Sentada en el suelo, arrimada a la pared con las rodillas a la altura del rostro. Reclina la cara sobre esas rodillas, cierra los ojos y se escucha. Esa práctica se va convirtiendo en algo tan importante que, aunque escribe en holandés, recurre, para calificarla, a una palabra alemana muy expresiva: hineinhören: “escuchar hacia dentro”
| José Ignacio González Faus
El 27 de abril se inauguró en Ávila la cátedra “Etty Hillesum”, fundada entre la universidad javeriana de Bogotá y el Centro de Internacional de Estudios teresianos (Cites) de Ávila. Su objetivo es responder a las preguntas del ser humano desde la triple característica de Etty: vulnerabilidad, interioridad y alteridad. Y hace poco apareció también en castellano la traducción completa de su diario que hasta ahora circulaba reducido a la mitad, en más de veinte idiomas (Una vida conmocionada). Sorprende el influjo adquirido por aquella muchacha alocada y mártir, más allá de toda religión o confesión particular. Ello aconseja una mínima palabra sobre ella.
La versión completa del diario modifica algo la imagen anterior de Etty: impresiona, por ejemplo, su capacidad de introspección y de autocrítica. Pero también aparece como más propensa a la neurosis: ella misma, con su intuición, escribe que no sabe si su obsesión por sintetizar las dualidades no provendrá del miedo a una esquizofrenia futura. Pueden resultar pesadas la segunda y cuarta libreta, por la obsesiva fijación de Etty en sí misma. Pero también ayudan a descubrir las infinitas complejidades del psiquismo humano…
Esta mayor negatividad vuelve más asombrosa la transformación de aquella muchacha. Pero no es cierta la versión apologética de una Etty transformada “por su encuentro con Dios”. Dios estará presente y muy vivo en la evolución de Etty y la irá transformando, a partir del décimo mes del diario. Pero antes, en los cuadernos anteriores, Dios es solo una vaga referencia, típica del lenguaje de una sociedad creyente y no laica. Y Etty hasta se permite escribir una vez, al comienzo, que no sabe si tiene algo de atea…
¿Cuál fue pues el factor que parece decisivo para la puesta en marcha de aquella transformación? Además de la lectura de Rilke, lo que ella misma llama (y se propone como tarea) “escucharse a sí misma”. En un momento del comienzo del diario se describe como sentada en el suelo, arrimada a la pared con las rodillas a la altura del rostro. Reclina la cara sobre esas rodillas, cierra los ojos y se escucha. Esa práctica se va convirtiendo en algo tan importante que, aunque escribe en holandés, recurre, para calificarla, a una palabra alemana muy expresiva: hineinhören: “escuchar hacia dentro” (23 agosto, 4 y 5 septiembre, 12 diciembre de 1941, 20 febrero de 1942…).
Y lo que me gustaría comentar, confirmado con algo de experiencia propia es que, cuando se practica, esa forma de autoescucha acaba siendo real. Lo más profundo de nosotros va saliendo a la superficie y “nos habla”. Y se atisban posibles o reales motivaciones de nuestras conductas, que nuestro ego había procurado ignorar.
Etty fue descubriendo así lo peor y lo mejor de sí misma: las increíbles dimensiones de su ego, pero también las increíbles posibilidades positivas de su persona: tan increíbles que es en ellas donde descubre a Dios. Un Dios que no es el de la cosmología (que sirve para poco), ni tampoco exactamente el de la religión (casi siempre sutilmente modificado por nuestro ego), sino lo que cabría llamar el Dios de la interioridad.
Etty cumplió así, sin proponérselo, el viejo consejo de la sabiduría griega: “conócete a ti mismo” (inscrito en el templo de Apolo en Delfos y que algunos atribuyen a Sócrates). Y lo cumplió a unos niveles que aquella vieja sabiduría no pudo sospechar.
Nuestras relaciones humanas abundan, por lo general en consejos o recomendaciones de lo que a nosotros nos ha ido bien (y que hoy han degenerado en la mentira y la plaga de la publicidad que, además, genera pingües ingresos). Pues bien, sin ninguna autoridad por mi parte, me atrevo a dejar aquí esta sugerencia: escúchate a ti mismo, aprende a escucharte. Serás más crítico contigo, pero descubrirás también que lo más hondo y mejor de ti (cuando lo liberas de toda la hojarasca y las piedras que lo recubren) es de una calidad y una hondura que te puede devolver la fuerza y la esperanza en la vida, aunque no te ahorre sus malos ratos.
Quizás así encontrarás a Dios. Pero, aunque no lo encuentres explícitamente, si de veras te encuentras a ti mismo habrás hallado a Dios sin saberlo. Porque el detalle más sorprendente de ese “escuchar hacia dentro” de Etty es que eso no la encierra en sí misma, sino que le despierta el deseo de ser “bálsamo para tantas heridas”, solidaria hasta la muerte con su pueblo inmolado y “corazón pensante” para todos a quienes las urgencias inmediatas de su situación cautiva, les niegan tiempo para pensar.
La publicación de hoy es del colaborador invitado Brian Flanagan. Brian es profesor asociado de teología en la Universidad Marymount en Arlington, Virginia, y presidente de la Sociedad Teológica Universitaria. Está completando una monografía sobre sínodos y sinodalidad que será publicada por Paulist Press, y es autor de Tropezando en la santidad: el pecado y la santidad en la iglesia. Flanagan es miembro de la junta asesora del Ministerio New Ways.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el segundo domingo de Cuaresma se pueden encontrar aquí.
El relato evangélico de hoy brilla con la luz de la Transfiguración de Jesús. Pero, ¿qué relevancia tiene esta historia para todos nosotros como discípulos de Cristo, aquí en la segunda semana de Cuaresma, y para nosotros como católicos LGBTQ+ y aliados, en particular?
La lectura más básica de la transfiguración de Jesús dice que estos textos revelan quién es Jesús, qué hizo Jesús y qué sigue haciendo por nosotros. En lugar de un gran anuncio o demostración para todos sus discípulos, Jesús trae a tres de sus mejores amigos apostólicos, Pedro, Santiago y Juan, para que se unan a él y experimenten su relación con Dios. En lugar de subir solo a la montaña, como suele hacer, Jesús los invita a unirse a él en la(s) nube(s). Y, como era de esperar, los discípulos primero están confundidos y luego aterrorizados. El pobre Pedro, como de costumbre, siente la necesidad de decir algo para llenar el silencio, y luego los tres se lanzan a la mesa hasta que su amigo los empuja suavemente a la conciencia y les dice, de manera inverosímil, que no tengan miedo.
Esta lectura básica sigue el patrón de una historia clásica de salida del armario LGBTQ+: Jesús se deja ver, realmente visto, como el Cristo, como el Hijo Amado de Dios, como nuestro Señor y Salvador. Y, como en una historia clásica de salida del armario, las reacciones de sus amigos van desde intentos incómodos de estar presentes, asombro, miedo y, eventualmente, una mayor comprensión de quién es Jesús. En ese sentido, esta historia, con sus imágenes del rostro de Jesús resplandeciendo “como el sol” y de sus vestiduras “blancas como la luz”, completa la trayectoria del imaginario de luz que se remonta a la Epifanía y a todas las historias en las que Jesús poco a poco va revelado al Hijo Amado de Dios y “la luz verdadera, que ilumina a todos, [que] venía al mundo”. (Juan 1, 6) La Transfiguración es un anticipo de la realidad de Cristo glorificado, lámpara que brilla en la oscuridad para consolar a sus discípulos, y a nosotros, mientras esperamos el amanecer pleno de su gloria (Cf. 2 Pedro 1 :19).
Este importante punto de partida puede consolarnos en nuestro mundo oscuro y aterrador. Como católicos LGBTQ+ y aliados, podemos sentir un consuelo especial al recordar a Jesús como el Santo que permanece cerca, que se encuentra con nosotros donde estamos con una palabra amable, un toque amoroso y un llamado a verlo como realmente es, a levantarse. levantarse y no tener miedo.
Un segundo aspecto de esta historia también tiene una relevancia particular para nosotros como católicos LGBTQ+ y aliados: la Transfiguración no se trata solo de revelar quién es Jesús, sino también de quiénes somos nosotros. Este momento no se trata solo de la presencia de Dios en la vida de Jesús, sino de la presencia potencial de Dios en nuestra propia humanidad.
Nuestros hermanos cristianos orientales a menudo han hecho un mejor trabajo al preservar la enseñanza de San Atanasio (y de muchos otros) de que “Dios se hizo humano para que los humanos pudieran convertirse en Dios”. Esta idea de theosis o divinización sugiere que lo que se revela en la vida de Jesús no es simplemente la misión e identidad particular de Jesús, sino también la capacidad del ser humano –y por extensión, de todos los seres humanos– de ser restaurado y elevado a imágenes de Dios. Cuando nos convertimos en hijos adoptivos de Dios, entramos en una relación con Dios La relación de Jesús con Dios. San Agustín escribe: “Si hemos sido hechos hijos [niños] de Dios, también hemos sido hechos dioses”.
Ese es un lenguaje impactante, y está destinado a serlo, porque es un lenguaje que intenta señalar la nueva idea de la relación entre Dios y la creación que ejemplifica la encarnación de Jesús. Es un lenguaje extraño. Lenguaje queer, incluso.
Uso “queer” aquí intencionalmente, basándome en la erudición de mi amigo Andy Buechel, y su libro That We Might Become God: The Queerness of Creedal Christianity (del cual se tomaron las citas de Atanasio y Agustín). Andy se basa en los significados de “queer” como extraño, como LGBTQ+, y como romper identidades fáciles y límites aparentemente fijos para desentrañar la última ruptura de límites de Dios que se convierte en humano y, por extensión, la ruptura de límites de los humanos que se vuelven divinos. a través de su participación en Cristo.
Desde esta perspectiva queer, la historia del cristianismo es la historia de un Dios que quiere estar cerca de nosotros, rompiendo las categorías de identidad en las que hemos buscado comodidad y conveniencia. ¿Qué podría ser más extraño, sugiere Buechel, que la idea de que Dios se hizo humano? ¿O la idea de la humanidad y la creación como un todo participando tan íntimamente en la vida de Dios?
Desde este ángulo, la Transfiguración no es solo una historia sobre Jesús revelando algo sobre sí mismo a sus amigos, sino que también es una historia sobre Jesús revelando algo sobre nosotros y sobre quiénes estamos llamados a ser. Creo que es por eso que escuchamos esta historia hacia el comienzo de nuestro viaje de Cuaresma, no solo para recordarnos lo que Jesús ha hecho por nosotros, sino también para recordarnos de lo que somos capaces y lo que nuestro Dios espera. de cada uno de nosotros para llegar a ser, según la gracia, hijos de Dios. Si nos aferramos a esa posibilidad, entonces esta no es solo una historia sobre el pasado de Jesús, sino también una historia sobre nuestro futuro.
Esa capacidad de vernos a nosotros mismos como capaces de santidad, capaces de ser la presencia real de Cristo en el mundo, es algo que a menudo se les niega a las personas LGBTQ+ y, sin embargo, aquí no solo podemos afirmar esa posibilidad, sino pensar en cómo nuestra experiencia nos ayuda. comprender mejor la Encarnación. La experiencia LGBTQ+ abre la categoría de queerness de tal manera que podemos comprender mejor la relación transgresora de límites de lo divino y lo humano en Cristo, y de nuestro propio potencial transgresor de límites como hijos adoptivos de Dios. Esta es una buena noticia para todos nosotros, y no solo para los católicos LGBTQ+: Dios llama a todos a siempre más allá de nuestros límites, y Dios en esta Cuaresma nos llama a dejar de lado todo lo que obstaculiza la presencia de Dios en nuestros corazones y vidas.
