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Gonzalo Haya: “La conciencia de un comunista ateo”.

Miércoles, 21 de junio de 2023
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51GWUs+nSmL._SX322_BO1,204,203,200_Frecuentemente he defendido que la conciencia ética es nuestro punto de conexión permanente con Dios. La mística, según Panikkar es “el punto tangencial con la eternidad”, una breve experiencia de la Vida indefinida en su plenitud. La conciencia es algo más modesto; no percibe la Vida eterna en su plenitud, sino el rayo de luz que ésta enfoca sobre las realidades temporales; es la voz de Dios.

Alguna vez he descrito la conciencia como la interfaz que Dios se ha reservado para comunicarse con cada uno de nosotros en sus circunstancias de época y cultura. En otra ocasión la presenté como el ombligo que nos une a Dios nuestra madre. Incluso he imaginado que el mismo Dios es la conciencia universal que se hace presente en cada ser humano.

Las religiones en cambio (incluido el cristianismo) son estructuras humanas, nacidas de una conciencia sensible a esa voz de Dios, para socializar la manifestación de esas conciencias en grupos humanos, en cuanto a comportamientos, expresiones emocionales, y explicaciones intelectuales.

La conciencia por tanto, según todos los moralistas, es el criterio definitivo que tiene el ser humano para tomar sus decisiones, aun por encima de la autoridad de la Iglesia o del Papa, si es necesario (Ver Gaudium et Spes n.º 16). “Mejor equivocarse siguiendo la propia conciencia que acertar contra ella” (Cardenal Newman).

No obstante, como todo lo temporal y humano, la conciencia puede equivocarse, sufrir distorsiones por nuestros egoísmos; por eso la conciencia, antes de adoptar su última palabra, debe ser humilde y contrastar su juicio con sus grandes referentes éticos y espirituales (Jesús, Buda, Confucio, Mahoma…).

Un comunista ateo

¿A qué viene esta larga introducción? Pues porque en la novela “Dime quién soy” he encontrado un pasaje en que se plasma muy vivamente lo que vengo defendiendo sobre la conciencia. La autora es Julia Navarro, periodista y escritora de novelas históricas, aunque ella dice que la historia sólo es el escenario (muy bien documentado) en que se mueven sus personajes.

Krisov es un funcionario soviético, entusiasta convencido del ideal de justicia social de la revolución rusa, y jefe de un grupo de espías diseminados por el mundo, entre los que se encuentra Pierre. Ahora ha cambiado el jefe superior, y el nuevo está eliminando al equipo de su predecesor; Krisov sabe que tiene puesta la vista en él y en su equipo. Por eso va a Buenos Aires a advertir a Pierre.

 “- ¿Me está diciendo que ha venido a Buenos Aires a decirme que debo desertar?

– No le estoy diciendo que deserte, le estoy exponiendo cuál es la situación, y ahora es usted quien debe decidir lo que hace. Yo he cumplido con mi obligación.

No quiera hacerme creer que ha desertado pero que se ha sentido en la  obligación de venir a avisarme antes de desaparecer. Eso es pueril – dijo Pierre levantando la voz.

– Tener conciencia es un inconveniente y yo, amigo mío, la tengo, nunca he podido desprenderme de ella. Soy ateo, he borrado de mi mente todas las historias que mis padres me contaban de niño, y las que el pope se empeñaba en que aceptáramos como única verdad. No, no creo en nada, pero me quedó grabada una conciencia en algún lugar de mi cerebro, le aseguro que me hubiera gustado prescindir de ella porque es la peor compañera que puede tener un hombre” (p. 282-283).

Julia Navarro ha descrito muy bien a sus personajes. Son entusiastas de la revolución rusa y sacrifican su vida por este ideal. Sin embargo la arbitraria injusticia de algunos jefes supremos les hace desertar y desaparecer del alcance de la extensa red de espionaje. Han visto la condena a Siberia o la ejecución de algunos compañeros por la mera desconfianza de su jefe.

Krisov sigue fiel al ideal de la revolución, pero huye de la arbitraria crueldad de su nuevo superior. Se reconoce como comunista y ateo, pero es fiel a su conciencia que le exige lealtad con aquellos colaboradores que han colaborado y confiado plenamente en él, y se arriesga a que Pierre “cumpliendo su obligación” denuncie su paso por buenos Aires y facilite su captura y ejecución.

La conciencia es algo superior a él mismo, y le exige que arriesgue su vida para cumplir “la obligación” (el imperativo categórico) de avisar a su colaborador.

Gonzalo Haya

gonzalohaya@telefonica.net

Fuente Fe Adulta

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Gonzalo Haya: Lo que creo que creo (II).

Miércoles, 3 de noviembre de 2021
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     rosto-de-jesus-na-multidao       Hace más de diez años publiqué un librito titulado Lo que creo que creo [Fe Adulta] en el que recogía diversos artículos que iban marcando mi revisión de la teología y de la espiritualidad, con más atención y tiempo tras la jubilación del trabajo.

Ahora, cumplidos los 90 años, la reunión con antiguos compañeros me da pie para ver adónde me ha llevado esta revisión. Seré más conciso y sólo apuntaré cómo interpreto las creencias fundamentales de mi religión cristiana, sin extenderme a justificarlos filosófica o teológicamente.

Dios. Creo en un Dios “transpersonal”, título confuso que viene a decir que lo considero con caracteres personales (conocimiento, amor, decisiones) pero no como individuo. Individual es un coche o una persona, porque son separados  e independientes de otro coche y de otra persona. Dios no es individual porque no es un ser separado de nosotros, sino el ser que nos constituye de tal manera que la separación significaría nuestro aniquilamiento.

Creo muy probable la teoría de la no-dualidad. Pertenecemos a la esfera divina, al amor; aunque nos encontramos en un estado diferente, sometidos al tiempo y el espacio; como el corpúsculo respecto a la onda, como el hielo respecto al agua, con características y leyes (constantes) distintas.

Creo en el Dios de Jesús, pero interpretado con la filosofía y cultura actual. Puedo considerar a Dios como Padre, porque es amor; pero evito considerarlo como individuo separado de mí y del universo. Entiendo mejor a Dios como espíritu, porque es inseparable del universo, al que transmite la vida y el ser.

Creo que este Dios Espíritu influye en el universo y en la historia humana (en la medida en que le dejamos influir), no de una manera directa pero sí ejerciendo una influencia en la conciencia como los padres o los amigos influyen en nosotros.

Jesús de Nazaret. Es un gran profeta con una intensa experiencia mística, hasta tal punto que podemos considerarlo como “el rostro humano de Dios”. Podemos decir también que es Dios, porque todos nosotros somos manifestaciones de Dios, aunque más o menos desfiguradas. Jesús nos transmitió una visión de Dios como padre (como amor), y de toda la humanidad como seres iguales y hermanos, y arriesgó su vida por difundir el Reino de Dios (el proyecto de Dios). Y yo quiero seguir a Jesús y su proyecto.

Espiritualidad. Es una vivencia inherente a todo ser humano, anterior a cualquier religión, y de mayor amplitud que cualquier religión, que solamente logra encauzarla y socializarla. La espiritualidad es propia del ser racional (inteligencia racional e “inteligencia sentiente”), y se manifiesta en el razonamiento lógico, en la conciencia ética, en la percepción de la belleza, y en la apertura a la trascendencia de algo infinito, inabarcable e indecible en nuestros limitados conceptos.

El cristianismo. Es una organización religiosa humana basada en el mensaje de Jesús, recogido (más o menos fielmente) en los evangelios y en los testimonios de sus inmediatos seguidores. Esta organización pretende adaptar y socializar la práctica del mensaje de Jesús en una sociedad universal, en tiempos  lugares y cultura muy distintas, como han hecho otras organizaciones con los mensajes de sus místicos fundadores. Lamentablemente, con el tiempo, estas organizaciones van perdiendo el carisma de su fundador y se van contaminando con los egoísmos propios de todo ser humano (nuestro instinto de conservación).

Dogmas, preceptos, y ritos. Toda institución social se basa en unas creencias, se disciplina con unas normas de convivencia, y expresa sus sentimientos con unos rituales comunes. La diversidad de los participantes, la complejidad de los razonamientos, y la variedad de situaciones, tienden a la dispersión; como reacción, para mantener la cohesión, la institución impone normas preceptos y ritos, cada vez más estrictos. Sin embargo la verdadera cohesión tiene que venir de la vivencia del carisma fundacional, no de la imposición autoritaria de normas cada vez más restrictivas de la libertad y de la autonomía humana. Y para volver al carisma fundacional, volvamos a los evangelios, a una lectura personal, sentida y vital.

Pecado. Es toda manifestación de nuestro egoísmo que trata de imponerse contra los intereses y necesidades de los demás. Puede ser grave o leve, ya sea por el daño objetivo que causa o por la intención de quien lo comete.

Infierno. Un castigo eterno es incompatible con un Dios amor. Jesús utilizó el lenguaje pedagógico de los profetas para un pueblo infantil con el objetivo de evitar, al menos por temor, el daño causado a los indefensos (¡la rueda de molino!) y para hacer ver la gravedad del delito. Además la resurrección inicialmente se concibió como premio o compensación a la fidelidad de los mártires y al sufrimiento de los marginados; por el contrario el castigo sería la no resurrección, la muerte completa.

Salvación. Es la plena identificación con la divinidad que somos. Algunos la han experimentado brevemente en un “encuentro tangencial con la eternidad”, todos la pregustamos de alguna manera en el amor, y la obtendremos plenamente cuando rebasemos el espacio y el tiempo; como “la muñeca de sal que se adentró en el mar”.

Conciencia. Es el Tribunal supremo de nuestras decisiones, la voz de Dios, la Presencia de Dios en nosotros; pero frecuentemente esa voz sufre las interferencias de nuestros egoísmos, que a veces llegan a sofocarla totalmente, o incluso a suplantarla. Para limpiar esas interferencias, la conciencia debe confrontar sus decisiones con algún referente ético (una persona o una comunidad; para un cristiano es Jesús de Nazaret) y con los Signos de los tiempos, expresión de una conciencia universal.

Estas reflexiones son, por ahora, la mejor explicación que tengo en la penumbra de mi fe en el-la-lo trascendente. Personalmente, como cristiano, me considero heredero del proyecto de Jesús, y me pregunto en qué medida he contribuido a la malversación de esta herencia, y qué puedo hacer para vivir y reavivar este proyecto.

Gonzalo Haya

gonzalohaya@telefonica.net

Fuente Atrio

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Sin sentido

Miércoles, 21 de octubre de 2020
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Del blog Nova Bella:

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(Leonard Cohen en el Mount Baldy Zen Center. Foto: Cordon.)

Cierro los ojos, me tapo los oídos y suprimo, una tras otra, las sensaciones que me llegan del exterior. Ya lo he logrado. Sin embargo, subsisto y no puedo dejar de subsistir. Sigo aquí. Puedo rechazar mis recuerdos y hasta olvidar mi pasado, pero conservo la conciencia de mi presente

*

Henri Bergson

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Miguel Ángel Munárriz Casajús: La conciencia moral. El bien y el mal.

Martes, 18 de agosto de 2020
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589fcf0379b9aNi antes de nosotros ni alrededor de nosotros se conocen individuos cuya conducta no sea instintiva y su instinto no esté programado para la estricta supervivencia. A los depredadores su instinto los lleva a matar y a sus presas a huir de la muerte. Y no hay más. Los conceptos de bien y de mal carecen de sentido en su mundo.

