiple realidad inmediata con la cual la vida humana tiene que habérselas; el lugar de su lucha y de su dominio. El orbe sagrado es donde se decidirá esta lucha (42-43).
Y esa doble especie de realidad acuña la dimensión “trágica” de la existencia humana, que parece ser también condición de su libertad: los dioses griegos crearon, en mayor proporción que ningunos otros, el espacio de la soledad humana. Dejaron al hombre libre por dejarlo desamparado. El Olimpo con su esplendor, prepara la soledad humana (59)…
¡Qué bien dicha la última frase! Pero no se trata solo de los dioses griegos. Como ya insinué, ellos son solo un ejemplo de la tragedia que es vivir humanamente (251). De hecho, más adelante hablará nuestra autora de (una) destrucción que se alimenta de sí, como si fuese la liberación de una oculta fuente de energía y que remeda así a la pureza activa y creadora, su contrario. Tal es la ambivalencia de lo sagrado (279). Y tal es también la ambivalencia constante del ser humano: todo un sueño, emancipación del subterráneo temor de tenerlo todo, de la avidez que siempre teme perder su presa (392).
En conclusión, Zambrano describe al hombre como un ser “remitido”, sin que pueda apresar suficientemente el termino de esa referencia. Pero esa referencia constitutiva permite comprender la aparición de “lo divino”. E introduce otro discutible (e imprescindible) elemento de la intuición de lo divino: el sacrificio.
El sacrificio: Zambrano sostiene que el hecho de que los dioses aparezcan estuvo ligado siempre con la acción del sacrificio (41).Es dios, o hace oficio de Dios, aquello a que se sacrifica (303). El sacrificio deja de ser un acto de culto (gratuito por tanto) para convertirse en una manera de “comprarse a Dios”. [2] Quizá valga la pena evocar ahora tantas prácticas pseudocatólicas que intentaban sustituir la confianza, por una seguridad mecánica que garantizaba la salvación eterna: primeros viernes, primeros sábados, tres avemarías…
Y Zambrano descubrirá una secreta presencia del sacrificio en nuestra sociedad que se proclama no religiosa: si antaño, por la falta de sentido de la historia, el “sacrificio” parecía orientarse a lo más inmediato o a recuperar supuestos paraísos perdidos, hoy no desaparece como sacrificio pero puede ofrecerse más al futuro: en el pasado perdido y el futuro a crear, resplandece la sed y el ansia de una vida divina sin dejar de ser humana, una vida divina que el hombre parece haber tenido siempre como modelo previo (308).
Por eso, explicará nuestra autora: no hay sacrificio que el hombre de hoy deje de ofrecer al futuro. No hay sacrificio que, hundiendo tal vez sus raíces en otros motivos, no quede justificado, legitimado en nombre del futuro (304). El futuro, dios desconocido, se comporta como una deidad que exige implacablemente y sin saciarse que le sea entregado el fruto que va a madurar, el grano logrado, ese instante de calma, la paz de una hora (304).
De ahí a la poesía y a la filosofía.- La autora recurre aquí al vocablo griego apeirôn (75)[3] que puede dar lugar a la poesía: Convertir el delirio en razón, sin abolirlo, es el logro de la poesía (355). Pero un logro otra vez insuficiente, quepronto fue sustituido por la filosofía: porque filosófico es el preguntar y poético el hallazgo (73). El apeirôn es así sustituido por el uno de Parménides, segunda revelación alcanzada por la filosofía (75)…
Y nuestra autora parece sugerir que:
Con la pregunta filosófica el hombre se ha decidido a asumir su puesto en el mundo frente a los dioses, que antes de que se llegara a ese instante habían sido sus inspiradores: inspiradores de lo mismo que les había de superar (62). Y les había de superarporque: Nada hay que separe más a los hombres… que la diferencia nacida del dios a quien se sirve(82), comentará agudamente Zambrano.
Se trata ahora de descubrir al final el ser que hace ser (79). Pero tampoco acaba todo con la filosofía.
II.- “ILUSTRACIÓN”: NECESARIA E INSUFICIENTE
Con la filosofía, Aristóteles realizó una verdadera revolución, similar a la que supuso la llamada “Ilustración” en nuestro s. XVIII: pensarlo todo por sí mismo, humanamente, sin “inspiración” ni servidumbre a los dioses, sin compromiso de “salvar el alma”, sin más compromiso que el de llevar la pretensión del conocimiento a su plenitud (95)…
Esa revolución no fue fácil. Pero fue fecunda porque parece que: la suerte de la razón del vencido es convertirse en semilla que germina en la tierra del vencedor. La semilla, toda semilla ¿no está vencida cuando es enterrada? Y cuando revive de entre los muertos, donde se la arrojó, es porque se ha vencido enteramente a si misma (90).
Efectivamente,la razón aristotélica parece sufrir el mismo proceso descrito en la parábola jesuánica del grano de trigo, y esto ayuda a comprender el mérito que tuvo en su época la admiración y la opción de Tomás de Aquino por Aristóteles. Mérito que tampoco podrá ser perenne (como parecía pensar una parte de la teología escolástica sucesora de Tomás) porque Zambrano sabe también que la razón solo triunfa (como acaba de decir) cuando se ha vencido enteramente a sí misma (90). La razón que no se ha vencido a sí misma degenera en esos racionalismos que solemos desautorizar como “escolásticas”.
