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Josep Vicent Martínez: Cuaresma, tiempo esperanzador

Martes, 27 de febrero de 2024
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cuaresma_portada_01Para prepararnos convenientemente a las fiestas pascuales de la Resurrección del Señor se nos ofrece la cuaresma, que no tiene por qué ser un tiempo triste, gris o negro, sino un tiempo esperanzador, porque tal y como dice el Papa Francisco en el mensaje para la cuaresma del presente 2024: “a través del desierto Dios nos guía hacia la libertad”

En verdad, nuestra vida puede compararse con un desierto en el que muchas veces nos resulta imposible subsistir.

Cuando Dios sacó a los israelitas de Egipto, el pueblo cayó en la cuenta de que el mismo Señor se había fijado en la dura esclavitud que el pueblo sufría y bajó a liberarlos de sus esclavitudes.

Pero la fe del pueblo debía ser probada para que Dios pudiera cerciorarse de que su pueblo, en verdad, le estaba siendo fiel.

No fue así. El pueblo se rebeló contra su Dios, contra su Libertador, contra su único Señor, y pese a que una y otra vez el pueblo volvía a arrepentirse y pedía perdón, el Señor les perdonaba, pero al cabo de poco tiempo los israelitas volvían a ser infieles a su Dios, el que les había sacado de la esclavitud, y recaían en la idolatría, rechazando al Dios vivo y verdadero.

Algo así es nuestra vida con sus altibajos, con nuestras caídas y nuestras infidelidades, con nuestros momentos de alegría y casi de euforia por tener un Dios rico en misericordia y lealtad, el Dios siempre fiel que nos llama a la verdadera libertad, al amor, a la confianza en Él, a la obediencia a sus mandatos, a servir a todos, en especial a los más pobres, a los descartados, a las víctimas, a los que yacen medio muertos a la orilla del camino sin que nadie les eche una mano, etc.

Pues bien, Dios es siempre fiel y no puede negarse a sí mismo. Nosotros somos débiles, quebradizos, pecadores; nos mata el tener y el poseer, pero los preferimos antes que el ser: es cierto que vivimos en la sociedad de la apariencia y del despilfarro mientras miles y miles de hermanos nuestros no tienen lo necesario para poder vivir dignamente.

El ayuno, la limosna y la oración, (los tres resortes que Jesús nos enseñó a practicar no para que los hombres se fijen en nosotros, sino para que esos resortes nos ayuden en nuestro camino de conversión), siguen siendo vigentes en pleno siglo XXI, siempre que los entendamos en su significado más profundo, el que Jesús les dio.

“Quiero misericordia, no sacrificios” nos exhorta el Señor.

Vamos a atravesar este desierto que es la cuaresma con la mirada fija en Jesús, el que inició y completa nuestra fe, como dice la carta a los Hebreos.

Y vamos a hacerlo en comunión con todos los miembros de la Iglesia, que es el Pueblo santo de Dios, con un gran amor al Papa Francisco, a nuestros Pastores, a los que viven y predican el Evangelio con sus palabras y con sus vidas, a los que están dispuestos a dar su vida por los demás.

Vamos a aprender de las mujeres creyentes, de las más pobres, de los desterrados, perseguidos, asediados, de las víctimas, de los niños, de los migrantes y refugiados, pues ellas y ellos son los preferidos del Señor y nos ayudan a orar en el Espíritu de Cristo, nos ayudan a esperar contra toda esperanza, a creer a pesar de todo.

Vamos a compartir nuestros bienes materiales y no materiales con los demás, que el ayuno y la limosna están para eso, no para presumir de religiosidad.

Recientemente el Papa Francisco nos recordó que hemos olvidado la adoración al Señor y el servicio a los demás.

¿Por qué no aprovechamos los días de la cuaresma para centrarnos en el Señor, y en consecuencia, para amar, servir y promover a los más pobres?

Entonces podremos ver hecho realidad cómo es el Señor mismo quien nos hace pasar del desierto y el egoísmo a la libertad y a la caridad fraterna que hoy tanto necesitamos personal y comunitariamente.

Josep Vicent Martínez, febrero de 2024.

Fe Adulta

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“Jesús en los desiertos del mundo y la Historia”, por Guillermo Jesús Kowalski

Sábado, 24 de febrero de 2024
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IMG_3235 Jesus en el desierto con los refugiados

 De su blog Poliedro y periferia:

Jesús va al desierto para asimilarse con los desposeídos que lo habitan… y recién entonces empezar su ministerio público. Es el situs desde el que saldrá hacia su Misión. Francisco también comenzó su pontificado con aquella recomendación que ha hecho carne: “no te olvides de los pobres”. La pobreza y la humildad no son el centro de la vida cristiana, pero como dice San Bernardo, son la puerta hacia la totalidad de su experiencia.

Un desierto es un “no lugar” para las “no personas”, “indocumentados existenciales”, excluidos sociales presos de los demonios de la desesperación. Todas las sociedades e incluso religiones, tienen ese espacio no registrado, de descarte humano, de huida hacia donde se es empujado cuando todo fracasa.

Jesús también ha venido a nuestros desiertos para asociarnos a su Misión de buscar el Reino y su Justicia. Asumir para redimir: una vez más la teología de la Encarnación, novedad de novedades que inicia la Pascua de cielos nuevos y tierra nueva (Ap 20,1).

La tentación es buscar la solución a los problemas humanos en las mismas soluciones de siempre: las que se fundan en el poder, el prestigio y la violencia. Jesús nos propone convertirnos al suyo, la humildad y la Misericordia conflictiva del Reino de Dios.

Cierta literatura espiritualista ha hecho de las tentaciones de Jesús en el desierto, un lugar idílico de experiencias místicas y turismo ascético. Se copia año a año como una costumbre más en la constelación de las aburridas repeticiones religiosas. Predica un tipo de “cambio claustral” para que nada cambie en la vida real. Nada de “hacer lío” como dijo Francisco. Mejor evadirse con esas liturgias y espiritualidades narcisistas de la búsqueda infinita de uno mismo.

Pero,  “el desierto era, en aquel tiempo, ruptura con el sistema de vida y de sociedad en que se vivía. (vb J.M. Castillo, La religión de Jesús. Evangelio Ciclo B (2017-18). Era la “Anachóresis”, un “no” lugar de personas desarraigadas, deudores, fugados de la justicia, leprosos, los castigados con el “ostracismo” como pena por sus delitos civiles, etc.

Jesús ha sido decisivo en la historia de la humanidad, le dio un giro decisivo a la religión y a nuestra idea sobre Dios. Su vida pública comenzó a fraguarse en esa Anachóresis, un estado de ausencia de bienestar humano en el desierto. Su ayuno es asociarse con los que no tienen que comer, para vivir la compasión redentora con los hambrientos . Rezar es penetrar en el Silencio de Dios y darse cuenta de la realidad, que son los demás. Es la experiencia de la fe, de lo que hacemos con lo que nos pasa con los demás, y que son los puentes hacia Dios de este mundo.

Posteriormente, Jesús se puso a decir que estaba cerca el Reino de un Dios Padre. Una buena noticia de vida distinta, una felicidad para todos, una esperanza para los pobres, enfermos, que sufren, que ya han perdido toda esperanza. Él pone como centro de su mensaje no un dios abstracto y lejano, sino “el reino de Dios”, cómo es el amor de Dios y dónde podemos encontrarlo: en la solidaridad con los últimos de este mundo.(Mt 25)

Un desierto es un “no lugar” para las “no personas”, “indocumentados humanos”, excluidos sociales presos de los demonios de la desesperación. Todas las sociedades e incluso las religiones, tienen ese espacio no registrado, de descarte humano, de huida hacia donde se es empujado cuando no se colabora con el sistema…como Jesús.

El desierto era algo semejante a “la Pedriza” en el norte de Madrid. Hoy es un lugar domesticado por el consumismo turístico, pero fue una zona árida de difícil acceso, refugio de delincuentes en el s. XIX y de refugiados durante la Guerra Civil prolongada.

Jesús va al desierto para asimilarse con los desposeídos que lo habitan… y recién entonces empezar su ministerio público. Francisco también comenzó su pontificado con aquella recomendación basal: “no te olvides de los pobres”. La pobreza y la humildad reales no son el centro de la vida cristiana, pero como dice San Bernardo son la puerta hacia la totalidad de su experiencia. Dios no quiere el sufrimiento humano, pero al asumirlo y saber de qué se trata, podemos solucionarlo mejor con nuestros talentos creativos y multiplicados.

El ayuno que a mí me agrada consiste en esto: en que rompas las cadenas de la injusticia y desates los nudos que aprietan el yugo; en que dejes libres a los oprimidos y acabes, en fin, con toda tiranía; en que compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo; en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes. (Is.58)

También es donde comienza a tener claro que esta opción divina lo llevará a la Cruz, porque en un mundo donde gobierna el mal, no hay lugar para el Amor. Pero es en este mundo, el que hicimos nosotros -no hay otro-, en el que la Resurrección, el triunfo de la Misericordia que todo lo va transformando, ha comenzado. Jesús ha venido a nuestros desiertos para asociarnos a esta Misión. Asumir para redimir: una vez más la teología de la Encarnación, novedad de novedades que inicia la Pascua de cielos nuevos y tierra nueva (Ap 20,1).

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Jesús va al desierto de las angustiosas soledades de este “mundo supercomunicado”. Va a los campos de confinación de millones refugiados de las guerras, hambre y cambio climático. Va donde se desprecia a los inmigrantes como lacras invasoras por más que se deslomen trabajando en trabajos que nadie quiere. Va a a los países, que son mayoría en el mundo, que por más que cambien de gobiernos y políticas siempre están en el pozo de la deuda externa usurera que no los deja levantar cabeza…aunque quienes los oprimen esgriman que es por “vagos y corruptos“. Va donde los viejos son descartados o condenados a suicidarse “civilizadamente” y se mata “legalmente” a los que van a nacer, porque molestan para la felicidad personal, a la cual se tiene “derecho“.

La lista es interminable y la tarea lo es aún más, por algo dijo Jesús a los pobres los tendréis siempre con vosotros” (Mc 14,7). Lo dijo para que no nos aburguesemos con religiosidades tranquilizadoras y lo sigamos encontrando en ellos hasta el Juicio Final, que se anticipa cada día en nuestras decisiones de egoísmo o solidaridad con el pobre.

La domesticada cuaresma burguesa es la que pasa de largo ante los que sufren, como el sacerdote y el levita en la parábola del Samaritano…y encima se justifica. Es la que deja que esto suceda, no interese conocerlo y menos saber con qué acciones se es cómplice de estos pecados estructurales y cómo actuar para cambiarlo.

Vienen a mi memoria dos santos de diferentes desiertos. Charles de Foucauld al servicio de los tuaregs en el norte de África, de quienes nunca obtuvo una sola “conversión“, ni la pretendió como pago por su samaritanismo. Madeleine (Delbrêl) trabajó incansablemente por los pauperizados obreros de barrios de París, que eran totalmente comunistas pero llegaron a respetarla y amarla profundamente por su entrega sincera a los desposeídos.

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El ayuno de Jesús es que nadie pase hambre

La cuaresma de Jesús es que media humanidad deje de ayunar a la fuerza, como fruto de nuestra injusticia . Cuaresma no es perderse en discusiones eclesiásticas mientras el mundo se derrumba. Es el compromiso con la justicia alimentaria, para que nunca más haya hambre en un mundo que tiene tecnologías de sobra para dar de comer a tres veces más la población mundial, de darle salud, educación y vida digna -principalmente, aunque no solo- en la tierra en la que nacieron. También es cuidar “los pájaros y los lirios del campo” (Mt 6,25) de la destrucción sistémica de un “progreso” disfrazado de “greenwashing” para que cuele. La cuaresma es renovar el entusiasmo por la justicia social y la justicia ecológica, intrínsecamente unidas (Laudato Si).

La tentación es buscar el remedio a los problemas humanos en las mismas soluciones de siempre: las que se fundan en el poder, el prestigio y la violencia. Jesús nos propone convertirnos a la humildad y a la “Misericordia conflictiva del Reino de Dios” (J. Laguna). Así encontraremos con Él, la libertad de todas las esclavitudes y haremos un planeta de hermanos (Fratelli Tutti) anticipo del Reino definitivo de Dios.

poliedroyperiferia@gmail.com

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¿Cuáles son sus pactos (bajo el arco iris de Dios) en esta Cuaresma?

Lunes, 19 de febrero de 2024
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IMG_3150La reflexión de hoy es del colaborador invitado John Huân Vũ. John es un líder del ministerio laico en la Diócesis de San José y miembro del consejo asesor LGBTQ+ del Departamento de Policía de San José. Es gerente de producto en PayPal y ex voluntario que trabaja en la empresa como presidente de oración interreligiosa global.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el primer domingo de Cuaresma se pueden encontrar aquí.

En este primer domingo de Cuaresma, nos sumergimos en la historia de Noé y su familia, quienes acaban de sobrevivir a una inundación masiva en la tierra. Dios reconoció la destrucción y estableció un pacto, una declaración o una promesa a Noé y sus descendientes de que “nunca más toda vida será destruida por el agua de un diluvio; nunca más habrá diluvio que destruya la tierra” (Génesis 9:11 NVI).

Demos un paso atrás e imaginemos cómo se habrían sentido Noé y su familia en ese momento. Me imagino que sintieron miedo, tristeza, confusión o incluso enojo. Al reconocer estos sentimientos, Dios ofreció una “señal” de su alianza: un arco iris.🏳️‍🌈

¿No es hermoso que la primera aparición de la palabra “arco iris” en las Escrituras Hebreas apareciera en un acontecimiento tan significativo? Casi todos hemos visto un arcoíris, especialmente aquellos que miran a través de las nubes después de un poco de lluvia. Un día lluvioso puede ser deprimente, pero ver un arcoíris puede levantarnos el ánimo. Un arcoíris es un hermoso regalo para recordarnos que debemos seguir esperando en el pacto de Dios.

