No con conciencia dudosa, sino cierta, Señor, te amo yo. Heriste mi corazón con tu palabra y te amé. Mas también el cielo y la tierra y todo cuanto en ellos se contiene he aquí que me dicen de todas partes que te ame; ni cesan de decírselo a todos, a fin de que sean inexcusables.
Sin embargo, tú te compadecerás más altamente de quien te compadecieres y prestarás más tu misericordia con quien fueses misericordioso: de otro modo, el cielo y la tierra cantarían tus alabanzas a sordos.
Y ¿qué es lo que amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo, no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos; no dulces melodías de toda clase de cantilenas, no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas; no manas ni mieles, no miembros gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento, y cierto amplexo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío interior, donde resplandece a mi alma lo que no se consume comiendo, y se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios .
*
Confesiones X, 6,8.
***
Agustín nació en Tagaste el 13 de noviembre del año 354. Fue educado siguiendo los hábitos cristianos de su madre, Mónica, y, como se reveló enseguida como un ¡oven de prometedoras cualidades, fue encaminado a la carrera de retórica. Ya desde los tiempos de estudio en Cartago estuvo marcado por una incomodidad interior que le llevaría lejos. La primera respuesta a esta sed de totalidad fue una vida mundana tejida por varios vínculos, más o menos límpidos. Ahora bien, la inquietud es también sed y búsqueda de la verdad: se apasiona con la lectura del Ortensio de Cicerón, lee la Sagrada Escritura, pero no se entusiasma con ella y acaba por adherirse al racionalismo y al materialismo de la secta de los maniqueos. Tras haber enseñado en Tagaste y en Cartago, se traslada primero a Roma (383) y después a Milán (384). Aauí su viaje espiritual da un viraje decisivo: conoce y escucha al obispo Ambrosio, revisa sus posiciones sobre la Iglesia católica, vuelve a leer la Sagrada Escritura y, en medio de la lucha entre sus antiguos hábitos de vida y los nuevos impulsos interiores, al final se abre a la luz y a la riqueza de Cristo.
Fue bautizado el año 387 por Ambrosio. Decidido a volver a África, se establece en Tagaste y funda allí su primera comunidad monástica, siguiendo el modelo de la comunidad cristiana de Jerusalén. En el año 391 fue ordenado sacerdote por el obispo Valerio, a quien en el 395 le sucede en la guía de la diócesis de Hipona. Desde entonces se dedicó por completo a la vida de la Iglesia -ministerio de la Palabra, defensa de la fe-, aunque prosigue con la experiencia de vida común con un grupo de hermanos monjes, a los que traslada al episcopio. Escribió más de doscientos libros y casi un millar de documentos, entre sermones y cartas. Murió el 28 de agosto del año 430. Hasta tal punto fue hijo de la Iglesia que se convirtió en padre… y doctor.
En Agustín no vivió un solo hombre: vivió en él la criatura de carne y hueso, de nervios y sangre, con su desarrollo misterioso, múltiple; vivió el escritor, conjuntamente sumo escritor, sumo filósofo, sumo teólogo, y sobre cualquier otra cosa poeta sumo de los afectos y de las verdades; vivió el cristiano y el monje, el sacerdote y el obispo, el santo. Recibió de Dios toaos los clones más altos: una juventud tempestuosa, la palabra creadora, el silencio inenarrable de la oración, la fuerza necesaria para gobernar su ánimo en la navegación ultraterrena y en el aura de lo divino. Experiencia de hijo y de padre, de pecador desbandado y de obispo muy rígido, de escolar y profesor y, por tanto, de maestro de su pueblo y de todo el Occidente; de mundano y de monje, de escritor y de filósofo, de polemista y de amigo, de pensador y de contradictor y orador.
En todos esos pasajes no perdáis nada de su riquísima y potentísima humanidad: todo lo llevó consigo y lo fundió en el ardor y en la luz única de su santidad doloroso y extática. Amó, y de su experiencia de amor surgirá un amor a Dios, tal vez el más elevado que jamás haya salido de corazón humano […].
Cuando moría Agustín en su ciudad asediada, no moría nada: nacía, para él, en los cielos amados sin paz y deseados sin tregua; nacía, para nosotros, en nuestra historia y en nuestra alma. Desde aquel día hay algo de agustiniano tanto en la historia de todos los hombres como en la historia de cada uno de ellos.
*
G. de Luca, Sant’Agostino. Scrítti d’occasione e traduzioni
Comentarios desactivados en “Un nuevo modo de ser Iglesia”, por Gabriel Mª Otalora
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| Gabriel Mª Otalora
Mi amigo Juanjo Irala me recuerda y comparte una noticia que apareció en la revista diocesana de Bizkaia (Alkarren barri) en noviembre de 2021. ¿Y dónde está la novedad en mayo de 2024? Pues sencillamente, en que dicha noticia resulta más actual si cabe que entonces. Voy a explicarme:
Dicha reseña informaba del paso por Bilbao de Rafael Luciani, miembro de la Comisión Teológica del Sínodo de la Sinodalidad, invitado por el Instituto Diocesano de Teología y Pastoral de Bizkaia para la conferencia inaugural del curso pastoral 2021-2022. Lo que mantiene su actualidad es que centró su disertación en la necesaria “conversión personal de las mentalidades” junto a la necesaria “conversión de las estructuras” eclesiales “para que la participación y corresponsabilidad de todos pueda ser efectiva y no solamente afectiva”. Conversión necesaria de las actitudes y las instituciones.
Noticia es también que las dos páginas que trataban del tema han pasado más bien desapercibidas, en cuanto al avance en la construcción de ese nuevo modo de ser Iglesia. Luciani desgranó los principales significados que supone esta formidable apuesta del Papa Francisco por una Iglesia renovada, en medio de tantas reticencias y ausencia de liderazgo que el Papa pidió a los obispos en el interregno hasta octubre, cuando se celebre el Sínodo de la Sinodalidad. Se ha estancado la reforma principal, la del corazón, para que sea efectiva la reforma institucional consiguiente.
Ahí van las pistas sinodales que dejó entonces Rafael Luciani, que se me antojan más acuciantes ahora que en 2021:
Renovada recepción del Concilio Vaticano II. La sinodalidad va más allá de una reorganización estructural. Apunta también a cómo queremos caminar, a la manera de comunicarnos, las dinámicas organizativas y repensar las estructuras eclesiales.
Nuevo modelo institucional de Iglesia. En este reto debemos participar todos y todas.
Otro modelo de ser, de vivir y de operar en la Iglesia: responde a una espiritualidad que debe calar en las actitudes en el modo de operar en la Iglesia. Lleva implícita una dinámica de reaprender.
Reforma de las estructuras eclesiales: el modelo clerical institucional es un problema sistémico estructural. Estamos ante una patología del poder eclesial.
La corresponsabiliad pasa a ser esencial, y no auxiliar. Se recupera el concepto de entender el Pueblo de Dios como totalidad. En consecuencia, todos tendremos deberes y derechos por el Bautismo a partir de consensos y de la mutua comprensión entre diferentes.
La escucha recíproca. También aquítodos tenemos algo que aprender.
Repensarnos desde nuestra realidad teológica y cultural local. Existen 3 maneras de construir sinodalidad en lo local: a) La escucha comunitaria de la palabra y la celebración de la Eucaristía. b) Adaptación de las estructuras para avanzar hacia la sinodalidad. c) Consulta en las parroquias para discernir y tomar decisiones.
Tomarnos en serio que la Iglesia pertenece a todo el pueblo de Dios. La autoridad, pues, de servicio, que debe ser ejercida en el marco de la sinodalidad para una Iglesia fecunda y unida.
Releo los contenidos y, efectivamente, parece inexplicable que semejante llamada en 2021 parezca casi novedosa a mediados de 2024. Fue en Bizkaia, pero podía haber sido en cualquier otra diócesis. Pues que estas reflexiones sirvan para dar pasos hacia la sensibilización que propicie otro modo de ser y vivir eclesial. Nos jugamos la evangelización, también en lo local.
No hay mejor noticia, me parece, que podamos trabajar en el marco de la fiesta de Pentecostés.
Comentarios desactivados en “La conversión fundamental”, por Juan Zapatero
Una de las invitaciones frecuentes que la Iglesia repite con más insistencia a sus fieles, durante el tiempo de Cuaresma, es, sin ningún género de duda, la invitación a la conversión. De hecho las palabras que dirige el sacerdote o el representante de la comunidad a la persona que se acerca para que le imponga la ceniza, durante el Miércoles de dicho nombre, van claramente en esta dirección: “Conviértete y cree en el Evangelio“.
Si nos atenemos a lo que dice la RAE sobre “convertirse“, encontramos entre otras acepciones, la de “transformarse”, “hacer que alguien cambie o cambiar uno mismo”, “moverse de un sitio para trasladarse a otro”, etc.
Para comenzar, debo decir que mis recuerdos, siendo niño o recién estrenada la juventud, por ser el momento en que yo era más consciente, respecto a la Cuaresma, eran de que se trataba de un tiempo muy especial, un tiempo privilegiado de gracia, nos decían, que debíamos aprovechar para profundizar y ahondar en nuestra conversión. Cabe recordar, en este sentido, aquellas tandas de ejercicios espirituales, conferencias cuaresmales, etc., separadas en muchos casos por razón de edad y de sexo, durante el tiempo que duraba dicha práctica, en que se nos insistía y advertía de la necesidad de cambiar nuestras vidas. Un cambio centrado, sobre todo, en eliminar, más que estructuras y actitudes arraigadas a nivel personal, acciones concretas negativas o contrarias a la moralidad vigente en el momento (recuerdo aquellas subidas del tono de la voz, por parte de los predicadores, cuando sacaban a colación el tema de las blasfemias).
A ello iban dirigidas aquellas pláticas, prédicas y sermones encaminados a mover los sentimientos de la gente allí presente, con el fin de ayudarlos a que se reconocieran pecadores por haber transgredido las leyes morales y los preceptos prescritos por la Iglesia. Se recomendaba de manera encarecida a los asistentes, una vez acabados los días que duraban los ejercicios o en cualquier momento de la Cuaresma, a hacer una “buena” confesión que, si era general, mejor que mejor. Solían centrarse los predicadores en actitudes relacionadas con posibles prácticas viciadas de la vida, relacionadas casi siempre con los “mismos” o con el “mismo” mandamiento de la ley de Dios. Una vez recibida la absolución y rezadas las oraciones pertinentes, impuestas por el confesor como penitencia, se volvía a la vida diaria procurando evitar cometer los pecados confesados o, como mínimo, retardarlos el máximo tiempo posible.