En cualquier caso, fue Aristóteles quien ganó en esta lucha (122). Y extrañamente, ese nuevo saber, la filosofía, llegó a descubrir, a “develar” la idea de Dios -y tuvo su mártir en Sócrates- (96). Tanto que: después, dioses, lo que se dice dioses, no podía haberlos. Solo el dios de Plotino será “más dios” que el de Aristóteles (122).
Pero esa victoria no es, no puede ser, definitiva. Porque, como ya se ha insinuado antes, las formas de lo divino se sienten en la ausencia y a lo más se entrevén (128). La misma razón es consciente de esto, y sabe que el darles forma permanente en una materia es para retenerlas en algo que, por fuerza, las encubre a la vez (128).
Incluso, ya antes de abordar el tema de Dios, la experiencia humana es que la visión perfecta jamás se logra y cuando vemos algo plenamente es algo cuya presencia no es plena… Y cuando la mirada encuentra al fin algo que responde a su demanda de ver enteramente, y a la necesidad de una pura y total presencia, es fugitivo y solamente dado en insinuación, en presentimiento (128).
Fugitivo y solo presentido. Así son los objetos de las pretendidas plenitudes humanas: por un lado afán de apresar pero, por el otro, temor de verse apresado por aquello que se escapa siempre. Y de estos dos ámbitos, temor de ser visto, ansia de ver, que definen la condición humana, es el temor quien primero proporciona el ámbito para el dios de la visión y de la inteligencia (129).
Dando ahora un paso más, estos dos ámbitos le permiten a Zambrano una primera comparación entre los dioses griegos y el Dios de Israel que ella formula así:
El hombre en Grecia no podía entrar en sí mismo; llevado por el afán de visión se exteriorizaba, se buscaba fuera de sí y creía solo encontrarse cuando, al fin, podía verse en el mundo inteligible, como una idea transparente al fin a la mirada (130).
En cambio: es el Dios de Israel quien hizo sentir en grado máximo al hombre el temor de ser visto, el afán de esconderse (129). Pero también: es Él quien, a través de Cristo, hace salir al hombre de sí, ofreciendo a la visión divina lo más oscuro y recóndito, el centro de su ser (130).
Sobre lo del Dios de Israel, recordemos la confesión de Sartre en “Los caminos de la libertad”, como razón de su ateísmo: Dios era como “un ojo que le mira”: una mirada incómoda de la que no podía escapar. Había quemado sin querer una alfombra y, cuando trataba de ocultar el desaguisado, se sintió mirado y censurado por Dios. Una mirada que nunca fue vivida por Sartre como la mirada cariñosa de unos padres que esperan que su niño hará bien las cosas y, por eso, es una mirada estimulante. Siempre fue vivida como la mirada de policía controlador. Si como expresa en Huis clos, la mirada al otro siempre es un juicio ¿qué será cuando esa sea la mirada de Dios a nosotros? [4]
En cualquier caso, ante esa humana dialéctica no resuelta del mirar y el ser mirado, poseer y ser poseído, tiene que concluir Zambrano que: la soledad humana sigue desamparada en la luz cuando no ha podido deshacer la resistencia, el ansia infinita contenida en toda vida…. Algo en la condición humana se resiste a esta luz del pensamiento, algo pasivamente resiste a esa actualidad de la inteligencia (131).
“Soledad desamparada”: recordemos que el Dios de Aristóteles no puede tener amigos ni amar, porque esto le haría dependiente del objeto amado. Parece entonces lógica la conclusión de nuestra autora: El dios de Aristóteles atraía hacia si todas las cosas “como el objeto de la voluntad y del deseo mueve sin ser movido por ellos”, mueve sin ser movido. Y bajo él, la esperanza más inconfesable de todas las que mueven el corazón del hombre quedaba sin respuesta: la esperanza entre todas, de ser visto, ser amado, mover a dios. El “Motor inmóvil” no respondía, ni siquiera podía permitir al hombre expresar esa su esperanza última y su primer anhelo oculto en la oscuridad de su corazón (132). De ahí también la insuficiencia de la filosofía por necesaria e imprescindible que sea: El dios de la filosofía no es quién sino qué (396).
No sé si Zambrano se consideraba o no cristiana. A veces habla con tanto respeto que uno tiende a pensar que sí. Pero, en este caso, su cristianismo quedaría demasiado inmerso en aquel pobre catolicismo hispano de los años cuarenta. Digo esto porque las dos citas anteriores parecen estar reclamando una referencia a la enseñanza de la primera carta de Juan con su canto a Dios como “Luz y Amor” a la vez: al amor que nos mira y la luz que nos permite ver. Tanto que la misma autora concluye con esta especie de lamento: Y aún todavía el amor, ese movimiento el más esencial de todos los que padece la vida humana… no será amor enteramente si eso que se mueve no logra al fin mover. Si es que no hay un Dios que sea movido por el hombre (132-33).
