En estos tiempos de LGTBIfobia asesina en muchas partes del mundo, de pérdida de derechos como consecuencia de la entrada de la extrema derecha en las instituciones y gobiernos (Argentina, El Salvador, algunas comunidades autónomas de España…) como vemos casi a diario en esta página Cristianos Gays, esta Semana será muy, muy diferente… Para algunos será una semana de retiro, para alguno, quizá, de vacación y ocio. Para otros, semana de fe y de oración, de Cristos yacientes y Dolorosas con lágrimas en los ojos y espadas en el corazón.
Pero si el pueblo recuerda a Jesús no es porque sufrió y murió, sino porque resucitó. Nadie evoca ni celebra la muerte de un fracasado. Ni se entiende el dolor del Viernes Santo, sin la apoteosis del Domingo de Resurrección. Por eso, la Semana Santa, no puede considerarse como una enfermiza y caduca forma de recrearse en el dolor, sino como afirmación rotunda y gozosa de que, a través de la Cruz, se llega a la Pascua. Que es Luz, Vida y Esperanza para los creyentes. Es la base de nuestra fe cristiana.
Hay algo que los cristianos debemos evitar en Semana Santa: convertirnos en meros espectadores de la Pasión. A este Dios sólo se le entiende cuando sabemos amar a los que sufren, acercarnos a ellos y compartir su Pasión. Como la Verónica y el Cirineo del Evangelio. La Semana Santa es buena ocasión para mirar a nuestro derredor, porque son muchos los cristos anónimos que cargan con su cruz y suben al Calvario. Arrimar el hombro al dolor de este mundo es el mejor modo de resucitar con Él.
***
Hay que salvar a Dios
En 1972, Maurice Zundel fue llamado al Vaticano por Pablo VI para predicar en el retiro de Cuaresma. Místico, teólogo, Maurice Zundel es un verdadero profeta del siglo XX. En palabras del abbé Pierre: “Con él, nos encontrábamos en presencia de Alguien. Por su misma persona accedíamos casi naturalmente al misterio de Dios. A lo absoluto “.
Os invitamos a seguir con Maurice Zundel, paso a paso, hasta Pascua …
Cristo en Auschwitz
Porque la Pasión de Jesucristo revela en el tiempo el amor eterno de Dios para con el hombre, Dios será eternamente crucificado mientras haya un único ser, una sola criatura que diga no. No hay parcialidad en Dios. Dios no es una madre que discierne entre sus hijos; cada criatura es el objeto de una ternura infinita y, mientras haya una sola que no sea recogida en las cosechas eternas, Dios será crucificado. Esto es el Infierno, el Infierno de Dios, el Infierno en la luz de la Cruz, el Infierno al cual condenamos a Dios y del cual absolutamente hay que librarlo. Es la única manera de escuchar la llamada de la Cruz. No se trata de un sacrificio ofrecido a Moloch por un inocente acosado y abandonado, se trata de esta inocencia del Dios revelado en Jesús. Se trata de la Pasión de un Dios que es madre, infinitamente más que todas las madres, y cuya justicia maternal contiene esta sustitución de la inocencia infinita a la culpabilidad ilimitada. Y si esto es verdad, hay que revertir absolutamente todas las perspectivas: no es a nosotros, es a Dios a quien hay que salvar. Hay que salvar a Dios de nosotros mismos, como es necesario salvar la música de nuestro ruido, la verdad de nuestros fanatismos y el amor de nuestra posesión. La Cruz finalmente es la cicatrización de todas las heridas que Dios no ha cesado de soportar en el curso de la Historia, ya que todos los males y las catástrofes que afectaron el Universo, la Vida y la humanidad, fueron otras tantas heridas en el Corazón de Dios.
***
(David Trullo+Ecce Homo)
Señor Jesús, Tú que consentiste que te hirieran, gracias por venir para habitar mi gran herida. Dame la gracia de abandonarme en Ti en la confianza, Tú que conoces el peso de los días y la dureza del camino …
Comentarios desactivados en Hacia un idolatría de la Eucaristía.
Del desaparecido blog À Corps… À Coeur:
[…] El mismo Cristo debe asfixiarse en nuestros ostensorios de oro, en nuestros cálices incomparables, en nuestros copones incrustados de joyas, Él quiso sólo la paja del Pesebre o la madera de la cruz. El culto exagerado de la Eucaristía tiende a hacer de nuestras iglesias templos paganos.
Louis Evely
*
Condúceme de lo irreal a lo real, condúceme de las tinieblas a la luz, condúceme de la muerte a la inmortalidad.
Brihadaranyaka Upanishad
*
Una liturgia sin compromiso místico
Los faraones de Egipto han sido divinizados y los monumentos no dejan de representar su investidura divina. Cuando, más tarde, Alejandro el Grande conquistó Egipto, no creyó que pudiera asegurar su dominación sobre las colonias sin hacerse reconocer como Dios. Del mismo modo los emperadores romanos, para consolidar la unidad de su imperio, aceptaron, luego finalmente impusieron, esta divinización de Roma y de su persona.
Pero esta divinización del faraón provocaba también, casi necesariamente, la “faraonización” de dios. Había una simbiosis, una suerte de comunidad de vida en la que las reacciones eran recíprocas y, finalmente, la imagen de la divinidad se amoldaba a la del faraón divinizado.
¿Hasta qué punto esta situación ha sido reproducida a lo largo de los siglos, incluso en el pensamiento de Israel? ¿En qué medida nuestra liturgia no guarda vestigios de este intercambio ambiguo entre la realeza terrestre y la realeza divina? ¿Hasta qué punto incluso el concepto de la realeza divina no es simplemente una emanación de la realeza humana?
¿En qué medida, en Bizancio, la liturgia de Palacio y la liturgia de Santa Sofía no coincidían en una misma imagen, donde la realeza divina y la realeza humana se confundían de nuevo?
Y en qué medida nuestra liturgia no es todavía una supervivencia de las liturgias reales que no comprometen nunca el fondo del alma? ¿No podemos pensar, a veces, que en nuestra misma liturgia, se trata de rendir homenaje a un soberano, de procesiónar alrededor de su altar, de erigirle un santuario dedicado a él, y una vez hecho esto, queda con Dios, todo esto que puede realizarse y celebrar sin ninguna especie de compromiso místico?
Algo extremadamente peligroso
Es evidente que, si el hombre de la calle es tan a menudo completamente extraño a lo que pasa en nuestras iglesias, es porque no pasa allí ningún acontecimiento susceptible de tocarlo aunque sea un poco. El no se siente allí de ninguna manera alcanzado y concernido a lo más íntimo de él mismo.
Hay una religión aparente que no asume compromiso profundo. Esto es extremadamente grave, y podemos preguntarnos hasta qué punto esto no es a causa de la Eucaristía que llegamos a una confusión tan radical sobre la esencia misma del mensaje de Jesús.
Una especie de materialismo religioso, el peor de todos; puede trágicamente establecerse alrededor de la Eucaristía; tenemos un catalizador de paladio, un pararrayos celeste, sobre la casa, podemos dormir tranquilo, Dios está allí en su cajita y lo tenemos constantemente a nuestra disposición.
¿Nos hemos cuestionado suficientemente sobre el valor de nuestras comuniones? ¿sobre el valor de esos niños? ¿Qué producen? ¿Qué cambian?
En las comuniones sin compromiso, donde se cuenta con el opus operatum (un efecto producido infaliblemente por el hecho de que se recibe el sacramento), en las comuniones donde mecánicamente se debe ser santificado porque se abrió la boca o se tendió la mano para recibir la hostia: hay allí algo extremadamente peligroso porque no se ve en absoluto toda la exigencia que está en la base de una conversión verdadera, y que supone a un nuevo nacimiento; no vemos en absoluto la exigencia de la comunión que implica esta transformación radical donde se pasa del mí posesivo al mi oblativo. ¿ Incluso, cuántos sacerdotes que celebran la misa cada día todavía puede, quizá, estar todavía allí?
Resituar la Eucaristía en la perspectiva evangélica
Debemos pues resituar la Eucaristía, hay que situarla allí dónde la vida de la Iglesia debe encontrar su unidad, hay que situarla en su sitio, es decir en la perspectiva evangélica que se nos impone en los últimos encuentros del Señor con sus discípulos.
La última consigna que resuena en todas las páginas del relato joánico, es que “os améis unos a otros como yo os he amado “. Y esta consigna es también el criterio que hace reconocer a los discípulos de Jesús: ” en esto os reconocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros. “
Y para dar una lección a sus discípulos, Jesús les lavó los pies. “Esto es lo que es amar a tu prójimo: lo que he hecho es para que hagáis vosotros lo mismo los unos a los otros.
Por extraño que pueda parecer, la Eucaristía parece haber desaparecido, ni siquiera se nombra en este lugar, ¿por qué? Debido a que está implícita en esta mandato (lavatorio de los pies). Está implícitamente contenida en el mandato y en la consigna final del Señor: “Amaos los unos a los otros”, ya que es exactamente la misma cosa.
“Os conviene que yo me vaya “
Recordemos las trágicas palabras de Jesús en el discurso después de la Última Cena: “Es bueno que yo me vaya porque, si no me voy, el Paráclito, el Espíritu Santo, no vendrá a a vosotros”. ¿Cómo no ver en estas palabras la confesión de un fracaso? Jesús nunca convirtió a nadie … ¡a nadie! Ni la muchedumbre, ni los sacerdotes, ni las autoridades, ni Herodes ni sus discípulos, ni incluso el discípulo amado que se dormirá como los otros enseguida en el Jardín de la Agonía: no ha convertido a nadie.
Y la llamada suprema que les dirige a sus discípulos en el lavamiento de los pies se quedará sin eco: no comprenden que el reino de Dios está dentro de ellos mismos.
No comprenderán que es para hacer nacer este reino interior que Jesús se arrodilla delante de ellos para lavarles los pies, y no comprenden que es para arrancar la piedra de nuestros corazones que Jesús muere sobre la cruz. Y la última pregunta que le harán a Jesús justo antes de la Ascensión será significativa de esta total incomprensión.
¡La humanidad de Jesús debe pues desaparecer! Y es sólo en lo invisible, en el fuego del Pentecostés, como encontrarán a su Maestro como una presencia interior, no lo verán en lo sucesivo ya más delante de ellos sino dentro de ellos, y es en aquel momento cuando lo reconocerán. ¿Podemos desde entonces imaginar un solo instante que Nuestro Señor nos haya dado la Eucaristía para que refabriquemos con este sacramento un culto idolátrico, para que pudiéramos poseerlo allí, al alcance de nuestra mano, encerrándole en una caja para que nos pertenezca? ¿ Podemos concebir un materialismo igual por parte del Señor? ¿Cómo podemos imaginar que les hubiera robado su presencia visible a los Apóstoles para restituirnos en la hostia un foco de idolatría, como si pudiéramos disponer de Dios como el resultado de un objeto? Es absolutamente imposible, es exactamente lo contrario que sucede cuando Jesús nos da la Eucaristía.
– “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.”
Disputaban los judíos entre sí:
– “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
Entonces Jesús les dijo:
– “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.”
En estos tiempos de LGTBIfobia asesina en muchas partes del mundo, como vemos casi a diario en esta página Cristianos Gays, esta Semana será muy, muy diferente… Para algunos será una semana de confinamiento, para alguno, quizá, de vacación y ocio. Para otros, semana de fe y de oración, de Cristos yacientes y Dolorosas con lágrimas en los ojos y espadas en el corazón.
