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Con paz y alegría.

Lunes, 4 de mayo de 2020

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La Buena Noticia se convierte en mala noticia cuando es anunciada sin paz ni alegría. Todo el que proclama el amor de Jesús, que perdona y cura, con un corazón amargado es un falso testigo.

Jesús es el salvador del mundo. Nosotros, no. Nosotros estamos llamados a dar testimonio, siempre con nuestra vida y, en ocasiones, con nuestras palabras, de las grandes cosas que Dios ha hecho en favor de nosotros. Ahora bien, ese testimonio debe proceder de un corazón dispuesto a dar sin recibir nada a cambio.

Cuanto más confiemos en el amor incondicionado de Dios por nosotros, más capaces seremos de anunciar el amor de Jesús sin condiciones internas ni externas.

*

H. J. M. Nouwen,
Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999.

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Navidad ¿qué va a cambiar?

Miércoles, 25 de diciembre de 2019
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¡Una vez más: NAVIDAD!

¿Qué va a cambiar?

Nada, excepto tú.

Hazte luz y verás la Luz …

Todo está ahí.

No busques en otra parte el significado de este  acontecimiento-advenimiento.

La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.

El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.

Por tí, para crear con Dios y a  su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.

*

Maurice Zundel

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El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

        Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.

        Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

        Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de todos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

        Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad.

*

W. Pannenberg,
Presencia de Dios,
Brescia 1974, 119-120).

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¡¡¡En Adviento, regocíjate!!!

Lunes, 9 de diciembre de 2019
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211573-joven-reconociendo-la-grandeza-de-dios«Estén siempre alegres en el Señor,
les repitoy, estén alegres. El Señor
está cerca…
»
(Fil 4, 4)

En pleno tiempo de Adviento, un anuncio alto y claro para quienes somos Iglesia, la palabra que nos invita a alegrarnos, sin interrumpir la actitud de esperanza, ante la inminente manifestación de nuestro Señor. El regocijo y la esperanza se hacen, de aquí en adelante, la clave para disponerse en serio a vivir la Navidad.

No obstante, no siempre es fácil encontrar la palabra y gesto oportuno, que mueva al sincero regocijo, en los pasos cotidianos de la vida cristiana. A pie, por las calles, abriéndonos paso entre las muchas dudas y cuestionamientos, juicios y retos, carencias y debilidades; el regocijo parece a veces utopía, cuando tantas noticias desagradables nos invaden sin piedad:

¿Cómo podríamos regocijarnos sinceramente, en medio de tantos rostros hermanos que están llorando, víctimas del sufrimiento?

¿Cómo podría nuestro regocijo parecer sincero y adulto, en medio de tantas palabras hirientes, gestos culpabilizantes y acciones crueles de unos contra otros?

¿Cómo podemos regocijarnos de verdad, sin perder de vista la urgente necesidad de tomarnos en serio la misericordia y la solidaridad?

¿Cómo invitar reiteradamente a la humanidad al regocijo, sin que suene a cierto cinismo, ante las infamias y los crímenes de los que sin cesar somos testigos impotentes?

¿Cómo conseguir estar siempre alegres, aún en medio de la violencia y la tempestad?

¿Quién se atreve a invitar al regocijo, a quien sufre la depresión o le invade la angustia en la enfermedad de un ser querido, o sumergido en el duelo por la pérdida de alguien amado?

Sin embargo, no solamente es invitación seria y adulta, también es una respuesta inteligente ante lo que nos cuestiona. Hoy es importante invitar al regocijo. No es tonto ni ingenuo el regocijo del Adviento, cuando se mantiene humedecido con lágrimas, e impregnado de sudor. No es una burla, ni una salida fácil ante las consecuencias del pecado. Es una forma muy madura de hacer frente a la historia, con perdón y amor.

Por eso:

Regocíjate; Iglesia que estás en Adviento, esperando sin expectativas pero con esperanza, a tu Salvador, quien recrea tu vida y te ofrece felicidad plena.

Regocíjate, pueblo sacerdotal, porque a quien esperas es la razón de tu alegría más completa, y en la comunión a la que te invita, se encuentra tu fortaleza para seguir luchando por la paz y la justicia.

Regocíjate. No te digo regodéate. No engordes tus seguridades, ni intentes guarecer tus pertenencias. Muestra al mundo que, en realidad, no tienes tanto como parece, ni necesitas tanto como puedas obtener. Te basta con la diaria solidaridad.  Fortalece tu ánimo, fortaleciendo el ánimo de los demás.

Regocíjate, no por los bienes que poseas, porque aún sin necesidad de conseguir, tener y retener, vives nutrida por el gozo que viene de la presencia de tu Señor. Ni los privilegios, ni el poder te harían tan feliz como esa sonrisa, esbozada en la pobreza, ese abrazo, apretujado con afecto en el sufrimiento y esa bondad, que se consigue mantener, tenazmente, en la guerra

Reitero:

Regocíjate, aún en las situaciones más oscuras. Aún en el llanto y la soledad, en el fracaso y la injusticia; ahí precisamente, llena de gozo los huecos, ábrete paso sin darte por vencida.

Regocíjate, y mantén vivas las ascuas de la esperanza, que te den luz y abrigo aún en la más densa oscuridad. Encuentra tu fortaleza en la humildad, no intentes ocultar tu vergüenza, y pide perdón con sinceridad.

Regocíjate, y une tus manos; busca sin darte por vencida la unidad fraterna, aún en la diversidad. No temas a quienes piensen diferente, ni intentes eliminar a quienes puedan parecer amenazantes. Acógelos, como acoge tu Señor, y ofrece franco tu humano corazón. Colabora con las iniciativas en favor de la paz y la equidad.

Regocíjate, y viste de rosa tu liturgia sin pudor. Celebra desde la ternura y la debilidad, que en todo puede mucho, y sonríe francamente ante la humanidad. Que todas las personas, sea cual sea su identidad, su situación vital o su discurso ante la sociedad, encuentren en ti, un cálido y seguro hogar.

Regocíjate, porque son muchas las mujeres, consagradas y laicas, las madres y padres de familia, los jóvenes y ancianos, los diáconos, ministros y obispos; que siguen apostando por el Evangelio sincero y audaz.

