Llevo unas semanas de estancia al norte de Portugal y, si se tratara de una mera cuestión de climatología, está claro que tendría que haber cambiado de destino por uno que, en estos meses, tuviera un clima más… tropical. Al índice de humedad, ya alto de por sí, se le añade esa costumbre invernal de los lugares del norte que, de tanto estar por Granada, se me había olvidado de mi Bilbao natal: llover.
La borrasca Herminia tampoco ha colaborado demasiado en este retorno mío a los lugares lluviosos, pues ha habido días en los que una servidora ha comprobado por propia experiencia que, a pesar de la fuerza del viento, son sus dimensiones y no la fuerza de la gravedad lo que le sujeta al suelo y le impiden salir volando paraguas en mano, como si de una nueva ‘Mary Poppins’ se tratara. A pesar de que, a su paso, la amiga Herminia había dejado calles bastante semejantes a piscinas públicas, el agua es un compañero tan habitual de los habitantes de Braga que sus calles drenan a una velocidad que me resultó muy llamativa.
Con todo esto, no sorprende que el musgo y la vegetación campen a sus anchas, no solo en los espacios que les son más propios, sino también ahí donde parece que no habría espacio para su crecimiento. Muchas paredes, el empedrado de sus vías y un número nada desdeñable de troncos de árbol están cubiertos por una capa verde, más o menos fina.
Y es probable que sea una tontería, pero, ante esta imagen, me viene el asombro que sugiere esa parábola propia del evangelio de Marcos que provoca contemplar cómo la semilla crece sin que el sembrador sepa cómo (cf. Mc 4,26-27). No es que me admire cómo se produce ese fenómeno, obviamente, sino el hecho de que crezca algo ahí donde parece que nada puede arraigar. Donde parece que es imposible que brote algo, la humedad y la lluvia colaboran en una especie de milagro cotidiano y desapercibido: que los adoquines y los troncos alberguen una vida que no viene de ellos.
Algo parecido nos sucede a cada uno de nosotros. Aunque haya aspectos de nuestra vida que nos parezcan duros como la piedra de las calles de Braga o rugoso e inquebrantable como la corteza de un árbol, cualquier ranura puede convertirse en espacio suficiente para que, si se dan las condiciones necesarias, pueda surgir aquello que no esperamos y que nos parece impredecible.
Así nos sucede también en lo que se refiere a la relación con Dios, que tiene la costumbre de aprovecharse de nuestras grietas para colarse en nuestra existencia de un modo nuevo, generando vida ahí donde parecía insospechable,haciéndonos crecer ahí donde nunca lo hubiéramos dicho y convirtiendo en ganancia aquello que nos podía parecer una pérdida irreparable. Está claro que el norte de Portugal en esta época se parece bastante poco al Caribe, pero este paisaje, urbano pero lleno de verdor, me ayuda a agradecer todas esas tormentas capaces de hacer germinar en nosotros lo que parecía imposible.
Estamos en un gran tribunal. En el centro y arriba, Dios. Alrededor y bajando María, los ángeles, santos y la comunidad de hermanos. Confesamos a Dios Todopoderoso. Que nos perdone. Pero como no nos fiamos y tenemos miedo, pedimos a María, a los hermanos, a los santos, a los ángeles que intercedan por nosotros. Los tenemos como abogados defensores.
¿Es que no confiamos en Dios? ¿No le sentimos como perdonador, siempre y en toda ocasión? Él es siempre perdón. De nosotros depende si aceptamos su perdón o no.
No lo rezo porque me fío y confío en Padre misericordioso que sale en todo momento a mi encuentro como hijo pródigo y confío en su perdón y en que me concede su anillo porque me ama siempre y en toda ocasión.
Me fío de Dios todo bondadoso y misericordioso. Es como en la Eucaristía cuando rezo: “Señor, sí soy digno de que entres en mi casa porque una palabra tuya ha bastado para sanarme”. Lo veo más como positivo.
Y da la impresión de que en el sustrato de la Iglesia prevalece el sentido de pecado. No nos anuncia la alegría de Dios.
Lo podemos ver en otra oración muy popular “LA SALVE”: “Desterrados en este valle de lágrimas”. Tan triste es la vida… LO que fue un género literario se acepta como verdad de fe y la manifestamos en el rezo. Y además pedimos ayuda a María para que seamos dignos de “alcanzar”… Con Jesús resucitado todo nos es posible.
Me gustaría más un rezo positivo. Como, lo digo a todas horas, el “Magníficat”. Reconocernos bendecidos por Dios y colmados de su Amor en el mundo de los pobres y desvalidos. Me lleva más al compromiso con Dios en bien de los hermanos.
Soy típicamente optimista. Me gusta hacer todo lo posible para asumir las mejores intenciones de las personas, tener en cuenta los posibles traumas subyacentes que podrían explicar el mal comportamiento y, en general, esperar que todas las cosas estén obrando para bien de alguna manera aún por verse, incluso cuando todas las señales indican lo contrario.
Y, sin embargo, seré honesta al decir que estas últimas semanas trabajando en la intersección de la fe y la justicia en medio de oleadas de órdenes ejecutivas, miedo y caos han puesto a prueba mis habilidades para encontrar ese lado positivo.
A primera vista, las lecturas de las Escrituras de hoy ofrecen una visión igualmente desoladora de la naturaleza humana, o al menos nos advierten que no pongamos nuestra esperanza en las capacidades de la humanidad para trabajar en pos de la construcción de la Comunidad Amada. En su típica manera cascarrabias, el profeta Jeremías declara que quienes tienen esperanza en los esfuerzos humanos son “como un arbusto estéril en el desierto que no disfruta del cambio de estación”.
A mediados de febrero en Nueva Inglaterra, bajo condiciones climáticas opuestas, pero igualmente extremas, esa imagen se siente especialmente desoladora. Cuando la actual administración presidencial tiene en la mira a las personas transgénero y se intenta borrar sus identidades, impedirles participar en deportes, limitar sus opciones laborales y negarles atención médica que podría salvarles la vida, puede parecer que Jeremías tiene razón en cuanto a depositar la esperanza en las obras de los seres humanos, especialmente en aquellos que tienen poder y privilegios.
El Sermón de Jesús en la llanura en el Evangelio de Lucas retoma esta condena del poder y el privilegio al predicar bendiciones para quienes sufren, son excluidos, ridiculizados y denunciados. Esta inversión radical de la bendición y la esperanza (que los más oprimidos sean amados por Dios y mantenidos cerca de la presencia de Dios) no significa que simplemente nos quedemos de brazos cruzados mientras la comunidad LGBTQ+ es el blanco del odio y la discriminación. Más bien, esta inversión sirve como recordatorio de que este mundo todavía está muy lejos de la visión de Dios para todos nosotros y que tenemos mucho trabajo por delante mientras construimos una solidaridad arraigada en la esperanza y el amor.
Jeremías imagina que quienes confían en Dios son como un árbol plantado cerca de un río que corre, siempre nutrido y que da fruto. Así también nosotros debemos enraizarnos firmemente en nuestro compromiso de que todas las personas deben florecer como imagen de Dios y en el amor incesante de Dios por cada uno de nosotros, tal como somos. Debemos extender nuestras propias raíces para hacer esta obra.
Si bien el recordatorio de las Escrituras es que debemos depositar nuestra esperanza firmemente en Dios y no en la humanidad, se necesitan nuestras manos, pies y corazones muy humanos para sembrar el amor en lugar del odio y la inclusión en lugar de la división.
—Angela Howard McParland (ella), New Ways Ministry, 16 de febrero de 2025
Acostumbrados a escuchar las «bienaventuranzas» tal como aparecen en el evangelio de Mateo, se nos hace duro a los cristianos de los países ricos leer el texto que nos ofrece Lucas. Al parecer, este evangelista –y no pocos de sus lectores– pertenecía a una clase acomodada. Sin embargo, lejos de suavizar el mensaje de Jesús, Lucas lo presenta de manera más provocativa.
Junto a las «bienaventuranzas» a los pobres, el evangelista recuerda las «malaventuranzas» a los ricos: «Dichosos los pobres… los que ahora tenéis hambre… los que ahora lloráis». Pero, «ay de vosotros, los ricos… los que ahora estáis saciados… los que ahora reís». El Evangelio no puede ser escuchado de igual manera por todos. Mientras para los pobres es una Buena Noticia que los invita a la esperanza, para los ricos es una amenaza que los llama a la conversión. ¿Cómo escuchar este mensaje en nuestras comunidades cristianas?
Antes que nada, Jesús nos pone a todos ante la realidad más sangrante que hay en el mundo, la que más le hace sufrir, la que más llega al corazón de Dios, la que está más presente ante sus ojos. Una realidad que, desde los países ricos, tratamos de ignorar, encubriendo de mil maneras la injusticia más cruel, de la que en buena parte somos cómplices nosotros.
¿Queremos continuar alimentando el autoengaño o abrir los ojos a la realidad de los pobres? ¿Tenemos voluntad de verdad? ¿Tomaremos alguna vez en serio a esa inmensa mayoría de los que viven desnutridos y sin dignidad, los que no tienen voz ni poder, los que no cuentan para nuestra marcha hacia el bienestar?
Los cristianos no hemos descubierto todavía la importancia que pueden tener los pobres en la historia del cristianismo. Ellos nos dan más luz que nadie para vernos en nuestra propia verdad, sacuden nuestra conciencia y nos invitan a la conversión. Ellos nos pueden ayudar a configurar la Iglesia del futuro de manera más evangélica. Nos pueden hacer más humanos: más capaces de austeridad, solidaridad y generosidad.
El abismo que separa a ricos y pobres sigue creciendo de manera imparable. En el futuro será cada vez más difícil presentarnos ante el mundo como Iglesia de Jesús ignorando a los más débiles e indefensos de la Tierra. O tomamos en serio a los pobres o nos olvidamos del Evangelio. En los países ricos nos resultará cada vez más difícil escuchar la advertencia de Jesús: «No podéis servir a Dios y al Dinero». Se nos hará insoportable.
Jeremías 17, 5-8: Maldito quien confía en el hombre; bendito quien confía en el Señor. Salmo responsorial: 1: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor. 1Corintios 15, 12. 16-20. Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido. Lucas 6, 17. 20-26: Dichosos los pobres; ¡ay de vosotros, los ricos!
El texto de Jeremías pertenece a un pequeño bloque compuesto por tres oráculos de estilo sapiencial (Jr 17,5-8; 17,9-10 y 17,11). Jr 17,5-8 parafrasea el Sal 1. Presenta el contraste entre el que confía y busca apoyo en «un hombre» o «en la carne», y el que confía o tiene su corazón en el Señor. Entonces, ¿la invitación es a no confiar en el otro? No. Aquí se entiende hombre como carne, que significa debilidad y caducidad humana manifestada en el egoísmo, la corrupción, etc. Por tanto, la invitación de Jeremías es a no confiar en las autoridades de su tiempo que se han hecho débiles, por no defender la Causa de Dios que son los débiles, sino la causa de los poderosos de su tiempo. En este sentido, el que confía en la carne será estéril, es decir, no produce, no aporta, no contribuye al crecimiento de nada. Por eso es maldito. En cambio, el que opta por Dios, será siempre una fuente de agua viva que permite crecer, multiplicar, compartir, y sobre todo, no dejar nunca de dar fruto.
Todo el capítulo de esta carta a los corintios se refiere a la resurrección de los muertos, por las dudas que se habían suscitado en la comunidad de Corinto sobre la resurrección misma de Cristo. Pablo, a través de los “absurdos” -estilo literario típico de los razonamientos rabínicos-, ahonda sobre el impacto trascendental que debe tener la resurrección de Cristo en la vida del creyente. Sólo la fe en Cristo resucitado fortalece nuestra esperanza de resurrección. A partir de una negación de la resurrección Pablo alista sus argumentos. Comienza con una pregunta que refleja su indignación: “Si proclamamos un Mesías resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos ahí que no hay resurrección de los muertos?” (v. 12).
El primer absurdo es negar nuestra resurrección porque niega la resurrección de Cristo (v. 16). El segundo absurdo, es que al negar la resurrección de Cristo echamos por la borda nuestra fe y el proceso de conversión y experiencia cristiana llevado hasta el momento. Estaríamos ante una fe virtual (v. 17). El tercer absurdo deja sin esperanza a los creyentes que han muerto en Cristo y a los que creen que no morirán para siempre (v. 18-19). El v. 20 cambia los absurdos por una certeza innegociable: Cristo sí resucitó, y además es primicia de los que ya murieron.
