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Palabra clave: ‘José María Castillo’

José María Castillo: “Son muchos los curas que se sirven de la religión para hacer carrera, tener poder, vivir seguros… Esto es intolerable”

Martes, 22 de septiembre de 2020
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Iglesia-poder_2266883315_14891837_660x371“Hay políticos que utilizan la Religión para sus intereses. Y los que defienden tanto la Religión, no le hacen caso al Evangelio”

“Jesús rezó mucho. Pasaba las noches enteras en oración. Pero, para rezar, no se iba al templo. Se iba a sitios solitarios. La religiosidad que nos enseña el Evangelio no es como la religiosidad que nos enseña la Religión”

Las noticias, que nos dan en estos días los medios de comunicación, sobre las violencias y disparates, que se han cometido en España, en los años pasados, nos obligan a pensar (una vez más) en el peligro que puede llegar a ser la religión. Peligro para la paz, para la política, para la sociedad y para la convivencia de los ciudadanos, etc., etc.

Lo que acabo de decir no es una novedad. Es un hecho bien conocido y soportado. Y no me refiero solamente a hechos del pasado. Lo estamos viviendo estos días. Ángeles y demonios en los diarios de políticos de alto rango. La religión dirigiendo la política, atacando o defendiendo a los políticos, para bien de unos, para desgracia de otros. ¿Estamos locos? Y afirmo que, en el cristianismo y en nuestra Iglesia, esto se ha metido hasta el tuétano de nuestras creencias. Como también es verdad que son muchos los ciudadanos que, por esta sarta de disparates, han abandonado la religión. Estamos ante un asunto de suma importancia. Para bien o para mal, no sólo de la política, sino igualmente de la religión.

En el cristianismo, lo tenemos claro. La desgracia es que, con demasiada frecuencia, los clérigos no enseñan esto como lo tendrían que enseñar. Porque hay clérigos que son parte interesada en el asunto. Y son muchos los curas que se sirven de la religión para hacer carrera, tener poder, vivir seguros y ser personas importantes. Esto es intolerable.

¿Qué solución le dio Jesús a este asunto, tan delicado y tan grave? Jesús desplazó la religión: la sacó del templo, se enfrentó a los sacerdotes, no participó jamás en las ceremonias del “lugar sagrado”. Jesús rezó mucho. Pasaba las noches enteras en oración. Pero, para rezar, no se iba al templo. Se iba a sitios solitarios. La religiosidad que nos enseña el Evangelio no es como la religiosidad que nos enseña la Religión.

Por esto precisamente Jesús se desentendió de la política. Jamás habló contra el Emperador. Ni contra Poncio Pilatos. Ni se enfrentó a los legionarios romanos. Cuando Herodes degolló a Juan Bautista, en una noche de juerga, Jesús no dijo ni palabra. Y cuando le dijeron a Jesús, ante una masa de gente, que Pilatos había degollado a unos samaritanos cuando estaban celebrando un acto religioso, Jesús no dijo ni palabra contra Pilatos. Al contrario: a la gente que tenía delante, les dijo: “Y vosotros, si no os convertís y cambiáis de vida, vais a terminar como esos samaritanos”. Más aún, en el relato de la pasión de Cristo, ¿quién estuvo en contra de Jesús? Los sacerdotes. Y ¿quién defendió a Jesús resistiéndose a condenarlo? Poncio Pilatos. Es más, cuando Jesús agonizó y murió en la cruz, ¿quién hizo el primer acto de fe, reconociendo a Jesús como el “Hijo de Dios”? No fueron los apóstoles, que se resistieron a creer. Los primeros creyentes en Jesucristo fueron “El centurión y los romanos” (Mt 27, 54 par) a los que acompañaban las mujeres (Mt 27, 55-56), las que ahora se ven incapacitadas por la religión, para poder ser iguales en dignidad y derechos a los hombres.

Más aún, en el relato de la pasión de Cristo, ¿quién estuvo en contra de Jesús? Los sacerdotes. Y ¿quién defendió a Jesús resistiéndose a condenarlo? Poncio Pilatos

Todo esto ocurría desde mucho antes de que Dios se hiciera presente en el mundo, en la persona y en la vida de aquel pobre nazareno, que fue Jesús. Y sigue ocurriendo ahora: hay políticos que utilizan la Religión para sus intereses. Y los que defienden tanto la Religión, no le hacen caso al Evangelio. Para Jesús, lo primero no eran las ceremonias y los rituales. Para Jesús, lo primero eran los seres humanos, sobre todo los que más sufren, los enfermos, los pobres, los niños, los pecadores, las mujeres.

¿Cuándo vamos a dejar de aprovecharnos de la Religión, para sacar de ella dinero e importancia, por más que disfracemos nuestros intereses de lo que más nos conviene? ¿Cuándo veremos a los cristianos, en masa, identificados en todo cuanto pueden con los últimos de este mundo? Y termino pidiendo, sobre todo a nuestros obispos, que “sigan a Jesús”, que vivan el Evangelio, que sean (y seamos todos) presencia de Jesús en este mundo. Los obispos enseñarán el Evangelio de Jesús cuando los veamos viviendo como vivió Jesús. Y otro tanto hay que decir de obispos, de religiosos, de clero en general. Y eso mismo tenemos que hacer quienes decimos que el cristianismo tiene su razón de ser. No es cuestión de argumentos. Es lo que decide si somos o no somos creyentes en Jesucristo.

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José María Castillo: “La pandemia tendrá remedio cuando tomemos en serio a las autoridades competentes”

Martes, 8 de septiembre de 2020
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“Cristo Redentor obtiene mascarilla para alentar al mundo protegerse contra el Covid-19” – Manu Silva (PRNewsfoto/Todos pela Saúde)

“Cristo Redentor obtiene mascarilla para alentar al mundo protegerse contra el Covid-19” – Manu Silva (PRNewsfoto/Todos pela Saúde)

“Ya no se impone el ‘poder opresor’, sino que manda el ‘poder seductor’. En esto ha consistido la obra maestra del sistema capitalista neoliberal”

“Los ‘hombres de la Religión’ representaron exactamente el ‘poder opresor’, mientras que, por el contrario, Jesús y su Evangelio fueron, para aquel pueblo sencillo, la presencia tangible del ‘poder seductor'”

“Cuando Jesús llama a alguien a seguirle, no presenta un programa de vida, un ideal, una finalidad. Ni unas condiciones. Nada. ‘Sígueme’. Esto es todo”

Las noticias que nos llegan, sobre la pandemia de coronavirus, son cada día más preocupantes. ¿Qué nos está pasando? Yo no soy médico. Ni sé nada de las ciencias y técnicas que le pueden poner remedio a esta epidemia mundial. He dedicado mi vida a la religión y los saberes relacionados con ella. ¿Se puede decir algo importante desde este punto de vista? Sin duda alguna, se puede (y se debe) afirmar algo que puede ser – y será – decisivo.

Mucha gente no se da cuenta de que el poder y el consiguiente sometimiento al poder, todo eso, no es que esté cambiando, es que ha cambiado. Nuestra relación con el poder ya no es como era antes. No se puede fijar una fecha que nos diga cuándo ha ocurrido esto. Lo que importa es que ha ocurrido.

¿Qué es lo que ha ocurrido? Dicho brevemente, el hecho capital es que el poder, que se impone y manda en el mundo, ha cambiado. Ya no se impone el “poder opresor”, sino que manda el “poder seductor”. En esto ha consistido la obra maestra del sistema capitalista neoliberal. Y los ciudadanos lo palpan ante el televisor: manda más en la sociedad, sobre todo en las generaciones jóvenes, la seducción de una modelo o el atractivo de un nuevo invento que nos agrada, que la orden que puede dictar un gobernante o la amenaza de un policía. Por eso es tan demoledora la “crítica de la verticalidad”, que ha analizado Peter Slotertijk, conocido profesor de la universidad de Karlsruhe.

Todo esto repercute en la cotidianeidad de la vida diaria. La pandemia tendrá remedio, no cuando nos pongamos la anunciada vacuna, sino cuando tomemos en serio lo que mandan las autoridades competentes en este asunto.

Un asunto que a mí me da mucho que pensar. Porque es mucha la relación que tiene todo esto con lo que a mí me preocupa. Que es exactamente la diferencia que distingue la Religión del Evangelio. La Religión es justamente un conjunto de “rituales de sumisión” (Walter Burkert). Que tranquilizan la conciencia y alivian los sentimientos de culpa. Pero por eso exactamente, a medida que el “poder opresor” ha ido perdiendo fuerza, en esa misma medida la Religión ha ido perdiendo presencia, credibilidad y autoridad.

Y por esto precisamente, según dicen los Evangelios, fueron los sacerdotes del templo los que no soportaron a Jesús. Los “hombres de la Religión” representaron exactamente el “poder opresor”, mientras que, por el contrario, Jesús y su Evangelio fueron, para aquel pueblo sencillo, la presencia tangible del “poder seductor”. Jesús curaba a los enfermos, daba de comer a los hambrientos, acogía a los pecadores, defendía a las mujeres, se fundió y confundió con el pueblo. Con razón los dirigentes del Sanedrín temieron que todos se iban a ir con Jesús (Jn 11, 48). Y por eso tomaron la decisión de matarlo (Jn 11, 52-53).

Pero no fue solamente la seducción de la salud y el dinero. Allí sucedió algo más sorprendente. Me refiero a la extraña y misteriosa fuerza que tiene, en los relatos del Evangelio, la llamada de Jesús al “seguimiento”. Si nos fijamos atentamente al contenido de esos relatos, pronto se cae en la cuenta de que la llamada es Jesús mismo. Y Jesús solo. O como dijo Dietrich Bonhoeffer, todas las seguridades de la vida se encuentran y se tienen en Jesús. De forma que, cuando Jesús llama a alguien a seguirle, no presenta un programa de vida, un ideal, una finalidad. Ni unas condiciones. Nada. “Sígueme”. Esto es todo.

Si esto se tiene claro y se vive, lo demás se tiene que vivir y organizar según el tiempo y según la cultura en que se desarrolla. Para esto – y sólo para esto – la Iglesia ha tenido siempre un sistema organizativo, que se debe ajustar y practicar según las exigencias del “seguimiento de Jesús”. Para ser siempre fieles a tales exigencias.

Esto supuesto, lo que no me cabe en la cabeza es que la Iglesia se haya organizado de manera que los dirigentes (los obispos, el clero) se dediquen a gestionar esta Iglesia de manera que, con frecuencia, lo que se hace en ella sea que el poder, los privilegios y el dinero son lo que importa tener. Y con eso, lo que han conseguido es que, por tener privilegios y dinero, se están callando lo que no deberían callar, se están aprovechando para ser importantes, cuando en realidad no lo son, y sobre todo están siendo bastante responsables del hundimiento de la poca religiosidad que queda en pie.

¿Puede esta Iglesia tener o hacer presente, en la sociedad actual, el “poder seductor” que tuvo Jesús en su pueblo y en su tiempo? ¿Pueden nuestros obispos decirle a la gente, sobre todo a los jóvenes, lo que Jesús les dijo a trabajadores y pecadores: “Sígueme”?

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José María Castillo: “¿Con esta religión y esta explicación del Evangelio, a dónde vamos?”

Lunes, 24 de agosto de 2020
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clip_image00228De su blog Teología sin censura:

“Vivimos en una sociedad donde lo que importa en la vida, es ganar dinero y ser importante”

“Yo he dedicado mi vida a lo de la religión y la teología, me pregunto (impresionado y hasta asustado) cómo es posible que, ante este panorama, haya tantos clérigos (carcas y progres, de derechas, de centro y de izquierdas) que se ponen a explicar el Evangelio y yo no sé lo que dicen”

“Los que mejor viven son cada día menos, al tiempo que los desamparados van en aumento, hasta el punto de que nos llevamos las manos a la cabeza porque en España han muerto treinta personas por el virus, el mismo día que, en el llamado “tercer mundo”, han muerto treinta mil de hambre y miseria”

“¿Cómo se explica que haya tanta gente que prefiere una fiesta, un botellón o una juerga, en una discoteca, aunque eso le cueste salir infestado con el virus que a todos nos asusta?”

Todos sabemos de sobra que la pandemia de el coronavirus es una amenaza, que nos causa inseguridad y pavor. Esto no necesita mucha explicación. Lo estamos viviendo.

Pero no sólo esto es lo que estamos viviendo. Además de la amenaza, quizás con más fuerza que esa misma amenaza, también estamos experimentando una experiencia que nos humaniza.

La amenaza es algo tan evidente, que todos la palpamos. La humanización, por el contrario, no está tan clara. Porque somos demasiados los que ni nos damos cuenta del desnivel tan profundo de deshumanización que estamos viviendo. Y es que no es un problema de buenos y malos. Es un problema cultural.

Hemos nacido, hemos crecido y vivimos en una sociedad y una cultura que nos mete, hasta en las venas de esta sociedad y esta cultura, hasta el convencimiento natural y espontáneo, que lo que importa en la vida, es ganar dinero y ser importante. Porque ésos son los pilares sobre los que se edifica – según piensan muchos – lo que nos tiene que interesar a todos. Vivir con solidez y seguridad. Y tener los medios más eficaces para pasarlo lo mejor posible.

O sea, es un proyecto de vida en el que el sujeto se centra en sí mismo. Y el centro de la vida está en él mismo. Un proyecto de vida, que se alimenta de la economía, de la política, de la religión, del oficio que cada cual tiene, de la familia en la que nace, de los parientes a los que quiere tanto o de los que se avergüenza. Todo, todo, absolutamente todo, al servicio de mi buen vivir. Y el que se quede atrás, que apriete el paso.