Pero ese Dios que, pese a su diafanidad total, llega a “ser movido por el hombre” es precisamente el que anuncia alborozada la primera carta de Juan, como “la gran palabra de la vida” (cf. 1 Jn, 1,2). Es pues lógico que el lector se quede esperando alguna referencia de este tipo. De hecho, Zambrano, aunque parece concluir aquí que eso sería la definición primaria y más amplia de lo divino: lo irreductible a lo humano (136), añade no obstante en otro momento: la intimidad era el don que trajo el cristianismo al abrir en el interior del hombre una perspectiva infinita (241).
Pero esa será una referencia posterior. Si nos atenemos a lo expuesto hasta aquí, parece que eso puede llevar, lógicamente, a las reflexiones siguientes de nuestra autora que intentaré exponer ahora en un tercer capítulo: un dios así tiene que morir. De hecho, hoy son muchos los teólogos que han intentado mostrar que la llamada “muerte de Dios” es un fenómeno que afecta propiamente a la idea general de Dios, no al Dios cristiano [5].
III.- MUERTE DE DIOS
Al ateísmo satisfecho de nuestra era, Zambrano parece decirle estas dos cosas: negar a Dios no significa que no exista; solo significa un cambio de nuestra relación con Él. Por tanto, lo que el hombre, moderno proclama es simplemente que de Dios ha perdido la idea, o que la rechaza. Nada más (385).
En primer lugar, pues: No se libra el hombre de ciertas “cosas” cuando han desaparecido, menos aún cuando es él mismo quien ha logrado hacerlas desaparecer… Así eso que se oculta en la palabra casi impronunciable hoy: Dios.
Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson
La publicación de hoy es del editor gerente de Bondings 2.0, Robert Shine, cuya biografía se puede encontrar aquí.
Las lecturas litúrgicas de hoy para Pentecostés (Misa de Vigilia) en las que se basa esta reflexión se pueden encontrar aquí. Tenga en cuenta que las lecturas de Pentecostés para la Misa del domingo son diferentes.
“Porque en esperanza fuimos salvos. Ahora la esperanza que ve no es esperanza. Porque ¿quién espera lo que ve? Pero si esperamos lo que no vemos, con perseverancia esperamos”. (Romanos 8:24-25)
Durante la semana pasada, leí sobre la decisión de Target de eliminar los artículos Pride de sus estantes, o al menos esconderlos en los rincones traseros de las tiendas. TikTok me mostró los videos de personas anti-LGBTQ+ que desmantelan las pantallas del Orgullo y acosan a los empleados, acciones que provocaron que la cadena minorista retrocediera. Nunca creí que el capitalismo arcoíris conduciría a la liberación queer, por lo que me siento ambivalente acerca de esta disputa corporativa. Aún así, la noticia me preocupa.
El Mes del Orgullo comienza en unos pocos días, y el momento difícilmente se siente como una celebración. Porque lo que me preocupa en este momento no es realmente sobre Target o Bud Light o cualquier corporación que venga después. Se trata de la creciente amenaza en los Estados Unidos no solo para nuestros derechos como personas LGBTQ+, sino también para nuestras vidas, en particular las personas trans o no binarias, y de estas, en particular las personas de color. La violencia manifiesta es común, pero, más común, es la “violencia de discriminación en cámara lenta menos obvia y menos visible”, como escribieron los obispos de EE. UU. en una carta pastoral de 1994.
Los logros obtenidos con tanto esfuerzo por el movimiento LGBTQ+ en los últimos años se están erosionando, y rápidamente. En su lugar, hay nuevas leyes que prohíben el cuidado de afirmación de género, censuran los planes de estudios escolares, prohíben el arrastre y más. La lectura de hoy de la Carta de Pablo a los Romanos habla de esperanza. Pero para las personas LGBTQ+ y nuestros seres queridos en este momento histórico, cuando tanto anda mal, ¿qué significa la esperanza?
Para mirar hacia adelante con esperanza, primero debemos mirar hacia atrás. Durante siglos, cuando la homosexualidad fue patologizada y criminalizada, muchas personas LGBTQ+ existieron de manera muy similar a los discípulos de Jesús después de la Resurrección: escondidos, el armario era una versión moderna del Aposento Alto. Pero los discípulos comenzaron a predicar las Buenas Nuevas, y Frank Kameny, uno de los primeros defensores LGBTQ+ en los EE. UU., proclamó “Gay is Good”. Los respectivos movimientos comenzaron a ser más visibles ya crecer.
Entonces el Espíritu Santo brotó—en Pentecostés y en el Orgullo. En Jerusalén, los discípulos de Jesús hablaron en lenguas. En Stonewall, los amigos de Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera tiraron ladrillos. Ambos grupos tenían en común una resistencia divinamente inspirada a las opresiones que aplastan a tanta gente, y la esperanza de un mundo justo.