Las Bienaventuranzas con los pobres de protagonistas y las malaventuranzas (los ayes) con los ricos como destinatarios, continúan el plan programático de Jesús en el evangelio de Lucas.
Las Bienaventuranzas son una forma literaria conocida desde antiguo en Egipto, Mesopotamia, Grecia, etc. En Israel tenemos varios testimonios en la Biblia, especialmente en la literatura sapiencial y profética. En los salmos y en la literatura sapiencial en general, se considera bienaventurada a una persona que cumple fielmente la ley: “Bienaventurado el hombre que no va a reuniones de malvados ni sigue el camino de los pecadores… mas le agrada la ley del Señor y medita su ley de día y de noche” (Sal 1,1); “Bienaventurados los que sin yerro andan el camino y caminan según la ley del Señor” (119,1).
Las malaventuranzas o los “ayes” son más comunes en los profetas, en momentos donde se quiere expresar dolor, desesperación luto o lamento por alguna situación que conduce a la muerte: “Ay de los que disimulan sus planes y creen que se esconden de Yahvé” (Is 29,15); “ay de estos hijos rebeldes, dice Yahvé, que traman unos proyectos que no son los míos…” (Is 30,1). También para llamar la atención de los que acaparan: “¡ay de los que juntáis casa con casa, y añadís campo a campo hasta que no queda sitio alguno, para habitar vosotros solos en medio de la tierra!” (Is 5,8); “¡Ay de los que decretan estatutos inicuos, y de los que constantemente escriben decisiones injustas!” (Is 10,1). Las Bienaventuranzas y maldiciones de Jesús con relación a las del AT tienen diferencias fundamentales. En la literatura sapiencial del AT se insiste en un comportamiento acorde con la ley para poder ser bienaventurado, en el evangelio en cambio, Jesús no exige ningún comportamiento ético determinado, como condición para ser declarado bienaventurado. Simplemente los pobres (anawin), los que lloran, los perseguidos… son bienaventurados.
Comparando las bienaventuranzas de Lucas con las de Mateo encontramos algunos datos interesantes. El lugar del discurso según Mateo es la montaña, con la intención de releer la figura de Jesús a la luz de la de Moisés en el Sinaí. Según Lucas es en un llano. Muchos incluso los diferencian llamándolos “sermón de la montaña” o “sermón del llano”. En las primeras bienaventuranza Mateo tiene una de más: “bienaventurados los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia” (Mt 5,5). En total, Lucas tiene cuatro que son equivalentes a las nueve de Mateo. En Mateo hay una inversión con relación a Lucas, pues aparecen los “hambrientos” detrás de los “afligidos”. En Mateo están redactadas en tercera persona mientras en Lucas todas están en segunda persona. Mateo subraya actitudes interiores con las cuales se debe acoger el Reino, por ejemplo, la misericordia, la justicia, la pureza de corazón, en cambio Lucas se preocupa por mostrar la situación real y concreta de pobreza, hambre, tristeza.
La bienaventuranza clave es la de los pobres, ya que las otras se entienden en relación a ésta. Son los pobres los que tienen hambre, los que lloran o son perseguidos. Lucas recuerda la promesa del AT de un Dios que venía a actuar a favor de los oprimidos (Is 49,9.13), los que tienen a Dios como único defensor (Is 58,6-7) que claman constantemente a Dios (Sal 72; 107,41; 113,7-8). Todas estas promesas van a ser cumplidas en Jesús, quien ha definido desde el principio su programa misionero en favor de los pobres y oprimidos (Lc 4,16-21. Cf. Is 61,1-3).
La última bienaventuranza (vv. 22-23) tiene como destinatarios a los cristianos que son perseguidos y excluidos a causa de su fe. Su felicidad no consiste en padecer sino en la conciencia de estar llamados a poseer una “recompensa grande en el cielo”. ¿Dios, entonces, nos quiere pobres?, y ¿qué tipo de pobres? Los pobres no son bienaventurados por ser pobres, sino porque asumiendo tal condición, por situación o solidaridad, buscan dejar de serlo.
La pobreza cristiana va ligada a la promesa del reino de Dios, es decir a tener a Dios como rey. Este reinado se convierte en la mayor riqueza, porque es tener a Dios de nuestro lado, es tener la certeza de que Dios está aquí, en esta tierra de injusticias y desigualdades, encarnado en el rostro de cada pobre, invitándonos a asumir su causa. La causa es también la causa del Reino. Y disfrutaremos el Reino cuando no haya empobrecidos carentes de sus necesidades básicas, sino «pobres en el Señor» que son todos los que mantienen la riqueza de un pueblo basada en el amor, la justicia, la fraternidad y la paz. En otras palabras, “Pobres no son los miserables sino los que libremente renuncian a considerar el dinero como valor supremo -un ídolo- y optan por construir una sociedad justa, eliminando la causa de la injusticia, la riqueza. Son los que se dan cuenta de que aquello que ellos consideraban un valor -éxito, dinero, eficacia, posición social, poder- de hecho va contra el ser humano. El reino de Dios es la sociedad alternativa que Jesús se propone llevar a término. La proclama del reino no la efectúa desde la cima del monte, sino desde el «llano», en el mismo plano en que se halla la sociedad construida a partir de los falsos valores de la riqueza y el poder.
En Lucas las bienaventuranzas van seguidas de cuatro “ayes” o maldiciones contra los ricos. Las dos primeras van directamente contra los ricos y satisfechos por su indiferencia ante la situación de los pobres. Las dos últimas se dirigen a los que ríen y a los que tienen buena fama. La contraposición entre pobres y ricos está claramente planteada en el Magníficat: “A los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,53). Y en la parábola del pobre Lázaro (Lc 16,19-31). Es claro para Lucas que toda confianza puesta en la riqueza es engañosa (Lc 12,19). Leer más…
No podía tocar un evangelio más adecuado: Lc 6, las bienaventuranzas, toda la vida de Jesús, el evangelio entero.
Casi todos los medios hablan hoy de la guerra y/o paz impuesta o buscada en Ucrania, de la paz posible y/o imposible en Gaza y en otros lugares del mundo.
La liturgia nos pide que leamos las bienaventuranzas de Lc 6… He hecho un esfuerzo, he preparado una vez más el tema. y así lo presento, desde la perspectiva de la paz de Cristo.
El material es largo. Son suficientes las dos primera páginas… Si alguien quiere, con calma, puede seguir. Buen día a todos. Mucha paz que es tema y clave de las bienaventuranzas.
| Xabier Pikaza
Jesús, Mesías de los pobres. Bienaventuranzas de Lucas
Asumiendo un mensaje central de Israel (de la tradición profética y apocalíptica) Jesús ha optado por los perdedores, pero no por aquellos que han luchado de un modo violento y han perdido, sino (sobre todo) por aquellos que no han podido ni luchar. No ha proclamado felices a los que vencen o han vencido, imponiendo su poder sobre los otros, sino precisamente a los derrotados de la guerra de la vida:
¡Felices vosotros, los pobres, porque es vuestro el reino de Dios,
felices los que ahora estáis hambrientos, porque habéis de ser saciados,
felices los que ahora lloráis, porque vosotros reiréis…! (Lc 6, 20-21).
En un primer momento, en algún sentido, esas tres bienaventuranzas podrían encontrarse en los capítulos finales de 1 Henoc, Test XII Pat o en las sentencias de rabinos no cristianos que entendieron el mensaje de Israel en una perspectiva apocalíptica. Jesús llama felices a los pobres, especificados después como hambrientos y llorosos (derrotados de la vida), no por lo que tienen (o les falta), sino porque está llegando el Reino de Dios y ellos son sus primeros destinatarios.Jesús no habla sólo de un futuro, sino de un presente de felicidad para los campesinos perdedores de Galilea.
En esa línea, estas palabras podrían entenderse como inversión, es decir, como cambio final y venganza: los ahora derrotados (alienados, oprimidos) vencerán al fin, recibiendo la herencia de la vida. Bastará con que resistan por un tiempo y se mantengan fieles mientras pasa la gran calamidad. Al fin tendrán la dicha. Lógicamente, en ese contexto podrían entenderse las antítesis o malaventuranzas dirigidas a los vencedores, a quienes se anuncia la venganza
¡Ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido el consuelo!
¡ay de vosotros los ahora saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de vosotros, los que ahora os reís, porque lamentaréis y lloraréis! (Lc 6, 24-25).
Los profetas habían dicho palabras de amenaza, para promover así la conversión de los violentos. También Jesús lo hace, debe hacerlo, pues este aviso y exigencia de conversión, su evangelio no sería creíble, no sería verdadero. Pero, bien miradas, estas palabras no son de venganza, sino de afirmación profética: los que luchan y vencen, viviendo de esa forma a costa de los derrotados o no-luchadores, se pierden a sí mismos.
La misericordia de Dios se extiende y abre a partir de los pobres y, de un modo especial, a partir de aquellos pobres que no pueden ni siquiera luchar o que renuncian a la lucha como medio de afirmación y triunfo. La misericordia se abre a todos, pero no de la misma forma, pues no todo da lo mismo, ni todo es igualmente verdadero y justo. Por eso, el evangelio incluye las malaventuranzas.
Miradas en ese contexto, las bienaventuranzas no son algo que se cumplirá al final de la historia, sino que han de vivirse desde aquí, como palabra y programa de vida que comienza ya en la tierra. Jesús no habla sólo de aquello que “serán” los bienaventurados al final, sino de aquellos que son ya (han de ser) desde ahora.
Según eso, las bienaventuranzas ofrecen un programa de felicidad, que es el punto de partida y principio de toda paz, desde la pobreza, el hambre y el llanto. Por eso, ellas pueden y deben entenderse como un proyecto y propuesta de inversión (superación) de los principios y estrategias de guerra que antes habían dominado sobre el mundo. Los hombres han combatido entre sí básicamente por motivos económicos (¡nuevas tierras, tesoros, mercados!); han hecho guerra también para saciarse y disfrutar, encontrando su gozo en la victoria. Pues bien, Jesús proclama su ¡ay! más intenso sobre este programa de gozo de los triunfadores (riqueza, saciedad, satisfacción…) que se destruyen a sí mismos [1].
Tomamos el texto de Lucas, que consta de cuatro bienaventuranza y dejamos a untado, por ahora, la última (de los perseguidos: Lc 6, 22), para fijarnos en las tres grupos primeras (que tratan de los pobres, hambrientos y tristes). Ellos vienen a mostrarse ahora como portadores de la felicidad de Dios (de la felicidad de la vida), que es la única fuente paz para los hombres. Por ley puede cambiarse el “sistema”. La vida de los hombres sólo puede transformarse por amor, por un amor que es capaz de ofrecer felicidad.
Bienaventurados vosotros, los pobres, porque es vuestro el Reino de Dios (Lc 6, 20). Ésta es la bienaventuranza más general, tanto por el sujeto (pobres: todos los oprimidos, tristes y/o enfermos del mundo) como por el predicado (se les ofrece el Reino, el mundo nuevo). Al decir bienaventurados los pobres, Jesús está expresando la lógica de Dios: los portadores de su paz son precisamente los vencidos, expulsados de los grandes programas imperiales, perdedores (quizá tras haberse defendido, quizá sin haber luchado).
Al llamarles bienaventurados, Jesús interpreta la historia al revés, desde aquellos derrotados que no quieren responder con violencia (para vengarse de los vencedores), sino descubrir y desplegar la mano y presencia de Dios en su derrota. No son bienaventurados a pesar de la pobreza (ni porque un día serán ricos, al estilo antiguo), sino en su misma pobreza, entendida como espacio de fraternidad y riqueza compartida. Esos pobres no quieren ya luchar al modo antiguo (para hacerse ricos), sino que descubren a Dios desde su misma pobreza, en un camino abierto para todos (incluso para los ricos), iniciando un proceso de pacificación, que les permite curar a los enfermos (cf. Mt 10, 8 par), para que al fin puedan servirse unos a otros (cf. Mt 25,31-46)..
