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Reconciliando una amistad radicalmente inclusiva en el Cenáculo

Lunes, 20 de mayo de 2024
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IMG_2675Fr. James Keenan, SJ

La reflexión de hoy es de James F. Keenan, S.J., presidente Canisius, director del Instituto Jesuita y vicerrector de Compromiso Global en Boston College. Ha editado o escrito más de 25 libros y publicado más de 400 ensayos, artículos y reseñas en todo el mundo. En 2003 fundó la Catholic Theological Ethics in the World Church, (Ética Teológica Católica en la Iglesia Mundial), una red activa de más de 1.000 especialistas en ética católica. En 2022, Paulist Press publicó su Una historia de la ética teológica católica y en 2023, Georgetown University Press publicó sus recientes conferencias de Oxford Martin D’Arcy, La vida moral..

Las lecturas litúrgicas de hoy para el Domingo de Pentecostés  se pueden encontrar aquí.

Desde Stonewall en adelante, el modelo radicalmente inclusivo de amistad vivido y practicado en la comunidad LGBTQ+ creció como la principal forma de relación dentro de nuestra comunidad. Especialmente durante la crisis del VIH/SIDA, la amistad surgió como algo no negociable acerca de quién era uno entre los demás miembros de la comunidad. Rechazada por la familia y otras personas, la comunidad LGBTQ+ nació y se construyó sobre la base de una aceptación sensata de todos. Cada recién llegado fue aceptado tal como él, ella o ellos se presentaron. Esta dinámica fue y sigue siendo la amistad radicalmente inclusiva practicada y vivida en la comunidad LGBTQ+ mientras nos reconocemos, damos la bienvenida y nos damos la bienvenida unos a otros. (Recientemente examiné este modelo de amistad en un ensayo para Outreach).

Mientras celebramos Pentecostés, me gustaría reflexionar con ustedes sobre cómo una amistad tan radicalmente inclusiva surgió desde el Cenáculo donde los discípulos se reunieron después de la pasión y muerte de Jesús, a través de las apariciones de la Resurrección y la Ascensión, hasta que finalmente en Pentecostés emergieron. juntos desde ese espacio sagrado.

Primero debemos apreciar cuán central es el espacio del Cenáculo para los discípulos. En el evangelio de Marcos, los encontramos allí después de la muerte de Jesús, “llorando y lamentándose” (Mc 16,10), escuchando el relato de María Magdalena (Mc 16,11), y luego también a los discípulos de Emaús (Mc 16,12-13). . Posteriormente, no sabemos cuánto tiempo después, el mismo Jesús los visita en el Cenáculo (Mc 16,14-20).

El evangelio de Lucas es similar excepto que sugiere que los discípulos de Emaús estaban en el Cenáculo antes y después de encontrarse con Jesús resucitado (Lc 24:23).

En Juan, el detalle distintivo es que Jesús visita a los discípulos por segunda vez, una semana después, para revelarse a Tomás (Jn 20,19-31).

En los Hechos de los Apóstoles escuchamos que después de la Ascensión, los discípulos regresan inmediatamente al Cenáculo (Hechos 1,13) y que se encuentran “junto con ciertas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, así como su hermanos” (Hechos 1:14). Hechos señala que están allí por días (Hechos 1:15) y que el Pentecostés ocurre allí también (Hechos 2:1-2).

En The Moral Life (La vida moral), escribo que el duelo de los Once, junto con María, la madre de Jesús, y María Magdalena, no fue un obstáculo para su capacidad de reconocer a Jesús, sino que, de hecho, fue el pasaje mismo para reconocerlo. Al llorar juntos, se volvieron más vulnerables a su amor por Jesús para poder reconocer su presencia resucitada. El dolor, la vulnerabilidad y el reconocimiento están indisolublemente ligados a la historia de Pentecostés y, en particular, al papel que desempeña el Espíritu en nuestras vidas y en la iglesia.

Más allá del duelo y el compartir, quiero enfatizar cómo la reconciliación y el nacimiento de una amistad radicalmente inclusiva en el Cenáculo van de la mano.

IMG_4848La amistad radicalmente inclusiva no es fácil, especialmente cuando los miembros abandonan, niegan, traicionan y dan por muertos a sus supuestos amigos. Hemos aprendido estas lecciones en nuestras propias vidas, pero en Pentecostés es bueno reconocer a otros que pagaron el costo de la reconciliación para crear una amistad radicalmente inclusiva. Una meditación en el Cenáculo antes de Pentecostés nos enseña a la comunidad LGBTQ+ que el mensaje que predicamos no siempre es tan fácil de practicar.

Imagine algunas de las escenas que sucedieron en el Cenáculo en las historias del evangelio antes de Pentecostés. Primero, Jesús les lavó los pies allí, diciéndoles que hicieran lo mismo unos por otros, y luego celebró la Última Cena en esa habitación. Pero cuando fueron a orar a Getsemaní, una vez ocurrido el arresto de Jesús, los discípulos huyen. De los doce, sólo Juan aparece, en todos los relatos, en la crucifixión con la madre de Jesús y María Magdalena, así como las demás mujeres.

Su decisión de regresar al Cenáculo es notablemente reconciliadora. Sin embargo, ¡cómo se atreven! Estos supuestos amigos del Señor lo abandonaron a él, así como a la madre de Jesús y a María Magdalena. ¿Cómo se atreven a regresar a esa habitación donde se convocó tal amistad?

Sin embargo, ¿adónde más irían?

¿Cómo entraron a la habitación? ¿Cómo fue cuando uno por uno regresaron? Cómo fue cuando apareció Pedro, cuya negación debía ser conocida. ¿Qué dijo Juan?

¿Qué vergüenza sintieron al entrar y ante esa vergüenza, cómo se entristecieron?

¿Cómo fue cuando María, la madre de Jesús, llegó por primera vez? ¿Qué sintió cuando vio por primera vez a quienes abandonaron a su hijo?

¿Cómo fue su vergüenza cuando ella entró en la habitación? ¿Cómo la saludaron? ¿Qué palabras pronunció? ¿Qué gestos se hicieron? ¿Cuánto tiempo les llevó reconciliarse después de tanta tragedia y traición?

¿Qué pasa con María Magdalena? En cada uno de los relatos, no sólo está presente en el Calvario, sino que acude el domingo por la mañana al sepulcro. ¡¡¡Ella no sólo es la primera en dar testimonio de Jesús Resucitado, sino que recibe instrucciones de contar esta noticia a sus cobardes discípulos!!! ¿Cómo tomó esa orden? Fueron inútiles en su muerte y en su entierro. ¿Qué sintió cuando los vio por primera vez desde el Gólgota?

Se nos dice que en Pentecostés salieron del Cenáculo y que cuando Pedro se dirigió a la multitud, “se puso de pie con los once”. Presumiblemente este es su primer testimonio público de Jesús desde la Última Cena. ¿Cómo es que estuvieron juntos de manera tan profética como uno solo?

Desde Pentecostés en adelante, los discípulos junto con María, la madre de Jesús, María Magdalena y otros son todos amigos en el Señor, pero ¿qué pasa con toda la vergüenza, el dolor y la desilusión en el Cenáculo durante esos 50 días anteriores?

Si bien creemos en la amistad radicalmente inclusiva, podría ser útil para nosotros, en la comunidad LGBTQ+, darnos cuenta de cuánta reconciliación hemos atravesado con los demás para ser tan incluidos y tan inclusivos. Cada uno de nosotros tuvimos nuestros encuentros en ese Cenáculo.

Cuando veamos y escuchemos a Pedro predicar hoy junto a sus “amigos”, podríamos pasar algún tiempo orando por cómo ellos se reconciliaron en el Cenáculo y cómo nosotros también nos hemos reconciliado unos con otros.

Desde el Cenáculo sabemos que las amistades radicalmente inclusivas requieren mucho perdón. Si vamos a continuar proclamando este tipo de relaciones, tendremos que perdonar y perdonar a medida que avanzamos, aunque ahora en el Espíritu que ciertamente está con nosotros mientras avanzamos juntos como amigos en el Señor.

—James Keenan, SJ, 19 de mayo de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Aliento de vida”. Pentecostés – B. (Juan 20,19-23)

Domingo, 19 de mayo de 2024
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IMG_4742Los hebreos se hacían una idea muy bella y real del misterio de la vida. Así describe la creación del hombre un viejo relato, muchos siglos anterior a Cristo: «El Señor Dios modeló al hombre del barro de la tierra. Luego sopló en su nariz aliento de vida. Y así el hombre se convirtió en un [ser] viviente».

Es lo que dice la experiencia. El ser humano es barro. En cualquier momento se puede desmoronar. ¿Cómo caminar con pies de barro? ¿Cómo mirar la vida con ojos de barro? ¿Cómo amar con corazón de barro? Sin embargo, este barro ¡vive! En su interior hay un aliento que le hace vivir. Es el Aliento de Dios. Su Espíritu vivificador.

Al final de su evangelio, Juan ha descrito una escena grandiosa. Es el momento culminante de Jesús resucitado. Según su relato, el nacimiento de la Iglesia es una «nueva creación». Al enviar a sus discípulos, Jesús «sopla su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».

Sin el Espíritu de Jesús, la Iglesia es barro sin vida: una comunidad incapaz de introducir esperanza, consuelo y vida en el mundo. Puede pronunciar palabras sublimes sin comunicar el aliento de Dios a los corazones. Puede hablar con seguridad y firmeza sin afianzar la fe de las personas. ¿De dónde va a sacar esperanza si no es del aliento de Jesús? ¿Cómo va a defenderse de la muerte sin el Espíritu del Resucitado?

Sin el Espíritu creador de Jesús podemos terminar viviendo en una Iglesia que se cierra a toda renovación: no está permitido soñar en grandes novedades; lo más seguro es una religión estática y controlada, que cambie lo menos posible; lo que hemos recibido de otros tiempos es también lo mejor para los nuestros; nuestras generaciones han de celebrar su fe vacilante con el lenguaje y los ritos de hace muchos siglos. Los caminos están marcados. No hay que preguntarse por qué.

¿Cómo no gritar con fuerza: «¡Ven, Espíritu Santo! Ven a tu Iglesia. Ven a liberarnos del miedo, la mediocridad y la falta de fe en tu fuerza creadora»? No hemos de mirar a otros. Hemos de abrir cada uno nuestro propio corazón

José Antonio Pagola

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“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo”. Domingo 19 de mayo de 2024. Pentecostés

Domingo, 19 de mayo de 2024
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34-PentecostesB cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar:
Salmo responsorial: 103: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
1Corintios 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo:
Juan 20,19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.

En el presente ciclo B pueden utilizarse tambien las siguientes lecturas:

Gálatas 5,16-25: El fruto del Espíritu.
Juan 15,26-27;16,12-15: El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.

Cualquier gran ciudad de nuestro mundo rememora ya el ambiente de la torre de Babel: pluralidad de lenguas, pluralidad de culturas, pluralidad de ideas, pluralidad de estilos de vida y problemas inmensos de intolerancia e incomprensión entre los que la habitan. ¿Cómo convivir y entenderse quienes tienen tantas diferencias? La situación está volviéndose especialmente problemática en los países desarrollados, pero también en las grandes ciudades de todo el mundo. Inmigrantes del campo, del interior, de otras provincias o países que lo dejan todo para buscar un trabajo, un hogar, un lugar donde recibir sustento y calidad de vida. A la desesperada son cada día más los que abandonan su país para tocar a la puerta de los países desarrollados, aunque para ello haya que surcar mares tenebrosos en barcas desamparadas. Llegar a la otra orilla es la ilusión… Y cuando llegan, si es que los dejan entrar, comienza un verdadero calvario hasta poder situarse al nivel de los que allí viven. Nuestro mundo se ha convertido ya en paradigma de la torre de Babel, palabra que significaba «puerta de los dioses». Así se denominaba la ciudad, símbolo de la humanidad, precursora de la cultura urbana. Una ciudad en torno a una torre, una lengua y un proyecto: escalar el cielo, invadir el área de lo divino. El ser humano quiso ser como Dios (ya antes lo había intentado en el paraíso a nivel de pareja, ahora a nivel político) y se unió (-se uniformó-) para lograrlo.

Pero el proyecto se frustró: aquél Dios, celoso desde los comienzos del progreso humano, confundió (en hebreo, “balal”) las lenguas y acabó para siempre con la Puerta de los dioses (“Babel”). Tal vez nunca existió aquel mundo uniformado; quizá fue sólo una tentadora aspiración de poder humano. Después del castigo divino, las diferentes lenguas fueron el mayor obstáculo para la convivencia, principio de dispersión y de ruptura humana. El autor de la narración babélica no pensó en la riqueza de la pluralidad e interpretó el gesto divino como castigo. Pero hizo constar, ya desde el principio, que Dios estaba por el pluralismo, diferenciando a los habitantes del globo por la lengua y dispersándolos.

Diez siglos después de escribirse esta narración del libro del Génesis, leemos otra en el de los Hechos de los Apóstoles. Tuvo lugar el día de Pentecostés, fiesta de la siega en la que los judíos recordaban el pacto de Dios con el pueblo en el monte Sinaí, «cincuenta días» (=«Pentecostés») después de la salida de Egipto.

Estaban reunidos los discípulos, también cincuenta días después de la Resurrección (el éxodo de Jesús al Padre) e iban a recoger el fruto de la siembra del Maestro: la venida del Espíritu que se describe acompañada de sucesos, expresados como si se tratara de fenómenos sensibles: ruido como de viento huracanado, lenguas como de fuego que consume o acrisola, Espíritu (=«ruah»: aire, aliento vital, respiración) Santo (=«hagios»: no terreno, separado, divino). Es el modo que elige Lucas para expresar lo inenarrable, la irrupción de un Espíritu que les libraría del miedo y del temor y que les haría hablar con libertad para promulgar la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesús.