Pero si el pueblo recuerda a Jesús no es porque sufrió y murió, sino porque resucitó. Nadie evoca ni celebra la muerte de un fracasado. Ni se entiende el dolor del Viernes Santo, sin la apoteosis del Domingo de Resurrección. Por eso, la Semana Santa, no puede considerarse como una enfermiza y caduca forma de recrearse en el dolor, sino como afirmación rotunda y gozosa de que, a través de la Cruz, se llega a la Pascua. Que es Luz, Vida y Esperanza para los creyentes. Es la base de nuestra fe cristiana.
Hay algo que los cristianos debemos evitar en Semana Santa: convertirnos en meros espectadores de la Pasión. A este Dios sólo se le entiende cuando sabemos amar a los que sufren, acercarnos a ellos y compartir su Pasión. Como la Verónica y el Cirineo del Evangelio. La Semana Santa es buena ocasión para mirar a nuestro derredor, porque son muchos los cristos anónimos que cargan con su cruz y suben al Calvario. Arrimar el hombro al dolor de este mundo es el mejor modo de resucitar con Él.
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Hay que salvar a Dios
En 1972, Maurice Zundel fue llamado al Vaticano por Pablo VI para predicar en el retiro de Cuaresma. Místico, teólogo, Maurice Zundel es un verdadero profeta del siglo XX. En palabras del abbé Pierre: “Con él, nos encontrábamos en presencia de Alguien. Por su misma persona accedíamos casi naturalmente al misterio de Dios. A lo absoluto “.
Os invitamos a seguir con Maurice Zundel, paso a paso, hasta Pascua …
Porque la Pasión de Jesucristo revela en el tiempo el amor eterno de Dios para con el hombre, Dios será eternamente crucificado mientras haya un único ser, una sola criatura que diga no. No hay parcialidad en Dios. Dios no es una madre que discierne entre sus hijos; cada criatura es el objeto de una ternura infinita y, mientras haya una sola que no sea recogida en las cosechas eternas, Dios será crucificado. Esto es el Infierno, el Infierno de Dios, el Infierno en la luz de la Cruz, el Infierno al cual condenamos a Dios y del cual absolutamente hay que librarlo. Es la única manera de escuchar la llamada de la Cruz. No se trata de un sacrificio ofrecido a Moloch por un inocente acosado y abandonado, se trata de esta inocencia del Dios revelado en Jesús. Se trata de la Pasión de un Dios que es madre, infinitamente más que todas las madres, y cuya justicia maternal contiene esta sustitución de la inocencia infinita a la culpabilidad ilimitada. Y si esto es verdad, hay que revertir absolutamente todas las perspectivas: no es a nosotros, es a Dios a quien hay que salvar. Hay que salvar a Dios de nosotros mismos, como es necesario salvar la música de nuestro ruido, la verdad de nuestros fanatismos y el amor de nuestra posesión. La Cruz finalmente es la cicatrización de todas las heridas que Dios noha cesado de sopotar en el curso de la Historia, ya que todos los males y las catástrofes que afectaron el Universo, la Vida y la humanidad, fueron otras tantas heridas en el Corazón de Dios.
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(David Trullo+Ecce Homo)
Señor Jesús, Tú que consentiste que te hirieran, gracias por venir para habitar mi gran herida. Dame la gracia de abandonarme en Ti en la confianza, Tú que conoces el peso de los días y la dureza del camino …
Señor, transfigúrame.
Traspáseme tu rayo rosa y blanco.
Quiero ser tu vidriera,
tu alta vidriera azul, morada y amarilla
en tu más alta catedral.
Quiero ser yo mismo, sí, mi historia,
pero de Ti en tu gloria traspasado.
Quiero poder mirarte sin cegarme,
convertirme en tu luz, tu fuego altísimo
que arde de Ti y no quema ni consume.
Déjame mirarte, contemplarte
a través de mi carne y mi figura,
de la historia de mi vida y de mi sueño,
inédito capítulo en tu Biblia.
Si he de transfigurarme hasta tu esencia,
menester fue primero ser ese ser con límites,
hecho vicisitud camino de figura,
pues solo la figura puede trans-figurarse.
Pero a mí solo no. Como a los tuyos,
como a Moisés (fuego blanco de zarza),
como a Elías (carro de ardiente aluminio),
cada uno en su tienda, a ti acampados,
purifica también a todos los hijos de tu padre,
que te rezan conmigo o te rezaron
o acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a balbucir el padrenuestro.
Purifica a todos, a todos transfigúralos.
Si acaso no te saben, o te dudan,
o te blasfeman, límpiales piadoso
(como a ti la Verónica) su frente;
descórreles las densas cataratas de sus ojos,
que te vean, Señor, y te conozcan;
espéjate en su río subterráneo,
dibújate en su alma
sin quitarles la santa libertad
de ser uno por uno tan suyos, tan distintos.
Mira, Jesús, a la adúltera
y al violento homicida
y al mal ladrón y al rebelde soberbio
y a la horrenda –¡piedad! – madre desnaturada
y al teólogo necio que pretende
apresarte en su malla farisea
y al avaro de oídos tupidos y tapiados
y al sacrificador de rebaños humanos.
[A cada uno de ellos] sálvale Tú,
despiértale la confianza.
Allégatele bien, que sienta
su corazón cobarde contra el tuyo
coincidentes los dos en solo un ritmo.
Que todos puedan en la misma nube,
vestidura de ti, sutilísima fimbria de luz,
despojarse y revestirse
de su figura vieja y en ti transfigurada.
Y a mí con ellos todos, te lo pido,
la frente prosternada hasta hundirla en el polvo,
a mí también, el último, Señor,
preserva mi figura, transfigúrame.
*
Gerardo Diego
***
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
― «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
― «Levantaos, no temáis.»
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
― «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
*
Mateo 17,1-9
***
Por un instante, el día de la transfiguración [Pedro, Santiago y Juan] contemplan la maravilla de una carne divinizada, de un rostro que transparentó el esplendor de la vida eterna: el rostro de Cristo resplandece con toda la luz de Dios.
El cuerpo humano puede ser transfigurado y tiene también un mensaje de luz que comunicar […]. Nuestro cuerpo tiene una vocación espiritual, una vocación divina. Nuestro cuerpo es el primer Evangelio porque el testimonio de la presencia divina en nosotros debe pasar a través de la expresión de nuestro rostro, a través de nuestra apertura, nuestra benevolencia, nuestra sonrisa. Aquel son interior que es la gloria de Jesucristo está en nosotros. Lo más sublime del hombre es que puede aún más, está llamado a revelar a Dios. Hay en nosotros una belleza secreta, maravillosa, inagotable. Cristo no ha venido sólo a salvar nuestras almas; Cristo ha venido a revelar Dios al hombre, a revelar el hombre al hombre; ha venido para que el hombre se realice en toda su grandeza, su dignidad, su belleza. Estamos llamados a la grandeza, al gozo, a la juventud, a la dignidad, a la belleza, a irradiar a Dios, a la transfiguración de todo nuestro ser comunicando con la luz divina.
Llevamos en nosotros el tesoro de la vida eterna, la realidad de la presencia infinita que es el Dios viviente. Hoy y en todos los instantes de nuestra vida estamos llamados a manifestar a Dios. Olvidemos toda nuestra negatividad, nuestra pesadez, nuestras fatigas, nuestras limitaciones y las de los demás. ¿Qué importa todo eso desde el momento en que Dios está en nosotros, en que Dios vive, en que nos ha regalado su canto, su gracia y su belleza; desde el momento en que hoy debemos penetrar en la nube de la transfiguración para salir revestidos de Dios, llevando en nuestro rostro el gozo de su amor y la sonrisa de su eterna bondad?
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M. Zundel, Ta parole comme une source,
Sillery 1998, 228s
Comentarios desactivados en Hacia un idolatría de la Eucaristía.
[…] El mismo Cristo debe asfixiarse en nuestros ostensorios de oro, en nuestros cálices incomparables, en nuestros copones incrustados de joyas, Él quiso sólo la paja del Pesebre o la madera de la cruz. El culto exagerado de la Eucaristía tiende a hacer de nuestras iglesias templos paganos.
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Louis Evely
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Condúceme de lo irreal a lo real, condúceme de las tinieblas a la luz, condúceme de la muerte a la inmortalidad.
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Brihadaranyaka Upanishad
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Una liturgia sin compromiso místico
Los faraones de Egipto han sido divinizados y los monumentos no dejan de representar su investidura divina. Cuando, más tarde, Alejandro el Grande conquistó Egipto, no creyó que pudiera asegurar su dominación sobre las colonias sin hacerse reconocer como Dios. Del mismo modo los emperadores romanos, para consolidar la unidad de su imperio, aceptaron, luego finalmente impusieron, esta divinización de Roma y de su persona.
Pero esta divinización del faraón provocaba también, casi necesariamente, la “faraonización” de dios. Había una simbiosis, una suerte de comunidad de vida en la que las reacciones eran recíprocas y, finalmente, la imagen de la divinidad se amoldaba a la del faraón divinizado.
¿Hasta qué punto esta situación ha sido reproducida a lo largo de los siglos, incluso en el pensamiento de Israel? ¿En qué medida nuestra liturgia no guarda vestigios de este intercambio ambiguo entre la realeza terrestre y la realeza divina? ¿Hasta qué punto incluso el concepto de la realeza divina no es simplemente una emanación de la realeza humana?
¿En qué medida, en Bizancio, la liturgia de Palacio y la liturgia de Santa Sofía no coincidían en una misma imagen, donde la realeza divina y la realeza humana se confundían de nuevo?
Y en qué medida nuestra liturgia no es todavía una supervivencia de las liturgias reales que no comprometen nunca el fondo del alma? ¿No podemos pensar, a veces, que en nuestra misma liturgia, se trata de rendir homenaje a un soberano, de procesiónar alrededor de su altar, de erigirle un santuario dedicado a él, y una vez hecho esto, queda con Dios, todo esto que puede realizarse y celebrar sin ninguna especie de compromiso místico?
Algo extremadamente peligroso
Es evidente que, si el hombre de la calle es tan a menudo completamente extraño a lo que pasa en nuestras iglesias, es porque no pasa allí ningún acontecimiento susceptible de tocarlo aunque sea un poco. El no se siente allí de ninguna manera alcanzado y concernido a lo más íntimo de él mismo.
Hay una religión aparente que no asume compromiso profundo. Esto es extremadamente grave, y podemos preguntarnos hasta qué punto esto no es a causa de la Eucaristía que llegamos a una confusión tan radical sobre la esencia misma del mensaje de Jesús.
Una especie de materialismo religioso, el peor de todos; puede trágicamente establecerse alrededor de la Eucaristía; tenemos un catalizador de paladio, un pararrayos celeste, sobre la casa, podemos dormir tranquilo, Dios está allí en su cajita y lo tenemos constantemente a nuestra disposición.
¿Nos hemos cuestionado suficientemente sobre el valor de nuestras comuniones? ¿sobre el valor de esos niños? ¿Qué producen? ¿Qué cambian?
En las comuniones sin compromiso, donde se cuenta con el opus operatum (un efecto producido infaliblemente por el hecho de que se recibe el sacramento), en las comuniones donde mecánicamente se debe ser santificado porque se abrió la boca o se tendió la mano para recibir la hostia: hay allí algo extremadamente peligroso porque no se ve en absoluto toda la exigencia que está en la base de una conversión verdadera, y que supone a un nuevo nacimiento; no vemosen absoluto la exigencia de la comunión que implica esta transformación radical donde se pasa del mí posesivo al mi oblativo. Incluso, ¿cuántos sacerdotes que celebran la misa cada día todavía pueden, quizá, estar todavía allí?
