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La muerte está vencida

Miércoles, 2 de noviembre de 2022
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¡Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios  bellos jardines de esperanza! “

*

Père Pierre Trevet

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¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.

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Bernard Besret: la utopía de Boquen

Viernes, 21 de octubre de 2022
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CAD99577-1BEE-47D4-AFBE-B10ABF1401FFDe su blog Umbrales de Luz:

En las calurosas tardes de la primera semana del pasado agosto, a la sombra de un tilo en Champigny-sur-Veude, tranquilo pueblecito francés rodeado de extensos campos de girasol y de maíz, leí con entusiasmo y desazón a la vez la tesis doctoral de Béatrice Lebel-Goascoz: Boquen entre utopie et révolution 1965-1976 (Presses Universitaires de Rennes, 2015). Una historia apasionante cuyo protagonista es Bernard Besret.

Hace tiempo dejó de ser noticia, pero sigue siendo una figura refrescante, inspiradora. Un hombre profético, visionario y valiente. Un hombre de alma mística, de ojos abiertos, de palabra arrebatadora. Libre y fiel al fuego que le habitaba y le sigue habitando. Durante una década decisiva de la historia que nos ha tocado vivir, lideró un movimiento vigoroso de reforma espiritual, cultural, política. Sucedió en los años 1965-1976, tan cercanos todavía, pero tan lejanos ya.

Era una época llena de promesas. Desde el fin de la II Guerra Mundial (1945) hasta 1980, sobre toda la Tierra se alzaron arcoíris de esperanza. Más de 50 países de África, Asia y América colonizados por estados europeos obtuvieron la independencia. Un mundo justo, fraterno y libre parecía posible. Diversos mayos como el del 68 francés ondearon las banderas de la utopía, sacudiendo los cimientos del orden establecido. Una refundación de la política y de la economía, una revolución social, cultural, espiritual estaba germinando. En la Iglesia Católica Romana, un papa italiano conservador y muy mayor, convocó de manera inesperada el Concilio Vaticano II (1962-1965) bajo la consigna del aggiornamento o puesta al día. Que ventanas y puertas se abran, proclamó. Viejos cerrojos cedían. Multitudes de jóvenes, que todavía llenaban las iglesias de Europa y América, podían soñar. En América Latina, la oprimida, proliferaban comunidades cristianas de base, inspiradas por la teología de la liberación. Otra Iglesia nacía: una Iglesia comunión de comunidades diversas y libres, sin jerarquías; Iglesia hermana más que madre, compañera más que regente, diálogo más que magisterio, carisma más que código, fermento más que credo, cuidado de la vida y de la tierra más que culto al dios del cielo. Inspiración y aliento, no estructura de poder.

9C6BD238-A786-4260-A3D8-7A1E8798076DDesde el día de su primera comunión, Bernard Besret, precoz niño bretón, había abandonado la vieja Iglesia institucional y pronto inició el camino al interior que le irá abriendo a horizontes y anchuras sin dentro ni fuera. A raíz de la muerte de su madre a sus 13 años, sintió más intensamente la Llama de amor viva sin nombre y sin forma arder en lo más profundo de su ser. Se volvió buscador. Leyó a Aristóteles, Leibniz, Aldous Huxley, Laozi… Crecía en él un profundo deseo de vida retirada en algún tipo de ashram o monasterio. Un día, en 1952, a sus 17 años, un compañero de liceo le habló de su reciente visita al monasterio de Santa María de Boquen (Bretaña) –que en bretón significa “Espino blanco” y en vasco equivale a “Arantzazu”, coincidencia que me llena de emoción–. Allí, un monje cisterciense, también bretón y carismático, Alexis Presse, acababa de restaurar el antiguo monasterio en ruinas y de reiniciar un proyecto innovador de vida monástica, ligada a la cultura bretona. Inmediatamente, Bernard fue a verlo y quedó fascinado. Un año más tarde, Dom Alexis lo recibió como novicio y entre los dos se creó una profunda sintonía de inspiración y de proyecto.

A pesar de las resistencias del joven monje a todo orden clerical, el abad Alexis lo ordenó sacerdote y lo envió a Roma a estudiar filosofía y teología. Su personalidad seductora, su hondura espiritual, su impresionante capacidad intelectual, su palabra cautivadora hicieron que muchos quisieran tenerlo a su lado. El Abad General de la Orden Cisterciense lo hizo su asistente personal, un obispo bretón lo llamó a acompañarle en el Concilio Vaticano II (1962-1965) como su teólogo particular. En las todopoderosas Curias vaticanas de Roma se le abría el futuro más brillante, podía ascender a lo más alto del escalafón. Pero a nada de eso aspiraba Bernard. Se volvió a Boquen. Allí, durante 10 años, floreció el espino y dolieron las espinas.

47BBCA3C-D34E-42DD-B769-026F1D444521En 1964, debido a la grave enfermedad de Dom Alexis (fallecería un año después), y a petición suya, la Orden cisterciense nombró abad a Bernard. A sus 29 años, tomó el relevo de su referente espiritual. Afluyeron multitudes de jóvenes y adultos, estudiantes y profesores de Bretaña y de París, líderes del 68, militantes sociales, campesinos y urbanitas de aquí y de allá. Soñadores y activistas de todo tipo. Católicos críticos, protestantes, ateos, homosexuales, divorciados vueltos a casar… todos eran acogidos por igual. Por allí pasaron también Y. Congar, M.D. Chenu, M. Légaut, J. Moingt. La belleza del lugar, la liturgia innovadora, el silencio y la oración profunda, la sublimidad del canto polifónico compuesto (o improvisado a modo de jazz) por Bernard y  cantado por él mismo junto con dos de sus compañeros, la elegancia del joven abad y su palabra encendida los arrastraba.

5C1BDB36-F7A8-4AC5-934A-69FF89FEC834¿A dónde? A una nueva vida monástica, a una comunión abierta más allá de toda clausura, de la distinción canónica entre monjes y laicos, de la rígida separación entre hombres y mujeres, de la rúbrica litúrgica. A una nueva Iglesia carismática y fraterno-sororal sin clases ni jerarquías, sin clérigos, religiosos y laicos, sin límites entre ortodoxia y herejía, una Iglesia de comunión sin anatemas. A un mundo libre y hermanado, sin desigualdad ni sumisión, sin hambre ni exclusión ni fronteras cerradas, a una revolución sin violencia. A un nuevo cristianismo espiritual y aconfesional, sin separación entre sagrado y profano, sin vinculación necesaria a ningún credo, sin lectura literal de la Biblia y de los dogmas, sin pretensión de exclusividad ni de superioridad sobre otras religiones o sobre la ausencia de toda religión, un cristianismo con sacramentos desacralizados, un cristianismo místico y político y ecofeminista liberador, un “cristianismo crítico, lírico y político”, en palabras de Bernard Besret.

¿Pero era posible? Lo fue mientras él estuvo allí y, con su carisma personal, limó desavenencias y buscó equilibrios. La pregunta decisiva es, me parece: para la Orden cisterciense y la institución católica ¿era tolerable la evolución de Boquen y la continuidad allí del joven abad? ¿Por qué no habría de serlo? Pero de hecho no lo fue. El motivo o la excusa final se produjo cuando Dom Bernard, el 20 de agosto de 1969, fiesta de San Bernardo, ante un millar de personas, pronunció una sonora conferencia sobre “Boquen ayer, hoy y mañana”. En ella soltó, como quien no quiere la cosa, la idea de abrir un año sabático para que todos los clérigos y religiosas/os pudieran discernir y abandonar o mantener su compromiso de celibato. ¡Escándalo en la Iglesia católica!

1B3F9DE9-F8B7-42ED-8949-517E7535C8D0Dos meses después, el 15 de octubre, el Abad general de la Orden cisterciense destituyó a Dom Bernard como abad, conminándole a abandonar el monasterio antes del fin del mes. A partir de ese momento todo fue más difícil. Las posiciones se radicalizaron peligrosamente. En el monasterio, la contestación eclesial amenazaba con ahogar la búsqueda del silencio, la revolución política parecía eclipsar la aspiración mística. En las instituciones eclesiales, los márgenes de tolerancia se fueron estrechando y multiplicándose las reconvenciones. Acorralado y atrapado, en octubre de 1974, Bernard dejó el monasterio y el sacerdocio clerical, sin trámites ni papeleos de por medio, emprendió otra vida y siguió por libre su búsqueda de silencio y comunión. En el otoño de 1976, la Orden y la jerarquía católica expulsaron del monasterio la comunidad tanto monacal como laica que aún permanecía en “Santa María del Espino”, e impusieron la entrada de otra congregación contemplativa femenina, alejada de la utopía de Alexis, Bernard y compañeras y compañeros de la “Comunión de Boquen”. Un gran sueño, uno más, se desvaneció. En octubre de 1978, Juan Pablo II fue elegido papa; en 1979, Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido; en 1981, Ronald Reagan, presidente de los EEUU. Los sueños se malogran uno tras otro, pero nunca se malogra la esperanza activa sin apego a ningún logro.

En 1997, Bernard Besret viajó a Shangai para crear un museo de ciencias. Allí conoció maestros taoístas. Desde su jubilación, reparte su tiempo entre su casa de Plougrescant (Bretaña) y China, donde anima un monasterio taoísta junto con un monje chino amigo. Bernard sigue siendo monje en búsqueda de otras utopías inalcanzables, animado por el Espíritu, la Ruah, el Aliento que sopla donde quiere, que crea y recrea sin cesar y transciende fronteras, que vibraba sobre las aguas del génesis. Lo sentimos vibrar también hoy si abrimos los ojos y atravesamos fronteras.

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Al final del epílogo con que cierra la tesis de B. Lebel-Goascoz, Bernard Besret escribe (en 2014): “A lo largo de estos años [1965-1975] he vivido lo que, con un poco de humor, me permito llamar ‘la gracia de la des-conversión’.

Todo eso me queda ya lejos. A lo largo de los cuarenta años transcurridos desde entonces, he vivido otras varias vidas, pero sin perder jamás el hilo rojo que las une todas, a saber, una confianza inquebrantable en el fondo último de lo real del que no dudo que es, pero del que evidentemente ignoro qué es.

Boquen no habrá sido más que un grito. El grito de los hombres y de las mujeres sedientas de agua viva. Hace mucho tiempo que dejó de escucharse, pero de vez en cuando percibo su eco. A veces incluso hasta en China”.