El ser humano tiene un código instintivo muy inferior al de los animales y un margen de libertad mucho mayor. Su necesidad de optar es permanente, y de las decisiones que adopta se derivan consecuencias importantes para su futuro individual y colectivo. Se siente responsable de sus actos, y esta responsabilidad le lleva a plantearse la siguiente pregunta: «¿Qué es correcto, y qué perjudicial?» … Ante ella se pueden adoptar al menos cuatro posturas básicas.

La primera consiste en afirmar que las acciones humanas son simplemente libres y no requieren justificación; que la opción por lo atrayente y satisfactorio es tan correcta como cualquier otra opción. La segunda propone usar la razón para organizar códigos éticos que definan lo correcto en base a un objetivo a alcanzar —por ejemplo, el bien común—. La tercera afirma que el ser humano posee un código ético innato que puede conocer mirando en su interior. La cuarta admite además una ley de Dios revelada al hombre para librarle de la esclavitud del pecado (aunque muchos crean que con ella se les juzgará en el momento de su muerte).

Las dos últimas posturas exigen que los conceptos de bien y de mal sean universales y estén impresos en nosotros, lo que nos lleva a preguntarnos por su origen. Al hacerlo, vemos que es fácil situar el origen del bien en la divinidad porque cuadra con los atributos que normalmente aplicamos a Dios. El problema lo encontramos al preguntarnos por el mal.

Porque, ¿si el mal no procede de Dios Todopoderoso, creador de todas las cosas, de dónde procede?… Se han propuesto infinidad de teorías para exonerar a Dios del espectáculo atroz del mal en el mundo, pero ni la esperanza en una humanidad feliz al final de los tiempos, ni la vida dichosa después de la muerte, ni el castigo a los impíos, ni su supuesta motivación a la virtud, ni su concepción como ausencia de bien, o como precio a pagar por nuestra libertad, ni ninguna otra explicación que se haya dado desde los ámbitos filosófico o religioso, puede justificar la presencia del mal en el mundo.

Curiosamente, en sentido opuesto ocurre lo mismo, pues los argumentos planteados para negar a Dios en base a la existencia del mal —por ejemplo, el de Epicuro— carecen de rigor en sus conclusiones, y lo único que demuestran es que el mal en el mundo no tiene explicación racional. Como dice Juan Antonio Estrada (sj): «Es característico de la naturaleza humana plantearse grandes cuestiones filosóficas que escapan a las limitaciones de su conocimiento… y acabar reconociendo que nuestra mente limitada no tiene respuesta para muchos enigmas existenciales que ella misma nos plantea».

Estrada añade que, aunque no sabemos de dónde procede el mal, conocemos lo más importante: nuestra capacidad para luchar contra el mal físico, aplicando la razón y con la ayuda de la ciencia, y contra el mal moral, movidos por nuestra conciencia que nos empuja a defender los derechos de todos. También conocemos nuestra capacidad para evitar que el mal se adueñe de nosotros, para impedir que nos esclavice, para afrontar los acontecimientos negativos con esperanza, para combatir su potencial destructivo… Y es esta capacidad para luchar contra el mal, para evitar que nos termine doblegando, para seguir soñando con un final feliz donde el mal haya sido aniquilado, lo que verdaderamente importa.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Fuente Fe Adulta

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Miguel Ángel Munárriz: ¿Quién soy yo?

Sábado, 27 de junio de 2020
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interroganteComo decía José Enrique Ruiz de Galarreta, todo cuanto necesitamos saber para vivir con sentido está dicho en el evangelio. Por ejemplo, y en el caso que nos ocupa —quién soy—, del evangelio se desprende que somos Hijos y Herederos, y esta respuesta nos permite llenar nuestra vida y afrontar con esperanza nuestra muerte. No necesitamos más, pero nuestra mente nos empuja a buscar respuestas racionales, y —en el caso de los creyentes— a compaginar la fe con la razón. “Entiende para creer y cree para entender”, decía San Agustín, y eso es lo que vamos a intentar en los párrafos siguientes.

¿Quién soy?… ¿Qué parte de mí es la que conforma mi esencia, y qué parte es una simple posesión?…

Yo ya era yo cuando acababa de nacer, y lo seguiré siendo aunque me corten un brazo o pierda la razón. Antes “tenía” dos brazos y después solo uno, pero eso no cambia mi identidad. Antes “tenía” conciencia y después no, pero eso tampoco la cambia, lo que significa que “yo tengo” un cuerpo y un cerebro, pero que “no soy” ni lo uno ni lo otro. Cuando era un bebé no diferenciaba entre mí mismo y los demás, pero todos a mi alrededor admitían mi identidad. Después de la muerte ya no tendré ni cuerpo ni cerebro, pero seguiré siendo yo en la memoria de mi gente.

También “tengo” un conjunto de conocimientos que se va acrecentando con el paso del tiempo. Pero mis conocimientos no son yo, sino algo de mi posesión. Por mucho que cambien, yo seguiré siendo el mismo, y si pierdo la razón, perderé todo mi conocimiento, pero seguiré siendo yo. Y lo mismo ocurre con mi experiencia. Antes acumulaba poca experiencia y después mucha más: pero eso no cambia mi identidad.

Y tras este repaso a mis pertenencias ya sé lo que tengo, pero sigo sin saber lo que soy. Sé que no soy mi cerebro, ni mi cuerpo, ni mi experiencia de la vida, ni mis conocimientos (porque mientras ellos cambian o desaparecen, yo sigo siendo el mismo). No sé hasta qué punto soy mi capacidad de amar, o de vibrar con la belleza, o de sentir felicidad, o los valores arraigados en mí, o mi personalidad, o mi conciencia, o el conjunto de todo ello… pero en definitiva no sé lo que soy.

Ahora bien, al menos tengo una pista, pues si considero la parte material de mi ser (la cosa extensa) como una simple posesión, tendré que admitir que estoy hecho de sustancia inmaterial. La corriente filosófica que niega la materialidad de nuestro ser se llama idealismo, y como representantes más destacados podemos mencionar a Platón, Descartes, Leibniz, Berkeley, Kant, Fichte, Hegel o Schopenhauer.

Dicho esto, tratemos ahora de entroncar esta idea con nuestra fe. El cronista del capítulo segundo del Génesis nos dice que en nosotros sopla el viento de Dios, pero —según este razonamiento— quizás sería más oportuno decir que “somos” soplo de Dios; espíritu de Dios. Pero en nuestro mundo material, la única forma en que puede existir ese espíritu es encarnado, y esto significa que no puede haber amor en el mundo si no hay personas que amen y sean amadas; que el amor solo se manifiesta en las personas; solo se manifiesta encarnado. Yo soy soplo de Dios con todo lo que ello implica; amor, compasión, tolerancia, libertad… en busca de felicidad. Lo demás son mis pertenencias.

Sabemos que el cristianismo es dualista: cuerpo y alma. El cuerpo muere, pero el alma inmortal le sobrevive eternamente. Una idea preciosa que puede ser válida si se toma como símbolo o analogía, pero que difícilmente aguanta el razonamiento que acabamos de realizar. Si estamos destinados a vivir tras la muerte, lo razonable es pensar que sobreviviremos íntegros, sin mutilaciones, aunque perdamos aquellas posesiones que ya no necesitamos en esa vida.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Fuente Fe Adulta

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Meredith Baxter, la actriz que «descubrió» su lesbianismo y el amor a los 60 años

Martes, 7 de abril de 2020
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Uno de los grandes problemas de no educar a todos los niños y niñas en diversidad sexual es que tu felicidad depende mucho del entorno en el que te toca nacer.

Si no recibes en tu colegio información sobre la orientación sexual, sobre el respeto a la diferencia, sobre la identidad de género, y tu entorno es de extremismo religioso o simplemente conservador e intolerante, quizás tengas problemas para identificar tus sentimientos, para ponerles un nombre y vivir tu propia realidad.

Es lo que le ha sucedido a la actriz Meredith Baxter, muy famosa en los 80. Su carrera es muy larga y está casi toda hecha en series de televisión. Su papel en Family Ties la hizo mundialmente famosa (traducida como Enredos de Familia o Lazos de Familia).

Meredith Baxter, que ya tiene 72 años, se ha casado 4 veces, las tres primeras con hombres. Durante su primer matrimonio fue maltratada física y emocionalmente durante 15 años. Intentó mitigar el dolor de una relación abusiva en el alcohol hasta que todo la llevó al colapso. Volvió a casarse dos veces más.

En 2005 Meredith Baxter hizo un descubrimiento. Era lesbiana, se sentía lesbiana, ni siquiera bisexual. Tenía 59 años. Un año más tarde sus amigos le organizaron una cita con Nancy Locke, que tenía 62.

Fue un flechazo, pero para Meredith no fue fácil. Temía que una relación lésbica afectara su carrera. Le costó, pero triunfó el amor y triunfó su deseo de vivir lo que siempre había querido, aquello que le había costado 60 años de su vida. Tal como le confesó a Oprah años después, nunca se había sentido emocional y físicamente cómoda con los hombres.

Meredith-Baxter-y-Nancy-locke

Meredith Baxter (izda) y Nancy Locke (dcha),

Meredith y Nancy se casaron en una preciosa ceremonia privada a la que asistieron los 5 hijos que Meredith había tenido en sus relaciones heterosexuales.  En sus votos ambas se mostraron muy agradecidas con la vida por haberse encontrado, aunque fuera en una etapa tardía de su vida. Meredith hizo hincapié en que aunque fuera tardía, agradecía haberla encontrado cuando tenía el valor de ser honesta consigo mismo y permitirse vivir ese maravilloso amor.

Fuente Oveja Rosa

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El adversario

Sábado, 22 de febrero de 2020
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Jim-Ferringer-

Afirma Dostoievski que basta con el sufrimiento ineluctable de un niño para hacer saltar todos los silogismos. Como decir: o se cree o no se cree. Así con la existencia del Mal. ¿Acaso no es necesaria la misma humildad para hacer frente a un problema tan desconcertante? Decías: tu designio no va adelante, los cálculos no salen. Tú entendías todo de manera diferente, querías precisamente lo contrario, sin embargo… La infidelidad no querida, la traición consumada por el más querido de tus amigos, ¡y la inocencia que sucumbe! Por no hablar de desventuras mayores, como el furor de la destrucción y de la muerte, la ferocidad que se desencadena a oleadas sobre la humanidad, y la invención de las torturas más refinadas para destruir a un hombre, para aniquilarlo sádicamente y ponerse, a continuación, a reír. Así ocurre tanto en lo grande como en lo pequeño. […] Satanás: el contradictor, el adversario, el insidioso. Ahora vagabundo y viajante perpetuo. Diablo, es decir, el disgregador, el calumniador, el acusador. Hipóstasis del odio que divide y que separa. Satanás: muchedumbre, masa, el innúmero, el indeterminado. Cuántos nombres, cuántas tareas, cuántas mansiones. Y para cada mansión, una máscara nueva; un nuevo estilo y nuevos trucos.