Cristo transfigurado está ya siempre tocándonos para sanarnos, para liberarnos de nuestro miedo y, en la plenitud del tiempo de Dios, para transfigurarnos en su amor. Vemos en el Evangelio de hoy la verdad profunda de la identidad de Jesús, y el llamado a escucharlo más que a nuestro propio miedo.
Tarde o temprano, todos corremos el riesgo de instalarnos en la vida, buscando el refugio cómodo que nos permita vivir tranquilos, sin sobresaltos ni preocupaciones excesivas, renunciando a cualquier otra aspiración.
Logrado ya un cierto éxito profesional, encauzada la familia y asegurado, de alguna manera, el porvenir, es fácil dejarse atrapar por un conformismo cómodo que nos permita seguir caminando en la vida de la manera más confortable.
Es el momento de buscar una atmósfera agradable y acogedora. Vivir relajado en un ambiente feliz. Hacer del hogar un refugio entrañable, un rincón para leer y escuchar buena música. Saborear unas buenas vacaciones. Asegurar unos fines de semana agradables…
Pero, con frecuencia, es entonces cuando la persona descubre con más claridad que nunca que la felicidad no coincide con el bienestar. Falta en esa vida algo que nos deja vacíos e insatisfechos. Algo que no se puede comprar con dinero ni asegurar con una vida confortable. Falta sencillamente la alegría propia de quien sabe vibrar con los problemas y necesidades de los demás, sentirse solidario con los necesitados y vivir, de alguna manera, más cerca de los maltratados por la sociedad.
Pero hay además un modo de «instalarse» que puede ser falsamente reforzado con «tonos cristianos». Es la eterna tentación de Pedro que nos acecha siempre a los creyentes: «plantar tiendas en lo alto de la montaña». Es decir, buscar en la religión nuestro bienestar interior, eludiendo nuestra responsabilidad individual y colectiva en el logro de una convivencia más humana.
Y, sin embargo, el mensaje de Jesús es claro. Una experiencia religiosa no es verdaderamente cristiana si nos aísla de los hermanos, nos instala cómodamente en la vida y nos aleja del servicio a los más necesitados.
Si escuchamos a Jesús, nos sentiremos invitados a salir de nuestro conformismo, romper con un estilo de vida egoísta en el que estamos tal vez confortablemente instalados y empezar a vivir más atentos a la interpelación que nos llega desde los más desvalidos de nuestra sociedad.
Gn 12,1-4ª: Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios Salmo responsorial 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti 2Ti 1, 8b-10: Dios nos llama y nos ilumina Mt 17,1-9: Su rostro resplandecía como el sol
Abraham y Sara pertenecían a un clan de pastores seminómadas, de los muchos que buscaban pastos para sus rebaños lejos de las ciudades-estado que, por los años 1800 a.C. se estaban organizando en Mesopotamia y a lo largo de las costas del Mediterráneo. Abraham fue uno de los muchos grupos que emigraban, lo mismo que hoy, «buscando la vida». En ese andar luchando por la vida descubrieron el llamado de Dios a dejarlo todo y fiarse de su promesa de vida. Dios promete a Abraham que será padre de un pueblo numeroso y que tendrá una tierra, la “tierra prometida”. Es lo que anhelan sus corazones, lo que necesitan para vivir una vida humana y digna. Hoy son muchas las “minorías abrahámicas” que siguen escuchando el llamado de Dios, que les invita a buscar nuevas formas de “vida prometida” para todos los hijos de Dios. Hoy también hay muchísimos desplazados por el sistema neoliberal globalizado, que crea marginación y expulsa a los más débiles de sus tierras. Y millones de desplazados por efecto de las guerras y los problemas políticos. Son los nuevos Abrahán y Sara, que se ven forzados a dejarlo todo en busca de la vida digna que la realidad les niega en su lugar de origen.
La Biblia pone el origen de Israel en esta mitológica «migración» desde Oriente Próximo, «justificándolo» en la voluntad de Dios de elegirse un pueblo… Así, en unos textos que son «Palabra de Dios» y que hablan de Dios… en realidad es el pueblo judío el que habla de sí mismo, y se da una identidad a sí mismo, que consiste en la voluntad del Dios altísimo de crearse un pueblo eligiendo a la persona de cuyas entrañas lo haría nacer. Además de padre «biológico» de Israel, a Abraham la Biblia le atribuye el ser «padre en la fe» de Israel, y por tanto de las tres religiones en que derivó la fe de Israel: el judaísmo, el cristianismo y el islam.
Como el problema de la historicidad de los «mitos» bíblicos de la creación, de la primera pareja humana, y del pecado original que abordábamos en el domingo pasado, También los Patriarcas y los orígenes de Israel hoy están sometidos a un nuevo abordaje. Es algo muy nuevo. Hoy en Biblia se habla de un «nuevo paradigma arqueológico», una generación de arqueólogos desprendida de las adherencias y condicionamientos teológicos clásicos, que cree hallar en el subsuelo israelita un nuevo libro que nos habla fehacientemente de los demás libros que componen la Biblia. Israel Finkelstein es el nombre abanderado de este nuevo paradigma bíblico. «La Biblia desenterrada» (editorial Siglo XXI, Madrid 2003, original: The Bible Unearthed. Archeology’s New Vision of Ancient and the Origin of its Sacred Texts). Han aparecido también investigaciones importantes sobre el papel que la creación de la Biblia tuvo respecto a la construcción de la identidad de Israel; así por ejemplo, el libro de Shlomon SAND, Comment le peuple juïf fut inventé (Fayard, Paris 2008, original en hebreo). La visión que actualmente se está imponiendo desde un plano científico respecto al mundo de los patriarcas bíblicos significa una verdadera revolución, un conjunto de descubrimientos muy importantes que transforman el contexto en el que deben ser interpretados. No se trata de una intuición vaga o una primer anticipo, sino de una corriente fundamentada que merece más respecto incluso que las simples «hipótesis» sobre las que hasta ahora estaba basada la ciencia bíblica. Es urgente para los biblistas, los predicadores y todos los agentes de pastoral asomarse cuanto antes a este nuevo panorama, para no ser sorprendidos cualquier día proponiendo interpretaciones que hoy, a estas alturas del desarrollo de las ciencias, no tienen razón de ser.
La segunda carta de Timoteo nos asegura que la Palabra de Dios no está encadenada. Ella hace su propio camino en medio de los muchos caminos del pueblo. Aunque hagamos muchas lecturas interesadas de ella, el Espíritu siempre encontrará las formas de echarla a volar, sobre todo en manos de los que buscan mejores situaciones de vida en dignidad y justicia, como Abrahán y Sara, o como los desplazados de hoy. Todos ellos, minorías abrahámicas o mayorías desplazadas, están pronunciando con su vida el rechazo a este sistema excluyente que ha perdido la brújula, y que podría encontrarla con la Buena Noticia de Jesucristo.
La escena de la transfiguración que nos relatan los evangelios es, obviamente, otro símbolo. No tiene sentido hablar de ella con un «realismo ingenuo», como si la entendiéramos literalmente y a juzgáramos rigurosamente histórica. Escribieron el relato con mucha libertad –o a partir de un relato oral recontado y reelaborado en su transmisión– y hoy nosotros lo podemos interpretar también «de un modo puramente simbólico». En efecto: esa transfiguración de Jesús que el evangelio de Mateo nos cuenta es un símbolo de esas otras muchas «experiencias de transfiguración» que todos experimentamos. La vida diaria tiende a hacerse gris, monótona, cansada, y a dejarnos desanimados, sin fuerzas para caminar. Pero he aquí que hay momentos especiales, con frecuencia inesperados, en que una luz prende en nuestro corazón, y los ojos mismos del corazón nos permiten ver mucho más lejos y mucho más hondo de lo que estábamos mirando hasta ese momento. La realidad es la misma, pero nos aparece transfigurada, con otra figura, mostrando su dimensión interior, esa en la que habíamos creído, pero que con el cansancio del caminar habíamos olvidado. Esas experiencias, verdaderamente místicas, nos permiten renovar nuestras energías, e incluso entusiasmarnos para continuar marchando luego, ya sin visiones, pero «como si viéramos al Invisible».
Todos necesitamos esas experiencias, como los discípulos de Jesús la necesitaron. Nosotros no podemos encontrarnos con Jesús en el Tabor de Galilea. Necesitamos buscar nuestro Tabor particular, las fuentes que nos dan fuerzas, las formas con las que nos arreglamos para lograr renovar nuestro compromiso primero, siendo la oración, sin duda, el más importante.
La Transfiguración de Jesús (día 6.8) es una fiesta principal de la liturgia cristiana, que se celebra también este Dom 2 de Cuaresma, como anticipo y preparación de Pascua, según el texto de Mt 17, 1-9.
He presentado ese evangelio muchas veces en RD, y he desarrollado su sentido en Comentarios a Mc y a Mt. Acuda allí quien desee plantear mejor el tema. Hoy quiero evocarlo desde la cuestión de los iconos, centrándome en la disputa y fiesta de iconó-dulos e icono-clastas de Oriente.
Este es un tema central no sólo de la historia y piedad de las iglesias de oriente, sino de la identidad del cristianismo, especialmente desde la separación de las iglesias (siglo X-XII d.C.), como he puesto de relieve en Patrística, págs. 373-379.
La Transfiguración de Jesús (Luz Tabórica) con la experiencia orante del ser humano, “icono” de Dios, es un tema central del Cristianismo, que se expresa en el icono de su nombre, que (con el de Navidad y el de la Trinidad, cf. imágenes 2-4) forma parte del tesoro contemplativo de las iglesias.
No olvidemos que algunos los conjuntos icónicos más importantes de la cristiandad, desde el Bautisterio de Florencia y el Duomo de Monreale (Sicilia) hasta los Cristos catalanes, están en el centro de la cultura y religión de occidente (imágenes 6-8)
| X.Pikaza
Imagen de Dios, los iconos. Concilio de Nicea II [1].
Por influjo del Islam, que se había extendido en gran parte de los territorios orientales, antes mayoritariamente cristianos, y por su misma dinámica de trascendencia, varios grupos del imperio bizantino tendieron hacia un tipo de an-iconismo, que se tradujo de manera política violenta en las guerras de los iconoclastas que se extienden a lo largo de más de un siglo (717‒843).
Estos iconoclastas se opusieron a las imágenes de Dios (y de los ángeles y santos), queriendo destruirlas, para que la religión fuera culto interior. En contra de eso, defendiendo la encarnación de Jesús y la piedad popular, otros grupos, dirigidos especialmente por monjes centraron su piedad y su culto en la oración con imágenes, tomadas como “iconos” o símbolos del misterio, no como ídolos.
Tema histórico
La disputa se resolvió de un modo teológico‒magisterial en el Concilio de Nicea II (año 787), que justifica y defiende la oración de las imágenes, diciendo que no se dirige a ellas, sino a lo que ellas representan, Dios encarnado en Jesús, con sus ángeles y santos. El concilio condena todo culto a las imágenes en sí, como idolatría, pero afirmando que los iconos, pintados y venerados en contexto religioso, son un signo del misterio encarnado de Dios y de la resurrección y gloria de los santos, de forma que es bueno que ellos sean mediadores en la oración.
