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Miguel Ángel Mesa: Cuaresma 2021.

Martes, 2 de marzo de 2021
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1-misericordia-fanoDe su blog Otro mundo es posible:

El papa Francisco nos invita a celebrar la Cuaresma de este año, ofreciéndonos tres consejos para vivirla en profundidad: fe, esperanza y caridad, las tres virtudes teologales que hay que actualizar desde el mundo de hoy y su realidad compleja y sufriente, para no quedarnos en meras definiciones vacías de contenido.

La fe sirve, entre otras cosas, para “dejarnos alcanzar por la Palabra de Dios, que es Cristo, que nos lleva a la plenitud de la Vida”. Es decir, cualquier palabra que no nos conduzca a dejarnos interpelar por la vida, a descubrir la vida que se oculta en tantos sepulcros de nuestro mundo, a sembrar semillas de vida donde todo aparece como un desierto, a devolver vida en abundancia para quienes están desahuciados de la vida… no es la palabra auténtica del Dios de la Vida. Para las personas cristianas, este camino solo se recorre desde el seguimiento de Jesús, mediante la forma de ser felices que propuso en las bienaventuranzas, para concretar el ideal de ese otro mundo posible, donde la fraternidad y la justicia se hagan realidad en nuestra sociedad y nuestro mundo.

La esperanza “como agua viva que nos permite continuar nuestro camino, estando más atentos a decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan; la esperanza como inspiración y luz interior, porque somos testigos del tiempo nuevo, en el que Dios hace nuevas todas las cosas”. Esa esperanza que nace de una promesa que hay que renovar día a día, porque debemos pintar cada amanecer con los colores de la ilusión y la sonrisa, porque tenemos que comprometernos para que la esperanza no sea un van anhelo, porque una vida sin esperanza es como una rosa sin agua, que se va marchitando hasta que se seca y sus pétalos caen a tierra agostados. La esperanza es una mirada limpia, un abrazo sincero, un horizonte al que se llega juntos, paso a paso.

La caridad “es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión. A partir del amor social es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, cuidando a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia”. La solidaridad, la acogida, la com-pasión, la miseri-cordia profunda, la fraternidad… serían algunos de los viejos y nuevos nombres para denominar a la caridad. Porque no hay amor verdadero si no se concreta en la realidad que nos rodea, si no se celebra y se brinda la alegría de los demás, si no se acompaña y se comparten las lágrimas del otro en silencio para enjugarlas, si no nos comprometemos para evitar tanto sufrimiento, soledad impuesta, opresión e injusticias… Si no es así, el amor, la caridad bien entendida, será una falsedad y un autoengaño.

Por lo tanto, siguen vigentes la fe, la esperanza y la caridad. Pero entendidas al modo que Jesús las vivió. Como estamos llamados a vivirlas nosotros y nosotras en esta Cuaresma, en la que debemos, en estos tiempos de cruel pandemia, contagiar los virus sanadores de la confianza, la ilusión, la ternura, la empatía y la resiliencia, por un mundo más humano, fraterno, mejor.

Miguel Ángel MesaReligión Digital

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Relente

Martes, 19 de enero de 2021
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Del blog Nova Bella:

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“Relente de la noche,

no helaste mi esperanza,

porque no era mía

ni va a serlo.

Me la prestan”.

*

José Jimenez Lozano

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La esperanza cristiana

Lunes, 21 de diciembre de 2020
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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La espera de la venida de Cristo al final de los tiempos no hace de los cristianos unos holgazanes que duermen el sueño beatífico de la evasión, sino que hace de ellos los seres más activos y operantes de la construcción del mundo. De aquí la exhortación primordial de Jesús: Velen. ¡Cuidado con el sueño religioso!

 La esperanza cristiana está reñida con los cálculos. Los cálculos hay que hacerlos fatigosamente con todos los demás seres humanos. El Espíritu Santo no ha garantizado a la Iglesia ninguna ciencia infusa, sobre todo la economía, la sociología o la política. Sólo le ha garantizado la fe y la esperanza, sin más soporte que la promesa de Dios.

La esperanza cristiana sobrenada por encima de todas las tragedias humanas. Los cristianos deberían saber interpretar los momentos más negros de la historia como signos de liberación. Y tras esta interpretación optimista, deberían buscar afanosamente la manera concreta de insertarse en el que resulte ser el más eficaz y honesto proceso de liberación humana.

Las promesas mesiánicas se cumplirán; se van cumpliendo a través de nuestro compromiso temporal: luchamos paciente y esperanzadamente para que toda justicia sea implantada. Y un primer paso es solidarizarse con los sufrimientos de los que son víctimas de la injusticia, unirnos a sus reclamos

*

(Misal de la comunidad)

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María y Jesús son la antítesis de Eva y Adán en la historia

Martes, 8 de diciembre de 2020
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Por un tipo de humanidad, Adán y Eva, surgió el pecado en la historia. En el origen de la vida del ser humano hay situaciones de pecado. Pensemos en los hijos que nacen después de una guerra, pensemos que en el origen de la vida de un niño hijo de drogadictos, hay una situación más que difícil, etc…

Por otro tipo de humanidad: María y Cristo, sobreabundó la gracia y el bien, dice San Pablo. María es la antítesis de Eva, como Jesús lo es de Adán

  1. Inmaculada.

         Celebramos hoy la fiesta de María Inmaculada.

Quizás el pecado original haya que entenderlo no como una mancha que se nos transmite por generación. Menos todavía -como se pensó durante siglos- que el pecado original se nos comunica por la generación sexual, sino más bien se podría pensar que: cuando en la escala de la evolución se llega a una cota de inteligencia y de libertad (hominización), surge el mal.

El mal existe desde el comienzo, (pecado original). El pecado existe y existirá siempre donde esté el ser humano por aquello de que la inteligencia y la libertad son capacidades muy hermosas, al mismo tiempo que muy difíciles de “controlar”. Adán y Eva, sean quienes fueren los primeros humanos, hicieron el mal, pecaron. Adán y Eva es -somos- la humanidad bajo el signo del mal.

 Por un tipo de humanidad, Adán y Eva, surgió el pecado en la historia. En el origen de la vida del ser humano hay situaciones de pecado. Pensemos en los hijos que nacen después de una guerra, pensemos que en el origen de la vida de un niño hijo de drogadictos, hay una situación más que difícil, etc…

Por otro tipo de humanidad: María y Cristo, sobreabundó la gracia y el bien, dice San Pablo. María es la antítesis de Eva, como Jesús lo es de Adán. A pesar de los pesares: odios, pecado, muerte, estamos en una historia de gracia y salvación:

Si bien es cierto que el recuerdo de María, llena de gracia y madre del Señor, está presente en la Iglesia desde el comienzo (Pentecostés), Éfeso (año 431), fue el concilio que proclamó a María como madre de Dios (theo-tokos), etc., la explicitación formal del dogma de la Inmaculada la hizo el papa Pío IX en 1854. María fue llena de la gracia, del amor de Dios. Y por eso no hubo pecado en su vida.

María entregó su vida y su persona, su libertad al designio salvífico de Dios.