        Ahora bien, es posible que la forma y el espacio más secretos e insidiosos estén dentro, dentro de esta conciencia nuestra. Dentro de los «dobles pensamientos» que a todos nos asaltan. Este hacernos nosotros mismos pábulo de mal, aunque no lo queramos. Y más aún el oscuro goce del mal ajeno, también instintivo; o mejor: precisamente por ser instintivo, esto es, no deseado, signo de una presencia malvada. Un ser que no se da nunca por vencido y no perdona a nadie. ¿Y qué decir del pobre endemoniado de Gerasa que andaba entre los sepulcros dando alaridos bajo el dominio de todo un infierno? Y más tarde, liberado por fin, invaden los demonios toda una piara de cerdos que se lanzan enloquecidos al mar como para apagar el terrible fuego que los devora. Y es sabido que ni siquiera el mar basta para apagar semejante llama.

*

D. M. Turoldo,
Il diavolo sul pinnacolo,
Cinisello B. 31989, pp. 55-69, passim.

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La autoconciencia de Jesús.

Jueves, 13 de febrero de 2020
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jesus orandoEstos días la liturgia nos propone los textos del Bautismo de Jesús, después de un tiempo de catecumenado en la escuela de Juan Bautista, y después de un discernimiento entre la enseñanza de su maestro, y lo que él iba experimentando.

Los textos del Bautismo resumen un proceso en la vida de Jesús: su toma de conciencia de quién era y de cómo responder a esa identidad des-velada procesualmente.

La figura central es el Espíritu que revela, comunica, conduce. Y ese Espíritu-Ruah actúa dentro de la persona. Los cambios de vida que puedan producirse fuera: compromisos, estilo de vida…son fruto de una luz y fuerza interior que impulsa hacia el proyecto de Dios, liberando de las cargas que los humanos nos ponemos, incluida la carga de la religión cuando esta desplaza al Espíritu para emplazar a personas que dicen hablar en su nombre. ¡Ojo!

Tal vez una anécdota personal aligere lo que acabo de describir:

Tenía 27 años, humildemente empoderada por una formación teológica encauzada a enseñarnos a orar y a que esta oración junto con sólida teología-biblia… nos impulsara a comunicar, predicar lo amasado en el corazón.

Con este sólido bagaje me destinan a Sydney, Australia, donde se nos pide organizar, en nuestra Parroquia, una Eucaristía en Español para la enorme cantidad de gente huyendo de Uruguay, Argentina, Chile, Perú y muchos españoles que emigraron antes del boom turístico en nuestro país. Venía gente de toda la ciudad. Los curas no hablaban español y leían, como podían, la misa.

La homilía nos la encargaron a nosotras, cuyo carisma era: “oración y predicación”. Una experiencia preciosa de comunicación de vida, y de organizar eventos con las familias, organizar un coro con los adolescentes, y siempre pizza en casa de alguien al final de la Eucaristía, disfrutando con las riquezas de nuestros diferentes países.

Cada Eucaristía venía precedida por un tiempo de formación profunda que impartíamos en nuestra casa con todos los que lo deseaban, ofreciendo servicio de guardería y chocolatadas a los niños…

Un buen amigo que hacía de acólito un día, entre risa y bocado de pizza casera, nos dice: hermanas, uno de los padres, el canonista, siempre me pregunta qué dicen ustedes en la homilía y le llama la atención que la gente está a gusto con la predicación…  A los pocos días aparece el “tal padre”, hoy obispo, claro, con la homilía escrita para que la tradujéramos y leyéramos en “su” misa.

Sentí que se me concedió el don de lenguas porque apenas chapurreaba el inglés, pero la argumentación me salió de dentro, lo cual no cambió su actitud, al contrario y nosotras tuvimos que aparentar que leíamos “su homilía” porque acogiendo lo que nos parecía apropiado para la gente, que él no conocía, incluíamos lo que el Espíritu y la comunidad nos susurraban por dentro.

Fue mi primer paso hacia la separación institución de mi propia conciencia.  Ahí sentí en mis entrañas que se rompía la inocencia de una mujer joven, llena de vida y fuerza y capacidad para comunicar… y que “ellos” decían que no. Pero resulta que la Ruah me sigue dando la fuerza, la vocación, el fuego para comunicar…

¿A quién escucho?

Jesús escucha en su interior esa voz que día a día le es luz y fuerza para seguir. El Bautismo se da una vez pero no la experiencia de toma de conciencia, de manera más clara: a veces incluso podemos ubicarla, otras lo vivimos como proceso, que de pronto nos hace descubrir  que estamos en otro momento.

Estudiar Teología en USA, con otro método diferente al de memorizar, fue un potente foco que me sigue acompañando.

El curso sobre la “Nueva Historia” en Irlanda, luz que me sigue iluminando y ayudando a vivir el momento presente de Crisis Climática con esperanza y sin descanso en un intento de que cambiemos nuestro modo de vivir y convivir, porque todo es sagrado.

Pronto hará dos años, otro momento de mucha luz  fue al encontrar la comunidad, por años buscada, y de la que ya hemos compartido.

Y el regalo, de las 8 personas que vamos dando pasos hacia esa toma de conciencia, de escucha al Espíritu dentro y vivir desde esa conciencia plena, en España, paso a paso con gran ilusión y realismo. Comunidad abierta. No-canónica, profética, empoderadora de mujeres y hombres, que, cada uno, a su paso, con rigor y alegría, recorremos ese tramo de nuestro camino. Siempre en continua e inmediata comunicación con toda la comunidad en los cinco continentes.

Es un honor y un gozo escuchar al Espíritu en ell@s, más allá de cánones…como Jesús, en el río, en el monte, en el mar, en las casas, en las redes sociales.

Hay tantas maneras de hacer y ser comunidad. Ayer llega un wApp de Holanda, nos unimos a las 7 de la mañana, 20 ms en meditación para traer paz y bondad a la humanidad…inmediatamente un grupo de personas confirmamos y hoy al orar, de un modo especial se me hacía gráfico que tenemos un inmenso poder: espiritual, mental, afectivo… capaz de transformar la oscuridad en luz, el ruido en silencio habitado.

Dejémonos empapar por esas aguas del Jordán del corazón, donde la conciencia emerge nítida. Un grupo en el norte nos reunimos este sábado para profundizarlo, y luego en Febrero en Haro… y siempre, siempre abiertas a escuchar, acoger, empoderar.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

Fuente Fe Adulta

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“Los muertos viven”, por José Arregui

Viernes, 1 de noviembre de 2019
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t8835aErmita de Santa Engracia

Leído en su blog:

En el corazón o la memoria de todo

Las campanas de Aizarna han tocado a muerto. Han irrumpido en la calma de la mañana otoñal, difundiendo en el valle la memoria de Luisa, abuela nonagenaria del caserío Irure, mujer de extraordinaria fortaleza y ternura, mujer hecha hospitalidad materna para todo el que llegase, fuera quien fuera y como fuera. Las ondas sonoras del bronce han ascendido por el horizonte de Santa Engracia hacia el Infinito, fundiéndose con la música del universo sin medida.

¿Y Luisa, su espíritu, su conciencia, ‘ella’… a dónde se han ido? ¿Se habrá disuelto en la nada al apagarse su viva sonrisa, su dulce mirada, la luminosa paz de sus ojos? La pregunta me turba, pero no puedo pensar razonablemente que algo, alguien, alguna de las infinitas formas del Ser se disuelva en la nada. La nada no existe, ni de ella puede surgir algo. Toda forma es una conjunción de formas precedentes. Y todo lo que constituye a cada cosa en su figura concreta se convierte luego en otra cosa y en otra, y así sin cesar, en constante transformación. Nada se convierte en nada.

Cuando en otoño se suelta del tallo el rabillo de la hoja y, balanceándose en el aire, cae al suelo, vuelve a convertirse en tierra y la tierra en savia, la savia en yema, hoja, flor, fruto, y semilla envuelta en fruto. El fruto se convierte en alimento de seres vivos, y la semilla en germen en el seno de la tierra. La vida seguirá viviente en nuevas formas, inagotables y maravillosas. Nada se aniquila, todo se transforma. El milagro de la primavera empieza en el otoño, y la abundancia del verano en el desierto del invierno. O a la inversa: el verano viene del otoño y el invierno de la primavera, en la rueda de la vida en que todo es uno.

En la espiral de la vida más bien, pues nada vuelve a ser lo que fue, ni la misma forma se repite nunca. Observad y admirad: de incontables hojas que han sido, son y serán en la tierra, no ha habido, ni hay ni habrá jamás dos iguales. Ni dos granitos de arena ni dos toques de campana exactamente iguales, a pesar de las apariencias. Ni siquiera, al parecer, han existido ni existen ni existirán dos átomos que sean idénticos del todo. Asombroso. Cada forma, viviente o no viviente, desde lo infinitamente pequeño hasta lo infinitamente grande, en el universo entero, es diferente de todas las demás. Cada ser es único y distinto. Infinita dignidad de cada ser. Infinito respeto a cada ser.

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Cada ser es único y distinto, pero no separado ni solitario. Todo cuanto es desde siempre está conectado con todo lo que es, ha sido y será hasta siempre. Esa frágil hoja que ya amarillea y se mece a la brisa de la tarde no sería exactamente como es si en este universo, desde el primer Big Bang hasta hoy, hubiera faltado una sola partícula atómica en su forma exacta. Todos estamos interrelacionados con todos los seres, no solo del presente, sino también del pasado más lejano y del futuro más remoto. Solo nos distingue la forma, pero todas las formas estamos unidas. Somos interser, inter-seres, inter-vivientes, inter-humanos, ligados en todo con todo eternamente, desde el primer neutrón hasta las galaxias aún sin formarse. En la forma particular que somos siguen siendo y viviendo todos los seres que fueron e incluso serán, porque somos la transformación de lo que otros fueron, y otros serán la transformación de lo que nosotros somos. Cada ser guarda, se puede decir, la memoria viva de todo lo que fue en el pasado e incluso de lo que será en el futuro. De alguna manera, en cada ser es todo. Somos uno.

Y somos uno en el Todo sin forma que nos hace ser, en el Fondo de esta forma o ‘yo’ físico, mental y emocional, en el Fondo de esta conciencia individual que nos distingue y que erróneamente creemos que nos separa. Somos uno en el Ser, el Espíritu, el Aliento Vital que nos hace existir, respirar, vivir. Somos comunión de vida inmortal en formas infinitamente diversas. Somos uno en el Corazón eterno o la Memoria creadora que late en lo más profundo de las formas pasajeras. Cada forma encarna la Memoria del Todo. “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. A ti, a mí, a todos, nos corresponde encarnar la Memoria vivificadora de todos los muertos. Cuando los recordamos, es decir, cuando los ‘traemos al Corazón’ bueno de la vida, los hacemos vivir. Infinita responsabilidad mística, ecológica, política: mantener viva la Vida o la Memoria de todos los seres.

Creo en “Dios” en cuanto Todo, Corazón, Memoria o Conciencia de todas las formas. Creo que, al igual que cuanto nace ‘muere’ a su antigua forma –incluida su conciencia individual separada–, cuanto muere ‘nace’ en el Todo, en la Memoria o en la Conciencia universal de todos los seres, en este universo o en otro, más allá del espacio y del tiempo, en una forma que desconocemos. Creo que el aliento vital no muere, que la vida resucita sin cesar, que cuando doblan las campanas anuncian la vida.

