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¿Es mejor que el Sínodo no diga nada en absoluto?

Lunes, 7 de octubre de 2024
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IMG_7706La publicación de hoy es del editor en jefe de Bondings 2.0, Robert Shine.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo séptimo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy ponen fin a una semana difícil para mí.

Las lecturas, en las que leemos que “Dios los hizo hombre y mujer” y que el divorcio está aparentemente prohibido, han sido tan duramente utilizadas contra las personas LGBTQ+ y las personas divorciadas que no tenía muchas ganas de reflexionar sobre ellas.

Esto es particularmente cierto porque, en Roma, fui testigo de cómo la asamblea del Sínodo sobre la Sinodalidad comenzó con una nota decepcionante. Sus líderes, e incluso el Papa Francisco, parecen querer encerrar bajo llave cuestiones consideradas demasiado controvertidas. No es de sorprender que estas incluyan (y tal vez sean principalmente) cuestiones de género y sexualidad.

Persistí en esta reflexión porque confío en que Dios habla a través de las Escrituras y está hablando a través del Sínodo, aunque todavía no entienda bien el mensaje. Hay interpretaciones positivas para la comunidad queer de los mitos de la creación del Génesis que podría haber examinado. Y hay pequeños destellos de esperanza positiva para la comunidad queer en Roma si miro con suficiente atención. Pero decidí usar la lectio divina para orar con el Evangelio como lo hago la mayoría de las mañanas.

Mi práctica de la lectio divina es quizás un poco menos formal de lo que se practica más comúnmente. Leo el pasaje tres veces. En la primera lectura, lo tomo como un todo. En la segunda lectura, estoy atento a lo que me llama la atención del versículo o frase. En la tercera lectura, tomo sólo una palabra y la reflexiono un poco. A veces, me siento un rato con la palabra. A veces, tengo un poco de prisa por la mañana. Tuve la tentación de apresurarme cuando comencé a orar con el Evangelio de hoy.

En mi primera lectura, no podía quitarme de encima la frustración de que Jesús pareciera condenar el divorcio, y en términos tan fuertes. Después de una pausa, en la segunda lectura, surgió una frase que me sorprendió: “ningún ser humano debe separarse”. Las palabras de la misma prohibición que me frustraban eran ahora las que se me quedaron grabadas. Luego leí el Evangelio una tercera vez, y cuando llegué a esta frase, la palabra que permaneció en mi mente fue “no”.

No” no es una gran palabra para un católico. El llamado al discipulado se trata de decir “” a Dios; Los males de la Iglesia provienen, en su mayoría, de decir “no”. Durante tres años, respondí “” a la invitación del Papa Francisco en este viaje sinodal, a menudo con gran entusiasmo y esperanza. En este viaje, traté de decir “” a lo que emergía y a lo que podría ser posible. Me uní a tantos católicos que comprendieron que esta irrupción del Espíritu Santo podría significar un gran avance para la Iglesia. ¿Por qué estaba ahora obsesionado con el “no”? Tal vez era solo una obsesión por una mala semana. Dejé la reflexión a un lado, pensando que mi cabeza estaría más despejada más tarde.

Sin embargo, el “no” se me quedó grabado. Esto es lo que creo que Dios estaba sugiriendo: por mucho que la fe sea un ejercicio de apertura y disposición, a veces necesitamos tener límites claros. Los fieles de todo el mundo han dejado en claro que la inclusión LGBTQ+ es una de sus principales preocupaciones y prioridades. Entonces, si la asamblea del Sínodo de este mes no puede hacer una declaración positiva sobre las personas LGBTQ+ este mes, no debería decir nada en absoluto.

Al defender esta omisión en el informe final, los delegados pro-LGBTQ+ estarían diciendo “no” a la rearticulación de enseñanzas negativas y dañinas, a dar un paso atrás en los logros alcanzados bajo el Papa Francisco y a permitir que un bloque minoritario que se opone tan fervientemente a la igualdad LGBTQ+ sea la voz decisiva.

Como dice el refrán, “Si no tienes nada bueno que decir, mejor no decir nada”.

Homofobia religiosaPara ser claros, un resultado así sería algo decepcionante. Es desgarrador que la Asamblea General del año pasado ni siquiera pudiera incluir a las personas LGBTQ+ por su nombre en su informe final. Es un error que algunos líderes y delegados del Sínodo estén trabajando tan duro para mantener las cuestiones LGBTQ+ fuera de la agenda, especialmente considerando lo prominentes que fueron en las consultas anteriores. Y es una oportunidad perdida no solo para las personas queer y sus aliados, sino para toda la Iglesia Católica.

Pero decir “no” a los falsos compromisos y al lenguaje degradante en la Asamblea podría ser en realidad el “” de la fe. Es cierto que la iglesia global está dividida. Es honesto que las tensiones sobre género y sexualidad no se hayan podido abordar, ni siquiera mediante un proceso tan extenso. Y podría ser constructivo si toda esta verdad y honestidad impulsara a la iglesia a una mayor descentralización, permitiendo que las iglesias locales y regionales avancen a diferentes velocidades.

La asamblea del Sínodo tal vez no pueda lograr los avances que esperamos. Pero, como mínimo, los delegados deberían decir “no” a dar marcha atrás, para que con un vibrante “” podamos seguir adelante en nuestras parroquias, escuelas, congregaciones y ministerios con el verdadero trabajo de inclusión LGBTQ+.

—Robert Shine (él), New Ways Ministry, 6 de octubre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“En defensa de la mujer”. 27 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10, 2-16)

Domingo, 6 de octubre de 2024
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1109-mateo-15-la-fe-de-la-mujer-cananeaLo que más hacía sufrir a las mujeres en la Galilea de los años treinta del siglo I era su sometimiento total al varón dentro de la familia patriarcal. El esposo las podía incluso repudiar en cualquier momento abandonándolas a su suerte. Este derecho se basaba, según la tradición judía, nada menos que en la ley de Dios.

Los maestros discutían sobre los motivos que podían justificar la decisión del esposo. Según los seguidores de Shammai, solo se podía repudiar a la mujer en caso de adulterio; según Hillel, bastaba que la mujer hiciera cualquier cosa «desagradable» a los ojos de su marido. Mientras los doctos varones discutían, las mujeres no podían elevar su voz para defender sus derechos.

En algún momento, el planteamiento llegó hasta Jesús: «¿Puede el hombre repudiar a su esposa?». Su respuesta desconcertó a todos. Las mujeres no se lo podían creer. Según Jesús, si el repudio está en la ley, es por la «dureza de corazón» de los varones y su mentalidad machista, pero el proyecto original de Dios no fue un matrimonio «patriarcal» dominado por el varón.

Dios creó al varón y a la mujer para que fueran «una sola carne». Los dos están llamados a compartir su amor, su intimidad y su vida entera, con igual dignidad y en comunión total. De ahí el grito de Jesús: «Lo que ha unido Dios, que no lo separe el varón» con su actitud machista.

Dios quiere una vida más digna, segura y estable para esas esposas sometidas y maltratadas por el varón en los hogares de Galilea. No puede bendecir una estructura que genere superioridad del varón y sometimiento de la mujer. Después de Jesús, ningún cristiano podrá legitimar con el evangelio nada que promueva discriminación, exclusión o sumisión de la mujer.

En el mensaje de Jesús hay una predicación dirigida exclusivamente a los varones para que renuncien a su «dureza de corazón» y promuevan unas relaciones más justas e igualitarias entre varón y mujer. ¿Dónde se escucha hoy este mensaje?, ¿cuándo llama la Iglesia a los varones a esta conversión?, ¿qué estamos haciendo los seguidores de Jesús para revisar y cambiar comportamientos, hábitos, costumbres y leyes que van claramente en contra de la voluntad original de Dios al crear al varón y a la mujer?

José Antonio Pagola

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“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Domingo 06 de octubre de 2024. Domingo 27º ordinario

Domingo, 6 de octubre de 2024
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54-ordinarioB27 cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 2, 18-24: Y serán los dos una sola carne.
Salmo responsorial: 127: Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
Hebreos 2, 9-11: El santificador y los santificados proceden todos del mismo.
Marcos 10, 2-16: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

 En la primera lectura nos encontramos con el segundo relato de la creación, que está centrado en la creación del hombre y de la mujer, ambos formados de tierra y aliento divino. Los dos son hechura de Dios, y por lo tanto deberían ser iguales, a pesar de su diversidad. La relación perfecta entre los dos no está garantizada ni escrita en su sangre: es una conquista de la libertad que ellos deben construir. Un proyecto de unidad que compromete la responsabilidad de cada uno.

El autor de la carta a los hebreos nos dice que la pasión y la muerte de Jesús no son fines en sí mismos, sino solamente un camino hacia la resurrección y la salvación plena. Los cristianos no nos podemos quedar contemplando al crucificado del viernes santo, construyendo nuestra vida desde el dolor, el sufrimiento y la muerte. La misma epístola nos dice que el propio Jesús “en los días de su vida mortal presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas, al que lo podía salvar de la muerte”. Esto quiere decir que él mismo luchó por encontrar una alternativa que no estaba sujeta a su voluntad sino a hacer la voluntad del Padre. Estamos en hora de superar todo tipo de devoción que se queda en la contemplación de los sufrimientos y dolores de Jesús y construir nuestra vida cristiana desde la esperanza que nos ofrece la resurrección.

En el evangelio, los fariseos ponen a prueba a Jesús preguntándole qué piensa sobre el divorcio y si era lícito repudiar a una mujer. La respuesta de Jesús es significativa cuando caemos en cuenta de que, tanto en el judaísmo como en el mundo greco-romano, el repudio era algo muy corriente y estaba regulado por la ley. Si Jesús respondía que no era lícito, estaba contra la ley de Moisés. Por eso les devuelve la pregunta y les dice que la ley de Moisés es provisional y que ahora se han inaugurado los tiempos de la plenitud en los que la vida se construye desde un orden social nuevo, en el que el hombre y la mujer forman parte de la armonía y el equilibrio de la creación. La novedad de esta afirmación de Jesús saltaba a la vista; en su interpretación desautorizaba no sólo las opiniones de los maestros de la ley que pensaban que a una mujer se le podía repudiar incluso por una cosa tan insignificante como dejar quemar la comida, sino incluso, relativizaba la misma motivación de la ley de Moisés. Además tiraba por tierra las pretensiones de superioridad de los fariseos, que despreciaban a la mujer, como despreciaban a los niños, a los pobres, a los enfermos, al pueblo. Nuevamente, al defender a la mujer, Jesús se ponía de parte de los rechazados, los marginados, los ‘sin derechos’.

Pero como los discípulos en esto compartían las mismas ideas de los fariseos, no entendieron y, ya en casa, le preguntaron sobre lo que acababa de afirmar. Jesús no explicó mucho más, simplemente les amplió las consecuencias de aquello: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra la primera; y lo mismo la mujer: si repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”.

El segundo episodio de nuestro evangelio nos presenta un altercado de Jesús con sus discípulos porque ellos no permiten que los niños se acerquen a Jesús para que él los bendiga. Los discípulos pensaban que un verdadero maestro no se debía entretener con niños porque perdía autoridad y credibilidad. Decididamente algo no era claro en ellos. No acababan de asimilar las actitudes de Jesús ni los criterios del Reino. Y Jesús se enojó con ellos; su paciencia también tenía límites y si algo no toleraba era el desprecio hacia los marginados. Y les dijo con mucha energía: dejen que los niños se me acerquen. ¿Con qué derecho se lo impiden, cuando el Padre ha decidido que su Reinado sea precisamente en favor de ellos? ¿No entienden todavía que en el Reino de Dios las cosas se entienden totalmente al contrario que en el mundo?

Los niños que no pueden reclamar méritos, carecen de privilegios y no tienen poder, son ejemplo para los discípulos, porque están desprovistos de cualquier ambición o pretensión egoísta y por eso pueden acoger el Reino de Dios como un don gratuito. De los que son como ellos es el Reino de Dios, dice Jesús.

Es necesario que nuestra experiencia cristiana sea verdaderamente una realidad de acogida y de amor para todos aquellos que son excluidos por los sistemas injustos e inhumanos que imperan en el mundo. Nuestra tarea fundamental es incluir a todos aquellos que la sociedad ha desechado porque no se ajustan al modelo de ser humano que se han propuesto. Si nos reconocemos como verdaderos seguidores de Jesús, es necesario comenzar a trabajar por la humanidad que a los débiles de este mundo se les ha arrebatado.

Una nota crítica:

Para este tema del evangelio, que centrará hoy la homilía de este domingo en muchas comunidades cristianas, el divorcio, la liturgia propone como primera lectura el relato de la creación del hombre y de la mujer, en el relato del Génesis, lógicamente. Por ser de la Biblia, por ser del Génesis, por ser del relato de la creación… todo pareciera dar a suponer que contiene en sí mismo el fundamento religioso último y máximo de la visión cristiana del matrimonio. Probablemente, en muchas homilías, el relato bíblico se constituirá en la única referencia, en la referencia totalizante y suprema, y se querrá sacar de ella el fundamento integral de la postura actual de la Iglesia sobre el matrimonio. ¿No será eso fundamentalismo?

Hoy ya sabemos que el relato de la «creación» no es un relato científico, de historia natural; más aún: no tiene nada que decir ante lo que la ciencia nos dice hoy sobre el origen de la Tierra, de la Vida, de nuestra especie humana o sobre nuestra sexualidad. El relato no es histórico, no hay que entenderlo como una narración de algo que realmente ocurrió… hoy nadie sostiene lo contrario. En las catequesis bíblicas solemos decir ahora que tenemos que «tratar de captar lo que los autores bíblicos querían decir…», que no era lo que la mera letra dice… En realidad, no se trata ni de eso siquiera, porque los autores bíblicos no escribían para nosotros, ni estaban pensando en un mensaje distinto de lo que leemos.

La verdad es que no deberíamos abandonar una postura de profunda humildad en este campo, porque los cristianos, durante casi toda nuestra historia, hasta hace unos cien años –algo más para los protestantes– hemos estado pensando lo contrario de esto que ahora decimos. Hemos estado pensando que eran textos históricos, que había que entender al pie de la letra y que había que creerlos ciegamente, y que su contenido era real, e incluso «más que científico, estaba por encima de la ciencia» (la ciencia no podría contradecirlos): porque eran textos directamente divinos, revelados, y por tanto dogmáticos. Hace apenas 100 años el Pontificio Instituto Bíblico, la máxima autoridad oficial católico-romana, condenó taxativamente a quienes pusieran en duda el «carácter histórico» de los once primeros capítulos del Génesis… y en todo el conjunto de la Iglesia se pensaba así, desafiando arrogantemente a la ciencia.

Durante siglos, durante más de un milenio, el texto del relato de la creación que hoy leemos ha sido utilizado para justificar directa o indirectamente el androcentrismo, o sea, la inferioridad de la mujer, creada «en segundo lugar», y «de una costilla de Adán». Más aún: durante más de dos mil años –y aún hoy, para la mayor parte de la civilización occidental– este texto ha justificado el antropocentrismo, el mirar y entender la realidad toda como puesta al servicio de este ser diferente, superior a todos los demás, «sobre-natural», que sería el ser humano, poniéndolo todo bajo «el valor absoluto de la persona humana», a cuyo servicio y bajo cuyo dominio habría puesto Dios toda la «creación», con el mandato de explotar omnímodamente la naturaleza: «crezcan y multiplíquense, y dominen la Tierra»…

Desde hace medio siglo un coro reciente y creciente de científicos y humanistas achacan a los textos bíblicos la minusvaloración y el desprecio que la tradición cultural occidental ha sentido y ejercido sobre la naturaleza, hasta provocar la actual crisis ambiental que nos ha puesto al borde del colapso y amenaza con colapsar efectivamente.