Aizarna, 28 de septiembre de 2022

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60 años del Vaticano II: Juan XXIII abre el Concilio apostando por “la medicina de la misericordia” frente a los agoreros “de la severidad”

Miércoles, 12 de octubre de 2022
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CC3H4D Pope John XXIII (1881-1963) Who Reigned As Pope From 1958. Juan XXIII, por De Agostini, 1958–1963

Roncalli habla en la apertura de “una Iglesia que mirará con confianza a los tiempos futuros”

“Después de casi veinte siglos, las situaciones y los problemas gravísimos de la humanidad no cambian”. De ese diagnóstico partía Juan XXIII en su discurso de apertura -hoy, 11 de octubre, hace 60 años- del Concilio Vaticano II

“Nos parece que debemos discrepar decididamente de estos agoreros, que siempre anuncian lo peor, como si el fin del mundo fuera inminente”

“Algunos, aunque inflamados de celo por la religión, valoran sin embargo los hechos sin la suficiente objetividad ni prudencia de juicio. En las condiciones actuales de la sociedad humana no pueden ver más que ruina y problemas”

Expectativas del mundo misionero en la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II: Agencia Fides, 10 de octubre de 1962: “Si nuestro cristianismo se educara en el futuro en un sentido más netamente apostólico…”

Francisco recordó el Concilio Vaticano II y pidió que la Iglesia vuelva “con unidad” a sus fuentes: los pobres y descartados

Un camino que abrió la Iglesia al pluralismo y al diálogo con el mundo

Faus: “Ninguna revolución es instantánea, tampoco la del Concilio”

 Isabel Gómez Acebo: El proyecto inacabado de Juan XXIII

Un Concilio en el freezer, por Eduardo de la Serna

A 60 años del inicio del Vaticano II: ¿Un Concilio frustrado”? “El espíritu del Concilio Vaticano II sigue vivo en bastantes comunidades locales”?

“Después de casi veinte siglos, las situaciones y los problemas gravísimos de la humanidad no cambian”. De ese diagnóstico partía Juan XXIII en su discurso de apertura, hoy (ayer), 11 de octubre, hace 60 años, del Concilio Vaticano II, un evento que, confesaba el Papa Bueno ante los obispos y cardenales llegados de todo el mundo para tan solemne ocasión, “esperamos que haga que la Iglesia mirará con confianza a los tiempos futuros

Ya es sabido que ese concilio ecuménico marcó un antes y un después en el devenir de la Iglesia del que todavía se están extrayendo consecuencias, aunque no sin duras resistencias internas. De ellas habló también el Papa Roncalli, de quienes, ayer como hoy, ponen palos en las ruedas, pero también de la necesidad de mirar al mundo con misericordia y no solo “con las armas de la severidad”.

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Apertura del Vaticano II

Esto es lo que les dijo el hoy Papa santo a aquellos agoreros y así justificó la necesidad de aquel Concilio.

  • “No sin ofender a Nuestros oídos, nos llegan los rumores de algunos que, aunque inflamados de celo por la religión, valoran sin embargo los hechos sin la suficiente objetividad ni prudencia de juicio. En las condiciones actuales de la sociedad humana no pueden ver más que ruina y problemas”
  • Llegan a decir que nuestros tiempos, si se comparan con los siglos pasados, son totalmente peores; y llegan a comportarse como si no tuvieran nada que aprender de la historia, que es la maestra de la vida, y como si en la época de los Concilios anteriores todo procediera felizmente en lo que respecta a la doctrina cristiana, la moral y la justa libertad de la Iglesia”.
  • “Nos parece que debemos discrepar decididamente de estos agoreros, que siempre anuncian lo peor, como si el fin del mundo fuera inminente”.

Pero estos “agoreros” no estaban únicamente en el seno de la Iglesia. Fuera de ella, en el mundo civil, había también poderosas fuerzas que trataban de coartar la libertad de los pastores para su propia reflexión y debate de acuerdo al avance de los tiempos, También de ellos dejó consigna Juan XXIII en su discurso de apertura.

  • “Basta echar un vistazo a los anales eclesiásticos para ver con claridad que los propios Concilios Ecuménicos, cuyos acontecimientos están registrados con letras de oro en la historia de la Iglesia, se han celebrado a menudo no sin grandes dificultades y dolores a causa de la indebida interferencia del poder civil”.
  • “A veces, ciertamente, los Príncipes de este mundo se propusieron sinceramente asumir la protección de la Iglesia, pero muchas veces esto no ocurrió sin daño y peligro”.
  • “No deja de ser una esperanza y Nuestro gran consuelo que veamos que hoy la Iglesia, liberada por fin de tantos impedimentos profanos de épocas pasadas, desde este Templo Vaticano, como desde un segundo Cenáculo de los Apóstoles, por medio de vosotros pueda alzar su voz, preñada de autoridad y majestad”.

Así pues, indiferente a los agoreros de dentro y de fuera, Juan XXIII mostraba su convencimiento, del que había dado muestra ya desde 1959, de la necesidad de que la Iglesia de mediados del siglo XX hiciese una ‘puesta al día’ que reclamaban los numerosos acontecimientos vividos con una vertiginosa rapidez en el mundo, y que amenazaban con dejar a la Iglesia como una rémora encastillada y ajena al desarrollo de la humanidad, sin que eso supusiera que tendría que dar la ‘bendición’ a todo.

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Decía Juan XXIII:

  • La Iglesia no ha permanecido indiferente a esos maravillosos descubrimientos del ingenio humano y a ese progreso de las ideas del que hoy disfrutamos, ni ha sido incapaz de apreciarlos honestamente; pero, siguiendo estos hechos con vigilante cuidado, no deja de amonestar a los hombres para que, por encima de la atracción de las realidades visibles, vuelvan sus ojos a Dios”.
  • “Es necesario en estos tiempos actuales que toda la enseñanza cristiana sea reexaminada por todos, con una mente serena y tranquila, sin quitarle nada, con ese modo cuidadoso de pensar y formular las palabras que se manifiesta especialmente en las actas de los Concilios de Trento y del Vaticano I”.
  • “Es necesario que la misma doctrina sea examinada más amplia y minuciosamente y que las mentes estén más imbuidas e informadas, como lo desean ardientemente todos los sinceros defensores de la verdad cristiana, católica y apostólica; es necesario que esta doctrina cierta e inmutable, a la que hay que dar un asentimiento fiel, sea profundizada y expuesta como lo exigen nuestros tiempos”.
  • – “Porque una cosa es el depósito de la Fe, es decir, las verdades contenidas en nuestra venerable doctrina, y otra el modo de proclamarlas, pero siempre en el mismo sentido y significado. Hay que dar mucha importancia a este método y, si es necesario, aplicarlo con paciencia; es decir, la forma de exposición que mejor corresponde al Magisterio, cuya naturaleza es predominantemente pastoral”
  • – “No hay época en la que la Iglesia no se haya opuesto a estos errores; a menudo incluso los ha condenado, y a veces con la máxima severidad. En cuanto a la época actual, la Esposa de Cristo prefiere utilizar la medicina de la misericordia antes que tomar las armas de la severidad; piensa que debe responder a las necesidades de hoy exponiendo el valor de su enseñanza más claramente que condenándola”.
  • – [Dirigiéndose a los padres conciliares] “Se requiere de ti paz mental serena, armonía fraterna, moderación de las iniciativas, corrección de las discusiones, sabiduría en todas las decisiones”.

Fuente Religión Digital

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“Situación del mundo: ¿crisis civilizacional, drama o tragedia?”, por Leonardo Boff

Martes, 13 de septiembre de 2022
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Madre-Tierra_2465163463_16116991_667x375“¿Tal vez ha llegado nuestro turno de ser excluidos de la faz de la Tierra?”

“Síganme en este pensamiento: ¿alguien puede decir hacia dónde vamos? Ni el Dalai Lama, ni el Papa Francisco ni ninguna autoridad lo podrá decir”

“La situación ecológica del mundo no es menos preocupante: en pleno verano europeo el clima ha llegado a los 40 grados o más. Hay incendios prácticamente en todos los países del mundo. Son los eventos extremos agravados por el calentamiento global”

Síganme en este pensamiento: ¿alguien puede decir hacia dónde vamos? Ni el Dalai Lama, ni el Papa Francisco ni ninguna autoridad lo podrá decir. Sin embargo tenemos tres advertencias serias: una del Papa Francisco en su última encíclica, Fratelli tutti de 2020: «Estamos en el mismo barco: o nos salvamos todos o no se salva nadie» (n.32). Otra también de la mayor autoridad, la Carta de la Tierra de 2003: «la humanidad debe elegir su futuro y la elección es esta: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida» (Preámbulo). La tercera viene del Secretario General de la ONU António Guterres a mediados de julio de este año de 2022 en una conferencia en Berlín sobre el cambio climático: «Nosotros tenemos esta elección: acción colectiva o suicidio colectivo. En nuestras manos está». La mayoría no se siente en el mismo barco ni cultiva el cuidado y no elabora acciones colectivas.

Consideremos algunos fenómenos: Brasil está atravesado por una ola de odio, de mentiras y de violencia contra una gama inmensa de personas, cobardemente despreciadas y difamadas, ola incentivada por el presidente que elogia la tortura, las dictaduras, viola constantemente la Constitución. Sin ninguna prueba  cuestiona la seguridad de las urnas. Convoca a todos los embajadores para hablar mal de nuestras instituciones jurídicas y da a entender que, si no es reelegido, dará un golpe de estado. Comete un crimen de lesa patria, motivo para impugnar su candidatura. Y no nos referimos al hambre y al desempleo de millones de personas que campea en el país.

La situación ecológica del mundo no es menos preocupante: en pleno verano europeo el clima ha llegado a los 40 grados o más. Hay incendios prácticamente en todos los países del mundo. Son los eventos extremos agravados por el calentamiento global. En el presente año en nuestro país hemos tenido grandes inundaciones en el sur de Bahía, norte de Minas, del Río Tocantins y del Amazonas y trágicos deslizamientos de laderas en Petrópolis y Angra dos Reis, con innumerables víctimas, y simultáneamente sequía prolongada en el sur.

