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Consuelo Vélez: “No son pocos los clérigos que han ‘demonizado’ la palabra ‘género’ y la han identificado con una ‘ideología'”

Jueves, 6 de julio de 2023
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IMG_9803De su blog Fe y Vida:

Género, violencia de género y compromiso eclesial

“Por este papel subordinado que han tenido las mujeres, ellas han sido más propensas a sufrir violencia de todo tipo: física, psicológica, afectiva, sexual, social, cultural, económica, simbólica, religiosa”

“A esto se le llama “violencia de género” porque se ha ejercido contra ellas, debido a su género femenino”

“No son pocas las mujeres, ni pocos los varones, ni pocos los clérigos que han “demonizado” la palabra “género” y la han identificado con una “ideología” y luchan vehementemente contra todo lo que tenga cualquier referencia a este término”

“Desde los púlpitos, desde las catequesis, desde la liturgia, es necesario que se denuncie esa violencia de género y se invite a un compromiso decisivo frente a ella”

El término género es una categoría de las ciencias sociales que además de expresar la identidad biológica de los seres humanos según sus órganos sexuales (varón o mujer), expresa la identidad cultural construida sobre los sexos biológicos. Esto último significa que a las mujeres se les han asignado culturalmente unos roles y a los varones otros.

El problema es que los asignados a las mujeres han supuesto que ellas tengan un lugar subordinado -por eso se les negó, hasta hace relativamente poco, la ciudadanía, el estudio, el ejercer todas las profesiones, el ocupar puestos de responsabilidad, etc.; mientras que los roles asignados a los varones han permitido construir un mundo en modo masculino -a esto se le llama patriarcado– porque a ellos se les ha reservado la autoridad, la gestión, las profesiones más importantes y de hecho han conducido el mundo como jefes de gobierno en casi todos los países y lo siguen haciendo.

monjas-altar-limpian_560x280Además, por este papel subordinado que han tenido las mujeres, ellas han sido más propensas a sufrir violencia de todo tipo: física, psicológica, afectiva, sexual, social, cultural, económica, simbólica, religiosa. A esto se le llama “violencia de género” porque se ha ejercido contra ellas, debido a su género femenino. La violencia doméstica, por ejemplo, es fruto de la sociedad patriarcal, en la que al varón le hicieron creer que era dueño de la mujer y por eso tenía derecho a ejercer su autoridad sobre ella e incluso a golpearla si lo consideraba necesario. El caso extremo es el feminicidio,como lo ha tipificado la Ley, porque a muchas mujeres las asesinan no solo por la violencia generalizada, que se da también contra los varones, sino por el hecho de ellas ser mujeres.

Los movimientos feministas han posibilitado que a las mujeres se les reconozcan los derechos que se les habían negado y es, cada vez más evidente, que las sociedades patriarcales van cambiando. Esto ha permitido que ellas estén participando en condiciones de mayor igualdad, en casi todos los espacios, con los varones. Este cambio no solo ha sido positivo para las mujeres. Gracias a esto, los varones también han descubierto que pueden ser tiernos, serviciales, cuidadores – papeles que parecían eran solo de las mujeres – e inclusive, que el único papel sagrado no es el de ser “mamá”, sino que también ser “papá” es un don que ellos poseen y lo están ejerciendo con mucha ternura y responsabilidad. Actualmente no son pocos los varones que crían solos a sus hijos o que, al compartir la custodia con la mamá, se encargan de sus hijos con la misma responsabilidad y afecto que tradicionalmente se creía era solo cualidad femenina.

Pero estos cambios, aunque como lo acabamos de anotar, son positivos, también encuentran una resistencia “enorme. No es nada fácil cambiar los roles culturales que constituyen a las personas desde su infancia y, por eso, no son pocas las mujeres, ni pocos los varones, ni pocos los clérigos que han “demonizado” la palabra “género” y la han identificado con una “ideología” y luchan vehementemente contra todo lo que tenga cualquier referencia a este término.

IMG_9801Cabe anotar que además de lo anterior unen este término a la “diversidad sexual” – una realidad que es irreversible y que merecería una reflexión profunda y fundamentada para entenderla bien, antes de condenarla – y por eso se les hace más difícil todavía aceptar este término. Aquí no podemos entrar a explicar esa complejidad, pero basta con quedarnos con la reflexión que hemos hecho sobre los roles de género, para mostrar que la Iglesia no puede estar de espaldas a lo que ha supuesto una conquista de derechos para las mujeres y, por eso, no debería mezclar género con ideología, sin distinguir las cosas como hemos intentado hacerlo aquí, con otras posibles realidades que podrían ameritar esa identificación.

Es necesario que desde la institución eclesial y, los cristianos en general, acompañemos más estos cambios sociales y culturales porque significan un mundo menos patriarcal y más inclusivo, un mundo más justo con las mujeres, como Dios lo quiere. El papa Francisco ha denunciado esta violencia que sufren las mujeres porque, aunque haya resistencias para acoger los cambios, es evidente que la violencia de género existe y no es posible que se pase de largo frente a ella. Desde los púlpitos, desde las catequesis, desde la liturgia, es necesario que se denuncie esa violencia y se invite a un compromiso decisivo frente a ella.

Lamentablemente, a algún sector de la institución le parece irrelevante esta violencia de género y hasta proponen que no se hable de ella porque es suficiente con hablar de violencia en general. Esto resulta contrario a la praxis de Jesús que se detuvo ante cada uno de sus contemporáneos, entendió su situación y buscó remediarla. Para Jesús también fueron muy importantes las mujeres y supo defenderlas y devolverles su dignidad negada.

IMG_9802Por eso, es coherente con la vida cristiana comprender a fondo lo qué significa la sociedad patriarcal y la violencia de género que esta produce para que forme parte de su compromiso de fe. Duele pensar que, a veces, la sociedad civil parece más comprometida con transformar esta realidad que las instancias eclesiales.

Es importante recordar que las mujeres siempre han sido mucho más asiduas a la participación eclesial que los varones, pero los tiempos cambian y las jóvenes se van alejando de la iglesia porque esta parece no comprender su realidad, ni apoyarla con todas las consecuencias. Sin embargo, se abren caminos y estamos a tiempo de recorrerlos.

Ojalá que, en lugar de resistirse a los cambios, nos dispongamos a entenderlos y a secundarlos en todo lo que tienen de bueno. Eso haría más significativa la institución eclesial y es muy probable que las jóvenes vuelvan la mirada hacia ella y, tal vez, quieran formar parte de una Iglesia, verdaderamente comprometida con erradicar toda violencia y, especialmente, aquella que se ejerce por razón del género.

(Foto tomada de: Por celos, la golpeó y provocó que le extirparan el bazo a su pareja – Diario La Provincia SJ)

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El 58% de curas y seminaristas encuestados por una universidad jesuita se declaró “no heterosexual”

Jueves, 1 de septiembre de 2022
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el-sexo-y-los-curasAl 49% de los sacerdotes y al 73% de los seminaristas les aconsejan reprimir su sexualidad 

Los teólogos de EE.UU. han estudiado las actitudes de los católicos hacia el clericalismo, y han llegado a conclusiones claras: Los sacerdotes apenas reciben apoyo para establecer una relación sana con su sexualidad. Esto fomenta el abuso

“Los nuevos modelos de sacerdocio que se centran en el empoderamiento de los laicos, el cuidado mutuo, la transparencia, la apertura y la vulnerabilidad, son cruciales para la prevención de la violencia sexual en la iglesia”, subrayan los autores.

Las dimensiones importantes para el estudio del clericalismo son la sexualidad, los roles de género y el poder

Los investigadores recomiendan, por tanto, anclar el desarrollo de una sexualidad madura en la formación de sacerdotes y laicos. Todavía hay muy poca reflexión en la Iglesia sobre cómo se retratan las relaciones

El 49% de los sacerdotes y el 73% de los seminaristas encuestados dijeron que les habían aconsejado reprimir la sexualidad como estrategia para afrontar su propia sexualidad. Proporciones similares de sacerdotes y seminaristas dijeron que les resultaba difícil hablar de su sexualidad.

Estos datos forman parte de un estudio realizado por teólogos de la Universidad jesuita de Santa Clara, donde examinan las actitudes del clero y de los laicos ante el clericalismo, entendido este “como una estructura de poder que sitúa a los sacerdotes por encima de los demás, les otorga un exceso de poder y autoridad, y limita la competencia de los laicos para actuar”.