En esta sociedad y en esta cultura, hemos nacido, nos han educado y, al servicio de este proyecto de vida, está organizado todo lo demás. No digo que todos los ciudadanos sean así y vivan así. Ni pueden ser así. Porque la consecuencia más fuerte, que se sigue de lo dicho, es precisamente la desigualdad. En esta sociedad, en la que tanta importancia tienen las libertades, inevitablemente el pez grande se come al pez chico. Y la consecuencia es que la economía, la riqueza y el bienestar se van concentrando, cada día más y más, en menos y menos privilegiados. Al tiempo que los más desgraciados crecen y crecen en más y mayor desamparo. De forma que los que mejor viven son cada día menos, al tiempo que los desamparados van en aumento, hasta el punto de que nos llevamos las manos a la cabeza porque en España han muerto treinta personas por el virus, el mismo día que, en el llamado “tercer mundo”, han muerto treinta mil de hambre y miseria.

Esto no tiene pies ni cabeza. Y nosotros: ¡angustiados por la pandemia! Lo cual es perfectamente comprensible. Pero me atrevo a decir que la pandemia tiene algo positivo: ha venido a decirnos que tenemos que repensar – y repensar muy a fondo – qué cultura, qué sociedad, qué economía, qué política, qué valores, qué derecho, qué religión… qué forma de vivir (en definitiva) hemos organizado, hasta lo más natural del mundo, cuando en realidad, esto es la deshumanización más salvaje que se ha podido inventar. Y si no, ¿cómo se explica que haya tanta gente que prefiere una fiesta, un botellón o una juerga, en una discoteca, aunque eso le cueste salir infestado con el virus que a todos nos asusta?

Y ya – puestos a decir – como yo he dedicado mi vida a lo de la religión y la teología, me pregunto (impresionado y hasta asustado) cómo es posible que, ante este panorama, haya tantos clérigos (carcas y progres, de derechas, de centro y de izquierdas) que se ponen a explicar el Evangelio y yo no sé lo que dicen, pero el hecho es que demasiada gente sale de la Iglesia más tranquila en su conciencia, pero pensando como pensaba antes del sermón. Con razón se ha dicho que “la experiencia religiosa de todos nosotros ya no es de fiar”. Y no es de fiar, porque nos afianza en el convencimiento de que lo que importa es que se acabe la pandemia, se recupere la buena vida y el lujo. Y los cientos de millones, que se mueren de hambre, que se apañen como puedan. Pero que no vengan aquí a molestar.

Y yo me pregunto: ¿con esta religión y esta explicación del Evangelio, a dónde vamos? Es que, ni la espantosa desgracia de la pandemia, modifica nuestra manera de pensar en cuanto se refiere a lo que nos humaniza. Y a lo que nos deshumaniza.

El futuro está claro: saldremos de la pandemia. De lo que me temo que no vamos a salir es de nuestra manera de pensar y de vivir la importancia del dinero y la recuperación del buen vivir. Por más que los más desgraciados sean más y más desgraciados cada día.

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José María Castillo: “Nosotros somos responsables de este desastre”

Viernes, 21 de agosto de 2020
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Mujeres-futuro_2212888785_14408079_660x371De su blog Teología sin censura:

¿Qué “proyecto de vida” es lo que da “sentido a mi vida”?

 “Todos nos quejamos ahora de lo mal que están las cosas. Y ha tenido que venir la pandemia del covid19, con la consiguiente crisis económica, para que empecemos a tomar conciencia del desastre de mundo en que vivimos”

“La salud y la economía están hecha trizas. Y de tal desastre, todos tenemos la culpa. Por acción o por omisión. Pero responsables, somos todos. Porque todos nos hemos ajustado, hemos permitido y hasta nos hemos acomodado a un “proyecto de vida”, que ha terminado llevándonos justamente a donde estamos”

“Habrá gente de derechas, de centro y de izquierdas, habrá creyentes y ateos, seguramente pronto las mujeres dirán misa, los curas se casarán, los obispos serán “más humanos”, todo eso y Dios sabe a dónde llegaremos.”

Cada día veo más claro que lo primero, que nos tiene que interesar y preocupar, no es el sistema, ni las ideologías, ni las teorías. Ni lo que dijo “fulano”, aunque el tal fulano sea el pensador más lúcido que ha pasado por el mundo. Ni los pensadores, ni los sistemas, ni las ideas, ni las creencias (o las no-creencias) arreglan el desarreglo que estamos viviendo. A mí me parece que hay algo previo a todo eso. Algo más básico, que es la solución. Pero eso mismo es lo que nos da miedo. Y a eso, por tanto, es a lo que no le hincamos el diente.

¿A qué me refiero? Alproyecto de vida que cada uno de nosotros ponemos en práctica. ¿Cómo vivo yo? ¿De qué vivo yo? ¿Para qué vivo yo en este mundo? La cuestión clave es la siguiente: ¿vivo para pasarlo lo mejor posible? ¿o vivo para ayudar, a quien me necesita lo más y lo mejor posible? Esta es la cuestión. Que, dicho de otra forma, equivale a lo que he puesto como título de esta sencilla reflexión: ¿Qué “proyecto de vida” es lo que da “sentido a mi vida”?

Me explico. La pregunta, que acabo de hacer, es tan genérica y pretenciosa, que en realidad no pregunta nada. Es indispensable concretar. Abunda la gente que tiene, como proyecto de vida, “pasarlo lo mejor posible”. Y hay gente (creo que estos son menos) que lo que quieren es “ayudar lo más posible” a quien lo necesita. En el primer bloque están los “egoístas”. En el segundo, los “altruistas”. El problema está en que casi todo el mundo, ante estas cuestiones, dirá – sin duda alguna – que tiene algo de ambos bloques: es egoísta y altruista. Por eso, esta pregunta no vale. Hay que concretar.

En la vida de los seres humanos, hay dos fuerzas tremendas, que tiran constantemente de nosotros: el “dinero” y el “poder”. El dinero es “posesión”, que da “seguridad”. El “poder” es “dominación”, que da “importancia”. Estas dos fuerzas, la fuerza de la seguridad y la fuerza de la dominación, se viven como “deseo”. De ahí que las dos granes apetencias (o deseos), que rigen nuestra vida – y la convivencia con los demás – son: sentirnos seguros y sentirnos importantes. Cuando estos dos sentimientos son los que rigen nuestra vida, esto es lo que “nos hace felices”. Porque sacia nuestras apetencias. Hasta las apetencias más hondas y secretas. Aunque tales apetencias se disfracen de amor a la patria, de amor a Dios, de amor a otra persona, de lo que sea. Los antiguos hablaban de estas apetencias llamándolas “pasiones”.

De ahí que lo que decide lo que es y cómo es cada uno, no brota básicamente de la “decisión” que toma el sujeto, sino de la “pasión” que seduce, tira y hasta se puede decir que arrastra al sujeto. De ahí que el “proyecto de vida”, si es que se toma en serio y no se queda en mero deseo, sino que se erige en auténtica “convicción”, entonces, ni la seguridad del dinero, ni la importancia del poder, mandan en nuestra vida y en nuestra conducta. Lo que, entonces manda realmente en nuestro proyecto de vida, no es lo que a mí me satisface, sino lo que necesitan los necesitados.

Todos nos quejamos ahora de lo mal que están las cosas. Y ha tenido que venir la pandemia del covir19, con la consiguiente crisis económica, para que empecemos a tomar conciencia del desastre de mundo en que vivimos. Un desastre del que los responsables somos nosotros. Y cuando digo “nosotros”, no me refiero a los gobernantes, sean del color que sean y tengan el poder que tengan. Los causantes del desastre somos todos. La salud y la economía están hecha trizas. Y de tal desastre, todos tenemos la culpa. Por acción o por omisión. Pero responsables, somos todos. Porque todos nos hemos ajustado, hemos permitido y hasta nos hemos acomodado a un “proyecto de vida”, que ha terminado llevándonos justamente a donde estamos.

Ahora, le echamos la culpa a los que no piensan como nosotros o a los que son del partido de enfrente. ¡Que no! Que el problema está en que todos nos hemos acomodado a un “proyecto de vida” en el que el dinero, el poder y el mayor bienestar posible nos han seducido de manera, que ya no sabemos vivir de otra manera. Y en esto hemos educado a los niños y a los jóvenes, mientras que a los mayores y a los viejos los hemos metido en residencias en las que nos los quitamos de en medio, donde mueren abandonados a su desgraciada suerte, pero nos dejan seguir adelante con nuestro “proyecto de vida”, del que disfruta cada cual como puede.

Y lo peor de todo es que vivimos engañados. Nos engañan los políticos. Y nosotros nos dejamos engañar, echando la culpa a “los de enfrente”. Pero como todo está pensado para que, en definitiva, todo siga igual, nos callamos o nos estamos quietos. O quizá nos manifestamos, en una manifestación aprobada y permitida por los que nos están engañando. Y permitimos un tipo de religión que sirve para organizar fiestas, festejos y vacaciones. Incluso le toleramos al clero que se apropie lo que le conviene. Con tal que nuestro “proyecto de vida” siga siendo posible, nos callamos, nos aguantamos, colaboramos y hasta fomentamos lo que nos está destrozando.

En definitiva, mientras no le toquemos a la pasión por el dinero, la pasión por el poder y el afán desmedido de disfrutar de la vida lo posible (y hasta lo imposible), que no le toquen a nuestro proyecto de vida. Habrá gente de derechas, de centro y de izquierdas, habrá creyentes y ateos, seguramente pronto las mujeres dirán misa, los curas se casarán, los obispos serán “más humanos”, todo eso y Dios sabe a dónde llegaremos. Mientras este mundo aguante, los que vengan detrás, que se busquen la vida.

Así están las cosas. ¿Y éste es el mundo que les vamos a dejar a las futuras generaciones? 

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José María Castillo: “El Evangelio es, ante todo, una forma de vivir”

Lunes, 8 de junio de 2020
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“Cristo Redentor obtiene mascarilla para alentar al mundo protegerse contra el Covid-19” – Manu Silva (PRNewsfoto/Todos pela Saúde) “Cristo Redentor con mascarilla para alentar al mundo a protegerse contra el Covid-19” – Manu Silva (PRNewsfoto/Todos pela Saúde)

De su blog Teología sin Censura:

Insisto, una vez más, en la necesidad apremiante, que tenemos, de recuperar la centralidad del Evangelio en la organización de la Iglesia y en la vida de los cristianos

Si planteamos la religión como la planteo y la vivió Jesús (según el Evangelio), no cabe duda que cuando hablemos de la pandemia del virus, si es que tratamos el tema en serio y hasta el fondo, antes o después, tendremos que hablar también de religión

Una de las cosas más extrañas y elocuentes, que estoy viviendo con motivo de la pandemia, es que, cuando se habla de este asunto (en la tele, en la prensa, en las tertulias, donde sea…), salen a relucir, como es lógico, la medicina, la economía, la política, la ciencia, las leyes, las costumbres… O sea, se habla de todo. Menos de una cosa: la religión. A veces (raras veces) se hace mención de la generosidad del Papa, de algún obispo que ha hecho algo llamativo o quizá de algunas monjas que hacen lo que pueden en barrios o países pobres. Pero, de la religión como factor que puede ser importante en la solución de este enorme problema, a nadie se le ocurre ni mencionar tal cosa, por lo menos como posible ayuda para la solución de esta enorme amenaza que tanto nos preocupa y hasta nos abruma.

¿Qué le ha pasado a la religión? Me lo pregunto porque estoy seguro de que hay personas, quizá bastantes personas, que le rezan a Dios para que nos ayude a superar esta enorme desgracia. Pero de estos sentimientos religiosos, la mayoría de la gente ni se atreve a mencionar en público si reza o deja de rezar. Por eso, yo insisto en mi pregunta: ¿qué le está pasando a la religión?

El problema, que se nos plantea con esta pregunta, es – me parece a mí – algo más complicado de lo que algunos se imaginan. Porque es un hecho que, en las sociedades más industrializadas y más ricas, a medida que la tecnología y la economía se desarrollan, ocurre que las normas culturales y religiosas tradicionales se deterioran y hasta se debilitan, llegando a perder en gran medida la presencia púbica que tuvieron en tiempos pasados y cualquiera sabe si volverán (cf. Ronald Inglehart).

Por lo general, el hecho que acabo de apuntar se suele interpretar como un progreso. Por supuesto, un progreso que tiene un precio: a más ciencia, más tecnología y una economía más poderosa, la moral y las costumbres tradicionales se deterioran; y con semejante deterioro, la religión se va quedando también marginada. Esto, por lo menos a primera vista, parece un hecho incuestionable.

Sin embargo, tenemos que insistir en una pregunta elemental: ¿es todo esto realmente así? Quiero decir: ¿podemos asegurar tranquilamente que, a más ciencia y más tecnología, con el consiguiente deterioro de la religión, por eso mismo la sociedad se va desarrollando, la humanidad se está perfeccionando y las futuras generaciones alcanzarán metas y logros que no imaginamos?

Sinceramente, yo creo que ya tenemos argumentos abundantes, por lo menos, para sospechar (con fundamento) que los entusiastas defensores de los indiscutibles logros de la ciencia y del progreso, de las técnicas y de la economía, en realidad son unos desorientados, que no se han dado cuenta de la espantosa hecatombe en la que nos hemos metido, con nuestros prodigiosos avances en la más refinada tecnología y nuestra religión confinada en el desván de los recuerdos.