Hay 17 focos de guerra en el mundo, el más visible de todos en Ucrania atacada por Rusia con alto poder de destrucción. La decisión de los países occidentales, englobados en la OTAN, que tiene como principal actor a Estados Unidos, al establecer “un nuevo compromiso estratégico” y pasar de un pacto defensivo a un pacto ofensivo, ha sido gravísima. Declara ipsis litteris a Rusia como enemigo presente, y más adelante a China. No se trata de un concurrente o adversario, sino de enemigo, al que en la perspectiva del jurista de Hitler Carl Schmitt, cabe combatir y destruir usando todos los medios, inclusive los militares y, en el límite, los nucleares. Como señaló el reconocido economista ecologista Jeffrey Sachs, reforzado por Noam Chomsky: si ocurriera eso, sería el fin de la  especie. Esto sería la gran tragedia.

Tal vez la amenaza más grave nos viene del ya citado calentamiento global acelerado. Con el esfuerzo conjugado de todo los países hasta 2030 se debería limitar el calentamiento a 1,5 grados centígrados hasta 2030. Ahora constamos que se ha acelerado; con la entrada masiva de metano debido al deshielo de los cascos polares y del permafrost se ha anticipado al 2027. El último informe en tres volúmenes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (conocido por el acrónimo inglés IPCC) publicado hace pocos meses advertía que podría llegar mucho antes. Existe el peligro, apuntado ya anteriormente por la Academia Norteamericana de Ciencias, de un “salto abrupto”, que puede elevar la temperatura 2,7 o más grados centígrados. La conclusión a la que llega el IPCC es «que los impactos en todo el mundo son una amenaza para la humanidad». Gran parte de los organismos vivos no consigue adaptarse y acaba desapareciendo.

De igual manera, multitudes humanas pueden sufrir terriblemente y también morir antes de tiempo. Tal evento puede ocurrir en los próximos 3-4 años. No parece que los analistas y planificadores estén tomando en cuenta esta eventualidad.

De ahí se entiende que algunos científicos del clima, sean tecnofatalistas y escépticos. Afirman que con los miles de millones de toneladas de CO2 y de otros gases de efecto invernadero ya acumulados en la atmósfera (en la que permanecen cerca de 100 años) no estamos en condiciones de impedir el calentamiento global. Hemos llegado demasiado tarde. Los eventos extremos vendrán fatalmente, cada vez más frecuentes y dañinos, devastando partes de los biomas terrestres y de las costas marítimas. Por el hecho de disponer de ciencia y de tecnología podemos solo mitigar los efectos nocivos pero no evitarlos. Es una crisis de nuestro tipo de civilización.

A este cuadro dramático hay que añadir la Sobrecarga de la Tierra: consumimos más de lo que ella nos puede ofrecer, pues necesitamos más de una Tierra y media (1,7) para cubrir las demandas del consumo humano, especialmente el suntuoso de las clases opulentas.

Ante este escenario innegablemente dramático, ¿qué pensar? ¿que tal vez ha llegado nuestro turno de ser excluidos de la faz de la Tierra? Dada la voracidad del proceso productivista mundializado que no conoce moderación, cada año están desapareciendo cerca de 100 mil especies de organismos vivos. Aquí cabe recoger las palabras del eminente naturalista francés Théodore Monod, que hemos citado algunas veces: «somos capaces de una conducta insensata y demente; a partir de ahora podemos temer todo, inclusive la aniquilación de la raza humana: sería el justo precio de nuestras locuras y de nuestra crueldad». Esta opinión es compartida por otras notables personalidades como Toynbee, Lovelock, Rees, Jacquard, y Chomsky entre otros.

No podemos saber cómo será nuestro futuro. Pero no puede ser una prolongación del presente. La naturaleza de la lógica capitalista no cambiará, si no, tendría que renunciar a ser lo que  es y quiere ser: acumular ilimitadamente sin cuidar las externalidades.

No podemos saber cómo será nuestro futuro. Pero no puede ser una prolongación del presente. La naturaleza de la lógica capitalista no cambiará, si no, tendría que renunciar a ser lo que  es y quiere ser: acumular ilimitadamente sin cuidar las externalidades

Como mostró Hans Jonas en su libro El Principio Responsabilidad, el factor miedo y pavor puede ser decisivo. Al darse cuenta de que puede desaparecer, el ser humano hará todo para sobrevivir, como los navíos antiguos que, en peligro de naufragar, tiraban toda la carga al mar. Habría cambios radicales especialmente en el modo de producción y en el consumo frugal y  solidario.

Existe todavía el principio de lo imponderable y de lo inesperado de la mecánica cuántica. La evolución no es lineal. En momentos de alta complejidad y de gran caos puede dar un salto hacia un nuevo orden y conquistar otro equilibrio. En nuestro caso no es imposible. Pero se hará seguramente con el sacrificio de muchas vidas también humanas. Es nuestro drama.

Finalmente, tenemos la esperanza teologal, el legado judeocristiano, que debe ser entendido también como una emergencia del proceso evolutivo y no como algo exógeno. Ella afirma el principio de la vida y del Dios vivo y dador de vida que creó todo por amor. Él podrá crear condiciones para que los seres humanos cambien hacia otro rumbo de su destino y así puedan salvarse. Pero “chi lo sa”? A nosotros nos cabe el esperanzarse de Paulo Freire, es decir, crear las condiciones para la utopía viable, la esperanza, de que lo inesperado sucederá y que la vida siempre tendrá futuro y está destinada a cambiar para seguir y seguir brillando.

Fuente Religión Digital

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Recuerdos, huellas, odios.

Viernes, 15 de julio de 2022
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Del blog de José Arregi Umbrales de luz:

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Existen luces que no se apagan,
recuerdos que no se borran,
esperanzas que no se pierden,
y personas y hechos que no se olvidan.

Pensemos siempre que en la Vida no cuentan tanto los pasos ya dados,
ni los pasos que vamos dando…,  sino  las huellas que vamos dejando.

“Cuando odiamos a alguien, odiamos, en su imagen o en el recuerdo,
algo que está aún muy dentro de nosotros mismos” (Hermann Hesse)

*

Marta Barbero y Juantxu Oscoz
(Vitoria-Gasteiz)

***

 

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Yo espero

Lunes, 6 de junio de 2022
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Yo espero
que venga lo nuevo y novedoso
con el mismo ímpetu, por lo menos,
con que viene lo que ya conocemos
y que alguna vez nos ha tocado
en lo más íntimo
dejándonos heridos e insatisfechos
y con el espíritu en vilo.

Y espero,
cada vez con más ahínco y fe,
que no surja de nuestros estériles proyectos,
ni de nuestros evasivos sueños,
ni de nuestros recuerdos,
ni de nuestro vientre yermo,
ni de nuestros defendidos derechos…,
sino de tus entrañas y gracia,
o de las nuestras cubiertas por tu Espíritu.

Yo espero que venga,
gratuitamente, sobre todos,
sin distinción de credos,
de razas y pueblos,
de culturas y sexo…
tu Espíritu y gracia de nuevo…

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

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“Y después de la resurrección, ¿qué? “, por José Miguel Martínez Castelló

Sábado, 7 de mayo de 2022
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Pascua_2329277062_15459102_660x371“El horizonte de la resurrección es el horizonte de la esperanza”

“En estos días de Pascua, los cristianos tenemos que plantearnos cómo acogemos el misterio de la Resurrección en medio de la historia”

“Siempre me he preguntado por qué a personas ateas les molesta tanto que Dios no exista o no intervenga en nuestros asuntos si no creen en Él”

“En la actualidad afirmar que la resurrección es posible va contra los cimientos de la ciencia que se basan en lo tangible y material y, más todavía, contra los postulados del endiosamiento de las personas que llevan a disfrutar todas sus acciones sin límite alguno, explotando a otras personas por el bien y progreso personal”

Los dos últimos años los recordaremos porque asistimos a unas imágenes en Semana Santa completamente inéditas y sobrecogedoras. Se nos encogía el corazón, en plena pandemia, cuando veíamos la figura del Papa Francisco rezando solo en la Plaza de san Pedro. Los Vía Crucis dedicados a las vidas complejas de los niños y de las personas presas nos traspasaban el alma. Nos recordaban que, aunque todo se paró, el sufrimiento humano seguía su camino impertérrito. Volvió la mal llamada normalidad y el fin paulatino de las restricciones.

 Las muertes por COVID seguían de la misma forma, pero media humanidad apuntaba a un amanecer ante un virus invisible y silencioso. Creíamos que jamás íbamos a vivir una cosa parecida. Se nos llenaba la boca de que habíamos vivido un acontecimiento irrepetible que estaría grabado a fuego en los libros de historia. Ésta, maestra de la vida, no deja de sorprendernos y de cambiarnos el paso porque en la madrugada del 24 de febrero Rusia invadía Ucrania. El mundo contenía el aliento como si de un hecho único se tratara olvidando que en ese momento se daban, y se dan, veintiséis conflictos silenciados: Siria, Colombia, Etiopía, Yemen, Afganistán, República Centroafricana, Israel y Palestina, Myanmar, Mozambique y otros derivados por la acción del Estado Islámico.

De la noche a la mañana despertamos de nuestro letargo bien pensante convirtiéndose en espectadores privilegiados de una masacre retransmitida en directo. Ciudades que desconocíamos como Jarkov, Odesa, Dnipro, Donetsk, Zaporiyia, Lvov, Mykolaiv o Mariupol han entrado a formar parte de nuestras conversaciones como si hubiésemos vivido ahí. Y de pronto, ante todo este panorama, llega la Pascua, la fiesta de la Resurrección en medio de Bucha, Borodianka o la estación de Kramatorsk. ¿Es posible hablar hoy de la redención del hombre, de la persona, de volver a nacer y vencer la muerte en tiempos donde la muerte misma es un negocio a través del mercado de las armas y la tecnología militar?

González Faus en un artículo reciente en RD, De Ucrania a Dios: para creyentes e increyentes, decía: “¿Dónde está Dios ante esas madres desesperadas por no saber cómo liberar a sus niñitos del pánico y del hambre?”. Uno de los objetivos, no sólo del cristianismo, sino de todas las propuestas espirituales, religiosas y de sentido en el mundo actual es qué decir ante los cambios y la transformación de la vida que estamos viviendo; qué tiene que decir frente al absurdo, la desesperanza y el sentido. Por ello, en estos días de Pascua, los cristianos tenemos que plantearnos cómo acogemos el misterio de la Resurrección en medio de la historia y ser conscientes de lo que implica creer en Cristo resucitado y qué vida llevar a cabo a partir de este misterio que es el fundamento de nuestra Fe. Ello nos lleva a dos problemas de primer orden: el problema del mal y la esperanza.