En este tiempo de espera… ¡Regocíjate, de verdad!

Rogelio Cárdenas, msps

Fuente Fe Adulta

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“Oda a la alegría “, por Gabriel Mª Otalora

Martes, 9 de julio de 2019
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1081-1241709730bK5VDe su blog Punto de Encuentro:

Hazte fuerte en la alegría
porque es una fortaleza inexpugnable
(Epícteto)

Cuenta Paulo Coelho en uno de sus libros que una rosa soñaba día y noche con la compañía de las abejas, pero ninguna iba a posarse en sus pétalos. La flor, sin embargo, seguía soñando: durante sus largas noches, imaginaba un cielo donde volaban muchas abejas que se acercaban cariñosamente a besarla. Así aguantaba hasta el día siguiente, cuando volvía a abrirse con la luz del sol. Una noche, la luna, sabiendo de su soledad, le preguntó a la rosa:

-¿No estás cansada de esperar?

-Tal vez. Pero hay que seguir luchando.

-¿Por qué?

-Porque si no me abro, me marchito.

Y Coelho concluye con esta reflexión de su cosecha: “En los momentos en que la soledad parece aplastar toda la belleza, la única forma de resistir es continuar abiertos.” Resistir es la actitud, pero no de cualquier manera: abiertos a lo positivo, esperanzados, sensibles a los demás. La manera cristiana de afrontar cada día. La gente alegre de corazón no lo es porque le van las cosas bien sino por un determinado estado de ánimo con el que encara la existencia.

Sin celebraciones festivas a la vista ni un ambiente de alegría exterior, muchas personas tienen dificultades para ensanchar el corazón. Buscan con afán estímulos con los que contagiarse participando de bullicios festivos de donde sacar chispas de alegría. Al menos tenemos la suerte de vivir en un país con múltiples diversiones populares y manifestaciones sociales de todo tipo para sentir una alegría contagiosa. Pero bien sabemos las veces que depositamos en un evento la ilusión de alegrarnos sin que logremos soltar la tristeza interior aun participando activamente del jolgorio.

La alegría es mucho más que un sentimiento tan efímero y, sobre todo, tan condicionado por lo que sucede a nuestro alrededor. La pregunta de fondo es si la alegría es posible sin estímulos externos de por medio. ¿Solo cabe sentirnos alegres puntualmente, estimulados sobre todo a través del consumismo? La alegría interior es posible manifestada como un vivo sentimiento de ánimo que tiende siempre a salir fuera, contagiando a su alrededor sin estar sujeta necesariamente a cosas externas.

Depende mucho de cada persona, no es algo pasivo como la alegría del aficionado al fútbol que debe esperar a la victoria de su equipo. Se trata, en palabras de Erich Fromm, del esfuerzo interno necesario por desplegar nuestras mejores capacidades humanas, hasta que logramos activarla como expresión de nuestra vitalidad en marcha: cuando descubro algo nuevo, cuando supero una dificultad, cuando aprendo a convivir con ella, cuando ayudo a otra persona, cuando me quedo extasiado ante un bello amanecer… entonces experimento la alegría profunda, la del corazón.

Los problemas, las dificultades y los sinsabores agudizan la ansiedad y a veces nos empujan hacia conductas negativas contra nosotros mismos y contra los demás. Mediante la fuerza de voluntad somos bien capaces de superar la morbosa autocompasión y su influencia sobre nuestros sentimientos, que tanto daño hace en nosotros y en los demás al proyectarlos hacia fuera. Requiere esfuerzo, como todo lo que vale la pena. Decía el compositor Franz Liszt que si dejaba de tocar el piano un día, lo noto yo. Si dejaba de tocarlo tres días, lo notaba el público. Es las cosas pequeñas es donde se gestan muchas alegrías y tristezas.

La alegría es capaz de brotar en medio de los dolores. Ella no depende de las contrariedades sino de la actitud personal ante la vida misma. Pensemos un instante en la cantidad de personas ricas, guapas, exitosas que desconocen la alegría necesitando de todo tipo de estimulantes para hacer soportable la existencia. Podemos atrincherarnos en el dolor o podemos luchar para cambiarlo cuando exista alguna posibilidad; poner de nuestra parte para aceptar cuanto antes la realidad que no puede cambiarse para no perpetuar el sufrimiento. En nosotros está la capacidad de resistir relativizando, aceptándonos, queriéndonos. Y tomar la decisión de sonreír. Es lo que siempre hacen las grandes personas en la adversidad, quizá porque los que aman mucho sonríen con más facilidad.

Para disfrutar de la calidad de vida que proporciona la alegría que hace tan hermosa la existencia, es preciso trabajar el interior de cada persona, un día tras otro, como Liszt. Nos ayudaría mucho leer el Evangelio, no como un tratado de limitaciones, sino como una escuela de aprendizaje de alegría y plenitud caminando esperanzados tras Jesús.

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Alegría

Miércoles, 12 de junio de 2019
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La alegría es esencial en la vida espiritual. Si pensamos o decimos cualquier cosa de Dios y no lo hacemos con alegría, nuestros pensamientos y nuestras acciones serán estériles. Podemos ser infelices por muchas causas, pero podemos encontrar aún alegría, porque ésta procede de saber que Dios nos ama. Estamos inclinados a pensar que cuando estamos tristes no podemos estar contentos, pero en la vida de una persona que pone a Dios en el centro pueden coexistir el dolor y la alegría. No resulta fácil de comprender, pero cuando pensamos en alguna de nuestras experiencias más profundas, como asistir al nacimiento de un niño o a la muerte de un amigo, con frecuencia forman parte de la misma experiencia un gran dolor y una gran alegría, y descubrimos a menudo la alegría en medio del dolor.

Recuerdo los momentos más dolorosos de mi vida como momentos en los que he llegado a ser consciente de una realidad espiritual mucho más grande que yo, y que me permitía vivir mi dolor con esperanza.