En este momento, las personas LGBTQ+ y sus aliados en los EE. UU. nos encontramos nuevamente en un momento de incertidumbre. Donde hace tan solo unos años el horizonte de la igualdad aparecía más claro, ahora esa visión es mucho más borrosa y el horizonte parece más lejano.
San Pablo escribe que no podemos esperar lo que vemos. La esperanza se trata de creer en lo invisible. Hoy, mucho más allá de los eventos de Jerusalén y Stonewall, sabemos lo que sucedió: el cristianismo floreció y floreció el movimiento LGBTQ+. Pero esos primeros discípulos y activistas no sabían lo que sucedería con sus acciones. No podían ver lo que sucedería. Así que confiaron en la esperanza.
Esperar es una elección radical, no un sentimiento cálido o una emoción fugaz. Esperar es creer en la promesa de Dios de liberación invisible, incluso cuando la evidencia que tenemos ante nosotros parece demostrar lo contrario. Esperar es unirse a los discípulos de Jesús y los alborotadores de Stonewall para decir “sí” al movimiento del Espíritu de Justicia entre nosotros.
Cuando se le preguntó acerca de nuestro mundo atribulado, una hermana católica dijo una vez: “Tengo esperanza, pero no soy optimista”. A mí también me falta optimismo en estos días. Pero este Pentecostés y Orgullo, sigo a los discípulos y activistas antes que yo al elegir esperar en lo oculto. Y para sostenerme, me uno a su llamado centenario: “¡Ven, Espíritu Santo, ven!”
—Robert Shine (él/él), New Ways Ministry, 28 de mayo de 2023
Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero ya no está Jesús con ellos. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. No pueden escuchar sus palabras llenas de fuego. No pueden verlo bendiciendo con ternura a los desgraciados. ¿A quién seguirán ahora?
Está anocheciendo en Jerusalén y también en su corazón. Nadie los puede consolar de su tristeza. Poco a poco, el miedo se va apoderando de todos, pero no tienen a Jesús para que fortalezca su ánimo. Lo único que les da cierta seguridad es «cerrar las puertas». Ya nadie piensa en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Sin Jesús, ¿cómo van a contagiar su Buena Noticia?
El evangelista Juan describe de manera insuperable la transformación que se produce en los discípulos cuando Jesús, lleno de vida, se hace presente en medio de ellos. El Resucitado está de nuevo en el centro de su comunidad. Así ha de ser para siempre. Con él todo es posible: liberarnos del miedo, abrir las puertas y poner en marcha la evangelización.
Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Solo paz y alegría. Los discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre ha encomendado a Jesús.
Lo que necesita hoy la Iglesia no es solo reformas religiosas y llamadas a la comunión. Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un «nuevo inicio» a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Solo él ha de ocupar el centro de la Iglesia. Solo él puede impulsar la comunión. Solo él puede renovar nuestros corazones.
No bastan nuestros esfuerzos y trabajos. Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de horizonte, la liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de compartir el evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Pero hemos de aprender a acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Cuando Jesús vuelve a presentarse a los ocho días, el narrador nos dice que todavía las puertas siguen cerradas. No es solo Tomás quien ha de aprender a creer con confianza en el Resucitado. También los demás discípulos han de ir superando poco a poco las dudas y miedos que todavía les hacen vivir con las puertas cerradas a la evangelización.
Hechos de los apóstoles 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar Salmo responsorial: 103: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra. 1Corintios 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo Juan 20,19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo
El relato de Hechos que leemos en la primera lectura es una construcción del escritor lucano. Su finalidad es eminentemente teológica. No es un acontecimiento cronológico sino kairótico en la misma línea de la fiesta de la ascensión que celebramos y comentamos el domingo pasado. Lucas recoge la «fiesta de las semanas» del antiguo Israel. Esta fiesta se celebraba para conmemorar la llegada del pueblo al Sinaí. La entrega de las tablas de la Ley a Moisés en medio de truenos relámpagos y viento huracanado.
El redactor de Hechos toma los elementos simbólicos de resonancia cósmica para manifestar que es una intervención de Dios. Quiere significar la irrupción del Espíritu Santo en la historia humana. Es el comienzo de la etapa definitiva en la historia de la salvación. Es el comienzo de la predicación del evangelio por parte de la Iglesia apostólica. Estos elementos también recuerdan el anuncio profético del «Día del Señor». Este pasaje entrelaza elementos históricos y escatológicos. El Espíritu empuja a la Iglesia más allá de las fronteras geográficas y culturales. Por eso todos entienden el mensaje en su propia lengua. Allí se han dado cita todos los pueblos hasta entonces conocidos indicando la universalidad del mensaje evangélico. Otro elemento importante es el aspecto comunitario: los discípulos están reunidos en comunidad y el anuncio inaugura una nueva comunidad.
En la primera de Corintios Pablo enfatiza la acción del Espíritu en la vida de los creyentes y en la construcción de la Comunidad eclesial. Conciente de las divisiones que se vivían al interior de esta comunidad insiste en que los dones, los carismas, los ministerios y los servicios proceden de un mismo Espíritu. Por lo tanto todos los carismas, dones y ministerios están en función del crecimiento de la Iglesia. La acción del Espíritu cualifica la misión de la Iglesia en el mundo y no sólo para la santificación individual. El Espíritu articula interiormente la misión de Jesús y la misión de la Iglesia.