Por esto, recibido el Espíritu, comienzan todos a hablar lenguas diferentes. Algunos han querido indicar con esta expresión que se trata de “ruidos extraños”; tal vez fuera así originariamente, al estilo de las reuniones de carismáticos. Pero Lucas dice “lenguas diferentes”. Así como suena. Poco importa por lo demás averiguar en qué consistió aquel fenómeno para cuya explicación no contamos con más datos. Lo que sí importa es saber que el movimiento de Jesús nace abierto a todo el mundo y a todos, que Dios ya no quiere la uniformidad, sino la pluralidad; que no quiere la confrontación sino el diálogo; que ha comenzado una nueva era en la que hay que proclamar que todos pueden ser hermanos, no sólo a pesar de, sino gracias a las diferencias; que ya es posible entenderse superando todo tipo de barreras que impiden la comunicación.

Porque este Espíritu de Dios no es Espíritu de monotonía o de uniformidad: es políglota, polifónico. Espíritu de concertación (del latín “concertare”: debatir, discutir, componer, pactar, acordar). Espíritu que pone de acuerdo a gente que tiene puntos de vista distintos o modos de ser diferentes. El día de Pentecostés, a más lenguas, no vino, como en Babel, más confusión. “Cada uno los oía hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios”. Dios hacía posible el milagro de entenderse.. Se estrenó así la nueva Babel, la pretendida de Dios, lejos de uniformidades malsanas, un mundo plural, pero acorde. Ojalá que la reinventemos y no sigamos levantando muros ni barreras entre ricos y pobres, entre países desarrollados y en vías de desarrollo o ni siquiera eso. Leer más…

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18.5.24. Pentecostés, Carne y Espíritu de Dios: Profetas, reyes, sacerdotes

Domingo, 19 de mayo de 2024
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IMG_4836Del blog de Xabier Pikaza:

Jesús ha dado por amor su vida (pascua) y a los “cincuenta días” (=Pentecostés) nace la Iglesia como presencia de Dios en todos los hombres y mujeres que comparten su vida como profetas (palabra), reyes (gestión social) y sacerdotes (celebración de amor, comida-bebida de fiesta).

En el fondo  de esa tríada (palabra, camino, fiesta) está el orden de poderes “romanos” que estudió G. Dumézil, convertidos en principios de vida/amor.

Así lo razonó Pablo (1 Cor 12-14) y lo ha justificó el Vaticano II (1962-1965), con el Catecismo de la Iglesia (1992), declarando que todos los cristianos son profetas-reyes-sacerdotes de Dios en Cristo, por medio del Espíritu Santo (como he puesto de relieve en Sistema-Iglesia, imagen 3).

Sobre esa base del profetismo, reino y sacerdocio,  siguiendo en la línea de los poderes sociales,  ha instituido más tarde unos ministros con autoridad especial (no superior) de manera que se ha podido pensar que ellos forman un “orden”  divino de diáconos, presbíteros y obispos/pastores.  

Pero, como dice la palabra, esos ·ministros” son minus/menos, siendo servidores (estando al servicio) del conjunto de la iglesia, pueblo profético, real y sacerdotal, como  celebramos este día Pentecostés 2024.

TRIA MUNERA, TRES SERVICIOS UNIVERSALES. VOLVER AL CATECISMO

 La iglesia tiene tres “autoridades” que equivalen de algún modo a los poderes de la sociedad civil (legislativo, ejecutivo, judicial). Esas autoridades (profética, sacerdotal y regia) vienen de Dios por Cristo y se identifican con el Espíritu Santo que actúa y vive en todos los creyentes . El Concilio Vaticano II aceptó en varios documentos ese esquema de las “tria munera” (tres autoridades) que proviene de la Biblia y de la primera iglesia y así lo confirmó el Catecismo  del año 1992

  1. El poder legislativo se puede vincular con la función profética. La normas de vida del judaísmo y de la Iglesia provienen de los “profetas”, que proclaman y codifican la Palabra de Dios. El Cristo profeta, todos los cristianos son profetas, “legisladores” de sí mismos y del conjunto de la iglesia.
  2. El poder ejecutivo se puede comparar con la función “real” (regia) de los gobernantes y, en especial, con la función de, Cristo, Rey-Mesías. Cristo es Rey, en él son reyes todos los cristianos, señores de sí mismo, hermanos de los demás, sin estar sometidos a nadie.
  3. Finalmente, en el lugar del poder judicial puede situarse en la Iglesia la función santificadora o sacerdotal. En Cristo-Sacerdote, todos los cristianos son por esencial (ontológicamente) sacerdotes.

CATECISMO. UN PUEBLO SACERDOTAL, PROFÉTICO Y REAL

Num. 783 Jesucristo es Aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido “Sacerdote, Profeta y Rey”. Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas (cf . Redemptor Hominis 18-21).

784 Al entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo se participa en la vocación única de este Pueblo: en su vocación sacerdotal: «Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo pueblo “un reino de sacerdotes para Dios, su Padre”. Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo»(LG 10).

785 “El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo”. Lo es sobre todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía, cuando “se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre” (LG 12) y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este mundo.

786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo “venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28). Para el cristiano, “servir a Cristo es reinar” (LG 36), particularmente “en los pobres y en los que sufren” donde descubre “la imagen de su Fundador pobre y sufriente” (LG 8). El pueblo de Dios realiza su “dignidad regia” viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.

«La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos debe saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón?» (San León Magno, Sermo 4, 1).

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POR CRISTO, EN EL ESPÍRITU

Cristo es profeta, rey y sacerdote, en plenitud, como enviado-presencia (Hijo) de Dios de Dios y plenitud de la vida humana. En ese sentido, no hay en la iglesia otro profeta-rey-sacerdote que Cristo, la humanidad de Dios Unidos a Cristo, todos los bautizados son profetas, reyes y sacerdotes, con su misma palabra profética, su mismo poder real y su misma capacidad sagrada. Ésta es la novedad de Jesús. En ese sentido se habla del sacerdocio-realeza “común” de los fieles, en sentido ontológico, real. El bautismo (como principio y sentido de todos los sacramentos) les “consagra” profetas, reyes y sacerdotes. Así lo puse de relieve en mi libro sobre Sistema, Libertad, Iglesia

Todos los bautizados son profetas (es decir, legisladores, en el sentido pleno de la palabra… No reciben su doctrina de otros maestros exteriores, no son puros “dependientes” de un magisterio externo, sino portadores y testigos de la palabra de Dios que son “maestros”, en una línea que han puesto de relieve las Cartas de Juan: Cada cristiano recibe y despliega desde el fondo de sí mismo la palabra de Dos, cada uno “se es ley para sí mismo”, en comunión con otros (Juan de la Cruz, Subida).

Todos los bautizados son reyes en Cristo. No son esclavos de nadie ni de Cristo, sino que son el m mismo Cristo. Nadie puede imponerles su dictado y mandar sobre ellos. Son reyes, responsables de sí mismos, capaces de realizar la obra de Cristo, en él y con él. En Cristo no hay reyes y súbditos, señores y esclavos, sino que todos son “uno” en Cristo, con su mismo poder de amor y servicio mutuo

Todos son, finalmente sacerdotes… en el sentido radical de la palabra. Éste es el sacerdocio verdadero, el más profundo, ése que suele llamarse “sacerdocio común de los fieles” (que es el sacerdocio “ontológico”, si es que puede utilizarse esa palabra helenista). No hay una “tribu sacerdotal”, como la de Leví-Aarón en el AT, sino un sacerdocio único, simbolizado por Melquisedec, que es Cristo (hebreos). La santidad de Cristo y su obra santificadora, representada y celebrada por la eucaristía, es por tanto un “carisma” de todos los bautizados, que se identifican con Cristo, varones o mujeres

ÉSTE ES EL PUNTO DE PARTIDA DE LA IGLESIA.

Ella es en cristo un “cuerpo” de profetas (palabra), reyes (poder de organizar em amor el mundo) y sacerdotes (capacidad de santificar la vida de los hombres. Ésta es la más alta profecía, reinado y sacerdocio de la Iglesia. No hay en ella como he dicho una tribu sacerdotal (Leví/Aarón)… No hay una dinastía regia como la de Judá/David en el Antiguo Testamento. Ni hay un clan especial de profetas… , Pues la palabra de la profecía (la palabra que se hace ley de vida) es de todos los creyentes.

Conforme a la experiencia de Pablo, proclamada en Gal 3, 28 (y en el conjunto de su epistolario) no hay en la iglesia distinción básica entre judíos y gentiles, varones y mujeres, reyes y no reyes, profetas y no profetas, sacerdotes y no sacerdotes, pues todos son (somos) uno en Cristo, todos profetas, todos reyes, todos sacerdotes.

MINISTERIOS SACERDOTALES.

SOLO EN UN SEGUNDO MOMENTO SE PUEDE HABLAR EN LA IGLESIA DE PROFETAS MINISTERIALES, REYES/GOBERNANTES MINISTERIALES Y SACERDOTES MINISTERIALES… que forman parte del “ordo”, es decir, del ordenamiento social. La profecía-realeza-sacerdocio “ontológico” (bautismal, fundante) es la de todos los bautizados. Esta es la primera, la definitiva… y al servicio de ella es bueno que se instaure, en un segundo momento, un “orden/ordenamiento funcional” de profetas-sacerdotes-reyes.

  Por eso, los profetas (maestros, catequistas), los “ministros” (obispos, presbíteros) y los “sacerdotes presidentes de la celebración” no son más profetas, reyes o sacerdotes que el resto de los cristianos, sino igual que todos los demás, pero sl servicio del “ordenamiento” de la unidad y crecimiento de la Iglesia, tal como ha puesto de relieve Pablo en 1 Cor y Rom.

Estos profetas, reyes/animadores y sacerdotes ministeriales no tienen una profecía, reino y sacerdocio distinto, ni tienen más autoridad que el resto de los cristianos, sino la que en Cristo tienen todos los cristianos, aunque su “función” es importantísima como testimonio tarea de unidad para toda la Iglesia.

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Domingo de Pentecostés. Ciclo B

Domingo, 19 de mayo de 2024
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250px-Pentecostés_(El_Greco,_1597)Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El “Gloria”, el himno que rezamos los domingos al comienzo de la misa, comienza alabando al “Dios Padre Todopoderoso”; sigue exaltando al “Señor nuestro Jesucristo”. Al final, casi de pasada, y como con vergüenza, termina: “Con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre”. Es un símbolo perfecto de la poca importancia que la mayoría de los católicos concede al Espíritu Santo. Aunque la situación ha cambiado notablemente en las últimas décadas, la fiesta de hoy ayuda a advertir la enorme importancia del Espíritu en nuestra vida cristiana y en la vida de la Iglesia.

La importancia del Espíritu (1 Corintios 12, 3b-7.12-13)

            En este pasaje Pablo habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu confesamos a Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban la vida, ya que los romanos consideraban que el Señor era el César). Gracias al Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones (apostolado, enseñanza, gobierno, etc.). Y, gracias al Espíritu, en la comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión (judíos ni griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también desaparecen las diferencias basadas en el género (varones y mujeres). Se cumple lo anunciado por el profeta Joel: «Después derramaré mi espíritu sobre todos: vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones. También sobre siervos y siervas derramaré mi espíritu aquel día». En definitiva, todo lo que somos y tenemos los cristianos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.

Hermanos:

Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Ciento veinte contra diez. Dos versiones del don del Espíritu Santo.

            Lucas y Juan cuentan el don del Espíritu de manera muy distinta. Lucas, en la línea del profeta Joel, lo presenta como un don a toda la comunidad cristiana, simbolizada por las ciento veinte personas reunidas en Jerusalén, que la impulsa a proclamar las grandezas de Dios. Juan, en cambio, lo relaciona con la promesa de Jesús durante la última cena: «Yo pediré al Padre que os dé otro abogado que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad» (Jn 14,15), ese Espíritu que «os enseñará todo y os irá recordando todo lo que yo os he dicho» (Jn 14,26). Una promesa hecha a los Once (Judas ya se ha ido de la cena) y que se cumple a los Diez (porque Tomás está ausente).

            En resumen, Lucas enfoca el don desde el punto de vista de la alabanza universal, Juan desde el punto de vista de la misión de los apóstoles.

La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)

            A nivel individual, el Espíritu se comunica en el bautismo. Pero Lucas, en los Hechos, desea inculcar que la venida del Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Por eso viene sobre todos los presentes, que, como ha dicho poco antes, era unas ciento veinte personas (cantidad simbólica: doce por diez). Al mismo tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con el apostolado. El Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios», como reconocen al final los judíos presentes.

Al llegar el día de pentecostés, estaban todos los discípulos juntos en el mismo lugar. De repente un ruido del cielo, como de viento impetuoso, llenó toda la casa donde estaban. Se les aparecieron como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse.

Había en Jerusalén judíos piadosos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al oír el ruido, la multitud se reunió y se quedó estupefacta, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Fuera de sí todos por aquella maravilla, decían: «¿No son galileos todos los que hablan? Pues, ¿cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra lengua materna? Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y el Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las regiones de Libia y de Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las grandezas de Dios».

La versión de Juan 20, 19-23

            Tratándose de algo tan importante, resulta curioso la brevedad con la que trata el don del Espíritu, relegándolo al final, después del saludo, la confirmación de que es Jesús quien se aparece, y el envío de los apóstoles.

El saludo es el habitual entre los judíos: “La paz esté con vosotros”. Pero en este caso no se trata de pura fórmula, porque los discípulos, muertos de miedo a los judíos, están muy necesitados de paz.