Incluso me atrevo a decir: «Mi dolor fue el lugar en el que encontré mi alegría». La alegría no es cualquier cosa que simplemente nos sucede. Debemos elegir la alegría y seguir eligiéndola cada día. Se trata de una elección basada en el conocimiento de que pertenecemos a Dios y hemos encontrado en Dios nuestro refugio y nuestra salvación, y que nada, ni siquiera la muerte, nos lo puede arrebatar.

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H. J. M. Nouwen,
Vivere ne lo Spirito,
Brescia 1998\ pp. 17s

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Con alegría

Jueves, 21 de febrero de 2019
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Son cosas de los que ya somos mayores. Me he acordado hoy en misa, de la canción de los payasos: “Así planchaba, así, así”.

Y es que he sacado una escoba, un libro, un plato… Y ante ello, los niños ponían cara triste. Hay que trabajar con esos objetos

Al cambiar Jesús el agua en vino, he recordado que Jesús lo que hace es convertir la realidad, el quehacer duro, la vida rutinaria en alegría, en buen humor, en vino nuevo. Que dure la fiesta.

Es penosa la cantidad de personas que encontramos en la vida quejándose, lamentándose, sintiéndose mal. Es preciso realizar el signo de cambiar el agua de la rutina en vino de salvación.

Me encanta cuando recorro las casas del pueblo y oigo a las mujeres cantar mientras barren. Lo mismo que cuando veo a los obreros silbar mientras trabajan en la obra.

Hacer de la realidad una oportunidad gozosa. Da gusto cuando nos encontramos con personas felices en su quehacer. Si se trata de médicos, ya tienen los enfermos asegurada la mitad de la sanación.

Se me ha ocurrido muchas veces, y en alguna ocasión lo he realizado, dar el pésame al empezar la celebración de la eucaristía, porque las caras de las personas reflejan tristeza, seriedad…

Qué alegría siento cuando hay algún niño muy pequeño en misa y se escapa y sube al altar. Es una gozada. Ojalá hubiese muchos más niños. Puede ocurrir que las personas mayores no estemos alegres porque algo nos molesta o nos duele.

Podríamos usar la risa y la alegría como elementos para sanar a las personas. Podría el médico mandar a las personas acudir a la eucaristía como elemento para curarnos.

Que estamos pocos, pues fenomenal. Que somos mayores, estupendo. Los que participamos, podemos hacerlo con cara y corazón festivo. ¡Demos gracias al Señor nuestro Dios!

La alegría es fruto de la paz y de la serenidad. Aunque los problemas sean fuertes, tener un ánimo sereno y acoger la fuente de alegría que Jesús hace brotar en nuestro ser.

Me pregunto muchas veces “¿cómo podemos decir que anunciamos la Buena Noticia?” Algo falla pues no llega a las personas con esa frescura y gozo.

Igual es que las personas que participamos en las celebraciones, somos mayores y tenemos un carácter más bien serio. Ojalá la fuerza del Espíritu nos alegre y podamos decir sonriendo y cantar aquello de “así barría, así, así,… así barría, que yo la vi”.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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La Alegría

Viernes, 8 de febrero de 2019
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La alegría no es un estado espontáneo del hombre, sino el resultado de una concepción de la vida y una fatigosa conquista hecha posible por la gracia de Dios. Los enemigos de la alegría son más numerosos de lo que a primera vista podría parecer. El camino hacia la alegría requiere con frecuencia que abdiquemos de nuestros propios derechos, con la firme certeza de que arriba hay alguien que se preocupa de ellos y que los hará valer, pero del modo y en el momento que considere más oportuno.

La fe no elimina los obstáculos que el hombre encuentra en su camino, pero ayuda a superarlos a la luz de la paternidad de Dios. No se trata tanto de tener una simple visión superior de la realidad como de conseguir una profunda comunión con Dios, dejándonos ¡luminar por la fuerza penetrante de su Espíritu. La alegría cristiana es siempre una participación en la alegría de Dios. En medio de las sombras y de las oscuridades de la vida presente, el ánimo se eleva sobre las alas de la alegría para superarlas. El don de la vida, la alianza, la promesa, las bendiciones, la salvación, son «acontecimientos» que inundan el ánimo del creyente.

La seguridad de la alegría cristiana se fundamenta en el abandono en Dios-Padre, en la certeza de que Dios nos ama. Si cualquier «buena noticia vigoriza el cuerpo» (Prov 15,30), el Evangelio hace estremecerse al ánimo con una alegría inefable e inenarrable, porque anuncia no una simple doctrina consoladora, sino un acontecimiento real de salvación, que tiene su inicio en la alianza y concluye en la encarnación, en la resurrección y, finalmente, en el Reino de los Cielos. La alegría no es, para un cristiano, un simple sentimiento, sino una persona: Jesucristo.

Él ha muerto y resucitado por todos los hombres. Jesús, al remover la piedra del sepulcro, disipaba para siempre las tinieblas del mal y de la muerte y abría a todos las puertas de la bienaventuranza eterna.

*

F. Gioia,
El libro de la alegría,
Cásale Monf. 1997, pp. 201-206, passim.

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2018 ¡Canto de acción de gracias!

Lunes, 31 de diciembre de 2018
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imagesRetomamos este artículo de 2015, de Carmen Herrero, Fraternidad Monástica de Jerusalén,
Estrasburgo (Francia).

ECLESALIA.- 30/12/15.- El final el año es un tiempo importante para la acción de gracias, para agradecer a Dios, nuestro Padre, por todo cuanto hemos recibido, ya que todo don procede de Él. La gratitud a Dios y a los hermanos es la nobleza más profunda del ser humano. Quien no es agradecido, es como si una parte de su existencia quedase muerta, sin vida. Por algo, la palabra “gracias”, es una de las primeras que se nos enseña en nuestra infancia. Del agradecimiento nace la alegría, el júbilo. Quienes son agradecidos, en general, son personas alegres, que viven gozosas; porque la persona agradecida vive desde la sencillez y reconoce los dones recibidos; y también reconocen los valores de los hermanos, de los cuales se alegra y los hace propios.