Viene todo esto a decir que hoy no podemos deducir directamente de los textos bíblicos nuestra visión de los problemas humanos -matrimonio y divorcio incluidos-, como si la construcción de nuestra visión moral y humana dependiera de unos textos que en buena parte contienen las experiencias religiosas de unos pueblos nómadas del desierto hace unos tres mil años… Sería bueno que los oyentes de las homilías supieran discernir con sentido crítico la dosis de fundamentalismo que algunas de nuestras construcciones morales clásicas pueden contener. Sería todavía mejor que los autores de las homilías incorporaran a sus contenidos esta visión crítica y esta superación del fundamentalismo. Debemos salir del bibliocentrismo: no podemos vivir encerrados en un libro, con toda nuestra perspectiva, categorías y normas sometidas al limitado alcance cultural de un libro de hace varios milenios… Si queremos buscar las palabras más profundas que puedan iluminarnos, debemos buscarlas también y sobre todo en la Realidad, en la Naturaleza, en el libro del cosmos, de la Vida y de nuestra propia misteriosa naturaleza…

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6.10.24. Iglesia es familia: curar padres; abrazar, bendecir y empoderar niños (Dom 27 TO, Mc 10, 13-16)

Domingo, 6 de octubre de 2024
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la-familia-en-la-bibliaDel blog de Xabier Pikaza:

Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.” Y los abrazaba y los bendecía (empoderaba) imponiéndoles las manos.

Esta postal consta de dos partes. (a) Tres milagros de niños sin nombre, a quienes Jesús curando a sus padres (archisinagogo, cananea, hombre de poca fe). (b) Una iglesia  que abraza, bendice, e impone sus manos (concede autoridad) a los niños (. El texto base está tomado de La Familia en la Biblia

Situar el tema

 Jesús no ha insistido en la fecundidad de la mujer (en su tarea de madre), ni ha desarrollado que se sepa el primer mandamiento de Gen 1, 27: “Creced,  multiplicaos, llenad la tierra…».  Le interesan los niños en sí, necesitados de ayuda para vivir y así, por ellos, ha destacado el aspecto “natal” de la existencia, el hecho de que todos dependemos unos de los otros, especialmente los niños, un elemento esencial de su mensaje.

No insiste en  problemas muy “actuales” (concepción y embarazo, control de natalidad y aborto…), sino en los niños ya nacidos como tarea básica de la comunidad cristiana. Lógicamente, su mensaje ha de entenderse desde su proyecto general de Reino y desde la situación actual de la familia, en el centro de una gran paradoja.  Desde fondo quiero ofrecer  en esta postal un pequeño evangelio de los niños, centrado en dos motivos importantes de los evangelio, en especial del de Marcos

1.TRES MILAGROS. EL PROBLEMA ON LOS PADRES, NO LOS NIÑOSArchisinagogo con hija (Mc 5, 21-42)

            Es un hombre importante del sistema socio-religioso, tiene una hija enferma, y no encuentra manera de curarla. Por eso acude a Jesús pidiéndole ayuda

Enfermedad de familia. Es un archi-sinagogo (como un arzi-obispo). Dirige la sinagoga famosa de Cafarnaúm, pero no puede curar/educar a su hija que al descubrirse mujer, con el primer flujo de sangre, doce años, parece apagarse y morir, como diciendo que no tiene sentido madurar a la vida (sometimiento) de mujer en aquellas circunstancias.

Son muchas las niñas/mujeres que han sufrido y sufren al llegar a esa edad, dominadas bajo un gran trastorno personal y de familia. Es normal que sientan la condición y exigencia de su cuerpo, diferente ya y diferenciado, preparado para el amor y la maternidad, pero amenazado por un duro control familiar y una ley de varones (padres y hermanos, vecinos y posibles esposos) que especulan sobre ellas, convirtiéndolas en rica y frágil mercancía. Se descubren objeto del deseo de unos hombres que quizá no las respetan, ni escuchan, y así responden de la única forma que pueden, enfermando, a no ser que alguien les conceda fuerza para vivir.

Parece que esta niña, hija del archisinagogo, no se atreve a recorrer la travesía de su feminidad amenazada, dentro desu familia y de su entorno. Es víctima de su condición de mujer, y se siente condenada por el fuerte deseo de posesión de los varones (machos) y por la dura ley sacral de una sociedad que le convierte en víctima sumisa de las leyes de pureza y de los miedos, de los planes y violencias de los otros (varones, representantes de la ley de familia). Hasta ahora podía haber sido feliz, niña en la casa, hija de padres piadosos (sinagogos), resguardada y contenta en el mejor ambiente. Pero, al hacerse  mujer, se descubre moneda de cambio, objeto de deseos, miedos, amenazas, represiones.

  Le han bastado doce años. Ha madurado de pronto,  con la primera menstruación, en la escuela de la feminidad amenazada, y en ese momento descubre (conoce con su cuerpo y/o su alma) lo que significa ser mujer en esa circunstancia, padeciendo en su cuerpo adolescente (que debía hallarse  resguardado en su casa familiar), un tipo de terror que sufren de manera especial las mujeres amenazadas: hemorroísas, leprosas… Por su misma condición  de niña hecha mujer empieza a vivir amenazada por la muerte.

Según Marcos, la sinagoga/iglesia era el lugar donde se escondía el demonio del poseso (Mc 1, 21-28), y donde el sábado importaba más que la salud del hombre de la mano seca (3, 1-6)… Lógicamente, el Archisinagogo parecía tener todo lo bueno y, sin embargo, no podía acompañar a su hijaen la travesía de su maduración como mujer; animaba a su  comunidad, pero tenía que matar o dejar morir (como nuevo Jefté, cf. Jc 11) a su hija.

La niña tendría que haber sido feliz, deseando madurar para casarse con otro archisinagogo como su padre, repitiendo así la historia de su madre y de las mujeres “limpias”, envidiadas, de la buena comunidad judía. Pero a los doce años, edad en la que debían empezar a cumplirse sus sueños de vida, ella renuncia. No acepta este tipo de existencia, y no tiene medios o capacidad  para optar por un camino diferente; no le queda más salida que la muerte. Y de esa forma, de un modo quizá inconsciente, “decide” vitalmente morir, en gesto callado de autodestrucción, sometida a un tipo de enfermedad que, por la palabra final de Jesús (¡dadle de comer!: 5, 43), parece tener rasgos de anorexia.

Esta es signo (paradigma) de miles y millones de adolescentes que empiezan a ser mujeres padeciendo  un tipo de enfermedad vinculada con el ser mujer en estas circunstancias, niñas con miedo, amenazadas por un tipo de sociedad violenta, llena de violaciones y opresiones.

La escena nos introduce en el centro de una crisis de familia que se manifiesta y estalla en su miembro más débil, que es la hija. No sabemos nada de la madre (que aparece sólo hacia el final: Mc 5,40), aunque podemos imaginar que sufre con la hija, identificándose con ella (pues en aquel contexto social había una simbiosis quizá más fuerte que hoy entre madres e hijas). El drama está representado por el padre, que puede presidir la sinagoga (ser jefe de comunidad) pero que resulta incapaz de ofrecer compañía, palabra y ayuda a su hija. Por eso, como va indicando paso a paso el evangelio de Marcos, el verdadero milagro (para curación de la hija) será la conversión del padre, que deberá creer y  transformarse por el testimonio de la hemorroísa, para acoger y educar a la hija.

Terapia de familia, análisis del “milagro”. Leído en ese fondo, el texto ofrece una terapia de padre (familia), semejante a la de Mc 9, 14-29 (pasaje del que hablaremos más tarde). La niña cerrada en sí no tiene fuerzas, no puede superar el muro que eleva en torno de ella el entorno social, de manera que por sí misma no puede curarse, a no ser que cambie el entorno, es decir su padre, el jefe judío de la sinagoga, a quien podemos ver como representante de muchos padres que, buscando su propia seguridad, siguen dejando de hecho que sus hijos/as mueran o se destruyan, incapaces de encontrar familia.

 ‒ Enferma la hija (thygatrion) y su padre  va en busca de Jesús para pedirle que la cure (Mc 5, 22-24b).  Tiene doce años  y sin embargo el texto la presenta por dos veces como niña (paidion, korasion: 5, 40-41) que  acentúa su rasgo infantil, presexuado. Es como si no quisiera madurar y hacerse mujer,  de manera que intenta quedarse fijada en la infancia. Precisamente porque eso es imposible, y porque no puede resolver su situación, ella se va muriendo. Como representante de una estructura social y religiosa que es incapaz de ofrecer  vida a su hija, este Archisinagogo busca a Jesús, pidiendo que le imponga las manos para que se salve (5, 23). Este hombre habita, según eso, en un espacio de contradicción, siendo causa de enfermedad y muerte para su niña, pero, como presintiendo su culpa, va hacia Jesús para pedirle su ayuda.

Jesús viene y entra en la habitación de la niña con su padre y su madre (5, 37-40  Jesús toma consigo además a tres  discípulos varones (Pedro, Santiago y Juan: 5, 37).  No van como curiosos, ni están allí de adorno. Son miembros de la comunidad  o  familia mesiánica (cristiana) que ofrece espacio de maduración y garantía de solidaridad a la niña que se hace mujer. Significativamente son varones, pero llegan a la casa con Jesús como seres humanos  (respetuosos, no dominadores), para entrar en la habitación de una niña enferma que, según se dice, probablemente ha muerto, está muriéndose, por miedo a crecer entre los hombres. Superando un tipo de sinagoga donde la niña parece condenada a morir, encontrarnos aquí una familia cambiada, un padre y una madre que desean compartir una esperanza de vida con la niña, en medio de un grupo de discípulos que pueden ofrecer un espacio de madurez solidaria, es decir, de Iglesia. En ese nivel, la niña no es  judía ni cristiana, en clave confesional,  sino simplemente una persona que empieza a vivir como mujer, en compañía de los padres y de los discípulos que entran en su habitación y son testigos del gesto Jesús, que le agarra por la mano le dice que se levante.
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El problema del divorcio y la bendición de los niños. Domingo XXVII. Ciclo B

Domingo, 6 de octubre de 2024
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divorcioDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La formación de los discípulos, a la que Marcos dedica la segunda parte de su evangelio, abarca aspectos muy diversos y no se atiene a un orden lógico. Si el domingo pasado se habló de amigos y enemigos, y del problema del escándalo, el evangelio de hoy se centra en el divorcio. El relato contiene dos escenas: en la primera, los fariseos preguntan a Jesús si se puede repudiar a la mujer y reciben su respuesta (2-9); en la segunda, una vez en la casa, los discípulos insisten sobre el tema y reciben nueva respuesta (10-12).

 Los fariseos y Jesús

 Desde allí se encaminó al territorio de Judea al otro lado del Jordán. De nuevo concurrió a él la gente y, según su costumbre, los enseñaba. 2Se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron:

            ‒ ¿Puede un hombre repudiar a su mujer?

                Les contestó:

            ‒ ¿Qué os mandó Moisés?

                Respondieron:

            ‒ Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.

                Jesús les dijo:

            ‒ Porque sois obstinados escribió Moisés semejante precepto. Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer, y por eso abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer, y los dos se hacen una carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha juntado que el hombre no lo separe.

La pregunta de los fariseos resulta desconcertante, porque el divorcio estaba permitido en Israel y ningún grupo religioso lo ponía en discusión. Desde antiguo se admite, como en otros pueblos orientales, la posibilidad del divorcio. Más aún, la tradición rabínica piensa que el divorcio es un privilegio exclusivo de Israel. El Targum Palestinense (Qid. 1,58c, 16ss) pone en boca de Dios las siguientes palabras: «En Israel he dado yo separación, pero no he dado separación en las naciones»; tan sólo en Israel «ha unido Dios su nombre al divorcio».

            La ley del divorcio se encuentra en el Deuteronomio, capítulo 24,1ss donde se estipula lo siguiente: «Si uno se casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa…»

Un detalle que llama la atención en esta ley es su tremendo machismo: sólo el varón puede repudiar y expulsar de la casa. Pero la ley es conocida y admitida por todos los grupos religiosos. A la pregunta de los fariseos cualquier judío piadoso habría respondido: sí, el hombre puede repudiar a su mujer.

Sin embargo, Jesús, además de ser un judío piadoso, se muestra muy cercano a las mujeres, las acepta en su grupo, permite que le acompañen. ¿Estará de acuerdo con que el hombre repudie a su mujer? Así se comprende el comentario que añade Mc: le preguntaban «para ponerlo a prueba». Los fariseos quieren poner a Jesús entre la espada y la pared: entre la dignidad de la mujer y la fidelidad a la ley de Moisés. En cualquier opción que haga, quedará mal: ante sus seguidoras, o ante el pueblo y las autoridades religiosas.

divorcioLa reacción de Jesús es tan atrevida como inteligente. Porque él también va a poner a los fariseos entre la espada y la pared: entre Dios y Moisés. Empieza con una pregunta muy sencilla que se puede volver en contra suya: “¿Qué os mandó Moisés?” Y luego contraataca, distinguiendo entre lo que escribió Moisés en determinado momento y lo que Dios proyectó al comienzo de la historia humana.

En el Génesis, Dios no crea a la mujer para torturar al varón (como en el mito griego de Pandora), sino como un complemento íntimo, hasta el punto de formar una sola carne. En el plan inicial de Dios, no cabe que el hombre abandone a su mujer; a quienes debe abandonar es a su padre y a su madre, para formar una nueva familia.

Las palabras de Génesis 1,27 sugieren claramente la indisolubilidad: el varón y la mujer se convierten en un solo ser. Pero Jesús refuerza esa idea añadiendo que esa unión la ha creado Dios; por consiguiente, «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Jesús rechaza de entrada cualquier motivo de divorcio.

La aceptación posterior del repudio por parte de Moisés no constituye algo ideal, sino que se debió a «vuestro carácter obstinado». Esta interpretación de Jesús supone una gran novedad, porque sitúa la ley de Moisés en su contexto histórico. La tendencia espontánea del judío era considerar toda la Torá (el Pentateuco) como un bloque inmutable y sin fisuras. Algunos rabinos condenaban como herejes a los que decían: «Toda la Ley de Moisés es de Dios, menos tal frase». Jesús, en cambio, distingue entre el proyecto inicial de Dios y las interpretaciones posteriores, que no tienen el mismo valor e incluso pueden ir en contra de ese proyecto.

Los discípulos y Jesús

Entrados en casa, le preguntaron de nuevo los discípulos acerca de aquello. El les dice:

            ‒ Quien repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera. Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio. 

