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Jesús, maestro, ten compasión de nosotros

Domingo, 13 de octubre de 2019
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Los diez leprosos

Eran diez leprosos. Era
esa infinita legión
que sobrevive a la vera
de nuestra desatención.

Te esperan y nos espera
en ellos Tu compasión.
Hecha la cuenta sincera,
¿cuántos somos?, ¿cuántos son?

Leproso Tú y compañía,
carta de ciudadanía
nunca os acaban de dar.

¿Qué Francisco aún os besa?
¿Qué Clara os sienta a la mesa?
¿Qué Iglesia os hace de hogar?

*

Pedro Casaldáliga
Vivamos de Esperanza

***

 

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.”

Al verlos, les dijo:

“Id a presentaros a los sacerdotes.”

Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.

Éste era un samaritano.

Jesús tomó la palabra y dijo:

“¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”

Y le dijo:

“Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”

*

Lucas 17, 11-19

***

Existo como un pequeño fragmento en la realidad ilimitada del mundo. Sin embargo, soy más grande que el mundo, porque mi pensamiento puede alcanzar y rebasar todas las cosas; más aún, es capaz de buscar lo que no se encuentra en el universo, a saber: el significado del universo. Me han sido dados unos pocos años de vida: he nacido y moriré. Sin embargo, mi pensamiento es capaz de atravesar estos estrechos límites y se plantea el problema de lo que había antes y de lo que habrá después. Estoy condicionado por mil instintos interiores y estoy manipulado por mil cosas exteriores que me solicitan. Sin embargo, puedo decidir libremente entre una acción y otra, entre una persona y otra, entre un destino y otro. En mi único ser hay, por tanto, algo que me hace pequeño, efímero, esclavo, y hay algo que me nace grande, duradero, libre.

Existo como alguien que pide ser salvado. Tengo sed de verdad sobre mi origen, sobre mi naturaleza, sobre mi suerte última, pero sé que el riesgo del error me acecha. Tengo sed de una alegría sin fin, pero sé que cada día que pasa me acerca al sufrimiento y a la muerte, y esta perspectiva me entristece ya desde ahora. Tengo sed de vivir en justicia, pero sé que soy, poco o mucho, repetidamente injusto. La salvación que necesito es, por consiguiente, salvación del error, de la muerte, de la culpa.

Esta salvación me ha sido dada por la bondad de Dios, que envió al mundo a mi Salvador: Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado, que hoy está vivo y es Señor. El Señor Jesús me salva alcanzándome allí donde me encuentro, con una gratuidad y una misericordia inesperadas. Ahora bien, no me salva como un objeto inerte; al contrario, me concede aceptar libremente la iniciativa del Padre, a través del acto de fe; me concede configurarme libremente en mi conducta a su ley de amor; me permite entregarme libremente a la alabanza, a la acción de gracias, a la imploración a través de la oración.

*

G. Biffi, lo credo, Milán 1980, 55ss

***

***

 

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , ,

“Creer sin agradecer”. 28 Tiempo ordinario – C (Lucas 17,11-19)

Domingo, 13 de octubre de 2019
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28-TO-CEl relato comienza narrando la curación de un grupo de diez leprosos en las cercanías de Samaría. Pero, esta vez, no se detiene Lucas en los detalles de la curación, sino en la reacción de uno de los leprosos al verse curado. El evangelista describe cuidadosamente todos sus pasos, pues quiere sacudir la fe rutinaria de no pocos cristianos.

Jesús ha pedido a los leprosos que se presenten a los sacerdotes para obtener la autorización que los permita integrarse en la sociedad. Pero uno de ellos, de origen samaritano, al ver que está curado, en vez de ir a los sacerdotes, se vuelve para buscar a Jesús. Siente que para él comienza una vida nueva. En adelante, todo será diferente: podrá vivir de manera más digna y dichosa. Sabe a quién se lo debe. Necesita encontrarse con Jesús.

Vuelve «alabando a Dios a grandes gritos». Sabe que la fuerza salvadora de Jesús solo puede tener su origen en Dios. Ahora siente algo nuevo por ese Padre Bueno del que habla Jesús. No lo olvidará jamás. En adelante vivirá dando gracias a Dios. La alabará gritando con todas sus fuerzas. Todos han de saber que se siente amado por él.

Al encontrarse con Jesús, «se echa a sus pies dándole gracias». Sus compañeros han seguido su camino para encontrarse con los sacerdotes, pero él sabe que Jesús es su único Salvador. Por eso está aquí junto a él dándole gracias. En Jesús ha encontrado el mejor regalo de Dios.

Al concluir el relato, Jesús toma la palabra y hace tres preguntas expresando su sorpresa y tristeza ante lo ocurrido. No están dirigidas al samaritano que tiene a sus pies. Recogen el mensaje que Lucas quiere que se escuche en las comunidades cristianas.

«¿No han quedado limpios los diez?». ¿No se han curado todos? ¿Por qué no reconocen lo que han recibido de Jesús? «Los otros nueve, ¿dónde están?». ¿Por qué no están allí? ¿Por qué hay tantos cristianos que viven sin dar gracias Dios casi nunca? ¿Por qué no sienten un agradecimiento especial hacia Jesús? ¿No lo conocen? ¿No significa nada nuevo para ellos?

«¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?». ¿Por qué hay personas alejadas de la práctica religiosa que sienten verdadera admiración y agradecimiento hacia Jesús, mientras algunos cristianos no sienten nada especial por él? Benedicto XVI advertía hace unos años que un agnóstico en búsqueda puede estar más cerca de Dios que un cristiano rutinario que lo es solo por tradición o herencia. Una fe que no genera en los creyentes alegría y agradecimiento es una fe enferma.

José Antonio Pagola

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” ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”. Domingo13 de octubre de 2019. 28º Ordinario

Domingo, 13 de octubre de 2019
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53-ordinarioc28-cerezoLeído en Koinonia:

2Reyes 5, 14-17: Volvió Naamán al profeta y alabó al Señor.
Salmo responsorial: 97:  El Señor revela a las naciones su salvación.
2Timoteo 2, 8-13: Si perseveramos, reinaremos con Cristo.
Lucas 17, 11-19: ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?

