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Oración

Miércoles, 2 de febrero de 2022
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Del blog de José Arregi umbrales de luz:

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Miren odiaba visceralmente el miedo que su madre llevaba pegado al cuerpo, la tendencia a ver en cada paso huellas del mal y de la muerte, el lenguaje construido a base de cuidados y porsiacasos. Odiaba visceralmente las consecuencias de aquel miedo: el día a día plagado de prohibiciones, normas, oraciones, misas y de demás ritos opresores. Le sacaba de quicio ver a su madre sin voluntad propia ni independencia, siempre sometida a algo más grande e inconcreto.

Para escándalo de su madre, a los 15 años se plantó ante todo eso: mató a Dios, y se designó como guías la valentía, la razón y la voluntad. Desde entonces, a quien quiera escucharle le dice que la vida es única y que hay que estrujarla hasta el fin, que luego no serviremos más que para abono, que no derramen lágrimas en su entierro. Sea como fuere, Miren huye de todo lo que huele a muerte: cementerios, quietud, hospitales, ancianos… sobre todo los ancianos. Asimismo, vive aferrada a la vida: movimiento, acción, deporte, cosmética, juventud… sobre todo la juventud.

Hoy, Miren ha visto en el espejo sus ojeras hinchadas, la comisura del labio arrugada, los pechos caídos, las carnes flojas, el vientre hinchado. “No, por favor, todavía no”, ha dicho suplicante. Como si estuviera rezando.

*
(Idurre Eskisabel,
Diario BERRIA,
15-06-2014)
(Traducido del vasco)

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¿Por qué mataron a Jesús? ¿Por qué mueren como él millones de inocentes? (violencia, envidia, poder del sistema).

Viernes, 5 de noviembre de 2021
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bajarcruzpobresDel blog de Xabier Pikaza:

En el contexto del día de los difuntos (2.11.1) quiero evocar la razón de la muerte de Jesús, situando en ese contexto la muerte de miles de personas, que mueren como él, por causa de la violencia del sistema, de la envidia y del deseo de poder de los poderosos.

Los responsables de la muerte de Jesús (Pilato y Caifas, sacerdotes e incluso Pedro con otros discípulos, Judas…) han sido unos hombres normales, pero representantes de un sistema de violencia que necesitan matar o dejar que unos mueran para que funcione el sistema [1].

Los que hicieron morir a Jesús no eran peores que los otros: ni Pilato era perverso, ni los sacerdotes eran corruptos (aunque defendían su sistema). Herodes y Pilato, sacerdotes y soldados, verdugos y enterradores, eran personajes normales que defendían los intereses de su ley. No le mataron porque fueran peores, sino porque formaban parte de aquel “sistema” y para seguir viviendo aquel sistema necesitaba matar a gente como Jesús. Las causas por las que murió Jesús son las mismas por las que siguen muriendo actualmente miles de personas cada día[2].

1.Le mató el sistema, murió por fidelidad a su mensaje

Por fidelidad a su proyecto mesiánico, Jesús tuvo que contar con la posibilidad de su muerte y aceptarla. Anunció y preparó la llegada del Reino de Dios, poniéndose al servicio de los pobres y excluidos, y de esa forma subió a Jerusalén, para anunciar y promover con su vida la llegada del Reino. El reino de Dios no llegó de manera externa, pero sus adversarios tuvieron miedo, y le condenaron a muerte.

Por anunciar y poner en marcha un proyecto de Reino de Dios, de humanidad solidaria y abierta a todos,  en contra de un tipo de templo de Jerusalén y por encima del Imperio de Roma (pero sin lucha militar, ni contra Jerusalén, ni contra Roma), Jesús se puso de hecho en conflicto con la doble autoridad “sagrada”, la del templo concreto (con su guardia paramilitar) y la de Roma (con sus legiones) y tuvo que dejarse condenar a muerte, pues, si quería ser fiel a sí mismo, no podía responder con violencia a los violentos, y si quería ser fiel al Reino de Dios no podía volverse atrás, esperando mejores tiempos, pues el kairos o tiempos de Dios ya había llegado (cf. Mc 1, 14-15; Gal 4, 4).

Así murió, por fidelidad a su proyecto de Reino (un proyecto totalmente humano, siendo plenamente “divino”, si se permite utilizar un lenguaje), pues no quiso volverse atrás, sino que vino a presentarlo de manera pública, desafiante y amorosa en el lugar más peligroso del mundo, que era entonces Jerusalén. Murió “asesinado” (se suele decir “ajusticiado”) por la justicia del sistema, que en el fondo le tenía miedo (cf. Mc 14, 1-2; Jn 11, 47-53). Murió “bajo Poncio Pilato”, como dicen los testimonios del Nuevo Testamento y los escritores antiguos, pero no le mató Pilato (que sería un hombre “malo” o corrupto), sino el sistema imperial que él representaba. Murió también, como sabe el Nuevo Testamento y ratifica Flavio Josefo (Ant 18, 63-64) por complicidad de los sumos sacerdotes del templo, no porque ellos fueran tampoco “malos o corruptos”, sino porque defendían su sistema sagrado.

Le mató el sistema, y así murió por los pecados de los hombres, es decir, de todos los hombres que forman parte del sistema, entendido ya de un modo “mundial”, pues Jerusalén y Roma son potencialmente “todo el mundo”. En ese sentido se dice que murió por nuestros pecados, como ratifica Pablo (1 Cor 15, 3-8), conforme a una sentencia que puede y debe entenderse de dos formas que son complementarios.

(a) Murió porque “los hombres le matamos”, es decir, le mataron los “jefes” del sistema, que ha cometido de esa forma el gran pecado (pecado original o universal), pecado “primero y final”, propio Adán, es decir, de la humanidad (cf. Rom 5): Ha venido el Hijo de Dios y le hemos matado.

(b) Murió porque él mismo se “entregó”, porque dio su vida por el Reino, es decir, por lo demás, como sabe Pablo y como expresan de forma ejemplar los textos eucarísticos (Mc 14, 22-24 par) y el gran “logion” de Mc 10, 45: «El Hijo del Hombre no venido a que le sirvan, sino a servir y dar su vida como “rescate” por muchos, es decir, por todos».

Por fidelidad al evangelio, en contra del sistema que domina sobre todos (todo y partes), proclamó Jesús la grandeza de Dios, que es amor infinito que vive y crea gratuitamente, amando a los más pobres. Externamente hablando, apenas cambió nada: siguió imponiéndose el sistema (en forma helenista o romana, política o sagrada), siguió habiendo disputa entre las partes del sistema (poderes políticos, económicos, nacionales…), continuó aplicándose una justicia que se expresa como equilibrio entre poderes violentos y parciales. Y sin embargo, él había sembrado una semilla de gracia por encima de la lucha universal del sistema, iniciando un tipo distinto de presencia creadora, una mutación gratuita de la vida humana, en línea de presencia de Dios y de superación del sistema de violencia.

Parecíamos condenados a una ley social y sacral que nos encierra en la cárcel de hierro del todo o en la lucha sin fin entre sus partes. Pues bien, superando ese nivel, Jesús nos ha dicho que podemos vivir como seres autónomos y libres, compartiendo una gracia de amor (un amor gratuito, una esperanza de vida) que es de Dios siendo humana. Nos ha dicho y ha mostrado que podemos “curarnos” de la enfermedad del miedo y la violencia y por eso ha subido a Jerusalén, el lugar adecuado y necesario, para pregonarlo.

Ésta es su mutación antropológica: el nuevo poder que Jesús nos ha ofrecido, de manera que ya no nacemos de la carne y de la sangre, sino del mismo Dios, como hijos suyos (cf Jn 1, 12-13). No somos esclavos de Dios (ni de un sistema superior), ni guerreros de una lucha sin fin entre partes enfrentadas (en talión del juicio), pues el mismo Dios nos hace infinitos en su gracia y por gracia podemos compartir nuestra vida, que es Vida de Dios[3].

Este es el experimento Jesús, que él ha ratificado con su muerte, en forma de “fracaso inmediato” (le han matado), pero que ha culminado en forma de “resurrección”: los cristianos han descubierto que este Jesús muerto (¡precisamente el Jesús al que han matado por creer lo que creía!) es revelación y presencia de Dios, es principio de una nueva humanidad, es decir, del Reino.

Hasta ahora, los hombres sólo conocían el poder del todo que se impone por arriba o de las partes que se combaten mutuamente en lucha sin fin, sostenido e impulsada por los varios “dioses” parciales de tribus, pueblos e imperios. Ahora ha surgido y se expande un tipo de no-poder, anunciado y esperado desde antiguo, la creatividad infinita de Dios y la gracia compartida de los hombres, la Presencia creadora del Padre, que anima y acoge a Jesús en su muerte (haciéndole semilla pascual de humanidad).

Ésta es la semilla que Jesús ha sembrado en toda clase de tierras (camino, pedregal, espinas, campo bueno…), pues puede germinar en todas ellas (cf. Mc 4), el grano de trigo que ha muerto (12, 14), para producir gran fruto. Es el germen de la nueva humanidad mesiánica que no vendrá sólo al final (en gesto impositivo), sino que ha venido ya en Jesús y se expande por sus discípulos, superando así la imposición de los poderes viejos que dominan sobre el mundo.

Jesús no se ha enfrentado de un modo militar a esos poderes: no ha querido disputarles ninguna parcela de dominio en clave de batalla. Pero ellos se han sentido amenazados y en nombre del sistema le han matado, y lo han hecho precisamente porque él no quería matar, superando con su vida y mensaje la violencia de los hombres de su entorno. Ésta es la paradoja: no buscaba el poder de nadie y sin embargo todos los poderes se han juntado y le han matado porque «no era de los suyos»: No pudieron soportar a un hombre que no quiso hacerles competencia, pero que les iba diciendo lo que eran, para que pudieran conocerse (y no quisieron).

 2.Murió por envidia de los sacerdotes (Mc 15, 10; Jn 11, 50).

 Estrictamente hablando, Jesús no ha venido a resolver los problemas de Roma (ni a combatir a los romanos), sino a cumplir las profecías de Israel, a implantar el Reino de Dios desde Jerusalén en todo el mundo. Pues bien, según los evangelios,  la “tragedia” no está en que Roma haya rechazado a Jesús (¡Jesús no vino a convertir directamente a Roma!), sino en que le haya rechazado Israel, pues Jesús vino a “convertir” a Israel, según las profecías (y después, convertido Israel, el Reino podría extenderse por ósmosis y testimonio creador, en línea de misión centrípeta y centrífuga, a todo el mundo). Leer más…

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La muerte está vencida

Martes, 2 de noviembre de 2021
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Del blog ya desaparecido À Corps… À Coeur:

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¡Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios  bellos jardines de esperanza! “

*

Père Pierre Trevet

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¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.

 

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No se debe morir cuando se ama. La familia no debería conocer la muerte. Se unen para la eternidad, y para la eternidad dan la vida a otras personas. La muerte no es sólo el huésped que no se puede evitar. Se podría decir que es un miembro de la familia, un miembro celoso que, cuando llega, aleja a otros.

Sea quien sea la persona que veamos alejarse, la vida queda cambiada. Toda muerte lacera la carne común. La familia, precisamente porque es preparación para la vida, es también preparación para la muerte, y en esta cita común con el misterio no es posible saber quién será llamado el primero.

żPor qué no se nos permite morir al mismo tiempo? Éste sería el deseo más vivo del amor, una nueva bendición nupcial a la que consentiríamos con alegría. Pero ese caso es muy raro. La Providencia tiene otros fines. Algunos de ellos son evidentes, otros se nos escapan. Por eso es difícil la fe. Nos creemos víctimas de la fatalidad, y no pensamos que, también con la muerte, sigue siendo el amor un don insigne. En una casa hay desgracias mucho más graves que la muerte. ¡Cuántas tragedias ocurren sin que nadie haya desaparecido, y cuánta ternura conservada en ausencia de las personas queridas!

La muerte no es siempre una enemiga. Mientras la padece, el amor es capaz de vencerla. Vivir significa con frecuencia separarse; morir significa, en cambio, reunirse. No es una paradoja: para aquellos que han llegado al amor más grande, la muerte es una consagración y no una ruptura. En el rondo, nadie muere verdaderamente, porque nadie puede salir de Dios. Ese que nos parece haberse detenido de improviso continúa su camino. Ha sido como pasar una página, mientras escribía su vida. De él hemos perdido lo que poseíamos de una manera temporal, pero se posee para la eternidad sólo lo que se ha perdido. La vida y la muerte no son más que aspectos diferentes de un único destino; cuando se entra en él con el corazón, ya no se distingue.