Quienes contáis con algunos años, recordaréis aquel doble tipo de dolor de los pecados sobre el que nos hablaba el catecismo: el de contrición y el de atrición, necesarios en toda confesión. Al primero se le denominaba “perfecto” por el reconocimiento por parte del pecador de haber ofendido a Dios “por su bondad infinita”, según las propias palabras del catecismo. Al de atricción, en cambio, se le llamaba “imperfecto“, porque el motivo del dolor de los propios pecados no era otro que el miedo a las penas del infierno.
Dejando atrás semejantes distingos del catecismo de entonces, propios de la época y del tipo de moral del momento, pienso que tiene sentido seguir hablando hoy de la “conversión“, ahondando o, si se me permite, puliendo un tanto aquella idea de “contrición” de entonces.
Creo que se hace necesario, por lo que a la conversión se refiere, dejar un poco de lado el punto de la conversión “desde donde“, para centrarnos más en el de la conversión “hacia dónde”. Porque tengo muy claro personalmente que es desde lo segundo que la persona puede llegar a conseguir la “conversión fundamental”. Necesitamos dejar de dar el protagonismo a nuestras miserias y deficiencias, sin olvidarlas, claro, sólo faltaba!, para decidirnos de una vez por todas a poner todo nuestro empeño en apostar por el Dios que Jesús nos presenta en el Evangelio (de ahí el “Conviértete y cree en el Evangelio). Que no es otro que el Dios (Abba) que ama y perdona sin condiciones y, por ello, salía cada tarde, y continúa saliendo también hoy cada día, a ver si retorna el hijo que se ha apartado de Él.
Creo que sigue siendo esta la asignatura pendiente para los creyentes en general y para los cristianos, ¿católicos?, en particular. Porque, mientras no se produzca en nosotros este cambio radical y profundo (metanoia), continuaremos por los derroteros de “negar las bendiciones…”, por parte de unos y de que “dichas bendiciones no duren más de quince segundos”, por parte de otros (perdóneseme, por favor, la alusión a tan triste episodio).
No he querido hablar una vez más de la conversión, a secas, aprovechando el tiempo litúrgico en que estamos. He pretendido, sencillamente, hacer hincapié en que sólo desde “la conversión fundamental”, que no es otra que la vuelta al Dios del amor y la bondad, nuestras deficiencias y miserias dejarán de tener el protagonismo, para otorgárselo al Dios del amor y la misericordia; anticipándonos, en todo caso, a aquel “Oh feliz culpa…”, de la Vigilia Pascual.
Comentarios desactivados en “Actualizar la Cuaresma”, por Gabriel Mª Otalora.
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| Gabriel Mª Otalora
Llamamos Cuaresma al periodo de 40 días (cuadragésima) como tiempo de preparación de la Pascua. Esto es importante y se nos olvida: que no es solo una puerta estrecha, ni el objetivo es la mortificación. Ocurre lo mismo cuando subimos una montaña para disfrutar de las vistas y tonificar el cuerpo: el objetivo no es el cansancio, el esfuerzo muscular, el frío o el calor del camino, sino las vistas maravillosas, el reponer fuerzas en la cima compartiendo un buen refrigerio, el haberlo conseguido y el placer de la experiencia vivida.
Por eso entiendo mal el aspecto de las procesiones de Semana Santa, centradas en el Viernes Santo, e incluso en el dolorismo que a veces lo impregna todo. La Cuaresma y la Semana Santa apuntan a lo esencial: a la Pascua, al paso del Señor de la muerte a la Vida, con lo que esto supone de esperanza y tarea a nuestro alrededor. La razón de ser de la Cuaresma es justamente prepararse para vivir la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte, que no tiene la última palabra. Buena Noticia, sin duda.
Naturalmente que para ello hay que esforzarse en el tiempo cuaresmal de cara al compromiso evangelizador a base de ejemplo. Es un mandato principal que los medios para lograrlo no deben despistarnos, y mucho menos convertirlos en fines. La Cuaresma en el siglo XXI no ha cambiado en su fundamento, pero, como decía Juan XXIII, hay que estar con “los signos de los tiempos” a la hora de su aplicación por cada creyente.
Cuaresma significa cambio a mejor. Es un tiempo fuerte para vivir con una doble mirada, primero interior, y desde ahí a nuestro alrededor con los ojos de Dios. Lo cierto es que la palabra “conversión” está devaluada, ahora se percibe como un retroceso al pasado, algo obsoleto y anacrónico… ¿Qué significa “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15)? En positivo es una mejora en nuestras actitudes personales para que generen amor en sus diferentes formas (compasión, ayuda, aceptación, comprensión, escucha…). En negativo es el esfuerzo por domeñar aquellas actitudes no son acordes con la Buena Noticia que Jesús vivió y predicó.
Conversión para ser la mejor posibilidad de cada uno, sin quedarnos en una Cuaresma de solo privaciones y normas… Es algo más exigente que el cumplimiento del “cumplo y miento”. Es corregir las desviaciones del corazón y orientarlo de nuevo hacia Dios. La conversión interior, la que cuesta mucho más que los sacrificios tradicionales.
¿Qué nos dice el Papa del tiempo de Cuaresma? El camino de conversión cuaresmal se manifiesta en hechos concretos, de hacer o de no hacer. Para esta Cuaresma 2024, Francisco nos propone reflexionar sobre la esclavitud (consumismo y otras adicciones) y la libertad (para convertirla en amor). “No se trata solamente de tomar distancia del mal, sino de poner en práctica todo el bien posible: esto es convertirse”. El Señor es capaz de “hacer este milagro”, es decir, “cambiarnos”, no de un día para el otro, sino en el camino de toda la vida.
CONVERSIÓN Y SINODALIDAD
Palabras del Papa: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual, más que para la auto-preservación”. La reforma de estructuras que exige la conversión de nuestras actitudes sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida” al mundo (EG 27).
De este modo, la conversión personal y pastoral es presentada como la condición sin la cual no habrá una verdadera reforma eclesial. Más importante es cambiar las actitudes que las estructuras, que también, porque lo importante es vivir el Mensaje como Pueblo de Dios, y no la institución eclesial, que es un medio operativo para el fin. De hecho, la conversión pastoral está ahora relacionada con las “reformas espirituales, pastorales e institucionales” (Aparecida 367).
Se ha recalcado mucho la importancia de la formación permanente. Pero Francisco afirma: no es suficiente, porque se necesita también y, sobre todo, “una conversión y una purificación permanente”. Sin ella, “el esfuerzo funcional sería inútil”.
El Papa propone “dos caminos” que nos desafía a que continuamos el viaje sinodal eclesial. El primer camino es la oración: Tenemos que escuchar a Jesús para llevar a cabo la misión. La Cuaresma es un tiempo de gracia en la medida en que escuchamos a Jesús en la Palabra, pero también en los acontecimientos de la vida. Y lo segundo escucha también a nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia. Esto es difícil, ¡pero es una estupenda penitencia!
Mientras continuamos nuestro camino hacia la alegría pascual, meta de la Cuaresma, nos esforzamos en la conversión -mediante el ayuno, la limosna y oración cuaresmales-, entendida de manera amplia. Va mucho más de lo litúrgico y doctrinal. Va de llevar la cruz de cada día a la manera en que la vivió Jesús, transformándola en amor.
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Anthem
Los pájaros cantaron
Al amanecer
Empieza otra vez
Los oí decir
No te detengas en lo que
Ya se ha ido
O lo que aún no ha sido
Sí, las guerras
Serán libradas otra vez
La paloma sagrada
Será capturada otra vez
Comprada y vendida
Y comprada otra vez
La paloma nunca es libre
Toquen las campanas que aún suenan Olviden sus sacrificios perfectos Hay una grieta, una grieta en todas las cosas Así es como entra la luz
Pedimos señales
Las señales fueron enviadas:
El nacimiento traicionado
El matrimonio gastado
Sí, la viudez
De todo gobierno
Señalеs que pudieran ver todos
Ya no puеdo correr más
Con esa multitud sin ley
Mientras los asesinos en lugares altos
Dicen sus plegarias en voz alta
Pero han convocado, han convocado
Una nube de tormenta
Y lo van a oír de mí
Toquen las campanas que aún suenan Olviden sus sacrificios perfectos Hay una grieta, una grieta en todas las cosas Así es como entra la luz
Puedes juntar las partes
No obtendrás la suma
Puedes iniciar la marcha
No hay un tambor
Todo corazón, todo corazón
Al amor vendrá
Pero como un refugiado
Toquen las campanas que aún suenan Olviden sus sacrificios perfectos Hay una grieta, una grieta en todas las cosas Así es como entra la luz
Toquen las campanas que aún suenan Olviden sus sacrificios perfectos Hay una grieta, una grieta en todas las cosas Así es como entra la luz Así es como entra la luz Así es como entra la luz
*
Leonar Cohen
***
***
El Espíritu empujó a Jesús al desierto.
Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás;
vivía entre alimañas, y los ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.”
*
(Marcos 1, 12-15)
***
Hacerse hombre significa hacerse “pobre”, no tener nada con que presentarme fuerte frente a Dios, ningún apoyo, ninguna fuerza o seguridad fuera del compromiso y el sacrificio del propio corazón. El llegar a ser hombre viene a ser como la confesión de la pobreza del espíritu humano frente a la reivindicación total de la inaccesible trascendencia de Dios. Con la valentía de esta pobreza comenzó la aventura divina de nuestra salvación. Jesús no se tuvo por nada ni se defendía con nada, ni siquiera con su origen. Satanás, por el contrario, trata de impedir esta pobreza radical. Quiere hacer a Jesús fuerte, porque sólo teme una cosa: la impotencia de Dios en la naturaleza humana que asumió, Dios en un corazón humano destinado al sacrificio, que desde la fidelidad incondicional a su innata pobreza sufre desde dentro – y por lo tanto salva la necesidad y perdición del hombre.
Por eso la tentación de Satanás es un atentado contra el autoaniquilamiento de Dios, una tentación contra la seguridad y “riqueza de espíritu”, contra la divinidad de Jesús, un sondeo a la seriedad y grandeza de su humanidad. Desde los comienzos hizo y hace lo mismo, y siempre le reconoceremos por las palabras: “Seréis como dioses”. Esta es la tentación de las tentaciones, con mil variaciones: la tentación contra la verdad de la naturaleza asignada al hombre. El pretende que la tierra sea exclusivamente suya, y con la tierra también el hombre: el hombre, en torno al cual se combatía antes de despertarse al alba de su libertad de suerte que ya nunca se le podía pedir e invitar a tomar una decisión libre por sí mismo de manera desinteresada, pero siempre o cortejado amigablemente o astutamente atacado.