¿Por qué digo esto? Porque, si todo este problema se piensa a fondo, pronto se da uno cuenta de que ni todo, en la ciencia y la tecnología, es tan positivo como muchos se imaginan; ni todo, en la religión, está que hace agua. Baste pensar que la ciencia y la tecnología dependen de la economía. Y no de cualquier economía. Porque dependen del sistema económico establecido, que es el sistema que rige y manda en el mundo. Un sistema que, “de facto”, y sea cual sea la teoría que cada uno tenga, el hecho es que se trata de un sistema que produce el insaciable incremento del beneficio económico de unos pocos a costa de la dependencia y el empobrecimiento de todos los demás.

Por supuesto, yo no soy economista. Pero tampoco me chupo el dedo. Y de sobra sabemos que la economía mundial funciona de tal manera, que, a una velocidad creciente y alarmante, el capital mundial se va concentrado más y más, cada año, en menos y menos personas, que son las que rigen nuestras vidas, por más que ni se nos pase por la cabeza semejante atrocidad. Sobre todo, sabiendo, como bien sabemos, que más de la mitad de la población mundial no puede disponer de la atención médica indispensable, ni se puede alimentar para seguir viviendo.

Pero hay algo más, que nunca habíamos imaginado. Nuestro incontenible y flamante desarrollo científico y tecnológico produce tal y tanta contaminación atmosférica, que, como a nuestro flamante desarrollo no lo contengamos o le demos otra orientación, a nuestros nietos les dejaremos seguramente la espantosa herencia de tener que asistir a la destrucción total del planeta tierra.

Pero nos queda la segunda parte: la marginación y el deterioro de la religión. Me refiero, puesto que soy cristiano, a la religión que vivo, desde mi infancia. La religión que ha dado y da sentido a mi vida. Además, he dedicado mi trabajo, mis estudios y mi profesión al estudio y la enseñanza de esta religión, que intento vivir y transmitirla a los demás.

Dicho esto, lo primero que, a mi manera de ver, se debe tener en cuenta es que el cristianismo (como les ocurre a otras religiones), por una presunta fidelidad a sus orígenes, se ha quedado muy atrasado con respecto a la cultura y a los acontecimientos que estamos viviendo. Baste pensar, por poner un ejemplo, en lo que ocurre con la liturgia y en la celebración de los sacramentos. Mucha gente no sabe que esas ceremonias, tal como han llegado hasta nosotros, en su lenguaje, sus vestimentas, sus rituales y la justificación ideológica de su contenido, en muchos de los aspectos que los fieles perciben, son costumbres y tradiciones medievales. Por no hablar de los templos, catedrales, palacios y otras solemnidades, que le hicieron decir a san Bernardo, en un escrito dirigido al papa Eugenio III (s. XII), que, revestido de seda y oro, en su caballo blanco, parecía más el sucesor de Constantino que el de san Pedro. Y sabemos que la religión, que hoy tenemos, es el residuo anacrónico de aquellas vanidades.

Y lo peor del caso es la mentalidad – o sea, la teología – que justifica esas cosas. Una teología que, en no pocos tratados y cuestiones, ni afronta, ni responde, a los grandes temas que ahora interesan a la mayor parte de la sociedad. Por eso insisto, una vez más, en la necesidad apremiante, que tenemos, de recuperar la centralidad del Evangelio en la organización de la Iglesia y en la vida de los cristianos.

Por supuesto la Iglesia afirma y defiende que el Evangelio es eje y centro de la Iglesia. Pero nunca deberíamos olvidar lo que tantas veces ha dicho el papa Francisco: el Evangelio es, ante todo, una forma de vivir. Una vida en la que se destacan dos grandes problemas, que son las dos grandes preocupaciones que tuvo Jesús: la salud y la economía. Justamente, los dos grandes problemas que hoy tenemos que afrontar los humanos, sean cuales sean nuestras creencias y dada la mundialización de la pandemia que sufrimos.

Por esto se comprende la insistencia de los evangelios en los relatos de las curaciones de enfermos. Hasta 67 relatos sobre este asunto, que dejan patente hasta qué extremo a Jesús le interesaba y la preocupaba el tema de la salud y la vida. Y junto a la salud, la economía. Que es el tema de fondo, que plantea el Evangelio cuando Jesús llamaba a los discípulos y a la gente a “seguirle”. En efecto, según los evangelios, cuando Jesús llamaba a que alguien le “siguiera”, no ponía nada más que una condición: “dejarlo todo”. Llama la atención que esto justamente es el tema capital en el que los evangelios insisten hasta tales extremos, que no siempre es fácil explicar lo que Jesús pedía (incluso abandonar el entierro del propio padre: Mt 8, 18-22 par).

Sin duda alguna, da pena pensar cómo la teología cristiana ha desplazado el tema del “seguimiento de Jesús”. De forma que el tema-clave de la “cristología” (Joahn B. Metz) lo ha deformado interpretándolo como un tema de “espiritualidad”. Los discípulos de Jesús conocieron al Maestro, “siguiéndole”, viviendo con él y como él.

Si cuando hablamos de la pandemia del corona-virus, la religión no interesa, es evidente que a los hombres de la religión les resulta más cómodo y lucrativo celebrar ceremonias, ritos y liturgias, que enfrentarse a una política y una economía que se interesa más por el poder que por la salud para todos por igual y una economía que no tiene como proyecto el beneficio, sino la salud y el bienestar para todos.

Es evidente que, si planteamos la religión como la planteo y la vivió Jesús (según el Evangelio), no cabe duda que cuando hablemos de la pandemia del virus, si es que tratamos el tema en serio y hasta el fondo, antes o después, tendremos que hablar también de religión.

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José María Castillo: “Los seres humanos no necesitamos un ‘Dios curandero’, ni nos hace falta un ‘Jesús milagrero’”

Viernes, 29 de mayo de 2020
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curacion-del-paralitico-2De su blog Teología sin Censura:

“¿Qué nos vienen a decir esos 67 relatos de curaciones y remedios que Jesús aportaba a la sociedad humana?”

“A partir del “Dios humanizado” (que es Jesús), nos enteramos de lo que ese Dios nos quiere decir sobre el ser humano, sobre la vida humana, sobre la sociedad humana”

Es un hecho que los dos problemas más preocupantes, que nos ha planteado el coronavirus, son el problema de la salud y el problema de la economía. De los dos, habla todo el mundo. Porque nos enfrentan a dos cuestiones básicas y decisivas en la vida de los individuos y de la sociedad.

¿Tiene el cristianismo algo que decir sobre estos dos problemas tan determinantes en la vida de los individuos y de la sociedad? Sin duda alguna, tiene que decir. Y mucho, por supuesto. El Papa Francisco se refiere a estos dos asuntos constantemente. Y antes que el Papa, quien con más insistencia y fuerza se enfrentó a estos dos problemas fue Jesús el Señor. El Evangelio, la Buena Noticia de Dios al mundo, nos dejó constancia abundante de este doble problema: la salud y la economía. Y ambos, muy relacionados entre sí. Pero, por claridad y orden, hablaré aquí, en primer lugar, de la salud; después, de la economía.

Quienes leen los evangelios saben que, en esos cuatro libros, se relatan con frecuencia episodios de curaciones milagrosas de enfermos. Exactamente, los relatos que, en los cuatro evangelios se refieren al problema de la salud son 67. La mayoría de estos relatos se refieren a hechos concretos. En otros casos (no muchos), se trata de “sumarios”, en los que se dice genéricamente que Jesús curaba a enfermos, lisiados, personas endemoniadas (o sea, que padecían enfermedades del cuerpo o de la mente. Cf. O. Böcher, TRE VIII, 279-286).

Así pues, y sin duda alguna, se puede afirmar que la primera y más destacada preocupación de Jesús fue el problema de la salud humana. Como es lógico, esto quiere decir que Jesús, el “Dios encarnado” y por tanto el “Dios humanizado”, vio claramente que el primer problema, que tiene que resolver la humanidad, es el problema de la salud. Y fue a eso, a lo que más, ante todo, se dedicó Jesús, si nos atenemos a más de 60 relatos evangélicos.

Esto quiere decir – entre otras cosas y como parece lo más lógico – que las curaciones prodigiosas, que relatan los evangelios, no son sencillamente “milagros”, mediante los cuales Jesús demostraba que él era Dios (cf. John P. Meier, Un judío marginal, vol. II/2, 598-602). No es eso. El problema, que plantean y resuelven los hechos prodigiosos de Jesús, es otra cosa. Y nos dice otra cosa.

Un Dios humanizado

Me explico. No se trata de que, a partir de los milagros, queda demostrado que Jesús es Dios y así conocemos a Dios. No. Se trata, al contrario, de que, a partir del “Dios humanizado” (que es Jesús), nos enteramos de lo que ese Dios nos quiere decir sobre el ser humano, sobre la vida humana, sobre la sociedad humana.

O sea, en los milagros y mediante los milagros, lo que importa y lo decisivo no es conocer la “historicidad” de esos hechos (si sucedieron o no sucedieron), sino enterarnos de la “significatividad”, que tales hechos tienen para nosotros. Por tanto, la pregunta clave, que tenemos que hacernos al leer esos relatos extraños y hasta desconcertantes, es ésta: ¿qué nos vienen a decir esos 67 relatos de curaciones y remedios que Jesús aportaba a la sociedad humana?

La respuesta, si no estamos ciegos, es clara y elocuente: lo primero y lo más importante, que Jesús nos enseñó (mediante las “obras” que realizaba) fue esto: ante todo, la salud humana, aliviar el sufrimiento de los que padecen, remediar el dolor de los lisiados, hacer la vida más feliz y más llevadera. Los seres humanos no necesitamos un “Dios curandero”. Ni nos hace falta un “Jesús milagrero”.

Lo que ante todo define a un ser humano, que cree en Jesús y toma en serio el Evangelio, es la persona honrada y buena que, ante todo, centra su vida en aliviar el sufrimiento de los demás y hacer más feliz la existencia humana.

Por esto da pena leer tantos y tantos comentarios eruditos, que llenan bibliotecas del saber, que matizan al detalle problemas que no resuelven nada. Pero son ya demasiados los sabios que saben lo indecible. Cuando en realidad no resuelven nada importante y serio en la vida. ¿Para eso Dios “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos“? (Flp 2, 6-7). El Papa Francisco nos habla de una “Iglesia en salida”. Ya es hora de que en el Evangelio busquemos y encontremos esa “salida”. La Iglesia que sale de sus propios intereses y da respuesta a tantas preguntas que nos angustian.

En una reflexión posterior trataré el tema de “Jesús y la economía”.

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José María Castillo, al cardenal Sarah: “El rito, cumplido al pie de la letra, tranquiliza la conciencia… y nos engaña”

Viernes, 15 de mayo de 2020
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Cardinal-SarahDe su blog Teología sin Censura:

“Pero, ¿qué pasa en la Iglesia? Por supuesto, que el Santísimo Sacramento merece todo nuestro respeto. Pero, ¿cómo y en qué manifestamos ese respeto? ¿En los ritos y ceremonias con las que celebramos la eucaristía? ¿O en vivir el contenido ético (de vida y conducta) que es la razón de ser y el motivo por el que Jesús instituyó la eucaristía?”

“Lo que no entiendo, ni puedo entender, es el silencio de no pocos obispos, en España y en el mundo, ante tanto sufrimiento, tanta injusticia”

El cardenal Sarah, Prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino, en la Curia Romana de la Iglesia Católica, ha dicho públicamente que es una falta de respeto y una “locura total” llevar la sagrada comunión a un enfermo, haciendo eso de tal manera que la hostia consagrada se lleve metida en un sobre o en una bolsa. Como es lógico, esta declaración pública de un personaje, tan importante en estos asuntos, está dando que hablar.

Yo no pretendo discutir aquí si el Cardenal Sarah tiene o no tiene razón en lo que ha dicho y como lo ha dicho. Lo que a mí me preocupa es el hecho de que la gente, que se relaciona con la Iglesia, se interese tanto por lo que ha dicho este cardenal ante un suceso tan simple como es llevar la comunión eucarística en una bolsa o en un sobre. Sin duda, este cardenal piensa que es un hecho de notable importancia y gravedad el envoltorio que se utiliza para llevar la sagrada comunión a un enfermo o un impedido. Y esto es lo que ha motivado que el criterio de este cardenal se convierta en noticia que ha dado la vuelta al mundo. Señal evidente de que, por lo visto, para la “gente de Iglesia” esto es un asunto muy serio y ante el que no podemos quedarnos indiferentes. Y por supuesto no faltarán los indignados, no por el modo de llevar la comunión, sino por lo que ha dicho el cardenal Sarah.

Pero, ¿qué pasa en la Iglesia? Por supuesto, que el Santísimo Sacramento merece todo nuestro respeto. Pero, ¿cómo y en qué manifestamos ese respeto? ¿En los ritos y ceremonias con las que celebramos la eucaristía? ¿O en vivir el contenido ético (de vida y conducta) que es la razón de ser y el motivo por el que Jesús instituyó la eucaristía?

Ya en el sermón del monte dijo Jesús: “si vas a presentar tu ofrenda al altar y recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, ante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y luego vuelve y presenta tu ofrenda” (Mt 5, 23-24). En la Biblia se dice, una y otra vez, que la ofrendas y ceremonias sagradas de los pecadores le causan horror a Dios (Prov 15, 8; 21, 3. 27; Eclo 31, 21-24; 35, 1-3).

