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Magda Bennásar: Eso que intuyes, acógelo.

Miércoles, 30 de noviembre de 2022
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Maria+-+IsabelSe acercan días de ir entrando en un lenguaje simbólico, metafórico, poético incluso, en nuestras celebraciones cristianas.

Cuando nos acercamos a Adviento y al Tiempo de Navidad todo cambia en la naturaleza, en la liturgia, en nuestras casas… Es como entrar en la posibilidad de recuperar, recrear lo creado y, tal vez, poco cuidado, incluida nuestra experiencia interior.

¡Qué fácil nos resulta seguir con nuestra vida aunque nos hayamos desenganchado por dentro de aquello que constituye nuestra Roca y Fortaleza. Cuando algo se desengancha se origina un vacío. Por ejemplo, un puente se desengancha de un lado y se crea ese hueco y esa distancia que se agranda en la medida que nos quedamos en una de las orillas.

Veo y siento a mucha gente así. Desenganchada hasta los topes de todo lo que huela a religión, para intentar reengancharse con experiencias de meditación en su pluriformidad.

¿No intuyes que puede haber más? ¿Que nuestro «enganche» no es sólo con el silencio sino también con la palabra? Reenganchar con la palabra, con la promesa, la alianza y sobre todo con la palabra creadora, que ha formado todo, porque así es la Palabra del Abba, que emana del caos caótico de una vida sin amor, y va creando un hogar para nosotrxs, interior y exterior, a ese le llamamos Casa.

Con el silencio, extremadamente necesario, se crea un contexto, un espacio, una actitud de acogida, respeto, escucha… Con la palabra, por su parte, se puede crear paz o tensión, se crea algo nuevo o se puede destruir, a personas e instituciones. La palabra siempre crea una actitud, moldea un ambiente, construye o deconstruye una relación.

Es verdad que tenemos dos orejas y una lengua. Por supuesto que la escucha es la base de toda palabra constructiva. Largos tiempos de silencio nos renuevan y re-generan por dentro, nuestro cerebro descansa, nuestros oídos recuperan audición perdida con ruidos y exceso de información que al final bloquea y agota los sentidos.

Adviento es algo así, un espacio interior, en que todo se queda en un gran silencio para observar, sentir, intuir por dentro que algo nuevo se está gestando, que la Vida no tiene límite de oferta, que la Vida está en tí y en mí, y en la institución incluso, si la acogemos.

Y viene como una intuición. Como una necesidad de que tiene que ser así. Y leemos los textos de siempre desde ese silencio prolongado del invierno, donde las hojas ya se cayeron y la desnudez exterior nos recuerda que en esta época la vida, la energía…está muy dentro, muy adentrada en la tierra y en los océanos; está regenerándose en sus húmedas raíces y enormes peregrinaciones de pájaros huyendo del frío y buscando tierras más cálidas. ¿Qué tierras buscamos, buscas, para que el hielo y la oscuridad no pueda contigo? ¿Sabes dónde encontrar acogida en tu peregrinación huyendo del gélido frío causado por el desenganche y por no saber dónde reenganchar?

Así la Palabra, esa que intuimos es para nosotras, busca la calidez femenina del corazón abierto de mujeres que gestan la Vida y nos dan las claves de por dónde anda Dios. Ese Dios que tantos han buscado y que a fuerza de no hallarle por donde le buscaban, dejaron de buscarle y empezaron, para rellenar el hueco de su desenganche, a escribir tochos de explicaciones que al final ha sido una palabra que nos ha dividido.

Y aparecen ellas, en las primeras páginas del evangelio, y nos hablan de sus sueños e intuiciones y resulta que por ahí viene el Mesías. Y resulta que están embarazadas y nos indican que las intuiciones gestan el amor y que no hay vuelta atrás. Esa vida empieza a gestarse en tu silencio habitado de Palabra.

Últimamente desde nuestro blog (espiritualidadintegradoracristiana.es) a partir de una intuición, iniciamos un ciclo de audios de unos minutos, en torno a la palabra del día, y me impresiona la cantidad de personas que lo han escuchado, en los cinco continentes.

Y Adviento nos invita a seguir, a escuchar, a dejar que la palabra resuene dentro. Por ello, porque priorizamos esta Vida nos iremos al desierto de una casa de retiros en Vizcaya, en un lugar de ensueño, para reenganchar con la otra orilla, para hacer “puenting” e intentar alcanzar esa unión interior sin vacío, en la sencillez del silencio, la acogida, la comunidad, la Palabra acompañada.

Mayoría mujeres, claro, eso de la intuición nos engancha. También varones, menos, como corresponde a la realidad de los inicios, hombres tipo José, que acogen a Dios en sueños, y no necesitan estar tan enganchados a las redes…porque juntos hacemos otra travesía.

Otrxs lo harán online porque eso de engancharnos con lxs de más lejos, nos encanta y enriquece un montón. También tú tienes sitio, estés en la orilla que estés. Y quedas invitada.

¡¡¡Feliz Adviento!!! No dejes que pase de largo, acoge la intuición.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

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“Antes de separarse”. 27 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10, 2-16)

Domingo, 3 de octubre de 2021
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Hoy se habla cada vez menos de fidelidad. Basta escuchar ciertas conversaciones para constatar un clima muy diferente: «Hemos pasado las vacaciones cada uno por su cuenta», «mi esposo tiene un ligue, me costó aceptarlo, pero ¿qué podía hacer?», «es que sola con mi marido me aburro».

Algunas parejas consideran que el amor es algo espontáneo. Si brota y permanece vivo, todo va bien. Si se enfría y desaparece, la convivencia resulta intolerable. Entonces lo mejor es separarse «de manera civilizada».

No todos reaccionan así. Hay parejas que se dan cuenta de que ya no se aman, pero siguen juntos, sin que puedan explicarse exactamente por qué. Solo se preguntan hasta cuándo podrá durar esa situación. Hay también quienes han encontrado un amor fuera de su matrimonio y se sienten tan atraídos por esa nueva relación que no quieren renunciar a ella. No quieren perderse nada, ni su matrimonio ni ese amor extramatrimonial.

Las situaciones son muchas y, con frecuencia, muy dolorosas. Mujeres que lloran en secreto su abandono y humillación. Esposos que se aburren en una relación insoportable. Niños tristes que sufren el desamor de sus padres.

Estas parejas no necesitan una «receta» para salir de su situación. Sería demasiado fácil. Lo primero que les podemos ofrecer es respeto, escucha discreta, aliento para vivir y, tal vez, una palabra lúcida de orientación. Sin embargo, puede ser oportuno recordar algunos pasos fundamentales que siempre es necesario dar.

Lo primero es no renunciar al diálogo. Hay que esclarecer la relación. Desvelar con sinceridad lo que siente y vive cada uno. Tratar de entender lo que se oculta tras ese malestar creciente. Descubrir lo que no funciona. Poner nombre a tantos agravios mutuos que se han ido acumulando sin ser nunca elucidados.

Pero el diálogo no basta. Ciertas crisis no se resuelven sin generosidad y espíritu de nobleza. Si cada uno se encierra en una postura de egoísmo mezquino, el conflicto se agrava, los ánimos se crispan y lo que un día fue amor se puede convertir en odio secreto y mutua agresividad.

Hay que recordar también que el amor se vive en la vida ordinaria y repetida de lo cotidiano. Cada día vivido juntos, cada alegría y cada sufrimiento compartidos, cada problema vivido en pareja, dan consistencia real al amor. La frase de Jesús: «Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre», tiene sus exigencias mucho antes de que llegue la ruptura, pues las parejas se van separando poco a poco, en la vida de cada día.

José Antonio Pagola

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“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Domingo 3 de octubre de 2021. Domingo 27º ordinario

Domingo, 3 de octubre de 2021
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54-ordinarioB27 cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 2, 18-24: Y serán los dos una sola carne.
Salmo responsorial: 127: Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
Hebreos 2, 9-11: El santificador y los santificados proceden todos del mismo.
Marcos 10, 2-16: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

 En la primera lectura nos encontramos con el segundo relato de la creación, que está centrado en la creación del hombre y de la mujer, ambos formados de tierra y aliento divino. Los dos son hechura de Dios, y por lo tanto deberían ser iguales, a pesar de su diversidad. La relación perfecta entre los dos no está garantizada ni escrita en su sangre: es una conquista de la libertad que ellos deben construir. Un proyecto de unidad que compromete la responsabilidad de cada uno.