            Esta escena saca las conclusiones prácticas de la anterior, tanto para el varón como para la mujer que se divorcian. Las palabras: Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio, cuentan con la posibilidad de que la mujer se divorcie, cosa que la ley judía solo contemplaba en el caso de que la profesión del marido hiciese insoportable la convivencia, como era el caso de los curtidores, que debían usar unos líquidos pestilentes. En cambio, la legislación romana sí admitía que la mujer pudiera divorciarse. Por eso, algunos autores ven aquí un indicio de que el evangelio de Marcos fue escrito para la comunidad de Roma. Aunque en los cinco primeros siglos de la historia de Roma (VIII-III a.C.) no se conoció el divorcio, más tarde se introdujo.

Reflexión final

            Cada vez que se lee este evangelio en la misa, donde los matrimonios que participan no están pensando en divorciarse, y las religiosas no pueden hacerlo, cabe pensar que podría haber sido sustituido por otro. Sin embargo, la realidad del divorcio se ha difundido tanto en los últimos años, y afecta de manera tan directa a muchas familias cristianas, que es bueno recordar el ideal propuesto por el Génesis de la compenetración plena entre el varón y la mujer. Hay motivos para dar gracias a Dios los que siguen unidos y para pedir por los que se hallan en crisis y por los que han emprendido una nueva vida.

 

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Domingo XXVII del Tiempo Ordinario. 06 de octubre de 2024

Domingo, 6 de octubre de 2024
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Al verlo, Jesús se enfadó”.

(Mc 10, 2-16)

El evangelio de hoy viene con un paréntesis. Hay un texto entre paréntesis que puede omitirse por razones pastorales. Sucede en más de una ocasión y es cierto que a veces el texto es muy largo pero en lugar de quitarle al evangelio podríamos acortar homilías…

Nos racionan el evangelio igual que la comunión. Las formas con las que comulgamos se parecen poco al pan que se come en una cena.

Sea como sea cuesta creer que exista alguna razón pastoral por la cual haya que omitir estos tres versículos de hoy, en un evangelio que, por otra parte, es corto.

Es cierto que parece que habla de dos temas que no tienen nada que ver. Por un lado, la obstinación de los varones con el divorcio. Por el otro, los niños que se acercan a Jesús.

Lo que hay de fondo es lo mismo: exclusión. Los varones (los judíos y los discípulos) están a favor de excluir a las mujeres, dejarlas fuera. Y los discípulos también quieren dejar fuera a los niños. Excluirlos. Impedir que toquen a Jesús.

Es la tentación del poder que nos hace creer que solo un pequeño grupo, o una sola persona es la que conoce y sabe lo que es mejor para todas las demás. A más poder, mayor tentación. Y cuántos más años se ostenta el poder más nos aliamos con él. Hasta el punto de volvernos ciegas a nuestras propias injusticias.

Todos los poderes son peligrosos pero quizá el peor de todos es el poder “religioso” que en último término nos hace creer que nuestro punto de vista es la voluntad de Dios.

Jesús no se cansó de advertirnos en este sentido: No llaméis Padre…”, “escoged el último puesto”, “el que quiera ser el primero… Nos sabemos de memoria las palabras de Jesús, pero aun así caemos una y otra vez.

Es muy complicado ser hermanas y hermanos, siempre buscamos algo que nos coloque en un escalafón diferente. “Que si yo llevo ya muchos años”, “que si a mí me han encargado esto…” Nos guste o no todos tenemos dentro el virus de la exclusión y más activo de lo que queremos reconocer.

Tan familiar que ni lo vemos y todos sus efectos nos parecen razonablemente justificables. Lo que en otras personas apuntamos como pecado, racismo o exclusión, cuando está en nuestro “haber” le cambiamos el nombre. Si negamos información a alguien es para su bien o por el bien de una tercera persona. Cuando no escuchamos a alguien es porque no sabe del tema.

Nuestra empatía no es tan amplia y acogedora como nos gustaría y lo más fácil es “culpar” al otro, como hacían los varones al excluir a las mujeres o como hacían los discípulos al excluir a los niños.

Oración

Trinidad Santa, no permitas que ande buscando piedras con las que castigar a las demás cuando mi pecado es el mismo. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa 

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Si hay verdadero amor, el matrimonio es indestructible.

Domingo, 6 de octubre de 2024
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Matrimonios GaysDOMINGO 27º (B)

Mc 10, 2-16

Seguimos en el contexto de subida a Jerusalén y la instrucción a los discípulos. La pregunta de los fariseos, tal como la formula Marcos, no es verosímil. El divorcio estaba admitido por todos. Lo que se discutía eran los motivos que podían justificar un divorcio. En el texto paralelo de Mateo dice: ¿Es lícito repudiar a la mujer por cualquier motivo? Esto sí tiene sentido, porque lo que buscaban los fariseos era meter a Jesús en la discusión de escuela.

En tiempo de Jesús el matrimonio era un contrato entre familias. Ni el amor ni los novios tenían nada que ver con el asunto. La mujer pasaba de ser propiedad del padre a ser propiedad del marido. El divorcio era renunciar a una propiedad que solo podía hacer el propietario, el marido. No debemos pretender encontrar respuestas a los problemas del matrimonio de hoy en soluciones que se dieron hace dos mil años. Las relaciones matrimoniales y familiares han cambiado drásticamente y necesitan soluciones nuevas.

No podemos hablar hoy de matrimonio sin hablar de sexualidad; y no podemos hablar de sexualidad sin hablar del amor y de la familia. Son los cuatro pilares donde se apoya una verdadera humanidad. Es la situación social que más puede afectar al progreso de lo específicamente humano; debemos aprovechar al máximo los conocimientos de las ciencias humanas y no quedarnos anclados en visiones arcaicas, por muy espirituales que parezcan.

El matrimonio es el estado natural de un ser humano adulto. En el matrimonio se despliega el instinto más potente del hombre. Todo ser humano es por su misma naturaleza sexuado. Bien entendido que la sexualidad es algo mucho más profundo que unos atributos biológicos externos. ¡Cuánto sufrimiento se hubiera evitado y se puede evitar aún si se tuviera esto en cuenta! La sexualidad es una actitud vital instintiva que lleva al individuo a sentirse varón o mujer y le permite desplegar la naturaleza característica de cada sexo.

La base fundamental de un matrimonio está en una adecuada sexualidad. Un verdadero matrimonio debe sacar todo el jugo posible de esa tendencia, humanizándola al máximo. La plenitud humana consiste en la posibilidad de darse al otro y ayudarle a ser él, sintiendo que en ese darse, encuentra su propia plenitud. En esta posibilidad de humanización no hay límites. Es verdad que tampoco los hay al utilizar la sexualidad para deshumanizarse. La línea divisoria es tan sutil que la mayoría de los seres humanos no llegan a percibirla.

Lo importante no es el acto sino la actitud de cada persona. Siempre que se busca por encima de todo el bien del otro y es expresión de verdadero amor, la sexualidad humaniza a ambos. Siempre que se busca en primer lugar el placer personal, utilizando al otro como instrumento, deshumaniza. El matrimonio no es un estado en que todo está permitido. Estoy convencido de que hay más abusos sexuales dentro del matrimonio que fuera de él.

Hoy no tiene sentido hablar de matrimonio sin dejar claro lo que es el amor. Si una relación de pareja no está fundamentada en el verdadero amor, no tiene nada de humana. Pero lo complicado es aquilatar lo que queremos decir con amor. Es una palabra tan manoseada que es imposible adivinar lo que queremos decir con ella en cada caso. Al más refinado de los egoísmos, que es aprovecharse de lo más íntimo del otro, también le llamamos amor.

El afán de buscar el beneficio personal arruina toda posibilidad de unas relaciones humanas. Esta búsqueda de otro, para satisfacer mis necesidades, anula todas las posibilidades de una relación de pareja. Desde la perspectiva hedonista, la pareja estará fundamentada en lo que el otro me aporta, nunca en lo que yo puedo darle. La consecuencia es nefasta: las parejas solo se mantienen mientras se consiga un equilibrio de intereses mutuos.

Esta es la razón por la que más de la mitad de los matrimonios se rompen, sin contar los que hoy ni siquiera se plantean una unión estable, sino que se conforman con sacar en cada instante el mayor provecho de cualquier relación personal. Desde estas perspectivas, por mucho que sea lo que una persona me está dando, en cualquier momento puedo descubrir a otra que me puede dar más. Ya no tendré motivos para seguir con la primera. También puede darse el caso de encontrar otra persona que, dándome lo mismo, me exige menos.

El amor consiste en desplegar la capacidad de darse sin esperar nada a cambio. No tiene más límites que los que ponga el que ama. Aquel a quien se ama no puede poner los límites. Pero la superación del falso yo y el descubrimiento de mi auténtico ser es limitado y debemos reconocerlo. Debemos tomar conciencia clara de cuál es la diferencia entre el servicio y el servilismo. Jesús dijo que tan letal es el someter al otro como dejarse someter. Si la pareja ha superado mi capacidad de aguante, debo evitar que me someta y aniquile.

Desde nuestro punto de vista cristiano, tenemos un despiste monumental sobre lo que es el sacramento. Para que haya sacramento, no basta con ser creyente e ir a la iglesia. Es imprescindible el mutuo y auténtico amor. Con esas tres palabras, que he subrayado, estamos acotando hasta extremos increíbles la posibilidad real del sacramento. Un verdadero amor es algo que no debemos dar por supuesto. El amor no es puro instinto, no es pasión, no es interés, no es simple amistad, no es el deseo de que otro me quiera. Todas esas realidades son positivas, pero no son suficientes para el logro de una mayor humanidad.

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Cuando decimos que el matrimonio es indisoluble, nos estamos refiriendo a una unión fundamentada en un amor auténtico, que puede darse entre creyentes o no creyentes. Puede haber verdadero amor humano-divino aunque no se crea explícitamente en Dios, o no se pertenezca a una religión. Es impensable un auténtico amor si está condicionado a un limitado espacio de tiempo. Un verdadero amor es indestructible. Si he elegido una persona para volcarme con todo lo que soy y así desplegar mi humanidad, nada me podrá detener.

El divorcio, entendido como ruptura del sacramento, es una palabra vacía de contenido para el creyente. La Iglesia hace muy bien en no darle cabida en su vocabulario. No es tan difícil de comprender. Solo si hay verdadero amor hay sacramento. La mejor prueba de que no existió auténtico amor, es que en un momento determinado se termina. Es frecuente oír hablar de un amor que se acabó. Ese amor, que ha terminado, ha sido siempre un falso amor, es decir, egoísmo que solo pretendía el provecho personal interesado y egoísta.

Los seres humanos nos podemos equivocar, incluso en materia tan importante como esta. ¿Qué pasa, cuando dos personas creyeron que había verdadero amor y en el fondo no había más que interés recíproco? Hay que reconocer sin ambages que no hubo sacramento. Por eso la Iglesia solo reconoce la nulidad, es decir, una declaración de que no hubo verdadero sacramento. Y no hacer falta un proceso judicial para demostrarlo. Es muy sencillo si en un momento determinado no hay amor, nunca hubo verdadero amor y no hubo sacramento.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El amor conyugal.

Domingo, 6 de octubre de 2024
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Mc 10, 2-16

«Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»

Jesús, como siempre, va mucho más allá de la pregunta planteada: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? … Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» … Dios une en el amor, y el amor conyugal es probablemente la experiencia que más nos acerca a Dios; su mejor reflejo; lo que más nos ayuda a intuir su esencia. Es por ello que esta unión siempre se ha considerado un sacramento, es decir, un hito excepcional en el encuentro con Dios.

Tradicionalmente hemos caído en el error de pensar que Dios une por medio del sacerdote y a través del rito matrimonial, pero la unión ya existía desde mucho antes de llegar a la ceremonia; la ceremonia es sólo el signo, el sacramento es la vida en común de los esposos.

Pero esa unión que proclama el oficiante puede ser, o no, obra de Dios. Si la unión está basada en el amor es obra de Dios y es indisoluble; el hombre no puede separarla porque es mucho más fuerte que él. Pero el amor no es el único vínculo que lleva a una pareja al pie del altar, pues las hay que llegan unidas por el dinero, la conveniencia social, los intereses familiares o la mera atracción física…  y no parece que Dios haya tenido mucho que ver en ellas, y podrán ser efímeras.

Por otra parte, no todo lo que parece amor es amor. Muchas parejas se casan muy enamoradas y luego fracasan, y la causa está en que el enamoramiento se parece mucho al amor, pero no es amor. El enamoramiento es pasión, y las pasiones nos convierten en personas pasivas; inermes ante ellas. El amor es esencialmente acción, lo que significa que el salto del uno al otro requiere esfuerzo, trabajo, respeto y compromiso… No es gratis, pero cuando se logra, todo el esfuerzo parece poco.

Sabemos que nuestro amor es verdadero cuando se manifiesta en el deseo de la felicidad del otro; en sentirse bien si el otro está bien aun cuando esto suponga un sacrificio propio. Porque amar es básicamente dar, no recibir. La esfera más importante del dar es el dar de sí mismo y cuando se da así, no se puede dejar de recibir; de hacer de la otra persona un dador, y compartir ambos la alegría de lo que han creado (Erich Fromm).

Un último apunte. La Iglesia se basa en el texto del evangelio de hoy para defender a ultranza el ideal del matrimonio indisoluble basado en el amor. Y es un ideal admirable que se funda en una de las manifestaciones humanas más positivas y humanizadoras como es el amor conyugal. Pero un ideal es un ideal, y no es bueno convertirlo en una exigencia que condene a los cónyuges fallidos a una convivencia imposible, o cuya quiebra lleve consigo el rechazo de la Iglesia hasta el punto (al que se llegó) de negar los sacramentos a personas que se sentían necesitadas de ellos.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Igualdad del hombre y la mujer.

Domingo, 6 de octubre de 2024
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pictures-of-jesus-mary-martha-1104492-galleryNO VIVIMOS EL PLAN DE DIOS DESDE LA CREACIÓN Y ASÍ NOS VA

Vaya por delante que es únicamente por el compromiso adquirido con Fe Adulta de comentar la liturgia de este domingo, que me dispongo a escribir unas letras porque si por mí fuera, no gastaría ni tinta ni esfuerzo en comentar unas lecturas en las que tenemos que emplear un montón de tiempo en explicar lo que no quieren decir, y entresacar el auténtico mensaje de liberación y de vuelta a los orígenes al principio de la Creación.

Por eso, resulta muy doloroso, y quienes establecen los textos bíblicos para las lecturas litúrgicas tendrían que saberlo, volver una y otra vez a escuchar esos pasajes que no nos proporcionan un juicio moral de Jesús ante situaciones como el divorcio, porque ese no era en ningún momento su propósito, y sin embargo nos vuelven a recordar que no vivimos el ideal por el que fuimos creados: la igualdad, la mutualidad, la complementación entre los sexos.

La cuestión del evangelio del domingo se centra en la pregunta con doble intención por parte de los fariseos a Jesús sobre si le está permitido al marido repudiar a la mujer. ¿Por qué le hacen esa pregunta si saben que la ley mosaica lo permite? ¿Qué quieren, que Jesús diga que no, y “pillarle” contradiciendo la ley de Dios dada a Moisés?

Para darles respuesta Jesús se remonta al Génesis (parte del texto que se nos presenta como primera lectura de la liturgia de hoy) Gn 2: 18-24. “Dios los hizo varón y hembra por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser”.

