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“El sentido de la vida”, por Gabriel Mª Otalora.

Martes, 22 de agosto de 2023
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Los seres humanos buscamos algún significado a nuestra existencia que la ciencia no puede responder: ¿De dónde vengo?, ¿por qué y para qué existo? ¿Me ha creado alguien? ¿Quién ha dispuesto las leyes físicas que rigen nuestra existencia y el Universo? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Hay otra vida después?

Podemos imaginar que el ser humano es un proyecto sin sentido. Pero igualmente puede ser visto como un proyecto divino creado por amor para vivir con mayor plenitud. Cuando vivimos de espaldas a nuestra realidad espiritual perdemos el sentido de la existencia y enfermamos; no hay más que ver el boom de patologías mentales de los últimos años. Muchas veces, los suicidios tienen que ver con esto, con la pérdida de la lógica del sentido de la vida que, no lo olvidemos, es una parte esencial de la inteligencia espiritual.

 Fedor Dostoievsky escribió la experiencia de sus años condenado a trabajos forzados en Siberia (Memorias de la casa muerta). En sus páginas autobiográficas afirma que no le parecieron tan duros. Sin embargo, cambia el tono cuando se detiene en la obligatoriedad de realizar tareas sin un fin racional, totalmente inútiles para los reclusos. El gran novelista ruso llegó a pensar que si alguien quisiera aniquilar a un ser humano con un castigo horrible, bastaría con darle un trabajo completamente inútil y sin sentido. El nivel de desesperación que ello produce puede llevar fácilmente a la locura. Lo esencial de esa tortura era, precisamente, provocar el sinsentido vital.

Existen motivaciones externas al individuo, como ganar dinero o reconocimiento social. Y motivaciones internas centradas en ayudar a gente necesitada que no esperan recompensas más allá de la propia autorrealización y el crecimiento personal.

Lo importante es comprender que todos tenemos la capacidad de sentirnos motivados en lo pequeño y en lo grande. Ante cualquier circunstancia, aunque sea de sufrimiento extremo, podemos aferrarnos a una razón para vivir. Fruto de esas reflexiones y de su experiencia como superviviente de varios campos de concentración, Viktor Frankl se especializó en el sentido de la vida al considerarlo la fuerza de motivación principal del ser humano. El sentido vital entendido como la visión positiva de la existencia y de uno mismo, lo que entendemos por la autorrealización personal. Lo que Dostoievsky y Frankl experimentaron es que un prisionero, cuando  perdía la fe en su futuro se entregaba, estaba abocado a morir.

La gran ayuda para sobrevivir es la conciencia de que la vida propia tiene un sentido aun en las peores condiciones (familia, planes varios, fe…).Cuando esto no se logra, surge una frustración asociada a la desesperanza y a la duda sobre la propia vida; un vacío ante la ausencia de metas vitales. En esto Frankl y Nietszche coincidían cuando este último señaló que la persona que tiene un por qué para vivir, puede soportar cualquier cómo.

Vivir humanamente no significa algo vago, es algo muy real y concreto que configura el destino de cada persona, distinto y único en cada caso; no uno genérico para cualquier ser humano. El equilibrio psíquico no reside en la ausencia de tensiones, sino en la tensión entre lo que somos y lo que queremos ser, nos dice Frankl. Esto es fundamental. Si no asumimos este conflicto con responsabilidad, caemos en el vacío existencial. El sufrimiento se hace tolerable cuando adquiere un sentido concreto por la fe o por la solidaridad (cuidar a un enfermo, ser un buen médico, ayudar a un vecino, etc.).  Y el sentido no lo inventamos, sino que lo descubrimos cada uno interiormente.

No busquemos vivir sin tensiones, sino más bien esforzarnos por alcanzar las metas, nuestros sueños. En este sentido, el dolor es un potenciador de la vida y deja de ser sufrimiento cuando encontramos un sentido. Incluso transformarlo en amor, como señalaba Hans Küng. De ahí la importancia de leer biografías por la perspectiva que atesoran.

Ludwig Wittgenstein, uno de los pensadores existencialistas del siglo XX, señalaba que si la ciencia resolviera todos los problemas científicos, los grandes problemas de la humanidad seguirán siendo problemas sin resolver; y ahí siguen, como el hecho de la muerte y la finalidad y el sentido de la vida, para qué existimos. Pero la ciencia es compatible con una visión espiritual y religiosa del mundo, y el diálogo entre ellas es complementario.