¡Tenemos tanto que agradecer a Dios! Al finalizar el año, pararnos un momento es esencial; una necesidad interior para, desde el silencio orante, hacer memoria de los dones, gracias y bendiciones recibidas. Y por todo ello queremos simplemente decir: ¡Gracias, Padre! San Pablo insiste en sus cartas que seamos agradecidos. “Sed agradecidos” (Col. 3,15). “Dad gracias en todo momento” (1 Tesalonicenses 5,18). Y Jesús, da gracias al Padre constantemente: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado” (Jn 11, 41).

Nosotros, creatura amadas de Dios, queremos dar gracias por el don de la vida, el don del bautismo, el cual nos confiere la gracia de ser hijos de Dios, miembros de una misma Iglesia y hermanos en Cristo, más aún hermanos de todos.

Gracias por el don de la fe, sin la cual la vida carece de sentido; porque todo es diferente cuando se vive desde la fe. A la fe se une la esperanza y el amor, los tres “pilares” que dan consistencia, seguridad y estabilidad a nuestra vida cristiana, a nuestra vida humana y espiritual. Cuando alguno de estos “pilares” falta, nuestra vida se tambalea y se desestabiliza, porque le falta el verdadero cimiento que es la vida teologal. Gracias sean dadas al Espíritu Santo que en el bautismo nos infunde estas tres virtudes teologales.

Gracias sean dadas al Creador, porque todos los humanos somos iguales, seres creados por amor y para el amor. Esta realidad es la que debe de unirnos y ayudarnos a crear la fraternidad universal; por encima de las diferentes profesiones de fe y modos de vida. Gracias sean dadas a Creador por tantos hombres y mujeres que luchan y dan su vida para que la fraternidad universal sea una realidad en el aquí y ahora.

Gracias por el don de la familia, la primera escuela y maestra que nos va educando en los valores humanos y cristianos; enseñándonos a caminar en la vida, desde el amor, la responsabilidad, el respeto a los demás, la tolerancia, bondad y la libertad.

Gracias porque por encima de las religiones está el Dios que nos ama, nos salva y nos atrae sin cesar a él y a vivir los valores que él mismo ha inculcado en nuestro corazón: el amor, la misericordia, la compasión.

Gracias por el don de la amistad, por las personas que a lo largo y ancho de nuestro camino, se van entrecruzando en nuestra vida; personas tan distintas, unas de otras, como maravillosas; las cuales nos ayudan a caminar con ilusión renovada y gozo en el corazón. La primera y principal amistad es la de Jesús: “A vosotros os he llamado amigos” (Jn 15,15), Jesús nos ofrece sinceramente su amistad; y de esta amistad con Jesús nace y crece toda amistad.

¡Y cómo no agradecer al Padre el don de su propio Hijo! “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Y al Hijo, Jesús, que nos revela la ternura del Padre, y se entrega por amor, para salvarnos y llevarnos al Padre; ¡cómo no estar eternamente agradecidos por su entrega incondicional al plan de Dios para hacernos hijos en el Hijo e invitándonos a vivir en relación de intimidad con la Trinidad! Misterios que nos superar, y solamente podemos decir: ¡Gracias!

María, la madre de Jesús y nuestra madre, cantó su magníficat, su acción de gracias por las maravillas que Dios hizo en ella y con ella. Con María atrévete, tú también, a cantar las maravillas que Dios ha hecho en tu vida, nadie como tú las conoce. Sé sencillo, humilde y pequeño y reconoce los dones y gracias que Dios te ha dado. Atrévete a cantar tu propio magníficat, tu acción de gracias a Dios.

Vivir la acción de gracias al Padre en el Hijo por el Espíritu, significa vivir la vida en plenitud. Salir de tu pequeño mundo individualista egoísta, para abrazar con ternura la humanidad toda entera, así como nosotros somos abrazados por la Santísima Trinidad.

Dios, y Creador de todo y todos, al terminar este año 2015 queremos decirte Gracias: gracias por lo que somos y por lo que estamos llamados a ser, por cuantos dones nos has regalado y nos sigue regalando; gracias también por todo cuanto nos ha hecho gozar y sufrir; por aquello que no hemos comprendido y que queda envuelto en el misterio. También nos atrevemos a darte gracias por nuestras faltas, errores, omisiones, debilidades y hasta por nuestros pecados. Ellos nos muestran la realidad de nuestro ser de creaturas, seres imperfectos que estamos en camino hacia la perfección, hacia la santidad. Reconocemos que necesitados de tu perdón y salvación. Padre, bondad y misericordia ¡GRACIAS! Y en este año de la Misericordia, como hijos pródigos, nos dejamos estrechar entre tus brazos, poner el anillo, zapatos nuevos, el traje de gala, para festeja tu ternura y permanecer siempre en el hogar, en la intimidad de Hijos

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Navidad ¿qué va a cambiar?

Martes, 25 de diciembre de 2018
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¡Una vez más: NAVIDAD!

¿Qué va a cambiar?

Nada, excepto tú.

Hazte luz y verás la Luz …

Todo está ahí.

No busques en otra parte el significado de este  acontecimiento-advenimiento.

La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.

El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.

Por tí, para crear con Dios y a  su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.

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Maurice Zundel

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El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

        Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.

        Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

        Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de todos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

        Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad.

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W. Pannenberg,
Presencia de Dios,
Brescia 1974, 119-120).

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“Abrir caminos nuevos”. 2 Adviento – C (Lucas 3,1-6)

Domingo, 9 de diciembre de 2018
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02_adv_c-600x400Los primeros cristianos vieron en la actuación del Bautista al profeta que preparó decisivamente el camino a Jesús. Por eso, a lo largo de los siglos, el Bautista se ha convertido en una llamada que nos sigue urgiendo a preparar caminos que nos permiten acoger a Jesús entre nosotros.

Lucas ha resumido su mensaje con este grito tomado del profeta Isaías: «Preparad el camino del Señor». ¿Cómo escuchar ese grito en la Iglesia de hoy? ¿Cómo abrir caminos para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo podamos encontrarnos con él? ¿Cómo acogerlo en nuestras comunidades?

Lo primero es tomar conciencia de que necesitamos un contacto mucho más vivo con su persona. No es posible alimentarnos solo de doctrina religiosa. No es posible seguir a Jesús convertido en una sublime abstracción. Necesitamos sintonizar vitalmente con él, dejarnos atraer por su estilo de vida, contagiarnos de su pasión por Dios y por el ser humano.