El cuarto evangelio presenta dos escenas contrastantes. En primer lugar, los discípulos encerrados en una casa, llenos de miedo y al anochecer. En segundo lugar, la presencia de Jesús que les comunica la paz, les muestra sus heridas como signo de su presencia real, se llenan de alegría y Jesús les comunica el Espíritu que los cualifica para la misión. El miedo, la oscuridad y el encerramiento de «la casa interior» se transforman ahora con la presencia de Jesús en paz, alegría y envío misionero. Son signos tangibles de la acción misteriosa y transformante del Espíritu en el interior del creyente y de la comunidad. Resurrección, ascensión, irrupción del Espíritu y misión eclesial aparecen aquí íntimamente articuladas. No son momentos aislados sino simultáneos, progresivos y dinamizadores en la comunidad creyente.
Jesús cumple sus promesas. Les ha prometido a sus discípulos que pronto regresará, que nos les dejará solos. Les ha dicho que el Espíritu Santo de Dios les asistirá para que entiendan todo lo que él les ha anunciado. Así lo hace. Ahora les comunica el Espíritu que todo lo crea y lo hace nuevo. Jesús sopla sobre ellos como Dios sopló para crear al ser humano. Ellos son las personas nuevas de la creación restaurada por la entrega amorosa de Jesús.
La violencia, la injusticia, la miseria y la corrupción en todos los ámbitos de la sociedad nos llenan de miedo, desaliento y desesperanza. No vemos salidas y preferimos encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros asuntos individuales y olvidarnos del gran asunto de Jesús. Entonces es cuando él irrumpe en nuestro interior, traspasa las puertas del corazón e ilumina el entendimiento para que comprendamos que no nos ha abandonado. El sigue presente en la vida del creyente y en el seno de la comunidad. Sigue actuando a través de muchas personas y organizaciones que se comprometen a cabalidad para seguir luchando contra todas las formas de pecado que deshumanizan y alienan al ser humano. El Espíritu de Dios sigue actuando en la historia aunque aparentemente no lo percibamos. No es necesario hacer tanta bulla para decir que el Espíritu está actuando. Muchas veces no lo sentimos porque actúa en forma muy sencilla a través de gestos que pueden pasar desapercibidos.
¿Qué signos de la presencia dinamizadora del Espíritu de Dios podemos percibir en nuestra vida personal, familiar y comunitaria? ¿Conocemos personas que actúan bajo la acción del Espíritu? ¿Por qué? ¿Qué podemos hacer para descubrir y potenciar los dones y ministerios que el Espíritu sigue suscitando en personas y comunidades?
En la Ascensión (21.5.) se cumple el ciclo pascual, que comenzaba con el Padrenuestro: Venga tu Reino. En Pentecostés (28.5) se celebra su plena encarnación, su presencia de Cielo, pues ha ido diciendo: “estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”, yo mismo seré vuestro Espíritu Santo (Mt 28, 16-20).
El símbolo de la “ascensión o subida” ha sido más utilizado por los evangelios de Lucas… y resulta inseparable del símbolo del descenso o venida de Dios, con el que comienza todo el ciclo de la liturgia y de la vida humana: El Verbo de Dios se ha hecho carne (Jn 1, 14), venga a nosotros tu Reino.
— El cielo de “arriba” es el final y utopía del camino de la historia de los hombres, un camino iluminado y potenciado por Jesús. Pero, al mismo tiempo, ese cielo es la presencia del Reino de Dios en la vida de los hombres. que Jesús ha iniciado con su vida y entrega de amor, un camino en el nosotros mismos vamos siendo “cielo” (Reino) por la presencia del Espíritu de Cristo;
— El cielo es el trono de Dios donde Jesús está “sentado a la derecha del Padre”… en el que nosotros, absortos en Dios seremos para siempre en vida transformados. Pero, al mismo tiempo, el cielo es el amor de vida que vamos compartiendo, unos en otro y con otros, en el trono y mesa donde estamos llamados a sentarnos en comunión de amor, poniendo en el centro del “banquete” (del pan y de la libertad) a los expulsados de la historia, a los pobres, humillados..
