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Entradas Etiquetadas ‘Alegría’

Pascua II

Miércoles, 20 de abril de 2022
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Del blog Nova Bella:

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¡Alegraos!

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La gran alegría

Viernes, 18 de marzo de 2022
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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El hombre debe tomar su alegría tan en serio como se toma a sí mismo. Y ha de tener en sí mismo, en su corazón y en su Dios la certeza de haber sido creado para la alegría, incluso en el tiempo de la noche y de la prueba”.

“La vida de Dios se realiza dentro del hombre, en lo más íntimo de su interior. El hombre llega precisamente a ser él mismo allí donde se reconoce como el lugar en el que habita el Ser más alto y luminoso… y comprenda su propia vida como un chorro que brota del misterio de Dios. Solo esta clase de hombre será capaz del gran aliento, y ni el mundo ni la vida les serán deudores de nada… Volverá a sentir el resplandor de todas las cosas y estará ante ellas con respeto y cautela… Este hombre será el hombre de la gran alegría“.

La devoción y la alegría están íntimamente relacionados… El hombre corre siempre el peligro de quedar atascado en las duras experiencias que nos proporciona el destino, porque ya no es capaz de escuchar el mensaje interior de las cosas ni la íntima canción de los misterios“.

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Alfred Delp

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Navidad ¿qué va a cambiar?

Sábado, 25 de diciembre de 2021
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¡Una vez más: NAVIDAD!

¿Qué va a cambiar?

Nada, excepto tú.

Hazte luz y verás la Luz …

Todo está ahí.

No busques en otra parte el significado de este  acontecimiento-advenimiento.

La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.

El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.

Por tí, para crear con Dios y a  su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.

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Maurice Zundel

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El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

        Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.

        Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

        Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de todos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

        Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad.

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W. Pannenberg,
Presencia de Dios,
Brescia 1974, 119-120).

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“De oídas”. 2 Adviento – C (Lucas 3,1-6)

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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02_adv_c-600x400Hay personas que más que creer en Dios creen en aquellos que hablan de él. Solo conocen a Dios «de oídas». Les falta experiencia personal. Asisten tal vez a celebraciones religiosas, pero nunca abren su corazón a Dios. Jamás se detienen a percibir su presencia en el interior de su ser.

Es un fenómeno frecuente: vivimos girando en torno a nosotros mismos, pero fuera de nosotros; trabajamos y disfrutamos, amamos y sufrimos, vivimos y envejecemos, pero nuestra vida transcurre sin misterio y sin horizonte último.

Incluso los que nos decimos creyentes no sabemos muchas veces «estar ante Dios». Se nos hace difícil reconocernos como seres frágiles, pero amados infinitamente por él. No sabemos admirar su grandeza insondable ni gustar su presencia cercana. No sabemos invocar ni alabar.

Qué pena da ver cómo se discute de Dios en ciertos programas de televisión. Se habla «de oídas». Se debate lo que no se conoce. Los invitados se acaloran hablando del papa, pero a nadie se le oye hablar con un poco de hondura de ese Misterio que los creyentes llamamos «Dios».

Para descubrir a Dios no sirven las discusiones sobre religión ni los argumentos de otros. Cada uno ha de hacer su propio recorrido y vivir su propia experiencia. No basta criticar la religión en sus aspectos más deformados. Es necesario buscar personalmente el rostro de Dios. Abrirle caminos en nuestra propia vida.

Cuando durante años se ha vivido la religión como un deber o como un peso, solo esta experiencia personal puede desbloquear el camino hacia Dios: poder comprobar, aunque solo sea de forma germinal y humilde, que es bueno creer, que Dios hace bien.

Este encuentro con Dios no siempre es fácil. Lo importante es buscar. No cerrar ninguna puerta; no desechar ninguna llamada. Seguir buscando, tal vez con el último resto de nuestras fuerzas. Muchas veces, lo único que podemos ofrecer a Dios es nuestro deseo de encontrarnos con él.

Dios no se esconde de los que lo buscan y preguntan por él. Tarde o temprano recibimos su «visita» inconfundible. Entonces todo cambia. Lo creíamos lejano, y está cerca. Lo sentíamos amenazador, y es el mejor amigo. Podemos decir las mismas palabras que Job: «Hasta ahora hablaba de ti de oídas; ahora te han visto mis ojos».

José Antonio Pagola

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“Todos verán la salvación de Dios”. Domingo 5 de diciembre de 2021. 2º de Adviento

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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02advientoB2cerezoDe Koinonia:

Baruc 5, 1-9: Dios mostrará tu esplendor.
Salmo responsorial: 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Filipenses 1, 4-6. 8-11:  Que lleguéis al día de Cristo limpios e irreprochables.
Lucas 3, 1-6: Todos verán la salvación de Dios.

El tiempo de adviento es tiempo de esperanza y de apertura al cambio: cambio de vestido y de nombre (Baruc), cambio de camino (Isaías). Cambiar, para que todos puedan ver la salvación de Dios.

En un bello poema Baruc canta con fe jubilosa la hora en que el Eterno va a cumplir las promesas mesiánicas, va a crear la nueva Jerusalén, va a dar su salvación. Jerusalén es presentada como una “Madre” enlutada por sus hijos expatriados. Dios regala a Sión, su esposa, la salvación como manto regio, le ciñe como diadema la “Gloria” del Eterno. La Madre desolada que vio partir a sus hijos, esclavos y encadenados, los va a ver retornar libres y festejados como un rey cuando va a tomar posesión de su trono. Le da un nombre nuevo simbólico: “Paz de Justicia-Gloria de Misericordia”; es decir, Ciudad-Paz por la salvación recibida de Dios. Ciudad-Gloria por el amor misericordioso que le tiene Dios.

Haciéndose eco de los profetas del destierro, Baruc dice una palabra consoladora a un pueblo que pasa dificultad: “El Señor se acuerda de ti” (5,5). Ya el segundo Isaías se había preguntado: “¿Puede una madre olvidarse de su criatura? (…) pues aunque ella se olvide, yo no me olvidaré” (Is 49,15). El Dios fiel no se olvida de Jerusalén, su esposa, que es invitada ahora a despojarse del luto y vestir “las galas perpetuas de la Gloria que Dios te da” (5,1). Es la salvación que Dios ofrece para los que ama, de los que se acuerda en su amor.

¿Dónde está nuestro profetismo cristiano? El profeta no es un adivino, ni alguien que pre-dice los acontecimientos futuros. El profeta se enfrenta a todo poderío personal y social, habla desde el “clamor de los pobres” y pretende siempre que haya justicia. Obviamente le preocupa el futuro del pueblo, la situación sangrante de los pobres. Los profetas surgen en los momentos de crisis y de cambios para avizorar una situación nueva, llena de libertad, de justicia, de solidaridad, de paz.

La misión del profeta cristiano es cuestionar los “sistemas” contrarios al Espíritu, defender a toda persona atropellada y a todo pueblo amenazado, alentar esperanzas en situaciones catastróficas y promover la conversión hacia actitudes solidarias. Tiene experiencia del pueblo (vive encarnado) y contacto con Dios (es un místico), y de ahí obtiene la fuerza para su misión. Por medio de los profetas, Dios guía a su pueblo “con su justicia y su misericordia” (Bar 5,9). El profeta “allana los caminos” a seguir.