Resituar la Eucaristía en la perspectiva evangélica
Debemos pues resituar la Eucaristía, hay que situarla allí dónde la vida de la Iglesia debe encontrar su unidad, hay que situarla en su sitio, es decir en la perspectiva evangélica que se nos impone en los últimos encuentros del Señor con sus discípulos.
La última consigna que resuena en todas las páginas delrelato joánico, es que “os améis unos a otros como yo os he amado “. Y esta consigna es también el criterio que hace reconocer a los discípulos de Jesús: ” en esto os reconocerán que sois mis discípulos, si os amais los unos a los otros. “
Y para dar una lección a sus discípulos, Jesús les lavó los pies. “Esto es lo que es amar a tu prójimo: lo que he hecho es para que hagáis vosotros lo mismo los unos a los otros”.
Por extraño que pueda parecer, la Eucaristía parece haber desaparecido, ni siquiera se nombra en este lugar, ¿por qué? Debido a que está implícita en esta mandato (lavatorio de los pies). Está implícitamente contenida en el mandato y en la consigna final del Señor: “Amaos los unos a los otros”, ya que es exactamente la misma cosa.
“Os conviene que yo me vaya “
Recordemos las trágicas palabras de Jesús en el discurso después de la Última Cena: “Es bueno que yo me vaya porque, si no me voy, el Paráclito, el Espíritu Santo, no vendrá a a vosotros”. ¿Cómo no ver en estas palabras la confesión de un fracaso? Jesús nunca convirtió a nadie … ¡a nadie! Ni la muchedumbre, ni los sacerdotes, ni las autoridades, ni Herodes ni sus discípulos, ni incluso el discípulo amado que se dormirá como los otros enseguida en el Jardín de la Agonía: no ha convertido a nadie.
Y la llamada suprema que les dirige a sus discípulos en el lavamiento de los pies se quedará sin eco: no comprenden que el reino de Dios está dentro de ellos mismos.
No comprenderán que es para hacer nacer este reino interior que Jesús se arrodilla delante de ellos para lavarles los pies, y no comprenden que es para arrancar la piedra de nuestros corazones que Jesús muere sobre la cruz. Y la última pregunta que le harán a Jesús justo antes de la Ascensión será significativa de esta total incomprensión.
¡La humanidad de Jesús debe pues desaparecer! Y es sólo en lo invisible, en el fuego del Pentecostes, como encontrarán a su Maestro como una presencia interior, no lo verán en lo sucesivo ya más delante de ellos sino dentro de ellos, y es en aquel momento cuando lo reconocerán. ¿Podemos desde entonces imaginar un solo instante que Nuestro Señor nos haya dado la Eucaristía para que refabriquemos con este sacramento un culto idolátrico, para que pudiéramos poseerlo allí, al alcance de nuestra mano, encerrándole en una caja para que nos pertenezca? ¿ Podemos concebir un materialismo igual por parte del Señor? ¿Cómo podemos imaginar que les hubiera robado su presencia visible a los Apóstoles para restituirnos en la hostia un foco de idolatría, como si pudiéramos disponer de Dios como el resultado de un objeto? Es absolutamente imposible, es exactamente lo contrario que sucede cuando Jesús nos da la Eucaristía.
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
– “Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.”
Él les contestó:
– “Dadles vosotros de comer.”
Ellos replicaron:
– “No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.”
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
– “Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.”
Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
*
Lucas 9, 11b-17
***
El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde en el pueblo de Dios se escucha la Escritura cuya exégesis mesiánica nos proporcionó Jesús, y, por consiguiente, allí donde se respeta la Escritura y se obedece su Palabra, que encuentra su expresión actual en la asamblea de la comunidad.
Eso significa: allí donde se vive la vida cotidiana bajo el lema de la voluntad de Dios […]. El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde se celebra el banquete mesiánico, al que Jesús quiso invitarnos precisamente a todos, a los justos y a los pecadores, a los sanos y a los enfermos, a los invitados de la primera hora y a los que se quedan mirando los toros desde la barrera, es decir, allí donde se ha hecho posible, a continuación, la integración y la unanimidad de aquellos que quieren ponerse al servicio ae la construcción del pueblo de Dios. Eso significa: allí donde al convivium, o sea, al banquete de la eucaristía, le corresponde de nuevo el convivir, o sea, la convivencia de los creyentes que precede y sigue a la eucaristía, y encuentra su síntesis festiva en la celebración de semana en semana, de una fiesta a la otra.
El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde se vuelve vital la fe en que el hombre no vive sólo de pan, sino que vive, en primer lugar, de la Palabra de Dios, de su promesa y de la voluntad de aquel que se ha creado un pueblo al que debe llevar a una tierra que mana leche y miel. Eso significa que el milagro tiene lugar asimismo allí donde los creyentes se atreven a dar pruebas de su propia fe y a ponerla a prueba.
*
R. Pesch, Ilmiracolo della moltiplicazione dei pañi. C’é una soluzione per la fame nel mondo?,
Brescia 1997, pp. 182ss, passim.
Maurice Zundel escribió páginas emocionantes sobre el corazón humano, este espacio donde la conciencia que se despierta accede en el sentido de su dignidad de su inviolabilidad, y que se revela, detrás del mí prefabricado y condicionado que lo recubre, como un espacio de pura acogida del otro, el espacio que no puede ser violado por principios autoritarios, ni siquiera divinos, sino que vive de la apertura y de la comunión con el Otro, a la imagen del Dios de Pobreza que se desposee de él mismo perpetuamente en la relación de ofrenda que mantienen entre ellas las tres Personas de la Trinidad.
” (…) La Trinidad es la liberación de una pesadilla en la que la humanidad se debate cuando se sitúa frente a una divinidad de la que depende y a la que es sometida: ¿Por qué Él bastante más que yo? ¿ Por qué soy la criatura, y Él el Creador? ¿ Por qué, si es mi creador, me puso en esta situación de saber que yo soy su esclavo? ¿ Por qué me dio justo bastante inteligencia para comprender que dependo de Él? ¡ Hay una rebelión sorda e implacable qué sube del corazón del hombre en esta confrontación de su espíritu con esta especie de Dios que aparece en él como la apisonadora del espíritu!
En la apertura del Corazón de Dios a través del Corazón del Cristo, hay justamente esta manifestación increíble y maravillosa que Dios es Dios porque se comunica, que es Dios porque se da todo, porque el es la desapropiación infinita y eterna, porque tiene la transparencia de un niño, la transparencia en la que toda especie de apropiación es imposible, donde la mirada siempre es dirigida hacia “El Otro”, donde la personalidad, donde el yo, es sólo un altruismo puro e infinito. ¡ Allí está la gran confidencia qué resplandece en el Evangelio de Cristo! ¡ La perla del reino, es para que Dios sea este Dios!
¡Jesús, revelándonos la Trinidad, nos libró de Dios! Nos libró de este Dios pesadilla, exterior a nosotros, límite y amenaza para nosotros: ¡ nos libró de aquel Dios! Nos libró de nosotros mismos que necesariamente estábamos, y sordamente, aunque no nos atrevíamos a reconocerlo, en rebelión contra este Dios.
Con la Trinidad, entramos en el mundo de la relación. (…)
Subsistir en forma de don, subsistir como una relación con los demás otro, subsistir en una respiración pura de amor, tenemos ahí el Dios que se transparenta y se revela personalmente en Jesucristo. (…)
Lo que justamente es tan patético, y lo que nos hace sensible la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y el paso que trasciende que hay que obrar del uno al otro, es que, mientras que en el Antiguo Testamento el pecado supremo, el pecado original, es querer ser como Dios, en el Nuevo, es esto mismo lo único que es necesario. (…)
¡ Se trata de ser como Dios! Y, en el fondo, esta intuición nietzscheana, esta voluntad de ser Dios, de no sostener a ningún Dios aparte de sí mísmo, es el bosquejo de una vocación auténtica. ¡ Pero atención! ¡ Sí, ser como Dios, pero después de haber reconocido en Dios justamente la desapropiación infinita, la pobreza suprema, el despojo translúcido!
Si Dios es aquel Dios, si hay en nuestro corazón una espera infinita, ser como Dios, ahora esto quiere decir desapropiarnos fundamentalmente de nosotros mismos para que nuestra vida se cumpla como la suya en un don sin reserva.”
– “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.”
*
Juan 16, 12-15
***
Lentamente he empezado a darme cuenta de que en el gran circo, lleno de domadores de leones y de trapecistas que con sus maravillosas acrobacias reclaman nuestra atención, la historia verdadera y real la contaban los payasos. Los payasos no están en el centro de los acontecimientos. Aparecen entre una gran exhibición y otra, se mueven con torpeza, caen y nos hacen sonreír de nuevo tras la tensión creada por los héroes que veníamos a admirar. Los payasos no están coordinados entre ellos, no consiguen realizar las cosas que intentan hacer; son cómicos, se mueven con un equilibrio precario y son desmañados, pero… están de nuestra parte. No reaccionamos ante ellos con admiración, sino con simpatía; no con estupor, sino con comprensión; no con la tensión, sino con una sonrisa. De los acróbatas decimos: «¿Cómo conseguirán hacerlo?». De los payasos decimos: «Son como nosotros». Los payasos, con una lágrima y una sonrisa, nos recuerdan que compartimos las mismas debilidades humanas […].
Entre las acciones emocionantes de los héroes de este mundo, tenemos una constante necesidad del payaso, de personas que con su vida vacía y solitaria -de oración y de contemplación nos revelen la otra cara y nos ofrezcan así consuelo, alivio, esperanza y una sonrisa. En esta grande, ajetreada, fascinante y turbadora ciudad continuamos sintiendo la tentación de unirnos a los domadores de leones y a los trapecistas, que reciben la máxima atención. Pero cada vez que aparecen los payasos se nos recuerda que lo que cuenta realmente es algo diferente a lo espectacular y a lo sensacional: es lo que pasa entre una escena y otra. Los payasos, con su comportamiento «inútil», nos muestran no sólo que muchas de nuestras preocupaciones, de nuestros afanes, de nuestras ansias y tensiones tienen necesidad de una sonrisa, sino que también nosotros tenemos pintura blanca en nuestro rostro y estamos llamados a comportarnos como payasos.
*
H.J.M. Nouwen, Il clown di Dio. Una vita spirituale per il nostro tempo,
Brescia 2000, pp. 7 y 162, passim.
En este tiempo de Guerra en Ucrania, y de tantas guerras olvidadas en diversos países, aún de Coronavirus, en tiempos de LGTBIfobia asesina en muchas partes del mundo, como vemos casi a diario en esta página Cristianos Gays, esta Semana será muy, muy diferente…
Para algunos será una semana de confinamiento, para alguno, quizá, de vacación y ocio. Para otros, semana de fe y de oración, de Cristos yacientes y Dolorosas con lágrimas en los ojos y espadas en el corazón.
Pero si el pueblo recuerda a Jesús no es porque sufrió y murió, sino porque resucitó. Nadie evoca ni celebra la muerte de un fracasado. Ni se entiende el dolor del Viernes Santo, sin la apoteosis del Domingo de Resurrección. Por eso, la Semana Santa, no puede considerarse como una enfermiza y caduca forma de recrearse en el dolor, sino como afirmación rotunda y gozosa de que, a través de la Cruz, se llega a la Pascua. Que es Luz, Vida y Esperanza para los creyentes. Es la base de nuestra fe cristiana.
Hay algo que los cristianos debemos evitar en Semana Santa: convertirnos en meros espectadores de la Pasión. A este Dios sólo se le entiende cuando sabemos amar a los que sufren, acercarnos a ellos y compartir su Pasión. Como la Verónica y el Cirineo del Evangelio. La Semana Santa es buena ocasión para mirar a nuestro derredor, porque son muchos los cristos anónimos que cargan con su cruz y suben al Calvario. Arrimar el hombro al dolor de este mundo es el mejor modo de resucitar con Él.