El problema del mal: ¿mutismo de Dios?

Ríos de tinta han corrido a lo largo de la historia para responder al problema del mal. Desde la literatura, a la ciencia, la filosofía, la teología o el arte han intentado hallar orientaciones y respuestas a este interrogante. Debemos caer en la cuenta que hay situaciones que jamás tendrán una explicación completa bajo nuestros esquemas mentales. Sin embargo, en un mundo donde a Dios y a una parte de sus manifestaciones se les ha colocado una sordina, cuando el ateísmo y la increencia se disparan en la juventud a niveles inimaginables, resulta curioso que la misma sociedad vuelva a Dios para explicarse el problema del mal. Siempre me he preguntado por qué a personas ateas les molesta tanto que Dios no exista o no intervenga en nuestros asuntos si no creen en Él.

De ahí que González Faus exprese la interrelación entre Dios y el problema del mal. Necesitamos acudir a Él para encontrar comprensión a lo que vivimos en medio de las oscuridades y tinieblas de la historia: “Si Dios no existe el mal no tiene explicación, pero si Dios no existe el mal no tiene solución”. Nos cuesta asumir y comprender la mera existencia del mal. Anhelamos un mundo perfecto, pero caemos en la cuenta de la imposibilidad del mismo. Ahí tenemos el magisterio de las distopias desde 1984 de Orwell, a Un mundo feliz de Huxley, Fahrenheit 451 de Ray Bradbury o El cuento de la criada de Margaret Atwood. Debemos aceptar que el mal forma parte de nuestro mundo. El sufrimiento es una parte más del todo, de nuestra historia y de nuestra vida: “Pensar en un mundo finito sin mal, equivale, pues, a pensar un círculo cuadrado o en un hierro de madera, porque, en definitiva, seria pensar en un mundo finito-infinito” (Torres Queiruga, Esperanza a pesar del mal).

Ahí donde se dé la realidad humana aparecerá, al mismo tiempo, la carencia, el conflicto y el dolor porque la vida es, por definición, problemática. Esto no implica que nos conformemos con la lógica de la historia y, por tanto, que justifiquemos las injusticias y las diferentes pobrezas que se están cronificando y que necesitan de un compromiso radical para afrontarlas y solucionarlas. El Dios crucificado es el Dios del amor, como diría Whitehead en Proceso y realidad, “el gran compañero, el que sufre con nosotros y que comprende”. Desde el Éxodo al pie de la cruz de Jesús de Nazareth, Dios “está siempre -como apunta Queiruga– al lado del oprimido y del que sufre, apoyando su lucha y alimentando su esperanza”.

Y la resurrección se da en ese mismo momento, cuando la vida puede transformarse, puede cambiar, cuando lo que hacemos, por grande que sea su error, no puede dictar la sentencia final. A pesar de los pesares, Dios no se cansa, como ha apuntado Francisco en muchas ocasiones, de perdonarnos, del mal que ejercemos sobre las personas. Como diría C. Rahner, “si la muerte tiene la última palabra, ¿con qué base podemos esperar?”. El horizonte de la resurrección es el horizonte de la esperanza. Por ello la Pascua es el acontecimiento de salvación para toda persona y para la humanidad entera. Al mal sólo se le puede combatir con el bien y con la esperanza en el espíritu humano.

Para ello se necesitan de las armas más poderosas que existen, las que pueden variar el rumbo de la historia, armas que están silenciadas, que no están financiadas por ningún Estado o industria bélica: el perdón y la misericordia. En la medida que hacemos uso de la explotación y la violencia nos estamos alejando de Dios porque violamos lo que somos y aquello que nos hace ser personas. El Domingo de Ramos, Francisco escribió este tuit que debería guiarnos en esta Pascua: “Cuando se usa la violencia ya no se sabe nada de Dios, que es Padre, ni tampoco de los demás, que son hermanos. Se nos olvida por qué estamos en el mundo y llegamos a cometer crueldades absurdas”.

Estamos en el mundo para construir una civilización de amor y de encuentro. Sólo cuando ofrezcamos esa medida al mundo y a la humanidad esteremos resucitando porque hemos sido creados desde el amor. La cuestión estriba en qué papel queremos despeñar. Nuestro carácter radical de libertad es inevitable y su relación con el mal, también. Pero depende de nosotros, desde el magisterio del sacrificio de Jesús, el modo en cómo afrontamos la realidad que se nos mostrará entre tinieblas, qué duda cabe, pero que serán vencidas por la luz del amor.

2. La esperanza de la Resurrección  

Esta victoria se fundamenta en la creencia que es la base de toda existencia cristiana: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quién según su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo entre los muertos” (1Pedro, 1-3). ¿Nacer de nuevo? ¿Qué significa? Jesús se granjeó enemigos por explicar y proclamar las consecuencias de una vida que ha resucitado, que ha vuelto a la vida. Al final de la Cuaresma, el evangelio de Juan así lo constata: “Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre” (Jn 8, 51-52). Hoy, como en tiempos de Jesús, expresar aquello que no tiene la fuerza y la presencia de la corriente de la moda, de lo que se lleva y se acepta sin rechistar, incomoda, y Él lo pagó con su vida.

De igual forma, en la actualidad afirmar que la resurrección es posible va contra los cimientos de la ciencia que se basan en lo tangible y material y, más todavía, contra los postulados del endiosamiento de las personas que llevan a disfrutar todas sus acciones sin límite alguno, explotando a otras personas por el bien y progreso personal. Por el contrario, nuestra esperanza no puede circunscribirse a lo que podemos tocar porque tiene fecha de caducidad, desapareciendo de inmediato de nuestro horizonte personal.

La esperanza a la que acogernos tiene que situarse ante algo que no dependa del vaivén del tiempo ni de las circunstancias; tenemos que sostenernos ante una realidad que nos guarde en todas y cada una de las situaciones de nuestra vida. Como diría el teólogo alemán de la esperanza, Jürgen Moltmann, “creer es esperar, si no espero realmente no creo”. ¿Qué esperamos? ¿Esperamos algo? ¿Nuestra fe, nuestra creencia se basa en la resurrección? ¿Podemos decir que el tiempo pascual no es un tiempo más, sino que es la canalización de la expresión máxima de nuestra fe y esperanza?

Con el paso de los años comprenderemos la envergadura y la talla de Francisco. Pasará a la historia con muchos atributos que calificarán toda su acción pastoral. Lo recordaremos, entre muchas cosas, como el que cristalizó el pontificado de la esperanza. Es crítico, como pocos, de todos los vacíos y sin sentidos del sistema económico, social y de vida que llevamos. Sin embargo, no pierde la esperanza en la resurrección de toda persona, en sus posibilidades de transformación, de cambiar y de rehacer su historia para presentar una biografía diferente a la que fue: “No todo está perdido, porque los seres humanos capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse. Son capaces de mirarse a sí mismos y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad”(Laudatio si).

O, “hacer saber a las personas que no hay situaciones de las que no se puede salir, que mientras estemos vivos es siempre posible volver a empezar”(El nombre de Dios es misericordia). Esta esperanza sólo puede surgir de un Dios que se ha hecho uno de nosotros, que ha dado la vida por ti con independencia del color de piel, procedencia, estatus social, inclinación sexual, formación cultural que tengamos, ya que ama sin condiciones, donde se abaja de tal forma que desciende a nuestras heridas, a nuestras necrosis y miserias, para decirnos que en la vida lo más importante no es lo que hemos hecho, sino lo que hacemos y haremos. ¿Quién está libre de tirar piedras equivocadas? ¿Quién? Hasta los que comieron con Él lo traicionaron y no condenó ni afeó su conducta. Los acogió para que forjaran el porvenir de forma diferente; para que hicieran efectivo el Reino de Dios en la tierra.

Como expresó Pablo d’Ors en Religión Digital en plena pandemia: “Creer que todo cuanto sucede -bueno, malo o neutro- es en último término para bien. Ver lo que acontece no como una amenaza, sino como una ocasión para fortalecer el carácter y la relación con los otros y con Dios. Jesús sabe que el mal no tiene verdadero poder sobre este mundo”.

El tiempo pascual representa la victoria de la vida frente al sepulcro. Seremos hombre y mujeres de resurrección cuando no nos dejemos llevar por el derrotismo y la pesadumbre actual; seremos hombres y mujeres de resurrección cuando cada día demos esperanza y vida a cuantos nos necesiten; seremos hombres y mujeres de resurrección cuando trabajemos por la convivencia y la paz ahí donde estemos; seremos hombres y mujeres de resurrección cuando nos convirtamos en la voz de los sin voz del mundo. De esa forma resucitaremos a diario y lo asumiremos como el elemento mas definitorio de nuestra vida y no como un dogma o una quimera de tiempos pasados. Feliz Pascua.

Fuente Religión Digital

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Fragilidad endémica. Gratuidad desbordante

Viernes, 29 de abril de 2022
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D4157A15-E756-4B09-9382-685E1272D413Del blog de Ramón Hernández Martín, Esperanza radical:

La vida humana, lo único que importa desde cualquier enfoque que se dé al relato que cada cual pueda escribir, es el epicentro del que proviene y meta a la que se orienta todo quehacer. Es nuestro todo y, sin embargo, es sumamente frágil. De poco sirve convertirse en un “hércules” tras haber desarrollado en el gimnasio una musculatura de acero, o haber sido capaz de coronar los ochomiles del planeta a las bravas, sin mecanismos de apoyo, e incluso haber alcanzado la sabiduría o las habilidades de un genio en algunas de las infinitas ramas en que se bifurcan las actividades humanas, porque basta un vientecillo de nada, un malestar repentino, un imperceptible virus de pacotilla o una simple célula rebelde para llevarnos por delante, en un santiamén, y borrar del mapa cuanto somos y hasta nuestras huellas. Frente a tan palmaria constatación, puede que nuestro más preciado tesoro sea nuestra radical fragilidad para acoplarnos debidamente a lo que hay para sacarle el mejor partido.