Una cosa muy fundamental, que no se suele tener debidamente en cuenta, en la Iglesia, es que “los ritos son acciones que, debido al rigor en la observancia de las normas, se constituyen en un fin en sí” (Gerd Theissen; V. Turner). ¿Y qué ocurre precisamente por eso? Pues algo que impresiona. Y que consiste en que los ritos, observados con toda precisión, se separan del “ethos” (la ética, la conducta). De lo que se sigue una consecuencia patética. Porque el rito, precisamente porque se ha cumplido al pie de la letra, por eso nos tranquiliza la conciencia. Pero, por eso justamente nos engaña. Del ritual, ejecutado al pie de la letra, salimos satisfechos y tranquilos. Pero, con demasiada frecuencia, lo que ocurre es que el rito, bien ejecutado, nos sosiega el espíritu. Al tiempo que nuestra conducta sigue siendo exactamente la misma que teníamos antes de la misa, del rezo o de mi relación con los demás.

Según el Evangelio, cuando Dios nos pida cuentas en el juicio definitivo, nos dirá sencillamente: “lo que hicisteis con uno de estos… tan insignificantes lo hicisteis conmigo” (Mt 25, 40).

En el momento definitivo, no se nos va a preguntar si hemos cumplido o hemos dejado de cumplir los ritos y ceremonias hasta el último detalle. Lo que, en el juicio de Dios, será determinante va a ser sólo una cosa: no el cumplimiento y la observancia de los ritos religiosos, sino la rectitud y honestidad ética que hemos tenido con nuestros semejantes, sobre todo y concretamente con los que sufren y lo pasan mal en la vida.

¿Por qué nos llama la atención lo que ha dicho el cardenal Sarah? Lo comprendo. Lo que no entiendo, ni puedo entender, es el silencio de no pocos obispos, en España y en el mundo, ante tanto sufrimiento, tanta injusticia y el comportamiento de Conferencias Episcopales enteras que dan señales o dicen claramente que no están de acuerdo con la renta básica universal para miles y millones de seres humanos que no tienen otro medio de vida.

Termino: me identifico con la conducta ejemplar del papa Francisco. Con lo que no me puedo identificar es con la conducta de los que informan de su fidelidad a misas, rezos y ceremonias, al tiempo que se callan y ocultan intereses y conductas que no se pueden conocer.

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José María Castillo: “Esta Semana Santa, solo con el Evangelio”

Sábado, 4 de abril de 2020
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cruzparadigmaDe su blog Teología sin Censura:

Semana Santa, días para la reflexión

“Una Semana Santa sin santos, sin cofradías, sin procesiones, sin “oficios” y ceremonias en las iglesias, sin viajes ni vacaciones, sin turistas ni turismos, sin libertad para salir a la calle, sin salud y sobrados de miedos, amenazados por una economía que se tambalea”

“No podemos aprovechar el recuerdo de la muerte de Jesús, para pasar una semana de juerga, descanso y diversión”

Estamos en vísperas de la Semana Santa más vacía de toda mi vida. Una Semana Santa sin santos, sin cofradías, sin procesiones, sin “oficios” y ceremonias en las iglesias, sin viajes ni vacaciones, sin turistas ni turismos, sin libertad para salir a la calle, sin salud y sobrados de miedos, amenazados por una economía que se tambalea. Y todos con la pregunta de si los políticos podrán sacarnos de la situación penosa que nos puede amenazar.

¿Qué nos queda en pie, además de los miedos y peligros que nos amenazan? A las víctimas del coronavirus y sus familias, salir de esta situación cuanto antes. A otras muchas gentes, pasar estos días lo mejor posible. Y para quienes tenemos creencias religiosas – además de lo dicho – ¿qué nos queda? A los creyentes y a todas las personas de buena voluntad, nos queda el Evangelio. Que nos explica la razón de ser y lo esencial de la Semana Santa. Porque – lo digo con insistencia y firmeza – una Semana Santa, que no tiene en cuenta el Evangelio de la pasión de Jesús, es como un banquete presentado en platos elegantes, camareros de etiqueta y músicas de ensueño, pero un banquete en el que no se les da ni un garbanzo crudo a los comensales. O lo que es peor: aprovechar el recuerdo de la muerte de Jesús, para pasar una semana de juerga, descanso y diversión.

Algo positivo va a tener el coronavirus: obligarnos a todos a pensar en serio y a fondo en lo más negativo y oscuro que tiene esta vida.

La traición de Judas, la cobardía de Pedro, la condena a la peor muerte del que fue ejecutado porque pasó por la vida haciendo el bien, la ambición de los sumos sacerdotes, que convirtieron la casa de oración en una “cueva de bandidos”, la agonía de Jesús, que le tuvo miedo a la muerte y el fracaso, como nos sucede a todos los mortales, la presencia de aquellas buenas mujeres que estuvieron cerca de la cruz hasta que enterraron a Jesús… Y así, tantas y tantas cosas en las que ni pensamos, porque necesitamos unos días de descanso y diversión.

Muchas cosas podemos pensar en esta extraña Semana Santa. Yo me atrevo a sugerir, ante todo, que pensemos en que “Jesús aceptó la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado” (G. Theissen). Lo que nos viene a decir que este mundo tiene arreglo, no porque triunfamos sobre los débiles y nos imponemos a ellos, sino porque tenemos voluntad y aguante por muchos que sean nuestros fracasos.

Y es así cómo, en este mundo en el que nos parece que Dios está ausente, se hace verdadero lo que dejó escrito Dietrich Bonhoeffer, poco antes de que lo mataran al final de la segunda guerra mundial: “Cuando se quiere hablar de Dios “no religiosamente”, es preciso hacerlo de manera que no se escamotee de algún modo la carencia de Dios en el mundo; muy al contrario, debemos ponerla de manifiesto, y así precisamente como una luz sorprendente cae sobre el mundo. El mundo adulto es más sin Dios, y quizá precisamente por esta razón está más cerca de Dios que el mundo menor de edad” [Carta escrita a un amigo, el 14 de julio de 1944, en la cárcel de Tegel (Alemania)].

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José María Castillo: “La salud es lo primero y todo lo demás pasa a un segundo término”

Martes, 17 de marzo de 2020
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Suegra-pedro-Meister_des_Hitda-Evangeliars_002-708x350@2xDe su blog Teología sin censura:

“Lo primero, para Jesús, fue siempre aliviar y remediar el sufrimiento de los enfermos”

“El personaje, que más se interesó por la salud de la gente y más se dedicó a curar enfermos, fue Jesús de Nazaret, tal como nos lo presenta el Evangelio”

“Jesús nos vino a enseñar que lo primero y lo más importante, que tiene que hacer la religión, es resolver el problema que más nos preocupa a todos, el problema de la salud”

“Dios está donde se remedia el sufrimiento de lo enfermos y el hambre de los indigentes”

Si algo nos está enseñando la pandemia del coronavirus, que estamos soportando, es que lo más importante, para todos los seres humanos, es la salud. Es lo que más nos preocupa y más nos interesa a todos en este momento. La salud es lo primero. Todo lo demás, pasa a un segundo término y se supedita al problema de la salud. Incluso el dinero, la política, la diversión, todo, todo.

Pues bien, esto supuesto, y viendo la realidad desde este punto de vista, es indudable que, si algo hay claro y que no admite duda, es que el personaje, que más se interesó por la salud de la gente y más se dedicó a curar enfermos, fue Jesús de Nazaret, tal como nos lo presenta el Evangelio. Teniendo en cuenta que Jesús no fue un médico. Jesús fue un “hombre religioso”. Pero entendió la religión de tal manera que, para él, lo primero y lo más urgente fue remediar el sufrimiento de toda clase enfermos. Con lo cual Jesús nos vino a enseñar que lo primero y lo más importante, que tiene que hacer la religión, es resolver el problema que más nos preocupa a todos, el problema de la salud.

Para entender mejor lo que acabo de decir, es indispensable tener presente que el Evangelio es un mensaje religioso. Pero Jesús entendió y practicó la religión de tal manera que lo primero y lo más importante, para él, no fue nunca cumplir con exactitud los rituales y normas de la religión. Tampoco fue lo primero, para Jesús, someterse a los sacerdotes.

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Lo primero, para Jesús, fue siempre aliviar y remediar el sufrimiento de los enfermos, de los pobres, de los más desamparados de este mundo. Aunque eso se tuviera que hacer quebrantando las normas de los dirigentes religiosos o dejando de lado cumplir las normas y obligaciones que imponía el clero de entonces.

Por eso, lo que interesa, en los cuatro evangelios, no es la “historicidad” de esos relatos, sino la “significatividad” de lo que hizo y dijo Jesús. ¿Qué significa cada relato? Esto es lo que importa. Por supuesto, Jesús vino a decirnos que él es el Hijo de Dios. Jesús es Dios. Pero, en el fondo, ¿qué significa esto? Significa que Dios está donde se remedia el sufrimiento de lo enfermos y el hambre de los indigentes.

Por eso, Jesús desconcertó a todo el mundo. Hasta Juan Bautista se quedó desconcertado. Por eso mandó que unos discípulos a preguntarle a Jesús: “¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otros?” (Mt 11, 3). La respuesta de Jesús fue muy clara: “Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo: Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres reciben la buena noticia” (Mt 11, 4-5; Is 26, 19).

En el fondo, esto es lo que dice el papa Francisco. Y esto es lo que tendrían que decir nuestros obispos y nuestros curas. Por eso, y ante este extraño silencio de nuestra Iglesia con lo que está pasando, ¿qué significa? ¿Qué es lo que les preocupa a los dirigentes del clero? ¿el sufrimiento de los más desamparados? ¿será que tienen otros intereses y otras preocupaciones que son las que verdad les importan? Y conste que, si digo esto, es porque quiero a nuestra Iglesia con toda mi alma. Pero la quiero menos preocupada por sus privilegios. Y más interesada por vivir el Evangelio.

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“Que nadie vaya por ahí diciendo que ‘mis hijos son míos y los adoctrino como quiero'”, por José María Castillo

Viernes, 24 de enero de 2020
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Jose-Maria-Castillo-asignatura-Religion_2196990301_14261347_660x371De su blog Teología sin censura:

“Una cosa es ‘educar’ y otra cosa es ‘adoctrinar'”

“La religión tiene una particularidad que no la suelen tener las demás asignaturas. No es lo mismo ‘enseñar’ matemáticas o geografía que ‘adoctrinar’ a los alumnos en una determinada religión”

“Es importante saber (y tener siempre en cuenta) que la religión – con todo lo que la religión implica – se puede (incluso se suele) falsificar con más frecuencia de lo que imaginamos”

“Seamos ciudadanos honrados y honestos. Si lo somos, no perderemos el tiempo discutiendo si tengo o no tengo derecho a hacer con mis hijos lo que a mí me gusta, me conviene o me interesa”

No es lo mismo enseñar la “asignatura de religión” que utilizar la escuela para transmitir unas determinadas “creencias religiosas”. Porque la religión tiene una particularidad que no la suelen tener las demás asignaturas que se enseñan a los niños y jóvenes en las escuelas y colegios. No es lo mismo “enseñar” matemáticas o geografía, pongo por caso, que “adoctrinar” a los alumnos en una determinada religión.

Las matemáticas son “conocimientos”, que no tienen por qué condicionar la vida y la conducta del que aprende los números y su importancia en la vida y la cultura. La religión se basa en unas “creencias”, que (si se enseñan como tiene que ser) cada cual las acepta o las rechaza libremente. No olvidemos que las creencias religiosas, si se aceptan libremente, condicionan o modifican la vida del creyente.

Otra cosa es, si lo que se enseña, en la clase de religión, es explicar el “hecho religioso”, en la historia de la humanidad, en la cultura de los pueblos y en los beneficios o peligros que ese hecho suele aportar (o puede tener) para los individuos y para la sociedad. Es evidente que el “hecho religioso” ha sido – y en gran medida sigue siendo – un fenómeno de notable importancia en la vida y la cultura de los pueblos y de la sociedad en general.

imagesPor otra parte, es importante saber (y tener siempre en cuenta) que la religión – con todo lo que la religión implica – se puede (incluso se suele) falsificar con más frecuencia de lo que imaginamos. Por eso me gusta recordar lo que recientemente ha escrito el profesor Thomas Ruster, de la universidad de Dortmund.

Refiriéndose a lo que pasó en Alemania, en la segunda guerra mundial, nos recuerda Ruster que “el holocausto se produjo dentro de una cultura conformada por el cristianismo. No solo los campos de concentración estaban ubicados cerca de museos, auditorios y bibliotecas, no solo quienes planearon y ejecutaron el exterminio leían a Goethe y a Schiller, sino que la mayoría de aquellos facinerosos habían recibido durante años clases de religión cristiana, asistían con frecuencia al culto divino y escuchaban sermones e instrucciones morales.

Existió un cristianismo que hizo posible Auschwitz, o al menos no lo impidió. No hubo una protesta, una resistencia general de los cristianos en Alemania cuando Auschwitz se hizo vivible, ni cuando se fue conociendo más y más lo que allí sucedía… Se enseñó, entendió y vivió la fe en el Dios de los cristianos olvidando la comunión de estos con el pueblo de la alianza” (El Dios falsificado, Sígueme, 2011, p.32-33).

sanson20200118Y para terminar, que nadie me venga diciendo que “mis hijos son míos”. Y, en consecuencia, yo los educo como yo quiero. Por favor, que nadie vaya por ahí, diciendo que “mis hijos son míos”. Y, en consecuencia, yo lo adoctrino como quiero y como me parece. Una cosa es “educar” y otra cosa es “adoctrinar”.

Educar es desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales o morales, mientras que adoctrinar es inculcar determinadas ideas o creencias. Lo padres deben educar a sus hijos, por supuesto. Y deben adoctrinarlos en los criterios determinantes de la vida honesta y honrada. Pero no olvidemos que uno de esos criterios debe ser el de la libertad, para ir por la vida siendo personas honradas y coherentes. Teniendo presente que, cuando la religión no está falsificada, las creencias religiosas ayudan poderosamente a vivir siempre en la honradez y la honestidad.