Cuando ves un arcoíris, ¿qué significa para ti? ¿Qué tal una bandera arcoíris, un cartel o incluso un pin en un edificio gubernamental, una casa o las pertenencias personales de otra persona?

En junio de 2022, estaba en un crucero de Alaska que hizo escala en el puerto de Skagway. Temprano en la mañana, antes de emprender una excursión ese mismo día, decidimos aventurarnos por el pueblo de camino a una caminata en un bosque cercano. Mientras caminábamos por este pequeño y tranquilo pueblo, notamos que varias tiendas tenían algo inesperado: banderas de arcoíris, pancartas y parafernalia. ¡Nunca esperé que esta ciudad de Alaska tuviera tantos artículos de arcoíris!

Más tarde, ese mismo día, Skagway estaba lleno de turistas y tiendas abiertas. Caminando por la ciudad, notamos a una mujer marimacha de aspecto estereotipado ayudando a los visitantes. Le preguntamos si Skagway era una ciudad amigable con LGBTQ+ dada la cantidad de arcoíris que vimos a lo largo del día. Ella sonrió y nos dijo que este era el inicio del tercer Skagway Pride anual. Unos minutos más tarde, esta ciudad tuvo un pequeño pero poderoso desfile del Orgullo compuesto por cinco autos decorados con banderas arcoíris, con las drag queens y los reyes del festival. ¡Si parpadearas, te perderías el desfile!

En el evento de inauguración del Orgullo más tarde esa noche, éramos los únicos pasajeros que conocimos a varios residentes para escuchar cómo se unieron para el Skagway Pride. Fue conmovedor escuchar al alcalde compartir lo importante que era para él que la asamblea municipal aprobara una resolución que daba la bienvenida a Skagway a personas de todas las identidades de género y orientaciones sexuales.

IMG_3149Mientras caminábamos de regreso a nuestro crucero, reflexioné sobre lo que significó toda esta experiencia para mí. Ver esos artículos del arcoíris representó un pacto, una declaración o una promesa de que la pequeña ciudad de Skagway realmente les da la bienvenida a todos. Esos arcoíris reflejaron la esperanza intrínseca de que Dios estará con nosotros para ayudar a la humanidad a ser inclusiva, acogedora y amorosa.

Cuando miramos a nuestra sociedad, esa esperanza intrínseca parece cada vez más imposible. Aunque podemos elegir fácilmente el miedo, la tristeza, la confusión o incluso la ira como Noé y su familia, sabemos que eventualmente aparecerá un arcoíris. Vemos ese arco iris cuando extraños ayudan a extraños. Vemos ese arcoíris cuando las personas se ofrecen como voluntarias en un refugio, abren sus hogares, donan sus pertenencias o ayudan a otros a encontrar a sus seres queridos. Vemos ese arco iris cuando las personas pueden dejar de lado sus creencias, sus diferencias y sus puntos de vista políticos para trabajar juntos para ser inclusivos, acogedores y amorosos.

Entonces, la próxima vez que seas testigo de un “arco iris en las nubes” en forma de compasión y bondad humana, piensa en el pacto que Dios está haciendo contigo. ¿Es un pacto de protección? ¿Es un pacto de vida plena? ¿Es una alianza de amor? ¿Es un pacto de servicio? ¿Es algo más?

En todos estos años que existió la humanidad, Dios ha sostenido su arco iris. ¿Confías en que el pacto de Dios se ha hecho contigo “y con todos los seres vivientes de toda especie”?

¿Qué pacto harás para ti, para los demás y para Dios durante este tiempo de Cuaresma?

–John Huân Vũ, 18 de febrero de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Escuchar la llamada a la conversión”. Domingo 1 Cuaresma – B (Marcos 1,12-15)

Domingo, 18 de febrero de 2024
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IMG_3019«Convertíos, porque está cerca el reino de Dios». ¿Qué pueden decir estas palabras a un hombre o una mujer de nuestros días? A nadie nos atrae oír una llamada a la conversión. Pensamos enseguida en algo costoso y poco agradable: una ruptura que nos llevaría a una vida poco atractiva y deseable, llena solo de sacrificios y renuncia. ¿Es real mente así?

Para comenzar, el verbo griego que se traduce por «convertirse» significa en realidad «ponerse a pensar», «revisar el enfoque de nuestra vida», «reajustar la perspectiva». Las palabras de Jesús se podrían escuchar así: «Mirad si no tenéis que revisar y reajustar algo en vuestra manera de pensar y de actuar para que se cumpla en vosotros el proyecto de Dios de una vida más humana».

Si esto es así, lo primero que hay que revisar es aquello que bloquea nuestra vida. Convertirnos es «liberar la vida» eliminando miedos, egoísmos, tensiones y esclavitudes que nos impiden crecer de manera sana y armoniosa. La conversión que no produce paz y alegría no es auténtica. No nos está acercando al reino de Dios.

Hemos de revisar luego si cuidamos bien las raíces. Las grandes decisiones no sirven de nada si no alimentamos las fuentes. No se nos pide una fe sublime ni una vida perfecta; solo que vivamos confiando en el amor que Dios nos tiene. Convertirnos no es empeñarnos en ser santos, sino aprender a vivir acogiendo el reino de Dios y su justicia. Solo entonces puede comenzar en nosotros una verdadera transformación.

La vida nunca es plenitud ni éxito total. Hemos de aceptar lo «inacabado», lo que nos humilla, lo que no acertamos a corregir. Lo importante es mantener el deseo, no ceder al desaliento. Convertirnos no es vivir sin pecado, sino aprender a vivir del perdón, sin orgullo ni tristeza, sin alimentar la insatisfacción por lo que deberíamos ser y no somos. Así dice el Señor en el libro de Isaías: «Por la conversión y la calma seréis liberados» (30,15).

José Antonio Pagola

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“Se dejaba tentar por Satanás, y los ángeles le servían”. Domingo 18 de febrero de 2024. Domingo primero de cuaresma

Domingo, 18 de febrero de 2024
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19-cuaresma B1 cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 9,8-15: El pacto de Dios con Noé salvado del diluvio.
Salmo responsorial: 24:Tus sendas, Señor, son mi misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza.
1Pedro 3,18-22: Actualmente os salva el bautismo.
Marcos 1,12-15:Se dejaba tentar por Satanás, y los ángeles le servían.

La primera lectura, Génesis 9, contiene la «alianza de Dios con Noé». La alianza famosa, la más importante, tendrá lugar más tarde, la alianza con Abraham. La Alianza con Noé pertenece a un segundo plano de “la economía de la salvación”. ¡Nunca más habrá diluvio para destruir la tierra!, le asegura Dios a Noé (Gn 9,11). Y esta promesa va acompañada de un memorial: el arco iris, señal del nuevo pacto entre Dios y la humanidad.

¡El miedo al “diluvio” ha sido quebrado! Ahora tenemos una nueva alianza a partir de una alternativa de vida para todos los seres vivientes. El arca que ha abrigado a la familia se transforma en una gran casa acogedora de la vida, en donde el cuidado con los animales se destaca de una manera especial (Gn 9,1-7). Es la casa de la vida que coloca al ser humano en comunión con la tierra, con la naturaleza, con el cosmos.

El río Jordán, el desierto, y la Galilea son como un mismo “hilo conductor” de un desplazamiento fundamental que da inicio al evangelio de Marcos. Ahí percibimos el movimiento del reino de Dios que nos invita a movilizarnos en búsqueda de nuestros propios “lugares del Reino” donde se concreten y desarrollen nuestras opciones por la vida, por la dignificación de las personas y de las comunidades.

El río Jordán evoca grandes y significativos hechos de la historia de Israel. El más importante, sin duda, cuando Josué y el grupo del desierto atraviesan el río para entrar en la tierra prometida (Jos 3-4). Relato de los orígenes de aquel proyecto de vida igualitaria revelado por Dios a los esclavos fugitivos de Egipto. A partir de esta memoria primordial, Juan el Bautista convoca al pueblo alrededor de una nueva esperanza mesiánica. Allí también acude Jesús, procurando “las aguas de Juan”.

El desierto es muy frecuentemente mediación de discernimiento, formación y maduración en el proyecto de Dios. Jesús es llevado por el Espíritu al desierto, lugar por excelencia donde Israel aprendió a ser pueblo. Sujeto y proyecto anudados alrededor de la memoria del éxodo dando inicio al evangelio de Jesús.

Galilea es el lugar donde Jesús concreta su opción de humanidad y de humanización. Esta geografía es para Jesús el espacio vital del Reino. Es un mar, una tierra y un pueblo abierto a las naciones del entorno. Las fronteras se “cruzan” dando lugar a la inclusión de lo diverso en múltiples “misturas”. Favorabilidad donde madura e irrumpe el kairós del reino de Dios.

El paso del Jordán al desierto, plantea la articulación de movimientos mesiánicos proféticos que tienen en esos lugares, sus fuentes de inspiración y de organización. La confrontación con Satanás, como principio cósmico del mal que Marcos lo vincula con la enfermedad, la marginación y la muerte de los pobres, será para Jesús la definición de su vida por la ruta del reino de Dios. El desierto deja de ser lugar de prueba y penitencia según la tradición judía, para convertirse en lugar de aprendizaje definitivo en la confrontación y el desequilibrio. El Espíritu de Dios lleva a Jesús hasta la memoria fundacional de Israel, donde, venciendo a Satán, la vida se torna en fidelidad hacia Dios y hacia lo humano.

El simbolismo de los “cuarenta” tiene que ver con el trauma del nuevo nacimiento. Los poderes de la historia se hallan enfrentados: Jesús como principio de la humanidad liberada desde Dios, y Satanás, que es signo y causa de la muerte en el mundo. Nos hallamos frente al relato de un nuevo origen. Marcos re-escribe la historia, llevándonos del agua del bautismo a la re-construcción de la humanidad, para decirnos que Jesús está ahí apostando por una opción de vida, dignidad y felicidad humana. Pero Jesús no asume el combate solitario. Está junto con los animales y los ángeles como evocando un nuevo paraíso. El servicio angélico comunica esperanza y porta salvación. Al retomar el “paraíso” para re-iniciar el camino de lo humano, Jesús cuenta con fuerzas naturales y angelicales (la tierra y el cielo) favorables. Jesús se encuentra entre la tentación satánica y el servicio angélico. Es el dilema que permanentemente enfrentaremos. Marcos ha evocado estos poderes como en un espejo para que podamos mirarnos en ellos. Nos ha dicho lo que es tentar y servir, nos ha arraigado en la “historia original”. Ya en la historia concreta esos actores sobrenaturales desaparecen y es cuando Jesús nos enseña a servir, sirviendo a su comunidad discipular.

Obviamente, los cuarenta días del desierto no desaparecen. Duran todo el evangelio, toda la vida. Son paradigma de la contradicción y el desequilibrio que permanentemente atraviesan la historia. En la trama de la vida humana se ha venido a introducir y decidir la trama de pecado y esperanza de todos los vivientes (incluidos los animales, los ángeles y los diablos).

En definitiva, la liturgia nos presenta este evangelio del comienzo del ministerio de Jesús, por paralelo con el comienzo de la cuaresma. La Cuaresma es la vida humana… Leer más…

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18.2.24 Metanoia: Con-versión, supra-conocimiento (Mc 1, 14-15, Dom 1 Cuaresma)

Domingo, 18 de febrero de 2024
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IMG_3085Del blog de Xabier Pikaza:

Si no cambiamos de forma de pensar y vivir, de trabajar y relacionadas (en un plano ecológico, económico, afectivo, social, militar…) moriremos pronto como individuos y especie.

Del polvo venimos y al polvo cósmico volvemos (pulvis es et in pulverem reverteris), a no ser que nos convirtamos (meta-noeîte),subiendo de nivel de pensamiento y obra). Así dice la palabra clave de la cuaresma: el “plazo (kairos) se ha cumplido, llega el reino de Dios (o la muerte cósmica); convertíos y creed en el evangelio (Mc 1,14-15).

Introducción.

Esta es la palabra y experiencia clave que voy a comentar al comienzo de cuaresma, como palabra de iglesia (evangelio) que puede y debe aplicarse en un plano personal y social, familiar y eclesial, económico, político, militar. Del polvo venimos, ante la muerte estamos, a no ser que nos con-virtamos (que cambiemos de vertiente, vertedera, arada).

Así comienza el cuerpo evangelio de Marcos (Mc 1,14-15), con una formulación que vincula el mensaje/vida de Jesús básico y la teología de Pablo. Entendida en esa línea, la conversión ha sido, en formas diversas y convergentes la palabra clave de la modernidad, desde la ilustración al marxismo, desde el nazismo a Heidegger (su famosa Kehre o vuelta), desde el capitalismo a las revoluciones post-nacionales, con las “terceras olas” sexuales y afectivas, ecológicas, económicas, y los diversos tipos de dependencias y drogadicciones.  Si  no nos convertimos y cambiamos moriremos

Pequeña historia bíblica.

