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No pares de sembrar estrellas, aunque a simple vista no se vean.

Domingo, 16 de julio de 2023
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Toda nuestra andadura por la tierra no consiste en otra cosa que en ser semejantes a Jesús, imagen del Padre, en estor cada vez más unidos a él. ¿Por qué hemos escuchado esta parábola del sembrador? Porque la comunión con el Señor es fruto de lo unión de lo fe, y la parábola del sembrador nos recuerda las exigencias preliminares de eso unión. Jesús nos revela al Padre porque es lo Palabra y lo imagen del Padre. Nosotros únicamente podemos conocer al Hijo acogiendo su Palabra y creyendo en su nombre. Nuestros ojos no pueden abrirse y reconocerlo si previamente nuestro corazón no se transforma arde gracias a la escucha de lo Palabra, como les sucedió a los discípulos  de Emaus. Y esto solo es obra del Espíritu Santo, que es capaz de crear en los que perseveran “un corazón para entender, ojos para ver; oídos para oír” (Dt 29,3). Esto significa que, para poder transfigurarnos a semejanza del Hijo amado, es necesario, sobre todo, escucharlo. Su luz mona para nosotros desde lo Palabra de Dios. Algo verificable en nuestras relaciones humanas si pasamos unos junto a otros sin decirnos nada, es el infierno; pero si desde el corazón se le dirige lo palabra al otro, que ha sido creado a imagen de Dios, esa palabra se convierte en luz, en una palabra de comunión. Nuestro Dios es luz porque es amor. Todo tiene su origen en aquella Palabra que es Jesús y que debemos escuchar, acoger y custodian Es la Palabra del Padre, que se convierte en luz para nosotros, despierta nuestra fe y abre los ojos de nuestro corazón. La Palabra que nos dice: somos amados por él, nada podré separarnos de su amor y este amor esta destinado a transformar nuestra vida. Sí, si le escuchamos, respondiéndole en el silencio del corazón, seremos “luz” en la verdad de nuestras acciones. Podremos amar. Sin él no podemos nada, absolutamente nada, pero can la fuerza del Espíritu, sea cual sea el abismo de nuestra debilidad, nada es imposible. Arraigados en el Amor que es Dios, produciremos el único fruto auténtico del Espíritu: el fruto del amor.

*

J. Carbon,
La alegría del Padre,
Magnano 1992 45—47.

***

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:

– “Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.”

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:

– “¿Por qué les hablas en parábolas?”

Él les contestó:

“A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.” ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.

 

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Mateo 13,1-23

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Imagen: El sembrador de estrellas, de  Alonso Ríos Vanegas (Ciudad Universitaria de Medellín, Colombia)

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , ,

No pares de sembrar estrellas, aunque a simple vista no se vean.

Domingo, 12 de julio de 2020
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Toda nuestra andadura por la tierra no consiste en otra cosa que en ser semejantes a Jesús, imagen del Padre, en estor cada vez más unidos a él. ¿Por qué hemos escuchado esta parábola del sembrador? Porque la comunión con el Señor es fruto de lo unión de lo fe, y la parábola del sembrador nos recuerda las exigencias preliminares de eso unión. Jesús nos revela al Padre porque es lo Palabra y lo imagen del Padre. Nosotros únicamente podemos conocer al Hijo acogiendo su Palabra y creyendo en su nombre. Nuestros ojos no pueden abrirse y reconocerlo si previamente nuestro corazón no se transforma arde gracias a la escucha de lo Palabra, como les sucedió a los discípulos  de Emaus. Y esto solo es obra del Espíritu Santo, que es capaz de crear en los que perseveran “un corazón para entender, ojos para ver; oídos para oír” (Dt 29,3). Esto significa que, para poder transfigurarnos a semejanza del Hijo amado, es necesario, sobre todo, escucharlo. Su luz mona para nosotros desde lo Palabra de Dios. Algo verificable en nuestras relaciones humanas si pasamos unos junto a otros sin decirnos nada, es el infierno; pero si desde el corazón se le dirige lo palabra al otro, que ha sido creado a imagen de Dios, esa palabra se convierte en luz, en una palabra de comunión. Nuestro Dios es luz porque es amor. Todo tiene su origen en aquella Palabra que es Jesús y que debemos escuchar, acoger y custodian Es la Palabra del Padre, que se convierte en luz para nosotros, despierta nuestra fe y abre los ojos de nuestro corazón. La Palabra que nos dice: somos amados por él, nada podré separarnos de su amor y este amor esta destinado a transformar nuestra vida. Sí, si le escuchamos, respondiéndole en el silencio del corazón, seremos “luz” en la verdad de nuestras acciones. Podremos amar. Sin él no podemos nada, absolutamente nada, pero can la fuerza del Espíritu, sea cual sea el abismo de nuestra debilidad, nada es imposible. Arraigados en el Amor que es Dios, produciremos el único fruto auténtico del Espíritu: el fruto del amor.

