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Jesús, el libre…

Domingo, 7 de abril de 2019
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“Jesús fue verdaderamente libre. Su libertad estaba arraigada en su conciencia espiritual de que era el hijo amado de Dios, Sabía, en lo profundo de su ser, que pertenecía a Dios antes de nacer, que había sido enviado para proclamar el amor de Dios y que retornaría a Dios después de haber cumplido su misión. Esto le dio la libertad de hablar y obrar sin tener que complacer al mundo y el poder de responder al sufrimiento de las gentes con el amor de Dios, que sana.

Por eso dice el Evangelio : ‘Toda la multitud buscaba tocarlo, porque de él salía una virtud que sanaba a todos (Lucas 6, 19).”
*
Henri Nouwen
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Jesus y la adultera

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:

“Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?”

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

– “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.”

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.

Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:

– “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?

Ella contestó:

– “Ninguno, Señor.”

Jesús dijo:

“Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”

*

Juan 8, 1-11

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El-derecho-a-la-libertad - copia

Quizás no hemos comprendido que Jesús se ha revelado al más lejano, al más despreciado. Jesús no pide a la samaritana, a la adúltera o al ladrón que se confiesen. Pero cuando les mira con ternura infinita se rinden.

Pero, en el fondo, ¿qué es el pecado?, ¿en qué consiste el mal? Donde vemos una injusticia, un pecado, quizás Dios descubra sólo un sufrimiento, un grito de socorro que él escucha. ¿Es esto misericordia? ¿Es éste el motivo de su venida a nuestro mundo? Cuando Dios se hace hombre, todo el mal del mundo cae sobre sus espaldas. Y él de este mal sabe sacar sólo amor, amor que manifestará hasta su último aliento de vida, hasta la última gota de sangre, hasta experimentar el mayor sufrimiento humano: la muerte.

Pero luego resucita: el amor es más fuerte que la muerte. El sufrimiento padecido por todos los humanos, desde el del más pequeño, el más frágil, el todavía no nacido, el niño que nunca crecerá, hasta el del criminal o el del santo, él lo ha rescatado en su propia piel, lo ha transformado en puro amor para la eternidad. Basta que le sigamos por el mismo camino. Se trata de aceptar, de acoger el sufrimiento tratando de impedir que se transforme en mal. En el otro sólo debo ver el sufrimiento que hay que superar con el amor. Jesús asumió el sufrimiento de la Magdalena. Este sufrimiento que ella, por ligereza, o por venganza, o por miedo a sufrir, dejó transformar en pecado […].

El que se ha equivocado mucho contra Cristo pero percibe que él ha asumido todo su sufrimiento, se convierte en loco de amor por Dios y no ve la hora de hacer por los demás lo que Jesús ha hecho con él. Los verdaderos convertidos no pueden menos de asemejarse a Cristo, uniéndose en su lucha contra el mal, convirtiéndose en otros tantos crucificados clavados por el sufrimiento de los otros hasta hacerlo resucitar en amor. El mundo habla de arrepentimiento, de penitencia… es sólo el amor el que arde.

*

E.-M. Cinquin,
Tufti contro, meno Dios. L’utopia di Betania,
Turín 1984, 49-52, passim.

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

“Todos necesitamos perdón”. 5 de Cuaresma – C ( Juan 8,1-11)

Domingo, 7 de abril de 2019
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cristo_y_la_mujer_adultera_de_domenico_morelli_museo_del_pradoSegún su costumbre, Jesús ha pasado la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Comienza el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a «proclamar la liberación de los cautivos… y a dar libertad a los oprimidos». Pronto se verá rodeado por un gentío que acude a la explanada del templo para escucharlo.

De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a «una mujer sorprendida en adulterio». No les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: «En la Ley de Moisés se manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?».

La situación es dramática: los fariseos están tensos, la mujer angustiada, la gente expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta hija suya?

Jesús, que está sentado, se inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Seguramente busca luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios.

Los acusadores solo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han de reconocerse pecadores. Todos necesitamos su perdón.

Como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice: «Aquel de vosotros que no tenga pecado, puede tirarle la primera piedra». ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a esa mujer, olvidando vuestros propios pecados y vuestra necesidad del perdón y de la misericordia de Dios?

Los acusadores se van retirando uno tras otro. Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá solemnemente: «Yo no he venido para juzgar al mundo sino para salvarlo».

El diálogo de Jesús con la mujer arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de Jesús. No se siente todavía liberada. Jesús le dice: «Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante no peques más».

Le ofrece su perdón, y, al mismo tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la responsabilidad, sino que exige conversión. Jesús sabe que «Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva».

José Antonio Pagola

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“El que esté libre de pecado que le tire la primera piedra” Domingo 07 de marzo de 2019. 5º de Cuaresma

Domingo, 7 de abril de 2019
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21-cuaresmaC5 cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 43, 16-21: Mirad que realizo algo nuevo y apagaré la sed de mi pueblo.
Salmo responsorial: 125: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Filipenses 3, 8-14: Por Cristo lo perdí todo, muriendo su misma muerte.
Juan 8, 1-11: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.

El texto del discípulo de Isaías es característico de su teología. Se lo ha llamado con frecuencia el “profeta del nuevo éxodo” (35,6; 41,18ss) y el texto que comentamos lo muestra claramente. Con la fórmula clásica del “enviado” (“así dice…”) comienza la unidad; como ocurre con mucha frecuencia Dios es presentado por lo que “hace”. La misma concluye en el v.21 ya que en v.22 comienza un nuevo oráculo de estilo muy diferente, con lo que el texto de la liturgia presenta claramente una unidad “redonda”. El estilo es hímnico, como se nota en los paralelismos (semejante a 40,22s; Sal 104,2ss; 136,5ss).

Es interesante que presenta una larga introducción (vv.16-17) sobre el pasado haciendo memoria de los acontecimientos del éxodo (Ex 13-14), pero con una serie de tiempos verbales que debemos tener presentes ya que se los dos primeros son participios (que traza, que hace salir), los dos segundos son imperfectos (se echarán, no se levantarán) y recién los dos últimos son imperfectos, y claramente pasados (se apagaron, se extinguieron), por lo que el marco principal es el presente que pone al lector “en medio” de los acontecimientos, con lo que recuerda a Israel que su fe no radica en los acontecimientos del pasado sino en Dios que “hace” esas cosas.

