18.2.24 Metanoia: Con-versión, supra-conocimiento (Mc 1, 14-15, Dom 1 Cuaresma)
Del blog de Xabier Pikaza:
Si no cambiamos de forma de pensar y vivir, de trabajar y relacionadas (en un plano ecológico, económico, afectivo, social, militar…) moriremos pronto como individuos y especie.
Del polvo venimos y al polvo cósmico volvemos (pulvis es et in pulverem reverteris), a no ser que nos convirtamos (meta-noeîte),subiendo de nivel de pensamiento y obra). Así dice la palabra clave de la cuaresma: el “plazo (kairos) se ha cumplido, llega el reino de Dios (o la muerte cósmica); convertíos y creed en el evangelio (Mc 1,14-15).
| Xabier Pikaza
Introducción.
Esta es la palabra y experiencia clave que voy a comentar al comienzo de cuaresma, como palabra de iglesia (evangelio) que puede y debe aplicarse en un plano personal y social, familiar y eclesial, económico, político, militar. Del polvo venimos, ante la muerte estamos, a no ser que nos con-virtamos (que cambiemos de vertiente, vertedera, arada).
Así comienza el cuerpo evangelio de Marcos (Mc 1,14-15), con una formulación que vincula el mensaje/vida de Jesús básico y la teología de Pablo. Entendida en esa línea, la conversión ha sido, en formas diversas y convergentes la palabra clave de la modernidad, desde la ilustración al marxismo, desde el nazismo a Heidegger (su famosa Kehre o vuelta), desde el capitalismo a las revoluciones post-nacionales, con las “terceras olas” sexuales y afectivas, ecológicas, económicas, y los diversos tipos de dependencias y drogadicciones. Si no nos convertimos y cambiamos moriremos
Pequeña historia bíblica.
Entre los elementos de la religión se suelen citar la conversión o trans-formación del ser humano y de la historia (por presencia de Dios y por cambio humano), con el arrepentimiento, el perdón (vinculado a unos ritos sagrados y a la gracia de Dios) y a un tipo de mutación humana
En esa línea ha destacado el judaísmo, que ha sido y es religión de gracia y amor (elección, alianza), siendo también religión de conversión y arrepentimiento, como muestran algunos de los textos centrales de la Biblia, desde Ex 34,5-7 y Sal 51 (¡Miserere!), hasta Lev 16 y Dan 3,23-34. En esa línea destaca el texto clave de penitencia y conversión titulado Oración de Manasésde la Biblia Griega (de algunas ediciones los LXX), escrito hacia el siglo II a.C., que ha tenido y sigue teniendo un gran influjo en el “ordo” penitencial de las iglesias, especialmente en las comunidades cristianas ortodoxas y en muchas tradiciones católica
«Pues tú, Señor, Dios de los justos, no estableciste la conversión (metanoia) para los justos, para Abrahán, Isaac y Jacob, que no pecaron contra ti, sino que estableciste la conversión para mí, pecado porque he cometido más pecados que las arenas del mar, se han multiplicado mis culpas, Señor, se han multiplicado, y no soy digno de volver la mirada hacia la altura del cielo por la multitud de mis injusticias (OrMan 8-9). A ti pido, Señor: ¡perdóname, Señor, perdóname! Porque tú eres, oh Dios, el Dios de los que se arrepienten» (OrMan 13, libro de Joel).
La Oración de Manasés y el judaísmo en general)tiende a interpretar la conversión como algo que los hombres pueden realizar, por misericordia de Dios; ellos, por sí solos, serían incapaces, pero Dios ha establecido en su favor un nuevo principio de vida: les ofrece tiempo y camino de conversión. A diferencia de eso, conforme al mensaje de Jesús y a la teología de Pablo, Dios no empieza estableciendo un tiempo de conversión para los hombres, sino ofreciendo un tiempo de perdón, de manera que la conversión podrá venir después, como efecto del perdón anterior de Dios.