*
J. B. Metz, Pobreza en el Espíritu. Meditaciones teológicas, Brescia 1968, 105.
Hoy, miércoles de Ceniza, que marca la entrada en la Cuaresma se nos invita a volvernos totalmente a Dios y tomar el camino que nos llevará a la Pascua, para revestir con Cristo la posesión del Resucitado. Y cuando se nos imponga sobre nuestra frente la ceniza penitencial, pensemos en qué es en realidad cumplir el mandato de “Conviértete y cree en el Evangelio”… Conversión no es sino retomar el rumbo, encontrar el camino, hacer realidad el mandato de Jesús, único mandato en realidad: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” que nos pide Jesús…
40 días que se nos dan para seguir un camino:
Ruta de conversión
Camino de fe
Ruta de confianza
Camino de Resurrección.
Es en la oración, el ayuno y el compartir con discreción y humildad a imagen de nuestra comunidad que Dios nos llama a tomar nuestro bastón de peregrino.
¿Y si en el camino me dejo buscar por Cristo?
¿Y si en el camino me dejo mirar por Cristo?
¿Y si en el camino me dejo amar por Cristo?
¿Y si en el camino me dejé servir por Cristo?
Entonces podría amar como Él.
Podría servir como Él.
Muéstrame Señor el camino del Amor para que la mañana de Pascua, en la alegría del encuentro yo reconozca al Resucitado.
Arrepentimiento no equivale a autocompasión o remordimiento, sino a conversión, a volver a centrar nuestra vida en la Trinidad. No significa mirar atrás disgustado, sino hacia adelante esperanzado. Ni es mirar hacia abajo a nuestros fallos, sino a lo alto, al amor de Dios. Significa mirar no aquello que no hemos logrado ser, sino a lo que con la gracia divina podemos llegar a ser […].
El arrepentimiento, o cambio de mentalidad, lleva a la vigilancia, que significa, entre otras cosas, estar presentes donde estamos, en este punto específico del espacio, en este particular momento de tiempo. Creciendo en vigilancia y en conocimiento de uno mismo, el hombre comienza a adquirir capacidad de juicio y discernimiento: aprende a ver la diferencia entre el bien y el mal, entre lo superfluo y lo esencial; aprende, por tanto, a guardar el propio corazón, cerrando la puerta a las tentaciones o provocaciones del enemigo. Un aspecto esencial de la guarda del corazón es la lucha contra las pasiones: deben purificarse, no matarse; educarse, no erradicarse. A nivel del alma, las pasiones se purifican con la oración, la práctica regular de los sacramentos, la lectura cotidiana de la Escritura; alimentando la mente pensando en lo que es bueno y con actos concretos de servicio amoroso a los demás. A nivel corporal, las pasiones se purifican sobre todo con el ayuno y la abstinencia.
La purificación de las pasiones lleva a su fin, por gracia de Dios, a la “ausencia de pasiones”, un estado positivo de libertad espiritual en el que no cedemos a las tentaciones, en el que se pasa de una inmadurez de miedo y sospecha a una madurez de inocencia y confianza. Ausencia de pasiones significa que no somos dominados por el egoísmo o los deseos incontrolados y que así llegamos a ser capaces de un verdadero amor.
*
K. Ware, Diré Dio ogg’i. Il cammino del cristiano,
Magnano 1998, 182-185 passim.
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Saulo de Tarso, antes de su conversión, era un judío convencido de su religión y totalmente contrario a la nueva fe que empezaba a difundirse por Palestina y sus alrededores.
Tuvo alguna responsabilidad también en el martirio de san Esteban, protomártir, del que se habla en los Hechos de los apóstoles. Saulo encontró a Jesús resucitado en el camino de Damasco y este acontecimiento cambió de manera radical su modo de creer y de pensar. El Señor resucitado se convirtió en el centro de su espiritualidad y de su teología. Una vez apóstol del Evangelio, Pablo estableció en Antioquía de Siria el punto de partida de sus viajes misioneros, donde aparece como testigo infatigable de la fe en Jesús resucitado. Estos viajes le incitaron a escribir diversas cartas a las distintas comunidades cristianas que había fundado. Pablo, verdadero y auténtico apóstol, siempre llevó buen cuidado en «volver» a Jerusalén, con el deseo de confrontarse con los apóstoles de Jesús a fin de no correr en vano.
No quieras buscar ninguna cosa fuera del Señor; busca al Señor y él te escuchará; y mientras todavía estés hablando, te dirá: «Estoy aquí». ¿Qué significa «Estoy aquí»? Estoy presente. ¿Qué quieres, qué esperas de mí? Todo lo que puedo darte es nada en comparación conmigo. Tómame a mí mismo, goza de mí, acércate a mí. Aún no puedes hacerlo del todo, pero tócame con la fe y quedarás inseparablemente unido a mí, y yo te libraré de todos tus fardos, para que puedas adherirte a mí por completo.
*
Agustín de Hipona, Exposición sobre el salmo 33, 9ss
***
El edificio espiritual construido por san Pablo, con su profundidad profética y sus escarpadas ascensiones, emerge alto sobre el plano de nuestra apacible piedad cristiana. ¿Quién fue este grande, que obró a la sombra de Uno inmensamente más grande que él? ¿Quién fue este atrevido pionero, este «errante entre dos mundos»?
Dos ciudades ejercieron una influencia decisiva en el ciclo de su formación: Tarso y Jerusalén. «Soy un judío de Tarso de Cilicia…»: así se calificó Pablo ante el comandante romano cuando fue encarcelado. Dos corrientes de antigua civilización afluían, pues, y se fundían en él: la educación judía en familia y la formación griega que absorbía en la capital de su provincia natal, dotada de universidad. Está escrito, ciertamente, en los designios de la Providencia que este hombre, destinado a que en su vida actuara como misionero en medio de los paganos, debería recibir su primera educación en un centro mundial del paganismo.
Aquel para quien ya no debería existir diferencia alguna entre judíos y paganos, entre griegos y bárbaros, entre libres y esclavos [cf. Col 3,11; 1 Cor 12,13), no debía nacer entre las idílicas colinas de Galilea, sino en el tumulto de un rico emporio comercial donde afluían y se mezclaban gentes de todas las naciones sometidas al Imperio romano.
«Soy de Tarso, una ciudad no oscura de Cilicia». Parece que se refleja en esta respuesta un sentimiento de genuino orgullo griego por su propia ciudad de nacimiento. Tarso competía, en efecto, con Alejandría y Atenas por la conquista del primado en el campo de la cultura; en ella se elegían los maestros para los príncipes imperiales de Roma, y es natural que un centro de cultura tan eminente influyera en la formación de la personalidad del futuro apóstol… En Tarso dominaban la espiritualidad y la lengua griega junto a las leyes romanas y a la austeridad de la sinagoga judía.
*
J. Holzner,
San Pablo, Editorial Herder, Barcelona 1989.
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La publicación de hoy es del editor de Bondings 2.0, Francis DeBernardo.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el tercer domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
En la primera lectura litúrgica de hoy, conocemos a Jonás, un profeta reacio. Dios lo eligió para pedirle a la gente que vivía en la impíamente pecadora ciudad de Nínive que se arrepintiera. Jonás no quería hacerlo y no lo culpo. Fue un trabajo duro y potencialmente peligroso. Pero después de tres días en el vientre de una ballena, Jonás acepta su llamada y viaja a Nínive. Debido a la predicación de Jonás sobre el arrepentimiento, el pueblo cambia sus malos caminos y Dios salva la ciudad.
En las Escrituras hebreas, todos los profetas inicialmente se muestran reacios. “Consigue que alguien más lo haga”, es a menudo su primera respuesta a Dios. “Yo no.” La llamada de Dios a los profetas no es una llamada bienvenida. Significa que el profeta será desafiado a ser diferente de la corriente principal de la sociedad. Y esa diferencia puede incomodar a otros porque significa que tienen que pensar en sus propias vidas, en sus formas quizás limitadas de pensar, y tomar la decisión de salir de sus zonas de confort y adoptar una nueva perspectiva.
Debido a que las personas LGBTQ+ son una minoría de la población, su forma normal de ser parece extraña y diferente a la de la sociedad en general. Por eso, a menudo se les percibe como un desafío para los demás. Su existencia no encaja perfectamente en las opiniones preconfiguradas que la gente tiene sobre la sexualidad y el género. Para que otras personas las acepten, a menudo significa que tienen que pasar por una especie de conversión de pensamiento sobre las categorías tradicionales que pensaban que eran defectos básicos de la humanidad y la sociedad.
Cuando me involucré por primera vez en la educación del ministerio LGBTQ+ hace más de 30 años, una de las formas estándar en que describiría a las personas LGBTQ+ a audiencias que pueden haber tenido una experiencia limitada en conocer esta comunidad es que eran “como todos los demás“. Estaba tratando de enfatizar la humanidad de las personas LGBTQ+, para que los de afuera supieran que sus vidas eran perfectamente “normales”, que tenían mucho en común con las personas heterosexuales y cisgénero. Todavía haría esa afirmación hoy (aunque debido a que las personas LGBTQ+ han logrado una visibilidad mucho mayor en la sociedad, la necesidad de tal descripción ha disminuido considerablemente).
Pero a lo largo de mis años de ministerio, comencé a expresar otra verdad que aprendí: la simple presencia de personas LGBTQ+ puede presentar un desafío amenazador para algunas personas. Para algunas personas, aceptar a las personas LGBTQ+ significa que es posible que sea necesario ampliar sus ideas sobre lo que significa ser hombre o mujer. Para algunos, puede significar que sus creencias sobre el propósito de la actividad sexual en una relación requieren reexaminaciones. La presencia de personas LGBTQ+ totalmente integradas puede significar que los estándares de alguien sobre lo que es normal versus lo que es desviado deben ser destruidos. Y como la sexualidad y el género son partes tan básicas de las identidades de las personas y de la forma en que se relacionan con los demás, esos desafíos pueden ser muy aterradores y perturbadores.
Pero Jesús en la lectura del evangelio de hoy llama al mundo y a su gente a comenzar el proceso de su forma de pensar sobre lo que es real en el mundo. “El reino de Dios está cerca. Arrepiéntanse”, le dice a la gente. Jesús está llamando a las personas a abandonar sus viejas formas de pensar para aceptar una nueva forma de pensar, una en la que estén más abiertos a recibir las buenas noticias del evangelio: las buenas noticias de que Dios ama a todos.