Porque de esta manera se mantiene la enseñanza de nuestros santos Padres, o sea, la tradición de la Iglesia Católica, que ha recibido el Evangelio de un confín a otro de la tierra; de esta manera seguimos a Pablo, que habló inspirado por Cristo [2 Cor 2,17], y seguimos al divino colegio de los Apóstoles y a los santos Padres, manteniendo las tradiciones [2 Tes 2, 14] que hemos recibido…
Así, pues, quienes se atrevan a pensar o enseñar de otra manera; o bien a desechar, siguiendo a los sacrílegos herejes, las tradiciones de la Iglesia, e inventar novedades, o rechazar alguna de las cosas consagradas a la Iglesia: el Evangelio, o la figura de la cruz, o la pintura de una imagen, o una santa reliquia de un mártir; o bien a excogitar torcida y astutamente con miras a trastornar algo de las legítimas tradiciones de la Iglesia Católica; a emplear, además, en usos profanos los sagrados vasos o los santos monasterios; si son obispos o clérigos, ordenamos que sean depuestos; si monjes o laicos, que sean separados de la comunión (Denz 302-304; pág. 111-112; DH 600-603, pág. 282-283).
Esta misma doctrina fue retomada y profundizada en Concilio de Constantinopla IV (869‒870), donde los iconos se comparan de manera expresa con los libros de la Biblia. El aspecto más significativo de esa declaración fue la manera de comparar las palabras (hechas de sílabas) y las imágenes (hechas de pinturas y formas), como medio de conocimiento divino.
Decretamos que la sagrada imagen de nuestro Señor Jesucristo sea adorada con honor igual al del libro de los Santos Evangelios. Porque a la manera que por las sílabas o letras externas de los evangelios, alcanzan todos la salvación; así, por la operación de los colores trabajados en la imagen, sabios e ignorantes, todos gozarán del provecho de lo que está delante; porque lo mismo que el lenguaje en las sílabas, eso anuncia y recomienda la pintura en los colores.
Si alguno, pues, no adora la imagen de Cristo Salvador, no vea su forma en su segundo advenimiento. Asimismo honramos y adoramos también la imagen de la Inmaculada Madre suya, y las imágenes de los santos ángeles, tal como en sus oráculos nos los caracteriza la Escritura, además las de todos los Santos. Los que así no sientan, sean anatema» (Denz 337-338; p. 125-126; DH, 653-655; p. 304-305).
Esta equiparación o, al menos, comparación entre la Biblia (sílabas y palabras) y los iconos (colores e imágenes) constituye un campo importante de enfrentamiento y diálogo entre las diversas tradiciones cristianas. No todas admiten como “ecuménico” el Concilio de Constantinopla IV, ni aquellos que lo admiten lo hacen de igual forma, pero el tema de fondo sigue siendo esencial para establecer la diferencia y relación entre el cristianismo ortodoxo de oriente (más icónico), el reformado de occidente (más anicónico), y el catolicismo en el que pueden hallarse posturas distintas, aunque en general es partidario a las imágenes, en especial a las de Cristo y María, su madre.
Los cristianos reformados tienden a decir que, sólo la Biblia es palabra de Dios, de forma que los creyentes deben realizar su oración sólo por ella, sin ayuda o mediación de iconos que pueden convertirse en ocasión de idolatría. Pues bien, sin negar la prioridad de la palabra de la Biblia, los cristianos ortodoxos del oriente han insistido e insisten en los iconos como signo y mediación de Cristo encarnado y reflejado en la gloria celeste de ángeles y santos.
Ciertamente, en un sentido, los iconos son figuras pintadas o esculpidas, pero ellos evocan (reflejan, como en un “espejo”) unos rasgos de Jesús de tal manera que centran los ojos y la mente de los fieles (=contemplantes) en la realidad celeste del resucitado y de los ángeles y santos ya divinizados en la gloria, como “rostro” (mirada y llamada) del misterio. La palabra de la Biblia despiera, convoca y recrea a los creyentes; pues bien, de un modo semejante, las imágenes santas, centradas siempre en unos ojos que miran, pueden y deben entenderse como llamada del misterio de Dios, encarnado en Cristo.
Los iconos son obra de pintor, producto de artista o artesano, pero, al mismo, pueden mostrarse ante el orante como signo de la realidad más honda del Dios encarnado en Cristo o revelado en los ángeles y/o santos. No son ídolos que nos cierran en sí mismos, sacándonos de nuestro interior orante y responsable, sino todo lo contrario, son iconos que despiertan en nosotros la llamada de la Biblia, y nos ponen en camino hacia el misterio de Dios revelado en Cristo, en sus ángeles y santos.
No todos los cristianos están de acuerdo con esta interpretación, ni oran “a través de los iconos” extendidos en un “iconostasio”, pero todos (si son respetuosos ante la tradición de las iglesias) pueden y deben sentir un agradecimiento ante la tradición de los iconos, que ha sido y sigue siendo un elemento clave de la experiencia de los cristianos de oriente.
Sin duda, algunos “iconódulos” (veneradores de iconos) pueden haber exagerado su culto (su dulía); pero muchos “iconoclastas” bizantinos antiguos (del siglo VII‒IX d.C.) y algunos modernos, exageran y van en contra de la tradición cristiana cuando condenan sin más como idolatría toda “oración de las imágenes”, faltando no sólo al respeto que se debe a las grandes experiencias religiosas sino a la verdad cristiana que late en la vida de aquellos que entienden y viven con más profundidad su cristianismo con la ayuda de imágenes, como seguiré indicando [2].
Interpretación actual. Una patrística ampliada
La oración de los iconos constituye una experiencia constante de fe y de piedad que se mantiene intacta, hasta el día de hoy (2023) en las iglesias de Oriente, desde el concilio de Nicea II (787), de manera que podemos afirmar que, en este sentido, ellas siguen viviendo en un tipo de “patrística ampliada”. Para nosotros, occidentales (católicos o protestantes) la patrística es algo que forma parte del pasado, de manera que para entenderla o revivirla, en general, debemos hacer un esfuerzo, retrocediendo más allá de la Escolástica, con la Reforma o Contra‒reforma y la Ilustración de tiempos posteriores. En contra de eso, en la mayor parte de la cristiandad ortodoxa, desde Grecia y Egipto hasta Bulgaria, Rumanía o Rusia, la Patrística sigue estando viva, y así ofrece una experiencia y palabra inmediata para los creyentes.
Ésta es una experiencia central que podemos descubrir, de un modo muy intenso, en su manera de relacionarse con los iconos. En esa línea, si aceptamos la patrística, debemos aceptar (comprender, respetar) lo que ha significado la oración de la imágenes, no como opuesta a la lectura de la Biblia, con la eucaristía u la palabra del predicador, sino como experiencia personal, individual, de encuentro de fe con el Dios de la Palabra del Misterio que es el Hombre Jesús (Icono de Dios, 2 Cor 4, 4). No todas las iglesias tenemos la misma experiencia del misterio de Cristo, pero todas podemos enriquecernos, en actitud de respeto y diálogo.
Uno de los que mejor se ha situado teológicamente ante el tema ha sido P. Eudokimov(1901-1970) que ha insistido en la presencia (=revelación) de la luz sagrada de Cristo resucitado en las imágenes santas, como dice comentando el Icono de la Trinidad de Rublov. Eudokimov no habla de los Padres antiguos y de los iconos como si eso fuera un tema del pasado, sino como si él mismo viviera y vive en el tiempo eclesial de la patrística, citando como contemporáneos a Clemente Alejandrino, Dionisio Areopagita, Juan Damasceno y G. Pálamas, siendo, al mismo tiempo, un hombre moderno (casi post‒moderno) del siglo XX:
El icono es una doxología, que se desborda de gozo y canta por sus propios medios la gloria de Dios. La verdadera belleza no necesita pruebas. El icono no demuestra nada, pero muestra; evidencia luminosa, se presenta como argumento “kalokagático” (Bello y Bueno, es decir, Verdadero) de la existencia de Dios. San Pablo formula el fundamento cristológico del icono: “Cristo es la imagen –eikon- del Dios invisible”.
Quiere decir que la humanidad visible de Cristo es el icono de su divinidad invisible, que es “lo visible de lo invisible” (expresión de Dionisio el Areopagita, retomada por san Juan Damasceno, Tratado sobre los Iconos XI). El icono de Jesús aparece así como la imagen de Dios y del hombre al mismo tiempo, el icono de Cristo total: del Dios-Hombre. Esta función reveladora que posee la humanidad de Cristo llega a ser la verdad de todo ser humano; el hombre sólo es verdadero, sólo es real en la medida en que refleja lo celeste: es gracia maravillosa de toda criatura ser espejo de lo increado, “imagen de Dios”…
Nosotros reflejamos como un espejo la gloria del Señor; un icono es ese espejo reluciente del mayor atributo de gloria: la luz. El arte sorprendente de Rublëv en su divina Trinidad traduce el resplandor tri-solar que ilumina el mundo. Según san Gregorio Pálamas, la luz del Tabor, la luz contemplada por los santos y la luz del siglo futuro son idénticas.Para Clemente de Alejandría (Strom. VI, 16), la luz del primer día preexiste a la creación, es “la verdadera luz del Logos iluminando las cosas aún escondidas y por la cual toda criatura ha accedido a la existencia”…
La visión, aquí, expresa la fe en el mismo sentido que san Pablo cuando la llama “visión de lo invisible” (Heb 11, 1). El icono se dirige a los ojos del espíritu para que contemple “los cuerpos espirituales” (1 Cor 15, 44). El estilo eclesial filtra toda visión subjetiva, pues la Iglesia es la que ve el objeto de la fe, sus misterios. Si la arquitectura sagrada del Templo ordena el espacio, y el Memorial litúrgico ordena el tiempo, el icono experimenta lo invisible, la “forma interior” del ser; y esta interioridad surge, una vez más, de la iluminación del Tabor [3].
Estas palabras son propias de un cristiano inmerso en la complejidad cultural y social del siglo XX (entre comunismo y capitalismo), con sus grandes revoluciones post‒cristianas; pero ellas brotan, al mismo tiempo, de la experiencia original de la iglesia antigua, no como reflexión sobre la patrística, sino como patrística actualizada. Leer más…
Advertencia sobre las primeras lecturas de los domingos de Cuaresma
No han sido elegidas por su relación estricta con el evangelio, sino para recordar algunos momentos capitales de la historia de la salvación. En este ciclo A se trata de los siguientes: 1) pecado de Adán y Eva (domingo pasado); 2) vocación de Abrahán; 3) milagro de Moisés en el desierto; 4) unción de David como rey; 5) promesa de restauración del pueblo desterrado en Babilonia.
Durante la Semana Santa, nuestras calles verán pasar diversas imágenes de Jesucristo crucificado. La gente las mirará con mayor o menor respeto, pero nadie dirá: “Era un terrorista y un blasfemo. Hicieron bien en matarlo”. Si nuestra imagen de Jesús es positiva a pesar de su destino tan trágico se debe, en gran parte, al evangelio de hoy.