En el evangelio, al llegar la plenitud de los tiempos, el mismo Dios anuncia la cercanía del Reino por medio de Juan y asegura con Isaías que “todos verán la salvación de Dios” (Lc 3,6). Para el Dios que llega con el don de la salvación debemos preparar el camino en el hoy de nuestra propia historia.

Juan Bautista, profeta precursor de Jesús, fue hijo de un “mudo” (pueblo en silencio) que renunció al “sacerdocio” (a los privilegios de la herencia), y de una “estéril” (fruto del Espíritu). Le “vino la palabra” estando apartado del poder y en el contacto con la bases, con el pueblo. La palabra siempre llega desde el desierto (donde sólo hay palabra) y se dirige a los instalados (entre quienes habitan los ídolos) para desenmascararlos. La palabra profética le costó la vida a Juan. Su deseo profético es profundo y universal: “todos verán la salvación de Dios”. La salvación viene en la historia (nuestra historia se hace historia de salvación), con una condición: la conversión (“preparad el camino del Señor”). ¿Qué debemos hacer para ser todos un poco profetas?

La invitación de Isaías, repetida por Juan Bautista y corroborada por Baruc, nos invita a entrar en el dinamismo de la conversión, a ponernos en camino, a cambiar. Cambiar desde dentro, creciendo en lo fundamental, en el amor para “aquilatar lo mejor” (Flp 1,10). Con la penetración y sensibilidad del amor escucharemos las exigencias del Señor que llega y saldremos a su encuentro “llenos de los frutos de justicia” (1,11).

Esa renovación desde dentro tiene su manifestación externa porque se “abajan los montes”, se llenan los valles, se endereza lo torcido y se iguala lo escabroso (Bar 5,7). Se liman asperezas, se suprimen desigualdades y se acortan distancias para que la salvación llegue a todos. La humanidad transformada es la humanidad reconciliada e igualada, integrada en familia de fe: “los hijos reunidos de Oriente a Occidente” (Bar 5,5). Convertirse entonces es ensanchar el corazón y dilatar la esperanza para hacerla a la medida del mundo, a la medida de Dios. Una humanidad más igualitaria y respetuosa de la dignidad de todos es el mejor camino para que Dios llegue trayendo su salvación. A cada uno corresponde examinar qué renuncias impone el enderezar lo torcido o abajar montes o rellenar valles. Nuestros caminos deben ser rectificados para que llegue Dios.

Adviento es el tiempo litúrgico dedicado por antonomasia a la esperanza. Y esperar es ser capaz de cambiar, y ser capaz de soñar con la Utopía, y de provocarla, aun en aquellas situaciones en las que parece imposible.

Dejémonos impregnar por la gracia de este acontecimiento que se nos aproxima, dejemos que estas celebraciones de la Eucaristía y de la liturgia de estos días nos ayuden a profundizar el misterio que estamos por celebrar.

Unidos en la esperanza caminamos juntos al encuentro con Dios. Pero al mismo tiempo, Él camina con nosotros señalando el camino porque “Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su Gloria, con su justicia y su misericordia” (Bar 5,9).

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(5.12.21) Iglesia en Adviento: Por un futuro de comunión (Dom 2: Lc 3, 1-6)

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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XIR162374Juan Bautista de Andrei Rublev

Del blog de Xabier Pikaza:

Se ha extendido en algunos entorno un intenso pesimismo, centrado en los errores (pecados) de un tipo humanidad actual y en la falta de esperanza de futuro, como si este mundo estuviera condenado al fracaso, por pérdida de valores, violencia universal, pandemia sanitaria, de forma que algunos piensan que vamos a terminar matándonos todos (o cayendo en manos de grandes desastres apocalípticos).

Muchos afirman que no hay remedio, que esta humanidad no tiene hay futuro: Los hombres seguiremos enfrentándonos unos con otros, dominando de un modo dictatorial sobre el mundo y consumiendo sus recursos,  hasta terminar todos en un tipo de muerte sin remedio. En contra de eso, el evangelio de este domingo nos habla de esperanza de futuro: elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale…

Estas palabras marcan una gran utopía de comunicación (de amor mutuo, de esperanza),  partiendo del mensaje de Jesús, que se expresa como Adviento o venida de Dios. Así lo mostraré, formulando siete afirmaciones o tesis desde el evangelio:

Lucas 3, 1-6.

En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.

Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.”

INTRODUCCIÓN

El evangelio propone (en clave de fe y compromiso creyente) un ideal de comunicación (comunión) creadora (salvadora), ofreciéndonos la esperanza de que podremos superar el enfrentamiento a muerte que parece dominarnos, porque en el fondo de nuestra vida late la Vida de Dios, porque él viene y se expresa a través de nuestra comunicación humana, en clave de amor y de futuro, no de muerte.  En esa línea, creer en Dios significa creer en el futuro de la vida humana, en la transformación de nuestra vida: Podemos abajar los montes altivos, elevar los valles perdidos…

Esta es una hipótesis y tarea de fe, no un dato de la ciencia. Es un dogma religioso, algo que brilla y se acoge (recibe) por el mismo testimonio personal de los creyentes, noes afirmación que pueda demostrarse a nivel racionalista. Pero ella constituye, a mi entender, un elemento muy importante en la visión de la historia y en la concepción utópica de la racionalidad humana.

 – En contra del pesimismo de aquellos que hablan de anti-humanismo, caída de los valores occidentales y muerte del cristianismo, pienso que la evolución histórica de los últimos decenios resulta positiva, pues nos capacita para valorar el sentido y tareas de una comunicación verdadera entre los seres humanos.

El cristianismo, religión del amor por excelencia, debe sentirse a gusto en este tiempo (año 2021), pues la comunicación de amor constituye el centro de la utopía del evangelio. y esa utopía de Dios sigue alimentando de amor y de vida nuestra Vida (así con mayúscula, como vida de Dios en nosotros). Se ha venido diciendo que el progreso es el nuevo nombre del amor, otros han afirmado que el verdadero amor humano es la justicia. Sin negar eso, decimos que el amor cristiano es la comunicación integral, anunciada y vivida por Jesús.

No puede haber un renacimiento cristiano, entendido en el sentido de vuelta al pasado (de querer seguir siendo como en otros siglos).  Por eso, añado que el cristianismo no no debe volverse atrás. sino que debe crear en libertad nuevas formas de comunión gratuita,  en el conjunto de la humanidad, donde han influido, de forma directa o indirecta, elementos fuertes de la experiencia cristiana, incluso a través de la misma ilustración occidental. Ha muerto un tipo de cristiandad occidental y no podemos resucitarla. Pero la raíz del evangelio y la utopía de Jesús sigue viva y debe crear formas nuevas de comunicación.

 – La utopía de Jesús no es un “hecho objetivo”, cerrado, algo que está fuera de nosotros, como una realidad física inmutable, custodiada por un tipo de jerarquía legalista. Tampoco es una forma de comunicación marginal, sino la comunicación mesiánica: aquella que puede expresarse y expandirse en pura gratuidad, en apertura universal, ofreciéndonos una esperanza de futuro, de resurrección (porque Dios es Dios y porque ha resucitado a Jesús). En ese aspecto, el mensaje de Jesús debe estar siempre re-naciendo, ofreciendo utopía de vida y espacios de comunicación gratuita a los humanos.