El autor de la carta a los hebreos nos dice que la pasión y la muerte de Jesús no son fines en sí mismos, sino solamente un camino hacia la resurrección y la salvación plena. Los cristianos no nos podemos quedar contemplando al crucificado del viernes santo, construyendo nuestra vida desde el dolor, el sufrimiento y la muerte. La misma epístola nos dice que el propio Jesús “en los días de su vida mortal presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas, al que lo podía salvar de la muerte”. Esto quiere decir que él mismo luchó por encontrar una alternativa que no estaba sujeta a su voluntad sino a hacer la voluntad del Padre. Estamos en hora de superar todo tipo de devoción que se queda en la contemplación de los sufrimientos y dolores de Jesús y construir nuestra vida cristiana desde la esperanza que nos ofrece la resurrección.

En el evangelio, los fariseos ponen a prueba a Jesús preguntándole qué piensa sobre el divorcio y si era lícito repudiar a una mujer. La respuesta de Jesús es significativa cuando caemos en cuenta de que, tanto en el judaísmo como en el mundo greco-romano, el repudio era algo muy corriente y estaba regulado por la ley. Si Jesús respondía que no era lícito, estaba contra la ley de Moisés. Por eso les devuelve la pregunta y les dice que la ley de Moisés es provisional y que ahora se han inaugurado los tiempos de la plenitud en los que la vida se construye desde un orden social nuevo, en el que el hombre y la mujer forman parte de la armonía y el equilibrio de la creación. La novedad de esta afirmación de Jesús saltaba a la vista; en su interpretación desautorizaba no sólo las opiniones de los maestros de la ley que pensaban que a una mujer se le podía repudiar incluso por una cosa tan insignificante como dejar quemar la comida, sino incluso, relativizaba la misma motivación de la ley de Moisés. Además tiraba por tierra las pretensiones de superioridad de los fariseos, que despreciaban a la mujer, como despreciaban a los niños, a los pobres, a los enfermos, al pueblo. Nuevamente, al defender a la mujer, Jesús se ponía de parte de los rechazados, los marginados, los ‘sin derechos’.

Pero como los discípulos en esto compartían las mismas ideas de los fariseos, no entendieron y, ya en casa, le preguntaron sobre lo que acababa de afirmar. Jesús no explicó mucho más, simplemente les amplió las consecuencias de aquello: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra la primera; y lo mismo la mujer: si repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”.

El segundo episodio de nuestro evangelio nos presenta un altercado de Jesús con sus discípulos porque ellos no permiten que los niños se acerquen a Jesús para que él los bendiga. Los discípulos pensaban que un verdadero maestro no se debía entretener con niños porque perdía autoridad y credibilidad. Decididamente algo no era claro en ellos. No acababan de asimilar las actitudes de Jesús ni los criterios del Reino. Y Jesús se enojó con ellos; su paciencia también tenía límites y si algo no toleraba era el desprecio hacia los marginados. Y les dijo con mucha energía: dejen que los niños se me acerquen. ¿Con qué derecho se lo impiden, cuando el Padre ha decidido que su Reinado sea precisamente en favor de ellos? ¿No entienden todavía que en el Reino de Dios las cosas se entienden totalmente al contrario que en el mundo?

Los niños que no pueden reclamar méritos, carecen de privilegios y no tienen poder, son ejemplo para los discípulos, porque están desprovistos de cualquier ambición o pretensión egoísta y por eso pueden acoger el Reino de Dios como un don gratuito. De los que son como ellos es el Reino de Dios, dice Jesús.

Es necesario que nuestra experiencia cristiana sea verdaderamente una realidad de acogida y de amor para todos aquellos que son excluidos por los sistemas injustos e inhumanos que imperan en el mundo. Nuestra tarea fundamental es incluir a todos aquellos que la sociedad ha desechado porque no se ajustan al modelo de ser humano que se han propuesto. Si nos reconocemos como verdaderos seguidores de Jesús, es necesario comenzar a trabajar por la humanidad que a los débiles de este mundo se les ha arrebatado.

Una nota crítica:

Para este tema del evangelio, que centrará hoy la homilía de este domingo en muchas comunidades cristianas, el divorcio, la liturgia propone como primera lectura el relato de la creación del hombre y de la mujer, en el relato del Génesis, lógicamente. Por ser de la Biblia, por ser del Génesis, por ser del relato de la creación… todo pareciera dar a suponer que contiene en sí mismo el fundamento religioso último y máximo de la visión cristiana del matrimonio. Probablemente, en muchas homilías, el relato bíblico se constituirá en la única referencia, en la referencia totalizante y suprema, y se querrá sacar de ella el fundamento integral de la postura actual de la Iglesia sobre el matrimonio. ¿No será eso fundamentalismo?

Hoy ya sabemos que el relato de la «creación» no es un relato científico, de historia natural; más aún: no tiene nada que decir ante lo que la ciencia nos dice hoy sobre el origen de la Tierra, de la Vida, de nuestra especie humana o sobre nuestra sexualidad. El relato no es histórico, no hay que entenderlo como una narración de algo que realmente ocurrió… hoy nadie sostiene lo contrario. En las catequesis bíblicas solemos decir ahora que tenemos que «tratar de captar lo que los autores bíblicos querían decir…», que no era lo que la mera letra dice… En realidad, no se trata ni de eso siquiera, porque los autores bíblicos no escribían para nosotros, ni estaban pensando en un mensaje distinto de lo que leemos.

La verdad es que no deberíamos abandonar una postura de profunda humildad en este campo, porque los cristianos, durante casi toda nuestra historia, hasta hace unos cien años –algo más para los protestantes– hemos estado pensando lo contrario de esto que ahora decimos. Hemos estado pensando que eran textos históricos, que había que entender al pie de la letra y que había que creerlos ciegamente, y que su contenido era real, e incluso «más que científico, estaba por encima de la ciencia» (la ciencia no podría contradecirlos): porque eran textos directamente divinos, revelados, y por tanto dogmáticos. Hace apenas 100 años el Pontificio Instituto Bíblico, la máxima autoridad oficial católico-romana, condenó taxativamente a quienes pusieran en duda el «carácter histórico» de los once primeros capítulos del Génesis… y en todo el conjunto de la Iglesia se pensaba así, desafiando arrogantemente a la ciencia.

Durante siglos, durante más de un milenio, el texto del relato de la creación que hoy leemos ha sido utilizado para justificar directa o indirectamente el androcentrismo, o sea, la inferioridad de la mujer, creada «en segundo lugar», y «de una costilla de Adán». Más aún: durante más de dos mil años –y aún hoy, para la mayor parte de la civilización occidental– este texto ha justificado el antropocentrismo, el mirar y entender la realidad toda como puesta al servicio de este ser diferente, superior a todos los demás, «sobre-natural», que sería el ser humano, poniéndolo todo bajo «el valor absoluto de la persona humana», a cuyo servicio y bajo cuyo dominio habría puesto Dios toda la «creación», con el mandato de explotar omnímodamente la naturaleza: «crezcan y multiplíquense, y dominen la Tierra»…

Desde hace medio siglo un coro reciente y creciente de científicos y humanistas achacan a los textos bíblicos la minusvaloración y el desprecio que la tradición cultural occidental ha sentido y ejercido sobre la naturaleza, hasta provocar la actual crisis ambiental que nos ha puesto al borde del colapso y amenaza con colapsar efectivamente.