El tema común a las tres lecturas de este domingo es “por la renuncia al triunfo”. En la primera, Abrahán debe renunciar a su patria y a su familia, experiencia muy dura que sólo conocen bien los que han tenido que emigrar. Pero obtendrá una nueva tierra y una familia numerosa como las estrellas del cielo. Incluso todas las familias del mundo se sentirán unidas a él y utilizarán su nombre para bendecirse.
En la segunda lectura, Timoteo deberá renunciar a una vida cómoda y tomar parte en el duro trabajo de proclamar el evangelio. Pero obtendrá la vida inmortal que nos consiguió Jesús a través de su muerte.
En el evangelio, si recordamos el episodio inmediatamente anterior (el primer anuncio de la pasión y resurrección) también queda claro el tema: Jesús, que renuncia a asegurarse la vida, obtiene la victoria simbolizada en la transfiguración. Así lo anuncia a los discípulos: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar a este Hombre como rey». Esta manifestación gloriosa de Jesús tendrá lugar seis días más tarde.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
― «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
― «Levantaos, no temáis.»
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
― «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
El relato podemos dividirlo en tres partes: la subida a la montaña (v.1), la visión (vv.2-8), el descenso de la montaña (9-13). Desde un punto de vista literario es una teofanía, una manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas. Por eso, antes de analizar cada una de las partes, conviene recordar algunos datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés.
La teofanía del Sinaí
Dios no se manifiesta en un espacio cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, a la que no tiene acceso todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces acompaña su hermano Aarón (Ex 19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex 24,1). La presencia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa, desde la que habla (Ex 19,9). Es también frecuente que se mencione en este contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolo de la gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos demuestran que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, “histórico”, de lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del Antiguo Testamento.
La subida a la montaña
Jesús sólo elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de los otros pretende indicar que va a ocurrir algo tan importante que no puede ser presenciado por todos. Se dice que subieron «a una montaña alta y apartada». La tradición cristiana, que no se contenta con estas indicaciones generales, la ha identificado con el monte Tabor, que tiene poco de alto (575 m) y nada de apartado. Lo evangelistas quieren indicar otra cosa: usan el frecuente simbolismo de la montaña como morada o lugar de revelación de Dios. Entre los antiguos cananeos, el monte Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo. Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí (u Horeb). También el Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en Jerusalén. Una montaña «alta y apartada» aleja horizontalmente de los hombres y acerca verticalmente a Dios. En ese contexto va a tener lugar la manifestación gloriosa de Jesús.
La visión
En ella hay cuatro elementos que la hacen avanzar hasta su plenitud: 1) la transformación del rostro y las vestiduras de Jesús; 2) la aparición de Moisés y Elías; 3) la aparición de una nube luminosa que cubre a los presentes; 4) la voz que se escucha desde el cielo.
La transformación de Jesús la expresaba Marcos con estas palabras: «sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo» (Mc 9,3). Mateo omite esta comparación final y añade un dato nuevo: «su rostro brillaba como el sol». La luz simboliza la gloria de Jesús, que los discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan sorprendente.
«De pronto, se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él». Moisés es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba cara a cara. Sin Moisés, humanamente hablando, no habría existido el pueblo de Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por el influjo de la religión cananea. Sin Elías habría caído por tierra toda la obra de Moisés. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípulos (no a Jesús) es una manera de garantizarles la importancia del personaje al que están siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa de siglos, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra a plenitud.
En este contexto, las palabras de Pedro proponiendo hacer tres chozas suenan a despropósito. Pero son simple consecuencia de lo que dice antes: «qué bien se está aquí». Cuando el primer anuncio de la pasión, Pedro rechazó el sufrimiento y la muerte como forma de salvar. Ahora, en la misma línea, considera preferible quedarse en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que seguir a Jesús con la cruz.
Como en el Sinaí, Dios se manifiesta en la nube y habla desde ella.
Sus primeras palabras reproducen exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús, cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se añade un imperativo: “¡Escuchadlo!”. La orden se relaciona directamente con las anteriores palabras de Jesús, que han provocado tanto escándalo en Pedro, y con la dura alternativa entre vida y muerte que ha planteado a sus discípulos. Ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado. “¡Escuchadlo!”.
El descenso de la montaña
Dos hechos cuenta Mateo en este momento: La orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite, y la pregunta de los discípulos sobre la vuelta de Elías.
El primero coincide con la prohibición de decir que él es el Mesías (Mt 16,20). No es momento ahora de hablar del poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria.
El segundo tema, sobre la vuelta de Elías, lo omite la liturgia.
Resumen
Este episodio no está contado en beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva para los apóstoles y para todos nosotros. Después de haber escuchado a Jesús hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus seguidores, tenemos tres experiencias complementarias: 1) vemos a Jesús transfigurado de forma gloriosa; 2) contemplamos a Moisés y Elías; 3) escuchamos la voz del cielo.
Esto supone una enseñanza creciente: 1) al ver transformados su rostro y sus vestidos tenemos la experiencia de que su destino final no es el fracaso, sino la gloria; 2) la aparición de Moisés y Elías confirma que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la revelación de Dios; 3) la voz del cielo nos dice que seguir a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.
Tres ideas que ayudan a superar el escándalo de Jesucristo crucificado.
El domingo pasado nos encontrábamos en el desierto, solas y al mismo tiempo acompañadas de nuestras luces y nuestras sombras, y veíamos que nuestra libertad es la que va marcando nuestro camino.
Hoy el paisaje ha cambiado completamente. Pasamos del desierto a la montaña, y de la soledad a la intimidad.
Jesús se encuentra en un momento crucial de su existencia. Descubre que su vida debe dar una respuesta cada vez más concreta. Hace ya un tiempo que ha comenzado a predicar, se ha acercado a la gente y ha tocado su dolor. La gente lo sigue, su fama se extiende.
Pero la muerte de Juan Bautista le hace ver claramente que su compromiso puede traerle problemas. Así que reúne a sus amigos, a los más íntimos y marchan juntos al monte. Se van un día de retiro y convivencia. Y ahí los cuatro amigos oran y comparten.
Ahí, en el monte, Jesús tiene una experiencia de Dios y sus amigos, que son testigos, se estremecen. Se asustan.
La experiencia de Dios nos transforma y quienes lo ven se llenan de espanto. Nos asusta a pesar de que sea bueno. Mateo nos dice que los discípulos cayeron de bruces.
Sin embargo quien tiene esa experiencia, en este caso Jesús, siente confirmados todos sus anhelos. Recibe la fuerza y la esperanza para continuar avanzando en medio de las dificultades y peligros.
Por eso Jesús baja del monte con el ánimo renovado, con nuevas fuerzas e ilusiones. La situación no ha cambiado, pero él ahora la ve desde otra perspectiva.
Oración
Recuérdanos, Trinidad Santa, esos momentos fuertes en los que tu luz nos ha iluminado y hemos sido capaces de continuar en medio de las dificultades. Amén.
El domingo pasado, íbamos al desierto para encontrar a Dios. Hoy nos vamos a lo alto de la montaña para descubrir lo divino. Tirarse del alero del templo para ser recogido por los ángeles y manifestar ante la muchedumbre quién era, se nos presentó como una tentación. Pero hoy, una espectacular puesta en escena de luz y sonido se nos presenta como la cosa más divina del mundo. Desde la razón, es una contradicción, pero en el orden trascendente, una formulación puede ser verdad y la contraria también.
Aunque no sabemos cómo se fraguó este relato, debe ser muy antiguo, porque Marcos ya lo narra completamente elaborado. Una vez que descubrieron en la experiencia Pascual lo que Jesús era, trataron de encontrar la manera de comunicar esa vivencia que les había dado Vida. Para hacerlo creíble, lo adornaron con imágenes tomadas de la Escritura. Así disimulaban la ceguera que les había impedido descubrir quién era Jesús.
No podemos pensar en una puesta en escena por parte de Jesús; no es su estilo ni encaja con la manera de presentarse ante sus discípulos. Por lo tanto, debemos entender que no es la crónica de un suceso. Se trata de una teofanía, construida con los elementos y la estructura de las muchas manifestaciones de Dios relatadas en el AT. Con los conocimientos que hoy tengo, me inclino a pensar que se trata de un relato pascual, retrotraído a la época de su vida, después de haberse elaborado para darle mayor fuerza.
El relato está tejido con los elementos simbólicos, aportados por las numerosas teofanías que se narran en el AT. Nada en él es original; ni siquiera la voz de Dios es capaz de aportar algo nuevo, pues repite exactamente lo que dijo en el bautismo. Se trata de expresar la presencia divina en Jesús con un lenguaje que todo judío podía reconocer. Lo importante es lo que quiere comunicar, no los elementos que utiliza para la comunicación.
No es verosímil que esta escena se diera durante la vida de Jesús. Si los apóstoles hubieran tenido esta experiencia de lo que era Jesús, no le hubieran negado poco después. Tampoco fue un intento de preparar a los apóstoles para el escándalo de la cruz. Si fue ese el objetivo, el fracaso fue absoluto: “Todos le abandonaron y huyeron”. Hasta la experiencia pascual nadie descubrió lo que era Jesús. Todo lo que descubrieron después de su muerte estaba ya presente en él cuando andaban por los caminos de Palestina. Si se retrotrae a la vida terrena es con el fin de hacer ver que Jesús fue siempre un ser divino.
No podemos seguir pensando en un Jesús que lleva escondido el comodín de la divinidad, para sacarlo en los momentos de dificultad. En la oración del huerto quedó muy claro. Lo que hay de Dios en él está en su humanidad. Lo divino nunca podrá ser percibido por los sentidos. Es hora de que tomemos en serio la encarnación y dejemos de ridiculizar a Dios.
La única gloria de Dios está en su ser. Nada que venga del exterior puede afectarle ni para bien ni para mal. El aplicar a Dios nuestro modelo de grandeza es sencillamente empequeñecerle. La única gloria del hombre es manifestar que en él está ya ese mismo amor. Manifestar amor hasta la muerte, por amor, es la mayor gloria de Jesús y del hombre.
Jesús vivió constantemente trasfigurado, pero no se manifestaba externamente con espectaculares síntomas. Su humanidad y su divinidad se expresaban cada vez que se acercaba a un hombre para ayudarle a ser él. La única luz que transforma a Jesús es la del amor y solo cuando manifiesta ese amor ilumina. En lo humano se transparenta Dios.
Los relatos de teofanía que encontramos en el AT son intentos de transmitir experiencias personales de seres humanos concretos. Esa vivencia es siempre interior e indecible. La presencia de Dios es el punto de partida. Esa presencia es nuestro verdadero ser. La gloria no es una meta a la que hay que llegar, sino el punto de partida para llegar al don total.
Tomó consigo a tres: La experiencia interior es siempre personal no colectiva, por eso los presenta con sus nombres propios. Moisés también subió al Sinaí acompañado por Aron. El monte: Es el ámbito de lo divino. Si Dios está en el cielo, la montaña será el mejor lugar para que se manifieste. En la Biblia, el monte alto es el lugar donde siempre está Dios.
Rostro resplandeciente: la gloria de Dios se comunica a aquellos que están cerca de Él. A Moisés al bajar del monte, después de haber hablado con Dios, tuvieron que taparle el rostro porque su luminosidad hería los ojos) La luz: ha sido siempre símbolo de la presencia de la Gloria de Dios. La nube: Símbolo de la presencia protectora de Dios. A los israelitas los acompañaba por el desierto una nube que les protegía del calor del sol.