Las personas LGBTQ+ pueden desafiar los puntos de vista tradicionales de nuestra iglesia sobre la sexualidad y el género. Eso puede incomodar a la gente. Puede significar renunciar a certezas que se consideran fundamentales. Pero también significa liberar a las personas para que vean la belleza de la diversidad, la santidad del amor sexual, el don de vivir auténticamente. Significa reconocer que Dios puede sorprendernos continuamente, y que el llamado más constante de Dios hacia nosotros es siempre ampliar nuestra visión para tratar de ver el mundo como Dios lo ve, rico en misericordia.
Debido a que las personas LGBTQ+ siempre han sido, y probablemente siempre serán, una minoría de la población general, su diferencia con la mayoría siempre se destacará como un desafío. Que nuestra iglesia vea ese desafío como un llamado a arrepentirse de sus viejas formas de ver la sexualidad y el género, y a estar abierta al llamado de Dios a expandir continuamente cualquier idea que impida que las personas florezcan como su verdadero yo.
—Francis DeBernardo, New Ways Ministry, 21 de enero de 2024
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Propósito
Por fin echaré a andar…
Sólo, por donde sea,
por donde quiera Dios y su momento
y mi sinceridad.
Ya me estaba cansando
de pisarme la vida tristemente.
¡Aire, cielo, aire, mar, cielo, mar, aire!
Sólo, o con vosotros, ¡con los hombres!
¡¡ pero fuera de mí !!
*
Pedro Casaldáliga Palabra Ungida, 1955
***
Jesús les dijo:
– “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.”
– “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.”
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron… y se marcharon con él.
*
Marcos 1, 14-20
***
Ser cristiano significa prestar atención al kairós, a este «momento especial» de la manifestación de Dios en nuestro aquí y ahora. En él se desarrolla la dimensión auténticamente profética de toda vida cristiana, en la atención […] a todos los signos de la presencia del Reino en nuestra historia. Acoger el Reino de Dios implica una conducta: «Convertíos», precepto urgente, «el tiempo se acaba» (1 Cor 7,29), que acompaña al don del Reino y engendra una nueva actitud respecto a Dios y respecto a los hermanos. Jonás recibió la misión de llamar a la conversión a Nínive, la capital del imperio enemigo de Israel. El profeta, un judío amante de su patria, se niega a realizar esta tarea, pero al final acepta la voluntad de perdón del Señor, que carece de límites raciales o religiosos. El Reino es gracia, aunque para nosotros es también un deber.
Los primeros discípulos escucharon la «Buena Noticia» y fueron llamados a asociarse a la misión de Jesús (Mc 1,16-20). El Evangelio marcó profundamente sus vidas. Así debe marcar también la nuestra.
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Gustavo Gutiérrez,
Condividere la Parola, Brescia 1996, pp. 170ss
Comentarios desactivados en “La pasión que animó a Jesús”. 3º Tiempo Ordinario – B (Marcos 1,14-20)
Propiamente, Jesús no enseñó una «doctrina religiosa» para que sus discípulos la aprendieran y difundieran correctamente. Jesús anuncia más bien un «acontecimiento» que pide ser acogido, pues lo puede cambiar todo. Él lo está ya experimentando: «Dios se está introduciendo en la vida con su fuerza salvadora. Hay que hacerle sitio».
Según el evangelio más antiguo, Jesús proclamaba esta Buena Noticia de Dios: «Se ha cumplido el plazo. Está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia». Es un buen resumen del mensaje de Jesús: «Se avecina un tiempo nuevo. Dios no quiere dejarnos solos frente a nuestros problemas y desafíos. Quiere construir junto a nosotros una vida más humana. Cambiad de manera de pensar y de actuar. Vivid creyendo esta Buena Noticia».
Los expertos piensan que esto que Jesús llama «reino de Dios» es el corazón de su mensaje y la pasión que alienta toda su vida. Lo sorprendente es que Jesús nunca explica directamente en qué consiste el «reino de Dios». Lo que hace es sugerir en parábolas inolvidables cómo actúa Dios y cómo sería la vida si hubiera gente que actuara como él.
Para Jesús, el «reino de Dios» es la vida tal como la quiere construir Dios. Ese era el fuego que llevaba dentro: ¿cómo sería la vida en el Imperio si en Roma reinara Dios y no Tiberio?, ¿cómo cambiarían las cosas si se imitara no a Tiberio, que solo busca poder, riqueza y honor, sino a Dios, que pide justicia y compasión para los últimos?
¿Cómo sería la vida en las aldeas de Galilea si en Tiberíades reinara Dios y no Antipas?, ¿cómo cambiaría todo si la gente se pareciera no a los grandes terratenientes, que explotan a los campesinos, sino a Dios, que los quiere ver comiendo y no muertos de hambre?
Para Jesús, el reino de Dios no es un sueño. Es el proyecto que Dios quiere llevar adelante en el mundo. El único objetivo que han de tener sus seguidores. ¿Cómo sería la Iglesia si se dedicara solo a construir la vida tal como la quiere Dios, no como la quieren los amos del mundo?, ¿cómo seríamos los cristianos si viviéramos convirtiéndonos al reino de Dios?, ¿cómo lucharíamos por el «pan de cada día» para todo ser humano?, ¿cómo gritaríamos: «Venga tu reino»?
Comentarios desactivados en “Convertíos y creed en el Evangelio”. Domingo 21 de enero de 2024. Domingo tercero del tiempo ordinario
Leído en Koinonia:
Jonás 3,1-5.10: Los ninivitas se convirtieron de su mala vida. Salmo responsorial: 24: Señor, enséñame tus caminos. 1Corintios 7,29-31: La representación de este mundo se termina. Marcos 1,14-20: Convertíos y creced en el Evangelio
Como es sabido, en las lecturas de la liturgia de los domingos, la primera y la tercera están siempre unidas temáticamente, mientras que la segunda suele ir por caminos independientes. Hoy la pareja de lecturas principales son la de la predicación de Jonás sobre la ciudad Nínive, y la predicación de Jesús al comenzar su ministerio, precisamente «cuando arrestaron a Juan», o sea, al faltar el profeta.
La lectura sobre Jonás hoy presenta un contenido positivo: el profeta atiende el mandato de Dios que le envía a predicar, va, predica, y además tiene éxito su predicación, pues la ciudad se arrepiente.
El comentario más simple a este texto puede ir por la línea de la importancia de la predicación profética para la conversión de los que están alejados de Dios. Es un tema conocido. Y, como decíamos, hace un paralelismo con el texto del evangelio: Jesús es un nuevo profeta, que empalma con la línea de los profetas clásicos, que también se lanza por los caminos para predicar un mensaje de conversión.
Para unos oyentes más críticos, esta segunda lectura es preocupante. Porque el conjunto entero de lo que en ella se expresa pertenece a un marco de comprensión hoy insostenible: un Dios arriba, directamente imaginado como un gran rey, que envía su mensajero para predicar un mensaje de conversión, mensaje que antes no pudo surtir efecto porque el profeta no quiso ir a predicar, pero que ahora es atendido y obedecido por los ninivitas. «Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció, y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó». Esta imagen de un Dios arriba, que toma decisiones, envía mensajeros, les insiste, se comunica con los seres humanos por medio de esos mensajeros profetas, y que «al ver» las obras de penitencia «se compadece y se arrepiente de la catástrofe con que había amenazado a la ciudad»… es, obviamente, humana, muy humana, demasiado humana, sin duda. Es, claramente, un «antropomorfismo». Dios no es un Señor que esté ahí «arriba, ahí afuera», ni que esté enviando mensajeros, ni es alguien que pueda amenazar, ni que se pueda arrepentir… Hoy sabemos que Dios no es así, que lo que llamamos «Dios» es en realidad un misterio que no puede ser reducido a una imagen o una imaginación antropomórfica semejante.
Sería bueno, incluso necesario, referirse a esta calidad de antropomorfismo que tiene esta lectura –como tantísimas otras–, y hacer caer en la cuenta a los oyentes que no los estamos tomando por niños, sino que, simplemente, estamos utilizando un texto compuesto hace más de veinticinco siglos, y que la imagen de Dios que aparece en él nos resulta hoy inviable. Es importante decirlo, y no es bueno darlo por sobreentendido, porque puede haber –con razón- personas que se sientan mal al escuchar estas imágenes, como si se sintieran retrotraídas al tiempo de la catequesis infantil. Y, desde luego, es recomendable abordar –en esta u otra ocasión– el tema de las imágenes de Dios, y aclarar que si somos personas de hoy, lo más probable es que no nos encaje bien el lenguaje clásico (o ancestral) sobre Dios, y que tenemos todo el derecho a ser críticos y a utilizar otro.
Éste podría ser, sin más, el buen tema de reflexión central para la homilía de hoy. Es más que suficientemente importante. Recomendamos el libro del obispo anglicano John Shelby SPONG, Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, colección «Tiempo axial», Abya Yala, Quito 2011, tiempoaxial.org).
La lectura de la 1ª carta de Pablo a los corintios también puede iluminarse hoy con la del evangelio de Marcos: ante el reinado de Dios que ha sido instaurado por la actuación de Jesús -su predicación, sus milagros, sus controversias, especialmente su muerte y resurrección-, todas las realidades humanas adquieren un nuevo sentido: comprar, vender, llorar, reírse, casarse o permanecer célibe, todo es diferente y su valor distinto. Lo absolutamente definitivo es el ejercicio de la voluntad salvífica de Dios que Jesús vino a poner en marcha. Por eso Pablo puede afirmar que “la presentación de este mundo se termina”, es decir, que Dios hace nuevas todas las cosas realizando la utopía de su Reino en donde pobres y tristes, enfermos y condenados, excluidos y ofendidos de la tierra son rescatados y acogidos, y en donde los ricos y los poderosos son llamados urgentemente a la conversión.
Después de narrarnos los comienzos del evangelio con Juan Bautista, con la unción mesiánica de Jesús en el río Jordán y con sus tentaciones en el desierto, Marcos nos relata, en unas frases muy condensadas, los comienzos de la actividad pública de Jesús: es el humilde carpintero de Nazaret que ahora recorre su región, la próspera pero mal–afamada Galilea, predicando en las aldeas y ciudades, en los cruces de los caminos, en las sinagogas y en las plazas. Su voz llega a quien quiera oírlo, sin excluir a nadie, sin exigir nada a cambio. Una voz desnuda y vibrante como la de los antiguos profetas. Marcos resume el entero contenido de la predicación de Jesús en estos dos momentos: el reinado de Dios ha comenzado –es que se ha cumplido el plazo de su espera– y ante el reinado de Dios sólo cabe convertirse, acogerlo, aceptarlo con fe.