INTRODUCCIÓN
El símbolo “dogma” de la Ascensión contiene una serie de elementos simbólicos (alguien diría “míticos”) que son muy importantes en la historia cultural y religiosa de la humanidad. Así han de tomarse, como “símbolos”, buscando pues el sentido profundo del lenguaje
Arriba y abajo, vivir, caminar, serEn la mayoría de los pueblos el “cielo” (es decir, la plenitud de la vida) está arriba (y el infierno, la destrucción, está abajo); por eso, subir es purificarse, ascender de la tierra de muerte a la altura de Dios… Así tenemos un universo en tres pisos: Infierno, tierra y cielo…
Pero hoy sabemos que en sentido cósmico no hay arriba ni abajo, que el universo no tiene tres pisos, sino que es una especie de todo en el que todas las cosas están implicadas… Por eso, muchos en vez de subir prefieren hablar de “ahondar”, penetrar en la hondura de misterio. Más que la altura, Dios sería la profundidad, movimiento y plenitud de la vida de los hombres, pues en él vivimos, nos movemos y somos (Hch 17, 28)
Cielo, tierra. El cielo aparece ante todo como el horizonte superior del cosmos, lleno de astros y estrellas, como signo divino. Así lo han visto los Chinos en Oriente, y los Aztecas e Incas en Occidente. Así lo han visto griegos, romanos y vascos (que presentan a Dios como Jaun Goikoa, Señor del Alto). Pero ése es un símbolo antropológico, más que cósmico, y el mismo Kant, gran racionalista) se emocionaba mirando el cielo en la noche… aunque sabía (y hoy saben mejor los astro-nomos) que el cielo no es la altura sino la inmensidad cósmica hecho de frío y de expansión de fuerzas que no controlamos.
Vivir, transformarse, ser… Los héroes tienen que subir a la montaña cósmica, llegar a la altura, encontrar su identidad… Jesús ha logrado “subir”. Nadie había llegado hasta el “cielo de Dios”, Jesús ha llegado, ha culminado su camino, nos ha abierto una senda para llegar a nuestra verdad… Estamos hechos para ascender, para encontrar nuestra verdad. Pero la verdadera subida es el descubrimiento de nuestra identidad, ser lo que somos cambiarnos en la misma vida, esto es en el tiempo de nuestra identidad.
Estar sentado a la derecha de Dios en Cristo, de forma que él sea nosotros y nosotros seamos él, al mirarnos porque Dios es la entrada en la vida, como en el icono de la Trinidad de Rublev donde somos al mirarnos, dándonos luz (esto es, dándonos vida) .
Por un lado, el cielo está “arriba”, desde siempre y para siempre. El Cielo es Dios. Así le han visto no sólo algunos grandes Salmos judíos, sino todo el pensamiento griego: El Cielo de Platón es la altura de la vida… Salvarse es subir al cielo.
Pero, en otro plano, el cielo está en el futuro y se identifica con el Reino que vendrá… No hay cielo todavía, habrá cielo cuando Jesús culmine su obra, como muestra el Apocalipsis. No se trata pues de subir al cielo (dejando la tierra), sino de llegar al cielo caminando desde la tierra…
PLENITUD PASCUAL DE JESÚS, ASCENSIÓN AL CIELO
Jesús no ha venido para tomar a los hombres y llevarles (subirles) al cielo que está arriba, como quería un tipo de idealismo popular, como a veces se ha pensado. Él ha venido para estar, para ser la vida de nuestra vida la carne de nuestra carne, el espíritu de nuestro espíritu.
– EVANGELIO DE MATEO. Jesús no se va, sino que queda en la montaña desde la que envía a sus seguidores y les acompaña y asiste hasta el día de la consumación del mundo: Yo estoy con vosotros… Éste Jesús aparece así como el “Dios con los hombres”, conforme al motivo central de la tradición de la alianza israelita. Esta nueva forma de ser y de estar presente define su compromiso mesiánico, ya culminado en un sentido en la Pascua (Mt 28, 20).
– PABLO Y JUAN, APOCALIPSIS…. Jesús no se va, sino que está con sus amigos y con todos, como espíritu de vida (tradición paulina), como vida y luz que alumbra (Juan)… No hay según eso Ascensión, sino revelación pascual, Jesús está presente en el camino de sus discípulos, dirigiéndoles al futuro de su reconciliación total que es el Reino de Dios.
– ASCENSIÓN, LUCAS Y HECHOS DE LOS APÓSTOLES. Pues bien, al lado de esas perspectivas, la dogmática cristiana ha resaltado de manera constante y uniforme una visión que, enraizada en el AT (Sal 110, 1), supone que el Kyrios o Señor está sentado, a la Derecha de Dios Padre, en ámbito de cielo, culminada la historia, enviando su Espíritu. Esa es la tradición que aparece al final del Evangelio de Lucas y al principio del libro de los Hechos, la que se ha vuelto dominante en la tradición del “credo” de la Iglesia que dice:
Subió a los cielos, está sentado a la Derecha de Dios Padre…
– Espacio. Hech 2, 33-34, reasumiendo una de las tradiciones más antiguas de la iglesia, dice que “habiendo sido elevado a la derecha de Dios…. “. De esa forma evoca la existencia de un espacio superior, de un campo de ser o realidad más alta donde viene a expandirse y reflejarse el poder de lo divino (=su derecha). En esta línea se añade que Jesús ha sido recibido o acogido en el cielo, lugar de plenitud, espacio de Dios (cf. Hech 3, 21; Ef 6, 9; Col 4, 1; Hebr 8, 1). Podemos preguntar: ¿no habremos separado a Jesús de nuestra tierra, creando de esa forma un tipo de geografía mítica que le acaba desligando de la historia? ¡De ninguna forma! Estar sentado “en el cielo” significa estar viviendo unos en otros.