Después de un comentario tradicional, añadimos otro comentario crítico

Entre samaritanos y judíos –habitantes del centro y sur de Israel respectivamente- existía una antigua enemistad, una fuerte rivalidad que se remontaba al año 721 a.C. en el que el emperador Sargón II tomó militarmente la ciudad de Samaría y deportó a Asiria la mano de obra cualificada, poblando la región conquistada con colonos asirios, como nos cuenta el segundo libro de los Reyes (cap. 17). Con el correr del tiempo, éstos unieron su sangre con la de la población de Samaría, dando origen a una raza mixta que, naturalmente, mezcló también las creencias. “Quien come pan con un samaritano es como quien come carne de cerdo (animal prohibido en la dieta judía)”, dice la Misná (Shab 8.10). La relación entre judíos y samaritanos había experimentado en los días de Jesús una especial dureza, después de que éstos, bajo el procurador Coponio (6-9 p.C.), hubiesen profanado los pórticos del templo y el santuario esparciendo durante la noche huesos humanos, como refiere el historiador Flavio Josefo en su obra Antigüedades Judías (18,29s); entre ambos grupos dominaba un odio irreconciliable desde que se separaron de la comunidad judía y construyeron su propio templo sobre el monte Garitzín (en el siglo IV a.C., lo más tarde). Hacia el s. II a.C., el libro del Eclesiástico (50,25-26) dice: “Dos naciones aborrezco y la tercera no es pueblo: los habitantes de Seir y Filistea, y el pueblo necio que habita en Siquém (Samaría)”. La palabra “samaritano” constituía una grave injuria en boca de un judío. Según Jn 8,48 los dirigentes dicen a Jesús en forma de insulto: ¿No tenemos razón en decir que eres un samaritano y que estás loco?

Ésta era la situación en tiempos de Jesús, judío de nacimiento, cuando tiene lugar la escena del evangelio de hoy. Los leprosos vivían fuera de las poblaciones; si habitaban dentro, residían en barrios aislados del resto de la población, no pudiendo entrar en contacto con ella, ni asistir a las ceremonias religiosas. El libro del Levítico prescribe cómo habían de comportarse éstos: “El que ha sido declarado enfermo de afección cutánea andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: ¡Impuro, impuro! Mientras le dure la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento” (Lv 13, 45-46). El concepto de lepra en la Biblia dista mucho de la acepción que la medicina moderna da a esta palabra, tratándose en muchos casos de enfermedades curables de la piel.

Jesús, al ver a los diez leprosos, los envía a presentarse a los sacerdotes, cuya función, entre otras, era en principio la de diagnosticar ciertas enfermedades, que, por ser contagiosas, exigían que el enfermo se retirara por un tiempo de la vida pública. Una vez curados, debían presentarse al sacerdote para que le diera una especie de certificado de curación que le permitiese reinsertarse en la sociedad. Pero el relato evangélico no termina con la curación de los diez leprosos, pues anota que uno de ellos, precisamente un samaritano, se volvió a Jesús para darle las gracias.

Por lo demás algo parecido había sucedido ya en el libro de los Reyes, donde Naamán, general del ejército del rey sirio, aquejado de una enfermedad de la piel, fue a ver al profeta de Samaría, Eliseo, para que lo librase de su enfermedad. Eliseo, en lugar de recibirlo, le dijo que fuese a bañarse siete veces en el Jordán y quedaría limpio. Naamán, aunque contrariado por no haber sido recibido por el profeta, hizo lo que éste le dijo y quedó limpio. Cuando se vio limpio, a pesar de no pertenecer al pueblo judío, se volvió al profeta para hacerle un regalo, reconociendo al Dios de Israel, como verdadero Dios, capaz de dar vida. Este Dios, además, se manifiesta en Jesús como el siempre fiel a pesar de la infidelidad humana.

Lo sucedido al leproso del evangelio sentaría muy mal a los judíos. De los diez leprosos, nueve eran judíos y uno samaritano. Éste, cuando vio que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Estar a los pies de Jesús es la postura del discípulo que aprende del maestro. Los otros nueve, que eran judíos, demostraron con su comportamiento el olvido de Dios que tenían y la falta de educación, que impide ser agradecidos. Sólo un samaritano -oficialmente heterodoxo, hereje, excomulgado, despreciado, marginado-, volvió a dar gracias. Sólo éste pasó a formar parte de la comunidad de seguidores de Jesús; los otros quedaron descalificados.

Tal vez, los cristianos, estemos demasiado convencidos de que sólo «los de dentro», los de la comunidad, «los católicos», o «los de la parroquia»… somos los que adoptamos los mejores comportamientos. Hay gente mucho mejor fuera de nuestros círculos, incluso en otras iglesias, y hasta en otras religiones, incluso entre quienes dicen que «no creen». En el evangelio de hoy es precisamente alguien venido de fuera, despreciado por los de dentro, el único que sabe reconocer el don recibido de Dios, dando una lección magistral a quienes no supieron agradecer. Aprendamos la lección del samaritano. Leer más…

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13. X. 19. Dom 28. Tiempo ordinario. Ciclo C (Lc 17, 11‒19). El milagro consiste en “dar” gracias

Domingo, 13 de octubre de 2019
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10-leprosos1Del blog de Xabier Pikaza:

La mataron por curar samaritanos

He venido comentando el evangelio de Lucas desde su temática económico‒social, insistiendo en la “pobreza” cristiana. En el domingo anterior he tratado de la fe, que mueve montañas, según  Hab 2, 4: “El justo vive por la fe”. Hoy quiero insistir en la palabra que Jesús dice al samaritano”tu fe te ha salvado (es decir, te ha curado), una fe que mueve montañas, una fe que da gracias.

