Hace treinta y cinco años, llegaba a los cines de España Vestida de azul (1983), el primer documental patrio protagonizado por seis mujeres trans que se estrenaba en salas comerciales. Y, para sorpresa de sus responsables, se convirtió en un éxito de taquilla que amortizó muy bien los cuatro duros que había costado ponerlo en marcha. Esa cinta, pionera y de gran interés informativo, es el punto de partida del ensayo Vestidas de azul. Análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la Transición española (Dos Bigotes), donde la periodista Valeria Vegas analiza cómo los medios y el cine abordaban la transexualidad en una época hostil para un colectivo demasiado expuesto.
La escena inicial de esa atípica película ilustra muy bien la esencia de la trama: la reasignación de la marginalidad. En esa secuencia, un grupo de mujeres —entre las que se encuentran varias de las protagonistas— ejerce la prostitución en una calle de Madrid cuando un coche policial se presenta en el lugar para llevar a cabo una redada contra trabajadoras sexuales. La escena podía ser ficcionada, pero recreaba una situación nada extraña para las allí presentes, puesto que cualquier agente podía detenerlas en esa época amparándose en la entonces aún vigente ley sobre «peligrosidad social».
«Eran años donde el término travesti ni siquiera se veía confuso (salvo cuando el entrevistado era un médico), y se asumía erróneamente que englobase por igual al artista transformista que a las mujeres trans», explica a Dosmanzanas la autora. «Porque ‘travesti’ no se empleaba para los hombres trans. Ellos, afortunadamente, resultaban invisibles ante ese error descriptivo. Las protagonistas empleaban el término de la misma manera coloquial que lo hacía el resto de la sociedad».
A fin de cuentas, la información sobre el tema brillaba entonces por su ausencia en una España que jugaba, como podía o sabía, a ser moderna. Algo de lo que daban buena cuenta las protagonistas del bizarro documental, que en las conversaciones que mantienen entre ellas esbozan sus alegrías e ilusiones, pero también sus miserias y los motivos por los que, tan a menudo, se sentían despojos humanos. «El mundo, la sociedad y su entorno no cesaban en decirles que eran lo peor. Y ellas se lo acababan creyendo. Digamos que en aquella España aún no había calado el ‘I will survive’ de Gloria Gaynor. No había autoestima ni desde la cultura de masas», apunta Vegas.
La perra vida a la que estaban abocadas las minorías sexuales en esa época se cebó fuera de los focos con las seis protagonistas de la película. De hecho, cuatro de ellas (Eva, Loren, Tamara y Renée) fallecieron víctimas del sida, la drogodependencia o la exclusión social. Hoy día, solo sobreviven Nacha y Josette —a quien muchos daban por muerta hasta hace poco, y que en la película protagoniza un curioso reencuentro con quien entonces era su exmujer en la vida real— . «Josette vive en Madrid, nunca se sintió identificada como mujer trans y en los años noventa regresó a su identidad masculina. Nacha lleva una vida tranquila en Vigo», apunta Vegas.
La intención inicial de su director, Antonio Giménez-Rico, era la de hacer una película de ficción, pero el burgalés cambió de idea a medida que, en el proceso de documentación, se acercaba a la triste realidad de las mujeres trans de la época. Eso sí, tuvo claro desde el primer momento que no quería caer en el sensacionalismo ni los prejuicios. Y que tampoco pretendía juzgar ni moralizar a la sociedad.
El cineasta cuenta en el ensayo que, al principio, trató de buscar perfiles distintos, pero vio que aquello sería una misión casi imposible, dado que la inmensa mayoría de esas mujeres se veían obligadas entonces a dedicarse al mundo de la prostitución y el cabaré. Lo triste es que los empresarios de esas salas de fiesta con espectáculos de transformismo solían contratar a mujeres trans y travestis con el único fin de exhibirlas como fenómenos de feria. «Y ellas, por muy buena intención que tuviesen, sabían que esos matrimonios y público variado que acudían a verlas lo hacían desde el morbo”, explica la periodista. «No se les daba la oportunidad de progresar como vedettes, y otras muchas estaban en el espectáculo sin tan siquiera valer para ello. Era el camino paralelo a la prostitución. Otra vía de explotación al fin y al cabo. Cuando a finales de los ochenta acabó la moda de los cabarets, tuvieron que buscarse la vida».
Vestida de azul se llegó a presentar en el (aún entonces no competitivo) Festival de San Sebastián, pero se perdió en el tiempo. «Hoy en día es una película maldita que estuvo años sin distribución, y parece ser que hasta la copia de la Filmoteca está algo estropeada. ¡Siempre quedará el legado de ripear el VHS!», apostilla Vegas sobre una película que hoy día forma parte de la historia LGTB española.
Pero, además de celebrar la existencia de este documento audiovisual, la periodista explica en su libro las desalentadoras claves del tratamiento sensacionalista y transfóbico que se daba en los años de la Transición a las noticias protagonizadas por mujeres transexuales: «El tratamiento transfóbico en artículos y en el cine se veía de manera natural. Era un linchamiento asumido tanto a nivel público como individual, incluso en los años noventa. La conclusión a la que llegué es que los beneficios de la democracia sólo eran disfrutables para la sociedad imperante, dentro de esa mayoría hetero-cis. Las minorías asumían los aires de libertad con la resignación de no tener ciertos derechos».
«Ha mejorado, pero ha sido una evolución lenta y torpe», responde la valenciana cuando se le pregunta si cree que el tratamiento informativo de la realidad trans ha evolucionado como debería. «Casi podríamos decir que esa ética deontológica para el colectivo de personas trans no empieza a aplicarse hasta hace un lustro. Lo importante es saber de dónde venimos, por eso quise escribir este libro. El mañana ya depende de nosotros».
Fuente Dosmanzanas
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