Entre los elementos de la religión se suelen citar la conversión o trans-formación del ser humano y de la historia (por presencia de Dios y por cambio humano), con el arrepentimiento, el perdón (vinculado a unos ritos sagrados y a la gracia de Dios) y a un tipo de mutación humana

En esa línea ha destacado el judaísmo, que ha sido y  es religión de gracia y amor (elección, alianza), siendo también religión de conversión y arrepentimiento, como muestran algunos de los textos centrales de la Biblia, desde Ex 34,5-7 y Sal 51 (¡Miserere!), hasta Lev 16 y Dan 3,23-34. En esa línea destaca el texto clave de penitencia y conversión titulado Oración de Manasésde la Biblia Griega (de algunas ediciones los LXX), escrito hacia el siglo II a.C., que ha tenido y sigue teniendo un gran influjo en el “ordo” penitencial de las iglesias, especialmente en las comunidades cristianas ortodoxas y en muchas tradiciones católica

            «Pues tú, Señor, Dios de los justos, no estableciste la conversión (metanoia) para los justos, para Abrahán, Isaac y Jacob, que no pecaron contra ti, sino que estableciste la conversión para mí, pecado porque he cometido más pecados que las arenas del mar, se han multiplicado mis culpas, Señor, se han multiplicado, y no soy digno de volver la mirada hacia la altura del cielo por la multitud de mis injusticias (OrMan 8-9). A ti pido, Señor: ¡perdóname, Señor, perdóname! Porque tú eres, oh Dios, el Dios de los que se arrepienten» (OrMan 13, libro de Joel).  

            La Oración de Manasés y el judaísmo en general)tiende a interpretar la conversión como algo que los hombres pueden realizar, por misericordia de Dios; ellos, por sí solos, serían incapaces, pero Dios ha establecido en su favor un nuevo principio de vida: les ofrece tiempo y camino de conversión. A diferencia de eso, conforme al mensaje de Jesús y a la teología de Pablo, Dios no empieza estableciendo un tiempo de conversión para los hombres, sino ofreciendo un tiempo de perdón, de manera que la conversión podrá venir después, como efecto del perdón anterior de Dios.

            Conforme a un esquema de pacto legal, la Oración de Manasés y el judaísmo rabínico en general supone que los hombres son capaces de realizar la obra buena de la conversión, de manera que la salvación empieza por ella. Así lo muestran otros  textos como la Vida de Adán-Eva, Sabiduría y los Testamentos de los XII Patriarcas. Según ellos, Dios ofrece a los judíos un camino de conversión; no les deja perderse en el pecado, no se desentiende de ellos, sino que les busca y ayuda a fin de que se transformen. Pero al final son ellos, los judíos los que deben convertirse y hacerse así merecedores del perdón. Les salva Dios, si ellos se salvan; les convierte, si ellos se convierten. Ésta es la grandeza y límite del judaísmo en su visión de lo divino. Dios necesita que el hombre se convierta, para así volverse justo.

En esa línea, OrMan define al Señor como Dios de los justos(=Theos tôn dikaiôn). No es el Dios que justifica a los pecadores, según la formulación mesiánica de de Jesús y de Pablo, sino el amigo de los que ya son justos, según la teología del judaísmo. Por eso, el pecador se debe convertir, de manera que su justicia se expresa precisamente allí donde confiesa su pecado para superarlo. Lógicamente, cuando más intensa sea su confesión de culpas mayor será su mérito.

A través de su metanoia o penitencia creadora, el pecador se vuelve justo, llegando de esa forma a ser amigo de Dios. Por eso, para mostrar su conversión tiene que multiplicar y multiplica sus palabras de confesión de pecados. En el fondo, esta OrMan nos sitúa dentro de la más fuerte retórica de confesión de culpas. En este contexto podemos hablar de una de una antropología penitencial, es decir, del hombre que llega a ser justo a través de la conversión. El pecado era destrucción del humano; la conversión es recreación. Dios quiere perdonar todo… pero necesita que los hombres se confiesen pecadores y le invoquen: ¡Perdóname, Señor, perdóname! (OrMan 13, Sal 51 ).

  Novedad de Jesús  

 En ese contexto, pero superando la obsesión penitencial de Manasés y de otros textos semejantes se sitúa el mensaje de Jesús quien,  superando la praxis penitencial de los sacerdotes (y la enseñanza de los escribas oficiales de su tiempo que aparecen como agoreros de la ira de Dios y administradores de un pequeño perdón según sus  leyes d intereses), proclama ante los pecadores un perdón gratuito, superior, antecedente, sin exigir que ellos se conviertan primero (sin necesidad de que empiecen recitando un tipo de oración como la de Manasés). Según eso, antes que hablar de un Dios de los justos hay que hablar de un Dios de los justificados,  Dios que justifica y cura, Dios que perdona y llama, potenciando así a los hombre y mujeres para que le respondan,  pero no por ley, sino por gratuidad.

Éste es el ensanchamiento de Dios, en línea de impulso de vida: Dios perdona (acoge, impulsa, promete salvación y vida) de antemano, por principio, sin exigir que los hombres cambien previamente de conducta, es decir, sin necesidad de conversión legal (sin sacerdotes o templos). Dios se ensancha introduciéndose como potencial de amor en la vida de los hombres, de forma que ellas no sólo puedan acogerle (pistis, fe),  sino que se transformen. Ese Dios no está fuera, sino que como aliento vital (Gen 2, 7) forma la parte/dimensión más honda de la vida de los hombres.

           Sobre el polvo de la tierra en que vivimos, superando el miedo cósmico y la obsesión de pecado y muerte, Dios ofrece a los hombres perdón (esto es, camino y futuro de vida),   sin exigir que empiecen haciendo hagan penitencia, ni siquiera después de haber sido perdonados. No lo hace desde fuera, por arriba, sino desde dentro de ellos: como Padre que alienta amando en sus hijos, amigo que habita por dentro en los amigos.

           Jesús empieza ofreciendo a los hombres el perdón, es decir, la vida,  confiando que ellos se “convertirán” y cambiarán, pero no por amenaza y Ley (para seguir siempre sometidos), sino por gracia, es decir, por impulso interior y comunitario de vida, en una línea de comunión de amor y esperanza de Reino (de nueva humanidad).

           En ese sentido estricto, Jesús perdona sin condiciones antecedentes (que los hombres confiesen primero sus pecados), ni consecuentes (que reparen el mal que han cometido de un modo legal, por sometimiento), pues la misma vida nueva, en fe, en comunicación gratuita es ya perdón. Dios no exige arrepentimiento al estilo de un tipo templo de Jerusalén, donde los sacerdotes perdonaban o declaraban perdonados a los arrepentidos (según la ley sagrada, conforme a un talión sacrificial), sino que se sitúa y sitúa a los hombres por encima de un modelo de ley o talión, perdonando por pura gracia de Dios,  para que así los hombres y mujeres puedan perdonarse a sí mismos a través de una vida renovada..

Un tipo  judaísmo rabínico (y después un tipo  cristianismo oficial) ha tenido a legalizar la conversión, en la línea de la Oración de Manasés, elevando a unos hombres especiales (sacerdotes, rabinos) por encima de los otros,  como ejecutores y garantes de un perdón establecido y sancionado por ley, instaurando una ley penitencial, de acción/reacción, culpa/castigo, manejada por un tipo de jueces aliados del poder..

En contra de eso, Juan Bautista había confesado ya que el pecado es demasiado grande para ser perdonado a través de un arrepentimiento. Eso significa que este mundo, cerrado en sí mismo, carece de perdón, de forma que no tiene más salida que la muerte (muerte cósmica/ecológica, muerte socia y militar etc.). Lógicamente, los hombres no pueden hacer otra cosa que “confesar sus pecados” e introducirse en el agua del bautismo, esperando el juicio de Dios, para poder entrar en la tierra prometida.

Situándose en la línea del Bautista y suponiendo que la conversión del hombre cerrado en sí resulta insuficiente,  pero añadiendo que Dios actúa, se expresa y perdona a través (desde dentro) de los hombres, Jesús proclama y ofrece ya el perdón de Dios como expresión y presencia de su Reino; no se limita a anunciar un perdón para el final del mundo sino que acoge a los pecadores y abre ante ellos un camino de vida (un Reino, una Reconciliación, un futuro de esperanza, una resurrección).

Eso significa que Jesús no ha sido un profeta de conversión, sino un mensajero de la gracia de Dios, esto es, de la gracia y esperanza humana que se expresa no sólo en el perdón de los pecados, sino en la curación de los enfermos, en la acogida de los excluidos, en la purificación de los manchados  y  en la apertura a una vida distinta de amor y de gracia, no por ley impuesta desde fuera, sino por transformación personal y social de gracia y amor.

Desde ese fondo, actúa Jesús como promotor de un movimiento de trasformación radical de la vida humana, no por imposición militar (celotas), ni por sumisión sacerdotal (templo de Jerusalén), ni por orden imperial (Roma), sino por conversión (meta-noia, supra-conocimiento, metamorfosis de acción vida en gratuidad, desde  los campesinos galileos, empezando por abajo, partiendo de los pobres y expulsados del sistema, para iniciar con ellos un camino gratuito de “conversión”, es decir, de Reino. Así lo muestra su gran proclamación, formulada de un modo clásico por Pablo y colocada por el evangelio de Marcos como principio y lema de la nueva experiencia de Dios, expresada en forma de transformación humana en un par de versos en paralelismo  sintético  de tipo creciente (Mc 1, 15):

  • se ha cumplido (llenado) el tiempo (kairos) ↔ y se ha acercado (está presente) el Reino de Dios
  • con-vertíos (metanoeite) cambiad de mente (gnosis) ↔ y creed (piestêute) en el evangelio

Se ha cumplido/llenado (peplèrôtai) el tiempo (kairos). Se ha cumplido el tiempo, que no aparece como kronos (tiempo cronológico, de astros o reloj: cronología), sino como kairos (tiempo humanizado, en la línea de acontecimiento, mutación antropológica, histórica y socia). Nosotros, occidentales modernos, que simplificamos las cosas, solemos utilizar para todo el mismo término (tiempo, time), aunque la filosofía moderna comenzó precisamente analizando los diversos sentidos de tiempo, partiendo de M. Heidegger, Sein und Zeit (Ser y tiempo, 1927), retomando motivos que habían sido analizados en otro tiempo por los clásicos bíblicos (cf. Kohelet 3).

Lo que se ha cumplido, según Mc 1, 15 no es el kronos cósmico (a pesar de Gal 4, 4: al llegar la plenitud del kronos, tiempo), sino el kairos de la historia humana.  Ese kairos (tiempo de la acción y del pecado de los hombres, tiempo de la manifestación de Dios) se había cumplido/llenado cuando Jesús anunciaba el reino: Había crecido de forma insoportable la maldad histórico/social de los hombre, se había cumplido la paciencia/esperanza de Dios.

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Jesús contra el Diablo: demonios del mundo y de la iglesia (Mc 1, 12-13)

Domingo, 18 de febrero de 2024
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Del blog de Xabier Pikaza:

El evangelio de este Dom 1 Cuaresma (Mc 1, 12-15) consta de dos partes. De la segunda (1, 14-15: Mensaje de Jesús: conversión o metanoia) traté ayer. De la primera (1, 12-13: Jesús y el Diablo) trato aquí de forma esquemática. He desarrollado el tema con mucha extensión en otros trabajos. Aquí lo presento de un modo esquemático, como introducción al evangelio de Marcos y reflexión sobre el drama de Dios y la tarea de los hombres. Buen domingo.

Texto, Marcos 1,12-15

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre animales, y los ángeles le servían.

Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.”

Introducción  

            Hoy comento la primera parte del texto, que retoma el  motivo del paraíso (Gen 2-3) y lo aplica a Jesús, como hombre nuevo (verdadero Adán/Eva), principio de la nueva humanidad, presentación de los dos personajes del evangelio de Marcos:  el Diablo y Jesús.  Estos son sus cuatro temas.

— Jesús estuvo en el desierto cuarenta días. Cuarenta días son el tiempo de prueba de la vida, camino que en Éxodo lleva de la esclavitud (Egipto) a la libertad de la tierra. Primitiva. Jesús es la Nueva humanidad, en él condensada, varón y mujer, judíos y gentiles. Esos cuarenta días no son tiempo “cronológico”, sino kairológico (kairos, condición de la vida humana)

— Siendo tentado por Satanás. Jesús es el Hijo (la humanidad de Dios, como acaba de decir la voz de 1,9-11). Es Dios encarnado, realizando la travesía de la humanidad. Satanás (Diablo/Tentador) forma parte de la humanidad/encarnación de Dios. Se le puede entender como condición de la finitud (Dios haciéndose tierra, vida humana) y riesgo de culpabilidad. No  un Satán Externo (Dios o diablo con cuernos y poderes cósmicos). Es la misma tentación o riesgo de la vida.

Dios no lo crea (no es creación, sino anti-creación, un tipo de antimateria). Ese Diablo/tentación es la misma prueba de la vida humana. Es por una parte lo más grande que somos/tenemos (libertad, poder dudar del mismo Dios, de nosotros mismos), siendo por otra parte lo más arriesgado y peligroso (poder de destruirnos, poder de muerte). Según eso, el Diablo/tentación forma  parte necesaria y peligrosa de nuestra vida. No es un diablo material externa, es la condición diabólico/divina de nuestra vida humana.

— Y vivía con las animales (theriôn), es decir de los animales (no de las alimañas como pone de un modo equivocado la traducción litúrgica española). Éste es el nuevo Adán, que pone nombre a los animales, como dice Gen 2-3, pero que esta sólo ante ellos y con ellos, pues no le dan verdadera compañía. La buena nueva de Jesús es un retorno de nuestro origen cósmico y animal, el descubrimiento de que somos tierra/polvo, de que somos árbol/planta, de que somos animales, ha puesto de relieve la tradición ecológica.

