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“Navidad: El “peligroso” mensaje de Dios a los hombres “, por José María Castillo, teólogo.

Martes, 27 de diciembre de 2022
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rohinyásDe su blog Teología sin censura:

En tantas y tantas ocasiones, cuando llega la Navidad, el disparate se agranda y el desajuste de nuestro nivel de vida y nuestra forma de vivir – si es que todo esto se piensa despacio – se hace insoportable

Nuestros “belenes” se montan y embellecen con tan buena voluntad y delicadeza como enorme es la ignorancia que envuelve semejante disparate

La Navidad da que pensar. Porque es la expresión más elocuente de que quien manda en nuestras vidas no es el “poder opresor”, que pone orden en el mundo y en la vida, sino el “poder seductor”, que satisface las apetencias y hasta los caprichos de los que mejor lo pasan

Las fiestas religiosas, como Navidad, Semana Santa, fiestas patronales y otras semejantes, tal como se celebran normalmente, dan motivo para pensar, si es que se piensa en este asunto sin miedo de llegar a conclusiones incómodas, preocupantes y posiblemente desagradables.

Es un hecho que, de las fiestas religiosas, hemos hecho unos festejos, que suelen ir del descanso a la diversión y la juerga: viajes, turismo, regalos, comilonas, con lo que todo eso lleva consigo de gastos y buena vida. O sea, el consumo y la vida, que son privilegio de los poderosos a costa de la distancia que va dejando, en la cuneta de la vida, a millones de desgraciados, los que carecen de casi todo.

Si esto es verdad, en tantas y tantas ocasiones, cuando llega la Navidad, el disparate se agranda y el desajuste de nuestro nivel de vida y nuestra forma de vivir – si es que todo esto se piensa despacio – se hace insoportable.

En Navidad recordamos y festejamos el nacimiento de Jesús, que vino a este mundo de tal manera, que su madre lo tuvo que colocar en un “pesebre”. El texto griego utiliza la palabra “phatnê”, que significa un “pesebre” de animales (Lc 2, 7. 12. 16) y que se aplica también al buey y al asno que se desatan del “pesebre” para llevarlos a comer (Lc 13, 15) (cf. ThWNT IX, 51-57). Nuestros “belenes” se montan y embellecen con tan buena voluntad y delicadeza como enorme es la ignorancia que envuelve semejante disparate.

Por supuesto, nuestros “belenes” son una expresión elocuente de buena voluntad. Y una ocasión excelente para unir a las familias, reunir a los amigos y así promover la mejor y más sana convivencia. Todo esto es verdad. Pero no es toda la verdad.

Porque si la Navidad se piensa a fondo y con una mentalidad sana y limpia, pronto se advierte que todo esto oculta un “hecho cultural” de fondo, que está en la base del demasiado sufrimiento que soporta el mundo, la sociedad y la cultura en que vivimos. En efecto, si pensamos despacio que – según enseña el Evangelio – Dios se hizo visible y tangible en este mundo, entrando en él por la oscura y maloliente ambientación de un pesebre para estancia y descanso de animales; y ese mismo Dios salió de este mundo “aceptando la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado” (Gerd Theissen), se hace inevitable y necesario pensar a fondo que la Navidad y la Semana Santa nos están diciendo que Dios vino y se fue de nuestro mundo, dejando un mensaje tan desconcertante, que se nos hace incomprensible, inaceptable y, en no pocos aspectos, hasta peligroso.

¿En qué consiste tal mensaje? Consiste, ni más ni menos, en que la fuerza determinante, que cada día manda más en el mundo no es el poder “vertical”, sino el poder “horizontal” (cf. Peter Sloterdijk). Es sencillamente el poder y la fuerza, que mandan en el mundo y en la vida, no por la “imposición”, que somete, sino por la “atracción”, que seduce.

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Nos situamos así en el eje y la fuerza que manda en el mundo cada día más y más. El eje de la publicidad no es el poder que se impone, sino la seducción que nos atrae con una fuerza irresistible. En definitiva, como ya dijeron los pensadores del siglo XVI, hay algo más en el “afecto” que no se da en el “acto de querer” como tal. Ese “algo más” consiste en la pasividad característica del amor y, por tanto, del enamoramiento.

En definitiva, el “afecto” no es ni solo sentimiento, ni sola voluntad. Es algo más concreto y más complejo, al mismo tiempo. Es la complacencia provocada en nuestra intimidad (en nuestras potencias apetitivas) mediante la atracción del bien; esta complacencia desempeña un deseo de unión que se apodera de toda la persona. O sea, como bien sabemos, el “poder seductor” es más determinante que el “poder opresor”.

Ahora bien, como sabemos de sobra, cuando cada día, a la hora de comer, ponemos la tele, palpamos la evidencia de tantas atrocidades y violencias, que son el grito diario de un “poder opresor”, que no oprime a nadie y además se ve derrotado por el “poder seductor” de los más ambiciosos, los más corruptos, los más encanallados, la lista interminable de los que, por la evidencia y la eficacia del “poder seductor”, hacen cada día más extensa la lista de las víctimas que el “poder opresor” no alcanza a controlar.

No cabe duda. La Navidad da que pensar. Porque es la expresión más elocuente de que quien manda en nuestras vidas no es el “poder opresor”, que pone orden en el mundo y en la vida, sino el “poder seductor”, que satisface las apetencias y hasta los caprichos de los que mejor lo pasan.

Dicho esto, hay que hacerse algunas preguntas: ¿qué poder manda en mí? ¿qué fuerza organiza y gestiona mi vida? ¿el “poder opresor”? ¿o el “poder seductor”.