En medio del «desierto espiritual» de la sociedad moderna, hemos de entender y configurar la comunidad cristiana como un lugar donde se acoge el Evangelio de Jesús. Vivir la experiencia de reunirnos creyentes, menos creyentes, poco creyentes e, incluso, no creyentes, en torno al relato evangélico de Jesús. Darle a él la oportunidad de que penetre con su fuerza humanizadora en nuestros problemas, crisis, miedos y esperanzas.

No lo hemos de olvidar. En los evangelios no aprendemos doctrina académica sobre Jesús, destinada inevitablemente a envejecer a lo largo de los siglos. Aprendemos un estilo de vivir realizable en todos los tiempos y en todas las culturas: el estilo de vivir de Jesús. La doctrina no toca el corazón, no convierte ni enamora. Jesús sí.

La experiencia directa e inmediata con el relato evangélico nos hace nacer a una nueva fe, no por vía de «adoctrinamiento» o de «aprendizaje teórico», sino por el contacto vital con Jesús. Él nos enseña a vivir la fe, no por obligación sino por atracción. Nos hace vivir la vida cristiana, no como deber sino como contagio. En contacto con el evangelio recuperamos nuestra verdadera identidad de seguidores de Jesús.

Recorriendo los evangelios experimentamos que la presencia invisible y silenciosa del Resucitado adquiere rasgos humanos y recobra voz concreta. De pronto todo cambia: podemos vivir acompañados por Alguien que pone sentido, verdad y esperanza en nuestra existencia. El secreto de toda evangelización consiste en ponernos en contacto directo e inmediato con Jesús. Sin él no es posible engendrar una fe nueva.

José Antonio Pagola

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¿Hay motivos para estar alegres? Domingo 2º de Adviento. Ciclo C.

Domingo, 9 de diciembre de 2018
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Preparad el camino al SeñorDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

“Preparad el camino al Señor…”

Vivo ahora mismo en Roma, en una comunidad internacional, y cuando se comenta la situación del propio país, desde Italia hasta Japón, pasando por la India, Francia, Estados Unidos, etc., es raro que alguien se muestre muy optimista. Nuestro mundo, el cercano de cada día, y el lejano, ofrece motivos de preocupación y tristeza. Y cuando un católico entra en la iglesia en los domingos de Adviento, la casulla morada del sacerdote parece confirmarle en su pesimismo.

Sin embargo, lo que intentan transmitirnos las lecturas de este domingo es alegría. La del profeta Baruc ordena expresamente a Jerusalén: “quítate tu ropa de duelo y aflicción”. Si el sacerdote que preside la eucaristía quisiese realizar una acción simbólica, al estilo de los antiguos profetas, podría quitarse la casulla morada y cambiarla por una blanca y dorada. También el Salmo habla de alegría: “la lengua se nos llenaba de risas, la lengua de cantares”; “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Pablo escribe a los cristianos de Filipos que reza por ellos “con gran alegría”. Y el evangelio recuerda el anuncio de Juan Bautista: “todos verán la salvación de Dios”. Las lecturas de este domingo no justifican que se suprima el Gloria, todo lo contrario. Hay motivos más que suficientes para cantar la gloria de Dios.

Primer motivo de alegría: la vuelta de los desterrados (Baruc 5,1-9)

Jerusalén, quítate tu ropa de duelo y aflicción, y vístete para siempre el esplendor de la gloria que viene de Dios. Envuélvete en el manto de la justicia que procede de Dios, pon en tu cabeza la diadema de gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu esplendor a todo lo que hay bajo el cielo. Pues tu nombre se llamará de parte de Dios para siempre: Paz de la Justicia y Gloria de la Piedad.

Levántate, Jerusalén, sube a la altura, tiende tu vista hacia el Oriente y ve a tus hijos reunidos desde oriente a occidente, a la voz del Santo, alegres del recuerdo de Dios.

Salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve traídos gloria, como un trono real. Porque ha ordenado Dios que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos, y colmados los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro bajo la gloria de Dios. Y hasta las selvas y todo árbol aromático darán sombra a Israel por orden de Dios. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con la misericordia y la justicia que vienen de él.

La lectura de Baruc recoge ideas frecuentes en otros textos proféticos. Jerusalén, presentada como madre, se halla de luto porque ha perdido a sus hijos: unos marcharon al destierro de Babilonia, otros se dispersaron por Egipto y otros países. Ahora el profeta la invita a cambiar sus vestidos de duelo por otros de gozo, a subir a una altura y contemplar cómo sus hijos vuelven “en carroza real”, “entre fiestas”, guiados por el mismo Dios.

¿Qué impresión produciría esta lectura en los contemporáneos del profeta? Sabemos que a muchos judíos no les ilusionaba la vuelta de los desterrados; había que proporcionarles casas y campos, y eso suponía compartir los pocos bienes que poseían. Otros, mejor situados económicamente, verían ese retorno como un punto de partida de un resurgir nacional.

Y esto demuestra la enorme actualidad de este texto de Baruc. A primera vista, hoy día Jerusalén es Siria, Iraq, tantos países de África que están perdiendo a sus hijos porque deben desterrarse en busca de seguridad o de trabajo. Pero también nosotros podemos identificarnos con Jerusalén y ver a esos cientos de miles de personas no como una amenaza para nuestra sociedad y nuestra economía, sino como hijos y hermanos a los que se puede acoger y ayudar en su desgracia.

Segundo motivo de alegría: la bondad de la comunidad (Filipenses 1,4-6.8-11)

Rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy; firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús.

Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el corazón de Cristo Jesús.  Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios.

Pablo sentía un afecto especial por la comunidad de Filipos, la primera que fundó en Macedonia. Era la única a la que le aceptaba una ayuda económica. Por eso, en su oración, recuerda con alegría lo mucho que los filipenses le ayudaron a propagar el evangelio. Y les paga rezando por ellos para que se amen cada día más y profundicen en su experiencia cristiana. La actitud de Pablo nos invita a pensar en la bondad de las personas que nos rodean (a las que muchas veces solo sabemos criticar), a rezar por ellas y esforzarnos por amarlas.