 Según las conclusiones, en la formación del clero se descuida el examen de la sexualidad, los roles de género y el poder, recalcando que el clericalismo se ve favorecido por las deficiencias en la formación para una sana integración de la sexualidad, según informa a la agencia KNA.

Otro factor fue la falta de confrontación con los roles de género. El clericalismo se manifiesta en formas de masculinidad que se asocian en la investigación con la violencia y la dominación. El estudio llega a la conclusión de que una forma clericalista de ejercer el poder está asociada a estilos de liderazgo autoritarios y caóticos“, apunta la misma fuente.

Según los autores, los abusos sexuales en la Iglesia no pueden explicarse de forma individualista por el hecho de que sólo los lleven a cabo autores individuales. “En cambio, es necesario un análisis estructural de la vida de la Iglesia. Para superar el clericalismo, se necesitan estrategias ‘anticlericalistas’, a las que hasta ahora no se ha prestado suficiente atención entre las medidas para afrontar y prevenir la violencia sexualizada en la Iglesia”.

Los estudios demuestran que existe una conexión entre la falta de capacidad para hablar de la sexualidad y el abuso. También faltan enfoques sobre cómo dar forma adecuada a la intimidad y la vulnerabilidad. El tratamiento de esto debe ir más allá de establecer límites con los demás, señalan los autores.

Tras la ordenación sacerdotal, muchos clérigos carecen de estrategias sobre cómo implicar más a los laicos y permitirles asumir mayores responsabilidades. “Por lo tanto, uno de los enfoques en los seminarios y facultades de teología, pero también en las parroquias, debería ser el tema del ’empoderamiento’. Desde el punto de vista teológico -apunta el informe- hay que reforzar las imágenes del sacerdocio que se centran menos en la autoridad del clérigo individual”.

Los nuevos modelos de sacerdocio

“Los nuevos modelos de sacerdocio que se centran en el empoderamiento de los laicos, el cuidado mutuo, la transparencia, la apertura y la vulnerabilidad, son cruciales para la prevención de la violencia sexual en la Iglesia, subrayan los autores.

Esto incluye también la reflexión sobre las prácticas litúrgicas. En este sentido, “el clericalismo estructural debe ser contrarrestado por prácticas litúrgicas que enfaticen la posición del sacerdote como miembro de la congregación que preside, se centren en la oración de la congregación (sacerdote y pueblo) y fomenten con alegría la participación plena, consciente y activa de todo el pueblo de Dios”, dice el estudio.

“Los nuevos modelos de sacerdocio que se centran en el empoderamiento de los laicos, el cuidado mutuo, la transparencia, la apertura y la vulnerabilidad son cruciales para la prevención de la violencia sexual en la iglesia”

Dificultades para encontrar posibles encuestados

El estudio se basó en casi 300 encuestados, de los cuales aproximadamente la mitad eran clérigos, en formación para ser clérigos o religiosos. Aunque querían haber llegado a los 600 encastados, no fue posible debido a la resistencia de las diócesis y los seminarios, lo que ha hecho que los encuestados formados en instituciones jesuitas estén sobrerrepresentados.

“Al compararlos con los egresados de otras instituciones de formación, se notan grandes diferencias: la mitad de los sacerdotes y seminaristas entrevistados afirmaron haber sido preparados adecuadamente en su formación para vivir el celibato sin negar su sexualidad; todos ellos eran egresados de instituciones jesuitas”, subrayan los autores.

Muy llamativo fue el dato de que entre los encuestados, el 58% dijo no ser heterosexual (25% homosexual, 10% bisexual, 11% otro o sin respuesta), mientras que entre los encuestados laicos, el 85% se describió como heterosexual y sólo el 1% no dio ninguna indicación sobre su orientación sexual. “No se puede obviar la concentración de hombres homosexuales en el sacerdocio, ya que la mayoría de los sacerdotes son incapaces de hablar abiertamente de su orientación sexual, y algunos de ellos, consciente o inconscientemente, eligen el sacerdocio como una forma de evitar o reprimir su sexualidad, lo que dificulta extraordinariamente un enfoque saludable del celibato”, señalan los autores en la información acogida por la agencia alemana.

“No se puede obviar la concentración de hombres homosexuales en el sacerdocio, ya que la mayoría de los sacerdotes son incapaces de hablar abiertamente de su orientación sexual”

Fuente Religión Digital

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“Praedicate Evangelium: La estructura debe estar al servicio de lo esencial”, por Consuelo Vélez

Sábado, 30 de abril de 2022
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5DB23E30-6B25-47CF-911A-E1EB5372BBCEDe su blog Fe y Vida:

“Laicado y la vida religiosa pueden ocupar los puestos de dirección que hasta ahora eran solamente para el clero”

 “Comencemos por el título: ‘Predicar el evangelio’. Es un título muy sugerente para marcar una intencionalidad: la estructura debe estar al servicio de lo esencial”

“Hay colegios, hospitales, universidades, casas de la tercera edad, guarderías y, en fin, un sin número de obras llamadas ‘apostólicas’ que ya no son signo del reino. Son una gran empresa que funciona muy bien y sirve a muchas personas, pero que no testimonian el evangelio”

“La mentalidad piramidal con base en el ministerio del orden está tan introyectada en todo el pueblo de Dios que necesitamos un ejercicio de conversión profunda para que algún día sea realidad. ¡Muy difícil cambiar el rostro clerical de la Iglesia!”

“Ojalá que este documento mueva en algo a la curia romana pero no sobraría que cada uno, en la estructura eclesial en que se encuentra, revise su organización eclesial y proponga reformas a la luz de esta intencionalidad evangelizadora”

Por fin se publicó la Constitución Apostólica Predicate Evangelium con la que el papa Francisco da directrices para la reforma de la curia. Ha sido uno de los propósitos de su pontificado y, aunque han pasado nueve años y parecía que nunca salía, al final la tenemos. Siendo sincera, conozco tan poco de la curia vaticana que al leer esta constitución no sé qué cosas cambian efectivamente. Por supuesto podría leer la anterior constitución y señalar los cambios, pero mejor dejar eso a los especialistas.

Sin embargo, a propósito de esa reforma, se pueden hacer algunos comentarios que ayuden a reflexionar sobre el servicio que ha de prestar la necesaria estructura de cualquier institución para garantizar su funcionamiento. Comencemos por el título: “Predicar el evangelio”. Es un título muy sugerente para marcar una intencionalidad: la estructura debe estar al servicio de lo esencial. En efecto, la razón de ser de la Iglesia no es ella misma, sino el ser sacramento del reino. Su tarea es anunciar la buena noticia, el amor de Dios por toda la humanidad.

¿Cómo hacerlo? Ante todo, con el testimonio -de palabra y de obra- y este testimonio ha de ser el de la “misericordia, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo, estando del lado de los más débiles, más enfermos, más sufridos. Por esto, la evangelización implica la opción preferencial por los pobres y de ahí, que la Jornada Mundial de los pobres que el papa instituyó en 2016, fue encargada al Dicasterio de la Evangelización. Pero también se señala que este Dicasterio ha de discernir los signos de los tiempos y estudiar las condiciones socioeconómicas y ambientales de los destinatarios. Muy importantes estas intencionalidades porque la evangelización no es un conjunto de doctrinas a transmitir sino un discernimiento de la voz de Dios que se revela en la historia.

Todo lo anterior puede iluminar el sentido de todas las obras De la Iglesia que surgieron con esa perspectiva evangelizadora. Ellas nacen del compromiso con una realidad y van creciendo y consolidándose, garantizando así su permanencia. Pero no siempre ese crecimiento mantiene la sencillez del evangelio, la agilidad de la vida sobre la norma, la significatividad que esa obra puede tener para la realidad actual.

Hay colegios, hospitales, universidades, casas de la tercera edad, guarderías y, en fin, un sin número de obras llamadas “apostólicas” que ya no son signo del reino. Son una gran empresa que funciona muy bien y sirve a muchas personas, pero que no testimonian el evangelio porque sus costos, su prestigio, su seguridad, las hace inaccesibles para algunos, especialmente, para los más pobres. Siempre habría que hacer un discernimiento profundo sobre ellas para ser capaz de soltarlas cuando no prestan un servicio evangelizador y emprender otras que mantengan la buena noticia del reino.