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A. G. Sertillanges,
Nos disparus,
París 1970, pp. 5-10, passím.

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Martes 02 de Noviembre de 2021. Fieles Difuntos

Martes, 2 de noviembre de 2021
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Job 19,1.23-27a

Yo sé que está vivo mi Redentor

Respondió Job a sus amigos:

“¡Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y en plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que está vivo mi Redentor, y que al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán.”

***

Salmo responsorial: 24

A ti, Señor, levanto mi alma.

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R.

Ensancha mi corazón oprimido
y sácame de mis tribulaciones.
Mira mis trabajos y mis penas
y perdona todos mis pecados. R.

Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti. R.

***

Filipenses 3,20-21

Transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso

Hermanos:

Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.

***

Marcos 15,33-39;16,1-6

Jesús, dando un fuerte grito, expiró

Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:

-“Eloí, Eloí, lamá sabaktaní“. (Que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”)

Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

-“Mira, está llamando a Elías.

Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:

-“Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.”

Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:

-“Realmente este hombre era Hijo de Dios.”

[Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:

“¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?

Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo:

-“No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron.”]

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“En las manos de Dios”. 2 de noviembre de 2021. Conmemoración de los difuntos. Marcos 5, 33-39; 16,1-6

Martes, 2 de noviembre de 2021
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jesus-abrazo-2Los hombres de hoy no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios y volver de nuevo a nuestra vida cotidiana.

Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Que hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas?

La muerte es una puerta que traspasa cada persona en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?

Los seguidores de Jesús no nos limitamos a asistir pasivamente al hecho de la muerte. Confiando en Cristo resucitado, lo acompañamos con amor y con nuestra plegaria en ese misterioso encuentro con Dios. En la liturgia cristiana por los difuntos no hay desolación, rebelión o desesperanza. En su centro solo una oración de confianza: “En tus manos, Padre de bondad, confiamos la vida de nuestro ser querido”

¿Qué sentido pueden tener hoy entre nosotros esos funerales en los que nos reunimos personas de diferente sensibilidad ante el misterio de la muerte? ¿Qué podemos hacer juntos: creyentes, menos creyentes, poco creyentes y también increyentes?

A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más frágiles y vulnerables; somos más incrédulos, pero también más inseguros. No nos resulta fácil creer, pero es difícil no creer. Vivimos llenos de dudas e incertidumbres, pero no sabemos encontrar una esperanza.

A veces, suelo invitar a quienes asisten a un funeral a hacer algo que todos podemos hacer, cada uno desde su pequeña fe. Decirle desde dentro a nuestro ser querido unas palabras que expresen nuestro amor a él y nuestra invocación humilde a Dios:

“Te seguimos queriendo, pero ya no sabemos cómo encontrarnos contigo ni qué hacer por ti. Nuestra fe es débil y no sabemos rezar bien. Pero te confiamos al amor de Dios, te dejamos en sus manos. Ese amor de Dios es hoy para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Disfruta de la vida plena. Dios te quiere como nosotros no te hemos sabido querer. Un día nos volveremos a ver“.

José Antonio Pagola

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“Cuidar bien el vivir al morir: Decálogo para vivir bien mientras se muere”, por Juan Masiá sj

Lunes, 26 de julio de 2021
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Eutanasia_2358974088_15648943_660x371De su blog Vivir y pensar en la frontera:

Paliativos y eutanasia coinciden: pueden ser justos o injustos

“No es cuestión de un derecho a morir, sino del deber de cuidar la vida hasta el morir y en el morir, incluso en los casos en que debamos atender solicitudes de ayuda para dejar morir o dejarse morir de tal manera que no signifiquen matar o matarse”

“La persona paciente tiene derecho a que se respete su dignidad cuando pide que le ayuden a vivir dignamente mientras se muere”

“Acompañemos la decisión autónoma de quien solicita cuidado paliativo justo, incluida la sedación terminal, debidamente protocolizada y consentida”

“Acompañemos también la decisión autónoma de quien solicita ayuda personal y social (sanitaria, legal y psicológica o de acompañamiento espiritual) para llevar a cabo responsablemente la aceleración justificada del proceso de morir”

Por enésima vez, aclarémonos. Me dice un lector del blog que, a veces, parezco defender los paliativos y, a veces, estar a favor de la eutanasia. No era esa mi intención. Si produje esa impresión, hay un malentendido. Paliativos y eutanasia no son alternativas excluyentes: coinciden en el punto de poder ser justos o injustos, según se ajusten o no esas acciones al criterio para valorarlas éticamente.

 Resumiré en un decálogo (evitando usar la palabra eutanasia) un criterio para cuidar y acompañar dignamente la vida moribunda. Lo que se elige en esos casos no es el morir, sino cómo vivir bien mientras se muere. No es cuestión de un derecho a morir, sino del deber de cuidar la vida hasta el morir y en el morir, incluso en los casos en que debamos atender solicitudes de ayuda para dejar morir o dejarse morir de tal manera que no signifiquen matar o matarse.

Decálogo para cuidar el bien vivir al morir

1.- La persona paciente tiene derecho a que se respete su dignidad cuando pide que le ayuden a vivir dignamente mientras se muere.

2.- Reconozcamos el derecho a vivir dignamente durante y en el morir.

3.- Acompañemos a la persona moribunda, apoyando razonable y responsablemente sus demandas de ayuda profesional, humana y espiritual para vivir dignamente durante el proceso de morir, hasta el morir y en el morir.

4.- Acompañemos la decisión autónoma de quien solicita cuidado paliativo justo, incluida la sedación terminal, debidamente protocolizada y consentida.

5.- Acompañemos la decisión autónoma de quien rechaza recursos fútiles, desproporcionados u onerosos, que alargan el proceso de morir; y de quienes optan por limitar la prolongación del desenlace, renunciando a recursos fútiles, incluida la renuncia a (o la suspensión de) la respiración, alimentación e hidratación artificiales.

6.- Acompañemos también la decisión autónoma de quien solicita ayuda personal y social (sanitaria, legal y psicológica o de acompañamiento espiritual) para llevar a cabo responsablemente la aceleración justificada del proceso de morir. Hay que proteger la dignidad y autonomía de la persona paciente en estos casos.

7.- Las opciones mencionadas pueden calificarse como ayuda para vivir bien hasta el morir o durante el morir. Todas ellas son calificables como buen vivir al morir y en el morir.

(Si se insiste en querer hablar de eutanasia, habrá que decir que todas esas opciones se pueden llamar eutanásicas; solo habría dos clases de eutanasia: la justa y responsable o la injusta e irresponsable. De todos modos prefiero evitar la palabra eutanasia y llamarlas “ayuda para vivir dignamente el proceso de morir”. En efecto, en tales casos no se está optando por morir, sino por cómo vivir bien mientras se muere. Y, desde luego, no se trata de elegir entre paliativos o eutanasia como si fueran dos productos alineados simétricamente en el mostrador de ventas a disposición de consumidores).

8.- Acompañar así el proceso de morir no es acción homicida, sino acción en favor del bien vivir mientras se muere, en favor de la vida digna de la persona respetable. Acompañar así el proceso de morir es acción salvífica para ayudar a vivir dignamente mientras se muere. Esto se aplica tanto a los “paliativos” como a la “eutanasia” (en el uso simple de los términos), porque tanto paliativos como eutanasia conllevan la doble posibilidad de ser opciones justas o injustas, según cumplan o no los requisitos de valoración ética, es decir, del respeto a la voluntad y dignidad de la persona moribunda.

9.- Ética cívica y legislación democrática han de garantizar la seguridad jurídica para la protección del vivir durante el proceso de morir:

A) Ante las solicitudes de ayuda en el proceso de morir: Hay que proteger la gradualidad en el uso de los recursos paliativos, así como el acceso justo a ellos. Hay que proteger la práctica de la moderación del esfuerzo terapéutico (incluida la retirada de alimentación e hidratación artificiales y la sedación terminal)

B) Ante las solicitudes de ayuda para adelantar el modo y tiempo del morir: Hay que proteger las decisiones autónomas y responsables de aceleración del proceso de cese vital, asegurando que no se viole la dignidad y derechos de las personas pacientes que opten por solicitar la administración médica legalizada de la acción clínica que desencadena el desenlace o que soliciten la prestación de ayuda médica legalizada para llevar a cabo por sí mismas dicha acción. (Pero sin confundir la primera con una eutanasia homicida ni la segunda con una ayuda irresponsable a un suicidio injustificado)

10.- Tanto los dos casos mencionados en el punto 9 A (el rechazo de terapias desproporcionadas y el uso de recursos paliativos) como los dos casos mencionados en el punto 9 B (administración de acción clínica para adelantar el desenlace o prestación de ayuda para realizarla), los cuatro casos conllevan el riesgo de convertirse en acción éticamente injusta e irresponsable, si no se cumplen las debidas condiciones de respeto a la dignidad, voluntad y autonomía de las personas. Las cuatro acciones mencionadas se pueden convertir en ayuda irresponsable para una opción irresponsable por el morir.

En cambio, si se cumplen las condiciones mencionadas, las cuatro acciones no son opciones por la muerte, sino por cómo vivir bien al morir y en el morir; no se está eligiendo el morir, ni se está propugnando un derecho a morir, sino se está eligiendo cómo cuidar al máximo el vivir hasta el momento y en el momento y modo de morir. Son opciones por el cuidado y acompañamiento responsable de la vida mortal y moribunda.

Por estas razones he preferido siempre que la regularización de estos procesos de cuidado de la vida no se entienda ni como mera regularización de los paliativos, ni como mera  regularización de la eutanasia o el suicidio asistido, sino como control social y protección jurídica del buen vivir al morir y en el morir, incluso en aquellas situaciones en que se opta justificada y responsablemente por un dejar morir o dejarse morir que no sea matar o matarse, sino asumir consciente, libre y responsablemente la llegada del final de la vida presente

(En el caso de personas con creencia religiosa, se esperaría que estas decisiones fueran más fáciles de tomar, por presuponer que dicho final de la vida presente es puerta de entrada para una vida definitiva. Uno se queda perplejo ante las afirmaciones de instancias episcopales que se pronuncian sobre este tema absolutizando la prolongación de la vida presente… ¡como si no creyesen en la vida eterna!).

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J. Agustín Franco: “La eutanasia no es un desprecio a la dignidad humana”

Sábado, 24 de julio de 2021
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despenalizacion-eutanasia-debate-Congreso_EDIIMA20180508_0733_4Una reflexión crítica y caritativa sobre la oposición al derecho a la eutanasia

“Sorprende entre los opositores a la eutanasia la nula crítica al capitalismo como estructura de muerte planificada. Sería algo coherente ante las aguerridas posturas supuestamente ‘pro-vida'”. En el mismo sentido deberían liderar o acompañar en primera fila a los movimientos en favor de la sanidad pública y en contra de las fronteras y las medidas lesivas como las concertinas y otros dispositivos de disuasión contra los inmigrantes”

“La doctrina oficial católica contra la muerte, ya sea el aborto o la eutanasia, responde a un paradigma moral premoderno. Por lo que en pleno siglo XXI, para una ética cívica de mínimos que posibilite la convivencia, debería valorarse más la autonomía de la conciencia como elemento básico de cualquier planteamiento doctrinal ulterior y no al revés”

“Resulta curioso que una institución que venera y santifica a los mártires por razón de su fe y que aceptan en cierto sentido una muerte eutanáusica, sea incapaz de reconocer igualmente a los mártires laicos que ejercitan su derecho a la eutanasia en circunstancias también muy dolorosas”

“¿Por qué oponerse entonces al carácter real de una ley de la eutanasia? ¿Dónde están los manifiestos católicos y pastorales contra la pena de muerte y la objeción de conciencia al ministerio sacerdotal en cuarteles y ejércitos?”

Me acerco a la cuestión de la eutanasia con serenidad y caridad, tratando de arrojar luz no tanto para los demás como para mí mismo, aunque con ánimo de dialogar y pensar juntos. Descubriendo varias cosas: 1) que desde el ateísmo se ilumina más que desde el teísmo. 2) que en gran medida es un debate artificial e ideologizado contra los valores sociales universales que representa la izquierda política. Incluyo al final, además, una reflexión conclusiva desde la específica espiritualidad camiliana, extensiva a toda la pastoral sobre la salud.