—Y los ángeles le servían (Mc 1, 12-13). Siendo parte del mundo animal, el hombre es parte del mundo angélico, es decir, del espíritu y palabra de Dios…Sabiendo que todo está al servicio de los hombres… Igual que los animales están al servicio de los hombres, también están a su servicio los ángeles, las “inteligencias, la vida”, como dice de un modo radical Pablo: “  todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. (1 Cor 3, 22-23).

Esta es la nueva humanidad, condensada en Jesús, a quien el mismo Dios ha llamado (creado, instituido, como Hijo: Mc 1, 10-11) es un relato simbólico, de intenso contenido existencial, que ha de entenderse bien, pues indica la hondura abismal y la tarea de la vida de Jesús (y de los que en él creen/creemos), en términos de fondo sagrado y de intenso compromiso, como ayer mostraba. Es un texto que ha de entenderse como relato de nueva creación (como Rom 5), pero con unas  anotaciones fundamentales

  1. Este Cristo, hijo de Dios, es la humanidad entera, varón y mujer, judíos y gentiles (cf. Gal 3, 28), humanidad que no comienza en un paraíso (Gen 2-3), sino en un desierto que debemos atravesar, para convertirlo en paraíso. El mundo del que nacemos, en el crecemos no es aún paraíso, sino que es desierto que debemos convertir en paraíso.
  2. Esta nueva humanidad no se transmite por generación varón-mujer (como en Gen 2-3), sino por comunicación humana, a través de la palabra y testimonio, por humanidad compartida. No se niega la generación biológico-personal, pero se abre un tipo más alto de comunicación humana.
  3. Desde aquí (a partir de Mc 14-15: tema de la conversión, metanoia o nueva conocimiento-ser) comienza la nueva humanidad, el evangelio como conocimiento nuevo, recreación humana.
  4. Desde ese fondo hay que re-interpretar el tema de las “fieras” (animales, sería), que no son alimañas como he dicho sino el fondo animal de la vida humana… Conforme a la tradición apocalíptica, los animales puede convertirse en fieras destructoras (Dan 7), en un tipo de monstruos demoniacos.
  5. Éste es el prólogo de todo el evangelio. El conjunto de Marcos será la concreción y desarrollo de este comienzo… Este es el tema del Apocalipsis de Juan, pero expresado en forma biográfica, no de escatología consecuente.

Entorno bíblico. Los judíos, un pueblo experto en “satanismo ·

IMG_3147División de “espíritus”. Israel ha trazado una separación de campos: ángeles y demonios han dejado de ser equivalentes: Partiendo de un dualismo moral, que adquiere caracteres muy intensos, los ángeles se muestran como poderes buenos, al servicio de Dios y para ayuda de los hombres; los demonios son, en cambio, negativos, destructores.

a) La separación de campos no llega al dualismo teológico: El Diablo no tiene verdadera categoría de antidiós; es simplemente un principio del mal que en ámbito de cosmos y, sobre todo, en un plano de división antropológica. Lo demoníaco forma parte de una historia humana que se destruye a sí misma.

b) Jerarquización de lo demoníaco: El ámbito de poderes o espíritus perversos se halla dominado y dirigido por un príncipe del mal que ha recibido el nombre de Satán, Mastema, Diábolos o Diablo, Belial y Beelzebú, según las tradiciones; los demonios son sus ayudantes y seguidores, son la expresión concreta de lo demoníaco/satánico en la vida de los hombres.

c) Ángeles y demonios realizan (simbolizan) funciones contrarias que se centran, básicamente, en estos cinco espacios: sostenimiento o destrucción de la vida humana, apertura y cierre de la historia, origen del mal, libertad o esclavitid del cosmos, plenitud  (cielo, resurrección) o destrucción de la vida humana (muerte, infierno: retorno al abismo/caos del que ha surgido la humanidad de Dios por medio de la palabra y el amor).

d) Conclusión cristiana: Jesús, gran ángel encarnado en la historia, Hijo de Dios. El Nuevo Testamento reasume esos rasgos y supone esas funciones, pero las transforma y retraduce de una forma que juzgamos decisiva. Para ello, significativamente, rompe el paralelo entre los dos espacios: quien se enfrenta con lo demoníaco no es ya el mundo de los ángeles, sino el mismo Hijo de Dios, que es Jesucristo. Por eso, los ángeles pierden su importancia, al menos desde un punto de vista teológico; la función que ellos podían realizar, como enviados de Dios y amigos de los hombres, vienen a cumplirla Cristo y el Espíritu.

Teología satánica del Antiguo Testamento. Las tres perversiones

             Entre los ángeles que forman la corte de Yahvé y que de acuerdo con la vieja terminología politeísta reciben el nombre de sus «hijos», debe haber como en las cortes de este mundo un funcionario que defienda el interés de Dios y observe los pecados de los hombres, acusándoles delante de su trono. Tal es el personaje que aparece en Job 1 y que se llama, con su nombre de trabajo, el «satán», que significa «aquel que prueba» o adversario.

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Tentación sin tentaciones. Primer domingo de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 18 de febrero de 2024
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IMG_3074“… y los ángeles le servían”

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Un relato sin tentaciones (Marcos 1,12-13)

Si se hiciera una encuesta a los cristianos sobre las tentaciones de Jesús, algunos mencionarían la de convertir una piedra en pan; otros, que Satanás le ofreció toda la gloria y riqueza si lo adoraba; los más listos incluso recordarían lo de tirarse desde el pináculo del templo. Con eso, demostrarían conocer los relatos de las tentaciones que cuentan Mateo y Lucas. Pero Marcos no dice nada de eso.

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.

Más que un relato parece un guion con seis datos que el catequista deberá desarrollar.

El Espíritu. En la tradición bíblica, el Espíritu es el que impulsa a los Jueces y a los profetas a realizar la misión que Dios les encomienda: salvar al pueblo de sus enemigos o transmitir su palabra. En este caso, con notable diferencia, el Espíritu impulsa a Jesús al desierto.

El desierto es el lugar de la prueba, como lo fue para el pueblo de Israel cuando salió de Egipto, camino de la Tierra Prometida. Allí fue tentado para ver si era fiel. Y la inmensa mayoría sucumbió en la prueba, mostrándose un pueblo de corazón duro y obstinado. Jesús, en cambio, superará en el desierto la tentación.

Los cuarenta días equivalen a los cuarenta años que, según la tradición bíblica, pasó Israel en el desierto. Es número de plenitud, de tiempo redondo (recuérdense los cuarenta días del diluvio, los cuarenta días de Moisés en el Sinaí, los cuarenta días entre la resurrección de Jesús y la Ascensión, etc.).

Satanás. Nosotros hemos adornado este personaje con tantos elementos (incluidos cuernos y rabo) que conviene dejar claro cómo lo concibe Marcos. El evangelista usa el nombre de Satanás en cinco ocasiones (1,13; 3,23.26; 4,15; 8,33), y desaparece en la segunda parte del evangelio (cc.9-16); curiosamente, la última vez que se menciona a Satanás no se refiere al demonio sino el apóstol Pedro, que quiere apartar a Jesús de la pasión y la cruz. Por consiguiente, Satanás es el símbolo de la oposición al plan de Dios. Satanás quiere apartar a Jesús del camino que Dios le ha trazado en el bautismo: hacer que se olvide de pobres y afligidos, dejar de consolar a los tristes, de anunciar la buena noticia. O, como hará Pedro más adelante, pedirle que cumpla su misión, pero sin pensar en cruz ni sufrimientos.

Fieras y ángeles. Esta curiosa mención está cargada de simbolismo. Los animales del desierto no son los que ve cualquier campesino galileo a su alrededor: mulos, vacas, ovejas… Son escorpiones, alacranes, etc. Y esto nos recuerda el Salmo 91,11-13, donde aparecen mencionados junto con los ángeles:

  «A sus ángeles ha dado órdenes

  para que te guarden en todos tus caminos;

  te llevarán en sus palmas

  para que tu pie no tropiece en la piedra;

  caminarás sobre chacales y víboras,

  pisotearás leones y dragones».

Jesús, en el desierto, sufre la tentación de Satanás. Pero Dios está a su lado, lo protege mediante sus ángeles, y hace que triunfe en todos los peligros.

Estos elementos (tentación, vivir con los animales, servicio de los ángeles) recuerdan al relato de Adán en el paraíso, tal como se contaba en las tradiciones rabínicas. De este modo, Marcos presenta a Jesús como el nuevo Adán, que, a diferencia del primero, no sucumbe a la tentación, sino que la supera.

Primera actividad de Jesús y síntesis de su predicación (Marcos 1,14-15)

El relato de las tentaciones en Marcos es tan breve que la liturgia ha añadido las frases siguientes. Aunque tratan un tema muy distinto (el comienzo de la actividad de Jesús), la invitación a la conversión encaja muy bien al comienzo de la Cuaresma.

Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».

Esas palabras ya las leímos el domingo 3º del Tiempo Ordinario. Marcos ofrece tres datos: 1) momento en el que Jesús comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación.

Momento. Cuando encarcelan a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío.

Lugar de actividad. A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo.

Los judíos de Judá y Jerusalén no estimaban mucho a los galileos: «Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur», comentaba un rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: «Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta» (Jn 7,52).

Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio («Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios») y una invitación («convertíos y creed en el Evangelio»).

El anuncio encaja en la mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado de Dios y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que «está cerca».

Pero lo más importante es que vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia.

Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús.

Pero Jesús invita también a «creer en la buena noticia» del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.

El recuerdo del bautismo (dos primeras lecturas)

Desde antiguo, la celebración de la Pascua quedó vinculada con el bautismo de los catecúmenos el Sábado Santo, y eso ha influido en la selección de las lecturas. Ya la primera carta de Pedro ve en la salvación de ocho personas del diluvio atravesando el agua un símbolo del bautismo que ahora nos salva. Este texto se recoge en la segunda lectura. La primera, como es lógico, recuerda el relato del Génesis.

Génesis 9.8-15

Dios dijo a Noé y a sus hijos:

Yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañan, aves, ganados y fieras, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Establezco, pues, mi alianza con vosotros: el diluvio no volverá a destruir criatura alguna ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.

Y Dios añadió: Esta es la señal de la alianza que establezco con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las generaciones: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi alianza con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir a los vivientes.

La carta de Pedro (llamada así, aunque no la escribió san Pedro) ve en el diluvio un simbolismo del bautismo: Noé y sus hijos se salvaron cruzando las aguas del diluvio, el cristiano se salva sumergiéndose en el agua bautismal.

  1 Pedro 3, 18-22

Queridos hermanos: Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu; en el Espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a qué se construyera el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas, se salvaran por medio del agua. Aquello era también un símbolo del bautismo que actualmente os está salvando, que no es purificación de una mancha física, sino petición a Dios de una buena conciencia, por la resurrección de Jesucristo, el cual fue al cielo, está sentado a la derecha de Dios y tiene a su disposición ángeles, potestades y poderes.

Jesús y nuestro bautismo

La presentación de Jesús como nuevo Adán está estrechamente relacionada con la nueva vida que comienza en el cristiano con el bautismo. La Cuaresma es el mejor momento para profundizar en este sacramento que, en la mayoría de los casos, recibimos sin ser conscientes de lo que recibíamos.

 

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Primer Domingo de Cuaresma. Ciclo B. 18 de febrero, 2024

Domingo, 18 de febrero de 2024
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El Espíritu impulsó a Jesús al desierto”.

(Mc 1, 12-15)

Parece que al leer esto, lo primero que nos sale es: «¡Ay, ay, Jesús no vayas! ¡Ten cuidado! Van a intentar liarte y hacerte mal… «. Pero se nos olvida, o no prestamos atención, al sujeto de la frase: el Espíritu. Es Dios quien le empuja… No va a estar solo… Además, el evangelista Marcos nos lo presenta justo después del Bautismo donde Jesús escuchó: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”.

Nos olvidamos de la acción del Espíritu de Dios en nuestro día a día. Nos podemos preguntar: ¿qué pasaría si fuésemos consciente de la acción de Dios en cada momento, en este mismo instante? ¿Cómo sería si nos dejásemos empujar libremente por su Espíritu? Nuestra vida cambiaría, ¿verdad? Seríamos personas llenas de agradecimiento, de confianza, de esperanza.

El desierto… ese lugar que nos atrae y nos da miedo al mismo tiempo… Silencio y soledad. Escucha atenta. Mirada profunda. Encuentro con nuestras sombras, con aquello que tratamos de esconder en nuestra vida porque duele… Dios está aquí, con nosotras, siempre.

Jesús fue puesto a prueba, y no solo en el desierto. Dios decidió hacerse persona, y eso incluía las pruebas, los miedos y el dolor. Conoce nuestra fragilidad, nuestros límites. Y, con toda nuestra realidad, nos llama a amar, a servir y a anunciar su Reino.

Se nos invita hoy también a convertirnos, a volver el corazón a Dios, a creer en el Evangelio. ¿Creemos en la Buena Noticia de Jesús? ¿Nos habla la Palabra de Dios? ¿Nos interpela y nos mueve a hacerla vida?

Tenemos tarea para esta Cuaresma (y para toda nuestra vida): volver nuestro corazón a Dios, creer en la Buena Noticia de Jesús y ponerla en práctica, y dejarnos impulsar por el Espíritu. ¡Ánimo, que promete salir bien!

Oración

Trinidad Santa, vuelve nuestro corazón a ti. Haz que nos dejemos impulsar por tu Espíritu en cada momento de nuestra existencia.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Jesús fue al desierto para dilucidar el sentido de su mesianismo.