La madre es siempre memoria de la vida. En nuestra vida personal y familiar, la madre es la fuente de la vida, es la referencia fundamental. María es memoria del Señor. Recordar a la Virgen nos hace bien, porque a su vez nos recuerda a JesuCristo. Dios te salve, María, llena de gracia.

  1. María, esperanza de la humanidad.

La Inmaculada es la Virgen de Adviento, de la esperanza.

En estos tiempos de noche oscura, provocada por la pandemia, por las ideologías egoístas e injustas, que impiden al hombre aspirar a la plenitud de vida, María Inmaculada es madre de la esperanza del ser humano, del pueblo.

Todas las grandes promesas en la Biblia pasan por una mujer: la historia, mal que bien, se abre con la mujer, Eva (y Adán); sigue con la mujer Sara, Débora, Ana, Judit, Esther, Isabel, María…y -de modo apocalíptico- la historia humana termina con la mujer (María) coronada de estrellas, en lucha con el dragón, que concentra todo el poder del infierno y del mundo, que termina siendo vencido.

Así, la Inmaculada quiere decir que el mal, el pecado en sus raíces más profundas, puede ser vencido. La Inmaculada significa que la historia se encamina hacia la plenitud de vida y que podemos esperar “un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia”.

  1. María, orgullo de nuestra raza.

         Tal vez la expresión, “orgullo e nuestra raza”, resulte un poco anacrónica, pero en el fondo quiere decir que podemos estar felices de que una mujer es orgullo de la humanidad.

María, una muchacha del pueblo, escucha al mensajero de Dios y, desde su pequeñez y fragilidad, se atreve a creer que para Dios no hay nada imposible. María se fía de Dios y acoge el mensaje de Dios. Así se realizará la Encarnación. “Encarnarse” significa que Dios asume la condición humana, comparte nuestra pobreza y acepta nuestra miseria para elevarnos a nosotros a compartir su misma vida.

Gracias al “sí” de María, una muchacha de una aldea ignorada, Nazaret, ocurre la encarnación de Dios en la historia y se cumple el gran proyecto salvador de Dios. María es como la nueva Eva, de ahí la expresión: “madre de los vivientes”. Por todo esto, la gracia de ser inmaculada más que un don personal exclusivo es un don a toda la humanidad a la que pertenece. María, estrella de esperanza para nuestro mundo y orgullo de nuestra raza.

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Esperar

Domingo, 8 de noviembre de 2020
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ELLA VENDRÁ

Ya la acogí, en las sombras, muchas veces
y la temí rondándome, callada.
No era el vino nupcial, eran sus heces;
era el miedo al amor, más que la amada.

Pero sé que vendrá. Confío en ella,
amada fiel de todos y maldita.
No hay modo de escapar a su querella.
Sin hora y sin lugar, ella es la cita.

Vendrá. Saldrá de mí. La llevo dentro
desde que soy. Y voy hacia su encuentro
con todo el peso de mis años vivos.

Pero vendrá… para pasar de largo.
Y en la centella de su beso amargo
vendremos Dios y yo definitivos.

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la Espera
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

***

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

“Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz:

“¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!”

Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas:

“Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas.”

Pero las sensatas contestaron:

“Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis.”

Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo:

“Señor, señor, ábrenos.”

Pero él respondió:

-“Os lo aseguro: no os conozco.” Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.”

*

Mateo 25,1-13

***

Lo realmente triste no es cuando, al anochecer, regresas y no tienes a nadie que te espere en casa, sino cuando tu no esperas nada de la vida […]. Esperar, esto es, experimentar el gozo de vivir.

Dicen que la santidad de una persona se mide según el espesor de su espera. Quizás sea verdad. Si es así, hay que concluir que Maria es la más santa de las criaturas, porque toda su vida aparece marcada por el gozo de quien espera […]. Santa María, virgen de la esperanza, danos de tu aceite, que nuestras lámparas se apagan. Mira: se han agotado las reservas. No nos mandes a otros vendedores. Reaviva en nuestras almas el antiguo ardor que nos quemaba por dentro, cuando bastaba una pequeñez para rebosar de alegría: la llegada de un amigo lejano, el rojo atardecer después de una tormenta, la caída de las hojas anunciando el regreso del invierno, los repiques de campanas en los días de fiesta, el vuelo raso de las golondrinas en primavera, el acre olor emanado de los lagares, el canturreo de las cantinelas otoñales, el encorvarse tierno y cadencioso del regazo materno, el perfume del espliego al preparar la cuna.

Si hoy no sabemos esperar es porque estamos escasos de esperanza. Se han desecado las fuentes. Sufrimos una profunda sequía de deseos. Y, satisfechos con los miles de sucedáneos que nos asedian, ya no esperamos nada de las promesas selladas con la sangre del Dios de la alianza […]. Santa Maria, virgen de la esperanza, danos un alma vigilante. Cercanos a los umbrales del tercer milenio, nos sentimos, lamentablemente, mas hijos del crepúsculo que profetas de la claridad que llega. Centinela del mañana, despierta en nuestro corazón la pasión por los jóvenes anuncios para transmitirlos al mundo, que se siente ya viejo. Entréganos el arpa y la citara, y contigo madrugaremos para despertar la aurora. Frente a los cambios que sacuden la Historia, haz que experimentemos de nuevo los estremecimientos primeros, Haznos comprender que no basto con acoger: es necesario esperar. Acoger es, a veces, Señal de resignación. Esperar es, siempre, signo de esperanza. Haznos, por tanto, ministros de la espera. Y el Señor que viene, Virgen del adviento, nos sorprenda, también junto a tu materna complicidad, con la lámpara en la mano.

*

A. Bello,
María, Señora de nuestros días,
San Pablo, Madrid 1996.

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Maestro del amor.

Domingo, 8 de noviembre de 2020
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jesus-at-the-door-39617-printSi hay música en tu alma, se escuchará en todo el universo (Lara Chow)

12 de noviembre, domingo XXXII del TO

Mt 25, 1-13

Como el novio tardaba, les entró el sueño y se durmieron

La interpretación habitual de los dichos y hechos del Jesús evangélico ha sido hecha por la Iglesia tradicional jerárquica a modo de Bolero de Ravel: literalidad repetitiva induciendo a los oyentes hasta el sueño. Y así el pueblo fiel quedó narcotizado durante siglos.

Pero hoy, las vírgenes prudentes han provisto sus lámparas de aceite y entraron con el novio al banquete. Petrushka, de Stravinski, es un paradigma más significativo para nuestros tiempos. Los espectadores se perderán la función si no prestan especial atención a cada compás de la obra. Han de pensar por sí mismos, y hacer una interpretación de los mencionados dichos y hechos a la luz de su realidad personal y social presente. Así, las puertas que dan acceso al banquete del Reino estarán abiertas siempre para todos.

Quienes actúan de este modo son, como se dice de la mirada del poeta Marcos Ana en el retrato que le hizo José Mª Párraga: “Parece atravesar la frontera del lienzo como si fuera una ventana al futuro”.