***
***
Hay que salvar a Dios
En 1972, Maurice Zundel fue llamado al Vaticano por Pablo VI para predicar en el retiro de Cuaresma. Místico, teólogo, Maurice Zundel es un verdadero profeta del siglo XX. En palabras del abbé Pierre: “Con él, nos encontrábamos en presencia de Alguien. Por su misma persona accedíamos casi naturalmente al misterio de Dios. A lo absoluto “.
Os invitamos a seguir con Maurice Zundel, paso a paso, hasta Pascua …
Porque la Pasión de Jesucristo revela en el tiempo el amor eterno de Dios para con el hombre, Dios será eternamente crucificado mientras haya un único ser, una sola criatura que diga no. No hay parcialidad en Dios. Dios no es una madre que discierne entre sus hijos; cada criatura es el objeto de una ternura infinita y, mientras haya una sola que no sea recogida en las cosechas eternas, Dios será crucificado. Esto es el Infierno, el Infierno de Dios, el Infierno en la luz de la Cruz, el Infierno al cual condenamos a Dios y del cual absolutamente hay que librarlo. Es la única manera de escuchar la llamada de la Cruz. No se trata de un sacrificio ofrecido a Moloch por un inocente acosado y abandonado, se trata de esta inocencia del Dios revelado en Jesús. Se trata de la Pasión de un Dios que es madre, infinitamente más que todas las madres, y cuya justicia maternal contiene esta sustitución de la inocencia infinita a la culpabilidad ilimitada. Y si esto es verdad, hay que revertir absolutamente todas las perspectivas: no es a nosotros, es a Dios a quien hay que salvar. Hay que salvar a Dios de nosotros mismos, como es necesario salvar la música de nuestro ruido, la verdad de nuestros fanatismos y el amor de nuestra posesión. La Cruz finalmente es la cicatrización de todas las heridas que Dios noha cesado de sopotar en el curso de la Historia, ya que todos los males y las catástrofes que afectaron el Universo, la Vida y la humanidad, fueron otras tantas heridas en el Corazón de Dios.
***
(David Trullo+Ecce Homo)
Señor Jesús, Tú que consentiste que te hirieran, gracias por venir para habitar mi gran herida. Dame la gracia de abandonarme en Ti en la confianza, Tú que conoces el peso de los días y la dureza del camino …
En este tiempo de Coronavirus, en tiempos de LGTBIfobia asesina en muchas partes del mundo, como vemos casi a diario en esta página Cristianos Gays, esta Semana será muy, muy diferente…
Para algunos será una semana de confinamiento, para alguno, quizá, de vacación y ocio. Para otros, semana de fe y de oración, de Cristos yacientes y Dolorosas con lágrimas en los ojos y espadas en el corazón.
Pero si el pueblo recuerda a Jesús no es porque sufrió y murió, sino porque resucitó. Nadie evoca ni celebra la muerte de un fracasado. Ni se entiende el dolor del Viernes Santo, sin la apoteosis del Domingo de Resurrección. Por eso, la Semana Santa, no puede considerarse como una enfermiza y caduca forma de recrearse en el dolor, sino como afirmación rotunda y gozosa de que, a través de la Cruz, se llega a la Pascua. Que es Luz, Vida y Esperanza para los creyentes. Es la base de nuestra fe cristiana.
Hay algo que los cristianos debemos evitar en Semana Santa: convertirnos en meros espectadores de la Pasión. A este Dios sólo se le entiende cuando sabemos amar a los que sufren, acercarnos a ellos y compartir su Pasión. Como la Verónica y el Cirineo del Evangelio. La Semana Santa es buena ocasión para mirar a nuestro derredor, porque son muchos los cristos anónimos que cargan con su cruz y suben al Calvario. Arrimar el hombro al dolor de este mundo es el mejor modo de resucitar con Él.
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Hay que salvar a Dios
En 1972, Maurice Zundel fue llamado al Vaticano por Pablo VI para predicar en el retiro de Cuaresma. Místico, teólogo, Maurice Zundel es un verdadero profeta del siglo XX. En palabras del abbé Pierre: “Con él, nos encontrábamos en presencia de Alguien. Por su misma persona accedíamos casi naturalmente al misterio de Dios. A lo absoluto “.
Os invitamos a seguir con Maurice Zundel, paso a paso, hasta Pascua …
Porque la Pasión de Jesucristo revela en el tiempo el amor eterno de Dios para con el hombre, Dios será eternamente crucificado mientras haya un único ser, una sola criatura que diga no. No hay parcialidad en Dios. Dios no es una madre que discierne entre sus hijos; cada criatura es el objeto de una ternura infinita y, mientras haya una sola que no sea recogida en las cosechas eternas, Dios será crucificado. Esto es el Infierno, el Infierno de Dios, el Infierno en la luz de la Cruz, el Infierno al cual condenamos a Dios y del cual absolutamente hay que librarlo. Es la única manera de escuchar la llamada de la Cruz. No se trata de un sacrificio ofrecido a Moloch por un inocente acosado y abandonado, se trata de esta inocencia del Dios revelado en Jesús. Se trata de la Pasión de un Dios que es madre, infinitamente más que todas las madres, y cuya justicia maternal contiene esta sustitución de la inocencia infinita a la culpabilidad ilimitada. Y si esto es verdad, hay que revertir absolutamente todas las perspectivas: no es a nosotros, es a Dios a quien hay que salvar. Hay que salvar a Dios de nosotros mismos, como es necesario salvar la música de nuestro ruido, la verdad de nuestros fanatismos y el amor de nuestra posesión. La Cruz finalmente es la cicatrización de todas las heridas que Dios noha cesado de sopotar en el curso de la Historia, ya que todos los males y las catástrofes que afectaron el Universo, la Vida y la humanidad, fueron otras tantas heridas en el Corazón de Dios.
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(David Trullo+Ecce Homo)
Señor Jesús, Tú que consentiste que te hirieran, gracias por venir para habitar mi gran herida. Dame la gracia de abandonarme en Ti en la confianza, Tú que conoces el peso de los días y la dureza del camino …
Comentarios desactivados en Hacia un idolatría de la Eucaristía.
Del desaparecido blog À Corps… À Coeur:
[…] El mismo Cristo debe asfixiarse en nuestros ostensorios de oro, en nuestros cálices incomparables, en nuestros copones incrustados de joyas, Él quiso sólo la paja del Pesebre o la madera de la cruz. El culto exagerado de la Eucaristía tiende a hacer de nuestras iglesias templos paganos.
Louis Evely *
Condúceme de lo irreal a lo real, condúceme de las tinieblas a la luz, condúceme de la muerte a la inmortalidad.
Brihadaranyaka Upanishad *
Una liturgia sin compromiso místico
Los faraones de Egipto han sido divinizados y los monumentos no dejan de representar su investidura divina. Cuando, más tarde, Alejandro el Grande conquistó Egipto, no creyó que pudiera asegurar su dominación sobre las colonias sin hacerse reconocer como Dios. Del mismo modo los emperadores romanos, para consolidar la unidad de su imperio, aceptaron, luego finalmente impusieron, esta divinización de Roma y de su persona.
Pero esta divinización del faraón provocaba también, casi necesariamente, la “faraonización” de dios. Había una simbiosis, una suerte de comunidad de vida en la que las reacciones eran recíprocas y, finalmente, la imagen de la divinidad se amoldaba a la del faraón divinizado.
¿Hasta qué punto esta situación ha sido reproducida a lo largo de los siglos, incluso en el pensamiento de Israel? ¿En qué medida nuestra liturgia no guarda vestigios de este intercambio ambiguo entre la realeza terrestre y la realeza divina? ¿Hasta qué punto incluso el concepto de la realeza divina no es simplemente una emanación de la realeza humana?
¿En qué medida, en Bizancio, la liturgia de Palacio y la liturgia de Santa Sofía no coincidían en una misma imagen, donde la realeza divina y la realeza humana se confundían de nuevo?
Y en qué medida nuestra liturgia no es todavía una supervivencia de las liturgias reales que no comprometennunca el fondo del alma? ¿No podemos pensar, a veces, que en nuestra misma liturgia, se trata de rendir homenaje a un soberano, de procesiónar alrededor de su altar, de erigirle un santuario dedicado a él, y una vez hecho esto, queda con Dios, todo esto que puede realizarse y celebrar sin ninguna especie de compromiso místico?
Algo extremadamente peligroso
Es evidente que, si el hombre de la calle es tan a menudo completamente extraño a lo que pasa en nuestras iglesias, es porque no pasa allí ningún acontecimiento susceptible de tocarlo aunque sea un poco. El no se siente allí de ninguna manera alcanzado y concernido a lo más íntimo de él mismo.
Hay una religión aparente que no asume compromiso profundo. Esto es extremadamente grave, y podemos preguntarnos hasta qué punto esto no es a causa de la Eucaristía que llegamos a una confusión tan radical sobre la esencia misma del mensaje de Jesús.
Una especie de materialismo religioso, el peor de todos; puede trágicamente establecerse alrededor de la Eucaristía; tenemos un catalizador de paladio, un pararrayos celeste, sobre la casa, podemos dormir tranquilo, Dios está allí en su cajita y lo tenemos constantemente a nuestra disposición.
¿Nos hemos cuestionado suficientemente sobre el valor de nuestras comuniones? ¿sobre ell valor de esos niños? ¿Qué producen? ¿Qué cambian?
En las comuniones sin compromiso, donde se cuenta con el opus operatum (un efecto producido infaliblemente por el hecho de que se recibe el sacramento), en las comuniones donde mecánicamente se debe ser santificado porque se abrió la boca o se tendió la mano para recibir la hostia: hay allí algo extremadamente peligroso porque no se ve en absoluto toda la exigencia que está en la base de una conversión verdadera, y que supone a un nuevo nacimiento; no vemosen absoluto la exigencia de la comunión que implica esta transformación radical donde se pasa del mí posesivo al mi oblativo. ¿ Incluso, cuántos sacerdotes que celebran la misa cada día todavía puede, quizá, estar todavía allí?
Resituar la Eucaristía en la perspectiva evangélica
Debemos pues resituar la Eucaristía, hay que situarla allí dónde la vida de la Iglesia debe encontrar su unidad, hay que situarla en su sitio, es decir en la perspectiva evangélica que se nos impone en los últimos encuentros del Señor con sus discípulos.
La última consigna que resuena en todas las páginas delrelato joánico, es que “os améis unos a otros como yo os he amado “. Y esta consigna es también el criterio que hace reconocer a los discípulos de Jesús: ” en esto os reconocerán que sois mis discípulos, si os amais los unos a los otros. “
Y para dar una lección a sus discípulos, Jesús les lavó los pies. “Esto es lo que es amar a tu prójimo: lo que he hecho es para que hagáis vosotros lo mismo los unos a los otros.
Por extraño que pueda parecer, la Eucaristía parece haber desaparecido, ni siquiera se nombra en este lugar, ¿por qué? Debido a que está implícita en esta mandato (lavatorio de los pies). Está implícitamente contenida en el mandato y en la consigna final del Señor: “Amaos los unos a los otros”, ya que es exactamente la misma cosa.