Muchos reinados recordaban los judíos que escuchaban a Jesús: el muy reciente reinado de Herodes el Grande, sanguinario y ambicioso; el reinado de los asmoneos, descendientes de los libertadores Macabeos, reyes que habían ejercido simultáneamente el sumo sacerdocio y habían oprimido al pueblo, tanto o más que los ocupadores griegos, los seléucidas. Recordaban también a los viejos reyes del remoto pasado, convertidos en figuras de leyendas doradas, David y su hijo Salomón, y la lista tan larga de sus descendientes que por casi 500 años habían ejercido sobre el pueblo un poder totalitario, casi siempre tiránico y explotador. ¿De qué rey hablaba ahora Jesús? Del anunciado por los profetas y anhelado por los justos. Un rey divino que garantizaría a los pobres y a los humildes la justicia y el derecho y excluiría de su vista a los violentos y a los opresores. Un rey universal que anularía las fronteras entre los pueblos y haría confluir a su monte santo a todas las naciones, incluso a las más bárbaras y sanguinarias, para instaurar en el mundo una era de paz y fraternidad, sólo comparable a la era paradisíaca de antes del pecado.
Este «reinado de Dios» que Jesús anunciaba hace 2000 años por Galilea, sigue siendo la esperanza de todos los pobres de la tierra. Ese reino que ya está en marcha desde que Jesús lo proclamara, porque lo siguen anunciando sus discípulos, los que Él llamó en su seguimiento para confiarles la tarea de pescar en las redes del Reino a los seres humanos de buena voluntad. Es el Reino que proclama la Iglesia y que todos los cristianos del mundo se afanan por construir de mil maneras, todas ellas reflejo de la voluntad amorosa de Dios: curando a los enfermos, dando pan a los hambrientos, calmando la sed de los sedientos, enseñando al que no sabe, perdonando a los pecadores y acogiéndolos en la mesa fraterna; denunciando, con palabras y actitudes, a los violentos, opresores e injustos.
A nosotros corresponde, como a Jonás, a Pablo y al mismo Jesús, retomar las banderas del reinado de Dios y anunciarlo en nuestros tiempos y en nuestras sociedades: a todos los que sufren y a todos los que oprimen y deben convertirse, para que la voluntad amorosa de Dios se cumpla para todos los seres del universo. Leer más…
Comentarios desactivados en 21.1.24. Pescadores de hombres, eucaristía de peces (Dom 3 TO. Mc 1, 14-20)
Del blog de Xabier Pikaza:
El domingo pasado expuse la llamada y misión de los discípulos de Jesús según Jn 1. Hoy presento la visión de Marcos.
Jesús convoca a 4 pescadores (4: todo el mundo) para la pesca universal desde el mar/lago de Galilea. En ese contexto ofrezco un excurso sobre el tema de los peces del mar (signo caótico de muerte), convertidos por Jesús en símbolo de la nueva humanidad resucitada.
En ese contexto, la eucaristía misionera no es simplemente de pan y vino de fiesta, sino de panes y peces de vida diaria. No hará falta insistir en la importancia del tema (comida) para recuperar el sentido integral de la eucaristía. Ésta es, a mi juicio, una de las grandes lagunas y tareas de la iglesia actual (ortodoxa, católica y protestante).
| Xabier Pikaza
LECTURA DEL TEXTO
Introducción.
Mc 1, 14 Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea, proclamando el evangelio de Dios.15 Y diciendo El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios ha llegado. Convertíos y creed en el evangelio16.
− Después que Juan fue entregado… Este dato sirve de contrapunto histórico y teológico de la historia posterior. Juan Bautista ha sido y seguirá siendo lugar de referencia. Jesús viene después (meta), en indicación más teológica que cronológica. Según Marcos, Jesús y Juan no coincidieron, no tuvieron un tiempo de actividad común (en contra de lo que afirma el evangelio de Juan). Juan ha sido un puro precursor, pero su historia es importante para entender la de Jesús, pues la entrega de Juan (paradothênai: Mc 1,14; cf. 6, 14-39) anuncia la de Jesús (cf. 9, 33; 10, 33; 14, 10-11 etc.).
−Vino Jesús a Galilea. El espacio geográfico (y teológico) de Juan era el desierto con el río. El de Jesús, en cambio, es Galilea. Eso significa que, según Marcos, Jesús no tuvo un tiempo de misión en el Jordán, ni tampoco en Judea (en contra del evangelio de Juan); Galilea es, a su juicio, el lugar del evangelio. Jesús no permanecer en el lugar de la prueba (desierto), ni se instala al borde de la tierra prometida (junto al río Jordán); tampoco busca un lugar de salvación junto a los atrios de Jerusalén, en gesto de sacralidad nacional. Jesús se encuentra vinculado a la tierra y gente normal de Galilea, junto a un mar simbólicamente abierto a las naciones del entorno. Esta evocación culmina en 14, 28 y 16, 7 donde Jesús (o el joven pascual) manda a los discípulos a Galilea, lugar que será para Marcos espacio fundante y el signo duradero de la iglesia17.
− Kerigma: proclamando el evangelio de Dios. La evocación de Galilea no es suficiente, ni tampoco la entrega del Bautista. Lo propio de Jesús es la “proclamación del evangelio de Dios” (algunos manuscritos ponen “del Reino”. Se cumple así lo que se había anunciado en 1, 1 (el comienzo del evangelio) y aparece Jesús como aquel que “proclama el evangelio”. Esta palabra (evangelio) proviene de la tradición profética de Isaías y quizá ha sido empleada por el mismo Jesús. Pero todo nos permite suponer que ella ha tomado una importancia centran entre los cristianos helenistas y luego en Pablo.
El progreso temático es claro: pasamos del Bautista (desierto/río) a Galilea, descubriendo allí el mensaje de Jesús, abierto a todos los humanos. No se encierra Jesús en las casas, susurrando al oído un secreto de iniciados; no se instala en la escuela, ofreciendo cursos largos de enseñanza especializada, no ofrece su palabra a la vera del templo sagrado (a los puros), ni a la orilla del río/desierto (a los especialistas de la penitencia). Viene a Galilea, ofreciendo su evangelio para todos; lo hace con claridad (que se entienda bien), en voz alta (que lo escuchen), como heraldo o pregonero de buenas noticias que deben extenderse por el pueblo.
El evangelio de la iglesia se funda en el mensaje de Jesús: Se ha cumplido el tiempo y ha llegado el reino de Dios; convertíos y creed en el evangelio (1, 15).Esta es la palabra clave, que consta de dos frases paralelas dobles, cada una con dos partes, unidas por un kai(y). Como resulta usual en Marcos, la segunda sirve para precisar el sentido de la primera: se ha cumplido el tiempo “y” llega el reino (el reino define y da sentido al tiempo); convertíos “y” creed en el evangelio (la fe da sentido a la conversión)18.
La buena noticia o evangelio es Dios (con genitivo epexegético) o aquello que Dios hace(con genitivo de objeto). En el lugar donde estaba la conversión y penitencia del Bautista viene a situarse la buena noticia de Jesús que expande a hombres y mujeres de su tierra aquello que Dios mismo le ha dicho (¡eres mi Hijo…!) y que se expresa en la victoria sobre lo diabólico. Su experiencia es buena noticia; la palabra de su vida puede hacerse ya palabra y principio de existencia para aquellos que quieran escucharle, acompañarle. De esa forma el camino de Jesús se hace camino para todos los humanos, empezando en Galilea:
− El tiempo se ha cumplido “y” ha llegado el Reino de Dios. El cielo se ha rasgado y Dios se hace presente en Jesús (1, 9-11). Por eso él puede expresar su experiencia, ofreciendo espacio de vida filial y fraterna (de amor) a quienes quieran escucharle. El Reino de Dios se identifica con aquello que Jesús ha recibido en su bautismo. Quiere que todos escuchen (escuchemos) la voz de Dios que dice (¡eres mi Hijo!, recibiéndola de forma compartida, fraterna, solidaria. Porque el reino de Dios ha llegado podemos y debemos afirmar que el tiempo se ha cumplido, han culminado las promesas de 1, 2-3.
− Convertíos “y” creed en el evangelio. La pertenencia al reino no se logra por la carne y sangre, es decir, por los principios naturales de la historia (poder genealógico, imposición política) sino por meta-noia o con-versión interpretada como cambio de existencia. Superando el nivel previo de lucha, viene a desplegarse ahora un extenso y gozoso continente de existencia filial, hecha de gratuidad y expresada como fe en el evangelio, es decir, como acogida de la buena noticia de Dios. No es la conversión la que causa el evangelio sino al revés: el evangelio de Dios, que aceptamos por Jesús con fe gozosa, nos convierte, nos transforma, haciéndonos capaces de acoger y construir la familia mesiánica o iglesia19.
Marcos ha superado el nivel biológico (no alude a la familia carnal de Jesús); también ha superado el plano cultural (no sitúa a Jesús en una escuela exegética o filosófica). El grupo cristiano empieza a surgir y se despliega allí donde varones y mujeres asumen con Jesús una experiencia de nuevo nacimiento en amor, desde Dios Padre. Juan era la línea divisoria: podía suscitar un grupo de discípulos penitentes, pero nada más: no ha visto el cielo abierto, no ha escuchado la voz ¡eres mi Hijo! Donde Juan se ha detenido sigue Jesús: ha escuchado la palabra, se ha descubierto Hijo de Dios, se ha mantenido en la prueba, ha recibido un mensaje de vida para todos. Por eso ha comenzado a expandir su experiencia, ofreciendo su evangelio universal, en el cruce de caminos de su patria, en Galilea. Él no ha pedido nada. No aparece en el texto como un suplicante que implora a Dios agua para el campo, hijos para la familia, fortuna para la casa, vida para los enfermos… Simplemente ha venido en busca de Dios, con los penitentes del Bautista y ha escuchado la voz (eres mi Hijo! empezando a reunir a los humanos20.
Pescadores de hombres. Los primeros compañeros de Jesús (1, 16-20).
(a. Simón y Andrés)16 Y pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que estaban echando las redes en el mar, pues eran pescadores. 17 Jesús les dijo: Venid en pos de mí y os haré pescadores hombre. 18 Ellos dejaron inmediatamente las redes y lo siguieron.
(b. Santiago y Juan)19 Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan. Estaban en la barca reparando las redes. 20 Jesús los llamó también; y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él21.