En una entrevista a la cantante y compositora belga Lara Chow (1970) ésta dijo en una ocasión a un periodista: “Si hay música en tu alma, se escuchará en todo el universo”, a lo que el entrevistador comentó: “Una alegría, una felicidad que puede ser transmitida al resto del mundo. Yo lo entiendo así, y más o menos, es el pensamiento que yo tengo de Mi Mundo. Toda la felicidad, toda la luz que puedas tener dentro de ti, es contagiosa, se la puedes transmitir a los demás. Sobre todo a esos seres que están faltos de luz, que se sienten solos y oscuros”.

En la película Un sueño posible (2009), del director americano John Lee Hancock el protagonista Granper le dice a Leigh Anne: “Lo que haces me parece fantástico: abrirle tus puertas a ese chico. Cielos, le estás cambiando la vida”. A lo que ésta le responde: “No, él está cambiando la mía”.

Cuando el alma está sedienta del Señor, como canta el Salmo 62, y quienes buscan la sabiduría la encuentran (Sab 6, 12), las vírgenes prudentes, a pesar de haberles entrado el sueño y dormirse (Mt 25, 5), al llegar el novio las despierta y las sienta en la mesa del Reino.

Una lección del Maestro del Amor que, como pelícano amoroso enseña a los hombres su camino. Y al que toda la cristiandad podría aplicar como propias las palabras que Alma escribió de su marido, Mahler, en su diario: “Es el único hombre que puede dar sentido a mi vida, porque supera a todos los que he conocido hasta ahora”.

EL PELÍCANO

“Pie pellicane, Iesu Domine”,
cantó Tomás en uno de sus himnos.
Superas a los hombres
en tu gesto amoroso hacia los hijos;
eres como el pintor que tiñe el lienzo
de tu seno nevado en rojo vivo.

Señor Jesús, pelícano amoroso,
-los dos humanos, y los dos divinos-
eleva a los altares sus heridas
y enseñad a los hombres su camino.

(Naturalia. Los sueños de las criaturas. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Esperando activamente

Martes, 3 de noviembre de 2020
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Del blog de Henri Nouwen:

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 Esperando, como lo vemos en las personas en la historia de Navidad en el evangelio de Lucas; espera con un sentido de promesa. Los que estaban, cada uno había recibido una promesa que les dio valor y les permitió esperar. Recibieron algo que estaba funcionando en ellos, una semilla que había comenzado a crecer. Esto es muy importante para nosotros porque también podemos esperar, solo si lo que estamos esperando ya ha comenzado para nosotros. Esperar nunca es un movimiento de la nada a algo. Siempre es un movimiento de algo a algo más.

Zacarías, Isabel, María, Simeón, y Anna vivían con una promesa. Fue una promesa que nutrió, que les dio de comer, y les permitió quedarse donde estaban. Porque ellos esperaban, la promesa podría desarrollarse gradualmente y realizarse dentro de ellos y a través de ellos. Estuvieron presentes en el momento. ¿Por qué podían oír al ángel?. Estaban alertas, atentos a la voz que les habló y les dijo: “No tengan miedo. Algo te está pasando. Presta atención.”

Estaban llenos de esperanza. Su esperanza fue algo muy diferente. Su esperanza era confiar en que llegaría el cumplimiento, pero el cumplimiento de acuerdo con las promesas de Dios y no solo de acuerdo con sus deseos. La esperanza siempre tiene un final abierto.

*

Henri Nouwen

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La muerte está vencida

Lunes, 2 de noviembre de 2020
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Del blog ya desaparecido À Corps… À Coeur:

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¡Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios  bellos jardines de esperanza! “

*

Père Pierre Trevet

*

¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.

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” Y del cielo, ¿qué?”, por Carlos Osma

Jueves, 27 de agosto de 2020
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cieloDe su blog Homoprotestantes:

Hace un par de semanas me preguntaron en el programa “El Té caliente” cómo entendía yo la trascendencia. El pastor John Miranda explicó que había recibido críticas sobre los mensajes de salvación centrados exclusivamente en el aquí y el ahora por ser semejantes a los que realiza cualquier ONG. Desde ese día sigo dando vueltas a esa pregunta, y me han surgido algunas más: ¿Al hablar de salvacion hemos de escoger entre trascendencia o inmanencia? ¿Olvidamos la trascendencia para que nuestro discurso sea más aceptable? ¿Nos centramos en el aquí y el ahora por falta de fe? ¿Se puede hablar de cristianismo cuando no hay esperanza de resurrección?

Algunos podrían pensar que las maricas no hablamos sobre trascendencia porque para nosotras la trascendencia es el infierno. Y por eso nos centramos en la inmanencia, en lo carnal, lo momentáneo y efímero, que es nuestro lugar natural. Nosotras no trascendemos, nuestros cuerpos queer habitados por la depravación, se aferran a lo terrenal. Y es desde esta conciencia, y también desde el sentimiento de culpa, que nos lanzamos a decorar el mundo, haciéndolo más habitable. Nuestras Ikea-teologías dan el pego a primera vista, pero tras el felpudo rainbow no se vislumbra el Reino de Dios, sino decorados diseñados por nosotras mismas para que quienes los visiten nos den su aprobación. Entre tratar de construir un mundo funcional y confortable, con toques de Feng shui, o elevarnos hacia una trascendencia en la que no nos espera nada bueno, las maricas inteligentes habríamos decidido quedarnos con la primera opción.

No digo que no debamos preguntarnos si hay algo de verdad en todo esto, pero sinceramente creo que hay pocas “desviadas” afortunadas que puedan poner su infierno en la trascendencia. Seamos sinceras, gran parte de quienes por cualquier razón no cabemos en los cánones de la diosa normalidad ya hemos pasado por él: no aceptación, percepción negativa de una misma, rechazo familiar, insultos, terapias, acoso, amenazas, agresiones, no reconocimiento de nuestros derechos, marginación…. Por esta razón hay personas que opinan que en realidad las maricas con ansias de sobrevivir tenemos tendencia a huir de la realidad, y estamos abiertas a la trascendencia más que cualquier otro colectivo. Queremos un cielo nuevo y una tierra nueva que no tenga nada que ver con la que tenemos ahora, y nos aferramos a la promesa de que “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron” (1). Según este punto de vista, nosotras no andamos por el mundo como el resto de mortales, sino que más bien tratamos de levitar. No somos seres de carne y hueso, sino seres espirituales para los que la lectura de la Biblia, la meditación o la oración, son como chutes de helio que nos elevan hacia el más allá.

Personalmente pienso que la mayoría de las maricas tenemos serios problemas con el blanco y el negro, y que preferimos situarnos en zonas multicolor. Además, tenemos un temor irracional a permanecer quietas, supongo que por puro instinto de supervivencia. Es por esa razón que nuestra relación con lo inmanente y lo trascendente es más compleja que cualquiera de los tópicos reduccionistas anteriores. Hay días que nos ponemos zapatos con tacón de aguja para adherirnos mejor a la tierra, y otros que nos colocamos una corona y unas alas para tratar de llegar hasta el cielo. Hay veces que solo vemos lo que tenemos delante de nuestras narices, y otras que vislumbramos lo invisible. Hay días que dudamos de si somos cristianas, y otros que nos sentamos a tomar el té a las cinco con nuestro Jesús genderqueer. Sin embargo, sin negar que todo lo anterior nos ocurra alguna vez, la mayor parte del tiempo vivimos tratando de compaginar lo inmanente y lo trascendente, el aquí y el ahora con lo que está más allá del espacio y el tiempo que conocemos. Y no es fácil, cada una lo hacemos a nuestra manera, marcadas indudablemente por nuestra biografía, pero también por el entorno y las circunstancias que hoy nos envuelven.