La segunda y tercera bienaventuranza (¡Bienaventurados los hambrientos, los que lloran…!: Lc 6, 21) pueden entenderse como una expansión de la primera, pues los mismos pobres, de los que antes se hablaba de un modo general, aparecen ahora como necesitados, pues no tienen suficiente comida (son derrotados económicos), ni causa exterior de alegría (son derrotados psíquicos, lloran). En este contexto, la promesa del Reino se expresa también en dos signos de inversión radical: el hambre se vuelve hartura (más económica) y el mismo llanto del mundo se convierte en felicidad de Reino (más personal).
El seguidor de Jesús no llora por lo que lloran otros, sino que, al contrario, encuentra una fuente de gozo precisamente allí donde la mayoría de los hombres y mujeres lloran… No goza porque lloran sino todo lo contrario porque estos que lloran son principio, testimonio y promesa de una felicidad superior…. En contra de otros grupos, que presentan a los derrotados (hambrientos…) como un material de derribo, Jesús les señala y define como iniciadores de un Reino que no se construye a partir de los fuertes (a través de una victoria militar y de un boomeconómico), sino a partir de la humanidad, es decir, desde el hambre y el llanto de los que escuchan la Palabra.
Es evidente que allí donde se acogen estas palabras la vida de los hombres debe convertirse en expansión (explosión) de fuerte gracia. Jesús no quiere conquistar el Reino por tristeza, ni por negaciones, sino por ofrecimiento de felicidad. En esa línea, el camino de Reino de Dios (es decir, de la paz) debe entenderse como terapia de gozo. En este contexto no son bienaventurados los ricos que pueden ayudar a los pobres (dándoles de comer o consolándoles desde fuera, como podría pensarse desde Mt 25, 31-45), sino que la verdadera bienaventuranza y alegría está en los pobres y hambrientos, en aquellos que descubren su situación como promesa de Reino. Los mismos pobres aparecen así como privilegiados, como portadores de la bienaventuranza de Dios, iniciando sobre el mundo una terapia de alegría, abriendo un camino de Reino.
Los ricos-saciados-satisfechos no pueden ofrecer un Reino hecho de amor universal, sino sólo un imperio como el de Roma, fundado en la riqueza y poder de los soldados. Sólo los pobres de verdad (los que no quieren hacerse ricos, sino simples seres humanos) pueden construir el Reino de Dios, para todos los hombres, con Jesús (como Jesús). Sólo ellos pueden introducir hartura donde hay hambre, felicidad donde se impone la desdicha. En este contexto, la “malaventuranza” de Jesús (que dice ¡ay de vosotros los ricos-saciados-satisfechos!) no es señal de venganza, sino aviso y deseo de cambio, para que también ellos, los ricos, puedan asumir el camino de paz de Jesús, su estrategia gratuita de Reino [2].
Mateo: de los pobres a los constructores de paz
Mateo ha interpretado las bienaventuranzas desde el contexto general del mensaje y de la vida de Jesús, tal como se está viviendo en su iglesia (hacia el 80 d. C.). Por eso no añade malaventuranzas (incluidas, de algún modo, en otros pasajes como Mt 25, 31-46: “Apartaos de mí…”). Para convertirlas una “lección de catequesis”, Mateo aumenta su número (hasta siete) y las presenta como programa de vida integral de la Iglesia. Desde ese fondo se entienden algunos cambios que él mismo (o su iglesia) han introducido en el texto de Lucas y así las presentamos, como siete peldaños de una Escala de Paz, Via Pacis del Evangelio.
(1) Bienaventurados los pobres de Espíritu (Mt 5, 3). Sólo pueden hablar de paz aquellos que asumen e instauran un camino de pobreza. En esa línea, Mateo dice pobres de espíritu donde Lc 6, 20 decía simplemente pobres. Con eso no ha negado la bienaventuranza de aquellos que son pobres por necesidad (cf. Mt 18, 1-14), pero ha querido destacar de un modo especial la opción por la pobreza, dentro de la Iglesia, pues sólo pueden construir activamente el Reino y hablar de paz aquellos que aceptan voluntariamente la pobreza (y no toman el camino de los ricos-saciados-satisfechos, que es propio del Imperio romano). En ese sentido, Mateo habla de los pobres de espíritu, esto es, de aquellos que, en vez optar por la riqueza, asumen voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad y por servicio a los demás, como Jesús, que, pudiendo haberse puesto al lado de los vencedores, se unió a los pobres, iniciando con ellos un camino de salvación (cf. 2 Cor 8, 9; Flp 2, 6-11).
Esta bienaventuranza nos pone ante Jesús, el siervo que no grita, no se ensalza, no esclaviza (cf. Mt 12, 15.21), sino que inician un camino de solidaridad, que se abre al Reino desde la misma pobreza. Quien quiera ante todo hacerse rico no puede hablar de paz, pues miente cuando habla de ella. Donde se busca el dinero pueden lograrse otras cosas, pero nunca la paz, porque el dinero/capital oprime a los pobres y enciende la envidia de los ladrones (Mt 6, 19).
(2) Bienaventurados los que sufren (Mt 5, 4). Sólo aquellos que saben sufrir pueden ser constructores de paz. Lucas hablaba de los que lloran (hoi klaiontes), destacando más sólo el llanto externo, quizá no aceptado. Mateo, en cambio, dice hoi penthountes, término que parece referirse ya en concreto a los que “saben” sufrir, es decir, a los que aceptan el dolor, pudiendo así convertirlo en principio de vida fecunda.Ciertamente, podemos decir como Lucas, que son bienaventurados todos los que lloran, por la razón que fuere, sin distinguir la forma en que asumen o no su sufrimiento. Pero Mateo parece haber puesto de relieve el valor de maduración e incluso de revolución radical del sufrimiento.
Los que no saben sufrir, los que no soportan el dolor, reaccionan con violencia, siendo capaces de matar a otros con tal de sentirse ellos seguros, satisfechos. En contra de eso, sólo aquellos que, quizá con miedo, saben aceptar el sufrimiento pueden ayudar a los demás, abriendo con ellos y para ellos un camino de vida. Quien no sabe sufrir termina siendo un dictador; quien hace sufrir a los demás (por hambre o terror, guerra o dictadura) no será jamás hombre de paz. Sólo aquellos que saben aceptar el sufrimiento, acompañando a los que sufren y sufriendo con ellos, pueden iniciar el camino del Reino de Dios y hacer la paz del evangelio. De la incapacidad de sufrir nace la violencia; los que saben padecer pueden ser pacíficos.
(3) Bienaventurados los mansos… (Mt 5, 5). Ésta es una bienaventuranza nueva, que Mateo o su iglesia han creado, siguiendo el testimonio de Jesús, que ha sido pobre y pequeño (sin poder económico o social), pero que ha sabido elevar y enriquecer a los pequeños, convirtiendo su pobreza en fuente de gracia y vida para muchos. Mansos son los que actúan sin imponerse, los que ayudan a los demás desde su pobreza. Así ha dicho Jesús: «Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumamos, que yo os daré respiro. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde…» (Mt 11, 28-29). Siendo pobre (manso, no violento), él puede acoger y ayudar a los pobres.
Pues bien, esa bienaventuranza (tomada del Salmo 37, 11), expresa una experiencia radical, de tipo político: “los manos heredarán la tierra”, no al modo actual (por violencia), sino al modo de Dios: por herencia de gracia. Esta palabra (los mansos heredarán la tierra) abre una utopía de pacificación, que va en contra de todos los principios y tácticas de guerra. Sólo los mansos, los que renuncian a la imposición militar para “conquistar la tierra” podrán poseerla de verdad, pues la tierra no se conquista, sino que se recibe de aquellos que nos han precedido, para regalarla y compartirla con aquellos que nos sigan o esta a nuestro lado. La tierra que se conquista y somete por fuerza se vuelve un infierno de guerra y destrucción: cuanto más la dominemos más la estropeamos. Sólo los mansos podrán heredar y compartir la tierra. Los otros, los violentos, la destruyen y se destruyen a sí mismos.
(4) Hambrientos de justicia (Mt 5, 6). En vez de hambrientos sin más (como Lc 6, 21), Mateo dice hambrientos y sedientos de justicia. Ciertamente, son bienaventurados los carentes de comida, como supone Mt 25, 31-46 (pues el mismo Jesús habita y sufre en ellos), pero, como indica ese pasaje, Mateo sabe también que hay hambrientos mesiánicos, que entregan la vida por los otros, dando de comer a los necesitados, buscando así la justicia de Dios que es la liberación de los oprimidos (Antiguo Testamento) y la justificación y perdón de los pecadores (San Pablo).
Hasta ahora, Lucas ha hecho frecuente referencia a la actividad de Jesús como predicador, pero solo ha ofrecido una intervención algo extensa, en la sinagoga de Nazaret, donde se enfrentó a todo su auditorio, provocando incluso el deseo de matarlo.
En esta segunda intervención, Jesús se dirige a sus partidarios, pero teniendo presentes a sus enemigos.
La primera parte del discurso contrapone a estos dos grupos (domingo 6º).
Pero no seguirá una guerra entre ellos. La segunda parte exhorta a amar a los enemigos (domingo 7º).
¿Y cómo comportarse con los amigos, con los otros miembros de la comunidad? La tercera parte responde a esta pregunta recogiendo frases sueltas de Jesús (domingo 8º).
En conjunto, un discurso parecido al “Sermón del monte” del evangelio de Mateo. Mucho más breve, con menos temas, pero de sumo interés y novedad.
Bienaventuranzas y ayes (Lc 6, 17. 20-26) (domingo 6º)
El “Discurso en la llanura”, igual que el “Sermón del monte”, comienza con unas bienaventuranzas. Pero no son ocho, como en Mt, sino cuatro. Las cuatro declaraciones siguientes comienzan con “ay”, término usado por las plañideras en el antiguo Israel para empezar un canto fúnebre. A los cuatro primeros grupos se les promete una vida feliz. A los cuatro siguientes se les anuncia la muerte.
En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:
Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.
Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre.
¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.
¡Ay si todos los hombres hablan bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»
En realidad, solo tenemos dos grupos: el de los pobres, que pasan hambre, lloran y son odiados; y el de los ricos, saciados y sonrientes, alabados por la gente. Al primero lo tratan mal, como a los antiguos profetas; al segundo bien, como a los falsos profetas.
Pobres y odiados
“Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. Sin el matiz: “de espíritu”, que añade Mateo, y que se presta a interminables disquisiciones. Los pobres, sin más. Los que pasan hambre y lloran. Declararlos “dichosos”, precisamente por eso, suena casi a blasfemia. Pero las desgracias no terminan aquí. Al hambre y el llanto se añaden las persecuciones. A diferencia de las primeras declaraciones, muy breves, la cuarta admira por su extensión: “Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas”.
Ahora no hay que esperar a la otra vida para recibir el consuelo. Ya en esta, cuando se experimenta el odio, la exclusión, el insulto, la descalificación, por ser discípulos de Jesús y querer seguirlo, ese mismo día, el cristiano debe alegrarse y saltar de gozo.
¿Está loco Jesús? ¿Es un masoquista consigo mismo y un sádico con sus discípulos? Volviendo a releer el evangelio, en su nacimiento van unidas la suma pobreza (“no había sitio para ellos en la posada”) y la inmensa alegría (“os anuncio un gran gozo”, dice el ángel a los pastores). Al comienzo de su actividad, en Nazaret, experimenta el odio y la exclusión, sin que eso lo desanime. No se trata de locura, masoquismo ni sadismo, sino de una visión distinta de la realidad. Para Jesús, lo esencial no es la situación presente, sino la futura. La primera bienaventuranza promete el Reino de Dios; la cuarta, “una recompensa grande en el cielo”. Aquí, en la tierra, queda el consuelo de ser tratados como los antiguos profetas.
Las primeras comunidades cristianas experimentaron también la pobreza, el hambre y la persecución, sin que esto les impidiese estar alegres. La de Jerusalén debió solicitar la ayuda de comunidades más ricas para poder sobrevivir a la hambruna en tiempos del emperador Claudio. Las comunidades de Macedonia, a pesar de su “extrema pobreza” desbordaban de alegría (2 Corintios 8,2). Y los apóstoles, después ser azotados, “marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por su nombre [de Jesús]” (Hch 5,41).