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“¿Para qué queremos la religión, para tranquilizar algunas conciencias?”, por José Mª Castillo

Miércoles, 25 de septiembre de 2019
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Utilizamos-religion-satisfacer-intereses-Evangelio_2080901906_9889617_660x371De su blog Teología sin censura:

“Algunos sólo quieren mantener el poder y los privilegios que les han llevado a los cargos importantes que ocupan”

Lo digo con toda sinceridad: los que se empeñan en mantener intocable una tradición, que no es dogma de fe, ¿qué es lo que quieren mantener a toda costa? ¿le fe íntegra de la Iglesia y sus fieles? ¿o lo que quieren defender, en todo caso, es el poder y los privilegios que les han llevado a los cargos importantes que ocupan?

No cabe duda que, en la sociedad y en los numerosos componentes que la configuran, se están produciendo cambios tan rápidos y tan importantes, que nos tienen a todos profundamente desconcertados. Nuestra forma de vivir cambia a una velocidad que, hace sólo unas décadas, no podíamos imaginar. Todo cambia. Todo, menos alguna que otra institución, que es de esos colectivos que se empeñan en seguir siendo, no sólo lo que siempre fueron, sino además como siempre fueron.

Con lo cual estamos viviendo una situación en la que hay grupos o colectivos importantes, que están empeñados en defender y mantener que, si ellos cambian en determinados asuntos, son infieles a su razón de ser y a su destino en este mundo. Con lo que dejarían de cumplir su finalidad y su destino en el mundo y en la sociedad.

Esto justamente es lo que le pasa a la Iglesia. Y no sé si lo mismo les ocurre a otras religiones. Posiblemente. Es más, seguramente es así. Porque las religiones tienen y mantienen, con una intolerancia ejemplar, que si cambian en ciertas (no pocas) tradiciones, normas, formas de conducta, etc., con tales hipotéticos cambios serían infieles a sus dioses y a su destino en este mundo.

¿Qué consiguen con esto las religiones? Consiguen ser fieles a “sus dioses”. O eso es lo que se imaginan los dirigentes religiosos. Pero, con su fidelidad a “los dioses”, ¿son fieles igualmente a los destinatarios de la religión, que somos los “seres humanos”? Más aún, ¿puede ser aceptable y se puede tolerar una religión, que es fiel a “lo divino”, pero es infiel a “lo humano”? Entonces – y si es que todo este tinglado tiene que ser así – ¿para qué queremos la religión y de qué nos sirve ese solemne y soberano tinglado? Servirá quizá para tranquilizar algunas conciencias. Pero, ¿para eso queremos la religión y con eso acaba su razón de ser en este mundo?

Viniendo a cosas más concretas, cuando los cristianos entramos en una iglesia y vamos a misa, a una boda, a un bautizo…, ¿qué vemos?; ¿qué nos dicen?; ¿qué impresión nos causa lo que se hace y se dice en una ceremonia religiosa? Lo que yo veo y oigo, en esas liturgias clericales, es (con pocas y ligeras variantes) casi lo mismo que yo veía y oía cuando era un niño, hace ya bastantes años. El mundo de ahora es tan distinto del de entonces. La vida, las ideas, las costumbres…, casi todo ha cambiado. Todo, menos la religión, que sigue casi igual.

Pero, entonces, ¿nos puede extrañar que la gente vaya cada día menos a misa o que a muchas personas les interese cada día menos lo que piensan y dicen los curas?

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Una misma religión y dos formas de vivirla

Por lo pronto, quienes nos interesamos por el problema, que estoy planteando, lo primero que deberíamos tener muy claro es que no es lo mismo hablar de Dios que hablar de la religión. Dios es trascendente. Es decir, Dios no es de este mundo, ni en este mundo se puede comprender. Si es “trascendente”, es “incomunicable”, o sea no es “objetivable” en ideas y conceptos. Dios, por eso mismo, está más allá del horizonte último de nuestra capacidad de conocimiento.

Pues bien, si Dios es trascendente, la religión es siempre algo inmanente, o sea es una realidad cultural, que los seres humanos vivimos y practicamos, mediante la cual buscamos a Dios y hacemos lo que está a nuestro alcance para relacionarnos con Dios.

Los cristianos sabemos, por el Evangelio, que Jesús es el Hijo de Dios y, por eso mismo, es la “revelación de Dios”. En Jesús, y por Jesús, nos relacionamos con Dios. Ahora bien, Jesús escogió, como apóstoles, a hombres casados. ¿Qué dificultad podemos encontrar en que actualmente haya hombres casados – y también mujeres – que presidan comunidades y celebraciones de la eucaristía? Por mantener estas costumbres, ¿vamos a privar a tantas y tantas comunidades de creyentes de poder celebrar la eucaristía?

Lo digo con toda sinceridad: los que se empeñan en mantener intocable una tradición, que no es dogma de fe, ¿qué es lo que quieren mantener a toda costa? ¿le fe íntegra de la Iglesia y sus fieles? ¿o lo que quieren defender, en todo caso, es el poder y los privilegios que les han llevado a los cargos importantes que ocupan?

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Padre Eugenio Pizarro: “El abuso de poder, de conciencia y sexual está alejando a muchos de la Iglesia”

Lunes, 5 de agosto de 2019
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pastor“Jesús es el único buen pastor en la Iglesia Católica”

La Iglesia de abuso de poder y de conciencia, de abusos sexuales, de afición al dinero – mostrándose con riquezas ante tanta pobreza – está alejando a muchos de la Iglesia

Los documentos de Puebla y Medellín que anunciaban el Evangelio no están saliendo de sus páginas ni de la Iglesia para encarnarse en la vida real y concreta de este mundo actual 

Escribo ante la experiencia que he vivido en estos días de crisis de la Iglesia, especialmente de la Iglesia chilena. Es numerosa la cantidad de personas que me han mostrado su desilusión e incluso su falta de creencia en la Iglesia. Me han dicho: “Creo en Dios pero ahora no estoy creyendo en la Iglesia”. La Iglesia de abuso de poder y de conciencia, de abusos sexuales, de afición al dinero – mostrándose con riquezas ante tanta pobreza – está alejando a muchos de la Iglesia. Se duelen que las palabras del Papa Francisco al llegar a su pontificado: “Quiero una Iglesia pobre y para los pobres” no han pasado a los hechos reales. Dicen: “Del dicho al hecho hay mucho trecho”; “Obras son amores y no buenas razones”; “La fe sin obras es fe muerta”; “Hechos y no palabras”. En fin, hay otros hechos y estructuras, que para la gente no reflejan el Espíritu de Jesús y su Evangelio en la Iglesia Católica.

En este escrito quiero expresarme positivo y con mucho amor a la Iglesia Católica.

Las palabras de Jesús en el Evangelio que les recomiendo leer son parte de su discurso del Buen Pastor. En él se nos presenta como el único pastor de los cristianos, de la Iglesia, en la cual todos los demás pastores son instrumentos y figura del único pastor que es Cristo. Se nos presenta como pastor bueno, comprometido con su gente, con los pecadores y especialmente con los más pobres y postergados de la sociedad, hasta dar la vida por ellos, y haciéndose uno de ellos; se muestra como conocedor de todos y siguiéndolos personalmente. Aquí, a reglón seguido quiero citar a la Conferencia Episcopal de Puebla en el número 681 hasta el 684 y hago estas citas diciendo con respeto, pero con verdad, que creo que este documento de Puebla como el de Medellín, de la Evangelii Nuntiandi, del Vaticano II, no están saliendo de sus páginas ni de la Iglesia para encarnarse en la vida real y concreta de este mundo actual, poco me falta, tal vez por pudor, decir que falta vivir el Evangelio y seguir al “Camino” (Jesús):

“El ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos órdenes por aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose Obispos, presbíteros y diáconos”(LG 28). Constituyen el ministerio jerárquico y se reciben mediante la “imposición de las manos”, en el Sacramento del Orden. Como lo enseña el Vaticano II, por el Sacramento del Orden – Episcopal y presbiteral- se confiere un sacerdocio ministerial, esencialmente distinto del sacerdocio común del que participan todos los fieles por el Sacramento del Bautismo (Cfr. LG 10); quienes reciben el ministerio jerárquico, quedan constituidos, “según sus funciones”, “pastores” en la Iglesia. Como el Buen Pastor (Cfr. Jn.10, 1-16), van delante de las ovejas; dan la vida por ellas para que tengan vida y la tengan en abundancia; las conocen y son conocidas por ellas (P.681).

“Ir delante de las ovejas” significa estar atentos a los caminos por los que los fieles transitan, a fin de que, unidos por el Espíritu, den testimonio de la vida, los sufrimientos, la Muerte y la Resurrección de Jesucristo, quien, pobre entre los pobres, anunció que todos somos hijos de un mismo Padre y por consiguiente hermanos(P. 682).

“Dar la vida” señala la medida del “ministerio jerárquico” y es la prueba del mayor amor; así lo vive Pablo que muere todos los días (Cfr. 2 Cor.4-11) en el cumplimiento de su ministerio (P. 683).

“Conocer las ovejas” y ser conocidos por ellas no se limita a saber de las necesidades de los fieles. Conocer es involucrar el propio ser, amar como quien vino no a ser servido sino a servir (P. 684).

La Iglesia es un don para los hombres; no se entiende una Iglesia sin Jesús

En las palabras evangélicas de Jesús, su rebaño, redil, es la Iglesia Católica. Es verdad que Él tiene también “otras ovejas que no están en este redil, y que Él tiene que traer” (Jn. 10.16), pero en el Evangelio citado en este escrito, Él nos habla de su relación con la Iglesia, la comunidad de sus discípulos congregada por el Espíritu Santo después de su Resurrección. Porque el fruto de la Pascua es el don de la Iglesia a los hombres.

Las palabras del Evangelio deberían fortalecer nuestra fe, nuestra confianza y nuestro compromiso con la Iglesia y no hacer nuestra desilusión y pérdida de credibilidad en la Iglesia. La Iglesia que nos da el Evangelio, nos da la Eucaristía, y sobre todo nos da a Jesucristo. No se entiende una Iglesia sin Jesús. Y aquí, creo conveniente citar nuevamente a Puebla desde el número 226-231):

El mensaje de Jesús tiene su centro en la proclamación del Reino que en Él mismo se hace presente y viene. Este Reino, sin ser una realidad desligable de la Iglesia (LG 8a), trasciende sus límites visibles (Cfr. LG 5). Porque se da en cierto modo donde quiera que Dios esté reinando mediante su gracia y amor, venciendo el pecado y ayudando a los hombres a crecer hacia la gran comunión que les ofrece Cristo. Tal acción de Dios se da también en el corazón de los hombres que viven fuera del ámbito perceptible de la Iglesia (Cfr. LG 16; GS 22e; UR 3). Lo cual no significa, en modo alguno, que la pertenencia a la Iglesia sea diferente (Cfr. Juan Pablo II, Discurso inaugural I, 8. AAS LXXI, p. 194)”. (P. 226).

De ahí que la Iglesia haya recibido la misión de anunciar e instaurar el Reino (Cfr. LG 5) en todos los pueblos. Ella es su signo. En ella se manifiesta, de modo visible, lo que Dios está llevando a cabo, silenciosamente en el mundo entero. Es el lugar donde se concentra al máximo la acción del Padre, que en la fuerza del Espíritu de Amor, busca solícito a los hombres, para compartir con ellos – en gesto de indecible ternura- su propia vida trinitaria. La Iglesia es también el instrumento que introduce el Reino entre los hombres para impulsarlos hacia su meta definitiva” (P. 227).