Decía Dietrich Bonhoeffer que “Solo desde las profundidades de la tierra, solo pasando a través de las tormentas de la consciencia humana, se nos abre la visión de la eternidad” Únicamente desde el aquí, podemos vislumbrar el más allá, no hay cielo sin tierra. El Reino de Dios irrumpe cada día en las acciones de liberación que cada una de nosotras realiza en el mundo, y cuando abandonamos lo concreto, cuando decidimos no actuar ante el sufrimiento de otras personas, el nuestro, o el de la creación misma, para ir en busca del más allá, no estamos trascendiendo sino huyendo. Por lo que eso que vemos, aquello en lo que nos refugiamos llamándole esperanza, cielo, más allá, o cualquiera de las bellas palabras que se nos pueden ocurrir; no es la trascendencia y ni siquiera apunta hacia ella. La marica que no se esté rompiendo las uñas para acabar con la LGTBIQfobia que vive cada día, no sigue el llamado de Jesús, no abre espacio al Reino y es incapaz de intuir alguna cosa sobre la eternidad.

Pero aunque nuestras propuestas de justicia para este mundo patriarcal, capitalista, contaminado, eurocéntrico, LGTBIQfóbico, clasista, racista (pueden ir añadiendo aquí todo aquello que debemos transformar), sean maravillosas e ideales, el Reino de Dios no lo vamos a traer nosotras. De la misma forma, aunque nos aferremos a la tierra y a la vida con todas nuestras fuerzas, habrá un día en el que la enfermedad y la muerte nos alcancen. La última palabra no depende de nosotras. Al final, como siempre, perderemos y seremos derrotadas. Desde ese convencimiento miramos más allá de lo que tenemos delante y nos abrimos a la esperanza de aquello que ni podemos imaginar. Esperanza de vida, de reencuentro, de reconciliación, de amor, de perdón, de lágrimas y abrazos. Esperanza de justicia para toda la creación de la que formamos parte. Después del final, aguardamos un nuevo comienzo, porque la injusticia y la muerte no pueden tener la última palabra, sino el Dios de amor y de vida que nos reveló Jesús de Nazaret.

Carlos Osma

Consulta dónde encontrar “Solo un Jesús marica puede salvarnos”

NOTAS:

(1) Ap 21,4.

(2) Bonhoeffer, D.

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Recuerdos y esperanzas

Lunes, 11 de mayo de 2020
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chica-tumbada-en-la-hierba-con-globosPedro Zabala
Logroño

ECLESALIA, 24/04/20.- He leído una cita de Kierkegaard en la que afirma que los instantes de nuestra vida están compuestos -o deben estarlo- a la par de recuerdos y esperanzas. Aquellos miran al ayer, éstos al futuro.

Digo deben estarlo, porque hay quienes están obsesionados con el pasado, se refugian con él -o añorándolo pues sienten que entonces fueron felices  o culpabilizándose de lo que hicieron-. Son incapaces de mirar hacia el mañana. ¿Hemos incurrido también nosotros en esa claustrofobia que nos impide avanzar?

Hay también quienes prefieren renunciar tanto a los recuerdos como a las esperanzas. Anhelan encerrarse en un presente ciego y mudo. Vivir como si no tuvieran historia y carecieran de porvenir. ¿Es esto posible? Quizá solo por breves momentos.

El presente vivido sanamente acoge el ayer y toma decisiones cara al mañana. No se niega a aceptar lo que le ofrece el hoy y no renuncia a disfrutarlo. Emplea cada uno de sus sentidos corporales en saborear lo que la vida le ofrece cada instante. Pero no renuncia al sentido de la vivencia del tiempo en su continuidad.

Hay dos formas de cerrar creativamente el futuro. Una es dejarnos absorber por el miedo. Temer que nos ocurrirán terribles males, quizá la proximidad de la muerte para nosotros o nuestras personas más queridas. La situación de pandemia global en la que nos encontramos es propicia para ese terror paralizante.

La otra es el fatalismo. Creer que todo está escrito de antemano, en los astros o en la voluntad misteriosa de un dios implacable. Con esa mentalidad, dejarse llevar de los acontecimientos sería lo único sensato que podemos hacer.

Hay otra postura inteligente de afrontar el futuro. Supone la creencia en nuestra libertad limitada y responsable y capaz de abrirse a la esperanza. En el instante único que vivimos, podemos adoptar decisiones, condicionadas por nuestra biografía y nuestro entorno, pero aptas para abrir vías hacia una sociedad más fraterna y más justa.

Lo fácil es repetir conductas y hábitos que sabemos son perjudiciales para nosotros y los que nos rodean. ¿No ha llegado la hora de cambiar, de buscar creativamente caminos nuevos hacia horizontes universales de libertad?.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Cultura del Cuidado. “Odres nuevo, vino nuevo”

Miércoles, 29 de abril de 2020
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odres-nuevos-1Alberto Agrazal
Panamá

ECLESALIA, 20/04/20.- La Pascua la podemos asemejar a un reto, el de seguir llevando la presencia del resucitado, reconociendo que hemos sido salvados. Este año le antecede un tiempo de reflexión distinto. A mis 26 años nunca me había tocado vivir una pandemia y tampoco entre mis familiares hay memoria de alguna. Sí me ha tocado conocer de cerca la desigualdad, la discriminación y la pobreza. Como cristiano siempre trato de mantener la certeza de un mundo mejor. Ese mundo producto del anuncio del Reino de Dios, Evangelii Gaudium lo resalta como “la opción de una vida plena”.

Es así como la alegría del evangelio nos invita a vivir la cultura del encuentro. En mi país en medio de esta realidad, el panorama no parece ser alentador, pues cada día suben los contagios y los muertos. Para algunos sectores de la sociedad, mantener la esperanza se ha vuelto un verdadero acto de valor, mientras que otros se han quedado en discusiones banales sobre la pobreza, la desigualdad o cualquiera conversación ambigua que los anestesie de la realidad.

Tal vez se busca callar la voz de nuestras tristezas individualistas. Panamá ocupa el séptimo lugar como uno de los más desiguales del mundo, una realidad que la crisis tal vez no cambiará, pero es allí donde es necesaria la apertura a vivir la cultura del cuidado; recordando el principio evangélico “Amarse los unos a los otros” (Juan: 13:33-35), en estos tiempos se vuelve un pilar fundamental. La iglesia en su compendio sobre la doctrina social siempre ha apostado por ser garante y protectora de la vida; aunque debemos reconocer que muchas veces nos hemos desviado del camino atacando las consecuencias y olvidando las causas, vaciando nuestro corazón al mensaje del evangelio, imponiendo la cultura de apartheid sabiendo que esta actitud entra en contradicción con la invitación de cuidarnos entre nosotros.