Por lo obstinados que sois”… les dice Jesús os dejó escrito Moisés ese mandamiento. El plan de Dios era otro muy distinto…pero el egoísmo, la búsqueda de placer instantáneo, la falta de compromiso real en una relación de amor maduro lleva a “destrozar” la vida de tantas mujeres que a lo largo de la historia han sido y siguen siendo tratadas como objetos.

Jesús, con su predicación del Reino de Dios, cimienta las relaciones humanas en el amor, en el entendimiento mutuo, en el respeto y en el servicio bien entendido. Precisamente Jesús nos presenta a un Dios Abba que está por encima de la ley y los preceptos: la ley mata, el espíritu da vida.

Resulta imposible reconciliar el Dios ley y el Dios Abba de Jesús. Son dos lenguajes tan diferentes, dos experiencias tan distintas que solo pueden llevar al conflicto.

¿Buscamos en Jesús respuestas a cuestiones concretas que tienen que ver con las decisiones morales? Jesús apela a nuestra conciencia, a nuestra dignidad, de manera personal. No hay una ley que aplique a todos los casos por igual.

Y además, ¿cómo vamos a entender esa pregunta hoy cuando en aquellos tiempos la mujer era vista como propiedad del marido, su alianza de matrimonio era algo acordado entre dos varones: él y el padre de la novia? Se podía deshacer de ella como quien se deshace de algo que ya no le sirve. ¿Cómo podemos usar este texto para decir que en nuestra religión no aceptamos el divorcio? ¿Tenía entonces la mujer alguna posibilidad de romper el compromiso con su marido?

Recientemente, ante la noticia de la vuelta de los talibanes al gobierno de Afganistán después de tantos años de guerra, el mundo occidental se ha puesto en pie y reaccionamos entre otras cosas a su “maltrato y abuso” de las mujeres.

Las mujeres estamos cansadas de tener que defender nuestros derechos con respecto a los varones en múltiples áreas de nuestras vidas y cómo no, en la iglesia católica. Sí, puntualizo en la iglesia católica, porque otras iglesias cristianas hace tiempo que se han dado cuenta de que el patriarcado ha dominado durante demasiados siglos nuestras culturas y también ¡cómo no!, nuestra manera de hacer iglesia. No es que otras comunidades lo tengan ya todo conseguido, pero desde luego sus decisiones responden más a los signos de los tiempos que las nuestras.

No podemos admitir en pleno siglo XXI que las mujeres sigamos sufriendo el “dominio” de los varones. Sin embargo, nos deberíamos preguntar en nuestras comunidades cristianas, ¿cómo vivimos la igualdad, la mutualidad, la paridad entre mujeres y hombres? ¿Se hace real el mensaje de Jesús de liberación de cargas culturales, religiosas, tradiciones en lo que se refiere a los ministerios, las tomas de decisiones? LAS MUJERES DECIMOS QUE NO. El plan de Dios desde el principio de la creación no lo vivimos… y así nos va.

Carmen Notario, SFCC

Fuente espiritualidadintegradoracristiana.es

Fuente Fe Adulta

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Amor y divorcio.

Domingo, 6 de octubre de 2024
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06 octubre 2024

Mc 10, 2-16

Es propio de los textos sagrados absolutizar una norma moral, que se consideraba fundamental en la época en que fueron escritos. Por eso, cuando, con el paso del tiempo, aparece en los humanos una forma diferente de verla, las religiones -en general, todos los que hacen una lectura literalista de aquellos escritos- alzan la voz contra el cambio, reclamando que se siga cumpliendo lo que la moral religiosa propugnaba.

Esto es especialmente palpable, como era de esperar, en lo relativo al campo de la sexualidad: un tema sensible e incluso tabú para el mundo religioso, en el que, sin embargo, los cambios culturales han sido vertiginosos en un tiempo relativamente breve. Basta ver, como muestra, el modo como se plantea todavía hoy la cuestión de la homosexualidad en no pocos ámbitos religiosos, que la siguen considerando como “pecado nefando”.

El problema no es otro que la absolutización de lo que en su momento era una norma intocable, unida al literalismo aplicado a la lectura de los textos religiosos. Lo absolutizado se considera de validez eterna, porque se cree -eso dice la lectura literal- que expresa, sin excepciones posibles, la voluntad divina.

En mi opinión, ambos principios son, sin embargo, erróneos: absolutización y literalismo han sido también creencias socialmente construidas, que no se sostienen nada más que en la adhesión ciega de un cierto fanatismo, que prefiere la seguridad del “siempre ha sido así” a la indagación honesta de la verdad, desde el propio momento que nos toca vivir.

Viniendo al texto que leemos hoy, nadie duda de que en todo amor genuino se busca “ser dos en una sola carne”. Pero una cosa es el horizonte hacia el que se camina y otra, en ocasiones bien diferente, lo que es posible vivir a una pareja concreta. Son tantos los condicionamientos de todo tipo -la mayor parte de ellos y los más graves, inconscientes- que puede llegar el momento en que el divorcio sea la actitud más adecuada.


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El divorcio no es un triunfo sino una terapia

Domingo, 6 de octubre de 2024
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IMG_7813Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Matrimonio / Familia

        La Palabra de este domingo aborda esta realidad tan humana como difícil que es el matrimonio: sus dimensiones, sus problemas.

        No es bueno que el hombre esté sólo  hemos escuchado en la primera lectura.

        El ser humano no se realiza sólo, sino que somos personas y ser persona significa “ser en relación”. No somos solamente individuos aislados, sino que somos, vivimos y nos realizamos con los demás en el mundo. El ser humano vive en grupo en familia, con el pueblo, con la sociedad, con los amigos, con Dios. Somos relación.

La afectividad, la sexualidad y el amor son también una relacionalidad.

02.- Los seres humanos somos iguales en dignidad.

        De una manera mítica, casi como un dibujo animado, el Génesis nos dice que la mujer nace de la costilla de Adán: podría significar que hombre y mujer son del mismo aliento vital (respiración), lo cual significa que somos y tenemos la misma  dignidad: hombre y mujer los creó.

        Pero las antropologías de los pueblos, las mismas religiones han creado una sima en la apreciación y valoración entre el hombre y la mujer. (Los movimientos feministas actuales dan fe de esta situación).

        Esta cuestión habría que tenerla en cuenta a la hora del problema de la unión y así como de la posible ruptura matrimonial (divorcio).

        Por otra parte, en el AT el divorcio era un derecho del hombre, no de la mujer. La mujer no podía pedir la ruptura.

03.- Realidades tan hermosas como difíciles.

        Las lecturas de la Eucaristía de hoy nos sitúan ante importantes dimensiones de la vida: el amor, la afectividad, la sexualidad, el matrimonio, la convivencia, la familia, las relaciones, etc., realidades hermosas, pero al mismo tiempo, difíciles. La convivencia, lo social y comunitario es difícil siempre.

        Y hoy en día es mayor la complejidad de los problemas porque se da un maremagnum de concepciones diversas de la sexualidad, modos de legalizar -o no- el matrimonio canónico, civil, parejas de hecho, parejas del mismo sexo, trans, duración del amor,  el sentido de la fidelidad y de la responsabilidad, las posibles rupturas

04.- El matrimonio es una unión en amor.

        Se supone que cuando una pareja se casa (seamos clásicos), es porque se aman y deciden compartir la vida y realizarla juntos.

        ¿Pero  cómo vivir esta realidad cuando el amor fracasa?

        Lo primero que podemos decir es que ha fracasado un proyecto vital.

    Un matrimonio puede fracasar por mil motivos: por desaveniencias, infidelidades, incompatibilidades, desencuentros, enfrentamientos familiares, motivos económicos, etc.

05.- El fracaso del divorcio como terapia

        ¿Es necesario la separación o el divorcio?

El divorcio es la salida a un amor que ha llegado a punto muerto, es una cierta terapia a un fracaso del amor originario.

A algunos católicos les encantaría que Roma permitiera el divorcio y los divorciados que han vuelto a casarse pudieran comulgar

De hecho en algunas Iglesias ortodoxas permiten segundas nupcias como una salida al fracaso del primer matrimonio, con el sentido de “remedio” por aquello de que mejor casarse que quemarse” (1Cor. 7: 9). Port otra parte, todo el mundo tiene derecho a rehacer su vida.

Pero el divorcio (o la nulidad), necesario por otra parte, no solucionaría el problema de fondo.

Los fracasos matrimoniales y el divorcio no son una cuestión eclesiástica, aunque esta cuestión adquiere una dimensión especial en la iglesia. El fracaso en el amor es una cuestión humana.

Creo yo que el divorcio no es un éxito sino una terapia para un fracaso.

Hay situaciones insostenibles de malos tratos, de incomprensión, de incompatibilidad, diferencias, de infidelidad, de hijos que pueden hallar salida en el divorcio (o nulidad).

Un divorcio / separación no es sino que un amor en punto muerto. Hasta aquí hemos llegado y no podemos  continuar. Todo lo que había de amor, ilusión, proyectos, encuentro, etc. ha concluido.

Algunas situaciones se solucionan con el divorcio, pero el fracaso del amor, el sufrimiento, no. La imposible convivencia, la educación de los hijos, incluso la economía pueden encontrar salida en un divorcio, pero el fracaso y el problema de fondo permanecen.

De hecho el divorcio es una legislación que legaliza una ruptura, pero no mejora a las personas. Puede mejorar algunos aspectos de la vida, pero no mejora la situación del fondo de la persona.

        El divorcio no vuelve buenos y fieles a los divorciados

Es un ejemplo: Si un juez absuelve o concede la amnistía a un delincuente, ello no significa que tal delincuente mejore su condición íntima moral, personal.

06.- Fidelidad

        El problema de fondo es el de la fidelidad personal. Fidelidad no solamente en el plano sexual, que también, sino fidelidad a la persona: fidelidad para con uno mismo y para los demás: esposo / esposa e hijos.

Los humanos somos “trenes” de largo recorrido, no “express”. Nuestra vida se configura con compromisos existenciales: compromisos propios personales: de matrimonio, de vocación, de responsabilidades, de fidelidad a los talentos que Dios nos ha dado, fidelidades a las personas que conviven con nosotros, fidelidad a Dios.

07.- Que Dios ayude a vivir el amor.

        Que Dios nos ayude a vivir en el amor original de la vida.

        Que nos mantengamos en la fidelidad al amor y a las responsabilidades de la vida

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“Mujeres, niños y tantos excluidos: principales destinatarios del Reino”, por Consuelo Vélez

Domingo, 6 de octubre de 2024
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De su blogFe y Vida:

Comentario al evangelio del domingo XXVII del Tiempo Ordinario 6-10-2024

Jesús está hablando desde otro contexto, otra cultura y por eso, el énfasis de este texto no está puesto en si Jesús condena el divorcio sino en la postura de Jesús frente a las mujeres.

Entender los valores del reino de Dios que siempre pone de primeras a los excluidos, no porque sean mejores, sino porque el reino es gratuidad

Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: ¿Puede el marido repudiar a la mujer? Él les respondió:

+ ¿Qué les prescribió Moisés?

Ellos le dijeron:

– Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.

Jesús les dijo:

Teniendo en cuanta la dureza de su corazón escribió para ustedes este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.

Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo:

 Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.

Le presentaban unos niños para que los tocara: pero los discípulos les reñían. Más Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo:

Dejen que los niños vengan a mí, no se lo impida, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo les aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él. Y abrazaba a los niños y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.

(Mc 10, 2-16)

El evangelio de Marcos nos trae este domingo dos escenas que nos van a recordar quiénes están en el centro del Reino de Dios. En este caso se va a referir a las mujeres y a los niños. Pero veamos, en cada caso, cuáles son las connotaciones propias.

Sobre las mujeres, el contexto es de poner a prueba a Jesús con las preguntas que le hacen. Los fariseos conocen perfectamente la Ley, pero al hacerle ese tipo de preguntas a Jesús muestran la intencionalidad de ver qué dice para poder acusarlo. Es una actitud que está presente en algunos sectores de Iglesia. Aferrados a leyes y normas hacen preguntas que no siempre se pueden responder con un sí o con un no, pero precisamente así quieren acusar al interrogado de estar del lado de la norma o de no estar. Vale la pena recordar que los asuntos humanos son mucho más complejos y por eso no se resuelven con una respuesta afirmativa o negativa. En estos casos no podemos olvidar que ha de intervenir siempre el discernimiento, la atención a las situaciones concretas que rodean cada caso y, en último término, al recinto sagrado de la conciencia de cada uno -por supuesto una conciencia moral bien formada- que toma la última decisión.

Pero volvamos al caso que nos ocupa. Los fariseos le preguntan a Jesús si el marido puede repudiar a la mujer. Jesús responde apelando a lo dicho por Moisés y aclarando que ese precepto se debe a la dureza del corazón de las personas. Continúa diciendo que, desde el principio, Dios creó al varón y a la mujer y la pareja humana está llamada a ser una sola carne. Por eso, aquello que es contrario al plan original de Dios, resulta inaceptable. Precisamente, la figura esponsal remite al amor de Dios a su pueblo, amar fiel para siempre.

Conviene advertir que Jesús está hablando desde otro contexto, otra cultura y por eso, el énfasis de este texto no está puesto en si Jesús condena el divorcio sino en la postura de Jesús frente a las mujeres. En esa cultura ellas no pueden tomar la decisión de separarse y, por el contrario, el varón puede hacerlo por casi cualquier motivo. El firmar el acta de repudio pareciera que liberaría a la mujer para casarse de nuevo, pero en la práctica, era muy difícil que eso ocurriera. La mujer repudiada corría la suerte de las viudas, totalmente desamparada. El apelo, entonces, a que la separación no debería ocurrir porque no es la voluntad de Dios, responde más a salvaguardar la vida y dignidad de las mujeres. Si lo miramos desde la actualidad hemos de recordar que ninguna violencia contra las mujeres ha de ser tolerada, así eso suponga la ruptura del vínculo matrimonial.

Marcos en su evangelio señala la casa como aquel lugar de intimidad, donde se reúne la familia del reino y dónde se puede instruir sobre dichos valores. Por eso el evangelio se refiere a la pregunta que nuevamente los discípulos le hacen a Jesús, estando ya en casa, sobre el mismo tema. Jesús sigue insistiendo en la llamada a la vivencia de ese amor que es capaz de hacer de dos un proyecto común, pero sin que eso signifique que Jesús está respondiendo a problemas actuales de manera literal.

Continua el evangelio tomando como centro de la conversación a los niños y, en este contexto, ellos son símbolo de la gratuidad del reino. No hay que hacer ningún mérito para recibir el don del reino. En efecto, los niños no son apreciados en esa cultura hasta que se hagan mayores de edad y por eso, más que símbolo de inocencia o de pureza, son signo de exclusión que Jesús corrige al bendecirlos poniendo las manos sobre ellos. Y, precisamente, el reino se da a todos aquellos que la sociedad excluye, juzgando que no merecen nada. Jesús pide esa actitud de saberse nada para entender, por contraste, la gratuidad del reino que se nos regala.

Busquemos, entonces, entender los valores del reino de Dios que siempre pone de primeras a los excluidos, no porque sean mejores, sino porque el reino es gratuidad real y verdadera.

