Comentarios desactivados en ¿Puedo tener esperanza en algún cielo?
Susan Abraham
La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Susan Abraham, profesora de teología y culturas poscoloniales, vicepresidenta de asuntos académicos y decana de la facultad de Pacific School of Religion. Sus publicaciones y presentaciones entrelazan conocimientos teológicos prácticos a partir de la experiencia de trabajar como ministra juvenil para la Diócesis de Mumbai, India, con perspectivas teóricas de la teoría poscolonial, los estudios culturales y la teoría feminista.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo segundo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Justo el otro día, un estudiante de mi clase dijo que le habían dicho, incluso cuando era un niño pequeño, que ser una persona Queer y amante del mismo género que era lo llevaría directamente al infierno. La angustia en el rostro de mi alumno fue evidente para todos nosotros, especialmente cuando dijo: ¿Puedo esperar algún cielo para mí y para mi amado?
Como dejan claro las lecturas litúrgicas de hoy, observar e implementar la ley es fundamental para la relación entre Dios y los seres humanos. Pero observar e implementar la ley también puede degenerar en mero legalismo y formalismo. En la tradición judía, la ley es la articulación de un pacto de fidelidad entre Dios e Israel. Implica un compromiso con las relaciones, la rendición de cuentas y la justicia. Vivir según el pacto significaba –y sigue significando– vivir una vida que alcanza su plenitud sólo estando en comunión con el prójimo y, por tanto, con Dios.
Una dimensión clave del pacto y de la ley es la justicia. En gran contraste con la comprensión contemporánea de la justicia como una forma de legalidad, la ley judía está orientada principalmente a la justicia, especialmente para el pueblo de Israel que, durante siglos, ha experimentado marginación y opresión. De manera similar al pacto establecido con Dios, el objetivo de la ley del pacto es la relación, especialmente con el prójimo. Por supuesto, las tradiciones del judaísmo y el cristianismo complican la idea de “prójimo”. Los cristianos tradicionales pueden tener dificultades para ver a las personas LGBTQ+ como sus vecinos. ¿Por qué es tan difícil para tantas personas ser “vecinos” de personas LGBTQ+?
Quizás este problema tenga que ver con una preocupación desmesurada por las cuestiones de identidad. De hecho, varias tradiciones religiosas trazan límites de identidad para excluir a los “forasteros” y a los internos disidentes como una forma de proteger intereses grupales a menudo legítimos. Pero en los contextos contemporáneos, la religión privatizada y las cuestiones de identidad colapsan y se vuelven indistinguibles. Para complicar el problema está el reconocimiento legal por parte del derecho secular de identidades marginadas basadas en la religión, la clase social, el género y la sexualidad. La identidad, especialmente la identidad recién afirmada, se convierte en una perspectiva crítica para muchos que fueron marginados por formaciones sociales y políticas previas de la sociedad. Sin embargo, hay una desventaja.
El enfoque en la identidad resta importancia al compromiso más pleno que las tradiciones religiosas exigen de sus seguidores. En muchas tradiciones, incluso entre los cristianos, el enfoque en prácticas como la vida comunitaria se deja de lado en favor de argumentos basados en la identidad sobre la pureza y la impureza, sobre la herejía y la verdad. Por el contrario, la vida pactada busca ignorar esos binarios en favor de actuar comunitariamente, en aras de una visión de plenitud.
En la segunda lectura litúrgica de hoy, de la Carta de Santiago, vemos otra poderosa exhortación a ser hacedores de la Palabra de Dios, en lugar de ser sólo oyentes. El mandato de transformar las palabras que escuchamos y leemos en acciones es un gran desafío. ¿Qué significa en la vida real la “relación con el prójimo”? Para las personas LGBTQ+, estos actos de buena vecindad son raros, dado que muchas tradiciones religiosas buscan frenar las sexualidades entre personas del mismo sexo o queer.
La sexualidad es un tema delicado en la mayoría de las religiones. La sexualidad humana, su potencial de generatividad y creatividad, y su potencial igualmente desafiante de explotación severa, crean una incómoda necesidad de controlarla. Precisamente porque la sexualidad humana está entrelazada con los procesos reproductivos humanos, está regulada a través de normas culturales y patriarcales.
Sin embargo, en la lectura de la carta de Santiago, el hecho mismo de que exista esta exhortación implica que cuestiones de identidad (inclusión y exclusión, pureza e impureza) estaban en juego en ese momento. Santiago afirma sin ambigüedades que las buenas obras hacia los marginados (en su caso, las viudas) son necesarias para comprender el corazón de la religión y la pertenencia a Dios. Está claro que la praxis de alianza seguida por los judíos había sido olvidada o ignorada.
De manera similar, en la época de Jesús, que habría sido anterior a las cartas escritas por Santiago, algunos líderes religiosos se concentraban en seguir la ley, aun cuando continuaban practicando la exclusión de aquellos que no eran iguales a ellos. La reprimenda de Jesús hacia ellos es dura y severa, condenando su práctica como centrada en lo humano y olvidadiza de Dios. ¡El mero legalismo no es religión!
Si miramos las lecturas de hoy en su conjunto, hay mucho que consolar a los cristianos LGBTQ+. Las prácticas legalistas de muchas iglesias cristianas que marginan a los cristianos LGBTQ+ rompen el pacto con Dios y rechazan a Jesús y sus raíces judías. El desafío del pacto es la rendición de cuentas, no en términos de identidad, sino en términos de la profundidad del compromiso que uno tiene hacia aquellos que están “fuera” de la ley de los seres humanos.
Vivir una práctica de alianza significa que “prójimo” no es sólo alguien próximo y próximo. También significa alguien necesitado: un extraño, una persona puesta en el camino, que puede estar muriendo por conexión y afirmación. Podemos consolarnos aquí cuando nos damos cuenta de que el Dios de Israel y de Jesús no está sujeto a leyes humanas, y que este Dios nos elige activamente incluso con nuestras propias necesidades de amor y cuidado. Por lo tanto, el cielo es la invitación a la plenitud del pacto para todos.
Comentarios desactivados en “Una religión vacía de Dios”. 22 Tiempo Ordinario – B (Marcos 7,1-8.14-15.21-23)
Los cristianos de la primera y segunda generación recordaban a Jesús no tanto como un hombre religioso, sino como un profeta que denunciaba con audacia los peligros y trampas de toda religión. Lo suyo no era la observancia piadosa por encima de todo, sino la búsqueda apasionada de la voluntad de Dios.
Marcos, el evangelio más antiguo y directo, presenta a Jesús en conflicto con los sectores más piadosos de la sociedad judía. Entre sus críticas más radicales hay que destacar dos: el escándalo de una religión vacía de Dios y el pecado de sustituir su voluntad por «tradiciones humanas» al servicio de otros intereses.
Jesús cita al profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos». Luego denuncia en términos claros dónde está la trampa: «Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres».
Este es el gran pecado. Una vez que hemos establecido nuestras normas y tradiciones, las colocamos en el lugar que solo ha de ocupar Dios. Las ponemos por encima incluso de su voluntad: no hay que pasar por alto la más mínima prescripción, aunque vaya contra el amor y haga daño a las personas.
En esa religión, lo que importa no es Dios, sino otro tipo de intereses. Se le honra a Dios con los labios, pero el corazón está lejos de él; se pronuncia un credo obligatorio, pero se cree en lo que conviene; se cumplen ritos, pero no hay obediencia a Dios, sino a los hombres.
Poco a poco olvidamos a Dios y luego olvidamos que lo hemos olvidado. Empequeñecemos el evangelio para no tener que convertirnos demasiado. Orientamos la voluntad de Dios hacia lo que nos interesa y olvidamos su exigencia absoluta de amor.
Este puede ser hoy nuestro pecado. Agarrarnos como por instinto a una religión desgastada y sin fuerza para transformar nuestras vidas. Seguir honrando a Dios solo con los labios. Resistirnos a la conversión y vivir olvidados del proyecto de Jesús: la construcción de un mundo nuevo según el corazón de Dios.
Comentarios desactivados en “Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”. Domingo 01 de septiembre de 2024. Domingo 22º ordinario
De Koinonia:
Deuteronomio 4, 1-2. 6-8. No añadáis nada a lo que os mando…, así cumpliréis los preceptos del Señor. Salmo responsorial: 14: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?. Santiago 1, 17-18. 21b-22.27: Llevad a la práctica la palabra. Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23:Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
Es antigua la tentación de considerar que lo esencial de una religión está en el cumplimiento de formalidades rituales, y no en la asunción de sus principios vitales. También esta tentación acompañó al «pueblo de Dios» de Israel -como a muchos otros «Pueblos de Dios»-, desde tiempos inmemoriales. Hoy, si alguna persona se atreve a cuestionar, aunque sea indirectamente, ciertos lastres históricos y a proponer alternativas coherentes con el evangelio, en poco tiempo es tachada de «desviarse de la auténtica doctrina». Sin embargo, como nos recuerda el Salmo, no son los muchos ornamentos ni el boato de las celebraciones lo que nos eleva a Dios, sino la justicia, la honestidad, la recta intención y el respeto. Anunciar la justicia y vivirla en el día a día constituye la exigencia fundamental de las Escrituras judeocristianas –y en esto coinciden con tantas otras Escrituras-. Los rituales, las prescripciones, las ceremonias… nos pueden ayudar a continuar por el camino de Dios, pero no pueden sustituirlo. Por esta razón, la exhortación que Moisés dirige a su pueblo se centra en la necesidad que tiene el pueblo de Dios de hacer una clara opción por el Dios de la libertad y de la justicia que los ha sacado de Egipto. De lo contrario, el sueño de la «tierra prometida» se puede convertir en una cruel pesadilla.
Los primeros cristianos experimentaron en carne propia la amenaza del formalismo y el ritualismo. Después de un tiempo de dedicación y fervor por la misión, los ánimos comenzaron a ceder y la comunidad se vio rápidamente atraída por las relaciones puramente funcionales y formales. De este modo se perdía la fraternidad que les daba identidad y coherencia.
La carta de Santiago nos pone en guardia contra una religión que no encarne los valores del Evangelio. La palabra escuchada en la Sagrada Escritura debe ser discernida según el Espíritu para vivirla dócilmente en la vida cotidiana. El cristianismo no es una formalidad social que cumplir, ni un ritual más en las prácticas piadosas de una cultura. El cristianismo se manifiesta como una opción vital que requiere del compromiso íntegro de la persona. La comunidad de creyentes es el espacio ideal para que la persona realice su opción y viva, en compañía de otros hermanos y hermanas, el llamado de Jesús.
Aunque el libro del Deuteronomio -que Jesús sigue muy de cerca- propone como religión una serie de principios éticos orientados a crear lazos de solidaridad, equidad y justicia; sin embargo, el judaísmo del primer siglo estaba más inclinado a valorar las formalidades. Lavarse o no lavarse la manos antes de ingerir alimentos había pasado de ser una norma elemental de higiene a convertirse en una norma que decidía quién era religioso y quién era un pecador. La tentación de canonizar los objetos, los rituales, los espacios y el tiempo le pueden hacer olvidar a la persona piadosa que la esencia de su relación con Dios no está en los protocolos culturales, sino en el respeto, la compasión y la misericordia.
Jesús nos invita a redescubrir la esencia del cristianismo en nuestra opción por construir la Utopía de Dios -lo que él llamaba en arameo «Malkuta Yavé», Reino de Dios- y por vivir de acuerdo con los principios del evangelio. Todas nuestras normas y protocolos están al servicio de una auténtica vivencia de sus enseñanzas. Nosotros no debemos renunciar a una vida auténtica y creativa para seguirlo a él. Todo lo contrario. Debemos recrear aquí ya ahora toda la novedad de su profecía y toda la radicalidad de su amor incondicional por los excluidos.
Conectado con todo este tema está aquel otro de «la letra y el espíritu»: la letra es el detalle de lo mandado, la prescripción, el rito, la acción concreta, la «verdad superficial» (Niels Bohr)… El espíritu es el sentido con el que ha sido concebida aquella práctica concreta, y la vivencia con la que debe ser vivida, la «verdad profunda» (Bohr). Por eso se dice que la letra (se entiende: la sola letra, o la letra sin espíritu, la verdad superficial) mata, mientras que el espíritu vivifica. La letra es medio, mientras que el espíritu es un fin. Éste puede darse aun sin aquélla, al margen o incluso «en contra» de ella: en efecto hay veces que, en circunstancias muy especiales, el espíritu de una ley o de una práctica ritual puede exigir hacer en aquella situación, «precisamente lo contrario» de lo que la letra prescribe. Esa flexibilidad, esa «libertad de espíritu» se exige a los cristianos, como a todo ser humano adulto y maduro.
Otro problema distinto –que no podemos abordar aquí, pero que sería bueno no dejar de mantenerlo dentro del horizonte- es que la religiosidad actual se está transformando. Por su propia naturaleza, las «religiones» (llamamos así aquí, técnicamente, a «la forma que ha revestido la espiritualidad del ser humano a partir de su sedentarización neolítica», a partir de la revolución agraria, hace sólo unos pocos miles de años -porque antes había espiritualidad, pero no «religiones»), han tenido en los ritos, en las prácticas rituales, minuciosamente prescritas, un medio importantísimo de expresión, y un modo a la vez de control social. La religión, en las sociedades agrarias, ha sido el mejor y más potente vehículo de identidad de la sociedad, y de control por parte del poder, y han sido los ritos su expresión más visible.
Hoy estamos llegando precisamente al fin de la edad agraria (el neolítico), después de la revolución industrial y tecnológica, la mundialización plural, y el progresivo advenimiento de la sociedad del conocimiento. Las «religiones agrarias» -en aquel sentido técnico preciso- ya no tienen cabida. (Sí lo tiene, insuperablemente, la espiritualidad, la religiosidad profunda, más allá de sus concreción en las diferentes «religiones»). El ser humano post-agrario ya no puede aceptar su identidad ni puede aceptar un control por los vehículos «religionales» basados en «creencias» (en sentido también técnico). Obviamente, la espiritualidad del ser humano va a continuar, es inamisible. Pero lo que han sido técnicamente «las religiones agrarias», está muriendo, va a desaparecer, y es bueno que desaparezca, porque la humanidad está en otra etapa de su historia. Los ritos, las prácticas religiosas prescritas… son, por eso, en alguna sociedades actuales avanzadas, realidades «residuales», que desaparecen vertiginosamente. Si la Iglesia no acepta afrontar sin miedo estos planteamientos, lo único que hace es retrasar el reconocimiento de una enfermedad que no deja de socavarle sus entrañas en los millones de fieles que silenciosamente se van autoexiliando cada año, no sólo en las sociedades llamadas «avanzadas», sino también ya en América Latina. Fue en el año 2008 que comenzamos a conocer «apostasías» voluntarias de cristianos en algunos países de América Latina, un fenómeno absolutamente nuevo en su historia, pero un fenómeno significativo -y creciente- en el momento actual de la historia globalizada del mundo. Leer más…
Comentarios desactivados en Mc 7: Trece Pecados destruyen: Mal deseo y doce acciones malas (Dom 22 TO)
Del blog de Xabier Pikaza:
20 Y añadió: Lo que sale del ser humano eso es lo que mancha al ser humano. 21, pues de dentro, del corazón del hombre, las malas deliberaciones provienen: fornicaciones, robos, homicidios, 22 adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. 23 Todas estas maldades salen de dentro y manchan al ser humano.
| Xabier Pikaza
Trece pecados manchan al hombre:
Un principio. El pecado mortal es el mal pensamiento, la mala deliberación o deseo pervertido. EL pecado no empieza siendo algo exterior, una mala acción, sino el malpensamiento
Doce consecuencias (divididas en cuatro tríadas)
El principio básico de Jesús (toda comida es limpia, todo humano en cuanto tal es puro) le permite (y le invita a) elaborar un “catálogo” de aquellos vicios que provienen de un corazón que se pervierte. El mal no se halla fuera (en algunas comidas, o en algunos individuos o grupos humanos especialmente pervertidos), sino en el centro de la persona (varón o mujer), que puede hacerse mala a través de su deseo pervertido.