Tercer motivo de alegría: el anuncio de la salvación (Lucas 3,1-6)

En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios.

A diferencia de los otros evangelistas, Lucas sitúa con exactitud cronológica la actividad de Juan Bautista. No lo hace para presumir de buen historiador, sino porque los libros proféticos del Antiguo Testamento hacen algo parecido con Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc. Con esa introducción cronológica tan solemne, y con la fórmula “vino la palabra de Dios sobre Juan”, al lector debe quedarle claro que Juan es un gran profeta, en la línea de los anteriores. El Nuevo Testamento no corta con el Antiguo, lo continúa. En Juan se realiza lo anunciado por Isaías.

Juan, igual que los antiguos profetas, invita a la conversión, que tiene dos aspectos: 1) el más importante consiste en volver a Dios, reconociendo que lo hemos abandonado, como el hijo pródigo de la parábola; 2) estrechamente unido a lo anterior está el cambio de forma de vida, que el texto de Isaías expresa con las metáforas del cambio en la naturaleza.

Pero, a diferencia de los grandes profetas del pasado, Juan no se limita a hablar, exigiendo la conversión. Lleva a cabo un bautismo que expresa el perdón de los pecados. Se cumple así la promesa formulada por el profeta Ezequiel en nombre de Dios: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará”.

Las dos conversiones

¿Se podría mandar a una persona como penitencia estar alegre? Parece una contradicción. Sin embargo, las lecturas de este domingo y de todo el Adviento nos obligan a examinarnos sobre nuestra alegría y nuestra tristeza, a ver qué domina en nuestra vida. Es posible que, sin llegar a niveles enfermizos, nos dominen altibajos de cumbres y valles, momentos de euforia y de depresión, porque no recordamos que hay motivos suficientes para vivir con serenidad la salvación de Dios.

Al mismo tiempo, las lecturas nos invitan también a convertirnos al prójimo, acogiéndolo, amándolo, rezando por ellos.

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Elegir la Alegría.

Sábado, 19 de mayo de 2018
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La alegría es esencial en la vida espiritual. Si pensamos o decimos cualquier cosa de Dios y no lo hacemos con alegría, nuestros pensamientos y nuestras acciones serán estériles. Podemos ser infelices por muchas causas, pero podemos encontrar aún alegría, porque ésta procede de saber que Dios nos ama. Estamos inclinados a pensar que cuando estamos tristes no podemos estar contentos, pero en la vida de una persona que pone a Dios en el centro pueden coexistir el dolor y la alegría. No resulta fácil de comprender, pero cuando pensamos en alguna de nuestras experiencias más profundas, como asistir al nacimiento de un niño o a la muerte de un amigo, con frecuencia forman parte de la misma experiencia un gran dolor y una gran alegría, y descubrimos a menudo la alegría en medio del dolor.

Recuerdo los momentos más dolorosos de mi vida como momentos en los que he llegado a ser consciente de una realidad espiritual mucho más grande que yo, y que me permitía vivir mi dolor con esperanza.

Incluso me atrevo a decir: «Mi dolor fue el lugar en el que encontré mi alegría». La alegría no es cualquier cosa que simplemente nos sucede. Debemos elegir la alegría y seguir eligiéndola cada día. Se trata de una elección basada en el conocimiento de que pertenecemos a Dios y hemos encontrado en Dios nuestro refugio y nuestra salvación, y que nada, ni siquiera la muerte, nos lo puede arrebatar.

*

H. J. M. Nouwen,
Aquí y Ahora. Viviendo en el Espíritu,
Madrid, San Pablo, 1998 pp. 17s.

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Con paz y alegría

Martes, 24 de abril de 2018
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La Buena Noticia se convierte en mala noticia cuando es anunciada sin paz ni alegría. Todo el que proclama el amor de Jesús, que perdona y cura, con un corazón amargado es un falso testigo.

Jesús es el salvador del mundo. Nosotros, no. Nosotros estamos llamados a dar testimonio, siempre con nuestra vida y, en ocasiones, con nuestras palabras, de las grandes cosas que Dios ha hecho en favor de nosotros. Ahora bien, ese testimonio debe proceder de un corazón dispuesto a dar sin recibir nada a cambio.

Cuanto más confiemos en el amor incondicionado de Dios por nosotros, más capaces seremos de anunciar el amor de Jesús sin condiciones internas ni externas.

*

Henri M. Nouwen,
Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999.

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Tú eres la alegría de la vida.

Lunes, 9 de abril de 2018
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Del blog Pays de Zabulon:

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¡Cristo Tú eres la alegría y el consuelo de la vida!

Tú eres la alegría
porque das a mi vida su verdadero significado,
su dignidad, su seguridad.

Tú eres mi alegría porque Tú, también, Señor,
has sufrido, has sido pobre,
has trabajado con fatiga, y hasta Tú has sido puesto en la cruz.

Tú nos entiendes, Tú eres nuestro compañero, Tú eres nuestro consolador.

Jesús, Tú eres el defensor de la gente pobre,
¡Tú eres la esperanza de de quién es infeliz y sin ayuda!

Jesús, eres Tú quien nos hace hermanos,
quien nos da el sentido de la justicia,
quien nos hace fuertes en el sufrir, fuertes en el querer.

Jesús, eres Tú quien nos enseñas a amar.
Eres  Tú  quien nos da la paz,
la verdadera paz,
Con el pan para esta vida,
y con el pan para la vida eterna, mejor que ésta.

Eres Tú, Jesús el profeta de las bienaventuranzas.

 ¡Jesús eres la alegría de nuestra vida!

*

Pablo VI

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(Transcripción de Michel Cool de una homilía pronunciada en el atrio de la iglesia Santa Cecilia de Bogotá (Colombia), el 24 de agosto de 1968 – Publicado por Michel Cool en su cuenta de Facebook.

Foto : « on the road of EmmaUs » ppr André Durand

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Navidad… hagamos Familia, vivamos “todas” las familias…

Domingo, 31 de diciembre de 2017
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En este fin de año y a las puertas del nuevo que comienza…

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¡Una vez más: NAVIDAD!

¿Qué va a cambiar?

Nada, excepto tú.