SIETE TESIS O AFIRMACIÓN DE FE

1.Comunicación social y religiosa se encuentran implicadas. Desde el comienzo de la historia, los humanos han construido y entendido su realidad social en clave religiosa

 La esencia de la religión es la comunión de amor y vida (de perdón y de esperanza) entre los hombres y los pueblos. Allí donde hay amor mutuo y comunicación hay religión.  Por el contrario, son anti-religiosos (y anti-cristianos) los que niegan la comunicación, los que desprecian a otros, los que buscan cotos cerrados de verdad, de poder, de economía. Por mucho que se digan religiosos y cristianos, los que rompen la comunicación real entre hombres y pueblos (en plano afectivo y social, económico y político, en nombre de un gran estado o de un pequeño país, tribu o secta) son anti-religiosos, anticristianos.

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¿Hay motivos para estar alegres? Domingo 2º de Adviento. Ciclo C.

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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1D26B104-3B79-4CC5-91DB-34520A97F96EDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

“Preparad el camino al Señor…”

Las últimas noticias sobre la variante ómicron y otros muchos problemas a nivel mundial no invitan al optimismo. Sin embargo, lo que intentan transmitirnos las lecturas de este domingo es alegría. La del profeta Baruc ordena expresamente a Jerusalén: “quítate tu ropa de duelo y aflicción”. Si el sacerdote que preside la eucaristía quisiese realizar una acción simbólica, al estilo de los antiguos profetas, podría quitarse la casulla morada y cambiarla por una blanca y dorada. También el Salmo habla de alegría: “la lengua se nos llenaba de risas, la lengua de cantares”; “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Pablo escribe a los cristianos de Filipos que reza por ellos “con gran alegría”. Y el evangelio recuerda el anuncio de Juan Bautista: “todos verán la salvación de Dios”. Las lecturas de este domingo no justifican que se suprima el Gloria, todo lo contrario. Hay motivos más que suficientes para cantar la gloria de Dios.

Primer motivo de alegría: la vuelta de los desterrados (Baruc 5,1-9)

Jerusalén, quítate tu ropa de duelo y aflicción, y vístete para siempre el esplendor de la gloria que viene de Dios. Envuélvete en el manto de la justicia que procede de Dios, pon en tu cabeza la diadema de gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu esplendor a todo lo que hay bajo el cielo. Pues tu nombre se llamará de parte de Dios para siempre: Paz de la Justicia y Gloria de la Piedad.

Levántate, Jerusalén, sube a la altura, tiende tu vista hacia el Oriente y ve a tus hijos reunidos desde oriente a occidente, a la voz del Santo, alegres del recuerdo de Dios.

Salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve traídos gloria, como un trono real. Porque ha ordenado Dios que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos, y colmados los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro bajo la gloria de Dios. Y hasta las selvas y todo árbol aromático darán sombra a Israel por orden de Dios. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con la misericordia y la justicia que vienen de él.

La lectura de Baruc recoge ideas frecuentes en otros textos proféticos. Jerusalén, presentada como madre, se halla de luto porque ha perdido a sus hijos: unos marcharon al destierro de Babilonia, otros se dispersaron por Egipto y otros países. Ahora el profeta la invita a cambiar sus vestidos de duelo por otros de gozo, a subir a una altura y contemplar cómo sus hijos vuelven“en carroza real”, “entre fiestas”, guiados por el mismo Dios.

¿Qué impresión produciría esta lectura en los contemporáneos del profeta? Sabemos que a muchos judíos no les ilusionaba la vuelta de los desterrados; había que proporcionarles casas y campos, y eso suponía compartir los pocos bienes que poseían. Otros, mejor situados económicamente, verían ese retorno como un punto de partida de un resurgir nacional.

Y esto demuestra la enorme actualidad de este texto de Baruc. A primera vista, hoy día Jerusalén es Siria, Iraq, tantos países de África que están perdiendo a sus hijos porque deben desterrarse en busca de seguridad o de trabajo. Pero también nosotros podemos identificarnos con Jerusalén y ver a esos cientos de miles de personas no como una amenaza para nuestra sociedad y nuestra economía, sino como hijos y hermanos a los que se puede acoger y ayudar en su desgracia.

Segundo motivo de alegría: la bondad de la comunidad (Filipenses 1,4-6.8-11)

Rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy; firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús.

Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el corazón de Cristo Jesús.  Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios.

Pablo sentía un afecto especial por la comunidad de Filipos, la primera que fundó en Macedonia. Era la única a la que le aceptaba una ayuda económica. Por eso, en su oración, recuerda con alegría lo mucho que los filipenses le ayudaron a propagar el evangelio. Y les paga rezando por ellos para que se amen cada día más y profundicen en su experiencia cristiana. La actitud de Pablo nos invita a pensar en la bondad de las personas que nos rodean (a las que muchas veces solo sabemos criticar), a rezar por ellas y esforzarnos por amarlas.

Tercer motivo de alegría: el anuncio de la salvación (Lucas 3,1-6)

En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios.

A diferencia de los otros evangelistas, Lucas sitúa con exactitud cronológica la actividad de Juan Bautista. No lo hace para presumir de buen historiador, sino porque los libros proféticos del Antiguo Testamento hacen algo parecido con Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc. Con esa introducción cronológica tan solemne, y con la fórmula “vino la palabra de Dios sobre Juan”, al lector debe quedarle claro que Juan es un gran profeta, en la línea de los anteriores. El Nuevo Testamento no corta con el Antiguo, lo continúa. En Juan se realiza lo anunciado por Isaías.

Juan, igual que los antiguos profetas, invita a la conversión, que tiene dos aspectos: 1) el más importante consiste en volver a Dios, reconociendo que lo hemos abandonado, como el hijo pródigo de la parábola; 2) estrechamente unido a lo anterior está el cambio de forma de vida, que el texto de Isaías expresa con las metáforas del cambio en la naturaleza.

Pero, a diferencia de los grandes profetas del pasado, Juan no se limita a hablar, exigiendo la conversión. Lleva a cabo un bautismo que expresa el perdón de los pecados. Se cumple así la promesa formulada por el profeta Ezequiel en nombre de Dios: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará”.

Las dos conversiones

¿Se podría mandar a una persona como penitencia estar alegre? Parece una contradicción. Sin embargo, las lecturas de este domingo y de todo el Adviento nos obligan a examinarnos sobre nuestra alegría y nuestra tristeza, a ver qué domina en nuestra vida. Es posible que, sin llegar a niveles enfermizos, nos dominen altibajos de cumbres y valles, momentos de euforia y de depresión, porque no recordamos que hay motivos suficientes para vivir con serenidad la salvación de Dios.

Al mismo tiempo, las lecturas nos invitan también a convertirnos al prójimo, acogiéndolo, amándolo, rezando por ellos.

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5 de Diciembre de 2021. Segundo Domingo de Adviento. Ciclo C.

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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“…vino la Palabra de Dios sobre Juan.”

(Lc 3,1-6)

¡Anunciad!. Si este adviento empezaba con la invitación a levantarnos, a ponernos en pie y alzar la cabeza, ahora nos urge a anunciar.

Nos presenta a Juan Bautista, un personaje peculiar, de esos a los que uno se vuelve a mirar cuando te los cruzas por la calle. Así fue, una persona peculiar de las que Dios nos regala con una cierta frecuencia. Un inconformista valiente, de los que no se callan la verdad, le pique a quien le pique. Es más, de esos que se atreven a gritar verdades y por eso se buscan problemas.

