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Palabra clave: ‘José María Castillo’

“José María Castillo: Humanizar a Dios y a Jesús de Nazaret“, por Juan José Tamayo.

Viernes, 24 de noviembre de 2023
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“Con su fallecimiento, la teología española vive una profunda experiencia de orfandad”

“Con el fallecimiento de José María Castillo en Granada a los 94 años el 12 de noviembre la teología española vive una profunda experiencia de orfandad”

“Él me introdujo en la teología crítica y me ayudó a descubrir el sentido comunitario del cristianismo. Años después fuimos entrañables amigos y colegas durante más de cuarenta años en la Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII”

“Su larga vida ha sido un permanente ejercicio de pensamiento crítico y liberador que le supuso no pocas censuras y “maltratos” de parte de la jerarquía eclesiástica como la expulsión de la cátedra de la Facultad de Teología de Granada y la censura de varios de sus libros”

“Se mostraba en plena sintonía con Francisco en su crítica del clericalismo. En el terreno teológico hizo contribuciones luminosas que resumo en estas cuatro: la humanización de Dios, la humanidad de Jesús de Nazaret, el declive de la religión y el futuro del Evangelio”

“Pues bien, la humanización de Dios y la humanidad de Jesús de Nazaret conducen derechamente a humanizar la teología: tarea que llevó a cabo ejemplarmente José María Castillo”

Con el fallecimiento de José María Castillo en Granada a los 94 años el 12 de noviembre la teología española vive una profunda experiencia de orfandad ya que desde principios de los sesenta del siglo pasado hasta su muerte ha sido uno de los teólogos más creativos e influyentes en el cristianismo español y latinoamericano.

Una orfandad que estoy viviendo en primera persona ya que fue profesor mío, y ciertamente uno de las más queridos, en la licenciatura de teología en la Universidad Pontificia de Comillas, ya con sede en Madrid, a principios de los setenta del siglo XX. Élme introdujo en la teología crítica y me ayudó a descubrir el sentido comunitario del cristianismo. Años después fuimos entrañables amigos y colegas durante más de cuarenta años en la Asociación de Teólogas y Teólogos Juan XXIII, de la que él era cofundador, vicepresidente y uno de sus miembros más activos hasta pocos días antes de su muerte. Participamos juntos en numerosos encuentros y congresos y en 2005 publicamos en Trotta el libro Iglesia y sociedad en España.

Durante cincuenta años fue miembro de la Compañía de Jesús, que abandonó a punto de cumplir los 80 en un gesto de coherencia intelectual y en un ejercicio de libertad pensamiento y de conciencia. Se doctoró en teología en Roma durante la celebración del Concilio Vaticano II, que dejó una profunda impronta en su vida y en su teología. Fue profesor en la Universidad Gregoriana de Roma, la Universidad Pontificia de Comillas, la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), de San Salvador (El Salvador), y la Facultad de Teología de Granada de la que fue expulsadojunto con su compañero Juan Antonio Estrada.

Su larga vida ha sido un permanente ejercicio de pensamiento crítico y liberadorque le supuso no pocas censuras y “maltratos” de parte de la jerarquía eclesiástica como la expulsión de la cátedra a la que acabo de referirme y la censura de varios de sus libros.

En su obra Memorias. Vida y pensamiento ofrece lúcidas reflexiones sobre sus experiencias vitales e intelectuales y sus vivencias políticas, sociales y religiosas en los diferentes momentos de la historia de España que le tocó vivir: la dictadura de Primo de Rivera, la II República, la larga dictadura franquista y los años cuarenta y cinco años de recuperación de la democracia. En las Memorias hace también un pormenizado, riguroso y ameno recorrido por la historia de la Iglesia católica bajo los ocho Papas que conoció: Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, quien lo recibió en el Vaticano y le confesó que leía sus libros.

“En su obra Memorias. Vida y pensamiento ofrece lúcidas reflexiones sobre sus experiencias vitales e intelectuales y sus vivencias políticas, sociales y religiosas en los diferentes momentos de la historia de España que le tocó vivir”

 IMG_1336Se mostraba en plena sintonía con Francisco en su crítica del clericalismo. Llamó la atención sobre la contradicción y la incoherencia en las que vive instalada buena parte de la jerarquía católica pues, afirma, “enseña lo contrario de lo que vive” y no respeta los derechos humanos en el seno de la institución eclesiástica.

En el terreno teológico hizo contribuciones luminosas que resumo en estas cuatro: la humanización de Dios, la humanidad de Jesús de Nazaret, el declive de la religión y el futuro del Evangelio.

Dirigentes religiosos y expertos en lo sagrado han deshumanizado a Dios y lo han presentado como autoritario, violento. justiciero, vengativo, imágenes todas ellas que están grabadas en el imaginario social de creyentes y no creyentes, y que llevan a alejarse de él e incluso a negarlo. Como respuesta a tamaño falseamiento, Castillo cree que la principal y más original aportación del cristianismo a las tradiciones religiosas de la humanidad es que Dios se humaniza en Jesús de Nazaret y el Trascendente se hace presente en la inmanencia. Pero no se encarna en lo religioso o lo sagrado, sino en lo humano, que lleva a luchar contra toda forma de deshumanización en el mundo.

Para demostrarlo hace un recorrido por algunas de las mejores tradiciones teológicas y místicas del cristianismo, desde Pablo de Tarso y su teología del “vaciamiento” de Dios hasta Rahner y Paul Tillich. Se detiene de manera especial en San Juan de la Cruz, que escribió un bellísimo poema sobre Dios sin citar ni una sola vez a Dios: el Cántico espiritual, basado varios libros de la Biblia hebrea, especialmente el Cantar de los cantares, que la gran especialista en la mística del Siglo de Oro español, Lola Josa, define como “despatriarcalizante” como lo es igualmente el Cántico. Castillo se refiere también al Maestro Eckhart, quien escribió: “Por eso le pido a Dios que me libre de Dios” y Dorothee Sölle lo reformula pidiendo a Dios que la libere del “Dios del patriarcado”.

La apología de lo divino ha llevado con frecuencia a las religiones a minusvalorar, e incluso a negar, lo humano. La religión ha caminado con frecuencia en dirección contraria a lo humano hasta el punto de que hay personas muy religiosas que tienen comportamientos rayanos en lo inhumano. Algo similar sucedió en la historia del cristianismo y en la teología cristiana con la persona de Jesús de Nazaret, de quien se aceptó sin dificultad su divinidad y se puso entre paréntesis y se cuestionó su humanidad. Castillo cree que tal planteamiento constituye una grave desviación de la relación entre lo humano y lo divino y un desenfoque en la relación entre la divinidad y la humanidad del fundador del cristianismo. Como respuesta afirma que solo se llega a alcanzar la plenitud de lo divino consiguiendo la plenitud de lo humano y que solo podemos pensar a Dios, acceder a él y encontrarnos con él desde nuestra humanidad. Esa fue la experiencia de Jesús de Nazaret y el camino que trazó a sus seguidores: encontrar a Dios en todos y cada uno de los seres humanos. El centro del cristianismo es Jesús de Nazaret que, a su juicio, no es propiedad exclusiva del cristianismo, y menos de la Iglesia, sino que puede ser considerado “patrimonio de la humanidad”.

Solo se llega a alcanzar la plenitud de lo divino consiguiendo la plenitud de lo humano y que solo podemos pensar a Dios, acceder a él y encontrarnos con él desde nuestra humanidad”

Pues bien, la humanización de Dios y la humanidad de Jesús de Nazaret conducen derechamente a humanizar la teología: tarea que llevó a cabo ejemplarmente José María Castillo.

Su extenso y profundo legado teológico encuentra el mejor resumen en su último libro Declive de la religión y futuro del Evangelio, cuya tesis es que desde el siglo III de la era común la Iglesia concedió más importancia a la religión y al dogma que al Evangelio, que es Buena Noticia de la liberación de las personas y los colectivos empobrecidos y la Carta magna del cristianismo.

Sus opciones radicales

Junto a su extenso y original legado teológico, Castillo nos deja unas opciones radicales a las que nunca renunció: el seguimiento de Jesús y el proseguimiento de su causa, frente a la obediencia al Código de Derecho Canónico; la espiritualidad liberadora para gente insatisfecha, incluidas las personas no creyentes, frente a la ascética mortificadora del cuerpo; el compromiso social en los lugares de marginación, frente a la cómoda instalación en el sistema; la teología popular (no populista), vinculada a las comunidades de base y elaborada desde el dolor y el sufrimiento de las víctimas, frente a la teología sin compasión ni entrañas de misericordia; la conciencia crítica frente al sometimiento clerical a la institución eclesiástica; la libertad de conciencia, frente a la obediencia ciega al magisterio eclesiástico; la opción ético-evangélica por las personas y los sectores más vulnerables de la sociedad, frente al interclasismo que termina privilegiando a las clases acomodadas; la defensa de los derechos humanos en la Iglesia y en la sociedad, frente a su sistemática transgresión por aquellos organismos nacionales e internacionales cuya misión es velar por su práctica, sobre todo en favor de aquellas personas, pueblos y grupos humanos a quienes se les niega, y por el Código de Derecho Canónico, que no respeta la división de poderes, ni practica la democracia, ni, en con secuencia, respeta los derechos humanos y las libertades de los cristianos y las cristianas.

Termino esta semblanza con una deliciosa anécdota que cuenta de su madre en sus Memorias. A propósito de una pregunta que le hizo de pequeño Pepe Castillo a su madre sobre el misterio de la Santísima Trinidad, ella le contestó: “Pepito, en eso no se piensa”. Durante sus noventa y cuatro años de vida seguro que Pepito habrá seguido otros sabios consejos de su madre, pero este ciertamente no, porque ha pensado, y mucho, sobre la Trinidad, pero no a través de los complejos e ininteligibles razonamientos de la vieja neoescolástica, sino como experiencia comunitaria y solidaria de Dios, sobre todo del Dios de Jesús de Nazaret, el Cristo liberador.

Fuente Religión Digital

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“José María Castillo, la fuerza profética de lo débil”, por Pedro Miguel Lamet

Miércoles, 15 de noviembre de 2023
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La Universidad de Granada despide a José María Castillo, “maestro de generaciones, ciudadano fiel a sus compromisos y amigo de tantos

Juan Cejudo: “Castillo nos ha iluminado con su teología abierta”

José María Castillo, el gran teólogo de la teología popular, por Julio Millán Medina

¿Qué hubiera dicho José María Castillo?, por Jesús Lozano Pino

Para ti, José María Castillo, por Faustino Vilabrille

Leído en su blog:

Ante la muerte de un teólogo del pueblo

Un pintor habría utilizado para retratarlo colores pálidos para trazar suavemente un rostro entre frágil e inteligente, solitario y cordial, humilde y respondón

Un rasgo de sus comienzos nos emociona especialmente, su confesión de que de niño fue pastor literal de ovejas

Sobre el sustrato de una psicología frágil y sensible, como él mismo confiesa que es la suya, eso ha supuesto tener que afrontar muchas noches oscuras, incomprensiones, soledad e incluso tener que superar en varias ocasiones la depresión

El motor de lo que hago y deseo seguir haciendo, hasta el final de mis días, es la experiencia de Jesús, el Señor de mi vida, tal como lo he encontrado en el Evangelio.”

Adolfo Nicolás, al despedirse, le dijo: “Reza mucho por la Iglesia; porque más bajo de lo que ha caído, ya no puede caer”

“Ahora, que hemos entrado, en picado, en la crisis de la Religión y de Dios, empezamos a tomar conciencia de que al Dios trascendente solamente podemos conocerlo en la humanización de Dios, tal como lo vemos y lo palpamos en el Evangelio, en la vida y en las obras de Jesús.”

Acaso nunca habría podido imaginar José María Castillo, como ha sucedido a otros teólogos oficialmente proscritos, que un papa llegara a leer sus libros, llamarle personalmente y revalidar su trabajo de conciencia profética en la Iglesia.

 A los noventa y cuatro años de edad, después de una vida llena de estudio, búsqueda de la verdad evangélica y profunda bondad, pero difícil y plagada de obstáculos, se nos ha ido en Granada el teólogo popular libre y disidente, pero profundamente cristiano, José María Castillo. Sus datos biográficos y obituario se encuentran ya en otros sentidos y lúcidos artículos de RD. (José Manuel VidalJesús Bastante, Xavier Pikaza).

En estos momentos, con el dolor de su pérdida, más que los datos fríos y académicos de su vida nos interesa su perfil humano e intelectual.  Un pintor habría utilizado para retratarlo colores pálidos para trazar suavemente un rostro entre frágil e inteligente, solitario y cordial, humilde y respondón. Pero esa es solo la apariencia. Pepe Castillo es mucho más. Pueblo pequeño, escasez de la Andalucía oprimida, guerra y posguerra, franquismo y transición; Trento y Vaticano II, le configuran como marco político y vital. Un rasgo de sus comienzos emociona especialmente, su confesión de que de niño fue pastor literal de ovejas. Cuenta que durante años le dio vergüenza relatar esta vivencia infantil. Pero no solo es hermosa esa conexión primitiva con la naturaleza y la imagen bíblica del pastoreo, sino que viene a simbolizar lo que va a ser el eje de toda su vida: la centralidad del Evangelio como columna vertebral de su actividad teológica.

 Un continuo salto de obstáculos

Como en una película hay secuencias que se alternan en su relato: el proceso de ir descubriendo al verdadero Dios contra la falsa religión en su hijo, Jesús de Nazaret, y, como en un salto continuado de obstáculos, superar los escollos que le irá poniendo la Iglesia institucional o real. Sobre el sustrato de una psicología frágil y sensible, como él mismo confiesa que es la suya, eso ha supuesto tener que afrontar muchas noches oscuras, incomprensiones, soledad e incluso tener que superar en varias ocasiones la depresión. Pero nunca ha claudicado en su lucha hasta alcanzar la libertad e incluso, en la medida que es posible en este mundo, la felicidad.

En este proceso ha estado muy presente la Compañía de Jesús. Yo creo que en cierto modo ser jesuita imprime carácter. Con sus defectos -entre ellos cierto orgullo corporativo-, la orden que fundó San Ignacio no deja indiferentes. De los muchos ex jesuitas que he conocido pocos no sienten cierta añoranza, y la mayoría asegura que la experiencia a fondo de los Ejercicios ha marcado para siempre su vida. Lo curioso de Castillo es que, a pesar de que abandona dos veces la Orden (la primera por enfermedad en el noviciado, la segunda por conflictos que el resume como “higiene mental”), mantendrá siempre un vínculo de gratitud y aprecio, tanto que le  dedica a la Compañía sus memorias y le atribuye muchos de sus logros de formación y vivencia.

Como novelista y biógrafo he llegado a la conclusión de que una de las cualidades más destacadas de la Compañía, sobre todo los últimos tiempos, es su flexibilidad y tolerancia para albergar entre sus filas hombres tan distintos como Teilhard de Chardin y Karl Rahner, Gerald M. Hopkins y Carlo María Martini, generales como Janssens y Arrupe, y entre los españoles singularidades tan acusadas como los padres Llanos y Díez-Alegría. De estos dos grandes hombres, como Castillo, libres, proféticos y rompedores, he escrito biografías documentadas. La de José María Díez-Alegría la titulé “Un jesuita sin papeles: la aventura de una conciencia”. Precisamente por su objeción de conciencia Alegría tuvo que abandonar legalmente la Orden, aunque el simpar Arrupe, entonces superior general, le permitió seguir viviendo como un jesuita más en casas de la Compañía. No sé de otro instituto eclesial que haya tenido un gesto de este calibre.

A este respecto Pepe Castillo me contó una anécdota muy repetida en su encuentro con el papa Francisco, cuando le invitó a una audiencia en Roma. Después de haberle hecho varias de esas llamadas telefónicas que suele hacer a algunas personas por sorpresa, el ex jesuita granadino le dijo al papa jesuita argentino: “Convénzase, santidad, los dos somos jesuitas sin papeles”, lo que desencadenó un torrente de risas en el Papa. Castillo resume así lo mejor que sacó de sus dos noviciados, lo que “hay en la base y fundamento de mi vida es una “experiencia-clave”, que se mantiene firme en mí, tal como yo la siento, la percibo y es el motor de lo que hago y deseo seguir haciendo, hasta el final de mis días. Es la experiencia de Jesús, el Señor de mi vida, tal como lo he encontrado en el Evangelio”.