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José María Castillo: “La pandemia tendrá remedio cuando tomemos en serio a las autoridades competentes”

Martes, 8 de septiembre de 2020
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“Cristo Redentor obtiene mascarilla para alentar al mundo protegerse contra el Covid-19” – Manu Silva (PRNewsfoto/Todos pela Saúde)

“Cristo Redentor obtiene mascarilla para alentar al mundo protegerse contra el Covid-19” – Manu Silva (PRNewsfoto/Todos pela Saúde)

“Ya no se impone el ‘poder opresor’, sino que manda el ‘poder seductor’. En esto ha consistido la obra maestra del sistema capitalista neoliberal”

“Los ‘hombres de la Religión’ representaron exactamente el ‘poder opresor’, mientras que, por el contrario, Jesús y su Evangelio fueron, para aquel pueblo sencillo, la presencia tangible del ‘poder seductor'”

“Cuando Jesús llama a alguien a seguirle, no presenta un programa de vida, un ideal, una finalidad. Ni unas condiciones. Nada. ‘Sígueme’. Esto es todo”

Las noticias que nos llegan, sobre la pandemia de coronavirus, son cada día más preocupantes. ¿Qué nos está pasando? Yo no soy médico. Ni sé nada de las ciencias y técnicas que le pueden poner remedio a esta epidemia mundial. He dedicado mi vida a la religión y los saberes relacionados con ella. ¿Se puede decir algo importante desde este punto de vista? Sin duda alguna, se puede (y se debe) afirmar algo que puede ser – y será – decisivo.

Mucha gente no se da cuenta de que el poder y el consiguiente sometimiento al poder, todo eso, no es que esté cambiando, es que ha cambiado. Nuestra relación con el poder ya no es como era antes. No se puede fijar una fecha que nos diga cuándo ha ocurrido esto. Lo que importa es que ha ocurrido.

¿Qué es lo que ha ocurrido? Dicho brevemente, el hecho capital es que el poder, que se impone y manda en el mundo, ha cambiado. Ya no se impone el “poder opresor”, sino que manda el “poder seductor”. En esto ha consistido la obra maestra del sistema capitalista neoliberal. Y los ciudadanos lo palpan ante el televisor: manda más en la sociedad, sobre todo en las generaciones jóvenes, la seducción de una modelo o el atractivo de un nuevo invento que nos agrada, que la orden que puede dictar un gobernante o la amenaza de un policía. Por eso es tan demoledora la “crítica de la verticalidad”, que ha analizado Peter Slotertijk, conocido profesor de la universidad de Karlsruhe.

Todo esto repercute en la cotidianeidad de la vida diaria. La pandemia tendrá remedio, no cuando nos pongamos la anunciada vacuna, sino cuando tomemos en serio lo que mandan las autoridades competentes en este asunto.

Un asunto que a mí me da mucho que pensar. Porque es mucha la relación que tiene todo esto con lo que a mí me preocupa. Que es exactamente la diferencia que distingue la Religión del Evangelio. La Religión es justamente un conjunto de “rituales de sumisión” (Walter Burkert). Que tranquilizan la conciencia y alivian los sentimientos de culpa. Pero por eso exactamente, a medida que el “poder opresor” ha ido perdiendo fuerza, en esa misma medida la Religión ha ido perdiendo presencia, credibilidad y autoridad.

Y por esto precisamente, según dicen los Evangelios, fueron los sacerdotes del templo los que no soportaron a Jesús. Los “hombres de la Religión” representaron exactamente el “poder opresor”, mientras que, por el contrario, Jesús y su Evangelio fueron, para aquel pueblo sencillo, la presencia tangible del “poder seductor”. Jesús curaba a los enfermos, daba de comer a los hambrientos, acogía a los pecadores, defendía a las mujeres, se fundió y confundió con el pueblo. Con razón los dirigentes del Sanedrín temieron que todos se iban a ir con Jesús (Jn 11, 48). Y por eso tomaron la decisión de matarlo (Jn 11, 52-53).

Pero no fue solamente la seducción de la salud y el dinero. Allí sucedió algo más sorprendente. Me refiero a la extraña y misteriosa fuerza que tiene, en los relatos del Evangelio, la llamada de Jesús al “seguimiento”. Si nos fijamos atentamente al contenido de esos relatos, pronto se cae en la cuenta de que la llamada es Jesús mismo. Y Jesús solo. O como dijo Dietrich Bonhoeffer, todas las seguridades de la vida se encuentran y se tienen en Jesús. De forma que, cuando Jesús llama a alguien a seguirle, no presenta un programa de vida, un ideal, una finalidad. Ni unas condiciones. Nada. “Sígueme”. Esto es todo.

Si esto se tiene claro y se vive, lo demás se tiene que vivir y organizar según el tiempo y según la cultura en que se desarrolla. Para esto – y sólo para esto – la Iglesia ha tenido siempre un sistema organizativo, que se debe ajustar y practicar según las exigencias del “seguimiento de Jesús”. Para ser siempre fieles a tales exigencias.

Esto supuesto, lo que no me cabe en la cabeza es que la Iglesia se haya organizado de manera que los dirigentes (los obispos, el clero) se dediquen a gestionar esta Iglesia de manera que, con frecuencia, lo que se hace en ella sea que el poder, los privilegios y el dinero son lo que importa tener. Y con eso, lo que han conseguido es que, por tener privilegios y dinero, se están callando lo que no deberían callar, se están aprovechando para ser importantes, cuando en realidad no lo son, y sobre todo están siendo bastante responsables del hundimiento de la poca religiosidad que queda en pie.

¿Puede esta Iglesia tener o hacer presente, en la sociedad actual, el “poder seductor” que tuvo Jesús en su pueblo y en su tiempo? ¿Pueden nuestros obispos decirle a la gente, sobre todo a los jóvenes, lo que Jesús les dijo a trabajadores y pecadores: “Sígueme”?

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