(Foto tomada de: https://www.redentoristasdecolombia.com/mujeres-y-ninos/)

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“Quienes se dicen creyentes y rechazan al extranjero, se autoexcluyen de la Iglesia”

Miércoles, 5 de junio de 2024
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IMG_4993Enrique Abad, consiliario de la HOAC y ponente en el III Seminario Monseñor Antonio Algora

El Departamento de Pastoral del Trabajo de la Conferencia Episcopal ha organizado para el sábado 25 de mayo el III Seminario Monseñor Antonio Algora sobre “La pastoral del Trabajo en el acompañamiento a las personas migrantes”

En este encuentro intervendrá Enrique Abad Domenech, consiliario de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), quien presentará la ponencia “Acoger, proteger, promover e integrar a la persona migrante y refugiada, un reto para la Iglesia

Preguntado por lo que siente al conocer noticias acerca de personas creyentes que rechazan al extranjero indica que “yo creo que se autoexcluyen de la propia Iglesia y, sobre todo, se excluyen del reino de Dios, porque Jesús tiene una actitud muy clara al respecto puesto abandona su condición y asume la humana. Su postura es diametralmente opuesta a lo que algunos creyentes asumen ahora como posición contra la migración y contra los migrante. No es propio de un cristiano”

(NoticiasObreras).- El Departamento de Pastoral del Trabajo de la Conferencia Episcopal ha organizado para el sábado 25 de mayo el III Seminario Monseñor Antonio Algora sobre “La pastoral del Trabajo en el acompañamiento a las personas migrantes”. En este encuentro intervendrá Enrique Abad Domenech, consiliario de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) y durante más de diez años ha sido el director del Secretariado de Migraciones de Orihuela-Alicante, quien presentará la ponencia “Acoger, proteger, promover e integrar a la persona migrante y refugiada, un reto para la Iglesia”.

En declaraciones a Noticias Obreras destacó que buena parte de su intervención estará dedicada a reflexionar sobre la exhortación pastoral Comunidades acogedoras y misioneras. Identidad y marco de la pastoral con migrantes, aprobada por la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal en marzo y hecha pública el pasado 6 de mayo.

Es un documento muy interesante porque propone que las comunidades cristianas seamos no solo acogedoras, sino misioneras, por lo que debemos apostar y acertar en una pastoral con las personas migrantes y no, específicamente, para las personas migrantes”, indica este sacerdote alicantino.

Bulos contra los migrantes

Una de sus preocupaciones es que a veces damos por supuesto determinadas cuestiones, como que la migración es un fenómeno de hoy en día, “ya que ha sido una constante en la humanidad”, o que el rechazo a la persona migrante corresponde solamente a la derecha política, “cuando la actualidad nos dice lo contrario, como los movimientos que observamos entre sectores de la clase obrera ante las próximas elecciones al Parlamento Europeo”. Y muestra de ello “es que se expresa en bulos, en acciones y realidades en contra de la realidad migratoria, incluso de personas sensibles a los problemas sociales, por lo que eso no lo podemos obviar de ninguna manera”.

El reciente documento de la Conferencia Episcopal actualiza el del año 2007, La Iglesia en España y los migrantes, y Enrique Abad considera que ha habido un cambio sustancial en cómo se percibía en los ambientes eclesiales este fenómeno. “Creo la aportación del papa Francisco ha sido determinante, ya que habla de una pastoral con las personas migrantes, no para ellas, una realidad que hay que atender. Y esto tiene una fundamentación teológica, creo yo, fundamental. Y es que esta persona migrante es imagen de Dios, redimida por Jesucristo y, como cualquier persona humana, forma parte del reino de Dios. Un reino de Dios que ya ha comenzado y que ya está”.

A su juicio, “no tenemos que ir a decirles lo que tienen que hacer o cómo lo tienen que hacer, sino que debemos propiciar que sea desde ellos mismos, con una acogida bien hecha, no paternalista, sino gestora de la propia realidad. La acogida no tiene por qué ser un abrazo que constriñe, que aprieta, sino que debe ser siempre liberador y con una gran apertura, para que ellas mismas sean las que gestionen su propia realidad o su propio proyecto migratorio. Y creo que esto es novedoso en la pastoral de migraciones. Esta es una visión que asume el documento pero, a mi juicio, no lo termina de concretar muy bien, sobre todo en cuanto a las proposiciones, es decir, por dónde camino. Esto es, trabajar en procesos y por proyectos, sí, pero los proyectos ¿quién los tiene que definir? ¿Los tenemos que definir los secretariados de Migraciones, la Pastoral Obrera…? ¿Quién los tiene que definir? Se trata de un gran reto hacia dentro de la Iglesia y hacia fuera. Porque hay que escuchar más la voz de las personas migrantes, como en las campañas de regularización. Hay que abandonar esa visión paternalista que muchas veces tenemos con respecto a estas personas”.

Para Abad todo este debate se podría resumir en la afirmación de que las personas migrantes son sujetos de evangelización, autónomos y libres, no meramente objetos de ella, porque ya tenemos carta de nacionalidad. La persona migrante no es objeto de evangelización, porque sería incluso una aberración teológica”. Y para ello, este consiliario hoacista recuerda una oración de la liturgia del Adviento que dice “tú, Señor, vienes a nosotros en cada persona, en cada acontecimiento. O sea, los migrantes, los obreros, son personas que se dirigen a nosotros, que vienen a nosotros y con las que nos encontramos. Son sujetos de evangelización. Es decir, presencia viva del Señor para nosotros y, por tanto, tenemos que empezar a tener la conciencia de que el Señor nos está evangelizando y nos está diciendo cantidad de cosas a través de ellos. En definitiva, desde la realidad migratoria es desde donde podemos construir una pastoral sólida de migraciones, una pastoral acogedora y misionera.”

A su juicio, tiene que ser desde esa realidad, o sea, desde esa conciencia, la que adoptemos, para creer que el otro no es menos que yo, sino que siempre es más que yo. Reconoce que, últimamente, “estoy muy condicionado por un pensamiento que creo que en la Iglesia y en la sociedad necesitamos hacer, que no es otro que el de revisar la influencia de ciertos planteamientos del existencialismo en la realidad humana. Lo que nos dice Jean Paul Sartre es que el otro es mi enemigo. Que solo existe y solo piensa por y en contra de mí. Considero que esa idea hay que superarla”.

Por tanto, “el otro no puede ser mi enemigo, el otro no puede ser el que viene a robarme el trabajo. El otro es quien está sufriendo una guerra o una hambruna… El otro no es mi enemigo, no es mi depredador. Ese otro es mi hermano, el otro es el hijo de Dios, sea creyente o no… Es presencia viva de Dios. Esa es la mentalidad que tenemos los cristianos. Yo no sé si es ingenua pero, en todo caso, el más ingenuo de todos habría sido Jesucristo”.

Actitudes impropias de un creyente

Preguntado por lo que siente al conocer noticias acerca de personas creyentes que rechazan al extranjero indica que “yo creo que se autoexcluyen de la propia Iglesia y, sobre todo, se excluyen del reino de Dios, porque Jesús tiene una actitud muy clara al respecto puesto abandona su condición y asume la humana. Su postura es diametralmente opuesta a lo que algunos creyentes asumen ahora como posición contra la migración y contra los migrantes, incluso con consignas ofensivas. Eso no es propio del reino de Dios. No es propio de un cristiano. Esas actitudes no son propias de un creyente”.

Y frente a los mensajes simplistas, como decir que si regularizamos vamos a abrir las puertas a todo el mundo, Enrique Abad destaca la expresión que aparece en el documento episcopal acerca de la ciudadanía universal, un concepto que va más allá que el de la nacionalidad. “Que las fronteras, por fin, sean algo simbólico, que no sean un obstáculo para que las personas puedan vivir. Y esa carta de ciudadanía es algo muy importante. Yo la defendí tiempo atrás en un foro de cristianismo en Valencia, junto a Joaquín García Roca, en el que hicimos el planteamiento para que en el documento final se pidiera la ciudadanía universal”.

Fuente Religión Digital

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Magda Bennásar: Eso que intuyes, acógelo.

Miércoles, 30 de noviembre de 2022
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Maria+-+IsabelSe acercan días de ir entrando en un lenguaje simbólico, metafórico, poético incluso, en nuestras celebraciones cristianas.

Cuando nos acercamos a Adviento y al Tiempo de Navidad todo cambia en la naturaleza, en la liturgia, en nuestras casas… Es como entrar en la posibilidad de recuperar, recrear lo creado y, tal vez, poco cuidado, incluida nuestra experiencia interior.

¡Qué fácil nos resulta seguir con nuestra vida aunque nos hayamos desenganchado por dentro de aquello que constituye nuestra Roca y Fortaleza. Cuando algo se desengancha se origina un vacío. Por ejemplo, un puente se desengancha de un lado y se crea ese hueco y esa distancia que se agranda en la medida que nos quedamos en una de las orillas.

Veo y siento a mucha gente así. Desenganchada hasta los topes de todo lo que huela a religión, para intentar reengancharse con experiencias de meditación en su pluriformidad.

¿No intuyes que puede haber más? ¿Que nuestro «enganche» no es sólo con el silencio sino también con la palabra? Reenganchar con la palabra, con la promesa, la alianza y sobre todo con la palabra creadora, que ha formado todo, porque así es la Palabra del Abba, que emana del caos caótico de una vida sin amor, y va creando un hogar para nosotrxs, interior y exterior, a ese le llamamos Casa.

Con el silencio, extremadamente necesario, se crea un contexto, un espacio, una actitud de acogida, respeto, escucha… Con la palabra, por su parte, se puede crear paz o tensión, se crea algo nuevo o se puede destruir, a personas e instituciones. La palabra siempre crea una actitud, moldea un ambiente, construye o deconstruye una relación.

Es verdad que tenemos dos orejas y una lengua. Por supuesto que la escucha es la base de toda palabra constructiva. Largos tiempos de silencio nos renuevan y re-generan por dentro, nuestro cerebro descansa, nuestros oídos recuperan audición perdida con ruidos y exceso de información que al final bloquea y agota los sentidos.

Adviento es algo así, un espacio interior, en que todo se queda en un gran silencio para observar, sentir, intuir por dentro que algo nuevo se está gestando, que la Vida no tiene límite de oferta, que la Vida está en tí y en mí, y en la institución incluso, si la acogemos.

Y viene como una intuición. Como una necesidad de que tiene que ser así. Y leemos los textos de siempre desde ese silencio prolongado del invierno, donde las hojas ya se cayeron y la desnudez exterior nos recuerda que en esta época la vida, la energía…está muy dentro, muy adentrada en la tierra y en los océanos; está regenerándose en sus húmedas raíces y enormes peregrinaciones de pájaros huyendo del frío y buscando tierras más cálidas. ¿Qué tierras buscamos, buscas, para que el hielo y la oscuridad no pueda contigo? ¿Sabes dónde encontrar acogida en tu peregrinación huyendo del gélido frío causado por el desenganche y por no saber dónde reenganchar?

Así la Palabra, esa que intuimos es para nosotras, busca la calidez femenina del corazón abierto de mujeres que gestan la Vida y nos dan las claves de por dónde anda Dios. Ese Dios que tantos han buscado y que a fuerza de no hallarle por donde le buscaban, dejaron de buscarle y empezaron, para rellenar el hueco de su desenganche, a escribir tochos de explicaciones que al final ha sido una palabra que nos ha dividido.

Y aparecen ellas, en las primeras páginas del evangelio, y nos hablan de sus sueños e intuiciones y resulta que por ahí viene el Mesías. Y resulta que están embarazadas y nos indican que las intuiciones gestan el amor y que no hay vuelta atrás. Esa vida empieza a gestarse en tu silencio habitado de Palabra.

Últimamente desde nuestro blog (espiritualidadintegradoracristiana.es) a partir de una intuición, iniciamos un ciclo de audios de unos minutos, en torno a la palabra del día, y me impresiona la cantidad de personas que lo han escuchado, en los cinco continentes.

Y Adviento nos invita a seguir, a escuchar, a dejar que la palabra resuene dentro. Por ello, porque priorizamos esta Vida nos iremos al desierto de una casa de retiros en Vizcaya, en un lugar de ensueño, para reenganchar con la otra orilla, para hacer “puenting” e intentar alcanzar esa unión interior sin vacío, en la sencillez del silencio, la acogida, la comunidad, la Palabra acompañada.

Mayoría mujeres, claro, eso de la intuición nos engancha. También varones, menos, como corresponde a la realidad de los inicios, hombres tipo José, que acogen a Dios en sueños, y no necesitan estar tan enganchados a las redes…porque juntos hacemos otra travesía.

Otrxs lo harán online porque eso de engancharnos con lxs de más lejos, nos encanta y enriquece un montón. También tú tienes sitio, estés en la orilla que estés. Y quedas invitada.

¡¡¡Feliz Adviento!!! No dejes que pase de largo, acoge la intuición.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

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“Antes de separarse”. 27 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10, 2-16)

Domingo, 3 de octubre de 2021
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Hoy se habla cada vez menos de fidelidad. Basta escuchar ciertas conversaciones para constatar un clima muy diferente: «Hemos pasado las vacaciones cada uno por su cuenta», «mi esposo tiene un ligue, me costó aceptarlo, pero ¿qué podía hacer?», «es que sola con mi marido me aburro».

Algunas parejas consideran que el amor es algo espontáneo. Si brota y permanece vivo, todo va bien. Si se enfría y desaparece, la convivencia resulta intolerable. Entonces lo mejor es separarse «de manera civilizada».

No todos reaccionan así. Hay parejas que se dan cuenta de que ya no se aman, pero siguen juntos, sin que puedan explicarse exactamente por qué. Solo se preguntan hasta cuándo podrá durar esa situación. Hay también quienes han encontrado un amor fuera de su matrimonio y se sienten tan atraídos por esa nueva relación que no quieren renunciar a ella. No quieren perderse nada, ni su matrimonio ni ese amor extramatrimonial.

Las situaciones son muchas y, con frecuencia, muy dolorosas. Mujeres que lloran en secreto su abandono y humillación. Esposos que se aburren en una relación insoportable. Niños tristes que sufren el desamor de sus padres.

Estas parejas no necesitan una «receta» para salir de su situación. Sería demasiado fácil. Lo primero que les podemos ofrecer es respeto, escucha discreta, aliento para vivir y, tal vez, una palabra lúcida de orientación. Sin embargo, puede ser oportuno recordar algunos pasos fundamentales que siempre es necesario dar.

Lo primero es no renunciar al diálogo. Hay que esclarecer la relación. Desvelar con sinceridad lo que siente y vive cada uno. Tratar de entender lo que se oculta tras ese malestar creciente. Descubrir lo que no funciona. Poner nombre a tantos agravios mutuos que se han ido acumulando sin ser nunca elucidados.

Pero el diálogo no basta. Ciertas crisis no se resuelven sin generosidad y espíritu de nobleza. Si cada uno se encierra en una postura de egoísmo mezquino, el conflicto se agrava, los ánimos se crispan y lo que un día fue amor se puede convertir en odio secreto y mutua agresividad.

Hay que recordar también que el amor se vive en la vida ordinaria y repetida de lo cotidiano. Cada día vivido juntos, cada alegría y cada sufrimiento compartidos, cada problema vivido en pareja, dan consistencia real al amor. La frase de Jesús: «Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre», tiene sus exigencias mucho antes de que llegue la ruptura, pues las parejas se van separando poco a poco, en la vida de cada día.