Conforme a un esquema de pacto legal, la Oración de Manasés y el judaísmo rabínico en general supone que los hombres son capaces de realizar la obra buena de la conversión, de manera que la salvación empieza por ella. Así lo muestran otros textos como la Vida de Adán-Eva, Sabiduría y los Testamentos de los XII Patriarcas. Según ellos, Dios ofrece a los judíos un camino de conversión; no les deja perderse en el pecado, no se desentiende de ellos, sino que les busca y ayuda a fin de que se transformen. Pero al final son ellos, los judíos los que deben convertirse y hacerse así merecedores del perdón. Les salva Dios, si ellos se salvan; les convierte, si ellos se convierten. Ésta es la grandeza y límite del judaísmo en su visión de lo divino. Dios necesita que el hombre se convierta, para así volverse justo.
En esa línea, OrMan define al Señor como Dios de los justos(=Theos tôn dikaiôn). No es el Dios que justifica a los pecadores, según la formulación mesiánica de de Jesús y de Pablo, sino el amigo de los que ya son justos, según la teología del judaísmo. Por eso, el pecador se debe convertir, de manera que su justicia se expresa precisamente allí donde confiesa su pecado para superarlo. Lógicamente, cuando más intensa sea su confesión de culpas mayor será su mérito.
A través de su metanoia o penitencia creadora, el pecador se vuelve justo, llegando de esa forma a ser amigo de Dios. Por eso, para mostrar su conversión tiene que multiplicar y multiplica sus palabras de confesión de pecados. En el fondo, esta OrMan nos sitúa dentro de la más fuerte retórica de confesión de culpas. En este contexto podemos hablar de una de una antropología penitencial, es decir, del hombre que llega a ser justo a través de la conversión. El pecado era destrucción del humano; la conversión es recreación. Dios quiere perdonar todo… pero necesita que los hombres se confiesen pecadores y le invoquen: ¡Perdóname, Señor, perdóname! (OrMan 13, Sal 51 ).
Novedad de Jesús
En ese contexto, pero superando la obsesión penitencial de Manasés y de otros textos semejantes se sitúa el mensaje de Jesús quien, superando la praxis penitencial de los sacerdotes (y la enseñanza de los escribas oficiales de su tiempo que aparecen como agoreros de la ira de Dios y administradores de un pequeño perdón según sus leyes d intereses), proclama ante los pecadores un perdón gratuito, superior, antecedente, sin exigir que ellos se conviertan primero (sin necesidad de que empiecen recitando un tipo de oración como la de Manasés). Según eso, antes que hablar de un Dios de los justos hay que hablar de un Dios de los justificados, Dios que justifica y cura, Dios que perdona y llama, potenciando así a los hombre y mujeres para que le respondan, pero no por ley, sino por gratuidad.
Éste es el ensanchamiento de Dios, en línea de impulso de vida: Dios perdona (acoge, impulsa, promete salvación y vida) de antemano, por principio, sin exigir que los hombres cambien previamente de conducta, es decir, sin necesidad de conversión legal (sin sacerdotes o templos). Dios se ensancha introduciéndose como potencial de amor en la vida de los hombres, de forma que ellas no sólo puedan acogerle (pistis, fe), sino que se transformen. Ese Dios no está fuera, sino que como aliento vital (Gen 2, 7) forma la parte/dimensión más honda de la vida de los hombres.
Sobre el polvo de la tierra en que vivimos, superando el miedo cósmico y la obsesión de pecado y muerte, Dios ofrece a los hombres perdón (esto es, camino y futuro de vida), sin exigir que empiecen haciendo hagan penitencia, ni siquiera después de haber sido perdonados. No lo hace desde fuera, por arriba, sino desde dentro de ellos: como Padre que alienta amando en sus hijos, amigo que habita por dentro en los amigos.
Jesús empieza ofreciendo a los hombres el perdón, es decir, la vida, confiando que ellos se “convertirán” y cambiarán, pero no por amenaza y Ley (para seguir siempre sometidos), sino por gracia, es decir, por impulso interior y comunitario de vida, en una línea de comunión de amor y esperanza de Reino (de nueva humanidad).