Jesús comienza llamando a unos colaboradores o discípulos. Como he destacado el domingo anterior, evangelio de Juan (Jn 1-3) presenta la escena de un modo más “verosímil” históricamente, situando a los primeros discípulos de Jesús en el contexto de Juan Bautista. Por el contrario, Marcos ofrece una visión mucho más simbólica (y teológica) de las cuatro primeras vocaciones de Jesús. No le interesan los elementos históricos, ni psicológicos, sino los estrictamente teológicos. Jesús ha sentido la urgencia del reino y para suscitarlo necesita colaboradores, personas dispuestas, que sepan trabajar y le acompañen en su obra:
− Pasa a la vera del mar de Galilea. Ha dejado el desierto y el río de Juan, no ha buscado en escuelas o templo. Junto al mar que es origen y meta del mundo, junto al mar donde nacen y acaban los pueblos se sitúa Jesús. Viene a observar, como dejando que la vida le sorprenda; luego llama, en vocación que es signo de todas las restantes vocaciones de la historia.
−Llama a Simón y Andrés, diciendo que le sigan, para hacerles pescadores de reino. Tiene un proyecto: necesita juntar a los humanos, sacarlos del mar (lucha mutua) en que se encuentran y juntarlos en la playa de la fraternidad del reino. Necesita especialistas que dejen las redes del trabajo material del mundo (diktua) y asuman su tarea mesiánica (1, 16-17).
− Llama después a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo. Parecen ricos: tienen barca propia, un padre que les guía y unos jornaleros. Por eso han de dejar más que la redes: abandonan al padre, que es autoridad, ley fundante de la vieja tierra y a los asalariados (misthôtoi), subordinados del trabajo. Padre y obreros pertenecen a este mundo viejo; quien se ponga al servicio de Jesús ha de dejarlos.
Ha buscado dos parejas de hermanos. Para seguirle han de romper los lazos más sagrados de la tierra: la autoridad paterna, la unión laboral. Así aparecen como signo de misión escatológica, parábola del reino. Les ha convocado Jesús, ofreciéndoles tarea y ellos le han seguido, poniéndose al servicio de su reino:
−En el principio está Jesús, diciendo: venid en pos de mí (deute opisô mou). En lugar del padre o de las redes, del dinero y de la barca se sitúa él, como nuevo patrono que ofrece garantía de vida y trabajo a quienes llama. Tiene autoridad y así le siguen, dejándolo todo. No les reúne desde cosa alguna (enseñanza, templo, negocios…) sino en torno a su persona que es principio de nueva familia sobre el mundo22.
−Son dos parejas de hermanos pescadores. Quizá representan el riesgo de la fraternidad violenta (cf. Gen 4) que debe superarse, en línea de reino. Son cuatro y parecen un signo de los puntos cardinales, columnas o pilares de la nueva humanidad reconciliada. Ellos ofrecen (antes que los doce apóstoles del nuevo Israel de 3, 14) el principio y garantía de la pesca universal, pesca de Dios, culminación escatológica. Son cuatro, los primeros pescadores misioneros, iglesia interpretada en forma de comunidad de pesca. En un sentido ellos dejan la barca (ya no trabajan con ella), pero en otro la recuperan, poniéndola al servicio de los viajes misioneros (eclesiales) de Jesús. Cuando hablemos más tarde de la iglesia como barca en plena mar (4, 35-41; 6, 46-52; 8, 14-21) recordaremos a estos cuatro.
− Os haré pescadores de hombres. Así les dice (1, 17). Ellos lo dejan todo por cumplir su misión, poniendo hasta su barca al servicio de Jesús (cf. 3, 9; 4, 3-5 etc.). Habiendo aparecido aquí, al principio de Marcos, emergerán de nuevo en el último discurso de Jesús, allí donde se anuncia el fin del tiempo (13, 3) y la venida de los ángeles de Dios para reunir a los escogidos de los cuatro “vientos” o extremos de la tierra (13, 27).
Jesús no ha venido con un libro (como los escribas), enseñando las leyes de la iglesia, interpretando la Escritura de Israel o la sabiduría de los pueblos. Tampoco ha traído unos planes exclusivos, definidos de antemano, sin necesidad de personas que le siguen y acompañan en la obra de su reino. Tiene un proyecto de nueva humanidad, pero le hacen falta colaboradores; por eso ha empezado llamando a estos cuatro primeros pescadores que son signo de todos los que luego cumplen con él (por él) la tarea de convocar y reunir a los humanos para el reino.
EXCURSO. PESCA Y PECES. EUCARISTÍA COMPLETA
(Las notas que siguen están tomadas de un trabajo que estábamos preparando el Prof. Eliseo Tourón y un servidor sobre las comidas de Jesús y de las comunidades cristianas. cf. Pikaza: Eliseo Tourón (1934-1996), 25 años (religiondigital.org) y Touron: Comer con Jesús. Su significación escatológica y eucarística I-II, Rev.Esp.Teol 55 (1995)285-329; 429-486).
EL domingo pasado, el evangelio de Juan nos contó cómo Jesús entró en contacto con algunos de los que más tarde serían sus discípulos. Este domingo volvemos al evangelio de Marcos, que será el usado básicamente durante el Ciclo B. En tres escenas, las dos últimas estrechamente relacionadas, nos cuenta la forma sorprendente en que comienza a actuar Jesús.
1ª escena: Actividad inicial de Jesús.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:
̶ Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.
Marcos ofrece tres datos: 1) momento en que comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación.
Momento. Cuando encarcelan a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, el acontecimiento es la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío.
Lugar de actividad. A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una región de 70 km de largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como afirma el libro tercero de la Guerra Judía de Flavio Josefo (BJ III, 41-43), aunque su riqueza estaba muy mal repartida, igual que en todo el Imperio romano.
Los judíos de Judá y Jerusalén no estimaban mucho a los galileos: “Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur”, comentaba un rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: “Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta” (Jn 7,52).
Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio (“Se ha cumplido el plazo, el reinado de Dios está cerca”) y una invitación (“convertíos y creed en la buena noticia”).
El anuncio encaja en la mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado de Dios y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que “está cerca”.
Pero lo más importante es que vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia.
Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús (la 1ª lectura, del libro de Jonás, se centra en ese tema).
Pero Jesús invita también a “creer en la buena noticia” del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.
2ª y 3ª escenas: llamamientos de Simón y Andrés, Santiago y Juan
Pasando junto al lado de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo:
̶ Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
Jesús ha pasado unas semanas, quizá meses, recorriendo él solo Galilea. Hasta que decide buscar unos discípulos que lo acompañen y continúen su obra. No los busca en Jerusalén, entre los alumnos de los grandes rabinos. Los busca entre los pescadores. Económicamente no son unos miserables, tienen barca e incluso les ayudan unos jornaleros. Pero en una sociedad agraria, como la del Imperio romano, el obrero manual estaba por debajo del campesino, y sólo por encima de las clases de la gente impura y de los despreciables.
El relato de Marcos resulta desconcertante. ¿Es posible que cuatro muchachos sigan a Jesús sin conocerlo, abandonando su familia y su trabajo? El lector moderno, buscando una respuesta, acude al cuarto evangelio, donde se dice que Jesús ya los conoció cuando el bautismo. Pero el lector antiguo, que sólo tenía a su disposición el evangelio de Marcos, se queda admirado del poder de atracción que ejerce Jesús y de la disponibilidad absoluta de los discípulos.
Estos cuatro discípulos representan el primer fruto de la predicación de Jesús: muchachos que creen en la buena noticia del Reinado de Dios, siguen a Jesús y cambian radicalmente de vida.
La conversión de los ninivitas (Jonás 3,1-5.10)
La primera lectura ha sido elegida porque los ninivitas, los nazis de aquella época, al convertirse gracias a la predicación de Jonás, nos sirven de modelo. Mucho más motivo tenemos nosotros para convertirnos al escuchar la predicación de Jesús. Sin embargo, los motivos que aducen Jesús y Jonás son muy distintos: Jesús anima anunciando la cercanía del reinado de Dios; Jonás asusta anunciando que «dentro de cuarenta días Nínive será arrasada».
El Señor dirigió la palabra a Jonás: «Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí le anunciarás el mensaje que yo te comunicaré.
Jonás se puso en marcha hacia Nínive, siguiendo la orden del Señor. Nínive era una ciudad inmensa; hacían falta tres días para recorrerla. Jonás empezó a recorrer la ciudad el primer día, proclamando:
– Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada.
Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron el ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor.
Vio Dios su comportamiento, como habían abandonado el mal camino, y se arrepintió de la desgracia que había determinado enviarles. Así que no la ejecutó.
«Señor, enséñame tus caminos» (Salmo 24)
El salmo encaja mucho más con el evangelio que con la primera lectura. Porque Jonás no enseña nada, solo amenaza. En cambio, Jesús, proclamando el evangelio de Dios, nos enseña a caminar por el camino que Dios quiere y nos recuerda que «el Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores». Aparte de agradecérselo, debemos pedirle: «haz que camine con lealtad».
Te invito a ponerte en situación. Vas por la calle, un viernes por la tarde, por ejemplo; es una calle céntrica de tu ciudad, llena de tiendas, de cafeterías, de tráfico… y está repleta de gente. Caminas sola, e inevitablemente inmersa en tus pensamientos. Da igual cuáles sean, si son sobre tus preocupaciones o tus alegrías, incluso tus quehaceres; lo que sea, vas enfrascada. De pronto alguien te llama al mismo tiempo que te coge del brazo: “¡Lolaaa!». Contestas un poco alterada: “¡Ay!, perdona Marta, no te había visto”.
No la habías visto. Por un momento puedes pensar en la razón de ese no ver. Había mucha gente, está claro, o tal vez por el ruido, o porque te distraen las luces de la calle, los carteles, los escaparates, los bocinazos del tráfico… bla, bla, bla, todas son razones externas a ti.
Si quieres ponte en esta otra situación. Un atardecer de invierno vas caminando sola por el paseo de la playa, del faro o del puerto, con la vista y la mente perdidas a ratos en el horizonte, a ratos en las olas. La pobre Marta aquí también te tiene que hacer parar para oírte decir lo mismo: “¡no te había visto!”.
Ahora no vale que busques echar la culpa de tu distracción a los escaparates y a los bocinazos. Piensa, más bien, en tu mirar. ¿Cómo miras para no ver?
Jesús pasa junto al lago y ve a Simón y a Andrés, a Santiago y a Juan. Ve lo que son, no su apariencia o su vestimenta. Ve lo profundo de su ser, porque él mira el corazón.