– Tiempo. Hebr 1, 3 afirma que después de realizar la purificación de los pecado… se sentó a la Derecha de la Majestad, en las Alturas, vinculando de esa forma espacio superior (cielo geográfico) y tiempo futuro (cielo de culminación histórica). De esa forma se unen, en relación inseparable, el aspecto cósmico e histórico de la salvación, personalizados para siempre en el Jesús pascual, exaltado y ascendido al cielo. El mismo ascenso espacial aparece como plenificación histórica: se ha cumplido el tiempo, Jesús ha perdonado el pecado de los pueblos y ha penetrado por (con) nosotros en la altura de Dios.
Por eso el “Tiempo Futuro” (Cristo está sentado ya) es de un modo radical el “tiempo histórico” del compromiso por los hombres, y en los hombres. El mismo Cristo que, en un sentido, ha culminado su camino es el que sigue caminando con los hombres, sufriendo en ellos, animando en ellos la marcha hacia el Reino de la Pas Completa. En la base este gesto (Ascensión) está por tanto la entrega pascual (Jesús ha cumplido su tareas), el compromiso de sus seguidores (que se unen a Jesús en la entrega por el Reino)… y la esperanza del futuro de la meta la plenitud o salvación para los humanos.
– Compañía. Dios Trinidad Un humano puede sentarse en solitario para descansar, pensar, mandar, encontrándose aislado o teniendo a los demás delante de él, separados de su sede, en actitud de esucha reverente. Pues bien, existe una manera más perfecta de sentarse que se realiza en amistad y celebración y exige compañía. La riqueza y calidad de esa sesión está en el valor personal de los acompañantes. Por eso, nuestro texto añade que Jesús “se sentó a la derecha de Dios Padre”. De esa forma se personalizan las cuestiones anteriores de espacio y tiempo: la Ascensión y Sesión de Jesús se convierte en signo de comunicación: es momento de diálogo, tiempo de amor compartido. Jesús y el Padre, sentados y dialogando en el Espíritu, aparecen de esa forma como espacio y tiempo de vida para los humanos, como principio de toda comunión, en el doble plano:
Comunión divina: Jesús y el Padre son principio de toda comunión, son fuente del Espíritu Santo. Por eso, la Ascensión (sesión de Jesús con el Padre) es el principio del que brota el Espíritu, es la fuente de Pentecostés. En algún sentido, ésta es ya la Fiesta de la Trinidad, del Dios cumplido, completo. b. Comunión humana: Jesús lleva consigo a los hombres…, a lo largo del camino de la historia, abriendo un espacio de salvación para ellos. Dios asume nuestro espacio y nuestro tiempo en Cristo, de quien podemos y debemos afirmar que se ha sentado junto al Padre, abriendo para los hombres un camino de reconciliación.
– Se ha sentado para descansar. La redención se ha cumplido “ya” Es como el hombre o mujer que, a la caída de la tarde, toma asiento ante la casa o en el centro de ella, recibiendo a familiares, amigos y conocidos. De manera semejante se sentó Jesús en el brocal del pozo antiguo de Siquén, al borde de camino fatigoso (cf. Jn 4, 5-6). Ahora lo hace en su sede final, pues el trayecto ha sido duro y su acción arriesgada: está sentado porque ha terminado su tarea y porque quiere mantener, plenificar lo realizado. Hebr 10, 12 añade que perpetúa ante el Padre su gesto de entregar en favor de los humanos, ofreciendo por ello su sangre (es decir, su vida). La redención se ha cumplido, se ha desvelado el misterio. Jesús no es un héroe errante, sin meta. Su vida tiene una meta: La plenitud de los hombres en Dios.