En ese sentido estricto, Jesús perdona sin condiciones antecedentes (que los hombres confiesen primero sus pecados), ni consecuentes (que reparen el mal que han cometido de un modo legal, por sometimiento), pues la misma vida nueva, en fe, en comunicación gratuita es ya perdón. Dios no exige arrepentimiento al estilo de un tipo templo de Jerusalén, donde los sacerdotes perdonaban o declaraban perdonados a los arrepentidos (según la ley sagrada, conforme a un talión sacrificial), sino que se sitúa y sitúa a los hombres por encima de un modelo de ley o talión, perdonando por pura gracia de Dios, para que así los hombres y mujeres puedan perdonarse a sí mismos a través de una vida renovada..
Un tipo judaísmo rabínico (y después un tipo cristianismo oficial) ha tenido a legalizar la conversión, en la línea de la Oración de Manasés, elevando a unos hombres especiales (sacerdotes, rabinos) por encima de los otros, como ejecutores y garantes de un perdón establecido y sancionado por ley, instaurando una ley penitencial, de acción/reacción, culpa/castigo, manejada por un tipo de jueces aliados del poder..
En contra de eso, Juan Bautista había confesado ya que el pecado es demasiado grande para ser perdonado a través de un arrepentimiento. Eso significa que este mundo, cerrado en sí mismo, carece de perdón, de forma que no tiene más salida que la muerte (muerte cósmica/ecológica, muerte socia y militar etc.). Lógicamente, los hombres no pueden hacer otra cosa que “confesar sus pecados” e introducirse en el agua del bautismo, esperando el juicio de Dios, para poder entrar en la tierra prometida.
Situándose en la línea del Bautista y suponiendo que la conversión del hombre cerrado en sí resulta insuficiente, pero añadiendo que Dios actúa, se expresa y perdona a través (desde dentro) de los hombres, Jesús proclama y ofrece ya el perdón de Dios como expresión y presencia de su Reino; no se limita a anunciar un perdón para el final del mundo sino que acoge a los pecadores y abre ante ellos un camino de vida (un Reino, una Reconciliación, un futuro de esperanza, una resurrección).
Eso significa que Jesús no ha sido un profeta de conversión, sino un mensajero de la gracia de Dios, esto es, de la gracia y esperanza humana que se expresa no sólo en el perdón de los pecados, sino en la curación de los enfermos, en la acogida de los excluidos, en la purificación de los manchados y en la apertura a una vida distinta de amor y de gracia, no por ley impuesta desde fuera, sino por transformación personal y social de gracia y amor.
Desde ese fondo, actúa Jesús como promotor de un movimiento de trasformación radical de la vida humana, no por imposición militar (celotas), ni por sumisión sacerdotal (templo de Jerusalén), ni por orden imperial (Roma), sino por conversión (meta-noia, supra-conocimiento, metamorfosis de acción vida en gratuidad, desde los campesinos galileos, empezando por abajo, partiendo de los pobres y expulsados del sistema, para iniciar con ellos un camino gratuito de “conversión”, es decir, de Reino. Así lo muestra su gran proclamación, formulada de un modo clásico por Pablo y colocada por el evangelio de Marcos como principio y lema de la nueva experiencia de Dios, expresada en forma de transformación humana en un par de versos en paralelismo sintético de tipo creciente (Mc 1, 15):
- se ha cumplido (llenado) el tiempo (kairos) ↔ y se ha acercado (está presente) el Reino de Dios
- con-vertíos (metanoeite) cambiad de mente (gnosis) ↔ y creed (piestêute) en el evangelio
Se ha cumplido/llenado (peplèrôtai) el tiempo (kairos). Se ha cumplido el tiempo, que no aparece como kronos (tiempo cronológico, de astros o reloj: cronología), sino como kairos (tiempo humanizado, en la línea de acontecimiento, mutación antropológica, histórica y socia). Nosotros, occidentales modernos, que simplificamos las cosas, solemos utilizar para todo el mismo término (tiempo, time), aunque la filosofía moderna comenzó precisamente analizando los diversos sentidos de tiempo, partiendo de M. Heidegger, Sein und Zeit (Ser y tiempo, 1927), retomando motivos que habían sido analizados en otro tiempo por los clásicos bíblicos (cf. Kohelet 3).