Por eso, me atrevo a pedirle a todo el mundo: seamos ciudadanos honrados y honestos. Si lo somos, no perderemos el tiempo discutiendo si tengo o no tengo derecho a hacer con mis hijos lo que mí me gusta, me conviene o me interesa.

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“Dios no puede ser un objeto mental elaborado por nosotros”, por José María Castillo

Viernes, 18 de octubre de 2019
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Existe-Dios_2162193805_13946384_660x371De su blog Teología sin censura:

“Este es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he amado (Jn 13, 34). Así y en eso es dónde y cómo se encuentra a Dios. Según el Evangelio, no hay más camino que ése. Cree en Dios el que antepone el bien y la felicidad de los demás a todo lo demás

El diario El País publicó, el pasado día 25 de septiembre, un extenso informe (toda una página) en el que informaba del reciente libro que ha publicado el profesor Reza Aslan, de la Universidad de California. Aslan es un estudioso investigador de la historia de las religiones, ha publicado un libro (Dios. Una historia humana, Taurus) que está dando que hablar.

Según el profesor Aslan, “Dios es una idea”, modelada por los hombres, según les ha interesado o les ha convenido. Por eso hay tantos “dioses”. Porque los intereses y las conveniencias de los hombres, los pueblos y las culturas han sido (y son) tantos y tan contradictorios, que cada individuo o cada cultura se ha inventado el “dios” que le convenía o le venía mejor.

No voy a discutir todas y cada una de las ideas, que propone Reza Aslan. Para eso haría falta un libro, quizá varios. Por eso me voy a limitar a discutirle al profesor Aslan una sola cosa, que es el punto de partida de todo lo demás que dice en su libro. Como ya he dicho, según Aslan, “Dios es una idea”, que no conocemos ni interesa. Y no sabemos si existe o no existe. Porque, con solo una idea, no vamos a ninguna parte.

Pues bien, esto supuesto, lo primero y lo más elemental, que hay que decirle al Sr. Aslan (y a todos los que piensan como él) es que “Dios no es una idea”. Ni puede serlo. Porque Dios es el Trascendente. Ahora bien, la Trascendencia – como ya explicó Tomás de Aquino – “está sobre todo cuanto podemos decir o entender” (“supereminentius quam dicatur aut intelligatur”. De Potentia, q. VII, a. V). Y no podemos entenderlo porque el cerebro humano no puede pensar nada más que “objetivando” y, por tanto, “cosificando” lo que piensa. Es decir, lo que “pensamos” es una realidad que “objetivamos” en nuestra mente. Un “objeto mental, eso es una “idea”. Y con “objetos mentales” elaboramos nuestros pensamientos y nuestras ideas (cf. Paul Ricoeur).

Ahora bien, Dios no puede ser un objeto mental elaborado por nosotros. De ahí que sabiamente Sophie Nordmann, en su Phénomenologie de la Transcendence, ha dicho con precisión: “Ser trascendente no significa ser infinitamente superior, sino simplemente incomunicable a otro orden absolutamente distinto” (pg. 10). Lo que significa, ni más ni menos, que Dios no está a nuestro alcance. Dios está más allá del horizonte último de todo cuanto podemos saber o conocer.

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Sólo dos, de las grandes religiones, se han dado cuenta de este problema: el budismo y el cristianismo. El budismo ha sido más consecuente. Y al darse cuenta de que Dios y el Ser humano se sitúan en dos ámbitos totalmente distintos de conocimiento, ha prescindido de Dios. Y se ha quedado sólo con el Dharma, que nos funde en uno a la naturaleza y al yo (Kotaró Zuzuki). Es una solución coherente. Pero tiene el peligro de centrar al ser humano en sí mismo, de forma que cuando encuentra el Dharma, encuentra la paz y se queda en eso. No atendiende debidamente al sufrimiento del mundo y al consiguiente estancamiento social (cf. John K. Galbaith (Ambassador’s Journal, 1969).

La solución, que el cristianismo le ha dado a este problema, está en Jesús, tal como lo presenta el Evangelio. En Jn 1, 18 se nos dice: “A Dios, nadie lo ha visto jamás. Jesús (el Hijo) nos lo ha dado conocer”. O sea, en Jesús de Nazaret, Dios se “encarna”, es decir, “se humaniza”. Y hasta se funde con lo humano, de forma que el mismo Jesús le dijo a uno de sus discípulos: “Felipe, el que me ve a mí, está viendo al Padre (Dios)” (Jn 14, 9). Jesús, su forma de vida, su conducta, sus preferencias, su existencia entera, desde el nacimiento en un establo hasta la muerte como un delincuente, Jesús nos revela a Dios. Y así, nos dice cómo es Dios, lo que quiere Dios y, sobre todo, dónde y cómo encontramos a Dios: “Lo que hicisteis con uno de estos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

No identifiquemos a Dios con la religión. Ni Dios (que es “trascendente”) es un componente de la religión (que es “inmanente”). Es más, la experiencia religiosa, tal como la practica mucha gente, ya no es de fiar (Th. Ruster). La religiosidad, que nos lleva a Dios, es la que nos enseñó Jesús con su vida. Y a Dios lo encuentra quien cumple el mandamiento que nos dejó Jesús: “Este es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34). Así y en eso es dónde y cómo se encuentra a Dios. Según el Evangelio, no hay más camino que ése. Cree en Dios el que antepone el bien y la felicidad de los demás a todo lo demás. Dejémonos de especulaciones y teorías. Sólo la vida que cada cual lleva, eso es lo que nos lleva a Dios.

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“El deporte interesa más que el Evangelio”, por José María Castillo

Viernes, 27 de septiembre de 2019
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Rafael-Nadal_2157694243_13901246_660x371De su blog Teología sin Censura:

“La vida y la desgracia de los más desamparados son cosas que ni distraen, ni agradan”

“¿Qué han dicho los periódicos, las televisiones, las emisoras de radio (incluidas las de los obispos) sobre los gravísimos problemas que Francisco se ha encontrado en África y de los que este papa ha hablado sin pelos en la lengua?”

“Con el deportista que triunfa, nos identificamos. Con los negros, que viven y sufren en África, ni nos identificamos, ni nos importan gran cosa”

Por lo menos, en España y tal como se palpa en los medios de comunicación, el deporte (y lo que se relaciona con el deporte) tiene una difusión y una presencia que está muy por encima del Evangelio y de lo que la gente relaciona con el Evangelio (la Iglesia, el Papa, los obispos, los curas, los santos…). Y conste que, al decir esto, no hago ni pretendo otra cosa que ayudarnos a todos – en cuanto eso es posible – a caer en la cuenta de una realidad mucho más profunda y mucho más importante de todo cuanto se puede expresar aquí.

Con un ejemplo, basta. Estos días pasados, Rafa Nadal (el deportista más ejemplar y poderoso que seguramente hemos tenido en España) ha conquistado un triunfo heroico en Londres. En consecuencia y lógicamente, la prensa, las televisiones y lo que ha interesado al gran público, ha sido la gesta deportiva de Nadal. Es lógico. Y Nadal se lo ha merecido y bien merecido. Pero resulta que, en los mismos días, el Papa Francisco ha viajado a Angola y Madagascar. Y al Papa le han amenazado (cardenales de EE.UU., Alemania y clérigos integristas otros sitios…) con un posible cisma en la Iglesia. ¿Cuánta gente se ha interesado por eso? ¿Qué han dicho los periódicos, las televisiones, las emisoras de radio (incluidas las de los obispos) sobre los gravísimos problemas que Francisco se ha encontrado en África y de los que este papa ha hablado sin pelos en la lengua?

Si hablo de estas cosas y no me callo el malestar que me causan, no es porque yo le tenga inquina al deporte y a los deportistas. Nada de eso en absoluto. Todo lo contrario. El deporte, concretamente el futbol, me apasiona. Pero hay dos cosas que me interesan y me apasionan mucho más, indeciblemente más. Me refiero al sufrimiento de los pueblos más maltratados del mundo, concretamente los de África.

Y me refiero también al ejemplo de humanidad, libertad y sinceridad que está dando el papa Francisco, con su generosidad incansable y su cercanía a la gente más sencilla y más desamparada.

El fondo del problema – me parece a mí – está en algo que se comprende enseguida. Con el deportista que triunfa, nos identificamos. Con los negros, que viven y sufren en África, ni nos identificamos, ni nos importan gran cosa. Y es que el deporte distrae y da satisfacciones. La vida y la desgracia de los más desamparados son cosas que ni distraen, ni agradan. Ahora bien, si todo este tinglado de la información está pensado para ganar dinero y exhibir nuestros éxitos, ¿qué puede pintar el Evangelio en nuestras emisoras, revistas y diarios? No le pidamos peras al olmo.

Espiritualidad ,

90 años de José María Castillo, el ‘padre’ de la Teología Popular

Sábado, 17 de agosto de 2019
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jose-maria-castilloDesde Cristianos Gays, que seguimos diariamente sus comentarios, nos sumamos a este momento de Gracia. Felicidades José María. Una vida fecunda de seguimiento de Jesús.

“¡Que el Dios del Evangelio de los pobres, al que dedicaste toda la vida, te siga bendiciendo!”

Larga vida y fecunda labor, amigo José María Castillo

“Un teólogo, un profeta, una partera de la primavera y un articulista consumado, que escribe fácil y divulgativo (de los pocos teólogos capaces de hacer algo así) y que, además, tiene vis periodística”

“Que es un gran teólogo, no lo discute nadie. Tiene obra y obra consolidada. Quizás sea uno de los mejores especialistas mundiales en sacramentos”

“Ésa fue siempre la gran virtud de Castillo: saber divulgar. Saber colocar los grandes conceptos teológicos al alcance de la gente sencilla. Todo un don y una virtud que sólo está al alcance de los más sabios y de los más grandes”

“Tuve la oportunidad, además, de estar a su lado el año pasado, cuando el Papa nos recibió en Santa Marta, y ser testigo directo de la rehabilitación en toda regla de su persona y de su obra

Agradecimiento público de un jesuita a José María Castillo en su 90 cumpleaños Enhorabuena, Pepe. Y mil gracias a ti, y a Dios, por ser quien eres, por Esteban Velázquez Guerra S.J

90 años, como 90 soles, los que hoy cumple mi amigo, el teólogo José María Castillo. Un buen momento para reconocer su impagable servicio de tantos años a la reflexión teológica y al ‘santo pueblo de Dios‘.

Como periodista y director de RD he conocido a decenas de teólogos españoles y extranjeros. Pero con pocos he conectado tan en profundidad como con Castillo. Tanto a nivel personal como profesional. Porque Pepe es una persona especial, que llama la atención y que se hace querer.

Un hombre que mezcla sus humildes orígenes en Puebla de Don Fadrique con un brillante recorrido eclesiástico y, sobre todo, teológico, modelado por su ser y hacer jesuítico.

Un recorrido largo y apretado, que le permite ser memoria viva de la Iglesia española del postconcilio, una etapa que vivió a fondo, en la misma Roma, como perito del cardenal Tarancón. Allí se codeó con los grandes teólogos centroeuropeos de la época y ayudó a la jerarquía española más abierta a desmontar su teología preconciliar y acompasar su tarea pastoral a los nuevos vientos conciliares.

Esa misma jerarquía que, en los 80, cuando cambian los aires de Roma y el Concilio se congela por mor de la involución, a Castillo (y a otros muchos, como Juan Antonio Estrada o Benjamín Forcano) le retira la venia docendi y le destituye como profesor de la Facultad de Teología de Granada. Sin juicio, sin posibilidad de defensa, sin que nadie le dijese jamás cuál fue el motivo exacto de su destitución.

Represaliado y marginado oficialmente, Castillo sigue en la brecha teológica. La investigación no se la pueden prohibir y la docencia que le quitan en España se la dan en la Universidad Centroamericana de San Salvador, junto a su amigo y compañero Ignacio Ellacuría, y en contacto con los pobres de Latinoamérica. La Compañía de Jesús, entonces en el punto de mira de la Curia romana, maniobra con su clásica astucia y circunvala la prohibición docente de Castillo en España, trasladándolo a Centroamérica.

Al final, pasados los años, la rectitud moral de Castillo no le permitía seguir jugando a dos aguas. Es consciente de que su Compañía no podía ir más allá en el pulso con Roma y sabedor de que sus libros, charlas, conferencias y entrevistas podían ser utilizadas por los enemigos para atacar a los jesuitas (que, con Arrupe al frente, estaban pasando su particular calvario romano). De hecho, en 1980, Castillo es apartado de la docencia y, en 1981, el Prepósito General, Pedro Arrupe, sufre una trombosis y unos días después Juan Pablo II interviene la Compañía y nombra interventor de la misma al padre Paolo Dezza.

Eran tiempos de invierno eclesiástico y Castillo decide salir de la Compañía físicamente, sin dejar nunca de pertenecer afectiva y realmente a ella. Otro jesuita sin papales, en la estela de José María Díez Alegría.

Jose-Maria-Castillo-Margarita_2149595028_13842449_667x375José María Castillo y Margarita

El teólogo se queda sin el respaldo de su congregación, pero, al fin, vuela totalmente libre, acompañado de sus innumerables seguidores y, además, con la suerte de encontrar a Margarita, la mujer que, a partir de entonces, comparte su vida, le enseña a amar en lo concreto, le cuida y le mima, para que pueda seguir volando.

Que es un gran teólogo, no lo discute nadie. Tiene obra y obra consolidada. Quizás sea uno de los mejores especialistas mundiales en sacramentos. Pero, a mi juicio, su mayor virtud es la de no haberse quedado, como otros muchos de sus compañeros, en ser un mero teólogo de gabinete.