Pero volvamos a la Constitución Praedicate Evangelium. Tal vez lo más interesante es lo de abrir las funciones de gobierno y de responsabilidad a todo el pueblo de Dios. Es decir, ahora el laicado y la vida religiosa pueden ocupar los puestos de dirección que hasta ahora eran solamente para el clero. Para que esto sea posible ha sido necesario aclarar que el oficio de gobierno no necesariamente está asociado al ministerio del orden, como lo ha sido hasta el presente. Será maravilloso que se introduzca ese rostro plural en la curia vaticana. Sin embargo, pasarán muchas décadas para verlo hecho realidad.

¿Será que el clero soltará el poder? No es fácil. ¿Será que el laico cuando ocupe algún puesto de responsabilidad querrá que muchos otros laicos estén allí, perdiendo el privilegio de ser de los pocos laicos en tan importantes puestos? ¿será que la jerarquía cumplirá las disposiciones que el laicado tome? Debería ser porque la iglesia es un pueblo de Dios, todos con la misma dignidad, pero ejerciendo ministerios distintos -no mejores, ni de mayor rango- sino distintos, todos ellos para la edificación del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Pero la mentalidad piramidal con base en el ministerio del orden está tan introyectada en todo el pueblo de Dios que necesitamos un ejercicio de conversión profunda para que algún día sea realidad. ¡Muy difícil cambiar el rostro clerical de la Iglesia! Pero no imposible si buscamos empujarlo.

La reforma también está en la dinámica de la descentralización para que tengan más protagonismo las Conferencias Episcopales y de mayor corresponsabilidad entre todos los Dicasterios. No tengo la menor idea cómo funcionan esas oficinas. Pero la impresión que se tiene es que son lugares casi inaccesibles y que después de que allí se pronuncie alguna decisión, revertirla será muy difícil. Conocemos el papel inquisidor de la Doctrina de la fe -que con Francisco ha cambiado bastante su cara- pero también de las dificultades para que allí se entienda la dinámica de la vida de las comunidades y contribuyan a que las normas se ajusten a la vida y no la vida a las normas preconcebidas. Conozco casos muy cercanos en los que las consultas a dichos Dicasterios han traído más complicaciones que facilidades, porque eso de que la ley es para el ser humano y no al contrario, se ha quedado en los pasajes del evangelio, pero muy poco en la praxis de la Iglesia.

Los que conocen más de cerca la intencionalidad del papa con esta Reforma de la curia, anotan que hay que leerla en la dinámica de la Exhortación Evangelii Gaudiumcon todo lo que allí se propone de una Iglesia en salida, de la dimensión social de la fe, de la opción por los pobres, del protagonismo del laicado, etc. Y también hay que leerla en la línea de la sinodalidad de la que estamos hablando en este último tiempo.

Por tanto, no podemos quedarnos en leer las normas que allí se describen para cada dicasterio sino hacerlo en ese horizonte para sacar consecuencias más relevantes. De hecho, en la Predicate Evangelium se afirma que cualquier cambio de estructuras no depende solo de disposiciones organizativas sino de los sujetos que realizan esas funciones. Verdaderamente es así, la mejor organización fracasa si los sujetos que están en ella no responden a los objetivos que se persiguen, aunque también es verdad que por muy buenas intenciones que tengan los sujetos si las estructuras no contribuyen, tampoco se pueden realizar muchas cosas.

Ojalá que este documento mueva en algo a la curia romana pero no sobraría que cada uno, en la estructura eclesial en que se encuentra, revise su organización eclesial y proponga reformas a la luz de esta intencionalidad evangelizadora. Lamentablemente, la estructura esclerotizada que tiene hoy nuestra iglesia no solo se vive en esos espacios universales sino también en espacios eclesiales más pequeños, allí donde se debería vivir la libertad del espíritu de Dios y de donde podría surgir más vida que hiciera posible la tan anhelada reforma de la Iglesia.

(Foto tomada de: Discurso a la Curia Romana: El Papa llama a “un cambio en la mentalidad pastoral” – ZENIT – Espanol)

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Una teología de la memoria en tiempos de abusos sexuales cometidos por el clero

Jueves, 4 de noviembre de 2021
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Abusos-infancia-robada_2296880383_15175488_667x375“Para muchas víctimas de abusos sexuales del clero, el pasado no ha pasado” 

“Este artículo ofrece una revisión de la relación entre la humanidad y la Iglesia de Dios, dañada por los abusos sexuales del clero contra menores, pero también de la autoridad de la Iglesia, hoy minada por la pérdida de credibilidad”

“La crisis mundial de los abusos sexuales por parte del clero ha infligido heridas que tomará muchos años sanar. Es necesario reconocer que la negación de los abusos es todavía un problema”

“La reconciliación de la memoria debe asumir que las «negaciones del abuso» constituyen todavía un problema, y debe dar prioridad a la verdad sobre lo sucedido, al por qué sucedió y a quién realizó el mal”

“La reconciliación de la memoria debe asumir que las «negaciones del abuso» constituyen todavía un problema, y debe dar prioridad a la verdad sobre lo sucedido, al por qué sucedió y a quién realizó el mal”

“Deberían fortalecerse las medidas para hacer responsables a los obispos locales de lo que está sucediendo. Al mismo tiempo, los recuerdos dolorosos de las víctimas deben escucharse y respetarse”

(La Civiltà Cattolica).- El 5 de octubre pasado se dieron a conocer los resultados del Informe de la Comisión Independiente sobre Abusos Sexuales en la Iglesia (CIASE) de Francia. El informe fue solicitado por la Conferencia episcopal francesa y ahora está a su disposición para un examen profundo, de modo que se pueda dar un nuevo paso en el ámbito de la lucha contra los abusos. El documento da cuenta de alrededor de 3.000 sacerdotes y religiosos que cometieron abusos sexuales contra menores o personas vulnerables en 70 años. Actualmente, un total de 216.000 personas en Francia (con un margen de error de 50.000) fueron abusadas por sacerdotes y religiosos católicos. Si se incluyen las agresiones cometidas por laicos (sobre todo en las escuelas), la estimación aumenta a 330.000 personas. Pero esto solo es una pieza de un cuadro más amplio.

La crisis mundial de los abusos sexuales por parte del clero ha infligido heridas que tomará muchos años sanar. Es necesario reconocer que la negación de los abusos es todavía un problema. La terrible tragedia perpetrada contra niños y adultos vulnerables por parte del clero y sus consecuencias, deja cicatrices en todo el pueblo de Dios y hacen necesaria una teología que valore el papel de la memoria. Convencido de que una familia que no recuerda está destinada a desaparecer, creemos que el problema de la memoria es un imperativo teológico. ¿Pero qué tipo de memoria? ¿Cómo se curan los recuerdos? Como destacaba Johann Baptist Metz a propósito del Holocausto judío, los miembros del pueblo de Dios «no deben dejarse bloquear por recuerdos no reconciliados, ni siquiera a nivel teológico, sino que deben valorarse con fe y hablar con ellos de Dios»[1].

Teología y heridas del hombre

Si es verdad que la memoria constituye la matriz de la historia y de la teología, en un mundo violento la teología debe tomar posición desde el lugar de las heridas. Este artículo ofrece una revisión de la relación entre la humanidad y la Iglesia de Dios, dañada por los abusos sexuales del clero contra menores, pero también de la autoridad de la Iglesia, hoy minada por la pérdida de credibilidad. Es necesario formular una teología capaz de orientar la reconciliación de la memoria y, al mismo tiempo, re-imaginar el valor de la salvación en una Iglesia que se esfuerza por sanar las heridas de las personas. El objetivo, por tanto, consiste en afrontar los aspectos teológicos, antropológicos, eclesiales y morales de la memoria, es decir, en evaluar la ambivalencia de la culpa, sopesar qué recuerdos específicos deben tener prioridad sobre otros, confrontarse con memorias colectivas e individuales no reconciliadas y con el significado vital del perdón.

«Recuerdos no reconciliados», es la expresión precisa que usaremos a continuación para referirnos al contexto de la pedofilia. Estos se contextualizan en muchos casos; nombramos algunos:

1) El recuerdo no reconciliado se refiere a las numerosas víctimas que sobrevivieron a la violencia sexual de sacerdotes y que deben enfrentar el difícil camino de ser dejadas solas en el relato de sus historias en un contexto de negación de los abusos o de supresión de la memoria.

2) Se refiere a la memoria de los niños nacidos de una violación.

3) También da cuenta de muchas víctimas que decidieron alejarse lo más posible de quienes las hirieron.