Lo llamativo es que después de toda esta introducción nos viene a decir en v. 18: “no se acuerden de las cosas pasadas” (no debe leerse como pregunta, como hacen algunas Biblias); las cosas “pasadas” son las del éxodo, como vemos en 41,22; 42,9; 43,9; 49,9; 48,3. ¿Por qué no recordar lo que acaba de poner en la memoria? La memoria (“¡recuerda!”) es fundamental en Israel (Sal 78), y por eso es importante la historia. Ciertamente porque lo que viene “es nuevo”, ya no estamos ante un río que se seca para que un pueblo pase, sino ante un desierto que se llena de agua para que el pueblo beba; lo nuevo es el camino en el desierto (35,8-10; 40,3-4), y el agua y la vegetación en ese lugar (35,6-7; 41,18-19). Es interesante recordar que el desierto es -para el tiempo del éxodo- un lugar terrible (“enorme y temible”, Dt 1,19; 8,15), allí Dios dio agua de la roca, y alimento del cielo; lo que ahora va a realizar —y realiza— es notablemente superior que hace empalidecer lo “antiguo”. Los acontecimientos que narra nos recuerdan lo que nos dice que no debemos recordar, y ahora en imperfecto: es algo que “se está haciendo”. Entre la doble referencia al agua en el desierto, aparece una extraña imagen: los que glorifican a Dios son los animales del desierto, no el pueblo (aunque estos parecen ocupar su lugar, como es frecuente, por ejemplo en los sacrificios, y se confirma en el relato con la doble referencia “mi pueblo, mi elegido”). Es este pueblo el que contará las alabanzas de Yavé (ver 43,10; 44,8), y es presentado como el pueblo que “me modelé”, con lo que regresamos a las imágenes de creación, muy frecuentes en el discípulo de Isaías (ver 43,1.7).

Lo que quiere destacar el autor es que no hay que quedarse en los acontecimientos del pasado por más maravillosos que hayan sido; quedarse en los acontecimientos y no en Dios es una forma sutil de idolatría, lo que hay que recordar es a Dios que es quien las hizo, hace y hará. El éxodo es el acontecimiento arquetípico y por eso es modelo de acontecimientos nuevos, no es algo en lo que Dios se ha estancado en el pasado. La “sola memoria” puede ser peligrosa, no puede ser un permanecer “estancados”, no tiene valor si no va acompañada de la esperanza, si no prepara futuro.

En la carta a los Filipenses vemos que lo que ha cambiado a Pablo dando un nuevo enfoque a su vida es el “conocimiento de Cristo Jesús”. Es cierto que otro “conocimiento” puede ser inútil o hasta perverso, pero si de conocimiento de Cristo se trata, ese llegará a su plenitud al final de los tiempos donde “conoceré, como soy conocido (por Dios)”, 1 Cor 13,12. Todo es “a causa de Cristo” (v.7). La esperanza judía en el mesías era ciertamente futura, pero Pablo es consciente que ya ha conocido. Sin embargo, todas las esperanzas de Israel, que tan bien quedan expresadas en Rom 9,4-5 no han “conocido” y han quedado al margen. Esto es, para Pablo, un motivo de gran dolor, como lo manifiesta especialmente (9,3). Pero para Pablo, todo lo que preparaba la llegada de Cristo, ya no tiene sentido, como el pedagogo (Gal 3,24-25) no tiene sentido una vez que el niño ha llegado a la escuela a la cual él lo llevaba. Es importante notar como Pablo empieza a poner los cimientos para una marcada separación entre Israel y la Iglesia, todo lo anterior, en comparación con Cristo es nada menos que estiércol.

El lenguaje que Pablo destaca es económico “pérdida – ganancia” pero sobre todo deportivo. Pablo pretende (notar la semejanza con el lenguaje de 1 Cor 13 que acabamos de mencionar): “ganar a Cristo y ser encontrado por él”. Las imágenes deportivas no son extrañas a Pablo (1 Cor 9,24-27; 2 Cor 4,8-9), y le sirven a Pablo como un ejemplo más para destacar algo que ya ha comenzado pero aún no ha concluido. Sin embargo, Pablo no pretende que las imágenes sean suficientes, él no corre con sus propias fuerzas, no espera llegar con su “justicia”, no lo ha alcanzado sino que fue él mismo alcanzado por Cristo . Aunque más “al pasar” que en Gálatas y Romanos, queda planteado el tema de la fe y las obras. Pablo sabe que colabora con la obra de Dios, pero sabe que no son sus fuerzas las que le permiten alcanzar la meta (notar esto tan característico de Pablo: conocer – ser conocido, ganar – ser hallado, alcanzar – ser alcanzado). La justificación -la meta- sólo puede venir de la iniciativa de Dios, no por la ley sino por la fe.

Como no conocemos el contexto de este relato del evangelio de Juan, que es un relato añadido, no sabemos las razones por las cuales a Jesús quieren “ponerle una trampa”. Pero dada la semejanza con los acontecimientos del final de la vida de Jesús, según nos cuentan los Sinópticos, podemos pensar que el drama ya se ha desencadenado y se pretende por todos los medios encontrar argumentos para un juicio que ya está decidido. En ese sentido, el texto es semejante al de la moneda del impuesto al César. Tampoco es fácil saber exactamente cuál es la trampa, pero parece ser ponerlo en la disyuntiva entre ser fiel a la ley de Moisés, y consentir en que la adúltera sea apedreada, con lo que su insistencia en la misericordia se revela “hipócrita”, o insistir en la misericordia con lo que se manifiesta como infiel a lo mandado por Moisés.

A Jesús no van a buscarlo porque confíen en su buen criterio o porque reconozcan autoridad a su palabra, o porque él pueda decidir la suerte de la mujer. En realidad, en este drama ni Jesús ni la mujer son importantes. Ambos son rechazados por los escribas y fariseos. Jesús, porque buscan atraparlo, la mujer porque es una simple excusa para ese objetivo. Por eso, porque su palabra en realidad no importa es que el Señor se inclina para escribir en tierra. Manifiesta su desinterés por la cuestión, como ellos también la manifiestan.

Somos tan prontos a juzgar y condenar, nosotros los hombres. ¡Es tan fácil en este caso! Nada menos que una adúltera, descubierta en plena infidelidad. Hay que aplicarle el rigor de la ley: ¡debe ser apedreada! De paso, veremos cuánto de fiel a la ley es Jesús. La actitud del Señor no parece ser muy atenta; casi, hasta parece indiferente … Juzgar y condenar, en nuestras actitudes, muchas veces van de la mano, se le parecen. Los hombres ya condenaron, falta que hable Jesús, para condenarlo también a él.

¿Sexo? ¡Horror! Para tantos, todavía sigue siendo el más grave y horroroso de los pecados. Es cierto que muchas veces nos hemos ido al otro extremo, y no hablamos ya del tema, pero cuántas veces nos encontramos con actitudes o comentarios que parecen que el único pecado existente es el pecado sexual. La envidia, la ambición, la falta de solidaridad, la injusticia, la soberbia, y tantos otros, parecen no existir en la “lista”. El sexo es “el” pecado. Esa es, también, la actitud de los acusadores de la mujer: fue descubierta en pleno pecado, ¡debe ser apedreada! “-Muy bien, el que no tenga pecado, tire la primera piedra“. Y, casualmente, los primeros en retirarse son los ancianos, los que ya no tienen “ese” pecado. Muchos pecados hay, no uno, pero nosotros juzgamos, ¡y hasta condenamos!

Sería casi sin sentido hacer una lista de todos los pecados de nuestro presente; sería sin sentido porque sería interminable: basta con leer casi cada página de los diarios… ¿Quién considera pecado sus opciones políticas que miran sus intereses y no lo que mejor beneficie la causa de los pobres? ¿Quién considera pecado su falta de solidaridad con los marginados de su mismo barrio o región? ¿Quién considera pecado su “no te entrometas“, o su falta de compromiso político para que los pecados desaparezcan?… Y, en esa misma línea: ¿quién no considera un pecado atroz y gravísimo a una madre soltera, o todo lo relacionado con el sexo?, ¿quién no considera verdaderamente intolerable toda cercanía siquiera con prostitutas…?