En ese contexto se entiende este catálogo, que proviene de una comunidad judeo-helenista, y que es semejante a otros que hallamos en la tradición de la moral pagana y judía (y cristiana) de su tiempo, desde la fornicación, robo y homicidio (signos clásicos del pecado) hasta la blasfemia, soberbia y necedad destructora de aquellos que rompen todo límite y medida de convivencia humana). La maldad de las acciones proviene del mal corazón, no del gesto externo, tomado de un modo ritual o biológico.
Este Jesús de Marcos nos reconduce a la hondura del ser humano, a la fuente de toda bondad cósmica y social, pero lo hace en la línea de Gen 1-3, afirmando que el mismo manantial de la limpieza humana que es el buen corazón puede mancharse, convirtiéndose en origen de los males, y lógicamente, para superarlos, ya no bastan los ritos, del tipo que sean, pues el rito en sí queda fuera, no dentro los hombres, y les acaba dividiendo. En la fuente y origen de toda limpieza, en contacto con el Dios creador, ha situado Marcos la experiencia interior del corazón; por eso, él busca un cambio o pureza interior.
Esa pureza, que Marcos busca y quiere promover, desde la experiencia (palabra y acción) de Jesús, sólo se puede expresar y desarrollar entre personas “liberadas” de presiones sacrales exteriores, en comunión de corazón (y de pan: tema de la “multiplicación”) entre todos los seres humanos. Los cristianos han superado así el sistema endo-gámico y endo-alimenticio de un tipo de judaísmo, enraizado en la reforma de Esdras-Nehemías, que está empezando a imponerse entre los escribas-fariseos de su tiempo. Al ofrecer y compartir el pan con todos, a campo abierto, la iglesia desborda los principios de una comensalía sacra, y de esa forma aquellos que había comenzado siendo comida compasiva (misericordia sobre Ley) acaba convirtiéndose en principio de una nueva comprensión de toda la vida humana [1].
Sólo el principio de la limpieza del corazón permite a los hombres y mujeres puedan comer juntos, conforme al banquete mesiánico anunciado ya en 6,30-44, de manera que enfermos y marginados (cf. 6,54-56), con gentiles no judío, pueden sumarse al gran movimiento mesiánico de Jesús. Éste es el camino que los discípulos de Jesús debían haber asumido en la noche de un mar con viento adverso (cf.6, 47-53). La tarea de unificar a los humanos desde el corazón y no a través de separaciones religiosas ritualistas ha venido a situarnos de esa forma en el centro mismo del evangelio. Es un programa hermoso, pero exige que todos y cada uno asuman el gran “riesgo” y tarea de cambiar el interior humano, para superar los males que brotan de un corazón pervertido (exothên).
Esos males, que brotan del interior y que manchan al hombres, son aquí trece y pueden dividirse en un principio que puede tomarse por sí mismo (malas deliberaciones) y en cuatro unidades de tres males cada una, de manera que podemos hablar de doce males concretos, que forman como un conjunto de perversidad que proviene de dentro, pero que se expresa en el conjunto de la vida, de un modo social. De esa forma, lo más interno se vuelve “más externo”. Marcos ofrece así un programa o esquema universal de males, que no sirven sólo para un tipo de judaísmo o cristianismo, sino para la humanidad en su conjunto, sin referencia expresamente “religiosa”. Ciertamente, el contexto cultural judío y helenista conoce tablas semejantes de “pecados” [2]. Pero, tal como está concebida y desarrollada, esta tabla de vicios es específica del Jesús de Marcos:
Principio: deliberaciones malas (dialogismoi kakoi, malos deseos; 7, 21b). Según este Jesús de Marcos, el origen de todo mal es un “pensamiento perverso”, en forma de cálculo negativo, como indica la misma formulación del texto, que presenta estas deliberaciones como fuente y compendio de los doce males que siguen. Ciertamente, en principio, las deliberaciones en sí mismas no son malas, pero el evangelio de Marcos tiende a interpretarlas de forma negativa. Ellas no evocan simplemente un modo de pensar, sino un pensar con malicia, como ha destacado Pablo (cf. Flp 2, 14; Rom 1,21). Marcos ha empleado ya esta palabra (dia-logismoi) en el texto del perdón del paralítico (2, 1-12), donde los escribas “deliberan” en contra del perdón de Jesús (2, 6-8), y volverá a emplearla cuando los discípulos de Jesús “deliberan” (8, 16) pensando que no tienen panes, y cuando sus adversarios deliberen/calculan (11, 31) sobre la forma de responderle.
Estas deliberaciones malas dejan al hombre en manos de su propio pensamiento calculador, al servicio de sí mismo (de sus intereses individuales o grupales). Conforme a esta visión, en el principio del “pecado” no se encuentra, sin más, el mal deseo, sino el mal pensamiento, un “logos” o palabra que se retuerce sobre sí misma calculando aquello que le conviene, de un modo egoísta. Lo contrario a estos dia-logismoi es la Palabra de vida que Jesús siembra, una palabra que se acoge en fe y se abre en amor a los demás. La base de la vida humana no es calcular pensando de un modo egoísta, sino “creer” para amar.
Primera tríada: fornicaciones, robos, homicidios(7, 21c). Las dos últimas “perversiones” de esta terna resultan claras: del mal pensamiento brotan robos y homicidios, como saben casi todos los tratados de moral, antiguos y modernos. Más complejo resulta el sentido de la primera perversión (porneiai, fornicaciones), que puede referirse a la incontinencia sexual, pero también a la idolatría, en sentido bíblico. La fornicación original es el abandono de Dios, la adoración de los ídolos. Este segundo sentido parece aquí el más apropiado, pues del mal pensamiento proviene la fornicación-idolatría, que consiste en adorar a nuestros propios pensamientos/obras, en lugar de adorar a Dios. En esta línea se entienden los tres primeros males. Quizá podamos añadir que la idolatría aparece así como el primero de los males, es decir, como aquel que conduce al robo y al homicidio, tal como parece suponer Pablo en Rom 1, 18-32 [3].
Segunda tríada: adulterios, codicias, perversidades (7, 22a). Seguimos en la línea anterior, pasando del plano más externo (robo, homicidio) al más interno, que empieza expresándose en la destrucción de las relaciones personales más profundas (adulterio), para desembocar en la codicia o deseo de adquirir siempre más, de tenerlo todo, culminando en las perversidades (ponêriai) en conjunto. También estos tres males provienen del interior, pero son básicamente de tipo familiar y social, no en una línea de destrucción de la pureza religiosa en cuanto tal (en plano intimista y/o sacral), sino más bien, de destrucción de la vida en su conjunto (partiendo del adulterio o quiebra del amor).
Tercera tríada: fraude, libertinaje, ojo malo (envidia) (7, 22b). Fraude es el engaño (dolos), o, quizá mejor, la mentira, que viene a imponerse y dominar sobre la vida humana. Allí donde se empieza por los pensamientos malos (los cálculos egoístas) se desemboca en el engaño general (que es el fraude, dolor), expresado en el libertinaje (aselgeia), que actúa no sólo en el campo sexual, sino en todos los planos de la vida, en los que el hombre queda a merced de sus propios deseos, que llevan, finalmente, al ojo-malo (ophthalmos poneros), que traducimos como envidia, es decir, como deseo de ocupar el lugar del otro (es decir, de destruirle).
Cuarta triada: blasfemia, soberbia, insensatez (7, 22c). Estos son los males supremos y empiezan poniéndonos, de nuevo, frente a Dios. El hombre que se deja llevar por el poder de sus cavilaciones pervertidas termina enfrentándose con Dios y ocupando su lugar (blasfemia), en una línea que retoma la idolatría del principio. Los escribas acusaban a Jesús de blasfemia, por perdonar pecados. Aquí son ellos, en el fondo, los que vienen a quedar como blasfemos, queriendo ocupar el lugar de Dios (poniendo sus propias tradiciones en el lugar de la voluntad de Dios: 7, 8). De esa forma se muestra, estrictamente hablando, la soberbia (hyperêphania), que consiste en querer mostrarse (brillar) por encima de lo que es uno mismo, ocupando el lugar de Dios. Todo culmina en la insensatez (aphrosynê), que es lo contrario al buen pensamiento [4].
Conclusión. Los cristianos actuales (siglo XXI) hemos superado en general ese tema de la “pureza” de las comidas (los alimentos en cuanto tales), pero la cuestión de fondo continúa, pues hombres y mujeres se separan y dividen entre sí por la comida, en un plano económico y social, y ella sólo puede resolverse desde la pureza interior. Para que surja la comunidad mesiánica, desbordando el plano de la ritualidad social (comidas), los discípulos del Cristo han de llegar la raíz de la pureza (nivel del corazón), que les capacite para compartir bienes y alimentos, vida y futuro, en fraternidad. A ese nivel se unen interioridad (buen corazón) y exterioridad comunitaria (mesa compartida), creando iglesia universal.
Entendida así, esta discusión de Marcos 7 es un reflejo y compendio de todo el evangelio. Decenios de despliegue y diferencia eclesiales (del 30 al 70 d.C.) han desembocado en ese texto que Marcos ha puesto en boca de Jesús, haciéndole maestro de libertad y universalidad centrada en la comida. Éstos son los núcleos de su argumento:
Interioridad. El mensaje de Jesús va más allá de las normas de presbíteros o ancianos (7, 5), y de esa forma supera (no necesita los) los sistemas de seguridad que ha establecido un tipo de judaísmo legal, especialmente en el plano de familia y mesa. Lógicamente, las leyes sagradas como tales pasan a segundo plano, y así lo muestra de forma sorprendente la palabra sobre el korbán (dones del templo) y los padres (7, 5-13). En su literalidad, esa palabra podrían aceptarla otros maestros judíos. Pero es nueva la fuerza que recibe y el trasfondo donde se sitúa, relativizando no sólo la liturgia del templo, sino también las tradiciones de fariseos y algunos escribas, poniendo a los hombres y mujeres ante su propia interioridad, libremente.
Corazón. La interioridad mesiánica va unida a la libertad personal: no es lo externo (exôthen: 7, 15.18) lo que mancha al ser humano, sino aquello que brota de dentro (esôthen: 7, 21). Asumiendo la más honda tradición profética de Israel, como auténtico judío, Jesús ha situado a los hombres ante la verdad (o riesgo de mentira) de su propio corazón. Sólo partiendo de esa fuente puede edificarse la familia mesiánica, no entendida ya en clave de poder (imposición de los presbíteros) sino de reciprocidad de dones y servicios: Dios mismo aparece así como garante de la vida (ayuda) que se ha de ofrecer a los padres necesitados, a quienes los hijos deben acompañar y ayudar, por encima de toda ley social o religiosa (7, 9-13).
Universalidad. Todos los principios de vinculación externa (comida o raza, poder o prestigio) acaban siendo parciales y separan a unos grupos de otros. Sólo la pureza de corazón vincula por igual a todos los humanos, en fraternidad de familia y mesa, es decir, de comunión humana. En este plano, la “religión” de Jesús viene a entenderse como “religión humana”, en el sentido estricto de la palabra; no aparece como práctica especial de un grupo aislado, sino como experiencia y (exigencia) de apertura humana y comunión, desde unos pensamientos abiertos al encuentro entre todos los seres humano. Éste es el nuevo shema (¡escuchad!) de Jesús, formulado en 7, 14.
NOTAS
[1] He presentado esas leyes en Dios judío, Dios cristiano, Verbo Divino, Estella Estella 1996, 279-285; 297-303. La importancia del tema se muestra en el “Concilio de Jerusalén“, cf. Hech 15, 28-29. Visión introductoria en J. Maier, Entre los dos Testamentos (BEB 89), Sígueme, Salamanca 1996, 255-265.
[2] Para un estudio comparativo concreto del catálogo de vicios de 7, 20-23, con paralelos judíos, helenistas y paulinos, cf. Taylor, Marcos 406-408; Pesch, Marco I, 592-595; Gnilka, Marcos I, 332-333; Berger, Gesetzauslegung; Sariola, Markus. Éste es un tema que se ha estudiado de un modo especial a lo largo del siglo XX: O. Zöckler, Die Tugendlehre des Christentums, Bertelsmann, Gütersloh, 1904; A. Vögtle, Die Tugend- und LasterkatalogeimNeuen Testament (NTAbh 16 4/5) Münster, 1936; S. Wibbing, Die Tugend- und Lasterkataloge im Neuen Testament, BZNW 25 Berlin 1959; E. Kamlah, Die Form der katalogischen Parânese im NT, WUNT 7, Mohr, Tübingen 1964; H. D. Wendland, Ethik des Neuen Testaments, GNT 4, Göttingen 197. Ha estudiado especialmente el trasfondo del tema J. Marcus, tanto en su comentario (Marcos 1-8), como en The Evil Inclination in the Epistle of James: CBQ44 (1982) 606-21 y en The Evil Inclination in the Letters of Paul: IBS (1986), 8-21
[3] Así lo he puesto de relieve en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2006, 356-367. He desarrollado el tema en otros lugares, como Conocimiento de Dios y pecado de los hombres (Rom 1, 18-32): CulBib 33 (1976) 245-267; Conocimiento de Dios y juicio escatológico (Introducción a Rom I, 18-3,20), en Quaere Paulum. Hom. L. Turrado, Pontificia, Salamanca 1981, 119-148. Cf. también J.-N. Aletti, Comment Dieu est-il juste? Clefs pour interpreter 1’Epitre aux Romains, Cerf, Paris 1991.
[4] Éstos son los males que pueden compararse a los que ha desarrollado el Apocalipsis: «¡Fuera los perros y los hechiceros y los prostitutos y los asesinos y los idólatras y todos cuantos aman y practican la mentira!»(Ap 22, 15; cf. 21, 8), que he presentado con cierta extensión en mi comentario: Apocalipsis. Guía de Lectura del Nuevo Testamento, Verbo Divino, Estella 32010.
Comentarios desactivados en 1.9.24. religión de Santiago: Acoger a huérfanos y viudas, rechazar la injusticia. ¡Ay de vosotros, ricos! (Carta Santiago, Dom 22 TO).
Del blog de Xabier Pikaza:
Mis queridos hermanos:
La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse con la injusticia del mundo.