Ella “ya constituye en la tierra el germen y principio de ese Reino” (LG 5). Germen que deberá crecer en la historia, bajo el influjo del Espíritu, Hasta el día en que “Dios sea todo en todos” (1 Cor. 15,18). Hasta entonces, la Iglesia permanecerá perfectible bajo muchos aspectos, permanentemente necesitada de auto evangelización, de mayor conversión y purificación (Cfr. Ibid. 8c)”. (P. 228).

No obstante, el Reino ya está en ella. Su presencia en nuestro continente es una Buena Nueva. Porque ella – aunque de modo germinal – llena plenamente los anhelos y esperanzas más profundos de nuestros pueblos” (P. 229).

En esto consiste el “misterio” de la Iglesia: es una realidad humana, formada por hombres limitados y pobres, pero penetrada por la insondable presencia y fuerza del Dios Trino que en ella resplandece, convoca y salva (Cfr. LG 4b; SC 2)”. (P. 230).

La Iglesia de hoy no es todavía lo que está llamada a ser. Es importante tenerlo en cuenta, para evitar una falsa visión triunfalista. Por otro lado, no debe enfatizarse tanto lo que falta, pues en ella ya está presente y operando de modo eficaz en este mundo la fuerza que obrará el Reino definitivo”. (P. 231).

Y siguiendo con lo que decíamos antes de las citas recientes de Puebla, cuando decíamos acerca de que la Iglesia nos da el Evangelio, que nos da la Eucaristía, y sobre todo nos da a Jesucristo, diremos: Jesús nos da el verdadero sentido de nuestra vida y de nuestra muerte, y nos trasmite la ley del amor fraterno y de la libertad, y nos ayuda a vivirla en lo concreto de nuestra vida y de nuestro compromiso con los demás, preferencialmente con los pobres.

En este tiempo de crisis eclesial, nos preguntamos, no pocas veces, en medio de la crisis y de tantas fallas que se han juntado en los católicos, especialmente en los sacerdotes y representantes de la Iglesia, si será auténtico lo que esta Iglesia de hoy nos trasmite. ¿Será auténtico? Y nos preguntamos, si una Iglesia con tanta crisis, confusiones y claudicaciones de sus miembros, abusos sexuales, abusos de poder y conciencia; y tantos laicos con beligerancias en contra de jerarquía, sacerdotes e Iglesia misma, generalizando y “metiendo a todos en el mismo saco”, nos preguntamos, repito, si Iglesia puede darnos eficazmente a Jesús y a su Evangelio. Si puede ser realmente un instrumento de liberación. Si puede realmente hacer un éxodo esperanzador.

Las palabras de Jesús en el Evangelio nos dan una respuesta a nuestra angustiante interrogación, también nos ayudan a recuperar la credibilidad en la Iglesia: yo les doy la vida eterna, no perecerán para siempre y nadie los arrebatará de mi mano… Mi Padre me ha dado las ovejas… nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre…”.

La garantía de la Iglesia, de su fidelidad en conducir a los hombres a la vida de Cristo Resucitado y al Evangelio del amor y la libertad, es que no está en mano de pastores humanos. Éstos son sólo un instrumento necesario e imperfecto, del Único Pastor que guía y guiará a la Iglesia, quien además suple las fallas de los católicos (pastores y laicos) por el Espíritu Santo que nos envió y sigue enviándolo. Esto nos da la vida, nos ayuda a seguir a Cristo, y a salir del “Arca Actual” cuando pase el “Diluvio”, y salgamos haciendo una Iglesia “santa, sin mancha ni arruga ni nada semejante”. Este Espíritu enviado nos ayuda a seguir a Jesús y a ser fieles a su Evangelio para su animación interior, vital, independiente de las previsiones y fallas de los hombres de Iglesia. (Leer nuevamente Puebla 231).

La causa de nuestra fe, confianza y amor a la Iglesia es que esto está en las manos de Dios. Nadie se la puede arrebatar. Formamos parte de una comunidad de hermanos, con muchos defectos, en nosotros y en nuestra jerarquía, pero que a causa de que Jesús Resucitado es nuestro Pastor, estamos seguros de que en esta Iglesia lo seguimos a Él, y que nos conduce a la vida eterna. Entonces, con fuerza invito a amar a la Iglesia Santa y Pecadora. Esto no significa que nosotros nos quedamos de manos cruzadas, sin hacer nada, dejándolo todo sólo al único Buen Pastor: Jesús. Aquí termino con un dicho chileno: “Nadie debe esperar de la higuera la breva pelada en la boca”.

 Fuente Religión Digital

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“Un Mínimo Común… ¡Denominador!”, por Gonzalo Haya.

Jueves, 7 de junio de 2018
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signos-religiososLos domingos suelo ver el programa plurirreligioso de TV 2, con breves presentaciones a cargo de judíos, musulmanes, evangélicos y católicos. Si después le resumo a un amigo lo que se ha dicho en cada una de estas presentaciones, generalmente no sabrá a quién atribuir cada uno de estos resúmenes. Esto mismo pasaría si incluimos otras religiones, o filosofías, incluso las que se reconocen como ateas.

Es que en los resúmenes no vamos a los detalles sino al contenido del mensaje, y en el fondo, todos coincidimos en lo mismo. El programa ético lo traemos de fábrica.

Recuerdo que en Filosofía decíamos que a mayor abstracción (generalidades) se abarca mayor número sujetos, y a mayor concreción se abarca menos. En nuestro caso, si entramos en detalles, si hablamos del sábado el domingo o el viernes, si hablamos de alimentos impuros o de indulgencias, si hablamos de  tantos otros detalles, ya estaremos reduciéndonos a una sola religión.

Las religiones concretan y socializan ese programa ético; yo lo llamaría simplemente la conciencia, la Presencia de Dios en todos nosotros. Lo mismo hace el lenguaje con los conceptos que nos va proporcionando la experiencia, los va expresando en el habla de cada pueblo.

La conciencia no tiene una expresión concreta, es más bien un instinto, un olfato para detectar lo justo o injusto de un comportamiento o de una situación: “que nadie escupa sangre pa’ que otro viva mejor”. Este instinto ético entra a veces en conflicto -quizás frecuentemente- con el instinto de conservación (generosamente ampliado por nuestro egoísmo), y estos conflictos van sedimentando y dificultan, y opacan, la transparencia de esa visión ética.

Las religiones tratan de ser una prótesis para facilitar la pureza de esa mirada ética, sin embargo la Historia nos enseña que paulatinamente esa prótesis va acumulando tanto o más sedimentos egoístas; y eso obliga a volver, lo más sinceramente posible, a la propia experiencia ética. Esto es lo que hizo Jesús: “Habéis oído que se dijo a los antepasados… pero yo os digo” (Mt 5,21).

¿Superan las religiones a la ética porque añaden una religación con Dios? Creo que añaden una explicación de Dios, conveniente, necesaria quizás para muchos, pero inevitablemente envuelta en el misterio, inexpresable en términos humanos (¿transpersonal?). La verdadera religación con Dios se da en el comportamiento ético basado en el amor. “Ubi caritas et amor, Deus ibi est”, donde hay amor desinteresado, allí está Dios.

Jesús vivió a Dios como Padre y reconoció que amarle es nuestro primer deber, pero también reconoció que amar al prójimo ya es amar Dios, aunque no se le conozca expresamente, como explicó con  las parábolas del buen samaritano y del juicio final, del ateo santo que fue solidario sin conocer a Dios.

Me he permitido este juego de palabras para expresar que la conciencia es el Mínimo Común Ético, el denominador común que nos identifica a todos. Afortunadamente existen otras coincidencias concretas que abarcan grandes sectores de la humanidad; son deseables e incluso necesarias.

Bienvenida sea la Declaración universal de los Derechos Humanos, aunque no sea tan universalmente aceptada. Bienvenido sea el intento de elaborar una Ética de mínimos, con suficiente concreción a situaciones reales. Bienvenidas sean las religiones o las instituciones civiles que estimulen un generoso programa de justicia y solidaridad.

Gonzalo Haya

Fuente Fe Adulta

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“¿Dios, es decir, la Conciencia? “, por Gonzalo Haya.

Miércoles, 12 de julio de 2017
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sanacionEs conocida la expresión del gran místico alemán Eckhart “Dios, es decir, la naturaleza” (Deus sive natura); pues bien, me pregunto si podríamos decir “Dios, es decir, la Conciencia”. Veamos cómo.

Reconocemos que Dios es “indecible”, pero la Humanidad le ha atribuido muchos nombres, y la misma Biblia ha empleado varios. Algunos, invocando a Wittgenstein, dicen que entonces sería mejor no decir nada sobre él; pero no hablar de una persona lleva al olvido y a prescindir de ella. Además el joven enamorado escribe el nombre de la amada en todos los árboles del barrio, y el poeta, que no acaba de acertar con la palabra, no renuncia a reelaborar el poema.

Jesús concentró su experiencia de Dios con el término “Padre”, especialmente en el padrenuestro y en la parábola del hijo pródigo. Ciertamente la imagen de Dios como Padre es la más entrañable y significativa para un cristiano pero hoy, por los sentimientos que expresa, muchos la corrigen y la traducen como padre-madre.

Otro término empleado por Jesús para referirse a Dios fue el de “Espíritu”; el que él recibió y el que comunicó a sus discípulos. Creo que presentar a Dios como Espíritu es más apropiado con nuestra cultura actual, porque la imagen de Dios como Padre nos sugiere una dualidad, incluso una distancia: “que estás en los cielos”.

La imagen de Dios como Espíritu me parece preferible porque no implica dos individualidades -Dios y nosotros- sino una energía que nos constituye a todos los hombres (y a la naturaleza de Eckhart).

Nosotros no somos algo separable de Dios, porque él constituye el fundamento de nuestro ser. Sin él no existiríamos. Pensamos en Dios y el mundo como dos seres, pero no se trata de dos seres en sentido unívoco, sino de dos entidades en sentido muy, muy, muy distinto; (sentido análogo según santo Tomás de Aquino). Dios no es una entidad individual, es una entidad relacional; personal, pero no individual o separada de todo lo demás. El lenguaje conceptual sobre Dios nunca es adecuado, porque no es unívoco. Al afirmar algo sobre Dios, tenemos siempre que añadir “pero no es así”.

El lenguaje sobre Dios tiene que contentarse con ser simbólico ¿Podríamos decir, en términos de la física cuántica, que Dios sería como la onda y nosotros como el corpúsculo? La experiencia de los místicos, sufí, cristiana y universal, tiende a la identificación del hombre con Dios, “la ola es el mar” (Willigis Jäger). Nuestros místicos, ¡en tiempos de Inquisición!, hablaron de “matrimonio espiritual”, pero según la misma Escritura “serán dos en una sola carne”.

La conciencia como experiencia de Dios

Se atribuye al reconocido teólogo jesuita Karl Rahner la predicción de que “el cristiano del siglo XXI sería místico o no sería”, que la fe sería experiencia de Dios o se perderíaYo, cristiano del siglo XXI, no me atrevo a decir que haya tenido alguna experiencia de Dios; sin embargo creo que puedo afirmar -todos, más o menos, podemos afirmar- que hemos tenido alguna experiencia de algo trascendente.