En medio de la aparente penumbra, es posible dar un vuelco a la percepción de existencia y a su comprensión desde la capacidad que todos tenemos de ‘despertar’ al sentido de la existencia. Una enfermedad grave puede producir trasformaciones de gran calado, incluso la aceptación de la muerte o visión más cabal de la importancia del amor al prójimo y un menor interés por los logros materiales; una creciente fe en la dimensión espiritual de la vida. Y naturalmente que puede producir una mejor disposición para buscar el sentido de la vida después de la muerte.

En realidad, no importa lo que esperamos de la vida, decía Frankl, sino lo que la vida espera de nosotros y de nuestra contribución a mejorar lo que nos rodea. Y de paso, mejorar nosotros en todos los sentidos.

Espiritualidad

Miguel Ángel Munárriz: En busca de sentido.

Jueves, 10 de junio de 2021
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Vida.2-300x192Albert Einstein tenía una concepción estática del universo, es decir, consideraba que la posición relativa de sus grandes estructuras permanecía fija, lo que le llevaba a un error sistemático al aplicar las ecuaciones de la Relatividad.

Un jesuita belga, George Lemaître —físico eminente y matemático genial—, se basó en esta inconsistencia de la Relatividad para desarrollar una teoría que consideraba el universo dinámico, es decir, en permanente expansión. Resaltó en su trabajo algo crucial para el futuro de la cosmología, y es que, remontándonos hacia atrás en el tiempo, tuvo que haber un momento en que el universo fuese infinitamente pequeño, y a este universo primordial lo llamó “átomo primigenio”.

Curiosamente, el problema que encontró cuando publicó su teoría en 1927 no fue de carácter científico, sino ideológico, pues le acusaron de proponer esta teoría por su condición de jesuita cristiano; porque si el universo había tenido un principio, las tesis creacionistas propugnadas en la tradición judeo-cristiana recibían un gran impulso. Muchos científicos se opusieron por esta razón a su teoría, y como ejemplo podemos mencionar a los rusos I. Khalatnikov y E. Lifshitz que trabajaron con denuedo para descalificarla debido a su creencia marxista.

Dos años más tarde, Edwin Hubble demostró experimentalmente la expansión del universo midiendo el “corrimiento al rojo” de galaxias distantes. En 1948, el físico ucraniano Gueorgui Gamow planteó que el universo se creó a partir de una gran explosión, y la teoría de Lemaître quedó definitivamente aceptada con el nombre de “teoría estándar del big bang”. Einstein, que en un principio le había tildado de “físico abominable”, pasó a deshacerse en elogios hacia él.

La comunidad científica parece tener dos cosas muy claras; que el universo tuvo un principio, y que la ciencia no parece estar capacitada para determinar las causas que lo originaron. Esto deja abierta la puerta a la idea de un universo creado por Dios, pero aquí entra en juego la lógica metafísica para enfriar el entusiasmo de los creacionistas. Porque si el mundo no es parte integrante de Dios —se arguye—, es decir, si existe un límite entre Dios y el mundo, resulta que Dios es limitado, lo cual no concuerda con nuestra idea preconcebida de Dios.

Esta dificultad desaparece en las concepciones panteístas, en las que todo cuanto existe forma parte de Dios, pero en ellas surgen inconsistencias todavía mayores. Porque si el mundo tuvo un principio, el atributo extenso de Dios (según terminología de Spinoza) sufrió cambio, pues antes no existía y luego sí, lo que significa que Dios cambia, que no es inmutable, y seguimos en las mismas… Y es que, como decía Hume, «nos estamos ocupando de cosas que sobrepasan nuestro entendimiento».

La ciencia y la filosofía resultan interesantes de cara a satisfacer nuestra curiosidad, pero tienen el peligro de dirigir nuestra mirada hacia lo que carece de importancia para vivir. Y es que el relato científico nunca nos va a proporcionar criterios de vida, y la reflexión metafísica nos suele mover a plantear discusiones bizantinas que desvían nuestra atención de lo importante. Por ejemplo: ¿Somos parte de Dios o somos criaturas suyas animadas por su Espíritu desde lo más íntimo de nuestro ser?…

¿Qué es importante?… En buena lógica lo importante es lo que nos ayuda a vivir con sentido. Es de suponer que para un budista lo importante será superar la ignorancia en que nos sume la realidad aparente y despertar a las nobles verdades proclamadas por Buda; que para un hinduista será la búsqueda del equilibrio interior y la armonía con los demás y con la Naturaleza, y para un cristiano, la construcción del Reino; esa humanidad de Hijos queridos de Dios que solo queriéndose como hermanos podrá realizarse.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Fuente Fe Adulta

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José María Castillo: “Nosotros somos responsables de este desastre”

Viernes, 21 de agosto de 2020
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Mujeres-futuro_2212888785_14408079_660x371De su blog Teología sin censura:

¿Qué “proyecto de vida” es lo que da “sentido a mi vida”?