(Santiago 1, 17-18. 21b-22.27)
| X. Pikaza
Santiago, hermano del Señor
Los Doce habían sido signo de universalidad judía, de manera que en principio no se habían planteado todavía los problemas de una ley particular. Parece que esperan la llegada del Reino de Dios para sentarse en doce tronos de gloria, gobernando sobre el mundo.
Por el contrario, los parientes de Jesús, dirigidos por Myriam (su madre y gebira) y por Santiago/Jacobo (su hermano, no el Zebedeo), insisten en Jesús pobre y no le piden a Dios tronos o cátedras para sentarse sobre ellos.
Las cosas se complicaron. La iglesia de los Doce, recreada por Pablo, triunfó hasta el día de hoy. Por el contrario, la iglesia de Santiago y de los pobres fracasó (externamente), a pesar de que Pablo, que paso media vida discutiendo con Santiago/Jacobo , le estimaba muchísimo,
Fracasó en un sentido externo, pero continua viva su memoria… y debe actualizarse. Flavio Josefo, aristócrata historiador judío, que apenas habla del Cristianismo, sólo cuenta la muerte/martirio de tres “cristianos”: Juan Bautista, Jesús y Santiago/Jacob.
El martirio/asesinato de Santiago, del que seguiré hablando, es uno de los testimonio más impresionantes del judaísmo y cristianismo antiguo.
Jesús y su hermano Santiago. Enfrentados y bien avenidos, con la madre en medio.
Todo nos permite suponer que Jesús no había ido a Jerusalén para «instalarse», creando en torno al templo una comunidad de santos, de manera que, en principio, las palabras donde él dice a los suyos (que salgan de Jerusalén, volviendo a Galilea, cf. Mc 16, 7-8) pueden recoger un verdadero recuerdo histórico. Tampoco Pedro y los Doce quisieron «instalarse» en Jerusalén para crear allí una iglesia duradera, sino que esperan la llegada del Reino, donde actuarían como “jueces” del nuevo Israel, sentándose sobre doce Tronos, con Jesús (cf. Lc 12, 30), quizá para salir luego con Jesús por las tierras de Israel y por todo el mundo, o para esperar en Jerusalén la llegada de los gentiles.
Santiago y los suyos, en cambio, se quedan en Jerusalén para establecer precisamente allí la comunidad de los israelitas puros y pobres del fin de los tiempos (antes de que llegue el Reino de Dios), una agrupación de pobres, es decir, de santos, quizá los más profundos imitadores de Jesús de todos los tiempos, en una línea de justicia social y de honradez judía.
Eso significa que los «cristianos de Santiago» no se han separado y absolutizado, como si fueran los únicos, sino que han debido aceptar la existencia de otras iglesias derivadas de Jesús. Por su parte, las otras iglesias admiten la prioridad de los judeo-cristianos de Santiago, que siguen siendo plenamente judíos, en sentido legal-nacional, manteniéndose, sin embargo, en comunión con otros grupos de cristianos de origen pagano).
El mismo Pablo admite el valor (y en algún sentido la prioridad) de esa iglesia judeo-cristiana especial, autónoma, que permanece en el interior del judaísmo sagrado y que sigue teniendo un valor ejemplar dentro del conjunto de las iglesias.
Sería importante conocer mejor las relaciones de Santiago con Jesús durante su infancia, sus formas de entender vida y la familia, con sus perspectivas sobre el mesianismo. Hablé del tema en miHistoria de Jesús, pero quiero añadir que la «conversión» (experiencia pascual) de Santiago, a la que Pablo alude de modo solemne en 1 Cor 15, 7, no implica simplemente una reinterpretación y un cambio de Santiago (que ahora acepta a Jesús), sino sino una profundización del evangelio como testimonio de amor y comunicación de vida desde los pobres.
Jesús y Santiago una familia en crisis.
Santiago y otros hermanos de Jesús, unidos a su madre, no creyeron en su mensaje de Reino (en Galilea), ni le siguieron cuando subió a Jerusalén, muriendo allí, pero le aceptaron tras su muerte, precisamente por su muerte a favor de los demás.
En esa línea, debemos afirmar, de manera clara, que algún tiempo después de la muerte de Jesús se dio en la iglesia una «recuperación» de la familia de Jesús, un hecho que tiene un indudable fondo histórico y que ha causado problemas a otros grupos cristianos, como ha mostrado Mc 3, 31-35, que sigue rechazando el «cristianismo» de los familiares de Jesús, pues piensa que ellos se identifican en el fondo con los escribas de Jerusalén y entiende el mesianismo de Jesús como una variante más de las escuelas rabínicas que están surgiendo en su tiempo, en torno al año 70 dC.
La recuperación familiar de Jesús está vinculada de un modo especial con la figura de Santiago, el «hermano del Señor», a quien sus seguidores consideran pronto como líder o dirigente de una tendencia muy vinculada a las leyes y tradiciones de un judaísmo nacional. Pues bien, Mc 3, 31-35 ha juzgado (al menos implícitamente) que Santiago y los de su grupo (su madre y hermanos, los judeo-cristianos de Jerusalén) no eran verdaderos discípulos de Jesús, pues no habían entendido ni aceptado su ruptura y novedad, sino que seguían vinculados a los escribas de Jerusalén.
La experiencia pascual significa para Santiago una recuperación de la familia, en el sentido antiguo del término, pues el mismo Pablo presenta a Santiago como «hermano del Señor» (cf. Gal 1, 19). Lo que en Jesús era secundario (la familia de la carne) puede haberse vuelto principal o, por lo menos, importante, al definir a Santiago como “hermano del Señor” (de Jesus glorificado). En esa perspectiva, la experiencia pascual de Santiago podría interpretarse como un intento de recuperación «legal» de Jesús, en la línea de lo que querían en Mc 3, 31-35 sus familiares, unidos a los «escribas que vienen de Jerusalén». Santiago y su grupo habrían querido introducir a Jesús otra vez en el buen judaísmo del templo y de las tradiciones de los escribas.
Pero, en otro sentido, esa experiencia puede y debe tomarse también como una transformación mesiánica de Santiago y de sus familiares, que descubren tras la muerte de su hermano algo que antes no habían comprendido: La novedad de Jesús y su ruptura respecto a otras formas de posible judaísmo. Es difícil suponer que Pablo y el conjunto del Nuevo Testamento (a excepción quizá de Marcos) se hayan equivocado al valorar positivamente la aportación de Santiago y de su grupo, y en esa línea podemos presentarle como auténtico cristiano, aunque de un tipo distinto al de Pablo (quizá como nazoreo sagrado). La condena que Mc 3, 21-25 arroja contra Santiago y su grupo ha de entenderse como polémica intracristiana, no como rechazo absoluto.
Santiago y su grupo reinterpretaron bien a Jesús, pero quizá le hicieron demasiado legal
Ciertamente, Jesús había sido un buen judío, pero no había centrado su vida en el cumplimiento riguroso (sagrado) de la ley, sino en la instauración del Reino de Dios, partiendo de los expulsados y los pobres de Galilea. Pues bien, pasado un tiempo, algunos familiares de Jesús (liderados por Santiago), a los que se sumaron quizá algunos galileos y jerosolimitanos, se juntaron en Jerusalén para crear una comunidad sagrada de pobres, cumpliendo de un modo radical la ley israelita. Su cristianismo no fue el primero, ni el triunfador (en la línea de los helenistas y Pablo), pero fue poderoso y tuvo gran autoridad en las iglesias, porque estaba vinculado a Jerusalén (ciudad de la Ley judía y de la Pascua de Jesús), porque fue ejemplar en su pobreza y porque estuvo dirigido por Santiago, hermano del Señor. Su cristianismo pudo ser molesto para otras iglesias, pero fue muy importante, porque recordó y sigue recordando un tipo de raíz israelita de la Iglesia.
Algunos investigadores piensan que, en sentido estricto, más que cristianos podemos llamarles «nazoreos», aunque el acusador de Pablo (preso en Jerusalén, según Hch 24, 5) utiliza ese nombre para hablar de los seguidores de Pablo, al que presentar como «cabecilla de la secta de los nazoreos». Sea como fuere, los cristianos de Jerusalén se presentan como congregación de «los pobres» (cf. Gal 2, 10; Rom 15, 26), con un obispo-inspector (Santiago) y un grupo de presbíteros a su cabeza, conforme al estilo de otras comunidades judías (como la de Qumrán)
Una iglesia de pobres. Función de Santiago. Estos judeo-cristianos eran autónomos, pero no estaban separados, no formaron una secta, sino que se mantuvieron en comunión con Pedro, e incluso con Pablo, como sabe Hechos 15 y Gal 2. Así aparecen como testigos de la variedad y riqueza de la herencia de Jesús. Su teología y organización era semejante a la de otros grupos proféticos y/o apocalípticos judíos que anunciaban la llegada de Dios en Jerusalén, pero ellos añadían que Dios se manifestaría por medio de Jesús, Mesías crucificado, que vendría lleno de gloria, para confirmar la esperanza judía y recibir después a todos los gentiles. Como testigos y garantes de ese mesianismo se alzaron en Jerusalén, en radicalidad ejemplar (en desprendimiento y comunicación de bienes, en honda pobreza), Santiago y los cristianos de su grupo, a lo largo de unos años centrales del cristianismo naciente (entre el 40 y el 60 dC).
Eran «los pobres» de Jesús y formaban una comunidad escatológica, la primera iglesia, organizada al estilo judío, como qahal o asamblea mesiánica, de tal forma que sus huellas resultan visibles en los evangelios de Mateo y Juan, lo mismo que en el Apocalipsis y, sobre todo, en la carta de Santiago, que el hermano de Jesús podría haber escrito a las Doce Tribus de la diáspora israelita (cf. Sant 1, 1). Ciertamente, Santiago y su grupo se comunicaban hacia dentro en arameo (o hebreo), pero nada impide que pudieran escribir en un griego culto (hablado también en Jerusalén) «a las doce tribus que están en la dispersión» (San 1, 1).
Sea como fuere, aún suponiendo que la carta de su nombre sea posterior, Santiago y los de su grupo formaron la primera comunidad cristiana bien instituida, la congregación de «los pobres» (cf. Gal 2, 10; Rom 15, 26), con un obispo-inspector (Santiago) a su cabeza y un grupo de presbíteros a su lado, conforme al estilo de organización de otras comunidades judías (como la de Qumrán). Esta iglesia de Santiago quiso mantener y mantuvo una autoridad de referencia o arbitraje sobre el resto de las iglesias, como suponen Pablo y Hechos.
¿Una iglesia nazirea, más que nazorea? En ese contexto podríamos hablar de una iglesia nazirea de Santiago (aunque con rasgos nazoreos), en la línea de lo que hemos dicho en la Historia de Jesús, cap. 4, al referirnos a Juan Bautista (nazireo) y a Jesús (nazoreo). Como dije allí, los nazireos son «consagrados», del hebreo nedser, vinculados a la causa de Dios por un voto especial (cf. Num 6), de tipo ascético (renunciar a la bebida) y militar (luchar por causa de Yahvé). Una famosa cita de Hegesipo, recogida por Eusebio de Cesarea, presenta a Santiago, hermano de Jesús, como nazir o nazireo ascético:
Santiago, el hermano del Señor, es el sucesor, con los apóstoles, del gobierno de la iglesia. A éste, todos le llaman Justo ya desde el tiempo del Señor y hasta nosotros, porque muchos se llamaban Santiago.No obstante, sólo él fue santo desde el vientre de su madre; no bebió vino ni bebida fermentada; ni tocó carne; no pasó navaja alguna sobre su cabeza ni fue ungido con aceite; y tampoco usó del baño. Sólo él tenía permitido introducirse en el santuario, porque su atuendo no era de lana, sino de lino. Asimismo, únicamente él entraba en el templo, donde se hallaba arrodillado y rogando por el perdón de su pueblo, de manera que se encallecían sus rodillas como las de un camello, porque siempre estaba prosternado sobre sus rodillas humillándose ante Dios y rogando por el perdón de su pueblo.Por la exageración de su justicia le llamaban Justo y Oblías, que en griego significa protección del pueblo y justicia, del mismo modo que los profetas dan a entender acerca de él» (Historia Eclesiástica II, 23, 4-7).
Después de cinco domingos leyendo el evangelio de Juan, volvemos al de Marcos, base de este ciclo B. Durante un mes nos ha ocupado el tema de comer el pan de vida. Este domingo el problema no será comer el pan, sino comer con las manos sucias. Una pregunta malintencionada de los fariseos y de los doctores de la ley (los escribas) provoca: a) la respuesta airada de Jesús; b) una enseñanza algo misteriosa a la gente; c) la explicación posterior a los discípulos. El texto de la liturgia ha suprimido algunos versículos, empobreciendo la acusación de Jesús, y uniendo lo que dice a la gente con la explicación a los discípulos.
Evangelio de Marcos 7,1-8.14-15.21-23
En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén, se acercaron a Jesús, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones de lavar vasos, jarras y ollas). Y los fariseos y los escribas le preguntaron:
-¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores, y comen el pan con manos impuras?
-Él les contestó:
-Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos». Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
Llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo:
-Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.
Antes de dar la palabra a los fariseos y escribas es interesante recordar lo que cuenta Marcos inmediatamente antes. Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús ha cruzado a la región de Genesaret, recorriendo pueblos, aldeas y campos, acogido con enorme entusiasmo por gente sencilla, que busca y encuentra en él la curación de sus enfermedades.
La intervención de los fariseos y escribas
De repente, el idilio se rompe con la llegada desde Jerusalén de fariseos (seglares superpiadosos) y de algunos escribas (doctores de la ley de Moisés). No todos los escribas pertenecían al grupo fariseo, pero sí algunos de ellos, como aquí se advierte. Para ellos, lo importante es cumplir la voluntad de Dios, observando no solo los mandamientos, sino también las normas más pequeñas transmitidas por sus mayores. Lo esencial no es la misericordia, sino el cumplimiento estricto de lo que siempre se ha hecho.
Con esta mentalidad, cuando se acercan al lugar donde está Jesús, advierten, escandalizados, que algunos de los discípulos están comiendo con las manos sucias. El lector moderno, instintivamente, se pone de su parte. Le parece lógico, incluso necesario, que una persona se lave las manos antes de comer, y que se lave la vajilla después de usarla. Es cuestión elemental de higiene. Sin embargo, aunque en su origen quizá también fuese cuestión de higiene entre los judíos, los grupos más estrictos terminaron convirtiéndola en una cuestión religiosa. Lo que está en juego es la pureza ritual. Por eso, los fariseos no se quejan de que los discípulos coman con las manos sucias, sino con las manos impuras, saltándose con ello la tradición de los mayores. Aunque el Antiguo Testamento contiene numerosas normas, algunas de carácter higiénico, nunca menciona la obligación de lavarse las manos ni de lavar copas, jarros y bandejas; esto forma parte de «las tradiciones de los mayores», tan sagradas para los fariseos como las costumbres de la madre fundadora o del padre fundador para algunas congregaciones religiosas, o de cualquier minucia litúrgica para algunos ritualistas.
La respuesta airada de Jesús
La reacción de Jesús es durísima. Tras llamarlos hipócritas, les hace tres acusaciones: 1) su corazón está lejos de Dios; 2) enseñan como doctrina divina lo que son preceptos humanos; 3) dejan de observar los mandamientos de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres.