“Os conviene que yo me vaya “
Recordemos las trágicas palabras de Jesús en el discurso después de la Última Cena: “Es bueno que yo me vaya porque, si no me voy, el Paráclito, el Espíritu Santo, no vendrá a a vosotros”. ¿Cómo no ver en estas palabras la confesión de un fracaso? Jesús nunca convirtió a nadie … ¡a nadie! Ni la muchedumbre, ni los sacerdotes, ni las autoridades, ni Herodes ni sus discípulos, ni incluso el discípulo amado que se dormirá como los otros enseguida en el Jardín de la Agonía: no ha convertido a nadie.
Y la llamada suprema que lesdirige a sus discípulos en el lavamiento de los pies se quedará sin eco: no comprenden que el reino de Dios está dentro de ellos mismos.
No comprenderán que es para hacer nacer este reino interior que Jesús se arrodilla delante de ellos para lavarles los pies, y no comprenden que es para arrancar la piedra de nuestros corazones que Jesús muere sobre la cruz. Y la última pregunta que le harán a Jesús justo antes de la Ascensión será significativa de estatotal incomprensión.
¡La humanidad de Jesús debe pues desaparecer! Y es sólo en lo invisible, en el fuego del Pentecostes, como encontrarán a su Maestro como una presencia interior, no lo verán en lo sucesivo ya más delante de ellos sino dentro de ellos, y es en aquel momento cuando lo reconocerán. ¿Podemos desde entonces imaginar un solo instante que Nuestro Señor nos haya dado la Eucaristía para que refabriquemos con este sacramento un culto idolátrico, para que pudiéramos poseerlo allí, al alcance de nuestra mano, encerrándole en una caja para que nos pertenezca? ¿ Podemos concebir un materialismo igual por parte del Señor? ¿Cómo podemos imaginar que les hubiera robado su presencia visible a los Apóstoles para restituirnos en la hostia un foco de idolatría, como si pudiéramos disponer de Dios como el resultado de un objeto? Es absolutamente imposible, es exactamente lo contrario que sucede cuando Jesús nos da la Eucaristía.
– “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.”
Disputaban los judíos entre sí:
– “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
Entonces Jesús les dijo:
– “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.”
La libertad consiste precisamente en el poder de darse. La existencia humana, en su originalidad, es una oferta, un don, y la libertad se lleva a cabo en el encuentro con el Otro. La grandeza del hombre está dentro de nosotros […] porque sólo el hombre puede tomar la iniciativa del don al que está llamado. Dios no puede violar la libertad porque es él mismo quien la suscita y la hace inviolable. Jesús, Dios, de rodillas ante sus apóstoles, es la tentativa suprema para avivar la fuente que debe brotar para la vida eterna En su muerte atroz, Jesús revela el precio de nuestra libertad: la cruz. Lo cual quiere decir que nuestra libertad a los ojos del Señor Jesús tiene un valor infinito. Muere para que la libertad nazca en el diálogo de amor que la llevará a plenitud. Nadie como Jesús ha tenido pasión por el hombre, nadie como él ha puesto al hombre tan alto, nadie como Jesús ha pagado el precio de la dignidad humana.
Cristo introduce una nueva escala de valores. Esta transformación de valores se inaugura con el lavatorio de los pies, ¡y el mundo cristiano todavía no se ha dado cuenta! Jesús nos da una lección de grandeza, porque la grandeza ha cambiado de aspecto: no consiste en dominar, sino en servir.
Señor, transfigúrame.
Traspáseme tu rayo rosa y blanco.
Quiero ser tu vidriera,
tu alta vidriera azul, morada y amarilla
en tu más alta catedral.
Quiero ser yo mismo, sí, mi historia,
pero de Ti en tu gloria traspasado.
Quiero poder mirarte sin cegarme,
convertirme en tu luz, tu fuego altísimo
que arde de Ti y no quema ni consume.
Déjame mirarte, contemplarte
a través de mi carne y mi figura,
de la historia de mi vida y de mi sueño,
inédito capítulo en tu Biblia.
Si he de transfigurarme hasta tu esencia,
menester fue primero ser ese ser con límites,
hecho vicisitud camino de figura,
pues solo la figura puede trans-figurarse.
Pero a mí solo no. Como a los tuyos,
como a Moisés (fuego blanco de zarza),
como a Elías (carro de ardiente aluminio),
cada uno en su tienda, a ti acampados,
purifica también a todos los hijos de tu padre,
que te rezan conmigo o te rezaron
o acaso ni una madre tuvieron
que les guiara a balbucir el padrenuestro.
Purifica a todos, a todos transfigúralos.
Si acaso no te saben, o te dudan,
o te blasfeman, límpiales piadoso
(como a ti la Verónica) su frente;
descórreles las densas cataratas de sus ojos,
que te vean, Señor, y te conozcan;
espéjate en su río subterráneo,
dibújate en su alma
sin quitarles la santa libertad
de ser uno por uno tan suyos, tan distintos.
Mira, Jesús, a la adúltera
y al violento homicida
y al mal ladrón y al rebelde soberbio
y a la horrenda –¡piedad! – madre desnaturada
y al teólogo necio que pretende
apresarte en su malla farisea
y al avaro de oídos tupidos y tapiados
y al sacrificador de rebaños humanos.
[A cada uno de ellos] sálvale Tú,
despiértale la confianza.
Allégatele bien, que sienta
su corazón cobarde contra el tuyo
coincidentes los dos en solo un ritmo.
Que todos puedan en la misma nube,
vestidura de ti, sutilísima fimbria de luz,
despojarse y revestirse
de su figura vieja y en ti transfigurada.
Y a mí con ellos todos, te lo pido,
la frente prosternada hasta hundirla en el polvo,
a mí también, el último, Señor,
preserva mi figura, transfigúrame.
*
Gerardo Diego
***
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
― «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
― «Levantaos, no temáis.»
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
― «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
*
Mateo 17,1-9
***
Por un instante, el día de la transfiguración [Pedro, Santiago y Juan] contemplan la maravilla de una carne divinizada, de un rostro que transparentó el esplendor de la vida eterna: el rostro de Cristo resplandece con toda la luz de Dios.
El cuerpo humano puede ser transfigurado y tiene también un mensaje de luz que comunicar […]. Nuestro cuerpo tiene una vocación espiritual, una vocación divina. Nuestro cuerpo es el primer Evangelio porque el testimonio de la presencia divina en nosotros debe pasar a través de la expresión de nuestro rostro, a través de nuestra apertura, nuestra benevolencia, nuestra sonrisa. Aquel son interior que es la gloria de Jesucristo está en nosotros. Lo más sublime del hombre es que puede aún más, está llamado a revelar a Dios. Hay en nosotros una belleza secreta, maravillosa, inagotable. Cristo no ha venido sólo a salvar nuestras almas; Cristo ha venido a revelar Dios al hombre, a revelar el hombre al hombre; ha venido para que el hombre se realice en toda su grandeza, su dignidad, su belleza. Estamos llamados a la grandeza, al gozo, a la juventud, a la dignidad, a la belleza, a irradiar a Dios, a la transfiguración de todo nuestro ser comunicando con la luz divina.
Llevamos en nosotros el tesoro de la vida eterna, la realidad de la presencia infinita que es el Dios viviente. Hoy y en todos los instantes de nuestra vida estamos llamados a manifestar a Dios. Olvidemos toda nuestra negatividad, nuestra pesadez, nuestras fatigas, nuestras limitaciones y las de los demás. ¿Qué importa todo eso desde el momento en que Dios está en nosotros, en que Dios vive, en que nos ha regalado su canto, su gracia y su belleza; desde el momento en que hoy debemos penetrar en la nube de la transfiguración para salir revestidos de Dios, llevando en nuestro rostro el gozo de su amor y la sonrisa de su eterna bondad?
*
M. Zundel, Ta parole comme une source,
Sillery 1998, 228s
Comentarios desactivados en Hacia un idolatría de la Eucaristía.
[…] El mismo Cristo debe asfixiarse en nuestros ostensorios de oro, en nuestros cálices incomparables, en nuestros copones incrustados de joyas, Él quiso sólo la paja del Pesebre o la madera de la cruz. El culto exagerado de la Eucaristía tiende a hacer de nuestras iglesias templos paganos.
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Louis Evely
***
Condúceme de lo irreal a lo real, condúceme de las tinieblas a la luz, condúceme de la muerte a la inmortalidad.
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Brihadaranyaka Upanishad
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Una liturgia sin compromiso místico
Los faraones de Egipto han sido divinizados y los monumentos no dejan de representar su investidura divina. Cuando, más tarde, Alejandro el Grande conquistó Egipto, no creyó que pudiera asegurar su dominación sobre las colonias sin hacerse reconocer como Dios. Del mismo modo los emperadores romanos, para consolidar la unidad de su imperio, aceptaron, luego finalmente impusieron, esta divinización de Roma y de su persona.
Pero esta divinización del faraón provocaba también, casi necesariamente, la “faraonización” de dios. Había una simbiosis, una suerte de comunidad de vida en la que las reacciones eran recíprocas y, finalmente, la imagen de la divinidad se amoldaba a la del faraón divinizado.
¿Hasta qué punto esta situación ha sido reproducida a lo largo de los siglos, incluso en el pensamiento de Israel? ¿En qué medida nuestra liturgia no guarda vestigios de este intercambio ambiguo entre la realeza terrestre y la realeza divina? ¿Hasta qué punto incluso el concepto de la realeza divina no es simplemente una emanación de la realeza humana?
¿En qué medida, en Bizancio, la liturgia de Palacio y la liturgia de Santa Sofía no coincidían en una misma imagen, donde la realeza divina y la realeza humana se confundían de nuevo?
Y en qué medida nuestra liturgia no es todavía una supervivencia de las liturgias reales que no comprometen nunca el fondo del alma? ¿No podemos pensar, a veces, que en nuestra misma liturgia, se trata de rendir homenaje a un soberano, de procesiónar alrededor de su altar, de erigirle un santuario dedicado a él, y una vez hecho esto, queda con Dios, todo esto que puede realizarse y celebrar sin ninguna especie de compromiso místico?
Algo extremadamente peligroso
Es evidente que, si el hombre de la calle es tan a menudo completamente extraño a lo que pasa en nuestras iglesias, es porque no pasa allí ningún acontecimiento susceptible de tocarlo aunque sea un poco. El no se siente allí de ninguna manera alcanzado y concernido a lo más íntimo de él mismo.
Hay una religión aparente que no asume compromiso profundo. Esto es extremadamente grave, y podemos preguntarnos hasta qué punto esto no es a causa de la Eucaristía que llegamos a una confusión tan radical sobre la esencia misma del mensaje de Jesús.
Una especie de materialismo religioso, el peor de todos; puede trágicamente establecerse alrededor de la Eucaristía; tenemos un catalizador de paladio, un pararrayos celeste, sobre la casa, podemos dormir tranquilo, Dios está allí en su cajita y lo tenemos constantemente a nuestra disposición.
¿Nos hemos cuestionado suficientemente sobre el valor de nuestras comuniones? ¿sobre el valor de esos niños? ¿Qué producen? ¿Qué cambian?
En las comuniones sin compromiso, donde se cuenta con el opus operatum (un efecto producido infaliblemente por el hecho de que se recibe el sacramento), en las comuniones donde mecánicamente se debe ser santificado porque se abrió la boca o se tendió la mano para recibir la hostia: hay allí algo extremadamente peligroso porque no se ve en absoluto toda la exigencia que está en la base de una conversión verdadera, y que supone a un nuevo nacimiento; no vemosen absoluto la exigencia de la comunión que implica esta transformación radical donde se pasa del mí posesivo al mi oblativo. Incluso, ¿cuántos sacerdotes que celebran la misa cada día todavía pueden, quizá, estar todavía allí?