Ese paz se la concede la presencia de Jesús, algo que parece imposible, porque las puertas están cerradas. Al mostrarles las manos y los pies, confirma que es realmente él. Los signos del sufrimiento y la muerte, los pies y manos atravesados por los clavos, se convierten en signo de salvación, y los discípulos se llenan de alegría.

Todo podría haber terminado aquí, con la paz y la alegría que sustituyen al miedo. Sin embargo, en los relatos de apariciones nunca falta un elemento esencial: la misión. Una misión que culmina el plan de Dios: el Padre envió a Jesús, Jesús envía a los apóstoles. [Dada la escasez actual de vocaciones sacerdotales y religiosas, no es mal momento para recordar otro pasaje de Juan, donde Jesús dice: “Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies”].

Todo termina con una acción sorprendente: Jesús sopla sobre los discípulos. No dice el evangelistas si lo hace sobre todos en conjunto o lo hace uno a uno. Ese detalle carece de importancia. Lo importante es el simbolismo. En hebreo, la palabra ruaj puede significar “viento” y “espíritu”. Jesús, al soplar (que recuerda al viento) infunde el Espíritu Santo. Este don está estrechamente vinculado con la misión que acaban de encomendarles. A lo largo de su actividad, los apóstoles entrarán en contacto con numerosas personas; entre las que deseen hacerse cristianas habrá que distinguir entre quiénes pueden ser aceptadas en la comunidad (perdonándoles los pecados) y quiénes no, al menos temporalmente (reteniéndoles los pecados).

En la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo:

«¡La paz esté con vosotros!».

Y les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Él repitió:

«¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros».

Después sopló sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos».

Resumen

            Estas breves ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla, aunque se le podría objetar una visión demasiado intimista, en comparación con la eminentemente apostólica de Hechos y Juan.

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

El don de lenguas

«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).

El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.

El segundo es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).

Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.

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19 de Mayo. Domingo de Pentecostés

Domingo, 19 de mayo de 2024
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Cuando venga el Espíritu de la verdad, él os irá guiando hasta la verdad plena.»

(Jn 15, 26-27;16, 12-15)

Comenzamos este escrito con una pregunta. ¿Qué imagen de Dios tenemos? Porque es muy distinto relacionarnos con un Dios individual que con un Dios trinitario que habla de relación, de diversidad, de entrelazamiento, de no poder existir el Padre sin el Hijo y sin el Espíritu y viceversa. Son relaciones basadas en la libertad del amar.

Comienza este texto diciendo «cuando venga el espíritu de la verdad…» La palabra verdad tenemos que cambiarla por plenitud. La verdad es una categoría mental, que lleva a una categoría humana, donde cada uno vive según su verdad. La verdad a la que se refiere el texto es la plenitud, la completud.

Jesús envía el espíritu de la verdad cuando su presencia humana ya no está físicamente con nosotros y análogamente percibimos el espíritu de quienes queremos, su presencia de infinitud cuando ya no están físicamente con nostr@s.

Jesús envía el Espíritu que procede del Padre. La danza divina de la comunión, el entrelazamiento de lo que son. Metafóricamente el Misterio se asemeja a una infinita red constituida por su misma interrelación. El espíritu es el otro brazo del Padre, según la expresión de San Ireneo. Es importante caer en la cuenta de que Cristo significa el Ungido: “Aquél que ha recibido el Espíritu”.

“El Espíritu dará testimonio sobre mí, vosotros seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio”.

La palabra testimonio viene del griego mártirμάρτυρας», «testigo»). Que hace referencia a quien da fe de algo debido a que lo ha vivido o presenciado. Unificación de los polos divino y humano. Dos testimonios, el Espíritu, presencia divina y viva de Jesús y los discípulos manifestación real de la vida vivida junto al maestro.

Tendría que deciros muchas más cosas…” El espíritu nos introduce en una nueva manera de vivir, la de comprender. Sin el espíritu no podemos pasar del entendimiento a la “comprensión”.

“Él no hablará por su cuenta” porque vive en una relacionalidad que expresa la comunión profunda que transparenta la esencia que los une. No existen relaciones lineales ni jerárquicas sino de profundidad.

El Espíritu Santo es la fuerza vital divina que hace todo el espacio más transparente. El Espiritu transformador, surge de la libertad y creatividad ilimitadas.

Y os anunciará las cosas venideras”. Nos impulsa el pasado, pero nos atrae el futuro, que nos invita a movernos hacía delante, y aquí descubrimos que nuestra inquietud interior es divina, fruto del Espíritu que sopla como quiere y donde quiere y que nunca dejará de asombrarnos y sorprendernos. El Espíritu fuerza viva que abre caminos de novedad y Vida.

ORACIÓN

Espíritu Santo, descúbrenos la verdadera comunión, la danza ininterrumpida y flexible que es esencia de interrelacionalidad, profundidad y plenitud.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Dios-Espíritu es ‘Ruah’, Fuerza, Energía que empuja a la meta.

Domingo, 19 de mayo de 2024
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listenerPENTECOSTÉS (B)

Jn 20,19-23

Para entender hoy lo que celebramos, debemos mirar a la Trinidad. Lo que digamos lo tenemos adelantado para el próximo domingo. Que yo sepa, la teología oficial nunca ha dicho que el Padre, el Hijo o el Espíritu actuaran por separado. La distinción de las personas en la Trinidad, solo se manifiesta en sus relaciones “ad intra”, es decir, cuando se relacionan una con otra. En sus relaciones “ad extra”, es decir, en sus relaciones con las criaturas, se comportan siempre como uno.

La fiesta de Pentecostés es la culminación de todo el tiempo pascual. Las primeras comunidades tenían claro que todo lo que estaba pasando en ellas era obra del Espíritu. Todo lo que había realizado el Espíritu en Jesús, lo estaba realizando ahora en cada uno de ellos y queda reflejado en la idea de Pentecostés. Es el símbolo de la acción del Espíritu a través de Jesús. También para cada uno de nosotros, celebrar la Pascua significa descubrir la presencia en nosotros de Dios-Espíritu.

Según lo que acabamos de decir, siempre que hablamos del Espíritu, hablamos de Dios. Y siempre que hablamos de Dios, hablamos del Espíritu, porque Dios es Espíritu. Pentecostés era una fiesta judía que conmemoraba la alianza del Sinaí a los cincuenta días de Pascua. Nosotros celebramos hoy la venida del Espíritu, también a los cincuenta días de la Pascua, pero sabiendo que no tiene que venir de ninguna parte. Para nosotros el fundamento de la nueva comunidad no es la Ley sino el Espíritu.

Tanto la “ruah” hebrea como el “pneuma” griego, significan viento. La raíz de esta palabra en las lenguas semíticas es rwh, que significa el espacio entre cielo tierra, que puede estar en calma o en movimiento. Sería el ámbito del que los seres vivos beben la vida. En estas culturas el signo de vida era la respiración. Ruah vino a significar soplo vital. Cuando Dios modela al hombre de barro, le sopla en la nariz el hálito de vida. En el evangelio que hemos leído hoy, Jesús exhala su aliento para comunicar el Espíritu. La misma tierra era concebida como un ser vivo, el viento era su respiración.

No es tan corriente como suele creerse el uso específicamente teológico del término “ruah” (espíritu). Solamente en 20 pasajes del las 389 veces que aparece en el AT, podemos encontrar este sentido. En los textos más antiguos se habla del espíritu de Dios que capacita a alguien para llevar a cabo una misión que salva al pueblo. Con la monarquía el Espíritu se convierte en un don permanente para el monarca (ungido). De aquí se pasa a hablar del Mesías como portador del Espíritu. Solo después del exilio, se habla también del don del espíritu al pueblo en su conjunto.

En el NT, “espíritu” tiene un significado fluctuante, hasta cierto punto todavía judío. El mismo término “ruah” se presta a un significado simbólico. Solamente en algunos textos de Juan parece tener el significado de una persona. El NT no determina con precisión la relación de la obra salvífica de Jesús con la del E. S. No está claro si el Pneuma es una entidad personal o si por el contrario significa un aspecto de Dios.

Es una pena que incluso hayamos materializado al Espíritu. Pensamos en él como un ser individual que anda por ahí haciendo de la suyas separado del Padre y del Hijo. La devoción al Espíritu Santo o las innumerables oraciones que le dirigimos dan cuenta de ello. Como nos pasa con el Padre y el Hijo estamos incapacitados para no hacernos ninguna imagen individual de ellos. Querer comprenderlos racionalmente se convierte en un nudo gordiano que nos tiene atados y no sabemos ni deshacer ni cortar.

Jesús es concebido por el Espíritu, baja sobre él en el bautismo, es conducido por él al desierto, etc. No podemos pensar en un Jesús teledirigido por otra entidad desde fuera de él. Según el NT, Cristo y el Espíritu desempeñan la misma función. Dios es llamado Pneuma; y el mismo Cristo en algunas ocasiones. En unos relatos lo promete, en otros lo comunica. Unas veces les dice que la fuerza del E. S. está con ellos, en otros dice que no les dejará desamparados, que él mismo estará siempre con ellos.

Hoy sabemos que el Espíritu Santo es un aspecto del mismo Dios. Por lo tanto, forma parte de nosotros mismos y no tiene que venir de ninguna parte. Está en mí, antes de que yo mismo empezara a existir. Es el fundamento de mi ser y la causa de todas mis posibilidades de ser en el orden espiritual. Nada puedo ser ni hacer sin él, pero tampoco estaré nunca privado de su presencia. Todas las oraciones que piden la venida del E. S. nacen de la ignorancia de lo que queremos significar con ese nombre.

Está siempre en cada uno de nosotros, pero no siempre somos conscientes de ello y como Dios no puede violentar ninguna naturaleza, porque actúa siempre conforme a ella, podemos pasar toda la vida sin descubrir su presencia. Dios-Espíritu es el mismo en todos y nos empuja hacia la misma meta. Pero como cada uno estamos en un “lugar” diferente, el camino que nos obliga a recorrer, será siempre distinto.

No es la meta la que distinguen a los que se dejan mover por el Espíritu, sino los caminos que llevan a ella. El labrador, el médico, el sacerdote tienen que tener el mismo objetivo vital si están movidos por el mismo Espíritu, pero su tarea es distinta. Una mayor humanidad será la manifestación de su presencia. La mayor preocupación por los demás, es la mejor muestra de que uno se está dejando llevar por él.

Si Dios está en cada uno de nosotros como Absoluto, no hay manera de imaginar que pueda darse más a uno que a otro. En toda criatura se ha derramado todo el Espíritu. Esgrimir el Espíritu como garantía de autoridad es la mejor prueba de que uno no se ha enterado de lo que tiene dentro. Porque tiene la fuerza del Espíritu, el campesino será responsable y solícito en su trabajo y con su familia. En nombre del mismo Espíritu, el obispo desempeñará las tareas propias de su cargo. Siempre que queremos imponernos a los demás con cualquier clase de autoridad, estamos dejándonos llevar de nuestro espíritu raquítico, no del Espíritu.

La presencia de Dios en nosotros nos mueve a parecernos a Él. Pero, si tenemos una idea masculina de Dios como poder, señorío y mando, que premia y castiga, repetiremos esas cualidades en nosotros. El intento de ser como Dios, en el relato de la torre de Babel, queda contrarrestado en este relato que nos habla de reunir y unificar lo que era diverso. El único lenguaje que todo el mundo entiende es el amor. Si descubrimos el Dios de Jesús que es amor total, intentaremos repetir en nosotros ese Dios, amando, reconciliando y sirviendo a los demás. Esta es la diferencia abismal entre seguir al Dios-Espíritu o a nuestro espíritu.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Pentecostés

Domingo, 19 de mayo de 2024
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pentecostes

Jn 20, 19-23

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo»

El espíritu de Dios se cernió sobre la Tierra poniendo orden en el caos primitivo, se coló por las narices del muñeco de barro para que en el mundo pudiese haber amor, tolerancia, libertad, felicidad… suscitó profetas que guiasen a los hombres y mujeres por el camino de la vida y sopló como un huracán en Jesús de Nazaret.

El texto de hoy nos presenta al Espíritu empapando a los discípulos encerrados en Jerusalén tras la muerte de Jesús. Aquellos hombres y mujeres habían creído en él y lo habían dejado todo por seguirle, pero durante todo el tiempo que permanecieron a su lado estuvieron creyendo mal. Estuvieron creyendo que era el mesías esperado por Israel, el que iba a expulsar a los romanos e instaurar un reino de paz y justicia como nunca se había visto otro en el mundo… Y hasta discutían por ver cómo se iban a repartir los altos cargos de ese reino.

Pero subieron a Jerusalén y todo se desbarató.

La muerte de Jesús en la cruz supuso un golpe demoledor para su fe, porque los hechos demostraban que Dios no estaba con él, sino con los sacerdotes que lo habían vencido. Quizás en un primer momento esperaron que bajase de la cruz, o que resucitase tal como ellos le habían entendido, pero pasaron las horas, pasaron los días, y fueron perdiendo la esperanza.

Dicen los especialistas que permanecieron encerrados en Jerusalén hasta que finalizó la Pascua, y que salieron de allí mezclados con los peregrinos que volvían a sus lugares de origen tras celebrarla. Esta interpretación parece corroborada por el propio Juan, quien afirma en el capítulo 21 de su evangelio que regresaron a Galilea y retomaron sus ocupaciones. Pedro, Andrés y los Zebedeos volvieron a la mar.