 “Todos nos quejamos ahora de lo mal que están las cosas. Y ha tenido que venir la pandemia del covid19, con la consiguiente crisis económica, para que empecemos a tomar conciencia del desastre de mundo en que vivimos”

“La salud y la economía están hecha trizas. Y de tal desastre, todos tenemos la culpa. Por acción o por omisión. Pero responsables, somos todos. Porque todos nos hemos ajustado, hemos permitido y hasta nos hemos acomodado a un “proyecto de vida”, que ha terminado llevándonos justamente a donde estamos”

“Habrá gente de derechas, de centro y de izquierdas, habrá creyentes y ateos, seguramente pronto las mujeres dirán misa, los curas se casarán, los obispos serán “más humanos”, todo eso y Dios sabe a dónde llegaremos.”

Cada día veo más claro que lo primero, que nos tiene que interesar y preocupar, no es el sistema, ni las ideologías, ni las teorías. Ni lo que dijo “fulano”, aunque el tal fulano sea el pensador más lúcido que ha pasado por el mundo. Ni los pensadores, ni los sistemas, ni las ideas, ni las creencias (o las no-creencias) arreglan el desarreglo que estamos viviendo. A mí me parece que hay algo previo a todo eso. Algo más básico, que es la solución. Pero eso mismo es lo que nos da miedo. Y a eso, por tanto, es a lo que no le hincamos el diente.

¿A qué me refiero? Alproyecto de vida que cada uno de nosotros ponemos en práctica. ¿Cómo vivo yo? ¿De qué vivo yo? ¿Para qué vivo yo en este mundo? La cuestión clave es la siguiente: ¿vivo para pasarlo lo mejor posible? ¿o vivo para ayudar, a quien me necesita lo más y lo mejor posible? Esta es la cuestión. Que, dicho de otra forma, equivale a lo que he puesto como título de esta sencilla reflexión: ¿Qué “proyecto de vida” es lo que da “sentido a mi vida”?

Me explico. La pregunta, que acabo de hacer, es tan genérica y pretenciosa, que en realidad no pregunta nada. Es indispensable concretar. Abunda la gente que tiene, como proyecto de vida, “pasarlo lo mejor posible”. Y hay gente (creo que estos son menos) que lo que quieren es “ayudar lo más posible” a quien lo necesita. En el primer bloque están los “egoístas”. En el segundo, los “altruistas”. El problema está en que casi todo el mundo, ante estas cuestiones, dirá – sin duda alguna – que tiene algo de ambos bloques: es egoísta y altruista. Por eso, esta pregunta no vale. Hay que concretar.

En la vida de los seres humanos, hay dos fuerzas tremendas, que tiran constantemente de nosotros: el “dinero” y el “poder”. El dinero es “posesión”, que da “seguridad”. El “poder” es “dominación”, que da “importancia”. Estas dos fuerzas, la fuerza de la seguridad y la fuerza de la dominación, se viven como “deseo”. De ahí que las dos granes apetencias (o deseos), que rigen nuestra vida – y la convivencia con los demás – son: sentirnos seguros y sentirnos importantes. Cuando estos dos sentimientos son los que rigen nuestra vida, esto es lo que “nos hace felices”. Porque sacia nuestras apetencias. Hasta las apetencias más hondas y secretas. Aunque tales apetencias se disfracen de amor a la patria, de amor a Dios, de amor a otra persona, de lo que sea. Los antiguos hablaban de estas apetencias llamándolas “pasiones”.

De ahí que lo que decide lo que es y cómo es cada uno, no brota básicamente de la “decisión” que toma el sujeto, sino de la “pasión” que seduce, tira y hasta se puede decir que arrastra al sujeto. De ahí que el “proyecto de vida”, si es que se toma en serio y no se queda en mero deseo, sino que se erige en auténtica “convicción”, entonces, ni la seguridad del dinero, ni la importancia del poder, mandan en nuestra vida y en nuestra conducta. Lo que, entonces manda realmente en nuestro proyecto de vida, no es lo que a mí me satisface, sino lo que necesitan los necesitados.