José María Castillo es, desde siempre, el teólogo del pueblo, la referencia de las Comunidades Cristianas Populares, que se alimentaron con sus libros, charlas y conferencias. ¿Quién no utilizó, desde los años 60 en adelante, sus famosos ‘Cuadernos de Teología Popular? Esos cuadernillos, fotocopiados o ciclostilados, en los que en tres o cuatro páginas resumía los conceptos teológicos más complicados? Con unas preguntas finales, que no dejaban indiferente a nadie y aterrizaban en la vida la doctrina teológica, y con unos dibujillos manifiestamente mejorables, pero también interpeladores.

Tengo que preguntarle quién le hacía los dibujos de aquellos cuadernos, que utilizábamos tanto los curas como los laicos y que igual servían para dar clases en la Universidad o para una catequesis parroquial.

9788433026064Porque ésa fue siempre la gran virtud de Castillo: saber divulgar. Saber colocar los grandes conceptos teológicos al alcance de la gente sencilla. Todo un don y una virtud que sólo está al alcance de los más sabios y de los más grandes. De esos pájaros libres, los que saben tanto y vuelan tan libres y tan alto que son capaces de entregar la comida teológica masticada a sus polluelos pequeños o ya creciditos.

Y, a sus 90 años, ahí sigue, sin desviarse un ápice de su trayectoria, escribiendo un artículo semanal por lo menos en su blog de Religión Digital. Cortos, directos, claros y enjundiosos. Desde la vida y para la vida. Y, precisamente por eso, siempre conectados con la actualidad.

Todo un lujo tenerlo con nosotros y alimentarnos semanalmente de su sabiduría enraizada en la vida diaria, en los signos de los tiempos, en las reformas de Francisco y en la cultura actual.

Un teólogo, un profeta, una partera de la primavera y un articulista consumado, que escribe fácil y divulgativo (de los pocos teólogos capaces de hacer algo así) y que, además, tiene vis periodística, para buscar las perchas de actualidad y ceñirse a ellas. Y un cielo de persona. Expulsado a los márgenes durante muchos años, hoy puede presumir (aunque no lo hace) de haber recibido llamadas y cartas del mismísimo Papa. “Te perdí en los ochenta y ahora te vuelvo a encontrar”, le dijo en una ocasión.

Tuve la oportunidad, además, de estar a su lado el año pasado, cuando el Papa nos recibió en Santa Marta, y ser testigo directo de la rehabilitación en toda regla de su persona y de su obra. «Leo con mucho gusto sus libros, que hacen mucho bien a la gente». Con esta frase, Francisco ‘bendijo’ Francisco al teólogo español en el Vaticano, donde hace dos décadas le retiraron la ‘venia docendi’.

Castillo, emocionado hasta las lágrimas, agradecía el gesto del Papa, mientras le entregaba a Francisco dos de sus últimas obras: ‘La humanización de Dios’ y ‘La humanidad de Jesús’ (Trotta).

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Primero asistimos a la misa de Santa Marta. Sencilla, austera, auténtica. Es su misa, la que Francisco celebra con unción e intimismo. Como susurrando. Como un párroco que celebra en su pequeña capilla.

 Eramos una treinta de personas. Un obispo italiano, acompañado de 8 de sus curas, otro par de curas sueltos, entre ellos el párroco de San Esteban de Sevilla, el secretario del Papa, padre Yoannis, y una veintena de fieles de diversos países y procedencias.

Con su habitual capacidad seductora y didáctica, Francisco expuso, en la homilía, un tratado sobre la forma de evangelizar hoy, en no más de cinco minutos. Con la ayuda del Espíritu y tres verbos: levantarse, acercarse y partir de las preguntas de la gente. Tres actitudes necesarias de la evangelización, pero que sin ponerse en manos del Espíritu, tampoco conducen a nada. Tres actitudes que encarnó siempre el teólogo Castillo.

Tras la misa, el Papa se sentó en una silla en medio de la gente y estuvo dando gracias un rato largo. Después, como cualquier párroco, se fue a la salida de la capilla y se puso a saludarnos a los asistentes, uno a uno.

El Papa aprecia mucho a José María Castillo y, de hecho durante estos años de pontificado, primero le mandó una carta y, después, le hizo una llamada telefónica. Aquel 18 de abril del año pasado, se vieron frente a frente, se saludaron efusivamente y el teólogo le dijo: «Santidad, somos dos jesuitas sin papeles”.

El Papa se sonrió y agradeció la ocurrencia. Y, mirándole a los ojos, recibió sus libros y ‘bendijo’ su teología: «Leo con mucho gusto sus libros, que hacen mucho bien a la gente», dijo Francisco a Castillo.

Más tarde, José María explicaba: «De la Compañía se sale por arriba, como en el caso del Papa, o por abajo, como en el mío, pero, en ambos casos somos y seremos siempre jesuitas…ahora sin papeles».

Y el Papa se fue a desayunar, mientras Castillo, su mujer Margarita y yo nos fundíamos en un abrazo, no sin antes darle las gracias al padre Yoannis, que había posibilitado nuestro encuentro con Francisco.

Al salir de Santa Marta, en la explanada que da a la parte trasera de la Basílica de San Pedro, Castillo, todavía emocionado, decía: «Tenemos que disfrutar de este Papa, que es una bendición de Dios para su Iglesia y apoyarlo con todo nuestro ser. Porque, al hacerlo, estamos apoyando la Iglesia del Vaticano II y, lo que es más importante, el Reino De Dios».

Así lo estamos haciendo, maestro. Y lo seguiremos haciendo. Remando juntos con Francisco, son su primavera y, sobre todo, con el Evangelio de los pobres al que has dedicado toda tu vida. Y lo que te queda. ¡Que Dios te bendiga y te guarde, amigo!

Fuente Religión Digital

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José María Castillo: “Una cosa es ‘practicar’ la religión. Y otra cosa es ‘utilizar’ la religión

Viernes, 2 de agosto de 2019
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Oracion_2061403926_11979448_660x371De su blog Teología sin censura:

 “Si es que de verdad queremos ser ciudadanos de una pieza: que los últimos sean los primeros”

“Mucha gente está convencida de que lo importante en este momento es la política, mientras que la religión cada día pinta menos”

“A veces, el político ‘practica’ lo que le conviene, para obtener lo que le rinde mayor ‘utilidad'”

“Cantidad de relatos en los que Jesús reprende machaconamente a sus discípulos más íntimos, por la cantidad de veces que aquellos hombres discutían cuál de ellos era ‘el más importante'”

Mucha gente está convencida de que lo importante en este momento es la política, mientras que la religión cada día pinta menos. De ahí que, a la ciudadanía, lo que le interesa es lo que hacen los políticos. Lo que hagan o digan los curas (y sus devotos) importa menos o incluso nada, a no ser que se trate de escándalos o abusos de curas sin escrúpulos.

Esta manera de ver la realidad parece indiscutible. Y efectivamente todo esto resulta indiscutible para quienes se limitan a ver la realidad de la manera más superficial que se puede ver. Porque el hecho es que las relaciones entre política y religión son bastante más complicadas de lo que bastante gente se imagina.

religion-politica-eleccionesMe explico. Una cosa es “practicar” la religión. Y otra cosa es “utilizar” la religión. Un político (ya que de política estamos hablando) puede ir a misa todos los domingos, puede ser amigo de curas y obispos, puede rezar a los santos y hacer otras prácticas por el estilo, que, sin duda alguna, son cosas loables y ejemplares. Pero también puede ocurrir que el político de misas, rezos y santos, sea un embustero y un corrupto, que insulta a todo el que no piensa como él y que, por supuesto, se afana por ocupar una poltrona desde la que manda y se impone a los demás. Es evidente que este individuo “practica” la religión, pero también la “utiliza”. Más aún, “practica” lo que le conviene, para obtener lo que le rinde mayor “utilidad”.

Y conste que esto se suele hacer –de forma más o menos consciente – lo mismo en los despachos de los políticos que en las sacristías y celdas de parroquias y conventos.

Por eso, si es que de verdad queremos ser ciudadanos de una pieza, en lugar de hacernos tanto daño fomentando el odio, la mentira y el insulto, tendríamos que repetir, sin cansarnos, lo que tantas veces repite el Evangelio: que “los últimos serán los primeros” (Mc 10, 31; Mt 19, 30). Si este criterio se pusiera en práctica, no por “vagancia” de unos o por “pietismo” de otros, sino por la convicción de quienes fueran de verdad educados, para buscar el mayor bien de todos, sin duda alguna llegaríamos a vivir en una sociedad en la que, sin duda alguna, habría menos sufrimiento y una felicidad más y mejor compartida.

bienPor esto, sin duda alguna, una de las cosas que más me llaman la atención, cuando me pongo a leer el Evangelio, es la cantidad de relatos en los que Jesús reprende machaconamente a sus discípulos más íntimos, por la cantidad de veces que aquellos hombres discutían cuál de ellos era “el más importante” (Mc 9, 33-37; Mt 18, 1-5; Lc 9, 46-48) o quiénes tenían que “ocupar los primeros puestos” (Mc 10, 35-41; Mt 20, 20-28; Lc 22, 25-26). Lo mismo que cuando denuncia la ambición de escribas y fariseos por la ambición de estar y aparecer como los más famosos (Mc 12, 38-40; Mt 23, 1-36; Lc 20, 45-47).

Insisto en que todo esto no representa ni creencias celestiales, ni piedades de gente beata. Es algo mucho más serio. Y más profundo. Porque toca el fondo mismo de la vida. Ese fondo oscuro que todos llevamos en nuestra intimidad más honda. El fondo que, más que gente religiosa, nos hace personas honestas y cabales, que toda persona honrada vería con gusto ocupando los cargos con más responsabilidad.

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Castillo: “El pueblo tiene poder para elegir a sus obispos, y quitar al obispo indigno”, por José María Castillo

Lunes, 3 de junio de 2019
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obispos 4“¿No nos damos cuenta de que, en cosas muy importantes, la cultura y la sociedad cambian a una velocidad que la Iglesia no es capaz de seguir?”

“Necesitamos recuperar la dignidad, autoridad y grandeza de un Papa que no desea ni quiere poderes y grandeza”

¿No nos damos cuenta de que, en cosas muy importantes, la cultura y la sociedad cambian a una velocidad que la Iglesia no es capaz de seguir? Es un hecho, por ejemplo, que hay curas jóvenes que miran más al pasado que les conviene a sus ideas conservadoras que al futuro que les interpela.

Hace más de cuarenta años, yo enseñaba a mis alumnos que, en el s. III (en otoño del 254), los cristianos de la España romana le presentaron al obispo Cipriano (el más importante de entonces, aunque estaba en Cartago) un problema complicado. Tal problema consistía en que los fieles de tres diócesis españolas (León, Astorga y Mérida) se enteraron de que sus obispos no habían dado el debido testimonio de su fe en una persecución del emperador Decio. Y aquellos fieles, ante el ejemplo escandaloso de sus obispos, tomaron la decisión (impensable ahora) de quitar a los obispos, echarlos a la calle y deponerlos de sus cargos. Los cristianos, en aquel tiempo, se sentían responsables de sus diócesis. Y no toleraban el escándalo de obispos que no eran capaces de confesar su fe en Jesucristo, cuando se veían amenazados. Así las cosas, los cristianos acudieron al obispo más reconocido y ejemplar de entonces, que era Cipriano de Cartago.

Pero todo se complicó cuando uno de los obispos depuestos, un tal Basílides, recurrió al papa Esteban, obispo de Roma. Pero se valió de una información manipulada y en la que el asunto era presentado como a Basílides le convenía. Con lo que el asunto de complicó. Y esto fue lo que motivó el recurso de los cristianos de la España romana al obispo Cipriano, el más reconocido y respetado de la Iglesia de entonces.

Cipriano convocó un concilio, cuyas decisiones nos han llegado en la carta 67 de Cipriano, que está firmada por 37 obispos que participaron en aquel sínodo. Esta solución, para un conflicto local, era perfectamente aceptada en el s. III.

Ahora bien, en aquel sínodo local, se tomaron tres decisiones, que constan en la carta mencionada:

1) El pueblo tiene poder para elegir a sus ministros, concretamente al obispo: “Vemos que viene de origen divino el elegir al obispo en presencia del pueblo, a la vista de todos… Dios manda que ante la asamblea se elija al obispo” (Epist. 67, IV, 1-2).

2) El pueblo tiene poder para quitar al obispo indigno: “Por lo cual el pueblo… debe apartarse del obispo pecador y no mezclarse en el sacrificio de un obispo sacrílego, cuando sobre todo, tiene poder de elegir obispos dignos o de rechazar a los indignos” (Epist. 67, III, 2).

3) Incluso el recurso a Roma no debe cambiar la situación, cuando el recurso no se ha hecho con verdad y sinceridad: “Y no puede anularse la elección verificada con todo derecho, porque Basílides… haya ido a Roma y engañado a nuestro colega Esteban que, por estar lejos, no está informado de la verdad de los hechos, y haya obtenido el ser restablecido ilegítimamente en su sede, de la que había sido depuesto con todo derecho” (Epist. 67, 5, 3).

Queda patente, por tanto, que la Iglesia del s. III tenía una mentalidad según la cual la Iglesia consistía más en la comunidad que en el clero. Lo cual no era atentar contra los derechos del clero, sino sencillamente reconocer el papel que desempeñaba y los derechos que tenía la comunidad de los fieles.