Este, que hoy leemos, fue el texto comentado por monseñor Romero en su célebre última homilía: “No encuentro figura más hermosa de Jesús salvando la dignidad humana, que este Jesús que no tiene pecado, frente a frente con una mujer adúltera… Fortaleza pero ternura: la dignidad humana ante todo… A Jesús no le importaban (los) detalles legalistas… Él ama, ha venido precisamente para salvar a los pecadores… convertirla es mucho mejor que apedrearla, ordenarla y salvarla es mucho mejor que condenarla… Las fuentes (del) pecado social (están) en el corazón del hombre… nadie quiere echarse la culpa y todos son responsables… de la ola de crímenes y violencia… la salvación comienza arrancando del pecado a cada hombre.” “–No peques más”. Leer más…

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Dom 7.4.19. Una sociedad patriarcal estructuralmente adúltera (Jn 8, 1-11)

Domingo, 7 de abril de 2019
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A02B3A9C-77EB-44D7-8695-18EDC7372A15Del blog de Xabier Pikaza:

Quien este libre de pecado (adulterio) que tire la primera piedra… y todos se fueron

El perdón de la adúltera, tarea pendiente de la Iglesia

El adulterio es con el homicidio (violencia social) y el robo (violencia económica) el pecado o problema más fuerte de la humanidad, tanto en las sociedades tradicionales, donde se lapida a las adúlteras (sharía musulmana, Antiguo Testamento) como en las “modernas”, donde un tipo de infidelidad personal (femenina o masculina) y de justicia destruya las relaciones humana.

De ese tema trata en forma sorprendente el evangelio de hoy que se vincula y distingue del “paralelo” de Daniel 13,  que condena a los malos jueces individuales, pero deja intacto el orden patriarcal adúltero de la sociedad. Por el contrario, Juan 8 condena a la sociedad patriarcal como adúltera,  en su conjunto, una sociedad judicial de varones-presbíteros-jueces que que condena y lapida a las mujeres a las que ella misma hace adúlteras.

Es un texto de varones justos (jueces) que se atreven a juzgar y condenar a una mujer, por considerar que ella es adúltera y que merece ser condenada, para que los hombres patriarcales (buenos esposos) puedan caminar tranquilos, sabiendo que sus mujeres no les engañan y que los hijos que engendran son “suyo”. Más que el adulterio concreto de una “pobre” mujer, al texto le importa el adulterio estructural de la sociedad.

           La mujer puede ser adúltera (en el caso de Jesús), pero adúlteros de fondo y hasta el fin son los otros, es decir, los malos jueces patriarcales que quieren condenarla a muerte a la mujer, pero que al fin (conforme al evangelio) deben reconocer su propia culpa…

  Leído así ese texto de Jn 8 (con su paralelo de Dan 13) constituye un espléndido espejo de nuestra realidad, revelación y condena de la hipocresía e injusticia social y afectiva de nuestro mundo patriarcal y judicial, antiguo y moderno. Ciertamente, es un texto de piedad y de misericordia personal, y así se ha leído en la Iglesia a lo largo de los siglos. Pero, al mismo tiempo, es un texto de dura justicia y de supra‒justicia, un texto escandaloso, socialmente desestabilizador, y gran parte de la Iglesia (y de la sociedad patriarcal) no ha sabido aún qué hacer con él, cómo aplicarlo y actualizarlo. Éste será el momento para empezar a hacerlo.

Y con ese fin queremos empezar leyendo el texto, para presentar después algunas anotaciones, comparándolo después  con el texto paralelo/antitético de Susana (Dan 13), y comentarlo finalmente de manera más extensa:

Texto: Juan 8, 1-11

5CAE925B-FCBB-45BD-B813-8394CA68DF74En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices? “Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.”

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.

Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?” Ella contestó: “Ninguno, Señor.” Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”

PREGUNTAS INICIALES

         Ésta y otras preguntas se pueden seguir planteando incluso en nuestra sociedad donde el adulterio de la mujer no está ya condenado a muerte. Para responder a ellas quiero evocar el texto paralelo de Dan 13 para pasar después a la escena del evangelio.

DANIEL Y SUSANA, EL TRIUNFO DE LA JUSTICIA

La historia de Susana (Dan 13) es una dura narración edificante, recogida por la tradición judía (sólo en griego: LXX) para expresar la sabia justicia de la ley, a través de Daniel. Suponemos conocido el texto, limitándonos a evocar sus rasgos principales:

– Susana es rica, bella, justa: signo de los auténticos judíos que reciben en el mundo la gracia y bendición (cf. Dan 13, 57).  Dios la prueba, pero ayudada por Daniel (=Juez justo o Juez de Dios), ella sale victoriosa.

– Los jueces (ancianos) perversos son los malos israelitas que con su autoridad oprimen al pueblo (cf. 13, 52-53; 56-67). Parecen al principio victoriosos, pero Daniel descubre su engaño y, según talión, son condenados .

Esta es una historia de justicia de ley. Hay un momento en que las cosas parecen cruzarse y confundirse: va a morir Susana, triunfan los impíos, se invierte y conculca al derecho de Dios sobre la tierra. Pero luego, respondiendo a la plegaria de la inocente (13, 42-44), interviene Dios y responde con su juicio. No hay perdón sino justicia: se cumple la ley con Susana, y goza la gente cuando la declaran inocente; se cumple la justicia con los jueces, que reciben el castigo que querían imponer sobre ella. No hay lugar para el perdón: la justicia del talión, al fin cumplida, es signo de Dios sobre la tierra.

Dentro de su aparente ingenuidad, el texto es hiriente. En el centro de la escena nos pone el cuerpo de una mujer desnuda, en medio de un parque convertido casi en paraíso (como en Gen 2). Sin duda, la mujer es inocente, pero, vista en perspectiva de varones ansiosos, ella puede parecer provocadora: signo del deseo que se abre en medio de la naturaleza que invita al deseo (en un parte, con agua…). Los dos jueces no saben resistir a la llamada de aquel cuerpo y se unen para poseerla, poniendo la ley de su deseo por encima de las leyes religiosas y/o sociales que deberían sancionar sus juicios.

La mujer está atrapada en una contradicción que parece insoluble: por el hecho de ser mujer y bella, cuerpo que se imagina desnudo en el parque, excita a los varones. Ella permanece fiel a la ley de un marido que permanece oculto (ley de Dios) y parece condenada a morir en manos del juicio perverso de este mundo.

– Los jueces representan la justicia pervertida de los varones violadores (de la sociedad patriarcal adúltera y lapidadora) sobre la mujer indefensa, la autoridad al servicio de los propios deseos. De esa forma reflejan el destino ordinario de mundo: la batalla de deseos y contra-deseos donde la fiel Susana, por bella y débil, parece condenada a violación y muerte.

La mayor parte de las historias no contadas de este mundo acaban ahí: Susana inocente sucumbe víctima del deseo de los violentos pervertidos. La riqueza y belleza (parque, agua, cuerpo joven) excitan y nublan la vista de los jueces de la tierra. Es difícil romper el círculo de sus  envidias y deseos. En esta especie de paraíso invertido (parque con agua y árboles, lugar de gozo bueno), los mismos jueces de Dios se vuelven tentación (diablo) y la vida acaba siendo escenario de mentira, violación y muerte.