No puedo ignorar la existencia y testimonio de ciertos referentes públicos que me han ayudado a plantear esta cuestión, desde Ramón Sampedro hasta María José Carrasco, pasando por la protagonista de Million dollar baby. Recojo también en este texto la reflexión al respecto que han compartido amablemente conmigo algunos amigos y amigas, personas buenas y comprometidas, trabajadoras en el sector sanitario, con quienes he colaborado ocasionalmente en proyectos sobre salud y desarrollo personal, siempre en aras de la dignidad humana.

Un apunte previo. Sorprende entre los opositores a la eutanasia la nula crítica al capitalismo como estructura de muerte planificada. Sería algo coherente ante las aguerridas posturas supuestamente “pro-vida”. En el mismo sentido deberían liderar o acompañar en primera fila a los movimientos en favor de la sanidad pública y en contra de las fronteras y las medidas lesivas como las concertinas y otros dispositivos de disuasión contra los inmigrantes. Además de ser antifascistas y defensores de la memoria histórica, exigiendo la exhumación de fosas comunes y entierros dignos de los represaliados por la dictadura franquista. Amén de animalistas y antitaurinos.

A riesgo de equivocarme, que podría ser, mucho me temo que no hay ninguna correlación directa entre la oposición a la eutanasia y todos los demás aspectos sociales mencionados. Como reconoce un amigo mío, filósofo y ex-sacerdote, la doctrina oficial católica contra la muerte, ya sea el aborto o la eutanasia, responde a un paradigma moral premoderno. Por lo que en pleno siglo XXI para una ética cívica de mínimos que posibilite la convivencia debería valorarse más la autonomía de la conciencia como elemento básico de cualquier planteamiento doctrinal ulterior y no al revés.

Juan Masiá, teólogo proscrito, autor de Tertulias de bioética se sorprende “al oír voces de alarma ante el supuesto peligro de que se generalice un uso irresponsable” de la eutanasia, puesto que es mucho mayor el peligro de que el exceso tecnológico no nos deje morirnos cuando nos llegue la hora”. Una reseña a este libro se puede ver aquí.

Desde una concepción errónea sobre la laicidad (que presume antirreligiosa) Masiá propone una cuarta vía que supuestamente se sale de la dicotomía entre ética religiosa y anti-religiosa (que él llama “laicidad”), incluida la vía intermedia de consenso entre ambas, proponiendo dos claves básicas (que ignoran precisamente el terreno que más podría arrojar luz sobre este tema, el ateísmo): 1) las religiones pueden sumarse al movimiento de diálogo interdisciplinar de la  bioética, en la búsqueda común de valores, pero sin imponer sus normas de moralidad a la sociedad civil. 2) la bioética puede sumarse al movimiento de diálogo interreligioso para ayudarle a transformar, a la vista de nuevos datos, sus paradigmas y  conclusiones, pero sin imponer interpretaciones de sentido sobre la vida y la muerte, el dolor, la salud y la enfermedad.

Ambas claves han funcionado bien respecto al tema del trasplante de órganos, aunque no en el caso de otras confesiones religiosas que prohíben incluso la transfusión de sangre. Pero en la teología católica funciona mal o regular respecto a otros temas, especialmente sobre la sexualidad. Y así lo vemos tristemente con el reciente manifiesto camiliense “el más difícil vivir”. Una apología soterrada de la agonía en la muerte.

Resulta curioso que la Iglesia sea incapaz de salir de la mentalidad inquisitorial. Quizá sea lógico después de siglos de persecución y autos de fe. Así, en la primera etapa inquisitorial para salvar el alma torturaban el cuerpo y ahora en la segunda etapa para salvar el cuerpo torturan el alma; resulta curioso que una institución que venera y santifica a los mártires por razón de su fe y que aceptan en cierto sentido una muerte eutanáusica, sea incapaz de reconocer igualmente a los mártires laicos que ejercitan su derecho a la eutanasia en circunstancias también muy dolorosas y con la fe firme en la dignidad humana y en los valores éticos mínimos de bondad y compasión; resulta curioso que la jerarquía y teología católica desconozca e ignore que la propia muerte de Jesús en la cruz mediante la lanza en el costado fue mediante un acto de compasión eutanásica; resulta curioso que se utilice de forma impropia y demagógica la parábola del buen samaritano para oponerse al derecho a una muerte digna. Si las condiciones del herido al borde del camino hubiesen sido irreversibles e insufribles, qué hubiera hecho el samaritano sino asistirle en una muerte digna.

Otra vida plena de sentido

El propio mensaje cristiano de amor es un mensaje eutanásico, morir a una vida sin horizonte para renacer a otra nueva plena de sentido. Una muerte asistida dignamente, poniendo en valor lo eterno de cada persona y descubriendo lo que es accesorio, lo que puede y debe dejarse morir: los apegos, los miedos, el ego, la venganza, la violencia, la misoginia, la homofobia, etc.

La propia resurrección sería irrelevante teológicamente sin la mediación de la eutanasia, de la muerte digna. La indignidad de la muerte en la cruz se revierte mediante la última lanzada contra el costado. Pero es que no hace falta una visión teológica de la eutanasia, porque la visión atea es mucho más rica en símbolos y espiritualidad. No necesita del concepto teísta de Dios para resolver la ecuación del Misterio de la vida en el acto de acogida y asistencia de una muerte digna.

La muerte en la cruz de Jesús sería defendida por aquellos de sus seguidores que se oponen a la eutanasia desde la óptica paliativa del modo en que fue crucificado para que no se desgarraran sus pies y manos. Y mucho antes mediante la justificación de la ayuda del Cirineo. Resulta curioso que se refieran a la eutanasia como “suicidio asistido”. Siguiendo el paralelismo deberíamos llamar al “bautismo” de menores como “manipulación asistida”. Y así podríamos seguir con cada sacramento.

¿Nadie ve que el sacramento de la eutanasia es la unción de los santos óleos? ¿Nadie ve el carácter simbólico eutanásico de la unción de enfermos? ¿Por qué oponerse entonces al carácter real de una ley de la eutanasia? ¿Dónde están los manifiestos católicos y pastorales contra la pena de muerte y la objeción de conciencia al ministerio sacerdotal en cuarteles y ejércitos?

Hay mucha hipocresía en dar la comunión a dictadores bajo el pretexto de ciertas citas bíblicas que afirman que el sol sale para justos e injustos y en cambio negar esa misma realidad de iluminación a quienes ejercen su derecho a una muerte digna; hay mucha hipocresía “pro-vida” en la defensa del matrimonio indisoluble a ultranza, ignorando la muerte en vida de millones de mujeres sometidas a la violencia machista. El ateísmo aquí es de nuevo más interesante que el teísmo. La fe aquí hiere –porque difumina la compasión– y oscurece más que una visión atea que ilumina –aunque sea tenuemente– y mantiene el signo de algo nuevo que amanece.

En este contexto de sufrimiento en la enfermedad incurable e irreversible, la objeción de conciencia ante el último acto compasivo de la eutanasia es injusto e insolidario. Supone prorrogar la tortura un poco más en aras de una mal entendida sacralidad de la vida. Resulta raro que estar alineado con la Iglesia católica suponga una posición inequívoca y contraria frente a la eutanasia. Hay muchos creyentes y católicos que se quedarían fuera de semejante definición, especialmente si entendemos con rigor la “iglesia” como la asamblea del pueblo.

Sin mencionar otros interrogantes gravísimos: ¿Son menos humanos y misericordiosos los no creyentes o los creyentes que defienden la eutanasia? ¿Quién se atreve a juzgar lo que hay en el corazón de otras personas? El uso del precepto no matarás” no tiene nada que ver con el derecho a la eutanasia. El principio de proteger la vida tampoco es incompatible con el derecho a la eutanasia. Por coherencia se puede tanto apoyar como no apoyar el derecho a la eutanasia, lo que es un requisito mínimo para el debate sobre cuestiones controvertidas o discutibles. Como decía San Agustín: “en lo dudoso, libertad”. No existe pérdida de identidad católica por apoyar el derecho a la eutanasia. En todo caso, es preferible perder identidad religiosa si con ello se gana en humanidad, que a fin de cuentas es lo que predicó Jesús.

La objeción de conciencia frente a la eutanasia es una intromisión en el legítimo derecho a una muerte digna. Y mucho peor cuando se da entre los profesionales sanitarios. Quienes trabajan en las UCIs ya saben que la eutanasia ya se ejerce bajo la denominación de “ayudar a morir”, administrando morfina a aquellos pacientes que ya no son recuperables. Negarse a la eutanasia es más sinónimo de apología del encarnizamiento que una profesión de fe en el dios que es amor y vida.

Es injusto y demagógico hablar de suicidio u homicidio. Al menos habría que contar con la experiencia y testimonio de otras personas enfermas que han vivido situaciones irreversibles y que han optado con pleno raciocinio, ética y humanidad por la eutanasia. La eutanasia no es un desprecio a la dignidad humana. Hay defensas de la vida mucho más indignantes, como sería el caso de las torturas, la esclavitud o la privación de libertad. Y la oposición integrista contra la eutanasia es puro encarnizamiento.

Otra reflexión necesaria e iluminadora es la de José Antonio Pérez Tapias publicada en la revista Contexto, titulada La piedad de la eutanasia”, de cuya reflexión he recogido la referencia de Masiá.

En definitiva, incluyendo la espiritualidad camiliana, no parece posible excluir de la familia camiliana a quienes defienden el derecho a la eutanasia. Es un derecho que no obliga a nadie, sino que se habilita la opción legal para quien desee ejercerlo, para hacerlo con dignidad y no con clandestinidad, con los peligros que ello comportaría. Como ocurre con el aborto.

Incluso entre las confesiones evangélicas, más dogmáticas que la católica, se proponen jornadas formativas sobre la eutanasia que al menos incluyen una mesa de trabajo con argumentos a favor y en contra. Es por ello inaudito e indefendible la posición católica oficial contraria a la eutanasia y la negación doble, tanto del derecho a la pluralidad de pensamiento como del derecho a la existencia de quienes disienten y con quienes es insustituible la convivencia y el diálogo fraterno y tolerante.

Posiblemente el fundador de los camilos sería menos rigorista que sus seguidores, como sucede tantas veces en otras cuestiones de la vida. Como no podemos preguntarle directamente a él, sí que podemos inspirarnos en su legado y en su espiritualidad. Y desde ahí, sin negar el necesario alivio del dolor y el acompañamiento incondicional en la enfermedad, y a la vista de la entrega de la propia vida de tantos camilianos (por ejemplo, durante la “gripe española”), puede decirse que la eutanasia es asumida en el propio espíritu y vocación de la congregación camiliana, no tanto por asistirla en otros como en sí mismos, arriesgando sus vidas en el cuidado de enfermos que podrían contagiarles. Poniendo su propio costado para recibir la lanzada final.

Esa entrega de la propia vida por amor es un principio básico del reconocimiento de la eutanasia, del derecho a la eutanasia. Entrego mi vida por la tuya, es mi decisión. Y en una relación recíproca de amor, el que así es asistido puede pedir lo mismo: entrego mi vida por la tuya, no deseo seguir más con mi vida así, no por mí, sino porque la entrego para que tú tengas más vida. Valoro tus cuidados, déjame que yo también te cuide, asísteme en mi deseo de una muerte digna.

El martirio básico exigible y entregable a cualquiera es la eutanasia, la muerte digna. El martirio no exigible es la santificación por muerte indigna. Sin olvidarnos del gran debate sobre el alargamiento artificial de la vida gracias a la tecnología. ¿En qué momento se convierte en tortura ese artificio vital? ¿En qué momento la vida digna deja de existir para alargar la agonía silenciosa y tecnologizada? ¿En qué momento el tránsito por el puente hacia la muerte se derrumba y caemos en el limbo de una existencia agónica, de una caída al abismo sin fondo?

Y aquí no cabe la objeción de conciencia, más parecida a un lavarse las manos a lo Poncio Pilatos: que lo haga otro. Aquí la objeción de conciencia muestra un prurito de fariseísmo, amén de un delito al no acatar la legalidad vigente propia de un Estado de Derecho democrático, autónomo e independiente de la autoridad religiosa.