4) Los recuerdos no reconciliados son propios también de los autores de los abusos, de quienes salieron de la cárcel y de los que se encuentran en casas de reposo, porque se les prohibió ejercer cualquier ministerio eclesial público o porque fueron reducidos al estado de laicos. Estos deben encontrar una forma de coexistir con las víctimas de sus abusos o con el peso interior que proviene de saber que, si no hubieran violentado personas jóvenes y vulnerables, la crisis actual de la Iglesia no habría alcanzado las dimensiones actuales.

5) Teológicamente, los recuerdos no reconciliados, se refieren al lugar que tiene Dios en el mar de sufrimiento provocado por los abusos.

6) Finalmente, muchas personas deben enfrentar las fallas institucionales de la Iglesia Católica, sus pecados institucionales, sus complicidades y la falta de reconocimiento de responsabilidad todavía presente. Yves Congar no podría haberlo dicho mejor: frente a la Iglesia, nuestros contemporáneos «más que de los pecados de sus miembros, se escandalizarán de su incomprensión, de sus mezquindades, de sus retrasos»[2].

El concepto de memoria en la teología

Si se tienen presentes estas memorias o recuerdos no reconciliados e irreconciliables, ¿cuál sería, entonces, el lugar de la memoria teológica? El concepto de memoria proviene del verbo hebreo zakar, que significa no solo «recordar», sino también «repetir», en el sentido de volver a contar, de dar testimonio[3]. No es difícil comprender la importancia que tiene recordar crímenes como los abusos sexuales del clero. En efecto, «los crímenes cometidos en el pasado no pertenecen al pasado, sino que son, por el contrario, totalmente actuales. Estos han marcado nuestras sociedades […], en las que el trauma que imprimieron permanece muy presente»[4].

Estas afirmaciones pueden parecer genéricas, sin embargo dan una idea de cuánto incide el pasado en las vidas y en la comunidad. El llamado a recordar no es solamente una invitación a mirar al pasado, sino también un llamado para enfrentar el presente y el futuro. Nos permite entender que para muchas personas el presente es doloroso. Para muchas víctimas de abusos sexuales del clero, el pasado no ha pasado; por lo tanto, «recodar significa estar presentes. Pero es también algo sobre lo que se puede actuar, actuar ahora, hoy y mañana, para construir una sociedad en la que acciones monstruosas y criminales como esas sean sencillamente impensables»[5]. Recordar a las víctimas de los ataques terroristas de Nueva York, Nairobi, París y Bruselas tiene este objetivo.

La teología cristiana reconoce que, desde la perspectiva del ser humano frente a Dios, somos esencialmente personas caracterizadas por la memoria. Los cristianos recuerdan lo que Dios hizo en la vida, muerte y resurrección de Jesús, a través de éste. Recuerdan la presencia viva del Espíritu de Dios en la Iglesia. Y celebran la invitación de Jesús a partir el pan y a compartir el cáliz de vino en memoria suya (cfr Lc 22,19; 1 Cor 11,24). La teología cristiana asume un papel fundamental en su relación con la memoria y en la definición de la identidad de las personas. «La inteligibilidad del cristianismo es extrapolable en términos no solo especulativos, sino también narrativos: cristianismo narrativo-práctico»[6].

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José María Castillo: “El clero, que rige a la Iglesia, le ha modificado el proyecto del Evangelio a Jesús

Viernes, 28 de mayo de 2021
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De su blog Teología sin censura:

el-sexo-y-los-curasJesús nunca pretendió fundir su Evangelio con la Religión del templo y los sacerdotes”

Son los sacerdotes, desde sus templos, los que leen y explican el Evangelio como les conviene o no les complica la vida. Es lo que mejor le viene a la Religión. Y lo que explica que haya tanta gente muy religiosa, que está tan lejos del Evangelio

La pregunta, que brota de esta situación, es inevitable: ¿creemos en Dios? ¿en qué Dios creemos?    

La crisis religiosa, que crece imparablemente, sobre todo en los países más industrializados (los más ricos), se está manifestando no sólo en el abandono de las prácticas religiosas, sino sobre todo en el culmen y origen de tales prácticas: Dios mismo. Pero, como hacerse “ateo” descaradamente es asumir una postura más bienfea, en amplios sectores de la opinión pública, los “sabiondos” en cosas de religión buscan escapatorias, que les pueden venir estupendamente para maquillar sus posiciones ambiguas de abandono o incluso negación de Dios. Un ejemplo – quizá pertinente en este delicado asunto – pueda ser el reciente libro, de Roger Leaners, “Después de Dios, ¿otro modelo es posible?”.

Quienes piensan de esta manera (o se acercan a ella) deberían empezar pensando que la totalidad de la realidad no se agota en lo “inmanente”. El cristianismo ha basado su existencia precisamente en la aceptación de que lo “trascendente” es absolutamente imprescindible para que sea posible la totalidad de la realidad. Por esto precisamente, cuando el Evangelio afirma: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único de Dios… es el que nos lo ha dado a conocer” (Jn 1, 18), en la base y fondo de esta afirmación, lo que en realidad se dice es que, si no aceptas la “trascendencia”, lo que no aceptas es el Evangelio. Es decir, lo que no aceptas es el cristianismo.

La enseñanza de Jesús a sus apóstoles fue tajante y clara en este sentido, según la repuesta que el mismo Jesús le dio a Felipe: “El que me ve a mí está viendo a Dios” (Jn 14, 9). ¿Qué estaba viendo Felipe? Un hombre condenado a muerte.Porque era un hombre considerado muy peligroso para el templo (“tópos” = “lugar santo”, cf. Bauer-Aland, col. 1693) (Jn 11, 48), una amenaza para los sacerdotes y para la Religión. Lo que, en realidad, nos viene a decir que la Religión no soporta el Evangelio. Un hombre bueno, Jesús, al que ni Pilato quiso matar, mientras que los profesionales de “lo sagrado” se burlaron de él hasta en su agonía (Mt 27, 38-44 par.). Porque, para ellos, Jesús (con su Evangelio) fue un “delincuente ejecutado” (G. Theissen).

Y es que la “conducta” (“êrga” = “obras”) (Mt 11, 2) de Jesús desconcertó incluso a Juan Bautista. La Religión se desconcertó ante el Evangelio. ¡Vamos a vencer el miedo! Y vamos a preguntarnos: ¿Creemos en el Dios de la Religión? ¿Creemos en el Dios del Evangelio? El Dios del Evangelio se da a conocer en “las obras” (“ta êrga”) de Jesús: (Jn 5, 20. 36; 9, 3 s; 10, 25. 32. 37 s): “Si no creéis en mí, creed en mis obras”. Es decir: “creed en mi conducta”. ¿Qué conducta? Dar vida: al paralítico, al ciego, al difunto, al pobre, al desamparado… Es una conducta para los demás. Tanto más, cuanto más necesitados.

En el caso de la Religión, se trata de una conducta exactamente al revés. Porque no es una conducta esencialmente “para los demás”, sino una conducta, ante todo, “para sí mismo”: es la sumisión, la obediencia, la exacta observancia, la subordinación “a superiores invisibles” (Walter Burkert). Y todo esto, ¿para qué? Para liberarse de sentimientos de culpa, para alcanzar lo que se desea, para obtener suerte, triunfo y gloria.

Ahora bien, dado que existen estas dos formas de relación con Dios, “para sí” y “para los demás”, el enorme problema que se nos plantea consiste en que la Iglesia, en los siglos primero al cuarto, vivió y se comportó de tal manera que, teniendo su origen en Jesús y su Evangelio, terminó fundiendo, en una difícil y extraña unidad, lo que, en la “teología narrativa” de los evangelios se nos muestra, se ve y se palpa como el enfrentamiento mortal entre la Religión y el Evangelio.

Pero esta fusión y confusión de Religión y Evangelio se ha complicado mucho más por el hecho, perfectamente comprensible, del “desequilibrio social” que, de facto e inevitablemente, se da y actúa entre la Religión y el Evangelio. La Religión da dinero, poder, importancia, influencia y exige sumisión. Mientras que el Evangelio se basa en el despojo y exige cercanía a identificación con lo pobre, lo marginal y todo cuanto despoja al discípulo, que asume, como proyecto de vida, el “seguimiento de Jesús”.