Contradicciones de nuestra Iglesia

Otro punto es su experiencia humana e intelectual en los centros de estudio donde ha ejercido su profesorado como Córdoba, Granada, Roma, El Salvador y otros muchos lugares. De ello afirmaba: “Esta Iglesia, a la que tanto debo, es la Iglesia que vive en una enorme y palpable contradicción. Es la contradicción que consiste en que la Iglesia enseña (o pretende enseñar) exactamente lo contrario de lo que vive. Y es el “clero”, lo digo sin rodeos, el que lleva la batuta de esta enorme orquesta ruidosamente desafinada”. Particularmente sensible a las contradicciones, estas estallan en su vida cuando se le prohíbe enseñar en Granada y al mismo tiempo se le admite, e incluso se le anima, a hacerlo en la UCA de San Salvador. “¿En Granada yo era peligroso y en El Salvador no lo era? ¿Cómo se explica esta contradicción?”. ¡Por lo visto la razón formal es que la de Granada era facultad eclesiástica y la de San Salvador civil! Como si la verdad dependiera de etiquetas.

Pepe admiraba la libertad profética de Pedro Arrupe, que le trató con gran comprensión y delicadeza, o las confidencias de su sucesor en el generalato, Adolfo Nicolás, que al despedirse le dijo: “Reza mucho por la Iglesia; porque más bajo de lo que ha caído, ya no puede caer”. Castillo se atreve a decir que Wojtyla y Ratzinger, “aunque hombres muy distintos, cada uno a su manera, le dieron más importancia a la fiel observancia de la Religión que a la presencia del Evangelio en la vida de los individuos y de la sociedad”.

Sea como fuere la trayectoria teológica de Pepe Castillo, insuflada de una enorme cultura y cientos de libros asimilados y otros escritos por él, es una continua superación de censuras y de problemas de libertad de cátedra. Llega a afirmar que la Teología es “un saber sometido a censura”. Su clave para entenderla es la encarnación como humanización de Dios. Por eso afirma en una estrecha unión de inmanencia y trascendencia: Si luchamos en serio por ‘humanizar’ esta sociedad y este mundo, entonces y sólo entonces, podremos pensar en serio que estamos luchando por ‘divinizar’ nuestra existencia.  Para señalar lo que distingue a un cristiano del que no lo es, afirma que se produce cuando “sólo queda en pie el amor, la bondad y el comportamiento que cada cual ha tenido en su vida con sus semejantes”.

Solo queda el amor

Muy esclarecedor es cuando se pregunta por su identidad de los últimos años: “¿Laico o jesuita arrepentido?”. De pronto se descubrió viejo y libre por primera vez, en el sentido de no estar atado para realizar lo que uno quiere hacer. Esto le supuso vivir contrastes, como tropezarse con gente que le felicitaba  y otros le evitaban,  como aquel compañero que se escondía detrás de un libro para no saludarle. Pero lo mejor es su conclusión: “¿Laico o jesuita arrepentido? Ni lo uno ni lo otro. Yo quiero creer en Jesús, buscar – en Jesús – a Dios. Y para alcanzar mi búsqueda, hacer lo que hizo Dios. O mejor –para hablar con precisión– intentar hacerlo. Que es, ni más ni menos, hacer lo que hizo Dios: “encarnarse”. Es decir, “humanizarse”: “La Palabra se hizo carne”. Dios se “humanizó”. Siendo profundamente humanos, así es como encontramos a Dios.”  O lo que le dijo Adolfo Nicolás en Roma: “Me alegra que te hayas salido de los jesuitas. Porque te conozco. Y sé que, tal como piensas y te comunicas, tú no podías ser feliz en la Vida Religiosa. Y no olvides que venimos a este mundo para ser felices. No para vivir siempre contrariados”.

Castillo piensa que el problema del hombre es Dios, y solamente en el Evangelio en Jesús, algo que en su opinión la Iglesia ha olvidado, volvemos a la centralidad. “Hizo falta pasar por la crisis religiosa, que provocó la Ilustración, para darnos cuenta de que a Dios no lo conocemos. Y ahora, que hemos entrado, en picado, en la crisis de la Religión y de Dios, empezamos a tomar conciencia de que al Dios trascendente solamente podemos conocerlo en la humanización de Dios, tal como lo vemos y lo palpamos en el Evangelio, en la vida y en las obras de Jesús”. De ahí la importancia que el profesor Castillo concedía al Dios humanizado, que veía como única vía de hacer presente a Dios en nuestro lacerado mundo, y para la Iglesia que esté centrada en el Evangelio, porque “una Iglesia empeñada en observar fielmente la Religión es una institución que vive y comunica un Evangelio falsificado”.

Pepe ha declarado siempre su amor a la Iglesia, “pero precisamente porque la quiero tanto, por eso no me puedo callar lo que yo veo como el fenómeno de fondo que ha desquiciado lo que quiso Jesús, mi verdadero Señor, cuando se despojó de todo rango y dignidad, de toda posesión de bienes y grandeza”. Por eso la Iglesia no tiene futuro si no es desde el seguimiento de Jesús y recuperando como centro el Evangelio. En su opinión lo que la gente de hoy rechaza de la Iglesia no es la “maldad”, sino la “mentira”, la contradicción entre lo que predica y lo que vive, y será creíble cuando sea capaz de romper las fronteras discriminatorias entre el clero y el laicado, el hombre y la mujer, y no convierta los ritos en una forma de liberarse de los miedos o de enorgullecerse como el fariseo frente al pobre publicano.

Cuídelo, Margarita” (Papa Francisco)

Con este pensamiento la irrupción del papa Francisco en estos últimos años del teólogo Castillo ha sido capital. Pocos días antes de que Benedicto XVI presentara su dimisión, el padre Adolfo Nicolás le hizo esta confesión en Roma: “Ten en cuenta que la Iglesia lleva más de treinta años sin gobierno”. Y añadió: “Juan Pablo II se ha dedicado a viajar por el mundo. Y Benedicto XVI ha ocupado su tiempo leyendo libros de alta especulación filosófica y teológica, a lo que añade la música clásica, que le encanta”. ¿Quién gobernaba la Iglesia? Responde Nicolás: “Los cardenales, que presidían los distintos dicasterios de la Curia Romana. Cardenales que han gobernado en una auténtica lucha entre ellos. Y así está la Iglesia”. Pepe reconocía que el papa Francisco es muy sencillo, pero al mismo tiempo difícil de entender. Él lo cifra todo en su bondad, “la fuerza más poderosa que tiene el ser humano”, junto a la valentía al atreverse a denunciar los desafueros de la sociedad actual y la propia Iglesia.

Pero quizás lo más impresionante fue la manera que el papa Francisco tuvo de recibir a José María Castillo y a Margarita, en cuya casa vive actualmente el teólogo en compañía de los hijos de esta. No deja de ser sorprendente que todo un papa invite a un ex jesuita con su compañera a la eucaristía, que a ambos les dedique un rato para charlar, y que al despedirse le diga a esta señora: “Cuídelo, Margarita, la Iglesia lo necesita”. “Naturalmente -comenta Castillo-, aquello fue, no sólo anular lo que motivó mi salida de la Compañía de Jesús, sino sobre todo reconocer mi servicio a la Iglesia. Y mi utilidad en ella”. ¡Qué diferencia de los que le daban esquinazo cuando se lo encontraba en la calle por “haber colgado los hábitos”, como se decía antes”!

Acaso nunca habría podido imaginar José María Castillo, como ha sucedido a otros teólogos oficialmente proscritos, que un papa llegara a leer sus libros, llamarle personalmente y revalidar su trabajo de conciencia profética en la Iglesia.

Algunos, aun después de muerto, seguirán tachándole de radical, rebelde, herético y fracasado. Compañero tengo que lo ha calificado incluso de “loco”. No importa. También a algunos profetas que han permanecido dentro de la institución les ha pasado lo mismo. Recuerdo que el padre Arrupe se encontró en el servilletero del comedor de Loyola una nota en la que algunos compañeros inmovilistas le acusaba de que “un vasco fundó la Compañía y otro se la estaba cargando”, y nunca olvidaré la humildad con que, medio paralizado por el ictus, me decía en su cuarto de enfermo de sí mismo: “Pobre hombre, ya no sirvo para nada. Pero yo lo veía claro, teníamos que dar ese paso; era algo muy hermoso, era algo de Dios”. Se refería a la opción por la justicia de los jesuitas como una consecuencia vertebral de la fe. Hoy un centenar de miembros de la Compañía han dado la vida por esos valores. Vivió nueve años de martirio incruento e incomprensión. Hoy finalmente va camino a los altares. Como otros muchos que nunca obtendrán aureola y viven desde la fidelidad y el silencio su mejor contestación, ya que el trigo que se pudre en la tierra también es profecía. Tuve el privilegio de prologar sus memorias y presentar en Madrid su libro “Declive de la Religión y futuro del Evangelio. En esta última ocasión mostró una gran humildad cuando le señalé que hoy existe una mística popular o religión por libre buscadora de la verdad más allá del mensaje evangélico.

Las comparaciones son odiosas. Pero somos muchos los que hemos vivido la conculcación de derechos humanos como los de libertad de expresión, de investigación teológica o de cátedra en la Iglesia. Dicen algunos que es ahora cuando finalmente un papa, con las limitaciones de una institución que se mueve con pasos paquidérmicos, está empezando a aplicar el Concilio Vaticano II. Eso también se debe a muchos años de sufrimiento y represión orgánica que estamos superando gracias a testigos y voces proféticas como la de José María Castillo. También él nos ha dejado miles de páginas, escritas por cierto con un estilo popular, fluido y asequible, sobre la esperanza en el futuro, siempre que destaquemos como imprescindibles “la oración y el seguimiento de Jesús”. Se pueden resumir en su proyecto, que sintetiza en tres palabras: “creer en Jesús de Nazaret. Gracias, querido Pepe, sigue recordándonoslo, libre ya de ataduras, censuras y miopías, desde esa dimensión donde ahora vives la verdad, perdido en el mar de amor en que siempre creíste.

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Muere José María Castillo, el ‘padre’ de la Teología Popular

Domingo, 12 de noviembre de 2023
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jose-maria-castilloUna inmensa pena la que sentimos por el fallecimiento de un maestro cuyas reflexiones nos han acompañado desde los inicios de esta página Web. Descansa ya, hermano, de las censuras vaticanas y las injusticias que sufriste…

 El teólogo falleció en su querida Granada esta mañana

Ha muerto como vivió. Sin querer hacer ruido, sin avisar. Y dejando mucho cariño alrededor. El téologo y ‘jesuita sin papeles’, nuestro querido José María Castillo, acaba de fallecer en su amada Granada. Lo ha hecho rápido, junto a Marga, la mujer que lo acompañó en las últimas décadas, también en el tránsito final

Hace más treinta años, publicó los temas de Teología Popular, la teología que ahora renace, “puesta al día”. Esto se lee en su biografía ‘oficial‘. Aunque José María es más, mucho más, que eso

Echaremos de menos su voz recia, fuerte, su palabra siempre precisa. Y intentaremos que se culminen los últimos proyectos que ha dejado sobre su mesa en Granada. Y le leeremos, porque Castillo nos ha dejado una vida entregada, y su palabra. Su palabra escrita, profética, que resuena en los corazones de mucha gente de buena voluntad. Descansa en paz, amigo.

Entrevista a Castillo: “El poder de la Iglesia de hoy me da lástima y coraje”

José M. Vidal: “Castillo fue un gran teólogo, un profeta, una partera de la primavera y un cielo de persona”

Xabier Pikaza: J. M. Castillo (1929-2023). Alternativa cristiana, un teólogo del pueblo

Los últimos libros de José María Castillo, en Religión Digital

Ha muerto como vivió. Sin querer hacer ruido, sin avisar. Y dejando mucho cariño alrededor. El téologo y ‘jesuita sin papeles’, nuestro querido José María Castillo, acaba de fallecer en su amada Granada. Lo ha hecho rápido, junto a Marga, la mujer que lo acompañó en las últimas décadas, también en el tránsito final.

José Mª Castillo nació en Puebla de Don Fadrique (Granada), en 1929. Ha sido jesuita durante más de cincuenta años. Doctor en Teología Dogmática (Universidad Gregoriana de Roma). Profesor de teología dogmática (Facultad de Teología de Granada). Profesor invitado en diversas Universidades (Gragoriana, de Roma; Comillas, de Madrid; UCA, de El Salvador). Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada. Autor de más de treinta libros y de numerosos artículos en revistas de investigación, de divulgación y de prensa diaria. Hace más treinta años, publicó los temas de Teología Popular, la teología que ahora renace, “puesta al día”. Esto se lee en su biografía ‘oficial‘. Aunque José María es más, mucho más, que eso.

Sacerdote, teólogo, escritor. Amigo, siempre atento y preocupado por su Iglesia,enamorado de ella, y de la libertad que, en los últimos años, trajo a la misma el Papa Francisco, quien le recibió y confesó que le leía, y le admiraba. Se hace difícil escribir sobre él en estos momentos, porque todavía estamos esperando su último artículo, que iba a dedicar a la situación de la mujer en la Iglesia.

Echaremos de menos su voz recia, fuerte, su palabra siempre precisa. Y intentaremos que se culminen los últimos proyectos que ha dejado sobre su mesa en Granada. Y le leeremos, porque Castillo nos ha dejado una vida entregada, y su palabra. Su palabra escrita, profética, que resuena en los corazones de mucha gente de buena voluntad. Descansa en paz, amigo.

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Rehabilitado por Francisco

Fuente Religión Digital

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Pedro Miguel Lamet: El futuro de la Religión según José María Castillo. Reflexiones sobre su último libro.

Jueves, 4 de mayo de 2023
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9788433032188Leído en su blog:

Al prologar sus “Memorias”, definí su libro como la confesión de un profeta de nuestro tiempo, y, como tal, de un hombre rompedor, libre, molesto para unos, providencial para otros, que a sus noventa y dos años de vida escribe sus memorias sin tapujos, con humildad y osadía

Llega a afirmar que la Teología es “un saber sometido a censura”. Su clave para entenderla es la encarnación como humanización de Dios

Castillo en su nuevo libro ha desarrollado de una manera, si cabe más radical y apasionada, esta tesis tantas veces defendida, de que lo que más daño ha hecho al cristianismo y a la Iglesia es convertirse en Religión establecida y renunciar a vivir el Evangelio

De ahí la importancia que el profesor Castillo concede al “Dios humanizado”, que ve como única vía de hacer presente a Dios en nuestro lacerado mundo, y por una Iglesia que esté centrada en el Evangelio, porque “una Iglesia empeñada en observar fielmente la Religión es una institución que vive y comunica un Evangelio falsificado”

En su opinión, lo que la gente de hoy rechaza de La Iglesia no es la “maldad”, sino la “mentira”, la contradicción entre lo que predica y lo que vive

Al final pide como utopía cristiana diócesis más pequeñas, obispos nombrados por participación de la base, actualización de la liturgia inspirada en la primera Cena, estudio bíblico por parte de los fieles del Evangelio, diálogo con las Conferencias Episcopales y el obispo de Roma, y sobre todo insistencia en el Evangelio como una forma de vida y seguimiento de Jesús.

Mis preguntas sobre el futuro de la religión:

1: Aparte del cristianismo y la Iglesia: ¿no está buscando el hombre de hoy una experiencia de Dios por libre? ¿No era el tiempo dedicado a la oración la fuente del mensaje troncal de Jesús y  “la vid y los sarmientos”?

2: ¿No ha puesto Dios en el fondo del hombre una semilla de radical inquietud y búsqueda de lo transcendente, donde quiera que esté? ¿No ha llegado el momento de maduración de la humanidad que pueda acceder a cierta mística, aunque sea en calderilla?

A través de la oración o el silencio, un vacío, una nada ilimitada, no pocos hombres y mujeres buscan hoy su verdadera identidad. Ya lo dijo también Jesús: “Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. (Mt 6.6).

| Pedro Miguel Lamet

El pasado jueves 13 de abril tuve la oportunidad de presentar junto a José Manuel Vidal el último libro de José María Castillo, “Declive de la Religión y futuro del Evangelio”, en la iglesia de San Antón, ese espacio de libertad que mantiene vivo el padre Ángel. Un libro excelente sobre muchas de las contradicciones que vivimos en la Iglesia. Pero quiero ofrecer aquí el texto escrito y completo de mi intervención porque considero importante que se conozcan algunos matices que expuse allí, ya que, aunque comparto enteramente la tesis de Castillo, creo que se están produciendo otros hechos que quizás puedan complementar y ampliar cómo se vive hoy la Religión en sentido amplio en muchos puntos de nuestro mundo.