He tenido experiencia de la injusticia de que muchos sufren hambre, enfermedades, humillaciones, muerte, o torturas, por la ambición y la soberbia de unos pocos; y he sentido un deber, superior a mis intereses personales (¿imperativo categórico?), de hacer algo por restablecer la justicia y la dignidad de esas personas. Todas las religiones, igual que los que se declaran ateos, sintetizan su experiencia ética en la “Regla de oro”: “trata a los demás como deseas que te traten a ti”.

La conciencia ética es un signo de la presencia del Espíritu, de la presencia de la energía de Dios (dýnamis tou Theou). Esta idea quizás nos choque porque cambia el esquema en blanco y negro que tenemos sobre gracia santificante y pecado. Sin embargo este esquema de presencia de Dios más o menos intensa, más o menos manifiesta, parece más acorde con la alabanza de Jesús a aquel letrado, “no estás lejos del “Reino de Dios” (Mc 12,34); y más acorde con el ambiguo diálogo sobre el camello y el ojo de la aguja y sobre quiénes se salvan (Mc 10,23-27); y claramente más acorde con la parábola del juicio final: “porque tuve hambre y me disteis de comer” (Mt 25,31-46).

Según Lucas, los primeros diáconos fueron elegidos entre “hombres llenos de Espíritu y de sabiduría” (Hch 6,3) y entre ellos estaba Esteban “hombre lleno de fe y de Espíritu Santo” (Hch 6,5); tanto la fe como la sabiduría eran las cualidades en las que se manifestaba el Espíritu. Igualmente en nosotros, la conciencia de la justicia o injusticia es la señal en que se manifiesta la presencia del Espíritu. Dios, el Espíritu, está presente en mí y se manifiesta como conciencia. Esta conciencia es algo que está en mí, en ti, y en todos; en Caín y en Teresa de Calcuta; en Confucio y en la Revolución francesa; algo que nos penetra y que nos desborda; algo individual pero común a todos, y cuya superioridad respetuosamente nos obliga.

La experiencia ética es la única experiencia de Dios que yo puedo alegar. Sé que esta experiencia ha sido posible porque en determinados momentos se han activado ciertos circuitos neuronales; sin esta activación no habría sentido ni la injusticia ni mi obligación, pero no creo que estos circuitos neuronales puedan obligar a nadie a renunciar a sus intereses en beneficio de otros. Creo que el amor, la justicia, la dignidad humana, son algo más que procesos físico-químícos. “La poesía es más que la tinta con que está escrita”.

Si la conciencia ética es un signo de la presencia de Dios, tendría sentido decir que uno de los nombres de Dios podría ser la Conciencia. Juan no duda en afirmar que Dios es amor. ¿Sería erróneo afirmar, en lenguaje simbólico, que Dios es la Conciencia universal? Es verdad que, como siempre, habría que añadir “pero tampoco es así”, o como reconocía el concilio Lateranense IV “lo que hemos dicho aquí sobre Dios tiene más de erróneo que de acertado”.

Los muchos nombres de Dios son destellos de su realidad inabarcable y, al mismo tiempo, expresiones de nuestras ansias por contemplarlas.

Algunos pensarán que he manipulado conceptos y metáforas para “salirme con la mía”. Puede ser, pero “la mía” es que tengo amigos que se declaran ateos o agnósticos y que me han enseñado mucho. Esos ateos son éticamente honrados (que no es poco) y han asumido un claro compromiso social, y creo que es justo reconocer:

“Ernesto (nombre ficticio), que se proclama ateo,
es un hombre lleno de Dios y de conciencia ética”.

Gonzalo Haya

Fuente Fe Adulta

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“Una sociedad libre de homofobia, un reto para los cristianos – 3”, por José Antonio Pagola

Jueves, 20 de octubre de 2016
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lgtb_pagolaLos hermanos y hermanas del Grupo Cristiano Betania de Aldarte, Bilbao, nos han enviado amablemente este texto que agradecemos y que publicaremos en cuatro partes sucesivas…

Ponencia de José A. Pagola impartida en la universidad de Deusto el 11 de mayo de 2016, organizada por las comunidades de Betania LGTB y otros colectivos cristianos. TERCERA PARTE:

5. Introducir el principio-misericordia en el magisterio oficial de la Iglesia sobre la homosexualidad

Antes que nada, Jesús nos está reclamando una manera nueva de relacionarnos con el sufrimiento que hay en el mundo de las personas homosexuales. Todo aquello que impide, oscurece o dificulta a las personas homosexuales captar el misterio de Dios como misericordia, ayuda, perdón o alivio de su sufrimiento, ha de desaparecer de la Iglesia de Jesús pues no encierra la Buena Noticia de Dios, proclamada por él.

Vamos a comenzar considerando que introducir en la Iglesia el principio-misericordia puede exigir revisar, actualizar y enriquecer el magisterio oficial sobre la homosexualidad.

Antes que nada, hemos de alegrarnos y agradecer que, al final del Sínodo sobre la Familia, en su Exhortación “La alegría del amor” (AL 250), el papa Francisco hace dos afirmaciones importantes:

“Toda persona, independientemente de su tendencia sexual, ha de ser respetada en su dignidad y acogida con respeto, procurando evitar todo signo de discriminación injusta, y particularmente cualquier forma de agresión y violencia”.

“Por lo que se refiere a las familias, se trata por su parte de asegurar un respetuoso acompañamiento con el fin de que aquellos que manifiestan una tendencia homosexual puedan contar con la ayuda necesaria para comprender y realizar plenamente la voluntad de Dios en su vida”.

Sin embargo, hemos de decir que finalmente el tema de las personas homosexuales no se ha abordado directamente en el Sínodo sobre la Familia. El Papa, en su Exhortación final, afirma que la complejidad de algunos temas planteados nos mostró la necesidad de seguir profundizando con libertad algunas cuestiones doctrinales, morales, espirituales y pastorales (AL 2). Entre los temas que quedan pendientes se señalan dos respecto a la homosexualidad: “enfatizar la inaceptabilidad de discriminar a las personas homosexuales” y reconocer “los elementos positivos” que se transparentan en las llamadas uniones estables” (Relatio finalis).

Tal vez lo primero que se advierte en el magisterio oficial es que falta la mirada atenta y responsable al sufrimiento concreto de las personas homosexuales en su itinerario vital: en el contexto familiar junto a los seres más queridos; en su contexto social con frecuencia hostil (menosprecio, exclusión, maltrato sicológico y hasta físico…); en el contexto eclesial (incomprensión, estigmatización, marginación, condena moral.

Además, el magisterio oficial, redactado desde una actitud negativa y “globalmente condenatoria”, no permite percibir una preocupación real por responder a las verdaderas necesidades de las personas homosexuales que reclaman ser escuchadas, comprendidas y reconocidas en su condición homosexual. La Palabra de la Iglesia de Jesús ha de estar más pensada desde el sufrimiento y la situación real de las personas homosexuales y no solo desde la preocupación de elaborar la doctrina de una moral objetiva.

El mensaje de la Iglesia, movida por la misericordia insondable de Dios a todos y cada uno de sus hijos e hijas, no puede quedar reducida a una doctrina moral dictada de manera genérica a una “categoría” de personas llamadas homosexuales, sino que se debiera atender con atención lúcida, responsable y compasiva sobre todo a la necesidad de afecto, ternura, amistad, estabilidad emocional, seguridad… a la que esas personas encuentran la respuesta más adecuada y plena en individuos de su mismo sexo.

En coherencia con la actuación de Jesús hacia los sectores más despreciados y excluidos, su Iglesia ha de valorar y defender más la propia conciencia de las personas homosexuales e invitarles con confianza a hacerse ellos mismos responsables de su propia vida. En el magisterio oficial, condicionado por un enfoque “moral objetivista”, no se recoge con suficiente claridad la enseñanza del Concilio Vaticano II que afirma que toda persona “tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado”. “Esa conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que este se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella (GS 16).

[Paolo Gamberini recuerda cómo el joven teólogo Joseph Ratzinger escribía como experto del Concilio que “se ha de obedecer a la propia conciencia, antes que toda otra cosa, incluso si es necesario, contra el requerimiento de la autoridad eclesiástica”. Parejas homosexuales. Vivir, sentir y pensar de los creyentes en Selecciones de Teología (2016) 216, 272-273].

Esta valoración y defensa de la propia conciencia de la persona homosexual es tanto más necesaria puesto que está expuesta permanentemente a ser juzgada, criticada, presionada o aconsejada por quienes viven desde una  condición heterosexual.

Una Palabra pronunciada por la Iglesia desde una preocupación real por no hacer todavía más dura la situación de las personas homosexuales de nuestros días, ha de eliminar ya de su lenguaje la consideración de la condición homosexual como “patología” (vitiata constitutio), atendiendo a la psiquiatría moderna más rigurosa.

Del mismo modo han de desaparecer del mensaje de una Iglesia de misericordia ambigüedades y silencios que provienen de una comprensión reduccionista e incorrecta de la sexualidad humana. No es admisible en la Iglesia de Jesús reducir la sexualidad a “genitalidad” para caer en una “moral biologicista” que olvida la importancia de la sexualidad para la autorrealización personal y como lenguaje y comunicación del amor. ¿Es justo que esta reducción lleve a presentar todo comportamiento homosexual como “intrinsecamente malo” y a considerar incluso la “misma inclinación como objetivamente desordenada”? ¿No es necesario revisar, completar y enriquecer este lenguaje desde una antropología más actualizada y desde un espíritu más evangélico?

lgtb_pagola-3-600x502Por otra parte, el magisterio oficial no puede quedar reducido a una condena objetiva sino que ha de tener una finalidad positiva. Si la Iglesia quiere anunciar la Buena Noticia de Jesús, habremos de esforzarnos mucho más en ofrecer a las personas homosexuales un proyecto humano y cristiano y unos cauces básicos para que, desde la aceptación e integración de su propia condición homosexual y orientados por su propia conciencia y un discernimiento responsable, puedan realizarse en su dimensión personal, interpersonal y social.

Así mismo en la Iglesia no podemos desatender la llamada de alerta que nos llega de hermanos y heramanas que acompañan a las personas homosexuales, comparten sus sufrimientos y las ayudan a superar sus dificultades personales y sus problemas de inadaptación social y eclesial. Esto es lo que dicen: la doctrina actual de la Iglesia, tal como es presentada, encierra el riesgo de llevar a algunas personas homosexuales a situaciones de crisis permanente, a la renuncia a toda relación humana profunda, al aislamiento, a la soledad y a la tendencia al autodesprecio. ¿Dónde, cuándo, cómo puede escuchar la Buena Noticia del Dios de la Misericordia la persona homosexual que se debate en la alternativa de iniciar una relación heterosexual forzada o de lo contrario aceptar una abstinencia de toda actividad sexual, a la que no se siente en absoluto llamada por Dios?

Por último, una cuestión decisiva. La reflexión moral sobre la homosexualidad se ha desarrollado sobre el presupuesto de que la sexualidad humana tiene como única finalidad la procreación. Desde esta concepción el comportamiento homosexual ha sido considerado contrario a la finalidad intrínseca de toda relación sexual. Sin embargo, desde hace algo más de cuarenta años, se va valorando cada vez más la aportación del Concilio Vaticano II sobre la doble finalidad del matrimonio: la procreación y la mutua comunión de amor (GS 50). Más en concreto, estos años se ha ido tomando conciencia de que la sexualidad humana no está orientada solo a la procreación ni se ha de reducir solo a la complementación genital, sino que está también orientada naturalmente a generar una relación amorosa auténtica (no de poder, dinero o sometimiento del otro…) sino de reciprocidad, responsabilidad, reconocimiento y cuidado mutuo.