Aunque he interpretado las cuatro primeras bienaventuranzas como dirigidas a las primeras comunidades cristianas (y a las actuales que se les parecen), esto no excluye la interpretación individual. “Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis” anticipa lo que contará Lucas poco después de dos mujeres que lloran por motivos muy distintos: la viuda de Naim, que ha perdido a su único hijo, y una prostituta anónima necesitada de perdón y de consuelo. Ambas historias tienen un final feliz, ya en esta vida, antes de la llegada del Reinado de Dios.
Ricos y alabados
Algunos pueden pagar 100.000 euros (¡cien mil!) por una noche en un hotel de Macao. Si su presupuesto no da para tanto, puede contentarse con una noche en Cannes por 25.000. Naturalmente, la cena debe pagarla aparte: bastarán 2.000 euros. Y mientras come puede mirar la hora en un reloj que le ha costado dos millones. Son casos extremos, pero hay millones de personas que pueden permitirse una vida de lujo y comodidad.
¿Se refiere el último “ay” a este mismo grupo? “¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!” No parece que “todo el mundo” hable bien de esas personas, aunque sigan sus andanzas en las revistas del corazón, la televisión y las redes sociales.
Salvadas las distancias, los escribas aparecen en el evangelio de Lucas como ejemplo de personas que desean ser estimadas y amantes del dinero: “Guardaos de los escribas, que gustan de pasear con hábitos amplios, aman los saludos por la calle y los primeros puestos en sinagogas y banquetes; que devoran las fortunas de las viudas con pretexto de largas oraciones. Su sentencia será más severa” (Lc 20,46).
Y que la riqueza puede ser causa de tristeza, ya en esta vida, lo demuestra el episodio del personaje importante incapaz de renunciar a lo que Jesús le pide: “Al oírlo, se entristeció, porque era muy rico” (Lc 18,23).
El mejor comentario: la parábola del rico y Lázaro
A propósito de las tres primeras bienaventuranzas y los tres primeros “ay”, el mejor comentario lo ofrece Lucas en esta parábola. Comienza por el final, por el rico que viste con lujo y banquetea espléndidamente todos los días; sigue el pobre, cubierto de llagas, ansioso de comer las migajas que caen de la mesa del rico.
María alabó a Dios en el Magnificat porque “a los pobres los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos”. Si alguien piensa que eso va a ser en esta vida, se equivoca. Jesús deja que Lázaro muera de hambre, en la miseria. Será después de muerto cuando entre en el Reino de Dios para ser eternamente feliz, mientras el rico suspirará por una simple gota de agua, atormentado para siempre. «¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.»
¿Está condenado el rico?
La respuesta, de acuerdo con la técnica de Lucas, no la encontrará el lector hasta mucho más adelante, en el episodio de Zaqueo. El rico también es hijo de Abrahán, puede acoger a Jesús en su casa y dar a los pobres la mitad de sus bienes.
Una reflexión
¿Por qué puede expresarse Jesús de forma tan radical, proclamando dichosos a los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los perseguidos? Por dos motivos: 1) porque él también era pobre, vivió de limosna y sufrió persecución hasta la muerte; 2) porque creía firmemente en la recompensa futura en el Reino de Dios, donde quedaría saciada el hambre y enjugado el llanto.
Una advertencia
Las cuatro bienaventuranzas se dirigen a comunidades pobres o a los pobres como Lázaro. Las comunidades ricas o las personas que no carecemos de nada no podemos apropiárnoslas; no podemos utilizarlas para tranquilizar nuestra conciencia pensando en la dicha futura de los pobres.
1ª lectura (Jeremías 17, 5-8)
Se ha elegido este texto por motivos literarios, para indicar que la contraposición de bienaventuranzas y ayes es algo conocido por los profetas, aunque Jeremías usa términos distintos: maldito y bendito. Pero los temas y las metáforas se oponen perfectamente. Es una forma de animar a confiar en Dios, no en los hombres.
Así dice el Señor:
“Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.“
2ª lectura (1 Corintios 15, 12. 16-20)
Aunque no está elegida buscando una relación con el evangelio, la esperanza en la resurrección encaja muy bien con la recompensa grande en el cielo de la que habla Jesús.
Hermanos: Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.
Lo bueno del mensaje de Jesús es que es abierto, es para todo aquel que quiera escucharlo: los Doce, el grupo grande de discípulos, el pueblo…
Jesús no guarda celosamente para él y para unos pocos escogidos las Buena Noticia, al contrario, la dice en voz alta. Pero esta Buena Noticia tiene también sus advertencias, es para todos siempre que queramos acogerla. Pero acogerla no es sencillamente escucharla con agrado y luego comentar lo bonita que es. Acogerla significa dejarnos transformar.
Las Bienaventuranzas que nos presenta Lucas son muy distintas a las que encontramos en Mateo. En Mateo encontramos nueve bienaventuranzas, en Lucas cuatro, y además, a las bienaventuranzas le siguen cuatro “ayes”.
Por un lado, se muestra el camino que se abre hacia la esperanza y la confianza. Podemos estar seguras de que si ponemos nuestra confianza en Dios podremos atravesar el sufrimiento humano y alcanzar la alegría que Dios nos tiene preparada.
Pero al mismo tiempo se nos advierte de las exigencias de ese camino. No podemos andar tras las huellas de Jesús, camino del Reino, poniendo nuestra confianza en nuestras propias seguridades.
Si no soltamos las muletas no podemos avanzar por el camino de las bienaventuranzas. Porque el requisito indispensable es poner toda nuestra confianza en Dios. Todo lo demás sobra.
Llegadas a este punto es cuando tenemos la tentación de olvidar las advertencias finales y quedarnos contemplando la belleza de las bienaventuranzas. Ponernos el impermeable y no dejar que la Palabra trastoque nuestras seguridades.
Oración
Líbranos, Trinidad Santa, de hacer de tu Palabra un adorno bonito e inofensivo. No dejes que escapemos de su efecto trasformador.
Siempre que tengo que hablar de las bienaventuranzas me viene a la mente: “pase de mí este cáliz”. La verdad es que ni me entienden los pobres ni los ricos. Lo grave es que esta actitud tiene la más férrea lógica, porque trato de explicarlas racionalmente y las bienaventuranzas sobrepasan toda racionalidad. Cualquier intento de aclararlas desde la razón está abocado al rotundo fracaso. Sin experiencia profunda de lo humano, las bienaventuranzas son un sarcasmo. Ni el sentido común ni el instinto pueden aceptarlas.
Es el texto más comentado del evangelio, pero también el más complicado. Intentaré llevarte lo más lejos posible en su comprensión, sabiendo que no tienen explicación posible. El primer problema lo encontramos en los mismos evangelios. Lucas propone solo tres o cuatro y de la manera más breve posible: bienaventurados los pobres, los que lloran, los que pasan hambre. Mateo narra ocho o nueve, pero, además, añade un matiz que trata de explicar ya la dificultad para entenderlas. Dice: pobre de espíritu, hambre y sed de justicia. Es también muy significativo que Marcos y Juan ni siquiera las mencionen.
No tenemos ni idea de cómo las formuló Jesús, con toda seguridad en arameo. Tampoco podemos saber el sentido que le dieron al traducirlas al griego. Hoy estamos en condiciones de afirmar que la interpretación literal no tiene ni pies ni cabeza. El colmo del cinismo llegó cuando se intentó convencer al pobre de que aguantara estoicamente su pobreza, incluso diera gracias a Dios por ella, porque se lo iba a pagar con creces en el más allá. Si para mantener la esperanza tenemos que echar mano de un más allá, malo.
No se puede separar el primer término de cada propuesta del segundo. A nadie se le ocurriría decir al que lleva dos días sin comer: ¡Qué suerte tienes! Debías estar feliz y contento. Sería dar a entender que Dios está encantado de que la gente sufra. Pero tampoco se pueden unir automáticamente. El hecho de ser pobre no garantiza por sí la verdadera riqueza. Ni el hecho de ser rico determina una condenación automática. Lo que determina una mayor o menor plenitud humana es la actitud vital de cada uno.
Pero es que el nexo de unión entre las dos partes de cada propuesta también es problemático. El “porque” no tiene ninguna connotación causal. El pobre es dichoso, no por ser pobre, sino porque él no es causa de que otro sufra. Dichoso porque, a pesar de todo, él puede desplegar plenamente su humanidad. Este es el profundo mensaje de las bienaventuranzas. De la misma manera el rico no es maldecido por ser rico sino por poner su confianza en la riqueza y desentenderse de los demás seres humanos.
Descubiertas todas estas dificultades, yo haría una formulación distinta: Bienaventurado el pobre, si no permite que su “pobreza” le atenace. Bienaventurado el rico, si no se deja dominar por su “riqueza”. No sabría decir qué es más difícil. En ningún momento debemos olvidar los dos aspectos. Ser dichoso es ser libre de toda atadura que te impida desplegar tu humanidad. Se proclama dichoso al pobre, no la pobreza. Se declara nefasta la riqueza no al rico. Tanto la pobreza como la riqueza son malas si me impiden ser humano.
Tampoco quiere decir el evangelio que tenemos que renunciar a la riqueza para asegurarnos plenitud de humanidad. Debemos renunciar a ser la causa del sufrimiento de los demás. Las bienaventuranzas no son un “sí” de Dios a la pobreza ni al sufrimiento, sino un rotundo “no” de Dios a las situaciones de injusticia. Siempre que actuamos desde el egoísmo hay injusticia. Siempre que impedimos que el otro crezca hay injusticia.
Las bienaventuranzas invierten radicalmente nuestra escala de valores. En contra de lo que damos por supuesto, puede ser feliz el pobre, el que llora, el que pasa hambre, el oprimido. La misma formulación nos despista porque está hecha desde la perspectiva mítica. Solo desde la perspectiva de un Dios que actúa desde fuera se puede entender “Dichoso los que ahora pasáis hambre porque quedaréis saciado”. Si para mantener la esperanza tenemos que acudir a un más allá, podemos caer en la trampa de dar por buena la injusticia que estamos causando, esperando que un día Dios cambie las tornas.
Las bienaventuranzas quieren decir, que, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar, las posibilidades de ser humanos en plenitud, no nos las puede arrebatar nadie. Recordad lo que decíamos el domingo pasado: “Rema mar adentro”, busca en lo hondo de ti, lo que vale de veras. Si creemos que la felicidad nos llega del consumir, no hemos descubierto la alegría de ser. Al poner la confianza en las seguridades externas, en el hedonismo absoluto, estamos equivocándonos y en vez de felicidad encontramos desdicha. Nunca se ha consumido más y sin embargo nunca ha habido tanta infelicidad.
Al añadir Lucas ¡Ay de vosotros los ricos!, deja claro que no habría pobres si no hubiera ricos. Si todos pudiéramos comer lo suficiente, nadie nos consideraría ricos. Si todos pasáramos la misma necesidad, nadie nos consideraría pobres. La parábola del rico Epulón lo deja claro. No se le acusa de ningún crimen; No se dice que haya conseguido las riquezas injustamente. El problema era no haberse enterado de que Lázaro estaba a la puerta. Sin Lázaro a la puerta, su riqueza no tendría nada de malo. El evangelio no da valorar a la pobreza en sí, sino a no ser causa de la pobreza de otros.
Llevamos dos mil años intentando armonizar cristianismo y riqueza; salvación y poder. Nadie se siente responsable de los muertos de hambre. Vivimos en el hedonismo más absoluto y no nos preocupa la suerte de los que no tienen un pedazo de pan para evitar la muerte. Jesús nos dice que, si tal injusticia acarrea muerte, alguien tiene la culpa. Buscar en primer lugar mis seguridades y, si me sobra, dar a los demás, no es suficiente.
Decimos: Yo no puedo hacer nada por evitar el hambre. Tú puedes hacerlo todo, porque no se te pide que elimines el hambre en el mundo sino de que tú salgas de toda injusticia. No se trata de hacer un favor a otro, aunque sea salvarles la vida, se trata de que tú salgas de toda inhumanidad. Los “ricos” somos los que tenemos que cambiar buscando esa humanidad que nos falta. Tu salvación está en no ser causa de opresión para nadie. Si damos de comer al pobre le salvamos la vida. Si salgo de mi egoísmo, salvo la vida al pobre y me libero de mi inhumanidad, que es más importante.