A la reflexión de hoy en busca de la sabiduría que dimana de tal circunstancia siguen aflorando la naturaleza y la guerra, los dos tremendos azotes, sumamente destructores, que abordamos en la reflexión anterior, uno de los cuales, la guerra ruso ucraniana, todavía nos azota y acongoja. Por el lado de la naturaleza, el volcán de La Palma, nos referíamos como ejemplo al sufrimiento a que se vieron sometidos los palmeros, y nosotros con ellos, cuando tuvieron que poner pies en polvorosa por los vómitos ígneos de la tierra a la que habían confiado sus vidas y en la que habían depositado sus caudales. Por el otro lado, el de la guerra de Ucrania, esa factura de venta humana que termina siempre en quiebra, constatábamos el tremendo sufrimiento que los seres humanos nos infligimos unos a otros, sufrimiento que va desde la muerte en estos momentos de tantos ucranianos al expolio y a la depauperación permanente de la inmensa mayoría de los ciudadanos de todo el mundo por la avaricia de unos pocos.

De los peores errores que podemos cometer a lo largo de la vida es creernos invulnerables, como si tuviéramos esqueletos de acero inoxidable, y confundir el ser que somos, tan nimio y limitado, con un tener sin límites ni fronteras que nos engaña miserablemente al hacernos creer que lo podemos todo y que viviremos para siempre. Frente a la insensata pretensión primera, la decepción llega en cuanto una vulgar gripe o un simple dolor de huesos se apoderan de nuestro organismo para demostrarnos que hasta el acero inoxidable de nuestra fantasía se convierte en mierda pestilente, dicho queda para no andarnos con rodeos. Frente a la no menos insensata pretensión segunda, la de enriquecerse como si la posesión agrandara nuestro ser, la ruina que uno va dejando tras de sí pronto desmontará el castillo de naipes en que nos hemos convertido al evidenciar que nos hemos dedicado, en vez de a construir, a demoler el rico mundo recibido como regalo de nacimiento.

En contraste con la fatalidad de quienes cometen tamaños errores están, por un lado, los aciertos de quienes, conociendo a fondo su fragilidad, utilizan su flexibilidad entitativa para mantenerse en pie incluso frente a los malos vientos y para echar una mano a otros a conseguir lo propio, y, por otro, la maestría de quienes, por necesitar poco para la vida austera que han elegido, se libran del pernicioso síndrome de Diógenes, del afán desmedido de acumular cachivaches en el trastero de sus cuentas corrientes. No tengo la más mínima duda de que la vida nos va colocando de alguna manera a cada cual en su sitio y de que, en el caso de tener cuentas pendientes y de necesitar ser sometidos a un espantoso juicio final, no hay juez mejor posicionado ni más cualificado que la vida misma. Así lo certifica el aforismo de “quien la hace, la paga” y la certeza de que el juez más insobornable e impasible para juzgar nuestra causa somos nosotros mismos. De ahí que quien se pavonee exhibiéndose como potentado indestructible no tardará en sentir la piltrafa que es de hecho al ver que una minucia cualquiera se lo lleva por delante, y que quien aspire a ser Dios pronto saboreará la amargura de su humillante nadería. Justo lo contrario de lo que le ocurre a quien es consciente de la perentoriedad de su propia existencia, pues ello lo habilita para vivir intensamente sus días, y también a quien necesita poco para vivir, pues siempre andará sobrado.

Abundando en la condición de nuestra fragilidad consubstancial, baste recordar que, cuando la COVID-19 arreciaba, casi todos éramos conscientes de que, caminando por la calle, podíamos “coger un aire” que nos llevaría directamente a la UCI para pasar en ella unos días de vida prestada, en el mejor de los casos, o para, tras prolongados sufrimientos indecibles, tirarla por la alcantarilla en la más absoluta soledad; que, cuando veíamos descender los ríos de lava incandescente por las laderas de La Palma, contemplando atónitos con qué facilidad se tragaba viviendas y haciendas, se nos erizaba el bello imaginando con qué facilidad podíamos convertirnos en carne de parrilla; y, finalmente, que ahora mismo, viendo riadas de ucranianos huyendo de un país tan insensatamente demolido (¿cuánto cuesta levantar una ciudad?) y convertido en cementerio de no pocos soldados invasores, de muchos defensores y de tantos ancianos, mujeres y niños, nos sobrecoge la sinrazón de que un solo hombre, mal aconsejado, pueda convertir la tierra entera en un infierno perdurable.

La conciencia de esta fragilidad radical debería conducirnos fácilmente a la convicción de que la vida es un soplo, aunque vivamos noventa años, y arrastrarnos no solo a desterrar del quehacer humano la muerte como estrategia para obtener algún beneficio, sino también a saborear en cada momento las enormes riquezas que la vida nos ofrece gratuitamente. Raramente somos conscientes de la cantidad ingente de riquezas que la naturaleza nos regala a cada instante. A ellas hemos de añadir las muchas que nosotros mismos podemos conseguir con nuestra industria y las muchísimas más que nuestros semejantes consiguen para nosotros. ¿Somos realmente conscientes de lo que cada día recibimos de los investigadores, del personal hospitalario y farmacéutico, de los agricultores y de los transportistas, por no citar más que un sector social que está soportando el agobio de nuestro insensato desbarajuste social?  ¿Cuántas manos han dejado huella en lo que comemos y en lo que vestimos?

Lo más hermoso de la existencia humana, a pesar de su endeblez y fragilidad consubstanciales, se halla en que los unos nos ayudemos a los otros a vivir, en que los unos nos preocupemos del bienestar y de la felicidad de los otros. Bombazos como los que arroja Rusia sobre Ucrania deberían despertarnos y hacernos caer del guindo para no seguir entronizando el dinero, esclavista de todo acontecer, a fin de no confiarle jamás la dirección de la orquesta humana, tal como desgraciadamente vemos que ocurre todos los días en todas las latitudes. Es muy rica la vida humana para reducirla a una mercancía que puede ser tasada y es muy soberano el hombre, cualquier hombre, para encerrarlo en la mazmorra de la esclavitud. Vivimos poco y, además, lo hacemos por la confluencia de una serie de equilibrios difíciles de mantener, pero, quizá por ello, se nos ha dotado de razón y sentido común capaces de mandar la guerra al carajo y de lograr que florezca la paz. Capaces, en definitiva, de sepultar de una vez por todas el odio y de conseguir que se encarne en nuestro quehacer la utopía del amor. La naturaleza equilibra nuestra estratégica fragilidad con sobreabundancia de riquezas, sobradas para convertir los volcanes en jardines y el infierno humano en cielo de factura cristiana.

Ramón Hernández Martín

Religión Digital, 27.03.2022

 

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No tentarás al Señor, tu Dios

Domingo, 6 de marzo de 2022
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¡Feliz el hombre
que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor
y la medita de día y de noche!
Él es como un árbol
plantado al borde de las aguas,
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien.
No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el viento.
Por eso, no triunfarán los malvados en el juicio,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal.

*

Salmo 1

***

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.

Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.

Entonces el diablo le dijo:

“Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.”

Jesús le contestó:

– “Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre»”.

Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo:

“Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.”

Jesús le contestó:

“Está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto»”.

Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:

“Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras»”.

Jesús le contestó:

“Está mandado: «No tentarás al Señor, tu Dios»”.

Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

*

Lucas 4, 1-13

***

El Evangelio nos presenta este duelo entre Jesús y Satanás. Jesús fue tentado. También él quiere conocer el combate entre el alma que desea permanecer fiel a Dios y el invasor que tratará de desviarla e inducirla al mal. Hay que recordar que cuanto se refiere a Jesús nos toca también a nosotros. La vida de Jesús configura la nuestra; lo que a él le acontece se refleja en nosotros.

¿Fue tentado Jesús? Tanto más podemos o debemos serlo nosotros.

Parece lógica la pregunta, puesto que vivimos en un mundo asediado y turbado por esa iniciativa oculta del que san Pablo llama “el príncipe de este mundo de tinieblas”. Estamos rodeados de algo funesto, malo, perverso, que excita nuestras pasiones, se aprovecha de nuestras debilidades, se deja insinuar en nuestras costumbres, sigue nuestros pasos y nos sugiere el mal. La tentación consiste, pues, en el encuentro entre la buena conciencia y la atracción del mal, y esto del modo más insidioso que se pueda imaginar.

El mal, de hecho, no se nos presenta con su rostro real de enemigo, como algo horripilante y espantoso. Sucede precisamente lo contrario: la tentación es simulación del bien; es el engaño del mal disfrazado de bien, es la confusión entre bien y mal. Este equívoco, que se puede presentar siempre ante nosotros, tiende a hacernos retener como bien donde, por el contrario, está el mal.

*

Pablo VI,
7 de marzo de 1965,
en U. Gamba, [ed.], Pensieri di Paolo VI per ogni giorno dell’anno, Vigodarzere 1983, 279).

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Yo me atengo a lo dicho

Sábado, 22 de enero de 2022
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Yo me atengo a lo dicho:
la justicia,
a pesar de la ley y la costumbre,
a pesar del dinero y la limosna.
La humildad,
para ser yo verdadero.
La libertad,
para ser hombre.
Y la pobreza, para ser libre.
La fe cristiana, para andar de noche,
y, sobre todo, para andar de día.
Y en todo, hermanos,
yo me atengo a lo dicho:
¡la esperanza!

*

Pedro Casaldáliga,

Poeta, profeta y obispo de los pobres sin tierra de Brasil

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“ Nuestra naturaleza es la esperanza”, por Carlos Osma.

Viernes, 7 de enero de 2022
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99BEC659-4F88-4D5B-9C2F-6033B6B9436CLeído en su blog:

Podríamos hacer correr ríos de tinta sobre cualquiera de los temas que aparecen delante de nuestros ojos cuando leemos los relatos bíblicos sobre el nacimiento de Jesús: la voz de las mujeres, el respeto a sus decisiones, la marginación social, la humildad, el servicio, el atreverse a correr riesgos, la opresión del poder, la diversidad familiar, el patriarcalismo… Pero hay uno que para mí se presenta como esencial para abordar el resto: la esperanza. Porque las personas LGTBIQ «necesitamos de la esperanza crítica como el pez necesita el agua incontaminada» [1].

La esperanza es algo más que nuestro medio natural, o que la piel con la que sentimos y entramos en contacto con aquello que nos rodea. Las personas LGTBIQ llevamos la esperanza tatuada en cada una de las cadenas de polinucleótidos que forman nuestro ADN. La evolución ha jugado a favor nuestro incrustándola en cada uno de nuestros genes. Tenemos esperanza por naturaleza, o mejor dicho, ella es nuestra naturaleza, y cuando la perdemos, nos quedamos sin identidad, a merced de quienes nos quieren mal, a merced de quienes viven sin esperanza.