Juan Bautista era de esas personas que se han dejado transformar y por eso la esperanza habita en ellas. Saben que la realidad está llena de posibilidades y de bondad y están convencidas de que todo ser humano es capaz de cambiar, que lo bueno es patrimonio de todos, “…todos verán la salvación de Dios”.

A sus ojos no existen los obstáculos: los caminos se pueden allanar, los valles se pueden elevar, los montes y las colinas pueden descender y hasta lo torcido se puede enderezar. Su confianza no tiene límites por eso atraen a otras personas.

Necesitamos “Juanes”.  Cada uno de nosotros podríamos intentar esta semana ser un poco “Juan Bautista”, lo de vestirse de piel de camello es opcional, pero llevemos allá donde vayamos un mensaje lleno de esperanza. ¡Que se nos note que la Palabra de Dios nos ha tocado el corazón!

Confiemos y que esa confianza se dilate, se contagie. Quien tiene fe, aunque esa fe sea pequeña como un granito de mostaza, si se agarra a esa fe pequeñita, ¡podrá mover montañas!

Oración

¡Anunciad! para que lo torcido empiece a enderezarse.
¡Anunciad! para que la esperanza reverdezca.
¡Anunciad! para que todos vean la salvación de Dios.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Juan fue todo un profeta, no solo el Precursor.

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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battistaDOMINGO 2º DE ADVIENTO  (C)

Lc 3,1-6

Las tres figuras de la liturgia de Adviento son: Juan Bautista, Isaías y María. El evangelio de hoy nos habla del primero. La importancia de este personaje está acentuada por el hecho de que hacía trescientos años que no aparecía un profeta en Israel. Al narrar Lc la concepción y el nacimiento de Juan antes de decir casi lo mismo de Jesús, manifiesta lo que este personaje significaba para las primeras comunidades cristianas. Para Lc la idea de precursor es la clave de todo lo que nos dice de él. Se trata de un personaje imprescindible.

Los evangelistas se empeñan en resaltar la superioridad de Jesús sobre Juan. Se advierte una cierta polémica en las primeras comunidades a la hora de dar importancia a Juan. Para los primeros cristianos no fue fácil aceptar la influencia del Bautista en la trayectoria de Jesús. El hecho de que Jesús acudiese a Juan para ser bautizado nos manifiesta que Jesús tomó muy en serio la figura de Juan y que se sintió atraído e impresionado por su mensaje. Juan tuvo una influencia muy grande en la religiosidad de su época. En el momento del bautismo de Jesús, él era ya muy famoso. A Jesús no le conocía nadie.

Es muy importante el comienzo del evangelio de hoy. Estamos en el c. 3, y curiosamente, Lc se olvida de todo lo que dijo en los capítulos 1 y 2. Como si dijera: ahora comienza, de verdad, el evangelio, lo anterior era un cuento. Intenta situar en unas coordenadas concretas de tiempo y lugar los hechos para dejar claro que no inventa los relatos. Hay que notar que el “lugar” no es Roma ni Jerusalén sino el desierto. También quiere significar que la salvación está dirigida a hombres concretos de carne y hueso y que esa oferta implica no solo al pueblo judío sino a todo el orbe conocido: “todos verá la salvación de Dios”.

Como buen profeta, Juan descubrió que para hablar de una nueva salvación, nada mejor que recordar el anuncio del gran profeta Isaías. Él anunció una liberación para su pueblo, precisamente cuando estaba más oprimido en el destierro y sin esperanza de futuro. Juan intenta preparar al pueblo para una nueva liberación, predicando un cambio de actitud por parte de Dios pero que dependería de un cambio de actitud en el pueblo.

Los evangelios presentan el mensaje de Jesús como muy apartado del de Juan. Juan predica un bautismo de conversión, de metanoya, de penitencia. Habla del juicio inminente de Dios, y de la única manera de escapar de ese juicio, su bautismo. No predica un evangelio -buena noticia- sino la ira de Dios, de la que hay que escapar. No es probable que tuviera conciencia de ser el precursor, tal como lo entendieron los cristianos. Habla de “el que ha de venir” pero se refiere al juez escatológico, en la línea de los antiguos profetas.

Para los evangelios, Jesús predica una “buena noticia”. Dios es Abba, Padre-Madre, que ni amenaza ni condena ni castiga, simplemente hace una oferta de salvación total. Nada negativo debemos temer de Dios. Todo lo que nos viene de Él es positivo. No es el temor, sino el amor lo que tiene que llevarnos hacia Él. Me pregunto por qué, después de veinte siglos, nos encontramos más a gusto con la predicación de Juan que con la de Jesús.

La verdad es que la predicación de Jesús coincide en gran medida con el mensaje de Juan. Critica duramente una esperanza basada en la pertenencia a un pueblo o en las promesas hechas a Abrahán, sin que esa pertenencia conlleve compromiso alguno. Para Juan, el recto comporta­miento personal es el único medio para escapar al juicio de Dios. Por eso coincide con Jesús en la crítica del ritualismo cultual y a la observancia puramente externa de la Ley.

Dios no tiene ni pasado ni futuro; no puede “prometer” nada. Dios es salvación, que se da a todos en cada instante. Algunos hombres (profetas) experimentan esa salvación según las condiciones históricas que les ha tocado vivir y la comunican a los demás como promesa o como realidad. La misma y única salvación de Dios llega a Abrahán, a Moisés, a Isaías, a  Juan o a Jesús, pero cada uno la vive y la expresa según la espiritualidad de su tiempo.

No encontramos la salvación que Dios quiere hoy para nosotros, porque nos limitamos a repetir lo ya dicho. Solo desde la experiencia personal podremos descubrir esa salvación. Cuando pretendemos vivir de experiencias ajenas, la fuerza de atracción del gozo inmediato acaba contrarrestando la programación. En la práctica, es lo que nos sucede a la inmensa mayoría de los humanos. El hedonismo es la pauta: lo más cómodo, lo más fácil, lo que menos cuesta, lo que produce más placer inmediato, es lo que motiva nuestra vida.

Más que nunca, necesitamos una crítica sincera de la escala de valores en la que desarrollamos nuestra vida. Digo sincera, porque no sirve de nada admitir teóricamente la escala de Jesús y seguir viviendo en el más absoluto hedonismo. Tal vez sea esto el mal de nuestra religión, que se queda en la pura teoría. Apenas encontraremos un cristiano que se sienta salvado. Seguimos esperando una salvación que nos venga de fuera.

Al celebrar una nueva Navidad, podemos experimentar cierta esquizofrenia. Lo que queremos celebrar es una salvación que apunta a la superación del hedonismo. Lo que vamos a hacer en realidad es intentar que en nuestra casa no falte de nada. Si no disponemos de los mejores manjares, si no podemos regalar a nuestros seres queridos lo que les apetece, no habrá fiesta. Sin darnos cuenta caemos en la trampa del consumismo. Si podemos satisfacer nuestras necesidades en el mercado, no necesitamos otra salvación.

En las lecturas bíblicas debemos descubrir una experiencia de salvación. No quiere decir que tengamos que esperar para nosotros la misma salvación que ellos anhelaban. La experien­cia es siempre intransferible. Si ellos esperaron la salvación que necesitaron en un momento determinado, nosotros tenemos que encontrar la salvación que necesitamos hoy. No esperando que nos venga de fuera, sino descubriéndola en lo hondo de nuestro ser y tenemos capacidad para sacarla a la superficie. Dios salva siempre. Cristo está viniendo.