Su fe había muerto y el mensaje de Jesús parecía irremisiblemente perdido, pero Dios estaba con él a pesar de las apariencias, y su Espíritu, el espíritu de Dios, actuó sobre ellos con tal fuerza, que sus ojos se abrieron definitivamente y al fin creyeron bien. Y recuperaron la esperanza, y con ella recuperaron también el coraje necesario para abrazar con ímpetu arrollador la misión —aparentemente imposible— de proclamar la fe en el profeta crucificado. Dice Lucas en Hechos que en su primera aparición pública se convirtieron tres mil personas.

Sin duda ha sido también el espíritu de Dios el que ha mantenido el mensaje de Jesús hasta nuestros días a pesar de las innumerables barbaridades que sus seguidores hemos cometido en el seno de “su” Iglesia, y ello nos hace albergar la esperanza de que seguirá soplando hasta llevar a la humanidad a plenitud.

Como decía Ruiz de Galarreta «Creer en el viento de Dios es una hermosa profesión de fe en que Dios no está ausente, sino presente y activo de una manera concreta: alentando, empujando».

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Como una brasa inextinguible.

Domingo, 19 de mayo de 2024
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Pentecost-fireJuan 20, 19-23

Celebramos este domingo la fiesta de Pentecostés, la recepción del espíritu del Resucitado por parte de las primeras comunidades cristianas. Esta fiesta se arraiga en la tradición judía de la Celebración de las cosechas, que se celebraba 50 días después de la Pascua, y se ofrecían los primeros frutos. Una fiesta de agradecimiento y fecundidad. El Pentecostés cristiano nos recuerda que la humanidad no está abandonada de la mano de Dios, sino que el espíritu del Viviente está presente en nuestro mundo y en la hondura del corazón humano y que acude siempre en auxilio de nuestra debilidad (Rm 8,26). Los textos de estos días se refieren al Espíritu como Paráclito, es decir, el que alienta y consuela. Asi le sucedió a la primera comunidad cristiana, que como nos recuerda el evangelio de hoy se encontraban desconcertados e inseguros tras la muerte de Jesús: en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. ¿Cómo llevar adelante su encargo de hacer del mundo un banquete sin primeros ni últimos en medio de tantas dificultades, frente a una realidad que se les resiste?

Probablemente también nosotras y nosotros hoy podemos experimentar algo similar. La impotencia, el miedo, el desconcierto y la incertidumbre nos atraviesan como personas y comunidades en el contexto global de un mundo en guerra contra la vida como es el nuestro. Pero el Paráclito es también Restaurador de sueños y Engendrador de resistencias. Como señala Leonardo Boff el Espíritu aparece siempre como resistencia, elevándose por encima de todos los odios, esperando contra toda esperanza. El espíritu es esa pequeña brasa que se oculta en el rescoldo. La lluvia apaga la llama, el viento disipa el humo, pero debajo de todo sigue una brasa encendida, inextinguible… El espíritu sostiene el débil aliento de vida en el imperio de la muerte [1]. Pero para ello es imprescindible la experiencia comunitaria, porque la resistencia y la esperanza para poder abrirse camino en la historia, necesitan tramarse entre muchos, trenzarse en colectivo. Por eso el Espíritu se recibe en comunidad, a la vez que uno de sus frutos más fecundos es su fortalecimiento, desde la diversidad de dones, carismas y ministerios.

Pero el Evangelio de este domingo nos recuerda también algo sumamente importante: el Espíritu brota del costado y las manos heridas del Resucitado, no es ajeno por tanto a la violencia, la injusticia y al sufrimiento. No se nos ofrece pese a ellos, sino que desde ellos mismos se derrama como aliento, como resistencia, como lucidez, como energía, para atravesar la densidad de los infiernos humanos y enfrentarlos, como contrarios a la vida, urgiéndonos a denunciarlos y a buscar colectivamente terminar con ellos. Por eso celebrar Pentecostés es siempre incómodo y desinstalador. La paz que nos regala el Espíritu no es tranquilizadora sino una provocación honda para ser iglesia en salida, para desordenar el mundo hasta que la humanidad y la creación sean reconciliadas. Por eso recibir el Espíritu nos urge siempre a la misión, Una misión que no se sostiene en nuestras propias fuerzas, sino que es recibida y alentada como una brasa inextinguible que nos mueve siempre agradecimiento y gratuidad. ¿Sentimos su ardor?

 

Pepa Torres Pérez

 

[1] Citado en Elizabeth Johnson, La que es, Herder, Barcelona, 2002, pág. 183-185

Fuente Fe Adulta

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Paz

Domingo, 19 de mayo de 2024
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19 mayo 2024

Jn 20, 19-23

Nuestra propia constitución paradójica hace que todas las realidades valiosas sean, a la vez, don y tarea. Son realidades transpersonales y las percibimos de forma personal. Son presencia y las vivenciamos como secuenciales. Lo cual es un reflejo de nosotros mismos, en los dos planos que nos constituyen: consciencia y yo, plenitud de presencia (vida) y forma frágil, identidad estable y personalidad impermanente.

Frente a nuestra realidad paradójica, el riesgo mayor consiste en el olvido de cualquiera de las dos dimensiones: por un lado, el olvido de la dimensión transpersonal que, en la práctica, va de la mano con la absolutización del yo, conduce al error de pensar que lo real es secuencial y que todo es tarea por hacer; por otro, el olvido de la dimensión personal, aun afirmando teóricamente que “todo es pleno”, desemboca, antes o después, en una pseudo-espiritualidad o espiritualismo desimplicado.

Ambos olvidos, cualquiera que sea la forma que adopten, son ignorancia: ignoran nuestra realidad «completa». Y la ignorancia es siempre dañina. Porque, al basarse en el error acerca de lo que somos, de manera inevitable, generará sufrimiento.

Por el contrario, la sabiduría o comprensión experiencial da cuenta de toda nuestra verdad, nos reconoce en lo que somos y, desde ahí, nos capacita para vivir nuestra realidad completa, con las claves que ella misma aporta.

Ya somos paz. ¿Qué nos impide verlo y vivirlo? La algarabía mental -las lecturas que la mente hace de lo real- y la ignorancia que nos hace tomarnos por lo que no somos. Acallados esos ruidos mentales y egoicos, emerge y resplandece lo que hay, la paz, es decir, lo que somos.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Pentecostés: la vida tiene sentido santo

Domingo, 19 de mayo de 2024
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1590662181467Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Celebramos hoy la Pascua de Pentecostés, es decir, la presencia del Espíritu de Jesucristo en los creyentes, en  la Iglesia y en la humanidad.

01.- ¿Y qué o quién  es el espíritu?

        Hemos comenzado la Eucaristía cantado: Ven Espíritu creador…

 A veces da la impresión de que pedimos que venga el Espíritu como si fuese un señor muy poderoso, algo así como el “tío rico de América” que nos va a solucionar las cosas y los problemas.

¿Y quién es este que ha de venir? ¿Qué significa que venga el Espíritu de Jesús? ¿Quién es el Espíritu del que Jesús nos dice: os conviene que me vaya para que venga el Espíritu.

Pretender responder exhaustivamente a esta cuestión sería muy pretencioso.

Primero una nota filológica:

Las palabras que en las lenguas románicas (las que provienen del latín) llevan la componente “spc” o “xpc”, hacen referencia siempre al futuro: espíritu, espera, esperanza, expectativa, expectación, incluso espectáculo.

Persona espiritual es la que mira y tiene nostalgia de un futuro trascendente mejor, más pleno.

No es lo mismo ser espiritual que ser religioso. Se puede ser muy religioso lleno de doctrinas, ritos y devociones y no ser lo más mínimo espiritual. Y se puede ser persona de buen espíritu y no ser tan religioso.

02.- Espíritus en el mundo.

En la vida hay muchos espíritus que configuran diversos estilos de vida, causas que impulsan la vida de muchas personas, pueblos e instituciones. Hay espíritus valiosos y también hay espíritus inmundos: sucios, malos…

Es evidente que hay espíritus buenos y malos.

El poder es un espíritu, un modo de vivir más bien negativo. El dinero es otro espíritu, que hace mucho daño. La nación, la etnia, la patria dan una tonalidad, a la existencia (basta seguir una campaña electoral o pensemos en Gaza, en Ucrania, en el hambre en el mundo, etc.). Estos son espíritus que configuran y estructuran negativamente  la existencia humana individual y socialmente.

Pero también hay idealismos, hay carismas valiosos; hay personas e instituciones que tienen buen tono vital.

También hay Espíritu bueno, santo…

03.- El espíritu de Jesús.

Jesús tenía un espíritu, un tono vital, un modo de ver y vivir la vida, una causa: el Reino de Dios. Ese buen Espíritu es el que le impulsó al desierto, al camino de la libertad para domeñar otros espíritus inmundos, que quedan reflejados en las tentaciones de Jesús y en las muchas sanaciones que hizo Jesús.

Quizás nos sea suficiente para intuir algo de esta realidad con quedarnos con que el espíritu, el tono, el estilo,  el idealismo vital de Jesús es bueno, es santo.

Al comienzo de su actividad pública Jesús dice: El espíritu del Señor está sobre mí. ¿Y cuál es ese espíritu?

 “El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha enviado para llevar la buena noticia a los pobres;

me ha enviado a anunciar libertad a los presosy a dar vista a los ciegos;

a poner en libertad a los oprimidos;a anunciar el año favorable del Señor.”

(Lucas 4, 18-19)

        El Espíritu de Jesús es, pues, bueno, santo, porque es buena noticia a los pobres, libertad para los presos por toda clase de males, a dar luz y vista, a anunciar la bondad de Dios para con nosotros.

04.- Entre Babel y Pentecostés

La torre de Babel es el símbolo (mito) contradictorio a Pentecostés. Babel es el “no entendimiento” entre los hombres, los pueblos, los grupos humanos y las Iglesias.

Cuando todos buscan el poder (por ejemplo en una campaña electoral o en las divisiones ideológicas en la iglesia) no hay quien se entienda, porque no hay un espíritu bueno, santo.

En Pentecostés, allá en Jerusalén, digamos que en la mañana de Pascua, había partos, medos, elamitas, de Frigia, del Ponto, etc., es decir había “rusos, ucranianos, gazatíes, judíos, hutus, tutsis, vascos, españoles, ultraconservadores católicos y creyentes abiertos”, etc., pero como tenían buen espíritu, Espíritu Santo, el espíritu de Jesús”, se entendían.

05.- El espíritu de Jesús confiere entendimiento, ganas de vivir y paz

        En el texto evangélico de hoy vemos que Jesús transmite  su aliento vital, en aquella comunidad naciente y les confiere su Espíritu y su paz: Recibid Espíritu Santo.

        Son las mismas palabras del Génesis: cuando Dios insufla aliento vital en el barro humano, Adán –el ser humano- llega a ser viviente, tiene aliento vital.

        El buen espíritu de Jesús nos transmite “ganas de vivir” y paz.

Si miramos nuestra situación personal, política y eclesial: ¿está entre nosotros el espíritu de Jesús? ¿El talante del Señor: el espíritu de respeto, entendimiento y amor, el vivir en paz y abierto completamente al reino es nuestro espíritu y nuestro estilo de vida son los criterios de nuestra vida personal, eclesial y social?

Probablemente -y siendo sinceros-  hemos de reconocer que el Espíritu de Xto no está hoy presente en nuestra vida personal, ni en los modos de vida de nuestro pueblo, ni en sus relaciones humanas, políticas, tampoco abunda este estilo, el espíritu de Jesús en la misma Iglesia, ni en la cuestión ecuménica.

06.- Ven espíritu santo.

El Espíritu no va a venir en uno de esos viajes espaciales. El Espíritu de Jesús ya vino con el mismo Jesús. El Espíritu de Jesús llega a nuestras vidas si y cuando creemos en el Señor, cuando la sensatez y el entendimiento impregnan nuestra mente y nuestros corazones

El espíritu de Jesús está ya dentro de nosotros si creemos en el fondo de nuestro ser en el estilo y causa del Señor.

Ese espíritu transformará la faz de la tierra, pero no por arte de magia o en un alarde de fuerza de un ser extraño que pudiera cambiar las cosas, sino cuando nuestro espíritu vital sea el de Jesús y nos pongamos manos a la obra, porque cuando Dios trabaja el que suda es el hombre.

El Espíritu no nos va a llover del cielo pasivamente, quedándonos nosotros plantados mirando al cielo a ver cómo cae.

Cristo envía a los suyos a ser testigos de su evangelio de su espíritu. Los cristianos somos quienes creemos y trabajamos porque ese espíritu, es estilo de Xto nos llena, nos convence y nos parece bueno para nosotros y para nuestro pueblo y nuestra Iglesia.

Recibid Espíritu Santo.

Como el Padre me ha enviado, así os envío yo.

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Jesús Resucitado nos deja el don de su Espíritu para continuar la tarea encomendada

Domingo, 19 de mayo de 2024
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IMG_4772De su blog Fe y Vida

Comentario al evangelio del domingo de Pentecostés 19-05-2024

Ahora somos nosotros los que con la autoridad que nos viene del Hijo podemos seguir discerniendo y actuando conforme al impulso del Espíritu

El don del espíritu nos invita a ser gestores de perdón y reconciliación, de misericordia y acogida

Con Pentecostés, el tiempo de la Iglesia comienza y la fuerza que la sostiene es la del mismo espíritu de Jesús que se ha quedado en ella hasta el final de los tiempos

Pentecostés, es tiempo del Espíritu en la medida que nos abrimos a su acción y damos testimonio de ello

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz con ustedes’. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: ‘la paz con ustedes’.  Como el Padre me envío también yo los envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos (Jn 20, 19-23).