Resituar la Eucaristía en la perspectiva evangélica
Debemos pues resituar la Eucaristía, hay que situarla allí dónde la vida de la Iglesia debe encontrar su unidad, hay que situarla en su sitio, es decir en la perspectiva evangélica que se nos impone en los últimos encuentros del Señor con sus discípulos.
La última consigna que resuena en todas las páginas delrelato joánico, es que “os améis unos a otros como yo os he amado “. Y esta consigna es también el criterio que hace reconocer a los discípulos de Jesús: ” en esto os reconocerán que sois mis discípulos, si os amais los unos a los otros. “
Y para dar una lección a sus discípulos, Jesús les lavó los pies. “Esto es lo que es amar a tu prójimo: lo que he hecho es para que hagáis vosotros lo mismo los unos a los otros”.
Por extraño que pueda parecer, la Eucaristía parece haber desaparecido, ni siquiera se nombra en este lugar, ¿por qué? Debido a que está implícita en esta mandato (lavatorio de los pies). Está implícitamente contenida en el mandato y en la consigna final del Señor: “Amaos los unos a los otros”, ya que es exactamente la misma cosa.
“Os conviene que yo me vaya “
Recordemos las trágicas palabras de Jesús en el discurso después de la Última Cena: “Es bueno que yo me vaya porque, si no me voy, el Paráclito, el Espíritu Santo, no vendrá a a vosotros”. ¿Cómo no ver en estas palabras la confesión de un fracaso? Jesús nunca convirtió a nadie … ¡a nadie! Ni la muchedumbre, ni los sacerdotes, ni las autoridades, ni Herodes ni sus discípulos, ni incluso el discípulo amado que se dormirá como los otros enseguida en el Jardín de la Agonía: no ha convertido a nadie.
Y la llamada suprema que les dirige a sus discípulos en el lavamiento de los pies se quedará sin eco: no comprenden que el reino de Dios está dentro de ellos mismos.
No comprenderán que es para hacer nacer este reino interior que Jesús se arrodilla delante de ellos para lavarles los pies, y no comprenden que es para arrancar la piedra de nuestros corazones que Jesús muere sobre la cruz. Y la última pregunta que le harán a Jesús justo antes de la Ascensión será significativa de esta total incomprensión.
¡La humanidad de Jesús debe pues desaparecer! Y es sólo en lo invisible, en el fuego del Pentecostes, como encontrarán a su Maestro como una presencia interior, no lo verán en lo sucesivo ya más delante de ellos sino dentro de ellos, y es en aquel momento cuando lo reconocerán. ¿Podemos desde entonces imaginar un solo instante que Nuestro Señor nos haya dado la Eucaristía para que refabriquemos con este sacramento un culto idolátrico, para que pudiéramos poseerlo allí, al alcance de nuestra mano, encerrándole en una caja para que nos pertenezca? ¿ Podemos concebir un materialismo igual por parte del Señor? ¿Cómo podemos imaginar que les hubiera robado su presencia visible a los Apóstoles para restituirnos en la hostia un foco de idolatría, como si pudiéramos disponer de Dios como el resultado de un objeto? Es absolutamente imposible, es exactamente lo contrario que sucede cuando Jesús nos da la Eucaristía.
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
– “Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.”
Él les contestó:
– “Dadles vosotros de comer.”
Ellos replicaron:
– “No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.”
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
– “Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.”
Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
*
Lucas 9, 11b-17
***
El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde en el pueblo de Dios se escucha la Escritura cuya exégesis mesiánica nos proporcionó Jesús, y, por consiguiente, allí donde se respeta la Escritura y se obedece su Palabra, que encuentra su expresión actual en la asamblea de la comunidad.
Eso significa: allí donde se vive la vida cotidiana bajo el lema de la voluntad de Dios […]. El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde se celebra el banquete mesiánico, al que Jesús quiso invitarnos precisamente a todos, a los justos y a los pecadores, a los sanos y a los enfermos, a los invitados de la primera hora y a los que se quedan mirando los toros desde la barrera, es decir, allí donde se ha hecho posible, a continuación, la integración y la unanimidad de aquellos que quieren ponerse al servicio ae la construcción del pueblo de Dios. Eso significa: allí donde al convivium, o sea, al banquete de la eucaristía, le corresponde de nuevo el convivir, o sea, la convivencia de los creyentes que precede y sigue a la eucaristía, y encuentra su síntesis festiva en la celebración de semana en semana, de una fiesta a la otra.
El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde se vuelve vital la fe en que el hombre no vive sólo de pan, sino que vive, en primer lugar, de la Palabra de Dios, de su promesa y de la voluntad de aquel que se ha creado un pueblo al que debe llevar a una tierra que mana leche y miel. Eso significa que el milagro tiene lugar asimismo allí donde los creyentes se atreven a dar pruebas de su propia fe y a ponerla a prueba.
*
R. Pesch, Ilmiracolo della moltiplicazione dei pañi. C’é una soluzione per la fame nel mondo?,
Brescia 1997, pp. 182ss, passim.
Maurice Zundel escribió páginas emocionantes sobre el corazón humano, este espacio donde la conciencia que se despierta accede en el sentido de su dignidad de su inviolabilidad, y que se revela, detrás del mí prefabricado y condicionado que lo recubre, como un espacio de pura acogida del otro, el espacio que no puede ser violado por principios autoritarios, ni siquiera divinos, sino que vive de la apertura y de la comunión con el Otro, a la imagen del Dios de Pobreza que se desposee de él mismo perpetuamente en la relación de ofrenda que mantienen entre ellas las tres Personas de la Trinidad.
” (…) La Trinidad es la liberación de una pesadilla en la que la humanidad se debate cuando se sitúa frente a una divinidad de la que depende y a la que es sometida: ¿Por qué Él bastante más que yo? ¿ Por qué soy la criatura, y Él el Creador? ¿ Por qué, si es mi creador, me puso en esta situación de saber que yo soy su esclavo? ¿ Por qué me dio justo bastante inteligencia para comprender que dependo de Él? ¡ Hay una rebelión sorda e implacable qué sube del corazón del hombre en esta confrontación de su espíritu con esta especie de Dios que aparece en él como la apisonadora del espíritu!
En la apertura del Corazón de Dios a través del Corazón del Cristo, hay justamente esta manifestación increíble y maravillosa que Dios es Dios porque se comunica, que es Dios porque se da todo, porque el es la desapropiación infinita y eterna, porque tiene la transparencia de un niño, la transparencia en la que toda especie de apropiación es imposible, donde la mirada siempre es dirigida hacia “El Otro”, donde la personalidad, donde el yo, es sólo un altruismo puro e infinito. ¡ Allí está la gran confidencia qué resplandece en el Evangelio de Cristo! ¡ La perla del reino, es para que Dios sea este Dios!
¡Jesús, revelándonos la Trinidad, nos libró de Dios! Nos libró de este Dios pesadilla, exterior a nosotros, límite y amenaza para nosotros: ¡ nos libró de aquel Dios! Nos libró de nosotros mismos que necesariamente estábamos, y sordamente, aunque no nos atrevíamos a reconocerlo, en rebelión contra este Dios.
Con la Trinidad, entramos en el mundo de la relación. (…)
Subsistir en forma de don, subsistir como una relación con los demás otro, subsistir en una respiración pura de amor, tenemos ahí el Dios que se transparenta y se revela personalmente en Jesucristo. (…)
Lo que justamente es tan patético, y lo que nos hace sensible la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y el paso que trasciende que hay que obrar del uno al otro, es que, mientras que en el Antiguo Testamento el pecado supremo, el pecado original, es querer ser como Dios, en el Nuevo, es esto mismo lo único que es necesario. (…)
¡ Se trata de ser como Dios! Y, en el fondo, esta intuición nietzscheana, esta voluntad de ser Dios, de no sostener a ningún Dios aparte de sí mísmo, es el bosquejo de una vocación auténtica. ¡ Pero atención! ¡ Sí, ser como Dios, pero después de haber reconocido en Dios justamente la desapropiación infinita, la pobreza suprema, el despojo translúcido!
Si Dios es aquel Dios, si hay en nuestro corazón una espera infinita, ser como Dios, ahora esto quiere decir desapropiarnos fundamentalmente de nosotros mismos para que nuestra vida se cumpla como la suya en un don sin reserva.”
– “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.”
*
Juan 16, 12-15
***
Lentamente he empezado a darme cuenta de que en el gran circo, lleno de domadores de leones y de trapecistas que con sus maravillosas acrobacias reclaman nuestra atención, la historia verdadera y real la contaban los payasos. Los payasos no están en el centro de los acontecimientos. Aparecen entre una gran exhibición y otra, se mueven con torpeza, caen y nos hacen sonreír de nuevo tras la tensión creada por los héroes que veníamos a admirar. Los payasos no están coordinados entre ellos, no consiguen realizar las cosas que intentan hacer; son cómicos, se mueven con un equilibrio precario y son desmañados, pero… están de nuestra parte. No reaccionamos ante ellos con admiración, sino con simpatía; no con estupor, sino con comprensión; no con la tensión, sino con una sonrisa. De los acróbatas decimos: «¿Cómo conseguirán hacerlo?». De los payasos decimos: «Son como nosotros». Los payasos, con una lágrima y una sonrisa, nos recuerdan que compartimos las mismas debilidades humanas […].
Entre las acciones emocionantes de los héroes de este mundo, tenemos una constante necesidad del payaso, de personas que con su vida vacía y solitaria -de oración y de contemplación nos revelen la otra cara y nos ofrezcan así consuelo, alivio, esperanza y una sonrisa. En esta grande, ajetreada, fascinante y turbadora ciudad continuamos sintiendo la tentación de unirnos a los domadores de leones y a los trapecistas, que reciben la máxima atención. Pero cada vez que aparecen los payasos se nos recuerda que lo que cuenta realmente es algo diferente a lo espectacular y a lo sensacional: es lo que pasa entre una escena y otra. Los payasos, con su comportamiento «inútil», nos muestran no sólo que muchas de nuestras preocupaciones, de nuestros afanes, de nuestras ansias y tensiones tienen necesidad de una sonrisa, sino que también nosotros tenemos pintura blanca en nuestro rostro y estamos llamados a comportarnos como payasos (H. J. M. Nouwen, / c/own di Dio. Una vita spirituale per ¡I nostro tempo, Brescia 2000, pp. 7 y 162, passim).
En 1972, Maurice Zundel fue llamado al Vaticano por Pablo VI para predicar en el retiro de Cuaresma. Místico, teólogo, Maurice Zundel es un verdadero profeta del siglo XX. En palabras del abbé Pierre: “Con él, nos encontrábamos en presencia de Alguien. Por su misma persona accedíamos casi naturalmente al misterio de Dios. A lo absoluto “.
Os invitamos a seguir Maurice Zundel, paso a paso, hasta Pascua en este Año jubilar de la Misericordia…
Hay que salvar a Dios
Porque la Pasión de Jesucristo revela en el tiempo el amor eterno de Dios para con el hombre, Dios será eternamente crucificado mientras haya un único ser, una sola criatura que diga no. No hay parcialidad en Dios. Dios no es una madre que discierne entre sus hijos; cada criatura es el objeto de una ternura infinita y, mientras haya una sola que no sea recogida en las cosechas eternas, Dios será crucificado. Esto es el Infierno, el Infierno de Dios, el Infierno en la luz de la Cruz, el Infierno al cual condenamos a Dios y del cual absolutamente hay que librarlo. Es la única manera de escuchar la llamada de la Cruz. No se trata de un sacrificio ofrecido a Moloch por un inocente acosado y abandonado, se trata de esta inocencia del Dios revelado en Jesús. Se trata de la Pasión de un Dios que es madre, infinitamente más que todas las madres, y cuya justicia maternal contiene esta sustitución de la inocencia infinita a la culpabilidad ilimitada. Y si esto es verdad, hay que revertir absolutamente todas las perspectivas: no es a nosotros, es a Dios a quien hay que salvar. Hay que salvar a Dios de nosotros mismos, como es necesario salvar la música de nuestro ruido, la verdad de nuestros fanatismos y el amor de nuestra posesión. La Cruz finalmente es la cicatrización de todas las heridas que Dios noha cesado de sopotar en el curso de la Historia, ya que todos los males y las catástrofes que afectaron el Universo, la Vida y la humanidad, fueron otras tantas heridas en el Corazón de Dios.