No nos cuesta nada imaginar formas de familia diferentes, relaciones diversas, iglesias inclusivas, sociedades plurales y abiertas, o un mundo mejor. Y eso ocurre porque esas son las familias, relaciones, iglesias, sociedades y mundos, donde nuestra vida es viable de forma humana. Pero también, porque otras personas LGTBIQ que vinieron antes de nosotras hicieron posibles muchas de esas esperanzas que en su momento eran imposibles, inviables, inimaginables. No tenemos que esforzarnos demasiado, ni echar mano de una fe inquebrantable, la esperanza surge espontánea, de manera natural, sería estúpido desesperar para quienes hemos visto a lo largo de la vida como nuestros sueños inalcanzables se quedaban cortos ante lo que hoy es nuestra normalidad.

Pero «pensar que la esperanza sola transforma el mundo y actuar movido por esa ingenuidad, es un modo excelente de caer en la desesperanza, en el pesimismo, en el fatalismo».[2] Los relatos bíblicos de la Navidad muestran la esperanza cristiana, a Jesús, como un bebé indefenso de una familia humilde que corrió muchos riesgos para traerlo al mundo. Para que Jesús se hiciera historia, para que pudiera llegar a la vida, no se necesitó únicamente esperanza, sino también práctica, acciones decididas. Para que nuestra esperanza innata, biológica, genética, profética, no se quede en nada, para que se expanda y alcance también a quienes hoy la necesitan, urge compromiso. Tampoco las amenazas que pretenden hacer retroceder nuestros derechos y libertades, se esfumaran únicamente con esperanza.

Hay muchas personas LGTBIQ a las que su identidad les pesa, que lo único que quieren es vivir en paz, sin necesidad de echar mano de la esperanza. Sienten como una responsabilidad que no han pedido el hecho de tener que transformar sus familias, sus relaciones, la iglesia, la sociedad y el mundo. Solamente aspiran a ocupar los espacios que les dejan, y a alimentarse con las migajas que las buenas personas les lanzan. El mundo tal y como está les es suficiente, la esperanza les atormenta. Por eso se sienten a gusto en los establos donde habitan quienes no son merecedores de derechos humanos, en lugares donde el frío de la noche hace imposible sus sueños. Pero muy a su pesar, en esos establos se hace siembre un hueco la vida de donde surge la esperanza cristiana. No es posible para las personas LGTBIQ evadirse de la esperanza por mucho tiempo, al final resurge, es nuestra naturaleza, y lanza un grito desesperado, como el de un bebé que necesita la leche materna para sobrevivir.

Lo que esperamos tiene que ver con nuestra vida, pero también con la de los demás. Tiene que ver con el respeto a la diversidad, pero también con la eliminación de cualquier discriminación. No es esperanza exigir que todo el mundo tenga derecho a amar a cualquier persona, pero no exigir que todo el mundo tenga derecho a un trabajo digno, o a un hogar, a la libre circulación, a poder desarrollarse y expresarse libremente en el lugar donde ha nacido, a tener hijos o no tenerlos… Las esperanzas no se pueden agotar en lo particular, lo que las caracteriza es que tienen un imán que las aproxima a otras esperanzas.

Tratar de vivir en la esperanza concreta tiene sus riesgos, contradicciones y fracasos. Sin embargo para nosotras no hay elección posible, no la podemos arrancar de nuestro ADN, siempre acaba por resurgir, huyendo del cielo y de los imposibles para tomar forma en el presente, quizás de forma imperfecta, pero muy real. No esperamos a mañana, ni al más allá, esos no son nuestros espacios, los nuestros son el hoy y la realidad. Porque el Mesías, cuyo nacimiento celebramos estos días, no nos trajo doctrinas, ni nos llamó a la pasividad y la resignación, sino que «nos mostró como los objetos de nuestra esperanza se encarnan día a día en realidades concretas»[3]. Celebrar la Navidad, es vivir y celebrar la vida bajo esa esperanza.

Carlos Osma

Notas:

[1] Paulo Freire, Pedagogía de la esperanza, México: Siglo XXI Editores 1999, p.24.

[2] Ibid. 24.

[3] Enric Capó, Per què i per a què sóc cristià, Madrid: Fliedner Ediciones 2011, p.96

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Dios nos ha tomado la delantera.

Martes, 4 de enero de 2022
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Hay que tener confianza en Dios, hermano/a,
pues Él ha confiado en nosotros.
Hay que tener fe en Dios,
pues Él ha creído en nosotros.
Hay que dar crédito a Dios,
que nos ha dado crédito a nosotros.
¡Y qué crédito! ¡Todo el crédito!
Hay que poner nuestra esperanza en Dios
puesto que Él la ha puesto en nosotros.

Singular misterio, el más misterioso:
¡Dios nos ha cogido la delantera!

Así es Él, hermano/a, así es Él.
Se le desborda la ternura por los poros,
nos alza hasta sus ojos, nos besa,
nos hace mimos, cosquillas y guiños,
y sueña utopías para nosotros
más que las madres más buenas y apasionadas.

Dios ha puesto su esperanza en nosotros.
Él comenzó, ya en los orígenes, y no se cansa.
Él espera que el más pecador de nosotros
trabaje, al menos un poco, por sus hermanos.
Él espera en nosotros más que nosotros mismos,
¿y nosotros no vamos a esperar en Él?

Dios nos dio su Palabra,
nos confió a su Hijo amado
que vino a nuestro mundo y casa;
nos confió su hacienda,
su Buena Noticia,
y aún su esperanza misma,
¿y no vamos a poner nosotros
nuestra esperanza en Él?

Hay que tener confianza en la vida
a pesar de lo mal que dicen que está todo.
Hay que tener esperanza en las personas, ¡en todas!
Sólo en algunas hasta los fariseos y necios la tienen…
Hay que confiar más en Dios
y echarnos en sus brazos y descansar en su regazo.

Hay que esperar en Dios.
Mejor: hay que esperar a Dios.
Y si todo esto ya lo hacemos,
una cosa nos falta todavía:
Hay que esperar con Dios
a que su Palabra se haga buena nueva
en nuestras entrañas,
en su casa, que es nuestra casa.

*

Florentino Ulibarri
Fuente Fe Adulta

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Bienaventuranzas de la mirada

Jueves, 16 de diciembre de 2021
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Del blog de José Arregi Umbrales de Luz:

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Felices quienes detienen su mirada sin prisas, quienes miran de frente, quienes no rehúyen la mirada de los demás.

Felices quienes fijan su más atenta mirada en los hechos más cotidianos y, en apariencia, insignificantes.

Felices a quienes lo inmediato, los problemas diarios, no les impide seguir alzando su mirada hacia el horizonte.

Felices a quienes el paso de los años les limpia las telarañas de los ojos y convierte su mirada en clara transparencia.

Felices quienes contemplan y logran ver más allá: las causas y las consecuencias de cada situación.

Felices quienes al mirar una hoja de hierba, el poema azul del mar, la belleza de unos ojos encendidos, sienten palpitar el universo muy dentro de sí.

Felices quienes se dejan deslumbrar, quienes revelan el negativo de cada circunstancia, quienes se dejan sorprender por los fogonazos de la realidad.

Felices a quienes su mirada, sin perder la objetividad, se vuelve contemplativa y adquiere los colores de la luz, de la ternura, de la sombra, del auténtico espíritu de vida que anida en cada ser humano, en nuestra Madre Tierra, en el Universo del que humildemente formamos parte.

*

Miguel Ángel Mesa

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“ Si conociéramos el camino de la paz… ”, por José Arregi

Sábado, 11 de diciembre de 2021
Comentarios desactivados en “ Si conociéramos el camino de la paz… ”, por José Arregi

paloma_de_la_paz_by_azafranzDe su blog Umbrales de Luz:

Los profetas de Israel habían anunciado la paz –el Shalom– para otro tiempo, el futuro mesiánico en el que habría de llegar el Mesías, el rey descendiente de David, “príncipe de la Paz” (Is 9,5), rey descendiente de David. Entonces, escribió Isaías, “de las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4-5). Entonces “habitará el lobo junto al cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el ternero y el leoncillo pacerán juntos (…). Nadie causará ningún daño en todo mi monte santo, porque el conocimiento de Dios colmará la tierra como las aguas el mar” (Is 11,6.9). Entonces gozarán las gentes la paz de la RAE: no habrá guerras ni armas, nadie provocará ni padecerá ningún daño ni desastre. Entonces la Tierra rebosará de paz, como los mares rebosan de agua. Podrá ser un futuro lejano o cercano, futuro en todo caso. “Entonces”. Pero será, no os resignéis. Resistid.

¿Qué sería de la historia de la humanidad sin ese sueño, sin ese impulso y acicate de la utopía? Ernst Bloch, marxista crítico, pensador de la esperanza, explicó perfectamente los dos aspectos o funciones que desempeña la utopía: la función crítica o negativa y la función operativa o positiva; crítica del presente por un lado, esperanza eficiente y constructiva del futuro por otro lado. No podemos conformarnos con la permanente guerra que vemos, ni con la mera crítica de lo que tenemos. Construyamos hoy la casa de la paz del futuro, la ciudad de paz.

¿Y si no logramos construirla? Aunque nunca lo logremos, merece la pena que intentemos en paz conseguir la paz. Eduardo Galeano lo dijo perfectamente: La utopía es horizonte; no se puede alcanzar el horizonte, pues se aleja a medida que avanzamos hacia él, pero el horizonte nos muestra por dónde caminar, hacia dónde avanzar.

A Jesús le movía el mismo espíritu de los profetas, su clamor de esperanza: habrá paz sin angustia en los corazones, habrá paz sin injusticia en la Tierra. Pero a esa antigua esperanza profética Jesús le dio un nombre nuevo: “reinado” o “reino de Dios”. Y, sobre todo, introdujo una novedad en su profético: “El reinado de Dios, a saber, la supresión de todas las injusticias y opresiones, la curación de todas las enfermedades y malestares, la desaparición de todas las inquietudes y angustias, no es para luego, es para hoy. El reino de Dios ya viene, está llegando, haciéndose presente. ¿Queréis una prueba? Ved cómo los enfermos empiezan a curarse. Ahora es el momento de la gran paz”. ¿Habló así el Jesús histórico? Así parece, en efecto, pero no nos interesa tanto lo que el Jesús histórico pensó, dijo o hizo exactamente, sino la figura inspiradora que nos ofrecen los relatos, releídos libremente, “espiritualmente”.