Estas acusaciones resultan durísimas a cualquier persona, pero especialmente a un fariseo, que desea con todas sus fuerzas estar cerca de Dios, agradarle cumpliendo su voluntad.
El problema, según Jesús, es que el fariseo termina dando a esas tradiciones más importancia que a los mandamientos de Dios. Incluso las utiliza para dejar de hacer lo que Dios quiere y quedarse con la conciencia tranquila. Para demostrarlo, Jesús cita un ejemplo que la liturgia ha suprimido. Dios ordena honrar a los padres, es decir, sustentarlos en caso de necesidad. Imaginemos un fariseo con suficientes bienes materiales. Puede atender a sus padres económicamente. Pero su comunidad le dice que esos bienes los declare qorbán, consagrados al Señor. A partir de ese momento, no puede emplearlos en beneficio de sus padres, pero sí de su grupo. «Y así invalidáis el precepto de Dios en nombre de vuestra tradición. Y de ésas hacéis otras muchas».
Un lector critico podría acusar a Marcos de tratar un tema tan complejo de forma ligera y demagógica. Conociendo a los fariseos de aquel tiempo (bastante parecidos a los de ahora), la reacción de Jesús es comprensible y su acusación justificada. Sobre todo, para los primeros cristianos, que sufrían los continuos ataques de estos que presumían de religiosos.
Enseñanza a la gente
Como los fariseos y escribas no responden, aquí podría haber terminado todo. Sin embargo, Jesús aprovecha la ocasión para enseñar algo a la gente a propósito de la pureza e impureza:«Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace al hombre impuro.»
La explicación a los discípulos
No sabemos si Jesús se quedó contento de esta breve enseñanza. Lo que es seguro es que la gente no la entendió, y los discípulos tampoco. Por eso, cuando llegan a la casa (nuevo detalle suprimido por la liturgia), le preguntan qué ha querido decir. Y él responde que lo que entra por la boca no llega al corazón, sino al vientre, y termina en el retrete. Entra y sale sin contaminar a la persona. Lo que la contamina no es lo que entra en el vientre, sino lo que sale del corazón. Para aclararlo, enumera trece realidades que brotan del corazón.
Esta enseñanza de que el peligro no viene de fuera, sino de dentro, resultará a algunos muy discutible. ¿No vienen de fuera la pornografía, la droga, las invitaciones a la violencia terrorista? ¿No nos influyen de forma perniciosa el cine, la televisión, la literatura? Lo anterior es cierto. Pero Jesús no entra en estas cuestiones, se refiere al caso concreto de los alimentos. Por otra parte, su enseñanza tiene un valor más general y desvelan nuestra comodidad e hipocresía. El mal no viene de fuera, sale de dentro. Y con el mismo criterio debe enjuiciar cada uno de nosotros su realidad. Nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos. No echemos la culpa a los demás.
Una frase capital suprimida en la liturgia
Comentando que lo que entra por la boca no contamina, añade Marcos: «con esto declaraba puros todos los alimentos». Es algo revolucionario, porque la legislación del Levítico y del Deuteronomio enumera una serie de animales que no se pueden comer por ser impuros. Y todas las religiones obligan a observar una serie de normas dietéticas. En cambio, los cristianos podemos comer carne de cerdo, de liebre, de avestruz, gambas (camarones), cigalas, langostinos y cualquier alimento que nos apetezca, según nuestra costumbre y nuestra economía.
Primera lectura: Deuteronomio 4,1-2.6-8)
La importancia que concede Jesús a la ley de Dios frente a las tradiciones humanas ha animado a elegir este texto del Deuteronomio como paralelo al evangelio. Pienso que los responsables de la elección no han caído en la cuenta de un problema. Moisés ordena: «No añadiréis ni suprimiréis nada de las prescripciones que os doy». Y Jesús añadió y suprimió. Por ejemplo, a propósito de los alimentos puros e impuros, como acabo de indicar; tanto el Levítico como el Deuteronomio contienen una extensa lista de animales impuros, que no se pueden comer (Lv 11; Dt 14,3-21). Esta primera lectura no debe interpretarse como una aceptación radical y absoluta de la ley mosaica, porque Jesús se encargó de interpretarla y modificarla.
Habló Moisés al pueblo diciendo:
-Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.
No añadáis nada a lo que yo os mando ni suprimáis nada; observaréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: «Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación» Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? Y ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy?
2ª lectura: Santiago 1,17-18.21-27)
Los cristianos tenemos el mismo peligro que los fariseos de engañarnos, dando más valor a cosas menos importantes. El final de esta breve lectura ofrece un ejemplo muy interesante. ¿En qué consiste la religión verdadera, la que agrada a Dios? ¿En oír misa diaria, rezar el rosario, hacer media hora de lectura espiritual? Eso es bueno. Pero lo más importante es preocuparse por las personas más necesitadas; el autor, siguiendo una antigua tradición, las simboliza en los huérfanos y las viudas. Cuando recordamos la parábola del Juicio Final («porque tuve hambre…») se advierte que el autor de esta carta piensa igual que Jesús.
Mis queridos hermanos:
Todo buen regalo y todo don perfecto viene de arriba, procede del Padre de las luces, en el cual no hay alteración ni sombra de mutación.
Por propia iniciativa nos engendró con la palabra de la verdad, para que seamos como una primicia de sus criaturas.
Acoged con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en vosotros y es capaz de salvar vuestras vidas. Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos.
La religiosidad auténtica a intachable a los ojos de Dios Padres es esta: atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo.
Lo que critica y pone de manifiesto Jesús en este fragmento del evangelio es el drama de todos los tiempos en toda religión. ¿Qué viene de Dios y qué son inventos humanos?
En nombre de Dios todas la religiones han hecho (¡y hacen!) verdaderas barbaridades. ¿Por qué? Porque convertimos el estrecho punto de vista humano en voluntad de Dios. Es lo que nos relata el Génesis muy al principio (Gn 3, 1-20). La persona humana desea arrebatarle el puesto a Dios.
¿Pecado?
Dios al crearnos nos ofrece ser UNO con él. El pecado de la humanidad es no conformarse con ser “igual a Dios” y querer ser Dios en exclusiva.
Y ese pecado marca toda la historia humana y cada historia personal. Ese pecado es el que nos lleva a la violencia de la división.
Los fariseos del tiempo de Jesús eran los oficialmente buenos, los que cumplían con las tradiciones y preceptos. Pero, claro, si ellos al “cumplir” eran los buenos, a la fuerza todos los demás quedaban convertidos en “malos”.
Todo aquello que nos lleva a ocupar lugares exclusivos hunde sus raíces en el mal. Cualquier cosa que nos lleve a creer que somos mejores que las demás personas es un poderoso engaño.
Si queremos ser imagen de Dios tenemos que buscar todo aquello que armoniza y une. Todo aquello que dentro de nuestra Iglesia Católica divide y excluye es contrario a Dios Trinidad que es pura relación en la diversidad.
Todos aquellos dogmas, preceptos, cánones o normas que dividen entre buenos y malos son hechura humana. Dios no nos ha creado enfrentados ni para el enfrentamiento. Nos ha creado diversos y para la armonía.
Entonces, ¿no valen los preceptos y las normas? Solo valen si te llevan a amar más a quienes son más diferentes a ti.
La puerta del Reino de los Cielos no se abre a patadas, ni con violencia. Tampoco se abre gracias a los méritos acumulados, ni está cerrada para quienes nos caen mal. La única llave que abre el Reino es el Amor.
El amor sale de dentro, del corazón, y al salir nos cura de “los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfrenos, envidia, difamación, orgullo, frivolidad”.
Oremos
Trinidad Santa, no nos dejes caer en la tentación de creernos mejores que las demás. Haz crecer en nosotras el amor que sana, que cura. Amén.
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DOMINGO 22º (B)
Mc 7,1-23
Concluido el capítulo 6º de Juan, retomamos el evangelio de Marcos. Después de la multiplicación de los panes, Jesús se encuentra en los alrededores del lago de Genesaret, en la parte más alejada de Jerusalén, donde eran mucho menos estrictos a la hora de vigilar el cumplimiento de las normas de pureza. Debemos dejar claro que no se trata de una trasgresión esporádica de los discípulos de Jesús, sino de un acostumbre aceptada por él. El problema lo suscitan los fariseos, llegados de Jerusalén, que venían precisamente a inspeccionar.
El texto contrapone la práctica de los discípulos con la enseñanza de los letrados y fariseos. Jesús se pone de parte de los discípulos, pero va mucho más lejos y nos advierte de que toda norma religiosa, escrita o no, tiene siempre un valor relativo porque es una propuesta de los hombres, por muy de acuerdo que esté con la salud humana. Cuando dice que nada que entra de fuera puede hacer al hombre impuro, está dejando muy claro que la voluntad de Dios no viene de fuera; solo se puede descubrir en el interior y está más allá de toda Ley.
La Ley y la tradición como norma, pero sin darle el valor absoluto que le daban los fariseos. Hoy sabemos que Dios no ha dado directamente ninguna norma. Dios no tiene una voluntad que pueda comunicarnos por medio del lenguaje, porque no tiene nada que decir ni nada que dar. La Escritura es una experiencia personal sancionada por la aceptación de un pueblo. Las experiencias del Éxodo las vivió el pueblo en el s. XIII a. de C., pero se pusieron por escrito a partir del VII. Los evangelios se escribieron 50 años después de morir Jesús.
Las normas que podemos meter en conceptos son preceptos humanos; no pueden tener valor absoluto. Un precepto, que fue adecuado para una época, puede perder su sentido en otra. Ningún mandamiento o norma pueden venir de Dios directamente. Esta es la razón por la que las normas morales tienen que estar cambiando siempre, porque el hombre va conociendo mejor su propio ser y la realidad en la que vive. El número de realidades que nos afectan está creciendo cada día. Las normas antiguas pueden no servir para resolver situaciones nuevas.
En todas las religiones las normas se dan en nombre de Dios. Esto tiene consecuencias desastrosas si se entienden literalmente. Todas las leyes son humanas. Cuando esas normas surgen de una experiencia auténtica y profunda de lo que debe ser un ser humano y nos ayudan a conseguir nuestra plenitud, podemos llamarlas divinas. La voluntad de Dios no es más que nuestro propio ser en cuanto perfeccionable. Eso que debo llegar a ser, y aun no soy, es la voluntad de Dios. Dios es un ser simple que no tiene partes. Todo lo que tiene lo es, todo lo que hace lo es. No existe nada fuera de Él y nada puede darnos que no sea Él.
El precepto de lavarse las manos antes de comer, no era más que una norma elemental de higiene, para que las enfermedades infecciosas no hicieran estragos entre aquella población que vivía en contacto con la tierra y los animales y además lo comía todo con las manos. Si la prohibición no se hacía en nombre de Dios, nadie hubiera hecho caso. Esto no deja de tener sentido. Si comer carne de cerdo producía la triquinosis, y por lo tanto la muerte, Dios no podía querer que comieras esa carne, y además si lo comías, te castigaba con la muerte.
Lo que critica Jesús, no es la Ley sino la interpretación que hacían de ella. En nombre de esa Ley, oprimían a la gente y le imponían verdaderas torturas con la promesa o la amenaza de que solo así, Dios estaría de su parte. Para ellos todas las normas tenían la misma importancia, porque su único valor era que estaban dadas por Dios. Esto es lo que Jesús no puede aceptar. Toda norma, tanto al ser formulada como al ser cumplida, tiene como fin el bien del hombre. No podemos poner por delante a Dios, porque a Dios nada podemos darle.
Las normas de la religión son normas en las que se recoge lo mejor de la experiencia humana, que buscan el bien del hombre. Los diez mandamientos intentan posibilitar la convivencia de una serie de tribus dispersas y con muy poca capacidad de hacer grupo. En aquella época, cada país, cada grupo, cada familia tenía su dios. Para hacer un pueblo unido, era imprescindible un dios único. De ahí los mandamientos de la primera tabla. Todos los de la segunda tabla van encaminados a hacer posible una convivencia, sin destruirse unos a otros.
La segunda enseñanza es consecuencia de esta: No hay una esfera sagrada en la que Dios se mueve, y otra profana de la que Dios está ausente. En la realidad creada no existe nada impuro ni nada que haya que purificar. Tampoco tiene sentido la distinción entre hombre puro y hombre impuro, a partir de situaciones ajenas a su voluntad. Por eso la pureza nunca puede ser consecuencia de prácticas rituales ni sacramentales. La única impureza que existe la pone el hombre cuando busca su propio interés a costa de los demás.
Las tradiciones son la riqueza de un pueblo. Hay que valorarlas y respetarlas. La tradición es la cristalización de las experiencias ancestrales de los que nos han precedido. Sin esa experiencia acumulada, ninguno de nosotros hubiéramos alcanzado el nivel de humanidad que tenemos. Sin embargo no podemos dar valor absoluto a ese bagaje, porque lo convertiremos en un lastre que nos impide avanzar hacia mayor humanidad. Es lo que han hecho todas las religiones al hacer de las normas mitos. En el instante en que nos impida ser más humanos, debemos abandonarla. “Dejáis a un lado la voluntad de Dios por aferraros a las tradiciones humanas”.
Todo el que dé leyes inmutables en nombre de Dios, os está engañando. La voluntad de Dios, o la encuentras dentro de ti, o no la encontrarás nunca. Lo que Dios quiere de ti, está inscrito en tu mismo ser, y en él tienes que descubrirla. Es muy difícil entrar dentro de uno mismo y descubrir las exigencias de mi verdadero ser. Por eso hacemos muy bien en aprovechar la experiencia de otros seres humanos que se distinguieron por su vivencia y nos han trasmitido lo que descubrieron. Gracias a esos pioneros del Espíritu, la humanidad va avanzando.
Todo lo que nos enseñó Jesús, fue manifestación de su ser más profundo. “Todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer”. Esa experiencia original hizo que muchas normas de su religión se tambaleasen. La Ley hay que cumplirla porque me lleva a la plenitud humana. Para los fariseos, el precepto hay que cumplirlo por ser precepto, no porque ayude a ser humano. En la medida que hoy seguimos en esta postura “farisaica”, nos apartamos del evangelio. Hemos hecho de las enseñanzas de Jesús otro mito inmutable. Así nos va. Dios no se mete a solucionarnos las cosas de este mundo. Somos nosotros los que debemos solucionarlas.
El obrar sigue al ser, decían los escolásticos. Lo que haya dentro de ti es lo que se manifestará en tus obras. Es lo que sale de dentro lo que determina la calidad de una persona. Yo diría: lo que hay dentro de ti, aunque no salga, porque lo que sale puede ser una pura programación. Lo que comas te puede sentar bien o hacerte daño, pero no afecta a tu actitud vital. La trampa está en aceptar las propuestas de Jesús como una programación externa y confiar más en la práctica de esas normas que en la actitud interna.
«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí»
Llama la atención la respuesta violenta de Jesús a una pregunta en principio inocua, pero la explicación es muy sencilla: ni los fariseos, ni los letrados ni Jesús están hablando de higiene ni de preceptos, sino del propio concepto de religión. Tampoco se trata de una discusión rabínica, erudita e intranscendente sobre religión, sino que estamos en el núcleo mismo del permanente enfrentamiento de Jesús con los santos y los sabios de Israel.