Lo que se ha cumplido, según Mc 1, 15 no es el kronos cósmico (a pesar de Gal 4, 4: al llegar la plenitud del kronos, tiempo), sino el kairos de la historia humana. Ese kairos (tiempo de la acción y del pecado de los hombres, tiempo de la manifestación de Dios) se había cumplido/llenado cuando Jesús anunciaba el reino: Había crecido de forma insoportable la maldad histórico/social de los hombre, se había cumplido la paciencia/esperanza de Dios.
Ese cumplimiento del kairos se expresa en forma de acercamiento/presencia del Reino de Dios (êngiken he Basileia). Allí donde podía parecer que Dios está más lejos, allí se hace presente como basileia, reino, intimidad amorosa, dynamis o potencia (empoderamiento) activo. Así lo quiere mostrar Jesús, así lo expresa con su acción y con su vida, en forma de curación de enfermos y acogida de los excluidos, como presencia inmediata de Dios en la vida de los hombres, de todos y cada uno de ellos, sin necesidad de templo (como el de Jerusalén), ni de imperios como el de Roma, sin ejércitos triunfadores, sin capitales de inversión ilimitada, sin tecnologías de ciencia física, química o biológica
Con-vertios (meta-noeite). Ésta es la palabra central desde una perspectiva psicológica y social, de conocimiento personal y de transformación activa. Entendida en su profundidad, esta metanoia, de la que trataba, desde un fondo judío el mensaje de Jesús y que luego Pablo ha convertido en “corazón de su mensaje” ha venido a convertirse en clave del pensamiento y programa actual de vida. Así lo vio C. G. Jung(1875-1961), que fue con S. Freud el fundador de la psicología occidental moderna. A su juicio, la nueva humanidad que esta surgiendo exige una profunda conversión antropológica, en clave de ampliación, maduración, aceptación y diálogo. De lo contrario, tal como estamos viviendo, en forma personal y social, en conflicto violento, los hombres de occidente y del mundo entero tenemos los años contados, estamos ya condenados a muerte.
El tema no es la ecología física (que es importantísima), sino la noo-logía. Si no nos convertimos, si no cambiamos de forma de pensar/juzgar/razonas no sólo enloquecemos y morimos como personas, sino como sociedad.
Están surgiendo en estos momentos diversas escuelas de metanoia, como podrá ver quien busque en Google o en otros buscadores, escuelas que se multiplican como hongos de otoño, en formas diversas, muy valiosas algunas, muy mercantilizadas otras (escuelas y grupos de terapia, maduración mental, meditación, tranquilización, coaching, medicinas y drogas etc.). Pues bien, en una línea originario, Jesús propone e inicia una escuela de metanoia, en la que en vez de meta-noética, metanoéite, en griego, podríamos decir en las lengua latinas otras palabras como :
- Meta-conocimiento: ir más allá del conocimiento normal, como en meta-física (ir más allá de la física) y en la metem-psicosis (ir más allá de la pura psique)
- trans-noética (ir más allá del pensamiento racionalista, contemplar),
- bio-noética, zoo-noética (pensar desde la vida, al servicio de la vida,
- agapo-noética, agapo-terapia (pensar amando, vinculándose en amor unos a otros),
- noo-terapia (curarse por el pensamiento, aprender a pensar y vivir en positivo,
- pisto-noética o pisto-terapia, aprender a pensar y curarse creyendo, desde la fe en la vida (en el Dios de la vida), la fe en los demás, la fe en uno mismo
- peri-noética (pensamiento en comunicación, como en la peri-joresis de tipo trinitario) etc. tc.
Y creed en el evangelio…. Con esta frase termina todo lo anterior, con ella comienza el evangelio. La metanoia o cambio de pensamiento/vida de Jesús, tal como lo expresa de Marcos, en el comienzo de su evangelio (Mc 1, 15) se expresa a lo largo de todo su libro, de toda la vida de Jesús, tal como culmina en la pascua, cuando el ángel de la resurrección dice a las mujeres “que vuelvan a Galilea”, para reiniciar el camino de Jesús, la vía o terapia de su evangelio.