Hace un par de años, cuando José María Castillo, me concedió el privilegio de prologar sus Memorias escribí: tienes entre las manos la confesión de un profeta de nuestro tiempo, y, como tal de un hombre rompedor, libre, molesto para unos, providencial para otros, que a sus noventa y dos años de vida escribe sus memorias sin tapujos, con humildad y osadía, gracias a una prodigiosa mezcla de vida y pensamiento, que constituye todo un aldabonazo a nuestra sociedad y sobre todo a la Iglesia católica a partir de la centralidad del Evangelio.

La experiencia del profesor Castillo

Subrayaba entonces su experiencia humana e intelectual en los centros de estudio donde ha ejercido su profesorado como Córdoba, Granada, Roma, El Salvador y otros muchos lugares. Sobre ello Pepe afirma: “Esta Iglesia, a la que tanto debo, es la Iglesia que vive en una enorme y palpable contradicción. Es la contradicción que consiste en que la Iglesia enseña (o pretende enseñar) exactamente lo contrario de lo que vive. Y es el “clero”, lo digo sin rodeos, el que lleva la batuta de esta enorme orquesta ruidosamente desafinada”. Particularmente sensible a las contradicciones, estas estallan en su vida cuando se le prohíbe enseñar en Granada y al mismo tiempo se le admite, e incluso se le anima, a hacerlo en la UCA de San Salvador. “¿En Granada yo era peligroso y en El Salvador no lo era? ¿Cómo se explica esta contradicción?”. ¡Por lo visto la razón formal es que la de Granada era facultad eclesiástica y la de San Salvador civil! Como si la verdad dependiera de etiquetas.

Sea como fuere, la trayectoria teológica de Pepe Castillo, insuflada de una enorme cultura y cientos de libros asimilados y otros escritos por él, es una continua superación de censuras y de problemas de libertad de cátedra. Llega a afirmar que la Teología es “un saber sometido a censura”. Su clave para entenderla es la encarnación como humanización de Dios. Por eso afirma en una estrecha unión de inmanencia y trascendencia: “Si luchamos en serio por ‘humanizar’ esta sociedad y este mundo, entonces y sólo entonces, podremos pensar en serio que estamos luchando por ‘divinizar’ nuestra existencia” Para señalar lo que distingue a un cristiano del que no lo es, afirma que se produce cuando “sólo queda en pie el amor, la bondad y el comportamiento que cada cual ha tenido en su vida con sus semejantes”.

Pues bien, en este libro que presentamos, titulado Declive de la Religión y futuro del Evangelio, Castillo ha desarrollado de una manera, si cabe más radical y apasionada, esta tesis tantas veces defendida, de que lo que más daño ha hecho al cristianismo y a la Iglesia es convertirse en Religión establecida y renunciar a vivir el Evangelio. Lo hace a través de 55 breves capítulos de fácil y amena lectura, donde expone esta contradicción desde muy diversos ángulos, como un berbiquí o vueltas de tornillo donde de forma histórica, exegética y teológica; lo que permite al lector taladrar de manera sencilla y a la vez implacable el fondo de estas contradicciones.

El Dios humanizado

Ya en sus Memorias y en sus otros libros Castillo defendía que el problema del hombre es Dios, y solamente en el Evangelio de Jesús, algo que en su opinión la Iglesia ha olvidado, volvemos a la centralidad. “Hizo falta pasar por la crisis religiosa, que provocó la Ilustración, para darnos cuenta de que a Dios no lo conocemos. Y ahora, que hemos entrado, en picado, en la crisis de la Religión y de Dios, empezamos a tomar conciencia de que al Dios trascendente solamente podemos conocerlo en la humanización de Dios, tal como lo vemos y lo palpamos en el Evangelio, en la vida y en las obras de Jesús”De ahí la importancia que el profesor Castillo concede al Dios humanizado, que ve como única vía de hacer presente a Dios en nuestro lacerado mundo, y por una Iglesia que esté centrada en el Evangelio, porque “una Iglesia empeñada en observar fielmente la Religión es una institución que vive y comunica un Evangelio falsificado”.

No hace falta recordar que Pepe ha declarado en muchas ocasiones su amor a la Iglesia, “pero precisamente porque la quiero tanto -afirma-, por eso no me puedo callar lo que yo veo como el fenómeno de fondo que ha desquiciado lo que quiso Jesús, mi verdadero Señor, cuando se despojó de todo rango y dignidad, de toda posesión de bienes y grandeza”. Por eso la Iglesia no tiene futuro si no es desde el seguimiento de Jesús y recuperando como centro el Evangelio. En su opinión lo que la gente de hoy rechaza de La Iglesia no es la “maldad”, sino la “mentira”, la contradicción entre lo que predica y lo que vive, y será creíble cuando sea capaz de romper las fronteras discriminatorias entre el clero y el laicado, el hombre y la mujer, y no convierta los ritos en una forma de liberarse de los miedos o de enorgullecerse como el fariseo frente al pobre publicano.

Quizás la mayor novedad, que ya ha apuntado Pepe en otros escritos, es su sintonía con el papa Francisco. La humanidad de un papa que a duras penas tolera distinciones y superioridades y centra su pastoral en la cercanía con los pobres, los ancianos, los inmigrantes, los enfermos, los más pequeños. Quizás un aspecto que corrobora este talante de Francisco es que en los diez años de su pontificado no ha condenado a un solo teólogo, en contraste con lo que he señalado en un reciente artículo publicado en “Vida Nueva”Los años de la mordaza, una época donde casi a diario asistíamos a un episodio de censura, condena, represión o castrantes medidas contra la investigación y libertad teológica, de opinión, información y expresión, fenómeno que, como sabemos, experimentó, el profesor Castillo en propia carne.

Frente a la Religión, entendida como estructura de poderío, dinero y corrupción, que está propiciando la desafección y decadencia de la Iglesia, defiende como solución la vuelta al seguimiento de Cristo y su Evangelio. Comulgo enteramente pues con la tesis de este lúcido último libro de mi maestro y amigo, así como sus consecuencias finales que rozan la utopía: diócesis más pequeñas, obispos nombrados por participación de la base, actualización de la liturgia inspirada en la primera Cena, estudio bíblico por parte de los fieles del Evangelio, diálogo con las Conferencias Episcopales y el obispo de Roma, y sobre todo insistencia en el Evangelio sobre todo como una forma de vida y seguimiento de Jesús, más allá de ritos y ceremonias, “que se revela la humanización  del Dios transcendente y en la que se humaniza el ser humano”.

Otra búsqueda de lo trascendente

Ahora bien, como Pepe es un hombre de diálogo y apertura humanista, tengo un par de dudas que me sugiere la lectura de esta obra profética y que ahora quiero proponerle:

Primero: La tesis de José María Castillo está dirigida al pueblo de Dios católico y cristiano. Pero ¿cómo proponer una liberación al que ya no lo es para un mundo secularizado, que más que anticlerical y ateo, da espalda definitiva a las religiones monoteístas y ante tanta angustia busca un camino, el que sea? ¿Se le puede ofrecer y presentar de forma ejemplar y creíble el estilo de Jesús a ese mundo? Pero ¿y si ya está, como sucede de hecho, de espaldas o indiferente a todo eso?

Segundo: Karl Rahner dijo antes de morir que “el siglo XX ha sido el siglo del Hombre, y el XXI será el siglo de Dios”. ¿Qué quería decir con esta osada afirmación? ¿Se puede decir que esta profecía se está cumpliendo? En mi humilde opinión, el hombre actual secularizado, desde la libertad y la mayoría de edad que arranca de su nueva autonomía alcanzada a partir de la Ilustración, busca, tomando de aquí y de allá, una vía propia de espiritualidad para relacionarse con la trascendencia por libre. Está, podríamos decir, en un proceso de acercarse a la divinidad o al fondo trascendente de la realidad desde una síntesis personal, donde hay mucha ganga, sí, pero también una búsqueda sincera desde “el sabor a más de este mundo, a través de prácticas de oración de Oriente y Occidente, meditación, silencio, yoga, zen, contemplación o como se quiera llamarlo. Esto no es una elucubración, es un hecho hoy también constatable, junto al sin sentido y el deterioro de una sociedad dominada por la tecnocracia

Castillo dedica un párrafo en la página 217 a la “intensa y frecuente vida de oración que practicaba Jesús”. Pero ¿no es lo más central de su vida? ¿No era su unión con el Padre la fuente esencial, principal y continua de su vida? ¿No es su imagen de la vid y los sarmientos, junto al mandamiento del amor, el mensaje troncal a sus seguidores poco antes de morir?

Por supuesto que comparto enteramente, como imprescindible y urgente, la tesis de que el seguimiento ha de ponerse en la vida, los principios éticos que nos legó, que suponen primero dejar, renunciar a todo, sobre todo del propio ego, principal escollo de los apóstoles para entender el Reino anunciado a los pobres. Pero esto, ¿no lo llegaron a alcanzar sus seguidores más comprometidos solo plenamente al recibir, después unidos en oración con María, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés?

Y de aquí se deduce en consecuencia otra pregunta: ¿Qué hace un hombre perdido en una isla o en su mundo ajeno al mensaje del Evangelio o inmerso en tradiciones y religiones que nada tienen que ver con Jesús? A veces no tienen otro referente que su Religión, aunque sea primitiva y limitada ¿El concepto de Religión solo se puede circunscribir entonces a estructuras de poder, dinero y sometimiento? ¿No hay algo más? ¿No ha puesto Dios en el fondo del hombre una semilla de radical inquietud y búsqueda de lo transcendente, donde quiera que esté? ¿No ha llegado el momento de maduración de la humanidad que pueda acceder a cierta mística, aunque sea en calderilla?

La experiencia de lo Uno

El monje benedictino Willigis Jäger, maestro zen y autor de numerosos libros de espiritualidad, reconoce, a pesar de sus limitaciones, que las religiones han sido un factor importante en la evolución desde que el hombre se hace las preguntas “de dónde”, “hacia qué” y “por qué”, aunque concluye que la mística es al mismo tiempo el punto de partida y el fin de toda religión, y que es sobre todo una experiencia, la experiencia de lo Uno. “Lo Uno -exclama en su libro Sabiduría eterna- es mi verdadera naturaleza y la de todos los seres”. Una mística, una vivencia personal, que no deber ser una huida del mundo, sino la única fuente duradera de toda praxis.

A través de la oración o el silencio, un vacío, una nada ilimitados, no pocos hombres y mujeres buscan hoy su verdadera identidad. Ya lo dijo también Jesús: “Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6.6). Es lo que él mismo hacía tantas noches y amaneceres de su vida.  La recompensa no es otra que la conciencia de pertenencia a un mar de amor del que somos olas, y, por consiguiente, como olas también somos Mar. De aquí que el mandamiento de Jesús sea amarnos los unos a los otros, el único imperativo que nos devuelve a nuestra auténtica naturaleza como pedazos que somos de ese Uno. Es lo que han vivido los grandes maestros también del cristianismo con San Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola. Por ejemplo, la gran palanca de este último, los Ejercicios Espirituales, que tantas veces el propio Castillo ha practicado y dirigido para interiorizar el seguimiento de Jesús. Y es que no hay Marta sin María. El propio Pablo, con todos sus defectos señalados por Castillo, era un místico.

Pepe Castillo en este libro testimonial, profético y necesario, pone el acento, con lenguaje asequible, datos irrefutables y fuerza radical, en la contradicción que hemos vivido en nuestras instituciones respecto a esa doctrina hecha vida en Jesús. Ese es su mérito. Para que fuera un aldabonazo y despertarnos de tópicos y conciencias dormidas, quizás era necesario que se centrara solo en eso, en el escándalo eclesial de la contradicción entre la doctrina y la práctica. Muchas gracias una vez más, Pepe, por tu valentía, tu profesionalidad teológica y denuncia iluminada, cuando defiendes una y otra vez al subrayar “lo determinante y decisivo en el cristianismo, y por tanto en la Iglesia: porque Jesús es la encarnación de Dios, es la humanización de Dios. Dios se ha revelado a la humanidad humanizándose Él”.

Para adquirir el libro de José María Castillo, “Declive de la Religión y futuro del Evangelio”.

Pedro Miguel Lamet

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“Tensión conflictiva en la Iglesia”, por José María Castillo, teólogo.

Miércoles, 15 de febrero de 2023
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Tension_2529957019_16398956_660x371De su blog Teología sin censura:

“La Religión está en declive creciente. Pero este declive no es una desgracia fatal”

“Es un ‘secreto a voces’ que en la Iglesia existe un profundo malestar. Esta situación, desagradable y peligrosa, se ha acentuado con motivo del fallecimiento del expapa Benedicto XVI… En la Iglesia, todos los papas representan la suprema autoridad. Pero no olvidemos que, en cualquier caso y sea quien sea, estamos hablando de la suprema autoridad ‘en la Iglesia'”

“En la Iglesia se ha producido una adulteración doble: desplazar el ‘seguimiento’ de Jesús a la ‘espiritualidad’, que es privilegio de selectos”

“Y la otra adulteración – la más determinante en la Iglesia – es la que brotó, ya en los primeros discípulos: Sin duda alguna, aquellos primeros apóstoles ‘seguían’ a Jesús. Pero ‘no habían renunciado al yo'”

“En este momento, estamos en el proceso de la transformación que urge recuperar lo que inició, quiso y quiere Jesús, tal como quedó patente en el Evangelio”

Es un “secreto a voces” que en la Iglesia existe un profundomalestar. Un malestar además que se ha destapado y es motivo de preocupación en los ambientes religiosos y eclesiásticos. Esta situación, desagradable y peligrosa, se ha acentuado con motivo del fallecimiento del expapa Benedicto XVI.

Por supuesto, los dos últimos papas, Joseph Ratzinger y Jorge Mario Bergoglio, han sido y son dos hombres muy distintos. Pero el problema no está en lo que han sido – o son – estos dos hombres. El problema está en lo que ambos representan.

Por supuesto, en la Iglesia, todos los papas representan la suprema autoridad. Pero no olvidemos que, en cualquier caso y sea quien sea, estamos hablando de la suprema autoridad “en la Iglesia”, que se tiene que ejercer “de acuerdo con lo que enseña el Evangelio”. Teniendo siempre en cuenta que, en la Iglesia, nadie puede tener autoridad para vivir o decidir “en contra de lo que enseña el Evangelio”. Por supuesto, en la medida y según las limitaciones inherentes a la condición humana.

Pues bien, esto supuesto, sabemos que Jesús les anunció a sus doce apóstoles, en tres ocasiones (Mc, 8, 31 par; 9, 30-32 par; 10, 32-34 par; J. Jeremias, Teología del NuevoTestamento. Salamanca, Sígueme, pg. 321-331), que en Jerusalén iba a ser condenado a la muerte más baja que una sociedad puede adjudicar: la de un delincuente ejecutado (Gerd Theyssen, El movimiento de Jesús, Salamanca, Sígueme, pg. 53).

c79437b55c5c9951dea9dd78facc22a7_XLAhora bien, a partir del momento en que los discípulos se enteraron de que el final de Jesús se acercaba, y todo aquello acabaría en un fracaso inimaginable, la conducta de aquellos apóstoles tomó un giro inesperado. Sencillamente, los que “siguiendo a Jesús”, habían abandonado todo lo que tenían (familia, trabajo, viviendas…) (cf. Mt 8, 18-22; Lc 9, 57-62), con una generosidad increíble, al ver que aquello llevaba al fracaso más cruel y vergonzoso, sin duda alguna y precisamente por eso, entonces fue cuando aquellos “seguidores” de Jesús se pusieron a discutir cuál de ellos era “el más grande” (meison) (Mc 9, 33-35, cf. 10, 43; Lc 22, 24-27) (cf. S. Légasse, Dic. Ex. N.T., vol.II, 207). Es decir, el que debía tener el máximo poder y tenía que aparecer como el más importante. Jesús, por el contrario, cambia semejante criterio radicalmente: el primero, entre sus discípulos, no ha de ser el más grande, sino al revés: el más pequeño, el que representa lo que es visto como un chiquillo (Mc 9, 37 par).

Pero no es esto lo más importante que enseñó Jesús a sus discípulos y apóstoles. Después del tercer anuncio de la pasión y muerte, cuando estaban ya subiendo a Jerusalén (Mc 10, 32 par), en vísperas del fracaso inminente, “los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan”, tuvieron el atrevimiento descarado de pedirle a Jesús que fueran para ellos los primeros puestos. A lo que Jesús respondió: “No sabéis lo que estáis pidiendo” (Mc 10, 34 par). Y sobre todo, el problema grave es que los demás discípulos se indignaron ante la petición de Santiago y Juan (Mc 10, 41). O sea, todos querían estar situados en los puestos de más importancia.

La respuesta de Jesús fue tajante. Los convocó a todos y les dijo que no podían apetecer lo que apetecen los “jefes de las naciones”. Tenían que apetecer y vivir como “doulei”, como “siervos y esclavos” de los demás (Mc 10, 42-45 par).