Fuente Religión Digital

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Un Dios radicalmente nuevo

Martes, 13 de julio de 2021
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“La muerte de Jesús, tal como es interpretada por los primeros cristianos, no escapa totalmente a las categorías sacrificiales del Antiguo Testamento, que han puesto a su disposición un lenguaje entre tantos otros. Pero hay que ser conscientes del desplazamiento que supone la reutilización neotestamentaria de esas categorías sacrificiales. Lo que está en juego realmente es el acceso al espacio divino, el acceso a Dios. Con su muerte, Cristo abre el acceso al Dios de la antigua alianza de una manera radicalmente nueva. Para mí, la novedad reside en el hecho de que este acceso se hará, de ahí en adelante, no de abajo hacia arriba (el sacrificio religioso como medio de reconciliación del hombre con Dios), sino de arriba hacia abajo: Dios, en Jesús, viene a encontrarse con el hombre hasta en la muerte. Si existe un sacrificio, es un «sacrificio» entendido como el fin de una comprensión de Dios y el nacimiento de otra nueva. Y esto Jesús lo hace, efectivamente, «por nosotros».

Aunque de maneras diferentes, los Evangelios, san Pablo y el autor de la Carta a los Hebreos no están diciendo otra cosa: se pasa, de la idea de un sacrificio orientado a permitir a los hombres acercarse a lo divino, a la confesión de un Dios que muere al mismo tiempo que mueren con él las representaciones que de él nos hacemos. Creo que no somos realmente conscientes de hasta qué punto el cristianismo ha acabado con la lógica sacrificial. La destrucción del templo obligó al judaísmo a dar ese paso; para el cristianismo, la causa fue la muerte de su Mesías: su resurrección subraya, en cierta manera, que se ha terminado la muerte sacrificial, puesto que la víctima se ha levantado de entre los muertos.

Queda preguntarse si una tradición demasiado larga de lectura eclesial clásicamente sacrificial de la muerte de Jesús, es decir, casi exclusivamente sustitutiva, no ha ocultado en cierta manera la novedad, sobre el trasfondo de una herencia asumida, que dejan entrever los textos del Nuevo Testamento. Para los autores del Nuevo Testamento que hemos leído, la muerte de Jesús no es tanto el fruto de un plan indispensable de Dios, sino más bien el resultado de la respuesta violenta que suscita la proclamación de un Dios radicalmente otro, radicalmente diferente y, por lo tanto, insoportable para los hombres.

Los autores del Nuevo Testamento afirman simplemente –aunque este «simplemente» es esencial– que en su muerte Jesús no se limita a soportar la violencia, sino que la combate y la subvierte: su muerte y su resurrección nos están diciendo, al fin y al cabo, que la violencia, incluso religiosa, es decir, sacrificial, no tiene la última palabra. Ni el hombre ni Dios salen indemnes de ello. En este sentido, la muerte de Jesús tiene verdaderamente una dimensión sacrificial: en la muerte libre y soberanamente aceptada de Jesús, lo que se sacrifica es el Dios de las religiones tradicionales.

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Jean-Daniel Caussé, Élian Cuvillier
(Viaje a través del cristianismo)
Sal Terrae

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“Vida, muerte y resurrección de la moral sexual”, por José Arregi

Jueves, 22 de abril de 2021
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b27724f9bb8818c1d678a4f4578290c328f16d2661efbe9aa2ba662f9f8330eaDe su blog Umbrales de luz:

En el año 30 de la era común, más conocida todavía en el mundo occidental como “después de Cristo”, cuando la primera luna llena de primavera iluminaba la noche de Palestina, un joven profeta libre llamado Jesús de Nazaret fue apresado, juzgado en juicio sumarísimo y condenado a la cruz por el procurador romano a instancias y con la connivencia del Sanedrín religioso.

Su delito: haber proclamado de palabra y de obra que “el sábado es para la vida y no la vida para el sábado”, a saber, que la ley más absoluta de cualquier Estado o sociedad y de cualquier Iglesia o religión está supeditada al bien de la vida, no el bien de la vida supeditado a ninguna ley, por divina o imperial que sea. Unos y otros decidieron que el profeta era una amenaza para el orden establecido, y todos juntos lo eliminaron en la víspera de la Pascua, a primera hora de la tarde. Y hoy lo volverían –quiero decir lo volvemos– a hacer.

Pero María de Magdala, que amaba a Jesús que también la amaba, purificada su mirada por las lágrimas del duelo, vio claramente que el crucificado vivía para no volver a morir y lo amó más todavía en cuerpo y alma. Y abrió los ojos de Pedro y de otros compañeros y compañeras, y volvieron a ser el movimiento itinerante, creativo, reformador de Jesús que habían sido sin otra doctrina ni autoridad que su memoria libremente releída a la luz de la vida. Sin otra ley que el bien de la vida siempre nueva.

Una generación después, la memoria empezó a derivar en doctrina, la presencia en culto ordenado, la igualdad fraterno-sororal en jerarquía clerical, la vida en código moral. En el siglo IV, el siglo de Constantino, el movimiento de Jesús se convirtió en religión establecida. Hasta hoy. Y hoy nos hallamos frente a una disyuntiva histórica: o bien recuperamos el aliento de Jesús, la llama pascual de la vida que resucita sin cesar en todo, o bien seguimos encerrados en un sistema religioso obsoleto desde hace 300 años por lo menos, y vamos dejando que el tiempo y las nuevas generaciones olviden (con razón) nuestros credos, cultos y códigos, e incluso tal vez (desgraciadamente) la memoria subversiva de Jesús, su aliento renovador de la vida.

¿Y qué tiene que ver todo este preámbulo con la “vida, muerte y resurrección de la moral sexual”, título que se me ha propuesto para esta reflexión pascual? Tiene que ver con que la “moral sexual” vigente ya no vive ni hace vivir, está muerta y hace morir, y mejor será que quede muerta en su tumba milenaria a no ser que resucite totalmente transformada por el espíritu pascual de la vida. Y tiene que ver con que la vida y la muerte pascual de Jesús debería ser, para las iglesias cristianas, el criterio básico para la transformación pascual de todas sus creencias, ritos y códigos, y de su entera enseñanza sobre la sexualidad. Me pregunto, pues: ¿cuáles serían las señales y condiciones para poder decir que la moral sexual –rancia denominación que mejor será sustituir por “ética sexual– ha “resucitado verdaderamente”? Indicaré unas cuantas fundamentales:

  • cuando las iglesias en su conjunto y sus gobernantes y “magisterio” en particular asuman los conocimientos adquiridos por la historia, la psicología, la antropología, la biología, la medicina y las ciencias en general sobre aquello que, en el campo de la conducta sexual, es bueno y sano para la vida personal e interpersonal, y nunca enseñen nada que sea contradictorio con los datos científicos;
  • cuando admiren y celebren que la evolución de la vida haya seleccionado, hace por lo menos 1.200 millones de años, la reproducción sexual –desde las algas hasta toda clase de animales– porque ella hace que la vida sea más diversa y creativa, y reconozcan que la sexualidad es un canto a la diversidad –desde la polinización entre plantas hasta complejos rituales, danzas y cortejos de apareamiento– y dejen definitivamente de creer que algún “Dios” haya dictado una única forma de práctica sexual como buena y lícita;
  • cuando puedan leer con admiración contemplativa el libro bíblico del Cantar de los Cantares, que se abre con estas palabras: “¡Que me bese con besos de su boca! Son mejores que el vino tus amores”, y en ese tono sigue hasta el fin, hablando sin pudor ni morbo de pechos y de sexo, de cuerpos que se encienden y se funden, de “licor de granadas”…, y sin nombrar nunca el término “Dios”, aunque no habla de otra cosa;
  • cuando reconozcan la enorme mutación que, por primera vez en los 300.000 años de historia del Homo Sapiens, ha tenido lugar en nuestra generación, a saber: que la reproducción se ha desligado de la relación sexual y que, por lo tanto, la relación sexual tiene sentido en sí independientemente de que esté o no esté orientada a la reproducción; cuando, en consecuencia, el Vaticano derogue de raíz la desdichada Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI en 1968 que tanto sufrimiento inútil e injusto ha infligido a toda esta generación de católicas y católicos;
  • cuando se gocen profundamente de que la misteriosa y sabia energía de la vida, en su asombrosa evolución, haya dotado al sexo de un éxtasis de placer, y no solo no lo censuren sino que lo bendigan como bueno, sano y santo en sí, tan sano y santo como el placer de comer y beber, de tumbarse al sol de la primavera o de escuchar el canto tranquilo del mirlo en su rama, sin otro límite que el no hacerse daños a sí mismas o a otras personas, y lo contemplen como epifanía de la santa Creatividad de la vida que es Dios;
  • cuando la Iglesia católica, en consonancia con la mayoría de las religiones y de las demás iglesias cristianas, en conformidad con el silencio de toda la Biblia y de buena parte de la propia historia de la Iglesia católica, desculpabilice enteramente la masturbación y, de acuerdo con la biología y la psicología y la observación del comportamiento humano al respecto en todas las culturas humanas y en otras especies animales, acepte el carácter natural y totalmente inocuo de esa práctica sexual, y reconozca su error y le pese profundamente la inmensa, opresiva angustia de culpabilidad que ha provocado, sobre todo en los últimos siglos, por haberla considerado como pecado y además mortal, merecedor del infierno eterno…;
  • cuando se duelan del enorme dolor, vergüenza y hasta asco de sí que durante siglos y siglos han hecho sentir a las personas LGTBIQ+, obligándolas a verse como enfermas, culpables, pervertidas o invertidas, y pidan sinceramente perdón, y reconozcan al amor y a la relación sexual de las personas LGTBIQ+ la misma dignidad que al amor y a las relaciones sexuales de personas heterosexuales canónicamente casadas, y bendigan aquellas tanto como éstas y las confiesen por igual como sacramento del Amor, de la Vida, de Dios;
  • cuando, en resumen, las jerarquías y el llamado “magisterio” –que Jesús no quiso– se liberen de los prejuicios, represiones y obsesiones relacionadas con la sexualidad –que no vienen de la Biblia ni de Jesús, sino de filosofías como el maniqueísmo y el platonismo, sobre todo a través de San Agustín y de San Jerónimo–, prejuicios y represiones de las que ellos mismos han sido las primeras víctimas y que han impuesto a todos los demás en nombre de “Dios”, y abran por fin los ojos para mirar el cuerpo humano y el sexo, con toda su maravillosa diversidad, como símbolo de la belleza y de la fragilidad de la vida y como llamada a cuidar y a bendecir dicha diversidad, a nunca condenarla ni herirla, y corrijan de arriba abajo el Catecismo y el Código de Derecho Canónigo….

… entonces será la Pascua de la moral sexual en la Pascua de Jesús, que es mi forma de decir y de celebrar la Pascua permanente y universal de la vida.

Creo que todavía tendremos que seguir esperando muchas primeras lunas llenas de primavera antes de que tenga lugar la resurrección de la moral sexual en la Iglesia católica, pero seguiremos celebrando cada año y cada día la Pascua de Jesús. Y seguiremos esperando, es decir, dejándonos alentar por el espíritu del crucificado viviente y anticipando en nuestra vida un poco de su Pascua, haciendo que el amor tome cuerpo, se haga carne.

Aizarna, 28 de marzo de 2021

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Miguel Ángel Munárriz: La muerte.

Martes, 20 de abril de 2021
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Cristo muerto de Holbein

Al principio de su libro “El mundo de Sofía”, Jostein Gaarder nos plantea una pregunta crucial para nuestra vida: «¿Quién eres?» … Ante ella, su protagonista se hace esta sencilla reflexión: «Estamos aquí y ahora rodeados de personas animales y cosas, somos conscientes de ello y es fantástico vivir. Luego desaparecemos de este mundo ¿No es injusto que se nos dé algo para arrebatárnoslo después?»

¿Qué nos espera tras la muerte? … No lo sabemos; y no lo sabemos porque no sabemos quiénes somos. Mejor dicho, todos tenemos nuestra propia concepción de nosotros mismos, pero carecemos de capacidad para convertir nuestras creencias en certezas.

Algunos buscan la respuesta a este enigma en la metafísica, pero quizá no sea la metafísica el mejor camino para lograrlo, pues, tal como afirma Inmanuel Kant, cualquier proposición metafísica tiene la misma probabilidad de ser cierta que su contraria. Aunque tampoco es necesario recurrir a Kant para llegar a esta conclusión, pues parece evidente que nuestra lógica quiebra cuando tratamos de pasar del plano finito al infinito. Si no fuese así, las cinco vías para demostrar la existencia de Dios Creador de Santo Tomás serían rigurosas, y ya no cabría ninguna duda ni de Su existencia ni de Su esencia.