Todos nos quejamos ahora de lo mal que están las cosas. Y ha tenido que venir la pandemia del covir19, con la consiguiente crisis económica, para que empecemos a tomar conciencia del desastre de mundo en que vivimos. Un desastre del que los responsables somos nosotros. Y cuando digo “nosotros”, no me refiero a los gobernantes, sean del color que sean y tengan el poder que tengan. Los causantes del desastre somos todos. La salud y la economía están hecha trizas. Y de tal desastre, todos tenemos la culpa. Por acción o por omisión. Pero responsables, somos todos. Porque todos nos hemos ajustado, hemos permitido y hasta nos hemos acomodado a un “proyecto de vida”, que ha terminado llevándonos justamente a donde estamos.

Ahora, le echamos la culpa a los que no piensan como nosotros o a los que son del partido de enfrente. ¡Que no! Que el problema está en que todos nos hemos acomodado a un “proyecto de vida” en el que el dinero, el poder y el mayor bienestar posible nos han seducido de manera, que ya no sabemos vivir de otra manera. Y en esto hemos educado a los niños y a los jóvenes, mientras que a los mayores y a los viejos los hemos metido en residencias en las que nos los quitamos de en medio, donde mueren abandonados a su desgraciada suerte, pero nos dejan seguir adelante con nuestro “proyecto de vida”, del que disfruta cada cual como puede.

Y lo peor de todo es que vivimos engañados. Nos engañan los políticos. Y nosotros nos dejamos engañar, echando la culpa a “los de enfrente”. Pero como todo está pensado para que, en definitiva, todo siga igual, nos callamos o nos estamos quietos. O quizá nos manifestamos, en una manifestación aprobada y permitida por los que nos están engañando. Y permitimos un tipo de religión que sirve para organizar fiestas, festejos y vacaciones. Incluso le toleramos al clero que se apropie lo que le conviene. Con tal que nuestro “proyecto de vida” siga siendo posible, nos callamos, nos aguantamos, colaboramos y hasta fomentamos lo que nos está destrozando.

En definitiva, mientras no le toquemos a la pasión por el dinero, la pasión por el poder y el afán desmedido de disfrutar de la vida lo posible (y hasta lo imposible), que no le toquen a nuestro proyecto de vida. Habrá gente de derechas, de centro y de izquierdas, habrá creyentes y ateos, seguramente pronto las mujeres dirán misa, los curas se casarán, los obispos serán “más humanos”, todo eso y Dios sabe a dónde llegaremos. Mientras este mundo aguante, los que vengan detrás, que se busquen la vida.

Así están las cosas. ¿Y éste es el mundo que les vamos a dejar a las futuras generaciones? 

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“El sentido de la vida en la era tecnocientífica”, por Alfredo Marcos.

Sábado, 25 de enero de 2020
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sentido_de_la_vidaLa modernidad nos ha aportado potentes instrumentos, pero nos ha sumido en la ignorancia del sentido. Para investigar sobre el sentido propongo recuperar dos máximas antiguas: “llega a ser quién eres” y “conócete a ti mismo”. En realidad, el autoconocimiento y la autorrealización son simultáneos. Necesitaremos, pues, un conocimiento de nuestra naturaleza humana y de nuestra constitución personal. Expondremos, en este artículo, una teoría de la naturaleza humana próxima al sentido común y a la tradición aristotélica, según la cual somos animales sociales racionales. Esta idea de nuestra naturaleza nos da ya orientaciones de vida. Pero mi vida tiene que realizarse en función de la persona que soy, contando con todas sus diferencias. ¿Podemos obtener conocimiento sobre esto? La respuesta nos viene dada a través de la noción de diferencia, que expondremos en un próximo artículo. La diferencia constitutiva es única en cada persona, y es formal, luego, en principio, cognoscible. Para conocerla hace falta un arsenal muy variado de recursos, que incluye las ciencias y mucho más.