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Dos conversiones distintas y parecidas. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo C.

Domingo, 7 de abril de 2019
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hipocresia-proxenetismo_image006Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:
 Los domingos anteriores han tratado el tema de la conversión con distintos enfoques: amenazando con un final trágico a los que no se conviertan, pero concediendo un año de plazo para evitar la desgracia (domingo 3º); acogiendo al hijo pródigo, que se convierte por puro egoísmo, pero que da una inmensa alegría al padre con su vuelta (domingo 4º). En este quinto domingo habla del mejor recurso para convertirse: el contacto con Jesús, como lo demuestran una adúltera y un fariseo radical y violento.

¿Qué hacemos con la adúltera?

El evangelio parte de un hecho concreto: una mujer sorprendida en adulterio. Se trata de un pecado condenado en todas las legislaciones antiguas y en el Decálogo. El problema que plantean a Jesús es qué hacer con la adúltera. Del tema ya se habían ocupado los legisladores antiguos. Recojo tres opiniones.

La ahogamos con el adúltero (Código de Hammurabi)

Es la respuesta del famoso Código de Hammurabi, rey de Babilonia muerto hacia 1750 a.C. En el párrafo 129 dictamina: “Si la esposa de un hombre es sorprendida acostada con otro varón, que los aten y los tiren al agua [al río Éufrates]; si el marido perdona a su esposa la vida, el rey perdonará también la vida a su súbdito.” Adviértase que la ley empieza por la mujer, pero los dos merecen la condena a muerte, aunque cabe la posibilidad de que el marido perdone.

La apedreamos (escribas y fariseos)

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?” Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

El apedreamiento es el procedimiento más frecuente en la Biblia para ejecutar a un culpable. Cosa lógica ya que en Israel no abunda el agua, como en Babilonia, y sí las piedras. Sin embargo, estos escribas y fariseos no habrían aprobado un examen de Biblia por dos motivos.

1) La Ley de Moisés, que usa a menudo el verbo “apedrear” para hablar de un castigo a muerte, nunca lo aplica al adulterio. El texto que podrían invocar sería este del Deuteronomio: “Si uno encuentra en un pueblo a una joven prometida a otro y se acuesta con ella, los sacarán a los dos a las puertas de la ciudad y los apedrearán hasta que mueran: a la muchacha porque dentro del pueblo no pidió socorro y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo” (Dt 22,23-24). Pero esta ley no habla de adulterio, sino de violación (aparentemente consentida) de una muchacha.

2) Si tienen tanto interés en cumplir la Ley de Moisés, al primero que deberían haber traído ante Jesús es al varón, ya que también a él lo han sorprendido en adulterio y por él comienza la ley (“Si uno encuentra a una joven…y se acuesta con ella”). Hay un caso en el que solo se habla de apedrear a la muchacha, pero tampoco se trata de adulterio, sino de la que ha perdido la virginidad mientras vivía con sus padres. Cuando se casa, su marido lo advierte y lo denuncia, si la denuncia es verdadera “sacarán a la joven a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa de su padre. (Dt 22,20-21).

¿Cómo puede un escriba, con tantos años de estudios bíblicos, cometer estos errores elementales? ¿Por ignorancia? ¿Por el deseo de interpretar la ley de la forma más rigurosa posible? ¿Para poner a Jesús en un aprieto y poder acusarlo, como dice Juan? Efectivamente, si la perdona, no cumple la ley; si dice que la apedreen, demuestra que no tiene esa compasión de la que tanto presume.

La perdonamos (Jesús)

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que no tiene pecado, que le tire la primera piedra.” E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?” Ella contestó: “Ninguno, Señor.” Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”

Jesús no precipita su respuesta. Le piden una opinión (“¿qué dices tú?”) pero se calla la boca y escribe en el suelo. Ellos insisten. Buscan lana y salen tranquilados. “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. El principal pecado de escribas y fariseos no es la ignorancia, ni el rigorismo, sino la hipocresía.

Cuando se retiran, solo quedan Jesús y la mujer, ella de pie en el centro. Un imagen de gran impacto, digna de la mejor película. Por suerte para la mujer, Jesús no es un confesor a la vieja usanza. No le pregunta cuántas veces ha cometido adulterio, con quién, dónde, cuándo. Se limita a dos preguntas breves (“¿dónde están?, ¿nadie te ha condenado?”) y a la absolución final: “Yo tampoco te condeno. Ve y en adelante no peques más”.

A veces se habla de la actitud de Jesús con los pecadores de forma muy ligera, como si los abrazase y aceptase su forma de vida. Pero a la mujer no le dice: “No te preocupes, no tiene importancia; ya sabes a quién tienes que acudir la próxima vez”. Lo que le dice es: “en adelante no peques más”. Se lo dice por su bien, no porque corra peligro de ser apedreada. A este caso, cambiando de género, se puede aplicar el proverbio bíblico: “El adúltero es hombre sin juicio, el violador se arruina a sí mismo” (Prov 6,32). Eso es lo que Jesús no quiere, que la mujer se arruine a sí misma.

El buen ejemplo de los escribas y fariseos

A pesar de su hipocresía y mala idea, hay que reconocerles algo bueno: se van retirando poco a poco, empezando por los más viejos. Hoy día, somos muchos los que conocemos la opinión de Jesús pero seguimos considerándonos buenos y no vacilamos en apedrear (más con palabras y juicios condenatorios que con piedras) a quien hemos elegido como víctima.

Nota: Un texto escandaloso

Este pasaje del evangelio es de los más desconcertantes para los especialistas. Forma parte del evangelio de Juan, pero falta en los mejores manuscritos, códices y leccionarios; otros lo trasladan al final del evangelio de Juan; y algunos lo traen en el evangelio de Lucas (después de 21,38s o de 24,53). Como si hubiese sido una hoja suelta que muchos dudaban de incluir y otros no sabían dónde meter.

No es raro que este pasaje provocase dificultades. Con el criterio “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” podrían verse libres desde los terroristas del Isis hasta los ladrones de guante blanco. Naturalmente, no es eso lo que pretende Jesús. Sus palabras finales a la mujer, “no peques más”, dejan claro que no defiende un mundo en el que cada cual hace lo que quiere.

La conversión del fariseo radical y violento (2ª lectura: Filipenses 3,8-14))

La lectura de Pablo a los Filipenses no cuenta su conversión, pero hace un balance de su vida antes y después de ella. Antes se gloriaba de ser israelita de pura cepa, de la tribu de Benjamín (¡ocho apellidos vascos!), circuncidado a los ocho días, estrictísimo en la observancia de la Ley, perseguidor de los cristianos. De todo estaba enormemente orgulloso hasta que descubrió a Cristo. A partir de ese momento, su vida cambia. Todo lo anterior lo considera basura. Él estaba obsesionado con salvarse, pero la Ley de Moisés no puede salvarlo, solo la fe en Cristo. Por eso, lo único importante es conocerlo cada vez mejor, compartir sus sufrimientos, resucitar con él. Pablo ve su vida como una extraña carrera. Ya le ha concedido el primer premio, pero debe seguir corriendo hacia la meta, sin mirar atrás.