Moisés y Elías: Jesús conectado con el AT, la Ley y los Profetas en diálogo con Jesús. El evangelio es continuación del AT, pero superándolo. La voz: la palabra ha sido siempre la expresión de la voluntad de Dios. ¡Escuchadlo! Es la clave del relato. Solo a él, ni siquiera a Moisés y a Elías. El miedo aparece en todas las teofanías. Ante la presencia de lo divino, el hombre se siente empequeñecido. Sentían pánico incluso de morir por ver a Dios.
El relato propone a Jesús como la presencia de Dios entre los hombres de manera definitiva. Por eso hay que escucharlo. Su humanidad llevada a plenitud es reflejo de Dios. Escuchar al Hijo no es aceptar una doctrina que transmite por su palabra sino transformarse en él y vivir como él vivió, ser capaces de manifestar el amor a través del don total de sí.
Ni la plenitud de Jesús ni la de ningún ser humano están en un futuro propiciado por la acción externa de Dios. La plenitud está ya en él y se manifiesta en la entrega total. No está en la resurrección después de la muerte, ni en la gloria después del sufrimiento. La Vida y la gloria están allí donde hay amor. La vida de Jesús se presenta como un éxodo, pero el punto de llegada será el Padre, que era el punto de partida al empezar el camino.
A los cristianos nos queda aún un paso por dar. No se trata de aceptar el sufrimiento y la prueba como un medio para llegar a “la gloria”. Se trata de ver en la entrega, aunque sea con esfuerzo, la meta de todo ser humano. El amor es lo único que demuestra que somos hijos de Dios. Darse a los demás por una recompensa no tiene nada de cristiano.
Jesús nos descubre un Dios que se da totalmente. No es la esperanza en un premio sino la confianza lo que me debe animar. La transfiguración nos dice qué era Jesús realmente y lo que somos nosotros. ¡Sal de tu tierra! Abandona tu ego y adéntrate por los caminos del Espíritu. Vives exiliado en tierra extraña. Entra dentro de ti y encontrarás tu centro. No tienes que buscar nada distinto de ti mismo. Pide a Dios que te libre de todo dios.
«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle»
Jesús se retiraba con frecuencia a orar, y en ocasiones lo hacía en compañía de sus discípulos más cercanos. Pero hay tres momentos en que su oración tiene un carácter especial, y los evangelistas se hacen eco de ello narrando con detalle la escena. Son los momentos en que debe tomar las decisiones más importantes de su vida, y en todos ellos recurre a la oración en busca de lucidez para discernir y fortaleza para responder.
El primero es en el desierto de Judea tras el bautismo de Juan, y en él, Jesús debe decidir entre lanzarse a los caminos a predicar la buena Noticia, o volver a la tranquila existencia en su taller de Nazaret. El segundo es el que se narra en el evangelio de hoy, donde tiene que optar entre permanecer en Galilea o universalizar su mensaje llevando la buena Noticia al mismo corazón de Judea. Si permanece en Galilea como profeta rural, el alcance de su mensaje será muy limitado, pero al menos su vida no correrá peligro. En cambio, si sube a Jerusalén se expondrá a un grave riesgo, pues sabe que las autoridades le buscan para prenderle. El tercero ocurre en Getsemaní en el momento más angustioso de su vida.
Probablemente el relato de hoy se basa en uno de estos retiros de oración, pero Mateo interpreta lo que vieron los ojos físicos con los ojos de la fe. Y lo que nos dice es que en Jesús hay mucho más de lo que se ve; que quien va a subir a Jerusalén, va a ser prendido por las autoridades, torturado y muerto en cruz, es en realidad el Hijo amado; el predilecto; a quien debemos escuchar. Parece como si Mateo quisiese avisarnos de antemano: “No os equivoquéis; Dios está con ese hombre que aparentemente va a ser vencido por los sacerdotes; y no con quienes lo van a matar”.
Encontramos una teofanía similar en el relato del bautismo de Jesús antes de salir a los caminos de Galilea, y dada su similitud con la de hoy, podemos aventurar que su intención es la misma: “Cuando le veáis enfrentado a los santos y los sabios de Israel, o en compañía de pecadores, o saltándose la Ley, o abandonado por buena parte de sus seguidores, no debéis olvidar que se trata del Hijo amado, del predilecto…”
Pero es posible que Mateo nos esté lanzando un mensaje de mucho mayor calado; y ese mensaje sería que la “Realidad” no se limita a lo que vemos y entendemos, sino que hay un mundo que ni se ve ni es comprensible por la razón, pero es el que realmente importa.
En cada uno de nosotros hay una realidad provisional y otra definitiva, y los relatos de la Resurrección cobran su sentido al ser interpretados de este modo. Cuando Jesús es despojado de la realidad tangible, se manifiesta en él la realidad definitiva y los discípulos son capaces de captarla. Y es su testimonio el que nos abre a la esperanza de que nosotros también somos más que lo que vemos; que la muerte no es el fracaso definitivo, sino el tránsito de esta realidad efímera a la definitiva.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
A un matrimonio mayorcísimo y sin descendencia se le dice “Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te mostraré. Yo haré de ti un gran pueblo…por ti será toda la tierra bendecida.” (Gn.12, 1-4)
A los discípulos se los lleva Jesús a un monte alto y allí les manifiesta quien es él y quienes son ellos. Hubo una confirmación de identidades: Este es mi hijo…tú eres mi hija, mi hijo y si lo vives así la gente te escuchará.
Sugiero que la clave de interpretación o una de ellas, de estos potentes textos está en la experiencia interior de ser invitadas a SALIR DE… PARA SUBIR A…”.
Salir de lo conocido, de tu tierra, de lo que posees, también en contactos, amistades, familia y apellido si ello te impide ser cristianamente libre.
Desde los orígenes se nos invita a abandonar lo patriarcal que sigue dominando abierta o sutilmente la sociedad y sobretodo la religión.
Pero todo toma sentido cuando se mira la promesa: un hijo, una descendencia, un pueblo-comunidad, nueva.
Hemos dejado un fleco suelto, una pregunta existencial, y ¿por qué iba a hacerlo?, ¿por qué iba a dejar lo que soy y tengo?
Si obviamos quien hace la invitación, todo se convierte en una carga, una exigencia, un miedo…
Es Dios quien le llama por su nombre a Abrán y en él a su esposa y a su comunidad.
Estamos ante el texto de vocación de Abrán. Empieza con una llamada a salir de, para dirigirse a… a un lugar que es una promesa que no entiende, pero la experiencia de la Presencia de Yawe (Dios en hebreo, lo pronuncias inhalando y exhalando, Dios aliento de vida) es tan potente que le motiva a levantar sus tiendas, sus ganados, sus obreros con sus familias…y lanzarse a los caminos inseguros, guiados por una luz interior, esa luz, ese aliento de la Ruah, que en el evangelio nos convoca a subir.
Subir supone alejarnos de lo de abajo, también de lo familiar, lo del día a día. Jesús nos hace partícipes de su experiencia, que el autor del evangelio de Mateo nos describe en lenguaje metafórico, como todo lo relacionado con el Amor, y que tal vez por no comprenderlo lo descartamos.
Sal, deja, sube, mira. ¿Qué sientes? ¿Qué ves?
Si miramos hacia atrás vemos lo que tenemos que dejar… sin poder sentir la PROMESA DE UNA TIERRA NUEVA: de un planeta y una comunidad humana en armonía, en diálogo constructivo de vida.
Si miramos hacia abajo cuando se nos invita al monte alto, vemos la vida sin la experiencia que es LUZ, y que al inicio de acogerla, a nuestro interior adormilado le apetece instalarse en ella, porque crear tienditas iluminadas con esa Luz, sería hermoso y cómodo.
Pero no es así, la vocación-llamada es a dar vida, a ser fecundas, a crear nuevos espacios sin la seguridad de las tiendas y los muros.
¿Dónde? En el monte alto, en plena naturaleza que es el templo diario de Jesús, donde ora, donde experimenta el Bautismo en el que se sumerge en el agua, agua en la que navega para contagiar el Reino, siguiendo las estrellas, como los navegantes, estrellas que son la promesa, como las arenas de las playas, incontables, presentes, preciosas…
Dejar lo seguro por lo posible. Los que lo intentamos vivir sabemos de riesgo, de inseguridad exterior, pero la alegría interior contagiosa, la seguridad de la promesa del que llama, su presencia, hace que naveguemos siguiendo las estrellas y que recemos en las playas donde llevamos a familias y a jóvenes a “escuchar” y a “ver”.
A Escuchar las olas y el viento donde, desde los orígenes, Dios habla, como Ruah poniendo orden en el caos. Ahí habla más que en los templos de cemento y religiosidad, y Jesús así lo vive.
A Escuchar el lamento por inanición de Silencio y Palabra; reconocer que este hambre produce agresividad contra los pueblos declarando guerras; contra las mujeres manteniéndolas en posesión; contra madre Tierra violándola…reconocer en estos hechos el hambre de Amor que corroe el corazón humano, Amor y que, los invitados al monte alto, tenemos en despensa, incluso en el congelador.
Y, por todo ello, como Sara y Abrán, salimos hacia donde la brújula del amor nos guía.
A Ver, la belleza del monte, la luz, la perspectiva y también el dolor por tanta desgracia. ¿Evitable? ¡Por supuesto! ¿Cómo?
Se buscan navegantes. Se necesitan corazones no esclerotizados por propiedades, miedos…capaces de SALIR y SUBIR y NAVEGAR, sin tiendas, sin motores de gasoil, sin más brújula que las estrellas en las que Abrán y Sara y Jesús creyeron, como promesa abundante a su fidelidad.
El resto, lo compartimos a la vuelta, presencial y online, cuando llegamos a la otra orilla, donde en la playa nos reciben otros y otras buscadoras, y formamos nuevas comunidades.
“Quien tuviere experiencia lo entenderá, y verá que he atinado a decir algo; quien no la tenga, no me extrañaría que le parezca todo un desatino”
(Teresa de Jesús, El Libro de la vida 26,6).
Las cosas no son lo que parecen, nos recuerda la ciencia moderna -física cuántica y neurociencia- a cada paso. Y eso vale también para nosotros: no somos lo que parecemos ser.
Parecemos ser -nuestra mente lo ve así- un yo particular que tiene consciencia, autonomía, libre albedrío… Y solemos estar tan identificados con esa forma de vernos que, en general, resulta extremadamente difícil abrirnos a otra.
Es un estado de hipnosis. La persona hipnotizada no alcanza a ver más allá de lo que le permite ese propio estado. Identifica su mundo hipnótico con la verdad y calificaría de “desatino” -por utilizar la expresión de Teresa de Jesús- o de alucinación las palabras de quien le hablara de otra realidad, más allá de la que percibe en sus estrechos límites.
Se repite, una y otra vez, la alegoría de la caverna, de Platón. Como aquellos personajes, encerrados en la oscuridad de una mente enclaustrada a su vez en sí misma, no somos conscientes de que únicamente vemos “sombras” y tachamos de “locura” cualquier otra realidad que trascienda los límites mentales.