El texto de Marcos nos plantea dos formas opuestas de entender la religión: la que pone la “Ley de Dios” por encima de las personas, y la de Jesús, centrada en las personas… Como decía Ruiz de Galarreta: “El texto de hoy nos está planteando la oposición entre la religión de Jesús y la que mató a Jesús”. Esta dicotomía en la forma de entender la religión se ha dado en todas las épocas y culturas de la historia, y por ello la religión ha dado lugar a lo mejor y a lo peor de la humanidad.
En el caso de los judíos, los escribas y los fariseos defendían una religión que había producido una sociedad de desiguales; de gente predilecta de Dios que recibía toda serie de dones, como riqueza, larga vida o amplia descendencia, y gente rechazada por Él (la mayoría), a quienes enviaba todo tipo de desgracias, como pobreza o enfermedad. Si alguien era ciego, cojo o leproso, lo era como castigo por sus pecados, añadiendo así el vilipendio a su desdicha… Y todo ello en nombre de Dios…
Algunos especialistas se inclinan a pensar que lo de Jesús no rompe con lo anterior, sino que es su culminación, pero Jesús se ve a sí mismo como vino nuevo que rompe los odres viejos, y de ahí su permanente enfrentamiento con las autoridades religiosas que desemboca en la cruz. Y es que, o eran ellas (las autoridades) las que prevalecían, o toda su doctrina y su forma de vida se iban al traste.
Pero como se muestra en los tres primeros capítulos de Marcos, Jesús no rehúye el enfrentamiento, sino que parece interesado en provocarlo para resaltar la novedad de su propuesta. En este sentido, es significativo el episodio del hombre de la mano paralizada (Mc 3,1), pues había sido manco desde su nacimiento y no había ninguna urgencia de curarle en sábado y en una sinagoga abarrotada de gente. Lo prudente hubiese sido esperar a la puesta del sol para evitar problemas, pero Jesús sí tenía una urgencia: la urgencia de recalcar que las personas están por encima de la Ley; que lo que Abbá espera de nosotros es el amor entre hermanos y no el cumplimiento indiscriminado de Sus leyes; unas leyes hechas para servir de guía a las personas.
«El sábado se ha hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado», había dicho; y esa máxima podía aplicarse a toda la Ley. Los fariseos no podían admitir esa libertad de Jesús para interpretar la Ley, y Marcos añade que a la salida se concertaron con los herodianos para matarle. Los fariseos despreciaban a los herodianos y no se trataban con ellos, pero era tal el odio que habían acumulado contra aquel hombre que estaba trastocándolo todo, que estaban dispuestos a cualquier cosa con tal de perderle.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
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(Escena de Sperme sacré, documental de Ori Gruder)
DOMINGO XXII T.O.
(Mc 7, 1-8, 14-15.21-23)
Jesús defiende a los discípulos frente a la proliferación de preceptos humanos (tradiciones) que los fariseos y letrados añaden a la Ley. Jesús hace una interpretación más profunda y espiritual de la Ley, las tradiciones y la religión.
Las lecturas hablan de la grandeza y sabiduría de los mandatos del Señor frente a las tradiciones fariseas. Presentan la ley divina como palabra injertada en nuestro corazón (conciencia), que si la cumplimos nos salva, humaniza y libera. Si la aceptamos de corazón nos transforma y compromete. El que oye y aplica o pone en práctica la Palabra es como el que edifica sobre roca, sobre seguro. No teme la intemperie. La Palabra es nuestra luz y fortaleza. Nuestra inteligencia y Sabiduría. Transforma nuestra vida. Como la semilla. Como la levadura. Nos hace hombres y mujeres libres. Con la libertad de los hijos de Dios. Creados creadores, por amor y para amar y así completar, llevar a plenitud, todas nuestras potencialidades. Las que Dios nos da gratuitamente para que las desarrollemos en el servicio a los hermanos.
Y nos previenen de los riesgos que corremos si “Dejáis a un lado el mandamiento y os aferráis a la tradición de los hombres”. ¡Ay de nosotros si no discernimos entre ellas! La consecuencia, expresada por Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan es inútil, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos” Y así el culto a Dios está vacío. Porque la religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: atender a huérfanos y viudas. La religiosidad auténtica es la que nos humaniza.” Escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis, seáis felices”. La fe y religiosidad o prácticas religiosas son la respuesta humana al Proyecto de Dios para la creación entera.
Hay que diferenciar entre una religiosidad de labios afuera o de dentro, en espíritu y verdad. La religiosidad se puede deformar por concepciones falsas, obsoletas, infantilismos o miedos. Necesitamos revisar nuestras prácticas religiosas para ajustarlas al nuevo paradigma de fe y religión actualizadas. Religiosidad madura y adulta versus religiosidad supersticiosa e infantil. Acrítica. La actitud religiosa como don del Espíritu se expresa en el testimonio de vida y el compromiso compartido, comunitario. Culto y vida tienen que estar integrados. Religiosidad, liberación, transformación y realización personal plena son su manifestación. La actitud religiosa como estilo de vida. Las lecturas de hoy insisten en que practicar la palabra de Dios es la religión verdadera. Porque la vida religiosa del creyente lleva al compromiso: honradez (honestidad) con Dios y solidaridad con los necesitados. Testimonio comprometido con los pobres materiales y espirituales.
Ley y las tradiciones, ambas vienen de fuera, por tanto, son periféricas al hombre, superficiales. No le hacen ni puro ni impuro, ni justo ni injusto. Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Es la conciencia, la interioridad, la sala de máquinas donde se trabaja la honestidad, bondad y el compromiso como su expresión y culmen. Ahí, en la conciencia, dentro, en la interioridad está Dios, su Palabra, su misterio. En la conciencia es donde está incrustada la ley divina. Por eso la conciencia es la ley suprema. Es nuestra inteligencia y Sabiduría. La Palabra interiorizada es luz y fuerza. Es la huella de Dios. Por eso “No añadir nada a lo que os mando” Es suficiente. Porque es Palabra de vida eterna. Dichoso el que la escucha y pone en práctica.
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Domingo XXII del Tiempo Ordinario
01 septiembre 2024
Mc 7, 1-8.14-15.21-23
En un libro reciente (“Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío”), el biólogo y neurocientífico Robert Sapolsky afirma que, frente a la idea generalizada de que creer en un dios es esencial para la moralidad, “la creencia o no en el libre albedrío no tiene ningún efecto consistente sobre el comportamiento ético… Todo es más complejo” (p.331). Y ante la pregunta sobre por qué en todas las encuestas aparece que las personas religiosas manifiestan tener unos estándares éticos más elevados, escribe algo que estaría en línea con la denuncia de Jesús: una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace. Lo que tales estudios demoscópicos demuestran es que “las personas religiosas se preocupan más por dar una buena impresión que los ateos” (p.338). Porque en esos grupos, de manera particular, se ha asumido la importancia de “mantener una buena reputación moral”, que busca, en realidad, “ser socialmente deseable”.
Todo lo humano es, efectivamente, más complejo de lo que parece a primera vista. Como acertadamente denuncia Jesús, el culto puede estar vacío y la doctrina puede no ser sino un conjunto de preceptos humanos, llegando al extremo de buscar mantener, por encima de todo, “la tradición”.
Frente a debates estériles y a formulismos vacíos, Jesús remite al “corazón”, es decir, al centro de la persona, a ese lugar de honestidad, integridad, amor y respeto que, pese a todo, sigue habitando en todo ser humano.
Solo ese lugar nos centra, nos sostiene, nos fortalece y nos moviliza para entregarnos a los demás. Es, a la vez y sin dicotomías, un lugar de humildad y de dignidad, de paz y de acción, de serenidad y de coraje, de aceptación y de compromiso.
Frente a tanta crispación -de un lado y de otro-, a tanto exabrupto y, sobre todo, a tanta injusticia estructural, necesitamos encontrar con urgencia ese lugar -el “corazón”, la “casa” compartida- donde nos sabemos uno, pasando así de una errónea y funesta consciencia de separatividad a la consciencia de unidad.
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Del blog de Tomás Muro, La Verdad es Libre:
01.- Escucha Israel
Las dos lecturas de hoy nos hablan de una actitud clásica y valiosa en el pensamiento bíblico: Escucha Israel.
Se refiere a escuchar la voz de Dios, la voz de la ultimidad, la voz de la conciencia
El ser humano es quien en la historia presta atención, escucha, la voz de la vida, de la propia conciencia, de la solidaridad, de los que sufren. Algo de todo eso es la voz de Dios. Escucha y atiende a razones.
Escuchar no es meramente oír, sino que la escucha es prestar atención a la vida, a los demás, a la conciencia, a Dios. El oído es un órgano físico, la escucha es una actitud personal.
Como consecuencia de nuestro modernismo, fruto de la Ilustración (siglo XVIII) y de nuestra fe en el progreso hoy en día despreciamos el pasado. No tenemos raíces. Lo de ayer, lo antiguo es malo, lo mismo da que sea un ordenador, un coche, un pensamiento o una persona, si es vieja, mal asunto.
Pensamos que con nosotros, hoy, ha amanecido el bienestar, la verdad, la razón del universo.
Pero no es así.
La humanidad ha pensado y vivido desde hace miles de años.
Es una actitud sensata escuchar la voz que se nos ha transmitido, la voz de la experiencia, la voz de los pueblos, de la filosofía, de la cultura, la voz de la conciencia, la palabra de Dios.
Hace unas pocas semanas una chica fue madre joven. Al preguntarle si era un niño o niña la madre decía: no, ha nacido y cuando sea mayor decidirá su género.
¿No será conveniente acudir y escuchar los conceptos que en la historia se ha vertido sobre el individuo, sobre lo que es persona, sobre la corporeidad y el espíritu del ser humano, sobre quién dice, decide y con qué criterios la identidad de un ser humano?).
Por ejemplo: el profeta Isaías, Platón, S Tomás, Kant, K Rahner y tantos otros han pensado mucho y bien antes que nosotros.
El ser humano es quien en la historia presta atención, escucha, atiende la voz de la vida, de los que han pensado y piensan, la voz de los pobres y de los que sufren, la voz de la solidaridad, y algo de todo eso es la voz de Dios.
Quizás también nosotros pudiéramos decirnos a nosotros mismos: escucha y atiende a razones de la vida, de la historia y de Dios.
Decía el profesor jesuita René Latourelle (1918-2017) que: un presente que no tiene pasado, carece de futuro.
Escucha, Israel. Escuchemos lo que se dicho en la historia.
02.- La moralidad cristiana no consiste en el mero cumplimiento mecánico de la ley
Jesús nos remite a nuestra interioridad, a nuestro corazón. Un corazón y una mente limpios son el motor de una buena moral. Donde se ventila la personalidad humana es en el interior, no en la exterioridad.
El Señor Jesús dio importancia a jugar limpio en la vida: bienaventurados los limpios de corazón.
El bien y el mal no surgen de la mera confrontación matemática de un comportamiento con determinada ley eclesiástica o civil. El bien y el mal surgen de la intencionalidad del corazón humano.
No todo lo legal es moralmente bueno, ni todo lo ilegal es moralmente malo.
+ El sistema económico vigente en nuestra civilización es legal pero profundamente inmoral
+ Puede que la pena de muerte sea legal (al menos en determinados países y estados), pero es profundamente inmoral.
+ Recoger a los migrantes en el Mediterráneo es ilegal, pero profundamente moral y bueno. (Posiblemente el barco Aita-Mari se salte muchas leyes marítimas y políticas, pero lleva a cabo una labor muy humanitaria).
Desde JesuCristo y desde el humanismo es bueno o malo lo que sale del interior del ser humano, del corazón. La bondad y la maldad radican en la intencionalidad del corazón. El mero cumplimiento de la ley, el quedar bien, una moral de mínimos canónicos, todo eso es una búsqueda ansiosa de seguridad.
Del hecho de que una persona cumpliera con todas las normas y preceptos del Código de Derecho Canónico y de la liturgia no se concluiría que fuese cristiano.
03.- Jesús fue un ilegal.
Jesús -hombre libre y liberador- no tiene ningún reparo en saltarse todas las leyes habidas y por haber en aras de salvar una vida, una persona. De hecho Jesús transgredió muchas normas y muchas leyes de la cultura-religión en la que nació y vivió:
+ Respecto de la sangre: la hemorroisa se acerca a Jesús, (hemo: sangre / reo: fluir: perdía sangre, y a los judíos no les estaba permitido tocar sangre). El buen samaritano recoge al malherido en el camino
+ ¿A cuántos leprosos se acercó Jesús, los tocó y sanó? (Los leprosos eran seres marginados que no podían acercarse a la convivencia de la vida normal).
+ Jesús se acerca a ese mundo difícil de la epilepsia y enfermedades psíquicas. ¿Cuántos demonios echó Jesús y a cuántas personas rehabilitó?, (Los endemoniados vivían igualmente a las afueras, en los cementerios, etc.
+ Jesús se salta igualmente las prescripciones sobre la impureza de la muerte (Jesús está cerca de los que mueren a su alrededor: la hija de Jairo, Lázaro, etc.).
+ La mujer era menospreciada y postergada. Jesús no puso verjas de hierro para hablar con la samaritana (Jn 4), y es acusado de comer con toda clase de mujeres y pecadores, de tratar con samaritanos y paganos, extranjeros.
La moralidad, como la persona, no están en la ley, sino en el corazón. Lo que salva es el evangelio, no el Derecho Canónico.
04.- La moral del derecho canónico
La moral católica ha quedado reducida a unas rebajas legalistas. Es bueno o malo lo que se hace conforme a Derecho.
A muchos católicos les gustaría y les parecería bien, incluso sería signo de progresismo, que el papa y la Iglesia suprimieran la obligación de ir a Misa, permitiera los anticonceptivos, admitiera el divorcio y tres o cuatro cosas más, con lo cual seríamos el “no va más” de modernidad moral. Todo eso es tan estúpido como que una persona con infarto se sienta feliz porque el médico le ha dado permiso para fumar.
En el fondo todos se mueven en la misma longitud de onda de los judaizantes y el legalismo: entre lo permitido y lo prohibido. Sin embargo el corazón y el pensamiento van por otros derroteros: por los derroteros del corazón humano, de la confianza, la gracia y la libertad.
La ley pretende asegurar la salvación sin lograrlo, la ley mata. La confianza, la gracia crea personas libres, la gracia, la bondad, salvan.
05.- Vivir desde la bondad.
Jesús nos llama a vivir desde la bondad que brota del interior del corazón del ser humano, desde la honradez, etc. Nos llama a jugar limpio en la vida: bienaventurados los limpios de corazón…
En la vida social, política, eclesiástica vivimos manejando criterios de ideología, de poder, de competencia, de economía, a veces de amiguismos, etc., pero no vivimos desde la bondad.
Quizás nosotros mismos no apreciamos mucho la bondad. A la hora de elegir y nombrar a un presidente, a un obispo, un superior o superiora no pensamos en si es bondadosa o, como solemos decir familiarmente, si es “buena gente”. Nos interesa más si es de mi manera de pensar, de mi ideología, si sabe mandar (poder).