Ahora bien, si la Iglesia de los primeros siglos se comportaba y era gestionada de esta manera, ¿Por qué, con el paso de los siglos, se le ha quitado a la comunidad de los fieles un derecho que tuvo en sus orígenes más antiguos y originales?

Y quede claro que, al plantear esta pregunta, no se trata – de ninguna manera – de limitar los derechos y poderes del obispo de Roma. Se trata de todo lo contrario. Lo que más nos tiene que importar es lo que más desea el Papa actual, el Papa Francisco: recuperar la dignidad, autoridad y grandeza de un Papa que no desea ni quiere poderes y grandeza, sino una Iglesia en la que todos los fieles cristianos sientan y vivan como problema de todos lo que a todos nos va a devolver la fuerza evangélica de una Iglesia, que no quiere grandezas humanas, sino la eficacia evangélica de la comunidad de los seguidores de Jesús el Señor.

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José María Castillo: “Es demasiado el miedo que le tenemos a la libertad”

Sábado, 25 de mayo de 2019
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Llegaron-elecciones-generales_2116598337_13555152_660x371“Un buen dictador que manda es el gobernante que mucha gente anhela”

“Cuando la libertad reside en un valor supremo, que relativiza todo lo demás, los dictadores de pacotilla y discurso pierden toda su autoridad”

Una de las cosas que se ven con más claridad, cuando hay elecciones, es “el miedo a la libertad”. Todos decimos que queremos ser libres. Y por eso pedimos y exigimos que se nos respete la libertad. Pero no nos damos cuenta que pensamos y decimos esas cosas tan maravillosas, sobre la libertad, precisamente cuando, en lo más profundo de nuestro ser y de nuestra vida, más miedo nos da – y hasta más pánico nos causa – que nos propongan como proyecto y programa, para nuestra existencia entera, precisamente la libertad sin limitación alguna.

Hay demasiada gente en la vida a la que un buen dictador le quita de encima la carga insoportable de la libertad. Un buen dictador, que manda, impone y se impone, por eso mismo, es el gobernante que mucha gente anhela. Y si no, ¿por qué ahora en Europa hay tantos países en los que está creciendo la derecha más totalitaria? ¿No tuvimos bastante con Hitler, Mussolini, Stalin y sus compinches del siglo XX, para quedar satisfechos del “autoritarismo totalitario” que sembraron de muerte y exterminio hasta el último rincón de la Europa que, desde la Ilustración, venía soñando en la libertad?

Pero, ¡por favor!, que nadie se imagine que, al decir estas cosas, estoy haciendo una apología de la democracia, sea del color que sea. Quien se quede en eso, no ha tocado fondo. Ni se ha enterado de lo que quiero decir. Porque el problema de la libertad es mucho más profundo.

Por eso ahora hablo, no como “político”, ni como “religioso”, y menos aún como “clérigo” o como “hombre de Iglesia”. No. Nada de eso. Hablo desde el Evangelio, con sus páginas ardientes en mis manos y su ideal inalcanzable en lo más profundo de mis convicciones. Cuando el Evangelio relata el llamamiento que Jesús les hizo a sus primeros discípulos, lo que se pone en cuestión y se plantea, para que aquellos hombres lo afronten y lo resuelvan, es sólo una palabra: “Sígueme”. Jesús no les propone un programa de vida, ni un objetivo, ni un ideal, ni cosa alguna, fuere la que fuere. Lo que Jesús presenta es el problema de la “seguridad” en la vida. Como escribió genialmente Dietrich Bonhoeffer: “en realidad, se trata de la absoluta seguridad y la firmeza en la vida, siguiendo el proyecto de vida que vivió Jesús”.

La libertad no reside en las ideas y los discursos. La libertad está en los hechos. Cuando la libertad reside en un valor supremo, que relativiza todo lo demás, los dictadores de pacotilla y discurso pierden toda su autoridad, su poder y el valor de sus promesas. De forma que quienes les siguen son los ejemplares más perfectos del miedo a la libertad.

Tocamos así el centro de la política. Pero, sobre todo, el centro mismo, no de la Religión, sino del Evangelio. Es el centro que nunca tocamos. Porque es demasiado el miedo que le tenemos a la libertad. Tenía razón Erich Fromm. Y mucho antes que él, el “proyecto de vida” que es el Evangelio.

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“Ya estamos hartos de engaños religiosos”, por José María Castillo

Sábado, 4 de mayo de 2019
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Crisis-Iglesia-catolica_2111798858_13510737_660x371De su blog Teología sin censura:

“La religión cristiana ha entrado en una crisis incontenible y creciente”

“No nos angustiemos si la religión se debilita y se hunde. No nos preocupemos por la escasez de vocaciones, la falta de sacerdotes, el vacío de los templos y el abandono de sacramentos”

“El cristianismo no es una religión… El centro de nuestra fe es el Evangelio”

Estamos viviendo un hecho patente: los países tradicionalmente más cristianos, a medida que se van desarrollando y son cada día países más industrializados y más ricos, son también cada día países menos religiosos. Por eso se puede (y se suele) decir que la religión cristiana ha entrado en crisis. Una crisis incontenible y creciente. ¿Qué podemos pensar y hacer en esta situación?

Lo digo claro y sin rodeos: lo que tenemos que hacer los cristianos es vivir de acuerdo con el Evangelio de Jesús. Teniendo en cuenta que, si hacemos eso, nos va a ocurrir lo que le ocurrió a Jesús. A saber: nuestra relación con Dios no se realizará mediante el templo, los sacerdotes y sus ceremonias, sino viviendo (en la medida de lo posible) como vivió Jesús: con su misma espiritualidad y llevando una vida que contagia honradez, bondad y generosidad. Para estar con los que sufren, los que menos pintan en la vida (mujeres, niños, extranjeros…), los publicanos y los pecadores. Haciendo todo eso, con demasiada frecuencia, como lo hizo Jesús: precisamente cuando y como lo prohibía la religión. De ahí, el conflicto y los constantes enfrentamientos, que terminaron por llevar a Jesús al juicio, a la condena y a la muerte cruel de un subversivo. Que eso fue la cruz.

De ahí, la pregunta capital que nos hacemos hoy: ¿es el cristianismo una religión? Como religión se ha vivido durante siglos. Pero, ¿fue así en su origen?

Mucha gente no se imagina que la palabra “religión” (thrêskeia), que designa el servicio sagrado, es decir, la religión y su ejercicio (L. Schmidt: ThWNT III, 155-159), aparece solo cuatro veces en el Nuevo Testamento. Y referida a los creyentes en Jesús, únicamente dos veces, en la carta de Santiago (1,26-27), que se aplica a la “religión de los cristianos”. Para decirnos que “religión pura y sin tacha a los ojos de Dios Padre, es ésta: visitar (para dar consuelo y alivio) a huérfanos y viudas en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo” (cf. Max Zerwick).

Y es que, como bien explican quienes han analizado a fondo este asunto, el uso poco frecuente de la palabra “religión”, en el Nuevo Testamento, está en consonancia con el uso, también poco frecuente, de otros conceptos, relacionados con el culto sagrado, tales como therapeia (“servicio cultual”), latreia (“culto religioso”), épimeleia (“solicitud” religiosa), leitourgía (“servicio o culto divino”), ierourgía (“servicio sacerdotal”) (cf. L. Schmidt, o. c., 158). Esta escasez o ausencia de vocabulario “religioso-sagrado no puede ser casual o por descuido, en un tema tan central para cualquier religión.

En el cristianismo naciente se evitó el vocabulario que caracteriza a los “hombres de la religión” porque, como bien se ha dicho, “la causa y la consecuencia de este hecho (la ausencia de vocabulario sagrado o religioso) son idénticas: el cristianismo, fundamentalmente, no exige un comportamiento cultual especial (W. Radl, Dic. Exget. N.T., vol. I, 1898). Por eso, cuando Pablo se dirige al romano Agripa, pero incluyendo al judío Festo, le dice: “He vivido con arreglo a la tendencia más rigurosa de nuestra religión” (Hech 26, 5). Pablo obviamente se refería a la religión judía en la que había sido “fariseo”, como asegura el mismo Pablo (l. c.).

No nos angustiemos si la religión se debilita y se hunde. No nos preocupemos por la escasez de vocaciones, la falta de sacerdotes, el vacío de los templos y el abandono de sacramentos como la penitencia o el matrimonio. No pasa nada. Porque, si nos enteramos, de veras, de lo que es el cristianismo, empezaremos a tomar en serio – y con todas sus consecuencias – que el centro de nuestra fe y el camino de los cristianos, para buscar a Dios, es el Evangelio, el proyecto de vida que, con su forma de vivir, nos enseñó y nos marcó Jesús.

Lo que ocurre, según creo, es que esto nos asusta. Porque la religión nos ofrece muchas seguridades: tranquiliza conciencias (que tienen motivos para sentirse inquietas), da prestigio, refuerza intereses políticos, tiene sus ventajas económicas, legitima el sistema dominante, fomenta el turismo y hasta sirve para lucirse en festejos lustrosos. Y es verdad que la religión ha hecho santos. Sí, los ha hecho. Pero no olvidemos que los santos de verdad vivieron de acuerdo con el Evangelio. Como tampoco debemos olvidar que “la experiencia religiosa de todos nosotros ya no es de fiar, porque (como te descuides) nos remite a la falsa religión” (Thomas Ruster). Y, la verdad, ya estamos hartos de engaños religiosos.

Fuente Religión Digital

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“El Evangelio no es lo que dicen los curas”, por José María Castillo.

Martes, 9 de abril de 2019
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Jose-Maria-Castillo-Evangelio-dicen_2105199472_9875476_660x371De su blog Teología sin Censura:

“No es suficiente ‘creer en Jesucristo'”

“No basta con estar bautizado y con ir a misa los domingos y fiestas de guardar”

“¿Nos han educado para creer en lo que dijo y vivió Jesús?”

¿Qué me importa el Evangelio? Esta pregunta – que produce la impresión de una falta de respeto – tendría que ser central en nuestra vida. Porque equivale a preguntarse si el Evangelio de Jesús me “conviene” o no me conviene; si me “interesa” o no me interesa; si “le hago caso” o me importa un bledo; si tiene o no tiene “consecuencias” en mi forma de vivir o en mi proyecto de vida.

¿Me he planteado alguna vez estas preguntas? ¿Me preocupa lo que representan en mi vida, en lo que me interesa y en lo que no pinta nada para mi forma de vivir, de relacionarme con los demás, en lo que me hace feliz y en lo que me alienta o desalienta? Quienes me conocen de cerca y se relacionan conmigo, ¿comentan entre ellos que mi comportamiento produce la impresión de que en mí palpan (o perciben) la puesta en práctica del Sermón del Monte (Mt 5-7)? Pero, sobre todo, quienes se relacionan conmigo, quienes saben de veras cómo es mi vida, ¿comentan (quizá alguna vez) que mi comportamiento (no mi religiosidad o mi “beaterío”) no tiene más explicación que “aquello por lo que se me conoce” (Jn 13, 34-35), es porque quiero tanto a los demás, a todo el mundo, que esto no tiene más explicación que el hecho de que “soy discípulo de Jesús”?

Seguramente, habrá personas que, al leer estas preguntas, quizá piensen que a qué viene todo esto. ¿Es que no basta con “ser cristiano”? ¿No es suficiente “creer en Jesucristo”? ¿No basta con estar bautizado, con ir a misa los domingos y fiestas de guardar? ¿Es que no tiene ya su mérito “creer en Dios y cumplir sus mandamientos”?

Esto último es lo que dicen los curas y los libros de religión. Pero no es lo que dice el Evangelio. Baste pensar (o caer en la cuenta) de que, si recordamos lo que ocurrió en la última cena, antes de la Pasión, Jesús, al despedirse de sus “amigos” (Jn 15, 14), les mandó tres cosas: 1ª) Que tenían que ir por la vida “lavando los pies” a los demás (Jn 13, 12-15). Es decir, tenían que relacionarse con los otros, como “esclavos y criados” (J. Zumstein), nunca como señores y maestros. 2ª) Que tenían que “recordar la muerte del Señor” cenando juntos sin diferencias ni desigualdades, compartiendo el mismo pan y bebiendo en la misma copa (1 Cor 11, 17-27). 3ª) Que tenían que quererse tanto, como el mismo Jesús los había querido a ellos, hasta tal punto que “en esto los tenía que reconocer todo el mundo como discípulos de Jesús” (Jn 13, 34-35).

Sin duda, habrá quien diga que todo esto está muy bien para leerlo en las iglesias y recordarlo en las ceremonias de la parroquia o del convento. Pero, ¿esto para ponerlo en práctica? ¿Y para hacerlo todos los días y, si es preciso, a todas horas? ¿Estamos locos?

¿No ocurrirá, más bien, que el Evangelio nos importa un bledo? Ya está bien con hacer lo que manda el catecismo, el cura de la parroquia o el prior del convento. Pero ¿tomar en serio el Evangelio y vivirlo todos los días y con todo el mundo? Perdonar siempre al que te odia y te daña lo que puede, no ver nunca la paja en el ojo ajeno, poner la otra mejilla al que te da una bofetada, perdonar siempre, ayudar siempre, anteponer el bien de los demás al propio bien… Pero, ¿es que estamos locos? No. Yo, más bien, me pregunto: ¿de qué nos sirve el Evangelio? ¿Nos han educado para creer en lo que dijo y vivió Jesús? Entonces, si es que vemos que todo eso es imposible o es un cuento de curas, frailes y monjas, ¿por qué no nos apuntamos a otra religión?

¿Qué tendrá el Evangelio, que nos cuesta tanto tomarlo en serio?