Las bienaventuranzas ni hacen referencia a un estado material ni preconizan una revancha futura de los oprimidos ni pueden usarse como cebo con la promesa de lo mejor para el más allá. Las bienaventuranzas presuponen una actitud vital escatológica, es decir, una experiencia del Reino de Dios, que es Dios mismo como fundamento de mi ser. El primer paso hacia esa actitud es el superar el egoísmo que nos lleva al individualismo, dejar de creer que somos lo que no somos y dejar de vivir de ese engaño.
«Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino De Dios»
Podemos tomar las bienaventuranzas como una propuesta de felicidad individual, y también como un estilo de vida capaz de cambiar el mundo. Pero ¿cambiarlo para qué?… pues cambiarlo para que no se aparte de su destino. La humanidad es el sueño de Dios y está destinada a alcanzar la plenitud para la que ha sido concebida, pero en su propia naturaleza hay un germen que le tienta con fuerza a equivocar el camino, a olvidar su esencia, a “deshumanizarse”. Y la propuesta de Jesús, toda la propuesta de Jesús, puede entenderse como una invitación a enderezar el rumbo; a asumir la tarea de sembrar humanidad en torno a cada uno de nosotros.
Pero para aceptar una tarea de esta envergadura es preciso tener mucha fe en quien nos la propone, y esto nos lleva a preguntarnos: ¿Qué significa para mí creer en Jesús?…
El verbo “creer” tiene una primera acepción que lo define como “tener por cierto”. De acuerdo con ella, creer en Jesús es aceptar una serie de asertos propuestos por los teólogos cristianos, como, por ejemplo, “Creo en Jesucristo, su único hijo nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo… etc.” Pero esta fe, concebida como simple aceptación de una doctrina o un dogma, puede resultar estéril si no afecta a nuestra vida. Podemos creer todos los postulados de la Iglesia y actuar con unos criterios opuestos a los de Jesús.
Pero el verbo creer también tiene otra acepción: “fiarse de”. Por ejemplo, yo creo en mi médico, es decir, me fío de mi médico y me pongo en sus manos para que me abra en canal. Este segundo significado cuadra mucho mejor con la fe en Jesús, y a él nos vamos a atener en esta breve reflexión.
El mundo me dice que seré feliz si soy rico, si tengo poder o prestigio social, si no me dejo avasallar, si soy más listo que los demás para los negocios, si voy de diversión en diversión, si no me meto en líos, si no me insultan ni me persiguen… Jesús, en cambio, me hace una propuesta radicalmente distinta: ¿Quieres ser feliz…? pues confórmate con poco, comparte lo que tienes con los que no tienen, aprende a sufrir, di siempre la verdad, no seas violento, trabaja para que prevalezca la justicia, no trates de aprovecharte de nadie, y no te preocupes si te insultan y te persiguen por ello, pues a la larga serás mucho más dichoso… En otras palabras, ¿quieres ser feliz?… pues siembra humanidad.
Y ante esta propuesta la pelota queda en mi tejado: ¿Me lo juego todo apostando por unos criterios de locos; viviendo de acuerdo a unos valores tan estrafalarios como poco evidentes? Decir que sí, es apostar la vida a sus criterios, es avanzar en la línea que él nos propuso, es comprometerme con la tarea de marcar el rumbo de la humanidad en la medida de mis fuerzas, es colaborar seriamente con el proyecto de Dios de llevar a este mundo a su destino…
Es difícil imaginar una tarea más apasionante que ésta, pero es preciso fiarse mucho de Jesús para abrazarla con fervor y llevarla hasta las últimas consecuencias. Nos entusiasma lo de Jesús, pero sólo nos fiamos de él hasta el momento en que nos invita a salir de nuestra zona de confort. Entonces ya no nos convence. Un ejemplo de esto son las bienaventuranzas, porque las leemos y nos encantan, pero no nos apetece nada renunciar a la abundancia, ni compartir, ni trabajar por la paz y la justicia, y mucho menos, ser insultado o perseguido por ello
Y no dudamos de que es Jesús el que tiene razón; que el camino propuesto por él me lleva a la felicidad, pero nos falta el coraje necesario para emprenderlo. Como dijo Jon Sobrino en una charla en Pamplona: «A eso es a lo que tenemos miedo; a ser felices a lo cristiano».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
La dicha del Reino no consiste en estar saciados, sino en buscar más: más paz, más justicia, más alegría para todos…
Como en otras ocasiones, os invito a leer el evangelio de este domingo como si no lo conociéramos, como si fuera la primera vez que llega a nosotros. Seguro que nos asombra su alegría y desenfado. Su lenguaje directo, concreto y positivo.
Nuestro asombro crecerá aún más si recordamos el contexto en el que se escribió. Pensemos también en esas primeras comunidades cristianas que son excluidas, silenciadas, que no tienen ninguna relevancia social ni religiosa e incluso son perseguidas.
¿Cómo es posible que estos hermanos y hermanas logren transmitirnos su testimonio de alegría, de sentirse afortunados, dichosos? Es más, ¿cómo nos explicamos que esta sea su experiencia más profunda? Posiblemente es difícil para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, que ponemos tantas condiciones y necesitamos tantas seguridades para sentirnos felices. Las palabras del texto, sus detalles, nos pueden ayudar a descubrir el mensaje que nos trae el evangelio de hoy.
Jesús, ha bajado del monte, de su encuentro con Dios y “levanta los ojos”. Mira a sus discípulos, a las numerosas personas que le siguen de todas las aldeas y ciudades. Y al mirarlos, lo que se le ocurre es llamarlos DICHOSOS.
No les dice lo que deben hacer para serlo, lo que hubiera “enganchado” con los oyentes. Proclama, grita, que “son dichosos”. Y para que no quede duda, añade dos cosas que nos pueden desconcertar aún más: son dichosos AHORA, en presente. Es distinto a “llegarán a serlo”; tampoco les dice eso de “aguanten que luego…”
Y lo sonporque son pobres, hambrientos, tienen lágrimas en los ojos… esta es su situación y, en esta situación Jesús manifiesta que son felices. ¿Cómo mira Jesús la realidad de los que le rodean? ¿En qué descubre que es suyo el Reino de Dios? ¿Con qué fuerza lo dice para que los que le escuchan sientan que está expresando su experiencia más honda?
¡La dicha es estar con Él! Sentirse de los suyos, confiar en su amor, sentir su cercanía… ¿No hemos tenido cada uno de nosotros experiencias similares? ¿No nos hemos sentido dichosos y dichosas en medio de dificultades, críticas, incomprensiones, enfermedades propias o sufrimientos de personas muy queridas? ¿No hemos sentido que más allá de todo eso hay una persona, un amor, una confianza sin medida que todo lo supera?
Esta es la fe que nuestros primeros hermanos quieren transmitirnos. Creer en Jesús, confiar en su salvación y su amor, es fuente de dicha y felicidad, es experimentar ya otro tipo de amor, de relaciones con Dios y con los hermanos.
Y, por si aún nos quedan dudas, Lucas, muy didáctico, nos advierte de que lo que a veces buscamos: sentirnos saciados, pasarlo bien siempre, que todos hablen bien de nosotros… es un camino equivocado. No es el camino de la felicidad que da el Reino, de la dicha que da el seguir a Jesús.
Es como si nos dijera: ¡Cuidado con buscar el camino que os prometían ayer los entendidos de la Ley, o la publicidad barata y facilona hoy! Si os sentís saciados, si reís, si no aspiráis a nada más que lo logrado, si todos hablan bien de vosotros… ¡Lloraréis y lo pasaréis mal!
La dicha del Reino no consiste en estar saciados, sino en buscar más: más paz, más justicia, más alegría para todos… ¡Porque sabemos que es posible! No consiste en que “lo pasemos bien”, al contrario, lloramos y sufrimos por muchas personas y situaciones… La dicha del Reino no se expresa en que todos hablen bien de nosotros, al contrario, apenas nos entenderán, nos pasarán por delante, se burlarán de nosotros, nos excluirán porque con nuestra forma de pensar –la de Jesús– somos una amenaza…
Pero, sin saber muy bien cómo, sin que sea una empresa a conquistar o unas virtudes a conseguir, ahí, en la realidad que vivimos AHORA somos dichosos y nada, ni nadie nos quitará esta alegría, porque sus claves no están en lo que pasa ni en lo que nos pasa. La clave es la persona de Jesús, nuestra fe en él, nuestra vinculación con él. Todo lo demás, se nos dará por añadidura. Y se nos dará hoy, ahora… ¿nos lo creemos? ¿Desbordamos y contagiamos alegría?
El evangelio de hoy no nos trae un programa moral, ni una explicación teórica sobre la felicidad, nos acerca la experiencia de los primeros cristianos que han encontrado en Jesús su alegría y nos recuerdan que estamos invitados a vivir su misma experiencia. ¿Nos atrevemos?
Comentario al evangelio del domingo 16 febrero 2025
Lc 6, 17.20-26
La que es considerada por muchos, cristianos o no, como la más bella página del evangelio, contiene un profundo mensaje de sabiduría atemporal, que puede contemplarse desde diferentes ángulos.
Desde la perspectiva social -o incluso sociopolítica-, se remarca la primacía de los pobres y sufrientes de todo tipo. Allí donde las personas más vulnerables sean las más atendidas, estará emergiendo una sociedad más humana. Dicho de otro modo: también en el plano social, el criterio decisivo es la compasión.
Desde una perspectiva religiosa, el mensaje de Jesús es radicalmente subversivo, incluso -o sobre todo- para la propia religión. Resulta que Dios no es “imparcial”, sino que opta preferentemente por los pobres y los sufrientes. Y no porque sean “mejores personas” que los demás, sino simplemente porque sufren. El Dios de Jesús es un Dios indiscutiblemente parcial.
Desde una perspectiva espiritual, ser “pobre” significa estar desidentificado del propio ego. Es pobre quien se sabe “nadie”, no por algún tipo de moralismo, sino porque ha comprendido que su verdadera identidad no se reduce al yo. A partir de ahí, vive una actitud de docilidad ante la vida y de comunión con los otros. Renuncia a “llevar las riendas” de la vida, se libera de la pulsión por controlar todo y aprende a fluir con lo que es.
Al adoptar una visión de conjunto, se aprecia la admirable convergencia de las tres perspectivas, reclamándose mutuamente. Solo en la medida en que comprendo qué soy, puedo liberarme de la reducción al yo (a la personalidad), dejando que la Vida que soy (somos) se viva en mí, viendo y actuando con los otros desde la consciencia de unidad, que se plasma en respeto, amor y compasión.
01.- NOTA PREVIA: LAS BIENAVENTURANZAS EN S MATEO Y EN S LUCAS.
San Mateo sitúa a Jesús proclamando las bienaventuranzas en un monte (que evoca el Sinaí): es el nuevo decálogo. Son las bienaventuranzas proclamadas para cristianos de origen judío que conocen muy bien la ley promulgada en el Sinaí.
San Lucas -por contraposición- dice que Jesús no subió, sino que bajó de la montaña y en una llanura proclama las bienaventuranzas a muchos discípulos y al pueblo.
En San Lucas Jesús baja al pueblo que no puede subir a la montaña de Dios. Es Dios quien se acerca a la gente sencilla por medio de Jesús.
Jesús es un hombre “llano” y en la llanura del pueblo enseña y cura.
Jesús no nos mira arrogantemente de arriba abajo, sino que levantando los ojos a la gente nos mira amablemente y está cerca del pueblo, le enseña y le cura.
Las bienaventuranzas, al mismo tiempo, no son una normativa moralista-legalista pronunciada en la sinagoga o en el Templo, sino que es una llamada a ser felices en la existencia: dichosos, bienaventurados…
02. DICHOSOS / BIENAVENTURADOS
Es difícil convencernos de que seremos bienaventurados y felices en la pobreza, en el sufrimiento, en la persecución…, pero es verdad.
La primera lectura de hoy, tomada del profeta Jeremías, nos dice: MALDITO el que confía en las fuerzas humanas, BENDITO quien confía en el Señor.
La cuestión de fondo en la vida es en quién o dónde pongo yo la confianza y la esperanza en la vida.
Normalmente solemos confiar y esperar en la fuerza, en el poder, en la actividad política, económica, quizás en las ciencias, en un buen sueldo, etc…
Para Trump -y para otros muchos políticos y economistas- la felicidad consiste en el poder, en la riqueza, en que la franja de Gaza se convierta en un paraíso terrenal tipo Miami o Benidorm…
Jesús nos dice que la felicidad no está ni en dólar ni en el euro. Feliz y bienaventurado es el pobre que apela a Dios como único defensor con la confianza puesta en Él: BENDITO quien confía en el Señor (Jeremías / 1ª lectura)
Nos podemos preguntar en el fondo de nuestra conciencia en quién confiamos en la vida.