Tal vez por ello, no vemos las causas que brotan de un sistema antivida demostrado en muchos países donde se impone la economía por encima de la dignidad humana; ya no podemos seguir con esta actitud. Urge entre nosotros apostar por una cultura de la vida, por un sistema más justo y por una iglesia acorde al mensaje de Jesús.

Por primera vez he vivido una cuaresma diferente, alejada de las tradiciones, pero recuperando el principio básico de la comunidad “la iglesia doméstica”. También hemos ayunado de la comunión; pero nos volvimos adoradores en espíritu y en verdad. El vino nuevo necesita odres nuevos, la iglesia necesita que seamos cristianos nuevos que puedan mantener la esperanza en este panorama que parece tan desalentador.

La Pascua nos invita a volvernos mensajeros, lo que nos recuerda el evangelio del domingo de resurrección. María Magdalena sale al encuentro del Señor y regresa con una misión: el envío de la alegría de esa noticia que rompe los moldes de nuestras tristezas. Es allí donde surge la comunidad de bienes, donde se partía el pan en común y se ayudaban mutuamente manteniendo así la confianza en el señor.

En esta Pascua quiero redescubrir el anuncio vivificador: “El Señor está contigo” (Lucas 1-26,38). El saludo del ángel Gabriel a María, nos debe fortalecer en estos momentos inciertos. Dios nos recuerda la certeza de que Él sigue caminando en medio de nosotros, inserto en la historia de la vida humana. Hoy ante mi desesperanza quiero ser iglesia, quiero ser signo de reinterpretación, dejándome guiar por la luz del evangelio y fortaleciéndome a través de la palabra.

En este momento, en que todos somos frágiles, es hora de forjar una nueva humanidad, una cultura de cuidarnos los unos a los otros sin individualismos, sin divisiones. Entendiendo que somos distintos, mas no distantes. Somos un pueblo que camina al encuentro definitivo con su creador. Vamos comprendiendo que la casa común está siendo afectada por nuestra apatía y así, cuando todo pase, podamos vestirnos de una nueva humanidad que abraza la creación, la sociedad y es signo del amor.

 (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Esperanza siempre”, por Gabriel Mª Otalora

Sábado, 28 de marzo de 2020
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fjfjfjfjfGabriel Mª Otalora
Bilbao (Vizcaya).

ECLESALIA, 23/03/20.- En el siglo V se produjo un derrumbe generalizado en Europa a consecuencia de la decadencia del Imperio romano. San Agustín, gravemente enfermo, vio como toda la seguridad de su tiempo, basada en sólidos pilares religiosos y de todo tipo, se resquebrajaba. Falleció sitiado en Hipona por los bárbaros (extranjeros) germánicos, que fue conquistada poco después. A aquellos contemporáneos suyos les resultaba casi imposible de digerir el derrumbamiento del orden mundial de entonces. Algo similar ocurrió en Jerusalén cuando el Templo, signo esencial en la historia religiosa del pueblo judío, fue arrasado por Pompeyo pocas decenas de años después de la muerte de Jesús.

Qué no decir de los milenarismos tenebrosos que auguraban el fin del mundo. Más cerca de nosotros la generación anterior a la mía fue coetánea de la Segunda Guerra Mundial, de Mao, Stalin y del Holocausto judío… Afortunadamente, la situación mundial causada por el coronavirus no es una situación equiparable, aunque haya puesto en jaque a buena parte del Planeta. Recordar la historia es importante porque nos muestra  la realidad como algo complejo y desconcertante, incluso para bien, porque los humanos somos capaces de reinventarnos aun sintiendo la vida sin asideros sólidos donde agarrarse ante el miedo y la angustia que produce el sufrimiento añadido de lo que no podemos controlar o es desconocido.

Si recordamos el significado del término griego crisis, no es otro que “decisión” en el sentido de oportunidad que nos emplaza a valorar posibles nuevos cambios de rumbo. Así ha ocurrido siempre; hasta de la desesperación han salido acicates para que renazca la esperanza, y con ella, nuevos sistemas de ideas y actualizaciones de creencias. Es una suerte que la vida permite renacer con esperanza después de tocar fondo, y vivir el presente con madurez para construir el futuro.

el-medico-espanol-en-italia-no-debemos-alarmar-sobre-el-coronavirus--5021La nube diaria de titulares negativos no deja ver los muchos signos y evidencias que destilan esperanza por los cuatro costados: miles de voluntarios afanados en aportar esperanza a los infectados por el coronavirus. Millones de pruebas de amistad, de compañerismo, de solidaridad… tanta gente que nos rodea tratando de hacer el día a día del confinamiento humanizado y alegre. El personal sanitario… sólo nos acordamos de ellos cuando el dolor, como ahora, aprieta. La esperanza también viaja con ellos.

Los que quieren destruir son más ruidosos, pero son menos. Para un cristiano, vivir la esperanza es mucho más que un estado de optimismo: es interpretar el futuro posible y deseable con los ojos de una vivencia anticipada que da sentido al momento presente mientras ponemos las bases para crear lo que todavía es una meta.

La esperanza es la cualidad teologal que nunca defrauda. La esperanza verdadera construye, no espera; se vive más que se anhela. Es una disposición interior es la que hace posible su gran objetivo: dar un sentido al presente construyendo sobre la realidad actual. No estéis tristes, exhorta el Evangelio, porque el plan de Dios insufla toneladas de esperanza para despertar el corazón hasta convertirlo en signos y hechos de esperanza para otros.

sgf_5419-1En este contexto, me parece muy oportuna la reflexión del cardenal Omella, ahora al frente de la Conferencia Episcopal, recordando que las tecnologías de comunicación en este tiempo de reclusión no deben  absorber y robar todo el tiempo. Nos pide que dediquemos espacios para repasar nuestra vida, para pensar con esperanza hacia dónde y cómo queremos orientar el resto de nuestras vidas en este mundo, a la espera del encuentro definitivo con Dios. Ahora tenemos más tiempo para todo, incluso para nuestra oración y para acordarnos del sufrimiento en torno a este dichoso virus, con graves y angustiosas consecuencias económicas para muchas personas.

A pesar de la limitación, el mal y la muerte, algo hay en nuestro interior que nos impulsa a “esperar contra toda esperanza” (Rom 4,18) frente a las ganas de abandonarnos y dejar de luchar. Es un consuelo saber que cualquier cambio gigantesco, empieza siempre por algo inapreciable al ojo humano. Lo importante de verdad es recordar que Dios acude a nuestra llamada, cumple sus promesas y nos renueva la fe. Siempre. ¡Él es nuestra esperanza!

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Explorando el corazón humano

Lunes, 17 de febrero de 2020
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Hermano, quizás en mi soledad me he convertido por decirlo así, en un explorador para tí, en un buscador de ámbitos que tú no eres capaz de visitar… He sido llamado a explorar un área desierta del corazón humano donde las explicaciones ya no son suficientes, y donde uno aprende que lo único que cuenta es la experiencia. Una región árida, rocosa y oscura del alma, a veces iluminada por extraños fuegos que los hombres temen, y poblada por espectros que los hombres evitan cuidadosamente, excepto en las pesadillas. Y en esta área he aprendido que uno no puede conocer verdaderamente la esperanza si no ha descubierto cuánto se parece a la desesperanza.