Señor Jesús, Tú que consentiste que te hirieran, gracias por venir para habitar mi gran herida. Dame la gracia de abandonarme en Ti en la confianza, Tú que conoces el peso de los días y la dureza del camino …
En 1972, Maurice Zundel fue llamado al Vaticano por Pablo VI para predicar en el retiro de Cuaresma. Místico, teólogo, Maurice Zundel es un verdadero profeta del siglo XX. En palabras del abbé Pierre: “Con él, nos encontrábamos en presencia de Alguien. Por su misma persona accedíamos casi naturalmente al misterio de Dios. A lo absoluto “.
Os invitamos a seguir con Maurice Zundel, paso a paso, hasta Pascua …
Hay que salvar a Dios
Porque la Pasión de Jesucristo revela en el tiempo el amor eterno de Dios para con el hombre, Dios será eternamente crucificado mientras haya un único ser, una sola criatura que diga no. No hay parcialidad en Dios. Dios no es una madre que discierne entre sus hijos; cada criatura es el objeto de una ternura infinita y, mientras haya una sola que no sea recogida en las cosechas eternas, Dios será crucificado. Esto es el Infierno, el Infierno de Dios, el Infierno en la luz de la Cruz, el Infierno al cual condenamos a Dios y del cual absolutamente hay que librarlo. Es la única manera de escuchar la llamada de la Cruz. No se trata de un sacrificio ofrecido a Moloch por un inocente acosado y abandonado, se trata de esta inocencia del Dios revelado en Jesús. Se trata de la Pasión de un Dios que es madre, infinitamente más que todas las madres, y cuya justicia maternal contiene esta sustitución de la inocencia infinita a la culpabilidad ilimitada. Y si esto es verdad, hay que revertir absolutamente todas las perspectivas: no es a nosotros, es a Dios a quien hay que salvar. Hay que salvar a Dios de nosotros mismos, como es necesario salvar la música de nuestro ruido, la verdad de nuestros fanatismos y el amor de nuestra posesión. La Cruz finalmente es la cicatrización de todas las heridas que Dios noha cesado de sopotar en el curso de la Historia, ya que todos los males y las catástrofes que afectaron el Universo, la Vida y la humanidad, fueron otras tantas heridas en el Corazón de Dios.
Señor Jesús, Tú que consentiste que te hirieran, gracias por venir para habitar mi gran herida. Dame la gracia de abandonarme en Ti en la confianza, Tú que conoces el peso de los días y la dureza del camino …
Comentarios desactivados en Hacia un idolatría de la Eucaristía.
Del desaparecido blog À Corps… À Coeur:
[…] El mismo Cristo debe asfixiarse en nuestros ostensorios de oro, en nuestros cálices incomparables, en nuestros copones incrustados de joyas, Él quiso sólo la paja del Pesebre o la madera de la cruz. El culto exagerado de la Eucaristía tiende a hacer de nuestras iglesias templos paganos.
Louis Evely *
Condúceme de lo irreal a lo real, condúceme de las tinieblas a la luz, condúceme de la muerte a la inmortalidad.
Brihadaranyaka Upanishad *
Una liturgia sin compromiso místico
Los faraones de Egipto han sido divinizados y los monumentos no dejan de representar su investidura divina. Cuando, más tarde, Alejandro el Grande conquistó Egipto, no creyó que pudiera asegurar su dominación sobre las colonias sin hacerse reconocer como Dios. Del mismo modo los emperadores romanos, para consolidar la unidad de su imperio, aceptaron, luego finalmente impusieron, esta divinización de Roma y de su persona.
Pero esta divinización del faraón provocaba también, casi necesariamente, la “faraonización” de dios. Había una simbiosis, una suerte de comunidad de vida en la que las reacciones eran recíprocas y, finalmente, la imagen de la divinidad se amoldaba a la del faraón divinizado.
¿Hasta qué punto esta situación ha sido reproducida a lo largo de los siglos, incluso en el pensamiento de Israel? ¿En qué medida nuestra liturgia no guarda vestigios de este intercambio ambiguo entre la realeza terrestre y la realeza divina? ¿Hasta qué punto incluso el concepto de la realeza divina no es simplemente una emanación de la realeza humana?
¿En qué medida, en Bizancio, la liturgia de Palacio y la liturgia de Santa Sofía no coincidían en una misma imagen, donde la realeza divina y la realeza humana se confundían de nuevo?
Y en qué medida nuestra liturgia no es todavía una supervivencia de las liturgias reales que no comprometennunca el fondo del alma? ¿No podemos pensar, a veces, que en nuestra misma liturgia, se trata de rendir homenaje a un soberano, de procesiónar alrededor de su altar, de erigirle un santuario dedicado a él, y una vez hecho esto, queda con Dios, todo esto que puede realizarse y celebrar sin ninguna especie de compromiso místico?
Algo extremadamente peligroso
Es evidente que, si el hombre de la calle es tan a menudo completamente extraño a lo que pasa en nuestras iglesias, es porque no pasa allí ningún acontecimiento susceptible de tocarlo aunque sea un poco. El no se siente allí de ninguna manera alcanzado y concernido a lo más íntimo de él mismo.
Hay una religión aparente que no asume compromiso profundo. Esto es extremadamente grave, y podemos preguntarnos hasta qué punto esto no es a causa de la Eucaristía que llegamos a una confusión tan radical sobre la esencia misma del mensaje de Jesús.
Una especie de materialismo religioso, el peor de todos; puede trágicamente establecerse alrededor de la Eucaristía; tenemos un catalizador de paladio, un pararrayos celeste, sobre la casa, podemos dormir tranquilo, Dios está allí en su cajita y lo tenemos constantemente a nuestra disposición.
¿Nos hemos cuestionado suficientemente sobre el valor de nuestras comuniones? ¿sobre ell valor de esos niños? ¿Qué producen? ¿Qué cambian?
En las comuniones sin compromiso, donde se cuenta con el opus operatum (un efecto producido infaliblemente por el hecho de que se recibe el sacramento), en las comuniones donde mecánicamente se debe ser santificado porque se abrió la boca o se tendió la mano para recibir la hostia: hay allí algo extremadamente peligroso porque no se ve en absoluto toda la exigencia que está en la base de una conversión verdadera, y que supone a un nuevo nacimiento; no vemosen absoluto la exigencia de la comunión que implica esta transformación radical donde se pasa del mí posesivo al mi oblativo. ¿ Incluso, cuántos sacerdotes que celebran la misa cada día todavía puede, quizá, estar todavía allí?
Resituar la Eucaristía en la perspectiva evangélica
Debemos pues resituar la Eucaristía, hay que situarla allí dónde la vida de la Iglesia debe encontrar su unidad, hay que situarla en su sitio, es decir en la perspectiva evangélica que se nos impone en los últimos encuentros del Señor con sus discípulos.
La última consigna que resuena en todas las páginas delrelato joánico, es que “os améis unos a otros como yo os he amado “. Y esta consigna es también el criterio que hace reconocer a los discípulos de Jesús: ” en esto os reconocerán que sois mis discípulos, si os amais los unos a los otros. “
Y para dar una lección a sus discípulos, Jesús les lavó los pies. “Esto es lo que es amar a tu prójimo: lo que he hecho es para que hagáis vosotros lo mismo los unos a los otros.
Por extraño que pueda parecer, la Eucaristía parece haber desaparecido, ni siquiera se nombra en este lugar, ¿por qué? Debido a que está implícita en esta mandato (lavatorio de los pies). Está implícitamente contenida en el mandato y en la consigna final del Señor: “Amaos los unos a los otros”, ya que es exactamente la misma cosa.
“Os conviene que yo me vaya “
Recordemos las trágicas palabras de Jesús en el discurso después de la Última Cena: “Es bueno que yo me vaya porque, si no me voy, el Paráclito, el Espíritu Santo, no vendrá a a vosotros”. ¿Cómo no ver en estas palabras la confesión de un fracaso? Jesús nunca convirtió a nadie … ¡a nadie! Ni la muchedumbre, ni los sacerdotes, ni las autoridades, ni Herodes ni sus discípulos, ni incluso el discípulo amado que se dormirá como los otros enseguida en el Jardín de la Agonía: no ha convertido a nadie.
Y la llamada suprema que lesdirige a sus discípulos en el lavamiento de los pies se quedará sin eco: no comprenden que el reino de Dios está dentro de ellos mismos.
No comprenderán que es para hacer nacer este reino interior que Jesús se arrodilla delante de ellos para lavarles los pies, y no comprenden que es para arrancar la piedra de nuestros corazones que Jesús muere sobre la cruz. Y la última pregunta que le harán a Jesús justo antes de la Ascensión será significativa de estatotal incomprensión.
¡La humanidad de Jesús debe pues desaparecer! Y es sólo en lo invisible, en el fuego del Pentecostes, como encontrarán a su Maestro como una presencia interior, no lo verán en lo sucesivo ya más delante de ellos sino dentro de ellos, y es en aquel momento cuando lo reconocerán. ¿Podemos desde entonces imaginar un solo instante que Nuestro Señor nos haya dado la Eucaristía para que refabriquemos con este sacramento un culto idolátrico, para que pudiéramos poseerlo allí, al alcance de nuestra mano, encerrándole en una caja para que nos pertenezca? ¿ Podemos concebir un materialismo igual por parte del Señor? ¿Cómo podemos imaginar que les hubiera robado su presencia visible a los Apóstoles para restituirnos en la hostia un foco de idolatría, como si pudiéramos disponer de Dios como el resultado de un objeto? Es absolutamente imposible, es exactamente lo contrario que sucede cuando Jesús nos da la Eucaristía.
– “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.”
Disputaban los judíos entre sí:
– “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
Entonces Jesús les dijo:
– “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.”
“Si definitivamente has tomado partido por el Reino jugándotelo todo por él, no desprecias las alegrías humanas, las vives, las asumes, pero para ascenderlas a la misma altura de tu alegría sobrenatural. Y es ahí exclusivamente donde las alegrías humanas tienen la posibilidad de dar toda su medida. Y cuando las echas de menos, permaneces imperturbable, alimentado como estás de la alegría esencial que, ella, jamás sabría faltarte.”
La verdadera vida, la vida eterna, aquí y ahora, la verdadera comunión entre los hombres, es el intercambio del infinito, aquí y ahora. Nuestra verdadera morada, es el Cielo interior, aquí y ahora.
Y cuando tenemos el privilegio tan raro de encontrar un rostro humano perfectamente luminoso, perfectamente abierto, y totalmente despojado de sí mismo, lo acogemos justamente por ese centro interior, por ese centro único, por ese Punto en el que el espacio y el tiempo se condensan en una Presencia infinita…
Es por eso que, es en el más profundo recogimiento, en el más perfecto silencio interior, que vamos a entrar en contacto con nuestros seres queridos que están ocultos en la luz del Señor y viven en este Cielo interior a nosotros mismos donde encontramos a la vez el rostro de ellos y el del Señor…
No hay otra forma de reunirnos con nuestros queridos difuntos que no están en otro lugar sino que están dentro de nosotros, como Dios mismo, que interiorizar nuestra vida.