Viene todo esto a decir que hoy no podemos deducir directamente de los textos bíblicos nuestra visión de los problemas humanos -matrimonio y divorcio incluidos-, como si la construcción de nuestra visión moral y humana dependiera de unos textos que en buena parte contienen las experiencias religiosas de unos pueblos nómadas del desierto hace unos tres mil años… Sería bueno que los oyentes de las homilías supieran discernir con sentido crítico la dosis de fundamentalismo que algunas de nuestras construcciones morales clásicas pueden contener. Sería todavía mejor que los autores de las homilías incorporaran a sus contenidos esta visión crítica y esta superación del fundamentalismo. Debemos salir del bibliocentrismo: no podemos vivir encerrados en un libro, con toda nuestra perspectiva, categorías y normas sometidas al limitado alcance cultural de un libro de hace varios milenios… Si queremos buscar las palabras más profundas que puedan iluminarnos, debemos buscarlas también y sobre todo en la Realidad, en la Naturaleza, en el libro del cosmos, de la Vida y de nuestra propia misteriosa naturaleza… Leer más…

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Dom 3.10.21 (27 TO) ¿Puede el hombre expulsar a la mujer por cualquier causa?

Domingo, 3 de octubre de 2021
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1575D863-A8DD-4912-A5D0-6619A74B9DDD-576x1024Del blog de Xabier Pikaza:

Este pasaje de Mc 10, 2-12, ha sido y sigue siendo entendido y resuelto de diversas formas, personales y sociales, jurídicas e incluso dogmáticas. Aquí sólo puedo evocar sus presupuestos. ¿Puede el hombre expulsar a su mujer?

En principio, el tema no era la indisolubilidad del matrimonio, sino el poder que el marido tenía en ciertos momentos de expulsar a la mujer dándole un “libelo” (documento) de repudio, según ley (Dt 24, 1-3)

Jesús responde diciendo que éste no es asunto de ley, sino de vida: Dios ha hecho que hombre y mujer sean personas, y puedan unirse formando una carne (sarx), proyecto y camino de convivencia en amor y libertad. Lo primero no es fijar leyes, sino impulsar “convivencias”, maneras gozosas, gratuitas, fecundas de comunicación.

La ley se cumple en el amor; por eso, el hombre no puede expulsar a la mujer ni la mujer al hombre, pues ambos deben vincularse en amor, y amorosamente han buscar lo mejor, uno para el otro (juntos o por separado).

(Pero la historia real es más compleja. Así lo muestra la primera imagen: Abraham expulsa a Agar, por envidia de Sara… En la segunda imagen, tomada de mi libro sobre el tema, las dos mujeres de Abraham cabalgan sobre camellos, mientras Abraham da la mano a los dos hijos, uno de cada mujer).

Mc 10, 2-9

 Y acercándose unos fariseos, para ponerlo a prueba, le preguntaron si era lícito al varón despedir a su mujer. Y respondiendo les dijo: ¿Qué os prescribió Moisés?  Ellos contestaron: Moisés ordenó escribir un documento de divorcio y despedirla. Jesús les dijo: Por la dureza de vuestro corazón escribió Moisés para vosotros este mandato. Pero al principio de la creación Dios los hizo macho y hembra.  Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una carne.  Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre (Mc 10, 2-9).

 Introducción 

            Mc 10, 2  afirma que los fariseos “quieren tentarle”. Esto supone, según el contexto, que ellos conoce la actitud de Jesús, que se ha opuesto al derecho que cierta “ley” concede a los varones, afirmando que ellos pueden “expulsar” a sus mujeres, con tal de darles un documento o “libelo” de repudio.  Ésta es la pregunta que Marcos  plantea en un lugar abierto, en medio de camino de Jesús, que va pasando por las fronteras entre Judea y Perea (Mc 10, 1): Los fariseos preguntan, y él responde, mostrando que su forma de actuar (¡niega a los varones el derecho de expulsar a las mujeres!) forma parte de su doctrina abierta, conocida por todos (cf. Mc 10, 2-9). El texto ofrece después una profundización eclesial, que tiene lugar en la casa, es decir, en el ámbito privado de la comunidad (10, 10-12).

Ésta es una pregunta con trampa, para tentar a Jesús (peiradsontes auton: 10, 2). Si él dice que el hombre no puede expulsar a la mujer, le acusarán de oponerse a la Escritura que lo permite (cf. Dt 24, 1.3). Por el contrario, si dicen que puede expulsarla le acusarán de laxista pues deja desamparada a la mujer. En el fondo está el hecho de que la tradicióntiende a concebir el matrimonio como un contrato de dominio: el varón adquiere a la mujer y puede repudiarla (divorciarse de ella). Parece que los fariseos tientan a Jesús, para mostrar que su ideal de fidelidad resulta imposible y que, además, va en contra de la Ley, que concede al varón el poder de “expulsar” a su mujer, dentro de un orden jerárquico donde el marido (que está arriba), puede y debe dominar a la mujer (que es inferior).

Ellos piensan así que el matrimonio debe regularse a través de una ley que está en manos del varón (no del Estado, como en tiempos posteriores), suponiendo que allí donde esa ley jerárquica pierde importancia y el varón pierde su derecho preferencial, el matrimonio quiebra y queda a merced del puro deseo cambiante de los hombres (varón y mujer); precisamente para asentarlo de manera firma, ellos reconocen al varón el poder de divorciarse. El tema no es en general el divorcio, sino si el varón (anêr) puede expulsar (apolysai), a la mujer (gynê), conforme a una la ley o concesión bíblica (Dt 24, 1-3).

Interpretación de la Escritura. La Familia en la Biblia

Los fariseos tientan a Jesús con un texto bíblico y Jesús les responde con otro más profundo, para fundamentar así el carácter básico de la fidelidad matrimonial, suponiendo que Gen 1, 27, tiene primacía sobre unas leyes posteriores que Moisés habría formulado sólo para hombres que son duros de corazón, como suponen estos fariseos que le tientan (cf. hymin: 10, 3). Jesús supera así una ley particular (restrictiva, al servicio de algunos), para buscar la voluntad original de Dios, en una línea cercana a la de Rom 5 (que pone la promesa universal de salvación antes del cumplimiento de la ley israelita).

Como buen hermenéutica, este Jesús de Marcos busca la palabra original de Dios (Gen 1-2) por encima de la ley particular y patriarcalista de Moisés (Dt 24), recuperando de esa forma el sentido de la nueva humanidad mesiánica (con un argumento paralelo al de Mc 7, 8-13). Todo nos permite suponer que esta primera respuesta ha sido formulada por el mismo Jesús:

El un plano jurídico, Jesús acepta la Ley del divorcio (Mc 10, 3-4), concedida o, mejor dicho, presupuesta por Moisés (Dt 24, 1-3), pero la interpreta como una concesión (¡Por la dureza de vuestro corazón…! Mc 10, 5), es decir, como una norma provisional, que sirve para controlar jurídicamente una situación de ruptura injusta, en un contexto de poder jerárquico, donde los más fuertes (varones) pueden controlar a sus mujeres, pero no al contrario (aunque se exigía a los varones que dieran a las mujeres divorciadas un documento de libertad y les impedía casarse de nuevo con ellas). Pues bien, a juicio de Jesús, incluso con sus atenuantes (documento de repudio, prohibición de nuevo matrimonio con las divorciadas…) esa ley refleja el duro corazón de algunos varones, su deseo posesivo, su violencia.

− Superando esa ley, Jesús apela a la fidelidad original del Dios de la alianza, que no ha rechazado a su pueblo, tal como lo prueba el texto de la creación: «Al principio (arkhê) Dios los hizo macho y hembra… de manera que no han de ser ya dos, sino una carne» (Mc 10, 6-9; cf. Gén 1, 27; 2, 24). Al citar ese pasaje, Jesús sitúa al ser humano en su mismo origen, esto es, en el lugar donde varón y mujer pueden vincularse para siempre, en igualdad (sin dominio de uno sobre otro). Por encima de una ley que reprime o regula la vida con violencia, en perspectiva de varón, Jesús apela a la experiencia originaria de varones y mujeres que celebran el amor de manera no impositivo, en fidelidad personal, retomando así el mensaje de los grandes profetas (cf. Tema 5) que habían destacado la fidelidad de Dios: Si él no expulsa a su pueblo Israel, tampoco el hombre puede expulsar a su mujer.