Domingo, 18 de febrero de 2024
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ar_codigo-jesus-s01e02-los-huesos-de-juan-bautista_p_mDOMINGO 1º DE CUARESMA (B)

Mc 1,12-15

Durante siglos, hemos puesto en el perdón de Dios la meta de nuestras relaciones con Él. Esta idea de Dios está en las antípodas del evangelio. Jesús nos dice que el perdón es el punto de partida. Nuestro concepto de pecado se basaba en el mito de la ruptura. A partir de ahí, la religiosidad consistía en una recuperación de lo perdido. Hoy tenemos datos para intentar otra solución al problema. Somos fruto de la evolución y seguimos avanzando. Vamos de menos a más y nuestra preocupación debe ser acelerar la marcha.

El pecado es una de las experiencias más dolorosas y humillantes del ser humano. Lo que tenemos que superar es una explicación demasiado primitiva de “fallo” y descubrir un modo de afrontarlo que pueda ser útil para superarlo eficazmente. El mal no tiene nada de misterio. Es consecuencia inevitable de nuestra condición de criaturas limitadas. Una inercia de tres mil millones de años de evolución, que nos empuja hacia el individualismo, no puede ser contrarrestada por unos cientos de miles de años de trayectoria humana.

El primer objetivo del ser vivo fue mantener esa vida contra todas las agresiones externas e internas. Esta experiencia se va almacenando en el ADN. Gracias a él, la vida no solo se conservó, sino que fue alcanzando cotas más altas de perfección, hasta llegar al “homo sapiens”. Su relativa perfección permite al hombre unas relaciones completamente distintas; ahora fundadas en la armonía. Pero permanece el instinto de conservación que le lleva al individualismo. Debemos superar esa visión miope por un nuevo conocimiento.

Fijaos bien que los tres temas clásicos de la cuaresma son: Oración, ayuno, limosna. En ellos quedan resumidas todas las posibles relaciones humanas: con Dios, con uno mismo, con los demás. Con las cosas tendríamos que añadir hoy. Nuestra calidad humana depende de la calidad de las relaciones. Si no sobrepasan lo instintivo, esas relaciones estarán basadas en un individualismo feroz. Si esas relaciones están basadas en el conocimiento de tu auténtico ser, te llevarán a la armonía con todos los demás seres.

El hecho de que Marcos sea tan breve, siendo el primero que escribió, nos está diciendo que, en Mateo y Lucas, se trata de una elaboración progresiva, y no de un olvido de los detalles por parte del primero. También pudiera ser que Mateo y Lucas encontraran ya el relato ampliado en la fuente Q, anterior a Marcos. En todo caso, esas diferencias nos están demostrando el carácter simbólico del relato, más allá de las limitaciones de tiempo y lugar. Mc está planteando en tres líneas toda la trayectoria humana de Jesús.

El objetivo del relato es distinto en cada uno de los sinópticos. Mc no pretende ponernos en guardia sobre las clases de tentaciones que podemos experimentar. En él no hay tres tentaciones, porque plantea toda la vida de Jesús como una constante lucha contra el mal. En el evangelio de Marcos no vuelve a aparecer Satanás. Su lugar lo van a ocupar instituciones y personas de carne y hueso, que a través de toda la obra intentarán apartar a Jesús de su misión liberadora. La tentación está siempre a nuestro alrededor. De aquí parte la necesidad que nosotros también tenemos de ayuno, oración y limosna.

Inmediatamente. Comienza la lectura de hoy con la anodina frase de siempre “en aquel tiempo”. Es interesante saber que en el versículo anterior nos habló de la bajada del Espíritu sobre Jesús en el bautismo. Es muy significativo que el Espíritu se ponga a trabajar, de inmediato. Toda la actuación de Jesús se realiza bajo la fuerza del Espíritu. El Espíritu, no es todavía el “Espíritu Santo” según la idea que se desarrolló en los siglos VI y V; se trata de la fuerza de Dios que le capacita para actuar.

El Espíritu le empujó. El verbo griego empleado es “ekballo” = Empujar, echar fuera. No se trata de una amable invitación, sino de una acción que supone violencia. El mismo verbo que el domingo pasado empleó Jesús para despedir al leproso. El Espíritu le arrastra al desierto. Al recibir el Espíritu en el bautismo, Jesús no queda inmunizado de la lucha contra el maligno. Como todo hijo de vecino (hijo de hombre), Jesús tiene que debatirse en la vida para alcanzar su plenitud. Precisamente por haber alcanzado la meta como ser humano, está capacitado para marcarnos el camino a nosotros.

Al desierto. El desierto es el lugar teológico de la lucha, de la prueba; y, superada la prueba, del encuentro con Dios. Es imposible comprender todo el simbolismo del desierto para el pueblo judío. La clave de su historia religiosa se encuentra en el desierto. Jesús sufre las mismas tentaciones que Israel, pero las supera. No se trata del desierto físico, sino del símbolo de la lucha. Es muy significativo que todos los evangelios nos hagan ver cómo Jesús encontrará a Satanás en su mismo pueblo.

Se quedó en el desierto cuarenta días. El número cuarenta es otra clave simbólica para entender el relato: 40 días duró el diluvio, 40 años pasó el pueblo judío en el desierto. 40 días estuvo Moisés en el Sinaí. 40 días fueron necesarios para que se conviertan los ninivitas. 40 días camina Elías por el desierto. No se trata de señalar un tiempo cronológico, sino de evocar una serie de acontecimientos salvíficos en la historia del pueblo judío, que quedarán superados por la experiencia de Jesús.

Tentado por Satanás.Peireo” indica más bien una prueba que hay que superar. No puede haber un aprobado si no hay examen. ‘Satán’ significa el que acusa en el juicio, exactamente lo contrario que ‘paráclito’, el que defiende en un juicio. En Mateo y Lucas las tentaciones tienen lugar al final de los cuarenta días de ayuno. En Marcos no aparece el ayuno por ninguna parte y la tentación abarca todo el tiempo que duró el retiro en el desierto. Marcos no nos habla de penitencia, sino de lucha por comprenderse en Dios.

Estaba entre las fieras. La traducción oficial de alimañas condiciona la interpretación. El texto griego y el latino dice: animales salvajes concretos, conocidos por todos. Puede entenderse como que Jesús está en la vida en medio de todas las fuerzas que condicionan al hombre, unas buenas (Espíritu, ángeles), otras malas (Satanás, fieras) Pero también podría aludir a los tiempos idílicos del paraíso, donde la armonía entre seres humanos y la naturaleza entera será total. Recordemos que el tiempo mesiánico se había anunciado como una etapa de armonía entre hombres, naturaleza y fieras.

Y los ángeles le servían. El verbo que emplea es “diakoneô” que significa servir, pero con un matiz de afecto personal en el servicio. En el NT “diaconía” es un término técnico que expresa la actitud vital de servicio, de los seguidores de Jesús. Su primer significado en griego clásico era “servir a la mesa”. Pero aquí este significado iría en contra de todo el sentido del relato, porque indicaría que, en vez de ayunar, era alimentado por los ángeles. Seguramente quieren hacer un contrapeso al diablo que le tentaba.

 Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Convertíos

Domingo, 18 de febrero de 2024
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Mc 1, 12-15

«El reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la buena Noticia»

La cuaresma se inspira en los cuarenta días de oración y penitencia que Jesús pasó en el desierto, y por eso tradicionalmente se le ha dado un carácter penitencial. Pero no es ése su sentido. No es un periodo de expiación por la vida mundana que llevamos el resto del año ni de penitencia por nuestros pecados, sino tiempo de conversión.

Convertirse es “volverse”, “cambiar de dirección”. Vamos caminando por la vida, nos encontramos con Jesús y tomamos su misma dirección porque nos convence su forma de vida, porque el encuentro con él produce cambio; cambio de criterios, de valores; cambio de Dios. Y Ahí está la buena Noticia, porque el Dios al que nos tenemos que convertir no es el que nos estropea la vida con exigencias, no es el que nos amenaza con castigos, sino el que salva nuestra vida de la trivialidad y el sinsentido. Convertirse es abrazar la buena Noticia.

Convertirse es ante todo desterrar el “mal espíritu” con el que nos tienta el mundo; es vivir con el “espíritu de Jesús”. El mal espíritu es el que nos mueve a banalizar la vida, a vivirla ajenos al espíritu de Dios; ajenos a Dios. Es el que nos impide aceptar la buena Noticia y nos arrastra a seguir viendo a Dios como juez que premia y castiga, y no como Padre que se desvive por sus hijos. Es el que nos imposibilita aceptar la vida como misión de Dios; una misión de salvar y de servir.

Con el espíritu de Jesús la vida tiene un sentido, y ese sentido es colaborar en la obra de Dios. Tiene una meta que es lograr la plenitud humana; el sueño de Dios. Y también tiene un camino que recorrer; el camino que nos muestra Jesús. Con el espíritu de Jesús la vida es algo diferente, es una vida nueva, renovada, con sabor, salvada de la oscuridad y de la muerte. Y todo ello animados por la fuerza de Dios, empeñado en que sus hijos lleguen a la meta.

Convertirse es también cambiar nuestro concepto del bien y del mal. “Bien” no es lo que me apetece, lo que me produce contento o placer, sino lo que me sirve para caminar hacia la Vida. “Mal” no es lo que me contraría, lo que me produce sufrimiento, sino lo que me estorba para caminar. Ni siquiera se trata de que viviendo así vayamos a ser más felices, pues no recibimos gratificación alguna por ello. Si somos más felices (el ciento por uno en esta vida) es una buena señal, es que vamos por el buen camino, pero el premio es simplemente vivir así, vivir válidamente, no tirar la vida. El premio es salvar la vida.

La cuaresma no es por tanto un esfuerzo nuestro para ver si Dios me perdona, para ver si Dios me escucha. Es un esfuerzo de Dios para que yo le escuche, una oferta de vida. “Convertíos” significa simplemente, hacedle caso a Dios, aceptad la oferta de Dios salvador.

(Entresacado de un artículo de J. E. Ruiz de Galarreta)

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Un buen empujón.

Domingo, 18 de febrero de 2024
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IMG_2725Mc 1, 12-15

“En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto…”

Verdaderamente suena muy fuerte el verbo “empujar” refiriéndose a la acción del Espíritu hacia Jesús.

Empujar a alguien implica cierta violencia: no se respeta lo que está haciendo, no se tiene en cuenta su elección, su forma de actuar.

Subir al monte a orar en la soledad de la noche es una cosa, pero adentrarse en el desierto por cuarenta días (esa cifra tan presente en momentos claves a lo largo de toda la Biblia) a enfrentarse con lo que vivía por dentro y lo que se complicaba en el camino que tenía por delante, debió ser complejo.

El Espíritu a veces susurra, otras empuja. Aquí se impuso un buen empujón, amoroso pero contundente. Había que prepararse para el combate en el mundo venciendo las tres conocidas tentaciones, tan comunes en el ser humano: apego a las cosas materiales, poner a prueba a Dios y las ansias de poder.

Se inicia la Cuaresma. Otra vez el número cuarenta nos sirve de referencia de preparación, entrenamiento y discernimiento en el desierto de cada día.

¿Qué le pido al Espíritu? Un buen empujón, como el de Jesús, para adentrarme en el desierto estos cuarenta días. Me refiero al desierto interior, ese que todos llevamos dentro y que tantas veces dejamos de lado o rodeamos para no aclarar cómo va nuestra vida interior.

Decía Thomas Merton*: “El verdadero desierto es esto: enfrentarse a las limitaciones reales de la existencia y el conocimiento de uno y no intentar manipularlas ni disfrazarlas” (1).

Merton se hace también una pregunta más directa: “¿Qué es mi desierto? Su nombre es ‘compasión’. No hay desierto más terrible, más hermoso, más árido y fructífero que el desierto de la compasión. Es el único de desierto que florecerá verdaderamente como el lirio. Se convertirá en un lago, brotará y florecerá y se regocijará con alegría. Es en el desierto de la compasión donde la tierra sedienta se convierte en manantiales de agua, donde el pobre posee todas las cosas” (2)

Cuando Jesús dejó el desierto tras los cuarenta días “se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios”, lo que me hace pensar que su corazón compasivo, lleno de todas las gentes que se le habían acercado por los caminos, le impulsó a expandir el mensaje de conversión y de creer en el Evangelio. En definitiva, continuar su Misión.

El mensaje sigue estando de total actualidad en nuestro tiempo, así que habrá que ir compartiendo cuando salgamos del desierto interior tras la puesta a punto de la Cuaresma.

Mari Paz López Santos

2024.02.18 – FEADULTA

I Domingo de Cuaresma

*DICCIONARIO DE THOMAS MERTON, Ediciones Mensajero, 2015, (1) pág. 142, (2) pág.143

Fuente Fe Adulta

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Desierto

Domingo, 18 de febrero de 2024
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IMG_2982Domingo I de Cuaresma

18 febrero 2024

Mc 1, 12-15

   En la Biblia, desierto significa, a la vez y de manera paradójica, lugar de prueba y lugar de intimidad con Dios. Aunque, si lo miramos detenidamente y, sobre todo, si lo experimentamos, apreciaremos el sentido de aquella paradoja.

Lo que solemos designar como “prueba” -pérdidas de todo tipo, dificultades, contratiempos, crisis…- saca a flor de piel nuestra vulnerabilidad. Y cuando la vulnerabilidad se acoge y se acepta, abre la puerta a nuestra humanidad profunda y, con ella, al amor y la compasión. De ese modo, la prueba se convierte en puerta que nos introduce en la profundidad.

El ser humano tiende a buscar e instalarse en cualquier zona de confort. Como si en cada uno de nosotros viviera un pequeño burgués amante de la comodidad y del bienestar. Y eso no está mal. Lo malo suele ser que esa misma dinámica tiende a mantenernos en la superficie, alejados de lo mejor de nosotros mismos, de los demás y de la vida. Porque en la superficie fácilmente nos conformamos con “sobrevivir”.