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J. Carbon,
La alegría del Padre,
Magnano 1992 45—47.

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Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:

– “Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.”

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:

– “¿Por qué les hablas en parábolas?”

Él les contestó:

“A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.” ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.

 

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Mateo 13,1-23

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Imagen: El sembrador de estrellas, de  Alonso Ríos Vanegas (Ciudad Universitaria de Medellín, Colombia)

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No pares de sembrar estrellas, aunque a simple vista no se vean.

Domingo, 16 de julio de 2017
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Toda nuestra andadura por la tierra no consiste en otra cosa que en ser semejantes a Jesús, imagen del Padre, en estor cada vez más unidos a él. ¿Por qué hemos escuchado esta parábola del sembrador? Porque la comunión con el Señor es fruto de lo unión de lo fe, y la parábola del sembrador nos recuerda las exigencias preliminares de esa unión.

Jesús nos revela al Padre porque es lo Palabra y lo imagen del Padre. Nosotros únicamente podemos conocer al Hijo acogiendo su Palabra y creyendo en su nombre. Nuestros ojos no pueden abrirse y reconocerlo si previamente nuestro corazón no se transforma arde gracias a la escucha de lo Palabra, como les sucedió a los discípulos  de Emaus. Y esto solo es obra del Espíritu Santo, que es capaz de crear en los que perseveran “un corazón para entender, ojos para ver; oídos para oír” (Dt 29,3).

Esto significa que, para poder transfigurarnos a semejanza del Hijo amado, es necesario, sobre todo, escucharlo. Su luz mana para nosotros desde lo Palabra de Dios. Algo verificable en nuestras relaciones humanas si pasamos unos junto a otros sin decirnos nada, es el infierno; pero si desde el corazón se le dirige lo palabra al otro, que ha sido creado a imagen de Dios, esa palabra se convierte en luz, en una palabra de comunión. Nuestro Dios es luz porque es amor. Todo tiene su origen en aquella Palabra que es Jesús y que debemos escuchar, acoger y custodiar. Es la Palabra del Padre, que se convierte en luz para nosotros, despierta nuestra fe y abre los ojos de nuestro corazón.

La Palabra que nos dice: somos amados por él, nada podré separarnos de su amor y este amor esta destinado a transformar nuestra vida. Sí, si le escuchamos, respondiéndole en el silencio del corazón, seremos “luz” en la verdad de nuestras acciones. Podremos amar. Sin él no podemos nada, absolutamente nada, pero can la fuerza del Espíritu, sea cual sea el abismo de nuestra debilidad, nada es imposible. Arraigados en el Amor que es Dios, produciremos el único fruto auténtico del Espíritu: el fruto del amor .

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J. Carbon,
La alegría del Padre, Magnano 1992 45—47.

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Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:

– “Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.”

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:

– “¿Por qué les hablas en parábolas?”

Él les contestó:

“A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.” ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.