 La mayor enfermedad del mundo es la falta de fe, no confiar unos en otros, no dar gracias.  Siguiendo en esa línea, se puede afirmar que el mayor milagro es la fe, creer en los demás, dar gracias…

E contra de eso, ha sido el “milagro de Jesús” ha consistido en creer (que es crear) y en dar gracias  (que es compartir y bendecir la vida):

a) Jesús ha creído en los hombres y mujeres, y de esa forma les ha hecho capaces de aceptarse, de quererse, de curarse. No impone, no se impone por encima de ellos, no les quiere sometidos: Quiere que sean, que se curen, que se limpien, que caminen en libertad.

b) Jesús ha dado un hombre que da gracias, vinculándose así (por encima del buen templo de Jerusalén) con el samaritano leproso que ha venido a darle gracias, compartiendo con él un nuevo camino de vida. Vivimos (es decir, morimos) en un mundo que se ha olvidado de dar gracias, que no creen en el perdón, ni en la curación, ni en la gratuidad, en un mundo que, en general, no acepta los “valores” de Jesús, a quien sigue negando o persiguiendo,  no porque dice bellas palabras de amor abstracto, sino porque cura‒acoge a los extraños y emigrantes (a los samaritanos) abriendo en (con) ellos un camino de gratuidad.   

Texto Lucas 17, 11-19

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Jesús, al verlos, les dijo: “Id a presentaros a los sacerdotes. Y, mientras iban de camino, quedaron limpios.

Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: “¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”

Diez leprosos

10-lepers-31Estos diez leprosos son todo el mundo, la humanidad excluida que Jesús quiere curar, con fe, es decir, con honda humanidad. Allí donde otros piensan que creer es engañarse (los hombres racionales piensan y deciden razonando sus problemas, los otros creen… como niños), Jesús sabe que creer es recibir la vida como don y comprometerse a vivirla de un modo gratuito, por amor a la vida, que es amor a los demás.

            En ese sentido, el evangelio presenta aJesús como un hombre de fe. Por eso no resuelve los problemas de los hombres ofreciéndoles un tipo de ayuda desde fuera. No les lleva a la evasión o al olvido de la tierra (de su condición humana),  sino todo lo contrario: en el centro de la misma enfermedad Jesús suscita un gesto de fe en aquellos que le acogen y le escuchan. Así actúa como promotor de vida en medio de la muerte, como signo de esperanza en medio de una sociedad que parece condenada a la desesperanza.

Los milagros de Jesús, un acto de fe

tendencias040204-640x429a) Jesús actúa como mediador de fe: dialoga con el enfermo (o poseso); penetra en el lugar de su dolor, en la raíz de su misma enfermedad o su locura, como un amigo que ama, como psicólogo que discierne, como un creyente que irradia fe. Precisamente allí donde parece que la vida se encuentra condenada y fracasada ha penetrado Jesús con su fuerza de fe y amor gratuito y transformante.

b) Jesús pone a los enfermos ante el poder de Dios que el evangelio define como “reino”, es decir, como principio de nuevo humanidad. Creer en el Reino de Dios es creer en una vida distinta, en ánimo interior, en fraternidad. Como mensajero y testigo de ese Reino de Dios (que es el Reino de la vida de los hombres) actúa Jesús, encendiendo en los enfermos (y en su entorno) la llama de una fe que cura y transforma.

c) Por eso el milagro se realiza como fe. Así lo indica la tradición evangélica recordando una y otra vez las palabras de Jesús que dice a los enfermos “si crees puedes curarte” o “tú fe te ha curado”. Fe es ponerse en manos de la gracia de Dios, en manos de su fuerza creadora. La fe es el gesto por el cual, superando lo que somos, nos ponemos en brazos de aquel que nos hace vivir, de aquel que nos capacita para esperar. Al llegar a este nivel puede realizarse y se realiza muchas veces el milagro.

Milagro, una vida abierta, por encima de un sistema de ley

LeprosoYExtranjero

El milagro es la fe misma que  pone a los hombres ante “poder” de la vida de Dios, dejando que él actúe y actuando (siendo) por él y en él. Por eso el milagro no se puede programar ni demostrar; no se puede convertir después en acción de compraventa, en mercado de favores religiosos. Allí donde comienza el mercado termina el milagro. Donde se programa la feria de prodigios se apagan los auténticos prodigios, en la línea de la gracia de Jesús. Leer más…

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“Malos”, pero agradecidos. Domingo 28 Ciclo C

Domingo, 13 de octubre de 2019
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28-tocevDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Las lecturas de este domingo son fáciles de entender y animan a ser agradecidos con Dios. La del Antiguo Testamento y el evangelio tienen como protagonistas a personajes muy parecidos: en ambos casos se trata de un extranjero. El primero es sirio, y las relaciones entre sirios e israelitas eran tan malas entonces como ahora. El segundo es samaritano, que es como decir, hoy día, palestino. Para colmo, tanto el sirio como el samaritano están enfermos de lepra.

Naamán el sirio

            El relato del segundo libro de los Reyes (5,14-17) es mucho más extenso e interesante de lo que refleja la lectura litúrgica. Naamán es un personaje importante de la corte del rey de Siria, pero enfermo de lepra. En su casa trabaja una esclava israelita que le aconseja visitar al profeta de Samaria, Eliseo. Así lo hace, y el profeta, sin siquiera salir a su encuentro, le ordena bañarse siete veces en el Jordán. Naamán, enfurecido por el trato y la solución recibidos, decide volverse a Damasco. Pero sus servidores le convencen de que haga caso al profeta.

            En aquellos días, Naamán de Siria bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta Eliseo, y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva y se presentó al profeta, diciendo:

            ‒ Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Acepta un regalo de tu servidor.

            Eliseo contestó:

            ‒ ¡Vive Dios, a quien sirvo! No aceptaré nada.

            Y aunque le insistía, lo rehusó. Naamán dijo:

            ‒ Entonces, que a tu servidor le dejen llevar tierra, la carga de un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor.