“Sombras” son todos los objetos que podemos percibir. Y objeto es también el yo, ya que podemos observarlo. La pregunta que puede cuestionar nuestra hipnosis es esta: ¿Qué es Eso que es consciente de los objetos y del yo? Porque solo Eso será el único sujeto, lo único realmente real, lo único que no es una mera sombra pasajera.
Eso que es consciente -la realidad primera- es la consciencia (la vida, la totalidad…). Y puedo descubrirlo por mí mismo gracias a un trabajo de indagación, experimentación y silencio de la mente.
Y lo que vengo a descubrir es que, hablando con propiedad y sin negar el nivel de la “personalidad”, no soy una persona que tiene consciencia, sino consciencia “enfundada” en una persona.
¿Cómo me percibo? ¿Puedo “tomar distancia” del yo?
01.- Pablo VI. Una evocación: la noche transfigurada.
Todavía la tarde – noche del 5 de agosto de 1978, Pablo VI, ya acostado, escuchó la lectura realizada por su secretario, Don Macchi, de unas líneas sobre JesuCristo de “Mi pequeño catecismo para niños” escrito por un amigo íntimo de Pablo VI, Jean Guitton. Terminada la lectura de aquellas páginas, Pablo VI dijo: ahora llega la noche (adesso viene la notte, la notte transfigurata). Fueron las últimas palabras de Pablo VI, que fallecía al alba del 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración: la noche, la muerte, quedó transfigurada en vida.
02.- La transfiguración: un mundo de símbolos
El relato de la Transfiguración es un entramado de símbolos del AT.
Una montaña alta. Los montes son –eran- el lugar más cercano al cielo, casi tocan el cielo donde vive de Dios. Jesús está con Dios. [1]
¿Y yo, trato de estar cerca de Dios?
La nube es la protección del rigor del sol con que Dios aliviaba a las tribus hebreas que caminaban por el desierto. Dios nos protege siempre en el desierto de nuestra vida.
¿Me siento protegido por Dios? ¿Dios me acompaña en la vida?
rostros resplandecientes, luz, vestidos luminosos (características que atribuían a Dios) Desde la luz, desde Dios las cosas y los problemas de la vida y de la muerte se ven de manera distinta.
¿Hay luz en mi vida?
Escuchadle: “Escucha Israel” reza la oración principal del pueblo judío. Es sensato y razonable escuchar, acoger la Palabra y las palabras que se nos dicen en la vida. ¿”Atiendo a razones” en mi vida?
El Padre, todo padre, se complace en sus hijos. Dios se complace en su Hijo y en nosotros que también lo somos.
¿Me siento querido y acogido por Dios?
Moisés y Elías. Se podría decir que el relato de la Transfiguración es la personificación del AT en las figuras de Moisés (la ley) y Elías (profetismo). Jesús en el monte Tabor está cerca de Dios, y es superior a las instituciones del viejo Testamento.
03.- La transfiguración es un acontecimiento de oración.[2]
El relato de la Transfiguración no fue un hecho mágico y espectacular, una frívola pasarela “Cibeles” religiosa, sino más bien es la experiencia de fe a la que llegaron los primeros cristianos, discípulos, que en Jesús terminaron por ver a Cristo y escuchar a Dios: lo que Dios y la vida nos quieren siempre decir.
¿”Veo” a Dios en JesuCristo, en el prójimo, especialmente en los más débiles?
04.- Transfigurar: salir de tu tierra. vivir humanamente es transfigurar la realidad.
Dios le dice a Abrám: Sal de tu tierra.
Cuántos emigrantes por razones de todo tipo han tenido que salir de su tierra: emigrantes por trabajo, de exilio, de guerra, emigrantes por estudios, emigrantes también en la fe.
Es la misma voz (en cierto sentido) que escucha una pareja que se casa: sal de la seguridad de tu familia, de tus padres y crea un “mundo nuevo”, una nueva familia con tu marido / mujer. Haré de ti una nueva familia, un gran pueblo y te bendeciré.
Es la misma voz que escuchó el concilio Vaticano II: sal, salid de esas posiciones teológicas fosilizadas, morales represivas, litúrgico-“tutamkamónicas” que venían de la historia, especialmente del siglo XIX. Haré de ti un gran pueblo, una nueva Iglesia, pueblo de Dios y te bendeciré.
Hoy en día las posiciones ideológicas de buena parte de la jerarquía católica y de laicos “anti-Francisco” son “anti-Transfiguración”; se encierran y arremeten contra el papa Francisco y no quieren salir de sus “cuarteles de invierno”, por lo que permanecen en posiciones ultramontanas, cuando ha despegado ya el avión de la libertad.
¿Sé salir de mi tierra, de mi ideología y posicionamiento en la vida
05.- Vivir es transfigurar las realidades de la vida,
La comida no es un mero engullir proteínas o lo que fuere por muy ecológicas y científicas que sean. “Comer” es convivir, compartir, acoger, celebrar, despedir, disfrutar. Y eso es transfigurar el pan, el vino, el agua, la mesa, la palabra, etc.
La sexualidad no es el simple ejercicio de unas funciones somático-genitales, sino que es amistad y amor, es encuentro, entrega, y acompañamiento en la vida, compartir, apoyarse y apoyar, procrear, educar, etc. Y eso es transfigurar lo meramente corpóreo en amor.
La piedra y el cemento, la madera o el hierro, no son para el ser humano meramente granito, roble o materias primas, sino que son el pre-románico de Leyre Aranzazu, el Peine de los Vientos, hospitales y quirófanos, libros, que, a su vez, se transforman en salud, cultura, vida. Y esto es transfigurar.
Transfigurar es salir de uno mismo, transformar, transcender la materialidad para llegar a una tierra nueva, una comprensión nueva, una vivencia de la realidad llena de luz y sentido. Estamos llamados a transfigurar, transformar la vida y llegar a Dios
La Eucaristía es una transfiguración. [3] Es importante que la transfiguración se realice en el pan y vino, pero más importante que seamos nosotros los que quedemos transfigurados.
Este es mi hijo amado, escuchadle
[1] San Juan lo dice de otra manera: En el principio existía la Palabra, la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios, (Jn 1,1). (Con el paso del tiempo y de la fe diremos que Jesús es Hijo de Dios)
[2] Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Primera parte. Desde el Bautismo a la Transfiguración, Ciudad del Vaticano, Librería Editrice Vaticana, 2007, Madrid, Ed La Esfera de los Libros, 2007, p 361.
[3] Trento hablaba de transubstanciación, pero es la misma historia.
Estoy segura de que pocas serán las personas que estén en desacuerdo conmigo si afirmo que estamos rodeados de ruido, de palabrería… de un exceso de información que normalmente nos lleva a la desinformación. Hablamos, hablamos… y escuchamos muy poco. Con frecuencia los diálogos se convierten en monólogos. Por ejemplo: estoy con unos amigos y me preguntan cómo me encuentro. “Fundamentalmente bien, pero este codo sigue dándome un poco la lata”, contesto. A continuación, empieza una perorata de los dolores personales de mis amigos, de los amigos de mis amigos y sus personas allegadas a quienes yo ni conozco. Y así podemos pasar más de 30 minutos en los que no he sentido ninguna acogida a lo primero que les comuniqué. Resumiendo: cada vez con más frecuencia encuentro a personas centradas en sí mismas, con muy poca capacidad de escucha y con mucha necesidad de ser escuchadas.
Estos días he leído, no sé bien dónde, que la escucha es uno de los mayores gestos de solidaridad. Si no escuchamos, no conoceremos la realidad que otra persona está viviendo y, si no la conocemos, difícilmente empatizaremos con ella.
Y ¿qué significa empatizar con la persona? “La empatía es la intención de comprender los sentimientos y emociones, intentando experimentar de forma objetiva y racional lo que siente otro individuo. La empatía hace que las personas se ayuden entre sí”.
Aquí es a donde yo quería ir a parar mediante esta serie de definiciones. Hace mucho tiempo que siento que el mundo iría mejor si fuéramos capaces de empatizar con la otra, con el otro, si fuéramos capaces de ponernos en lugar de las otras personas. Y para eso es necesario comunicar, no sólo oír, sino también escuchar.
“Escuchar con los oídos del corazón” es el bonito lema que la Iglesia ha elegido para la Jornada de las Comunicaciones Sociales en la Iglesia, celebrada el domingo de la Ascensión. No sé por qué, pero enseguida me vino un refrán, (¡qué sabio es el refranero español!) “Consejos vendo y para mí no tengo”. Y pienso en la escucha activa (léase un cierto retintín) de la Iglesia institución ante ciertos colectivos:
Escuchar a las mujeres que clamamos a voz en grito por la igualdad en la Iglesia.
Escuchar a los que han sido abusados en la Iglesia y que reclaman justicia y reparación.
Escuchar a gais y lesbianas que quieren sentir que la diversidad dentro de la Iglesia es una realidad
Escuchar a las personas más pobres y excluidas, las preferidos de Jesús de Nazaret; abrirles las puertas, aunque no vengan de Ucrania, sin exclusiones de ningún tipo.
Escuchar, siempre escuchar.
Dicen los obispos de la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales: «La propuesta de la Iglesia es, más que nunca, una escucha con el corazón que cuando habla no insulta, no calumnia, no engaña, no manipula, no viene a imponer ni a traicionar, sino que viene a aportar su grano de arena en la construcción del bien común». Amén. Así sea. Que no se queden en bla,bla,bla,bla…Y otra vez el refranero español: “mucho ruido y pocas nueces”.
Escuchar, comunicar, empatizar…, solo así seremos creíbles.
En 1953 en Cuba un grupo armado revolucionario liderado por Fidel Castro ataca el cuartel Moncada en Santiago de Cuba. Fue un intento fallido para derrocar al dictador. Ese mismo año en la URSS muere Stalin y, en Inglaterra, Isabel II es coronada Reina.
Además nací yo. Fue en Murcia, pero enseguida me acogió la capital del Reino, Madrid. Ya madurita empecé a viajar por los países del Sur y desde entonces me considero ciudadana del mundo. Un mundo en el que me gustaría que reinase la paz, la justicia y la igualdad. Y a esto he dedicado la mayor parte de mi vida: a trabajar por el Reino de Jesús aquí y ahora.
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
-“¿Qué mandamiento es el primero de todos?”
Respondió Jesús:
-“El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.“
El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
No hay mandamiento mayor que éstos.”
El escriba replicó:
-“Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.”
Jesús. Viendo, que había respondido sensatamente, le dijo:
–“No estás lejos del reino de Dios.”
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
*
Marcos 12, 28b-34
***
El rabí de Sasson contaba:
Aprendí de un campesino cómo deben amar los hombres. Este campesino se encontraba con otros en una hospedería y estaba bebiendo. Se quedó callado durante mucho tiempo con los otros, pero cuando el vino le movió el corazón, dirigiéndose a un compañero que se sentaba a su lado, le preguntó:
–Dime, ¿me quieres o no?
El otro respondió:
–Te quiero mucho.
Y dijo el campesino a su vez:
–Dices que me quieres mucho; sin embargo, no sabes lo que necesito. Si verdaderamente me quisieras, lo sabrías.
El amigo no se atrevió a rebatirle, y el campesino que le había preguntado calló de nuevo. Yo, en cambio, comprendí: amar a los hombres significa intentar conocer sus necesidades y sufrir sus penas
*
Martin Buber,
«Leggenda del Baal Sem»,
en G. Ravasi [ed.], // libro de¡ salmi: commento e attualizazione, Bolonia 1985, p. 694).