APLICACIÓN. METANOIA, SEGUNDA HUMANIZACIÓN
La primera se dio cuando el proceso biológico, propio del despliegue de la vida, se abrió por dentro a fin de que surgieran seres conscientes de sí mismos, es decir, personas capaces de escuchar, responder y dialogar, acogiendo y dando vida. Los códigos genéticos siguieron actuando, con su pequeño campo de variantes, pero el genoma se estabilizó de un modo distinto, fuerte, y selectivo. Quedaron marginadas en la rueda de la historia otras formas de humanidad, quizá destruidas por nuestros antepasados. Triunfó el sapiens sapiens que nosotros somos: un animal abierto al pensamiento, enfermizo y genial, violento y capaz de abrirse en formas de comunicación gratuita, un ser cuya evolución no es ya genética sino cultural, pues se realiza a través de la Palabra.
La misma constitución biológica nos impulsó a vivir en un nivel de libertad y palabra personal, de manera que sin ella seríamos inviables como humanos. De aquella ruptura y de aquel nacimiento a la Palabra provenimos, en ella nos mantenemos, como habitantes de dos mundos: somos cuerpo-genoma y persona-libertad, biología y palabra, un haz de deseos violentos y una palabra abierta a la comunicación universal y a la vida compartida. De aquella ruptura provienen las sociedades de la historia, que ahora (año 2024) están en crisis, de manera que el ser humano corre el riesgo de expirar, a no ser que “resucitamos” de un modo distinto, en la Palabra, renaciendo a través del mensaje y camino personal de Dios, como se expresa en el bautismo de Jesús (de los cristianos).
Esta humanización mesiánica de Jesús podrá tener momentos traumáticos, como los tuvo la primera, pero el mismo Dios de Cristo la impulsa y sostiene. Ciertamente, la podemos y debemos preparar, pero no planificar técnicamente, pues ella sólo puede avanzar (expresarse, revelarse) por caminos de libertad gratuita, que no están dispuestos de antemano, en la línea de la resurrección de Cristo. Sin duda, esta segunda humanización, centrada en el «gen mesiánico» (que es Cristo), corre el riesgo de quedar aplastada por la opresión de un sistema de violencia económica, social y personal. Pero estamos convencidos de que ella avanzará y será más creadora que la anterior, bajo el impulso de unos hombres y mujeres que se descubren hijos de Dios, portadores de su vida, en Cristo.
La primera humanización se dio en forma de paso de la pura biología a la conciencia y pensamiento y de ella emergió lo que hemos sido y todavía somos. La segunda, que se apoya en la primera, pero que la desborda, nos ha de elevar sobre el nivel del pensamiento racional y del sistema económico‒social de violencia, que hemos ido creando en el tiempo, para así recuperar (acoger) el don de la Palabra gratuita de vida que se ofrece y comparte. Sin duda, los poderes culturales que el hombre ha desarrollado (en la línea de Belcebú y Mammón) son importantes. Pero si avanza sólo en esa línea de dominio y esclavitud del sistema económico‒social, el hombre acabará destruyéndose a sí mismo. El modo de vida actual ofrece al hombre grandes posibilidades, pero cerrado en sí, en un plano de ley de poder económico‒social (en línea Mammón), nos acabaría destruyendo.
Esta nueva humanización implica una resurrección, una forma nueva de entender la muerte. En un sentido, la muerte ha sido un momento esencial del proceso biológico, pues sólo a través del tanteo-error, vinculado a la destrucción de los individuos, ha podido avanzar la humanidad como especie. Ese aspecto de muerte a favor de la especie ha sido recogido en la experiencia sacrificial de muchas religiones en las que el grupo sacrifica y ofrece a Dios la vida de algunos de sus miembros (o unos animales sustitutivos) para expresar y fomentar el bien del conjunto (un tipo de paz dentro del grupo). En esa perspectiva, pero en un nivel más alto, podemos entender la muerte de Jesús, que ha entregado su vida al servicio del Reino, pero no como sacrificio fundado en la violencia de Dios, sino, al contrario, como expresión de la gracia de Dios, que libera a los hombres de la fatalidad del destino y de la muerte, haciéndoles capaces de vivir en amor, dando así vida a los otros.