El mensaje de esperanza de Jesús debió de tener cierto eco y éxito en el pueblo llano de Galilea, especialmente entre los pescadores y campesinos de la zona del lago Genesaret.  Sin embargo, el reto era ganarse a Jerusalén, y allí se encaminó, y allí “fracasó”. La élite social –los “saduceos”– y religiosa –los principales sacerdotes y escribas– de la “ciudad santa” prefería “la paz del orden” que dirá San Agustín 400 años después más bien que la paz subversiva que anunciaba el joven profeta galileo. Y decidieron que era mejor quitarlo de en medio. Sabemos lo que siguió. Jerusalén se convirtió para Jesús en encrucijada y viacrucis. (El fracaso será, sin embargo, reconocido como martirio y, por lo tanto, como pascua, resurrección).

Jesús presintió lo que le venía, pero no lo rehuyó, lo afrontó. Y no lo afrontó con violencia, sino con tristeza, la tristeza de ver que la ciudad santa se negaba a la paz y, al negarse a ella negaba su propio nombre y su ser. Pues Jerusalén, como se sabe, significa en hebreo “ciudad de la Paz”, y era desde antiguo la imagen de todos los sueños y esperanzas de paz. Al avistar la ciudad desde lejos, los peregrinos la saludaban deseándole la Paz, Shalom, y cantando llenos de alegría: “Vivan en paz los que te aman. Reine la paz dentro de tus muros. En nombre de mi familia y de mis amigos te digo de todo corazón: La Paz contigo” (Sal 122,6-8). También para Jesús, escuchar Jerusalén significaba respirar la paz, decir Jerusalén significaba ofrecer la paz. Había llegado a la ciudad como peregrino, quizá albergando la ardiente esperanza de que, justamente con ocasión de su peregrinación, iba a reventar y florecer el reinado de Dios, la paz plena transformadora de todo, la paz renovadora de todas las cosas.

Pero no. Tampoco esta vez sucedió. Intuyéndolo, y mirando a la ciudad desde el monte de los Olivos, lloró sobre ella y en tono de pesar y lamento más que de queja y reproche le habló diciendo: “¡Ay Jerusalén, si en este día comprendieras tú también el camino de la paz!” (Lc 19,42). “¡Si supieras cómo encontrar la paz!”. No hay palabras de condena. Pero el camino a la paz es más difícil de lo que Jesús había creído al principio, y no solo en los notables de Jerusalén, sino incluso en aquellas y aquellos que le siguen más de cerca y peregrinan con él. Y en el mismo Jesús, a quien pronto se describe bañado en sudores de angustia en el huerto de Getsemaní, perdida la paz, y poco después gritando en la cruz, perdido también Dios… ¿Cómo podríamos reprocharle haber perdido la paz?

Nadie pierde ni quita la paz a sabiendas, sino por ignorancia. Nadie pierde y quita la paz a propósito, sino por impotencia. Incluso quien provoca una guerra la provoca con el propósito de lograr una paz a su manera. Quien hace daño lo hace en busca de algún beneficio. Quien renuncia a la paz lo hace porque no conoce la paz, no porque no la quiera o porque prefiera el enfrentamiento. No hay enemigo que no prefiera la paz, no hay malhechor que prefiera el mal. Somos errantes que no encuentran el camino, no culpables. Tal vez fue esto lo que el mismo Jesús comprendió, incluso mejor que cuando habló con dolor a Jerusalén, cuando sufrió la congoja de Getsemaní y de la cruz. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Y su última palabra es el Todo, vacío y plenitud que queda cuando todo se ha perdido: “Padre, en tus manos confío mi aliento vital” (Lc 23,46). Lo que queda es el eterno Aliento de la Vida.

Desde esta su última palabra y desde su plenitud de aliento nos habla también a nosotros, como nos hablaría cualquiera que ha encontrado el camino de la paz a través de la angustia, nos hablaría con pesar y compasión: “¡Ay si encontraras el camino de la paz! ¡Si supieras distinguir entre la apariencia de la paz y el don de la paz, entre la paz del poder y la paz de la misericordia, entre la paz del Imperio y la paz del Aliento, entre la paz ilusoria y la paz verdadera! ¡Si dejaras de castigarte a ti mismo y al prójimo y dejaras que la paz que te habita te guíe por el camino de la paz! ¡Si comprendieras que, como para todos los peregrinos, también para ti lo esencial no es la meta sino el camino, que el camino mismo es el destino! Está en tus manos. Tienes a mano el camino de la paz, abierto ante ti: en ti mismo, en el prójimo, en la naturaleza, en todo cuanto es. Levántate y camina en paz”. Caminemos en paz.

Todos los caminos –tú mismo, tu prójimo, la naturaleza, todo cuanto es– son uno, como una es la paz. El caminante de la paz recorre a la vez todos los caminos. Y no para llegar alguna vez a la paz plena y definitiva, sino para seguir el camino en paz aun cuando pierda la paz. El horizonte de la paz nos guía en el camino.

(Versión libre del artículo publicado en euskera en la revista Hemen, n. 68 / 2020, octubre-diciembre, pp. 8-11)

Aizarna, 2 de diciembre de 2021

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Esperanza esperanzada. Espera. Comienza el Adviento.

Lunes, 29 de noviembre de 2021
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Comienza el tiempo de Adviento, tiempo de espera, pero no cualquier espera, sino una esperanzada, no la rutinaria  de saber que todos los años celebramos el Adviento y después la Navidad.

La espera que este año queremos vivir es una espera consciente, llena de ilusión y fuerza, la espera esperanzada de la novedad que llega.

No es siempre lo mismo.  Cada año el Adviento viene con la novedad de ese tiempo de espera, que puede ser pasiva, un tiempo del cronos del reloj, donde dejar pasar los minutos hasta la llegada de Jesús, o un tiempo donde vivimos la espera con un contenido nuevo, un latir diferente del corazón, no con los  latidos de siempre, sino con los latidos del ahora.

Pero este año es diferente, porque estamos en una aventura nueva, la de la sinodalidad, la de la comunión real, la de abajarnos para encontrarnos en la raíz que somos, y en la Raíz que nos sustenta: Cristo.

No dar nada por sabido, vivir como si no supiéramos el final y poner  todo lo que somos en el proceso de este tiempo.

Dejar que la semilla brote en el interior y en vez de intentar dirigir su crecimiento, permitir  que el mismo proceso interior la haga crecer, y así también nosotras, crecer en la sabiduría de dejar a Dios ser semilla en nosotras.

No  dar por supuesto nada, acoger  los mensajes y gestos de las  demás en una escucha atenta, percibir  las palabras más allá de las palabras, en esa expresión que mueve el fondo de las personas, y posibilita la novedad  de las mismas, que nunca tuvimos tiempo para atender.

No sabemos las facciones del niño que esperamos, pero lo que sí sabemos es que vivió  descentrado de sí y eso posibilitó  el crecimiento  y la  libertad  de vivir para los demás, y con ello nos mostró  el camino  para plenificar nuestra vida en la comunión del amor.

Que este año no nos comamos el proceso de gestación de acompañarnos y vivir cada instante como el único, siguiendo esa sabiduría interior que nos capacita para ser seres en libertad, seres plenos,  que cada año nacen para poner facciones nuevas al rostro de Dios.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La muerte está vencida

Martes, 2 de noviembre de 2021
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Del blog ya desaparecido À Corps… À Coeur:

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¡Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios  bellos jardines de esperanza! “

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Père Pierre Trevet

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¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.

 

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No se debe morir cuando se ama. La familia no debería conocer la muerte. Se unen para la eternidad, y para la eternidad dan la vida a otras personas. La muerte no es sólo el huésped que no se puede evitar. Se podría decir que es un miembro de la familia, un miembro celoso que, cuando llega, aleja a otros.

Sea quien sea la persona que veamos alejarse, la vida queda cambiada. Toda muerte lacera la carne común. La familia, precisamente porque es preparación para la vida, es también preparación para la muerte, y en esta cita común con el misterio no es posible saber quién será llamado el primero.

żPor qué no se nos permite morir al mismo tiempo? Éste sería el deseo más vivo del amor, una nueva bendición nupcial a la que consentiríamos con alegría. Pero ese caso es muy raro. La Providencia tiene otros fines. Algunos de ellos son evidentes, otros se nos escapan. Por eso es difícil la fe. Nos creemos víctimas de la fatalidad, y no pensamos que, también con la muerte, sigue siendo el amor un don insigne. En una casa hay desgracias mucho más graves que la muerte. ¡Cuántas tragedias ocurren sin que nadie haya desaparecido, y cuánta ternura conservada en ausencia de las personas queridas!

La muerte no es siempre una enemiga. Mientras la padece, el amor es capaz de vencerla. Vivir significa con frecuencia separarse; morir significa, en cambio, reunirse. No es una paradoja: para aquellos que han llegado al amor más grande, la muerte es una consagración y no una ruptura. En el rondo, nadie muere verdaderamente, porque nadie puede salir de Dios. Ese que nos parece haberse detenido de improviso continúa su camino. Ha sido como pasar una página, mientras escribía su vida. De él hemos perdido lo que poseíamos de una manera temporal, pero se posee para la eternidad sólo lo que se ha perdido. La vida y la muerte no son más que aspectos diferentes de un único destino; cuando se entra en él con el corazón, ya no se distingue.

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A. G. Sertillanges,
Nos disparus,
París 1970, pp. 5-10, passím.

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Esperanza

Martes, 19 de octubre de 2021
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Del blog Nova Bella:

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Por la esperanza somos hijos de nuestros sueños

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María Zambrano

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Esperanza invencible para tiempos convulsos.

Martes, 25 de mayo de 2021
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ob_b7f687_01-sanctuaire-1609-rachel-122725ºaniversario de la muerte de los monjes de Tibhirine

Mari Paz López Santos
Madrid

ECLESALIA, 21/05/21.- El 21 de mayo 2021 se cumplen 25 años de la muerte de los monjes de Tibhirine: Christian, Christophe, Luc, Paul, Michel, Célestin y Bruno. Fueron beatificados en 2018 junto con otros religiosos y religiosas que perdieron la vida violentamente. Al acercarse la fecha he pensado mucho sobre qué sostuvo a aquella comunidad de monjes para mantenerse junto a sus vecinos musulmanes, que sufrían la misma violencia.