Bien sencillo. Este verano he recorrido bastantes iglesias y he participado en la celebración de ellas como un cristiano más. Y he vivido una experiencia que clama arreglo y pide cambio. En varias iglesias no se oye en las misas ni las lecturas ni la predicación ni las oraciones. Y todo porque el sistema de audición está en malas condiciones… Es algo urgente. No se oye al sacerdote que, ya muy mayor, no pronuncia claro o porque los altavoces están muy deficientes…
Es precisa una revisión de todo el sistema auditivo. Que los sacerdotes y lectores pronuncien, lean, prediquen muy claro pronunciando bien. Que los altavoces estén arreglados.
“¿Cómo creerán si no oyen?” ¿Y cómo oirán si no les llega clara y nítida la Palabra? Se da además la circunstancia de que las personas que escuchamos, somos mayores y con malas condiciones auditivas.
No sería nada superfluo que, aunque tarde, aprendamos a pronunciar con claridad y que hagamos esfuerzo por dejarnos oír. Aprender a vocalizar.
El leer y pronunciar claro nos lleva a transmitir mejor el Mensaje y a facilitar a los cristianos el oír y entender. Estos son los preludios. Pero hace falta “atención”. Necesitamos escuchar, acoger, profundizar la Palabra. Y por experiencia propia, no sería inútil el volver a leer las lecturas por segunda vez.
La Palabra es algo esencial en la celebración. Y bueno sería si personalmente leemos antes de ir a misa las lecturas que tocan y mucho mejor si las meditamos en casa. Y bueno es todo el sistema: pantalla, copias, silencio…
He visto que algunos presidentes de la celebración hacen una breve pero sustanciosa explicación de las lecturas para ponernos ya en pista a la hora de oír. Mucho cuidado para que la monición de introducción no sea un rollo repetitivo, sino que sea eficaz como espada que cala en el alma.
He visto que en algunas parroquias se reza el rosario y demás preces antes de misa. ¿No sería una oportunidad de cinco minutos para los que quieran escuchar la Palabra con un comentario interesante y vivo?
Para oír, se requiere silencio. Por eso, es fundamental que la comunidad aprendamos a vivir el silencio, a calar en el significado de las palabras. Decir, oír, escuchar, acoger, vivir. Un proceso para que la Palabra sea eficaz y cale.
Ahora sí, Señor,
ahora ya sé escuchar tu voz,
a pesar de mis prejuicios
y torpes decisiones diarias,
y creo en ella, con paz y alegría,
y deseo que deje huella en mi vida.
¡Tanto tiempo con la mochila a tope,
cansado desde el primer paso,
sudando la gota gorda,
sin poder levantar la vista,
doblegado y triste…
pensando que seguía tus huellas!
Pero Tú me has despertado
del falso sueño de las responsabilidades.
Has descargado mi mochila
de inútiles seguridades y falsas necesidades,
y me has dicho con voz amiga:
camina ligero de equipaje.
Y luego, como susurrando:
Normas de obligado cumplimiento
y un culto externo y vacío
atan el cuerpo y el espíritu
y pesan demasiado para el camino.
¡Yo quiero corazones libres y limpios!
Ahora sí, Señor,
ahora ya sé escuchar tu voz amiga
y su eco en el horizonte,
y estoy aprendiendo a aligerarme,
a caminar erguido
y a gozar de tu compañía.
Ahora sí, Señor,
camine o descanse,
te siento a mi lado,
y no me pesa la vida
ni el seguir tus huellas,
¡y me gusta escucharte!
¡Cómo estamos echando en falta en este tiempo de pandemia los encuentros con la familia, las amistades, los mismos hermanos! Nada los suple: ni el móvil, ni los emails, ni los guasaps, ni las videollamadas. Nada es como verse la cara, estrechar las manos, sentir el calor del abrazo y la caricia reconfortante. Nada suple al placer enorme de estar con otro en alegría y comunicación. Por eso, se nos hace angustiante no saber hasta cuándo va a durar esto, cuándo va a llegar el tiempo de los encuentros normales, aquellos sin los que el corazón no sabe vivir.
Lo sabemos: los encuentros son la mejor medicina contra la tristeza, el autodesprecio, los sentimientos de culpa, la falta de fuerza de voluntad. El encuentro despeja la mente, borra de los ojos la niebla que se pega con la soledad, devuelve el gozo de sentirse vivo palpando la vida de los otros. El aislamiento y el desencuentro son enfermedades graves porque roen el alma hasta dejarla vacía.
Podríamos entender y vivir el tiempo de Adviento como un tiempo propicio para incentivar y cultivar el encuentro. Adviento es tiempo de anhelos, de sueños compartidos, de otear el horizonte, de suspirar por lo que se busca, de preguntar con calidez por la presencia de quien se ama. Así se prepara la Navidad que es el tiempo del gran encuentro de un Dios que hambrea encontrarse con quien ama y que ha puesto carne a ese encuentro en la persona del Hermano Jesús, el que nació de María. Una vivencia explícita de la espiritualidad del Adviento como tiempo para el encuentro puede entreabrirnos las puertas de ese misterioso volcarse de Dios al camino humano.
Como luego diremos, el Papa Francisco desarrolla ampliamente en su encíclica Fratelli tutti la espiritualidad del encuentro. Y dice que la cultura del encuentro es como un poliedro de muchos lados: «El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible» (215).
Descubrir una vez más la belleza de este poliedro que es la vida en encuentro, en comunidad, en sociedad, puede ser una hermosa manera de vivir el Adviento 2020 y una forma explícita de apuntar bien al misterio de la Navidad. Que no pase en vano el kairós de este momento.
La razón poética
«La amistad herida por la decepción
es una arquitectura rota para siempre.
Podemos reconstruir catedrales,
podemos reconstruir palacios,
pero no hay andamios suficientes
para elevar de nuevo el edificio invisible
que dos amigos construyeron con lo mejor de sí mismos».
(R. Argullol, Poema, 1020)
Llama la atención este breve poema por su verdad: quien ha experimentado la decepción respecto a una persona amiga se le ha hecho trizas el edificio de su amistad y ha comprobado muchas veces que no tenía sentido reconstruirlo con los materiales del derribo. Es, quizá, una de las más amargas experiencias de la vida. Y no fácil de sobrellevar porque, a la vez que se comprueba esta destrucción, no puede dejarse de amar a aquella persona que fue un día su amor, aunque ahora no lo sea.
Pero, a la vez, hay resortes en las personas que las hacen capaces de imaginar la posibilidad de un nuevo encuentro tras el ineludible desencuentro. Si esto fuera posible, el nuevo encuentro no podrá basarse en el modo del anterior (el deslumbre del amor), sino que tendrá que tener un nuevo cimiento: la verdad compartida, la pobreza común, la pena acompañada, la tristeza ofrecida. Es otro cimiento, más humilde, pero no menos sólido. Otro edificio, el del encuentro verdadero, se pondrá en pie.
1. La luz de la Palabra: Lc 19,1-10
«Entró en Jericó y empezó a atravesar la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de recaudadores y además rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Entonces se adelantó corriendo y, para verlo, se subió a una higuera, porque iba a pasar por allí. Al llegar a aquel sitio, levantó Jesús la vista y le dijo: – Zaqueo, baja en seguida, que hoy tengo que alojarme en tu casa. Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver aquello, se pusieron todos a criticarlo diciendo: -¡Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador! Zaqueo se puso en pie y dirigiéndose al Señor le dijo: – La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien he extorsionado dinero, se lo restituiré cuatro veces. Jesús le contestó: – Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido y a salvarlo.».
· Leyendo los evangelios, uno cae inmediatamente en la cuenta de que Jesús fue un hombre de encuentros, no un solitario eremita que rehúye el trato con los otros. Necesitaba estos encuentros para hacer visible que el encuentro con el Dios de la compasión era posible. Los necesitaba también para dejar claro que la persona está destinada al encuentro como mayor fuente de dicha, objetivo final del reino Por eso, las páginas evangélicas están plagadas de encuentros, uno de ellos el que tuvo con Zaqueo.
· La problemática del encuentro con Zaqueo pivota sobre el problema del “alojarse”, ya que entrar a casa de un pecador es tener parte en su condición, hacerse cómplice de sus mismos delitos, contraer la misma impureza en la que se mueve tal sujeto. Por eso, uno que entra en casa de un pecador o es uno como él y por eso no tiene inconveniente en entrar o es un ingenuo, con lo que su reputación quedaría igualmente dañada. Jesús entra sabiendo que es un pecador pero pasando por alto su condición de recaudador. Él sabe saltar el muro de lo inmoral para dar con el núcleo de la dignidad.
· El verbo empleado para alojarse es katalyô (eisêlthe katalysai), algo impropio para este caso pero muy plástico. Viene a significar descansar, o hacer un alto en el camino. Propiamente es “desenganchar las bestias de tiro”. Es decir, cuando el viajero llega a un albergue (katalyma) avía las bestias en la cuadra y, una vez arregladas, sube al cuarto de huéspedes para cenar con tranquilidad. Es decir, Jesús se sienta ante Zaqueo como quien ya tiene todo arreglado, como quien tiene todo el tiempo del mundo para el encuentro, como quien se apresta a un diálogo largo y tranquilo. Jesús refleja así una realidad profunda: Dios se encuentra con la persona (aunque sea pecadora) con tranquilidad, sin prisas, con deleite incluso, como quien encuentra placer en la conversación. Un Dios de encuentros reconfortantes, ese es el Dios de Jesús.
· Puede haber aún otro matiz: katalyô puede significar soltar (lyô). El huésped que sube a cenar se “suelta” el ceñidor para estar más cómodo y hablar con mayor tranquilidad y disfrute. “se ha soltado el ceñidor en casa de un pecador…se ha puesto cómodo en casa de un pecador”, algo de eso, del mismo modo que muchas personas, en el intimidad, a la hora de la noche, se ponen cómodas vistiendo ya el pijama con el que van a ir a dormir. Jesús quiere reflejar el tipo de encuentro que la persona puede tener con Dios: un encuentro en la intimidad donde uno se siente cómodo, gozoso, dispuesto al diálogo, abierto a la novedad de la conversación.
· Son muchas las posibilidades de lectura de un relato. Este de Zaqueo ha sido leído tradicionalmente desde la perspectiva de la conversión, pero podría ser leído también desde la perspectiva del encuentro desvelando así la honda espiritualidad del encuentro de la persona con Dios. Desde ahí podría hacer parte del ánimo para el cultivo de la espiritualidad y la cultura del encuentro.
2. La cultura del encuentro en Fratelli tutti
Convencido el Papa a la altura de su existencia de que la vida es un tiempo de encuentro (66.215) y de que uno se realiza transcendiéndose en el encuentro con los otros (87.111) acuña el documento la expresión “cultura del encuentro” que se opone a la “cultura del enfrentamiento”, único camino para devolver la esperanza a la sociedad (32) superando el miedo que bloquea tal encuentro (41) y abriéndose a la escucha (48). Porque la cultura del encuentro «exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común» (232), el Papa está convencido de que «un camino de fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales» (59). La misma política, dirá luego, es cuestión de encuentros (165.190). Por todo esto llega a decir que «hablar de “cultura del encuentro” significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos» con sus diferencias (216-217). De ahí que el documento se anime a proponer «un encuentro social real pone en verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población» (219).