Sólo allí donde la vida se regala (muriendo por los otros) puede surgir una experiencia superior de resurrección, esto es, de nueva y más alta humanidad. Dentro del proceso biológico, las plantas y animales que mueren por la evolución desaparecen y no existen más, pues no tienen individualidad, sólo perduran en sus descendientes. De un modo distinto, en la línea del mensaje y pascua de Jesús, los hombres que entregan o regalan la vida por los otros no mueren (de forma que se acaba lo que han sido), sino que resucitan, porque tienen individualidad, son personas concretas, en Cristo, y de esa forma viven precisamente en aquellos a quienes dan la vida, viviendo en el Dios que les acoge, porque él es, por Jesús, Presencia de Vida, resurrección de los muertos.
Entendida así, la resurrección no es algo del fin de los tiempos, cuando se ratifique la justicia escatológica (como pretendían muchos apocalípticos), sino que empieza en esta misma historia, en gesto de comunicación personal. Desde ese fondo se ilumina un elemento clave del mensaje de Jesús, conforme al cual la ofrenda de la vida a los demás (morir por ellos) significa renacer en Dios, en un nivel más alto, para una forma de vida compartida, resucitando al mismo tiempo en los hombres por quienes y para quienes se ha vivido (cf. Mt 16, 25; Jn 12, 25).
En este contexto venimos hablando de una nueva humanización, en la que culmina la primera, para añadir que, invirtiendo el modelo de imposición del sistema dominante (que destruye y mata a los excluidos), el evangelio de Jesús sitúa a los hombres (empezando por los pobres y excluidos), en el comienzo de una nueva humanidad, de forma que la vida de los que mueren renace en la de aquellos que siguen viviendo (y en la de todos los resucitados en Cristo). Teniendo esto en cuenta, los cristianos han podido celebrar el Nacimiento de Jesús (Navidad) como fiesta de la Encarnación de Dios, que se introduce en la trama de la historia humana, pero no para seguir estando arriba, como han supuesto algunos, sino para formar parte del mismo despliegue humano, de manera que todo nacimiento personal es Nacimiento-Presencia de Dios (Navidad, encarnación) y toda muerte en unión con los demás es Pascua de Dios (Resurrección, en Cristo y como Cristo).
En la evolución de las especies, la correlación entre vivientes está marcada por la ley selección y victoria de los más fuertes o adaptados, en línea de azar y necesidad. Por el contrario, en este contexto de resurrección, la relación entre los hombres y mujeres se define en términos de comunicación gratuita, con el “triunfo” y resurrección de los marginados, las víctimas del sistema (pero no para imponerse por venganza sobre los dominadores, sino para ofrecer a todos vida). Cada uno existe en la medida en que acoge a los demás y se entrega a ellos, en comunión de vida[7].
Conclusión abierta.
Como vengo diciendo, hemos surgido por evolución biológica. En ese nivel vivimos y en ese seguimos naciendo y muriendo, como seres personales, llamados por Dios a ser en y como él, en un mundo del que no podemos salir, pues somos mundo y como individuos nos hallamos inmersos dentro de un breve proceso vital, que empieza con el nacimiento y termina con la muerte. Pero tampoco nos podemos salvar únicamente en este mundo, en su forma actual, si rompemos de raíz nuestra relación con Dios, que es la Vida total de la Realidad, ni tampoco si empleamos métodos de manipulación y dominio, sin abrirnos a la gratuidad originaria de la Vida de Dios (que es raíz de toda vida). Los proyectos de organización puramente eu-genética y técnica que quieren definir al hombre solamente con métodos de ciencia, acaban siendo destructores, pues borran la Presencia del misterio y se oponen la libertad dialogal y creadora de los hombres.
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