Esa respuesta ha vinculado dos pasajes fundamentales del principio de la Escritura, Gen 1, 27 (varón y mujer los creo) y Gen 2, 24 (de manera que no son ya dos, sino una carne), interpretando el uno desde el otro, conforme a una técnica exegética que podían emplear (y han empleado) en un plano formal diversos grupos del judaísmo de su tiempo. Pero Jesús no ha unido esos pasajes de un modo puramente formal, sino volviendo, de manera programada, al origen de la comunidad humana, entendida a partir de la unión personal del varón y la mujer, antes de toda imposición de un sexo sobre el otro, y de toda ley patriarcalista que permite a los varones el derecho al divorcio, para controlar de esa manera a las mujeres.

Al negar al varón ese derecho, Jesús quiere situar a varones y mujeres en las fuentes de la creación, tal como ha sido propuesta en la Escritura (Génesis), en línea de unión personal. En ese sentido podemos afirmar que Jesús redescubre y ratifica en su verdad más honda (en su proyecto mesiánico) aquello que un judío puede considerar como la realidad y verdad más antigua: Que hombres y mujeres puedan unirse (vincularse) en igualdad y entrega mutua, para siempre, sin dominio de uno sobre el otro. En esa línea, él vuelve a la arkhê ktiseôs (10, 6), al principio de la creación, distinguiendo, según eso, dos niveles.

‒  En el principio (Gen 1-2) está la voluntad de Dios, expresada a modo de igualdad de varón y mujer, pues ambos forman una sola carne, uniéndose así en el nivel de “las cosas que Dios ha unido” (Mc 10, 9), en clave de entrega de la vida y no de dominio o poder de unos sobre otros (en contra de Pedro, cf. Mc 8, 33). La fidelidad del Dios de la alianza (tal como aparece en los profetas de Israel) funda la alianza fiel del matrimonio, que puede compararse y se compara con el amor de de Dios por Israel (profetas) y con la entrega mesiánica de Jesús (evangelio). Es evidente que aquí no se formula de manera expresa el “fondo cristológico” del tema (como hará Ef 5, 21-33, aunque con peligro de volver a un tipo de patriarcalismo), pero ese fondo está al principio de esa unidad originaria del hombre y la mujer. Jesús se “entrega” a favor del Reino, en gesto de plena fidelidad plena; de un modo semejante han de entregarse varón y mujer, sin que el varón tenga el poder expulsar a la mujer (o viceversa).

‒  En contra de esa voluntad de Dios (que es fuente de fidelidad) se alza el deseo (=dureza de corazón) de los aquellos varones (cf. Mc 10, 5) que quieren regular por sí mismos (en casamiento y divorcio) su autoridad sobre la mujer («separando aquello que Dios ha unido»: 10, 9). Esos varones piensan al modo de los hombres, como se dice de Pedro, no al modo de Dios (cf. 8, 33). Por eso, en ese plano, Jesús supone que la misma Ley de Moisés ha de entenderse como una “concesión” (hoy se diría un mal menor), que no responde la voluntad original de Dios. Eso significa que el divorcio, en la línea de Moisés, es sólo un “mal menor”, una “excepción” (mientras dure el “mal” de los varones).

 Al interpretar la Ley de esa manera, Jesús choca con la exégesis normal de muchos escribas, pues declara que una parte de su ley (que está al fondo de Dt 24, 1-3, es creación de hombres, varones) y no expresión de la voluntad original de Dios (como Pablo ha visto de un modo más argumentativo en Gal y Rom en relación con el conjunto de la misma Ley). De todas formas, la reinterpretación (y superación) de un pasaje bíblico por (con) otro forma parte de los recursos de la exégesis judía. Por otra parte, es evidente que Jesús no propone una nueva ley matrimonial, pues en ese plano puede seguir la de Moisés o alguna otra, creada por los hombres (en clave de imposición), sino que apela a la voluntad original de Dios, entendida como revelación del sentido de la vida.

 En busca de la norma originaria.

La interpretación bíblica de Jesús es radicalmente israelita, pero va en contra del tipo de judaísmo de los fariseos (cf. Mc 10, 1-2), que aparecen aquí como tentadores, con su interpretación del divorcio. Ellos necesitan regular por ley la relación del hombre con la mujer, y así tienden a pensar, además, que entre el origen (creación) y la promulgación positiva de las leyes de Moisés existe una identidad de base. Pues bien, en contra de eso, Jesús descubre un desfase entre ambos planos, de manera que a su juicio el “judaísmo legal” (más centrado en Moisés) representa una caída respecto al origen (Génesis), donde se revela la identidad del ser humano.

No es que Jesús rechace a Moisés, pero, como otros muchos apocalípticos, él ha querido fundar la raíz de su movimiento mesiánico en un principio anterior, más allá de Moisés (e incluso de Henoc, de Matusalén o de otros patriarcas antidiluvianos), para retomar el fundamento de Adán y Eva, conforme a la misma Biblia (como hace Pablo en Rom). En ese sentido, podríamos decir que él supera la visión de un Moisés particular (con la ley concesiva de Dt 24, 1-3), para llegar al Moisés originario, que se expresa en Gen 1-2. Aquí se arraigan sus dos afirmaciones, fundadas en dos textos complementarios del principio de la Biblia, que ratifican la unión y la igualdad de varón y mujer:

‒ Según Gen 1, 27, Dios no creo al varón con poder sobre la mujer (como suponen los fariseos), sino que los creo varón y hembra (arsen kai thêly: 10, 6; cf. Gen 1, 26-27). En este contexto no se puede hablar, por tanto, de un Adam/primero y de una Eva/posterior o derivada (como podría suponer el nuevo relato de la creación, en Gen 2, 5-25), sino que ambos han surgido al mismo tiempo, como seres complementarios de una humanidad dual. Conforme a este pasaje, el anêr/varón fariseo (Mc 10, 2) no puede arrogarse el poder de expulsar a la gynê/mujer, pues ambos se hallan principio en igualdad, sin que uno pueda presentarse como superior al otro. Según eso, la superioridad del varón sobre la mujer en el caso del matrimonio va en contra del relato originario de la creación en Gen 1, 27

‒ Según Gen 2, 24, el anthropos/varón dejará al padre/madre y se unirá a su gynê/mujer y serán ambos una sóla sarx o realidad humana(Mc 10, 7-8). Pasamos así de Gen 1 (texto más sacerdotal), donde varón y mujer se hallaban juntos, desde el principio) a Gen 2 (más profético), donde parece que la historia empieza a contarse desde la perspectiva del varón/Adán, del que provendría la mujer/Eva), pero añadiendo, en ese mismo contexto, que, para realizarse en su verdad, el hombre/varón ha de “superar” su origen (padre/madre) y vincularse en unidad definitiva y concreta con su esposa (formando una sarx con ella). En esa línea, el mismo varón, que podría parecer anterior a la mujer, debe superar su origen (padre y madre), para vincularse ella de manera definitiva.

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De importancia: Acoge Adviento.

Miércoles, 2 de diciembre de 2020
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acogeadvEmpezamos estos días de “espera de Adviento” con unas palabras casi escalofriantes de Isaías, el profeta del Adviento.

“Canta de gozo, la estéril que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo la que no tenías dolores; porque la abandonada tendrá más hijos que la casada-dice el Señor-.

Ensancha el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, clava bien tus estacas; porque te extenderás a derecha e izquierda, tu descendencia heredará naciones y poblará ciudades desiertas.

No temas, no tendrás que avergonzarte, no te sonrojes, no te afrentarán; …porque el que te hizo te toma por esposa; …Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar, como a esposa de juventud te dice tu Dios: por un instante te abandoné, pero con gran cariño te recogeré, porque con lealtad eterna te quiero” (Is 54, 1-8)

Cada verbo podría ser objeto de parada y meditación, “se me dirige a mí”. Te animo a aplicar el método de “Lectura orante de la Palabra o Lectio Divina” (adjunto) Es palabra actual, viva, que llega a la mente y al corazón del creyente un poco turbado por esas palabras, como María de Nazaret, y a la vez, consternado por la decadencia de la institución de la que todavía quisiéramos conseguir espacio, respeto…y no ocurre.

Adviento es el tiempo de los que esperan contra toda esperanza. De los que confían contra toda evidencia, de los que aman a pesar de tanto desamor, frialdad, indiferencia. Adviento es para espíritus abiertos y almas desencorsetadas.