Sin embargo cuánto bien hacen una persona bondadosa: un cura bondadoso, un maestro paciente, un médico comprensivo, un obispo misericordioso…
Cultivar la bondad en nuestro interior nos ayuda a vivir en paz, con la conciencia tranquila, en una alegría profunda aun en medio de las dificultades y de las incomprensiones. La bondad no es debilidad, sino fuerza, capaz de renunciar a la venganza»
La bondad hace bien al que la tiene y a quienes la reciben
06.- Ama y haz lo que quieras. vivir desde la bondad: ser buena gente.
Ama y haz lo que quieras decía San Agustín. Podríamos darle la vuelta a este principio y aplicarnos a nuestra vida: Ama y lo que quieras, hazlo, y no tengas miedo.
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Comentario al evangelio del domingo XXII del Tiempo Ordinario 1-09-2024
Jesús discute con los fariseos porque están apegados a preceptos que son tradiciones humanas, no preceptos divinos.
También en estos tiempos Jesús nos podría llamar a nosotros “hipócritas”, cada vez que anteponemos el culto a la vida, los preceptos al amor, las normas a las condiciones reales de la existencia
No es el apego a las normas lo que nos da más santidad y cercanía de Dios. Es el amor, vivido y practicado con todo el corazón lo que nos permite la comunión con nuestro Dios
Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir, no lavadas, -es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas-. Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: ¿por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras? El les dijo: Bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, según está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres”. Dejando el precepto de Dios, se aferran a la tradición de los hombres.
Llamó otra vez a la gente y les dijo: óiganme todos y entiendan. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre. (Mc 7, 1-8.14-15.21-23)
Las semanas pasadas veníamos con los textos de Juan que se referían de diversas maneras al pan de vida, a la Eucaristía. Este domingo volvemos a retomar la lectura del evangelio de Marcos y se nos presenta a Jesús discutiendo con los fariseos. La escena es muy clara. Los fariseos cumplen estrictamente la pureza ritual y critican a los discípulos de Jesús porque no cumplen esos preceptos que, los fariseos, consideran una tradición heredada de sus antepasados. Cabe hacer algunas aclaraciones. Al hablar de pureza no se refiere a suciedad o al pecado, o sea con una connotación moral, sino a la pureza ritual, es decir la preparación que debe realizarse para ejercer el culto. En realidad, los que debían practicar dicha pureza eran los sacerdotes porque iban al templo a hacer los sacrificios. No podían contaminarse, por ejemplo, con la sangre, o con tocar un cadáver o con las relaciones sexuales. Recordemos la parábola del buen samaritano que tanto el sacerdote como el levita no se detienen ante el caído en el camino porque van hacia el templo. Haberse detenido para ayudar al hombre asaltado por los ladrones, hubiera sido motivo de impureza, incapacitándolos para el culto. Hemos de recordar también que el agua era escasa, traer un cántaro para hacer los baños rituales no era tan sencillo, es decir, muchas veces las condiciones externas impedían cumplir con la pureza ritual, de ahí, que el énfasis no podía estar en las normas sino en la realidad vital de aquellos pobladores.
Pero este texto, no se refiere a los sacerdotes que estaban obligados a tal pureza ritual, sino a los fariseos que habían incorporado, dichos preceptos, a su vida cotidiana y es con ellos con quienes Jesús discute. La respuesta de Jesús ante la interpelación de los fariseos, en primer lugar, es dura. Les dice: “hipócritas”. Es la única vez que el evangelio de Marcos utiliza este término contra los fariseos. Lucas lo utiliza 4 veces y Mateo 15 veces.
Al decirles hipócritas se remite a un texto del profeta Isaías que se refiere al culto vacío, lleno de ritos y preceptos y no de una adhesión de corazón al Señor. Y dice explícitamente: estas son tradiciones de hombres no preceptos divinos. Y para que entiendan con más profundidad, continúa afirmando que nada de lo externo puede hacer impura a la persona, sino que es del corazón humano que salen las malas intenciones. Termina el texto, señalando un “catálogo de vicios” o lista de pecados, mostrando aquellas actitudes que en ese contexto se ven como un mal comportamiento de los creyentes.
Este texto no necesita demasiada explicación porque también en estos tiempos Jesús nos podría llamar a nosotros “hipócritas”, cada vez que anteponemos el culto a la vida, los preceptos al amor, las normas a las condiciones reales de la existencia. Y, es que, en estos tiempos, en algunos sectores eclesiásticos se enfatiza en lo ritual, se implementan normas, símbolos, costumbres que nada tienen que ver con el evangelio -por muy valiosas que en algún momento de la historia hayan podido ser ciertas formas- y se pone en el cumplimiento de esas tradiciones la razón de ser de la fe que se profesa.
Nunca los signos externos pueden estar por encima del amor a los semejantes. Además de que cada signo responde a su tiempo y la actualización y adaptación al presente no es algo superfluo sino exigencia para mantener la vitalidad de nuestra fe. No es el apego a las normas lo que nos da más santidad y cercanía de Dios. Es el amor, vivido y practicado con todo el corazón lo que nos permite la comunión con nuestro Dios, la vida creyente que fructifica para el bien de la humanidad.
(Foto tomada de: https://www.tendencias21.es/crist/Jesus-y-el-fariseismo-y-VI-Educacion-de-Jesus_a2187.html)
Comentarios desactivados en “Indiferencia progresiva”. 22 Tiempo Ordinario – B (Marcos 7,1-8.14-15.21-23)
La crisis religiosa se va decantando poco a poco hacia la indiferencia. De ordinario no se puede hablar propiamente de ateísmo, ni siquiera de agnosticismo. Lo que mejor define la postura de muchos es una indiferencia religiosa donde ya no hay preguntas ni dudas ni crisis.
No es fácil describir esta indiferencia. Lo primero que se observa es una ausencia de inquietud religiosa. Dios no interesa. La persona vive en la despreocupación, sin nostalgias ni horizonte religioso alguno. No se trata de una ideología. Es, más bien, una «atmósfera envolvente» donde la relación con Dios queda diluida.
Hay diversos tipos de indiferencia. Algunos viven en estos momentos un alejamiento progresivo; son personas que se van distanciando cada vez más de la fe, cortan lazos con lo religioso, se alejan de la práctica; poco a poco Dios se va apagando en sus conciencias. Otros viven sencillamente absorbidos por las cosas de cada día; nunca se han interesado mucho por Dios; probablemente recibieron una educación religiosa débil y deficiente; hoy viven olvidados de todo.
En algunos, la indiferencia es fruto de un conflicto religioso vivido a veces en secreto; han sufrido miedos o experiencias frustrantes; no guardan buen recuerdo de lo que vivieron de niños o de adolescentes; no quieren oír hablar de Dios, pues les hace daño; se defienden olvidándolo.
La indiferencia de otros es más bien resultado de circunstancias diversas. Salieron del pequeño pueblo y hoy viven de manera diferente en un ambiente urbano; se casaron con alguien poco sensible a lo religioso y han cambiado de costumbres; se han separado de su primer cónyuge y viven una situación de pareja no «bendecida» por la Iglesia. No es que estas personas hayan tomado la decisión de abandonar a Dios, pero de hecho su vida se va alejando de él.
Hay todavía otro tipo de indiferencia encubierta por la piedad religiosa. Es la indiferencia de quienes se han acostumbrado a vivir la religión como una «práctica externa» o una «tradición rutinaria». Todos hemos de escuchar la queja de Dios. Nos la recuerda Jesús con palabras tomadas del profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí».
Comentarios desactivados en “Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”. Domingo 29 de agosto de 2021. Domingo 22º ordinario
De Koinonia:
Deuteronomio 4, 1-2. 6-8. No añadáis nada a lo que os mando. . ., así cumpliréis los preceptos del Señor. Salmo responsorial: 14: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?. Santiago 1, 17-18. 21b-22.27: Llevad a la práctica la palabra. Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23:Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
Es antigua la tentación de considerar que lo esencial de una religión está en el cumplimiento de formalidades rituales, y no en la asunción de sus principios vitales. También esta tentación acompañó al «pueblo de Dios» de Israel -como a muchos otros «Pueblos de Dios»-, desde tiempos inmemoriales. Hoy, si alguna persona se atreve a cuestionar, aunque sea indirectamente, ciertos lastres históricos y a proponer alternativas coherentes con el evangelio, en poco tiempo es tachada de «desviarse de la auténtica doctrina». Sin embargo, como nos recuerda el Salmo, no son los muchos ornamentos ni el boato de las celebraciones lo que nos eleva a Dios, sino la justicia, la honestidad, la recta intención y el respeto. Anunciar la justicia y vivirla en el día a día constituye la exigencia fundamental de las Escrituras judeocristianas –y en esto coinciden con tantas otras Escrituras-. Los rituales, las prescripciones, las ceremonias… nos pueden ayudar a continuar por el camino de Dios, pero no pueden sustituirlo. Por esta razón, la exhortación que Moisés dirige a su pueblo se centra en la necesidad que tiene el pueblo de Dios de hacer una clara opción por el Dios de la libertad y de la justicia que los ha sacado de Egipto. De lo contrario, el sueño de la «tierra prometida» se puede convertir en una cruel pesadilla.
Los primeros cristianos experimentaron en carne propia la amenaza del formalismo y el ritualismo. Después de un tiempo de dedicación y fervor por la misión, los ánimos comenzaron a ceder y la comunidad se vio rápidamente atraída por las relaciones puramente funcionales y formales. De este modo se perdía la fraternidad que les daba identidad y coherencia.
La carta de Santiago nos pone en guardia contra una religión que no encarne los valores del Evangelio. La palabra escuchada en la Sagrada Escritura debe ser discernida según el Espíritu para vivirla dócilmente en la vida cotidiana. El cristianismo no es una formalidad social que cumplir, ni un ritual más en las prácticas piadosas de una cultura. El cristianismo se manifiesta como una opción vital que requiere del compromiso íntegro de la persona. La comunidad de creyentes es el espacio ideal para que la persona realice su opción y viva, en compañía de otros hermanos y hermanas, el llamado de Jesús.
Aunque el libro del Deuteronomio -que Jesús sigue muy de cerca- propone como religión una serie de principios éticos orientados a crear lazos de solidaridad, equidad y justicia; sin embargo, el judaísmo del primer siglo estaba más inclinado a valorar las formalidades. Lavarse o no lavarse la manos antes de ingerir alimentos había pasado de ser una norma elemental de higiene a convertirse en una norma que decidía quién era religioso y quién era un pecador. La tentación de canonizar los objetos, los rituales, los espacios y el tiempo le pueden hacer olvidar a la persona piadosa que la esencia de su relación con Dios no está en los protocolos culturales, sino en el respeto, la compasión y la misericordia.
Jesús nos invita a redescubrir la esencia del cristianismo en nuestra opción por construir la Utopía de Dios -lo que él llamaba en arameo «Malkuta Yavé», Reino de Dios- y por vivir de acuerdo con los principios del evangelio. Todas nuestras normas y protocolos están al servicio de una auténtica vivencia de sus enseñanzas. Nosotros no debemos renunciar a una vida auténtica y creativa para seguirlo a él. Todo lo contrario. Debemos recrear aquí ya ahora toda la novedad de su profecía y toda la radicalidad de su amor incondicional por los excluidos.
Conectado con todo este tema está aquel otro de «la letra y el espíritu»: la letra es el detalle de lo mandado, la prescripción, el rito, la acción concreta, la «verdad superficial» (Niels Bohr)… El espíritu es el sentido con el que ha sido concebida aquella práctica concreta, y la vivencia con la que debe ser vivida, la «verdad profunda» (Bohr). Por eso se dice que la letra (se entiende: la sola letra, o la letra sin espíritu, la verdad superficial) mata, mientras que el espíritu vivifica. La letra es medio, mientras que el espíritu es un fin. Éste puede darse aun sin aquélla, al margen o incluso «en contra» de ella: en efecto hay veces que, en circunstancias muy especiales, el espíritu de una ley o de una práctica ritual puede exigir hacer en aquella situación, «precisamente lo contrario» de lo que la letra prescribe. Esa flexibilidad, esa «libertad de espíritu» se exige a los cristianos, como a todo ser humano adulto y maduro.
Otro problema distinto –que no podemos abordar aquí, pero que sería bueno no dejar de mantenerlo dentro del horizonte- es que la religiosidad actual se está transformando. Por su propia naturaleza, las «religiones» (llamamos así aquí, técnicamente, a «la forma que ha revestido la espiritualidad del ser humano a partir de su sedentarización neolítica», a partir de la revolución agraria, hace sólo unos pocos miles de años -porque antes había espiritualidad, pero no «religiones»), han tenido en los ritos, en las prácticas rituales, minuciosamente prescritas, un medio importantísimo de expresión, y un modo a la vez de control social. La religión, en las sociedades agrarias, ha sido el mejor y más potente vehículo de identidad de la sociedad, y de control por parte del poder, y han sido los ritos su expresión más visible.
Hoy estamos llegando precisamente al fin de la edad agraria (el neolítico), después de la revolución industrial y tecnológica, la mundialización plural, y el progresivo advenimiento de la sociedad del conocimiento. Las «religiones agrarias» -en aquel sentido técnico preciso- ya no tienen cabida. (Sí lo tiene, insuperablemente, la espiritualidad, la religiosidad profunda, más allá de sus concreción en las diferentes «religiones»). El ser humano post-agrario ya no puede aceptar su identidad ni puede aceptar un control por los vehículos «religionales» basados en «creencias» (en sentido también técnico). Obviamente, la espiritualidad del ser humano va a continuar, es inamisible. Pero lo que han sido técnicamente «las religiones agrarias», está muriendo, va a desaparecer, y es bueno que desaparezca, porque la humanidad está en otra etapa de su historia. Los ritos, las prácticas religiosas prescritas… son, por eso, en alguna sociedades actuales avanzadas, realidades «residuales», que desaparecen vertiginosamente. Si la Iglesia no acepta afrontar sin miedo estos planteamientos, lo único que hace es retrasar el reconocimiento de una enfermedad que no deja de socavarle sus entrañas en los millones de fieles que silenciosamente se van autoexiliando cada año, no sólo en las sociedades llamadas «avanzadas», sino también ya en América Latina. Fue en el año 2008 que comenzamos a conocer «apostasías» voluntarias de cristianos en algunos países de América Latina, un fenómeno absolutamente nuevo en su historia, pero un fenómeno significativo -y creciente- en el momento actual de la historia globalizada del mundo. Leer más…
Comentarios desactivados en Dom 22 TO, (Mc 7, 18-23). Amor mutuo, perdón de los pecados.
Del blog de Xabier Pikaza:
29.8.21: Mal supremo: trece pecados capitales (= mortales) (Mc 7, 18-23).
Los catecismos suelen poner siete pecados capitales (soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza), principio y compendio de todos los restantes. El evangelio de hoy presenta más bien trece, que podemos llamar “capitales” (cabeza de todos), pero también “mortales” (pues llevan en sí la muerte de la humanidad).