El ser humano no puede planificar su salvación trazando un camino que le lleve a su plenitud como meta. Solo tanteando puede conocer lo que es bueno para él. Nadie puede dispensarse de la obligación de seguir buscando. No solo porque lo exige su progreso personal sino porque es responsable de que los demás progresen. No se trata de imponer a nadie los propios descubrimientos, sino de proponer nuevas metas para todos. Dios viene a nosotros siempre como salvación. Ninguna salvación puede agotar la oferta de Dios.

Es importante la referencia a la justicia, que hace por dos veces Baruc y también Pablo, como camino hacia la paz. El concepto que nosotros tenemos de justicia es el romano, que era la restitución, según la ley, de un equilibrio roto. El concepto bíblico de justicia es muy distinto. Se trata de dar a cada uno lo que espera, según el amor. Normalmente, la paz que buscamos es la imposición de nuestros criterios, sea con astucia, sea por la fuerza.

Meditación-contemplación

Vivir lo que vivió-experimentó Jesús,
ha hecho libres a muchísimas personas.
¿Te está ayudando a ti a alcanzar la libertad total?
Ese es el primer objetivo de tu existencia.
El segundo es ayudar con tu Vida a liberar a otros.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Juan Bautista.

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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Juan-Bautista-John-BaptistLc 3, 1-6

«Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego»

Juan era un profeta enfrentado al sistema; un hombre austero y exigente consigo mismo que recorría el Jordán invitando al pueblo a volver la espalda al pecado, a cumplir su parte de la Alianza con Dios, a la penitencia y al bautismo por inmersión. Se movía entre Enón (cerca de Salin) en Perea, y las inmediaciones de Jericó, en Judea, y allí acudía gente de toda Palestina a escucharle.

El gran éxito de Juan provenía del hecho insólito de abrir una puerta de salvación al pueblo llano y depauperado. A aquella chusma maldita —según expresión de los fariseos—, a los que todos despreciaban y condenaban de antemano, les decía que el Señor no les despreciaba; que también podían acceder al reino de Dios; que la salvación, en contra de lo que decían las autoridades religiosas, no estaba reservada a los selectos, sino a todos los que se convirtiesen arrepintiéndose de sus pecados.

Su enfrentamiento con las autoridades civiles tenía su origen en que Juan les hablaba con inusitada crudeza, denunciaba en público sus abusos y ponía de relieve sus vicios y corrupciones. También estaba amenazado por las autoridades religiosas, porque ofrecía la salvación al pueblo a través de un rito no sancionado por ellas, y en lugar profano; ajeno al Templo. La gente sagrada de Israel no podía permitir un hecho de estas dimensiones al margen de su omnímoda influencia.

En cualquier caso, su fama como profeta era formidable y crecía de día en día. Mucha gente de Jerusalén, de toda Judea e incluso de Galilea, salía al Jordán a escucharle y a ser bautizados por él.

Los cuatro evangelistas lo presentan como el precursor de Jesús, su heraldo, pero el discurso catastrofista de Juan —«ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles»— nada tiene que ver con el discurso de Jesús. Tampoco lo tiene su estilo de vida; ascético en el caso de Juan, y hasta cierto punto confortable en el de Jesús. Juan es el último de los profetas alarmistas propios del Antiguo Testamento, y Jesús es el portador de la Buena Noticia. Nada que ver.

No obstante, ambos tenían en común que fueron aceptados por el pueblo llano, y acosados hasta la muerte por los poderosos que no querían ver su modo de vida comprometido por la predicación de aquellos marginados. También tenían en común que su coherencia y su coraje los llevaron a la muerte.

Y ésta es una constante a lo largo de la historia. Dios esparce la palabra a boleo para que llegue a todos, pero solo es aceptada por los que se sienten necesitados de ella; por los insatisfechos, por los que desean mejorar y están dispuesto a cambiar. Es rechazada por los entendidos que se sienten seguros y no precisan de la Palabra de nadie; por los que se sienten satisfechos y quieren que todo siga como está.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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De vuelta a casa.

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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yousef-alfuhigi-bMIlyKZHKMY-unsplash-750x990“Casa” es el primer lugar donde nacemos, el hogar que se nos ha preparado con tanto mimo y cariño que nos va “constituyendo” y nos hace ser quienes somos, hasta que llega el momento de romper con todo ello para forjarnos nuestra propia casa, la que construimos con nuestro esfuerzo, con nuestros sueños, a veces lejos en todos los sentidos de nuestra casa original porque para crecer hay que separarse.

Puede ser que nuestra vida tenga poco movimiento físico, que vivamos en la misma ciudad donde nacimos, que conservemos amistades y relaciones durante muchos años, que sea lo más parecido a una rutina monótona en la que van pasando los días…y sin embargo el camino de la vida es un sendero tortuoso con muchas curvas, con grandes pendientes e interminables senderos llanos, sin árboles a los lados, sin perspectiva al frente muchas veces, un gran desierto con ansia siempre de regresar a “casa”.

Los cambios no vienen dados por las circunstancias que acontecen y nos “salpican” de una u otra manera, sino de la lectura que hacemos de eso que nos acontece y de la manera que reaccionamos a todo ello.

El pueblo de Israel nos precede en esa lectura de lo que le acontece como un pueblo que vive en diálogo con su Dios, que a raíz de las vicisitudes de la vida va entendiendo que su fidelidad y su amor son eternos, y que se hacen realidad en el deseo de que el pueblo viva en la justicia, en la paz, en el gozo. Sin embargo, la libertad, prima por encima de todo y es el pueblo mismo quien se busca su propio dolor, su propio sufrimiento cuando opta por el egoísmo, la violencia, la opresión de los más pequeños.

Esas vueltas cíclicas del luto y la aflicción al gozo y la celebración, de la opresión a la vuelta a casa en libertad, del esfuerzo físico y moral a la seguridad, la paz y la alegría de un pueblo que se sabe guiado, conducido por la justicia y la misericordia de Dios, no es únicamente patrimonio del pueblo de Israel, es más bien un “ir y venir” de un camino que se realiza en la historia del ser humano como individuo y también como colectivo.

Esa lectura de un Dios que interviene en la historia, es la lectura de quien se va dando cuenta de la trayectoria de madurez en su vida, de cómo va aprendiendo tanto de sus equivocaciones como de sus logros.

Eso que suena a promesa de Dios en un futuro incierto es más bien una llamada a ir realizando aquí y ahora ese ideal que vemos tan lejos y que es el que estamos llamados a construir piedra a piedra, día a día.

“Dios ha mandado rebajarse a todos los montes elevados y a todas las colinas encumbradas”. La Palabra de Dios nos relata cómo desde el principio la raza humana se ha creído superior al resto de la Creación y se ha encumbrado utilizando todos los recursos naturales para su propio beneficio. El camino que Dios elige es opuesto a nuestros sueños y delirios de grandeza. No aceptamos la pequeñez, el vivir en la intemperie, el ocupar nuestro puesto en un entramado de redes maravillosas de vida.

Adviento, “ad ventum”, venida, a- hacia… No rememoramos un pasado maravilloso ni esperamos un futuro glorioso. Estamos en un presente muy complicado, muy decisivo en lo que se refiere a la supervivencia del género humano.

Ahora, más que nunca, es imprescindible, no celebrar la Navidad como acontecimiento histórico, sino hacer realidad esa cercanía de Dios que busca “Paz en la justicia”, reunirnos de oriente y occidente para que rebajemos el uso de combustibles fósiles, que acojamos a quien deja su hogar y su “casa” por su propia supervivencia y la de los suyos, que cuidemos de la naturaleza que sabiamente nos enseña el equilibrio para que ella puede cuidar de nosotrxs.