En la Iglesia se ha producido una adulteración doble. Ante todo, el Evangelio exigió el “seguimiento” de Jesús, que se realiza en el despojo de cuanto se tiene (Mt 8, 18-22; Lc 9, 57-52). Es decir, no vivir atados a los bienes que nos privan de la libertad, para hacer posible la bondad sin límites. Pero lo que hemos hecho ha sido desplazar el “seguimiento” de Jesús a la “espiritualidad”, que es privilegio de selectos.

Y la otra adulteración – la más determinante en la Iglesia – es la que brotó, ya en los primeros discípulos, cuando Jesús les informó de que tenían que despojarse, no sólo “de lo que cada cual tenía” (dinero, propiedades, casa, familia…), sino además y sobre todo, “despojarse del yo” (Eugen Drewermann). Esto explica por qué cuando Jesús informó a los discípulos – por segunda vez – del final que le esperaba (Mc 9, 30-32 par), aquellos fieles hombres se pusieron a discutir “cuál de ellos era el primero y el más importante” (Mc 9, 34-35 par). A lo que Jesús respondió que, en su proyecto, el que quisiera “ser el primero” tenía que “hacerse como un chiquillo y ser el último” (Mc 9, 33-37 par).

202012shutterstock_567724573-scaled-2-745x475Sin duda alguna, aquellos primeros apóstoles “seguían” a Jesús. Pero aquellos seguidores de Jesús “no habían renunciado al yo”. Es decir, querían seguir a Jesús, pero siendo los primeros, los más importantes, los que mandan. Y la verdad es que, cuando apresaron a Jesús, para matarlo, Judas vendió a Jesús, Pedro lo negó tres veces y, por supuesto, “todos los discípulos lo abandonaron y huyeron” (Mc 26, 56).

Desde aquel momento, quedaron puestos los pilares de una Iglesia que vive en tensión conflictiva. En el siglo pasado, el papa san Pío X dijo en una encíclica famosa (Vehementer Nos): “En la sola jerarquía residen el derecho y la autoridad necesaria para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y, dócilmente, el de seguir a sus pastores” (cf. Y. Congar, Ministerios y comunión eclesial, Madrid, Fax, 1973, pg.14).

Así se veía a la Iglesia en los primeros años del siglo XX. Un siglo después – ahora – una Iglesia así es insoportable. En este momento, estamos en el proceso de la transformación que urge recuperar lo que inició, quiso y quiere Jesús, tal como quedó patente en el Evangelio. La Religión está en declive creciente. Este declive no es una desgracia fatal. Es el paso inevitable para que el centro de la vida de la Iglesia no se realice en conflictos clericales, sino en la recuperación del Evangelio.

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“La Religión pretende ‘divinizar’ lo ‘humano’, mientras que lo que hace el Evangelio es ‘humanizar’ lo ‘divino'”, por José María Castillo, teólogo

Martes, 7 de febrero de 2023
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2D81CDFD-7F08-46DE-946C-705B738593A6¿Tiempos del “pos-teísmo” y de la “pos-religión”? ¿Dónde y cómo podemos encontrar a Dios?

“Si decimos que Dios es infinitamente bueno e infinitamente poderoso, ¿cómo se explica que, con tanta bondad y tanto poder, Dios haya hecho un mundo en el que tenemos que soportar tantas limitaciones y tantos sufrimientos? O Dios no es tan ‘bueno’ como decimos; o no es tan ‘poderoso’ como nos lo imaginamos”

“Es un hecho que el bienestar, el desarrollo y el disfrute de la vida son experiencias que nos alejan de Dios y de la Religión”

La experiencia religiosa de todos nosotros ya no es de fiar. Esto ha escrito recientemente el profesor Thomas Ruster, de la Universidad de Dortmund, en un libro que obliga a pensar: El Dios falsificado (Salamanca, 2011, Ed.Sígueme, pg. 228). Y es que, como sabiamente ha dicho el profesor Juan A. Estrada, en su excelente estudio La imposible teodicea, (Madrid, Ed. Trotta, 1997), “El mal, en su triple dimensión de sufrimiento, injusticia-pecado y finitud-muerte, es el gran obstáculo racional para creer en un Dios bueno y omnipotente”.

Y es verdad. Si decimos que Dios es infinitamente bueno e infinitamente poderoso, ¿cómo se explica que, con tanta bondad y tanto poder, Dios haya hecho un mundo en el que tenemos que soportar tantas limitaciones y tantos sufrimientos? O Dios no es tan “bueno” como decimos; o no es tan “poderoso” como nos lo imaginamos. Es imposible unir lo uno con lo otro. Y para colmo de lo dicho, ¿cómo se explica que el destino final, de tanto disparate, sea la muerte y el infierno eterno, sin otra esperanza de solución?

Creer, a pesar de todo

¿Se puede superar tanta atrocidad? Ha habido héroes que la han superado. En el testamento de un judío que murió el año 1943 en el gueto de Varsovia, se encontró un documento que decía: “Creo en el Dios de Israel, aunque Él haya hecho todo lo posible para que no crea… Dios ocultó su rostro al mundo. Las hojas en las que escribo estas líneas (voy a) encerrarlas en la botella vacía y esconderlas aquí entre los ladrillos de la pared maestra, debajo de la ventana. Si alguien las encuentra un día y las lee, entenderá quizá el sentimiento de un judío –uno de los millones– que murió como abandonado de Dios, ese Dios en el que cree firmemente” (Z. Kolitz, Jossel Rakowers Wendung su Gott, ed. por P. Badde, Berlin, s. a. Cf. U. Luz, El Evangelio según san Mateo, vol. IV, Salamanca, Sígueme, 2005, pg. 447).

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Un grupo de judíos húngaros a su llegada a Auschwitz.

Han pasado 80 años de lo que se sufrió en el gueto de Varsovia, en Auschwitz, en todos los campos de concentración y por causa de las crueles atrocidades que se cometieron en aquella guerra mundial. Sin embargo, en tiempos y condiciones de tanta violencia y crueldad, sin duda alguna, se creía más en Dios que en los tiempos actuales. Es un hecho que el bienestar, el desarrollo y el disfrute de la vida son experiencias que nos alejan de Dios y de la Religión.

¿Tiempos del “pos-teísmo” y de la “pos-religión”?

Este fenómeno es tan fuerte –y tiene tales consecuencias– que ya se habla, sobre todo entre teólogos, del “pos-teísmo” y de la “pos-religión”. ¿Significa esto que tenemos que prescindir de Dios y de la Religión? ¿Quiere esto indicar que Dios y la Religión son antiguallas de las que debemos prescindir, como cosas de otros tiempos, cosas – por tanto – que han perdido actualidad y utilidad?

Quienes piensan de esta manera o dan a entender que el problema de Dios ha perdido actualidad, lo que dan a entender es que no podemos, ni debemos, pensar y hablar así de Dios

Quienes piensan de esta manera o dan a entender que el problema de Dios ha perdido actualidad, lo que dan a entender es que no podemos, ni debemos, pensar y hablar así de Dios. Porque Dios es “Trascendente”. Y lo “trascendente” es lo “incomunicable”. Dios es el Absoluto, que trasciende el horizonte último de nuestra capacidad de conocimiento. Dios no está a nuestro alcance. Por eso, cuando hablamos de Dios, lo que en realidad hacemos es “cosificar” al “absolutamente-Otro, que, por una especie de “conversión diabólica”, reduce al Absoluto en un “objeto mental”. Pero una “idea” nuestra, un pensamiento, por muy sublime que sea, es inevitablemente una “cosa”, un “objeto humano” (cf. Paul Ricoeur, De l’Interprétation. Essai sur Freud, Paris – Cerf, 1965, 508-510).

La solución, que el cristianismo le ha dado a este problema, ha sido la “encarnación” de Dios. Lo que es, en realidad, la “humanización” de Dios. El Evangelio de Juan dice: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único el Padre nos lo ha dado a conocer” (Jn 1, 18). Dios se ha humanizado en Jesús. Por eso, cuando uno de los primeros discípulos (Felipe) le pidió a Jesús: “muéstranos a Dios y con eso nos basta”, la respuesta de Jesús fue tan clara como desconcertante: “Felipe, quien me ve a mi está viendo a Dios” (Jn 14, 8-10).

La Religión pretende “divinizar” lo “humano”, mientras que lo que hace el Evangelio es “humanizar” lo “divino”. O sea –y ésta es mi conclusión– el problema de Dios, que a algunos preocupa y a otros no interesa, tiene en todo y siempre la misma solución: humanizarnos en todo y para todos por igual. En la medida en que humanicemos este mundo tan deshumanizado, en esa misma medida encontramos a Dios.

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“En la Iglesia tiene más fuerza y es más determinante el machismo que el Evangelio”, por José María Castillo.

Viernes, 20 de enero de 2023
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De su blog Teología sin censura:

“Esta mentalidad machista esté privando de sus derechos a millones de fieles cristianos”

“Sabemos de sobra que “la ley del más débil” no se ha impuesto en nuestro mundo. Sabemos, por tanto, que, en la sociedad moderna y posmoderna, no se ha impuesto la igualdad”

Las Religiones – entre ellas, la cristiana – han sido (y siguen siendo) responsables de las mil desigualdades que siguen causando tanto y tan enorme sufrimiento”

“Pasan los años y los siglos, al tiempo que la Iglesia sigue firme en su decisión de mantener la desigualdad de las mujeres respecto a los hombres”

Como es bien sabido, la “diferencia” no es lo mismo que la “desigualdad”. La diferencia es un “hecho”. La igualdad es un “derecho” (cf. Luigi Ferrajoli, Derechos y garantías, Madrid, Trotta, 2001, pg. 77-80). Por esto, si es que de verdad queremos que, en este mundo, se imponga la mayor igualdad posible, para alcanzar semejante ideal, no hay más camino – ni más remedio – que fomentar y potenciar “la ley del más débil”, que se hace realidad en los “derechos fundamentales”, proclamados en la Declaración de derechos de 1789 (L. Ferrajoli, o. c., pg. 76-78).

Por supuesto, sabemos de sobra que “la ley del más débil” no se ha impuesto en nuestro mundo. Sabemos, por tanto, que, en la sociedad moderna y posmoderna, no se ha impuesto la igualdad. Las desigualdades son asombrosas y crueles. Y los responsables somos los que no hemos tomado en serio ni hemos luchado, de corazón y de veras, por hacer realidad los derechos de los más débiles.

En estas condiciones y sin miedo a exagerar, se puede afirmar que las Religiones – entre ellas, la cristiana – han sido (y siguen siendo) responsables de las mil desigualdades que siguen causando tanto y tan enorme sufrimiento. No es posible – ni pretendo – describir y analizar las muchas desigualdades que la Iglesia mantiene y justifica. Desigualdades en la sociedad. Y desigualdades en la misma Iglesia. Con el agravante de los incontables silencios de la Iglesia ante las leyes de los más fuertes, en política, en economía, en Derecho, en tantas y tantas cosas, que serían muy distintas si los obispos (y el clero en general) levantaran su voz, como la levantan cuando se sienten amenazados en los intereses y libertades que favorecen o amenazan a la Iglesia y lo que importa de verdad al mundo clerical.

Esto supuesto, se comprende perfectamente cómo y por qué pasan los años y los siglos, al tiempo que la Iglesia sigue firme en su decisión de mantener la desigualdad de las mujeres respecto a los hombres. Una decisión intocable, que se mantiene al precio de miles y miles de parroquias que no pueden celebrar la eucaristía, ni atender a los fieles que necesitan un consejo, una ayuda y, sobre todo, no tienen quien les explique el Evangelio y les aporte luz en sus problemas de conciencia.

El Concilio Vaticano II, en su constitución sobre la Iglesia (LG, nº 37), dijo que “los fieles cristianos tienen derecho de recibir con abundancia … los auxilios de la palabra de Dios y de los sacramentos…”. Pero está visto que, para una notable mayoría de obispos, teólogos y gobernantes de la Iglesia, es más importante tener a las mujeres marginadas, que cumplir con los derechos que tienen los fieles cristianos.

Además, esto se hace a sabiendas de que, como consta en los Evangelios, el colectivo humano, con el que Jesús no tuvo el más mínimo roce o problema, fue precisamente el de las mujeres. Jesús las defendió siempre, aunque no siempre eran mujeres ejemplares. En su misión de anuncio del Evangelio, le acompañaron, no sólo “los Doce”, sino además “muchas mujeres”, no todas ellas precisamente ejemplares (Lc 8, 1-3). Es más, sabemos que, según los Evangelios de Marcos (10, 1-12) y Mateo (19, 1-12), Jesús antepuso el derecho de la mujer a lo establecido en favor del hombre, según se indica en Deut. 24, 1 (cf. Joel Marcus, (El Evangelio según Marcos, pg. 809; Cf. Ulrich Luz, El Evangelio según Mateo, vol. III, pg. 140-142).

Sin duda alguna, una notable mayoría de hombres del clero no están dispuestos a admitir la igualdad de derechos de las mujeres con los derechos del hombre. Aunque esto no se pueda demostrar con el Evangelio en la mano. Y – lo que es más grave – por más que esta mentalidad machista esté privando de sus derechos a millones de fieles cristianos. Incluso en detrimento grave de la misma Iglesia, que se está quedando si clero y con un futuro cada día más preocupante.

Sin duda alguna, en la Iglesia tiene más fuerza y es más determinante el machismo que el Evangelio. ¿Qué futuro nos espera a quienes seguimos queriendo lo mejor para la Iglesia y para la sociedad?

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“Navidad: El “peligroso” mensaje de Dios a los hombres “, por José María Castillo, teólogo.

Martes, 27 de diciembre de 2022
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rohinyásDe su blog Teología sin censura:

En tantas y tantas ocasiones, cuando llega la Navidad, el disparate se agranda y el desajuste de nuestro nivel de vida y nuestra forma de vivir – si es que todo esto se piensa despacio – se hace insoportable

Nuestros “belenes” se montan y embellecen con tan buena voluntad y delicadeza como enorme es la ignorancia que envuelve semejante disparate

La Navidad da que pensar. Porque es la expresión más elocuente de que quien manda en nuestras vidas no es el “poder opresor”, que pone orden en el mundo y en la vida, sino el “poder seductor”, que satisface las apetencias y hasta los caprichos de los que mejor lo pasan

Las fiestas religiosas, como Navidad, Semana Santa, fiestas patronales y otras semejantes, tal como se celebran normalmente, dan motivo para pensar, si es que se piensa en este asunto sin miedo de llegar a conclusiones incómodas, preocupantes y posiblemente desagradables.

Es un hecho que, de las fiestas religiosas, hemos hecho unos festejos, que suelen ir del descanso a la diversión y la juerga: viajes, turismo, regalos, comilonas, con lo que todo eso lleva consigo de gastos y buena vida. O sea, el consumo y la vida, que son privilegio de los poderosos a costa de la distancia que va dejando, en la cuneta de la vida, a millones de desgraciados, los que carecen de casi todo.

Si esto es verdad, en tantas y tantas ocasiones, cuando llega la Navidad, el disparate se agranda y el desajuste de nuestro nivel de vida y nuestra forma de vivir – si es que todo esto se piensa despacio – se hace insoportable.

En Navidad recordamos y festejamos el nacimiento de Jesús, que vino a este mundo de tal manera, que su madre lo tuvo que colocar en un “pesebre”. El texto griego utiliza la palabra “phatnê”, que significa un “pesebre” de animales (Lc 2, 7. 12. 16) y que se aplica también al buey y al asno que se desatan del “pesebre” para llevarlos a comer (Lc 13, 15) (cf. ThWNT IX, 51-57). Nuestros “belenes” se montan y embellecen con tan buena voluntad y delicadeza como enorme es la ignorancia que envuelve semejante disparate.

Por supuesto, nuestros “belenes” son una expresión elocuente de buena voluntad. Y una ocasión excelente para unir a las familias, reunir a los amigos y así promover la mejor y más sana convivencia. Todo esto es verdad. Pero no es toda la verdad.

Porque si la Navidad se piensa a fondo y con una mentalidad sana y limpia, pronto se advierte que todo esto oculta un “hecho cultural” de fondo, que está en la base del demasiado sufrimiento que soporta el mundo, la sociedad y la cultura en que vivimos. En efecto, si pensamos despacio que – según enseña el Evangelio – Dios se hizo visible y tangible en este mundo, entrando en él por la oscura y maloliente ambientación de un pesebre para estancia y descanso de animales; y ese mismo Dios salió de este mundo “aceptando la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado” (Gerd Theissen), se hace inevitable y necesario pensar a fondo que la Navidad y la Semana Santa nos están diciendo que Dios vino y se fue de nuestro mundo, dejando un mensaje tan desconcertante, que se nos hace incomprensible, inaceptable y, en no pocos aspectos, hasta peligroso.