Esta nueva perspectiva de la sexualidad humana, ¿no ha de tener repercusión alguna en la visión del amor homosexual? ¿No es esta una de esas cuestiones que, según el papa, la Iglesia ha de “seguir profundizando con libertad”? ¿No se está abriendo aquí una puerta más positiva y esperanzada para las personas homosexuales?

Es significativo que en la Relatio final del Sínodo Extraordinario del 2014 se decía que “sin negar las problemáticas morales relacionadas con las llamadas uniones homosexuales, se toma en consideración que hay casos en los que el apoyo mutuo, hasta el sacrificio, constituye un valioso soporte para la vida de las parejas” (Relación final n. 52). Esta puerta abierta tímidamente quedó enseguida cerrada por las corrientes más rigoristas de resistencia a Francisco. ¿Cuándo se volverá a abrir?

José Antonio Pagola
11/mayo/2016

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“Sin misericordia, con buena conciencia”, por José Mª Castillo

Sábado, 16 de enero de 2016
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FFFDe su blog Teología sin Censura:

“Somos millones los cristianos que, sin misericordia, dormimos tranquilos y con buena conciencia”

Es un hecho que ahora mismo hay en el mundo miles y millones de cristianos, que no tenemos la misericordia que nos pide el Evangelio y nos demanda el papa Francisco, como es igualmente un hecho que quienes vivimos sin la debida misericordia – ante tanta violencia y tanto sufrimiento (baste pensar en el angustioso problema de los refugiados) – dormimos cada noche tan tranquilos y con buena conciencia.

¿Cómo y por qué tranquilizamos (tanto y tan fácilmente) nuestra conciencia? Por supuesto, tenemos que recordar lo que comporta la fragilidad y la incoherencia que, de una manera o de otra, todos arrastramos. Pero a mí me parece que, en este asunto concreto, no queda todo explicado echando mano de nuestra incoherencia moral. No tenemos más misericordia porque no tenemos más generosidad. Esto es evidente.

Pero ocurre que, además de nuestra debilidad humana, tenemos una debilidad teológica que (a mi manera de ver) resulta decisiva en este asunto. ¿En qué consiste esta “debilidad teológica”? Lo digo en pocas palabras: el Dios de los evangelios no coincide con el Dios del apóstol Pablo. Se trata, en efecto, de dos “representaciones” de Dios, que son diferentes precisamente en este punto concreto de la misericordia.

En efecto, el Dios de los evangelios es el Dios que “quiere misericordia y no sacrificio” (Mt 9, 13; 12, 7; cf. Os 6, 6). Sin embargo, el Dios del que habla Pablo es el Dios de Abrahán (Gal 3, 16-21; Rom 4, 2-20). Ahora bien, esto significa que el Dios, que nos presenta Jesús, quiere sobre todo misericordia, no quiere sacrificio y muerte (en eso consisten los “sacrificios” rituales). Por el contrario, el Dios de Abrahán es el Dios que lo primero que impuso al patriarca bíblico fue sacrificar a su hijo Isaac en un altar (Gen 22, 1-2). Esto supuesto, el drama contradictorio, que vive y enseña la teología cristiana, consiste en que teneos que creer en el Dios de Jesús y en el Dios de Pablo (que es el Dios de Abrahán). ¿Y qué consecuencia se sigue de todo esto? Sin más remedio, se sigue la ambigüedad en que vivimos la teología y la espiritualidad que se nos enseña. Me refiero a la ambigüedad que consiste en que, para algunos, lo que importa es practicar sumisamente los sacrificios y los rituales que impone la religión. Mientras que para otros, lo primero es tener misericordia, buenas entrañas y solidaridad con los que sufren.

Sencillamente, el cristianismo de Pablo nos tranquiliza la conciencia, si cumplimos con la religión. Mientras que el cristianismo de Jesús solamente nos tranquiliza la conciencia, si damos la cara por los refugiados, los que pasan hambre, los enfermos, los que sufren. ¿Queda claro por qué somos tantos los cristianos que “sin misericordia vivimos con buena conciencia?

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“La fuerza de los rituales (II)”, por José Mª Castillo, teólogo

Martes, 18 de agosto de 2015
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el-rostro-de-dios1De su blog Teología sin Censura:

Lo primero, lo más elemental, en el problema planteado a propósito de los rituales religiosos, es tener muy claro que no es lo mismo hablar de Dios que hablar de la religión. Dios es el fin último que podemos buscar o anhelar los mortales. La religión es el medio por el que (y con el que) intentamos acercarnos a Dios o relacionarnos con él. Por tanto, Dios no es un elemento más, un componente más (entre otros) de la religión.

Por otra parte – si intentamos llegar al fondo del problema -, Dios y la religión no se pueden situar en el mismo plano. Ni pertenecen al mismo orden o ámbito de la realidad. Porque Dios es el Absoluto. Y el Absoluto es el Trascendente. Es decir, Dios se sitúa en el orden o ámbito de la “trascendencia”. Mientras que todo lo que no es Dios (incluida la religión) es siempre una realidad que se queda “aquí abajo, o sea en el ámbito de la “inmanencia”.

Todo esto quiere decir que “ser trascendente” significa “ser inabarcable” o “ser inconmensurable”. Es decir, Dios no está a nuestro alcance. Por tanto, Dios no es una realidad “cultural”. En tanto que la religión es siempre un producto de la cultura. Otra cosa es las “representaciones” que los humanos nos hacemos de Dios. Pero eso ya no es “Dios en Sí”, sino nuestra manera (culturalmente condicionada) de representarnos al Trascendente.

Hecha esta disquisición, que me parece indispensable, tocamos ya las cuestiones que nos interesan más directamente en esta reflexión. Ante todo, es importante saber que, en la larga historia y prehistoria de la religión, lo primero no fue el conocimiento y la experiencia de Dios, sino la práctica de rituales de sacrificio (así, por lo menos, desde E. O. Wilson, incluso ya antes Karl Meuli). De forma que abundan los paleontólogos que defienden que, desde el paleolítico superior, hay huellas claras de este tipo de prácticas rituales (W. Burkert, H. Kühn, P. W. Scmidt, A. Vorbichler).

Si bien hay quienes piensan que los rituales religiosos relacionados con la muerte se inician a partir del mesolítico (Ina Wunn). En todo caso, se acepta la convicción que ya propuso G. Van der Leeuw: “Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (K. Lorenz, W. Burkert). Lo que es comprensible, si tenemos en cuenta que Dios nos trasciende y no está a nuestro alcance, como lo están los rituales religiosos.

Así las cosas, es un hecho que los rituales religiosos, en sus más variadas formas, están más presentes en cada ser humano, ya desde la infancia, que la claridad y la profundidad en la relación con Dios. Dicho más claramente, creo que no es ninguna exageración afirmar que, tanto en los individuos como en la sociedad, están más presentes los rituales y sus observancias que Dios y sus exigencias.

O sea, en la vida de muchos (muchísimos) creyentes, están muy presentes los rituales religiosos y la observancia de los mismos. Mientras que la firmeza, la cercanía y la fiel escucha de Dios es un asunto que son también muchos (muchísimos) los creyentes que no tienen eso resuelto debidamente. Lo que lleva consigo, entre otras cosas, una consecuencia de enorme importancia. Una consecuencia que consiste en que, con demasiada frecuencia, en la conducta de muchas personas se divorcian la observancia de los ritos sagrados, por una parte, y la fidelidad a la honestidad, la honradez y la bondad ética, por otra parte.

Y entonces, nos encontramos con un hecho que lamentamos muchas veces. Me refiero al hecho de tantas personas que son fielmente observantes y religiosas, pero al mismo tiempo son personas que dejan mucho que desear en su conducta ética.

¿Cómo se explica esto? El comportamiento religioso consiste en la fidelidad a la observancia de los rituales sagrados. Pero ocurre que los ritos son acciones que, debido al rigor de la observancia de las normas, se constituyen en un fin en sí (G. Theissen, B. Lang, W. Turner). Y, entonces, lo que ocurre es que el fiel observante del ritual se tranquiliza en su conciencia, se siente en paz consigo mismo, se libera de posibles sentimientos de culpa o de miedos que adentran sus raíces en el inconsciente, al tiempo que la conducta ética, con sus incómodas exigencias queda desplazada.

Y el sujeto se siente en paz con su conciencia, con sus semejantes y con Dios. En lo que he intentado explicar aquí, radica (según creo) la clave para comprender el conflicto de Jesús con los hombres más religiosos y observantes de su tiempo. Es notable que, por lo que narran los relatos evangélicos, Jesús no tuvo enfrentamientos ni con los romanos, ni con los pecadores, los samaritanos, los extranjeros, etc. Los conflictos de Jesús se produjeron precisamente con los más fieles cumplidores de la religión: sumos sacerdotes, maestros de la Ley y fariseos.

¿Por qué precisamente con estas personas y no con los alejados de la religión y sus rituales? Jesús fue un hombre profundamente religioso. Pero Jesús vio el peligro que entraña la fiel observancia de los ritos de la religión. ¿Qué quiere decir esto? Jesús no rechazó el culto religioso. Lo que Jesús hizo fue desplazar el centro de la religión. Ese centro no está ni en el templo y sus ceremonias, ni en lo sagrado y sus rituales.

El centro de la experiencia religiosa, para Jesús, está en hacer lo que hizo el mismo Dios, que se “encarnó” en Jesús. Es decir, Dios se humanizó en Jesús. Dios está presente en cada ser humano, sea quien sea, piense como piense, viva como viva. Sólo reconociendo esta realidad sorprendente y viviéndola, como la vivió el propio Jesús, sólo así estaremos en el camino que nos lleva al centro mismo de la religiosidad que vivió y enseñó Jesús.

¿En qué consiste, entonces, el culto a Dios? La carta a los hebreos lo dice con tanta claridad como firmeza: “No os olvidéis de la solidaridad y de hacer el bien, que tales sacrificios son los que agradan a Dios” (Heb 13, 16). Que no es sino la fórmula tajante que plantea el autor de la carta de Santiago: “Religión pura y sin tacha a los ojos de Dios Padre, es ésta: mirar por los huérfanos y las viudas en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo (Heb 1, 27).

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La conciencia

Jueves, 9 de julio de 2015
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voeux14

“La conciencia es como un vaso,

si no está limpio

ensuciará todo lo que se eche en él”

*

(Horacio)

o

(Marcos 7, 1-20)

***

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“La era de las grandes trasformaciones”, por Leonardo Boff, ecólogo y escritor

Sábado, 13 de junio de 2015
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Vivimos en la era de las Grandes Trasformaciones. Entre tantas, destaco apenas dos: la primera en el campo de la economía y la segunda en el campo de la conciencia.

La primera en la economía: empezó a partir de 1834 cuando se consolidó la revolución industrial en Inglaterra. Consiste en el paso de una economía de mercado a una sociedad de mercado. El mercado ha existido siempre en la historia de la humanidad, pero nunca una sociedad solo de mercado. Esto quiere decir que la economía es lo que cuenta, todo lo demás debe servirla.

El mercado que predomina se rige por la competición y no por la cooperación. Lo que se busca es el beneficio económico individual o corporativo y no el bien común de toda una sociedad. Generalmente este beneficio se alcanza a costa de la devastación de la naturaleza y de la creación perversa de desigualdades sociales.