Se nos llama a un cambio de conciencia de quienes somos y donde estamos. No es un cambio moral únicamente ni un cambio que pedimos a lxs poderosxs, a lxs ricxs; sabemos que ese cambio es muy difícil.

Dios viene hoy “hacia”, “a” nosotrxs en esa llamada a cuidar de la “casa común”. Esa casa a la que pertenecemos y a la que añoramos porque es el hogar que nos prepararon con tanto mimo y cuidado. Somos producto de su evolución. Esa es la buena obra que Dios ha empezado en cada unx de nosotrxs y que llevará al final si damos nuestro consentimiento.

No es lo que pasa, las circunstancias que rodean nuestra vida lo que nos condiciona sino la lectura que hacemos de ellas y las decisiones que tomamos las que nos convierten en quienes somos.

Dios viene hacia nosotrxs, nosotrxs vamos hacia Dios es sólo un lenguaje. Somos parte de un universo en constante evolución, nunca estamos fuera, ni nos desconectamos porque la Vida lo permea todo.

Este tiempo de adviento es una llamada a entrar en otro registro: desacelerar el paso, contemplar lo pequeño, lo insignificante, dejarnos envolver por el silencio, transformar por la Palabra y actuar según nos vaya hablando nuestra conciencia. Llegar a casa y abrir la puerta para dejar entrar a quien lo necesite.

Carmen Notario, SFCC

Fuente Fe Adulta

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Salvación.

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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A688BCB3-F8A9-4C8C-A251-9CF7A7224A65Domingo II de Adviento,

5 de diciembre de 2021

Lc 3, 1-6

Toda religión se presenta como una oferta de salvación; las diferencias se dan en el modo como la entienden. Con frecuencia, deudoras del momento histórico y del nivel de consciencia en el que nacen, la han entendido en clave heterónoma: el ser humano, definido por la carencia o/y la culpa (“pecado”), tenía que ser salvado “desde fuera” por un dios exterior.

Una lectura de ese tipo fácilmente produce alienación con respecto a ese “ser superior” del que se dependería en todo momento, a la vez que hace vivir en el temor de “no ser dignos” de aquella salvación y, en última instancia, bajo el peso, consciente o no, de una culpa que habría sido la causante de este estado de sufrimiento en el que nos encontramos.

Tal lectura se basa en un presupuesto incuestionado que define al ser humano como un yo particular. A partir de ahí, a ese yo la religión le promete “salvación”, es decir, superación de su estado de carencia y precariedad en la promesa de una vida plena tras la muerte.

Pero justamente ahí, en ese presupuesto, es donde radica el origen de la confusión. En la medida en que comprendemos que nuestra “identidad” no se reduce a nuestra “personalidad”, que nuestro yo particular es solo una forma concreta y temporal donde se está desplegando lo que realmente somos, todo aquel planteamiento se viene abajo.

La comprensión nos hace ver, por un lado, que no se trata de “salvar” o perpetuar el yo, sino, más bien al contrario, de liberarnos de (la identificación con) él. Y por otro, nos muestra que, en nuestra verdadera identidad, estamos ya salvados. Siendo así, ¿qué salvación habríamos de esperar?

Leída desde la mente (religiosa), tal afirmación podrá verse como muestra de un orgullo desmedido. Sin embargo, el sujeto de la misma no es el pequeño yo -que, aun en su carencia constitutiva, pretendiera no necesitar de nadie-, sino la presencia consciente que somos y que es -siempre ha sido- plenitud de vida.

¿En qué consiste, pues, la salvación? Simplemente, en caer en la cuenta, en reconocer lo que somos, desvelando la niebla que ocultaba nuestra verdadera identidad. Todo nace de la comprensión profunda.

 ¿Cómo entiendo la salvación?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Todos -todos- verán la salvación de Dios

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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8db8ca72-ec8f-4e6c-99db-da6188139fb7Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. 1.- Comienzo del evangelio de Lucas.

    Los relatos de la infancia de Jesús: nacimiento, Belén, el censo, la “no posada en Belén”, los pastores, el niño Jesús en el Templo, son relatos tardíos tanto los del evangelio de Lucas, como los de Mateo.

Muy probablemente el Evangelio de Lucas comenzaba con el texto que hemos escuchado hoy: con el marco socio político de Tiberio, Pilatos, Herodes, Lisanio, etc. y con la Palabra del Señor que viene sobre Juan Bautista en el desierto.

En esto Lucas se parecería a Marcos que comienza su evangelio con Juan Bautista en el río Jordán.

2.- 7 personajes 7

    El evangelio de hoy comienza mencionado a 7 personajes, paganos y judíos: Tiberio, Pilatos, Herodes, Felipe, Lisanio, Anás y Caifás. El número siete tiene un significado de totalidad. Lucas menciona la totalidad del poder político y económico en la historia de aquel tiempo, ¿El grupo 20G? Los 7 representan el contexto histórico político-religioso de aquel tiempo.

3.- La palabra viene sobre Juan y en el desierto.

    Juan Bautista era hijo de Zacarías, sacerdote del Templo, por lo que -siguiendo la tradición- Juan Bautista debería haber sido también sacerdote y debería haber vivido y servido en el Templo. Pues no, Juan Bautista se retira al desierto.

    Por otra parte, parecería lógico que la Palabra de Dios recayera en el Templo, quizás en los palacios de Tiberio, Herodes, Pilatos, quizás la Palabra podría sobrevenir en la Unversidad, en el parlamento, etc. Pues, tampoco. La Palabra viene a Juan Bautista en el desierto.

La Palabra le viene a Juan en la historia y para Juan Bta la historia es el desierto. En tiempos de aquellos poderosos, como los de hoy, Juan Bautista, recibe la Palabra en el desierto.

El desierto tiene hondas evocaciones para un creyente judío y cristiano:

El desierto evoca la experiencia fundamental del Éxodo: de la liberación. La vida muchas veces, probablemente siempre es un desierto.

El desierto es el silencio en la vida, que es donde podemos escuchar y acoger la Palabra: el amor de Dios, el sentido de la vida.

El desierto es vivir con lo esencial, allí no hay ruido, ni norias que entretengan al personal, ni luces de navidad, ni lujos. En la profundidad del silencio del desierto nos encontramos a nosotros mismos y a Dios. En el desierto se camina ligero de equipaje, sin consumismos, sin “black friday”, sin quincallería litúrgica.

La Palabra, la sensatez, el horizonte de la vida viene a nosotros en el desierto

4.- Desierto: camino éxodo y exilios

    La vida es un desierto, un Éxodo, también un Exilio. (En la “Salve” con un tono algo pesimista pero real, rezamos: los desterrados hijos de Eva).

    El profeta Baruc (1ª lectura) escribe a los judíos desterrados en el Exilio de Babilonia en el siglo VI a.C. Y les anima a no perder la esperanza: levántate y mira hacia Oriente, hacia la luz. Dios os rescatará … Dios os llenará de alegría.

    Tal vez también nosotros podemos sentirnos en el destierro, sea personal, socio-político, eclesiástico.  Posiblemente la única seguridad del desierto es el futuro, y en ese futuro todos verán la salvación de Dios.

5.-La historia humana está salvada: historia de salvación.