¿En qué consiste tal mensaje? Consiste, ni más ni menos, en que la fuerza determinante, que cada día manda más en el mundo no es el poder “vertical”, sino el poder “horizontal” (cf. Peter Sloterdijk). Es sencillamente el poder y la fuerza, que mandan en el mundo y en la vida, no por la “imposición”, que somete, sino por la “atracción”, que seduce.

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Nos situamos así en el eje y la fuerza que manda en el mundo cada día más y más. El eje de la publicidad no es el poder que se impone, sino la seducción que nos atrae con una fuerza irresistible. En definitiva, como ya dijeron los pensadores del siglo XVI, hay algo más en el “afecto” que no se da en el “acto de querer” como tal. Ese “algo más” consiste en la pasividad característica del amor y, por tanto, del enamoramiento.

En definitiva, el “afecto” no es ni solo sentimiento, ni sola voluntad. Es algo más concreto y más complejo, al mismo tiempo. Es la complacencia provocada en nuestra intimidad (en nuestras potencias apetitivas) mediante la atracción del bien; esta complacencia desempeña un deseo de unión que se apodera de toda la persona. O sea, como bien sabemos, el “poder seductor” es más determinante que el “poder opresor”.

Ahora bien, como sabemos de sobra, cuando cada día, a la hora de comer, ponemos la tele, palpamos la evidencia de tantas atrocidades y violencias, que son el grito diario de un “poder opresor”, que no oprime a nadie y además se ve derrotado por el “poder seductor” de los más ambiciosos, los más corruptos, los más encanallados, la lista interminable de los que, por la evidencia y la eficacia del “poder seductor”, hacen cada día más extensa la lista de las víctimas que el “poder opresor” no alcanza a controlar.

No cabe duda. La Navidad da que pensar. Porque es la expresión más elocuente de que quien manda en nuestras vidas no es el “poder opresor”, que pone orden en el mundo y en la vida, sino el “poder seductor”, que satisface las apetencias y hasta los caprichos de los que mejor lo pasan.

Dicho esto, hay que hacerse algunas preguntas: ¿qué poder manda en mí? ¿qué fuerza organiza y gestiona mi vida? ¿el “poder opresor”? ¿o el “poder seductor”.

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“El despojo del “yo” y la exigencia del Evangelio”, por José María Castillo, teólogo

Martes, 20 de diciembre de 2022
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seguimiento-de-jesusDe su blog Teología sin censura:

“Por eso la Iglesia está como está”

Si se lee el Evangelio, con el firme deseo de llegar hasta el fondo, pronto se comprende que, ni Pedro ni los demás apóstoles, “lo habían dejado todo”. No. Efectivamente, ¿aquellos hombres lo habían abandonado todo? Sin duda todo, “menos el yo”

Judas vendió a Jesús, Pedro lo negó, cuando Jesús oraba en la agonía, sus “seguidores” dormían. Todos huyeron y lo abandonaron. Aquellos hombres, ¿habían seguido a Jesús?, “Sí”. ¿Se habían despojado del yo?, “No

Despojarse del “yo” es lo más necesario y lo más difícil que nos exige el Evangelio. Por eso también es lo más necesario y lo más difícil para que la Iglesia pueda cumplir su misión en el mundo. Si no asumimos y hacemos nuestra, como tarea fundamental, el despojo del “yo”, no podremos entender el Evangelio. Y mucho menos, vivirlo y hacerlo presente en nuestra vida y en nuestro mundo.

Pero ¿qué quiere decir eso de el “despojo del yo”. Y, sobre todo, ¿por qué semejante “despojo” es tan importante? El Evangelio habla con frecuencia y a fondo del “seguimiento de Jesús”. Los apóstoles tuvieron que “dejarlo todo”: familia, casa, dinero… Todo, hasta quedarse sin nada, como dijo expresamente Jesús (Mt 8, 18-22; Lc 9, 57-62). Y como el mismo Jesús le exigió al joven rico (Mc 10, 17-31; Mt 19, 16-29; Lc 18, 18-30). ¿Qué más se podía pedir?

Muchas veces, he tenido que plantearme yo mismo esta pregunta, que no se me ocurrió a mí. La encontré en un teólogo bien conocido: E. Drewermann, que presenta esta cuestión tan complicada como exigente. Es más, tan importante como necesaria.

Un día, el apóstol Pedro le dijo a Jesús: “Nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt 19, 27 par.). Sin embargo, si se lee el Evangelio, con el firme deseo de llegar hasta el fondo, pronto se comprende que, ni Pedro ni los demás apóstoles, “lo habían dejado todo”. No. Efectivamente, ¿aquellos hombres lo habían abandonado todo? Sin duda todo, “menos el yo”.

Pero ¿qué quiere decir esto? Y, sobre todo, ¿cómo lo sabemos? Jesús predijo tres veces el trágico final que iba a tener en Jerusalén (Mt 16. 21-28 par; 17, 22-23 par; 20, 17-19). Los apóstoles, que lo “habían dejado todo”, en realidad demostraron – con su conducta – que eso no era verdad. Les quedaba el “yo”. De eso, no se habían despojado.

¿Qué es esto? ¿Cómo se demuestra? Y, sobre todo, ¿qué significa?

Si se leen los evangelios con atención, cualquiera se da cuenta de que, desde el momento en que Jesús predijo, por primera vez, el final trágico que le esperaba en Jerusalén, los apóstoles – “seguidores” de Jesús – se pusieron a discutir cuál de ellos era el “más importante”, el “primero”, el que tenía que “ocupar el primer puesto” (Mt 18, 1-5; Mc 9, 33-37. 42-48; Lc 9, 46-48; 17, 1-2), hasta el extremo de llevar a su propia madre (de los Zebedeos, Santiago y Juan), para que ocuparan los cargos más altos (Mt 20, 21 par). Lo que provocó la indignación de los demás (Mt 20, 24 par). Y con esto, se pone evidencia que allí todos querían estar en  lo más alto posible, ser importantes y mandar.

Sin duda alguna, aquellos hombres – los más cercanos a Jesús – se habían despojado de sus casas, sus familias, sus bienes…, de todo, menos de su “yo”. Es el “yo” que sabe, que tiene, que puede, que quiere o no quiere, que se impone y decide siempre lo que más le interesa o piensa que es lo que más le conviene. Por todo esto, se comprende que aquellos “seguidores” de Jesús, cuando llegó la situación más difícil y de más peligro, el “seguimiento” quedó destrozado. Judas vendió a Jesús, Pedro lo negó, cuando Jesús oraba en la agonía, sus “seguidores” dormían. Todos huyeron y lo abandonaron. Aquellos hombres, ¿habían seguido a Jesús?, “Sí”. ¿Se habían despojado del yo?, “No”.

Y lo peor de todo es que el “despojo del yo” sigue tan frecuente, incluso tan violento y tan canalla, como la violenta cobardía que exhibieron los apóstoles de Jesús, en la oscuridad de aquella noche.

Han pasado veinte siglos de lo que ocurrió la noche aquella. Y sin duda alguna, en estos veinte siglos, son incontables las mujeres y los hombres que se han despojado de su propio yo, para salvar la vida o remediar el sufrimiento de los que más sufren en este mundo. Pero desgraciadamente somos una inmensa mayoría los que anteponemos el “propio yo” a lo que piensen, digan o hagan los que lo contradicen o se oponen a él.

Por eso la Iglesia está como está. Si en ella somos legión los que no nos despojamos del “yo”, la bondad y el cariño, que nos debería unir y distinguir (cf. Jn 13, 34-35), se reduce a mera palabrería, que engaña a los ingenuos.

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“ Crisis sanitaria y crisis religiosa: así no podemos seguir”, por José María Castillo, Teólogo

Jueves, 24 de noviembre de 2022
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E575273C-D98A-4C6E-86CE-924CBC1887CACiertamente, como el autor dice, “Sin duda alguna, no pocas afirmaciones, de las que estoy diciendo, necesitan matizaciones importantes”. No en toda España ocurre lo mismo: Madrid, con su presidenta títere y Cataluña, con su bucle ombliguista, están a la cola en inversión sanitaria y a la cabeza de las onerosas privatizaciones…

Leído en su blog Teología sin censura:

“¿Por qué los representantes oficiales de la Iglesia no suelen decir ni palabra sobre un problema tan serio?”

“Los responsables de la crisis sanitaria, que estamos padeciendo, no está ni en los médicos ni en los enfermos. Los responsables de esta crisis son los políticos, por motivos económicos. Por toda Europa hay sanitarios españoles. Porque todos ellos saben que, fuera de España, están mejor pagados que en nuestro país”

“Cualquiera que se ponga a leer los cuatro evangelios auténticos, pronto se dará cuenta de un hecho fundamental:  en la “Buena Noticia” que nos transmite el Evangelio, la “curación de enfermos” es el dato repetido con más insistencia. Sin duda alguna, el problema sanitario era, para Jesús, el problema más urgente y apremiante”

Como es bien sabido, uno de los problemas que más nos preocupan a los españoles, desde hace ya bastantes años, es el tema de la sanidad, tal como se gestiona desde el poder político, sea quien sea el que lo ejerza. Este problema, como es bien sabido, se ha agudizado con motivo de la pandemia y, desde la crisis económica mundial, se ha complicado más y concretamente en España, en los últimos años. De ahí, que ha llegado el momento en el que enfermos y médicos están protestando más y más. Hasta vernos, metidos de lleno, en la preocupante situación de quienes dicen: “¡Basta ya! Así no podemos seguir”.

E0C003AF-F2A1-423F-B19A-9A11E9A1FA1AEl problema no está en que los médicos sean malos profesionales o malas personas. Nada de eso. Los médicos que hacen sus estudios en las Universidades españolas son de lo mejor que se conoce y reconoce en España y generalmente en Europa. Los responsables de la crisis sanitaria, que estamos padeciendo, no está ni en los médicos ni en los enfermos. Los responsables de esta crisis son los políticos, por motivos económicos. Por toda Europa hay sanitarios españoles. Porque todos ellos saben que, fuera de España, están mejor pagados que en nuestro país.

Sin duda alguna, no pocas afirmaciones, de las que estoy diciendo, necesitan matizaciones importantes. No soy especialista en asuntos sanitarios. Pero hay un dato, en el que casi nadie piensa, pero que, para quienes tenemos creencias cristianas, representa un problema de notable importancia. ¿De qué se trata?

Para los cristianos, lo más importante que hay en la Biblia es el Evangelio. Pues bien, cualquiera que se ponga a leer los cuatro evangelios auténticos, pronto se dará cuenta de un hecho fundamental:  en la “Buena Noticia” que nos transmite el Evangelio, la “curación de enfermos” es el dato repetido con más insistencia. Sin duda alguna, el problema sanitario era, para Jesús, el problema más urgente y apremiante.

Es más, Jesús le daba tanta importancia a la sanidad, que la anteponía al cumplimiento de la Religión. Un ejemplo elocuente, a este respecto, es la curación del hombre que tenía un brazo atrofiado (Mc 3, 1-7; Mt 12, 9-14; Lc 6, 6-11). Jesús realizó esta curación en sábado, cuando estaba prohibido. Es más, aquella curación fue considerada de tal gravedad, que allí mismo (en la sinagoga) los fariseos y los herodianos tomaron la decisión de matar a Jesús. Sin duda alguna, para Jesús la “sanidad”de los humanos es más importante que la Religión de los estrictos observantes.

Teniendo en cuenta que las curaciones o hechos prodigiosos, que Jesús realizaba con los enfermos, no se relatan en el Evangelio, como argumentos para demostrar que aquel modesto ciudadano de Nazaret era el Mesías. Todo lo contrario. Cuando Jesús sanaba a un enfermo, prohibía divulgar el prodigio (Mc 1, 43; 5, 43… par.), que se podría interpretar como un argumento para demostrar la divinidad de Jesús. Lo que a Jesús le preocupaba no era el poder de la divinidad, sino el sufrimiento de la humanidad.

1226CDDC-70C0-4B98-A241-43DB878F6703En definitiva, lo que todo esto nos viene a decir es que resulta difícil entender cómo se explica algo que, con frecuencia ocurre en España, un país que constitucionalmente es aconfesional, acepta la Religión, la protege y la costea, este mismo país está entre los países europeos que menos dinero gastan en atender debidamente a los enfermos que tienen que aguantarse con la falta de médicos, la falta de hospitales, la falta de medicamentos, etc.

Así las cosas en nuestro país, yo me pregunto por qué los representantes oficiales de la Iglesia no suelen decir ni palabra sobre un problema tan serio como el que acabo de plantear. Y conste que, a mis ya muchos años, ésta es la primera vez que escribo estas letras sobre un problema tan grave.

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José María Castillo: “Cuando se comparte, hay para todos”

Lunes, 25 de julio de 2022
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comparte_2465763405_16119165_660x371De su blog Teología sin Censura:

“Apremia y clama tomar en serio y manos a la obra”

“El miedo a la escasez y la inseguridad ante tantas cosas, nos tienen agobiados. He dedicado mi larga vida a la Teología y a las creencias, por eso pienso que puede ser pertinente indicar que lo más importante, que hay en los evangelios, no es su ‘historicidad’, sino su ‘significatividad'”

“Me llama la atención el episodio de la multiplicación de los panes porque es el relato que más veces se repite en los evangelios. es obvio lo más patente del relato: cuando lo que se tiene, se comparte, hay para todos y sobra”

“Tenemos que pensar muy en serio en las palabras del profesor Piketty: la riqueza privada está en manos del 10 por ciento más rico de la población… ¿Hasta dónde va a llegar? Se trata de una distancia que representa un grito incesante que clama humanidad”

“Es evidente que este clamor no se resuelve con limosnas. Y menos aún con violencias y guerras. Más que nunca, urge, apremia y clama tomar en serio y manos a la obra, con la seguridad de que será el paso decisivo para un mundo sencillamente humano”

El miedo a la escasez y la inseguridad ante tantas cosas, nos tienen agobiados. Esto es algo tan patente, que no es necesario ni conveniente ponerse a ponderar lo que estamos viendo y soportando. Por eso, vamos a reflexionar brevemente desde nuestras convicciones más profundas.

Yo no soy político. Ni economista. Quienes me conocen, saben que he dedicado mi larga vida a la Teología y a las creencias, que pueden ayudarnos a superar situaciones como la que estamos viviendo. Por eso, ni más ni menos, me vienen con frecuencia a la memoria relatos del Evangelio que son, para mí al menos, horizontes de esperanza.

Me explico. Es un hecho que la experiencia religiosa de muchos de nosotros ya no es de fiar (cf. Thomas Ruster, El Dios falsificado, pg. 228). Por eso pienso que puede ser pertinente indicar que lo más importante, que hay en los evangelios, no es su “historicidad”, sino su “significatividad”. Yo no dudo que sean libros que relatan lo más importante de la vida de Jesús de Nazaret. Pero lo decisivo no es saber lo que pasó en aquella vida, sino lo que significa para nosotros lo que vivió Jesús.

Pues bien, dicho esto, a mí – por lo menos – me llama la atención el episodio de la multiplicación de los panes. Y me he fijado en este episodio porque es el relato que más veces se repite en los evangelios. Hasta seis veces se repite lo mismo: un gentío enorme y necesitado, carente de lo indispensable para seguir tirando de la vida (Mt 14, 18-23; Mc 6, 38-46; Lc 9, 14-17; Jn 6, 1-15; Mc 8, 1-8; Mt 15, 31-39). Y Jesús dando una solución, que, además de la interpretación eucarística, que sin duda tiene este episodio, es obvio lo más patente del relato: cuando lo que se tiene, se comparte, hay para todos y sobra. Y repito lo que ya he dicho antes: lo más importante, que tienen los relatos evangélicos, es “lo que significan” para nuestras vidas y nuestro comportamiento en la sociedad.

Ahora bien, quienes decimos que el Evangelio debe ser el modelo ejemplar de nuestras vidas, tenemos que pensar muy en serio que “a la mitad de la población le sigue correspondiendo una parte insignificante del patrimonio total de la humanidad, mientras que el fuerte aumento de la riqueza privada está en manos del 10 por ciento más rico de la población…, lo cual implica que la parte correspondiente al resto de los habitantes del mundo se ha desmoronado”. Y se seguirá desmoronando de forma más inquietante de año en año (cf. Th. Piketty, Capital e ideología, Barcelona, Planeta, 2019, pg. 822).