            Con vistas al tema de este domingo, lo importante es la actitud de agradecimiento: primero con el profeta, al que pretende inútilmente hacer un regalo, y luego con Yahvé, el dios de Israel, al que piensa dar culto el resto de su vida. Pero no olvidemos que Naamán es un extranjero, una persona de la que muchos judíos piadosos no podrían esperar nada bueno. Sin embargo, el “malo” es tremendamente agradecido.

Un samaritano anónimo

            Si malo era un sirio, peor, en tiempos de Jesús, era un samaritano. Pero a Lucas le gusta dejarlos en buen lugar. Ya lo hizo en la parábola del buen samaritano, exclusiva suya, y lo repite en el pasaje de hoy (Lc 17, 11-19).

            Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:

            ‒ Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.

            Al verlos, les dijo:

            ‒ Id a presentaros a los sacerdotes.

            Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:

            ‒ ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?

            Y le dijo:

            ‒ Levántate, vete; tu fe te ha salvado.

            Este relato refleja mejor que el de Naamán la situación de los leprosos. Viven lejos de la sociedad, tienen que mantenerse a distancia, hablan a gritos. Y Jesús los manda a presentarse a los sacerdotes, porque si no reciben el “certificado médico” de estar curados no pueden volver a habitar en un pueblo.

            Lo importante, de nuevo, es que diez son curados, y sólo uno, el samaritano, el “malo”, vuelve a dar gracias a Jesús. Y el episodio termina con las palabras: «tu fe te ha salvado».

            Todos han sido curados, pero sólo uno se ha salvado. Nueve han mejorado su salud, sólo uno ha mejorado en su cuerpo y en su espíritu, ha vuelto a dar gloria a Dios.

Examen de conciencia

          ¿Dónde me sitúo? ¿Entre los “buenos” poco agradecidos o entre los “malos” agradecidos?

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Domingo XXVIII del Tiempo ordinario. 13 Octubre, 2019

Domingo, 13 de octubre de 2019
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*

“… cayó de bruces a sus pies dándole gracias. Era samaritano.”

(Lc 17, 11-19)

¿Qué es un pongo? ¿No lo sabes? Es aquel objeto que te regalan y según abres el paquete piensas:  “y esto… ¿dónde lo pongo?”.  Hace unos años era bastante frecuente acumular «pongos» por la casa, o, reconozcámoslo,  envolverlos con otro papel y darles un destino más aventurero. ¡Incluso hay gente que ha recibido su «pongo» de regalo de vuelta! Pero hoy día este método se ha sustituido por el «ticket regalo», mucho más práctico y funcional. Siempre «aciertas», el efecto sorpresa se diluye porque el impacto inicial no tiene tanta repercusión. Total, lo puedes cambiar por lo que te gusta, así que todos contentos. Realmente se ahorran un montón de situaciones embarazosas, esos silencios tensos al ver la cara de quienes no saben disimular y su rostro dibuja decepción o incluso enfado al recibir tu regalo… Pero en este nuevo sistema de regalos perdemos fácilmente algo esencial: la capacidad de asombrarse, y, con ella, la capacidad de agradecer. Se nos atrofia por la superabundancia que nos rodea y que tampoco nos satisface.

¿La gratuidad se nos está convirtiendo en un derecho?

El Evangelio de hoy nos habla de diez personas que viven repudiadas por la sociedad, apartadas de la vida cotidiana de los pueblos y expulsadas a los descampados por causa de su enfermedad. Cuando aparece Jesús, ven en Él una oportunidad real de salir de la marginación. Se quedan a distancia, se saben excluidas, pero gritan para salir de su situación. Jesús las ve y se dirige a ellas. Las envía a los sacerdotes, porque son ellos quienes tienen que certificar su sanación. Y ellas confían en su palabra y se ponen en camino. Antes de llegar ya recobran la salud. Y nos sabemos el final de la historia… una de ellas, vuelve dando gracias a Dios y se postra ante Jesús en un gesto que denota un profundo agradecimiento. Era un extranjero, un samaritano, esos que no se hablaban con los judíos porque éstos consideraban a aquellos de segunda categoría.

Podríamos hablar de los números que aparecen en el relato, el diez, el nueve, el uno… Pero sería extendernos mucho. Sin embargo, si tienes tiempo estás invitada, invitado, a pinchar en este link y buscar en la biblia el número diez, el diezmo… Por ejemplo encontrarás esa semilla santa de la que habla Isaías en el capítulo 6. Seguro que te da para una bonita reflexión y para meditar a lo largo de la semana.

La palabra Eucaristía significa «Acción de gracias», no «ritual intimista», así que vayamos a la eucaristía de este domingo con el corazón agradecido, y con el firme propósito de guiar nuestra vida hacia el camino del agradecimiento. La vida se nos «desanudará», será mucho más sencilla y más gozosa de vivir.

Oración

Bendito Tú, Señor Jesús,
Hijo del Dios vivo,
Bendita tu Palabra sanadora,
tu mirada profunda y misericordiosa,
Bendito Tú, Señor.

 

*

Fuente: Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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¡Vuelve a Jesús!

Domingo, 13 de octubre de 2019
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6-t-o-bLc 17, 11-19

Una vez más nos recuerda el texto que Jesús va de camino hacia Jerusalén, donde se enfrentará al poder del templo, lo que le llevará a la muerte y a la plenitud como ser humano en la entrega total. En esa subida se va haciendo presente la salvación, no solo al final del camino como nos han hecho creer. Jesús sale al encuentro de los oprimidos y esclavizados de cualquier clase. Se preocupa de todo el que encuentra en su camino y tiene dificultades para ser él mismo. Sin la compasión de Jesús, el relato sería imposible.