Estos trece pecados son de tipo personal (brotan de un mal corazón) y universal: Son los mismos para todos, hombres y mujeres, judíos o cristianos, musulmanes, creyentes o ateos. Son “capitales”, condensan el “capital” de maldad de la historia humana. Son “mortales”: Principio y clave de destrucción universal (infierno-muerte para todos).
Son pecados interiores, brotan de un mal corazón, siendo, al mismo tiempo, exteriores: Se expresan y encarnan en un tipo de social de vida pervertida, en una “humanidad de muerte”, que no es sólo de otros (como pueden ser los talibanes), sino de todos nosotros, como pecado original y final de la humanidad.
Así los presenta el evangelio de este domingo (Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23), que comento sólo en parte. Como verá el lector, presento de un modo más extenso los siete primeros pecados, resumiendo los seis restantes de un modo más esquemático. Al final condenso el sentido general de todos ellos, tal como han sido “superados” por Jesús.
| X. Pikaza
Mc 7, 21-23
¿No sabéis que nada que entra en el ser humano desde fuera puede mancharlo, 19 puesto que no entra en su corazón, sino en el vientre, y va a parar a la letrina – purificando así todos los alimentos-? 20 Y añadió: Lo que sale del hombre eso es lo que mancha al ser humano 21, pues de dentro, del corazón del hombre, las malas deliberaciones provienen: fornicaciones, robos, homicidios, 22 adulterios, codicias, perversidades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, soberbia e insensatez. 23 Todas estas maldades salen de dentro y manchan al ser humano.
Éste es un catálogo “clásico” de pecados o vicios, que se parece a otros catálogos judíos y cristianos (e incluso paganos) y que consta de trece “pecados”. Ha sido adaptado y precisado así por el evangelio de Marcos, condensando así el programa “mesiánico” de Jesús.
Significativamente, consta de un principio, formulado de manera general (malas deliberaciones), y de cuatro unidades de tres males cada una, de manera que podemos hablar de un mal fundante y de doce males concretos, que forman una masa de perversidad que proviene de dentro, pero que se expresa en el conjunto de la vida, de un modo social. [1].
1.Principio: deliberaciones malas (dialogismoi kakoi; 7, 21b).
Según Jesús, el origen de todo mal es un “pensamiento perverso”, en forma de cálculo negativo, como indica la misma formulación del texto, que presenta estas deliberaciones como fuente y compendio de los doce males que siguen. Ciertamente, en principio, las deliberaciones en sí mismas no son malas, pero el evangelio de Marcos tiende a interpretarlas de forma negativa, pues el origen de todo mal es un mal pensamiento Ellas no evocan simplemente un modo de pensar, sino un pensar con malicia, como ha destacado Pablo (cf. Flp 2, 14; Rom 1,21).
Marcos ha empleado ya esta palabra (dia-logismoi) en el texto del perdón del paralítico (2, 1-12), donde los escribas “deliberan” en contra del perdón de Jesús (2, 6-8), y volverá a emplearla cuando los discípulos de Jesús “deliberan” (8, 16) pensando que no tienen panes, y cuando sus adversarios deliberen/calculan (11, 31) sobre la forma de responderle.
Estas deliberaciones malas dejan al hombre en manos de su propio pensamiento calculador, egoísta, violento, al servicio de sí mismo (de sus intereses individuales o grupales). Conforme a esta visión, en el principio del “pecado” no se encuentra, sin más, el mal deseo, sino el mal pensamiento, un “logos” o palabra que se retuerce sobre sí misma calculando aquello que le conviene, de un modo egoísta. Lo contrario a estos dia-logismoi es la Palabra de vida que Jesús siembra, una palabra que se acoge en fe y se abre en amor a los demás. La base de la vida humana no es calcular pensando de un modo egoísta, sino “creer” para amar.
Ampliación. El primer pecado es el mal pensamiento, las deliberaciones que brotan del mal corazón, que busca razones para mantenerse en su egoísmo. En sí mismas, las deliberaciones no son malas (cf. Lc 24, 38), pero pueden pervertirse y se pervierten, convirtiéndose en un cálculo maligno y retorcido, del que nacen los restantes males, como sabe Pablo (cf. Rom 1, 21; 1 Cor 3, 20).
Hay, sin duda, un pensamiento bueno, pero la Biblia sabe que el hombre ha terminado encerrándose en la cueva de un pensamiento pervertido, simbolizado por la serpiente de Gen 3, 1-6 (y 4, 4-7), una cavilación contraria a Dios, es decir, al don de la vida, es decir, a la gratuidad..
Éste pecado es el mal pensamiento de aquellos que quieren justificarse a sí mismos, con largos discursos, mientras dejan que mueran otros a su lado, es la justificación de los que dicen (=decimos) que las cosas son así, que no pueden cambiarse, que no hay sitio para más, que cada uno se arregle como pueda.
Así hemos caído en la cárcel de nuestros malos pensamientos, de nuestras justificaciones… Nosotros, el pueblo de la “razón”, los europeos, nosotros los “monoteístas superiores” (judíos, cristianos, musulmanes) hemos terminado hundidos en el pozo de nuestra-sinrazón, con filosofías (ideologías económico-sociales) y justificaciones religiosas que acaban siendo mentira. En cárcel retorcida de nuestras cavilaciones nos auto-justificamos, mientras mueren a nuestra puerta a millones de personas.
De estos malos pensamientos (que son del mal corazón y la cabeza mala) brotan todos los restantes pecados, desde el homicidio hasta la blasfemia contra Dios.
Primera triada: fornicaciones, robos, homicidios (7, 21c). Las dos últimas “perversiones” de esta terna resultan claras: del mal pensamiento brotan robos y homicidios, como saben casi todos los tratados de moral, antiguos y modernos. Más complejo resulta el sentido de la primera perversión (porneiai, fornicaciones), que puede referirse a la incontinencia sexual, pero también a la idolatría, en sentido bíblico.
La fornicación original es el abandono de Dios, la adoración de los ídolos. Este segundo sentido parece aquí el más apropiado, pues del mal pensamiento proviene la fornicación-idolatría, que consiste en adorar a nuestros propios pensamientos/obras, en lugar de adorar a Dios. En esta línea se entienden los tres primeros males. Quizá podamos añadir que la idolatría aparece así como el primero de los males, es decir, como aquel principio malo que conduce al robo y al homicidio, tal como parece suponer Pablo en Rom 1, 18-32[2].
5-7. Segunda triada: adulterios, codicias, perversidades (7, 22a). Seguimos en la línea anterior, pasando del plano más externo (robo, homicidio) al más interno, que empieza expresándose en la destrucción de las relaciones personales más profundas (adulterio), para desembocar en la codicia o deseo de adquirir siempre más, de tenerlo todo, culminando en las perversidades (ponêriai) en conjunto, es decir, como deseo activo de destrucción de los otros. También estos tres males provienen del interior, pero son básicamente de tipo familiar y social, no en una línea de destrucción de la pureza religiosa en cuanto tal (en plano intimista y/o sacral), sino más bien, de destrucción de la vida en su conjunto (partiendo del adulterio o quiebra del amor).
(En la reflexión que sigue cambio el orden de los seis pecados de estas dos triadas, para ofrecer una mejor visión de conjunto, desde nuestra perspectiva moderna)
2. Homicidios (phonoi)
El primero de todos los pecados externos, objetivados de un modo social, es el homicidio, o quizá mejor el asesinato, justificar la muerte de los otros, como el mismo Mateo 5, 21 afirma en la primera de sus antítesis.
El asesinato en sí no es la raíz de todos los males (que sigue siendo el mal pensamiento del corazón pervertido), pero brota inmediatamente de esa raíz, como primera de todas las maldades destructoras de la historia humana, tanto en un plano judío como gentil, sin diferencias de naciones, pueblos o religiones. Del asesinato ha brotado y sigue brotando la mala historia de los hombres.
Del mal pensamiento se pasa pronto a la justificación del asesinato, y al asesinato mismo, como ha visto el comienzo del Génesis (Gen 2-4: paso de Adán/Eva a Caín), lo mismo que San Pablo en la carta a los Romanos (1, 18-32) y este pasaje del evangelio de Mateo, como puse de relieve en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 2015. Matar o dejar morir a millones de personas a la puerta de nuestra Casa Europa, ése el primero de los pecados concretos de nuestra historia. Ciertamente, somos capaces de justificar ese pecado, y así lo hacen políticos y economistas. En medio de un inmenso asesinato seguimos viviendo, no sólo en Afganistán, sino en el mundo entero.
3. Adulterios (moikheiai)
Tras asesinato se sitúa el adulterio, lo mismo que en las antítesis de Mt 5, 27-30, donde se habla ya de un “adulterio de corazón”, que brota del pensamiento pervertido de un hombre o mujer que ha perdido su brújula en la vida. Como el asesinato destruye la vida física y total, el adulterio destruye la vida social de una persona, destruyendo su identidad (cosa que, en principio, el Nuevo Testamento sigue mirando desde la perspectiva del varón, en la línea del Antiguo Testamento).
Entendido así, el adulterio no es simplemente la ruptura egoísta (¡a mala uva!) de la fidelidad concreta entre un hombre y una mujer que se han dado palabra de amor (¡eso es también!), sino el rechazo y ruptura de todas las fidelidades personales y sociales. En sentido bíblico, desde Oseas a Marcos, el adulterio es el rechazo de toda fidelidad, de todo vínculo personal y social.
Después de cinco domingos leyendo el evangelio de Juan, volvemos al de Marcos, base de este ciclo B. Durante un mes nos ha ocupado el tema de comer el pan de vida. Este domingo el problema no será comer el pan, sino comer con las manos sucias. Una pregunta malintencionada de los fariseos y de los doctores de la ley (los escribas) provoca la respuesta airada de Jesús, una enseñanza algo misteriosa a la gente, y la explicación posterior a los discípulos. El texto de la liturgia ha suprimido algunos versículos, empobreciendo la acusación de Jesús y uniendo lo que dice a la gente con la explicación a los discípulos.
La tradición de los mayores y el mandamiento de Dios (Marcos 7,1-8.14-15.21-23)
En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén, se acercaron a Jesús, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones de lavar vasos, jarras y ollas). Y los fariseos y los escribas le preguntaron:
-¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores, y comen el pan con manos impuras?
-Él les contestó:
-Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos». Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
Llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo:
-Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.
Antes de dar la palabra a los fariseos y escribas es interesante recordar lo que cuenta Marcos inmediatamente antes. Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús ha cruzado a la región de Genesaret, recorriendo pueblos, aldeas y campos, acogido con enorme entusiasmo por gente sencilla, que busca y encuentra en él la curación de sus enfermedades.
La intervención de los fariseos y escribas
De repente, el idilio se rompe con la llegada desde Jerusalén de fariseos (seglares super piadosos) y de algunos escribas (doctores de la ley de Moisés). No todos los escribas pertenecían al grupo fariseo, pero sí algunos de ellos, como aquí se advierte. Para ellos, lo importante es cumplir la voluntad de Dios, observando no solo los mandamientos, sino también las normas más pequeñas transmitidas por sus mayores. Lo esencial no es la misericordia, sino el cumplimiento estricto de lo que siempre se ha hecho. Por eso, no les conmueve que Jesús cure a un enfermo; pero les irrita que lo haga en sábado.
Con esta mentalidad, cuando se acercan al lugar donde está Jesús, advierten, escandalizados, que algunos de los discípulos están comiendo con las manos sucias. El lector moderno, instintivamente, se pone de su parte. Le parece lógico, incluso necesario, que una persona se lave las manos antes de comer, y que se lave la vajilla después de usarla. Es cuestión elemental de higiene. Sin embargo, aunque en su origen quizá también fuese cuestión de higiene entre los judíos, los grupos más estrictos terminaron convirtiéndola en una cuestión religiosa. Lo que está en juego es la pureza ritual. Por eso, los fariseos no se quejan de que los discípulos coman con las manos sucias, sino con las manos impuras, saltándose con ello la tradición de los mayores. Aunque el Antiguo Testamento contiene numerosas normas, algunas de carácter higiénico, nunca menciona la obligación de lavarse las manos, ni de lavar vasos, jarras y ollas; esto forma parte de «las tradiciones de los mayores», tan sagradas para los fariseos como las costumbres de la madre fundadora o del padre fundador para algunas congregaciones religiosas, o de cualquier minucia litúrgica para algunos ritualistas.
La respuesta airada de Jesús
La reacción de Jesús es durísima. Tras llamarlos hipócritas, les hace tres acusaciones: 1) su corazón está lejos de Dios; 2) enseñan como doctrina divina lo que son preceptos humanos; 3) dejan de observar los mandamientos de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres.
Estas acusaciones resultan durísimas a cualquier persona, pero especialmente a un fariseo, que desea con todas sus fuerzas estar cerca de Dios, agradarle cumpliendo su voluntad.
El problema, según Jesús, es que el fariseo termina dando a esas tradiciones más importancia que a los mandamientos de Dios. Incluso las utiliza para dejar de hacer lo que Dios quiere y quedarse con la conciencia tranquila. Para demostrarlo, Jesús cita un ejemplo que la liturgia ha suprimido. [También nuestro Señor ha sido víctima de la censura eclesiástica.] Dios ordena honrar a los padres, es decir, sustentarlos en caso de necesidad. Imaginemos un fariseo con suficientes bienes materiales. Puede atender a sus padres económicamente. Pero su comunidad le dice que esos bienes los declare qorbán, consagrados al Señor. A partir de ese momento, no puede emplearlos en beneficio de sus padres, pero sí de su grupo. «Y así invalidáis el precepto de Dios en nombre de vuestra tradición. Y de ésas hacéis otras muchas».
Un lector crítico podría acusar a Marcos de tratar un tema tan complejo de forma ligera y demagógica. Conociendo a los fariseos de aquel tiempo (bastante parecidos a los de ahora), la reacción de Jesús es comprensible y su acusación justificada. Sobre todo, para los primeros cristianos, que sufrían los continuos ataques de estos que presumían de religiosos.
Enseñanza a la gente
Como los fariseos y escribas no responden, aquí podría haber terminado todo. Sin embargo, Jesús aprovecha la ocasión para enseñar algo a la gente a propósito de la pureza e impureza: «Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace al hombre impuro.»
La explicación a los discípulos
No sabemos si Jesús se quedó contento con esta breve enseñanza. Lo que es seguro es que la gente no la entendió, y los discípulos tampoco. Por eso, cuando llegan a la casa (nuevo detalle suprimido por la liturgia), le preguntan qué ha querido decir. Y él responde que lo que entra por la boca no llega al corazón, sino al vientre, y termina en el retrete. Entra y sale sin contaminar a la persona. Lo que la contamina no es lo que entra en el vientre, sino lo que sale del corazón. Para aclararlo, enumera trece realidades que brotan del corazón. [Resulta raro que Marcos no cite catorce, número de plenitud (2 x 7), pero ningún asistente a misa va a notarlo, y el predicador probablemente tampoco].
Esta enseñanza de que el peligro no viene de fuera, sino de dentro, resultará a algunos muy discutible. ¿No vienen de fuera la pornografía, la droga, las invitaciones a la violencia terrorista? ¿No nos influyen de forma perniciosa el cine, la televisión, la literatura?