– Se ha sentado para gozar, para que gocemos. Jesús ha ofrecido el mensaje de su felicidad a los humanos y ahora quiere compartir con ellos el reino conseguido, en experiencia de intensa compañía. Desde esa perspectiva es importante señalar que Jesús está sentado y no acostado: vela con los suyos y no duerme; se interesa por los hombres y mujeres de la tierra, no se olvida. No ha pasado por la historia para abandonarla en descampado, sino para gozar con los suyos la alegría de la acción bien hecha, el placer de la existencia compartida. Por eso, la fiesta de la Ascensión es una fiesta de gozo y alegría por la “victoria de Dios”, realizada y cumplida en Cristo. La vida tiene un sentido, estamos ya salvados… como saben los discípulos de Pablo, cuando dicen en las cartas a los colosenses y efesios que ya estamos, de hecho (en el fondo) sentados con Cristo en el cielo, glorificados, en plenitud…
– Se ha sentado para reinar, ha llegado el Reino de Dios. No escapa y se refugia a solas, en gesto de olvido. Por el contrario, Cristo coloca el trono de su gloria en el mismo campo de lucha de la historia, para acompañar a los humanos más amenazados. Allí se sienta con autoridad suprema, no para imponerse con violencia sobre los demás, sino para ayudarles en la marcha de la vida. De esa forma actualiza el reinado de Dios sobre el mundo: se sienta en el trono para acompañar mejor a los humanos, en gesto de paz, superando con su entrega de amor la violencia de la historia. Frente a los príncipes y señores que emplean el poder para imponerse, Jesús reina para ofrecer libertad y alegría a los humanos. Ahora se cumple la verdad del Padre Nuestro: El mismo Dios Padres es el Reino… por eso decimos “venga tu Reino”, que venga Dios… Pues bien, ahora sabemos que el Reino está llegado, el Reino es la presencia y plenitud de Dios, que se manifiesta por Cristo, como futuro de salvación ya presente…. Por eso, creer en la Ascensión significa comprometernos a instaurar el Reino de Dios, la justicia, la fraternidad
– También se ha sentado para juzgar y redimir (Icono Trinitario). El credo actual, manteniendo una división ilustrativa (propia de la teología de Lc-Hech), distingue entre sesión presente (Jesús está elevado a la derecha del Padre) y juicio futuro (ha de venir…). La tradición más antigua ha vinculado ambos gestos: “veréis al Hijo del humano sentado a la derecha de Poder (=Dios) y viniendo en las nubes del cielo” (cf. Mc 14 62 par); el mismo Jesús que está sentado y comparte la gloria de Dios está viniendo para culminar el juicio mesiánico. La misma cátedra de su descanso y gozo, de su reinado y magisterio, aparece así como promesa de juicio salvador: viene Jesús para ofrecer a los humanos el misterio de su gracia transformante. En ese sentido el “juicio” es necesario, es necesario el discernimiento entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia, entre la comunión de vida y la opresión… El Cristo que Reino sigue impulsando a los hombres a vivir en justicia, a liberar y redimir… Así lo mostraba el Icono Trinitario de Santo Tomás in Formis (año 1210), donde el Cristo sentado vincula a blancos y negros, esclavos y libres, para iniciar en la tierra un camino de reconciliación, de liberación.
– Se ha sentado para comer y celebrar (Icono de la Trinidad de Roublev).
Las palabras griegas que la tradición emplea en cada caso son semejantes: kathesthai (sentarse) y anakeisthai, anaklinein (recostarse). Jesús mismo ha destacado la felicidad de aquellos que participarán en el banquete del reino (cf. Lc 14, 15; Mt 8, 11 par): al final de su camino sobre el mundo, él ha querido celebrar con los suyos un banquete, ofreciéndoles su vida en alimento (cf. Lc 22, 14-20 par). Pues bien, esa comida de agradecimiento, esa eucaristía culminadora se vuelve banquete mesiánico (cf. Mt 22, 1-14 par). Se completa así lo que Jesús ha comenzado a realizar en Galilea, como mesías del pan, de la comida mesiánica de las multiplicaciones y la cena (cf. Cap. 1, 1, 4).
Jesús y los suyos, todos los humanos, han sido creados para sentarse y gozar, para comer juntos, compartiendo la existencia. Por eso, la sesión celeste del Señor debe interpretarse como plenitud eucarística, celebración desbordante de la vida. Así lo muestra el Icono de la Trinidad de Roublev, donde Cristo está sentado con el Padre y el Espíritu, ofreciendo su banquete, el banquete de Dios, a todos los hombres.
La sesión del Cristo nos conduce hasta la meta gozosa y misteriosa de la historia, hasta el lugar y tiempo ya cumplido donde el mismo Dios se expresa como banquete de amor para todos. Así se vinculan por siempre los dos signos preferidos de Jesús: banquete y bodas, sentarse en comida nupcial, reclinarse y recostarse, en amor que no se acaba, convirtiendo la vida en transparencia de gracia. Sentarse es ya vivir en plenitud: llegar hasta el lugar donde la fuente de la vida se hace meta de gozo culminado, plaza y avenida gozosa de existencia, en comunión de mesa y lecho, en ciudad de amor transfigurado (cf. Ap 21-22).
A LA DERECHA DEL PADRE. DE ASCENSIÓN A PENTECOSTÉS
Así recibe Jesús en intimidad y apertura universal el poder de lo divino, compartiendo su reino de gracia, fundando un tiempo de entrega y plenitud para los humanos. En esta perspectiva pueden y deben vincularse dos experiencias:
– En el tiempo de su vida, Jesús se sentó con los pobres del camino, ofreciéndoles palabra y asistencia. Vivió para los otros (pro-existencia), convirtió su vida en alimento y comunión de todos los humanos.
– Culminada su historia, Jesús se sienta con el Padre, ofreciendo a todos la intimidad de su diálogo con Dios, en felicidad compartida. No abandona a los humanos, sino que los eleva a la derecha de su Padre. Historia final, plenitud de Dios:
Una morada para todos Así pasamos del camino de la historia mesiánica (Jesús sentado con los pobres) a su plenitud de reino (les ofrece el misterio trinitario). Ha culminado la historia pascual, el despliegue intradivino: el Padre ha engendrado a Jesús y Jesús le ha entregado (devuelto) su vida, en comunión ya realizada. Pues bien, en el camino de esa entrega mutua que es la comunión eterna venimos a sentarnos los humanos. No nos abandona Jesús, sino todo al contrario: ha subido al trono para ofrecernos un espacio de vida a su lado.
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