Por eso necesita preparación interior y exterior. Decimos que es un tiempo de preparación para la Navidad, y se convierte en preparación de tantas cosas…pero este año, la situación hace que podamos tomarnos este tiempo con la calma y densidad que le corresponde.

Así como todo se está tomando un respiro gracias al frenazo del consumo, podemos considerar que la otra cara de la moneda nos indica que además del Covid, frenamos otros virus que se habían instalado para quedarse, y que cuando faltan, se cae la economía: el consumismo.

Este es un tiempo estupendo para desintoxicarnos y como nos cuesta hacerlo voluntariamente, Madre Tierra nos lo impone y sin anestesia. A pocos meses de la vacuna, oremos seriamente a qué mundo y sociedad queremos volver. Para ello estos días, antes de iniciar Adviento te ofrecemos el texto de Isaías como Palabra de Dios: tenemos que gestar un mundo nuevo, una iglesia-comunidad cristiana nueva. Eso supone estar muy atentos y muy dispuestos a echar raíces profundas sin las que nada nuevo durará más allá de la novedad que tantos buscan y que deja de ser novedosa a los pocos meses. Se llama el virus de la superficialidad.

Aprendamos de la Palabra Creada: hoy observamos el bambú japonés. Su historia es muy alentadora: en 6 meses crece 30 metros, ¿sabes por qué? llevaba 7 años, sí años, sin asomar, formando sus raíces en lo escondido de la tierra.

 

El día que el sembrador sembró esa semilla, tal vez no sabía su tiempo y su valor. No conozco nada más parecido al proceso de formación en el discipulado del Maestro de Nazaret. Sólo que para él no fueron 7 años, sino 30.

Trabajemos ese lado impaciente en nosotros, el que demanda resultados y estados de ánimo altos… trabajemos sobre todo el cultivo de esas raíces que se nutren de “agua y abono” solamente: agua de la Vida, abono del Amor, diario, sin pausa.

El día que no oramos bien es como si dejáramos de alimentar el bebé que se está gestando en tí. Si quieres que tu vida sea como el bambú, tendrás que cultivar mucho tiempo, y gran parte del día las raíces. Eso está nuestra mano. La semilla se nos regaló, también el desarrollo, yo tengo que poner la atención y el cuidado. Sin ello, nada crecerá.

Es un momento mágico para las religiones tradicionales. Se les acaba el modelo de asistencia y limosna. “Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el arenal para apagar la sed de mi pueblo” (Is 43,19-20)

Sólo tú puedes abrir ese río en tu desierto, sólo tú puedes alimentar las raíces de tu vida, para que desaparezca la esterilidad y la insignificancia de tu vida. Para que te dejes llamar esposa por un Dios que agota los calificativos mientras nosotros preferimos mirar para el otro lado y dejarnos llevar por la comodidad de la crítica, del no nos dejan hacer nada, no nos dan espacio.

Ensancha el espacio de tu tienda, de tu casa, de tu mente, sus clavijas asegura, cuidando esas raíces tan tuyas…

Espero, deseo que recuperes el hábito de aplicar la Lectio Divina a los textos de Adviento. Y si algún día te desmayas de belleza y gozo, compártelo e inicia un grupo de contemplación de la luz de Adviento en tu casa o apartamento, y cuéntales a tus amigos, hijas, vecinas, lo del bambú y luego lo de Isaías y luego lo de María de Nazaret y también lo que te está pasando a ti…ya tienes nueva parroquia, nueva comunidad, nueva iglesia doméstica, al calor de la luz de Adviento y del bizcocho en el horno para después reír y contarnos experiencias. Aunque sea online, pero mejor con 5 personas y tú en casa. Sin romper la norma.

Feliz preparación de Adviento

Magda Bennásar Oliver, sfcc

Fuente Fe Adulta

Espiritualidad ,

La belleza del poliedro. (El Adviento como tiempo propicio para la cultura del encuentro)

Lunes, 30 de noviembre de 2020
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adviento¡Cómo estamos echando en falta en este tiempo de pandemia los encuentros con la familia, las amistades, los mismos hermanos! Nada los suple: ni el móvil, ni los emails, ni los guasaps, ni las videollamadas. Nada es como verse la cara, estrechar las manos, sentir el calor del abrazo y la caricia reconfortante. Nada suple al placer enorme de estar con otro en alegría y comunicación. Por eso, se nos hace angustiante no saber hasta cuándo va a durar esto, cuándo va a llegar el tiempo de los encuentros normales, aquellos sin los que el corazón no sabe vivir.

Lo sabemos: los encuentros son la mejor medicina contra la tristeza, el autodesprecio, los sentimientos de culpa, la falta de fuerza de voluntad. El encuentro despeja la mente, borra de los ojos la niebla que se pega con la soledad, devuelve el gozo de sentirse vivo palpando la vida de los otros. El aislamiento y el desencuentro son enfermedades graves porque roen el alma hasta dejarla vacía.

Podríamos entender y vivir el tiempo de Adviento como un tiempo propicio para incentivar y cultivar el encuentro. Adviento es tiempo de anhelos, de sueños compartidos, de otear el horizonte, de suspirar por lo que se busca, de preguntar con calidez por la presencia de quien se ama. Así se prepara la Navidad que es el tiempo del gran encuentro de un Dios que hambrea encontrarse con quien ama y que ha puesto carne a ese encuentro en la persona del Hermano Jesús, el que nació de María. Una vivencia explícita de la espiritualidad del Adviento como tiempo para el encuentro puede entreabrirnos las puertas de ese misterioso volcarse de Dios al camino humano.

Como luego diremos, el Papa Francisco desarrolla ampliamente en su encíclica Fratelli tutti la espiritualidad del encuentro. Y dice que la cultura del encuentro es como un poliedro de muchos lados: «El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible» (215).

Descubrir una vez más la belleza de este poliedro que es la vida en encuentro, en comunidad, en sociedad, puede ser una hermosa manera de vivir el Adviento 2020 y una forma explícita de apuntar bien al misterio de la Navidad. Que no pase en vano el kairós de este momento.

La razón poética

«La amistad herida por la decepción

es una arquitectura rota para siempre.

Podemos reconstruir catedrales,

podemos reconstruir palacios,

pero no hay andamios suficientes

para elevar de nuevo el edificio invisible

que dos amigos construyeron con lo mejor de sí mismos».

(R. Argullol, Poema, 1020)

Llama la atención este breve poema por su verdad: quien ha experimentado la decepción respecto a una persona amiga se le ha hecho trizas el edificio de su amistad y ha comprobado muchas veces que no tenía sentido reconstruirlo con los materiales del derribo. Es, quizá, una de las más amargas experiencias de la vida. Y no fácil de sobrellevar porque, a la vez que se comprueba esta destrucción, no puede dejarse de amar a aquella persona que fue un día su amor, aunque ahora no lo sea.

Pero, a la vez, hay resortes en las personas que las hacen capaces de imaginar la posibilidad de un nuevo encuentro tras el ineludible desencuentro. Si esto fuera posible, el nuevo encuentro no podrá basarse en el modo del anterior (el deslumbre del amor), sino que tendrá que tener un nuevo cimiento: la verdad compartida, la pobreza común, la pena acompañada, la tristeza ofrecida. Es otro cimiento, más humilde, pero no menos sólido. Otro edificio, el del encuentro verdadero, se pondrá en pie.

1. La luz de la Palabra: Lc 19,1-10

«Entró en Jericó y empezó a atravesar la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de recaudadores y además rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Entonces se adelantó corriendo y, para verlo, se subió a una higuera, porque iba a pasar por allí. Al llegar a aquel sitio, levantó Jesús la vista y le dijo: – Zaqueo, baja en seguida, que hoy tengo que alojarme en tu casa. Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver aquello, se pusieron todos a criticarlo diciendo: -¡Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador! Zaqueo se puso en pie y dirigiéndose al Señor le dijo: – La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien he extorsionado dinero, se lo restituiré cuatro veces. Jesús le contestó: – Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido y a salvarlo.».