 Hoy celebramos la fiesta de Pentecostés cerrando con este acontecimiento el tiempo de Pascua. Jesús Resucitado no se presentará más a sus discípulos, pero les deja el don de su Espíritu para continuar la tarea encomendada. El evangelio de Juan que, hoy se pone a nuestra consideración, mantiene la lógica del envío del Padre al Hijo y del Hijo a nosotros. Porque el Padre envió al Hijo, el Hijo puede actuar con autoridad y enviarnos a nosotros. Y, ahora somos nosotros los que con la autoridad que nos viene del Hijo podemos seguir discerniendo y actuando conforme al impulso del Espíritu.

El texto continúa explicitando las consecuencias, para los discípulos, de recibir al Espíritu: “a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados y a los que se los retengan les quedan retenidos”. Si leemos estas palabras pensando solo en el ministerio ordenado, lo limitamos al horizonte sacramental. Pero el texto es mucho más amplio en el contexto de una iglesia Pueblo de Dios -propuesta de Vaticano II- o de una iglesia sinodal, como ha querido impulsar el papa Francisco ese modelo de Iglesia. El don del espíritu nos invita a ser gestores de perdón y reconciliación, de misericordia y acogida. Por parte de Dios siempre está la misericordia y el volver a empezar. Por parte de Dios solo existe la propuesta de salvación. De ahí que la vida cristiana ha de dar testimonio de ese amor de Dios que se desborda por la humanidad y que lo empeña todo, como lo hizo Jesús, con su propia vida, para garantizar la vida y vida en abundancia para todos y todas. Lo de “retener los pecados” que podría entenderse en un sentido dualista de dos ofertas -de salvación y de condenación-, cobra sentido cuando lo entendemos como esa denuncia profética de no ceder antes las fuerzas del anti reino, de no dejar de luchar porque el pecado, fruto de la libertad humana, se denuncie, se contrarreste, se transforme.

Previo a este don explícito del espíritu, Jesús ha saludado a sus discípulos con el don de la paz, propio también del espíritu. Pero la paz no es un logro ya alcanzado sino una tarea a seguir conquistando. La paz entre los seres humanos se construye en el día a día, se restablece todas las veces que sea necesario, se busca sin cansancio, se persigue con esperanza sabiendo que, como don escatológico prometido por Jesús, la vamos saboreando en el aquí y ahora en la medida que trabajamos por hacerla posible.

Este día se lee también la lectura de Hechos de los Apóstoles en la que el evangelista Lucas relata el acontecimiento de Pentecostés, por supuesto en un relato más teológico que histórico, mostrando como el Espíritu se derrama sobre todos los que están reunidos en Jerusalén esperando la promesa que Dios ha hecho a los suyos. Sin lugar a dudas ha llegado el tiempo de la Iglesia del que el Espíritu es el protagonista. Es muy interesante el símbolo de las lenguas. La misión de la Iglesia es continuar predicando la Buena Noticia que llegó con Jesús y, posiblemente este simbolismo de las lenguas, puede dar realce a este anuncio que se hace más allá de la propia lengua -comenzaron a hablar otras lenguas- pero también que todos entienden en su propia lengua. Los que están allí reunidos se maravillan de lo que está sucediendo, pero a la vez, el texto dice que otros solo criticaban diciendo que estaban “llenos de mosto”.

Por lo tanto, el tiempo de la Iglesia comienza, la fuerza que la sostiene es la del mismo espíritu de Jesús, no es una tarea fácil porque para muchos es algo sin sentido, pero para los que se abren a la acción del espíritu y dejan conducir su vida por él, es tiempo de alegría y paz, de anuncio y denuncia, de compromiso transformador de todas las situaciones. Es tiempo, entonces, del Espíritu en la medida que nos abrimos a su acción y damos testimonio de ello.

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Para conocer la esperanza que pertenece al llamado de Dios

Lunes, 13 de mayo de 2024
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IMG_4715La publicación de hoy es del colaborador de Bondings 2.0 Mark Guevarra.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el VII Domingo de Pascua, Solemnidad de la Ascensión, se pueden encontrar aquí.

El punto culminante del tiempo pascual es la Ascensión de Jesús, que la iglesia celebra hoy. Perdónenme, pero lo primero que me viene a la mente cuando pienso en la Ascensión de Jesús es un hombre blanco con una túnica blanca y los ojos flotando hacia el cielo, como este evento ha sido representado en innumerables pinturas.

Pero en la lectura del evangelio de hoy, el acto de ascender representa solo una oración corta, mientras que Marcos usa seis oraciones largas para describir el mandato de Jesús en esta ocasión. Entonces, tal vez deberíamos centrarnos más en el mandato de Jesús.

Antes de ascender al cielo, el Cristo Resucitado nos ordena a todos “proclamar el evangelio a toda criatura… expulsar demonios… hablar nuevos idiomas… y tomar serpientes en las manos”. Considero que esto significa hacer justicia, llamar y expulsar el mal, compartir las buenas nuevas de nuevas maneras y animarnos y sanarnos unos a otros. Si estás leyendo esta publicación de blog, estoy dispuesto a apostar que de alguna forma, tú mismo estás tratando de estar a la altura de este llamado, con diversos grados de éxito.

Mientras reflexionamos sobre el mandato de Jesús antes de ascender al cielo, tomemos un respiro para hacer dos cosas. Primero, celebremos cómo hemos vivido nuestro llamado como seguidores de Jesús. Y segundo, celebremos a Cristo Resucitado siempre presente con nosotros y al Espíritu Santo que brilla en la fecundidad de nuestro trabajo.

Admito que solo en los últimos años me he arremangado para trabajar intencionalmente por la inclusión LGBTQ+. Conozco personas que lo han estado haciendo desde que yo usaba pañales, y todavía lo hacen. A lo largo de los años, mi fe se ha visto fortalecida por el trabajo y el testimonio de personas en Dignity/Canadá/Dignité y Dignity/EE. UU., New Ways Ministry, Sacerdotes católicas romanas, Call to Action y Católicos laicos preocupados en Canadá. He llegado a experimentar personalmente el mensaje del evangelio de hoy: que cuando las personas trabajan en compañía del Señor, Él confirma la palabra con señales que la acompañan. También he llegado a ser testigo de la perseverancia de la fe que también describe el evangelio de hoy. Probablemente puedas agregar a esta lista de discípulos y grupos valientes a través de quienes Jesús ha trabajado para enriquecerte. En este Domingo de Ascensión, te invito a tomarte un tiempo para celebrarlas de la manera que te sientas conmovida.

En segundo lugar, muchos de nosotros, las personas LGBTQ+, hemos estado y seguimos estando en el emocionante viaje del papado de Francisco. Y justo al lado de cada uno de nosotros en el viaje está el Cristo resucitado y el Espíritu que mora en nosotros. A lo largo de mi vida, he visto grandes avances hacia una inclusión más plena, gracias a la obra de Dios a través de profetas, sanadores y maestros incansables. Sé que el camino es largo y sé la urgencia de los pasos que debemos dar, pero hoy, mientras estamos en el monte de la Ascensión, tomemos descaradamente tiempo para mirar hacia arriba y a nuestro alrededor y celebrar a quienes nos han ayudado. llegar a donde estamos.

Estoy asombrada por la multiplicidad de maneras en que mis hermanos LGBTQ+ han sido guiados por el Espíritu Santo. Muchos trabajan incansablemente dentro de la iglesia como sacerdotes, religiosos, ministros laicos y maestros, pero desde dentro del armario. Algunos trabajan como profetas dentro de la iglesia institucional y otros no tienen más opción que trabajar fuera de ella, a menudo porque han sido obligados a dejar sus trabajos. Algunos se han separado de una iglesia que no reconoce su vocación y sus dones, y ahora sirven como pastores en otras iglesias. Muchos han abandonado el cristianismo por completo y han encontrado significado y propósito en otras tradiciones religiosas. Muchos han abrazado una fluidez espiritual que les ha permitido encontrar significado en más de una tradición religiosa. Y, lamentablemente, muchos otros han abandonado por completo la fe en Dios.

En todas estas formas, creo que el mismo Espíritu que mora en nosotros y Cristo Resucitado continúa habitando en todas y cada una de las personas. Y, sin embargo, como muchas personas LGBTQ+, a veces dudo del Espíritu, especialmente cuando la comunidad no me acepta del todo o, peor aún, cuando la comunidad me rechaza. Pero el evangelio de hoy es un recordatorio de que dondequiera que vayamos, dondequiera que seamos conducidos, “el Señor obra a través de [nosotros]”. Esto lo vemos en los frutos de nuestro trabajo, que a veces son totalmente inesperados.

Y así, en este día en el que reflexionamos sobre la Ascensión, celebremos nuestra fidelidad al mandato de Jesús y encontremos seguridad en la presencia permanente de Dios dondequiera que seamos conducidos.

Me hago eco y parafraseo la oración de Pablo a los efesios en la segunda lectura de hoy:

Queridos hermanos:
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo,
darte un espíritu de sabiduría y revelación
resultando en conocimiento.
Que los ojos de vuestro corazón sean iluminados,
para que sepáis cuál es la esperanza que corresponde al llamado de Dios,
¿Cuáles son las riquezas de la gloria de Dios?
y la grandeza del poder de Dios para nosotros los que creemos.

—Mark Guevarra (él/él), 12 de mayo de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Pregustar el cielo”. Ascensión del Señor – B (Marcos 16,15-20)

Domingo, 12 de mayo de 2024
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Christ the Redeemer, Cristo redentor at sunset, in Rio de Janeiro - Brazil

El cielo no se puede describir, pero lo podemos pregustar. No lo podemos alcanzar con nuestra mente, pero es difícil no desearlo. Si hablamos del cielo no es para satisfacer nuestra curiosidad, sino para reavivar nuestro deseo y nuestra atracción por Dios. Si lo recordamos es para no olvidar el anhelo último que llevamos en el corazón.

Ir al cielo no es llegar a un lugar, sino entrar para siempre en el Misterio del amor de Dios. Por fin, Dios ya no será alguien oculto e inaccesible. Aunque nos parezca increíble, podremos conocer, tocar, gustar y disfrutar de su ser más íntimo, de su verdad más honda, de su bondad y belleza infinitas. Dios nos enamorará para siempre.

Esta comunión con Dios no será una experiencia individual. Jesús resucitado nos acompañará. Nadie va al Padre si no es por medio de Cristo. «En él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (Colosenses 2,9). Solo conociendo y disfrutando del misterio encerrado en Cristo penetraremos en el misterio insondable de Dios. Cristo será nuestro «cielo». Viéndole a él «veremos» a Dios.

No será Cristo el único mediador de nuestra felicidad eterna. Encendidos por el amor de Dios, cada uno de nosotros nos convertiremos a nuestra manera en «cielo» para los demás. Desde nuestra limitación y finitud tocaremos el Misterio infinito de Dios saboreándolo en sus criaturas. Gozaremos de su amor insondable gustándolo en el amor humano. El gozo de Dios se nos regalará encarnado en el placer humano.

El teólogo húngaro Ladislaus Boros trata de sugerir esta experiencia indescriptible: «Sentiremos el calor, experimentaremos el esplendor, la vitalidad, la riqueza desbordante de la persona que hoy amamos, con la que disfrutamos y por la que agradecemos a Dios. Todo su ser, la hondura de su alma, la grandeza de su corazón, la creatividad, la amplitud, la excitación de su reacción amorosa nos serán regalados».

Qué plenitud alcanzará en Dios la ternura, la comunión y el gozo del amor y la amistad que hemos conocido aquí. Con qué intensidad nos amaremos entonces quienes nos amamos ya tanto en la tierra. Pocas experiencias nos permiten pregustar mejor el destino último al que somos atraídos por Dios.

José Antonio Pagola

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“Subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.”. Domingo 12 de mayo de 2024. Ascensión del Señor

Domingo, 12 de mayo de 2024
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33-AscensionB cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 1,1-11: Lo vieron levantarse.
Salmo responsorial: 46: Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
Efesios 1,17-23: Lo sentó a su derecha en el cielo.
O bien:Efesios: 4,1-13:
A la medida de Cristo en su plenitud.
Marcos 16,15-20: Subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

El tema protagonista de este domingo es, indiscutiblemente, «la Ascensión», la subida misma de Jesús al cielo. Un segundo tema es el de «el mandato misionero» que el autor de los Hechos de los Apóstoles que compuso aquella escena puso en boca de Jesús.

En el primer tema, «la ascensión misma», no serán pocos los predicadores que simplemente la darán por supuesta, como indubitablemente histórica en su literalidad textual; habrá creyentes sencillos, de los que de hecho todavía creen que Jesús emprendió una ascensión real, una subida física y vertical, «hacia el cielo», que saldrán de la misa con la misma fe de siempre en la Ascensión, la misma que tuvieron nuestros abuelos, y los abuelos de sus abuelos.

Otros predicadores tratarán el tema de la ascensión con una calculada ambigüedad en sus palabras, de forma que no afirme explícitamtente la historicidad literal de «la subida», pero tampoco la cuestione; simplemente, dejarla ahí, y saltar por encima de ella para centrarse en el segundo tema, el del mandato misionero.

Una tercera actitud sería la de abordar el tema «agarrando el toro por los cuernos», es decir, haciendo caer en la cuenta a los fieles, explícitamente, de que hoy día, ser cristiano no implica en absoluto la necesidad de creer en una «subida física de Jesús» hacia ninguna parte. No vamos a extendernos aquí en un tema que requiere una explicación clara y detallada. Recomendamos más bien la lectura de este iluminador texto de Leonardo Boff, que puede ser tomado de la biblioteca de los Servicios Koinonía, aquí: http://www.servicioskoinonia.org/biblico/textos/ascension.htm Predicar claramente sobre estos elementos tan elementales, hacerlo con pedagogía y con delicadeza, sin brusquedad de «rompe y rasga», es algo que los fieles suelen agradecer –incluso explícitamente, yendo a la sacristía, tras la misa-. Recomendamos vivamente el texto también para utilizarlo en la reunión de estudio bíblico, o incluso para el estudio personal.