Por tanto, esa metafísica trascendente que nos habla de teísmos, ateísmos, panteísmos, monismos y dualismos, puede llegar a resultar apasionante, pero es inhábil para llegar a conclusiones sólidas sobre nuestra realidad o nuestro destino tras la muerte.

Los cristianos tenemos otro espejo en que mirarnos, porque creemos que en Jesús podemos ver la realidad humana completa. Y siendo esto así para nosotros, parece razonable volver la vista al evangelio cuando buscamos respuestas que superan nuestra razón. Y lo primero que vemos es que Jesús se mostró vivo tras la muerte, pues, por mucho simbolismo que atribuyamos a los relatos de la resurrección, y por muchas contradicciones que veamos entre los cinco considerados canónicos, hay cosas difíciles de negar.

La más significativa tiene carácter histórico, y es que, al poco de haber huido de Jerusalén —o de haber permanecido atrancados en ella—, aterrorizados por miedo a las autoridades judías, desmoralizados por la muerte de su maestro y sumidos en angustiosas dudas de fe por este hecho, sus discípulos se presentaron de nuevo en el Templo afirmando, y empeñando su vida en esta afirmación, que lo habían visto vivo después de su muerte. Y ya no es solo su testimonio, es que lo ocurrido después resulta inconcebible sin haber mediado una experiencia extraordinaria capaz de remover la conciencia de aquellos hombres hasta extremos impensables.

Del evangelio extraemos los cristianos la esperanza de más vida tras la muerte, pero no encontramos en él ninguna referencia a la naturaleza de esa vida (con la excepción, quizá, de esa vaga referencia, “sentado a la diestra del Padre”). Por tanto, a la pregunta sobre lo que nos espera después de la muerte, debemos responder en rigor que no lo sabemos … porque eso no nos lo han dicho.

Y es que en todo lo relativo a la muerte solo nos cabe la esperanza. Y es muy legítimo afirmar que tras su umbral nos espera una vida eterna repleta de dicha, o que nuestro espíritu de fundirá con el Todo universal como la ola se funde en el mar tras chocar contra las rocas, o que nos reencarnaremos en otro ser… pero, puestos a elegir, yo me quedo con la idea que le escuché a Ruiz de Galarreta no mucho antes de su muerte: «No tengo ni idea de lo que me espera tras la muerte —dijo—, pero confío en que mi Madre me tenga preparado algo estupendo».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

 Fuente Fe Adulta

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Juan Masiá: “Me parece sensata y razonable la regularización digna de la eutanasia responsable”

Lunes, 21 de diciembre de 2020
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unnamedDe su blog Vivir y pensar en la frontera:

“La proposición de ley es moderada y garantista”

“Me parece sensata y razonable la regularización digna de la eutanasia responsable, pero en contexto eutanásico, es decir, que se verdaderamente eu-thanasia o buen morir; mejor dicho, buen vivir mientras y hasta morir”

“Desde mi doble dedicación a la bioética laica y a la espiritualidad cristiana, puedo celebrar la presentación del proyecto de ley orgánica de regulación de la eutanasia”

“Hacen un flaco favor a la defensa de la vida y de la fe las afirmaciones de algunas instancias jerárquicas eclesiásticas que califican de homicidio a la eutanasia jurídica y éticamente responsable, o que invitan a manifestaciones de oración y penitencia para apoyar la oposición a la ley”

Meritxell Rigol: A esos grupos que dicen ‘defender la vida’ ni se les ve ni se les oye contra los feminicidios.

Jesús Sanz acusa al Gobierno de querer “imponer” en España “su fracasada dictadura represiva”

La ex ministra de Sanidad María Luisa Carcedo responde a Sanz: “No debería jugar a ser Dios opinando por ancianos, enfermos y familias”

Me parece sensata y razonable la regularización digna de la eutanasia responsable, pero en contexto eutanásico, es decir, que se verdaderamente eu-thanasia o buen morir; mejor dicho, buen vivir mientras y hasta morir.

Disculpen, lectores y lectoras, porque lo he repetido en este blog por activa y por pasiva.

Desde mi doble dedicación a la bioética laica y a la espiritualidad cristiana, puedo celebrar la presentación del proyecto de ley orgánica de regulación de la eutanasia. He leído la proposición, que me parece moderada y garantista. Coincide en gran parte de sus argumentaciones con las propuestas que se venían haciendo ya hace tiempo más por quienes comparten la doble motivación de “fe y secularidad”, “humanismo y creencia”.

En los debates mediáticos en torno al proyecto de ley se han escuchado a menudo descalificaciones ideológicas mutuas por parte de posturas extremas en contra o a favor del proyecto, que lo apoyan o atacan sin argumentos razonables. Deseando y confiando que ambos extremismos no se reflejen en el debate parlamentario, me permito reiterar con las propuestas siguientes, la postura a la vez secular y espiritual que vengo defendiendo en este blog.

Sería deseable:

Que, en vez de oposición catastrofista o defensa agresiva, se aporten argumentos razonables con serenidad para modificar el proyecto con enmiendas fundamentadas; que no se vote, ni a favor ni en contra, por disciplina partidista, sino por convicción sensata, razonable y en conciencia.

Que no se convierta el debate en cuestión de política partidista ni de ideología religiosa; ni mediante manifestaciones demagógicas partidistas a favor, ni mediante convocatorias confesionales de rogativas penitenciales en contra (que pueden ser peligrosamente cómicas en vez de piadosas).

Que se evite la confusión que califica al contexto eutanásico como “anti-vida” y a la oposición como “pro-vida.

Que no se convierta la oposición a la regularización justa de la eutanasia en una señal de identidad religiosa, porque eso impide el debate ético sereno sobre los casos en que, con un mismo criterio pro-vida y pro-persona, pueden darse opciones y decisiones diferentes, pero ambas éticamente correctas, gracias al discernimiento responsable que guió la decisión.

Que no se califique (descalificando a priori) como eutanasia injusta o como homicidio o suicidio la opción responsable y autónoma por la intervención activa y directa para adelantar el desenlace del morir, asegurando el vivir dignamente mientras y hasta que se muere.

Que se evite plantear los debates como si se tratase de elegir entre paliativos y eutanasia. Los paliativos no son una alternativa, sino un presupuesto. Por eso la ley los incluye en todas circunstancias entre las condiciones previas a la opción eutanásica.

Que se tenga en cuenta, a la hora de proponer enmiendas sobre el procedimiento para la realización de la prestación de ayuda para morir, la importancia del equipo asistencial. La persona paciente tiene derecho a recibir apropiado apoyo y acompañamiento humano, psicológico, social y, en su caso, espiritual. Por ejemplo, el respeto a las creencias de la persona paciente nos exige que le proporcionemos la asistencia espiritual oportuna de acuerdo con su confesionalidad.

NOTA INTEMPESTIVA:

Me permito añadir que, por mi ministerio como sacerdote, estoy obligado a proporcionar esa ayuda espiritual y sacramental a la persona paciente que optó por la eutanasia; además, estoy obligado a disentir (de la iglesia en la iglesia); a disentir, digo, responsablemente del documento de la Congregación para la doctrina de la Fe que eventualmente prohibiese tal comportamiento. También he de añadir que hacen un flaco favor a la defensa de la vida y de la fe las afirmaciones de algunas instancias jerárquicas eclesiásticas que califican de homicidio a la eutanasia jurídica y éticamente responsable, o que invitan a manifestaciones de oración y penitencia para apoyar la oposición a la ley.

No me alargo más, porque en posts anteriores he detallado estos desideria, con la esperanza de que se superen los extremismos ancestrales en los pueblos y naciones del estado español, tan propenso al cainismo denunciado por Unamuno.

Y de paso, déjenme que les diga a los mitrados que recomiendan oración y ayuno contra legisladores, que será mejor rezarle al San Don Miguel de Bilbao y Salamanca, para que en este país dejemos de satanizarnos los “unos contra los otros”. Y con perdón por el desahogo, un abrazo de hermandad a los unos y a los otros…

Fuente Religión Digital

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No se debe morir cuando se ama

Sábado, 14 de noviembre de 2020
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No se debe morir cuando se ama. La familia no debería conocer la muerte. Se unen para la eternidad, y para la eternidad dan la vida a otras personas. La muerte no es sólo el huésped que no se puede evitar. Se podría decir que es un miembro de la familia, un miembro celoso que, cuando llega, aleja a otros.

Sea quien sea la persona que veamos alejarse, la vida queda cambiada. Toda muerte lacera la carne común. La familia, precisamente porque es preparación para la vida, es también preparación para la muerte, y en esta cita común con el misterio no es posible saber quién será llamado el primero.

¿Por qué no se nos permite morir al mismo tiempo? Éste sería el deseo más vivo del amor, una nueva bendición nupcial a la que consentiríamos con alegría. Pero ese caso es muy raro. La Providencia tiene otros fines. Algunos de ellos son evidentes, otros se nos escapan. Por eso es difícil la fe. Nos creemos víctimas de la fatalidad, y no pensamos que, también con la muerte, sigue siendo el amor un don insigne. En una casa hay desgracias mucho más graves que la muerte. ¡Cuántas tragedias ocurren sin que nadie haya desaparecido, y cuánta ternura conservada en ausencia de las personas queridas!

La muerte no es siempre una enemiga. Mientras la padece, el amor es capaz de vencerla. Vivir significa con frecuencia separarse; morir significa, en cambio, reunirse. No es una paradoja: para aquellos que han llegado al amor más grande, la muerte es una consagración y no una ruptura. En el rondo, nadie muere verdaderamente, porque nadie puede salir de Dios. Ese que nos parece haberse detenido de improviso continúa su camino. Ha sido como pasar una página, mientras escribía su vida. De él hemos perdido lo que poseíamos de una manera temporal, pero se posee para la eternidad sólo lo que se ha perdido. La vida y la muerte no son más que aspectos diferentes de un único destino; cuando se entra en él con el corazón, ya no se distingue.

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Antonin-Dalmace Sertillanges,
Nos disparus,
París 1970, pp. 5-10, passím.

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Vida eterna

Miércoles, 11 de noviembre de 2020
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Del blog Nova Bella:

 

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“El beso de la muerte” escultura de Jaume Barba (1930)

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“Entonces entiendo que tengo espacio en mi interior

para una segunda vida eterna e inmensa”

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Rainer María Rilke,
Amo las horas oscuras de mi ser

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Mors osculi: La estatua más conocida del cementerio de Poble Nou es de mármol y se encuentra en el departamento III. Se dice que aunque es obra del taller de Jaume Barba la ejecutó Joan Fontbernat. “El beso de la muerte” preside la tumba de Josep Llaudet Soler y la encargó a la muerte de su hijo, de 30 años.

En la base de la escultura constan unos versos de Jacint Verdaguer: “Mes són cor jovenívol no Pot més; a ses venes la Sanch s’atura i glaça i l’esma perduda amb la fe s’abraça sentint-se caure de la mort al bes” (“Pero su corazón juvenil no pudo más, por sus venas la sangre se para y hiela/congela, y el ánimo* perdido con la fe se abraza, sintiéndose caer de la Muerte al beso.”

La escultura de Barba-Fontbernat de 1930 se basa en un relieve que hay en Il Monumentale de Milán, sobre la tumba de la familia Marani, obra de Ercole Mentasti

*“l’esma” puede definirse como el ánimo vital, la esencia que mueve la vida.

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La muerte está vencida

Lunes, 2 de noviembre de 2020
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Del blog ya desaparecido À Corps… À Coeur:

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¡Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios  bellos jardines de esperanza! “

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Père Pierre Trevet

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¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.

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“En las manos de Dios”. 2 de noviembre de 2020. Conmemoración de los difuntos. Marcos 5, 33-39; 16,1-6

Lunes, 2 de noviembre de 2020
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jesus-abrazo-2Los hombres de hoy no sabemos qué hacer con la muerte. A veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no hablar de ella. Olvidar cuanto antes ese triste suceso, cumplir los trámites religiosos o civiles necesarios y volver de nuevo a nuestra vida cotidiana.