Y cuando sientes su mirada, tu corazón desnudo ante él, haces lo mismo que Simón, Andrés y tantos hombres y mujeres a lo largo de los siglos que se han encontrado con la mirada del Maestro… lo dejas todo y le sigues.
Oración
Trinidad Santa, ayúdanos a mirar con amor. Ayúdanos a mirar como tú. Amén.
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DOMINGO 3º (B)
Mc 1,14-20
Comenzamos el evangelio de Marcos que vamos a leer durante todo este año. Es el primero que se escribió y tiene aún la frescura de los comienzos. Es el más conciso. No tiene grandes discursos de Jesús ni cuenta muchas parábolas. Le interesa sobre todo la vida cotidiana de Jesús. Su actitud vital para con los pobres y oprimidos es la verdadera salvación. Las curaciones y la expulsión de demonios, entendidos como liberación, son la clave para comprender el mensaje de salvación de este evangelio.
Cuando arrestaron a Juan. Quiere resaltar el evangelista que Jesús va a continuar la tarea del Bautista, pero a la vez, deja clara la diferencia. ¡Recordad! Los datos cronológicos no tienen importancia en la elaboración de un “evangelio”. En el evangelio de Juan, después de haber narrado el seguimiento de los primeros discípulos, después de contarnos la boda en Caná, la purificación del templo y el encuentro con Nicodemo, nos dice que Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea y bautizaba allí, a la vez que Juan estaba bautizando en otro lugar.
Llegó Jesús a Galilea. Está claro que el evangelista quiere desligar la predicación de Jesús de toda connotación oficial. Lejos de las autoridades religiosas, lejos del templo y de lo que significaba la institución. Galilea era tierra en gran parte habitada por gentiles. Esto para un judío era, de entrada, una descalificación, pero tenía la ventaja de menor control y mayores posibilidades de que la gente le entendiese.
Se puso a proclamar la “buena noticia” de parte de Dios. Había empezado él su evangelio diciendo que se trataba de exponer los orígenes de la “buena noticia de Jesús”. Estos textos son los que dieron origen a la palabra “evangelio”, cuyo género literario se inaugura con este escrito. No debemos confundir el concepto de buena noticia con el que hoy tenemos de evangelio. Por extraño que parezca, “euangelio” no significa “evangelio”. Hemos caído en un monumental fraude. Hemos confundido el estuche con la joya que debía contener. Aquí “euangelio” significa esa estupenda noticia que Jesús descubrió y nos comunicó de parte de Dios.
Se ha cumplido (colmado) el kairos. En la fiesta de Año Nuevo, hablamos del significado de “Cronos” y “kairos”. Aquí el texto dice kairos, es decir, se trata del tiempo oportuno para hacer algo definitivo. No hay un cronos especial. Cualquier cronos lo podemos convertir en kairos si nuestra actitud vital es adecuada. Nos está recordando que todos los Kairos se han concentrado en el que ahora está presente.
Está despuntando el Reino de Dios. Esta expresión es la clave. No se trata de que Dios reine. Se trata de que Dios se haga presente entre nosotros, gracias a las actitudes de los seres humanos. Jesús hace presente ese Reino, que es Dios, porque sus relaciones, basadas en el amor y la entrega, hacen presente en cada instante a Dios. Dios es amor, de modo que está allí donde exista una verdadera compasión. Ese Reino está ya presente en Jesús porque fue capaz de eliminar toda opresión.
¡Cambiad de mentalidad! “Convertíos” no expresa bien el sentido del texto griego. ‘metanoeite’ no significa hacer penitencia ni arrepentirse sino cambiar de mentalidad, pensar de otra manera y afrontar la vida desde otra perspectiva. Lo que pide Jesús es una manera nueva de ver la realidad que no tiene por qué partir de una situación depravada. Exige una actitud que no debe abandonarse nunca.
La llamada de los discípulos a continuación les obliga a hacer su personal cambio de rumbo (metanoia): “Dejan la barca y a su padre y le siguieron”. Debemos hacer todos, un serio examen de conciencia. Cuantas veces hemos descubierto nuestros fallos y nos hemos conformado con confesarlos, pero no hemos cambiado el rumbo. ¿De qué sirve esa parafernalia, si continuamos con la misma actitud?
Confiad en la buena noticia. La traducción oficial del griego “pisteuete” nos puede llevar a engaño. No se trata de creer la noticia, sino de confiar en que es buena noticia. Tanto en el AT como en el nuevo, la fe no es el asentimiento a unas verdades, sino la confianza en una persona. Si la buena noticia que Jesús predica viene de parte de Dios, podemos tener confianza plena en que es buena.
A la llamada de Jesús que acabamos de comentar, corresponden las primeras respuestas personales, de parte de unos simples pescadores sin preparación alguna, que se fiaron y fueron detrás de Jesús. Es muy significativo que el primer instante de su andadura pública, Jesús cuenta con personas que le siguen de cerca y están dispuestas a compartir con él su manera de entender la vida. La comunidad, por reducida que sea es clave para emprender una vida cristiana.
Darse cuenta de que estamos en un camino equivocado es la única manera de evitarlo. Cada vez que rechazamos un camino falso, nos estamos acercando al verdadero. Convertirse es rectificar la dirección para apuntar mejor a la meta. Pecado en el AT era errar el blanco. Da por supuesto que intentas dar en el blanco, pero te has desviado. Somos flechas disparadas que tienden a desviase del blanco y que tienen que estar contrarrestando esa fuerza que nos distorsiona.
Convertirse no es abandonar el mal por el bien, porque el mal y el bien en el ser humano no se pueden separar nunca del todo. Para el maniqueísmo está todo demasiado claro: Son realidades opuestas que deben estar separadas. La realidad es muy distinta: ni el bien ni el mal se pueden dar químicamente puros. Siempre que trazamos una línea divisoria entre el bien y el mal, nos estamos equivocando. Lo que llamamos mal no tiene entidad propia, es solo ausencia de bien.
El mal (ausencia de perfección) no es un accidente, sino que pertenece a la misma estructura del hombre. Sin esa limitación, que hace posible el error, pero que también hace posible el crecimiento, no habría persona humana. La hondura del misterio del mal está precisamente ahí. Del mismo mal surge el bien, y el mal acompaña siempre al bien. El afán maniqueo de eliminar el mal no tiene nada de evangélico. “Si te empeñas en eliminar todos los errores dejaras fuera la verdad”.
Siempre necesitaremos la advertencia de alguien para salir del error. Aún con la mejor voluntad, podemos estar equivocados. Las mayores barbaridades de la historia de la humanidad se hicieron en nombre de Dios. Aún con la mejor intención de caminar hacia la meta, siempre estaremos necesitados de rectificar.
«Ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él»
Después del bautismo y la cuarentena en el desierto, Jesús vuelve a Galilea y allí comienza su anuncio del Reino. Ya conocía a Juan, Simón y Andrés, y previsiblemente ellos conocían su proyecto, así que su vocación no fue un fogonazo en la oscuridad, sino que sabían en qué se embarcaban y con quién se embarcaban. Habían conocido a Jesús a orillas del Jordán, habían vuelto con él a Galilea, habían quedado fascinados y, según se desprende del texto, estaban seguros de que merecía la pena dejarlo todo por seguirle a dondequiera que les llevase.
Y ésta es una excelente metáfora del camino de la fe: conocerle, quedar fascinados y seguirle… Sus discípulos así lo hicieron y al final creyeron. No hay atajos. No es posible seguir a Jesús sin conocerle, y de ahí la importancia capital de preservar los cauces tradicionales de transmisión de la Palabra.
Volviendo al texto de hoy, en él se nos recuerda un tema esencial; estamos invitados a anunciar el Reino; estamos invitados a “seguir a Jesús dejándolo todo”. Y no sólo las personas religiosas, sino todos nosotros. Pero, ¿qué significa para un cristiano medio que va todos los días a trabajar para alimentar a su familia “dejarlo todo” por seguir de Jesús?…
Pues significa poner al servicio de la misión todos los talentos recibidos, porque para eso se nos han dado. Se nos ha podido dar salud, inteligencia, simpatía, comprensión, dinero, influencias… Todo para el Reino, nada para el simple disfrute: todo son talentos para servir. Y ésta es la renuncia: que cada uno ponga a trabajar su talento, su dinero, su salud, para el servicio, para la misión a la que libremente se ha comprometido.
Todo cristiano, la Iglesia y la humanidad entera, están en camino hacia su propia liberación, y todos estamos invitados a trabajar por la liberación de todos. Y la buena Noticia es que “eso es el Reino”. El Reino no es un parche, un añadido, un esfuerzo adicional, sino que es mi vida; es lo que hago todos los días hecho de acuerdo a los criterios de Jesús; a los criterios de Dios.
La vida es el Reino. Lo que hago todos los días no es algo vulgar ni intrascendente, es mi forma de colaborar en la obra de Dios; es la parte de la obra de Dios confiada a mí. El engaño consiste en hacernos creer que la vida es profana; que una cosa es la vida y otra el Reino; que hay cosas del César que no son de Dios. La Revelación consiste en quitar ese engaño, descubrir el valor, el sentido de todo lo que estoy haciendo, y por tanto sentirme motivado, ilusionado en hacerlo bien, porque es mi contribución al Reino.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
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Comentario Evangelio Mc 1, 14-20
El Dios de Jesús se revela en la historia, no nos habla solo en la intimidad del corazón, sino también en la densidad de los acontecimientos históricos y las relaciones. No nos invita a buscarle en el vacío (Is 45, 15-25), sino que se nos da a conocer de forma mediada. El Evangelio de este domingo se inicia con un acontecimiento que tuvo una importancia decisiva en la vida de Jesús: la detención de Juan Bautista, por causa de su profetismo incómodo y desconcertante. Hay coyunturas históricas que tienen la capacidad de movilizarnos y llevarnos a tomar decisiones significativas para nosotros mismos y para los demás, Asi le sucedió también a Jesús. El evangelio de este domingo empieza refiriéndose a uno de estos hechos: “Cuando arrestaron a Juan”. Este acontecimiento moviliza a Jesús a un nuevo profetismo, un nuevo anuncio centrado no en los sacrificios ni en el ascetismo, sino en la buena noticia de la misericordia y el amor. Convertíos ycreed en la Buena Noticiaes el grito de su anuncio, que resuena en nosotras y nosotros también hoy.