El tema del mandato misionero está asociado a la Ascensión por tradición. El final del evangelio de Marcos es el que asocia un mandato misionero de Jesús en el momento de «su despedida antes de partir para el cielo». Hoy sabemos que tal despedida-subida no es histórica, sino una genial composición literaria de Lucas, y que el capítulo final del evangelio de Marcos es añadido posterior, no original. Nada de ello daña en nada a la Misión, que no recibe su fuerza de que realmente fuera proclamada precisamente en la escena de la Ascensión. La Misión tiene otro fundamento, ajeno a la historicidad de la escena de la Ascensión. Por eso no beneficia a la Misión justificarla con un procedimiento mítico: «Jesús, antes de subir al cielo para irse al lugar de donde habría venido, al despedirse, pidió a sus amigos asumir la misión, ahora en una nueva etapa, hacia los confines del mundo». Proceder así, con esta argumentación «mítica» -que ha sido una argumentación bien radicional, empequeñece la misión, porque rebaja sus fundamentos hasta la categoría del mito. Qué sea la misión y qué fundamento tenga, habrá de definirse desde otros fundamentos. Leer más…

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12.5.2024. Ascensión y misión: de Galilea al mundo entero. El nuevo final del evangelio de Marcos

Domingo, 12 de mayo de 2024
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ascensionDel Blog de Xabier Pikaza:

En torno al 70 d.C. Marcos terminó su primera edición (Mc 16,1-8), con el ángel de pascua diciendo a  las mujeres que fueran a Galilea e instruyeran allí a Pedro y al resto de discípulos para aceptar el evangelio

Unos 50 años después (hacia 120 d.C.), volvió el ángel de pascua para decir al mismo Marcos o a un discípulo suyo que redactara un segundo final del evangelio (Mc 16, 15-20) para que todos los discípulos, instruidos por las mujeres y asentados con Pedro en Galilea, tras la Ascensión de Jesús  iniciaran la nueva misión del evangelio, que es la nuestra (año 2024, 50 años después del Vaticano II).

Habían pasado 50 años de la primera a la segunda edición de Marcos.

  El 70 d.C. cayó Jerusalén, se destruyó el templo. Normalmente todo tendría que haber terminado. Pues bien, ese año, un poco antes, un poco después, oponiéndose al gran desastre, Marcos terminó su primera edición del evangelio, diciendo a las 3  mujeres que recrearan el camino de Jesús y les mando para ello a Galilea. Allí verían a Jesús, convertirían a los discípulos varones con Pedro  y podrían empezar. Ese fue el primer final (Mc 16, 1-8). De la tarea de aquellas mujeres nació y sigue naciendo la iglesia.

 – Hacia el 120 d. C, el mismo Marcos o un discípulo suyo tuvo que ratificar el evangelio,  escribiendo el segundo final (Mc 16,15-20) y mandando a todos los discípulos (con 3 mujeres y 11 varones) desde Galilea al mundo entero para cumplir finalmente el mensaje y camino de Jesús . Habían hecho falta unos 50 años, para que se se escribiera este segundo final de Marcos, con la ascensión de Jesús y el envío del mensaje  a todos los pueblos, como recuerda el evangelio de este domingo de la Ascensión universal, que voy a comentar a continuación

Estos cincuenta años de la primera a la segunda edición de Marcos corresponden a los 50 años  que van del Vaticano II (hacia el 1970 d.C.),  que nos situó en Galilea  a este momento tiempo de envío universal   (en torno al 2020 d.C.).

Los que venimos del siglo XX y comenzamos hace 50 nuestra andadura de evangelio recordamos bien las fechas.  Empezamos entonces, hacia el 1970 volviendo a Galilea, con Mc 16, 1-8. Ahora nos dicen que debemos salir de Galilea al mundo entero, como manda la segunda edición  del evangelio (Mc 16, 9-20 y en especial Mc 16, 15-20) que va a proclamarse y meditarse (cumplirse) en la liturgia de la Asunción. Por eso es bueno comentar el 2º final del evangelio de Marcos .

Marcos 16, 15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.” Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Esquema

  • Envío: 16, 15. Jesús resucitado les dijo (a todos los discípulos): Yendo a todo el mundo, proclamad el evangelio a toda creatura
  • Juicio: 16, 16 Quien crea y sea bautizado, se salvara; quien no crea, será juzgado.
  • Señales: 16, 17-199 Estas señales acompañarán a los creyentes: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas, 18 y tomarán serpientes venenosas en sus manos, y si bebieran algo venenoso no les hará daño, impondrán las manos sobre los enfermos y éstos sanarán. 19 Por su parte, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo – y se sentó a la derecha de Dios.
  • Cumplimiento: 16, 20 20 Ellos, pues, saliendo, predicaron por todas partes (pantakhou), con la cooperación el Señor (Kyrios) y el fortalecimiento de la Palabra (Logos), por medio de las señales que les seguían.

Explicación

16, 16. Bautismo y juicio Quien crea y sea bautizado, se salvará; quien no crea, será condenado.

IMG_4708El evangelio es sólo salvación, el don de la vida, una esperanza de transformación… Pero si quedamos encerrados en nosotros mismos corremos el riesgo de perdernos, de condenarnos.

 Este pasaje se encuentra cerca de Mt 28,16-20, pero con una estructura dual (de talión escatológico, de salvación-condena), que está más cerca de Jn 20,23: «a quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos» (cf. también Mt 16,19).

En este contexto se vinculan la referencia a Jesús (fe) y la identificación eclesial (bautismo), que aparecen ahora como “medios”. Igual que en la otra conclusión no canónica (16, s/n), aquí no se habla de la llegada del Reino que anunció Jesús, sino de la salvación eterna (sôthêsetai). En este contexto se oponen los dos caminos clásicos de la tradición apocalíptica de Israel (y del helenismo).

Hay una salvación, que está vinculada a la fe y al bautismo (16, 16a), es decir, a la identidad cristiana, tal como ha sido expresada en el conjunto del evangelio de Marcos. Ciertamente, para Marcos la fe era esencial (creer en Jesús, aceptar el evangelio). Pero ahora se introduce también como esencial la referencia al bautismo, que ha de entenderse como sacramento de la Iglesia, cosa que en el texto original de Marcos no era clara (no aparecía el bautismo como medo salvador estricto, ni como sacramente identificador de la Iglesia).

Este pasaje ha vinculado fe y bautismo, como principio de identidad cristiana (fe) y como signo distintivo y manifestación de la fe (bautismo). En este contexto podría hablarse quizá de una experiencia paulina, en la línea de Rom 1,16-17, donde se habla del valor salvador del evangelio, que actúa por medio de la fe; pero Mc 16, 16 ha unido fe y bautismo…, es decir, una fe expresada en el signo eclesial de la pertenencia cristiana (bautismo).

Los que creen se salvan, sin más, sin juicio: La fe (pistis) significa aquí aceptación de la buena nueva: Se trata de creer en la salvación anunciada por Jesús, comprometerse personalmente por ella. No es creer en dogmas teóricos, es aceptar un impulso de vida, confiar en la tarea y esperanza de Jesús.

Los que no creen serán juzgados (16, 16b).

Aquí no se dice “quien no crea y no se bautice”, sino sólo quien no crea (en con n por obras (por gestos, acciones, compromisos), ni siquiera por compromisos sacramentales o eclesiales. La salvación es un misterio de fe: Quien se deja salvar (en manos del mensaje de Jesús) será salvado.

            La salvación es fe… Aceptar la vida como don. Quien no crea queda en manos en sí mismo, de su propio juicio. No se dice que se condena, nadie se condena según Marcos… simplemente corre el riesgo de quedar cerrado en sí mismo. No hay salvación impuesta, pues no sería salvación. Por otra parte, el texto no dice que los no-creyentes se condenarán “en el fuego eterno”, como muestra, de forma simbólica, el texto en parte paralelo de Mt 25,31-46, que resalta el carácter salvador del servicio gratuito (cristológico) hacia los necesitados y la condena de aquellos que no asumen tal servicio.

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12.2.24. La Ascensión. Para repensar el cielo y el infierno.

Domingo, 12 de mayo de 2024
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IMG_4692Del blog de Xabier Pikaza:

En nuestro contexto occidental cristiano, nadie cree ya en un tipo  de doctrina “tradicional· del cielo y del infierno, tal como la siguen repitiendo, al pie de la letra, sin base bíblica ni apoyo eclesial  algunos círculos tradicionalistas (no tradicionales) del catolicismo y de pequeños grupos protestantes.

El tema ha sido y está siendo tratado con hondura, con fidelidad bíblica y con gran respeto por pensadores y testigos de la fe, en línea ortodoxa, católica y evangélica.  Con ellos quiero ofrecer unas bases para re-pensar en forma teórica y práctica el  tema del cielo y del infierno, desde la experiencia básica de la Biblia y de las iglesias.  

No todos estarán de acuerdo con lo que digo. No quiero enseñarles nada, cada uno ha de asumir su  camino, con respeto y amor, dentro de su gran tradición eclesial, volviendo al camino de la Biblia, con Jesús, quiero hacer en lo que sigue.

Los ortodoxos en general no “creen” en el infierno dantesco de un tipo de cristianismo occidental. Según ellos, Cristo ha bajado al infierno para liberar a todos los condenados.

Las iglesias evangélica resuelven el tema en general desde 1 Cor 15, donde Pablo dice que en Adán (como humanos) morimos todos, pero que en Cristo somos todos vivificados,  de manera que, en sentido estricto, no se puede hablar de infierno post-crístico

Para católicos que vienen (venimos) del miedo al infierno escribo las reflexiones que siguen, formuladas de un modo esquemático, especialmente en dos obras que he dedicado en parte al tema. Gran enciclopedia de la Biblia y Teología de la Biblia.

  Buen día de la Ascensión a Todos. Según la tradición bíblica y eclesial, Cristo ha subido al cielo para llevar cautiva (vencida, destruida) a la cautividad del infierno, en otras palabras, para dejar vacío/vacío el infierno de la historia…,  abriendo así un camino, una tarea histórico-social, eclesial y personal de superación de los infiernos de este mundo.

Por desgracia, hay fuertes grupos o lobbies cristianos y católicos empeñados en mantener un tipo de miedo al infierno para tener a los prójimos sometidos a su poder, es decir, al infierno del que sacan provecho económico, social y pretendidamente religioso.

 Es posibles que algunos puedan plantear mejor el tema y sentirnos más centrados en el Dios del amor y de la vida desde aquello que aquí ofrezco, en clave bíblica.

 Punto de partida.

La historia de Dios en los hombres (de los hombres en el Dios encarnado) no se encuentra dirigida hacia dos metas simétricas: por un lado, cielo; al otro, infierno; por un lado, gloria; por otro, la condena. Sólo hay una meta que es la gloria: el brillo y plenitud de Dios que ama, llenando de su gracia a todos los salvados; el banquete de la mesa y hermandad que nunca acaba, con Dios Padre y con su Hijo Jesucristo; las bodas del cordero de Dios que ama a los hombres como a esposa; la luz plena, el total conocimiento de Dios, la Trinidad como espacio de vida donde todos comparten el encuentro del Padre con el Hijo en el Espíritu.

Por todo lo ya dicho, queda claro: Dios no crea a los hombres para el bien y para el mal, no les prepara al mismo tiempo infierno y cielo. Dios es solamente bueno y ha creado las cosas para el bien. Por eso marca un camino de plenitud y gozo positivo para todos los humanos. Lógicamente, el fuego del infierno no se puede entender como elemento positivo de la creación de Dios. Todo lo contrario: es producto del fracaso de los hombres que, negándose a la gracia de Dios, se han pervertido; es situación que los hombres mismos van creando (acaban de crear) allí donde rechazan el misterio de la vida y quieren construir su propia muerte; por eso, más que creación es anti creación, más que obra de Dios es negación de obra divina.

Pero, si Dios es poderoso ¿Cómo puede permitir que exista el infierno? ¿No es capaz de transformar el mal en bien, logrando que los mismos condenados se conviertan así en bienaventurados? Planteado el tema de esa forma, carece de respuesta precisa: no podemos penetrar en el secreto de la creación de Dios. Pero podemos y debemos ofrecer una respuesta aproximada, tanteante, comentando las palabras de la biblia. Ella nos indica que el infierno pertenece a un doble misterio:

  • Misterio de gracia de Dios, que no impone salvación por fuerza.
  • Misterio de la libertad del hombre que, pudiéndose expresar y realizar en gracia, pervierte su camino, destruyéndose por siempre.

 El infierno se presenta, según eso, como cara negativa de la gracia. Si todo diera igual, si todo se encontrara impuesto por la necesidad del cosmos, si solamente hubiera una bondad condescendiente de Dios, no existiría cielo ni tampoco infierno. Habría limbo de inconsciencia para todos, pero no sería humano ni cristiano. Dios nos ha creado abiertos para el cielo, capaces de escuchar la gracia y realizarnos libremente, de manera que seamos aquello que nosotros mismos escogemos desde Cristo.

Pues bien, desde el momento en que ese cielo se ofrece en nuestras manos como meta de elección, podemos elegir también aquel infierno que más nos interesa, condenarnos para siempre a soportarlo. Esta posibilidad pertenece al misterio de la gracia. He dicho posibilidad y no realidad cumplida: Jesús y la iglesia saben que hay hombres que alcanzan la gloria de Dios con María y los santos; pero ni Jesús ni la iglesia definen que «de hecho» existan condenados.