Nos ha tocado vivir a caballo entre el fin de la modernidad y el comienzo de no sabemos todavía qué. Los tiempos modernos nos han aportado potentes instrumentos, pero nos han sumido en una cierta ignorancia del sentido. Nos cumple ahora investigar el sentido de la vida humana sin renunciar a los medios que hemos ganado durante la modernidad. En esta clave hemos recuperado dos máximas antiguas en torno a las cuales parece haber un amplísimo consenso. Conforme a la primera, el sentido de cada vida está en la autorrealización. La segunda nos recuerda la necesidad de autoconocimiento, sin el cual la autorrealización sería imposible. Necesitamos, pues, un conocimiento, tanto de nuestra naturaleza humana, como de nuestra peculiar constitución personal. A partir de aquí hemos recorrido muy someramente las actuales posiciones respecto de la naturaleza humana, y hemos apostado por una en concreto. Se trata de una teoría de la naturaleza humana muy próxima al sentido común y a la tradición aristotélica, según la cual somos animales sociales racionales. También, en un segundo artículo que se publicará próximamente en Fronteras CTR, hemos explorado muy superficialmente, las tres características o diferencias propias de lo humano. En virtud de las mismas hemos descubierto que somos vulnerables, dependientes y autónomos. También sabemos que nuestro lugar propio está tanto en el entorno natural, tanto como entre la familia humana y en la esfera de lo espiritual. Todo ello nos da ya muchas orientaciones de vida. Pero, al fin y al cabo, mi vida es una vida personal, que tiene que realizarse también en función del individuo concreto que soy.

Introducción

El viajero está sentado en un banco de la estación. Escribe en su libreta con aire melancólico. Acaba de dejar un autobús y está a punto de abordar otro, aunque todavía no ha decidido cuál. Hace balance y anota cómo ha cambiado él mismo, lo que ha visto, lo que ha aprendido en el viaje, a quién ha conocido, de quién se ha distanciado, lo que ha adquirido y lo que ha perdido, sorpresas, expectativas frustradas… Esta es nuestra posición histórica. Hemos viajado a través de los tiempos modernos. Fin de trayecto. Ahora estamos a punto de enrolarnos en una nueva expedición hacia no sabemos dónde. Tenemos la impresión incierta de que hacer arqueo nos ayudará a elegir mejor la nueva ruta. Balance de los tiempos modernos: adquisiciones, una navaja suiza; pérdidas, una brújula.

Nuestros filósofos gustan de otro lenguaje. Han llamado “racionalidad instrumental” (Habermas) a la navaja suiza y han bautizado como “sombra del nihilismo” (Gadamer) a la pérdida de la brújula. Pero con un lenguaje u otro, la cuenta es la misma: tenemos ya, por fin, los medios en pos de los cuales partimos, pero durante el viaje hemos olvidado para qué los queríamos. ¿Casualmente? Es decir, ¿el hallazgo de lo uno estará relacionado de algún modo con la pérdida de lo otro? Tal vez hemos fabricado la navaja con piezas y materiales extraídos de la brújula, en cuyo caso quedaría excluida la mera casualidad. Algo así ha sucedido, según Gadamer: el mismo método científico que nos exige la abstracción de los valores, nos otorga a cambio ingentes cantidades de información y de poder. Hemos desmontado todo un entramado de sentido para centrarnos en el conocimiento y manejo de los hechos.

Dicho todavía de otra forma, la modernidad ha tenido éxito en el plano instrumental, ha multiplicado nuestras capacidades y autonomía como no se había visto jamás antes, pero ha resultado un fracaso en cuanto al sentido, nos ha sumido en la sombra del nihilismo. Como consecuencia, en nuestros días, algunos se mueven sin pretensión ni esperanza de sentido. Asumen la acción por la acción del rebelde sin causa. Otros, en una gama que va del fanático al friki, abrazan con arbitrario ardor causas insensatas o fútiles. Y los que orientan su vida hacia objetivos tradicionalmente tenidos por sensatos, como el conocimiento, la salud, la atención a los demás, la excelencia, la felicidad o la santidad, se encuentran con serios problemas para dar razón del sentido de sus vidas, ante sí mismos y ante los otros. Todo es igual, nada es mejor. ¿Por qué habríamos de preferir el conocimiento a la ignorancia, la excelencia a la mediocridad?

Si aceptamos este balance de la modernidad, es obvio que ahora deberíamos partir hacia la cuestión del sentido de la vida, pero sin perder en este nuevo viaje las poderosas herramientas obtenidas durante los tiempos modernos, ni las de carácter tecnocientífico, ni las de tipo sociopolítico. Se trata de reparar la brújula sin estropear ahora la navaja suiza.

La cuestión del sentido de la vida se podría precisar en los siguientes términos. En primer lugar tendríamos que identificar un sentido que resulte común a todos los seres humanos. En segundo lugar, dicho sentido debería ser personal, es decir susceptible de una distinta concreción para cada uno de nosotros. Y, en tercer lugar, deberíamos ser capaces de dar razón de dicho sentido. Buscamos, pues, un sentido común, personal y razonable.