    Estamos en una historia de salvación, no de condenación.

    Juan Bautista es un hombre fuerte, y siendo un hombre enérgico, lo que anuncia es la salvación de Dios. Juan Bautista anuncia que  todos verán la salvación de Dios

Es una palabra de ánimo y esperanza. Sea cual sea la condición en que nos encontremos, sea cual fuere mi exilio: levántate, ten ánimo, confía en el señor (Salmo 27).

    El profeta Baruc anima a su pueblo y le anuncia un futuro mejor. Pueblo mío, levántate … quítate ya el luto … llegan la paz y la justicia … los valles y las montañas se igualarán y habrá un equilibro en la vida.

Seamos profetas de la paz, de la luz y de la vida

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Navidad… hagamos Familia, vivamos “todas” las familias…

Domingo, 27 de diciembre de 2020
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El Verbo se hizo hombre… se hizo clase…

*

JESÚS ADOLESCENTE EN EL TALLER DE JOSÉ.-John Everett Millais

En el vientre de María el Verbo se hizo hombre,

y en el taller de José, el Verbo se hizo clase...”

*

Pedro Casaldáliga

***

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, [de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: “Todo primogénito varón será consagrado al Señor“, y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

“Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.”

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:

“Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.”

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.]

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.

*

Lucas 2,22-40

***

Todas las Familias

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El niño iba creciendo, lleno de sabiduría
(Lc 2, 22-40)

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La familia la hacen las personas que la forman, su capacidad de quererse, de amarse, de perdonarse, de reconciliarse, de estar abiertas a compartir la vida con otros familias. La familia está cambiando. Es normal. Pueden cambiar las formas de establecerse los vínculos entre las personas. Puede cambiar el hecho de que todos vivan en la misma casa o que vivan separados. Pero al final, hay un vínculo clave en la familia: el amor. Ése es el vínculo que mantiene y mantendrá viva a la familia. Ése fue el vínculo que Jesús aprendió a valorar en su familia. Allí descubrió que es más fuerte incluso que los lazos de la sangre. Por eso, luego, más tarde, habló de Dios como el Padre, el Abbá que reúne a todos sus hijos en torno a la mesa común. Y para que entendiésemos la relación que nos une a Dios nos dijo que éramos sus hijos y él nuestro Padre.

Hoy nos toca a nosotros asumir la realidad concreta de nuestras familias, con sus luces y sus sombras, y seguir partiendo de ellas para construir el reino, la gran familia de Dios. Es nuestra responsabilidad fortalecer todo lo que podamos el vínculo del amor, que rompe las barreras de la sangre, de la raza, etc. y nos une a todos en una única familia. Hoy, como a Jesús, nos toca a nosotros encarnarnos en nuestra realidad concreta y construir la familia de Dios aquí y ahora.

Comunidad Anawin de Zaragoza

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Navidad ¿qué va a cambiar?

Viernes, 25 de diciembre de 2020
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¡Una vez más: NAVIDAD!

¿Qué va a cambiar?

Nada, excepto tú.

Hazte luz y verás la Luz …

Todo está ahí.

No busques en otra parte el significado de este  acontecimiento-advenimiento.

La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.

El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.

Por tí, para crear con Dios y a  su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.

*

Maurice Zundel

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El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

        Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.

        Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

        Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de todos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

        Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad.

*

W. Pannenberg,
Presencia de Dios,
Brescia 1974, 119-120).

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Elegir la alegría

Miércoles, 28 de octubre de 2020
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Del blog de Henri Nouwen:

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“Debe sonar extraño decir que la alegría es fruto de nuestra elección. Con frecuencia nos imaginamos que hay personas más afortunadas que otras y que su alegría o su tristeza depende de las circunstancias de la vida, las cuales quedan fuera de nuestro control. Y, sin embargo, elegimos; no tanto las circunstancias de nuestra vida cuanto la manera de responder a estas circunstancias. Dos personas pueden ser víctimas de un mismo accidente. Para uno, este se convierte en fuente de resentimiento; para otro, en fuente de agradecimiento. Las circunstancias externas son las mismas, pero la elección de la respuesta es completamente distinta. Hay gente a la que se le agria el carácter cuando se van haciendo mayores. Otros, en cambio, envejecen con gozo. Esto no significa que la vida de aquellos cuyo carácter se va amargando haya sido más dura que la vida de los que viven contentos. Significa que se han hecho opciones diferentes, opciones íntimas, opciones del corazón.”

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Henri J. M. Nouwen
en el libro “Aquí Y Ahora”.

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Alegría

Sábado, 10 de octubre de 2020
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La alegría que experimentamos por nosotros mismos –sin esa perspectiva moralizante que nos es tan familiar- nos la transmite el libro de Qohélet. El autor de este libro intenta unir la filosofía popular griega con la sabiduría judía. Pone en tela de juicio algunos dogmas judíos; por ejemplo, el dogma según el cual «hacer el bien trae siempre fortuna y una larga vida, y hacer el mal lleva al infortunio y a una muerte prematura».

La realidad es diferente. Qohélet nos invita a alegrarnos de la vida y a gozar plenamente de las alegrías del momento. Cuando recibimos alegrías, debemos pensar que es Dios quien nos las envía (9,7-9). Qohélet no está lleno de euforia. Sabe que todo esto no es más que un suspiro de viento, que el ser humano no puede encontrar la paz ni en el éxito ni en la propiedad.

Sabe que, pasadas las alegrías, vendrán los tiempos de la tristeza (3,1 Iss), pero, cuando Dios nos concede la alegría, debemos acogerla agradecidos y gozar de ella con plena conciencia.

La conciencia de ser pecadores no debe inducirnos sólo a dar vueltas como penitentes que se reprochan constantemente haberlo hecho todo de manera equivocada y no merecer el amor de Dios. Jesús empieza su predicación diciendo: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios» (Mc 1,15). Nos ofrece la plenitud de la vida. Cuando Dios está cerca y cuando nosotros nos encontramos cerca de Dios, entonces nuestra vida se encuentra en orden, se llena de una alegría nueva. Por eso cuenta Lucas en su evangelio que allí donde estaba Jesús reinaba la alegría. Allí donde estaba Jesús no había ni un mísero sentido de penitencia, ni de autodevaluación, ni de autoacusación, sino que se advertía el ofrecimiento de una nueva posibilidad de vida, que la libertad y la alegría podían determinar nuestra vida.

*

Anselm Grün,
Recuperar la propia alegría,
Verbo Divino, Estella 1999

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Alegría

Martes, 14 de julio de 2020
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Libre significa: alegre y afectuosamente, sin temor y de modo abierto, dando gratuitamente lo que hemos recibido de manera gratuita, sin aceptar compensaciones, premios o gratitud.

La alegría debería ser uno de los aspectos principales de nuestra vida religiosa. Quien da con alegría da mucho. La alegría es el signo distintivo de una persona generosa y mortificada que, olvidándose de todas las cosas y hasta de sí misma, busca complacer a Dios en todo lo que hace por los hermanos. A menudo es un manto que esconde una vida de sacrificio, de continua unión con Dios, de fervor y de generosidad.