La adúltera y el fariseo

A pesar de las diferencias, hay algo común a la conversión de estas dos personas: el contacto con Jesús. Lo cual supone una gran novedad con respecto al mensaje de los domingos anteriores. Ahora, lo que provoca la conversión no es el miedo, ni el hambre, sino la relación personal con el Señor. Relación a la que se llega por caminos muy diversos: en el caso de la adúltera, son sus enemigos quienes la llevan ante Jesús; en el caso de Pablo, es Jesús quien le sale al encuentro. Este encuentro personal con él es la única garantía de una conversión auténtica y duradera.

El éxodo antiguo y el nuevo (1ª lectura: Isaías 43,16-21)

La primera lectura sigue recordando momentos capitales de la Historia de la salvación: Abrahán, Moisés, Josué. Hoy se contraponen el éxodo de Egipto, con la gran victoria sobre el ejército del faraón, y el nuevo éxodo de Babilonia, en el que Dios protegerá a su pueblo durante la marcha por el desierto. El peligro de los israelitas es seguir soñando con lo antiguo. Y el profeta le dice: “no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo”. Curiosamente, coincide con lo que dice Pablo en la segunda lectura: “olvidándome de lo que queda atrás, me lanzo a lo que está por delante”.

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V Domingo de Cuaresma. 07 abril, 2019

Domingo, 7 de abril de 2019
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Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
“el que esté sin pecado, que tire la primera piedra”.
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo”

(Jn 8, 1-11)

Dime, Maestro: ¿qué escribías en el suelo? Siempre que vuelve este texto me lo pregunto… y algunas veces hasta me lo he contestado: palabras de perdón, de reconciliación, de comprensión… Pero hoy que aparece el texto me lo vuelvo a preguntar: ¿qué escribías en el suelo?, ¿qué escribes hoy en el suelo?, ¿qué palabras tienes para quienes me acusan, me persiguen, me entregan?

Sí, lo hacen conmigo, pero sobre todo con otras tantas personas, especialmente mujeres, en demasiados lugares de nuestro mundo. Hoy, ahora, una mujer está siendo acusada, vejada, puesta en evidencia…como lo fue la mujer sorprendida en adulterio en el Templo. Y me pregunto: ¿tendrá la mujer de hoy quien la defienda, quien la dignifique, quien escriba en el suelo de su historia palabras de liberación y de perdón?

Y me brota del corazón un deseo: ¡Hazme palabra, Jesús! Una palabra que Tú escribas hoy en nuestro suelo. Una palabra de consuelo. Una palabra de ánimo. Una palabra de lucha. Una palabra de dignidad. Una palabra de confrontación. Una palabra de perdón.

Haznos a todos “palabra”, como aquellas palabras que un día escribiste en el suelo del Templo. Palabras silenciosas que hicieron caer las piedras, los juicios y las condenas. Palabras escondidas que ablandaron corazones endurecidos y convirtieron la condena de la ley en el encuentro con el amor misericordioso. Palabras que rozaron el corazón herido de una mujer y le devolvieron la dignidad y la luz que necesitaba para caminar. Palabras que cambian el rumbo de la historia y la adentran por los senderos del Reino.

Oración

“Gracias, Trinidad Santa,
por escribir en el suelo de nuestro hoy
las letras suaves de tu amor y tu ternura para con nosotras.”

 

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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¿En nombre de qué Dios seguimos condenando?

Domingo, 7 de abril de 2019
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F713D2C2-CD60-4215-A3A7-1AB96050B308Jn 8,1-11

La principal característica de las tres lecturas de hoy es que nos invitan a mirar hacia adelante. Isaías, desde la opresión del destierro, promete algo nuevo para su pueblo. Pablo quiere olvidarse de lo que queda atrás y sigue corriendo hacia la meta. Jesús abre a la adúltera un horizonte de futuro que los fariseos estaban dispuesto a cercenar. El encuentro con el verdadero Dios nos empuja siempre hacia lo nuevo. En nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás. A Dios no le interesa para nada nuestro pasado. A mí debía interesarme, solo en cuanto me permite descubrir mis verdaderas posibilidades de futuro.

El texto que acabamos de leer, está en un contexto artificial. No se encuentra en ningún otro evangelista y, seguramente ha sido añadido al evangelio de Jn. No aparece en los textos griegos más antiguos y ninguno de los Santos Padres lo comenta. Está más de acuerdo con la manera de redactar de Lc; incluso aparece incorporado a este evangelio en algunos códices. Está garantizado que es un relato muy antiguo y su mensaje está muy de acuerdo con todos los evangelios, incluido el de Juan. Puede ser que la supresión y los cambios se deban a su mensaje de tolerancia, que se podía interpretar como laxitud o permisividad.

En el relato, se destaca de manera clara el “fariseísmo” de los letrados y fariseos, acusando a la mujer y creyéndose ellos puros. No aceptan las enseñanzas de Jesús, pero con ironía le llaman “Maestro”. El texto nos dice expresamente que le estaban tendiendo una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, perdería su fama de bondad e iría contra el poder civil, que desde el año treinta había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente. Como tantas veces, los jefes religiosos están buscando la manera de justificar la condena de Jesús.

Si los pescaron “in fraganti”, ¿dónde estaba el hombre? (La Ley mandaba matar a ambos). Se consideraba adulterio la relación de un hombre con una mujer casada, no con una soltera. Se trataba de un pecado contra la propiedad, porque la mujer se consideraba propiedad del marido. Cuando el marido era infiel a su mujer con una soltera, su mujer no tenía ningún derecho a sentirse ofendida. Hoy seguimos midiendo con distinto rasero la infidelidad del hombre y de la mujer. Qué pocas veces se tiene esto en cuenta.

No se trata, pues, de un pecado sexual sino de un pecado contra la propiedad privada. Llevamos dos milenios tergiversando los textos con la mayor naturalidad. Decimos “palabra de Dios” pero no tenemos empacho alguno a la hora de distorsionarla. La Biblia apenas habla de la sexualidad, no era para ellos un problema, no estaban obsesionados con el tema. La obsesión enfermiza que nos ha inoculado la Iglesia no tiene nada que ver con el mensaje de la Biblia. Ni el AT ni el NT hacen hincapié en un tema que nos ha traumatizado a todos.

Aparentemente Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o “privilegio” del testigo. De ese modo se quería implicar de una manera rotunda en la ejecución y evitar que se acusara a la ligera a personas inocentes. Tirar la primera piedra era responsabilizarse de la ejecución. Nos está diciendo que todos aquellos hombres acusaban, pero nadie quería hacerse responsable de la muerte de la mujer.

En contra de lo que nos repetirán hasta la saciedad durante estos días, Jesús perdona a la mujer antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón. Por el contrario, es el descubrimiento del amor incondicional lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. Tenemos aquí otro gran tema para la reflexión. El “perdón” por parte de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es Amor y está en mí.