Según los evangelios, Jesús nunca pretendió fundir su Evangelio con la Religión del templo y los sacerdotes. El clero, que rige a la Iglesia, le ha modificado el proyecto del Evangelio a Jesús. Y son los sacerdotes, desde sus templos, los que leen y explican el Evangelio como les conviene o no les complica la vida. Es lo que mejor le viene a la Religión. Y lo que explica que haya tanta gente muy religiosa, que está tan lejos del Evangelio.

La pregunta, que brota de esta situación, es inevitable: ¿creemos en Dios? ¿en qué Dios creemos?

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“Se hunde la Iglesia; ¿Se hunde?”, por Jorge Costadoat

Viernes, 26 de julio de 2019
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Llega-hora-laicos_2130096978_13670034_660x371La institución eclesiástica ha puesto a la Iglesia al límite de su tolerancia. Las razones están a la vista: abusos y encubrimientos. Pero hay razones que no están a la vista. Estas, en gran medida, son las causas de los fracasos evidentes del clero.

Hace ya mucho rato que la incomunicación entre la jerarquía eclesiástica y los cristianos comunes es profunda. Además, crece. El Papa Francisco ha hecho enormes esfuerzos por actualizar el Evangelio en una cultura que se dispara en todas las direcciones. Ahora intenta un cambio estructural: desea dar participación a los laicos en la elección de los obispos.

¿Será para mejor? Habrá que verlo. Si los electores son laicos clericalizados el fracaso será seguro.

Apuesto a una mejor alternativa. El Magisterium, la labor de los obispos de enseñar y discernir en el pueblo creyente la voz de Dios, de guiarlo y de mantenerlo unido, se haya desprestigiada porque las autoridades no parecen escrutar en los acontecimientos actuales, en los cambios los culturales y las vidas de los cristianos algo nuevo que pudiera servir para re comprender el Evangelio de Jesús.

La mejor alternativa, en mi opinión, es que independientemente de los procedimientos electorales para hacer que los laicos participen en la elección de los obispos, la institución eclesiástica aprenda de otros magisterios eclesiales, tradicionalmente ignorados y censurados.

Las autoridades eclesiales deben aprender del Magisterium mulierum. Me refiero al aprendizaje profundo, emocionalmente pluridimensional, resiliente, de las mujeres. Estas tienen una experiencia de Dios desde el embarazo hasta el momento tremendo, para algunas, de sepultar a sus hijos. Ellas, más que nadie, saben qué es agarrarse de Dios cuando un niño se enferma. Visitan a la tía vieja. Aguantan al marido de la depresión. En estas cristianas hay una experiencia de Dios convertida en aprendizaje que es indispensable enseñar. Las mujeres madres, esposas, profesionales, cajeras de supermercados o políticas tiene un modo de creer en Dios particular. Tantas veces los hombres lo necesitamos para atinar en lo grande y en lo chico. Lo agradecemos. Magisterium mulierum: enseñanza de las mujeres.

En estrecha relación con este, existe un Magisterium diversarum personarum: la enseñanza de los separados, de los divorciados, de los que fracasaron en un primer, segundo o tercer matrimonio, se recuperaron y volvieron a empezar. Pudieron ser tragados por el mar. Pero tuvieron la suerte de que los botara la ola. Salieron gateando por la arena. Tragando agua salada. Recogieron lo que quedó de la casa que se les desplomó: un sillón, unos libros, algunas fotos de tiempos mejores. Son los que anhelan ver a sus hijos el día que les toca. Son mucho más pobres que antes, tuvieron que aprender que se puede vivir con menos y lo enseñan a sus críos. A muchas de estas personas su fe las sacó adelante. No sabían qué era creer. Habían recibido una educación religiosa demasiado elemental. Les faltaba pasar por la cruz. ¿Cuánto necesita el resto de la Iglesia a esta gente? ¿Se les puede seguir impidiendo comulgar en misa? Basta. Los sobrevivientes de sus matrimonios tienen que mucho que enseñar. Si su Magisterium no termina modificando la doctrina oficial de la Iglesia, la Iglesia se hunde.

Este magisterio es un caso de otro mucho más amplio: el Magisterium reconstructarum personarum. Me refiero a la enseñanza de toda suerte de cristianos cuya fe en Dios los reconstruyó como personas. Traigamos a la memoria a los empresarios que se recuperaron de una quiebra, a los cesantes que tras haber caído en el alcohol se rehacen en Alcohólicos Anónimos, en los jóvenes que luchan por salir de la droga, en las víctimas de abusos sexuales que sacaron coraje quién sabe de dónde para contar su historia y exponerse a que no les creyeran. También pueden contar los pecadores a secas: sinvergüenzas, infieles empedernidos, políticos tramposos, libidinosos incontinentes, traficantes. Estos y aquellos, en la medida que su mucha o poca fe les haga ver más, ver una conversión que ni siquiera han alcanzado, ver algo que pudiera servir para que otros vivan mejor que ellos, aquilatan un saber, una verdadera sabiduría, sin la cual Jesús no habría sido el Cristo.

Los laicos elegirán a los obispos. ¿Qué laicos? La Iglesia se hunde en gran medida porque la institución eclesiástica, el Magisterio oficial, cree saberlo todo y lo enseña a peñascazos. Los laicos fidelizados por miedo a los curas no servirán de electores.

Espero que el colapso eclesial actual sea superado en la raíz. Lo será, tal vez, si el aprendizaje de todos, especialmente el de los marginados, es tomado verdaderamente en cuenta.

 

Jorge Costadoat, S.J.

Fuente Religión Digital

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“El clero y el clericalismo”, por José Mª Castillo

Sábado, 9 de febrero de 2019
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8244190974_ff24dc20ac_zSegún el diccionario de RAE, se entiende por “clero la clase sacerdotal en la Iglesia católica. Mientras que el “clericalismo” es, según el mismo diccionario, la intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia.

Si tenemos en cuenta estos dos conceptos, se comprende que haya quienes propongan, para renovar la Iglesia y ponerla al día, la supresión del clericalismo. Porque, si la intervención del clero, en la vida de la Iglesia, es “excesiva”, lo lógico será controlar ese exceso clerical, para que los laicos no se vean reducidos a la mera sumisión y observancia de lo que mandan los clérigos. Con lo que los seglares, que son la inmensa mayoría de los cristianos, se quedan en la Iglesia con la sola misión de someterse a lo que piensan, deciden e imponen los clérigos (cf. F. Vidal, en Vida Nueva digital.com: “Decálogo para suprimir el clericalismo”).

La razón de esta propuesta es clara: si las cosas siguen en la Iglesia como están, los creyentes (no “ordenados” de sacerdotes) se verán reducidos a la mera condición de ser la “clientela del clero”. Es decir, los cristianos estarán siempre a merced de lo que dispongan los obispos, los curas y los “hombres de Iglesia” en general, desde sus ideas y sus intereses, que, como sabemos, pueden estar, en no pocos casos y en temas importantes, quizá bastante lejos de lo que piensa, siente y vive el común de los mortales.

Además, este asunto se complica si a lo dicho le añadimos que la teología, la liturgia, las ceremonias, las normas, lo que se puede y se debe hacer en asuntos determinantes en la vida, todo eso, está más de acuerdo con lo que se pensaba, se decía y se hacía en la Antigüedad y en la Edad Media, que con lo que pensamos, nos interesa y tenemos que resolver en el siglo XXI. No hay más que ir a la misa que se celebra en determinadas iglesias, confesarse con tal o cual sacerdote o asistir a bodas y bautizos en los que la gente tiene que oír cosas que ponen nervioso a más de uno. Allí, el lenguaje, las vestimentas, las ceremonias, los asuntos que se plantean y las soluciones que se proponen son cosas que no se entienden. Y si es que se entienden, a no pocos asistentes no les interesan.

Se suele decir que la raíz de estos problemas está en el “clericalismo”. De ahí, la necesidad de superarlo. Lo cual es verdad. Pero no es toda la verdad. Porque si este asunto se analiza más a fondo, pronto se advierte que el problema no está en el “clericalismo”, sino en el “clero”.

En efecto, el término griego “klêros” se utiliza, en el NT, cuando se relata la elección de Matías para sustituir a Judas (Hech 1, 17. 26). Para designar a los sacerdotes, se generalizó en el s. III el título y la categoría de “clérigos”, como distintos y superiores a los “laicos”. Así, la Iglesia quedó dividida: el “clero” acaparó la capacidad para tomar decisiones, la potestad para administrar los rituales sagrados y la dignidad de ser los “hombres consagrados”. Con el peligro inevitable de que no pocos “hombres de Iglesia” empezaron a ver, en el ministerio eclesiástico, una manera de instalarse en la vida e incluso de alcanzar una categoría señorial (Y. Congar).