· Leyendo los evangelios, uno cae inmediatamente en la cuenta de que Jesús fue un hombre de encuentros, no un solitario eremita que rehúye el trato con los otros. Necesitaba estos encuentros para hacer visible que el encuentro con el Dios de la compasión era posible. Los necesitaba también para dejar claro que la persona está destinada al encuentro como mayor fuente de dicha, objetivo final del reino Por eso, las páginas evangélicas están plagadas de encuentros, uno de ellos el que tuvo con Zaqueo.

· La problemática del encuentro con Zaqueo pivota sobre el problema del “alojarse”, ya que entrar a casa de un pecador es tener parte en su condición, hacerse cómplice de sus mismos delitos, contraer la misma impureza en la que se mueve tal sujeto. Por eso, uno que entra en casa de un pecador o es uno como él y por eso no tiene inconveniente en entrar o es un ingenuo, con lo que su reputación quedaría igualmente dañada. Jesús entra sabiendo que es un pecador pero pasando por alto su condición de recaudador. Él sabe saltar el muro de lo inmoral para dar con el núcleo de la dignidad.

· El verbo empleado para alojarse es katalyô (eisêlthe katalysai), algo impropio para este caso pero muy plástico. Viene a significar descansar, o hacer un alto en el camino. Propiamente es “desenganchar las bestias de tiro”. Es decir, cuando el viajero llega a un albergue (katalyma) avía las bestias en la cuadra y, una vez arregladas, sube al cuarto de huéspedes para cenar con tranquilidad. Es decir, Jesús se sienta ante Zaqueo como quien ya tiene todo arreglado, como quien tiene todo el tiempo del mundo para el encuentro, como quien se apresta a un diálogo largo y tranquilo. Jesús refleja así una realidad profunda: Dios se encuentra con la persona (aunque sea pecadora) con tranquilidad, sin prisas, con deleite incluso, como quien encuentra placer en la conversación. Un Dios de encuentros reconfortantes, ese es el Dios de Jesús.

· Puede haber aún otro matiz: katalyô puede significar soltar (lyô). El huésped que sube a cenar se “suelta” el ceñidor para estar más cómodo y hablar con mayor tranquilidad y disfrute. “se ha soltado el ceñidor en casa de un pecador…se ha puesto cómodo en casa de un pecador”, algo de eso, del mismo modo que muchas personas, en el intimidad, a la hora de la noche, se ponen cómodas vistiendo ya el pijama con el que van a ir a dormir. Jesús quiere reflejar el tipo de encuentro que la persona puede tener con Dios: un encuentro en la intimidad donde uno se siente cómodo, gozoso, dispuesto al diálogo, abierto a la novedad de la conversación.

· Son muchas las posibilidades de lectura de un relato. Este de Zaqueo ha sido leído tradicionalmente desde la perspectiva de la conversión, pero podría ser leído también desde la perspectiva del encuentro desvelando así la honda espiritualidad del encuentro de la persona con Dios. Desde ahí podría hacer parte del ánimo para el cultivo de la espiritualidad y la cultura del encuentro.

2. La cultura del encuentro en Fratelli tutti

Convencido el Papa a la altura de su existencia de que la vida es un tiempo de encuentro (66.215) y de que uno se realiza transcendiéndose en el encuentro con los otros (87.111) acuña el documento la expresión “cultura del encuentro” que se opone a la “cultura del enfrentamiento”, único camino para devolver la esperanza a la sociedad (32) superando el miedo que bloquea tal encuentro (41) y abriéndose a la escucha (48). Porque la cultura del encuentro «exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común» (232), el Papa está convencido de que «un camino de fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales» (59). La misma política, dirá luego, es cuestión de encuentros (165.190). Por todo esto llega a decir que «hablar de “cultura del encuentro” significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos» con sus diferencias (216-217). De ahí que el documento se anime a proponer «un encuentro social real pone en verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población» (219).

Como herramientas necesarias para el logro de esta cultura del encuentro, propone el Papa, en primer lugar, los trabajos por un gran pacto social que ponga «en verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población» (219). Ese pacto social ha de incluir, a su vez, un pacto cultural «que respete y asuma las diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que coexisten en la sociedad» (219). En segundo lugar se necesita emplear exhaustivamente la herramienta del diálogo, paciente y confiado (134). Se necesita una educación para el diálogo (103) para que pueda ser una realidad el diálogo con los diferentes (148). La certeza del valor imprescindible del diálogo se asienta en la certeza de que «un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una convicción propia» (203). Por eso el diálogo es imprescindible en la tarea política (196). El documento dedica casi un capítulo, el sexto, al diálogo que construye el amor social porque «el auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos» (203.219.262).

Otro elemento necesario para una saludable arquitectura social de encuentro es el de generar procesos de inclusión que tengan a raya la amenaza de la cultura del descarte (188). El Papa tiene una perspectiva clara: «La inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos» (69). De ahí que el documento recuerda a la cultura moderna, tan orgullosa de sus logros, que «al crecimiento de las innovaciones científicas y tecnológicas tendría que corresponder también una equidad y una inclusión social cada vez mayores» (31).

Más que en el apartado de la política, quizá haya que situar aquí un tema al que el documento dedica varios números: la memoria que aleja a la venganza. El olvido es inaceptable por lo que se precisa mantener viva la memoria (246). Nunca se avanza sin memoria (249). Pero ni la venganza ni la impunidad resuelven nada (251-252). El perdón resulta así elemento insustituible de la arquitectura de la paz para no caer en una paz aparente (236). Para el Papa la clave es tener controlada la sed de venganza (241-242.251) a la que opondría el arma de la bondad (243) manteniendo la fe de que en los procesos sociales la unidad es superior al conflicto (245).

3. Claves para el encuentro

– Acercarse: no ver al otro o al problema del otro como desde lejos. Intentar acercarse, informarse, preguntar, hacer una idea antes de emitir un juicio. Se trata de mirar con humanidad lo que nos rodea.

– Acoger: lo que significa intentar dejar de lado prejuicios, estereotipos, ideas preconcebidas. Poner en cuarentena experiencias negativas y apoyarse en las que hayan salido mejor.

– Escuchar: antes de hablar, dejar que el otro hable. Escuchar implicativamente, como quien tiene interés en lo que escucha, no como quien oye llover. Tratar de escuchar sin que lo que escucha levante oleadas de indignación interior. Intentar mantener la calma ante lo que se oye y no se está de acuerdo.

– Ofrecer: hacer ofrenda de algo de uno mismo hacia el otro. Creer que sin ofrenda no es fácil encontrar vías comunes de convivencia. Ofrendar no quiere decir renunciar a lo que uno vive y siente; es poner un poco de lo tuyo en la “cesta” del otro.

– Creer: no quizá en el otro, porque eso cuesta mucho aunque esa “fe” es la verdadera esencia del encuentro. Pensar, al menos, que, aun estando en posiciones distintas, se puede tener una parte, siquiera pequeña, en común. Que se pueden encontrar lugares comunes de participación y tramos de camino compartidos.

– Salvarse: nos salvamos todos o no se salva nadie, dice el papa Francisco (FT 137). No ceder al “sálvese quien pueda” del individualismo y de quien se cree más fuerte. Desear el encuentro común que “salve” a todos, sobre todo a quien tiene menos posibilidad de participar en una salvación humanizadora.

4. Itinerario para el tiempo de Adviento:

· Semana 1ª (29 nov.6 dic.): fomentar los encuentros cercanos (comunidad, grupo de fe, parroquia, etc.). Tratar de ser mediación explícita de encuentro.

· Semana 2ª: (7-13 dic.): pensar cómo vamos a ser personas de encuentro con los cristianos que no piensan como nosotros, que no tienen la misma sensibilidad. Qué es lo importante y qué es lo relativo.

· Semana 3ª (14-20 dic.): pensar si puedo participar en algún encuentro ciudadano que me hable de mi ser pueblo con otros.

· Semana 4ª: (21-24 dic.): ver si puedo encontrarme con los lejanos, quienes cruzan el Mediterráneo. Mirar la página de Open Arms y sentirse interpelado.