 Existe el infierno como posibilidad de condena,

 abierta para cada uno de nosotros, en camino de elección libre y responsable. El cielo nos lo ofrece Dios y nosotros lo acogemos por su gracia, pero el infierno lo buscamos y creamos nosotros mismos, en contra de la voluntad de Dios que nos ha dado como salvador a su Hijo Jesucristo.

Por eso, la condena se presenta como infierno: está simbólicamente ligada a lo de abajo, a la parte inferior; Dios es la altura de la vida y del amor, pero algunos pueden quedar sin alcanzarlo. La condena es lejanía: Dios nos llama a habitar en su morada, dentro de su misma vida y gracia; pero algunos pueden rechazarla, haciendo su morada lejos, en eso que la tradición conoce como tinieblas exteriores.

 La condena es fuego destructor que mata y duele; Dios, en cambio, es calor bueno, es gozo y es banquete que convoca a los hermanos y les hace realizarse para siempre, aunque algunos prefieran consumirse en su fracaso.

EXPOSICION

Todo lo anterior forma parte del misterio de la gracia de Dios que nos ha dado su vida en Jesucristo. Es un misterio en el que sólo podemos adentrarnos en un gesto de gozo y esperanza. Gozo significa acción de gracias: hemos visto ya el amor de Dios y confiamos en la fuerza de su vida. No tenemos que fijarnos en aquello que hemos hecho, en méritos y acciones; confiamos en la gracia de Dios, sabiendo que su Hijo, muerto por nosotros, quiere darnos la vida para siempre.

Este gozo y esperanza deben ser fundamentados: si queremos conocer lo que es el cielo (en línea cristiana), nos debemos asentar en el mensaje de Jesús, cumpliendo su palabra, actualizando su amor, celebrando su presencia entre nosotros. Sólo así, en gesto de fuerte compromiso por el reino, sabremos ya que hay cielo y viviremos de algún modo su gozo anticipado. Por eso, no he querido presentar aquí un retablo de bienes celestiales, como si fueran algo que se añade al fin y no el sentido y verdad de todo lo estudiado. Cielo es, en el fondo, el cumplimiento total del evangelio, que se vuelve de esa forma «eterno y perdurable» (cf. ApJn 14, 6). He preferido situarme al otro lado y destacar el riesgo de condena, interpretado como fuego con que el hombre quema (quiere quemar) la gracia creadora de Dios y de la vida.

El símbolo del fuego

 Antes que expresión del gran fracaso de aquellos que no aceptan la gracia y el amor de Dios en Cristo y de esa forma se condenan, el fuego ha aparecido en la cultura de los pueblos como un signo humano y cósmico de gran importancia. Resaltamos tres niveles: religioso, filosófico y psicológico.

En plano religioso, el fuego se presenta para el hombre antiguo como un Dios o epifanía del ser de lo divino. Divino es lo primario, la fuerza de la vida en su pureza, aquello que edifica y que destruye, reanima y mata, arraiga en la existencia y aniquila. Por eso es realidad divina el fuego.

Como ejemplo nos podemos referir al Dios Ephaistos de los griegos, con otras muchas divinidades celestes e infernales de los pueblos antiguos. En el extremo de esta línea están los persas: ellos presentan el fuego como expresión del Dios original del bien (Ahura Mazca), epifanía básica del ser de lo divino que se opone a laserpiente, signo del gran caos o lo malo (Ahrimán). Evidentemente, siendo forma divina del bien (creador, sustentador, salvador), el fuego aparece a la vez como fuerza destructora de lo malo. Por eso, en el combate final, la revelación definitiva del fuego es salvadora para los buenos, que asumen su misterio, y aniquiladora para los malos, que se pierden o diluyen en el horno del gran caos para siempre.

En plano filosófico, representado en occidente  por los griegos, el fuego pierde su dimensión teomórfica y se vuelve sustrato integrador del cosmos. Como uno de los cuatro elementos originales (con agua, aire y tierra), el fuego ha jugado un papel fundamental en todas nuestras cosmologías hasta bien entrados los tiempos modernos: la realidad del mundo constituye una armonía viviente de elementos en cambio constante de oxigenación y destrucción, de muerte y vida. Para el mantenimiento de esa armonía, es primordial el fuego. Ejemplo de esa visión, en paralelo cosmogónico a los persas, nos lo ofrece Heráclito: todo ha surgido del fuego y todo vuelve a convertirse en fuego, en un proceso cíclico de nacimiento universal y muerte cósmica en que sólo queda, eternamente idéntico a sí mismo, el fuego mismo (la vida fundante).

En plano psicológico, el fuego se presenta como un símbolo primario de la realización del hombre, lleno por tanto de ambigüedad y de riqueza. Existe, por un lado, el fuego de la sabiduría y de la fuerza de los dioses, que atrae intensamente y nos conduce a superar la realidad actual del mundo y de la vida (complejo de Prometeo). Al mismo tiempo existe el fuego, también divino, de la muerte oscura y misteriosa, que nos llama con su fuerza seductora (complejo de Empédocles, echándose al fuego del Etna).Está el fuego de la creación y de la vida, y a la vez el fuego de la destrucción, del dolor irreparable y de la muerte. En su misma polivalencia, el fuego es un símbolo apropiado para indicar la plenitud o destrucción de la existencia.

Fuego y juicio de la historia. Antiguo Testamento

El fuego ha ocupado un lugar muy importante en la simbología religiosa de la tradición judeo-cristiana. Dentro del AT cumple dos funciones principales: • Es expresión de Dios o signo de su revelación entre los hombres. La teofanía del Sinaí (Ex 19) apoya

esta certeza, lo mismo que la visión de la zarza ardiendo (Ex 3, 2) Yla presencia de la nube luminosa en el camino del desierto (Ex 13; Nm 14, 14). Y aunque más tarde se afirme que «Dios no está en el fuego,} Re 19, 12), sino más bien en la palabra, una y otra vez ha de volverse al viejo simbolismo en el momento en que se quiere expresar de una manera intuitiva lo divino; así aparece en las grandes teofanías de Ezequiel (Ez 1, 13-14.27) Yen el hijo de hombre (cf. Dn 7, 9s).

Fuego destructor. Dentro de la lógica anterior, el fuego de Dios puede desvelarse como fuerza destructora para aquellos que se oponen a su gracia o su presencia. Poco a poco, este segundo aspecto tiende a convertirse en dominante. Para tratarlo con cierta detención, distinguiremos tres planos: castigo histórico, juicio escatológico, condena perdurable.

El fuego del castigo histórico aparece ya en Gn 19, 24-25: «El Señor hizo llover fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra… ». Esa imagen, con aquélla del fuego que desciende en medio del granizo (cf.  Ex 9, 24), ha quedado bien anclada en el recuerdo de Israel. Por eso no es extraño que se diga que del seno de Dios procede el fuego que devora a los rebeldes (Nadab y Abihú de Lv 10,2) o destruye a los murmuradores (Nm 11, 1-3). Esta misma visión perdura en las tradiciones de Elías, profeta del fuego que consume la víctima ofrecida en el Carmelo (1 Re 18,38-39) o que mata a los soldados del rey perseguidor (2 Re 1, 10-12). De ese fuego que será el castigo de Dios para los enemigos de Israel hablarán muchos profetas (cf.  Am 1,4; 2, 5; Os 8, 14; Jr 11, 16; 21, 14; Ez 15, 7, etc.).

Ese mismo tema influye en el ambiente del NT, que recuerda el castigo de Sodoma y Gomorra (cf.  Lc 17, 29): aquel viejo castigo se convierte en signo de la destrucción universal del día del hijo de hombre. Es significativo el hecho de que algunos discípulos de Jesús quieren evocar un tipo de fuego de castigo semejante, mientras que el maestro lo rechaza (cf.  Lc 9, 54). El fuego del castigo escatológico aparece cuando el Dios israelita se desvela como aquel que pone fin a los caminos de la historia. Es ya clásico el texto de Joel2, 3; 3, 3, con su visión del fuego que precede al gran juicio de Dios. Y son definitivas las formulaciones finales de los libros de Ez, Mal e Is. Conforme a Ezequiel (38, 22; 39,6), Dios destruye con el fuego al último enemigo de Israel (a Gog-Magog), logrando así que surja el mundo nuevo.

De manera semejante hablaban varios profetas: Malaquías  3, 1-3.19; Is 66, 15-17. Sin embargo, esta imagen sólo se ha desarrollado hasta el final en los autores de la tradición apocalíptica. Una y otra vez recuerdan que Dios ha de juzgar (o destruir eternamente) con su fuego a los malvados, de manera que ellos vengan a morir sobre la tierra. Ya no habrá más división, no habrá más muerte ni dolor ni enfrentamiento sobre el mundo. Sucederá en los días del final, los días del castigo y de la ira: con la llama del fuego devorador destruirá Dios para siempre a los malvados (cf.  Jubileos 36, 9-10). La misma llama de fuego surgirá de la boca del hijo de hombre, el delegado escatológico de Dios sobre la tierra (4 Esd 13, 10-11; cf.  Bar Syr 37, 1; Salmos Sal 15, 4-5, etc.). En este mismo contexto se sitúa la figura de Juan bautista con su anuncio del fuego (cf.  Mt 3, 11-12) o las representaciones de ApJn 20, 9: Dios quemará con fuego la maldad de nuestra historia, en juicio destructor que llega para todos los perversos.

Hay, finalmente, un fuego de condena perdurable. En la representación anterior, los malos mueren y su vida acaba para siempre: el fuego es para ellos destrucción. Sin embargo, en otra perspectiva, desde el fondo mismo de la teología de la alianza, los judíos han hablado de un fuego que sigue atormentando a los perversos, condenados: frente a la vida que es don de Dios para los justos, se sitúa ahora lamuerte del fuego, como castigo perdurable para aquellos que se alzaron contra Dios:

Así como permanecerán ante mí los cielos nuevos y la nueva tierra que yo voy a crear, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre. Y de luna nueva en luna nueva, de sábado en sábado, vendrán todos a postrarse ante mi faz (en el templo). Y cuando salgan, verán los cadáveres de los que se han rebelado contra mí: no morirá su gusano, no se extinguirá su fuego y serán el horror de todo el mundo (Is 66, 22-24).

 Quizá por vez primera en la Escritura se anuncia en su esplendor un tipo de cielo, interpretado como adoración, subida al templo. Pues bien, alIado de ese cielo, en visión correlativa de castigo, descubrimos el «infierno», la condena de los hombres que rechazan la presencia de Dios entre los suyos (cf.  Jdt 16,17; Eclo 21, 9-10).

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Ascensión del Señor. Ciclo B. Triunfo y misión

Domingo, 12 de mayo de 2024
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IMG_4688Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Subir al cielo como imagen del triunfo (Hechos 1,1-11)

  Jesús subiendo al cielo es una imagen bastante representada por los artistas, y la tenemos incorporada desde niños, además de formar parte de nuestra profesión de fe. Alguno podría imaginar que esta escena se encuentra en los cuatro evangelios. Sin embargo, el único que la cuenta es Lucas, y por dos veces: al final de su evangelio y al comienzo del libro de los Hechos. Pero lo hace con notables diferencias.

En el evangelio, Jesús bendice antes de subir al cielo (en Hch, no).

En Hechos, una nube oculta a Jesús (en el evangelio no se menciona la nube).

En el evangelio, los discípulos se postran (en Hch se quedan mirando al cielo).

En el evangelio vuelven a Jerusalén; en Hch se les aparecen dos personajes vestidos de blanco.

Si el mismo autor, Lucas, cuenta el mismo hecho de formas tan distintas, significa que no podemos quedarnos en lo externo, en el detalle, sino que debemos buscar el mensaje profundo.

La idea de la ascensión resulta chocante al lector moderno por dos motivos muy distintos: 1) no es un hecho que hayamos visto; 2) se basa en una concepción espacial puramente psicológica (arriba lo bueno, abajo lo malo), que choca con una idea más perfecta de Dios.

Precisamente por esta línea psicológica podemos buscar la explicación. Desde las primeras páginas de la Biblia encontramos la idea de que una persona de vida intachable no muere, es arrebatada al cielo, donde se supone que Dios habita. Así ocurre en el Génesis con el patriarca Henoc, y lo mismo se cuenta más tarde a propósito del profeta Elías, que es arrebatado al cielo en un carro de fuego. Interpretar esto en sentido histórico (como si un platillo volante hubiese recogido al profeta) significa no conocer la capacidad simbólica de los antiguos.

Sin embargo, existe una diferencia radical entre estos relatos del Antiguo Testamento y el de la ascensión de Jesús. Henoc y Elías no mueren. Jesús sí ha muerto. Por eso, no puede equipararse sin más el relato de la ascensión con el del rapto al cielo.

Es preferible buscar la explicación en la línea de la cultura clásica greco-romana. Aquí sí tenemos casos de personajes que son glorificados de forma parecida tras su muerte. Los ejemplos que suelen citarse son los de Hércules, Augusto, Drusila, Claudio, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Los incluyo al final para los interesados.

Estos ejemplos confirman que el relato tan escueto de Lucas no debemos interpretarlo al pie de la letra, como han hecho tantos pintores, sino como una forma de expresar la glorificación de Jesús

En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo. Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.

Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días».

Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo:

-Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?

Les dijo:

-No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”.

Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:

-Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo.

Sentarse a la derecha de Dios como imagen del triunfo (Efesios 1,17-23)

La segunda lectura de hoy es muy interesante para interpretar rectamente la fiesta de hoy. No habla de la ascensión de Jesús al cielo, pero se explaya hablando de su triunfo con una imagen distinta: está sentado a la derecha de Dios, por encima todo y de todos.

Hermanos: El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro. Y «todo lo puso bajo sus pies», y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos.