*

Thomas Merton
El libro de las horas

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A pesar de todo: mis esperanzas para 2020.

Sábado, 11 de enero de 2020
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e78bddb41ca2ab7df9e3d5d9131415faCuando la vida te presente razones para llorar, demuéstrale que tienes mil y una razones para reír”. Que nadie me pregunte quién pudo pronunciar esta frase, porque me llegó a través de uno de los numerosos medios de comunicación de hoy en día; concretamente a través del whatsapp. Me hizo pensar tanto en su momento que la puse bien a recaudo, porque tenía casi la plena convicción de que, tarde o temprano, me resultaría más que oportuna.

Y en ello estamos. Sin pretender ser agorero de desgracias y calamidades, sí quiero presentar algunas realidades de mi entorno, concretamente del mundo y de la sociedad en que vivo y de la Iglesia de la que me siento miembro, aunque no con toda la plenitud que me gustaría. Realidades que me producen ciertos niveles de tristeza e incluso de desánimo en algún momento; pero no lo suficiente como para no vislumbrar en ellas, mal que les pueda pesar a no sé quiénes, una segunda cara que llama al optimismo y a vivir, aún si cabe, con más esperanza.

Haciendo mía la sentencia de Publio Terencio Africano, s. II aC, “Soy un hombre, nada humano me es ajeno”, quiero entrar en la vida, la de aquí principalmente porque es la mía, para sacar a la luz algunas de las sombras que la envuelven, según mi manera de ver. Pero no con la intención de entonar un lamento y ya está, sino con el propósito de traer a colación otras realidades y compromisos de personas y gentes que me insuflan una ilusión necesaria que me ayuda no solo a no desfallecer, sino a continuar caminando con nuevos ánimos y bríos.

Me preocupa, y mucho, decir lo contrario por mi parte sería una gran irresponsabilidad, los brotes más que anecdóticos de racismo que han venido para instalarse de manera cómoda en nuestras ciudades y en nuestros pueblos. No me consuela, todo lo contrario, que lo mismo esté pasando acá y acullá de mis fronteras. Me preocupa que ya no sea el color sino el dinero, o la falta de dinero que acostumbra a acompañar al color, el factor que les sirva a muchos para dirimir los derechos de las personas. Hasta llegar al derecho más sagrado, el de la vida. Ya no vale nada la vida de un inmigrante perdido en altamar a la deriva. Es pobre, ¡qué más da!

Me preocupa la escalada y el auge de grupos sectarios y reaccionarios que llegan al poder o a estar muy cerca de él, aupados por desalmados o por ignorantes en el mejor de los casos. Me preocupa la utilización de la mentira por cierto tipo de personas, pues me resisto a denominarlos ideologías, como el instrumento más eficaz para conseguir de los electores la mayor cantidad de votos posibles. Me preocupa la acusación infundada, rayando la calumnia en numerosos casos, que los citados anteriormente utilizan contra colectivos de personas concretos. Me preocupa el acoso, velado muchas veces, pero totalmente real, contra sectores que plantean sus relaciones humanas de manera diferente a como se ha venido haciendo hasta hace un tiempo.

Me preocupa la pérdida derechos fundamentales vigentes hasta hace muy poco y que hacían más humana la vida de las personas en general, especialmente de los colectivos más desfavorecidos. Me preocupa la aplicación de la ley de manera severa y contundente contra sectores en situación de riesgo y de vulnerabilidad. Me preocupa que muchas de las calles de nuestras ciudades continúen sirviendo de dormitorio para hombres y mujeres que, por razones bien diversas, han llegado hasta lo más bajo, como es el hecho de perder la más elemental autoestima. Me preocupa que, hasta para recibir alimento en los comedores sociales de alguna ciudad del Estado, se hayan abierto listas de espera. Me preocupa el grado de intemperie a que se ve sometida la mujer tanto a nivel laboral como de convivencia en cuanto a pareja se refiere.

Me preocupa, pasando ya a otro colectivo o institución, que la Iglesia no se resigne a asumir que ya no es la única garante moral de las costumbres de las ciudadanas y ciudadanos del mundo en general y de este país en concreto. Me preocupa que la jerarquía de la Iglesia española calle demasiado ante ciertas actitudes inmorales por parte de los gobiernos, sobre todo en relación con los inmigrantes, porque me da la impresión de que tiene miedo a perder el estatus o ciertos privilegios que viene gozando. Me preocupa una Iglesia más obsesionada por el dogma, las creencias y los ritos que por la ética y el compromiso con la vida y con las personas. Me preocupa…

Yo mismo me pregunto ¿puede haber esperanza después de todo esto? No puedo hablar por las demás personas, claro está; por tanto, lo voy a hacer por mí mismo. Por ello, y en cuanto a mí se refiere, quiero decir que al lado justo de las calamidades anteriores existen realidades preñadas de unos valores que animan a seguir viviendo y apostando por la esperanza en una sociedad más justa y en una Iglesia más evangélica.

Me anima la movilización de la mujer a través de colectivos bien diferentes denunciando su discriminación respecto al varón en tantas facetas de la vida, como son, entre otras, la laboral, la educacional y la familiar. Me anima la fuerza con que adolescentes y jóvenes han salido a las calles de numerosas ciudades del mundo, también de nuestro país, denunciando el abuso pertinaz que se está haciendo contra el planeta que habitamos. Me anima el órdago que los/las pensionistas de nuestro país han echado a los dirigentes públicos y políticos reclamándoles justicia, no limosna. Me anima que el colectivo LGTBI vaya consiguiendo, no sin esfuerzos ni zancadillas, que sus derechos sean reconocidos cada vez por más número de personas. Me anima el estilo de Iglesia, acorde con el Evangelio, que Francisco va convirtiendo poco a poco en realidad. Me animan todos los grupos y comunidades cristianas que viven su fe a la intemperie y hacen de la opción por los pobres la razón de su seguimiento a Jesús. Me anima…

A lo mejor es poco, pueden decir algunos/as. Pero para mí es suficientemente grande e importante como para mantener viva mi esperanza durante el 2020.

¡FELIZ AÑO!

Juan Zapatero Ballesteros

Fuente Fe Adulta

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“¿Pero qué esperamos? “, por Carlos Osma

Sábado, 21 de diciembre de 2019
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man31De su blog Homoprotestantes:

Estamos en tiempo de Adviento, tiempo de esperanza en el que cristianas y cristianos nos preparamos para la irrupción de la salvación. ¿Pero qué esperamos? Pues muchas cosas distintas diría yo, únicamente hemos que sacar la conversación con alguna amiga (a la que no le incomode hablar de esto), para ver la diversidad de esperanzas que entre todas y todos atesoramos. No digo que tanta diversidad sea mala, ¡dios me libre!, pero a veces me pregunto qué características debe tener una esperanza para considerarla evangélica.