Las pruebas nos zarandean y, al hacerlo, si no nos hundimos ni nos endurecemos, nos obligan a buscar aquello que nos sostiene; la experiencia de lo impermanente -doloroso en sí mismo, antes o después- nos pone en camino de aquello que permanece. El propio dolor nos muestra nuestra vulnerabilidad, haciéndonos conscientes de que no podemos escamotearla.

Y es ahí, al abrazarla, cuando nos hace más humanos. Y eso ocurre porque, como escribe Eckhart Tolle, solo en la medida en que aceptamos nuestra vulnerabilidad, descubrimos nuestra invulnerabilidad verdadera. Absolutamente vulnerables en la forma, somos, a la vez, aquello que permanece siempre estable. por ese motivo, también el desierto, cuando sabemos vivirlo, nos conduce a casa.

La experiencia del desierto nos humaniza porque nos hace pasar de la superficialidad a la profundidad, del narcisismo a la empatía y la compasión, del egocentrismo a la ofrenda, del despiste sobre nosotros mismos a la comprensión y el gozo de lo que realmente somos, de sobrevivir a vivir en plenitud…

Enrique martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Del Paraíso al desierto y del desierto al Paraíso

Domingo, 18 de febrero de 2024
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IMG_3026Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.-  COMENZAMOS LA CUARESMA: CUARENTA DÍAS.

La cuaresma son los cuarenta días de preparación a la Pascua del Señor.

Cuarenta es un número simbólico que aparece en momentos decisivos de la Biblia, de la cultura del pueblo de Israel y de Jesús.

El número cuarenta aparece más de 100 veces en la Biblia:

+ Cuarenta días y cuarenta noches estuvo lloviendo en el diluvio “bautismal” en tiempos de Noé.

+ De Moisés se dice que vivió 120 años: 40 en Egipto, cuarenta como pastor en Madián y cuarenta años peregrinando con las tribus hebreas tras el Éxodo hasta llegar a la libertad y la tierra de promisión.

+ Cuarenta son los días que Jesús estuvo en el desierto superando las tentaciones del desierto.

+ Jesús asciende a los cielos a los cuarenta días de la resurrección.

Cuarenta Significa un tiempo -toda la vida- de una experiencia humano-religiosa intensa, decisiva.

Llegar a la tierra de promisión, a la felicidad, a la realización personal (y comunitaria), nos va a costar “cuarenta años”, toda la vida de desierto.

02.- EL DESIERTO

El desierto no es solamente algo geográfico, un lugar árido y hostil, el desierto del Sahara…

El desierto en la Biblia tiene un sentido teológico y es una actitud de vida humano-religiosa.

El desierto es el lugar de la austeridad, del silencio, de la oración, es el lugar o la situación de prueba: la dureza de la vida. El desierto es camino y búsqueda.

La vida es un desierto. A lo largo de nuestro caminar atravesamos por un desierto muchas veces entre alimañas de todo tipo como escuchábamos en el evangelio, con tentaciones de todo tipo, con crisis y penas.

Nos hará bien huir del “mundanal ruido”, retirarnos de la algarabía social al desierto, escapar del zapping y cosas por el estilo.

Mejor nos encerramos en nuestra habitación para encontrarnos con nosotros mismos y con Dios.

Por otra parte, una cierta austeridad en la vida nos hace bien.

Parece como que el ideal de vida es pasarlo bien, todo fácil, cuantas menos horas de trabajo, mejor.

Facilitar todo a las generaciones más jóvenes -y a las nuestras- ¿no está creando personas más bien blandas? La vida es desierto, camino, esfuerzo, crisis, gracia, Éxodo, libertad y liberación.

03.- NOSTALGIA DE PLENITUD

Todos tenemos un anhelo infinito de vida y felicidad. Somos un eterno deseo de bienestar, de vivir bien. Somos una pasión infinita.

Nuestra vida, nuestro Éxodo, siempre está marcado también por el esfuerzo, heridas y alimañas: el mal, la culpa y muerte ¿Tres heridas incurables?

Somos siempre una asignatura pendiente para nosotros mismos. Somos una diferencia entre lo que somos y lo que quisiéramos vivir, incluso somos un pequeño abismo entre lo que somos y lo que deberíamos ser.

El hombre moderno (Ilustración) piensa que puede darse a sí mismo la felicidad y la plenitud, pero eso no es cierto. Pensamos que el progreso, la técnica, los políticos nos van a traer el paraíso terrenal, pero seamos conscientes de que no está en nuestras manos concedernos la plena felicidad.

Ninguna realidad humana llena nuestro corazón. Nunca el placer es bastante, nunca el dinero, ni el poder colman el corazón de ser humano.

Nuestro corazón no se aquieta con la simple realización de nuestras necesidades.

El ser humano no puede, no podemos colmar nuestra vida.

San Agustín escribía aquello de: Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto, pues solamente descansará cuando te encuentre.1

Un salmo expresa muy bien estas cosas:

Mi alma tiene sed de ti, mi vida ti ansia de Ti,

como tierra reseca, agostada, sin agua,

(Salmo 63,2)

04.-  LA CUARESMA TIEMPO DE GRACIA.

Es cierto que la cuaresma es tiempo de penitencia y de conversión, pero, sobre todo, es tiempo de gracia.

No carguemos las tintas en el pecado y la penitencia con sus secuelas de culpabilidades, miedos, angustias, condenaciones, etc.

Convertirse no es un esfuerzo titánico contra el mal a base de penitencias y castigos, ayunos, cilicios y disciplinas. Nuestra conversión es comprender y vivir que Dios es bueno. Convertirnos es pasar de la imagen de un Dios justiciero a la realidad de un Dios de bondad y misericordia.

La cuaresma, el Éxodo es mirar al futuro con esperanza. Lo que esperamos de la bondad de Dios es la alegría del presente.

Que tengamos una serena travesía creyendo en el Evangelio de la gracia: Dios está de nuestra parte,

Dios hizo un pacto con la humanidad (Noé – alianza).

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Convertirse a la misericordia de Dios sería una buena manera de comenzar este tiempo de cuaresma

Domingo, 18 de febrero de 2024
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Del blog de Consuelo Vélez Fe y Vida:

Comentario al evangelio del 1° domingo de cuaresma (18-02-2024)

Considerar las tentaciones mesiánicas de Jesús es, entonces, confrontar nuestra propia fidelidad a la misión encomendada

Como nos cuesta creer y vivir el reino anunciado por Jesús, el anuncio del evangelio que hacemos no tiene la fuerza de transformación que Jesús nos dijo que tendría

A continuación, el Espíritu empuja a Jesús al desierto y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentando por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea y proclamaba la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en la Buena Nueva”(Marcos 1, 12-15).

Comienza el tiempo de cuaresma y el evangelista Marcos, en cuatro versículos, nos relata las tentaciones y el contenido de la predicación de Jesús. Sabemos que Mateo y Lucas describen más detalladamente las tentaciones. Aquí sólo se nos dice que Jesús fue tentado durante cuarenta días lo cual podría ser más semejante a nuestra propia vida. Las crisis, dudas, retrocesos y caídas no son solo en un momento puntual, superándolas en el acto. Por el contrario, la vida es ese continuo caminar con toda la ambigüedad, dificultad, avances y retrocesos que nuestra condición humana implica. En el caso de Jesús sabemos que sus tentaciones son mesiánicas, es decir, respecto a su misión y no a lo que comúnmente llamamos tentaciones en la vida cotidiana. Jesús permanece firme en la misión encomendada, Jesús no cambia la radicalidad de la misma. De ahí que se gane la cruz y la asuma con todas las consecuencias. Precisamente porque se conoce el final de la vida de Jesús, el evangelista puede afirmar, desde el inicio del evangelio, la fidelidad durante toda su vida. Considerar este pasaje de la vida de Jesús es, entonces, confrontar nuestra propia fidelidad a la misión encomendada preguntándonos seriamente si mantenemos el vigor primero o si lo hemos acomodado a nuestros intereses o a lo socialmente aceptado para evitar conflictos y persecuciones.

Pero ¿cuál es la misión de Jesús y, por ende, la nuestra? En otro versículo, Marcos nos presenta a Jesús anunciando que el tiempo se ha cumplido, es decir, lo que anunciaba Juan el Bautista ya se hace realidad con su presencia y es hora de dar una respuesta contundente: convertirse y creer en la buena nueva. La palabra “convertirse” no significa lo que comúnmente entendemos de arrepentirnos de algo malo que hemos hecho. En este caso es situarse en otro horizonte -el del reino de Dios-, cambiar de mirada, darse la vuelta para iniciar un camino distinto. En eso consiste la vida cristiana. Es encontrar en la vida de Jesús lo que Dios espera de la humanidad y por eso disponernos a vivir como Él vivió, a mirar el mundo desde el horizonte que Él lo hizo.

Ese horizonte no es otro que el amor inconmensurable de Dios sobre la humanidad. En Dios solo hay misericordia y generosidad. En Él no hay castigo, ni reproches. Por eso mismo escandaliza y se rechaza. Nos gustaría más que Dios castigue a los malos y premie a los buenos -entre los cuales creemos estar nosotros- y nos cuesta creer que la metodología de Dios es transformar el corazón humano a punta de amor y no de miedo. Y como nos cuesta creerlo y vivirlo, el anuncio del evangelio que hacemos no tiene la fuerza de transformación que Jesús nos dijo que tendría.

Pero la Palabra de Dios nos sigue insistiendo por dónde se hace presente el reino. Tal vez en esta cuaresma podríamos poner el énfasis no en sacrificios o confesiones de los pecados de siempre sino en mirar la vida de Jesús a ver si le logramos entenderlo a fondo y convertirnos al Reino de Dios, muy distinto de normas, liturgias, confesiones, inciensos y sermones de castigo que surgen con tanta fuerza en este tiempo. Convertirse al amor, a la misericordia, a la generosidad del mismo Dios sería una buena manera de comenzar este tiempo de cuaresma.

(Foto tomada de: https://liturgia.jesuitas.pe/2019/03/08/las-tentaciones-de-jesus-en-el-desierto/)

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Crecer en la amistad

Miércoles, 14 de febrero de 2024
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jesus-abraza-a-joven-fotoPregón de Cuaresma

Carmen Herrero Martínez,
Fraternidad Monástica de Jerusalén,
Tenerife

ECLESALIA, 27/02/17.- Con la celebración del Miércoles de Ceniza, comenzamos una nueva Cuaresma. Tiempo de gracia, de conversión y de misericordia, por parte del Padre bueno que constantemente invita a sus hijos al banquete de la Pascua. Pues, Cuaresma es un caminar con alegría y jubilo hacia Pascua, la resurrección de Cristo y nuestra propia resurrección.

Pero, ¿cómo conducirse por este camino que durante cuarenta días nos lleva a la Pascua? Y, ¿qué provisiones tomar para llegar a resucitar con Cristo y vivir en plenitud la vivencia pascual?

Debemos conducirnos con dignidad, esa dignidad que nos viene de ser lo que somos: hijos e hijas de Dios, amados del Padre desde toda la eternidad, salvados en su Hijo. Desde esta convicción y certeza caminaremos con gozo y los obstáculos y dificultades del camino podrán ser superados; porque no caminos solos, sino con Aquel que es nuestro Camino: Jesús. En él pongo toda mi esperanza, él es mi fortaleza, mi energía y dinamismo que me lleva a caminar con paso firme y ligero a su lado; siempre mirando hacia adelante, sin volver la vista atrás, apoyando mis pasos sobre sus pasos.

¿Qué provisiones poner en mi mochila para este camino de cuarenta días?

La primera condición es que mi mochila tiene que estar muy ligera de peso para que no sea un obstáculo al caminar. Entonces mi primera disposición es la sobriedad.

De qué sobriedad se trata: sobriedad en tus deseos, pensamientos, sueños y fantasías. La sobriedad te lleva a revenir a tu propia realidad concreta, y esto pasa por la conversión. ¡Déjate convertir! Evangelizar las zonas más profundas de tu corazón; es decir, deja que la gracia de la cuaresma entre en ti y te reconstruya desde el interior. Seguro que, si logras hacer esta experiencia, tu caminar será más ligero y rápido, tu alegría mayor y tu esperanza infinita.

La sobriedad te lleva a la verdad. Vivir en verdad, hacer la verdad en tu vida. “la verdad os harás libres” (Jn 8, 32). Y, ¿qué es la verdad? La verdad es Cristo, conocer a Cristo nos lleva a hacer la verdad en nuestra vida, pues no podemos conocer a Cristo y vivir en la mentira, en el pecado, el desorden, la esclavitud de tantos ídolos como nos acechan. La cuaresma, ante todo, tiene que llevarte a un mayor conocimiento de Jesucristo, a rechazar con energía todo ídolo que se te presente y se anteponga al amor a Jesús y a vivir en verdad y libertad.

El conocimiento de Jesús te lleva al amor y el amor a la identificación. La cuaresma tienen que ayudarnos, a nosotros los cristianos, a identificarnos cada vez más con Cristo, y a partir de esta identificación podremos vivir esta muerte y resurrección que nos conduce a la Pascua.

Desde este conocimiento, amor e identificación con Jesús; las cuatro características propias de cuaresma serán la necesidad del: desierto, la oración, el ayuno y la limosna; en nuestro lenguaje actual, el compartir, el ayudar a nuestros hermanos necesitados, manifestada de mil maneras….

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– Desierto: Vivir el desierto no como una ascesis sin alma, sino como una necesidad para estar asolas con Aquel que se me ama y quiere entablar una relación de amor conmigo: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2,4). Retirarse al desierto como necesidad de escucha amorosa y de estar a solas con Dios. Descubrir la mística del desierto, no quedarse solamente en la austeridad que implica el desierto, ésta es real, pero la mística es superior.