Subir y sentarse a la derecha de Dios, insistiendo en la misión (Marcos 16,15-20)

El final del evangelio de Marcos une las dos imágenes: «fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios». Una forma muy humana de hablar, pero habitual en la Biblia. Jesús subió triunfalmente al cielo y ahora sigue ocupando la máxima dignidad junto a Dios Padre.

Pero el evangelio concede más importancia aún al tema de la misión de los apóstoles, como se advierte comparándolo con la 1ª lectura.

En Hechos, los discípulos muestran una vez más su preocupación política por la restauración del reino de Israel, y Jesús desvía la atención hacia la próxima venida del Espíritu Santo, que les dará fuerzas para ser sus testigos en todo el mundo.

En Marcos, el tema de la misión se trata en cinco puntos:

1) Orden de ir al mundo entero a proclamar la buena nueva.

2) Esa noticia puede ser aceptada o rechazada, pero con consecuencias muy distintas en cada caso.

3) Se mencionan las señales que acompañarán a los misioneros: expulsión de demonios, don de lenguas, inmunidad ante ataques de serpientes, curaciones. Estas señales recuerdan lo que se cuenta en el libro de los Hechos de los Apóstoles a propósito de Pablo.

4) En Hechos, la reacción de los discípulos es quedarse embobados mirando al cielo. En Marcos, se ponen en marcha de inmediato a pregonar el evangelio por todas partes.

5) En Hechos se habla de la fuerza del Espíritu Santo que acompañará a los apóstoles. En Marcos, «el Señor cooperaba y confirmaba el mensaje con las señales que lo acompañaban».

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los once y les dijo:

-Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.

Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.          

Por eso, la Ascensión o triunfo de Jesús no es motivo para quedarse mirando al cielo. Hay que mirar a la tierra, al mundo entero, en el que los discípulos de Jesús debemos continuar su misma obra, contando con la fuerza del Espíritu y la compañía continua del Señor.

Los cuarenta días

            El evangelio no dice nada de este período de 40 días entre la resurrección y la ascensión. ¿Qué significa, y por qué lo introduce Lucas? El número 40 se usa en la Biblia para indicar plenitud, sobre todo cuando se refiere a un período de tiempo. El diluvio dura 40 días y 40 noches; la marcha de los israelitas por el desierto, 40 años; el ayuno de Jesús, 40 días… Se podrían citar otros muchos ejemplos. En este caso, lo que pretende decir Lucas es que los discípulos necesitaron más de un día para convencerse de la resurrección de Jesús, y que Jesús se les hizo especialmente presente durante el tiempo que consideró necesario.

Textos clásicos sobre la subida al cielo de un gran personaje

A propósito de Hércules escribe Apolodoro en su Biblioteca Mitológica: “Hércules… se fue al monte Eta, que pertenece a los traquinios, y allí, luego de hacer una pira, subió y ordenó que la encendiesen (…) Mientras se consumía la pira cuenta que una nube se puso debajo, y tronando lo llevó al cielo. Desde entonces alcanzó la inmortalidad…” (II, 159-160).

Suetonio cuenta sobre Augusto: “No faltó tampoco en esta ocasión un antiguo pretor que declaró bajo juramento que había visto que la sombra de Augusto, después de la incineración, subía a los cielos” (Vida de los Doce Césares, Augusto, 100).

Drusila, hermana de Calígula, pero tomada por éste como esposa, murió hacia el año 40. Entonces Calígula consagró a su memoria una estatua de oro en el Foro; mandó que la adorasen con el nombre de Pantea y le tributasen los mismos honores que a Venus. El senador Livio Geminio, que afirmó haber presenciado la subida de Drusila al cielo, recibió en premio un millón de sestercios.

De Alejandro Magno escribe el Pseudo Calístenes: “Mientras decía estas y otras muchas cosas Alejandro, se extendió por el aire la tiniebla y apareció una gran estrella descendente del cielo hasta el mar acompañada por un águila, y la estatua de Babilonia, que llaman de Zeus, se movió. La estrella ascendió de nuevo al cielo y la acompañó el águila. Y al ocultarse la estrella en el cielo, en ese momento se durmió Alejandro en un sueño eterno” (Libro III, 33).

Con respecto a Apolonio de Tiana, cuenta Filóstrato que, según una tradición, fue encadenado en un templo por los guardianes. “Pero él, a medianoche se desató y, tras llamar a quienes lo habían atado, para que no quedara sin testigos su acción, echó a correr hacia las puertas del templo y éstas se abrieron y, al entrar él, las puertas volvieron a su sitio, como si las hubiesen cerrado, y que se oyó un griterío de muchachas que cantaban, y su canto era: Marcha de la tierra, marcha al cielo, marcha” (Vida de Apolonio de Tiana VIII, 30).

Sobre la nube véase también Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma I,77,2: “Y después de decirle esto, [el dios] se envolvió en una nube y, elevándose de la tierra, fue transportado hacia arriba por el aire”.

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VII Domingo de Pascua. La Ascensión del Señor. 12 Mayo, 2024

Domingo, 12 de mayo de 2024
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Ellos salieron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba con ellos”

(Mc 16, 15-20)

En su origen, el evangelio de Marcos terminaba de una manera un poco brusca, tal vez cortante, con las mujeres en la mañana de resurrección, que llenas de temor huyen del sepulcro y no cuentan a nadie lo que han visto y oído por miedo. Miedo, ¿a qué? Ni idea. Además de ser cortante, con este final no es que las mujeres salgamos muy bien paradas… ¡miedosas!.

Pero después hubo un añadido, un apéndice, y es el que nos va situando en el evangelio de hoy. Primero habla de incredulidad, una característica muy propia de nuestra condición humana. No creyeron a María de Magdala y prefirieron continuar tristes y llorando; tampoco a los que se encontraron con Jesús de camino a Emaús; no creemos a las demás y dudamos de ellas, de sus capacidades, hasta que vemos con nuestros propios ojos. Y luego nos supone un esfuerzo decir “tenías razón”.

No creyeron hasta que se presentó Jesús cuando estaban todos juntos a la mesa. Y ahí, en medio del grupo, de la comunidad, en medio del miedo, de la incredulidad, de la tristeza y las lágrimas, confiando una vez más en ellos les encargó: ID por todo el mundo y proclamad la buena noticia. Y ellos fueron, salieron, sabiendo que el Maestro les acompañaba.

Salgamos nosotras también. Porque no solo hoy en esta fiesta de la Ascensión, sino en cada Eucaristía, en cada celebración que estamos juntas a la mesa, en torno al Pan bendito, cada vez que somos conscientes de la presencia de Jesús en medio de la comunidad, en medio de nuestra condición humana vuelve a confiar en nuestra fragilidad y nos encarga ID. Vayamos, salgamos como discípulas que somos, sabiendo que el Maestro nos acompaña. Salgamos, y que se nos note que lo sabemos.

Oración

Gracias, Trinidad Santa, por sacarnos una y otra vez de nuestro barro. Bendita seas. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Lo que nos quieren decir de Jesús no cabe en palabras.

Domingo, 12 de mayo de 2024
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IMG_4511Mc 16, 15-20

Domingo 7º DE PASCUA (ASCENSIÓN) (B)

Mc 16,15-20

¿Qué estamos celebrando? Nos va a costar Dios y ayuda superar la visión física, corpórea y chata de la Ascensión, que venimos aceptando durante demasiados siglos. Nos encontramos con el problema de siempre: confundir la realidad con el relato mítico. La Ascensión no es más que un aspecto de la cristología pascual. Resurrección, Ascensión, glorifica­ción, Pentecostés, constituyen una sola realidad, que está fuera del alcance de los sentidos. Esa realidad no temporal, no localizable, es la más importante para la primera comunidad y es la que hay que tratar de descubrir.

Los primeros intérpretes, todos judíos, echaron mano del AT para tratar de explicar la figura de Jesús. Los padres griegos utilizaron todos los mitos de su tradición. Desde la anunciación hasta el sentarse a la derecha del Padre, todo lo que se ha dicho de Jesús es mitología. Los mitos no son mentira, sino un intento de sustraernos al misterio para hacerlo soportable. Por eso siempre termina satisfaciendo las necesidades de nuestro falso yo.

Hoy tenemos conocimientos suficientes para intentar una interpretación más acorde con lo que los textos nos quieren trasmitir. No podemos seguir pensando en un Jesús subiendo físicamente más allá de las nubes. Para poder entender la fiesta de la Ascensión, debemos volver al tema central de Pascua. Estamos celebrando la Vida, pero no la biológica sino la divina. Esa Vida no está sujeta al tiempo, no hay en ella acontecimientos, es eterna e inmutable. Solo teniendo en cuenta esta verdad, podremos comprender adecuadamente lo que estamos celebrando este domingo.

Mateo no sabe nada de una ascensión. Juan no habla de ascensión, pero en la última aparición, Jesús dice a Pedro: “si quiero que éste permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué?” Está claro que, para volver, primero tiene que irse. El final canónico de Marcos, que leemos hoy y fue añadido a mediados del s. II, nos dice que Jesús se sentó a la derecha de Dios. Solo Lucas nos habla de ascensión: “se separó de ellos y fue elevado al cielo”. En Hechos cuenta la su vida con todo lujo de detalles.

Relatos de raptos eran frecuentes en la literatura clásica. Tito Livio, en su obra histórica sobre Rómulo dice: “Cierto día Rómulo organizó una asamblea popular junto a los muros de la ciudad para arengar al ejército. De repente irrumpe una fuerte tempestad. El rey se ve envuelto en una densa nube. Cuando la nube se disipa, Rómulo ya no se encontraba sobre la tierra; había sido arrebatado al cielo”. Heracles, Empédocles, Alejandro Magno o Apolonio de Tiana siguen el mismo camino.

El AT cuenta el rapto de Elías. También se habla de la asunción de Henoc en (Gen 5, 24). El libro eslavo de Henoc, escrito judío del siglo primero después de Cristo, describe el rapto de Henoc: “Después de haber hablado Henoc al pueblo, envió Dios una fuerte oscuridad sobre la tierra que envolvió a todos los que estaban con Henoc. Y vinieron los ángeles y cogieron a Henoc y lo llevaron hasta lo más alto de los cielos. Dios lo recibió y lo colocó ante su rostro para siempre”. Nada nuevo.

La palabra “cielo” es muy utilizada en religión. La repetimos dos veces en el Padrenuestro, dos en el Gloria y tres en el credo. Arrastra una amplia gama de significados desde la cultura griega y en todo el Oriente Medio. No es fácil dilucidar qué sentido se quiere dar a la palabra en cada caso. En el bautismo de Jesús, el cielo se rasgó y el Espíritu bajó hasta él. Cuando termina su ciclo vital, el cielo se rompe otra vez, para que Jesús vuelva a traspasar el límite de lo terreno, para entrar en él.

Un dato muy interesante, que nos proporciona la exégesis, es que las más antiguas expresiones de la experiencia pascual que han llegado hasta nosotros, sobre todo en escritos de Pablo, están formuladas en términos de exaltación y glorifica­ción, no con la idea de resurrección y menos aún de ascensión. En el AT encontramos muchos textos que hablan del siervo doliente, maltratado por los hombres, pero reivindicado por Dios. Esta es la base de la glorificación con la que se expresó la experiencia pascual.

Lo que celebramos no está en el tiempo; pertenecen al hoy como al ayer, no hacen referencia a un pasado. Se pueden vivir hoy como las vivieron los discípulos. El hombre Jesús se transforma definitivamen­te, alcanzando la meta suprema. Se hace una sola realidad con Dios. Nosotros necesitamos desglosar esa realidad para intentar penetrar en su misterio, analizando los distintos aspectos que la integran. La Ascensión quiere manifestar que llegó a lo más alto, pero no en sentido físico ni temporal.

La verdadera ascensión de Jesús empezó en el pesebre y terminó en la cruz cuando exclamó: “consumatum est”. Ahí terminó la trayectoria humana de Jesús y sus posibilidades de crecer. Después de ese paso, todo es como un chispazo que dura toda la eternidad. Había llegado a la plenitud total en Dios, precisamen­te por haberse despegado (muerto) de todo lo que en él era caduco, transitorio, terreno. Solo permaneció de él lo que había de Dios y por tanto se identificó con Dios totalmente. Esa es también nuestra meta. El camino también es el mismo que recorrió Jesús.

La experiencia pascual consistió en ver a Jesús de una manera nueva. El haber vivido con él no los llevó a la comprensión de su verdadero ser. Estaban demasiado pegados a lo externo, y lo que hay de divino en Jesús no puede entrar por los sentidos. Su desaparición les obligó a mirar dentro de sí, y descubrir allí lo que había vivido Jesús. Solo entonces descubren al verdadero Jesús. Si seguimos apegados a una imagen terrena de Jesús tampoco nosotros descubriremos su verdadero ser.

Para comprender la ascensión debemos tener en cuenta el descenso. Jesús bajo a los infiernos, “descendit ad ínferos” es decir a lo más bajo. Solo desde ahí su puede hacer el ascenso total. Desde lo más bajo a lo más alto. No aceptamos ese descenso definitivo porque no está de acuerdo con las pretensiones de nuestro ego. Es la experiencia de todos los místicos. Para llegar a serlo todo debes convertirte en Nada.

Jesús no bajó a los infiernos como triunfador. Esa es la imagen mítica que se tenía de muchos personajes antiguos. Jesús bajó realmente a lo más bajo con su muerte. La muerte en la cruz no era una forma más de deshacerse de una persona que molesta. Era un intento en toda regla no solo de matar a la persona sino de hacerla desaparecer. Se trataba de aniquilarlo en el sentido etimológico de la palabra. Convertirle en nada. Era un castigo tan rotundo que eliminaba todo recuerdo.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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