Se comprende que, ya antes de Constantino, se difundió el tratado “De singularitate clericorum”, que combatía los abusos de pompa y vanidad de no pocos ministros de la Iglesia (J. Quasten). Y, por desgracia, esta tendencia (con el paso de los siglos) fue en aumento. Hasta convertir el “seguimiento de Jesús”, en una “carrera de dignidad”, para situarse (quizá sin pensarlo) en los niveles altos de la sociedad.

Así, la comunidad de los creyentes en Jesús quedó fracturada y dividida. El “clero” (que es una minoría) impone sus ideas y posee los poderes sagrados. El “laicado” (la gran mayoría) se ve obligado a someterse a los “hombres consagrados”.

Si a lo dicho sumamos los templos, los monumentos sagrados, los palacios episcopales, los monasterios, las propiedades y la cantidad de dinero que todo esto mueve y necesita, la pregunta que se plantea es inevitable: ¿tiene que ver algo este enorme montaje con lo que hizo y dijo Jesús? Es más: ¿se puede pensar razonablemente que todo este solemne tinglado va a evolucionar hasta parecerse a la sencillez, pobreza y condición humilde en que vivió Jesús, tal como lo presenta el Evangelio?

Queda patente la contradicción entre “lo que se vive” y “lo que se dice”. Así las cosas, ¿puede tener “credibilidad” quien vive en semejante contradicción? Me duele tener que decir estas cosas. Porque todo lo que soy y todo lo que sé es a la Iglesia a quien se lo debo. Y es por eso, por lo mucho que quiero a la Iglesia, por lo que no me puedo callar las contradicciones que tanto daño le hacen.

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“Imaginemos”, por Dolores Aleixandre

Lunes, 4 de febrero de 2019
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46700709612_e1647af65dDe su blog Un grano de Mostaza:

Imaginemos que un par de meses antes del Sínodo les hubiera llegado esta encuesta a todos los convocados (Patriarcas, Jerarcas de las Iglesias Católicas Orientales, Arzobispos, Obispos, Vicarios, Jefes de Dicasterios vaticanos, Prelados, religiosos representantes de la Unión de Superiores Generales, expertos, auditores, miembros de nombramiento pontificio y jóvenes:

1. ¿Estaría Vd. (o Emmo, Rvdm, Excmo, Ilmo o comoquiera que sea el tratamiento canónicamente correcto para dirigirse a ellos) de acuerdo en afirmar que la dignidad de un cristiano reside en su bautismo?

2. ¿Estaría de acuerdo en afirmar que lo esencial de una persona y más aún de un bautizado, no depende de cómo va vestido, incluyendo colores, texturas, botonaduras, esclavinas, cordoncillos, mitras, birretes o solideos?

3. ¿Ha sido informado de la existencia de esta cita evangélica: “No llaméis a nadie padre, ni maestro ni jefe…, todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8)?

Imaginemos respuestas mayoritariamente afirmativas (las negativas revelarían un grave problema teológico en sus defensores…) que posibilitaran la promulgación de esta normativa ad experimentum:

“Todos entrarán en el aula sinodal con la vestimenta normal adecuada a su edad y usada por los hombres o mujeres de su país. Todos llevarán una sencilla cruz de madera al cuello y una tarjeta identificativa en la que conste cuál es su condición y servicio en la Iglesia. Se dirigirán unos a otros llamándose “hermano” o “hermana” utilizando el nombre recibido en su bautismo”.

¿Habría cambiado algo esencial? No, un poco de desconcierto al principio, pero luego esa alegría que nace del Evangelio vivido. Nada accesorio distrayendo las miradas, menos atención a la dualidad clérigos/laicos, varones/mujeres, gobernantes/gobernados, un trato de cordial fraternidad.

¿Qué suena a provocación populista? Pues prepárense, porque las reformas de la Episcopalis Communio de Francisco pretenden afectar con mayor radicalidad al modo de ejercer la autoridad en la Iglesia. Y sin tocarle a nadie ni un pelo dela ropa.

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“Jesús, el Evangelio y la Religión”, por José Mª Castillo

Jueves, 29 de noviembre de 2018
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abusosDe su blog Teología sin Censura:

Religión Digital ha publicado recientemente una declaración en la que defiende que “informar de los abusos del clero no es “traicionar” a la Iglesia católica”. Cuando he leído esta declaración, lo primero que se me ocurre decir es que estoy completamente de acuerdo con lo que afirma la dirección de RD en esta declaración. El “clero” tiene siempre el peligro de incurrir en el “clericalismo”, que, como indica el Diccionario de la RAE, es la “intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide el ejercicio de los derechos a los demás miembros del pueblo de Dios”.

Esto justamente es lo que estamos viendo, viviendo y soportando en la Iglesia. En cada parroquia, en cada diócesis y en la Iglesia universal, son los obispos y los sacerdotes los que deciden e imponen a los fieles lo que hay que pensar y lo que hay que hacer (en cuanto se refiere al bien y al mal). Y bien sabemos que los “hombres de la religión” se ven a sí mismos dotados del poder y del derecho de decidir hasta lo más íntimo de cada ser humano, en su conciencia, en esa profundidad que cada cual vive en lo más hondo de sí mismo. Allí donde cada ser humano se ve como una buena persona o, por el contrario, como un perdido o incluso como un canalla.

Es verdad que mucha gente no le hace caso a nada de esto. Y bien sabemos que, de día en día, aumenta el número de ciudadanos que mandan a los curas a tomar viento. Pero también es cierto que los obispos y clérigos en general siguen teniendo el poder de orientar casi todo lo que se refiere a la religión como a ellos les conviene. Y esto, amigos lectores, sigue siendo un poder muy fuerte. Porque es un poder determinante en el tejido social de un pueblo, de un país, de una nación. Bien sea por lo que la Iglesia dice. O quizás – peor aún – por lo que la Iglesia se calla. En España, se habla ahora mucho de política y de corrupción, de la economía y del paro, de la justicia y de los bancos, de la sexualidad y de los mil problemas que eso acarrea, de la violencia, de la crispación política y del odio, del separatismo y de tantas otras cosas que a todos nos interesan y nos preocupan.

Yo me pregunto muchas veces: ¿por qué los obispos y los curas se callan en casi todos estos asuntos, que son los que de verdad preocupan a la gente?

El silencio del clero, en los problemas que de verdad preocupan a la gente, está en un asunto mucho más serio y más profundo. La Iglesia tiene su origen en Jesús de Nazaret. Pero Jesús no fundó una religión. ¿Cómo iba a fundar una religión un hombre que fue perseguido, condenado y asesinado por la religión? No. Jesús vivió y nos dejó el Evangelio, que es el “proyecto de vida” de los que “siguen” a Jesús. Y si es que asumimos el Evangelio como nuestro “proyecto de vida”, no podemos callarnos ante lo que estamos viendo y viviendo. Si los cristianos tomamos en serio el Evangelio, hasta jugarnos nuestra propia “seguridad” – como hizo el propio Jesús, ni más ni menos – entonces veremos y palparemos que el “criterio de la autenticidad cristiana es la peligrosidad liberadora” (J. B. Metz).

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“La Iglesia no tiene solución, si no cambia el clero”, por José María Castillo

Jueves, 23 de agosto de 2018
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el-papa-con-los-nuevos-sacerdotes_560x280“Suprimir el clero, tal como ahora mismo está organizado y gestionado”

“Mientras ‘hacerse cura’ sea ‘hacer carrera’, la Iglesia seguirá estando rota” 

(José M. Castillo, teólogo).- El papa Francisco acaba de publicar una carta, dirigida al “pueblo de Dios”, en la que denuncia los abusos sexuales que no pocos clérigos vienen cometiendo contra menores de edad desde hace ya bastantes años. “Un crimen que genera hondas heridas de dolor” sobre todo en las víctimas, dice el papa.

Este asunto es gravísimo, como bien sabemos. Grave para las víctimas. Grave para quienes lo cometen. Grave para la sociedad y para la Iglesia. Por eso se han escritos cientos de artículos y no pocos libros alertando del peligro que todo esto entraña. Y ofreciendo soluciones de todo tipo. No voy a ponerme ahora a discutir quién tiene razón – y quién no la tiene – en el análisis y solución de este enorme problema. ¿Quién soy yo para eso?