Es incomprensible e inaceptable que después de veinte siglos, siga habiendo cristianos que se identifiquen con la postura de los fariseos. Sigue habiendo “buenos cristianos” que ponen el cumplimiento de la “Ley” por encima de las personas. La base y fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, para el Dios de Jesús, el valor primero es la persona de carne y hueso, no la institución ni la “Ley”. El PADRE estará siempre con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor. El Padre no puede dejar de considerar hijo a nadie.

La cercanía, que manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios a su medida, justiciero y distante. Para ellos, el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. La persona estaba sometida al imperio de la Ley. Por eso no tienen ningún reparo en sacrificar a la mujer en nombre de ese Dios inmisericorde. Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada. Todo tiene que estar al servicio del individuo.

Ni siquiera debemos estar mirando a lo negativo que ha habido en nosotros. El pecado es siempre cosa del pasado. No habría pecado ni arrepentimiento si no tuviéramos conciencia de que podemos hacer las cosas mejor. Con demasiada frecuencia la religión nos invita a revolver en nuestra propia mierda sin hacernos ver la posibilida­d de lo nuevo, que sigue estando ahí, a pesar de nuestros fallos. Dios es plenitud y nos está siempre atrayendo hacia Él. Esa plenitud, hacia la que tendemos, siempre estará más allá pero siempre alcanzable.

En la relación con el Dios de Jesús tampoco tiene cabida el miedo. El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. Miedo a no conseguir lo que deseamos, o miedo a perder lo que tenemos. Una y otra vez, Jesús repite en el evangelio: “no tengáis miedo”. El miedo paraliza nuestra vida espiritual, metiéndonos en un callejón sin salida. El descubrimiento del verdadero Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos con un ídolo, creado por nosotros y no con el verdadero Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos.

El evangelio nos descubre la posibilidad que tiene el ser humano de enfocar su vida de una manera distinta. La “buena noticia” consiste en que el amor de Dios es incondicional, no depende de nada ni de nadie. Dios no es un ser que ama sino el amor. Su esencia es amor y no puede dejar de amar sin destruirse. Nosotros seguimos empeñados en mantener la línea divisoria entre el bueno y el malo. Lo que hace Jesús es destruir esa línea divisoria. ¿Quién es el bueno y quién es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro? El fariseísmo sigue arraigado en nosotros.

Recordemos el evangelio del domingo pasado. La adúltera ha desplegado el hermano menor y se cree digna de condena. Los fariseos actúan desde el hermano mayor y se creen con derecho a condenar. Jesús está ya identificado con el Padre y unifica los tres. Tanto el menor como el mayor tienen que ser superados. Una vez más descubrimos que el menor está dispuesto a cambiar con más facilidad que el mayor. Seguimos empeñados en echar la culpa al otro, y en consecuencia, siempre será el otro el que tiene que cambiar.

Meditación

Quien condena no habla en nombre de Dios.
Si uno te ayuda a descubrir tus fallos,
te está ayudando a encontrar el camino de tu plenitud.
Si alguien te convence de que eres una mierda,
te está metiendo por un callejón sin salida.
Sea cual sea tu situación, siempre hay una salida.

Fray Marcos

 Fuente Fe Adulta

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Dirigirse al monte

Domingo, 7 de abril de 2019
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MOnte TaborCada vez que caminamos por la naturaleza recibimos mucho más de lo que buscamos” (John Muir)

7 de abril. Domingo V de Cuaresma.

Jn 8, 1-11

Jesús se dirigió al monte de los Olivos

La palabra monte, sinónimo de montaña se utiliza incontable número de veces en la Biblia. No solamente en el Antiguo Testamento sino también en el Nuevo.

Desde el Génesis 7:18, se menciona a los montes desde la creación. En Éxodo, 3:12 Dios le dijo a Moisés en la huida de Egipto: “Yo estaré contigo y ésta será la señal de que yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a Dios en este monte”.

Cristo fue tentando en un monte por el rey de la mentira: “De nuevo lo lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria” (Mt, 4:8). El milagro de la multiplicación de los panes se menciona que Jesús estaba en el monte sentado (Mt, 15,29): “Desde allí, Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó”. Y se sentó en libertad, porque él sabía ya que, como ha dicho el papa Francisco en la entrevista retransmitida por televisión el lunes pasado, “quien levanta un muro para evitar que los demás lleguen hasta él, termina prisionero del muro que levantó”.

La transfiguración de Jesús se llevó a cabo en el Monte Tabor (Mt 17, 1-2): “Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz”.

Y antes de su pasión subió a orar al Monte de los Olivos, “Jesús salió de la ciudad y, como de costumbre, se dirigió al monte de los Olivos, y sus discípulos lo siguieron”. (Lc. 22, 39)

La palabra monte tiene un significado muy relevante en la transmisión del mensaje de Dios y en la persona de Jesús, pues es una referencia muy significativa. Y no solo en nuestra Biblia. De Buda se ha dicho lo siguiente:

La Transfiguración sucedió dos veces en la vida de Buda, en una de ellas su cuerpo brilló tanto que, según se dijo de él: “los nuevos mantos dorados que estaba portando, parecían haber perdido su lustre”.

La similitud con el relato de Lucas es patente. Son mitos aplicados también a personajes de otras muchas religiones.

Pero bíblicamente las montañas no solo tenían la función de origen de mantener el ecosistema del planeta en este entonces. La montaña tenía un uso principal que vemos tanto en el antiguo testamento como en el nuevo: era un lugar de oración, de contacto con Dios, pudiéramos decir de revelación.

Las montañas representan a los reinos. En este caso, al reino de Dios donde Él mismo reveló su presencia, no solo a los que por designio de Él mismo había escogido para una misión particular como lo fueron los profetas, sino al mismo Jesús, quien infinidad de veces se separó de la muchedumbre para subir al monte a orar a buscar paz en su espíritu.

La frase de John Muir, que encabeza nuestro artículo, Cada vez que caminamos por la naturaleza recibimos mucho más de lo que buscamos”, nos sugiere que debemos orientar nuestra atención, a transfigurarnos a nosotros mismos, y también los otros y a la Naturaleza entera.

Yolanda Barry, es una mujer con alma de girasol, firme como su tallo, pero frágil como sus pétalos. En este Poema canta sus ansias de despertar y vivir. ¿Y porqué no de transfigurarse y ser feliz?

POEMA A LA MÚSICA

Embellece mi alma,
me calma, me alimenta,
me llena, me entretiene,
solo con oírla
me siento viva.

Mi música
me alegra, me aligera,
me olvido de mis penas,
me transforma, enamora.

Quiero vivir a ritmo
de los compases,
iluminar mi mundo
de luces centelleantes.

Solo quiero oír música,
sentirla al calor de mi cuerpo,
llenarme de estrellas relucientes
y bailar, bailar sin descansar.

Quiero bailar con su armonía,
cantar con sus lindos versos,
escribir mientras la escucho
y dormir…oyéndola en mis sueños.