Se dice que el mercado debe ser libre y el estado es visto como su gran traba. La misión de este, en realidad, es ordenar con leyes y normas la sociedad, también el campo económico y coordinar la búsqueda del bien. La Gran Transformación postula un Estado mínimo, limitado prácticamente a los asuntos ligados a la infraestructura de la sociedad, al fisco y a la seguridad. Todo lo demás pertenece y es regulado por el mercado.

Todo puede ser llevado al mercado, como el agua potable, las semillas, los alimentos y hasta los órganos humanos. Esta mercantilización ha penetrado en todos los sectores de la sociedad: en la salud, la educación, el deporte, el mundo de las artes y del entretenimiento y hasta en los grupos importantes de las religiones y de las Iglesias con sus programas de TV y de radio.

Esta forma de organizar la sociedad únicamente en torno a los intereses económicos del mercado ha escindido a la humanidad de arriba abajo: se ha creado un foso enorme entre los pocos ricos y los muchos pobres. Predomina una perversa injusticia social.

Simultáneamente se ha creado también una inicua injusticia ecológica. En el afán de acumular han sido explotados de forma predatoria bienes y recursos de la naturaleza, sin ninguna limitación ni ningún respeto. Lo que se busca es un enriquecimiento cada vez mayor para consumir más intensamente.

Esta voracidad ha encontrado el límite de la propia Tierra. Esta ya no tiene todos los bienes y servicios suficientes y renovables. No es un baúl sin fondo. Tal hecho dificulta si no impide la reproducción del sistema productivista/capitalista. Es su crisis.

Esa Transformación, por su lógica interna, se está volviendo biocida, ecocida y geocida. La vida corre peligro y la Tierra puede no querernos más sobre ella, porque somos demasiado destructivos.

La segunda Gran Transformación se está dando en el campo de la conciencia. A medida que crecen los daños a la naturaleza que afectan a la calidad de vida, crece simultáneamente la conciencia de que tales daños se deben en un 90% a la actividad irresponsable e irracional de los seres humanos, más específicamente a la de aquellas élites de poder económico político, cultural y mediático que se constituyen en grandes corporaciones multilaterales y que han asumido los rumbos del mundo.

Tenemos que hacer con urgencia alguna cosa que interrumpa esta trayectoria hacia el precipicio. El primer estudio global sobre el estado de la Tierra se hizo en 1972 y reveló que la Tierra está enferma. La causa principal es el tipo de desarrollo que las sociedades han asumido, que acaba sobrepasando los límites de soportabilidad de la naturaleza y de la Tierra. Tenemos que producir, sí, para alimentar a la humanidad, pero de otra manera, respetando los ritmos de la naturaleza y sus límites, permitiendo que ella descanse y se rehaga. A eso se lo llamó desarrollo humano sostenible y no solamente crecimiento material, medido por el PIB.

En nombre de esta conciencia y de esta urgencia, surgió el principio responsabilidad (Hans Jonas), el principio cuidado (Boff y otros), el principio sostenibilidad (Informe Brundland), el principio cooperación (Heisenberg/Wilson/Swimme), el principio prevención/precaución (Carta de Río de Janeiro de 1992 de la ONU), el principio compasión (Schoppenhauer/Dalai Lama) y el principio Tierra (Lovelock y Evo Morales), entendida ésta como un superorganismo vivo, siempre apto para producir vida.

La reflexión ecológica se ha vuelto compleja. No se puede reducir solamente a la preservación del medio ambiente. La totalidad del sistema mundo está en juego. Así ha surgido una ecología ambiental que tiene como meta la calidad de vida; una ecología social que busca un modo de vida sostenible (producción, distribución, consumo y tratamiento de los residuos); una ecología mental que se propone criticar prejuicios y visiones del mundo hostiles a la vida y formular un nuevo diseño de civilización, a base de principios y valores para una nueva forma de habitar la Casa Común; y finalmente una ecología integral que se da cuenta de que la Tierra es parte de un universo en evolución y que debemos vivir en armonía con el Todo, uno, complejo y cargado de propósito. De esto resulta la paz.

Entonces se vuelve claro que la ecología más que una técnica de administración de bienes y servicios escasos es un arte, una nueva forma de relación con la naturaleza y con la Tierra.

Por todas partes del mundo han surgido movimientos, instituciones, organismos, ONGs, centros de investigación que se proponen cuidar la Tierra, especialmente los seres vivos.

Si la conciencia del cuidado y de nuestra responsabilidad colectiva por la Tierra y por nuestra civilización triunfa, seguramente tendremos futuro todavía.

Traducción de Mª José Gavito Milano

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“El perverso juego de la pederastia”, por Juan José Tamayo

Domingo, 21 de diciembre de 2014
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1-599x275Leído en la página web de Redes Cristianas

Poder sobre las almas, poder sobre las conciencias, poder sobre los cuerpos

No todas las llamadas telefónicas son ociosas e ineficaces. Hay algunas que logran sus objetivos y tienen efectos inmediatos. Los han tenido las que el papa Francisco hizo al joven profesor granadino que le escribió una carta informándole de los abusos sexuales que él y otras personas menores de edad sufrieron desde la infancia por parte de algunos sacerdotes y seglares. Francisco le llamó en dos ocasiones para pedirle perdón, mostrarle su apoyo, comprometerse a investigar el caso y decirle que lo pusiera en conocimiento del arzobispo de Granada, quien, a decir verdad, no mostró la misma diligencia que el papa, ya que tardó en responder a las llamadas del joven agredido sexualmente.

El arzobispo solo tomó medidas sancionadoras bajo la presión del papa, más solícito en la solidaridad con la persona herida y en el castigo del delito que el propio pastor diocesano. Es algo que viene repitiéndose últimamente. Los obispos encubren las agresiones sexuales de los clérigos y llegan a comprar el silencio de las víctimas y de sus familias con dinero. El papa, empero, toma la iniciativa de la denuncia y sanciona a los propios obispos retirándolos de sus funciones pastorales por la indignidad de su inmoral comportamiento.

Las llamadas de Francisco contrastan con el largo silencio de Juan Pablo II y del cardenal Ratzinger, durante su presidencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ante situaciones similares. Fue un silencio cómplice con los abusos sexuales producidos contra víctimas indefensas en numerosas instituciones eclesiásticas: parroquias, seminarios, noviciados, colegios, cometidos por cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, formadores religiosos, educadores, padres espirituales, y conocidos por la citada Congregación por las numerosas denuncias que llegaban hasta ella.

Esta, lejos de tramitar e investigar los casos denunciados y ponerlos en manos de la justicia, imponía silencio a las víctimas para que no trascendiera el escándalo de tamaña agresión, y, para disuadirlos de que revelaran o denunciaran las agresiones sexuales, los amenazaba con penas temporales y eternas, que generaban total indefensión e incluso culpabilidad en la persona objeto de los abusos. ¿Sanción para el pederasta? Hasta hace poco tiempo, ninguna. A lo sumo, el obispo ordenaba el cambio de destino pastoral al religioso pederasta sin informar a la nueva feligresía de la razón de dicho traslado. Así, el pederasta podía seguir cometiendo las agresiones sexuales con total impunidad.

La permisividad del delito, el silencio, la falta de castigo, el encubrimiento, la complicidad y la negativa a colaborar con la justicia convertían la pederastia no solo en una agresión sexual individual, sino en una práctica legitimada estructural e institucionalmente –al menos de manera indirecta- por la jerarquía eclesiástica en todos sus niveles en una cadena de ocultamiento que iban desde la más alta autoridad eclesiástica hasta el pederasta, pasando por los eslabones intermedios del poder religioso.

La raíz de tan abominable práctica se encuentra, a mi juicio, en la estructura patriarcal de la Iglesia católica y en la masculinidad hegemónica que convierte al varón en dueño y señor en todos los campos del ser y del quehacer de la institución eclesiástica: organizativo, doctrinal, moral, religioso-sacramental, sexual, etc. Y no cualquier varón, sino el clérigo -en sus diferentes grados: diácono, sacerdote, obispo, arzobispo, papa-, que es elevado a la categoría de persona sagrada.

La masculinidad sagrada se torna condición necesaria para ejercer el poder, todo el poder, todos los poderes. Lo domina y controla todo, absolutamente todo: el acceso a lo sagrado, la elaboración de la doctrina, la moral sexual, los puestos directivos, la representación institucional, la presencia en la esfera pública, el poder sagrado de perdonar los pecados, el milagro de convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, el triple poder de enseñar, de santificar y de gobernar.

Este poder empieza por el control de las almas, sigue con la manipulación de las conciencias y llega hasta la apropiación de los cuerpos en un juego perverso que, como demuestran los numerosos casos de pederastia, termina con frecuencia en las agresiones sexuales más degradantes para los que las cometen y más humillantes para quienes los que sufren. Se trata de un comportamiento diabólico programado con premeditación y alevosía, practicado con personas indefensas, a quienes se intimida, y ejercido desde una pretendida autoridad sagrada sobre las víctimas que se utiliza para cometer los delitos impunemente.

El poder sobre las almas es una de las principales funciones de los sacerdotes, si no la principal, como reflejan las expresiones “cura de almas”, pastor de almas”, etc., cuyo objetivo es conducir a las almas al cielo y garantizar su salvación, conforme a una concepción dualista del ser humano, que considera el alma la verdadera identidad del ser humano e inmortal. El poder sobre las almas lleva derechamente al control de las conciencias. Solo una conciencia limpia, pura, no contaminada con lo material, garantizaba la salvación. Por eso la misión del sacerdote es formar a sus feligreses en la recta conciencia que exige renunciar a la propia conciencia y someterse a los dictámenes morales de la Iglesia. Se llega así al grado máximo de alienación y de manipulación de la conciencia.

Pero aquí no termina todo. El final de este juego de controles es el poder sobre los cuerpos, que da lugar a los delitos de pederastia cometidos por clérigos y personas que se mueven en el entorno clérico-eclesiástico, que son el objeto de este artículo. Quienes ejercen el poder sobre las almas y sobre las conciencias se creen en el derecho de apropiarse también de los cuerpos y de usar y abusar de ellos. Es, es sin duda, la consecuencia más diabólica de la masculinidad sagrada hegemónica. Cuanto mayor es el poder de las almas y más tiránico el control de las conciencias, mayor es la tendencia a abusar de los cuerpos de las personas más vulnerables que caen bajo su influencia: personas crédulas, niños, niñas, adolescentes, jóvenes, personas discapacitadas, etc.

Y un efecto perverso más para intranquilizar las conciencias de las personas creyentes, e incluso de quienes no lo son, y para impedir el disfrute gozoso de la sexualidad: la masculinidad hegemónica se presenta como hetero-normativa y construye la homosexualidad: a) desde el punto de vista religioso, como pecado que debe ser condenado; b) desde el punto de vista jurídico como delito que debe ser castigado –y de hecho lo es en numerosos países hasta con la pena de muerte; c) y, desde el punto de vista médico-sanitario, como una enfermedad que hay que curar.

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Ansias de otro lugar, necesidades de aquí.

Jueves, 26 de junio de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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Así pues, lo que resuena en la conciencia del místico, este que en exilio “no puede parar de caminar y que con la certeza de lo que le falta, sabe de cada lugar y cada objeto, que no es esto, que no se puede residir aquí y contentarse con esto. ”

*

Michel de Certeau, en ” La fábula mística

***

 

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