Por supuesto, lo que he copiado del profesor Piketty, necesita abundantes explicaciones y no menos aplicaciones a la tremenda situación que estamos viviendo. En todo caso, me parece que hay dos hechos evidentes: 1º) La distancia de los más ricos a los más pobres aumenta de día en día. ¿Hasta dónde va a llegar? 2º) Se trata de una distancia que representa un grito incesante que clama humanidad, justicia y lo más elemental de la bondad.

Desde luego, es evidente que este clamor, que brota de toda la tierra, no se resuelve con limosnas. Y menos aún (indeciblemente menos), con violencias y guerras. Nos estamos jugando el ser o no ser del mundo entero. Por eso insisto que ahora, más que nunca, urge, apremia y clama tomar en serio y manos a la obra, con la seguridad de que será el paso decisivo para un mundo sencillamente humano.

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José María Castillo: “Donde encontramos a Dios es en la liberación del sufrimiento de los oprimidos de este mundo”

Jueves, 12 de mayo de 2022
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bajarcruzpobresDe su blog Teología sin censura:

 “Lo que más quiere Dios no es la observancia sumisa de los ‘religiosos'”

“Dios es el Trascendente. Y la ‘trascendencia’ es incomunicable. Está fuera del ámbito de nuestra capacidad de conocimiento”

A Dios solamente lo podemos conocer, no por lo que es, sino por lo que hace A Dios se le conoce únicamente si nos dedicamos a la tarea que Él nos propone y nos impone: “He visto la opresión de mi pueblo… He bajado a librarlo”

“La conducta que tuvo Jesús, anteponiendo la liberación de los que sufren a las leyes y rituales de la Religión, esa conducta fue la que llevó a Jesús a ser alzado en la cruz”

Nuestra relación con Dios es tan simple y tan complicada, ambas cosas a la vez, que seguramente muchos de los que nos consideramos creyentes, en realidad, posiblemente somos ateos. Y a la inversa, muchos de los que aseguran que son ateos, en realidad y seguramente, son creyentes.

¿Por qué esta interpretación tan extraña y contradictoria? La Biblia, en el libro del “Éxodo”, dice que Dios se reveló a Moisés en una zarza ardiendo (Ex 3, 1-3). Y de la zarza salió la voz del Señor que dijo: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores, conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo…” (Ex 3, 7-8). Como es lógico, ante una tarea tan difícil, Moisés le preguntó a Dios: “Si me preguntan: ¿Cuál es tu nombre?” A lo que Dios respondió: “Yo soy el que soy”. Y añadió: “Les dirás: “Yo soy” me envía a vosotros” (Ex 3, 14). Y concluyó: “Este es mi nombre para siempre” (Ex 3, 15).

¿Qué significa todo esto? Dios se da a conocer con un nombre y una tarea. El nombre se expresa en una oración gramatical que tiene sujeto y verbo, pero no tiene predicado. El nombre de Dios, si nos atenemos a lo que es o quién es, no sabemos, ni podemos saber, nada de Él. A Dios no se le puede conocer, si es que pretendemos conocer su ser o su esencia. Dios es el Trascendente. Y la “trascendencia” es incomunicable. Está fuera del ámbito de nuestra capacidad de conocimiento.

A Dios solamente lo podemos conocer, no por lo que es, sino por lo que hace A Dios se le conoce únicamente si nos dedicamos a la tarea que Él nos propone y nos impone: “He visto la opresión de mi pueblo… He bajado a librarlo”. Aquí está la clave y la tarea en la que podemos conocer a Dios. Lo determinante, en este asunto tan oscuro, no son las “ideas” de nuestra cabeza, sino las “obras” que produce nuestra vida.

El Evangelio de Juan pone, en boca de Jesús, hasta 18 veces la expresión “yo soy”. Casi siempre con un predicado: “yo soy” el pan de la vida, la luz del mundo, el buen pastor, la puerta, el camino… Pero, en sus enfrentamientos con los dirigentes de la Religión, Jesús les dijo: “Si no creéis que “yo soy”, moriréis en vuestros pecados” (Jn 8, 24). Más aún, en el mismo enfrentamiento, Jesús afirmó: “antes de que Abrahán existiera, “yo soy” (Jn 8, 58). Por eso Jesús llega a decir: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 29). Jesús se identifica con Dios.

Pero, ¿en qué se fundamenta semejante identificación? ¿En una argumentación especulativa de ideas o teorías, por muy sublimes que fueran tales argumentaciones? Nada de eso. La identificación de Jesús con Dios no se basa en teorías y argumentos. Todo se basa en la conducta de Jesús, en las obras que Jesús hacía. Lo dijo el mismo Jesús: “Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí” (Jn 10, 25). Y más claro aún: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis a mí, creed a mis obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10, 37-38).

Ahora bien, ¿a qué “obras” se refería Jesús? A lo mismo que se refería Dios cuando le habló a Moisés en el desierto: “He visto la opresión de mi pueblo… conozco sus sufrimientos” (Ex 3, 7). Aquí y en esto tocamos el fondo de la cuestión. Lo dijo Jesús muy claro: “Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que Yo soy” (Jn 8, 28). La conducta que tuvo Jesús, anteponiendo la liberación de los que sufren a las leyes y rituales de la Religión, esa conducta fue la que llevó a Jesús a ser alzado en la cruz.

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Lo que más quiere Dios no es la observancia sumisa de los “religiosos”. Antes que todas las observancias de la Religión, lo que Dios quiere ante todo y donde encontramos a Dios es en la liberación del sufrimiento de los oprimidos de este mundo. Por esto resulta evidente que hay tantos fieles observantes, que tranquilizan sus conciencias cumpliendo con su Religión tranquilizante. Pensando ellos que son muy religiosos, en realidad son ateos. Como también resulta evidente que quien centra su vida en la lucha contra el sufrimiento de los oprimidos, aunque no sea observante y sumiso a las minuciosas observancias de la Religión, en realidad ese es el que puede decir: si alguien quiere de verdad remediar el sufrimiento de este mundo, aunque fracase como un delincuente, ese “yo soy”.

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“La violencia es consecuencia de la política y la economía. Y por eso, es también consecuencia de la religión” , por José María Castillo.

Sábado, 26 de marzo de 2022
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Convivencia-sana_2425867397_15930040_667x375De su blog Teología sin censura:

“La Religión mató a Jesús; la Religión y el Evangelio son incompatibles”

“En este momento, con motivo de la guerra entre Rusia y Ucrania. ¿Qué tiene que ver la religión con la situación tan dramática que se nos ha presentado?”

“La mayor desgracia que le ha ocurrido al cristianismo ha sido fundir y confundir la Religión con el Evangelio”

“El hombre ejemplar, que tenemos en este momento trágico, es el papa Francisco. Porque su humanidad es ejemplar. Y con eso nos está diciendo que la guerra y la violencia tienen una sola decisión: tomar en serio y vivir, hasta donde nos sea posible, el Evangelio que nos centra en la paz y la bondad de todos y con todos”

La historia nos enseña, con abundancia de datos y argumentos, que la relación entre las religiones y la violencia ha sido más frecuente y más determinante de lo que mucha gente sospecha o se imagina. Además, es importante saber cómo se sitúa el Evangelio ante este enorme problema. Sobre todo, en este momento, con motivo de la guerra entre Rusia y Ucrania. ¿Qué tiene que ver la religión con la situación tan dramática que se nos ha presentado?

Es un hecho que religión y política han estado siempre, para bien o para mal, en mutua relación. Porque ambas (lo digan o no lo digan) se necesitan mutuamente. Por otra parte, yo no conozco a fondo y con las consiguientes consecuencias, la historia religiosa de Rusia y Ucrania. Por eso, me parece más pertinente indicar, no lo que nos divide, nos separa y nos aleja, sino – al contrario – lo que nos tendría que unir.

Lo que más preocupa, en situaciones como la que estamos viviendo, suele ser la violencia y sus fatales consecuencias. La violencia es consecuencia de la política y la economía. Y por eso, es también consecuencia de la religión. Porque, como es bien sabido, religión y política están (como siempre han estado) profundamente relacionadas mutuamente.

Ahora bien, estando las cosas como están, ¿el Evangelio tiene algo que ver en situaciones tan críticas como la que estamos viviendo? A primera vista, esta pregunta parece inútil. Porque si la violencia está condicionada por la religión, ¿no va a estar condicionada también por el Evangelio? Esta pregunta es inevitable. Y además es necesaria. ¿Por qué?

La mayor desgracia que le ha ocurrido al cristianismo ha sido fundir y confundir la Religión con el Evangelio. Más aún, lo peor de todo, ha sido no sólo la fusión de Religión y Evangelio. Lo más grave ha sido que, en la Iglesia, la Religión está más presente que el Evangelio. Y en la Iglesia es más determinante la Religión que el Evangelio. Por eso, para mucha gente religiosa, el Evangelio no es más que una lectura que se hace en la misa, el acto más importante de la Religión.

Quienes piensan así, no han caído en la cuenta de que fue la Religión la que se enfrentó a Jesús y su Evangelio. Como también hay que decir que fue la Religión la que mató a Jesús. Porque la Religión y el Evangelio son incompatibles. La razón de fondo de lo que acabo de decir está en que el centro de la vida, que brota de la Religión, es el “yo” (mi fe, mi observancia, mi conciencia, mi salvación). La razón de fondo, que brota del Evangelio, está en los “demás” (los enfermos, los pobres, los niños…). Dicho más claramente, la Religión produce un ser humano “fijado en el propio yo” (E. Drewermann), mientras que el Evangelio produce un ser humano “fijado en los demás”, en la paz y el bien de los demás. De ahí que el “mandamiento nuevo”, que Jesús les dio a sus seguidores fue éste: “que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34-35). Aquí, ya no aparece el amor a Dios. En el amor a los demás está el amor a Dios. Por eso, en el juicio definitivo, lo que Dios nos va a decir es esto: “lo que hicisteis con uno de éstos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). Tampoco aquí, en el momento último y decisivo, aparece Dios.

Dios que, en su trascendencia, no está a nuestro alcance, “se despojó de sí mismo y se hizo como uno de tantos” (Filip. 2, 7). Es lo que llamamos la “encarnación”. Es decir, la “humanización” de Dios, que se realizó en Jesús de Nazaret.

El hombre ejemplar, que tenemos en este momento trágico, es el papa Francisco. Porque su humanidad es ejemplar. Y con eso nos está diciendo que la guerra y la violencia tienen una sola decisión: tomar en serio y vivir, hasta donde nos sea posible, el Evangelio que nos centra en la paz y la bondad de todos y con todos.

Yo estoy convencido de que la guerra de Rusia contra Ucrania va a terminar seguramente pronto. ¿Es una ilusión? No. Es el fruto de una convicción: la bondad es más fuerte que la violencia.

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“¿Tiene solución el desinterés por la Iglesia? Sólo en la medida en que se ponga al día”, por José María Castillo

Miércoles, 12 de enero de 2022
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0B7B25D0-F1D7-4C34-83DA-A2DB4055EAB8De su blog Teología sin censura:

“Lo que se nos dice en el Evangelio es que Jesús dedicó su vida y su predicación a resolver los problemas y las carencias más apremiantes que tenía la gente de la sociedad en que vivió el mismo Jesús”

“Lo que hizo Jesús fue centrar su vida y su actividad, no en mantener la Religión, sino en resolver los problemas de la gente: el sufrimiento de los enfermos y el hambre de los pobres”

“Si el Evangelio no es determinante en nuestra vida, comprenderemos perfectamente por qué hay tanta gente a la que la interesa menos cada día lo que ven en la Religión”

“El papa Francisco representa una esperanza. Por su alejamiento de la Religión tradicional. Y por su creciente acercamiento a la humanidad y la bondad que distinguió a Jesús el Señor”

82904937-51E7-4807-97B2-22121595F9DFEs un hecho que la Religión y la Iglesia interesan cada día menos a gran parte de la sociedad, sobre todo a las generaciones jóvenes. Si este desinterés sigue al ritmo que va, se puede pensar que, dentro de treinta o cuarenta años, de la Religión y de la Iglesia van a quedar algunos festejos y poco más. ¿Tiene esto solución?

La tendrá, sin duda alguna. Pero la tendrá en la medida en que la Iglesia se ponga al día. Es decir, en la medida en que tengamos una Iglesia que sea fiel, no sólo a las tradiciones del pasado, sino sobre todo a las necesidades del presente.

Me explico. El concilio Vaticano II dijo que la Iglesia tiene su fundamento en el Señor Jesús cuando anunció el Reino de Dios (Lumen Gentium, nº 5). Es decir, la Iglesia nació del Evangelio. Pero, como bien sabemos, el Evangelio no se limitó a renovar la Religión de Israel. Lo que se nos dice en el Evangelio es que Jesús dedicó su vida y su predicación a resolver los problemas y las carencias más apremiantes que tenía la gente de la sociedad en que vivió el mismo Jesús.

3F047EA2-1CA8-4DFE-88D2-ACEE74A0A3B3Ahora bien, está sobradamente demostrado que los dos problemas más apremiantes, que tenían los habitantes de Judea, Samaria y Galilea, en tiempo de Jesús, eran el problema de la salud y el problema de la economía. Había cantidad de enfermos, que no encontraban solución a sus males. Y había también un desequilibrio económico atroz y escandaloso (cf. J. Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús). Dos problemas que la Religión (con sus sacerdotes, doctores de la Ley y sus fieles fariseos) no resolvían, sino que más bien lo que hacía aquel tinglado religioso era agravar la situación.

Así las cosas, lo que hizo Jesús fue centrar su vida y su actividad, no en mantener la Religión, sino en resolver los problemas de la gente: el sufrimiento de los enfermos y el hambre de los pobres. Además, hizo esto presentando a Dios como un Padre que acoge a todos los que sufren, ya fuera por sus enfermedades o por su pobreza.

¿Se preocupó Jesús por mantener y mejorar las ceremonias del Templo, el dinero que ganaban los sacerdotes, la exactitud de las enseñanzas de los doctores de la Ley, exigirle a la gente la exacta observancia de los ritos religiosos o la solemnidad de los ceremoniales del Templo?

Ante esta pregunta y la única respuesta, que se le puede dar, lo que me viene a la cabeza es que nuestra Iglesia, en no pocas cosas que vemos en ella, se parece más a lo que cumplían y celebraban los sacerdotes del Templo, que a lo que se entregó Jesús entre las pobres gentes de Galilea, sus enfermos y mendigos.

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Por supuesto, es correcto preocuparse por la rectitud en la teología y la debida corrección en la liturgia. Pero, si el Evangelio no es determinante en nuestra vida, comprenderemos perfectamente por qué hay tanta gente a la que la interesa menos cada día lo que ven en la Religión.

Termino diciendo que, tal como están las cosas, el papa Francisco representa una esperanza. Por su alejamiento de la Religión tradicional. Y por su creciente acercamiento a la humanidad y la bondad que distinguió a Jesús el Señor.

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“A Dios lo encontramos, ante todo, en la liberación de los esclavos y en la lucha contra el sufrimiento”, por José María Castillo

Miércoles, 15 de septiembre de 2021
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bajarcruzpobresDe su blog Teología sin censura:

Las observancias sagradas, las normas eclesiásticas… nos tranquilizan. Pero también nos engañan”

“En el mundo en que vivimos hoy, sigue habiendo mucho sufrimiento y muchas esclavitudes. Si los cristianos no anteponemos esa brutal y espantosa realidad a todo lo demás, la pura verdad es que no nos relacionamos con Dios, sino con las “representaciones de Dios” que nosotros nos hacemos, para tener paz, para darle sentido a la vida”

Decir “yo soy” es, como bien sabemos, no decir nada. Porque “yo soy” es una oración gramatical con sujeto y verbo, pero sin predicado. Si oímos esas palabras en boca de alguien, inevitablemente nos viene la pregunta: “tú eres: “¿qué?”, “¿quién?”. Y si el otro no responde, lo que nos viene a la mente es pensar: “éste no está bien de la cabeza”. Todo esto es lógico e inevitable.

Pues bien, lo “lógico” y lo “inevitable”, según afirma la Biblia, fue pronunciado nada menos que por Dios. Sí, por Dios mismo. Así lo afirma el capítulo tercero del libro del Éxodo, cuando el Señor se apareció a Moisés en el desierto de Egipto (3, 1-15). Por supuesto, yo no voy a discutir aquí si este relato bíblico es histórico o pertenece a otro género literario. Lo que me interesa y me importa es lo que me dice Dios en este episodio bíblico. Y lo que allí sucedió es que Moisés vio, en el desierto, una zarza ardiendo en un fuego que no se extinguía. Y del fuego salió una voz, que le dijo a Moisés: “Yo soy el Dios de tus padres…” (3, 6). Y añadió el mismo Dios: “He visto la opresión de mi pueblo… he oído sus quejas contra los opresores, conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo… a sacarlo de esta tierra…” (3, 7-8). Entonces fue cuando Dios le pidió a Moisés que fuera al Faraón y le dijera que, por mandato de Dios, sacaba al pueblo de aquella esclavitud. Y cuando Moisés le preguntó a Dios cómo se llamaba o cuál era su nombre, “Dios dijo a Moisés: Yo soy el que soy,… Yo soy me envía a vosotros” (3, 14-15).