03. CONTENTO Y FELICIDAD
Dios quiere la felicidad del ser humano y no meramente que el ser humano “esté contento”. Confundimos continuamente la “felicidad/ bienaventuranza” con el “contentamiento”.
La felicidad, la paz son de carácter hondamente humano, espiritual, moral. La felicidad tiene que ver con la plenitud interna. El “contentamiento” viene por el placer y la satisfacción de unos logros inmediatos y de corta duración, por lo que son incapaces de llenar el la vida y el corazón.
Muchos de nosotros hemos hecho en nuestra vida el paso de una sociedad dura y difícil, de gran escasez y necesidad, si no de hambre en aquellos años de la larga posguerra española, a una sociedad del bienestar, de cierto lujo, con un consumismo desenfrenado.
Lógicamente habríamos de ser hoy más felices, más serenos, más pacíficos, más honestos, etc. que en otros tiempos. Pero no parece que las cosas sean así.
La felicidad, el equilibrio en la vida, la esperanza, la justicia, la paz no parecen estar en el poder, ni en el dinero. Medio mundo se muere de hambre, mientras el otro medio nos morimos de colesterol.
Probablemente a gran parte de la gente le interesa vivir contenta inmediatamente sin ser feliz ni bienaventurada.
04. ¡AY DE VOSOTROS! NO SE TRATA DE UNA AMENAZA.
San Lucas nos presenta cuatro bienaventuranzas y cuatro lamentaciones.
Estos “ayes” (lamentaciones) no son amenazas de Jesús: ¡Ay de vosotros los ricos que ahora reís porque un día la pagaréis!
El ¡ay de vosotros! Es la compasión y lástima que Jesús siente ante la gente y el pueblo, ante los enfermos, los que sufren. Por eso dice Jesús: ¿qué pena que confiéis en el dinero, que os gusta que hablen bien de vosotros… porque tal vez estéis contentos pero no llegaréis a ser felices.
Estos “ayes” de Lucas hemos de interpretarlos como cuando unos padres ven que su hijo derrota por caminos no del todo sanos: ¡es una pena! Ni los padres, ni Jesús, van a condenar a su hijo, pero ¡es una pena!
Dios no amenaza: ¡ay de vosotros”, Dios siente compasión: me da pena que no seáis felices.
05. LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO ES LA CONFIANZA ÚLTIMA DEL CREYENTE.
La confianza última del creyente es la resurrección de JesuCristo y nuestra esperanza de resucitar. Nos lo recordaba hoy San Pablo en la 1ª carta a los corintios. Cristo ha resucitado y esa es la roca de nuestra confianza y felicidad.
Hemos vivido tres o cuatro años a vueltas con la sinodalidad, que por otra parte, está dando poco de sí. Ahora han puesto en el candelero eclesiástico el año del Jubileo: puertas, procesiones, mitras, báculos, viajes, etc. Bien estarán estas cosas, pero no son –ni de lejos
Comentario al evangelio del VI domingo del TO 16-02-2025
Las bienaventuranzas constituyen el programa del reino de Dios que tiene como mensaje central el cambio de situaciones que ha de comenzar a acontecer en este presente
Lucas nos presenta, a lo largo del evangelio, a un Jesús profeta y la misma suerte han de correr sus discípulos
El evangelio de hoy nos invita a vivir la vida cristiana con las consecuencias sociales que ella tiene siendo capaces de comprometernos con su transformación
Jesús bajó con sus discípulos y se detuvo en un llano. Había un gran número de discípulos y un gran gentío del pueblo, venidos de toda Judea, de Jerusalén, de la costa de Tiro y Sidón. Dirigiendo la mirada a los discípulos, les decía:
+ Felices los pobres, porque el reino de Dios les pertenece. Felices los que ahora pasan hambre, porque serán saciados. Felices los que ahora lloran, porque reirán. Felices cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y desprecien su nombre a causa del Hijo del Hombre. Alégrense y llénense de gozo, porque el premio en el cielo es abundante. Del mismo modo los padres de ellos trataron a los profetas.
Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen su consuelo!; ¡ay de ustedes, los que ahora están saciados!, porque pasarán hambre; ¡ay de los que ahora ríen!, porque llorarán y harán duelo; ¡ay de ustedes cuando todos los alaben! Del mismo modo los padres de ellos trataron a los falsos profetas
(Lucas 6, 17.20-26).
El texto de las bienaventuranzas que hoy nos relata el evangelio de Lucas, tiene su correspondiente en la versión de Mateo (5, 1-12), con diferencias de destinatarios y de énfasis. En Mateo Jesús se dirige a la muchedumbre, en Lucas a los discípulos y, en este evangelio, además de las bienaventuranzas, están los “ayes” o lamentos por la situación que van a vivir aquellos que ahora se creen plenos. De todas maneras, en los dos casos, este texto constituye el programa del reino de Dios que tiene como mensaje central el cambio de situaciones que ha de comenzar a acontecer en este presente, no pensando que el cambio se dará solo en el cielo. El mismo Lucas, en el libro de los Hechos, al hablar de la comunidad cristiana nos muestra cómo es posible ese cambio, cuando se comparte lo que se tiene y nadie pasa necesidad (Hch 2,42.44-45; 4,32.34-35).
Lucas nos presenta cuatro bienaventuranzas y cuatro “ayes” referidos a los pobres, a los que pasan hambre, los que lloran y a los que les persiguen y en los cuatro casos muestra el cambio de situación: a los pobres les pertenece el reino, sus primeros destinatarios; los hambrientos serán saciados, los que lloran reirán y a los que los persiguen les recuerda que es la suerte que corren los profetas, pero su recompensa será grande. En realidad, Lucas nos presenta, a lo largo del evangelio, a un Jesús profeta, con lo cual, los discípulos viven la misma realidad que su maestro.
En los “ayes” la situación se revierte también: los ricos no recibirán nada más, los saciados pasarán hambre, los que ríen, llorarán y harán duelo y a los que los alaban -es decir no los persiguen- les recuerda que las adulaciones y alabanzas son las que reciben los falsos profetas.
Hoy, por tanto, se nos invita a vivir la vida cristiana con las consecuencias sociales que ella tiene, siendo capaces de mirar la realidad y comprometernos con su transformación. La situación de pobreza que siguen viviendo multitudes en la humanidad no puede ser ajena a los que dicen seguir Jesús “profeta del reino”. No se compagina una vida cristiana con la desigualdad, la injusticia social, la exclusión, la resignación, la indiferencia, la falta de solidaridad, Menos con un compromiso político que no mire al cambio de estructuras para transformar la realidad. En este último aspecto queda la gran preocupación sobre qué pasa con los cristianos que eligen gobernantes que, explícitamente, en sus programas de gobierno fomentan el individualismo, la riqueza desmedida, la indiferencia con la creación, el desprecio a los pobres, la exclusión por razones de clase, de etnia, de género, etc. Convendría reflexionar, muy seriamente, si hemos comprendido el programa del reino de Dios y lo ponemos en práctica. Nuestro mensaje no se pude quedar en una “ideología” de un mundo justo para vivirlo en el más allá sin el compromiso efectivo de hacerlo posible en el hoy de nuestra historia. Hoy Jesús también dirige su mirada a nosotros y nos predica las Bienaventuranzas. Ojalá encuentre una respuesta efectiva y generosa en los que hoy decimos seguirlo.
Comentario a la lectura evangélica (Lucas 6, 17.20-26) de la Misa del VI Domingo del Tiempo Ordinario – 16 febrero 2025 -.
Levantad vuestros ojos
Levanta tus ojos, Señor, mira más allá del horizonte.
Como quizás deberíamos hacer en estos tiempos desgarrados y sin resolver.
Mirar hacia arriba para no dejar que el miedo nos coma el corazón. Miedo a tanto. Miedo a todo. Miedo que se ha convertido en enemigo. Miedo al presente, miedo al futuro, miedo a no lograrlo.
Mirando hacia arriba para encontrar, más allá del mar tormentoso, un lugar de desembarco. Una Palabra, un Salvador.
Habla, Señor. Indica un camino, un camino, un camino. Loco.
Mucha gente se reunió. Desde lejos. Muchos extraños.
Esperan una Palabra. La Palabra que nos empuja a aglomerarnos. Apoyar a cualquiera que tenga algo auténtico que decir, que nos muestre cómo ser felices. Más allá de demasiados vendedores de humo que están apagando nuestros sueños. Y nosotros, los idiotas, nos dejamos guiar.
Jesús mira hacia arriba. Y ve a sus discípulos.
Son personas sencillas, rudas y confiadas. No hay muchos intelectuales y los que lo son han comprendido que junto con la mente hay que ensanchar el corazón.
La Palabra llega, por fin. Y no es lo que queríamos oír.
No comprendo. No lo entendemos. No quiero ser pobre. Ni siquiera hambre ni llanto ni persecución. ¿Confirma esta página el prejuicio de muchos contra los cristianos que aman el sufrimiento? ¿Dedicados a cepillar la cruz día y noche con la mirada llorosa?
¿Dios exalta la desgracia?
Desafortunadamente, muchos lo han pensado al leer esta página.
Muchos, y cuánto me duele este hecho, verdaderamente han exaltado el dolor pensando en agradar a Dios. Muchos, en serio, piensan que Dios prueba a sus hijos enviándoles desgracias, enfermedades y duelos. ¿Pero qué padre haría algo así?
No es así.
No somos bienaventurados, es decir, felices, porque somos pobres, o tenemos hambre, o lloramos, o somos perseguidos.
Somos felices porque Dios cuida de nosotros, ya seamos pobres, hambrientos, llorosos y perseguidos.
Porque Dios pone a los pobres en el centro de su corazón. Y satisface al hambriento. Y hace reír a la persona que llora. Y acoge con él a todos los que entre nosotros sufren persecución en su nombre.
Al igual que los padres que prestan más atención a su hijo enfermo, Dios también lo hace.
Que da a cada uno según su necesidad.
Por tanto, Jesús, al ver a sus discípulos, ya ve consuelo.
Las Bienaventuranzas nos dicen quién es Dios.
Pero ¡ay de vosotros!
Pienso en la hemorragia de humanidad que estamos viviendo día tras día.
Pienso en la costra que está creciendo en nuestras almas. Todos enojados, todos víctimas, todos sospechosos.
Pienso en la indiferencia elevada a sistema, en la globalización de la indiferencia.
No, no tengo soluciones simples, por supuesto.
Pero no quiero cerrar los ojos. Y leo la realidad imitando la mirada de Dios.
Jesús insiste, a diferencia de Mateo.
Lucas relata cuatro “ayes”.
Él no amenaza, el Hijo del hombre, el Maestro.
Advierte, sacude, abofetea.
Si la riqueza se convierte en tu horizonte y llena tu mente y tu alma, no habrá lugar para Dios.
Si lo que importa en tu vida es la codicia, poseer, aparecer, contar, descubrirás que la gloria no alimenta tu alma.
Si tu vida es superficial, tonta, nunca sabrás qué tesoro precioso tiene Dios escondido en tu corazón.
Si sólo prestas atención a lo que dicen de ti, terminarás viviendo de las apariencias.
El bienaventurado
Precisamente porque el Dios de Jesús es manso, pacificador y misericordioso, paga personalmente y sabe llorar, quienes se le parecen lo experimentan.
Locura, ¿verdad? Sí, es demasiado incluso para un loco como yo.
Sin embargo, Jesús lo dijo.
No busquemos la pobreza ni las lágrimas ni la miseria, sino pongamos nuestra confianza en Dios; entonces experimentaremos una felicidad que se llena de emoción y la supera.
La bienaventuranza es experimentar el Absoluto de Dios, el Dios de Jesús, su deslumbrante belleza y compartir con él el sueño de una vida verdadera, a cualquier precio.
Esta página me desgarra el corazón.
Yo, que soy pobre, quisiera hacerme rico.
A mí, que tengo hambre, me gustaría no tener problemas en el futuro.
Yo que sufro y lloro quisiera no preocuparme y reírme a carcajadas.
Yo, a quien se me acusa de ser un buenista porque pongo el Evangelio en práctica, me siento tentado de desencadenar la ira general.