José Antonio Pagola

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“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Domingo 3 de octubre de 2021. Domingo 27º ordinario

Domingo, 3 de octubre de 2021
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54-ordinarioB27 cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 2, 18-24: Y serán los dos una sola carne.
Salmo responsorial: 127: Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida.
Hebreos 2, 9-11: El santificador y los santificados proceden todos del mismo.
Marcos 10, 2-16: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

 En la primera lectura nos encontramos con el segundo relato de la creación, que está centrado en la creación del hombre y de la mujer, ambos formados de tierra y aliento divino. Los dos son hechura de Dios, y por lo tanto deberían ser iguales, a pesar de su diversidad. La relación perfecta entre los dos no está garantizada ni escrita en su sangre: es una conquista de la libertad que ellos deben construir. Un proyecto de unidad que compromete la responsabilidad de cada uno.

El autor de la carta a los hebreos nos dice que la pasión y la muerte de Jesús no son fines en sí mismos, sino solamente un camino hacia la resurrección y la salvación plena. Los cristianos no nos podemos quedar contemplando al crucificado del viernes santo, construyendo nuestra vida desde el dolor, el sufrimiento y la muerte. La misma epístola nos dice que el propio Jesús “en los días de su vida mortal presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas, al que lo podía salvar de la muerte”. Esto quiere decir que él mismo luchó por encontrar una alternativa que no estaba sujeta a su voluntad sino a hacer la voluntad del Padre. Estamos en hora de superar todo tipo de devoción que se queda en la contemplación de los sufrimientos y dolores de Jesús y construir nuestra vida cristiana desde la esperanza que nos ofrece la resurrección.

En el evangelio, los fariseos ponen a prueba a Jesús preguntándole qué piensa sobre el divorcio y si era lícito repudiar a una mujer. La respuesta de Jesús es significativa cuando caemos en cuenta de que, tanto en el judaísmo como en el mundo greco-romano, el repudio era algo muy corriente y estaba regulado por la ley. Si Jesús respondía que no era lícito, estaba contra la ley de Moisés. Por eso les devuelve la pregunta y les dice que la ley de Moisés es provisional y que ahora se han inaugurado los tiempos de la plenitud en los que la vida se construye desde un orden social nuevo, en el que el hombre y la mujer forman parte de la armonía y el equilibrio de la creación. La novedad de esta afirmación de Jesús saltaba a la vista; en su interpretación desautorizaba no sólo las opiniones de los maestros de la ley que pensaban que a una mujer se le podía repudiar incluso por una cosa tan insignificante como dejar quemar la comida, sino incluso, relativizaba la misma motivación de la ley de Moisés. Además tiraba por tierra las pretensiones de superioridad de los fariseos, que despreciaban a la mujer, como despreciaban a los niños, a los pobres, a los enfermos, al pueblo. Nuevamente, al defender a la mujer, Jesús se ponía de parte de los rechazados, los marginados, los ‘sin derechos’.

Pero como los discípulos en esto compartían las mismas ideas de los fariseos, no entendieron y, ya en casa, le preguntaron sobre lo que acababa de afirmar. Jesús no explicó mucho más, simplemente les amplió las consecuencias de aquello: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra la primera; y lo mismo la mujer: si repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”.

El segundo episodio de nuestro evangelio nos presenta un altercado de Jesús con sus discípulos porque ellos no permiten que los niños se acerquen a Jesús para que él los bendiga. Los discípulos pensaban que un verdadero maestro no se debía entretener con niños porque perdía autoridad y credibilidad. Decididamente algo no era claro en ellos. No acababan de asimilar las actitudes de Jesús ni los criterios del Reino. Y Jesús se enojó con ellos; su paciencia también tenía límites y si algo no toleraba era el desprecio hacia los marginados. Y les dijo con mucha energía: dejen que los niños se me acerquen. ¿Con qué derecho se lo impiden, cuando el Padre ha decidido que su Reinado sea precisamente en favor de ellos? ¿No entienden todavía que en el Reino de Dios las cosas se entienden totalmente al contrario que en el mundo?

Los niños que no pueden reclamar méritos, carecen de privilegios y no tienen poder, son ejemplo para los discípulos, porque están desprovistos de cualquier ambición o pretensión egoísta y por eso pueden acoger el Reino de Dios como un don gratuito. De los que son como ellos es el Reino de Dios, dice Jesús.

Es necesario que nuestra experiencia cristiana sea verdaderamente una realidad de acogida y de amor para todos aquellos que son excluidos por los sistemas injustos e inhumanos que imperan en el mundo. Nuestra tarea fundamental es incluir a todos aquellos que la sociedad ha desechado porque no se ajustan al modelo de ser humano que se han propuesto. Si nos reconocemos como verdaderos seguidores de Jesús, es necesario comenzar a trabajar por la humanidad que a los débiles de este mundo se les ha arrebatado.

Una nota crítica:

Para este tema del evangelio, que centrará hoy la homilía de este domingo en muchas comunidades cristianas, el divorcio, la liturgia propone como primera lectura el relato de la creación del hombre y de la mujer, en el relato del Génesis, lógicamente. Por ser de la Biblia, por ser del Génesis, por ser del relato de la creación… todo pareciera dar a suponer que contiene en sí mismo el fundamento religioso último y máximo de la visión cristiana del matrimonio. Probablemente, en muchas homilías, el relato bíblico se constituirá en la única referencia, en la referencia totalizante y suprema, y se querrá sacar de ella el fundamento integral de la postura actual de la Iglesia sobre el matrimonio. ¿No será eso fundamentalismo?

Hoy ya sabemos que el relato de la «creación» no es un relato científico, de historia natural; más aún: no tiene nada que decir ante lo que la ciencia nos dice hoy sobre el origen de la Tierra, de la Vida, de nuestra especie humana o sobre nuestra sexualidad. El relato no es histórico, no hay que entenderlo como una narración de algo que realmente ocurrió… hoy nadie sostiene lo contrario. En las catequesis bíblicas solemos decir ahora que tenemos que «tratar de captar lo que los autores bíblicos querían decir…», que no era lo que la mera letra dice… En realidad, no se trata ni de eso siquiera, porque los autores bíblicos no escribían para nosotros, ni estaban pensando en un mensaje distinto de lo que leemos.

La verdad es que no deberíamos abandonar una postura de profunda humildad en este campo, porque los cristianos, durante casi toda nuestra historia, hasta hace unos cien años –algo más para los protestantes– hemos estado pensando lo contrario de esto que ahora decimos. Hemos estado pensando que eran textos históricos, que había que entender al pie de la letra y que había que creerlos ciegamente, y que su contenido era real, e incluso «más que científico, estaba por encima de la ciencia» (la ciencia no podría contradecirlos): porque eran textos directamente divinos, revelados, y por tanto dogmáticos. Hace apenas 100 años el Pontificio Instituto Bíblico, la máxima autoridad oficial católico-romana, condenó taxativamente a quienes pusieran en duda el «carácter histórico» de los once primeros capítulos del Génesis… y en todo el conjunto de la Iglesia se pensaba así, desafiando arrogantemente a la ciencia.

Durante siglos, durante más de un milenio, el texto del relato de la creación que hoy leemos ha sido utilizado para justificar directa o indirectamente el androcentrismo, o sea, la inferioridad de la mujer, creada «en segundo lugar», y «de una costilla de Adán». Más aún: durante más de dos mil años –y aún hoy, para la mayor parte de la civilización occidental– este texto ha justificado el antropocentrismo, el mirar y entender la realidad toda como puesta al servicio de este ser diferente, superior a todos los demás, «sobre-natural», que sería el ser humano, poniéndolo todo bajo «el valor absoluto de la persona humana», a cuyo servicio y bajo cuyo dominio habría puesto Dios toda la «creación», con el mandato de explotar omnímodamente la naturaleza: «crezcan y multiplíquense, y dominen la Tierra»…

Desde hace medio siglo un coro reciente y creciente de científicos y humanistas achacan a los textos bíblicos la minusvaloración y el desprecio que la tradición cultural occidental ha sentido y ejercido sobre la naturaleza, hasta provocar la actual crisis ambiental que nos ha puesto al borde del colapso y amenaza con colapsar efectivamente.

Viene todo esto a decir que hoy no podemos deducir directamente de los textos bíblicos nuestra visión de los problemas humanos -matrimonio y divorcio incluidos-, como si la construcción de nuestra visión moral y humana dependiera de unos textos que en buena parte contienen las experiencias religiosas de unos pueblos nómadas del desierto hace unos tres mil años… Sería bueno que los oyentes de las homilías supieran discernir con sentido crítico la dosis de fundamentalismo que algunas de nuestras construcciones morales clásicas pueden contener. Sería todavía mejor que los autores de las homilías incorporaran a sus contenidos esta visión crítica y esta superación del fundamentalismo. Debemos salir del bibliocentrismo: no podemos vivir encerrados en un libro, con toda nuestra perspectiva, categorías y normas sometidas al limitado alcance cultural de un libro de hace varios milenios… Si queremos buscar las palabras más profundas que puedan iluminarnos, debemos buscarlas también y sobre todo en la Realidad, en la Naturaleza, en el libro del cosmos, de la Vida y de nuestra propia misteriosa naturaleza… Leer más…

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Dom 3.10.21 (27 TO) ¿Puede el hombre expulsar a la mujer por cualquier causa?

Domingo, 3 de octubre de 2021
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1575D863-A8DD-4912-A5D0-6619A74B9DDD-576x1024Del blog de Xabier Pikaza:

Este pasaje de Mc 10, 2-12, ha sido y sigue siendo entendido y resuelto de diversas formas, personales y sociales, jurídicas e incluso dogmáticas. Aquí sólo puedo evocar sus presupuestos. ¿Puede el hombre expulsar a su mujer?

En principio, el tema no era la indisolubilidad del matrimonio, sino el poder que el marido tenía en ciertos momentos de expulsar a la mujer dándole un “libelo” (documento) de repudio, según ley (Dt 24, 1-3)

Jesús responde diciendo que éste no es asunto de ley, sino de vida: Dios ha hecho que hombre y mujer sean personas, y puedan unirse formando una carne (sarx), proyecto y camino de convivencia en amor y libertad. Lo primero no es fijar leyes, sino impulsar “convivencias”, maneras gozosas, gratuitas, fecundas de comunicación.

La ley se cumple en el amor; por eso, el hombre no puede expulsar a la mujer ni la mujer al hombre, pues ambos deben vincularse en amor, y amorosamente han buscar lo mejor, uno para el otro (juntos o por separado).

(Pero la historia real es más compleja. Así lo muestra la primera imagen: Abraham expulsa a Agar, por envidia de Sara… En la segunda imagen, tomada de mi libro sobre el tema, las dos mujeres de Abraham cabalgan sobre camellos, mientras Abraham da la mano a los dos hijos, uno de cada mujer).

Mc 10, 2-9

 Y acercándose unos fariseos, para ponerlo a prueba, le preguntaron si era lícito al varón despedir a su mujer. Y respondiendo les dijo: ¿Qué os prescribió Moisés?  Ellos contestaron: Moisés ordenó escribir un documento de divorcio y despedirla. Jesús les dijo: Por la dureza de vuestro corazón escribió Moisés para vosotros este mandato. Pero al principio de la creación Dios los hizo macho y hembra.  Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una carne.  Por tanto, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre (Mc 10, 2-9).

 Introducción 

            Mc 10, 2  afirma que los fariseos “quieren tentarle”. Esto supone, según el contexto, que ellos conoce la actitud de Jesús, que se ha opuesto al derecho que cierta “ley” concede a los varones, afirmando que ellos pueden “expulsar” a sus mujeres, con tal de darles un documento o “libelo” de repudio.  Ésta es la pregunta que Marcos  plantea en un lugar abierto, en medio de camino de Jesús, que va pasando por las fronteras entre Judea y Perea (Mc 10, 1): Los fariseos preguntan, y él responde, mostrando que su forma de actuar (¡niega a los varones el derecho de expulsar a las mujeres!) forma parte de su doctrina abierta, conocida por todos (cf. Mc 10, 2-9). El texto ofrece después una profundización eclesial, que tiene lugar en la casa, es decir, en el ámbito privado de la comunidad (10, 10-12).

Ésta es una pregunta con trampa, para tentar a Jesús (peiradsontes auton: 10, 2). Si él dice que el hombre no puede expulsar a la mujer, le acusarán de oponerse a la Escritura que lo permite (cf. Dt 24, 1.3). Por el contrario, si dicen que puede expulsarla le acusarán de laxista pues deja desamparada a la mujer. En el fondo está el hecho de que la tradicióntiende a concebir el matrimonio como un contrato de dominio: el varón adquiere a la mujer y puede repudiarla (divorciarse de ella). Parece que los fariseos tientan a Jesús, para mostrar que su ideal de fidelidad resulta imposible y que, además, va en contra de la Ley, que concede al varón el poder de “expulsar” a su mujer, dentro de un orden jerárquico donde el marido (que está arriba), puede y debe dominar a la mujer (que es inferior).

Ellos piensan así que el matrimonio debe regularse a través de una ley que está en manos del varón (no del Estado, como en tiempos posteriores), suponiendo que allí donde esa ley jerárquica pierde importancia y el varón pierde su derecho preferencial, el matrimonio quiebra y queda a merced del puro deseo cambiante de los hombres (varón y mujer); precisamente para asentarlo de manera firma, ellos reconocen al varón el poder de divorciarse. El tema no es en general el divorcio, sino si el varón (anêr) puede expulsar (apolysai), a la mujer (gynê), conforme a una la ley o concesión bíblica (Dt 24, 1-3).

Interpretación de la Escritura. La Familia en la Biblia

Los fariseos tientan a Jesús con un texto bíblico y Jesús les responde con otro más profundo, para fundamentar así el carácter básico de la fidelidad matrimonial, suponiendo que Gen 1, 27, tiene primacía sobre unas leyes posteriores que Moisés habría formulado sólo para hombres que son duros de corazón, como suponen estos fariseos que le tientan (cf. hymin: 10, 3). Jesús supera así una ley particular (restrictiva, al servicio de algunos), para buscar la voluntad original de Dios, en una línea cercana a la de Rom 5 (que pone la promesa universal de salvación antes del cumplimiento de la ley israelita).

Como buen hermenéutica, este Jesús de Marcos busca la palabra original de Dios (Gen 1-2) por encima de la ley particular y patriarcalista de Moisés (Dt 24), recuperando de esa forma el sentido de la nueva humanidad mesiánica (con un argumento paralelo al de Mc 7, 8-13). Todo nos permite suponer que esta primera respuesta ha sido formulada por el mismo Jesús:

El un plano jurídico, Jesús acepta la Ley del divorcio (Mc 10, 3-4), concedida o, mejor dicho, presupuesta por Moisés (Dt 24, 1-3), pero la interpreta como una concesión (¡Por la dureza de vuestro corazón…! Mc 10, 5), es decir, como una norma provisional, que sirve para controlar jurídicamente una situación de ruptura injusta, en un contexto de poder jerárquico, donde los más fuertes (varones) pueden controlar a sus mujeres, pero no al contrario (aunque se exigía a los varones que dieran a las mujeres divorciadas un documento de libertad y les impedía casarse de nuevo con ellas). Pues bien, a juicio de Jesús, incluso con sus atenuantes (documento de repudio, prohibición de nuevo matrimonio con las divorciadas…) esa ley refleja el duro corazón de algunos varones, su deseo posesivo, su violencia.