Sólo creo que puedo (y debo) decir algo que me parece fundamental. El papa Francisco no duda en decir que el “crimen”, que son los mencionados abusos sexuales, han sido cometidos “por un notable número de clérigos y personas consagradas”. Pero, cuando se refiere a las consecuencias, el mismo papa dice que “el clericalismo, sea favorecido por los propios sacerdotes como por los laicos, genera una escisión en el cuerpo eclesial”. Es decir, el clericalismo ha roto la Iglesia, la tiene destrozada. Y una Iglesia rota, termina rompiendo hasta las conciencias de los culpables y la vida de los más débiles.

No es lo mismo hablar de “clero” que de “clericalismo”. El diccionario de la Rae dice que “clericalismo” es la “intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide el ejercicio de los derechos de los demás miembros del pueblo de Dios”. El papa hace bien en responsabilizar, no tanto al “clero”, sino más propiamente al “clericalismo”. Y digo que el papa hace bien, al utilizar esta distinción lingüística, porque de sobra sabemos que, si hablamos del “clero”, no se puede generalizar. Por todo el mundo, hay “hombres de Iglesia” (clérigos) que son sencillamente ejemplares y hasta heroicos.

Otra cosa es si hablamos de “clericalismo”. Porque la teología y el derecho eclesiástico están pensados y gestionados de manera que “inevitablente” todo “hombre de Iglesia”, que no sea un santo o un héroe, termina ejerciendo el más refinado y quizá brutal “clericalismo”. Por la sencilla razón de que, si cumple con lo que le impone la “teología” y el “derecho” de la Iglesia, no tiene más remedio que “impedir el ejercicio de los derechos de los demás”. Por ejemplo, tiene que impedir que las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres. Y así, tantas y tantas otras cosas.

¿Tiene esto solución? Claro que la tiene. El término “clero” significa “suerte”, “herencia”, “beneficio”. Según el Evangelio, Jesús no fundó ningún “clero”, en este sentido. Al contrario. Lo que les mandó a sus apóstoles es que fueran los “servidores” de los demás. Hasta prohibirles que, para difundir el Evangelio, llevaran dinero, alforja o calderilla.

Tenían que ir por la vida lavando los pies a los demás, como se sabe que hacían los esclavos. Hacerse cura no es hacer carrera, no es subir en la vida y en la sociedad. Hacerse cura es vivir el Evangelio tal y como Jesús mismo lo vivió. O sea, es asumir una forma de presencia en la sociedad, como la que asumió Jesús. Una forma de vida que le costó perder la vida.

Entonces, ¿esto tiene arreglo? Claro que lo tiene. Pero supone y exige dos pasos, que son (o serían) muy duros de asumir:

1º) Suprimir el clero, tal como ahora mismo está organizado y gestionado.

2º) Recuperar las “ordenaciones” “invitus” y “coactus” de la Iglesia antigua.

Estos dos términos latinos significan que eran “ordenados” de ministros de la comunidad cristiana, no los que lo deseaban o lo pedían, sino los que no querían. Es decir, los que eran elegidos por el pueblo, en cada diócesis y en cada parroquia.

Esto es lo que mandaban los sínodos y concilios. Y fue una práctica que duró siglos. De forma que incluso los grandes teólogos escolásticos de los siglos XII y XIII discutían todavía sobre este asunto. Así lo demostró, con amplia y seria documentación, el profesor Y. Congar (en Rev. Sc. Phil. et Theol., vol. 50 (1966) 161-197).

Termino ya. Pero no me puedo callar lo siguiente. Mientras “hacerse cura” sea “hacer carrera”, la Iglesia seguirá estando rota. Y además seguirá también perdiendo presencia en la sociedad. Y lo más grave: una Iglesia, en la que sus curas son hombres que buscan (quizá sin darse cuenta de lo que hacen) un “estatus social” de buen nivel y, sobre todo, buscan tener una sólida “seguridad económica”, la Iglesia seguirá rota, en ella se seguirán cometiendo abusos (no sólo sexuales) y, para colmo, el clericalismo inevitable continuará ocultando el mundo oscuro del clero que, como el que los curas y maestros de la ley del tiempo de Jesús, seguirá viviendo en la “hipocresía” que tan duramente denunció el mismo Jesús de Nazaret.

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El artículo del profesor Y. Congar

Fuente Religión Digital

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“¿Quiso Jesús un clero como el que tenemos?”, por José Mª Castillo

Sábado, 16 de junio de 2018
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clero-brasil-escolaDe su blog Teología sin censura:

Es un hecho, suficientemente conocido, que el papa Francisco, está encontrando numerosas y, a veces, fuertes resistencias que provienen, no de los tradicionales enemigos de la Iglesia, sino precisamente y de manera sorprendente de sectores importantes del clero. Resistencias que inevitablemente se contagian a no pocos seglares, que se distancian de la Iglesia o desconfían del papa Francisco y sus enseñanzas.

Sea lo que sea de este asunto, no cabe duda que las relaciones del papa Francisco con el clero no son siempre fluidas y sencillas. Este papa ha criticado no pocos comportamientos de hombres del clero, sin reparar en cargos, dignidades y comportamientos de los “hombres de Iglesia” que, en no pocos casos, han puesto al descubierto asuntos turbios o incluso escandalosos. ¿No sería mejor ocultar – o intentar ocultar – determinadas conductas que, al hacerse públicas, escandalizan a la gente y hacen daño a creyentes y no creyentes?

No cabe duda que este papa quiere cambiar muchas cosas. Como el mismo papa ha dicho, hace pocos días, “esto va en serio”. Hasta llegar a donde sea preciso. Hasta las últimas consecuencias

Y ¿cuál sería la última de esas consecuencias? Pues, si es que vamos hasta el fondo y sin miedos, creo que ha llegado el momento de afrontar una pregunta que posiblemente nos asusta: ¿estamos seguros de que Dios quiere que en la Iglesia exista un clero como el que tenemos?

La palabra “clero” no aparece en el Nuevo Testamento. Ese término lo introdujeron algunos escritores cristianos seguramente, en el s. III. Como es sabido, la palabra clero viene del griego kleros, que significa “lote”, en el sentido de “herencia”. De ahí que “clero” se entendió como grupo o conjunto de personas “privilegiadas” o exentas de cargas fiscales y otras obligaciones, que se concedieron a la Iglesia, sobre todo a partir del año 313, con motivo de la llamada conversión del emperador Constantino (Peter Brown, Por el ojo de una aguja, Barcelona, Acantilado, 2016, 103-104). En concreto, los “privilegiados” fueron los dirigentes de la Iglesia. Dicho brevemente, el “clero” se volvió distinguido porque era privilegiado. Así ha sido desde el s. IV. Y así lo sigue siendo.

Sin embargo, si algo hay claro en los evangelios, es que Jesús no quiso ni privilegios, ni privilegiados, en su comunidad de “seguidores” y discípulos. A esto se opuso Jesús, de forma tajante, cuando dos de sus discípulos, Santiago y Juan, pretendieron los primeros puestos (Mc 10, 35-46; Mt 20, 20-28). Y, sobre todo, en la Cena de despedida, Jesús les impuso a sus apóstoles el ejemplo de vida que tenían que llevar: lavar los pies a los demás (Jn 13, 12-15). Lo que era decirles que tenían que ir por la vida, no precisamente como privilegiados, sino como esclavos al servicio de los otros.

Pero ocurrió que, con el paso del tiempo, las cosas cambiaron. Fue entre los siglos IV y VI, cuando obispos y clérigos alcanzaron posiciones de privilegio, enormes riquezas y condiciones que llevaron a aquellos hombres a ser los grandes señores de Occidente. Al decir esto, no pretendo ni insinuar que los clérigos de hoy sean “grandes señores”. No lo son. Pero sí ocurre, no pocas veces, que encuentra uno “hombres de Iglesia” que en realidad lo que buscan en la vida es más “instalarse” en este mundo que “seguir a Jesús”, con todas sus consecuencias.

¿Se puede asegurar que Jesús quiso una Iglesia dividida y separada en dos categorías de cristianos, “clérigos” con poderes y dignidades los unos, “laicos” sumisos y profanos, los otros? Por supuesto, así se ha mantenido sólidamente la religión, sus templos y sus liturgias. Pero, a partir de semejante división, ¿hemos vivido y vivimos mejor el Evangelio? ¿Somos así mejores “seguidores de Jesús”?