Dice un proverbio oriental: cuando el sabio apunta a la luna, el necio se queda mirando al dedo. Al seguir empleando títulos de relatos como: la oveja perdida, el hijo pródigo, los diez leprosos, etc., nos quedamos en el dedo y no descubrimos la luna a la que apuntan. El relato de hoy debía llamarse: diez leprosos son curados, uno se salva. En el texto vemos con toda claridad que la fe abarca, no solo la confianza sino la respuesta: fidelidad. Es la respuesta que completa la fe que salva. La confianza cura, la fidelidad salva. Mientras el hombre no responde con su propio reconocimiento y entrega, no se produce la verdadera liberación. Una vez más queda cuestionada nuestra fe, por no llevar implícita la fidelidad.

El protagonista es el que volvió. La lepra era el máximo exponente de la marginación. La lepra es una enfermedad contagiosa muy peligrosa. Al no tener clara la diferencia entre lepra y otras infecciones de la piel, se declaraba lepra cualquier síntoma que pudiera dar sospechas. Muchas de esas infecciones se curaban espontáneamente y el sacerdote volvía a declarar puro al enfermo. A esta manera de actuar puramente defensiva, Jesús quiere oponer una fe-confianza que debe cambiar también la actitud de la sociedad. Al tomar como referencia la salvación del samaritano, está resaltando la universalidad de la salvación de Dios; pero sobre todo, está criticando la idea que los judíos tenían de una relación con Dios exclusiva y excluyente.

No tiene por qué tratarse de un relato histórico. Los exégetas apuntan más bien, a una historia del primer cristianismo, encaminada a resaltar la diferencia entre el judaísmo y la primera comunidad cristiana. En efecto, el fundamento de la religión judía era el cumplimiento estricto de la Ley. Si un judío cumplía la Ley, Dios cumpliría su promesa de salvación. En cambio, para los cristianos, lo fundamental era el don gratuito e incondicional de Dios; al que se respondía con el agradecimiento y la alabanza. “Se volvió alabando a Dios y dando gracias”. Tenemos datos suficientes para descubrir que esta era la actitud de la primera comunidad.

Distinguimos 7 pasos: 1º.- Súplica profunda y sincera. Son conscientes de su situación desesperada y descubren la posibilidad de superarla. “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. 2º. – Respuesta indirecta de Jesús. “Id a presentaros a los sacerdotes”. Ni siquiera se habla de milagro. 3º.- confianza de los diez en que Jesús puede curarlos. “Mientras iban de camino”. 4º.- en un momento del camino quedan limpios. 5º.- Reacción espontánea de uno. “Viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios y dando gracias”. 6º.- Sorpresa de Jesús, no por el que vuelve, sino por los que siguieron su camino. “Los otros nueve, ¿dónde están?  7º.- Confirmación de una verdadera actitud vital que permite al samaritano alcanzar mucho más que una curación: una verdadera salvación. “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”.

En este relato encontramos una de las ideas centrales de todo el evangelio: La autenticidad, la necesidad de una religiosidad que sea vida y no solamente programación y acomodación a unas normas externas. Se llega a insinuar que las instituciones religiosas pueden ser un impedimento para el desarrollo integral de la persona. Todas las instituciones tienden a hacer de las personas robots, que ellas puedan controlar con facilidad. Si no defendemos nuestra personali­dad, la vida y el desarrollo individual termina por anularse. El ser humano, por ser a la vez individual y social, se encuentra atrapado entre estos dos frentes: la necesidad de las instituciones, y la exigencia de defenderse de ellas para que no lo anulen.

Solo uno volvió para dar gracias. Solo uno se dejó llevar por el impulso vital. Los nueve restantes se sintieron obligados a cumplir la ley: presentarse al sacerdote para que les declarara puro y pudieran volver a formar parte de la sociedad. Para ellos, volver a formar parte del organigrama religioso y social, era la única salvación que esperaban. Los nueve vuelven a someterse a la institución; van al encuentro con Dios en el templo. El Samaritano creyó más urgente volver a dar gracias. Fue el que acertó, porque, libre de las ataduras de la Ley, se atrevió a expresar su vivencia profunda. Encuentra la presencia de Dios en Jesús.

La verdadera salvación para el leproso llega en el agradecimiento del don. El problema es que queremos expresar a Dios nuestro agradecimiento como lo hacemos a otras personas. Solo viviendo el don podemos agradecerlo. Los otros nueve fueros curados, pero no encontraron la verdadera salvación; porque tenían suficiente con la liberación de la lepra y la recuperación del estatus social. Nos sentimos inclinados a buscar la salvación en las seguridades externas y a conformarnos con ella. Incluso no tenemos ningún reparo en meter a Dios en nuestra propia dinámica y convertirle en garante de la salvación que nosotros buscamos, la material.

El cumplimiento de una norma solo tiene sentido religioso cuando estamos de verdad motivados desde el convencimiento. Jesús no dio ninguna nueva ley, solo la del amor, que no puede ser nunca un mandamiento. Ese valor relativo que Jesús dio a la Ley, le costó el rechazo frontal de todas las instancias religiosas de su tiempo. Jesús tuvo que hacer un gran esfuerzo por librarse de todas las instituciones, que en su tiempo como en todo tiempo, intentaban manipular y anular a la persona. Para ser él mismo, tuvo que enfrentarse a la ley, al templo, a las instancias religiosas y civiles, a su propia familia.

El seguimiento de Jesús consiste en una forma de vivir. La vida escapa a toda posible programación que le llegue de fuera. Lo único que la guía es la dinámica interna, es decir, la fuerza que viene de dentro de cada ser y no el constreñimiento que le puede venir de fuera. La misma definición de Aristóteles lo expresa con toda claridad. Vida = “motus ab intrinseco” (movimiento desde dentro). No basta el cumplir escrupulosamente las normas, como hacían los fariseos, hay que vivir la presencia de Dios. Todos seguimos teniendo algo de fariseos.