Lo anterior es cierto. Pero Jesús no entra en estas cuestiones, se refiere al caso concreto de los alimentos. Otra de las frases del evangelio suprimidas en la liturgia de hoy dice que Jesús, con su enseñanza de que lo que entra en el vientre no contamina al hombre, «declaró puros todos los alimentos». Por eso los cristianos podemos comer carne de cerdo, de liebre, de avestruz, gambas (camarones en ciertos países de América Latina), cigalas, langostinos y cualquier alimento que nos apetezca, según nuestra costumbre y nuestra economía. Un cambio revolucionario, porque todas las religiones obligan a observar una serie de normas dietéticas.
Por otra parte, aunque Jesús se centre en los alimentos, su enseñanza tiene un valor más general y desvela nuestra comodidad e hipocresía. El Papa Francisco habría caído en el error de los fariseos si hubiera culpado de la pederastia y los abusos sexuales en la Iglesia a los influjos externos, a la cultura del goce y del libertinaje. El mal no viene de fuera, sale de dentro. Y con el mismo criterio debe enjuiciar cada uno de nosotros su realidad. Nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos. No echemos la culpa a los demás.
Los mandamientos de Dios (Deuteronomio 4,1-2.6-8)
La importancia que concede Jesús a la ley de Dios frente a las tradiciones humanas ha animado a elegir este texto del Deuteronomio como paralelo al evangelio. Los responsables de la elección no han caído en la cuenta de un problema. Moisés ordena: «No añadiréis ni suprimiréis nada de las prescripciones que os doy». Jesús, sin embargo, añadió y suprimió. Por ejemplo, a propósito de los alimentos puros e impuros, como acabo de indicar; tanto el Levítico como el Deuteronomio contienen una extensa lista de animales impuros, que no se pueden comer (Lv 11; Dt 14,3-21). Esta primera lectura no debe interpretarse como una aceptación radical y absoluta de la ley mosaica, porque Jesús se encargó de interpretarla y modificarla.
Habló Moisés al pueblo diciendo:
-Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar. No añadáis nada a lo que yo os mando ni suprimáis nada; observaréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: «Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación» Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? Y ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy?
La religiosidad verdadera (Santiago 1,17-18.21-27)
Los cristianos tenemos el mismo peligro que los fariseos de engañarnos, dando más valor a cosas menos importantes. El final de esta breve lectura ofrece un ejemplo muy interesante. ¿En qué consiste la religión verdadera, la que agrada a Dios? ¿En oír misa diaria, rezar el rosario, hacer media hora de lectura espiritual? Eso es bueno. Pero lo más importante es preocuparse por las personas más necesitadas; el autor, siguiendo una antigua tradición, las simboliza en los huérfanos y las viudas. Cuando recordamos la parábola del Juicio Final («porque tuve hambre…») se advierte que el autor de esta carta piensa igual que Jesús.
Mis queridos hermanos: Todo buen regalo y todo don perfecto viene de arriba, procede del Padre de las luces, en el cual no hay alteración ni sombra de mutación. Por propia iniciativa nos engendró con la palabra de la verdad, para que seamos como una primicia de sus criaturas. Acoged con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en vosotros y es capaz de salvar vuestras vidas. Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos. La religiosidad auténtica a intachable a los ojos de Dios Padres es esta: atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo.
Lo que critica y pone de manifiesto Jesús en este fragmento del evangelio es el drama de todos los tiempos en toda religión. ¿Qué viene de Dios y qué son inventos humanos?
En nombre de Dios todas la religiones han hecho (¡y hacen!) verdaderas barbaridades. ¿Por qué? Porque convertimos el estrecho punto de vista humano en voluntad de Dios. Es lo que nos relata el Génesis muy al principio (Gn 3, 1-20). La persona humana desea arrebatarle el puesto a Dios.
¿Pecado?
Dios al crearnos nos ofrece ser UNO con él. El pecado de la humanidad es no conformarse con ser “igual a Dios” y querer ser Dios en exclusiva.
Y ese pecado marca toda la historia humana y cada historia personal. Ese pecado es el que nos lleva a la violencia de la división.
Los fariseos del tiempo de Jesús eran los oficialmente buenos, los que cumplían con las tradiciones y preceptos. Pero, claro, si ellos al “cumplir” eran los buenos, a la fuerza todos los demás quedaban convertidos en “malos”.
Todo aquello que nos lleva a ocupar lugares exclusivos hunde sus raíces en el mal. Cualquier cosa que nos lleve a creer que somos mejores que las demás personas es un poderoso engaño.
Si queremos ser imagen de Dios tenemos que buscar todo aquello que armoniza y une. Todo aquello que dentro de nuestra Iglesia Católica divide y excluye es contrario a Dios Trinidad que es pura relación en la diversidad.
Todos aquellos dogmas, preceptos, cánones o normas que dividen entre buenos y malos son hechura humana. Dios no nos ha creado enfrentados ni para el enfrentamiento. Nos ha creado diversos y para la armonía.
Entonces, ¿no valen los preceptos y las normas? Solo valen si te llevan a amar más a quienes son más diferentes a ti.
La puerta del Reino de los Cielos no se abre a patadas, ni con violencia. Tampoco se abre gracias a los méritos acumulados, ni está cerrada para quienes nos caen mal. La única llave que abre el Reino es el Amor.
El amor sale de dentro, del corazón, y al salir nos cura de “los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfrenos, envidia, difamación, orgullo, frivolidad”.
Oremos
Trinidad Santa, no nos dejes caer en la tentación de creernos mejores que las demás. Haz crecer en nosotras el amor que sana, que cura. Amén.
Comentarios desactivados en El pecado es consecuencia de una actitud interna deshumanizadora.
Mc 7, 1-23
Retomamos el evangelio de Marcos. Después de la multiplicación de los panes. Jesús se encuentra en los alrededores del lago de Genesaret, en la parte más alejada de Jerusalén, donde eran mucho menos estrictos a la hora de vigilar el cumplimiento de las normas de purificación. No se trata de una transgresión esporádica de los discípulos de Jesús. El problema lo suscitan los fariseos, llegados de Jerusalén, que venían precisamente a inspeccionar.
El texto contrapone la práctica de los discípulos con la enseñanza de los letrados y fariseos. Jesús se pone de parte de los discípulos, pero va mucho más lejos y nos advierte de que toda norma religiosa, escrita o no, tiene siempre un valor relativo. Cuando dice que nada que entra de fuera puede hacer al hombre impuro, está dejando muy claro que la voluntad de Dios no viene de fuera; solo se puede descubrir en el interior y está más allá de toda Ley.
La Ley y la tradición como norma, pero sin darle el valor absoluto que le daban los fariseos. Hoy sabemos que Dios no ha dado directamente ninguna norma. Dios no tiene una voluntad que pueda comunicarnos por medio del lenguaje, porque no tiene nada que decir ni nada que dar. La Escritura es una experiencia personal sancionada por la aceptación de un pueblo. Las experiencias del Éxodo las vivió el pueblo en el s. XIII a. de C., pero se pusieron por escrito a partir del VII. Los evangelios se escribieron 50 años después de morir Jesús.
Las normas que podemos meter en conceptos son preceptos humanos; no pueden tener valor absoluto. Un precepto, que fue adecuado para una época, puede perder su sentido en otra. Las normas morales tienen que estar cambiando siempre, porque el hombre va conociendo mejor su propio ser y la realidad en la que vive. El número de realidades que nos afectan está creciendo cada día. Las normas antiguas pueden no servir para resolver situaciones nuevas.
En todas las religiones las normas se dan en nombre de Dios. Esto tiene consecuencias desastrosas si no se entiende bien. Todas las leyes son humanas. Cuando esas normas surgen de una experiencia auténtica y profunda de lo que debe ser un ser humano y nos ayudan a conseguir nuestra plenitud, podemos llamarlas divinas. La voluntad de Dios no es más que nuestro propio ser en cuanto perfeccionable. Eso que puedo llegar a ser y aun no soy, es la voluntad de Dios. Dios es un ser simple que no tiene partes. Todo lo que tiene lo es, todo lo que hace lo es. No existe nada fuera de Él y nada puede darnos que no sea Él.
El precepto de lavarse las manos antes de comer, no era más que una norma elemental de higiene, para que las enfermedades infecciosas no hicieran estragos entre aquella población que vivía en contacto con la tierra y los animales. Si la prohibición no se hacía en nombre de Dios, nadie hubiera hecho puñetero caso. Esto no deja de tener su sentido. Si comer carne de cerdo producía la triquinosis, y por lo tanto la muerte, Dios no podía querer que comieras esa carne, y además si lo comías, te castigaba con la muerte.
Lo que critica Jesús no es la Ley sino la interpretación que hacían de ella. En nombre de esa Ley oprimían a la gente y le imponían verdaderas torturas con la promesa o la amenaza de que solo así, Dios estaría de su parte. Para ellos todas las normas tenían la misma importancia, porque su único valor era que estaban dadas por Dios. Esto es lo que Jesús no puede aceptar. Toda norma, tanto al ser formulada como al ser cumplida, tiene como fin el bien del hombre. No podemos poner por delante a Dios, porque el único bien es el hombre.
Las normas de la religión son normas en las que se recoge lo mejor de la experiencia humana, que buscan el bien del hombre. Los diez mandamientos intentan posibilitar la convivencia de una serie de tribus dispersas y con muy poca capacidad de hacer grupo. En aquella época, cada país, cada grupo, cada familia tenía su dios. Para hacer un pueblo unido, era imprescindible un dios único. De ahí los mandamientos de la primera tabla. Todos los de la segunda tabla van encaminados a hacer posible una convivencia, sin destruirse unos a otros.
La segunda enseñanza es consecuencia de ésta: No hay una esfera sagrada en la que Dios se mueve, y otra profana de la que Dios está ausente. En la realidad creada no existe nada impuro. Tampoco tiene sentido la distinción entre ser humano puro y ser humano impuro, a partir de situaciones ajenas a su voluntad. Por eso la pureza nunca puede ser consecuencia de prácticas rituales ni sacramentales. La única impureza que existe la pone una persona cuando busca su propio interés a costa de los demás.
Las tradiciones son la riqueza de un pueblo. Hay que valorarlas y respetarlas. La tradición es la cristalización de las experiencias ancestrales de los que nos han precedido. Sin esa experiencia acumulada, ninguno de nosotros hubiéramos alcanzado el nivel de humanidad que tenemos. No podemos dar valor absoluto a ese bagaje, porque lo convertiremos en un lastre que nos impide avanzar hacia mayor humanidad. En el instante en que nos impida ser más humanos, debemos abandonarla. “Dejáis a un lado la voluntad de Dios por aferraros a las tradiciones humanas”.
Todo el que dé leyes en nombre de Dios, os está engañando. La voluntad de Dios, o la encuentras dentro de ti, o no la encontrarás nunca. Lo que Dios quiere de ti está inscrito en tu mismo ser y en él tienes que descubrirlo. Es muy difícil entrar dentro de uno mismo y descubrir las exigencias de mi verdadero ser. Por eso hacemos muy bien en aprovechar la experiencia de otros seres humanos que se distinguieron por su vivencia y nos han trasmitido lo que descubrieron. Gracias a esos pioneros del Espíritu, la humanidad va avanzando.
Todo lo que nos enseñó Jesús fue manifestación de su ser más profundo. “Todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer”. Esa experiencia original hizo que muchas normas de su religión se tambaleasen. La Ley hay que cumplirla porque me lleva a la plenitud humana. Para los fariseos, el precepto hay que cumplirlo por ser precepto no porque ayude a ser humano. En la medida que hoy seguimos en esta postura “farisaica”, nos apartamos del evangelio.
El obrar sigue al ser, decían los escolásticos. Lo que haya dentro de ti es lo que se manifestará en tus obras. Es lo que sale de dentro lo que determina la calidad de una persona. Yo diría: lo que hay dentro de ti, aunque no salga, porque lo que sale puede ser una pura programación. Lo que comas te puede sentar bien o hacerte daño, pero no afecta a tu espíritu. La trampa está en confiar más en la práctica externa que en la actitud interna.
Meditación-contemplación
Todo culto que no proceda del corazón,
y no lleve a descubrir la cercanía de Dios, es inútil.
Los ritos, ceremonias, sacramentos y oraciones
son útiles en la medida que me llevan al interior de mí mismo,
y me hagan descubrir lo que Dios es en mí.
«¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de nuestros padres, sino que siempre comen el pan con manos impuras? … Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí… ”»
Llama la atención la respuesta violenta de Jesús a una pregunta que en principio parece inocua, pero la explicación es que ni los fariseos, ni los letrados ni Jesús están hablando de higiene ni de preceptos, sino del propio concepto de religión. Tampoco se trata de una discusión rabínica, erudita o intranscendente sobre religión, sino que está en juego el fondo mismo de su permanente enfrentamiento.
Los escribas y los fariseos defendían una religión que había producido una sociedad de desiguales; de gente predilecta de Dios y gente rechazada por Él. Que atribuía las desgracias que sufrían los pobres, los enfermos y marginados a sus propios pecados, añadiendo el vilipendio a su desdicha… Y todo ello en nombre de Dios…
El texto de Marcos nos plantea pues dos formas opuestas de entender la religión: la estéril —o perniciosa—, que pone la “ley de Dios” por encima de las personas, y la de Jesús, centrada en las personas… Como decía Ruiz de Galarreta: “El texto de hoy nos está planteando la oposición entre la religión de Jesús y la que mató a Jesús”. Esta dicotomía en la forma de entender la religión se da en todas las épocas y culturas de la historia, y por ello la religión ha dado lugar a lo mejor y a lo peor de la humanidad.
Hoy tenemos tendencia a confundir el concepto “religión” con lo que en realidad son sus perversiones, y de ahí el desprestigio que sufre el término. Y es cierto que existe una “religión” del poder y la opresión, pero existe otra del servicio, y solo esta última merece tal nombre. Vamos a referirnos brevemente a esta religión de verdad.
El fin último del ser humano es la felicidad. Consciente o inconscientemente, la buscamos sin cesar en cada instante de nuestra vida y la esperamos para después de la muerte. Si entendemos la felicidad como plenitud del alma (del ánimo) —y no como simple goce o contento—, llegaremos a la conclusión de que es inalcanzable si nuestra vida carece de un sentido claro y a la altura de nuestra auténtica esencia, y es aquí donde entroncamos con la religión; porque una religión es en realidad un cauce para encontrar en Dios el sentido de la vida.
¿Pero cuál es nuestra esencia?… Quizá lo que mejor defina la esencia de lo humano sea la “humanidad”, es decir, esa facultad de sentir cariño por la gente, de conmovernos con quienes sufren, de sentirnos unidos a ellos, de no permanecer indiferentes e inactivos ante su desgracia… Y si ésa es nuestra esencia, cualquier actitud vital que genere humanidad será portadora de sentido —y por tanto de felicidad—, y cualquiera otra que no lo haga, provocará un vacío imposible de llenar con actividades mundanas o con prácticas religiosas.
Y es significativo, y reconfortante, saber que el núcleo de la religión del servicio que nos propone el evangelio es precisamente la “humanidad”, es decir, lo más íntimo y definitorio de nuestro ser.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
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