Como herramientas necesarias para el logro de esta cultura del encuentro, propone el Papa, en primer lugar, los trabajos por un gran pacto social que ponga «en verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población» (219). Ese pacto social ha de incluir, a su vez, un pacto cultural «que respete y asuma las diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que coexisten en la sociedad» (219). En segundo lugar se necesita emplear exhaustivamente la herramienta del diálogo, paciente y confiado (134). Se necesita una educación para el diálogo (103) para que pueda ser una realidad el diálogo con los diferentes (148). La certeza del valor imprescindible del diálogo se asienta en la certeza de que «un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una convicción propia» (203). Por eso el diálogo es imprescindible en la tarea política (196). El documento dedica casi un capítulo, el sexto, al diálogo que construye el amor social porque «el auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos» (203.219.262).
Otro elemento necesario para una saludable arquitectura social de encuentro es el de generar procesos de inclusión que tengan a raya la amenaza de la cultura del descarte (188). El Papa tiene una perspectiva clara: «La inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos» (69). De ahí que el documento recuerda a la cultura moderna, tan orgullosa de sus logros, que «al crecimiento de las innovaciones científicas y tecnológicas tendría que corresponder también una equidad y una inclusión social cada vez mayores» (31).
Más que en el apartado de la política, quizá haya que situar aquí un tema al que el documento dedica varios números: la memoria que aleja a la venganza. El olvido es inaceptable por lo que se precisa mantener viva la memoria (246). Nunca se avanza sin memoria (249). Pero ni la venganza ni la impunidad resuelven nada (251-252). El perdón resulta así elemento insustituible de la arquitectura de la paz para no caer en una paz aparente (236). Para el Papa la clave es tener controlada la sed de venganza (241-242.251) a la que opondría el arma de la bondad (243) manteniendo la fe de que en los procesos sociales la unidad es superior al conflicto (245).
3. Claves para el encuentro
– Acercarse: no ver al otro o al problema del otro como desde lejos. Intentar acercarse, informarse, preguntar, hacer una idea antes de emitir un juicio. Se trata de mirar con humanidad lo que nos rodea.
– Acoger: lo que significa intentar dejar de lado prejuicios, estereotipos, ideas preconcebidas. Poner en cuarentena experiencias negativas y apoyarse en las que hayan salido mejor.
– Escuchar: antes de hablar, dejar que el otro hable. Escuchar implicativamente, como quien tiene interés en lo que escucha, no como quien oye llover. Tratar de escuchar sin que lo que escucha levante oleadas de indignación interior. Intentar mantener la calma ante lo que se oye y no se está de acuerdo.
– Ofrecer: hacer ofrenda de algo de uno mismo hacia el otro. Creer que sin ofrenda no es fácil encontrar vías comunes de convivencia. Ofrendar no quiere decir renunciar a lo que uno vive y siente; es poner un poco de lo tuyo en la “cesta” del otro.
– Creer: no quizá en el otro, porque eso cuesta mucho aunque esa “fe” es la verdadera esencia del encuentro. Pensar, al menos, que, aun estando en posiciones distintas, se puede tener una parte, siquiera pequeña, en común. Que se pueden encontrar lugares comunes de participación y tramos de camino compartidos.
– Salvarse: nos salvamos todos o no se salva nadie, dice el papa Francisco (FT 137). No ceder al “sálvese quien pueda” del individualismo y de quien se cree más fuerte. Desear el encuentro común que “salve” a todos, sobre todo a quien tiene menos posibilidad de participar en una salvación humanizadora.
4. Itinerario para el tiempo de Adviento:
· Semana 1ª (29 nov.6 dic.): fomentar los encuentros cercanos (comunidad, grupo de fe, parroquia, etc.). Tratar de ser mediación explícita de encuentro.
· Semana 2ª: (7-13 dic.): pensar cómo vamos a ser personas de encuentro con los cristianos que no piensan como nosotros, que no tienen la misma sensibilidad. Qué es lo importante y qué es lo relativo.
· Semana 3ª (14-20 dic.): pensar si puedo participar en algún encuentro ciudadano que me hable de mi ser pueblo con otros.
· Semana 4ª: (21-24 dic.): ver si puedo encontrarme con los lejanos, quienes cruzan el Mediterráneo. Mirar la página de Open Arms y sentirse interpelado.
Que el Adviento 2020 pueda ser un tiempo hermoso para vivir en el poliedro de la realidad y abrir caminos más anchos al encuentro de corazones, de caminos y de proyectos. Que la humanidad sea, por Jesús encarnado, un hogar para toda persona y la creación un casa común para toda creatura. Que nos encontremos con el Dios del encentro y con toda creatura en el encontradizo Jesús que anda por los caminos.
José María Bautista acaba de ultimar su cuarta publicación sobre las distintas generaciones. La última, para el cambio de liderazgo. Es fecundísimo. En ellas va describiendo las características de cada edad en la vida.
Pero pone en interrogante todos nuestros conocimientos y nuestros convencimientos. Al leerlo siento que necesito un cambio radical en mis planteamientos pastorales. Cuando leo Aprendizaje Espiritual -en cualquiera de sus cuatro libros- me voy dando cuenta de que muchas veces estoy transmitiendo un lenguaje, un contenido, unos símbolos, una pedagogía que son propios de mediados del siglo 20 y resulta que, lo quiera o no, hoy estamos y están viviendo las personas en el siglo 21 y a toda marcha.
Y ahí se trasluce la concepción de las cosas de siglos pasados. Por eso, no estoy dialogando con los jóvenes de hoy: no funciono con sus símbolos, no conecto con sus canciones, no vivo sus valores. No descubro ahí la Buena Nueva.
Lo que más me afecta es que evangelizar no es transmitir ideas y mensajes para convencerles de mi fe, sino aprender a evangelizar desde el acontecer cotidiano, buscando las huellas de Dios en ellos y en su vida.
Para ver el acontecer diario, hay que escucharlos y conectar con ellos. No se trata de evangelizarles sino dejarnos evangelizar por ellos, porque Dios está y actúa ahí. Se trata de generar expectativas en ellos y seguirles en su crecimiento.
No se trata de transmitirles la fe, porque eso es un don de Dios. Jesús no lo hizo. Jesús contaba parábolas. Jesús no construía el Reino; lo acogía. Por eso la pedagogía no ha de ser transmitir, sino escuchar, escuchar y escuchar. El mejor indicador es revisar si nuestra teología es la del anuncio y la escucha.
Evangelizar, nos dice, no es otra cosa que confiar ciegamente en las personas y creer que ellas encontrarán su propio camino. Porque en ellas actúa Dios.
Tenemos la oportunidad de actualizar los relatos de Jesús con las palabras y las realidades de hoy, con parábolas de hoy.
El grave problema no está en que la sociedad no es religiosa, sino en que los que somos religiosos no estamos en la sociedad actual.
En la Fiesta de san José que, queremos traerlo al blog y recordar su decisivo papel… Y, cómo no, felicitar a los josés y josefas y a todos los valencianos y valencianas que celebran sus fiestas…
Dios dirige la historia. Para ello se sirve de personas elegidas. Cada vez que hay un acontecimiento importante en la historia de la salvación, allí aparece una mujer o un varón como mediadores de la obra de Dios o transmisores de su voluntad. El acontecimiento más importante de la historia de la salvación es el nacimiento del Hijo de Dios. Para hacerse hombre, Dios necesitaba de una familia. El nombre de José está indisociablemente ligado al misterio de Jesús. Y si el ángel es un signo de que Dios se hace presente en la vida de una persona para comunicarle alguno de sus designios o para cuidarle en una situación de necesidad, Dios mismo se hizo presente a José, por medio de su ángel. Según el evangelio de Mateo a quién primero se le revela el misterio que alberga el vientre de su esposa, es a José (Mt 1,20).
Como suele suceder con todas aquellas personas a las que se les encomiendan misiones importantes, José es un hombre discreto. Su presencia es silenciosa. En la relación de José con Jesús, cabría aplicar al primero estas palabras: “es preciso que él (o sea, Jesús) crezca y que yo disminuya” (Jn 3,30). José (lo mismo que su esposa) no se entiende en función de sí mismo, sino al servicio de Jesús y de su misterio. Saber estar en función de otro no es fácil, pero es uno de los modos más bellos de amar. El silencio de José (lo escribí en otro post), no tiene nada de ingenuo. Es el silencio del que escucha atentamente para así poder servir mejor.
José, cabeza de familia, pone nombre al niño (Mt 1,21). Los nombres (más para los antiguos que para los modernos) denotan una identidad. El nombre de Jesús significa “Dios salva”. Además de señalar la identidad del niño, José hace algo más: entronca a su hijo con el linaje de David (Rm 1,3), haciendo así posible un elemento fundamental del mesianismo de Jesús y el cumplimiento de las profecías. La necesidad de José es estrictamente teológica (tal como señalé en otro post). No hay necesidad mayor. Etimológicamente el nombre de José proviene del verbo hebreo “añadir”. En nuestro caso, no es un añadido “desde fuera”, como una especie de tapadera prescindible, sino un añadido necesario para entender el mesianismo de Jesús.
Probablemente es el miedo lo que más paraliza a los cristianos en el seguimiento fiel a Jesucristo. En la Iglesia actual hay pecado y debilidad, pero hay sobre todo miedo a correr riesgos. Hemos comenzado el tercer milenio sin audacia para renovar creativamente la vivencia de la fe cristiana. No es difícil señalar alguno de estos miedos.
Tenemos miedo a lo nuevo, como si «conservar el pasado» garantizara automáticamente la fidelidad al Evangelio. Es cierto que el Concilio Vaticano II afirmó de manera rotunda que en la Iglesia ha de haber «una constante reforma», pues «como institución humana la necesita permanentemente». Sin embargo, no es menos cierto que lo que mueve en estos momentos a la Iglesia no es tanto un espíritu de renovación cuanto un instinto de conservación.
Tenemos miedo para asumir las tensiones y conflictos que lleva consigo buscar la fidelidad al evangelio. Nos callamos cuando tendríamos que hablar; nos inhibimos cuando deberíamos intervenir. Se prohíbe el debate de cuestiones importantes, para evitar planteamientos que pueden inquietar; preferimos la adhesión rutinaria que no trae problemas ni disgusta a la jerarquía.
Tenemos miedo a la investigación teológica creativa. Miedo a revisar ritos y lenguajes litúrgicos que no favorecen hoy la celebración viva de la fe. Miedo a hablar de los «derechos humanos» dentro de la Iglesia. Miedo a reconocer prácticamente a la mujer un lugar más acorde con el espíritu de Jesús.
Tenemos miedo a anteponer la misericordia por encima de todo, olvidando que la Iglesia no ha recibido el «ministerio del juicio y la condena», sino el «ministerio de la reconciliación». Hay miedo a acoger a los pecadores como lo hacía Jesús. Difícilmente se dirá hoy de la Iglesia que es «amiga de pecadores», como se decía de su Maestro.
Según el relato evangélico, los discípulos caen por tierra «llenos de miedo» al oír una voz que les dice: «Este es mi Hijo amado… escuchadlo». Da miedo escuchar solo a Jesús. Es el mismo Jesús quien se acerca, los toca y les dice: «Levantaos, no tengáis miedo». Solo el contacto vivo con Cristo nos podría liberar de tanto miedo.
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