«Que habite la alegría en vosotros», dice Jesús. ¿Qué es esta alegría de Jesús? Es el resultado de su continua unión con Dios cumpliendo la voluntad del Padre. Esa alegría es el fruto de la unión con Dios, de una vida en la presencia de Dios. Vivir en la presencia de Dios nos llena de alegría. Dios es alegría. Para darnos esa alegría se hizo hombre Jesús. María fue la primera en recibir a Jesús: «Exulta mi espíritu en Dios mi salvador». El niño saltó de alegría en el seno de Isabel porque María le llevaba a Jesús. En Belén, todos estaban llenos de alegría: los pastores, los ángeles, los reyes magos, José y María. La alegría era también el signo característico de los primeros cristianos. Durante la persecución, se buscaba a los que tenían esta alegría radiante en el rostro. A partir de esta particular alegría veían quiénes eran los cristianos y así los perseguían.

San Pablo, cuyo celo intentamos imitar, era un apóstol de la alegría. Exhortaba a los primeros cristianos a que «se alegraran siempre en el Señor». Toda la vida de Pablo puede ser resumida en una frase: «Pertenezco a Cristo. Nada puede separarme del amor de Cristo, ni el sufrimiento, ni la persecución, nada. Ya no soy yo quien vivo, sino Cristo quien vive en mí». Esa es la razón de que san Pablo estuviera tan lleno de alegría.

*

Madre Teresa,
Meditaciones espirituales,
Milán, 30ss

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No pares de sembrar estrellas, aunque a simple vista no se vean.

Domingo, 12 de julio de 2020
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Toda nuestra andadura por la tierra no consiste en otra cosa que en ser semejantes a Jesús, imagen del Padre, en estor cada vez más unidos a él. ¿Por qué hemos escuchado esta parábola del sembrador? Porque la comunión con el Señor es fruto de lo unión de lo fe, y la parábola del sembrador nos recuerda las exigencias preliminares de eso unión. Jesús nos revela al Padre porque es lo Palabra y lo imagen del Padre. Nosotros únicamente podemos conocer al Hijo acogiendo su Palabra y creyendo en su nombre. Nuestros ojos no pueden abrirse y reconocerlo si previamente nuestro corazón no se transforma arde gracias a la escucha de lo Palabra, como les sucedió a los discípulos  de Emaus. Y esto solo es obra del Espíritu Santo, que es capaz de crear en los que perseveran “un corazón para entender, ojos para ver; oídos para oír” (Dt 29,3). Esto significa que, para poder transfigurarnos a semejanza del Hijo amado, es necesario, sobre todo, escucharlo. Su luz mona para nosotros desde lo Palabra de Dios. Algo verificable en nuestras relaciones humanas si pasamos unos junto a otros sin decirnos nada, es el infierno; pero si desde el corazón se le dirige lo palabra al otro, que ha sido creado a imagen de Dios, esa palabra se convierte en luz, en una palabra de comunión. Nuestro Dios es luz porque es amor. Todo tiene su origen en aquella Palabra que es Jesús y que debemos escuchar, acoger y custodian Es la Palabra del Padre, que se convierte en luz para nosotros, despierta nuestra fe y abre los ojos de nuestro corazón. La Palabra que nos dice: somos amados por él, nada podré separarnos de su amor y este amor esta destinado a transformar nuestra vida. Sí, si le escuchamos, respondiéndole en el silencio del corazón, seremos “luz” en la verdad de nuestras acciones. Podremos amar. Sin él no podemos nada, absolutamente nada, pero can la fuerza del Espíritu, sea cual sea el abismo de nuestra debilidad, nada es imposible. Arraigados en el Amor que es Dios, produciremos el único fruto auténtico del Espíritu: el fruto del amor.

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J. Carbon,
La alegría del Padre,
Magnano 1992 45—47.

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Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:

– “Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.”

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:

– “¿Por qué les hablas en parábolas?”

Él les contestó:

“A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.” ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.

 

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Mateo 13,1-23

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Imagen: El sembrador de estrellas, de  Alonso Ríos Vanegas (Ciudad Universitaria de Medellín, Colombia)

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Gerardo Villar: En la alegría y el dolor.

Sábado, 11 de julio de 2020
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Chaplain Bill Simpson talks with a patient in the emergency room at SSM Health St. Anthony Hospital in Shawnee, Okla, April 23, 2020, amid the coronavirus pandemic. Officials at the Archdiocese of St. Paul and Minneapolis are assembling a team of priests to be trained for a ministry for patients sick with the coronavirus. (CNS photo/Nick Oxford, Reuters) See COVID-MINISTRIES-PRIESTS May 7, 2020. Capellán Bill Simpson  (CNS photo/Nick Oxford, Reuters)

En los diversos grupos en los que hemos revisado la época pasada y las consecuencias del coronavirus hay un clamor general de gratitud y de ver lo positivo que ha sido el comportamiento de muchísimas personas.

Por supuesto, está la entrega generosísima de miles de profesionales a todas las escalas. Pero saliendo del torrente que hemos vivido en el campo estrictamente sanitario, han existido miles de gestos de ayuda, colaboración y servicio.

En cantidad de bloques de vecinos han existido unos carteles a la entrada, donde ha habido personas que se han ofrecido para hacer cualquier servicio: compras, visitas, llamadas de teléfono.

Los vecinos, que casi no nos conocíamos, hemos salido puntualmente a la ventana a las 8 de la tarde para aplaudir. Y se ha dado en muchas ocasiones que alguna persona ha tocado todos los días algún instrumento y ha ofrecido la música a los vecinos.

Me gustaría saber lo que han crecido las llamadas de teléfono a personas familiares pero también a quienes sospechamos que estaban solas.

No nos hemos dado besos, porque no nos lo permiten las normas sanitarias, pero nos hemos saludado con un cariño inmenso y nos hemos deseado lo mejor.

No me atrevo a poner lista de colectivos que han participado en esta entrega generosa, pero apunto: Cáritas, Cocina Económica, Bancos de alimentos, comida, ropas, donativos, mascarillas…

Sería una pena que se nos acabara la vis afectiva y solidaria al pasar esta situación. Puede ocurrir que hasta ahora era el cariño lo que mandaba y ahora corre el riesgo de salir a flote nuestros intereses particulares y cambiemos el trato afectuoso por la discusión, las ideas, los partidos políticos… Será bueno el que tengamos en común intereses generales, necesidades comunes.

Hay muchos motivos que nos unen para trabajar por unas mismas metas y aun discrepando, ser capaces de unirnos por lo que vivimos de común. Simplemente porque somos una misma humanidad, tenemos un mismo peligro de que vuelva el virus y nos necesitamos. Invito a todos los animadores natos y a todos los líderes a crear cada día más motivos de unión y actividades en las que todos nos sintamos afectados por la misma causa.

Y aunque parezca raro, será estupendo que compartamos las necesidades, que nos unamos en lo que nos ocurre de tristeza y dolor, pues aunque parezca mentira, en el fondo nos unimos más en las penas que en las alegrías. Una persona que se cae, atrae más personas que la que va andando sana.

Con cuidado sanitario, pero necesitamos celebrar fiestas y encuentros alegres que nos unan y nos lleven a sentirnos juntos con unas mismas causas. Y pienso si las actividades que hemos realizado (palmadas, música, recados y compras, visitas…) ¿No será bueno el aumentarlos día a día? Qué bonitos han sido esos días pasados aun en medio de la enfermedad pero con el apoyo entregado.

Hay muchos virus entre nosotros que requieren curación y hay muchísimos millones de personas contagiadas en todo el mundo. Es preciso hacer con ellos lo que hemos vivido entre nosotros. Que el virus sea sanación de egoísmos.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

Espiritualidad ,

Recordatorio

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