 

Que el Adviento 2020 pueda ser un tiempo hermoso para vivir en el poliedro de la realidad y abrir caminos más anchos al encuentro de corazones, de caminos y de proyectos. Que la humanidad sea, por Jesús encarnado, un hogar para toda persona y la creación un casa común para toda creatura. Que nos encontremos con el Dios del encentro y con toda creatura en el encontradizo Jesús que anda por los caminos.

Fidel Aizpurúa

Fuente Fe Adulta:

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“La religión está más presente de lo que imaginamos cuando los ciudadanos votan”, por J. M. Castillo

Jueves, 7 de noviembre de 2019
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hombre-con-camisa-votandoDe su blog Teología sin censura:

El mandamiento de Jesús a los creyentes es que se quieran tanto y de tal manera, que se les distinga del resto de los mortales

El que “acoge” (Mc 9, 37; Mt 18, 15), “recibe” (Mt 10, 40) o “escucha” (Lc 10, 16) a un ser humano, por más despreciable que nos parezca, en realidad es quien acoge, recibe y escucha es a Dios

Por más evidente que sea el creciente abandono de las prácticas religiosas en los países ricos e industrializados, es indudable que la religión sigue desempeñando un papel importante en acontecimientos que pueden ser decisivos para la vida y la convivencia de los ciudadanos. Por ejemplo, cuando se aproximan unas elecciones generales, como es el caso de lo que estamos viviendo actualmente en España.

Por supuesto, en la campaña electoral, no se suele mencionar el tema religioso. Pero es un hecho que la religión está más presente de lo que imaginamos cuando los ciudadanos depositan su voto en las urnas. La relación que cada partido político tiene con la religión es, sin duda alguna, más determinante de lo que seguramente imaginamos. Por la sencilla razón de que el hecho religioso está muy presente en la educación, en la cultura, en la ética y en tantos y tantos asuntos, que son determinantes en la vida y en la convivencia de la ciudadanía.

Por todo esto, aunque no se hable mucho de religión, el hecho es que la religión está más presente de lo que sospechamos en la campaña electoral. El problema está en que de religión habla todo el mundo. Pero de religión, a fondo y en serio, son pocos los que saben. Es como si, en medicina, todos nos pusiéramos a dictaminar lo que se debe o no se debe hacer.

Sea lo que sea, en toda esta cuestión, dado que en España (y en tantos otros países) el cristianismo, en sus diversas formas confesionales, está tan presente, me parece que es de suma importancia dejar muy claro un tema capital. Se trata de tener muy claro quién es cristiano y quién no lo es. Y conste que en esto entramos todos los que nos consideramos cristianos: católicos, protestantes, anglicanos, ortodoxos… A fin de cuentas y cada cual a su manera, todos los cristianos afirmamos que creemos en Cristo.

Pues bien, llegados a este punto capital, mi pregunta es muy simple. Pero tan simple como desconcertante es la respuesta. En efecto, según el Evangelio, cuando llegó el momento de la despedida definitiva de este mundo, Jesús les dijo a sus seguidores: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que vosotros también os améis unos a otros. En esto conocerán que sois mis discípulos, si tenéis amor unos a otros” (Jn 13, 33-35). O sea, según el mandato último y decisivo de Jesús a sus seguidores, aquello por lo que se les tiene que reconocer, como discípulos de lo que enseña el Evangelio, es que se quieran tanto y de tal manera, que se les distinga del resto de los mortales. No porque sean más religiosos que los demás, sino porque quieren a todo el mundo más que nadie.

Pero no es esto lo más importante. Lo más fuerte de todo es que Jesús, al dar este mandato a sus seguidores, les dijo que esto era “un mandamiento nuevo”. ¿Por qué “nuevo”? ¿En qué estaba la “novedad”? El primero de todos los mandamientos, según la Biblia, es el “amor a Dios”, que va unido al “amor al prójimo” (Mc 12, 28-34; Mt 22, 34-40; Lc 10, 25-28). Lo “nuevo” del mandato de Jesús está en que aquí ya desaparece incluso Dios. Y no queda nada más que el amor que nos tenemos unos a otros (Jean Zumstein, H. Thyen…). Es, en definitiva, lo mismo que Jesús vino a decir cuando explica el juicio final: “Tuve hambre y me disteis de comer…” (Mt 25, 35…).

¿Qué nos viene a decir esto? Los cristianos creemos en un Dios encarnado. Es decir, creemos en un Dios humanizado. A Dios no lo conocemos. Ni podemos conocerlo. Porque es el Trascendente. No está a nuestro alcance. Por eso, Dios “se vació de sí mismo… y se hizo como uno de tantos” (Flp 2, 7). Por eso, el que “acoge” (Mc 9, 37; Mt 18, 15), “recibe” (Mt 10, 40) o “escucha” (Lc 10, 16) a un ser humano, por más despreciable que nos parezca, en realidad es quien acoge, recibe y escucha es a Dios. Porque el Dios de los cristianos se ha fundido con cada ser humano y está en cada ser humano.

Cuando, en unas elecciones, votamos por un gobernante, ¿qué queremos? ¿Una sociedad gobernada por un triunfador que nos somete a quienes estamos divididos y enfrentados? ¿O preferimos una persona sabia que respete y proteja nuestros derechos en la mejor convivencia posible? Esta es la pregunta que tenemos que responder quienes decimos o creemos que somos cristianos.

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“Acoger a los pequeños”. 27 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10, 2-16)

Domingo, 7 de octubre de 2018
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27_to_b-600x401Los fariseos plantean a Jesús una pregunta para ponerlo a prueba. Esta vez no es una cuestión sin importancia, sino un hecho que hace sufrir mucho a las mujeres de Galilea y es motivo de vivas discusiones entre los seguidores de diversas escuelas rabínicas: «¿Le es lícito al marido separarse de su mujer?».

No se trata del divorcio moderno que conocemos hoy, sino de la situación en que vivía la mujer judía dentro del matrimonio, controlado absolutamente por el varón. Según la Ley de Moisés, el marido podía romper el contrato matrimonial y expulsar de casa a su esposa. La mujer, por el contrario, sometida en todo al varón, no podía hacer lo mismo.

La respuesta de Jesús sorprende a todos. No entra en las discusiones de los rabinos. Invita a descubrir el proyecto original de Dios, que está por encima de leyes y normas. Esta ley «machista», en concreto, se ha impuesto en el pueblo judío por la dureza del corazón de los varones, que controlan a las mujeres y las someten a su voluntad.

Jesús ahonda en el misterio original del ser humano. Dios «los creó varón y mujer». Los dos han sido creados en igualdad. Dios no ha creado al varón con poder sobre la mujer. No ha creado a la mujer sometida al varón. Entre varones y mujeres no ha de haber dominación por parte de nadie.

Desde esta estructura original del ser humano, Jesús ofrece una visión del matrimonio que va más allá de todo lo establecido por la Ley. Mujeres y varones se unirán para «ser una sola carne» e iniciar una vida compartida en la mutua entrega, sin imposición ni sumisión.

Este proyecto matrimonial es para Jesús la suprema expresión del amor humano. El varón no tiene derecho alguno a controlar a la mujer como si fuera su dueño. La mujer no ha de aceptar vivir sometida al varón. Es Dios mismo quien los atrae a vivir unidos por un amor libre y gratuito. Jesús concluye de manera rotunda: «Lo que Dios unió que no lo separe el hombre».

Con esta posición, Jesús está destruyendo de raíz el fundamento del patriarcado bajo todas sus formas de control, sometimiento e imposición del varón sobre la mujer. No solo en el matrimonio, sino en cualquier institución civil o religiosa.

Hemos de escuchar el mensaje de Jesús. No es posible abrir caminos al reino de Dios y su justicia sin luchar activamente contra el patriarcado. ¿Cuándo reaccionaremos en la Iglesia con energía evangélica contra tanto abuso, violencia y agresión del varón sobre la mujer? ¿Cuándo defenderemos a la mujer de la «dureza de corazón» de los varones?

José Antonio Pagola

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La tragedia de la inmigración (Moceop).