Pero tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrancándonos nuestros seres más queridos. ¿Cómo reaccionar entonces ante esa muerte que nos arrebata para siempre a nuestra madre? ¿Qué actitud adoptar ante el esposo querido que nos dice su último adiós? ¿Que hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y amigas?

La muerte es una puerta que traspasa cada persona en solitario. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio insondable de Dios. ¿Cómo relacionarnos con él?

Los seguidores de Jesús no nos limitamos a asistir pasivamente al hecho de la muerte. Confiando en Cristo resucitado, lo acompañamos con amor y con nuestra plegaria en ese misterioso encuentro con Dios. En la liturgia cristiana por los difuntos no hay desolación, rebelión o desesperanza. En su centro solo una oración de confianza: “En tus manos, Padre de bondad, confiamos la vida de nuestro ser querido”

¿Qué sentido pueden tener hoy entre nosotros esos funerales en los que nos reunimos personas de diferente sensibilidad ante el misterio de la muerte? ¿Qué podemos hacer juntos: creyentes, menos creyentes, poco creyentes y también increyentes?

A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más frágiles y vulnerables; somos más incrédulos, pero también más inseguros. No nos resulta fácil creer, pero es difícil no creer. Vivimos llenos de dudas e incertidumbres, pero no sabemos encontrar una esperanza.

A veces, suelo invitar a quienes asisten a un funeral a hacer algo que todos podemos hacer, cada uno desde su pequeña fe. Decirle desde dentro a nuestro ser querido unas palabras que expresen nuestro amor a él y nuestra invocación humilde a Dios:

“Te seguimos queriendo, pero ya no sabemos cómo encontrarnos contigo ni qué hacer por ti. Nuestra fe es débil y no sabemos rezar bien. Pero te confiamos al amor de Dios, te dejamos en sus manos. Ese amor de Dios es hoy para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Disfruta de la vida plena. Dios te quiere como nootros no te hemos sabido querer. Un día nos volveremos a ver“.

José Antonio Pagola

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Preferir siempre su voluntad

Sábado, 5 de septiembre de 2020
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“A veces pienso que quizá muera pronto, aunque todavía no soy viejo (cuarenta y siete años). No sé exactamente qué clase de convicción lleva consigo este pensamiento, o qué significa para mí. La muerte siempre es una posibilidad para todos. Vivimos en presencia de esa posibilidad. Así, siempre tengo conciencia de que puedo morir, y me alegro, si esa es la voluntad de Dios. «Salid a Su encuentro». Y a la luz de eso me doy cuenta de la futilidad de mis cuidados y preocupaciones, y en especial de mi principal cuidado, central para mí, que es mi obra de escritor… Aunque sé por experiencia que sin ese cuidado y ese trabajo saludable me estorbaría a mí mismo mucho más, mucho más obstruido por mi propia inercia y confusión. Si no estoy totalmente libre, entonces el amor de Dios, espero, me liberará. Lo importante es simplemente volverse a Él todos los días y a menudo, prefiriendo Su voluntad y Su misterio a todo lo que es evidente y tangiblemente «mío».

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Thomas Merton

Conjeturas...

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Fotografía: Yazmi Palenzuela

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Andrés Felipe Rojas Saavedra: La muerte del justo redime al pecador.

Martes, 25 de agosto de 2020
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crucificado-campesinoLa crisis espiritual del cristianismo actual, se debe a una visión mesiánica veterotestamentaria, la misma que fue criticada por Jesús al ser propuesta por Simón Pedro.

La edad media, cargada de tantos fenómenos religiosos, llegó a repensar el cristianismo como un gran ejército que era capaz por la espada, de silenciar a los infieles y de instaurar el Reino de la Iglesia (no el Reino de Dios) con el Sumo Pontífice a la cabeza (no Cristo).

La idea de defender la religión y los lugares santos con la orden del Temple o las “Cruzadas” (instigado por algunos reyes católicos) es sin duda una de las tergiversaciones más graves del cristianismo, y aún hoy quedan esos vestigios de una religión guerrera, de una religión intransigente, incapaz de dialogar con el que piensa distinto. Debo confesar que hace poco viendo una representación de Miguel Arcángel, descubrí que no había imagen más anticristiana que la de un ángel levantando una espada pisando al “diablo”.

Esta imagen del arcángel es tomada por el libro del Apocalipsis para asociarlo a la imagen de los mártires que con su sangre son capaces de proclamar la victoria del Cordero (Ap. 12, 7-9); dicho relato presenta la expulsión del “cielo” del “acusador de nuestros hermanos” (Ap. 12, 10) una clara evocación al personaje que ocasiona los males al justo Job, cuyo mito tiene como intención hablar de la ley de la compensación y responder a la pregunta ¿por qué le pasan cosas malas a los justos? (Job. 1, 6)

No es precisamente un combate entre iguales; dicho libro, el apocalipsis, puede manifestar muy bien la intención final de esta reflexión, los oprimidos alcanzan la victoria, no levantándose en armas contra sus victimarios, sino asumiendo la misma condición del Cordero degollado, lavando sus vestiduras en la sangre del martirio (Ap. 7, 14).

Algunas imágenes de Dios, en el antiguo testamento, lo presentan como el Tsebaoth צבאות (Dios de los ejércitos) al estilo del dios griego Ares, con su equivalente romano: Marte, dios de la guerra. Junto al pueblo de Israel, conquistando la tierra prometida, está la mano poderosa de Dios contra sus adversarios; pero muchos de estos relatos son post Babilónicos, es decir, tuvieron la intención de recuperar el sentido de nación de Israel luego de la deportación y casi desaparición de ellos como pueblo, se puede hacer una lectura con las mismas herramientas hermenéuticas del libro del apocalipsis, sobre todo con los libros del Éxodo, Josué, Jueces, entre otros.

El Dios que lucha, lo hace del lado de los pequeños, de los pobres, de los oprimidos. Dicha visión del Dios protector, del pastor, incluso del עִמָּנוּאֵל (Emanuel) se acompaña de la triada completada por profetas como Isaías: huérfanos, viudas y extranjeros.

Pero la lectura superficial de los textos veterotestamentarios, pueden llevar a la confusión de creer que YHWH es un “dios de guerra”, dicha visión queda absolutamente abolida o más bien zanjada en la presentación mesiánica de Jesús y su proyecto de Reino, distinto a la visión de los judíos de la época. Si Dios era Rey, no lo era como los de este mundo (Mt. 10, 43-45), y si la espada se utilizaba para conquistar, debía ser envainada porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán. (Mt. 26, 52)

La imagen del siervo sufriente, adoptada por Jesús, es el único camino para la consecución de los valores auténticos del Reino. El malvado, de frente al rostro sin apariencia humana (Isaías 53, 2) no tiene de otra más que verse identificado en el reflejo de inhumanidad y sentirse tocado por aquellos que sufren, aunque no se de en el mismo momento o incluso a largo plazo.

La redención del malvado se da en ese espiral de relaciones inhumanas, el criminal al verse confrontado con la paciencia y amor ágape (ἀγάπη) de la víctima, redescubre su propia humanidad perdida, y para completar la escena de misericordia, sucede algo impensable, la víctima muere perdonando, sus últimas palabras no son de venganza, ni de odio, sino de una profunda espiritualidad que viene concebida de la confianza en el Dios que resucita.

Por eso el autor de la doble obra neotestamentaria (Lucas y Hechos) presenta a Jesús perdonando (Lc. 23, 34) y al primer mártir imitando a su maestro (Hc. 7, 60). El libro de Hechos, que es un evangelio proyectado en la vida de los seguidores de Jesús, presenta como la persecución e incluso la muerte, se convierten en semillas de nuevos cristianos, como aseguraba Tertuliano (año 197), que de seguro se inspira en las palabras del Señor, cuando evoca la realidad de la semilla que cae en tierra y muere (Jn. 12, 24)

Yo he sido un convencido que el relato de la conversión de Pablo camino a Damasco es una respuesta “reflejo” del apóstol frente a los que el perseguía, Jesús se le presenta como el perseguido y el reconoce el rostro del Señor en todos aquellos que había enviado a la cárcel y hecho azotar.

Por eso es impensable que un cristiano asuma la violencia o la guerra, como una salida mediática para el conflicto del mundo de hoy, no se puede ni siquiera consentir en el pensamiento ideas que promuevan conflictos armados o “venganzas a propia mano”. Hace poco se viralizó una noticia acontecida en México de dos ladrones que se subieron a una combi (bus de transporte público) y uno de ellos fue presa de sus víctimas quienes le proporcionaron una golpiza que lo llevo finalmente a la muerte, mucha gente celebró enfáticamente el trágico acontecimiento, pero sin duda puede que los redimidos no haya sido los que se libraron del atraco sino el atracador, porque esa es la lógica ilógica de Dios, a quién no le podemos reprochar el modo de gobernar el mundo (Mt. 20, 1-16).

Y en Colombia, una gran parte de la población siente un odio visceral por los grupos armados al margen de la ley, muchos de ellos ni siquiera estuvieron en el fuego cruzado en los momentos más duros de la guerra, pero aún así existe en el imaginario colectivo una visión de “la muerte redentora” es decir, la idea que matando a los malos se logrará la paz, en el fondo la guerra nunca se irá porque quedarán los victimarios de los victimarios, es como un circulo de violencia de nunca acabar. Una tarea grande que se tiene en este país, que se profesa de mayoría cristiana, es ayudarles a redescubrir la humanidad de todos, incluso de los que se consideran malos, ya que muchos de ellos fueron reclutados siendo niños y no conocieron otra realidad más que la guerra.

En la película de Harry Potter y la orden del Fénix, sin pretender hacer apología de la “brujería” o cosa parecida, en un diálogo entre Harry y su padrino Sirius, él le recuerda que “las personas no se dividen en buenos y malos; todos tenemos luz y oscuridad en nuestro corazón. Lo importante es qué parte decidimos potenciar” o en la traducción latina “lo que importa son los caminos que tomamos”. Dicha escena puede concluir cuando al final de la película Sirius es asesinado y, en el recuerdo de la imagen de su padrino, Harry opta por perdonar a la asesina.

El mensaje de Jesús es contundente, perdonar a los que nos ofenden, orar por quienes nos persiguen e imitar al Padre que hace brillar el sol sobre justos e injustos (Mt. 5, 45). El cristianismo no puede seguir divido, entre los que son buenos y merecen premios temporales y los que son malos y deben ser rechazados por la comunidad, esa división, según los relatos Bíblicos, no se da sino hasta el juicio del Hijo del Hombre sobre el mundo (Mt. 14, 24; 25, 32), Él es el único con la autoridad de juzgar (Mt. 7, 2), además puede correrse el riesgo que todos los que se consideraron a sí mismos como trigo, resulten siendo cizaña, o que sean como el hijo mayor de la parábola, creyendo que por vivir en la casa del Padre estaba con su corazón embotado totalmente a su voluntad (Lc. 15, 11-32).

Estos postulados no implican un silencio frente a las injusticias o a la denuncia profética de las estructuras de muerte, al contrario, asumir la actitud del siervo sufriente, es una denuncia mucho más locuaz que las mismas palabras. Se contagia con un testimonio capaz de desenmascarar a los verdaderos “diablos” y llevar a los perversos a caminos de humanización.

Y esta tarea de humanización es bidireccional, en desarmar a los que se creen buenos y en convertir por la fuerza de la bondad interior a los que usan la violencia como instrumento de poder. Esta misión urge en un mundo donde crece el individualismo ateo y donde cada vez más crece una brecha entre, unos que se creen buenos y otros que son considerados como malos, en el fondo dicha brecha va a acompañada, no exclusivamente, en la división de estratos sociales.

Comprender ese misterio del Reino de Dios no es algo fácil; el Señor nos pone a prueba no en los momentos felices de nuestra vida, sino en los momentos límites, el que pierde su vida la ganará (Mt. 10, 37 ss), pero la religiosidad actual, se encuentra en crisis, la negación de los compromisos auténticos del cristianismo, ha llevado a un tipo de religiosidad peligrosa: con valores torcidos, con visiones híbridas de un espiritualismo medieval, un capitalismo salvaje y un consumismo individualista y deshumanizado. Al punto llegaremos a ser hombres y mujeres profundamente creyentes en un más allá vacío y en un más acá sin sentido.