En un mundo quebrado por las guerras y genocidios como el de Palestina, el Evangelio nos recuerda que nuestra conversión pasa por ponernos siempre de parte de la vida, de la alegría, de todas las iniciativas que dan prioridad al cuidado de la vida y la dignidad de las personas por encima de leyes injustas y frente a otros intereses: llámense beneficios económicos, poder o seguridad de unos pocos a costa de las vidas de muchos y muchas. El Evangelio es la Buena noticia del Amor, y el amor es siempre cuidadoso. El amor es lo más opuesto a la violencia, la intolerancia, la manipulación y la explotación de unos seres humanos sobre otros y sobre el planeta mismo. Por eso el anuncio de Jesús nos urge también a nosotros y nosotras hoy a no instalarnos en el no hay nada que hacer, ni en el lamento estéril, sino a no cesar de poner en el centro de nuestras sociedades, de la economía, y de la iglesia misma, a las personas, especialmente a las más vulneradas, hasta que la vida sea una fiesta y no una pesadilla para nadie y hasta que todas las vidas importen.
El sueño de fraternidad y la sororidad humanas que anuncia el evangelio no es una utopía abstracta, sino una utopía embarrada. Sus promesas se cumplen germinalmente en la historia si dejamos que alcancen nuestro corazón y nuestro estilo de vida, como hizo Jesús y tantos hombres y mujeres testigos que nos han precedido y que quedaron seducidos y seducidas por su proyecto. Hombres y mujeres que nos revelan, desde la profundidad y la generosidad de sus vidas que es posible vivir de otra manera. Pero para ellos hemos de transformamos también internamente, dejar que el amor vaya convirtiendo nuestra sensibilidad y conduzca nuestra mirada hacia el reverso de la historia y quienes lo transitan. Como Pedro, como Andrés, como Juan, como Magdalena, María de Nazaret, Juana de Cusa, María la de Santiago (Lc 8,1) y tantos otro y otras que nos han precedido, somos urgidos a despertar del sueño de la cruel inhumanidad, quebrar la indiferencia y ponernos de parte de la vida, la bondad, la sencillez, la hondura, la mesa común del Reino.
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Domingo III del Tiempo Ordinario
21 enero 2024
Mc 1, 14-20
Es sabido que Jesús apenas habló de Dios. Todo su mensaje se centró en lo que él llamaba el “Reino de Dios”. Es probable que, a nuestros oídos no monárquicos y no religiosos, esta expresión les resulte completamente ajena, cuando no anacrónica, obsoleta y, por tanto, prescindible. Pero, tal vez, podamos encontrar en ella un significado en el que nos reconozcamos.
De entrada, se trata de una expresión polisémica, capaz de designar distintas realidades. Por una parte, parece significar la sociedad soñada por Jesús, un “mundo nuevo” caracterizado por la fraternidad, que nace de la comprensión de que todos somos hijos de una misma fuente (“Padre”). En este primer sentido, el “Reino de Dios” equivale al proyecto de Jesús. No extraña, por tanto, que constituya el núcleo de su mensaje.
Por otra parte, tal expresión se identifica con la metáfora del tesoro oculto: el “Reino de Dios” es el tesoro añorado que sabe a plenitud y hace desbordar de alegría. Está -decía Jesús- “dentro de vosotros”.
En este mismo sentido, la expresión puede ser otro modo de nombrar nuestra identidad profunda. El “Reino de Dios” es lo que somos, aquella dimensión de profundidad donde “todo está bien”. Por lo que, cuando se experimenta, uno descubre y vive, metafóricamente hablando, “el cielo en la tierra”.
Con todo ello, no es inadecuado afirmar que la expresión “Reino de Dios”, aun nacida en un contexto religioso teísta, es una metáfora de nuestra “casa”. Somos eso que anhelamos, en ocasiones sin ni siquiera saberlo; eso que es unidad, amor, gozo, paz…, plenitud de presencia. No habla de un “cielo” futuro ni separado, sino de la realidad atemporal, siempre a salvo. Una realidad que, más allá de los términos o expresiones que utilicemos, responde a nuestro Anhelo profundo: en ella nos encontramos con lo que realmente somos.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- Nínive: un breve dibujo animado, un Jonás nada católico.
El libro de Jonás es una novela muy breve, quizás unos dibujos animados o un power point.
Dios le dice a Jonás: ve a Nínive, que allí las cosas van de mal en peor, la corrupción es enorme. El pobre Jonás no estaba para muchas filosofías y encíclicas; estaba cansado, más bien harto, de aquella postmodernidad que le tocaba vivir.
Nínive era una ciudad próspera, muy populosa, pero lamentablemente su situación humana y espiritual era peor que mala. Tal vez como nuestra postmodernidad, aunque en estos momentos estemos atrapados por la pandemia.
Jonás quiere que le dejen de líos y se le antoja irse de vacaciones, a un crucero. Jonás se embarca en una nave y, aunque espera que el viaje transcurra como si fuese el mejor trasatlántico del mundo, sin embargo el barco de Jonás es zarandeado por el temporal y la cosa se pone mal hasta el punto de que los tripulantes le echan la culpa de la tempestad y arrojan a Jonás por la borda al mar.
Entonces es cuando aparece la ballena (que es el mismo símbolo del arca de Noé y la barca de la iglesia), que se traga y salva así a Jonás. La ballena devuelve a Jonás a tierra firme.
Dios le llama y le dice por segunda vez a Jonás, sano y salvo: Haz el favor de ir a Nínive y proclama el mensaje de vida que yo te diré.
Dios no deja nunca de su mano a nadie. Dios no abandona nunca la nave. Jonás se lo pensó, pero fue a Nínive, rezongando y a disgusto, y allí proclamó el mensaje de salvación.
Y Nínive -los ninivitas- cambiaron de vida. Dios perdona siempre (Jonás 3,10). (Conversión).
Un apéndice poco -nada- cristiano
Un detalle curioso es que Jonás se enfada porque Dios ha perdonado a Nínive, a los ninivitas. Jonás dice: después de esto, que has hecho con Nínive (perdonarles), mejor morirse a seguir viviendo. (Jonás 4,3.8). Y Jonás se dijo a sí mismo: “que paren el mundo, que me bajo”, y se fue al “monte” con una tienda de campaña, se puso a la sombra de un ricino y a vivir. Pero hasta el ricino (el árbol) se le secó y Jonás se enfada hasta con aquel árbol al que un gusano había dañado
Dios le dice: ¿te enfadas ya hasta con los árboles? (Jonás 4,9).
Sí, me parece bien enfardarme hasta la muerte, responde Jonás.
Y Dios termina como lo que es, como un buen padre y un Dios, con un gran sentido común: ¿por qué no voy a tener compasión de Nínive en la que hay más de 120.000 personas que aún no distinguen entre el bien y el mal?
La postura de Jonás es la de muchos católicos: ¿cómo va a recibir la misma recompensa ese o esa que han vivido “perdidamente” que yo, que me he privado o he sido austero, he vivido en ayunos, penitencias, con cilicios y entre liturgias. ¿Por qué esos perdidos van a recibir la misma recompensa, que yo, etc.?
¡Mucho cambiarían las cosas en la Iglesia, y fuera de ella, si en vez del “ordeno y mando”, viviéramos en bondad y misericordia, comprensión y libertad!
Jonás era un buen católico.
Dios era ya un espléndido “cristiano”.
02.- De Jonás a Jesús.
Jesús anuncia también la salvación, la vida, “el Reino de los cielos está cerca”. Y nos llama, como a los ninivitas, a creer en Él y a convertirnos. (La iniciativa salvífica siempre es de Dios).
Conversión (metanoia) significa transformación personal, cambio de mentalidad. [1] Pero para que se dé un cambio tan profundo en mi ser, he de ver algo muy valioso que me llama con fuerza, algo que merece la pena, capaz de cambiar y mejorar mi persona, mi vida y la de mi iglesia, familia, la vida de mis conciudadanos.
Se podría decir que la conversión “no la realizo yo”, sino que algo o Alguien me llama irresistiblemente.
Muchas de las cosas y palabras que se barajan y presentamos en la iglesia no tienen el más mínimo interés, ni la más mínima fuerza y valor como para cambiar la vida de una persona.
Solo el amor es digno de la fe, decía von Balthasar.
Una iglesia que no sirve (servicio) no sirve para nada escribía, (Gaillot).
Uno se convierte, dirige su mirada solamente al amor, a la bondad, al servicio, a la ayuda. Valores que el entramado eclesiástico actual son muy poco tenidos en cuenta. El Derecho canónico, la ley, los ritos litúrgicos convierten poco, más bien nada. Son poco más que el Código de tráfico. Una Iglesia que sirve a los pobres, pecadores, enfermos, encarcelados, adictos, que trabaja por la paz, es creíble, lo demás es papel mojado…
Jesús trataba y comía con pecadores y publicanos, daba de comer, curaba enfermos, defendía a la mujer, sentía lástima de las gentes porque andaban como ovejas sin pastor. A Jesús nunca se le ve presidiendo una liturgia o un acto religioso en el Templo…
Es ya clásica la afirmación del filósofo alemán M. Heidegger (1889-1976): solamente Dios puede salvarnos. Solamente el buen Dios de Jesús puede salvarnos.
03.- Conversión en la debilidad humana.
Tal vez, por nuestra tradición tridentina frente al protestantismo naciente, en la que afirmamos nuestros méritos, pensamos que la conversión la realizamos nosotros con nuestra fuerza y nuestras capacidades.
Nos parece que la conversión es un acto potente que yo realizo en unos Ejercicios espirituales o en un retiro, cuando en realidad el comienzo de la conversión está precisamente en nuestra incapacidad, en nuestra debilidad física, moral, espiritual, psíquica.
El hijo pródigo recapacita cuando se ve hundido en la miseria. Seguro que al hijo perdido le vendrían a la mente unos cuantos retazos de los salmos, de la vida: Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: «Señor, salva mi vida», (salmo 114). Dios mío, ¡qué desgraciado soy!, (salmo 115). En estos momentos no soy nada, no tengo nada, ni fuerzas para pedirte perdón (Daniel 3). Espera en el Señor, ten ánimo, sé valiente, (salmo 26). Estando yo sin fuerzas, me salvó.
La conversión en muchas ocasiones es únicamente ponerse como el publicano de la parábola y decir sin palabras: “Señor, ¡ten paciencia conmigo!”.
La conversión la realiza Dios en nosotros, el Dios de Jesús, el Dios perdonador de Nínive y de San Sebastián.
Creed en la Buena nueva de Jesús
[1] Meta: más allá; nous conocimiento, mentalidad. En castellano hay algunas palabras que llevan esta componente: dia – nóus (diagnóstico), pro – nous (pronóstico).
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