 ¿Qué nos viene a decir esto a nosotros hoy, ahora? Nos viene a decir que a Dios lo conocemos y lo encontramos, no en una definición teórica o en una fórmula especulativa. Ni siquiera en una sola y escueta definición dogmática. A Dios lo encontramos, ante todo, en la liberación de los esclavos y en la lucha contra el sufrimiento. Si esto no se pone y se antepone a todo lo demás, no es posible conocer a Dios o encontrar a Dios.

Jesús antepuso la lucha contra el sufrimiento de los pobres

Por eso, sin duda alguna, según el Evangelio de Juan, el Señor Jesús se apropió este extraño título: “yo soy” (Jn 4, 26; 6, 20; 8, 24. 28). Y por eso mismo, los dirigentes del Templo quisieron matarle. Porque se proclamaba Dios.  Jesús antepuso la lucha contra el sufrimiento de los pobres, enfermos y esclavos. Esto fue lo primero para el Señor.

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Niños esclavos en Benin

En el mundo en que vivimos hoy, sigue habiendo mucho sufrimiento y muchas esclavitudes. Si los cristianos no anteponemos esa brutal y espantosa realidad a todo lo demás, la pura verdad es que no nos relacionamos con Dios, sino con las “representaciones de Dios” que nosotros nos hacemos, para tener paz, para darle sentido a la vida, para justificar lo mucho que vale nuestra religión, para ver la muerte con esperanza, incluso para ganar dinero, tener fama… ¿qué sé yo?

No nos engañemos, ¡por favor! Porque la pura verdad es que la religión, las observancias sagradas, las normas eclesiásticas…, todo eso, nos tranquiliza. Pero también nos engaña. Como se ha dicho acertadamente, “la experiencia religiosa de todos nosotros ya no es de fiar” (Thomas Ruster). Lo vemos todos los días. La religiosidad tranquiliza nuestras conciencias. Por eso no me cansaré de repetir que solamente la BONDAD es digna de fe. Porque en la bondad, que se traduce en liberación del sufrimiento, ahí es donde podemos empezar a conocer a Dios, lo que es Dios y lo que quiere Dios. Y lo que necesitamos de Dios para ser buenas personas de verdad.

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José María Castillo: “En los países cristianos, la Religión está más presente que el Evangelio”

Jueves, 29 de julio de 2021
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Iglesia-Reino-traspasa-Vaticano_2215588443_14435925_660x371De su blog Teología sin censura:

“En Jesús, quedó patente que Religión y Evangelio son incompatibles”

“Para esa gente (que es mucha, muchísima…), Religión y Evangelio son dos palabras y dos hechos, que se refieren a lo mismo. A fin de cuentas, para quienes piensan así, el Evangelio es uno de los elementos de la Religión”

“Si con alguien se enfrentó Jesús de Nazaret, fue precisamente con los “hombres de la Religión” y sus instituciones: el templo, los sacerdotes, los ritos, las leyes litúrgicas, los fariseos, fieles observantes de la normativa religiosa”

Religión y Evangelio generan intereses opuestos. La Religión atrae “capital” y “poder”, mientras que el Evangelio se identifica con el sufrimiento de “pobres” y “enfermos

“La Iglesia nos ha conservado y transmitido el Evangelio, que aporta a este mundo, lo que es más decisivo que el dinero y el poder. La Iglesia ha hecho posible que llegue hasta nosotros la seducción y la fuerza del Evangelio”

Redactando mis “Memorias”, he caído en la cuenta de que, desde hace muchos siglos y sin ver la importancia que tiene este asunto, la pura verdad es que, en los países reconocidos como “cristianos”, está más presente y es más determinante la Religión que el Evangelio.

No exagero. Ni saco las cosas de quicio. El problema está en que mucha gente no puede ni pensar en esto. Por la encilla razón de que, para esa gente (que es mucha, muchísima…), Religión y Evangelio son dos palabras y dos hechos, que se refieren a lo mismo. A fin de cuentas, para quienes piensan así, el Evangelio es uno de los elementos de la Religión. Por eso, en el acto religioso más importante (la misa), la gente que asiste a ese acto, cuando se lee el Evangelio, se pone de pie. Según los sacerdotes de la Religión, el Evangelio es el hecho litúrgico que merece más respeto.

Pero ocurre que, quienes ven así las cosas de la Iglesia, no se dan cuenta de la enorme contradicción que existe en todo esto. ¿Qué contradicción? Pues muy sencillo: el Evangelio (o los cuatro Evangelios) es una recopilación de breves relatos en los que el argumento central y determinante es un enfrentamiento, que termina en conflicto. Un conflicto mortal. El conflicto de Jesús – centro y eje del Evangelio – con la Religión.

En efecto, si con alguien se enfrentó Jesús de Nazaret, fue precisamente con los “hombres de la Religión” y sus instituciones: el templo, los sacerdotes, los ritos, las leyes litúrgicas, los fariseos, fieles observantes de la normativa religiosa. Un enfrentamiento que llegó al conflicto mortal. Cuando Jesús le devolvió la vida a Lázaro (Jn 11, 41-44), el Sanedrín (supremo órgano de gobierno de la Religión) vio que tenía que matar a Jesús (Jn 11, 53).

Quedó patente que Religión y Evangelio son incompatibles. Y el Sanedrín condenó a Jesús a muerte. ¿Por qué esta incompatibilidad? Religión y Evangelio generan intereses opuestos. La Religión atrae “capital” y “poder”, mientras que el Evangelio se identifica con el sufrimiento de “pobres” y “enfermos”. A san Ambrosio lo hicieron obispo de Milán cuando era catecúmeno (no estaba bautizado). Era un hombre rico y poderoso. Y fue frecuente, en tiempo de Ambrosio y siglos siguientes, elegir para obispos a quienes tenían dinero y poder, aunque no estuvieran bautizados (Peter Brown, Por el ojo de una aguja, Acantilado, 2016).

Así, el papado y su teología se convencieron de que la Iglesia poseía la riqueza y el poder que le otorgaban la “plenitudo potestatis”, lo que hizo posible el colonialismo de Europa en casi todo el mundo. Por ejemplo, en 1454, el papa Nicolás V le regaló al rey de Portugal, Enrique IV de Castilla, todos los reinos de África. Y además hizo, a todos los habitantes de ese continente, “esclavos” del rey (Bullarium Rom. Pont., vol. V, pg. 113).

Pero no todo ha sido negativo en la Iglesia. Ni mucho menos. La Iglesia nos ha conservado y transmitido el Evangelio, que aporta a este mundo, lo que es más decisivo que el dinero y el poder. La Iglesia ha hecho posible que llegue hasta nosotros la seducción y la fuerza del Evangelio. En este momento, la cultura que se impone no es el “poder opresor”, sino el “poder seductor”. La “horizontalidad” está derrotando a la “verticalidad” (Peter Sloterdijk).

Por eso, la tarea urgente de la Iglesia, en este momento, consiste en darse cuanta de que el mayor disparate, que ha cometido en su larga historia, ha sido fundir y confundir el Evangelio con la Religión. San Francisco de Asís ha sido el hombre más genial que ha tenido la Iglesia porque se dio cuenta de este disparate. Y le puso el remedio que él podía ponerle. No se centró en ortodoxias y autoritarismos, sino en la ejemplaridad del Evangelio.

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José María Castillo: “El clero, que rige a la Iglesia, le ha modificado el proyecto del Evangelio a Jesús

Viernes, 28 de mayo de 2021
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De su blog Teología sin censura:

el-sexo-y-los-curasJesús nunca pretendió fundir su Evangelio con la Religión del templo y los sacerdotes”

Son los sacerdotes, desde sus templos, los que leen y explican el Evangelio como les conviene o no les complica la vida. Es lo que mejor le viene a la Religión. Y lo que explica que haya tanta gente muy religiosa, que está tan lejos del Evangelio

La pregunta, que brota de esta situación, es inevitable: ¿creemos en Dios? ¿en qué Dios creemos?    

La crisis religiosa, que crece imparablemente, sobre todo en los países más industrializados (los más ricos), se está manifestando no sólo en el abandono de las prácticas religiosas, sino sobre todo en el culmen y origen de tales prácticas: Dios mismo. Pero, como hacerse “ateo” descaradamente es asumir una postura más bienfea, en amplios sectores de la opinión pública, los “sabiondos” en cosas de religión buscan escapatorias, que les pueden venir estupendamente para maquillar sus posiciones ambiguas de abandono o incluso negación de Dios. Un ejemplo – quizá pertinente en este delicado asunto – pueda ser el reciente libro, de Roger Leaners, “Después de Dios, ¿otro modelo es posible?”.

Quienes piensan de esta manera (o se acercan a ella) deberían empezar pensando que la totalidad de la realidad no se agota en lo “inmanente”. El cristianismo ha basado su existencia precisamente en la aceptación de que lo “trascendente” es absolutamente imprescindible para que sea posible la totalidad de la realidad. Por esto precisamente, cuando el Evangelio afirma: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único de Dios… es el que nos lo ha dado a conocer” (Jn 1, 18), en la base y fondo de esta afirmación, lo que en realidad se dice es que, si no aceptas la “trascendencia”, lo que no aceptas es el Evangelio. Es decir, lo que no aceptas es el cristianismo.

La enseñanza de Jesús a sus apóstoles fue tajante y clara en este sentido, según la repuesta que el mismo Jesús le dio a Felipe: “El que me ve a mí está viendo a Dios” (Jn 14, 9). ¿Qué estaba viendo Felipe? Un hombre condenado a muerte.Porque era un hombre considerado muy peligroso para el templo (“tópos” = “lugar santo”, cf. Bauer-Aland, col. 1693) (Jn 11, 48), una amenaza para los sacerdotes y para la Religión. Lo que, en realidad, nos viene a decir que la Religión no soporta el Evangelio. Un hombre bueno, Jesús, al que ni Pilato quiso matar, mientras que los profesionales de “lo sagrado” se burlaron de él hasta en su agonía (Mt 27, 38-44 par.). Porque, para ellos, Jesús (con su Evangelio) fue un “delincuente ejecutado” (G. Theissen).

Y es que la “conducta” (“êrga” = “obras”) (Mt 11, 2) de Jesús desconcertó incluso a Juan Bautista. La Religión se desconcertó ante el Evangelio. ¡Vamos a vencer el miedo! Y vamos a preguntarnos: ¿Creemos en el Dios de la Religión? ¿Creemos en el Dios del Evangelio? El Dios del Evangelio se da a conocer en “las obras” (“ta êrga”) de Jesús: (Jn 5, 20. 36; 9, 3 s; 10, 25. 32. 37 s): “Si no creéis en mí, creed en mis obras”. Es decir: “creed en mi conducta”. ¿Qué conducta? Dar vida: al paralítico, al ciego, al difunto, al pobre, al desamparado… Es una conducta para los demás. Tanto más, cuanto más necesitados.

En el caso de la Religión, se trata de una conducta exactamente al revés. Porque no es una conducta esencialmente “para los demás”, sino una conducta, ante todo, “para sí mismo”: es la sumisión, la obediencia, la exacta observancia, la subordinación “a superiores invisibles” (Walter Burkert). Y todo esto, ¿para qué? Para liberarse de sentimientos de culpa, para alcanzar lo que se desea, para obtener suerte, triunfo y gloria.

Ahora bien, dado que existen estas dos formas de relación con Dios, “para sí” y “para los demás”, el enorme problema que se nos plantea consiste en que la Iglesia, en los siglos primero al cuarto, vivió y se comportó de tal manera que, teniendo su origen en Jesús y su Evangelio, terminó fundiendo, en una difícil y extraña unidad, lo que, en la “teología narrativa” de los evangelios se nos muestra, se ve y se palpa como el enfrentamiento mortal entre la Religión y el Evangelio.

Pero esta fusión y confusión de Religión y Evangelio se ha complicado mucho más por el hecho, perfectamente comprensible, del “desequilibrio social” que, de facto e inevitablemente, se da y actúa entre la Religión y el Evangelio. La Religión da dinero, poder, importancia, influencia y exige sumisión. Mientras que el Evangelio se basa en el despojo y exige cercanía a identificación con lo pobre, lo marginal y todo cuanto despoja al discípulo, que asume, como proyecto de vida, el “seguimiento de Jesús”.

Según los evangelios, Jesús nunca pretendió fundir su Evangelio con la Religión del templo y los sacerdotes. El clero, que rige a la Iglesia, le ha modificado el proyecto del Evangelio a Jesús. Y son los sacerdotes, desde sus templos, los que leen y explican el Evangelio como les conviene o no les complica la vida. Es lo que mejor le viene a la Religión. Y lo que explica que haya tanta gente muy religiosa, que está tan lejos del Evangelio.

La pregunta, que brota de esta situación, es inevitable: ¿creemos en Dios? ¿en qué Dios creemos?

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José María Castillo: “Jesús soporta el error. Lo que no soporta es el sufrimiento”

Viernes, 5 de marzo de 2021
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amor-perfecto.max-750x450De su blog Teología sin censura:

“¿Cómo vivimos la fe en la pandemia?”

“Una de las cosas, que más patente ha dejado la pandemia, es que a una notable mayoría de la sociedad le interesa más la ‘diversión’ que la ‘creencia'”

“Qué quiero decir con esto? Que hemos deformado la fe. Sin embargo, en este asunto, hay que andarse con cuidado”

“El mayor elogio, que hizo Jesús, de la fe, no fue el de un creyente en el Dios verdadero, sino el de un militar romano, que tenía sus creencias, pero sufría porque un servidor suyo se le estaba muriendo (Mt 8, 5-13; Lc 7, 1-10)”

“Para Jesús es más importante la ‘humanidad’ que la ‘religiosidad’. Y esto es lo que a la teología y a los teólogos no nos entra en la cabeza”

Una de las cosas, que más patente ha dejado la pandemia, es que a una notable mayoría de la sociedad le interesa más la “diversión” que la “creencia”. Cuando la gente dice que, por causa del virus, nos quedamos sin Navidad, sin Reyes Magos, sin Cuaresma, sin Semana Santa, etc., etc., lo que menos le importa a la mayoría de la gente es recordar cómo nació Jesús, cómo murió en su Pasión y su Cruz, etc., etc. Lo que a la mayoría de los ciudadanos les importa es que nos quedamos sin el viaje, sin la playa, sin la juerga. O sea, lo que interesa es la “diversión”, no precisamente la “devoción”. Lo cual es perfectamente comprensible. Porque son miles y miles los ciudadanos que viven del turismo, los hoteles, las agencias de viajes… En un país, como es el caso de España, la economía se va al traste. Y con la economía, al traste nos vamos todos.

¿Qué quiero decir con esto? Que hemos deformado la fe. En efecto, para la gran mayoría de la gente, la fe es auténtica cuando se vive como la correcta relación con Dios. La que se traduce en la sumisión ortodoxa de los creyentes a lo que enseña y manda la autoridad jerárquica de la Iglesia. Esto es lo que enseñan los libros de teología y lo que explican los catecismos. Algo que se tomó tan en serio, que por esto se condenó a los herejes, se les torturó y hasta se les quemó vivos en la plaza pública. Que para eso se fundó la Inquisición.

Sin embargo, en este asunto, hay que andarse con cuidado. Porque, si nos atenemos a lo que relatan los Evangelios, la fe no es siempre la correcta relación con el Dios verdadero, sino la correcta relación con la salud humana.

El mayor elogio, que hizo Jesús, de la fe, no fue el de un creyente en el Dios verdadero, sino el de un militar romano, que tenía sus creencias, pero sufría porque un servidor suyo se le estaba muriendo (Mt 8, 5-13; Lc 7, 1-10). Y la “grandeza de la fe no se la atribuyó a un discípulo suyo, sino a una mujer cananea, que era una pagana, pero quería mucho a una hija suya que sufría (Mt 15, 21-28; Mc 7, 24-30). Como también resulta extraño que el único leproso curado, que mereció el elogio de su fe, no fue ninguno de los ortodoxos judíos, que se fueron al templo, sino un hereje samaritano, que tuvo la atención de agradecer su curación (Lc 17, 11-19).