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José María Castillo: “En la Iglesia preocupa más el esplendor de la religión que la fidelidad a Jesús”

Viernes, 29 de marzo de 2019
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2379-large_defaultDe su blog Teología sin Censura:

El teólogo explica los entresijos de su ‘Evangelio marginado‘ (Desclée)

“Un ‘Dios falso’ ha llevado al mundo más avanzado al abandono de la religión”

“Jesús no quiso templo. No quiso sacerdotes. No quiso rituales. No quiso ceremonias sagradas. No quiso obediencia y sometimiento de nadie a él”

“Jesús no prescinde de la religión, sino que desplaza la religión: la arranca de ‘lo sagrado’ y la pone en el centro de ‘lo más plenamente humano'”

Jesús Espeja: “El ‘Evangelio marginado’ de Castillo, una exposición de gran valor para estos momentos de la Iglesia”

He escrito este libro porque he intentado explicar – en cuanto eso es posible – por qué la Iglesia se interesa más y se preocupa más por el “sometimiento a la religión” que por el “seguimiento de Jesús”. Creo que, sin miedo a exagerar, se puede afirmar que en la Iglesia preocupa más el esplendor de la religión que la fidelidad al seguimiento de Jesús.

El “sometimiento a la religión” dio resultado y fue eficaz hasta finales del s. XV. A partir del Renacimiento, la Reforma (s. XVI), la Ilustración (ss. XVII-XVIII), la Resistencia y la Restauración (s. XIX), la industrialización y la violencia (dos guerras mundiales), que marcaron el s. XX, y finalmente la Modernidad y la Posmodernidad, todos estos grandes fenómenos históricos y culturales, han hecho que la religión nos sirva para creer en El Dios falsificado (Thomas Ruster). Un “Dios falso”, que ha llevado al mundo más avanzado al abandono de la religión. O en otros casos (que abundan) nos ha conducido, sin darnos cuenta, a que “la experiencia religiosa de todos nosotros ya no sea de fiar, porque nos remite a una falsa religión” (o.c., pg. 228).

La Iglesia de los dogmas, las normas y los ritos fue útil y tranquilizaba las conciencias mientras los “mitos”, los “ritos” y las “jerarquías” eran útiles y servían para explicar tantas cosas que los humanos no sabíamos cómo explicarlas o pensábamos que servían para darle sentido a la vida o tener una esperanza última, que suavizaba el hecho inevitable de la muerte.

Hoy todo eso ha perdido (sobre todo, en las generaciones jóvenes) su utilidad y su razón de ser. Hasta el extremo de que los adolescentes, apenas llegan a cumplir los doce o trece años, cortan con toda la “jerga” de temas, teorías y creencias, que enseña el clero, y sencillamente para ellos se acaba y ya no interesa más la “religión”. Y lo mismo que veo esto, pienso también que este problema (más grave de lo que mucha gente se imagina) no tiene más solución que lo que vio Lutero cuando, siendo todavía un monje joven, viajó a Roma. Y allí comprobó que lo que interesaba a la Iglesia era la sumisión al papa y los rituales (indulgencias…) que daban dinero (Lyndal Roper, Martín Lutero, p. 75-76).

“La religión no responde a lo que necesita el ser humano”

Mi convicción es que veinte siglos antes de lo que sienten las últimas generaciones, fue Jesús de Nazaret, el “personaje-centro” y central del Evangelio, quien se dio cuenta de que la “religión” del templo y de los sacerdotes, de los dogmas y de las normas, de los rituales y las observancias, del poder y del dinero, todo eso fue útil para las culturas de la Antigüedad, pero no responde a lo que necesita el ser humano como tal.  

Lo determinante, para el ser humano (lo que nos humaniza) no es satisfacer la “necesidad” de nuestras propias carencias (esto es lo que hace la “religión”), sino potenciar la “generosidad” para resolver las carencias de los demás (esto es lo que nos aporta el “Evangelio”).

Aquí es fundamental – incluso enteramente necesario – hacer una distinción clave. Hay dos formas de hacer teología y, por eso, hay “dos modelos de teología”: 1) La “Teología especulativa”, que se elabora a partir de “teorías”, que se basan en el pensamiento escolástico (con su “mortificante dependencia del pensamiento de Aristóteles”, según la acertada fórmula de Lyndal Roper) o tienen sus raíces en el pensamiento estoico (Pitágoras y Empédocles) (E. R. Dodds), en cuanto se refiere a la moral. 2)  La “Teología narrativa”, que se construye mediante relatos tomados de la vida diaria. El ejemplo más patente (de esta teología) lo tenemos en los evangelios. Se trata, en este caso, de narraciones en las que lo determinante no es la “historicidad”, sino la “significatividad”. En el caso concreto del Evangelio, ¿qué nos dicen esos relatos para nuestra forma de vivir, para ser fieles al “seguimiento de Jesús”?

Con toda razón y precisión, J. B. Metz escribió: “La teología no es hoy teología de profesores, no se identifica con la teología de oficio. Con mayor razón, pues, no debe la teología histórico-vital encerrarse en los esquemas de expresión de un lenguaje científico exacto y reglamentado…. De ahí que deba evitar a toda costa someterse incondicionalmente al vocabulario de la exactitud. Precisamente la teología no es – ni ha sido nunca – una ciencia natural de lo divino” (La Fe, en la Historia y en la Sociedad, p. 230).

En esta dirección tiene que girar la teología, la liturgia y el gobierno de la Iglesia. Como nos lo está indicando sabiamente el Papa Francisco. Yo sé que darle este giro a la vida no es posible, si nos atenemos a lo que da de sí la condición humana. Por eso me parece tan genial la fórmula que nos dejó I. Kant: “La praxis ha de ser tal que no se pueda pensar que no existe un más allá” (en Gesammelte Schriften, VII, p. 40). Sólo si tomamos en serio y aceptamos de verdad que Jesús de Nazaret fue (y es) un hombre en el que vemos a Dios” (Jn 1, 18; 14, 9-10; Mt 11, 27; Fp 2, 6-11; Col 1, 15; Heb 1, 2), es decir, solamente cuando sabemos y aceptamos que el Dios Trascendente se hizo presente en nuestra inmanencia mediante la vida, la forma de vivir y actuar, de Jesús de Nazaret, sólo así y en eso encontramos a Dios.

Ahora bien, lo que encontramos en el Evangelio es que la forma de vivir y de actuar de Jesús fue una vida marcada por una profunda espiritualidad (su oración frecuente y prolongada) y una constante preocupación por el sufrimiento humano.

Por eso Jesús no quiso templo. No quiso sacerdotes. No quiso rituales. No quiso ceremonias sagradas. No quiso obediencia y sometimiento de nadie a él. No mencionó para nada la división y la diferencia entre lo sagrado y lo profano. No habló nunca de orden (“ordo”) ni de ordenación. Intencionadamente curó a los enfermos cuando la religión prohibía curarlos. Rechazó con firmeza la observancia de rituales religiosos (Mc 7). Andaba frecuentemente con “malas compañías” (los pecadores, los samaritanos, los recaudadores de impuestos…). Nunca denunció las conductas criminales de los políticos (ni a Herodes, cuando degolló a Juan Bautista, ni a Pilatos cuando asesinó a los galileos que ofrecían sacrificios en el templo). Puso sus preferencias en los débiles, niños, mujeres, extranjeros…. La fe en Jesús fue un hecho solamente para el excomulgado por la religión: el ciego de nacimiento (Jn 9).

Conclusión: los cristianos tenemos una “religión” que cada día interesa menos. Porque cada día cobra más fuerza el rechazo al “poder vertical” (Peter Sloterdijk, Has de cambiar de vida, p. 151-153) y al “poder opresor” (Byung-Chul Han, Psicopolítica, p. 27-30). Lo que motiva a la mayoría de la gente es el “poder participativo” y el “poder seductor”. Si algo destacan los evangelios, es el poder seductor que mostró Jesús. No para hacerse él importante y famoso. Jesús fue así y se comportó así, para remediar el sufrimiento humano. Y mediante ese remediar el sufrimiento, así revelar lo que nosotros podemos saber de Dios; y cómo podemos relacionarnos con Dios: “Lo que hicisteis con uno de uno de estos hermanos míos tan insignificantes lo hicisteis conmigo” (Mt 25, 40). Jesús no prescinde de la religión, sino que desplaza la religión: la arranca de “lo sagrado” y la pone en el centro de “lo profano”, “lo laico”, “lo más plenamente humano”.

Lutero dijo: “El hombre es incapaz por naturaleza de querer que Dios sea Dios. Quiere ser Dios él mismo, no desea que Dios sea Dios” (Luther’s Works 31, 10; Martin Luthers Werke 1, 17, 225). Lo que hace el Evangelio es “dejar a Dios ser Dios, en cada ser humano”.

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José María Castillo: “Lo que Jesús enseñaba a sus discípulos no fue religión, fue el Evangelio”

Miércoles, 20 de marzo de 2019
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jesus-de-nazaret“No existe el demonio. Es una figura mítica para describir en aquellos tiempos el mal”

“La Iglesia se ha centrado más en la religión, y ha marginado el Evangelio”

(Diario Jaén).- Es sacerdote en excedencia, lo que le deja las manos libres y tiempo para dedicarse a lo que le gusta, que es escribir y participar activamente, desde hace años, en proyectos solidarios con Mensajeros de la Paz. Tiene publicados varios libros. El último,El Evangelio marginado“, lo presenta hoy (el pasado día 1 de marzo), a las 19:00 horas, en la Sala 75 Aniversario de Diario JAÉN

¿Por qué ese título, El Evangelio marginado?

 La tesis central del libro parte de la idea de que el cristianismo es una religión y de que la Iglesia es la gestora de esa religión. Gira en torno al hecho del fenómeno religioso. Pero hay algo que es previo a todo eso, que es el Evangelio. Es una recopilación de relatos breves en torno a una figura singular, Jesús de Nazaret.

Hay dos cosas a tener en cuenta, la religión y el Evangelio. Jesús nació en un pueblo muy religioso, el pueblo judío, y por tanto fue educado en una religión. Pero cuando se separó de su familia, de su casa y se puso a recorrer Palestina, que era una colonia romana del imperio, lo que Jesús representa no fue la religión, fue el Evangelio.

¿En dónde está el problema?

El libro gira en torno a la religión y el Evangelio. El problema está en que la vida pública de Jesús la conocemos, la privada en los años que vivió en Galilea, no. Él era un trabajador humilde en Nazaret. Un buen día dejó su casa, su familia, su trabajo y después de estar cerca de Juan Bautista se rodeó de un grupo de discípulos, de compañeros y de mujeres que iban con él.

¿Qué les predicaba?

Lo que Jesús les enseñaba no fue religión, fue el Evangelio.

Scene 07/53 Exterior Galilee Riverside; Jesus (DIOGO MORCALDO) is going to die and tells Peter (DARWIN SHAW) and the other disciples this not the end.

¿Cuál es la diferencia?

La diferencia está en que la religión es un conjunto de prácticas y observancia de normas, de creencias que giran siempre en torno al espacio sagrado que es el templo y son gestionadas por una jerarquía de sacerdotes, que en otras religiones tienen sus equivalentes, en cada cultura les llaman de una manera. Pero siempre hay los profesionales de la religión, con un lugar separado y aparte del templo que es un lugar sagrado, que viven, por ejemplo, en un palacio episcopal.

Quiere decir que esa práctica no figura en el Evangelio.

Jesús no hizo nada de eso. Vivió, habló y actuó de tal manera que no tiene que ver con la religión. Si leemos los Evangelios, el conflicto entre el Evangelio y la religión es constante, casi desde el principio hasta el fin. Y va en aumento, con la Pasión.

Al final, aquello acabó de la peor manera posible y es que la religión era incompatible con Jesús y el Evangelio. Por eso lo juzgaron, lo condenaron y lo ejecutaron de la peor manera que se podía ejecutar en aquel momento a un subversivo, crucificándolo. Esa era la manera más cruel de matar en aquel tiempo.

El Evangelio marginal es, por tanto, su visión de lo que ha pasado en la Iglesia.

Lo que Jesús enseñó fue el Evangelio, en conflicto con la religión. ¿Ve el contraste? Jesús no fundó un templo, no fundó un sacerdocio, no instituyó rituales. Jesús era un predicador ambulante, en el que resaltan tres cosas, su preocupación por curar enfermos, por la salud, curaba a un ciego, un manco, un paralítico… Jesús curaba a todo el que podía. Incluso hay un caso que resucitó a un muerto. Pero estos relatos no se pueden tomar al pie de la letra.

En aquella cultura creo que esos hechos no ocurrieron así tal cual. Es una manera de decir que Jesús, donde veía sufrimiento, lo aliviaba. La primera gran preocupación del Evangelio es la salud. Es lo que más nos preocupa a todos. La segunda es el hambre. Se habla de comidas, pero siempre son compartidas, de alimentación compartida.

Y en tercer lugar, su preocupación eran las relaciones humanas, que fuesen lo mejor posible, con perdón, sin venganzas, siendo bueno con todos, respetando a todos, aunque sean gente que no piensa como tú, aunque sean extranjeros o lo que sean.

Así las cosas, lo extraño es que lo que ha predominado en la Iglesia no ha sido todo esto, aunque es verdad que la Iglesia hace mucho de todo esto. Pero la estructura del sistema organizativo y de gestión de la Iglesia es la religión. La Iglesia tiene catedrales, templos, los obispos viven en palacios. La gente de Iglesia, hombres y mujeres, tienen su vida asegurada.

¿Y la figura del demonio y las tentaciones?

No existe el demonio. Es una figura mítica para describir en aquellos tiempos el mal.

Fuente Religión Digital

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