El “clero”, tal como lo tenemos y tal como funciona, no fue un invento de Jesús el Señor. Lo inventó el egoísmo humano. Ni pertenece a la “Fe divina y católica” que la Iglesia tenga que estar dividida así. En la Iglesia puede haber ministros del Señor, testigos del Evangelio y personas responsables de las comunidades cristianas, que cumplan tales funciones sin necesidad de ser los “privilegiados” y “consagrados”, como lo vienen siendo desde la Antigüedad tardía.

¿No se podrían ir introduciendo cambios, que el pueblo creyente sea capaz de ir asimilando, para preparar una Iglesia del futuro, que sea menos “clerical”, pero más “evangélica”? ¿O es que nos va mejor con la Religión que con el Evangelio?

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“La descomposición del cristianismo”, por José Mª Castillo

Jueves, 15 de diciembre de 2016
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pastor-9De su blog Teología sin Censura:

Escribo esta breve nota el día 3 de diciembre, fiesta de san Francisco Javier. Acabo de leer el Evangelio que corresponde a la misa de hoy, el texto de Mt 9, 35 – 10, 1. 6-8. Y he recordado enseguida lo que el papa Francisco indicaba, hace pocos días: una de la cosa que más daño hace a la Iglesia es el clericalismo. El Evangelio afirma que Jesús, al ver a las pobres gentes de Galilea, “sentía compasión”, le daba pena. Porque aquellas gentes andaban y vivían “como ovejas que no tienen pastor”. Al decir esto, el Evangelio no culpa a la gente. Culpa a los “pastores”, que, en el lenguaje de los profetas de la Biblia, eran los “sacerdotes”.

Pues bien, al llegar a este punto, resulta inevitable recordar la amenaza impresionante que el profeta Ezequiel les lanza (y les sigue lanzando) a los sacerdotes, los de entonces y los de ahora: “Me voy a enfrentar con los pastores: les reclamaré mis ovejas, los quitaré de pastores de mis ovejas, para que dejen de apacentarse a sí mismos, los pastores” (Ez 34, 8-7. 10).

Jesús no fundó el clero. Ni fundó sacerdocio alguno.
Eso no consta en ninguna parte, en todo el Nuevo Testamento. Y mucho menos, a Jesús ni se le ocurrió instituir un cuerpo o estamento de “hombres sagrados”, una especie de funcionarios de “lo santo”, que viven de eso y con eso salen del anonimato de los hombres corrientes, para constituirse en una “clase superior”. Jesús no pensó en nada de esto. Lo que Jesús quiso es “discípulos” que le “siguen”, es decir, que viven como vivió Jesús. Dedicado a curar dolencias, aliviar penas y sufrimientos, acoger a las gentes más perdidas y extraviadas. Así nació el “movimiento de Jesús”. Y así se expandió por el Imperio. Hasta que, progresivamente, la creciente importancia del clero y sus ceremonias, sus templos, sus normas… desplazando el centro: del Evangelio a la Religión. De la compasión por los que sufren a la observancia y la sumisión a la religiosidad establecida.

Y así, paulatinamente, insensiblemente, el discipulado evangélico se convirtió en carrera, en dignidad, en poder sagrado, en rango y jerarquía, en clero, con el consiguiente peligro de derivar hacia el clericalismo. Justamente, lo que el papa Francisco ha lamentado recientemente. Y aprovecho la ocasión para insistir, una vez más, que los cánones de la Sesión VII del concilio de Trento, sobre los sacramentos, no son definiciones dogmáticas, vinculantes para la Fe católica. Porque los Padres del concilio no llegaron a ponerse de acuerdo sobre si lo que condenaban o prohibían eran “errores” o “herejías” (cf. DH 1600).

Nos quejamos de la falta de clero, de los abusos de no pocos clérigos, de los privilegios que se le conceden a la Iglesia, de la falta de ejemplaridad de no pocos curas…. Todo eso se puede discutir. Todo eso se debe precisar y ajustar a la realidad, para no difamar a totas buenas personas, que, desde su vocación religiosa, trabajan por los demás. Esto es verdad. Y se ha de tener muy en cuenta. Pero más importante y más apremiante, que todo lo dicho, es el hecho de que, paulatinamente, progresivamente, el desplazamiento, del “discipulado evangélico” al “clero eclesiástico”, ha sido – y sigue siendo – la raíz y la causa de la descomposición del proyecto original de Jesús. El Evangelio perdió fuera a costa del poder que alcanzó y sigue ejerciendo el Clero y, lo que es peor, el Clericalismo.

Mientras este problema no se afronte y se resuelva, hasta sus últimas consecuencias, la Iglesia seguirá como se encuentra ahora mismo: desplazada, en unos casos, y desorientada (sin saber qué hacer) en tantas ocasiones. Los incesantes enfrentamientos (o desacuerdos disimulados) de tantos clérigos con el Papa actual son la prueba más patente de que este asunto es capital y decisivo para la Iglesia en este momento.

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Enrique Cabrera González, párroco de El Enebral en Collado Villalba (Madrid), critica a los homosexuales en pleno duelo por la matanza de Orlando

Sábado, 18 de junio de 2016
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Enrique Cabrera González, párroco de El Enebral, en Collado Villalba (Madrid). / DPV madrid (YouTube)

Este individuo no debiera de permanecer ni un minuto más como sacerdote…

Un párroco de Madrid critica a los gais en pleno duelo por la matanza de Orlando

En el sermón de San Antonio arremetió contra el colectivo LGTB y la ley de transexualidad

El párroco de la iglesia de Nuestra Señora del Enebral, en el municipio madrileño de Collado Villalba, la armó el pasado lunes durante la celebración de la misa con motivo de la festividad de San Antonio, el patrón de la localidad. Enrique Cabrera González aprovechó su homilía para criticar al colectivo gay y para mostrar su rechazo a la nueva Ley de Identidad de Género de la Comunidad de Madrid. Sus palabras provocaron tal indignación que muchos de los asistentes lo abuchearon y abandonaron la iglesia en señal de protesta.

En su sermón, el cura proclamó que “no se puede ir contra natura y elegir cambiar de género ni de sexo sino que hay aceptar el cuerpo y sexo con el que se nace”, según denuncia el concejal socialista Juan José Morales, que fue una de las personas que salió del templo ofendido por las palabras del sacerdote que, según recuerda, de la Ley dijo que “atenta contra los principios elementales de la vida”.

“Como representante institucional de muchos ciudadanos que no están de acuerdo con lo se estaba diciendo, me levanté y me fui”, señala el edil, el único de la corporación municipal allí presente que se marchó junto a un grupo de 20 o 30 vecinos. “No se puede utilizar la fiesta de San Antonio para lanzar mensajes que atentan contra la libertad de las personas; los vecinos estaban indignados, el sermón tendría que ser algo festivo porque era el día del patrón de Villalba pueblo”.  El concejal denuncia además que horas después de la terrible matanza de Orlando, con 49 asesinados en un club gay, el párroco se dedicase a criticar a la comunidad homosexual y no a condenar el atentado.

Juan José Morales cuenta que cuando los asistentes empezaron con los abucheos, “don Enrique” les espetó que “su presencia allí era voluntaria y que si no les gustaba lo que decía, que se fueran”. Y fue lo que hicieron.

Muchos feligreses se vieron sorprendidos y decían no entender nada cuando el sacerdote “leyó durante la homilía algunos artículos” de la Ley de Identidad de Género y no Discriminación para arremeter contra una norma aprobada por la Asamblea de Madrid.

También censuró a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y a la Generalitat de la Comunidad Valenciana por criticar al cardenal Antonio Cañizares tras sus ataques al “imperio gay” y a la “ideología de género”, unas declaraciones que investiga la Fiscalía por un presunto delito de odio contra los homosexuales y las mujeres a raíz de la denuncia interpuesta por el colectivo LGTB Lambda.

El malestar de los vecinos continuó una vez terminada la misa y “algunos plantearon recoger firmas contra el párroco”. No es la primera vez que “don Enrique” genera una fuerte polémica entre los feligreses en su homilía de San Antonio. “Hace un par de años criticó a los divorciados y en otra ocasión arremetió contra la igualdad de género”, añade el concejal Juanjo Morales, que ha anunciado que presentará una iniciativa al pleno municipal para reprobar la actuación del sacerdote  por sus declaraciones homófobas y por sus ataques a los transexuales.

Fuente Cadena SER

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