Cuando era adolescente me invitaron a un ciclo de películas de temática cristiana, y recuerdo muy bien una de ellas que trataba sobre el arrebatamiento. Para quienes no estén familiarizados con este concepto, les invito a que buscar en Netflix series en la categoría ciencia ficción, terror, mi último vuelo, o bandas sonoras diabólicas, para hacerse una idea. Lo que la película explicaba era como llegaba el final de los tiempos y la forma milagrosa en la que los buenos cristianos eran arrebatados al cielo (se salvaban), mientras los que no lo eran tanto se quedaban en un mundo desolado esperando su destrucción mientras sonaba la canción “Te has quedado atrás”. Al acabar la película, si no te querías quedar atrás, o deseabas con todas tus fuerzas que dejaran de atormentar tus oídos con esa terrible canción, podías entregar tu vida a Cristo. Un amigo mío, que era aficionado al puenting lo hizo porque según me dijo si lanzarse al vacío era una experiencia increíble, subir volando hasta el cielo debía ser la hostia. A mí, la verdad, la esperanza que se vendía allí me pareció amenazadora, simple y muy cutre.

Las personas homófobas que dicen ser cristianas con las que me he encontrado también tienen esperanza, y siempre me han dicho (de manera más o menos directa) que la irrupción de la salvación en cualquier ser humano pasa irremediablemente por la heterosexualidad. Sin heterosexualidad, según ellos y ellas, no hay dios que nos salve, no hay esperanza ninguna. La verdad es que no consigo adivinar qué tienen de divinas las prácticas sexuales entre personas de diferente sexo, y porqué los homófobos que dicen ser cristianos hacen pasar sus esperanzas por ellas. No quiero ser mal pensada, pero a lo mejor es que proyectan sobre nosotros la esperanza de tener algún día una. Me sorprende eso sí, que tantas personas se hayan creído esas neuras, y que estén dispuestas a pasar (o hacer pasar a sus hijos e hijas) por terapias de reconversión. Y también me asombra, y cada día más, que justifiquen su homofobia (que siempre negaran) con textos sacados de contextos y lecturas fundamentalistas de la Biblia. Vamos, que en realidad ellos y ellas ponen su esperanza en un Jesús heterosexual, porque si hubiese sido marica enviarían la esperanza, el evangelio y a Jesús, donde están deseando enviarnos a ti y a mí: al infierno.

Dice Dostoyevski en su novela El idiota que “la belleza salvará al mundo”, y la juventud, la salud o la belleza física, son hoy en día la concreción de la esperanza que se relaciona directamente con la salvación. Estar salvado significa estar como un tren, y poder mantener con facilidad relaciones sexuales con todas las personas que quieras porque es difícil resistirse a tus encantos. La belleza y la salud nos abre puertas, ¿quién puede negarlo?, y nos ayuda a mantener la esperanza de no caer en la indiferencia y la mediocridad. Aunque también nos convierte en rivales de nuestro prójimo, obligándonos a preguntarle al espejo cada mañana “si hay alguien más guapo que yo”. Ropa, cremas, actividad física, dieta, medicación, quirófanos… La esperanza no es gratis, es de color verde y cotiza en las bolsas de todo el mundo. Tampoco es colectiva, pues únicamente pasa por nuestro cuerpo y nuestro bolsillo. Y lo más terrible de todo, es que es una esperanza efímera, incapaz de acompañarnos durante toda la vida.

Pero dejémonos de tonterías, todo lo anteriormente dicho o cualquier otra esperanza que se nos pueda ocurrir, no tiene comparación con el dinero. Quien está forrado se salva, o mejor dicho, ya está salvado. Esa es una máxima tan aceptada, que en realidad el Adviento más que anunciar la llegada de la salvación el 25 de diciembre, podría apuntar más bien al día 22, que es el día de la Lotería de Navidad. La esperanza para quienes tenemos que levantarnos todos los días para ir a trabajar, es que nos toquen los 400.000 euros del premio gordo. Con dos o tres números de estos ya no nos importa quedarnos atrás si ocurre el arrebatamiento, dejaremos de ser maricones o bolleras pecadoras para convertirnos en hermanos y hermanas a los que es mejor no juzgar, y bueno, seremos eternamente bellos porque todo el mundo sabe que la gente con dinero está para comérsela. Esperanza del euro o del dólar. Esperanza redonda, a ver si sale mi bola.

Yo creo que la esperanza evangélica, y probablemente esté arrimando el ascua a mi sardina, para serlo realmente, se concreta donde no la habíamos puesto. La adhesión a una religión determinada, la heterosexualidad, la belleza, el dinero, o el resto de salvaciones que se nos puedan ofrecer, aunque hagan nuestras vidas diarias más o menos fáciles, no son esperanzas evangélicas. Quienes las venden como tal están mintiendo. La esperanza evangélica nos lleva siempre a otro lugar, que está situado fuera de lo que nos es permitido esperar. Los evangelios afirman que la esperanza no nos llevará hasta la cuna de un palacio, ni siquiera a la cama de un simple hostal, sino hasta el cajón donde se da de comer a las bestias de un pesebre. Es posible que despojarse de ideas preconcebidas, de deseos demasiado nuestros, de aquello que tenemos muy claro, sea la mejor manera de vivir el Adviento. Eso le da un cariz algo doloroso, porque desprenderse de esperanzas que afirmábamos eran divinas es realmente difícil si nos lo tomamos en serio. El Adviento es también tiempo de espera comunitaria, esperar solas pienso que nunca es una buen señal, los prójimos suelen ayudarnos a mantener las esperanzas ligadas al mundo de lo real. Ellas y ellos nos hacen ver en lo abyecto, lo vil, lo indecente, el lugar donde está a punto de hacerse presente la salvación. Es tiempo de reflexión, de permanecer alerta para poder captar algo de ese dios que es el que es, y que no quiere ser encasillado. Un dios que actúa de forma libre y que suele tener la mala costumbre de hacer pedacitos todas nuestras loables o mundanas esperanzas.

Carlos Osma

Esta Navidad regala el libro “Solo un Jesús marica puede salvarnos”. Puedes conocer todos los lugares donde está disponible pulsando AQUÍ.

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“Adviento, un ensayo para la esperanza”, por José Manuel Bernal

Viernes, 13 de diciembre de 2019
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Adviento_161115No me canso de insistir. Adviento no es precisamente una especie de gran novena que nos prepara a la fiesta de Navidad. El adviento es una invitación a la esperanza. Pero esa esperanza no es una experiencia convencional, ficticia, impostada artificialmente; ni siquiera un ejercicio de esperanza reducido a cuatro semanas y que termina el día de Navidad. La esperanza a que nos invita el adviento trasciende el marco de lo litúrgico, va más allá.

La clave de interpretación nos la ofrece la liturgia del primer domingo de adviento, con sus lecturas y oraciones. Nos invita a fijar nuestra mirada en la última venida del Señor, al final de los tiempos, en la parusía final, cuando serán consumadas las promesas mesiánicas, cuando se harán realidad definitiva el hombre nuevo y la nueva tierra. Será la gran reconciliación, la gran reunión de los dispersos, de los diferentes. La paz reconciliadora del Cristo cósmico se hará realidad para siempre.

Esa es la meta que provoca y alimenta la esperanza, la que tensiona nuestra vida y la impregna de fuerza y dinamismo. Por eso decimos que la esperanza del adviento sobrepasa el marco de la liturgia, estimula la totalidad de nuestra vida cristiana convirtiéndola en un adviento permanente.