Hazte luz y verás la Luz …

Todo está ahí.

No busques en otra parte el significado de este  acontecimiento-advenimiento.

La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.

El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.

Por tí, para crear con Dios y a  su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.

*

Maurice Zundel

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Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, [de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor“, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.”

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:

“Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.”

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.]

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

*

Lucas 2,22-40

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Todas las Familias

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El niño iba creciendo, lleno de sabiduría
(Lc 2, 22-40)

La familia la hacen las personas que la forman, su capacidad de quererse, de amarse, de perdonarse, de reconciliarse, de estar abiertas a compartir la vida con otros familias. La familia está cambiando. Es normal. Pueden cambiar las formas de establecerse los vínculos entre las personas. Puede cambiar el hecho de que todos vivan en la misma casa o que vivan separados. Pero al final, hay un vínculo clave en la familia: el amor. Ése es el vínculo que mantiene y mantendrá viva a la familia. Ése fue el vínculo que Jesús aprendió a valorar en su familia. Allí descubrió que es más fuerte incluso que los lazos de la sangre. Por eso, luego, más tarde, habló de Dios como el Padre, el Abbá que reúne a todos sus hijos en torno a la mesa común. Y para que entendiésemos la relación que nos une a Dios nos dijo que éramos sus hijos y él nuestro Padre.

Hoy nos toca a nosotros asumir la realidad concreta de nuestras familias, con sus luces y sus sombras, y seguir partiendo de ellas para construir el reino, la gran familia de Dios. Es nuestra responsabilidad fortalecer todo lo que podamos el vínculo del amor, que rompe las barreras de la sangre, de la raza, etc. y nos une a todos en una única familia. Hoy, como a Jesús, nos toca a nosotros encarnarnos en nuestra realidad concreta y construir la familia de Dios aquí y ahora.

Comunidad Anawin de Zaragoza

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Quietud

Sábado, 7 de octubre de 2017
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Del blog Nova Bella:

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“Invisible quietud. Brisa oreando

la melodía que ya no esperaba.

Es la iluminación de la alegría

con el silencio que no tiene tiempo”

*
Claudio Rodríguez

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No pares de sembrar estrellas, aunque a simple vista no se vean.

Domingo, 16 de julio de 2017
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Toda nuestra andadura por la tierra no consiste en otra cosa que en ser semejantes a Jesús, imagen del Padre, en estor cada vez más unidos a él. ¿Por qué hemos escuchado esta parábola del sembrador? Porque la comunión con el Señor es fruto de lo unión de lo fe, y la parábola del sembrador nos recuerda las exigencias preliminares de esa unión.

Jesús nos revela al Padre porque es lo Palabra y lo imagen del Padre. Nosotros únicamente podemos conocer al Hijo acogiendo su Palabra y creyendo en su nombre. Nuestros ojos no pueden abrirse y reconocerlo si previamente nuestro corazón no se transforma arde gracias a la escucha de lo Palabra, como les sucedió a los discípulos  de Emaus. Y esto solo es obra del Espíritu Santo, que es capaz de crear en los que perseveran “un corazón para entender, ojos para ver; oídos para oír” (Dt 29,3).

Esto significa que, para poder transfigurarnos a semejanza del Hijo amado, es necesario, sobre todo, escucharlo. Su luz mana para nosotros desde lo Palabra de Dios. Algo verificable en nuestras relaciones humanas si pasamos unos junto a otros sin decirnos nada, es el infierno; pero si desde el corazón se le dirige lo palabra al otro, que ha sido creado a imagen de Dios, esa palabra se convierte en luz, en una palabra de comunión. Nuestro Dios es luz porque es amor. Todo tiene su origen en aquella Palabra que es Jesús y que debemos escuchar, acoger y custodiar. Es la Palabra del Padre, que se convierte en luz para nosotros, despierta nuestra fe y abre los ojos de nuestro corazón.

La Palabra que nos dice: somos amados por él, nada podré separarnos de su amor y este amor esta destinado a transformar nuestra vida. Sí, si le escuchamos, respondiéndole en el silencio del corazón, seremos “luz” en la verdad de nuestras acciones. Podremos amar. Sin él no podemos nada, absolutamente nada, pero can la fuerza del Espíritu, sea cual sea el abismo de nuestra debilidad, nada es imposible. Arraigados en el Amor que es Dios, produciremos el único fruto auténtico del Espíritu: el fruto del amor .

*

J. Carbon,
La alegría del Padre, Magnano 1992 45—47.

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Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:

– “Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.”

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:

– “¿Por qué les hablas en parábolas?”

Él les contestó:

“A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.” ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.

 

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Mateo 13,1-23

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Imagen: El sembrador de estrellas, de  Alonso Ríos Vanegas (Ciudad Universitaria de Medellín, Colombia)

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Las alegrías humanas

Jueves, 8 de junio de 2017
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Del blog de la Communion Béthanie:

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“Si definitivamente has tomado partido por el Reino jugándotelo todo por él, no desprecias las alegrías humanas, las vives, las asumes, pero para ascenderlas a la misma altura de tu alegría sobrenatural. Y es ahí exclusivamente donde las alegrías humanas tienen la posibilidad de dar toda su medida. Y cuando las echas de menos, permaneces imperturbable, alimentado como estás de la alegría esencial que, ella, jamás sabría faltarte.”

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Maurice Zundel
Extracto de Aubes et lumières

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Francisco: “No sé cómo funciona esto, pero estoy seguro de que Cristo ha resucitado; yo apuesto sobre este mensaje”.

Martes, 25 de abril de 2017
Comentarios desactivados en Francisco: “No sé cómo funciona esto, pero estoy seguro de que Cristo ha resucitado; yo apuesto sobre este mensaje”.

jesus-vint-parmi-eux“Mira más allá, donde no hay un muro, sino un horizonte: tu pequeña piedra tiene su sentido en la vida”

¡Cristo Vive! La esperanza que parecía sepultada detrás de la Cruz, renace con más fuerza con la luz del Resucitado, pese a las calamidades, las injusticias, los descartes. Tras la intensa e impresionante Vigilia Pascual, en el interior de la basílica, el Papa Francisco presidió, en una abarrotada plaza de San Pedro, la tradicional Misa de Pascua, previa a la bendición “Urbi et Orbi”.