 

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Mateo 13,1-23

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Imagen: El sembrador de estrellas, de  Alonso Ríos Vanegas (Ciudad Universitaria de Medellín, Colombia)

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El Maestro

Viernes, 6 de febrero de 2015
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“Lo esencial no es nunca lo que dice el maestro, sino cómo lo dice. El destello no brota de sus argumentos, sino del Ser del que argumenta, y porque ha vivido la experiencia de lo que dice. Por eso el maestro no tiene comportamiento pedagógico.  No intenta analizar, instruir o dar consejos. Su única misión es disponer a su discípulo para la llamada de lo esencial, sentirlo y amarlo partiendo de su propia profundidad… El ejemplo del maestro nunca se propone como imitación.  Su figura es original, única e inimitable, como la propia Vida que incorpora. “
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K.G.Dürckheim
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“Canonizaciones, una invitación a pensar”, por Ivone Gebara, Brasil.

Domingo, 11 de mayo de 2014
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canonizacion-Juan-Pablo-II-y-Juan-XXIII-plaza-san-pedro-4Leído en Adital:

Muere la última testigo del asesinato de Romero

La multitud de fieles en la Plaza de San Pedro fue impresionante el pasado veinte de abril. La fuerza del catolicismo reapareció nuevamente públicamente con todo su vigor, particularmente, en su capacidad de proponer a los fieles vivos, su adhesión a algunos muertos como símbolos de un cristianismo/catolicismo bien vivido. Juan XXIII y Juan Pablo II fueron elevados a los altares y ahora son “sujetos” de veneración del pueblo católico de todo el mundo. Muchas dudas y críticas así como adhesiones y elogios circulan en los medios de comunicación social en relación a los nombres indicados. No es posible llegar a un consenso entre las opiniones, debido a la pluralidad del “Pueblo de Dios”. La jerarquía clerical responsable de las decisiones, juzgó las indicaciones y tomó la decisión final ejecutada por el papa en solemne misa. Desconozco si los jerarcas recordaron las devociones de los más pobres, poco aficionados a venerar papas muchas veces identificados como reyes o señores poderosos. Las devociones de los pobres son más vinculadas a la Virgen María, a Jesús y a los santos más tradicionales como San Francisco, San José, San Expedido, tipos de santos que piensan más capaces de entender su sufrida vida cotidiana.

La cuestiones sobre las que quiero reflexionar, hasta cierto punto van más allá de las personas canonizadas y pretenden abrirse a otra problemática. ¿Podemos imitar a los santos, a los mártires, a los héroes, a grandes líderes? ¿Cómo puede hacerse tal imitación? Es que ellos después de muertos, ¿serian poseedores de cualidades superiores y estarían exentos de los límites de su propia historia? ¿No estaríamos nosotros alienándonos de nuestra responsabilidad histórica o personal de reconocer que cada uno tiene que vivir su historia y opciones propias? ¿No estaríamos dejando de lado las opciones de mujeres y hombres en la construcción de nuestra historia actual, para seguir modelos que, aunque hayan tenido su valor, no podrán ser imitados? ¿Que imitar en ellos? Y ¿Cómo hacerlo de hecho? Las preguntas son existenciales, no abstractas, tomando en cuenta que van a exigir comportamientos personales en nuestra historia actual.

En la propuesta de imitación que presentan algunos grupos de la Iglesia Católica, ciertamente no entran consideraciones más críticas en relación a los escogidos para la santidad. ¿Por qué no llamar la atención también sobre los errores cometidos en el pasado que no deberían repetirse? Así percibiríamos, tal vez con mayor claridad la mezcla y contradicciones presentes en el ser humano y en sus acciones.