Un ejemplo puede aclararnos esta idea. Cuando se vacía una estatua de bronce, el bronce líquido se amolda perfectamente a un soporte externo, el molde; la figura puede salir perfecta en su configuración externa; solo le falta una cosa, la vida. Eso pasa con la religión; puede ser un molde perfecto, pero, acoplarse a él no es garantía ninguna de vida. Y sin vida, la religión se convierte en un corsé, cuyo único efecto es impedir la libertad. Todas las normas, todos los ritos, todas las doctrinas, son solo medios para alcanzar la vida espiritual. Conformarnos con aceptar de la religión una programación perfecta puede impedirnos esa vida auténtica.

Al celebrar la misa, no sé si somos conscientes de que “eucaristía” significa acción de gracias. Además, en ella repetimos más de quince veces “Señor ten piedad”, como los diez leprosos. La gloria es reconocer y agradecer a Dios lo que Él es. El evangelio de hoy tenía que ser un acicate para celebrar conscientemente esta eucaristía. Que de verdad sea una manifestación comunitaria de agradecimiento y alabanza. Antiguamente tenía gran importancia litúrgica la celebración de las Témporas en los primeros días de Octubre. Eran unos días de acción de gracias que tenían mucho sentido para la gente sencilla del campo. Al finalizar la recolección de los frutos, se le daba gracias a Dios por todos sus dones.

Meditación

La confianza produce la curación, la fidelidad produce la salvación.
La identificación con el Otro me libera de la opresión de los otros.
En los demás puedo encontrar seguridades. En Dios encontraré libertad.
Sin reconocimiento del don, no puede haber respuesta.
La principal tarea del ser humano es ese descubrimiento,
que nos llevará a una fidelidad incondicional.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Era samaritano.

Domingo, 13 de octubre de 2019
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5b6b3d0c8c761_SintítulocopiaLa fuerza natural dentro de cada uno de nosotros es el mayor sanado de todos (Hipócrates)

13 de octubre 2019. DOMINGO XXVIII DEL TO

Lc 17, 11-19

Uno de ellos, viéndose sano, volvió glorificando a Dios en voz alta (…) Era samaritano

Una parábola vestida con imágenes, significativa de múltiples sentidos: el amor a los otros, la caridad con los desposeídos, las preferencias por los socialmente emigrantes,

Los judíos que ni se acuerdan de dar gracias, los extranjeros que creen en Jesús y vuelven siempre para darle gracias.

Los leprosos son diez leprosos estrictamente excluidos, caracterizados por tener que vivir fuera del poblado, y hacer diversas muestras: tocar campanillas, lamentarse, etc. para que la gente no se les acerque.

Pero de los diez curados, nueve desaparecieron sin más, solo uno de ellos, que era un samaritano (hereje despreciado por los judíos), ni siquiera va a los sacerdotes, vuelve a Jesús agradecido, Jesús insiste precisamente en que era es “ese extranjero” el que ha actuado como debía: era samaritano, hereje despreciado por los judíos, y al que Jesús dice: Tu fe te ha salvado.

Un olor a periódico retrasado llena el campo con personajes que parecen sacados del Club de la Comedia, y que padecen extravismo de ideas cubierto con un velo que me ocultó la uncida luna, como se canta en la ópera Il trovatore, de Giuseppe Verdi, y donde tan solo nos salva la fe, como repite con insistencia el Evangelio.

Aldous Huxley lo anunció de esta manera:

“El amor ahuyenta el miedo y, recíprocamente el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma”.

Porque la Humanidad sabe ubicar con certeza cada ser y cada cosa, y contar a la historia la verdad de los hechos, para que aprendamos de ellos, y no repitamos los mismos errores, más de una vez cometidos.

Lo sabía Popea, la bella esposa del emperador Nerón, que para garantizar su lavatio matutino, mantenía un hábito excéntrico algo mágico, que hacía disipar cualquier mal o defecto que acechase su belleza; cosa que mucho antes Cleopatra VII, utilizó para preservar su juventud. Y el padre de la medicina, Hipócrates, la recomendó como cura de todos los males.

“Uno de ellos, viéndose sano, volvió glorificando a Dios en voz alta (…)Era samaritano”, Lc 17, 15-16.

E Hipócrates dijo: “La fuerza natural dentro de cada uno de nosotros, es el mayor sanador de todos”.

EL BOSQUE DE LA NOCHE

Diarios de que la noche
constituía en cierto la patria de Julien Green,
autor de dicha novela.

En una ocasión dijo:

“He comprendido que somos sordos y ciegos,
que venimos de la de la noche para volver a la noche
 sin saber nada de nuestro destino” ,
en tono un tanto pesimista,
pues le pesaba el damero de la religión católica.

Y Víctor Hugo en cambio,
a quien el damero de la religión no le pesaba nada,
escribió en Las Comtemplaciones esta estrofa:

“Cada hombre camina hacia luz en su noche,
siempre el mismo tallo con la misma flor”.

 

Vicente Martínez

Fe Adulta

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Una sanación que transforma.

Domingo, 13 de octubre de 2019
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curacion de un leprosoLc 17, 11-19

13 de octubre de 2019

Nos encontramos, nuevamente, con un texto que sitúa a Jesús en su gran viaje desde Cafarnaún hasta Jerusalén. Un viaje que es, más bien, una catequesis itinerante para ilustrar a sus discípulos sobre lo esencial de su novedoso mensaje con respecto al judaísmo. Veremos que la curación de los diez leprosos no pretende enseñar una técnica para realizar un milagro, no se detiene en una explicación de un hecho espectacular, más bien en el significado de lo que supone vincularse a Jesús como un compromiso de fondo con los más vulnerables y excluidos.

Antes de entrar en un pueblo se acercaron diez leprosos que, desde lejos, le gritaron que se compadeciera de ellos, llamándole “Maestro”. Jesús ya es un gran líder con un mensaje interesante, diferente y con fama de milagrero. Es importante conocer que la lepra, en esta época, era una enfermedad con una tremenda connotación religiosa. No se sabía mucho de ella y era interpretada como una maldición de Dios por algún pecado cometido personal o de sus antepasados. Eran expulsados de la práctica del culto, la familia no se hacía cargo y apartados de toda relación humana. Estos leprosos se sitúan a lo lejos de Jesús porque cumplían las prescripciones legales evitando el contacto con las personas sanas. Un ejemplo de la tradición judía de cómo se contrae esta enfermedad lo encontramos en María, la hermana de Moisés, cuando cuestiona el comportamiento de su hermano y contrae la lepra. Esta maldición recae en ella por tener palabra ya que las mujeres no eran autorizadas para ello.