Se trata de alcanzar el nivel más profundo de la existencia, pues es ahí, en la intimidad de corazón a corazón con el Señor, encontraremos, inmortalizado, el rostro de todos los que amamos, a los que jamás dejaremos de amar y con los cuales podemos siempre comunicarnos en la misma respiración de ternura que en los momentos supremos de aquí abajo: que es el Dios en quien todo es vida.
*
M. Zundel
recogido por la “Santa Familia de Burdeos“
“¿Dónde están nuestros difuntos y cómo llegar a ellos?”
Homilía de Mauricio Zúndel el 2 de nov. 1967, en Lausana. Celebración de los Difuntos.
Tomada del libro “Ta parole comme une source, (Tu Palabra como fuente), 85 sermones inéditos.”
Editorial Anne Sigier, Sillery, agosto 2001, 442 págs
ISBN : 2-89129-082-8
Comentarios desactivados en Hacia un idolatría de la Eucaristía.
[…] El mismo Cristo debe asfixiarse en nuestros ostensorios de oro, en nuestros cálices incomparables, en nuestros copones incrustados de joyas, Él quiso sólo la paja del Pesebre o la madera de la cruz. El culto exagerado de la Eucaristía tiende a hacer de nuestras iglesias templos paganos.
Louis Evely *
Condúceme de lo irreal a lo real, condúceme de las tinieblas a la luz, condúceme de la muerte a la inmortalidad.
Brihadaranyaka Upanishad *
Una liturgia sin compromiso místico
Los faraones de Egipto han sido divinizados y los monumentos no dejan de representar su investidura divina. Cuando, más tarde, Alejandro el Grande conquistó Egipto, no creyó que pudiera asegurar su dominación sobre las colonias sin hacerse reconocer como Dios. Del mismo modo los emperadores romanos, para consolidar la unidad de su imperio, aceptaron, luego finalmente impusieron, esta divinización de Roma y de su persona.
Pero esta divinización del faraón provocaba también, casi necesariamente, la “faraonización” de dios. Había una simbiosis, una suerte de comunidad de vida en la que las reacciones eran recíprocas y, finalmente, la imagen de la divinidad se amoldaba a la del faraón divinizado.
¿Hasta qué punto esta situación ha sido reproducida a lo largo de los siglos, incluso en el pensamiento de Israel? ¿En qué medida nuestra liturgia no guarda vestigios de este intercambio ambiguo entre la realeza terrestre y la realeza divina? ¿Hasta qué punto incluso el concepto de la realeza divina no es simplemente una emanación de la realeza humana?
¿En qué medida, en Bizancio, la liturgia de Palacio y la liturgia de Santa Sofía no coincidían en una misma imagen, donde la realeza divina y la realeza humana se confundían de nuevo?
Y en qué medida nuestra liturgia no es todavía una supervivencia de las liturgias reales que no comprometen nunca el fondo del alma? ¿No podemos pensar, a veces, que en nuestra misma liturgia, se trata de rendir homenaje a un soberano, de procesiónar alrededor de su altar, de erigirle un santuario dedicado a él, y una vez hecho esto, queda con Dios, todo esto que puede realizarse y celebrar sin ninguna especie de compromiso místico?
Algo extremadamente peligroso
Es evidente que, si el hombre de la calle es tan a menudo completamente extraño a lo que pasa en nuestras iglesias, es porque no pasa allí ningún acontecimiento susceptible de tocarlo aunque sea un poco. El no se siente allí de ninguna manera alcanzado y concernido a lo más íntimo de él mismo.
Hay una religión aparente que no asume compromiso profundo. Esto es extremadamente grave, y podemos preguntarnos hasta qué punto esto no es a causa de la Eucaristía que llegamos a una confusión tan radical sobre la esencia misma del mensaje de Jesús.
Una especie de materialismo religioso, el peor de todos; puede trágicamente establecerse alrededor de la Eucaristía; tenemos un catalizador de paladio, un pararrayos celeste, sobre la casa, podemos dormir tranquilo, Dios está allí en su cajita y lo tenemos constantemente a nuestra disposición.
¿Nos hemos cuestionado suficientemente sobre el valor de nuestras comuniones? ¿sobre el valor de esos niños? ¿Qué producen? ¿Qué cambian?
En las comuniones sin compromiso, donde se cuenta con el opus operatum (un efecto producido infaliblemente por el hecho de que se recibe el sacramento), en las comuniones donde mecánicamente se debe ser santificado porque se abrió la boca o se tendió la mano para recibir la hostia: hay allí algo extremadamente peligroso porque no se ve en absoluto toda la exigencia que está en la base de una conversión verdadera, y que supone a un nuevo nacimiento; no vemosen absoluto la exigencia de la comunión que implica esta transformación radical donde se pasa del mí posesivo al mi oblativo. Incluso, ¿cuántos sacerdotes que celebran la misa cada día todavía pueden, quizá, estar todavía allí?
Resituar la Eucaristía en la perspectiva evangélica
Debemos pues resituar la Eucaristía, hay que situarla allí dónde la vida de la Iglesia debe encontrar su unidad, hay que situarla en su sitio, es decir en la perspectiva evangélica que se nos impone en los últimos encuentros del Señor con sus discípulos.
La última consigna que resuena en todas las páginas delrelato joánico, es que “os améis unos a otros como yo os he amado “. Y esta consigna es también el criterio que hace reconocer a los discípulos de Jesús: ” en esto os reconocerán que sois mis discípulos, si os amais los unos a los otros. “
Y para dar una lección a sus discípulos, Jesús les lavó los pies. “Esto es lo que es amar a tu prójimo: lo que he hecho es para que hagáis vosotros lo mismo los unos a los otros”.
Por extraño que pueda parecer, la Eucaristía parece haber desaparecido, ni siquiera se nombra en este lugar, ¿por qué? Debido a que está implícita en esta mandato (lavatorio de los pies). Está implícitamente contenida en el mandato y en la consigna final del Señor: “Amaos los unos a los otros”, ya que es exactamente la misma cosa.
“Os conviene que yo me vaya “
Recordemos las trágicas palabras de Jesús en el discurso después de la Última Cena: “Es bueno que yo me vaya porque, si no me voy, el Paráclito, el Espíritu Santo, no vendrá a a vosotros”. ¿Cómo no ver en estas palabras la confesión de un fracaso? Jesús nunca convirtió a nadie … ¡a nadie! Ni la muchedumbre, ni los sacerdotes, ni las autoridades, ni Herodes ni sus discípulos, ni incluso el discípulo amado que se dormirá como los otros enseguida en el Jardín de la Agonía: no ha convertido a nadie.
Y la llamada suprema que les dirige a sus discípulos en el lavamiento de los pies se quedará sin eco: no comprenden que el reino de Dios está dentro de ellos mismos.
No comprenderán que es para hacer nacer este reino interior que Jesús se arrodilla delante de ellos para lavarles los pies, y no comprenden que es para arrancar la piedra de nuestros corazones que Jesús muere sobre la cruz. Y la última pregunta que le harán a Jesús justo antes de la Ascensión será significativa de esta total incomprensión.
¡La humanidad de Jesús debe pues desaparecer! Y es sólo en lo invisible, en el fuego del Pentecostes, como encontrarán a su Maestro como una presencia interior, no lo verán en lo sucesivo ya más delante de ellos sino dentro de ellos, y es en aquel momento cuando lo reconocerán. ¿Podemos desde entonces imaginar un solo instante que Nuestro Señor nos haya dado la Eucaristía para que refabriquemos con este sacramento un culto idolátrico, para que pudiéramos poseerlo allí, al alcance de nuestra mano, encerrándole en una caja para que nos pertenezca? ¿ Podemos concebir un materialismo igual por parte del Señor? ¿Cómo podemos imaginar que les hubiera robado su presencia visible a los Apóstoles para restituirnos en la hostia un foco de idolatría, como si pudiéramos disponer de Dios como el resultado de un objeto? Es absolutamente imposible, es exactamente lo contrario que sucede cuando Jesús nos da la Eucaristía.
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
– “Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.”
Él les contestó:
– “Dadles vosotros de comer.”
Ellos replicaron:
– “No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.”
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
– “Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.”
Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
Maurice Zundel escribió páginas emocionantes sobre el corazón humano, este espacio donde la conciencia que se despierta accede en el sentido de su dignidad de su inviolabilidad, y que se revela, detrás del mí prefabricado y condicionado que lo recubre, como un espacio de pura acogida del otro, el espacio que no puede ser violado por principios autoritarios, ni siquiera divinos, sino que vive de la apertura y de la comunión con el Otro, a la imagen del Dios de Pobreza que se desposee de él mismo perpetuamente en la relación de ofrenda que mantienen entre ellas las tres Personas de la Trinidad.
” (…) La Trinidad es la liberación de una pesadilla en la que la humanidad se debate cuando se sitúa frente a una divinidad de la que depende y a la que es sometida: ¿Por qué Él bastante más que yo? ¿ Por qué soy la criatura, y Él el Creador? ¿ Por qué, si es mi creador, me puso en esta situación de saber que yo soy su esclavo? ¿ Por qué me dio justo bastante inteligencia para comprender que dependo de Él? ¡ Hay una rebelión sorda e implacable qué sube del corazón del hombre en esta confrontación de su espíritu con esta especie de Dios que aparece en él como la apisonadora del espíritu!
En la apertura del Corazón de Dios a través del Corazón del Cristo, hay justamente esta manifestación increíble y maravillosa que Dios es Dios porque se comunica, que es Dios porque se da todo, porque el es la desapropiación infinita y eterna, porque tiene la transparencia de un niño, la transparencia en la que toda especie de apropiación es imposible, donde la mirada siempre es dirigida hacia “El Otro”, donde la personalidad, donde el yo, es sólo un altruismo puro e infinito. ¡ Allí está la gran confidencia qué resplandece en el Evangelio de Cristo! ¡ La perla del reino, es para que Dios sea este Dios!
¡Jesús, revelándonos la Trinidad, nos libró de Dios! Nos libró de este Dios pesadilla, exterior a nosotros, límite y amenaza para nosotros: ¡ nos libró de aquel Dios! Nos libró de nosotros mismos que necesariamente estábamos, y sordamente, aunque no nos atrevíamos a reconocerlo, en rebelión contra este Dios.
Con la Trinidad, entramos en el mundo de la relación. (…)
Subsistir en forma de don, subsistir como una relación con los demás otro, subsistir en una respiración pura de amor, tenemos ahí el Dios que se transparenta y se revela personalmente en Jesucristo. (…)
Lo que justamente es tan patético, y lo que nos hace sensible la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y el paso que trasciende que hay que obrar del uno al otro, es que, mientras que en el Antiguo Testamento el pecado supremo, el pecado original, es querer ser como Dios, en el Nuevo, es esto mismo lo único que es necesario. (…)
¡ Se trata de ser como Dios! Y, en el fondo, esta intuición nietzscheana, esta voluntad de ser Dios, de no sostener a ningún Dios aparte de sí mísmo, es el bosquejo de una vocación auténtica. ¡ Pero atención! ¡ Sí, ser como Dios, pero después de haber reconocido en Dios justamente la desapropiación infinita, la pobreza suprema, el despojo translúcido!
Si Dios es aquel Dios, si hay en nuestro corazón una espera infinita, ser como Dios, ahora esto quiere decir desapropiarnos fundamentalmente de nosotros mismos para que nuestra vida se cumpla como la suya en un don sin reserva.”
– “Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.”
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