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“Dios no puede ser un objeto mental elaborado por nosotros”, por José María Castillo

Viernes, 18 de octubre de 2019

Existe-Dios_2162193805_13946384_660x371De su blog Teología sin censura:

“Este es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he amado (Jn 13, 34). Así y en eso es dónde y cómo se encuentra a Dios. Según el Evangelio, no hay más camino que ése. Cree en Dios el que antepone el bien y la felicidad de los demás a todo lo demás

El diario El País publicó, el pasado día 25 de septiembre, un extenso informe (toda una página) en el que informaba del reciente libro que ha publicado el profesor Reza Aslan, de la Universidad de California. Aslan es un estudioso investigador de la historia de las religiones, ha publicado un libro (Dios. Una historia humana, Taurus) que está dando que hablar.

Según el profesor Aslan, “Dios es una idea”, modelada por los hombres, según les ha interesado o les ha convenido. Por eso hay tantos “dioses”. Porque los intereses y las conveniencias de los hombres, los pueblos y las culturas han sido (y son) tantos y tan contradictorios, que cada individuo o cada cultura se ha inventado el “dios” que le convenía o le venía mejor.

No voy a discutir todas y cada una de las ideas, que propone Reza Aslan. Para eso haría falta un libro, quizá varios. Por eso me voy a limitar a discutirle al profesor Aslan una sola cosa, que es el punto de partida de todo lo demás que dice en su libro. Como ya he dicho, según Aslan, “Dios es una idea”, que no conocemos ni interesa. Y no sabemos si existe o no existe. Porque, con solo una idea, no vamos a ninguna parte.

Pues bien, esto supuesto, lo primero y lo más elemental, que hay que decirle al Sr. Aslan (y a todos los que piensan como él) es que “Dios no es una idea”. Ni puede serlo. Porque Dios es el Trascendente. Ahora bien, la Trascendencia – como ya explicó Tomás de Aquino – “está sobre todo cuanto podemos decir o entender” (“supereminentius quam dicatur aut intelligatur”. De Potentia, q. VII, a. V). Y no podemos entenderlo porque el cerebro humano no puede pensar nada más que “objetivando” y, por tanto, “cosificando” lo que piensa. Es decir, lo que “pensamos” es una realidad que “objetivamos” en nuestra mente. Un “objeto mental, eso es una “idea”. Y con “objetos mentales” elaboramos nuestros pensamientos y nuestras ideas (cf. Paul Ricoeur).

Ahora bien, Dios no puede ser un objeto mental elaborado por nosotros. De ahí que sabiamente Sophie Nordmann, en su Phénomenologie de la Transcendence, ha dicho con precisión: “Ser trascendente no significa ser infinitamente superior, sino simplemente incomunicable a otro orden absolutamente distinto” (pg. 10). Lo que significa, ni más ni menos, que Dios no está a nuestro alcance. Dios está más allá del horizonte último de todo cuanto podemos saber o conocer.

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Sólo dos, de las grandes religiones, se han dado cuenta de este problema: el budismo y el cristianismo. El budismo ha sido más consecuente. Y al darse cuenta de que Dios y el Ser humano se sitúan en dos ámbitos totalmente distintos de conocimiento, ha prescindido de Dios. Y se ha quedado sólo con el Dharma, que nos funde en uno a la naturaleza y al yo (Kotaró Zuzuki). Es una solución coherente. Pero tiene el peligro de centrar al ser humano en sí mismo, de forma que cuando encuentra el Dharma, encuentra la paz y se queda en eso. No atendiende debidamente al sufrimiento del mundo y al consiguiente estancamiento social (cf. John K. Galbaith (Ambassador’s Journal, 1969).

La solución, que el cristianismo le ha dado a este problema, está en Jesús, tal como lo presenta el Evangelio. En Jn 1, 18 se nos dice: “A Dios, nadie lo ha visto jamás. Jesús (el Hijo) nos lo ha dado conocer”. O sea, en Jesús de Nazaret, Dios se “encarna”, es decir, “se humaniza”. Y hasta se funde con lo humano, de forma que el mismo Jesús le dijo a uno de sus discípulos: “Felipe, el que me ve a mí, está viendo al Padre (Dios)” (Jn 14, 9). Jesús, su forma de vida, su conducta, sus preferencias, su existencia entera, desde el nacimiento en un establo hasta la muerte como un delincuente, Jesús nos revela a Dios. Y así, nos dice cómo es Dios, lo que quiere Dios y, sobre todo, dónde y cómo encontramos a Dios: “Lo que hicisteis con uno de estos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

No identifiquemos a Dios con la religión. Ni Dios (que es “trascendente”) es un componente de la religión (que es “inmanente”). Es más, la experiencia religiosa, tal como la practica mucha gente, ya no es de fiar (Th. Ruster). La religiosidad, que nos lleva a Dios, es la que nos enseñó Jesús con su vida. Y a Dios lo encuentra quien cumple el mandamiento que nos dejó Jesús: “Este es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34). Así y en eso es dónde y cómo se encuentra a Dios. Según el Evangelio, no hay más camino que ése. Cree en Dios el que antepone el bien y la felicidad de los demás a todo lo demás. Dejémonos de especulaciones y teorías. Sólo la vida que cada cual lleva, eso es lo que nos lleva a Dios.

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