Los leprosos piden a Jesús compasión. Desean ser compadecidos, percibir que su desgracia no pasa desapercibida y sentir el calor de la comprensión de alguien significativo y con autoridad. Nuevamente, igual que en la parábola del Buen Samaritano, Jesús muestra que la compasión no es suficiente, que quedarse en la esfera de los sentimientos no soluciona el problema. Se requiere una acción que ayude a la persona a recuperar su dignidad. Esta es la clave de la miseri-cordia, poner corazón-acción en la miseria humana y restaurarla desde dentro.

La respuesta de Jesús puede generar cierta incertidumbre: Id a presentaros a los sacerdotes. Al ser la lepra una enfermedad relacionada con lo religioso era el sacerdote quien confirmaba si la enfermedad era curada o no. Si era así, volvían a su vida normal y quedaban nuevamente admitidos en el Templo y en la sociedad.  Jesús no necesita un aval objetivo, una comprobación de este hecho porque quiere mostrar un signo que vaya más allá de la curación física o la inclusión en lo religioso. La enseñanza es clara: la relación con el Dios de Jesús no es el cumplimiento de un rito sino una experiencia liberadora y sanadora de lo que contamina la auténtica existencia desde este vínculo con Dios.

Mientras iban de camino quedaron limpios. Uno de ellos, notando que estaba curado, se volvió alabando a Dios a voces, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole las gracias; era un samaritano. Esta anotación es de mucha trascendencia porque, una vez más, el evangelio nos pone delante la percepción de nuestra fe como algo superficial o como una vivencia más profunda. Quedar limpio, ser purificado, es quedarse en un nivel más periférico.  De los diez leprosos, nueve se sienten con posibilidad de volver a su vida de siempre, una curación que no supone ninguna novedad radical, desde la raíz, tan solo volver a la vida judía con todos los derechos y obteniendo el perdón.

Ahora bien, uno de ellos es consciente de algo más: se siente sanado, es decir, es capaz de percibir el impacto de Dios en su vida. Una percepción que ya no se queda en una limpieza exterior sino en una experiencia profunda que transforma. La purificación tiene más que ver con una acción humana mientras que la curación es más propia de Dios, como en algunas ocasiones indica la tradición judía en el Antiguo Testamento. En la curación ya nada es igual. Por eso, este leproso se vuelve a agradecer lo que Jesús ha hecho por él, el resto necesitan de la ley y del cumplimiento de la misma para que se lo confirmen. El leproso agradecido quizá percibe que la relación con Jesús no es una ayuda para sobrevivir en medio de la vorágine de la vida, sino que ayuda a VIVIR con dignidad y pleno sentido. Y este leproso es capaz de agradecer y proclamar a gritos esta curación porque era samaritano, una persona liberada de la dogmática judía y que ha comprobado, en su misma existencia, que es Dios quien restaura la dignidad y el valor de su persona. Precisamente por eso se postra ante Jesús, porque ha reconocido la manifestación de la divinidad a través del Mesías, un gesto que era reservado para la adoración y agradecimiento a la acción de Dios.

Concluye Jesús pidiéndole que se levante y que se vaya, no especificando que sea a ver a los sacerdotes. En definitiva, no vivas tu fe sólo como momentos de postración y adoración ante Dios, sé consciente de que la consecuencia de ese vínculo es vivir “en pie” apoyado en tu capacidad de ser y vivir desde la fuente interior, siempre en beneficio de rescatar la dignidad de los que son tus hermanos y hermanas. Este sería el verdadero milagro capaz de cambiar nuevamente la historia y el auténtico significado de que “tu fe te ha salvado”.

FELIZ DOMINGO

Rosario Ramos

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La gratitud como síntoma

Domingo, 13 de octubre de 2019
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graciasEs probable que no pocos de nosotros nos encontremos reflejados en las palabras que manifiestan la sorpresa de Jesús: “Los otros nueve, ¿dónde están?”. En ocasiones hemos podido esperar una muestra de agradecimiento, aunque solo fuera verbal, que no ha ocurrido y la hemos echado en falta.

          La gratitud es un sentimiento que enriquece las relaciones y eleva el “tono vital” de la persona agradecida. Quien vive la gratitud manifiesta un talante abierto, cordial y animoso, prácticamente inmune al desaliento.

          La gratitud nace de la vivencia de la gratuidad y va de la mano de la aceptación. Cuando se percibe que todo es gracia –“¿Qué tienes que no hayas recibido?”, escribe Pablo de Tarso (1 Cor 4,7)–, no se puede vivir sino agradecimiento. Y cuando se vive alineado con lo real, es posible dar gracias por todo lo que viene, en la comprensión de que todo lo que venga –en palabras del místico Rumi– es un “huésped honorable” que trae un mensaje y una oportunidad.

          Lo opuesto al reconocimiento de la gratuidad es el narcisismo exigente y autorreferencial que se cree con “derechos” frente a todo, en una postura egocentrada, incapaz de salir de sí y valorar lo recibido.

          Lo contrario a la aceptación es la resistencia, que genera sufrimiento, y/o la resignación, que paraliza y hunde. La aceptación consiste en la alineación con lo real, en la comprensión de que todo es uno, que no existen las “casualidades” y que la sabiduría consiste en fluir con la Vida, permitiendo que se exprese libre y adecuadamente a través de nosotros. Por el contrario, tanto la resistencia como la resignación constituyen mecanismos de defensa, propios de un yo igualmente narcisista, enojado con lo real en el primer caso, o fatalmente decepcionado en el segundo.