Pero, probablemente este procedimiento crítico y realista mancharía la figura del santo o del héroe y saldría del esquema de perfección dualista, presente en la Iglesia. Quedaría también fuera de la oposición, firmemente mantenida por la mayoría entre cielo y tierra, entre Dios y los hombres, entre el bien y el mal, entre ángeles y demonios. De hecho se admite en los medios de iglesia que el santo o el héroe no haya sido perfecto, pero no se habla directamente de lo que podría haber sido evitado, o de lo que puede parecer criticable, en la perspectiva del bien común, concretamente situado y fechado.

na21fo01Los escogidos para la santidad institucional aparecen como prototipos de bien, de valentía, de justicia, de tal forma que sus debilidades y cobardías no salen a luz. Una vez más, el “hombre ideal” o idealizado y “la mujer idealizada” según algunos parámetros establecidos, es presentado como modelo a los fieles. Este modelo pasa encima de lo ordinario de la vida y es capaz de acentuar sacrificios inútiles y neurosis de muchos tipos en los fieles. Conocemos, además, vidas de santos/as que se infligieron torturas y sacrificios corporales que ya no tiene sentido imitar.

Intuyo que muchas veces tenemos poca conciencia del significado alienante de las imitaciones. Al imitar a alguien, dejo de mostrar mis dones personales, dejo del lado mi propia manera de ser, dejo de reconocer mi capacidad personal y, de cierta forma, me disminuyo buscando en la persona ajena, mi realización personal. La imitación propuesta en el catolicismo no es como el arte del teatro, en que el actor o actriz interpretan a un romántico apasionado o un cruel dictador y después vuelven a ser ellos mismos, a la espera de nuevos papeles.

La imitación que la Iglesia propone es una especie de conformidad a un ideal de vida considerado más perfecto que otro y por eso digno de ser imitado. Sin duda muchos fieles saben que ciertas vivencias personales u opciones, no pueden ser imitadas. En ese caso se exaltan las virtudes que presumiblemente el santo/a habría vivido y esas virtudes comienzan a ser proclamadas porque fortalecen las convicciones de la institución religiosa. Es interesante notar que las virtudes de obediencia a un modelo de ser humano que la Iglesia considera más próximo a la voluntad divina, parece ser una constante en los modelos de santidad. Los santos son, salvo excepciones, sumisos a la Iglesia jerárquica y si no lo fueron durante su vida, pasan a serlo después de muertos. La vida del santo/a es reinterpretada de forma que pueda servir a los intereses y a los valores defendidos por la institución.

Otra cuestión es la de saber qué criterios seguir para elevar a los altares y decretar que la vida de esa persona es digna de imitación. ¿Que motiva a algunas personas a querer declarar santo/a a alguien? ¿Pensarían ellas que eso promovería y agregaría valor y gloria a los fieles difuntos? ¿Qué razones tiene el papado para escoger y decretar su santidad? ¿Cómo pueden los jueces de una causa de beatificación o de santificación, juzgar que aquel individuo fue agradable a Dios? ¿De qué Dios se está hablando? ¿Qué modelos de Dios, están en juego? ¿Qué implicaciones políticas y económicas tienen esas acciones que de repente ponen una aureola en la cabeza de un “muerto” y mandan imprimir estampas para ser vendidas o distribuidas a los fieles? Todo lo anterior sin hablar de los extraordinarios milagros muchas veces exigidos, como forma de probar la santidad de alguien.

¿Por qué no decir que las personas y en ellas se incluye ciertamente a quienes físicamente ya salieron de esta historia, nos inspiran, nos ayudan a llevar nuestras cargas, nos enseñan según nuestras necesidades? La inspiración parece un fenómeno que indica una mayor libertad que la imitación. Pero la canonización no va por ese camino. Tiene que ver con Canon, con leyes que se establecen para los fieles, aunque se diga que cada uno es libre de escoger o no la vida de este o de aquel santo como su modelo.
Soy consciente de tener más preguntas que respuestas y en las preguntas manifiesto mi inquietud por los rumbos que está tomando el Papa Francisco sobre el lugar de devoción en la vida de los católicos.

Si bien reconozco la calidad de su persona, sus discursos y acciones en relación con los pobres de este mundo, me inquieta la contradicción en su teología. Y esta contradicción, en mi opinión, disminuye el poder de su palabra, especialmente cuando se trata de la justicia en las relaciones humanas.

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