Jueves, 22 de marzo de 2018
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llegan_a_la_isla_italiana_de_lampedusa__inmigrantes_del_norte_de_frica_594116cc8be4f28c1e7469b17_gUn nuevo mazazo informativo nos ha sacudido a todos, por la noticia de la muerte de 20 inmigrantes en aguas de Melilla y la desaparición de otros 27. En total, 47 vidas humanas que se han perdido. La patera en la que viajaban zozobró y los cuerpos flotantes de 20 de ellos, fueron avistados por pasajeros de un buque que dio el aviso para que las autoridades los rescataran.

¿Hasta cuándo vamos a estar familiarizándonos con estos trágicos hechos que por desgracia tan a menudo suceden?

Desde MOCEOP denunciamos las políticas migratorias de la Unión Europea que provoca estas tragedias. Desde 1997 más de 6.000 personas han perdido la vida intentando llegar a Europa huyendo de las guerras, del hambre, de las enfermedades, de la miseria.

Un fenómeno que aumenta de manera alarmante. En 2016 llegaron a nuestro país 6979 personas. En 2017 fueron 20.757. Un aumento de un 197%.

Basta ya de tantas fronteras abiertas para el libre flujo de productos y capitales, pero cerradas para las personas.

Basta ya de concertinas que destrozan y matan, de vallas, de devoluciones en caliente por las que España ha sido condenada por el Tribunal europeo de Derechos Humanos…

Basta ya de unos CIES donde no se respetan los derechos humanos y donde han muerto ya 8 personas en dependencias de encierro y traslado forzoso y cuya responsabilidad recae sobre el Estado.

Como dice Francisco “Somos hijos de las migraciones y es una obligación ética acoger a las personas migrantes”… con carácter prioritario a quienes huyen de la guerra.

El arzobispo de Tánger Monseñor Agrelo dice: “No creo que haya nadie con capacidad moral de prohibir el paso al pobre”.

Apoyamos a Francisco en su mensaje anticipado con motivo de la Jornada mundial del migrante y del refugiado donde marca las líneas que debemos todos (autoridades y ciudadanos) fomentar con los que llegan a nuestros lugares, a nuestros pueblos, a nuestras ciudades:

ACOGER: que emigrantes y refugiados puedan entrar de modo seguro, sin esos riesgos que a miles de ellos les supone la muerte. Se deben conceder visados por motivos humanitarios y de reagrupación familiar. Hay que activar políticas internacionales de asilo y refugio, replanteando las actuales. Apertura de corredores humanitarios…

PROTEGER: “toda una serie de acciones en defensa de los derechos y de la dignidad de los emigrantes y refugiados, independientemente de su estatus migratorio”.

PROMOVER: para que puedan realizarse como personas: derecho a un trabajo, a reagrupación familiar…

INTEGRAR: fomentar la cultura del encuentro intercultural… para enriquecimiento mutuo de las culturas…

Todo nuestro apoyo al papa Francisco y a los colectivos que trabajan desde hace años con los inmigrantes luchando por el reconocimiento de sus derechos y denunciando las injusticias que contra ellos se cometen.

Moceop (Movimiento por el celibato opcional)

9 de Febrero de 2018

Fuente Fe Adulta

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“Acoger a los pequeños”. 27 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,2-16)

Domingo, 4 de octubre de 2015
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27-852863-300x198El episodio parece insignificante. Sin embargo, encierra un trasfondo de gran importancia para los seguidores de Jesús. Según el relato de Marcos, algunos tratan de acercar a Jesús a unos niños y niñas que corretean por allí. Lo único que buscan es que aquel hombre de Dios los pueda tocar para comunicarles algo de su fuerza y de su vida. Al parecer, era una creencia popular.

Los discípulos se molestan y tratan de impedirlo. Pretenden levantar un cerco en torno a Jesús. Se atribuyen el poder de decidir quiénes pueden llegar hasta Jesús y quiénes no. Se interponen entre él y los más pequeños, frágiles y necesitados de aquella sociedad. En vez de facilitar su acceso a Jesús, lo obstaculizan.

Se han olvidado ya del gesto de Jesús que, unos días antes, ha puesto en el centro del grupo a un niño para que aprendan bien que son los pequeños los que han de ser el centro de atención y cuidado de sus discípulos. Se han olvidado de cómo lo ha abrazado delante de todos, invitándoles a acogerlos en su nombre y con su mismo cariño.

Jesús se indigna. Aquel comportamiento de sus discípulos es intolerable. Enfadado, les da dos órdenes: «Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis». ¿Quién les ha enseñado a actuar de una manera tan contraria a su Espíritu? Son, precisamente, los pequeños, débiles e indefensos, los primeros que han de tener abierto el acceso a Jesús.

La razón es muy profunda pues obedece a los designios del Padre: «De los que son como ellos es el reino de Dios». En el reino de Dios y en el grupo de Jesús, los que molestan no son los pequeños, sino los grandes y poderosos, los que quieren dominar y ser los primeros.

El centro de su comunidad no ha de estar ocupado por personas fuertes y poderosas que se imponen a los demás desde arriba. En su comunidad se necesitan hombres y mujeres que buscan el último lugar para acoger, servir, abrazar y bendecir a los más débiles y necesitados.

El reino de Dios no se difunde desde la imposición de los grandes sino desde la acogida y defensa a los pequeños. Donde estos se convierten en el centro de atención y cuidado, ahí está llegando el reino de Dios, la sociedad humana que quiere el Padre.

José Antonio Pagola

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“Acoger a Dios”. 2º Domingo después de Navidad – B (Juan 1,1-18). 4 de enero 2015

Domingo, 4 de enero de 2015
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08_2_Navidad_BJesús apareció en Galilea cuando el pueblo judío vivía una profunda crisis religiosa. Llevaban mucho tiempo sintiendo la lejanía de Dios. Los cielos estaban «cerrados». Una especie de muro invisible parecía impedir la comunicación de Dios con su pueblo. Nadie era capaz de escuchar su voz. Ya no había profetas. Nadie hablaba impulsado por su Espíritu.

Lo más duro era esa sensación de que Dios los había olvidado. Ya no le preocupaban los problemas de Israel. ¿Por qué permanecía oculto? ¿Por qué estaba tan lejos? Seguramente muchos recordaban la ardiente oración de un antiguo profeta que rezaba así a Dios: «Ojalá rasgaras el cielo y bajases».

Los primeros que escucharon el evangelio de Marcos tuvieron que quedar sorprendidos. Según su relato, al salir de las aguas del Jordán, después de ser bautizado, Jesús «vio rasgarse el cielo» y experimentó que «el Espíritu de Dios bajaba sobre él». Por fin era posible el encuentro con Dios. Sobre la tierra caminaba un hombre lleno del Espíritu de Dios. Se llamaba Jesús y venía de Nazaret.

Ese Espíritu que desciende sobre él es el aliento de Dios que crea la vida, la fuerza que renueva y cura a los vivientes, el amor que lo transforma todo. Por eso Jesús se dedica a liberar la vida, curarla y hacerla más humana. Los primeros cristianos no quisieron ser confundidos con los discípulos del Bautista. Ellos se sentían bautizados por Jesús con su Espíritu.

Sin ese Espíritu todo se apaga en el cristianismo. La confianza en Dios desaparece. La fe se debilita. Jesús queda reducido a un personaje del pasado, el Evangelio se convierte en letra muerta. El amor se enfría y la Iglesia no pasa de ser una institución religiosa más.

Sin el Espíritu de Jesús, la libertad se ahoga, la alegría se apaga, la celebración se convierte en costumbre, la comunión se resquebraja. Sin el Espíritu la misión se olvida, la esperanza muere, los miedos crecen, el seguimiento a Jesús termina en mediocridad religiosa.

Nuestro mayor problema es el olvido de Jesús y el descuido de su Espíritu. Es un error pretender lograr con organización, trabajo, devociones o estrategias diversas lo que solo puede nacer del Espíritu. Hemos de volver a la raíz, recuperar el Evangelio en toda su frescura y verdad, bautizarnos con el Espíritu de Jesús.

No nos hemos de engañar. Si no nos dejamos reavivar y recrear por ese Espíritu, los cristianos no tenemos nada importante que aportar a la sociedad actual, tan vacía de interioridad, tan incapacitada para el amor solidario y tan necesitada de esperanza.

José Antonio Pagola

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