Solo así viviría feliz,
llevándola en lo más hondo
de mi alma, llevándola
hasta mi último suspiro,
aún así…la quiero conmigo.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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La Ley de la nueva oportunidad

Domingo, 7 de abril de 2019
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La liturgia de este 5º Domingo de Cuaresma nos propone adentrarnos en este relato del Evangelio de Juan, tan profundamente importante para nuestra vida creyente. Hemos recorrido un camino presentado como una oportunidad para una nueva consciencia de nuestra posición ante la vida. Sin embargo, es recurrente el tema del “pecado” quizá porque se presenta como un gran obstáculo para vivir una fe más vital en detrimento de una fe más centrada en el “cumplimiento”. El asunto del “pecado” era casi una obsesión en el judaísmo. Podría decirse que marcaba la pertenencia o no al Pueblo y a su Religión. Juan nos presenta el caso de una “mujer pecadora” para mostrar una visión de Dios que dignifica y sostiene nuestra debilidad.

Los escribas y fariseos se relamían con el caso de esta mujer “pecadora”. Era muy evidente que había cometido un solemne pecado y además era mujer cuya condena por este acto era mucho más dura que para los varones. El desenlace desde su punto de vista estaba claro. Los escribas y fariseos no necesitan a Jesús para dictar sentencia. Acuden a él, una vez más, para ponerle a prueba. La situación en este texto no puede reflejar mejor la intención liberadora de Jesús, no sólo de la ley sino también de la situación de la mujer.

Se da una constelación de los personajes en este texto que merece la pena tener en cuenta para comprender el final de la historia. Jesús va al Templo, está sentado porque no fue a orar sino a enseñar.  Los fariseos y escribas llegan en clara oposición, ellos no enseñan, pero tienen el control de lo que se debe enseñar. Estos personajes son los que saben de la Ley, van en colectivo poseedor de la verdad a cuestionar a Jesús. Los miembros de este colectivo se van empoderando entre ellos y les une intentar poner en evidencia la situación de esta “pecadora”. La mujer es la transgresora de la Ley y es llevada por la fuerza para ser juzgada.  Ella está en el centro, es decir, el punto de desacuerdo es esa mujer que ha cometido adulterio. La descripción de los hechos por parte de los “maestros letrados” no puede ser más despreciativa. Parece ser que el cumplimiento obsesivo de la ley no les permitía humanizar su visión de las personas; lejos de esta intención, la degradan y no obtener palabras de Jesús les pone cada vez más nerviosos.

Jesús observa y no habla, no merece la pena entrar en una discusión en la que los interlocutores están en una nula disposición para el diálogo. Es verdad que piden opinión a Jesús pero con la intención de probarle para encontrar razones que les confirme su deslealtad al Judaísmo. El silencio de Jesús genera todavía más expectación. Escribe en el suelo las dos veces que los legalistas le preguntan directamente. El significado de este gesto de escribir en el suelo tiene muchas interpretaciones en las que no hay gran acuerdo. Quizá, cuando Jesús escribe en la tierra pretende superar la ley escrita en piedra por Moisés y, por coherencia con lo que ocurre después, está escribiendo una nueva ley basada en la destrucción del pecado, pero no del pecador(a).

Por fin habla Jesús y se posiciona. No intenta dar la razón a todos, toma posición por la mujer sin importarle lo que digan y arriesgando el rechazo de los oyentes.  Es parcial, entiende que hay que posicionarse con claridad porque es la única manera de resolver el conflicto.  Esta es la libertad de Jesús que le lleva a ser valiente y no quedarse en contentar a todo el mundo.  Sus palabras con autoridad rompen la escena y libera a la mujer de la carga del juicio introduciendo la nueva visión de Dios revelada en su actuación: el Dios de la miseri-cordia, es decir, el Dios que pone corazón en la miseria humana del orden que sea. No entender así al Dios de Jesús nos distancia mucho de la esencia del Evangelio.

La constelación de la escena inicial cambia. Se van de uno en uno, dice el texto; ese equipo de leguleyos basado en la Ley de Moisés se rompe; los más ancianos son los primeros en irse que representan la autoridad judía y la tradición más arraigada. Ahora es la relación personal la que va a marcar la nueva experiencia del Dios de Jesús. No se atreven a condenar porque Jesús les ha puesto delante de sus ojos y de su conciencia la cara B de la realidad humana, la dureza de las normas de la Ley mosaica en contraposición a la nueva ley del Amor.

Con la mujer sí habla, se sitúa en simetría con ella y la libera de una ley opresiva y androcéntrica, cruel y deshumanizada, para ampararla en la ley de la nueva oportunidad y de la incondicionalidad del amor cristiano. El pecado, en este nuevo escenario, no es una cuestión de humillación sino de humildad; la humillación degrada a la persona, la humildad la pone ante su verdad. Se trata, pues, de reconocer aquello que ha frustrado el proyecto de Dios, de haber negociado mal con los dones recibidos. Jesús no le pide nada a la mujer tan sólo que no peque más; no se nos pide nada más que estemos atentos para no anular nuestra dignidad y fortalecernos interiormente para que otros no nos la arrebaten.  Pero también podemos situarnos al otro lado del espejo y ser como ese colectivo que, con dureza, juzga y anula, desprecia desde la intolerancia y la insensibilidad. Recordemos, entonces, que “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” y el resultado será un corazón solidario y empático con la debilidad humana. Tal vez sería otro importante paso a dar en nuestra vida.

¡¡FELIZ DOMINGO!!

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Moralismo, fanatismo e inseguridad

Domingo, 7 de abril de 2019
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EA9B8258-A613-4191-9110-B0938AF97FCADomingo V de Cuaresma

7 abril 2019

Jn  8, 1-11

La escena –que no pertenecía originalmente al evangelio de Juan– remite a una pregunta muy frecuente en el trasfondo de los evangelios sinópticos: ¿qué es más importante: la norma o la persona? La ley judía, tal como indican quienes llevan a la mujer ante Jesús, exigía la muerte de los adúlteros: “Si uno comete adulterio con la mujer de su prójimo, los dos adúlteros son reos de muerte” (Lev 20,10); “Si sorprenden a uno acostado con la mujer de otro, han de morir los dos” (Deut 22,22). Aunque, en realidad, en una cultura tan machista como aquella, quien realmente moría era la mujer.

La religión reviste a la norma de un “manto sagrado” que pretende hacerla rígida e “intocable”, al ser presentada y considerada como expresión de la voluntad divina. La religión suele entender la norma como expresión de los “intereses de Dios” frente a los intereses del ser humano, dando como resultado un planteamiento en clave de rivalidad.

Por esa razón, la persona religiosa puede convertirse en fanática, arrogándose nada menos que la defensa de la voluntad divina. Así se explica la obcecación cruel de quienes, en nombre de la Ley, no dudan en apedrear a una mujer hasta la muerte.

Mientras la persona se halla identificada con ese modo de ver, no se cuestiona su actitud: aunque sea dar muerte a alguien, eso es lo que se debe hacer. Sin embargo, apenas tomamos un mínimo de distancia, empiezan los interrogantes: ¿Qué religión es esa en cuyo nombre se pueden matar personas y que no defiende al ser humano por encima de cualquier otro valor?

Se trata, sencillamente, de una religión que, al absolutizarse, se ha pervertido, proyectando un dios a imagen de los peores tiranos, autocráticos y vengativos.