Tras la lectura del relato de la Resurrección, en latín y griego, y aunque no estaba previsto, Bergoglio se lanzó a una breve e impactante homilía, en la que pidió que la Resurrección de Jesús no se quede solo en las flores o en la magnificencia de celebraciones como la de esta mañana de aguacero en la plaza de San Pedro, sino que sirva para “encontrar un sentido en medio de tantas calamidades”. “No sé cómo funciona esto, pero estoy seguro de que Cristo ha resucitado, y yo apuesto sobre este mensaje”.

“Hoy, la Iglesia canta, grita, repite que Jesús ha resucitado. Que Pedro, Juan, las mujeres han ido al sepulcro y estaba vacío. Él no estaba”, comenzó el Papa. “Habían ido con el corazón cerrado por la tristeza de un fracaso. El Maestro, su maestro, aquel al que tanto amaban, había sido ajusticiado y muerto. Y de la muerte no se regresa. Este es el camino del fracaso del sepulcro”.

Pero, tras el anuncio del ángel, “y después de la confusión, el corazón cerrado… toda la jornada en el Cenáculo, encerrados, porque tenían miedo de que les sucediera a ellos lo mismo que a Jesús”. “La Iglesia no deja de decir, a nuestros fracasos, nuestros corazones cerrados y con miedo, ‘Párate, el Señor ha resucitado'”, recordó el Papa. “Pero si el Señor ha resucitado, ¿cómo suceden tantas desgracias? ¿Por qué tantas enfermedades, tráfico de personas, trata de personas, guerras, destrucción, mutilaciones, venganzas, odio?”, se preguntó.

En ese momento, relató cómo ayer llamó a un joven que padece una grave enfermedad. “Un chico culto, ingeniero. Le dije que no había explicaciones para lo que le sucedía, y que mirara a Jesús en la cruz: Dios ha hecho eso con su hijo. No hay otra explicación. Y él me respondió: ‘Sí, pero Dios preguntó a su hijo, y el hijo dijo que sí. Y a mí no me han preguntado si yo quería esto'”. “Esto nos conmueve: a ninguno de nosotros nos preguntan si estás contento con lo que sucede en el mundo, si estás dispuesto a llevar tu cruz. Pero la cruz sigue adelante”, reconoció el Papa. “Y a veces, la fe en Jesús se nos cae”.

“¿Para qué ha resucitado Jesús?”, clamó Francisco, dirigiéndose a la multitud, y al imponente escenario, tan bellamente decorado para la ocasión. “Esto no es una fiesta para tantas flores, esto es bonito, pero es mucho más. Es el misterio de la piedra descartada, que termina por ser el fundamento de nuestra existencia. Jesús ha resucitado, y en esta cultura del descarte, donde lo que no sirve se usa y se tira, esa piedra descartada es fuente de vida. Y nosotros también somos esas pequeñas piedras en esa tierra de dolor, con la fe en Cristo resucitado encontramos un sentido en medio de tantas calamidades”.

“El sentido de mirar más allá, donde no hay un muro, sino un horizonte, ahí está la vida, la alegría. Mira hacia adelante. No te cierres. Tu pequeña piedra tiene su sentido en la vida, porque eres parte de aquella gran piedra, que la malicia del pecado ha descartado”, reclamó el Papa.

Frente a tantas tragedias, cada uno de nosotros, “piedrecitas que creen que se unen a aquella piedra, no serán descartadas, tienen un sentido. Con este sentimiento, la Iglesia repite desde dentro del corazón, Cristo ha resucitado”.

“Pensemos cada uno de nosotros: hay problemas cotidianos, en las enfermedades que hemos vivido, que nuestros parientes han vivido, pensemos en las guerras, en las tragedias humanas. Y sencillamente, con voz humilde, sin flores, solos, delante de Dios, delante de nosotros mismos, no sé cómo funciona esto, pero estoy seguro de que Cristo ha resucitado, y yo apuesto sobre este mensaje”, culminó el Papa, pidiendo a todos “volver a casa, diciendo, en vuestro corazón, que Cristo ha resucitado”.

Jesús Bastante

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¿Colonia?

Lunes, 13 de marzo de 2017
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1433873134_059913_1433875457_album_normalEs costumbre que el miércoles de ceniza nos echen ceniza en la cabeza, como signo de  arrepentimiento.

Se  me ocurre hacer caso al papa Francisco e ir recreando nuestra fe y nuestras formas de vivir el cristianismo. En lugar de ceniza, vamos a echarnos colonia en la cabeza.

“Cuando ayunéis, no andéis cabizbajos, como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».

Me parece muy interesante que la Cuaresma sea un camino hacia la alegría y la Plenitud; hacia la Resurrección; un ensayo y un entrenamiento.

Muchas veces cantamos canciones terribles en esta época. Hoy no me supone nada de sacrificio el no comer carne, con lo rica que está la pesca, pero sí me supone compartir esa pesca o esa carne con otros.

Personalmente entiendo que será una cuaresma estupenda si vivo feliz y trato de transmitir esa felicidad a los demás. Y aunque parezca mentira, esto me lleva a vivir el esfuerzo para que la felicidad reine en el mundo.

¿No os parece que sería un ejercicio estupendo el intentar vivir la alegría, fruto de la reconciliación con Dios y con los demás?

Dios no está  enfadado ni ofendido. Y la experiencia de su amor salvador es lo que nos va  a cambiar.

Cuando nos sentimos pecadores, experimentamos la inmensa alegría y el abrazo del Padre Bueno que nos acoge y organiza una fiesta por todos nosotros.  Ese amor y esa alegría nos llevan a transmitir a todos los hermanos  empobrecidos, nuestros bienes, nuestra acogida, nuestro apoyo. No puede faltar nadie a la fiesta ya desde aquí.

Que cuando alguien vaya con nosotros o detrás, se note “ya está aquí el buen olor de Dios que  en toda persona y del hombre nuevo va surgiendo”. Se nota. Es Cuaresma.  Por algo nos dicen “convertios y creed la Buena Noticia”.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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