Pero hay que acelerar la venida del Señor, la instauración de su Reino. No nos  podemos cruzar de brazos. No hay que dejar todo para el más allá. Hay que empezar ya a construir el Reino; tenemos que allanar los caminos. Es cierto, el Reino ya está presente, ya es una realidad, pero incompleta; nuestros logros son positivos, cierto, pero provisionales. Como sugieren algunos teólogos estamos anclados en la realidad penúltima, no en la última.

Nuestra espera debe ser activa, revolucionaria y constructiva. Tenemos que denunciar y condenar todo lo que se opone al gran proyecto de Jesús: la injusticia, el egoísmo, la violencia, el atropello de las libertades y los derechos. Por el contrario, debemos alimentar y potenciar la instauración de los grandes valores del evangelio: la paz, el amor fraterno, la solidaridad, el respeto de las riquezas de la naturaleza.

Así podemos ir adelantando el Día del Señor. La experiencia del adviento es, de este modo, un ensayo para la esperanza activa, revolucionaria y constructiva. Este adviento va más allá de las cuatro semanas. Invade la totalidad de nuestra vida.

Hay que recuperar la centralidad de la esperanza. Quiero expresar aquí el recuerdo y el reconocimiento al teólogo alemán Jürgen Moltmann. Él ha defendido con sus escritos la centralidad neurálgica de la esperanza en la vida del cristiano. Él rescató el carácter cristiano de las ideas marxistas del filósofo judío Ernst Bloch. Del El principio esperanza de Bloch hemos pasado a la Teología de la esperanza de Moltmann. De una esperanza cerrada a lo trascendente,  estamos avivando una esperanza que nos proyecta al futuro de la promesa. De por medio está la firmeza de la palabra del Señor. En ella nos apoyamos.

José Manuel Bernal

Fuente Fe Adulta

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Hope

Jueves, 21 de noviembre de 2019
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Del blog Nova Bella:

hombre-desnudo

HOPE IS THE THING WITH FEATHERS

Hope is the thing with feathers
That perches in the soul,
And sings the tune–without the words,
And never stops at all,

And sweetest in the gale is heard;
And sore must be the storm
That could abash the little bird
That kept so many warm.

I’ve heard it in the chillest land,
And on the strangest sea;
Yet, never, in extremity,
It asked a crumb of me.

***

La esperanza es esa cosa con plumas
que se posa en el alma,
y entona melodías sin palabras,
y no se detiene para nada,

y suena más dulce en el vendaval;
y feroz tendrá que ser la tormenta
que pueda abatir al pajarillo
que a tantos ha dado abrigo.

La he escuchado en la tierra más fría
y en el mar más extraño;
mas nunca en la inclemencia
de mí ha pedido una sola migaja.

*

Emily Dickinson

pajaro-japone-canta-1

Japanese style sumi-e painting
with magpie on a tree. Hieroglyph
featured means sincerity. Great
for greeting cards or texture
design

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Esperando

Miércoles, 20 de noviembre de 2019
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La condición humana es siempre una condición situada en un espacio: en un espacio y en un tiempo, en un límite más allá del cual se advierte la ausencia y lo desconocido. La tensión que mueve o que «espera» el futuro está, por tanto, al menos en cierto sentido, fuera de su alcance. «Lo que es esperado, en sentido estricto, está sustraído al poder de aquel que espera. Nadie dice que espera lo que él mismo puede hacer o provocar». Precisamente a este respecto, santo Tomás decía que el objeto de la esperanza es siempre algo «arduo».

       Por otra parte, no se puede decir que el objeto de la esperanza esté infundado del todo; en tal caso, deberíamos hablar de mera ilusión y, en última instancia, de desesperación. «La esperanza -decía Descartes- es una disposición del alma que la persuade de que vendrá lo que desea.» ¿En qué se basa esta persuasión? ¿En la simple probabilidad del objeto o en la magnanimidad de aquel que nos lo puede dar? Ahora bien, en ese caso, deberemos hablar más propiamente de deseo y de carencia: el deseo, como nos hace ver su derivación de sidus, es un «esperar desde las estrellas» y, al mismo tiempo, «una pérdida de la constelación que nos guiaba por el mar», un «dejar de ver», un «sentir y echar de menos la carencia» y un no ser capaz de «orientarse». La esperanza, en cambio, está sostenida  en el fondo por la confianza: puede esperar también lo que parece, que tal vez es imposible, pero, mientras espera, apunta a una determinada certeza, a una confianza que ya es comunión con lo que ha de venir.

       Esperando -como ha señalado G. Marcel- contribuyo a «preparar», dispongo el camino a lo que ha de venir y, en cierto modo, participo ya de ello. «No es que, hablando con propiedad, atribuya yo una eficacia causal al hecho de esperar o desesperar. La verdad es más bien que, al esperar, tengo conciencia de reforzar, y desesperando o simplemente dudando tengo conciencia de soltar, de aflojar, cierto vínculo que me une a lo que está en causa»

*

V. Melchiorre,
Sulla speranza,
Brescia 2000, pp. 15-17

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Esperanza

Jueves, 14 de noviembre de 2019
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La postura del cristiano frente a la esperanza es compleja y operante. Nosotros no nos alienamos con las esperanzas terrenas y dirigimos nuestros ojos exclusivamente hacia la esperanza eterna, y ni siquiera nos zambullimos en el efímero olvido de la eternidad. No perdemos de vista el hecho de que el Creador ha confiado al hombre el derecho y el deber de dominar la naturaleza y completar la creación, pero tampoco olvidamos que nosotros somos sólo cocreadores y que nuestras esperanzas ahondan sus raíces en la grandeza y en la generosidad del Padre, que nos ha querido a su imagen y semejanza y nos ha hecho partícipes de su naturaleza divina.

       Nuestra esperanza no es ingenua ni tiene miedo de hacer frente a los obstáculos. Tiene el coraje suficiente para mirarlos de cerca y se esfuerza por superarlos contando con sus propias fuerzas, sin olvidar, no obstante, que el Hijo de Dios se hizo hombre y ha comenzado ya la obra de liberación del hombre, y que a nosotros nos corresponde completarla con la ayuda de Dios. ¿Es acaso una audacia excesiva, un sueño irrealizable, una esperanza vana, pensar en «la esperanza de una comunidad mundial»? Pues sí, ciertamente, es una audacia, es un sueño. Una audacia y un sueño que, sin embargo, según la decisión y el realismo con los que seamos capaces de afrontar los obstáculos que se levanten en el camino, podrán transformarse de esperanza en realidad […].

       Cuando esperar nos parezca absurdo o ridículo, acordémonos de que, en la evolución creadora, el hombre brotó de un pensamiento de amor del Padre, ha costado la sangre del Hijo de Dios y es objeto permanente de la acción santificadora del Espíritu Santo.

*

Helder Cámara,
Conferencia pronunciada en Winnipeg el 13 de enero de 1970,
en  La documentación catholique del 1 de marzo de 1970, pp. 221 ss y 224.

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La muerte está vencida

Sábado, 2 de noviembre de 2019
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¡Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios  bellos jardines de esperanza! “

*

Père Pierre Trevet

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¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.

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Recordatorio

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