Qué les animó a un discernimiento tan profundo sobre su posición ante tal situación y seguir en el día a día de su vida monástica, atentos al crecimiento interior como comunidad, como personas que sentían el miedo ante la amenaza exterior, como monjes cristianos, atentos a la escucha, desde el corazón, de la palabra de Dios que iba indicando cómo y por dónde; y su compromiso con quienes reclamaban su ayuda, su palabra, su compañía…

También he estado pensando que el testimonio de los hermanos monjes de Tibhirine puede ser una luz inmensa para alumbrar el oscuro mundo de enfrentamientos de todo tipo: desidia y confrontación en la vida política a base de imagen y manipulación. Odio intencionado y expandido en el ambiente tras los aplausos del primer tramo de la pandemia, olvido de los que murieron y siguen muriendo… ¡Detrás de los números de las estadísticas hay personas!, pero se nos acostumbra el oído. Ambiciones económicas que impiden la vacunación a quienes no pueden pagar la vacuna. Violencia preocupante en Colombia. Conflictos enquistados en la historia que resurgen virulentos, como en Oriente Medio, palestinos y judíos en lucha desigual; inmigrantes en tantas fronteras del mundo, en nuestras costas y en el fondo del mar.

Y mientras le daba al “punto y aparte” llega a mis oídos la tensión entre Marruecos y España y la avalancha de personas intentando llegar a frontera a través de Ceuta…

Concluyo esta relación con un pensamiento bastante triste: el homo sapiens no es tan sabio como se cree y vive embutido en una espiral que, como no se pare a pensar y razonar hacia dónde va y qué destruye por el camino, sólo la Naturaleza quedará para poner el cartel de “Cerrado por incompetencia”.

¿En qué nos pueden ayudar en estos momentos los monjes de Tibhirine?  Su experiencia de vida nos mostrará que hay una esperanza invencible a la que todos estamos llamados. Dejemos que nos contagien…

Christian de Chergé, superior de la comunidad de Tibhirinese definía como “oculto testigo de una esperanza, de una esperanza invencible”. Muchos años antes de los sucesos, el 28 de junio de 1974, ya en Tibhirine, escribe a su familia y amigos de Francia, a modo de cartas. El primer texto lo titula: “Un hermano día a día, o crónica de la esperanza”: “Dividido en sentido horizontal por las exigencias fraternales de todos los días; dividido en sentido vertical por la loca esperanza de VER A DIOS, y tener que buscar el equilibrio de la cruz que transfigura toda realidad, a fin de arrancar a todo ser ese reflejo de Dios que revela la complicidad escondida del Creador y de toda Criatura; y por lo tanto la cualidad, la autenticidad humana de todo aquello que se logra con la esperanza invencible de una caridad (un amor) posible, simplemente porque DIOS ESTÁ ALLÍ”. Nos espabilan… “Para que cada detalle (en nuestra vida) recobre su importancia, es necesario con toda urgencia restituirle a la esperanza sus ojos de niño…” (“La esperanza invencible”, Christian de Chergé, Ed. LUMEN, págs. 8, 19, 20,21).

Restituir la esperanza en la vida, cada día, cada instante, abriendo bien los ojos del corazón que tienen la pureza de la mirada de los niños. ¿Difícil? Sin duda. Vivimos cercados por un individualismo desmedido; ejercemos una insana prepotencia ante las situaciones que, supuestamente, debemos controlar personal y férreamente; no está bien visto mostrar necesidad ni material ni afectiva; y todo servido en un auténtico desconocimiento de lo que es la esperanza, ese ingrediente necesario para seguir adelante erguidos, empáticos, compasivos, alegres, humanos… hermanos.

Mientras pensaba en el 25º aniversario de la muerte de los monjes de Tibhirine, llegó a mis manos algo que no tiene que ver con ellos pero que también me habla de esperanza de la buena, de la invencible. Es un pequeño folleto del año 1991, titulado: Siempre es posible la utopía” de Pedro Casaldáliga, Circular de Navidad, Año Nuevo 1991, más una entrevista que le hizo Benjamín Forcano, que me trae el eco de un hombre, religioso y obispo de los pobres y con los pobres: “Esperando contra toda esperanza, sí. Esta es nuestra esperanza como cristianos e incluso como Tercer Mundo. Voy a ser bien sincero: soy un hombre de esperanza. Ha sido un don del Señor. Los pobres me lo han enseñado, los mártires me lo han enseñado”. Gracias, Pedro Casaldáliga, hombre de esperanza hasta el fin.

Por último, recibo un whatsapp de una buena amiga comentándome el evangelio de Jn 16, 16-20: “Habla tan claro Jesús, nos lo explica tan bien, que es difícil no volver a la esperanza y, aunque sea a media luz, creer”.

El mundo necesita de esperanza y, como cristianos, hemos de indagar a qué nivel está la nuestra, con la que está cayendo (esta es una coletilla muy habitual en estos tiempos), reflexionar juntos, ahuyentando la desesperanza, confiados en que nuestra pequeñez se hace grande cuando nos unimos, sabiendo que no vamos solos, cuidándonos y cuidando, animados por el entusiasmo contra viento y marea.

Por cierto, la esperanza es la madre del entusiasmo, así que habrá que alimentar a la madre para que pueda nacer el hijo. Y Quien nos acompaña paso a paso nos susurra desde dentro de cada uno y desde el corazón de la comunidad: “Vuestra tristeza se convertirá en alegría”(Jn 16, 16-20); sin pedir permiso a los poderes del mundo.

Pentecostés está cerca y el Espíritu Santo es nuestro gran aliado: viviste en Tibhirine, al lado de los monjes y sus vecinos musulmanes. Acompañaste a Pedro Casaldáliga en su vida de resistencia junto a los pobres en su Brasil querido. Inspiras a quien lee la Palabra cada día.

¡Ven, Espíritu Santo, alimenta la esperanza en nosotros hasta que llegue a ser invencible! Amén.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Confidencias de pájaros

Jueves, 6 de mayo de 2021
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Del blog de José Arregi Umbrales de luz:

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Fiel despertador
y eco de tantas
conversaciones humanas
que van diciéndonos
lo que no cantamos:

amores silenciados,
propuestas apasionantes,
indecentes reconciliaciones,
ardiente amor,
luchas más calladas
a un paso de tirar la toalla.

*

Toño Martínez.
Esta mañana escuchando a un pájaro en mi balcón

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Miguel Ángel Munárriz: La muerte.

Martes, 20 de abril de 2021
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Cristo muerto de Holbein

Al principio de su libro “El mundo de Sofía”, Jostein Gaarder nos plantea una pregunta crucial para nuestra vida: «¿Quién eres?» … Ante ella, su protagonista se hace esta sencilla reflexión: «Estamos aquí y ahora rodeados de personas animales y cosas, somos conscientes de ello y es fantástico vivir. Luego desaparecemos de este mundo ¿No es injusto que se nos dé algo para arrebatárnoslo después?»

¿Qué nos espera tras la muerte? … No lo sabemos; y no lo sabemos porque no sabemos quiénes somos. Mejor dicho, todos tenemos nuestra propia concepción de nosotros mismos, pero carecemos de capacidad para convertir nuestras creencias en certezas.

Algunos buscan la respuesta a este enigma en la metafísica, pero quizá no sea la metafísica el mejor camino para lograrlo, pues, tal como afirma Inmanuel Kant, cualquier proposición metafísica tiene la misma probabilidad de ser cierta que su contraria. Aunque tampoco es necesario recurrir a Kant para llegar a esta conclusión, pues parece evidente que nuestra lógica quiebra cuando tratamos de pasar del plano finito al infinito. Si no fuese así, las cinco vías para demostrar la existencia de Dios Creador de Santo Tomás serían rigurosas, y ya no cabría ninguna duda ni de Su existencia ni de Su esencia.

Por tanto, esa metafísica trascendente que nos habla de teísmos, ateísmos, panteísmos, monismos y dualismos, puede llegar a resultar apasionante, pero es inhábil para llegar a conclusiones sólidas sobre nuestra realidad o nuestro destino tras la muerte.

Los cristianos tenemos otro espejo en que mirarnos, porque creemos que en Jesús podemos ver la realidad humana completa. Y siendo esto así para nosotros, parece razonable volver la vista al evangelio cuando buscamos respuestas que superan nuestra razón. Y lo primero que vemos es que Jesús se mostró vivo tras la muerte, pues, por mucho simbolismo que atribuyamos a los relatos de la resurrección, y por muchas contradicciones que veamos entre los cinco considerados canónicos, hay cosas difíciles de negar.

La más significativa tiene carácter histórico, y es que, al poco de haber huido de Jerusalén —o de haber permanecido atrancados en ella—, aterrorizados por miedo a las autoridades judías, desmoralizados por la muerte de su maestro y sumidos en angustiosas dudas de fe por este hecho, sus discípulos se presentaron de nuevo en el Templo afirmando, y empeñando su vida en esta afirmación, que lo habían visto vivo después de su muerte. Y ya no es solo su testimonio, es que lo ocurrido después resulta inconcebible sin haber mediado una experiencia extraordinaria capaz de remover la conciencia de aquellos hombres hasta extremos impensables.

Del evangelio extraemos los cristianos la esperanza de más vida tras la muerte, pero no encontramos en él ninguna referencia a la naturaleza de esa vida (con la excepción, quizá, de esa vaga referencia, “sentado a la diestra del Padre”). Por tanto, a la pregunta sobre lo que nos espera después de la muerte, debemos responder en rigor que no lo sabemos … porque eso no nos lo han dicho.

Y es que en todo lo relativo a la muerte solo nos cabe la esperanza. Y es muy legítimo afirmar que tras su umbral nos espera una vida eterna repleta de dicha, o que nuestro espíritu de fundirá con el Todo universal como la ola se funde en el mar tras chocar contra las rocas, o que nos reencarnaremos en otro ser… pero, puestos a elegir, yo me quedo con la idea que le escuché a Ruiz de Galarreta no mucho antes de su muerte: «No tengo ni idea de lo que me espera tras la muerte —dijo—, pero confío en que mi Madre me tenga preparado algo estupendo».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

 Fuente Fe Adulta

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