Tendríamos que tener el valor de la mujer que vio a todos sus hijos morir y solo confiaba en la promesa de recuperarlos en la eternidad “Él, en su misericordia, les devolverá la vida y el aliento” (2 Mac. 7, 23)

A modo de conclusión, como afirmaba Hans Kung, en su obra Ser Cristiano, “cristianismo y humanismo no son polos opuestos; los cristianos pueden ser humanistas, y los humanistas, cristianos… el cristianismo sólo puede entenderse rectamente como humanismo radical” (Cfr. Pág. 29. Ed. 1977) Dicho humanismo no pone al ser humano como el centro del universo, dominando y controlando al resto de la creación, más bien pone al hombre al servicio del hombre, y ese servicio implica una integración con todo lo que lo rodea, cambiando el modo de estar el mundo y abriendo su corazón al Evangelio, capaz de hablar en medio de las tormentas del mundo de hoy y dar respuestas radicales frente a una sociedad relativa.

Solo hay dos caminos, el primero lleva a la Resurrección, pero dicho camino implica el sufrimiento y la cruz asumidos con valentía profética, y el segundo camino termina en el calvario, con las armas empuñadas y mirando una cruz vacía, con unos edictos de guerra sin sentido y un fratricidio que terminará con las vidas de todos los involucrados en el conflicto.

La muerte de los que siguen el camino de Jesús, hará brotar la esperanza en un mundo dividido, redimiendo y perdonando a los que persiguen.

Andrés Felipe Rojas Saavedra, CM

Fuente Fe Adulta

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Muere Pedro Casaldáliga, el profeta del Araguaia

Sábado, 8 de agosto de 2020
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A las 9:40 a.m. (hora de Brasilia), en la ciudad de Batatais, estado de São Paulo, Brasil

La misa fúnebre se celebrará en Batatais el 9 de agosto de 2020 a las 15.00 horas

El velatorio tendrá luhar en tres sitios: Batatais, Ribeirão Cascalheira y Sao Felix do Araguaia

La Prelatura de San Félix de Araguaia (Mato Grosso, Brasil), la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (Claretianos) y la Orden de San Agustín (Agustinos) anuncian la muerte de Monseñor Pedro Casaldáliga Pla, CMF, Obispo Emérito de la Prelatura de San Félix de Araguaia (Mato Grosso) y Misionero Claretiano, que falleció en este 8 de agosto de 2020 a las 9:40 a.m. (hora de Brasilia), en la ciudad de Batatais, estado de São Paulo, Brasil.

El velatorio tendrá lugar en tres lugares:

1 – En Batatais – SP

Pedro Casaldáliga, CMF, será velado el 8 de agosto de 2020, a partir de las 3 p.m. en la capilla del Centro Universitario Claretiano – Batatais, una unidad educativa dirigida por los Misioneros Claretianos, ubicada en la calle Dom Bosco 466, Castelo, Batatais, São Paulo, Brasil. Información: 16.3660-1777.

La misa fúnebre se celebrará en Batatais el 9 de agosto de 2020 a las 15.00 horas en la dirección antes mencionada y estará abierta al público en general. También se transmitirá en directo a través del enlace https://youtu.be/spto8rbKye0. El enlace estará abierto para que otros medios de comunicación lo transmitan.

2 – En Ribeirão Cascalheira – MT

El cuerpo del obispo Pedro Casaldáliga, CMF, será velado en el Santuario de los Mártires a partir del 10 de agosto, sin que se estime el tiempo de llegada del cuerpo. Información: teléfono 66 – 98420 – 2253 Fr.

3 – En São Félix do Araguaia – MT

El cuerpo de Dom Pedro Casaldáliga, CMF, será velado en el Centro Comunitario Tia Irene. El entierro será en São Félix do Araguaia.

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Pedro Casaldáliga, el obispo descalzo y el poeta de los que no cuentan

Este obispo descalzo y sin mitra, con el corazón lleno de nombres, nunca dejó de apoyar a todos los que hoy más le cantan, y que no dejarán que sus versos sean un futuro imposible

Nació a orillas del Llobregat, en una lechería de Balsanery en 1.928, en el seno de una familia católica. La Guerra Civil española le cogió en zona republicana, por lo que desde sus ocho años y hasta los once, el tiempo que duró la guerra, se confesaba en los establos y galerías, y ayudaba en misa a eucaristías de catacumba

São Felix do Araguaia, pequeño municipio del Mato Grosso de Brasil. Llega en 1.968 desde España junto con Manuel Luzón, CMF a fundar una misión católica, cuyos 150.000 kilómetros cuadrados de pastizales, florestas, selvas y ríos habitados por indios, pobres campesinos emigrados y peones de acarreo de los interminables latifundios agropecuarios fueron hechos Prelatura Apostólica

Ha muerto un referente religioso de nuestros días. El obispo emérito de São Félix do Araguaia ha fallecido a los 92 años. Aunque ya avisaba su larga enfermedad de Párkinson, con la que convivió durante muchos años el final llegó en el hospital de Batatais. A Pedro Casaldáliga le acompañan las causas que dieron sentido a su vida: Dios, los pobres, la tierra, los indígenas, los mártires… También su amplia obra poética y sus hermanos de la congregación a la que él pertenecía, los Misioneros Claretianos.

Era un religioso de una vida de oración muy profunda, de donde nace su ofrenda apostólica con la gente marginada. Un hombre insobornable, comprometido con el Evangelio. Y los suyos, su gente, han sido siempre los que nada pueden, los que no cuentan. Los que mueren-matados tantas veces antes de tiempo. Este obispo descalzo y sin mitra, con el corazón lleno de nombres, nunca dejó de apoyar a todos los que hoy más le cantan, y que no dejarán que sus versos sean un futuro imposible.

Pedro Casaldáliga nació a orillas del Llobregat, en una lechería de Balsanery en 1.928, en el seno de una familia católica. La Guerra Civil española le cogió en zona republicana, por lo que desde sus ocho años y hasta los once, el tiempo que duró la guerra, se confesaba en los establos y galerías, y ayudaba en misa a eucaristías de catacumba. Algunas veces tuvo que encubrir ante los milicianos el paradero de las monjitas de sus primeros años de escuela, o dar escondite a los desertores. Finalizada la guerra, le hizo saber a sus padres su deseo de ser sacerdote. Al año siguiente entró al seminario de Vic y entre conversaciones con sus superiores y visitas al sepulcro de San Antonio María Claret, llega a escribir en su diario que “se me despertó la vertiente última de mi vocación sacerdotal”. Sería misionero.

De sus años de formación, “podría decir lo que ya tantos otros han dicho”, pero el joven Pedro Casaldáliga ya sentía que el celo le abrasaba. Dicho con sus propias palabras “la definición que del Misionero Claretiano nos legara el Fundador pedía eso, un hombre que arde en caridad, que abrasa por donde pasa…”.

Sus primeros 16 años de claretiano en España 

Sabadell, durante seis años y Barcelona durante los tres siguientes supusieron un contacto con la realidad social española que fue determinante a la hora de modelar su estilo y la esencia de su ministerio sacerdotal. Alternó el mundo obrero con los Cursillos de Cristiandad, con la vida en comunidad, con clases en la escuela y horas en el confesionario. También como director de la Juventud Claretiana, donde atendía a los ‘descartados’ -como hoy diría el papa Francisco- por culpa del vicio, del dolor, de las migraciones o de la falta de trabajo. Y en medio de todo esto, es llamado para implantar los Cursillos en Guinea, “en la parte que aún era española”. A su regreso, escribió: “Ya llevaba para siempre en el corazón, confusamente, como un feto, África, el Tercer Mundo, Los Pobres de la Tierra y esa nueva Iglesia –La Iglesia de los pobres– que diríamos a partir del Concilio”.

A los 33 años, coincidiendo con el inicio del Concilio Vaticano II, recibe destino para ir a Barbastro, para ser formador de los seminaristas claretianos –pasó allí tres años– “bajo las sombras aún presentes de los cincuenta y un mártires hermanos de 1.936”, anota en su diario. A estas alturas, le llegó un nuevo encargo: ir a Madrid, a dirigir la centenaria revista cordimariana El Iris de Paz, a la que cambió el nombre por Iris, Revista de Testimonio y Esperanza.

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Dicho con sus propias palabras “la definición que del Misionero Claretiano nos legara el Fundador pedía eso, un hombre que arde en caridad, que abrasa por donde pasa…”

En torno a esta y otras actividades de Madrid se había fraguado un grupo de compañeros claretianos con quienes compartía la vida en total comunión –“compañeros del alma, compañeros de las horas decisivas, imprescindibles en el futuro: Fernando Sebastián, Teófilo Cabestrero, Maximino Cerezo, Santiago García, Rufino Velasco, etc…”–.

Seguidamente, hubo Capítulo General de renovación de la Congregación en 1.967 y Pedro fue elegido para participar en él como representante de la antigua Provincia de Aragón. De estos días, Pedro escribe: “El anuncio de la Palabra era nuestra misión en la Iglesia. Debíamos vivir el Vaticano II”. Y fue durante este Capítulo de renovación cuando fue enviado al Mato Grosso: “Yo –apunta Pedro en sus diarios– había conseguido, por fin, lo que había soñado y pedido y buscado, rabiosamente, durante todos los días de mi vida de vocación: las Misiones”.

América Latina será mi cruz definitiva 

São Felix do Araguaia, pequeño municipio del Mato Grosso de Brasil. Llega en 1.968 desde España junto con Manuel Luzón, CMF a fundar una misión católica, cuyos 150.000 kilómetros cuadrados de pastizales, florestas, selvas y ríos habitados por indios, pobres campesinos emigrados y peones de acarreo de los interminables latifundios agropecuarios fueron hechos Prelatura Apostólica por la Santa Sede en 1.969.

A Brasil llegó, cuenta él, “sin saber muy bien a dónde ni cómo, pero sintiendo que veníamos en misión. Y llegamos en pleno recrudecimiento de la dictadura militar y nos encontramos con una Iglesia de catacumbas con sus espléndidas minorías proféticas y la sangre corriendo”.

Pronto le salpicaría en su misión esa sangre que corría, y pronto le consagrarían obispo, el 24 de octubre de 1.971, día de San Antonio María Claret. Y ese mismo día publicó la carta pastoral Una Iglesia en la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social. Junto a la Doctrina de la Iglesia que incluía denunciar las injusticias en la evangelización, daba 80 páginas de testimonios con nombres, apellidos, lugares, haciendas y firmas.

Y comenzó a ser misionero-obispo bajo amenazas de muerte, hasta el punto de ver cómo moría asesinado el P. João Bosco Penido, SJ, vicario de la Prelatura. Amenazado, pues, por su fidelidad a la misión profética de vivir y anunciar testimonialmente el evangelio liberador de los excluidos y esclavizados por el inhumano sistema de vida y de poder vigentes “bajo la Ley suprema del revólver del 38”.

Nunca volvió a España, ni siquiera para el entierro de su madre. No abandonó la Misión porque no podía correr el riesgo de salir de Brasil. Es más, a los pocos meses de ser ordenado obispo, ya escribía: “esta es mi tierra en la Tierra. Este es mi pueblo. Por ella, con él, caminaré hacia la Patria”. El Gobierno había intentado expulsarlo del país en diversas ocasiones; en concreto, le incoaron cinco procesos de expulsión, pero la intercesión directa del Papa Pablo VI lo impidió. “Quien toca a Pedro, toca a Pablo”, tuvo que subrayar el Pontífice. Años más tarde, tras la visita ad limina con el Papa Juan Pablo II, el 21 de junio de 1.988, Casaldáliga afirmó: “creo en Pedro y su primado y estoy dispuesto a dar la vida por él”. Hablaron, entre otras cosas, de la injusticia que se da en Brasil, y su problemática social.

El trabajo pastoral de Casaldáliga y de su equipo se centró en las siguientes áreas: catequesis y celebraciones de la fe; educación; atención a la salud; y las reivindicaciones mayores como la defensa de los derechos humanos, la lucha por la tierra y la causa indígena.

En torno a 1.984 se le diagnostica la Enfermedad de Párkinson“el hermano Párkinson”, como él mismo se refiriera a ella–. Una enfermedad neurológica que afecta a los movimientos de la persona, causa lentitud de movimientos, rigidez muscular, y alteraciones en el habla y al escribir. Comienza a cumplir disciplinalmente los consejos médicos, lo que de alguna manera retarda, pero no detiene el avance de la enfermedad.