          La gratitud es un arte que puede alcanzarse en la medida en que se practica. El camino pasa por vivirla –adiestrándose en decir “gracias” por todo– y dejársela sentir. Vivirla ante todo que lo nos suceda, antes incluso de catalogarlo como “bueno” o “malo”. La persona sabia es aquella que vive en esta clave: “Por todo lo que ha sido, GRACIAS; a todo lo que venga, SÍ”.

¿Cómo vivo la gratitud? ¿La practico cada día?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El sínodo de la Amazonia no es cuestión de herejías, sino de compasión.

Domingo, 13 de octubre de 2019
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  1. Gracia: gratitud: gratuidad: agradecimiento y compasión

         El acento de las lecturas de hoy no recae tanto sobre unas curaciones en sí mismas, (1ª lectura: Naamán, sirio con lepra y Evangelio: diez leprosos), sino que el eje central del evangelio es el agradecimiento, la gratitud, la gracia y que Jesús siente compasión.

         ¿Y qué es la gracia?

  • o Hemos recibido una educación según la cual “Vivir en gracia” consistía en “no vivir en pecado”, porque Dios se enfadaba.
  • o Otra variante de la gracia veía la gracia como una especie de energía que Dios nos daba para que nos mantuviéramos firmes ante las tentaciones.
  • o Otra acepción de la gracia era aquellos “puntos casa” que íbamos anotando en unas hojas-fichas que íbamos almacenando cuantitativamente como por unidades: siete rosario, 25 jaculatorias, 12 comuniones espirituales, 30 visitas al santísimo, etc…. Por esos actos religiosos se nos concedían 100 días, uno o diez años de indulgencia, o indulgencia plenaria.[1]

         Pero la gracia no es contabilidad espiritual. Dios no tiene ordenador, ni Excel, ni nada por el estilo.

         La cuestión de la gracia anda rondado la gratitud, la gratuidad y el agradecimiento en la vida. La gracia es la relación gratuita y bondadosa que Dios tiene, quiere tener con nosotros los seres humanos.

Dios paseaba y charlaba todas las tardes con Adán y Eva (la humanidad) por el paraíso. Pero “cuando pasó lo que pasó”, que nadie lo sabe y le llamamos “manzana” o pecado original, Dios decidió acompañarnos siempre en la vida, hizo una alianza de amistad eterna, sellada en la historia por JesuCristo.

         En nuestras relaciones humanas también hay gratuidad y agradecimiento, encuentros y amistad, perdón. Pensemos en la familia, en la comunidad, entre amigos, también entre buenos vecinos, en la iglesia, etc. Esa buena relación es también gracia, alianza y encuentro.

         Lo mejor y más valiosos de la vida es de balde:

  1. ¿Un manual de buena educación?

         Vivir agradecidamente no consiste precisamente en un manual de buenos modales, sino en sentimiento de buen corazón.

         Vivir en gracia es un modo de ser y estar en la vida: un tono vital agradecido y radicalmente (de raíz) gozosos. Todo lo más importante de nuestra existencia lo hemos recibido de balde, gratis (gracia): la vida que nos la regaló Dios y nuestros padres, las relaciones familiares (aún con los cortocircuitos que se suelen producir), la cultura, el idioma, etc. Vivir agradecidos a aquel maestro que nos enseñó y encauzó en la vida, a aquel médico que nos curó y nos enseñó a vivir, a tal psicólogo / psiquiatra que nos orientó en nuestro despertar a la vida, en nuestras crisis. Gracias entre marido y mujer. Gratitud a Dios que es el sentido y horizonte de nuestra vida, gracias a JesuCristo, hermanos liberador, gracias al espíritu (pneuma) que alienta nuestra tendencia al hundimiento y depresión.

         Vivir agradecidamente, en gracia, es como vivir con buen corazón hacia los demás.

  1. Gratitud y bondad: misericordia.

         Todos somos conscientes de que en algunos momentos y situaciones de la vida, surgen conflictos y algún enfrentamiento, porque somos humanos y la vida no siempre es tierra llana.

Pero no es sano vivir en eterna ingratitud, amargura.

Cuando en las relaciones humanas no somos capaces de dar gracias es que algo está enfermo o dañado en nuestro interior.

El cardenal W Kasper escribe en el prólogo de su libro Misericordia,[2] que la misericordia ha caído en el olvido en la teología. Probablemente la bondad y la misericordia, la gratitud se han ido perdiendo por los andamiajes curiales y canónicos de la historia. Pero la gratuidad y la misericordia no necesitan muchas explicaciones ni teologías, son.

Papa_20191005005522071096_art_featHa comenzado en Roma el sínodo de la Amazonia. Un sínodo que siente compasión para con aquellas gentes indígenas de la Amazonia y pretende, desde la mentalidad de Francisco, ayudar a aquellos pueblos. Sin embargo un gran sector de la jerarquía y del laicado se han enfrentado porque “supuestamente” es una doctrina errónea, y esas actitudes de Francisco contienen herejías.

Las realidades más hondas y nobles de la vida son de balde, gratuitas, gracia y misericordia.

No se trata de cambiar y volver a unos ritos y doctrinas tridentinas, ni tan siquiera a unas doctrinas más modernas como si la gracia, la compasión estuviesen en los ritos y doctrinas. Se trata de sentir compasión y lástimas, que esa es lo que Dios siente por nosotros y eso es gracia.

  1. Hacia la Eucaristía.

Eucaristía significa buena acción de gracias.

         Un pobre hombre leproso, samaritano, pagano, (extranjero) “para más inri” y por tanto inferior, un samaritano es quien vuelve a dar gracias.

Lo que se opone a la gracia no es tanto el pecado, cuanto la ingratitud.

Vivir es gratis, es gracia. Vivamos en gracia.

[1] Lástima que el esquema sobre las indulgencias, que K Rahner había preparado para que se discutiera en el Concilio Vaticano II, no saliera adelante

[2] W. Kasper, Misericordia. Clave del Evangelio y de la vida cristiana, Santander, Ed Sal Terrae, 2013.

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