La Palabra, hoy, escudriña y corta.
Como escribe Jeremías, profeta inaudito y perseguido en su Jerusalén, la única posibilidad es levantar la mirada, no confiar sólo en el hombre. Nuestra esperanza, nos recuerda Pablo, está puesta en el Señor resucitado, en alguien que está vivo y se hace presente a través de nuestra mirada, no en un proyecto humano.
Bienaventurados los que no nos damos por vencidos, porque este es el camino de Dios.
Como estacas clavadas en la tierra, creemos.
Sepámonos que somos amados, descubramos que somos amados.
Cuenta un midrash que, en la tarde del último día de la creación, las letras del alefeto hebreo se fueron presentando ante el Creador para pedirle: “Por favor, ¡elígeme como primera letra de la Torah”! La agraciada resultó ser la bet por la que comienza la palabra berakah(bendición) y beresit “En el principio…”
Su forma se parece a un cuadrado incompleto, cerrado por la derecha y por ambos lados, dejando el lado izquierdo completamente abierto. Y como la escritura hebrea va de derecha a izquierda, parece que nos está indicado el sentido del camino: – “¡Camina siempre hacia delante! Avanza sin dispersarte, no te empeñes en empinarte por encima de tu estatura ni te pegues tampoco al suelo; y ni se te ocurra retroceder porque chocarás con el tope del punto de partida”.
El comienzo de un año tiene mucho de apertura, de estreno y de novedad. Está ante nosotros como un germen sin “residuos”, sin acumulación, rigidez o endurecimiento. Algo que germina posee un máximum de libertad, de juego, de agilidad, de gracia. Decía Charles Péguy: “Un germen es lo menos habituado que existe, lo menos fijado por la memoria o por el hábito, donde hay menos legajos, memorias papeleo o burocracia. Es lo que está más cerca de la creación, lo más fresco, lo más reciente y salido verdaderamente de las manos de Dios”.
Excelente momento para las decisiones de cambios significativos como los que quizá estén ya aconteciendo: Fray Severiano del Divino Celo ha puesto a remojo en noches alternas su santa observancia, a ver si se le reblandece un poco. Sor Maura del Perpetuo Recuerdo está tomando un vasodilatador antioxidante para ensanchar su mentalidad. Fray Bruno del Santo Sepulcro se ha puesto a leer la vida de san Felipe Neri que dijo: “Conservar el buen humor en medio de las penas es señal de un alma buena”. Sor Albertina de la Santa Faz aplica cada día a su entrecejo un algodón impregnado en agua de Lourdes para ver si le desaparece el gesto de mal genio.
Todos ellos y todos nosotros estamos invitados a entonar: “Cantad al Señor un cántico nuevo” que en hebreo suena así: Siru laSem sir jadas
Las lecturas litúrgicas de hoy del Quinto Domingo del Tiempo Ordinario, están disponibles aquí.
Aunque muy diversas en estilos literarios y contenido, las tres lecturas del leccionario de este domingo abordan el tema común de la aceptación: ser aceptado por los demás, pero también por uno mismo; ambas cosas, por supuesto, inevitablemente vinculadas a la capacidad de aceptar a otras personas.
Este mensaje es poderoso en cualquier momento, pero particularmente apropiado en nuestra atmósfera actual, impregnada por el rechazo y la exclusión de otros por muchas razones, entre ellas, por ser queer, trans o no binarios. Una por una, estas lecturas nos desafían a abandonar las líneas superficiales de división y a llegar a –como siempre nos insta el Espíritu Santo– la bienvenida, la aceptación, la comunión, la colaboración y el caminar juntos.
La lectura de Isaías confirma lo que una vez me dijo un viejo amigo: “Si los ángeles se parecieran a los tiernos objetos de las tarjetas de Hallmark, ¿por qué tendrían que empezar diciendo ‘¡No tengas miedo!’ cada vez que aparecen?” Al encontrarse en el templo de Dios, Isaías se enfrenta a “serafines… estacionados encima” del trono, que gritan: “¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!” Ante ese sonido, “el marco de la puerta tembló y la casa se llenó de humo”. El versículo omitido en la versión de la proclamación que escuchamos en la Misa agrega que los serafines tienen seis alas, como si sólo dos no hubieran sido lo suficientemente intimidantes para el pobre Isaías. (Sí, aquí es donde aprendemos del diseño hexáptero mencionado en el himno “Que toda carne mortal guarde silencio”, es decir, “A sus pies el serafín de seis alas…”)
La narración de la vocación de Isaías es una situación bíblica bastante estándar: una en la que el miedo y la confusión conducen a un avance espiritual. Primero muestra una incapacidad para aceptarse a sí mismo – “¡Soy demasiado impuro para estar en la presencia divina!” – lo que por supuesto hace imposible creer que Dios pudiera aceptarlo.
Deténgase ahora y piense en cualquier niño extraño a quien se le ha enseñado que es impuro y, por lo tanto, inaceptable para sí mismo, para cualquiera y para Dios.
La poesía dramática divina de esta lectura de Isaías nos presenta a uno de estos aterradores serafines realizando muy gentilmente un acto simbólico que dice: “Silencio, hijo, deja que esta brasa que perfuma el templo de Dios aleje tus temores de impureza”.
Este ritual transformador lleva a Isaías a declarar: “Aquí estoy, Señor, ¡envíame!” en el más breve aleteo de seis alas. Y ahora detengámonos a preguntarnos: ¿cómo llevaremos a ese otro niño, en nuestro tiempo y situación, al mismo lugar al que pertenece tanto como lo hizo Isaías?
El desafío de llegar a la aceptación es evidente en la lectura de hoy de 1 Corintios. Los estudiosos de las Escrituras generalmente se centran, y con razón, en lo que Pablo dice acerca de Jesús y la resurrección en este pasaje. Me gustaría centrarme más bien en lo que Pablo dice acerca de Pablo.
Pablo tuvo dificultades para ser aceptado como apóstol por una razón obvia: ¿por qué la gente, después de todo, debería confiar en alguien que durante años había intentado matarlos? Con frecuencia insiste en sus “credenciales”, como lo hace aquí, argumentando: “Yo fui lo suficientemente bueno para Jesús: ¿por qué no es eso lo suficientemente bueno para ti?”. Su línea sobre “Por último, como a alguien nacido anormalmente, se me apareció a mí”, es ambigua: en ella, podemos ver una estrategia de humildad –confesar su indignidad, con la esperanza de provocar la empatía del lector–; o bien, una internalización real de la falta de aceptación que le han mostrado otros cristianos.
Sea lo que sea, él también muestra cómo el Espíritu lo ha arrastrado a través de este campo minado emocional hasta el punto en que puede declarar, presagiando inconscientemente el gran himno gay del musical de Broadway La Cage aux Folles(La Jaula de las Locas), “por la gracia de Dios soy lo que soy”, insistiendo en que es tan digno como los otros apóstoles, y también Isaías, de ser enviado a hacer la obra de Dios.
Nuevamente, debemos detenernos aquí para preguntarnos: “¿Cómo estamos ayudando a alguien a quien se le enseña que nació “anormalmente” a llegar al punto en que se sienta tan digno como todos los demás llamados y enviados por Dios?”
Finalmente, en la lectura del evangelio de hoy Lucas nos presenta a Pedro, el gran “¡Todo lo puedo!”. …¡Hasta que esté demasiado aterrorizado para hacer algo!” apóstol de la fanfarronería, empujado por Jesús por falta de autoaceptación. Casi podemos oír a Pedro suspirar: “Bien: yo soy el que sabe pescar, y he estado pescando infructuosamente toda la noche, pero lo intentaré de nuevo, si tú lo dices…” y luego rápidamente quedar asombrado por la cantidad literal de peces que saca, tal como Isaías había quedado asombrado por los efectos especiales angelicales.
La reacción de Pedro –“Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”– es prácticamente idéntica a la reacción inicial de Isaías: “No soy digno de estar en tu presencia”. Y ahora es el turno de Jesús de decir, como lo habían hecho los ángeles durante siglos antes que él: “No tengáis miedo“. Continúa con la única refutación eficaz para cualquiera que diga “No merezco estar aquí”: una cálida y amable invitación a “Ven conmigo”.
Corriendo el riesgo de lanzar mi propia red interpretativa demasiado lejos para el mensaje paralelo: si alguna vez has trabajado con niños queer que luchan o se preguntan (o tú mismo fuiste uno de ellos), sabes que cada uno de ellos ha pensado al menos una vez: “No soy digno, no merezco estar aquí“. Y aunque al principio puedan mostrarse incrédulos ante nuestro apoyo, acabamos de ver tres mensajes diferentes que debemos ofrecerles:
“Estoy contigo; Quiero estar contigo, y tú conmigo: ven conmigo y hagamos juntos la obra de Dios”.
—Michaelangelo Allocca (él), New Ways Ministry, 9 de febrero de 2025
La culpa como tal no es algo inventado por las religiones. Constituye una de las experiencias humanas más antiguas y universales. Antes que aflore el sentimiento religioso se puede advertir en el ser humano esa sensación de «haber fallado» en algo. El problema no consiste en la experiencia de la culpa, sino en el modo de afrontarla.
Hay una manera sana de vivir la culpa. La persona asume la responsabilidad de sus actos, lamenta el daño que ha podido causar y se esfuerza por mejorar en el futuro su conducta. Vivida así, la experiencia de la culpa forma parte del crecimiento de la persona hacia su madurez.
Pero hay también maneras poco sanas de vivir esta culpa. La persona se encierra en su indignidad, fomenta sentimientos infantiles de mancha y suciedad, destruye su autoestima y se anula. El individuo se atormenta, se humilla, lucha consigo mismo, pero al final de todos sus esfuerzos no se libera ni crece como persona.
Lo propio del cristiano es vivir su experiencia de culpa ante un Dios que es amor y solo amor. El creyente reconoce que ha sido infiel a ese amor. Esto da a su culpa un peso y una seriedad absoluta. Pero al mismo tiempo lo libera del hundimiento, pues sabe que, aun siendo pecador, es aceptado por Dios: en él puede encontrar siempre la misericordia que salva de toda indignidad y fracaso.
Según el relato, Pedro, abrumado por su indignidad, se arroja a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». La respuesta de Jesús no podía ser otra: «No temas», no tengas miedo de ser pecador y estar junto a mí. Esta es la suerte del creyente: se sabe pecador, pero se sabe al mismo tiempo aceptado, comprendido y amado incondicionalmente por ese Dios revelado en Jesús.
Isaías 6, 1-2a. 3-8: Aquí estoy, mándame. Salmo responsorial: 137: Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor. 1Corintios 15, 1-11: Esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído. Lucas 5, 1-11: Dejándolo todo, lo siguieron.
El autor de la primera lectura ubica la escena en un tiempo concreto, año 740 a.C. que corresponde a la muerte del rey Osías (740 a.C). El relato se divide en dos partes: la visión (vv. 1-4) y la reacción del profeta (vv. 5-8). Una tercera parte, que ha sido excluida en nuestro texto litúrgico (vv. 9-13), cuenta la misión que recibe el profeta. Realmente todo el capítulo 13 forma una unidad literaria. Por su similitud con los relatos de vocación de Jeremías y Ezequiel, que tienen estas mismas tres partes, algunos consideran este relato como de vocación. Sin embargo, el contenido nos lleva a pensar en un relato de misión.
La escena comienza a desarrollarse probablemente en el templo de Jerusalén, donde el profeta recibe la visión de una liturgia celeste. El profeta ve a Yahvé con los rasgos de un rey, ejerciendo su poder. También sobresale un lenguaje de plenitud expresado en frases como “el ruedo de su manto llenaba el templo”, “su gloria llena la tierra toda”… Los serafines (serafín = ardiente), seres alados de fuego, que no son todavía los ángeles de la tradición posterior, están por encima del rey, en actitud de servicio. Los serafines entonan el canto del «santo, santo, santo». La santidad de Dios se hace visible a través de su gloria, y la gloria de Dios se manifiesta a través de sus obras en la creación y de sus acciones liberadoras a favor de su pueblo.