Nos hallamos ante un riesgo que suele acechar a la persona religiosa…, mientras no desmonta sus ideas sobre Dios. Una prueba de ello es que este pasaje que comentamos fue omitido en la mayoría de los códices y a punto estuvo de perderse. La peripecia de este texto parece poner de relieve la tendencia humana a asegurar el cumplimiento de la norma, así como el miedo a admitir excepciones a la misma. No sería extraño que aquella comunidad primera hubiera tenido miedo de la actitud libre y perdonadora de Jesús, hasta el punto de silenciar (censurar) su novedad.

Detrás de tanto juicio y condena –como en el texto que leemos hoy–, parece que no hay sino una inseguridad radical, que se disfraza justamente de seguridad absoluta. La misma necesidad de tener razón y de creerse portadores de la verdad es indicio claro de una inseguridad de base que resulta insoportable. Por eso, el fanatismo no es sino inseguridad camuflada, del mismo modo que el afán de superioridad esconde un doloroso complejo de inferioridad, a veces revestido de “nobles” justificaciones

Ante esa situación, Jesús no entra en discusiones, ni en intentos de convencerlos de lo errado de su posición. Como si supiera que las polémicas, cuando hay inseguridad (aunque sea inconsciente), no hacen otra cosa sino que las personas todavía se amurallen más en sus posturas previas y busquen más “argumentos” para sostenerlas.

Precisamente porque conoce el corazón humano, acierta al decir: “El que esté sin pecado que le tire la primera piedra”. Ante estas palabras, que desnudan las etiquetas autocomplacientes de quienes se creían “justos”, todos se alejan. Nadie es mejor que nadie: ¿con qué derecho juzgamos, descalificamos y condenamos?

Pero la respuesta de Jesús no termina ahí. La suya es una palabra de denuncia para los censores, pero de perdón para la mujer. No hay condena: “ve en paz”.

¿Descubro en mi vida algún signo de intolerancia que nace de mi inseguridad?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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Yo no condeno

Domingo, 7 de abril de 2019
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88A8920D-52A7-40C9-BFCE-F41DBAB61B06Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. el evangelio: buena noticia.

         Al comienzo de la entrevista que J Èvole le hacía el pasado domingo al papa Francisco, éste, el papa decía: leed el evangelio.

         Leamos, pues, el evangelio que en el texto de hoy nos ofrece qué actitud tiene Jesús y el Dios de Jesús para con el pecador: Yo no condeno.

         Jesús no es doctrina, Él mismo es el evangelio:

+ (Los ministros y maestros del cristianismo) no os llamamos al cristianismo, sino más bien al Nuevo Ser, a JesuCristo … Cuando oigáis la llamada de Jesús, olvidad todas las doctrinas cristianas, olvidad vuestras propias convicciones y vuestras dudas particulares.[1]

  1. el poder de la ley –escribas y fariseos- contra Jesús

         El poder de la ley, escribas y fariseos, a por quien van no es tanto contra aquella mujer adúltera, sino contra Jesús. La mujer adúltera es una excusa para cargar contra Jesús: hombre libre y bondadoso.

  1. la lapidación.

         Según el AT el adulterio estaba condenado con la pena de muerte: la lapidación.

         La lapidación como el pelotón de fusilamiento son una forma de asesinato colectivo, ¿anónimo? Nadie es responsable, si bien todos somos responsables. Nos escondemos en la masa

+       Todos somos solidarios en el mal, en grado y modos diversos pero todos participamos en el pecado social: todos somos responsables de los que se ahogan en las pateras, desahucios, hambre en el mundo… Nos diluimos en la masa, en el pelotón de ejecución, en tirar “anónimamente” nuestra piedra.

  1. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.

Hace unos días recordaba el papa Francisco aquello que decía S Agustín del encuentro entre Jesús y la mujer adúltera: se quedaron solos Jesús y la mujer adúltera: la miseria y la misericordia.

¿Tengo experiencia de haberme quedado a solas en el fondo de mi ser con mis miserias con la Misericordia (Jesús)? Es una experiencia íntima honda y salvífica,

+       Jesús no se asusta ni se escandaliza de nuestro pecado. Esta mujer es pecadora. Pero al final, desde JesuCristo en el fondo de todo pecado y de todo mal, también en el fondo del adulterio y de la pederastia está el perdón y la misericordia, no el “chismorreo” (Francisco), ni los medios de comunicación.

+       Jesús no es un juez, ni fiscal. La sentencia cristiana al pecado es el perdón. El estilo cristiano no es “el que la hace, la paga”, “ni olvido ni perdono”.

+       Podría servir para un rato de oración las miradas de Jesús a la samaritana, a Magdalena, al Hijo pródigo, a Zaqueo, al joven rico, a la mujer adúltera, a Judas, a Pedro tras las negaciones, a María al pie de la cruz, al Discípulo Amado.

Jesús nos mira también a nosotros.

+       También yo tengo mi pecado en la vida. ¿Cuántos años tengo? Aquellos escribas y fariseos se fueron marchando comenzando por los más viejos (presbíteros).

+       Acusar, denunciar, delatar, condenar, chivatear no es una cualidad muy cristiana precisamente, ni tan siquiera humana. Lo cristiano y lo humano va más por la discreción, por el no ser un chismoso, el no airear cuestiones, defectos, pecados.

Algo de todo eso es el pudor: saber declinar discretamente la mirada y la palabra ante un pecado, ante una situación oscura, turbia, ante una enfermedad, etc.

+       Además, ¿qué sabemos nosotros de la vida, de los recorridos y sufrimientos de una persona, de una familia? ¿Quiénes somos para hablar, ni juzgar a nadie? Harto tenemos con mirarnos a nosotros mismos y pedir perdón por “lo nuestro”.

  1. Mujer. ¿Dónde están?

         Jesús llama a la adúltera: mujer. Es como Jesús llama a su madre en las bodas de Caná (Jn 2,4) y al pie de la cruz: Mujer, ahí tienes a tu hijo (Jn 19,26). Igualmente llama mujer a la samaritana, (Jn 4,21), y a Magdalena, (Jn 20,15).

Mujer es el nombre auténtico: fuente de la vida, madre de los vivientes.

+       En algún sentido podemos ser infieles, adúlteros, como esta mujer. Infidelidades hay muchas y de diversos tonos.

         ¿Vivo con la humildad de la adúltera o tengo siempre preparada la piedra para tirarla contra todo el que se pmga delante?

  1. Yo no te condeno.

         Jesús pronuncia su sentencia: yo no te condeno.

+       Dios sufre con nuestro mal. Dios no es un juez neutral. Quien peor lo pasa con nuestros fracasos es Dios.

+       Dios nos perdona y por eso nos arrepentimos (y no al revés). El perdón no es una conquista mía, sino un don de Dios. Cuando experimentamos el amor y el perdón de Dios, sentimos una crisis en nuestro interior, una agradecida “gozosa tristeza”.

+       ¿Qué sintieron aquella mujer, el rey David, el buen ladrón, Zaqueo, el hijo pródigo, el publicano?

+       El “vete” y no peques más tiene su sede no en mis fuerzas y voluntarismos, sino en la experiencia de la no condenación y del perdón.

+       Acoger el perdón con gozo, es el camino para que nosotros también perdonemos. Posiblemente cuando experimentamos el gozo del perdón, podremos perdonar.

JesuCristo no condena a nadie

[1] P. Tillich, Se Conmueven los Cimientos de la Tierra, 160.

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Recordatorio

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