− Superando esa ley, Jesús apela a la fidelidad original del Dios de la alianza, que no ha rechazado a su pueblo, tal como lo prueba el texto de la creación: «Al principio (arkhê) Dios los hizo macho y hembra… de manera que no han de ser ya dos, sino una carne» (Mc 10, 6-9; cf. Gén 1, 27; 2, 24). Al citar ese pasaje, Jesús sitúa al ser humano en su mismo origen, esto es, en el lugar donde varón y mujer pueden vincularse para siempre, en igualdad (sin dominio de uno sobre otro). Por encima de una ley que reprime o regula la vida con violencia, en perspectiva de varón, Jesús apela a la experiencia originaria de varones y mujeres que celebran el amor de manera no impositivo, en fidelidad personal, retomando así el mensaje de los grandes profetas (cf. Tema 5) que habían destacado la fidelidad de Dios: Si él no expulsa a su pueblo Israel, tampoco el hombre puede expulsar a su mujer.

Esa respuesta ha vinculado dos pasajes fundamentales del principio de la Escritura, Gen 1, 27 (varón y mujer los creo) y Gen 2, 24 (de manera que no son ya dos, sino una carne), interpretando el uno desde el otro, conforme a una técnica exegética que podían emplear (y han empleado) en un plano formal diversos grupos del judaísmo de su tiempo. Pero Jesús no ha unido esos pasajes de un modo puramente formal, sino volviendo, de manera programada, al origen de la comunidad humana, entendida a partir de la unión personal del varón y la mujer, antes de toda imposición de un sexo sobre el otro, y de toda ley patriarcalista que permite a los varones el derecho al divorcio, para controlar de esa manera a las mujeres.

Al negar al varón ese derecho, Jesús quiere situar a varones y mujeres en las fuentes de la creación, tal como ha sido propuesta en la Escritura (Génesis), en línea de unión personal. En ese sentido podemos afirmar que Jesús redescubre y ratifica en su verdad más honda (en su proyecto mesiánico) aquello que un judío puede considerar como la realidad y verdad más antigua: Que hombres y mujeres puedan unirse (vincularse) en igualdad y entrega mutua, para siempre, sin dominio de uno sobre el otro. En esa línea, él vuelve a la arkhê ktiseôs (10, 6), al principio de la creación, distinguiendo, según eso, dos niveles.

‒  En el principio (Gen 1-2) está la voluntad de Dios, expresada a modo de igualdad de varón y mujer, pues ambos forman una sola carne, uniéndose así en el nivel de “las cosas que Dios ha unido” (Mc 10, 9), en clave de entrega de la vida y no de dominio o poder de unos sobre otros (en contra de Pedro, cf. Mc 8, 33). La fidelidad del Dios de la alianza (tal como aparece en los profetas de Israel) funda la alianza fiel del matrimonio, que puede compararse y se compara con el amor de de Dios por Israel (profetas) y con la entrega mesiánica de Jesús (evangelio). Es evidente que aquí no se formula de manera expresa el “fondo cristológico” del tema (como hará Ef 5, 21-33, aunque con peligro de volver a un tipo de patriarcalismo), pero ese fondo está al principio de esa unidad originaria del hombre y la mujer. Jesús se “entrega” a favor del Reino, en gesto de plena fidelidad plena; de un modo semejante han de entregarse varón y mujer, sin que el varón tenga el poder expulsar a la mujer (o viceversa).

‒  En contra de esa voluntad de Dios (que es fuente de fidelidad) se alza el deseo (=dureza de corazón) de los aquellos varones (cf. Mc 10, 5) que quieren regular por sí mismos (en casamiento y divorcio) su autoridad sobre la mujer («separando aquello que Dios ha unido»: 10, 9). Esos varones piensan al modo de los hombres, como se dice de Pedro, no al modo de Dios (cf. 8, 33). Por eso, en ese plano, Jesús supone que la misma Ley de Moisés ha de entenderse como una “concesión” (hoy se diría un mal menor), que no responde la voluntad original de Dios. Eso significa que el divorcio, en la línea de Moisés, es sólo un “mal menor”, una “excepción” (mientras dure el “mal” de los varones).

 Al interpretar la Ley de esa manera, Jesús choca con la exégesis normal de muchos escribas, pues declara que una parte de su ley (que está al fondo de Dt 24, 1-3, es creación de hombres, varones) y no expresión de la voluntad original de Dios (como Pablo ha visto de un modo más argumentativo en Gal y Rom en relación con el conjunto de la misma Ley). De todas formas, la reinterpretación (y superación) de un pasaje bíblico por (con) otro forma parte de los recursos de la exégesis judía. Por otra parte, es evidente que Jesús no propone una nueva ley matrimonial, pues en ese plano puede seguir la de Moisés o alguna otra, creada por los hombres (en clave de imposición), sino que apela a la voluntad original de Dios, entendida como revelación del sentido de la vida.

 En busca de la norma originaria.

La interpretación bíblica de Jesús es radicalmente israelita, pero va en contra del tipo de judaísmo de los fariseos (cf. Mc 10, 1-2), que aparecen aquí como tentadores, con su interpretación del divorcio. Ellos necesitan regular por ley la relación del hombre con la mujer, y así tienden a pensar, además, que entre el origen (creación) y la promulgación positiva de las leyes de Moisés existe una identidad de base. Pues bien, en contra de eso, Jesús descubre un desfase entre ambos planos, de manera que a su juicio el “judaísmo legal” (más centrado en Moisés) representa una caída respecto al origen (Génesis), donde se revela la identidad del ser humano.

No es que Jesús rechace a Moisés, pero, como otros muchos apocalípticos, él ha querido fundar la raíz de su movimiento mesiánico en un principio anterior, más allá de Moisés (e incluso de Henoc, de Matusalén o de otros patriarcas antidiluvianos), para retomar el fundamento de Adán y Eva, conforme a la misma Biblia (como hace Pablo en Rom). En ese sentido, podríamos decir que él supera la visión de un Moisés particular (con la ley concesiva de Dt 24, 1-3), para llegar al Moisés originario, que se expresa en Gen 1-2. Aquí se arraigan sus dos afirmaciones, fundadas en dos textos complementarios del principio de la Biblia, que ratifican la unión y la igualdad de varón y mujer:

‒ Según Gen 1, 27, Dios no creo al varón con poder sobre la mujer (como suponen los fariseos), sino que los creo varón y hembra (arsen kai thêly: 10, 6; cf. Gen 1, 26-27). En este contexto no se puede hablar, por tanto, de un Adam/primero y de una Eva/posterior o derivada (como podría suponer el nuevo relato de la creación, en Gen 2, 5-25), sino que ambos han surgido al mismo tiempo, como seres complementarios de una humanidad dual. Conforme a este pasaje, el anêr/varón fariseo (Mc 10, 2) no puede arrogarse el poder de expulsar a la gynê/mujer, pues ambos se hallan principio en igualdad, sin que uno pueda presentarse como superior al otro. Según eso, la superioridad del varón sobre la mujer en el caso del matrimonio va en contra del relato originario de la creación en Gen 1, 27

‒ Según Gen 2, 24, el anthropos/varón dejará al padre/madre y se unirá a su gynê/mujer y serán ambos una sóla sarx o realidad humana(Mc 10, 7-8). Pasamos así de Gen 1 (texto más sacerdotal), donde varón y mujer se hallaban juntos, desde el principio) a Gen 2 (más profético), donde parece que la historia empieza a contarse desde la perspectiva del varón/Adán, del que provendría la mujer/Eva), pero añadiendo, en ese mismo contexto, que, para realizarse en su verdad, el hombre/varón ha de “superar” su origen (padre/madre) y vincularse en unidad definitiva y concreta con su esposa (formando una sarx con ella). En esa línea, el mismo varón, que podría parecer anterior a la mujer, debe superar su origen (padre y madre), para vincularse ella de manera definitiva.

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De importancia: Acoge Adviento.

Miércoles, 2 de diciembre de 2020
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acogeadvEmpezamos estos días de “espera de Adviento” con unas palabras casi escalofriantes de Isaías, el profeta del Adviento.

“Canta de gozo, la estéril que no dabas a luz; rompe a cantar de júbilo la que no tenías dolores; porque la abandonada tendrá más hijos que la casada-dice el Señor-.

Ensancha el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, clava bien tus estacas; porque te extenderás a derecha e izquierda, tu descendencia heredará naciones y poblará ciudades desiertas.

No temas, no tendrás que avergonzarte, no te sonrojes, no te afrentarán; …porque el que te hizo te toma por esposa; …Como a mujer abandonada y abatida te vuelve a llamar, como a esposa de juventud te dice tu Dios: por un instante te abandoné, pero con gran cariño te recogeré, porque con lealtad eterna te quiero” (Is 54, 1-8)

Cada verbo podría ser objeto de parada y meditación, “se me dirige a mí”. Te animo a aplicar el método de “Lectura orante de la Palabra o Lectio Divina” (adjunto) Es palabra actual, viva, que llega a la mente y al corazón del creyente un poco turbado por esas palabras, como María de Nazaret, y a la vez, consternado por la decadencia de la institución de la que todavía quisiéramos conseguir espacio, respeto…y no ocurre.

Adviento es el tiempo de los que esperan contra toda esperanza. De los que confían contra toda evidencia, de los que aman a pesar de tanto desamor, frialdad, indiferencia. Adviento es para espíritus abiertos y almas desencorsetadas.

Por eso necesita preparación interior y exterior. Decimos que es un tiempo de preparación para la Navidad, y se convierte en preparación de tantas cosas…pero este año, la situación hace que podamos tomarnos este tiempo con la calma y densidad que le corresponde.

Así como todo se está tomando un respiro gracias al frenazo del consumo, podemos considerar que la otra cara de la moneda nos indica que además del Covid, frenamos otros virus que se habían instalado para quedarse, y que cuando faltan, se cae la economía: el consumismo.

Este es un tiempo estupendo para desintoxicarnos y como nos cuesta hacerlo voluntariamente, Madre Tierra nos lo impone y sin anestesia. A pocos meses de la vacuna, oremos seriamente a qué mundo y sociedad queremos volver. Para ello estos días, antes de iniciar Adviento te ofrecemos el texto de Isaías como Palabra de Dios: tenemos que gestar un mundo nuevo, una iglesia-comunidad cristiana nueva. Eso supone estar muy atentos y muy dispuestos a echar raíces profundas sin las que nada nuevo durará más allá de la novedad que tantos buscan y que deja de ser novedosa a los pocos meses. Se llama el virus de la superficialidad.

Aprendamos de la Palabra Creada: hoy observamos el bambú japonés. Su historia es muy alentadora: en 6 meses crece 30 metros, ¿sabes por qué? llevaba 7 años, sí años, sin asomar, formando sus raíces en lo escondido de la tierra.

 

El día que el sembrador sembró esa semilla, tal vez no sabía su tiempo y su valor. No conozco nada más parecido al proceso de formación en el discipulado del Maestro de Nazaret. Sólo que para él no fueron 7 años, sino 30.

Trabajemos ese lado impaciente en nosotros, el que demanda resultados y estados de ánimo altos… trabajemos sobre todo el cultivo de esas raíces que se nutren de “agua y abono” solamente: agua de la Vida, abono del Amor, diario, sin pausa.

El día que no oramos bien es como si dejáramos de alimentar el bebé que se está gestando en tí. Si quieres que tu vida sea como el bambú, tendrás que cultivar mucho tiempo, y gran parte del día las raíces. Eso está nuestra mano. La semilla se nos regaló, también el desarrollo, yo tengo que poner la atención y el cuidado. Sin ello, nada crecerá.

Es un momento mágico para las religiones tradicionales. Se les acaba el modelo de asistencia y limosna. “Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el arenal para apagar la sed de mi pueblo” (Is 43,19-20)

Sólo tú puedes abrir ese río en tu desierto, sólo tú puedes alimentar las raíces de tu vida, para que desaparezca la esterilidad y la insignificancia de tu vida. Para que te dejes llamar esposa por un Dios que agota los calificativos mientras nosotros preferimos mirar para el otro lado y dejarnos llevar por la comodidad de la crítica, del no nos dejan hacer nada, no nos dan espacio.

Ensancha el espacio de tu tienda, de tu casa, de tu mente, sus clavijas asegura, cuidando esas raíces tan tuyas…

Espero, deseo que recuperes el hábito de aplicar la Lectio Divina a los textos de Adviento. Y si algún día te desmayas de belleza y gozo, compártelo e inicia un grupo de contemplación de la luz de Adviento en tu casa o apartamento, y cuéntales a tus amigos, hijas, vecinas, lo del bambú y luego lo de Isaías y luego lo de María de Nazaret y también lo que te está pasando a ti…ya tienes nueva parroquia, nueva comunidad, nueva iglesia doméstica, al calor de la luz de Adviento y del bizcocho en el horno para después reír y contarnos experiencias. Aunque sea online, pero mejor con 5 personas y tú en casa. Sin romper la norma.

Feliz preparación de Adviento

Magda Bennásar Oliver, sfcc

Fuente Fe Adulta

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La belleza del poliedro. (El Adviento como tiempo propicio para la cultura del encuentro)

Lunes, 30 de noviembre de 2020
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adviento¡Cómo estamos echando en falta en este tiempo de pandemia los encuentros con la familia, las amistades, los mismos hermanos! Nada los suple: ni el móvil, ni los emails, ni los guasaps, ni las videollamadas. Nada es como verse la cara, estrechar las manos, sentir el calor del abrazo y la caricia reconfortante. Nada suple al placer enorme de estar con otro en alegría y comunicación. Por eso, se nos hace angustiante no saber hasta cuándo va a durar esto, cuándo va a llegar el tiempo de los encuentros normales, aquellos sin los que el corazón no sabe vivir.

Lo sabemos: los encuentros son la mejor medicina contra la tristeza, el autodesprecio, los sentimientos de culpa, la falta de fuerza de voluntad. El encuentro despeja la mente, borra de los ojos la niebla que se pega con la soledad, devuelve el gozo de sentirse vivo palpando la vida de los otros. El aislamiento y el desencuentro son enfermedades graves porque roen el alma hasta dejarla vacía.

Podríamos entender y vivir el tiempo de Adviento como un tiempo propicio para incentivar y cultivar el encuentro. Adviento es tiempo de anhelos, de sueños compartidos, de otear el horizonte, de suspirar por lo que se busca, de preguntar con calidez por la presencia de quien se ama. Así se prepara la Navidad que es el tiempo del gran encuentro de un Dios que hambrea encontrarse con quien ama y que ha puesto carne a ese encuentro en la persona del Hermano Jesús, el que nació de María. Una vivencia explícita de la espiritualidad del Adviento como tiempo para el encuentro puede entreabrirnos las puertas de ese misterioso volcarse de Dios al camino humano.

Como luego diremos, el Papa Francisco desarrolla ampliamente en su encíclica Fratelli tutti la espiritualidad del encuentro. Y dice que la cultura del encuentro es como un poliedro de muchos lados: «El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible» (215).

Descubrir una vez más la belleza de este poliedro que es la vida en encuentro, en comunidad, en sociedad, puede ser una hermosa manera de vivir el Adviento 2020 y una forma explícita de apuntar bien al misterio de la Navidad. Que no pase en vano el kairós de este momento.