En los vv. 5-7 se nos muestra la reacción de Isaías ante la visión, poniendo el acento en la impureza de sus labios y los de su pueblo. Se siente perdido por que tal vez no habló en el momento que lo debía hacer, esto lo hace impuro e incapacitado para ejercer su vocación de hablar en le nombre de Yahvé. La exclamación angustiosa que expresa conversión es atendida con un serafín quien a través de un carbón encendido toca su boca para que le sean perdonados sus pecados. Isaías entonces está habilitado de nuevo como profeta, no sólo para hablar sino para escuchar la voz de Dios que busca un profeta. Pasando de la angustia del pecado a la seguridad de estar acreditado para hacer de profeta, responde de inmediato “aquí me tienes”, manifestando así su disponibilidad y pertenencia absoluta a la voluntad del Señor.
Todo el capítulo 15 de 1 Corintios tiene como eje temático la resurrección de Jesucristo, puesta en duda en el v.12: “¿cómo dice alguno que no hay resurrección de los muertos?”. Al comenzar el capítulo Pablo recuerda la Buena Nueva como el mejor regalo entregado a la comunidad de Corinto, regalo que fue recibido y mantenido con fidelidad a las palabras anunciadas. Aparece claro que el elemento común a los cristianos de todos los pueblos, culturas y tradiciones es la palabra de Dios. El contenido de la Buena Nueva lo describe Pablo citando un fragmento del primer credo cristiano que tiene como protagonista a Cristo, como testimonio de solidaridad, su muerte por nuestros pecados, como punto de referencia, las Escrituras, como respuesta solidaria humana, su sepultura, como intervención directa de Dios, su resurrección, como testigos de la resurrección, a todos los que se les apareció. El Dios de la Vida y la vida de nuestro pueblo es la razón de ser de toda vocación cristiana, que es vocación a defender y acrecentar la vida. «Para que tengan Vida y Vida en abundancia».
En el evangelio de hoy nos encontramos con un diálogo entre Jesús y Pedro, sencillo y profundo a la vez, diálogo que podríamos hacer nuestro en medio de las aguas tempestuosas de este mundo mientras nos esforzamos en nadar contra corriente. Pedro, por el oficio, era el experto en lugares y horas precisas para pescar. Sabía que en la noche y con las aguas tranquilas se pesca mejor, eso había estado haciendo toda la noche ¡y no habían cogido ni un pececito! Pero llega Jesús que sin ser pescador le dice sencillamente, que eche las redes para pescar…
Pedro, el experto, pudo haber dicho que no, que no era ni la hora ni el lugar para pescar y todo hubiera quedado ahí. Pero no, calla su experiencia y sabiduría (“hemos pasado toda la noche bregando”); reconoce su fracaso y desilusión (“no hemos cogido nada”), y “en nombre de Jesús echa las redes”. Y ya conocemos el final del relato: ¡una pesca maravillosa! Cuando Jesús le pide a Pedro que “reme mar adentro” lo está invitando a una aventura que lo lleva más allá de las playas cotidianas en busca de un horizonte mucho más amplio. Y Pedro cree en la palabra de Jesús.
Éste es el verdadero milagro: creer cuando todo parece ilógico. La abundante pesca y las redes llenas de peces son sólo la consecuencia de la fe. Todos los relatos de milagros en el evangelio comienzan con la fe o la suscitan, es la condición para ver la acción de Jesús. Cuando no la hay, Jesús simplemente se va a la otra orilla como veremos en las próximas semanas. Si creemos en Jesús entonces se realiza el milagro!
Claro, la cosa no es tan sencilla, se necesita una fe muy grande dada por Dios. Pidamos esa fe para que igual que Pedro, creamos en Jesús, obedezcamos su palabra, rememos mar adentro y echemos las redes para pescar, entonces, veremos otro milagro en nuestras vidas y en nuestra comunidad.
Y es que ser discípulos de Jesús exige confiar en su palabra. La misión a la que Jesús nos quiere enviar es osada y, hoy por hoy, con pocas probabilidades de éxito. Jesús quiere contar con nosotros y nosotras para el proyecto de Reino. Jesús convoca a los Apóstoles para que sean pescadores de personas, por eso toda vocación exige “remar mar adentro” para abandonar las seguridades de la orilla, tener un horizonte ilimitado asumir responsabilidades y meterse en una gran obra: el servicio al Reinado de Dios, es decir, una utopía de la que serán beneficiaros todos los hombres y mujeres del mundo.
Sin que desmerezca el oficio de los pescadores, lo que le propone Jesús a Pedro es una superación en el oficio que hasta ahora había desempeñado: pescar hombres y mujeres para el Reino es una empresa más noble y difícil que pescar peces, es algo más milagroso que la pesca que acaban de hacer.
Pero algunos llamados a esta nueva labor son también invitados a “dejarlo todo” para seguir a Cristo. Los necesita dedicados a tiempo completo, dedicándole a esta “misión” todas las fuerzas. Pescar hombres y mujeres para el Reino exige renunciar a todo lo demás y asumir a Jesús como única posesión. La misión a la que se llama exige desprenderse por completo, para apegarse totalmente a Jesús. En el relato de hoy se van con Jesús, que vale mucho más que las dos barcas llenas de pescados que les acaba de regalar. Dejan esa abundante pesca que los había admirado tanto porque comprenden que la vocación compromete al ser humano en un trabajo que está por encima de los trabajos humanos ordinarios. La vocación–misión es una invitación a colaborarle a Dios, un trabajo milagroso. Oremos hoy por aquellos que dejándolo todo se han ido tras el Señor. Leer más…
Dom 5. Ciclo C. Lc 5, 1-11.Este pasaje, escrito por Lucas hacia el año 90 d.C., sitúa a la iglesia actual (2025) ante una decisión antigua de los cuatro primeros convocados de Marcos 1, 16-20 (Pedro y su hermano Andrés; los dos zebedeos: Juan y Santiago).
Aquella decisiónes la nuestra (siglo XXI) para recrear la iglesia en un momento crucial, tras las pequeñas reformas cosméticas del siglo XX (movimientos cristianos, Vaticano II, nueva evangelización, proyecto sinodal) que, al parecer, están fracasando. Llevamos mucho tiempo sin pesca. La decisión antigua puede ayudarnos a tomarla nuestra.
| Xabier Pikaza
SITUACIÓN. Duc in altum, más al fondo en el mar de la vida, en la vida de cada persona
Han pasado una crisis muy fuerte, años de pesca inútil; pero Jesús les ha llamado de nuevo, han retomado la tarea y han pescado mucho. Éste es el argumentó del evangelio del domingo (Lc 1, 1-11), con la decisión de Pedro y los zebedeos, que Jn 21 plante teniendo en cuenta la tarea de Pedro y de los siete helenistas, con la intervención esencial del Discípulo amado. Por eso pido a mis lectores que lean ambos textos: Lc 5 y Jn 21.
Lucas ha retomado y contado esta la historia de un modo algo distinto, desde la perspectiva de los helenistas (Heh 6-8) y de Pablo, y ha escrito en esa línea todo el libro de los Hechos. También ha contado esa historia desde la perspectiva de Marta y María, en Lc 10, 38-42, suponiendo que las cosas han ido bien en esta iglesia de mujeres
Varias iglesias, una iglesia.
Nuestro texto (Lc 5) nos sitúa ante la glesia de los cuatro primeros pescadores de Mc 1, 16-20 par. (Pedro-Andrés con Juan y Santiago), que aparecen en la escena y anuncio del juicio final, en Mc 13, recibiendo la enseñanza conclusiva de Jesús, ante el templo, con el anuncio de la destrucción del templo, con la guerra judía de fondo (67-70).
Está la iglesia de los Doce, elegidos por Jesús como nuevo Israel (Mc 3, 13-16,) para enviarlos después a las a las 12 tribus de Israel…, con Pedro entre ellos y también su hermano Andrés y los zebedeos, en Mac 6, 6-13 par). Es la iglesia del nuevo Israel, que aparece también en Pablo (1 Cor 1 15).Esta iglesia de los doce es la iglesia dominante, que Lucas sitúa en el Cenáculo de Jerusalén, tras la ascensión de Jesús, antes de la venida del Espíritu Santo (Hechos 1, 13-14), unida a los parientes de Jesús y las mujeres.
Está la iglesia de los hermanos parientes de Jesús, que aparecen en Hech 1, 13-14….Y de un modo especial en Hech 6-15 (y en 2 Cor 15 Se apareció a Jacob), cuando se distinguen la iglesia de los helenistas y la de los hebreos…. que pactan en el Concilio de Jerusalén (Hech 15). A esta iglesia de Santiago y los hermanos de Jesús (los hebreos) la conocemos después por la polémica constante de Pablo con ellos, en Gal, 1 Cor… y por la visita final de Pablo a Jerusalén, conforme al final de Hechos….donde parece que no hay acuerdo final entre Pablo y los hebreos cristianos.
Está la iglesia de los 7 helenistas de Hech 6, con Esteban, con Felipe el evangelista… y luego con Pablo. En la línea de esta iglesia establece Lucas el segundo envío de Jesús, el de los 72… que no se dirigen ya a Israel (como los 12), sino a todos los pueblos… (Lc 10-1-16)…. En un contexto en el que aparece también la iglesia de Marta y María. Parece evidente que este envío de los 72… se relaciona con el de los siete helenistas de Hech 6 y de un modo especial con el de Pablo más tarde.
Está la iglesia de las mujeres, de Marta y María(Lc 10, 38-42), que acogen a Jesús y a sus enviados, iglesia de la casa de la contemplación y del servicio mutuo, iglesia de amor y de acogida.
Está la iglesia del Discípulo amado con Pedro… en Jn 21. Lucas ha desarrollado después en Hechos la línea que va de Pedro a Pablo; los sinópticos se han quedado más bien en la iglesia de los cuatro (Pedro y su hermano con los Zebedeos)…. Y el Cuarto Evangelio ha desarrollado más, en Jn 21 la iglesia que va de Pedro al Discípulo Amado.
Son iglesias distintas… que se irán uniendo en forma de una Gran Iglesia… pero que por otra parte siguen siendo diferentes en la actualidad (año 2025) con católicos, ortodoxos protestantes y otras comunidades… entre las que podemos y debemos contar la iglesia de Santiago Nazireo (hermano de Jesús), con otras como la de Tomás, los gnósticos etc.
Aquí no puedo desarrollar y seguir todos los hilos de esas iglesias, que, en parte, he empezado a contar en algunos libros, especialmente en Compañeros y amigos de Jesús, la iglesia antes de Pablo (Sal Terrae 2024). Mañana (8.2.25) voy a contar para el CELAM de Bogotá Marta y María. Ahora voy a presentar en esta postal la historia de fondo de este pasaje de Lc 5, 1-11, pidiendo a mis lectores que tengan muy presente el texto paralelo de Jn 21, donde el Cuarto evangelio cuenta la misma historia desde la perspectiva de Pedro y el Discípulo Amado.
INTRODUCCIÓN CON PEDRO. LA MISIÓN FRACASADA DE LOS 4
Simón (a quien Jesús llamará después Pedro) y sus compañeros aparecen como pescadores cansados, tras una noche en blanco, pero que se arriesgan a iniciar de nuevo la tarea de la pesca, en un mar más profundo.
Hay dos barcas, con al menos cuatro pescadores, que arreglan las redes vacías pero estropeadas al sol de la mañana, mientras Jesús habla en la orilla a la gente. No les queda más que reparar los daños de la noche. No tienen ya faena Vuelven de haber trabajado la noche entera, no han conseguido nada (podemos compararles con nosotros, después de 2000 años de Iglesia… y sin nada).
Pero Jesús les pide que vuelvan, que inicien la tarea mar adentro, en lugares que no habían explorado todavía. Las palabras de Jesús a Simón y a sus compañeros son significativas:
‒ Les dice en griego (en la versión conservada por Lucas) epanagage eis to bathos, que significa que avancen (que naveguen y se arriesguen) más al interior (en zona más profunda de aguas, sin miedo a quedar lejos de la orilla).
‒ La traducción latina que se ha hecho tradicional dice duc in altum: lleva el barco a más hondura (altura), profundiza, elévate…, no te quedes pasmado donde estás. Esta traducción ha hecho fortuna y se utiliza como signo de llamada vocacional, dirigida no sólo a Pedro, sino a todos los cristianos: ¡Hay profundidades y alturas que debes explorar aún!
‒ La versión castellana (rema mar adentro) pone de relieve el esfuerzo personal de los pescadores que se supone que han de remar (en teoría podían navegar a vela)…
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