Pero más elocuente que los evangelios sinópticos es el evangelio de Juan. Sobre todo, cuando afirma que Jesús se apropió el nombre de Dios que, cuando el mismo Dios le dijo a Moisés en la zarza ardiendo: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores, conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo de los egipcios y sacarlo de esta tierra… para llevarlo a una tierra que mana leche y miel” (Ex 3, 7-8). Y cuando Moisés le preguntó a Dios: “¿Cuál es tu nombre?” (Ex 3, 13), Dios le contestó: “Yo soy” (Ex 3, 14). Una respuesta desconcertante. Porque es una definición que tiene sujeto y verbo, pero no tiene predicado. El nombre de Dios no se puede “objetivar” en un concepto. Porque eso es reducir al Dios trascendente a un mero objeto inmanente. O sea, eso sería convertir al “Absolutamente-otro” en una “cosa”, el concepto que yo tengo en mi cabeza.

 Ahora bien, este misterioso nombre, “yo soy”, es el que se apropia Jesús en sus enfrentamientos con los líderes del judaísmo: “Si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados” (Jn 8, 24). Con ligeras variantes, el “yo soy” se le apropió Jesús constantemente. Hasta llegar a decir: “El Padre y yo somos uno” (Jn 10, 30). Jesús se identifica con Dios. Con el Dios que vio el sufrimiento de los oprimidos. Y vino a este mundo a liberarlos.

No cabe duda. Jesús soporta el error. Lo que no soporta es el sufrimiento. Y eso es lo que va a decidir nuestra suerte, en el juicio final: lo que hicimos o dejamos de hacer con los sufren (Mt 25, 31-46). Para Jesús es más importante la “humanidad” que la “religiosidad”. Y esto es lo que a la teología y a los teólogos no nos entra en la cabeza.

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José María Castillo: “Jesús no quiso templos, ni despachos, ni casas de retiro, Jesús iba por las calles a encontrarse con la gente”

Lunes, 14 de diciembre de 2020
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Castillo-nuevo-libro_2293580645_15141023_667x599El teólogo presenta ‘La religión de Jesús 2021’, editado por Descleé

“El templo delimita a Dios en un lugar determinado, mientras que Jesús es la presencia de Dios en la vida, en toda la vida. Estés donde estés, hagas lo que hagas”

“Esto no se puede cambiar de la noche a la mañana con un decreto, tiene que ser la vida. Y el Papa Francisco, donde se palpa que está a gusto es en la vida. En el templo, cumple lo indispensable, pero a él lo que le gusta es ir por la calle, entrar en una tienda, visitar a un enfermo, hablar con la gente…”

“Ahora, en Navidad, lo que tenemos que hacer es respetar la convivencia, pero respetando la salud, y no haciendo tonterías ni fiestas a escondidas, que lo que nos hace es salir todos contagiados”

La religión de Jesús 2021 (Desclée)

Es uno de los mejores teólogos de España y, sin duda, el padre de la ‘Teología Popular’. Un adelantado a su tiempo y, en cierto modo, uno de los maestros de Jorge Mario Bergoglio, que lee, y ‘copia’ más de una vez sus reflexiones. Cercanas, profundas, comprensibles, con entrañas de Evangelio. José María Castillo publica, un año más -y van…- sus reflexiones al Evangelio diario en ‘La religión de Jesús 2021’, que publica Desclée.

A diferencia de otros, Castillo no sigue el año litúrgico, sino el calendario civil, “que es el que tiene la gente normalmente. El año comienza el uno de enero”, nos cuenta, con toda la energía del mundo, desde su amada Granada. Hablamos con él.

– De nuevo, nos presentas tus reflexiones sencillas para el año. Que no arrancan en Adviento, sino el 1 de enero. ¿Por qué?

El Adviento es una cuestión puramente organizativa, de la que se puede prescindir. Por las ediciones de Evangelios que voy viendo en las librerías lo que va predominando lo civil sobre tradiciones religiosas o litúrgicas que se han introducido con el paso el tiempo.

¿Qué nos cuentas en el libro?

Este es el año 14 ó 15 en que lo hago. En mi opinión, el Evangelio no es una recopilación de relatos tomados de aquí o de allí, sino que hay más de fondo. Es teología narrativa, lo que significa que en estos relatos lo determinante no es la historicidad del mismo, sino lo que significa el relato. Porque la historicidad, en los cuatro evangelios, cambia. Por ejemplo, la expulsión de los mercaderes del templo, que en los  Evangelios sinópticos está al final de la vida de Jesús, mientras que Juan lo coloca al comienzo del suyo. ¿Quién tiene la razón? Da igual, el hecho ocurrió. Lo que pasa es que los sinópticos lo presentan como el enfrentamiento directo que precede a la condena, mientras que Juan lo muestra al principio, para indicar que la vida de Jesús iba a ser un enfrentamiento con el templo, y una condena del templo. No del templo en sí, sino de los abusos que se cometían en el templo.

De la misma manera en que ahora estamos escandalizados de que se hayan comprado catedrales, como la de Córdoba, las inmatriculaciones, o en León, o en Burgos… es que eso es una cosa muy seria. Y claro, utilizar los templos para ese tipo de cosas, pues no. En muchas catedrales cobra por entrar a visitar la casa de Dios.

-En tu libro abordas una problemática que llevas tocando en RD hace meses, sobre la tensión entre el seguimiento a Jesús y el seguimiento de una religión, que son conceptos antitético, no?

No solamente no es lo mismo, sino que son antitéticos. Se pretende meter a Dios en el templo, en lo sagrado, y ahí está Dios, y así yo voy por la mañana a misa, y cumplo con Dios, y ya durante el día en la calle, en casa o en la oficina, cumplo con otras cosas que tienen poco que ver con Dios.

-Es como si con eso bastase…

¡Claro! Jesús replantea eso de otra manera. Jesús no quiso templos. No es que cuando expulsó a los comerciantes… los templos se utilizan con mucha frecuencia como negocio. Ademas, el templo delimita a Dios en un lugar determinado, mientras que Jesús es la presencia de Dios en la vida, en toda la vida. Estés donde estés, hagas lo que hagas.

-Para creer en Jesús, ¿se puede seguir estando en esta iglesia? ¿O no? ¿Se puede ser ese Jesús y de esta iglesia?

Si somos rigurosos y coherentes, yo digo que no. Y por eso me alegra tanto la gestión que lleva adelante el Papa Francisco. Porque esto no se puede cambiar de la noche a la mañana con un decreto, tiene que ser la vida. Y el Papa Francisco, donde se palpa que está a gusto es en la vida. En el templo, cumple lo indispensable, pero a él lo que le gusta es ir por la calle, entrar en una tienda, visitar a un enfermo, hablar con la gente… ¿Por qué? Porque en última instancia Jesús es la humanización de Dios, y la presencia de Dios en la vida.

-¿Pero cómo construimos ese grupo de seguidores de Jesús, que tiene que ser en comunidad? Entiendo que la Iglesia o eso fue, aquellos que se juntaban en su nombre. ¿Cómo ser Iglesia siguiendo a Jesús sin salirnos del templo y sin expulsar del templo a los sacerdote…? ¿Es posible?

Es una utopía. Pero la mayor utopía es un mundo sin utopía. La utopía es necesaria, y la que tenemos que perseguir y realizar es la de que cada grupo o comunidad de cristianos vea de qué modo reunirse para celebrar la memoria de Jesús y compartirla. Es lo que hicieron los cristianos durante todo el siglo II. Los templos empezaron a construirse en los siglos III y IV. Jesús no fundó ningún templo, ni quiso ningún templo, ni hizo casas de retiro, ni alquiló un despacho para recibir a la gente, no. Nada de eso. Jesús iba por los pueblos, se encontraba a la gente. Lo importante: lo más fuerte en la vida es la bondad. La bondad tienen tal fuerza que puede con todo. Y la gran equivocación es pensar que con saber mucho o tener mucho, o mandar mucho, basta. Con eso no arreglamos nada, al contrario, nos peleamos, nos dividimos. Lo que tiene más fuerza en la vida es la bondad, que es lo que más necesitamos.

¿Por qué?

Hay algo que está ocurriendo, un fenómeno muy profundo. Se está desplazando el poder despótico y de dominación, por el poder de seducción. Lo que nos seduce, eso es lo que se impone, y lo que más nos seduce es la bondad. La bondad, que es respeto, tolerancia, cercanía, que es cariño, simpatía, hacer feliz al que lo pasa mal. Estamos tocando no sólo un problema de ética, sino un problema teológico profundo. ¿Dónde está Dios? En todo eso. Dios está en la bondad, en la convivencia… y por eso Jesús, según los relatos evangélicos, está preocupado por tres temas fundamentales: la salud, por eso curaba enfermos; la economía, y por eso Jesús le da tan fuerte a los que acaparaban dinero, a los que tenían bienes y desatendían a los desgraciados…; y la convivencia: sobre todo de forma que sea la bondad por que en la bondad es donde está la fuerza y el poder de Dios. Esto es lo que me parece que la Iglesia ha descuidado. Y la iglesia lo que ha hecho muchas veces en su historia ha sido imitar el poder, la riqueza, la importancia de los poderes públicos y terrenos, y por ahí no vamos a ninguna parte… solo al enfrentamiento, la división, el sufrimiento, que el poderoso domina al débil, etc…

Para ir acabando, ¿qué reacción te gustaría que tuvieran los lectores de tu libro? En estos tiempos de coronavirus, sufrimiento, soledad… ¿qué puede aportar?

Lo primero que puede aportar es caer en la cuenta y tomar conciencia de que a Dios lo encuentras en la vida, en la convivencia. Eso lo primero y ante todo, y lo encuentras en la convivencia más que delante de una imagen. Una convivencia en la que manda y se impone la bondad. Una bondad que en las condiciones en que estamos ahora mismo se preocupa ante todo por respetar la salud. Ahora, en Navidad, lo que tenemos que hacer es respetar la convivencia, pero respetando la salud, y no haciendo tonterías ni fiestas a escondidas, que lo que nos hace es salir todos contagiados. Yo creo que lo que nos enseña el Evangelio es que Dios está presente en la bondad, en al convivencia, en la preocupación por la salud, en la preocupación por los que se han quedado sin trabajo, que no llegan a fin de mes o a la cena de cada día… y por último tener muy claro que todo deseo, todo lo que deseamos intensamente, eso es la oración. La oración es lo que deseamos, porque Dios es trascendente y no tenemos posibilidad de relacionarnos con él. Se hace presente en Jesús, que fue un campesino de Galilea, un trabajador, gente pobre y humilde, pero un trabajador que no quería ni templos ni sacerdotes ni ritos ni ceremonias.

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José María Castillo: “Una pantalla, que nos informa o nos entretiene, nos aísla”

Viernes, 27 de noviembre de 2020
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Coronavirus_2226687375_14554800_667x375De su blog Teología sin Censura:

La soledad de los jóvenes

“De la misma manera que, de día en día, se acrecienta el número de personas contagiadas por el virus de la pandemia, en una proporción semejante aumenta también el número de personas que se sienten solas, abandonadas, aisladas en la vida”

“Es indudable que las condiciones en que nos ha puesto la pandemia nos aíslan y dificultan la comunicación en nuestra normal convivencia”

“El hombre que hacía hachas y martillos rudimentarios pasó a ser el hombre que hablaba y era capaz de expresar sus sentimientos mediante ritos y símbolos”

La Pontificia Universidad Comillas acaba de publicar un estudio interesante sobre un fenómeno nuevo, que se hace cada día más patente y también más preocupante. Se trata del hecho creciente de la soledad humana. De la misma manera que, de día en día, se acrecienta el número de personas contagiadas por el virus de la pandemia, en una proporción semejante aumenta también el número de personas que se sienten solas, abandonadas, aisladas en la vida.

Este es el hecho global. Pero los estudios realizados por la cátedra J. M. Martín Patino, de la mencionada Universidad Comillas (Madrid), nos informa y nos hace caer en la cuenta de una variante del fenómeno global indicado. Tal variante consiste en que uno de los grupos humanos en el que más se advierte la experiencia de la soledad es el de los jóvenes.

El porcentaje de personas jóvenes (menores de 35 años), que experimentan la mencionada soledad, aumenta de forma preocupante. Y conste – es mi impresión – que, a medida que se desciende en la edad, se intensifica y se acrecienta el aislamiento. Lo cual es un hecho tan patente, que se advierte en cualquier familia o cualquier casa donde abundan los niños que se aproximan o han llegado a la pubertad.

Esta última observación, que acabo de hacer, si es que efectivamente indica lo que realmente está ocurriendo, viene a ser un indicador que puntualiza o incluso quizá modifica, en algún aspecto fundamental, lo que realmente estamos viviendo, en uno de sus componentes más determinantes. Por supuesto, es indudable que las condiciones en que nos ha puesto la pandemia nos aíslan y dificultan la comunicación en nuestra normal convivencia. Esto es algo tan patente, que no necesita andar buscando ocultos argumentos para demostrarlo.

Más chocante es que la experiencia de soledad se acentúe en los jóvenes. ¿Tiene este hecho alguna explicación que se relacione o tenga que ver con la pandemia? Lo más obvio, que a cualquiera se le ocurre, es que si no conocemos todavía a fondo y plenamente la naturaleza y los efectos del virus, sería atrevido ponerse a dar explicaciones sobre la relación que puede tener este virus con las variantes que puede tener en la psicología de los pacientes.

Por eso (y no siendo especialista en estas cuestiones), me atrevo a proponer un hecho que podría tener sus consecuencias en todo este asunto. Cualquiera que entre en un local o espacio, en el que hay gente esperando (un autobús, una sala de espera…), lo más probable es que, en lugar de gente que habla y se comunica, lo que más abunda es gente aislada y concentrada, callada y mirando fijamente la pantalla de su teléfono móvil. Una pantalla, que nos informa o nos entretiene, nos aísla. Y además, insisto: cuanto más jóvenes, más absortos en lo que cada cual está mirando.

Que esto suceda, es comprensible. La tecnología, la publicidad, la fuerza de la economía traducida en propaganda y tantos otros intereses, bien manejados por la técnica, pueden con nosotros. Y el atractivo que ejercen sobre los más jóvenes es irresistible. Estamos hartos de verlo y de vivirlo.

Pues bien, estando así las cosas, ¿no tendríamos que ver con toda naturalidad el creciente aumento del aislamiento de las personas, sobre todo y tanto más entre los más jóvenes? Sin embargo, si todo esto se analiza detenidamente, pronto nos damos cuenta de que estamos ante un problema mucho más serio de lo que seguramente imaginamos.

¿A qué me refiero? Por los estudios que se han hecho en Paleontología, se sabe que el tamaño del cuerpo no varió desde el Homo ergaster hasta el Homo heidelbergensis, mientras que el tamaño del cerebro sí que experimentó un fuerte ascenso, pasando de un promedio de alrededor de 800 cm, en el Homo ergaster, hasta otro de algo más de 1.200 cm, en los ejemplares de la Sima de los Huesos. Como se ha dicho exactamente, se produjo un proceso de encefalización (prof. Ignacio Martínez Mendizábal). Fue un proceso de cientos de miles de años. Pero se produjo esta asombrosa transformación. En la que fue determinante el origen del lenguaje.

¿Qué significa esto y qué representó? Parece claro que se produjo un incremento: de la “inteligencia tecnológica”, se pasó a la “inteligencia social”: el hombre que hacía hachas y martillos rudimentarios pasó a ser el hombre que hablaba y era capaz de expresar sus sentimientos mediante ritos y símbolos. La consecuencia (del cambio indicado) fue asombrosa. Como explica el citado profesor Martínez Mendizábal, en la muestra de la Sima de los Huesos (en Atapuerca) hay pruebas de que aquellas personas, con sus grandes cerebros, cuidaban de las personas discapacitadas y se comunicaban mediante el lenguaje hablado. Así nació, creció y se fue perfeccionando la relación personal entre los miembros del grupo. Y llegaron a los orígenes de las relaciones, la comunicación y la gestión de los problemas sociales.

“Y llegaron a los orígenes de las relaciones, la comunicación y la gestión de los problemas sociales”

Efectivamente, la creciente soledad de los jóvenes actuales es un hecho, que indica el crecimiento de la “inteligencia tecnológica”. Un hecho que nos debe enorgullecer y que es fuente de esperanza para un futuro mejor. Pero, si la “inteligencia social” no crece y se perfecciona debidamente, terminaremos viviendo en un mundo en el que la técnica y sus máquinas increíbles dominarán y mandarán en nuestros sentimientos y anhelos más íntimos. Si es que el mundo soporta un planeta tan tecnificado, pero a costa de destrozar nuestra convivencia y nuestra humanidad.

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