– Oración: La oración es el fruto del desierto, “acostumbrarse a soledad es gran cosa para la oración” dirá Teresa de Jesús. El desierto nos conduce a la escucha, la escucha al amor y el fruto del amor es la oración que transforma y une con el ser Amado. La oración que le agrada al Señor, es la oración de un corazón sosegado, acallado, unificado; abierto a acoger su Presencia y a vivir en su intimidad. No todos podemos retirarnos al desierto como lugar geográfico para orar; pero si podemos retirarnos, y debemos retirarnos, al desierto de nuestro propio interior. Pues el desierto no es la ausencia de las personas, sino la presencia de Dios. Y orar es vivir en su presencia.

– Ayuno: El ayuno es esencial en el seguimiento de Jesús, y también para vivir una relación, justa y armoniosa entre mi yo y las cosas. No dejándome poseer por ellas ni tampoco quererlas poseer. La justa relación con las cosas, y los alimentos, consiste en reconocer con gratitud su valor, su necesidad, y como dice san Ignacio de Loyola. “Las cosas se usan tanto en cuanto me ayudan al fin perseguido”. El saber privarse, sentir la necesidad y hasta el hambre material, nos lleva a la libertad y a valorar las cosas que Dios ha creado para nuestra necesidades; y a pensar en tantos hermanos nuestros como carecen de lo más esencial, en parte por el mal uso que hacemos de los recursos de la naturaleza; del acaparamiento y la posesión desmesurada. Ahí tendría que ir orientado nuestro ayuno.

Y siendo muy importante esta orientación del ayuno material, él debe de conducirnos mucho más lejos, a ese otro ayuno del yo que es el que realmente nos quita la libertad, nos esclaviza y nos impide ver al hermano con amor. Como le pasó al rico de la parábola de Lázaro (Lc 16, 19-31). Su pecado no está en que fuese rico, sino en que ignoró a su hermano en necesidad. Vivía al margen de Dios y como consecuencia no reconoció a su hermano. El papa Francisco en su mensaje de Cuaresma dice: “toda persona es un don”. El ayuno de mi yo me lleva a reconocer el de mi hermano, y juntos caminar hacia la Pascua.

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– Compartir: el compartir nos lleva al despojo, a la generosidad, a la pobreza evangélica; y, sobre todo, a tener en cuenta al hermano más necesitado. Quien sabe compartir nunca se empobrece, antes bien, se enriquece con creces. La sagrada Escritura nos lo certifica; pero también la vida misma. “El que siembra escasamente, escasamente cosechará; y el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará. Cada uno dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, porque Dios ama al  que da con alegría” (2 Cor 9,6-7).

Quiero terminar con las palabras del papa Francisco en su mensaje de Cuaresma: “El cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor”. Y si crezco en la amistad con el Señor, creceré también en el amor ami mi hermano, y unidos celebraremos la Pascua, la plenitud de la vida cristiana-

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Soy la voz del que grita en el desierto

Domingo, 17 de diciembre de 2023
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Del blog Pays de Zabulon:

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Éste fue el testimonio de Juan,
cuando los judíos enviaron desde Jerusalén
sacerdotes y levitas a Juan,
a que le preguntaran:

– «¿Tú quién eres?»

Él confesó sin reservas:

– «Yo no soy el Mesías.»

Le preguntaron:

«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»

El dijo:

– «No lo soy.»

– «¿Eres tú el Profeta?»

Respondió:

«No.»

Y le dijeron:

«¿Quién eres?
Para que podamos dar una respuesta
a los que nos han enviado,
¿qué dices de ti mismo?»

Él contestó:

«Yo soy la voz que grita en el desierto:
“Allanad el camino del Señor”,
como dijo el profeta Isaías.»

*

Juan 1, 19-23

***

Atribuyamos enseguida importancia a esta venida de Cristo al mundo; se trata de un hecho trascendental, colocado como clave normativa e interpretativa de todo el mundo religioso que de ahí se sigue.

La vocación cristiana es una vocación al gozo esencial para quien lo acepta. El cristianismo es fortuna, es plenitud, es felicidad. Podemos decir más: es una felicidad que no se contradice; el cristiano ha sido elegido para una felicidad que no tiene otra fuente más auténtica. El evangelio es una «buena nueva», es un reino en el que no puede faltar la alegría. Un cristiano irremediablemente triste no es auténticamente cristiano. Hemos sido llamados a vivir y a dar testimonio de este clima de vida nueva, alimentado por un gozo trascendente, que el dolor y los sufrimientos de todo orden de nuestra presente existencia no pueden sofocar y sí provocar a una expresión simultánea y victoriosa.

*

Pablo VI,
Discurso a la audiencia general del 4 de enero de 1978.

***.

***

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Crecer en la amistad

Miércoles, 22 de febrero de 2023
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Carmen Herrero Martínez,
Fraternidad Monástica de Jerusalén,
Tenerife

ECLESALIA, 27/02/17.- Con la celebración del Miércoles de Ceniza, comenzamos una nueva Cuaresma. Tiempo de gracia, de conversión y de misericordia, por parte del Padre bueno que constantemente invita a sus hijos al banquete de la Pascua. Pues, Cuaresma es un caminar con alegría y jubilo hacia Pascua, la resurrección de Cristo y nuestra propia resurrección.

Pero, ¿cómo conducirse por este camino que durante cuarenta días nos lleva a la Pascua? Y, ¿qué provisiones tomar para llegar a resucitar con Cristo y vivir en plenitud la vivencia pascual?

Debemos conducirnos con dignidad, esa dignidad que nos viene de ser lo que somos: hijos e hijas de Dios, amados del Padre desde toda la eternidad, salvados en su Hijo. Desde esta convicción y certeza caminaremos con gozo y los obstáculos y dificultades del camino podrán ser superados; porque no caminos solos, sino con Aquel que es nuestro Camino: Jesús. En él pongo toda mi esperanza, él es mi fortaleza, mi energía y dinamismo que me lleva a caminar con paso firme y ligero a su lado; siempre mirando hacia adelante, sin volver la vista atrás, apoyando mis pasos sobre sus pasos.

¿Qué provisiones poner en mi mochila para este camino de cuarenta días?

La primera condición es que mi mochila tiene que estar muy ligera de peso para que no sea un obstáculo al caminar. Entonces mi primera disposición es la sobriedad.

De qué sobriedad se trata: sobriedad en tus deseos, pensamientos, sueños y fantasías. La sobriedad te lleva a revenir a tu propia realidad concreta, y esto pasa por la conversión. ¡Déjate convertir! Evangelizar las zonas más profundas de tu corazón; es decir, deja que la gracia de la cuaresma entre en ti y te reconstruya desde el interior. Seguro que, si logras hacer esta experiencia, tu caminar será más ligero y rápido, tu alegría mayor y tu esperanza infinita.

La sobriedad te lleva a la verdad. Vivir en verdad, hacer la verdad en tu vida. “la verdad os harás libres” (Jn 8, 32). Y, ¿qué es la verdad? La verdad es Cristo, conocer a Cristo nos lleva a hacer la verdad en nuestra vida, pues no podemos conocer a Cristo y vivir en la mentira, en el pecado, el desorden, la esclavitud de tantos ídolos como nos acechan. La cuaresma, ante todo, tiene que llevarte a un mayor conocimiento de Jesucristo, a rechazar con energía todo ídolo que se te presente y se anteponga al amor a Jesús y a vivir en verdad y libertad.

El conocimiento de Jesús te lleva al amor y el amor a la identificación. La cuaresma tienen que ayudarnos, a nosotros los cristianos, a identificarnos cada vez más con Cristo, y a partir de esta identificación podremos vivir esta muerte y resurrección que nos conduce a la Pascua.

Desde este conocimiento, amor e identificación con Jesús; las cuatro características propias de cuaresma serán la necesidad del: desierto, la oración, el ayuno y la limosna; en nuestro lenguaje actual, el compartir, el ayudar a nuestros hermanos necesitados, manifestada de mil maneras….

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– Desierto: Vivir el desierto no como una ascesis sin alma, sino como una necesidad para estar asolas con Aquel que se me ama y quiere entablar una relación de amor conmigo: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2,4). Retirarse al desierto como necesidad de escucha amorosa y de estar a solas con Dios. Descubrir la mística del desierto, no quedarse solamente en la austeridad que implica el desierto, ésta es real, pero la mística es superior.

– Oración: La oración es el fruto del desierto, “acostumbrarse a soledad es gran cosa para la oración” dirá Teresa de Jesús. El desierto nos conduce a la escucha, la escucha al amor y el fruto del amor es la oración que transforma y une con el ser Amado. La oración que le agrada al Señor, es la oración de un corazón sosegado, acallado, unificado; abierto a acoger su Presencia y a vivir en su intimidad. No todos podemos retirarnos al desierto como lugar geográfico para orar; pero si podemos retirarnos, y debemos retirarnos, al desierto de nuestro propio interior. Pues el desierto no es la ausencia de las personas, sino la presencia de Dios. Y orar es vivir en su presencia.

– Ayuno: El ayuno es esencial en el seguimiento de Jesús, y también para vivir una relación, justa y armoniosa entre mi yo y las cosas. No dejándome poseer por ellas ni tampoco quererlas poseer. La justa relación con las cosas, y los alimentos, consiste en reconocer con gratitud su valor, su necesidad, y como dice san Ignacio de Loyola. “Las cosas se usan tanto en cuanto me ayudan al fin perseguido”. El saber privarse, sentir la necesidad y hasta el hambre material, nos lleva a la libertad y a valorar las cosas que Dios ha creado para nuestra necesidades; y a pensar en tantos hermanos nuestros como carecen de lo más esencial, en parte por el mal uso que hacemos de los recursos de la naturaleza; del acaparamiento y la posesión desmesurada. Ahí tendría que ir orientado nuestro ayuno.

Y siendo muy importante esta orientación del ayuno material, él debe de conducirnos mucho más lejos, a ese otro ayuno del yo que es el que realmente nos quita la libertad, nos esclaviza y nos impide ver al hermano con amor. Como le pasó al rico de la parábola de Lázaro (Lc 16, 19-31). Su pecado no está en que fuese rico, sino en que ignoró a su hermano en necesidad. Vivía al margen de Dios y como consecuencia no reconoció a su hermano. El papa Francisco en su mensaje de Cuaresma dice: “toda persona es un don”. El ayuno de mi yo me lleva a reconocer el de mi hermano, y juntos caminar hacia la Pascua.

– Compartir: el compartir nos lleva al despojo, a la generosidad, a la pobreza evangélica; y, sobre todo, a tener en cuenta al hermano más necesitado. Quien sabe compartir nunca se empobrece, antes bien, se enriquece con creces. La sagrada Escritura nos lo certifica; pero también la vida misma. “El que siembra escasamente, escasamente cosechará; y el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará. Cada uno dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, porque Dios ama al  que da con alegría” (2 Cor 9,6-7).

Quiero terminar con las palabras del papa Francisco en su mensaje de Cuaresma: “El cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor”. Y si crezco en la amistad con el Señor, creceré también en el amor ami mi hermano, y unidos celebraremos la Pascua, la plenitud de la vida cristiana-

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Desierto, espacio interior

Martes, 8 de noviembre de 2022
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desierto“Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que os sometan al yugo de la esclavitud” (Gálatas 5,1)

Carmen Herrero Martínez
Fraternidad Monástica de Jerusalén,
Estrasburgo (Francia).

ECLESALIA, 17/10/22.- Con los lectores de Eclesalia, quiero compartir esta reflexión sobre el desierto y silencio en nuestro propio interior, en medio del mundo en el que nos toca vivir. El desierto y el silencio van unidos. En el sentido espiritual no hay desierto sin silencio ni silencio sin desierto, ambos nos conducen al encuentro con nosotros mismos y con el Creador; esta es la finalidad que pretendemos al retirarnos al desierto interior.

Todos sabemos que el desierto es un lugar geográfico, al que no es fácil retirarse. Sin embargo, siempre podemos retirarnos al desierto de nuestro propio corazón y allí vivir la espiritualidad del desierto. A este desierto del corazón y de la mente queremos retirarnos con esta reflexión.

El desierto simboliza la belleza, imaginamos el amanecer, una puesta de sol y una clara luna; el silencio, la calma, la soledad que invitan a la interioridad, a la relación consigo mismo y con Aquel que se hace Presencia cuando todo se acalla. El desierto también simboliza la austeridad, la ascesis, el ayuno, la sed, el cansancio, la pobreza y el desprendimiento. Valores humanos y espirituales que construyen a la persona, adquiriendo poco a poco una espiritualidad, una manera de ser y de pensar.

En nuestros días, tan envueltos en el ruido, en tanta palabra vacía, junto a imágenes tan agresivas, banales y carentes de sentido, en una sociedad enloquecida que no sabe muy bien a dónde va, urge retirarse al desierto para encontrarse consigo mismo y construirse como persona; porque la dispersión nos acecha por todas partes y nos hiere en nuestro más profundo centro, distrayéndonos de lo esencial. En nuestra sociedad, todo tiende a divertirnos y sacarnos de nuestro propio centro, de nuestra interioridad, robándonos nuestra libertad. Si queremos ser personas libres, equilibradas, reflexivas y orantes, hemos de purificarnos de tantas toxinasnegativas como se van acumulando en nuestro propio cerebro, influenciándonos en nuestra manera de ser y de vivir. Vivir la espiritualidad del desierto ayuda a purificar nuestro interior, más todavía, a evitar que entren en nosotros banalidades. El silencio, la soledad y la oración son como un contrafuerte que hace barrera a toda influencia nociva de un mundo materializado sin profundidad ni alma.