La razón poética

«La amistad herida por la decepción

es una arquitectura rota para siempre.

Podemos reconstruir catedrales,

podemos reconstruir palacios,

pero no hay andamios suficientes

para elevar de nuevo el edificio invisible

que dos amigos construyeron con lo mejor de sí mismos».

(R. Argullol, Poema, 1020)

Llama la atención este breve poema por su verdad: quien ha experimentado la decepción respecto a una persona amiga se le ha hecho trizas el edificio de su amistad y ha comprobado muchas veces que no tenía sentido reconstruirlo con los materiales del derribo. Es, quizá, una de las más amargas experiencias de la vida. Y no fácil de sobrellevar porque, a la vez que se comprueba esta destrucción, no puede dejarse de amar a aquella persona que fue un día su amor, aunque ahora no lo sea.

Pero, a la vez, hay resortes en las personas que las hacen capaces de imaginar la posibilidad de un nuevo encuentro tras el ineludible desencuentro. Si esto fuera posible, el nuevo encuentro no podrá basarse en el modo del anterior (el deslumbre del amor), sino que tendrá que tener un nuevo cimiento: la verdad compartida, la pobreza común, la pena acompañada, la tristeza ofrecida. Es otro cimiento, más humilde, pero no menos sólido. Otro edificio, el del encuentro verdadero, se pondrá en pie.

1. La luz de la Palabra: Lc 19,1-10

«Entró en Jericó y empezó a atravesar la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de recaudadores y además rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Entonces se adelantó corriendo y, para verlo, se subió a una higuera, porque iba a pasar por allí. Al llegar a aquel sitio, levantó Jesús la vista y le dijo: – Zaqueo, baja en seguida, que hoy tengo que alojarme en tu casa. Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver aquello, se pusieron todos a criticarlo diciendo: -¡Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador! Zaqueo se puso en pie y dirigiéndose al Señor le dijo: – La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien he extorsionado dinero, se lo restituiré cuatro veces. Jesús le contestó: – Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido y a salvarlo.».

· Leyendo los evangelios, uno cae inmediatamente en la cuenta de que Jesús fue un hombre de encuentros, no un solitario eremita que rehúye el trato con los otros. Necesitaba estos encuentros para hacer visible que el encuentro con el Dios de la compasión era posible. Los necesitaba también para dejar claro que la persona está destinada al encuentro como mayor fuente de dicha, objetivo final del reino Por eso, las páginas evangélicas están plagadas de encuentros, uno de ellos el que tuvo con Zaqueo.

· La problemática del encuentro con Zaqueo pivota sobre el problema del “alojarse”, ya que entrar a casa de un pecador es tener parte en su condición, hacerse cómplice de sus mismos delitos, contraer la misma impureza en la que se mueve tal sujeto. Por eso, uno que entra en casa de un pecador o es uno como él y por eso no tiene inconveniente en entrar o es un ingenuo, con lo que su reputación quedaría igualmente dañada. Jesús entra sabiendo que es un pecador pero pasando por alto su condición de recaudador. Él sabe saltar el muro de lo inmoral para dar con el núcleo de la dignidad.

· El verbo empleado para alojarse es katalyô (eisêlthe katalysai), algo impropio para este caso pero muy plástico. Viene a significar descansar, o hacer un alto en el camino. Propiamente es “desenganchar las bestias de tiro”. Es decir, cuando el viajero llega a un albergue (katalyma) avía las bestias en la cuadra y, una vez arregladas, sube al cuarto de huéspedes para cenar con tranquilidad. Es decir, Jesús se sienta ante Zaqueo como quien ya tiene todo arreglado, como quien tiene todo el tiempo del mundo para el encuentro, como quien se apresta a un diálogo largo y tranquilo. Jesús refleja así una realidad profunda: Dios se encuentra con la persona (aunque sea pecadora) con tranquilidad, sin prisas, con deleite incluso, como quien encuentra placer en la conversación. Un Dios de encuentros reconfortantes, ese es el Dios de Jesús.

· Puede haber aún otro matiz: katalyô puede significar soltar (lyô). El huésped que sube a cenar se “suelta” el ceñidor para estar más cómodo y hablar con mayor tranquilidad y disfrute. “se ha soltado el ceñidor en casa de un pecador…se ha puesto cómodo en casa de un pecador”, algo de eso, del mismo modo que muchas personas, en el intimidad, a la hora de la noche, se ponen cómodas vistiendo ya el pijama con el que van a ir a dormir. Jesús quiere reflejar el tipo de encuentro que la persona puede tener con Dios: un encuentro en la intimidad donde uno se siente cómodo, gozoso, dispuesto al diálogo, abierto a la novedad de la conversación.

· Son muchas las posibilidades de lectura de un relato. Este de Zaqueo ha sido leído tradicionalmente desde la perspectiva de la conversión, pero podría ser leído también desde la perspectiva del encuentro desvelando así la honda espiritualidad del encuentro de la persona con Dios. Desde ahí podría hacer parte del ánimo para el cultivo de la espiritualidad y la cultura del encuentro.

2. La cultura del encuentro en Fratelli tutti

Convencido el Papa a la altura de su existencia de que la vida es un tiempo de encuentro (66.215) y de que uno se realiza transcendiéndose en el encuentro con los otros (87.111) acuña el documento la expresión “cultura del encuentro” que se opone a la “cultura del enfrentamiento”, único camino para devolver la esperanza a la sociedad (32) superando el miedo que bloquea tal encuentro (41) y abriéndose a la escucha (48). Porque la cultura del encuentro «exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común» (232), el Papa está convencido de que «un camino de fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales» (59). La misma política, dirá luego, es cuestión de encuentros (165.190). Por todo esto llega a decir que «hablar de “cultura del encuentro” significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos» con sus diferencias (216-217). De ahí que el documento se anime a proponer «un encuentro social real pone en verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población» (219).

Como herramientas necesarias para el logro de esta cultura del encuentro, propone el Papa, en primer lugar, los trabajos por un gran pacto social que ponga «en verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población» (219). Ese pacto social ha de incluir, a su vez, un pacto cultural «que respete y asuma las diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que coexisten en la sociedad» (219). En segundo lugar se necesita emplear exhaustivamente la herramienta del diálogo, paciente y confiado (134). Se necesita una educación para el diálogo (103) para que pueda ser una realidad el diálogo con los diferentes (148). La certeza del valor imprescindible del diálogo se asienta en la certeza de que «un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una convicción propia» (203). Por eso el diálogo es imprescindible en la tarea política (196). El documento dedica casi un capítulo, el sexto, al diálogo que construye el amor social porque «el auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos» (203.219.262).

Otro elemento necesario para una saludable arquitectura social de encuentro es el de generar procesos de inclusión que tengan a raya la amenaza de la cultura del descarte (188). El Papa tiene una perspectiva clara: «La inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos» (69). De ahí que el documento recuerda a la cultura moderna, tan orgullosa de sus logros, que «al crecimiento de las innovaciones científicas y tecnológicas tendría que corresponder también una equidad y una inclusión social cada vez mayores» (31).

Más que en el apartado de la política, quizá haya que situar aquí un tema al que el documento dedica varios números: la memoria que aleja a la venganza. El olvido es inaceptable por lo que se precisa mantener viva la memoria (246). Nunca se avanza sin memoria (249). Pero ni la venganza ni la impunidad resuelven nada (251-252). El perdón resulta así elemento insustituible de la arquitectura de la paz para no caer en una paz aparente (236). Para el Papa la clave es tener controlada la sed de venganza (241-242.251) a la que opondría el arma de la bondad (243) manteniendo la fe de que en los procesos sociales la unidad es superior al conflicto (245).

3. Claves para el encuentro

– Acercarse: no ver al otro o al problema del otro como desde lejos. Intentar acercarse, informarse, preguntar, hacer una idea antes de emitir un juicio. Se trata de mirar con humanidad lo que nos rodea.

– Acoger: lo que significa intentar dejar de lado prejuicios, estereotipos, ideas preconcebidas. Poner en cuarentena experiencias negativas y apoyarse en las que hayan salido mejor.

– Escuchar: antes de hablar, dejar que el otro hable. Escuchar implicativamente, como quien tiene interés en lo que escucha, no como quien oye llover. Tratar de escuchar sin que lo que escucha levante oleadas de indignación interior. Intentar mantener la calma ante lo que se oye y no se está de acuerdo.

– Ofrecer: hacer ofrenda de algo de uno mismo hacia el otro. Creer que sin ofrenda no es fácil encontrar vías comunes de convivencia. Ofrendar no quiere decir renunciar a lo que uno vive y siente; es poner un poco de lo tuyo en la “cesta” del otro.

– Creer: no quizá en el otro, porque eso cuesta mucho aunque esa “fe” es la verdadera esencia del encuentro. Pensar, al menos, que, aun estando en posiciones distintas, se puede tener una parte, siquiera pequeña, en común. Que se pueden encontrar lugares comunes de participación y tramos de camino compartidos.

– Salvarse: nos salvamos todos o no se salva nadie, dice el papa Francisco (FT 137). No ceder al “sálvese quien pueda” del individualismo y de quien se cree más fuerte. Desear el encuentro común que “salve” a todos, sobre todo a quien tiene menos posibilidad de participar en una salvación humanizadora.

4. Itinerario para el tiempo de Adviento:

· Semana 1ª (29 nov.6 dic.): fomentar los encuentros cercanos (comunidad, grupo de fe, parroquia, etc.). Tratar de ser mediación explícita de encuentro.

· Semana 2ª: (7-13 dic.): pensar cómo vamos a ser personas de encuentro con los cristianos que no piensan como nosotros, que no tienen la misma sensibilidad. Qué es lo importante y qué es lo relativo.

· Semana 3ª (14-20 dic.): pensar si puedo participar en algún encuentro ciudadano que me hable de mi ser pueblo con otros.

· Semana 4ª: (21-24 dic.): ver si puedo encontrarme con los lejanos, quienes cruzan el Mediterráneo. Mirar la página de Open Arms y sentirse interpelado.

 

Que el Adviento 2020 pueda ser un tiempo hermoso para vivir en el poliedro de la realidad y abrir caminos más anchos al encuentro de corazones, de caminos y de proyectos. Que la humanidad sea, por Jesús encarnado, un hogar para toda persona y la creación un casa común para toda creatura. Que nos encontremos con el Dios del encentro y con toda creatura en el encontradizo Jesús que anda por los caminos.

Fidel Aizpurúa

Fuente Fe Adulta:

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“La religión está más presente de lo que imaginamos cuando los ciudadanos votan”, por J. M. Castillo

Jueves, 7 de noviembre de 2019
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hombre-con-camisa-votandoDe su blog Teología sin censura:

El mandamiento de Jesús a los creyentes es que se quieran tanto y de tal manera, que se les distinga del resto de los mortales

El que “acoge” (Mc 9, 37; Mt 18, 15), “recibe” (Mt 10, 40) o “escucha” (Lc 10, 16) a un ser humano, por más despreciable que nos parezca, en realidad es quien acoge, recibe y escucha es a Dios

Por más evidente que sea el creciente abandono de las prácticas religiosas en los países ricos e industrializados, es indudable que la religión sigue desempeñando un papel importante en acontecimientos que pueden ser decisivos para la vida y la convivencia de los ciudadanos. Por ejemplo, cuando se aproximan unas elecciones generales, como es el caso de lo que estamos viviendo actualmente en España.

Por supuesto, en la campaña electoral, no se suele mencionar el tema religioso. Pero es un hecho que la religión está más presente de lo que imaginamos cuando los ciudadanos depositan su voto en las urnas. La relación que cada partido político tiene con la religión es, sin duda alguna, más determinante de lo que seguramente imaginamos. Por la sencilla razón de que el hecho religioso está muy presente en la educación, en la cultura, en la ética y en tantos y tantos asuntos, que son determinantes en la vida y en la convivencia de la ciudadanía.

Por todo esto, aunque no se hable mucho de religión, el hecho es que la religión está más presente de lo que sospechamos en la campaña electoral. El problema está en que de religión habla todo el mundo. Pero de religión, a fondo y en serio, son pocos los que saben. Es como si, en medicina, todos nos pusiéramos a dictaminar lo que se debe o no se debe hacer.

Sea lo que sea, en toda esta cuestión, dado que en España (y en tantos otros países) el cristianismo, en sus diversas formas confesionales, está tan presente, me parece que es de suma importancia dejar muy claro un tema capital. Se trata de tener muy claro quién es cristiano y quién no lo es. Y conste que en esto entramos todos los que nos consideramos cristianos: católicos, protestantes, anglicanos, ortodoxos… A fin de cuentas y cada cual a su manera, todos los cristianos afirmamos que creemos en Cristo.

Pues bien, llegados a este punto capital, mi pregunta es muy simple. Pero tan simple como desconcertante es la respuesta. En efecto, según el Evangelio, cuando llegó el momento de la despedida definitiva de este mundo, Jesús les dijo a sus seguidores: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, que vosotros también os améis unos a otros. En esto conocerán que sois mis discípulos, si tenéis amor unos a otros” (Jn 13, 33-35). O sea, según el mandato último y decisivo de Jesús a sus seguidores, aquello por lo que se les tiene que reconocer, como discípulos de lo que enseña el Evangelio, es que se quieran tanto y de tal manera, que se les distinga del resto de los mortales. No porque sean más religiosos que los demás, sino porque quieren a todo el mundo más que nadie.

Pero no es esto lo más importante. Lo más fuerte de todo es que Jesús, al dar este mandato a sus seguidores, les dijo que esto era “un mandamiento nuevo”. ¿Por qué “nuevo”? ¿En qué estaba la “novedad”? El primero de todos los mandamientos, según la Biblia, es el “amor a Dios”, que va unido al “amor al prójimo” (Mc 12, 28-34; Mt 22, 34-40; Lc 10, 25-28). Lo “nuevo” del mandato de Jesús está en que aquí ya desaparece incluso Dios. Y no queda nada más que el amor que nos tenemos unos a otros (Jean Zumstein, H. Thyen…). Es, en definitiva, lo mismo que Jesús vino a decir cuando explica el juicio final: “Tuve hambre y me disteis de comer…” (Mt 25, 35…).

¿Qué nos viene a decir esto? Los cristianos creemos en un Dios encarnado. Es decir, creemos en un Dios humanizado. A Dios no lo conocemos. Ni podemos conocerlo. Porque es el Trascendente. No está a nuestro alcance. Por eso, Dios “se vació de sí mismo… y se hizo como uno de tantos” (Flp 2, 7). Por eso, el que “acoge” (Mc 9, 37; Mt 18, 15), “recibe” (Mt 10, 40) o “escucha” (Lc 10, 16) a un ser humano, por más despreciable que nos parezca, en realidad es quien acoge, recibe y escucha es a Dios. Porque el Dios de los cristianos se ha fundido con cada ser humano y está en cada ser humano.

Cuando, en unas elecciones, votamos por un gobernante, ¿qué queremos? ¿Una sociedad gobernada por un triunfador que nos somete a quienes estamos divididos y enfrentados? ¿O preferimos una persona sabia que respete y proteja nuestros derechos en la mejor convivencia posible? Esta es la pregunta que tenemos que responder quienes decimos o creemos que somos cristianos.

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Recordatorio

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