En el año 2.003 le llegó a Pedro el tiempo de renunciar al cargo de obispo. Su preocupación era la de la continuación de la caminhada pastoral. Esto le fue angustiando, sobre todo con la demora de la nunciatura, afectándole a su salud, cada vez más frágil. Finalmente, el 2 de febrero del 2.005 el Vaticano le aceptó la renuncia al gobierno pastoral de la Prefectura por mayoría de edad, nombrando obispo de São Felix do Araguaia a monseñor Leonardo Ulrich Steiner, de la Orden Franciscana. Dom Pedro continuó viviendo en la prelatura a partir de entonces, ya jubilado. Ex-mérito, como le definió un periodista poco familiarizado con el lenguaje eclesiástico, y que él siempre citaba como una broma.

Al final de sus años, muchos medios de comunicación estuvieron interesados en acercarse a Pedro, pero él se resistía a conceder entrevistas que hablaran de sí mismo: “Olvídense de mí y ocúpense de las causas que dan sentido a mi vida. Ellas permanecen”, argumentaba. La gente pasa. Las causas continúan y los días siguen dando que pensar.

Algunos Títulos y Premios otorgados a Mons.Pedro Casaldáliga, CMF.  

El escritor argentino, Adolfo Pérez Esquivel propuso para premio Nobel de la Paz de 1.989 al obispo claretiano Pedro Casaldáliga. “El motivo principal para lanzar la candidatura de Pedro –dice el escritor– es el trabajo realizado durante veinte años por este obispo en pro de la integración latinoamericana en defensa de los derechos de los indios pobres y de los trabajadores de la Amazonía brasileña”. Fue nuevamente propuesto en 1.991 y 1.992.

La fundación española Alfonso Comín le concedía el 28 de septiembre de 1.992 el Premio Internacional por “compartir desde 1.968 la vida de los indígenas y campesinos de esta parte del Amazonas defendiendo sus derechos y haciendo sentir su voz frente a la agresión que padecen contra su vida, su tierra y su cultura y por la solidaridad que mantiene con toda América Latina”.

En 1.993 fue propuesto candidato al Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. Al año siguiente, el actual Rey de España, Felipe VI, mencionó uno de sus poemas en el discurso de estos galardones. En 1.995, repite candidatura al Premio Príncipe de Asturias, esta vez optando al área de Comunicación y Humanidades.

En 1.999 la Fundación León Felipe, de España, le otorga el “Premio por los derechos humanos” con la siguiente argumentación: “Ante la globalización económica, que gratifica siempre a los más ricos y acaudalados, Pedro Casaldáliga ha universalizado el grito de los pobres por su liberación. Con su palabra profética y su presencia permanente entre los indígenas del Mato Grosso, Casaldáliga está siendo un acicate insobornable contra la injusticia y una llamada a la conciencia humana y cristiana sobre el valor y dignidad de la persona humana”.

En 2.006 recibe el Premio Internacional de Cataluña. Los miembros del jurado y el Presidente de la Generalitat, Pascual Maragall, viajan a Brasil para entregárselo. Es nombrado Hijo Predilecto de su Ciudad Natal en 1.985 y Doctor Honoris Causa por la Universidad Federal del Mato Grosso en 2.003 y por la Universidad de São Felix do Araguaia en el 2.006.

 Fuente Oficina de Prensa de los Claretianos

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Dolores Aleixandre: “Lo que añoramos y ansiamos recuperar es precisamente lo más corriente y cotidiano”

Martes, 5 de mayo de 2020
Comentarios desactivados en Dolores Aleixandre: “Lo que añoramos y ansiamos recuperar es precisamente lo más corriente y cotidiano”

amigos2-572x750De su blog Un grano de mostaza:

Lo que asombra es la discreta manera de hacerse próximo del Resucitado”

“La banalidad de los lugares comunes, el ‘Descanse en paz’ de las esquelas y necrológicas y su oferta de una eternidad dedicada fundamentalmente a descansar, resulta mínimamente estimulante”

“Lo que añoramos y ansiamos recuperar es precisamente lo más corriente y cotidiano: salir a la calle sin miedo, caminar con libertad, estrechar una mano, abrazar a alguien, sentir la calidez de la cercanía de los que queremos, mirarnos a los ojos en directo”

Si hemos aprendido, un poco más, a no separar a Dios de la vida misma, a no desear ninguna apoteosis fuera de nuestra vida cotidiana, estamos empezando a entender lo que es la Encarnación. Estamos, como Nicodemo, “naciendo de nuevo”

Tanto el imaginario sobre “vida eterna” como el de “resurrección” me han parecido siempre escasos, planos y poco atrayentes. Ya sé que voy a decir una barbaridad pero el políptico de la Adoración del Cordero Místico, de los hermanos Van Eyck, por muy obra de arte que sea,  no me inspira el más mínimo deseo de participación. Y en el otro extremo, el de la banalidad de los lugares comunes, el “Descanse en paz” de las esquelas y necrológicas y su oferta de una eternidad dedicada fundamentalmente a descansar, resulta mínimamente estimulante.

En cuanto a la “resurrección”, entiendo que es muy difícil encontrar lenguajes para hablar de ella y no hay más que ver los ensayos y tanteos de los autores del Nuevo Testamento a la hora de hablar de encuentros con el Resucitado. Entonces, nos dejamos llevar por nuestra tendencia a suplir lo que le falta a la discreción del lenguaje bíblico, y damos rienda suelta a nuestros deseos de grandiosidad.

En la Pascua del año pasado me llegó una presentación con el título: Apoteosis de la Resurrección. Me apresuré a mandarla sin abrir a la papelera, movida por el convencimiento de que, si algo está ausente en las apariciones del Resucitado tal como  las cuentan los evangelios, es precisamente la apoteosis. El diccionario de la RAE la define como “ensalzamiento de una persona con grandes honores y alabanzas”,  con sinónimos como “delirio, júbilo, frenesí, entusiasmo, enardecimiento, culminación, cúspide, homenaje o glorificación”. Pero, por más que busquemos algo de eso en los relatos pascuales (y cuánto nos gustaría, la verdad…), nos es imposible encontrar ni rastro de semejantes exaltaciones, resplandores, centelleos o arrebatos.

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Políptico de la Adoración del Cordero Místico. Hnos Van Eyck

A la hora de contar cómo conectaba el Resucitado con los suyos, lo que asombra es su discreta manera de hacerse próximo, de sorprenderles en sus trayectos habituales, de saludarles con el Shalom de cada día, de presentarse bajo las apariencias más comunes: un trabajador de parques y jardines, un transeúnte desinformado al que hay que poner al día de los últimos sucesos, un desconocido ocioso que pregunta desde la orilla qué tal va la pesca.

“Si hemos aprendido a no desear ninguna apoteosis fuera de nuestra vida cotidiana, estamos empezando a entender lo que es la Encarnación”

Todo reenvía a la vida ordinaria, a la Galilea de la cotidianidad más corriente y moliente pero iluminada ahora desde el interior por una secreta alegría. Lo definitivamente portentoso y extraordinario no es que Jesús diera de comer a cinco mil en el desierto, sino que preparara él mismo las brasas para que desayunaran los suyos. O que les preguntara otro día si les había sobrado algo del pez asado que acababan de comer. La maravilla no era haber hecho andar a un paralítico con la fuerza de su palabra, sino que Pedro, Juan y María de Magdala corrieran juntos a buscarle en la mañana de Pascua.

Y todo esto, ¿qué tiene que ver con la pandemia del coronavirus? Pues creo que mucho porque, junto a la desolación de tantas pérdidas, estamos descubriendo con asombro que lo esencial de nuestra vida resulta ser aquello que dábamos por supuesto y que no nos parecía importante. Lo que añoramos y ansiamos recuperar es precisamente lo más corriente y cotidiano: salir a la calle sin miedo, caminar con libertad, estrechar una mano, abrazar a alguien, sentir la calidez de la cercanía de los que queremos, mirarnos a los ojos en directo, citarnos con amigos para tomar unas cañas.

Si después de esta sacudida vamos identificando la presencia íntima de Dios en nuestra oscuridad diaria y en las existencias frágiles de los otros; si aprendemos a mirar realmente lo que tenemos delante, con su mezcla de alegrías, sorpresas, fracasos y preguntas; si nos asombramos de que amanezca un día más, de que haya brotes en las ramas de los castaños y de que el vecino del 3º salga de casa a las 5 de la mañana porque a las 6 empieza su turno como conductor de la EMT; si hemos aprendido, un poco más, a no separar a Dios de la vida misma, a no desear ninguna apoteosis fuera de nuestra vida cotidiana, estamos empezando a entender lo que es la Encarnación. Estamos, como Nicodemo, “naciendo de nuevo”.

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Resucitar es saberme vivo aquí y ahora

Jueves, 16 de abril de 2020
Comentarios desactivados en Resucitar es saberme vivo aquí y ahora

muerte_2221587851_14500335_667x375Del blog de Pedro Miguel Lamet:

Somos manifestación de lo inmanifestado

Llega la Pascua y con ella una cierta locura. Los discípulos se hacen un lío

No hay una prueba física, científica y racional de la resurrección. La gran experiencia definitiva de que Cristo ha resucitado es la transformación de aquel grupo de pescadores ignorantes y atemorizados,

En mi opinión los apóstoles despertaron por dentro, descubrieron que la muerte no existe, que desde siempre eran seres sin tiempo en el tiempo

Hoy abunda la noche, el miedo, las puertas tranqueadas, los corazones solitarios,

Resucitar es ver más, romper nuestros códigos, tocar la alegría del Ser. “El que cree en mi tiene vida permanente”. (Jn 5.25)

Ocurrió en la historia. Pero cualquier ser humano despierto pudo resucitar y podrá resucitar siempre, si entra por la contemplación iluminada en el no tiempo

Resucitar es descubrir que puedo volar, saberme vivo para siempre, en este momento aquí y ahora, sin depender de las arrugas, el paso del tiempo, el dolor y hasta la misma muerte.

Llega la Pascua y con ella una cierta locura. Los discípulos se hacen un lío. María de Magdala, la enamorada, no reconoce a Jesús a primea vista. Los de Emaús huyen atrapados por la murria. Tomás quiere meter su mano en la llaga del costado. Y en el centro la polémica de la tumba vacía, que tanto preocupará a los teólogos-

 No hay una prueba física, científica y racional  de la resurrección. La gran experiencia definitiva de que Cristo ha resucitado es la transformación de aquel grupo de pescadores ignorantes y atemorizados, cuyo líder ha sido ejecutado a las puertas de Jerusalén, la confluencia de sus testimonios. Jesús ahora atraviesa paredes, está y no está, despierta la duda o inflama el corazón.

La experiencia del resucitado, aunque se apoya en hechos históricos, requiere la fe o en cierto modo la mística. En mi opinión los apóstoles despertaron por dentro, descubrieron que la muerte no existe, que desde siempre eran seres sin tiempo en el tiempo, pertenecían a la explosión de luz que une lo creado con lo increado, manifestación de lo inmanifestado, y eso les cargó de comprensión y fuerza.

Hoy abunda la noche, el miedo, las puertas tranqueadas, los corazones solitarios, las tesis e ideas que dividen, el enfrentamiento agresivo de creyentes e increyentes e incluso de fieles entre sí, como siempre hubo, hasta ocasionar incluso guerras de religión. La resurrección ocurre en lo íntimo de cada conciencia y fuera de ella. De poco vale que se demuestre la autenticidad de la sábana santa o que se encuentre un papiro más antiguo para convencer de su verdad. Es una verdad a la vez histórica y metahistórica. Porque la mejor historia es la escrita con las vivencias de los hombres. Resucitar es ver más, romper nuestros códigos, tocar la alegría del Ser. “El que cree en mi tiene vida permanente”. (Jn 5.25)

Ocurrió en la historia. Pero cualquier ser humano despierto pudo resucitar y podrá resucitar siempre, si entra por la contemplación iluminada en el no tiempo. Y sin embargo no es un hecho sólo espiritual, sino también material en cuanto cualquier resucitado es capaz de transformar la materia, las injusticias, la dinámica del odio y el dolor, e incluso nuestra falsa sensación de morir. Desde esta perspectiva es un acontecimiento cósmico que disuelve todos nuestros miedos y angustias y que puede experimentar cualquier hombre que se abra a lo profundo del hombre.  Resucitar es descubrir que puedo volar, saberme vivo para siempre, en este momento aquí y ahora, sin depender de las arrugas, el paso del tiempo, el dolor y hasta la misma muerte.

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