Por todos los medios hemos de evitar que ni en nuestra mente ni en el corazón entre aquello que contaminay oscurece” nuestra mente y nuestra conciencia. Porque hoy día con el relativismo, todo es bueno, todo da igual. No permitamos que esa perla, límpida y diáfana que todos llevamos dentro, se mancille y contamine con tanta basura como este mundo intenta vendernos como un buen producto, para nuestro propio bienestar y desarrollo personal. Si vivimos en la superficie de lo que en realidad somos, lo mejor de nosotros mismos se queda en el fondo de nuestro ser, adormecido, sin darle la oportunidad de que se desarrolle y llegue a ser lo que en realidad es: creatura creada para vivir en relación con su Creador y en armonía consigo misma y con sus hermanos en humanidad. Y todo esto, desde la plena libertad, sin influencias ni ataduras exteriores. En general, vivimos bastante distraídos, sin profundizar en el verdadero sentido de nuestra existencia y en lo que realmente somos y valemos. Vivimos en los arrabales de nuestra existencia. De aquí nacen muchas de las enfermedades modernas: de la ruptura que se da entre lo que vivimos y lo que estamos llamados a vivir.

A quienes intentamos y queremos ir por el camino de la libertad, la interioridad y la armonía interior, el desierto nos ayudará a tomar conciencia de nuestra fragilidad y también de nuestra grandeza: “Somos creados a imagen de Dios” (Gn 1,26). Venimos de la naturaleza divina. El desierto nos ayuda a ser conscientes de lo que realmente somos: Templos de Dios. La Trinidad habita en nosotros. Dios uno y trino se ha encarnado en nosotros. Pablo dirá: “No sabéis que sois templos del Dios” (1 Cor 6,19). De aquí que el verdadero desierto lo hemos de crear y vivir dentro de nosotros mismos; porque el desierto no es solamente un lugar geográfico, que sin duda puede ayudarnos y tiene un gran atractivo, sino la presencia de Dios que me habita y quiere entablar un diálogo de amor conmigo. “La conduciré al desierto y le hablaré al corazón” (Is. 2,14). El verdadero desierto es descubrir y vivir la presencia del Dios invisible y saberme tiernamente amado/a. El desierto no es tanto un lugar, como la disposición y vivencia interior en medio de la baraúnda que nos toca vivir. El desierto no es la ausencia de los hombres ni del ruido, sino la presencia Divina. Pues, puedo estar en el desierto geográfico más perfecto llevando sobre mí el mundo de los deseos, recuerdos y frustraciones, y vivir totalmente de espaldas a Dios. Al contrario, puedo vivir en medio de las multitudes y del ruido y vivir en presencia de Dios y armonía conmigo misma. Pero para lograr este estado interior se necesita una fuerte ascesis y disciplina, para ir contra corriente de todo aquello que desgarra mi unidad interior y roba mi capacidad de pensar y de decidir en plena libertad. El verdadero sentido del desierto es vivir en su Presencia, bajo su mirada amorosa y transformadora. “El mirar de Dios es amor”. Dirá Juan de la Cruz. Mi verdadero desierto es la purificación de todo, para ser capaz de percibir la mirada amorosa de Dios que eternamente tiene sobre mí, la cual me va recreando a su imagen y semejanza. El desierto es tomar conciencia de la transformación que el Espíritu Santo realiza en mi interior haciéndome una nueva creatura.

Si así vivimos el desierto, en medio de nuestra vida cotidiana, todo aquello que me dispersa de mí mismo y de Dios lo iré dejando, como puede ser: el estar apegados todo el día al móvil, respondiendo y enviando mensajes; conversaciones vanas; imágenes y lecturas superficiales; programas de televisión que no me aportan nada y me roban el tiempo. Vivir el desierto en el corazón de las ciudades, en la vida diaria exige disciplina, voluntad y discernimiento para elegir y optar por todo aquello que realmente me lleva a vivir en armonía, en paz y serenidad conmigo mismo, en compañía de Dios y en comunión con mis hermanos y hermanas en humanidad. Este es el verdadero sentido espiritual y místico del desierto. Decía el papa Francisco que la Cuaresma es tiempo de crecer en la amistad con Jesús. Esta es la finalidad del desierto: “Vivir y crecer en esta amistad con Aquel que sabemos nos ama”, por decirlo con palabras de Santa Teresa. Jesús cuando se retira al desierto no es tanto para estar solo como para estar en compañía con su Padre. “Por la mañana, antes de que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando” (Mc 1,35). El desierto no es vivir la tranquilidad y el bienestar personal, sino vivir en compañía, en relación amorosa, en un movimiento de acogida y entrega a la acción del Espíritu Santo en mí vida.

El discernimiento, en nuestras elecciones cotidianas, se impone más que nunca; dado el abanico tan enorme que tenemos de dispersión con las nuevas tecnologías. El desierto nos enseña a amarnos a nosotros mismos, a elegir todo aquello que me construye como persona adulta y libre, sin alienaciones ni influencias ajenas, y a despegarme de todo aquello que me va destruyendo. ¡Esto es muy importante! Viviéndolo así el desierto no da miedo, al contrario, es atrayente, todavía más, es una necesidad vital tras la cual se corre. En el desierto no hay caminos trazados, el camino lo has de hacer tú.

En la vida también hay desiertos no elegidos y hemos de darles vida, aprendiendo a vivirlos desde una dimensión teologal. Pensemos en el desierto de la enfermedad, de la muerte de un ser querido, de la vejez, de la precariedad extrema, de los refugiados y perseguidos, de la violencia que se da en la sociedad y de tanta soledad no elegida. Tantas familias rotas… Estos son los desiertos de nuestras ciudades, los desiertos habitados, acompañados de una profunda tristeza y soledad. Tomemos conciencia de tantos desiertos en los que viven muchos de nuestros hermanos en humanidad y seamos solidarios desde la oración y compartiendo nuestros bienes y nuestro tiempo. Seamos hospitalarios, pues la ley de hospitalidad es una necesidad de la vida del desierto, que se convierte en virtud. Esta ley de hospitalidad la encontramos en el Antiguo Testamento: Abrahán acoge a tres hombres que pasan junto a su tienda en Mambré (Gén 18,1-8); Labán recibe con honores al servidor de Abrahán (Gén 24,28-32); Lot introduce en su casa a los ángeles (Gén 19,1-8). La norma sigue en vigor en tiempos posteriores, como demuestra el relato de Jueces 19,16-24.

Retirarse al desierto es hacer propia la historia de la humanidad, llevarla consigo, para presentarse al Señor en la oración, el dueño de la Historia, para que la purifique y la salve; pues en los desiertos del mundo Jesús es el único que puede saciar nuestra sed y sanar todas las heridas. “Jesús es la fuente de agua viva” (Jn 7,38) y sacia nuestra hambre: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 51). Él es el médico: “Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mt. 8,17). “Toda enfermedad y toda dolencia” (Mt. 4,23).

El desierto, como ya hemos dicho, es una realidad geográfica; pero espiritualmente es un estado de vida, una manera de ser, pensar y obrar. Para vivir la espiritualidad del desierto tengo que poner los medios necesarios, cada uno debe saber elegirlos. Fomentar tiempos de silencio, soledad, reflexión, oración, lectura de la Palabra de Dios, van creando en nosotros la espiritualidad del desierto acompañada de hospitalidad y de encuentro. Las personas que se mantiene en conexión con su propio centro y lo cultivan, son hospitalarias y transmisora de sabiduría.

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SILENCIO

Desierto y silencio van unidos. “Vuestra fuerza está en el silencio” (Is 30,15). “Guarda silencio y yo te enseñaré sabiduría” (Job 33,33). Esto es lo que nos dice la Palabra de Dios. Sin embargo, el “sonido” del silencio, es algo que asusta a muchas personas, pues les da miedo, ya que les obliga a encontrarse con su yo más profundo, con la realidad de lo que son. La espiritualidad del desierto va unida a la práctica del silencio. El silencio es como el agua tranquila del estanque que al asomarnos refleja nuestra cara. Si no queremos reconocer nuestra identidad, nuestro verdadero rostro, nos apresuramos a remover las aguas para que nuestro rostro desaparezca. Pero removiendo las aguas nos perdemos en el ruido, en el ajetreo y en la falsedad de nuestra propia imagen.

Cuando vamos al desierto, hemos de ponernos en la presencia de Dios, tal como somos, sin miedo ni disimulos, para poder escuchar lo que el Señor nos dice al corazón. Lo primero que debemos hacer es silenciar, en la manera de lo posible, el ruido exterior, pero ante todo tenemos que acallar el ruido de nuestra mente con sus preocupaciones, dispersiones y pasiones; que son las que más ruido hacen dentro de nosotros mismos y las que más nos dispersan y quitan la paz. Si estos ruidos no se acallan, el silencio puede llegar a ser una tortura insoportable. De aquí nace la dificultad de vivir el silencio, el desierto; porque en el silencio escuchamos la barahúnda que nos habita y ella nos molesta y desestabiliza, porque no nos gusta nuestra propia imagen. Y ante ello preferimos vivir en el ruido que desdibuja y nos distrae de nuestra propia realidad. El silencio es imprescindible para encontrarse con uno mismo, con Dios y con los demás. El desierto es silencio interior. No se trata de un silencio alienante, sino de una actitud interior que me capacita para descubrir la verdad en mi vida, para poner orden en mi interior y ser receptiva a la acción del Espíritu Santo que me sana y unifica. El silencio me capacita para la escucha. Aquel que sabe guardar silencio adquiere sabiduría. Y la sabiduría le llevará a saber gobernar su vida desde la verdad, la rectitud y el bien obrar. Y desde esta sabiduría, crecerá y ayudará a crecer a otras personas en su integridad humana y espiritual.

Desierto y silencio son gemelos que te invitan y te dan la mano para alzar el vuelo: el vuelo del amor, el vuelo de la libertad y de la paz .

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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“Desierto”, por Miguel Ángel Mesa

Jueves, 5 de mayo de 2022
Comentarios desactivados en “Desierto”, por Miguel Ángel Mesa

desiertoDel blog de Miguel Ángel Mesa Otro mundo es posible:

La ciudad suele imprimir una vida consumida por la prisa y la necesidad de eficacia, sin pérdida de tiempo, produciendo en nosotros estrés y una celeridad e impaciencia que, cada vez, nos cuesta más abandonar para recuperar la quietud y el sosiego.

Además de esta realidad absorbente y desestabilizadora, para poder desarrollar algo de humanidad, de cercanía hacia el otro, utilizamos cada día con más asiduidad las redes sociales, para sentirnos acompañados, para darnos cuenta si la gente está pendiente de nosotros o no, si lo que compartimos es reenviado, retuiteado, reguasapeado…

Esta necesidad nos obliga a estar pendientes constantemente de la pantalla, no pudiendo prescindir del móvil en ningún momento, para no perdernos ningún mensaje de los que nos envían nuestros followers. Son los seguidores, que nos aportan felicidad cuando nos leen y responden con asiduidad y rapidez, o desilusión y desamparo si nos abandonan.

Aunque en teoría podamos tener 500, 1.000 o más “amigos” en Twitter, Facebook o Instagram, al final muchas veces nos encontramos solos porque, a la hora de la verdad, nos faltan las amistades auténticas, esas que están a tu lado en los buenos y en los malos momentos. Y que se suelen contar normalmente con los dedos de una mano.

La ciudad nos puede devorar. La ciudad exterior, en la que vivimos, nos desplazamos hasta el trabajo, la compra o el entretenimiento. Una ciudad llena de gente pero herida de soledades, de marginación, de exclusión… Demasiadas almas desiertas, vacías y resecas por el desamparo, el rechazo, la intolerancia o la violencia. Siempre estamos rodeados de gente pero, en realidad, la euforia de las multitudes se transforma muchas veces en el desierto de la soledad. Porque el desierto, si no es buscado y gustado, se puede transformar en una trampa mortal.

Por eso es necesario ayunar de vez en cuando de las redes sociales, dejar el móvil o la tablet a un lado y centrarnos en lo esencial. Como, por ejemplo, recuperar la llamada telefónica para hablar tranquilamente con la persona que está enferma y sola. Quedar con los amigos para pasear, ir al teatro o tomar una cerveza, disfrutando de la buena compañía, recuperando, recreando y fortaleciendo la amistad. Dedicar tiempo a la pareja o a la familia, teniendo detalles, perdiendo el tiempo, jugando, viendo una película… pero juntos.

Si no queremos naufragar en medio de esta vorágine, tenemos que parar, hacer un inciso en la actividad diaria para restaurar nuestra serenidad perdida.

Para ello es conveniente callar tanto ruido como llevamos dentro, haciendo silencio interior, para poder valorar las experiencias, los encuentros, los problemas y malestares íntimos. Solo entrando en el desierto de nuestro corazón podremos alcanzar el equilibrio, para volver a la existencia con más fuerza, ánimo y alegría.

Entonces el desierto se vuelve fértil, comienza a florecer, lenta pero constantemente. Y, buscando sin descanso, lograremos descubrir de nuevo, o por primera vez,  el pozo, el manantial que sigue fluyendo por las cavernas subterráneas que existen en nuestro hondón interior.

O las ascuas que siguen ardiendo, dando calor e iluminando, manteniendo vivo el deseo de paz profunda, el anhelo de sentirnos vivos, palpitando nuestro corazón ardiente en medio de las cenizas cotidianas.

(Publicado en Respira tu ser. Espiritualidad para la vida. Meditaciones, Ediciones Feadulta, Illescas 2021, pp. 135-136)

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