Si la cuestión del sentido no encontró buen acomodo dentro de la atmósfera moderna, tendremos que plantearla ahora en un ambiente filosófico postmoderno, en el cual no rigen ya los dogmas de la modernidad. Estos dogmas, ahora obsoletos, se formulaban, según Hans Jonas, en estos términos: “No hay verdades metafísicas” y “no hay camino del es al debe” [1]. Nuestras opciones de éxito ante la cuestión del sentido dependen, en efecto, del abandono de estos dogmas. Trataremos de buscar verdades metafísicas, a través de una ontología de la diferencia, y de obtener a partir de ellas indicaciones prácticas para organizar nuestras vidas con sentido.

En busca de las fuentes del sentido

Desde la antigüedad clásica llegan hasta nosotros cápsulas de sabiduría que pueden ayudarnos a plantear la cuestión del sentido. Consideremos dos de ellas. En primer lugar, la conocida máxima de Píndaro: “Llega a ser el que eres” (genoi hoios essi [mathon]) [2]. Esta fórmula la hubiese suscrito cualquier autor antiguo o medieval, no es ajena a la idea kantiana de autonomía, e incluso fue citada con aprobación en varias ocasiones por el patrono del nihilismo contemporáneo, Friedrich Nietzsche. Puestos a darle sentido a la propia vida, esta parece una recomendación universalmente aceptable: cúmplete, realízate, llega a tu plenitud. Con todo, la frase admite varias lecturas, y esta ambigüedad también nos conviene filosóficamente. La máxima indica, por una parte, que la misión de un ser humano es llegar a ser plenamente tal, o sea, un ser humano, y, por otra, que el sentido de la vida de cada cual consiste en cumplir cabalmente su ser individual concreto, en llegar a ser la persona concreta que es. Añadamos que la ubicación de la palabra mathonvaría según ediciones, algunas la colocan en este verso y otras en el siguiente. Si optamos por unir la palabra en cuestión al presente verso, tendríamos esta posible traducción: “¡Que llegues a ser tal cual eres, sabiéndolo!” [3]. En cualquier caso, esta observación filológica nos lleva a la cuestión del conocimiento. Es decir, mal puedo llegar a ser el que soy, individual o genéricamente, si no sé quién o qué soy. Leer más…

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Preguntas…

Sábado, 25 de noviembre de 2017
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Del blog de la Comunidad Anawin de Zaragoza:

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Una simple mirada a la historia antigua muestra con claridad cómo en distintas partes de la tierra, marcadas por culturas diferentes, brotan al mismo tiempo las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existencia humana:

¿Quién soy?

¿De dónde vengo y adónde voy?

¿Qué hay después de esta vida?

Son preguntas que tienen su origen común en la necesidad de sentido, que desde siempre acucia el corazón del hombre.

De la respuesta que se dé a tales preguntas, depende, efectivamente, la orientación que se dé a la existencia.

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El sentido de la vida

Lunes, 28 de septiembre de 2015
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Nuestra vida, como seres individuales y miembros de una raza atónita y llena de contiendas, nos acucia con la evidencia de que debe tener algún significado. Una parte de éste se nos escapa; pero nuestro fin en la vida es descubrirlo y vivir de acuerdo con él. Tenemos, pues, algo por lo que vivir. El proceso de la vida, del crecimiento, del desarrollo de la personalidad consiste precisamente en el aumento gradual de la conciencia de lo que es ese algo….

Lo que todo hombre busca en la vida es su propia salvación y la de quienes viven con él. Con la palabra ‘salvación’ me refiero, ante todo, al descubrimiento pleno de quién es uno en realidad, y después, al cumplimiento de las fuerzas que Dios nos ha dado, en el amor a los otros y a Dios.

También quiero referirme al descubrimiento de que el hombre no puede encontrarse a sí mismo únicamente en él, sino que ha de encontrarse en los otros y por medio de ellos. Por último, estas proposiciones se resumen en dos líneas del Evangelio… y también están contenidas en una sentencia de San Pablo: ‘Todos somos miembros los unos de los otros’. La salvación de la que hablo no es una cuestión meramente subjetiva o psicológica, una autorealización en el orden natural, sino una realidad objetiva y mística: el encuentro de nosotros mismos en Cristo, en el Espíritu o, si se prefiere, en el orden sobrenatural. Esto incluye, sublimiza y perfecciona la autorealización natural que ella hasta cierto punto presupone, ordinariamente efectúa, y siempre trasciende.”

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Thomas Merton
Prólogo. Los hombres no son islas.

2015 enero 081

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