Comentarios desactivados en Bendice, Señor, el espíritu quebrantado de los que sufren.
Con Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), mártir en Auschwitz, recordemos a las víctimas de tantos genocidios que el ser humano ha sido y sigue siendo capaz de perpetrar… Y que, a pesar de no ver, de no entender, sigamos siendo instrumentos de Paz y de Misericordia…
Bendice, Señor
el espíritu quebrantado de los que sufren,
la pesada soledad de los hombres,
de aquél que no encuentra nunca reposo,
el sufrimiento que nunca se le confía a nadie…
Y bendice el cortejo de las gentes
que en la noche no se dejan amedrentar
por el espectro de los caminos desconocidos.
Bendice la miseria de los hombres que están muriendo ahora.
Dales, Señor, un buen fin.
Bendice los corazones, Señor, los corazones llenos de amargura.
Sobre todo, alivia a los enfermos,
concede el olvido a aquellos a quienes has privado
de su bien más querido.
No dejes que nadie en la tierra viva angustiado
Bendice a los alegres, Señor y protégeles,
A mí nunca me has librado, hasta ahora, de la tristeza.
Y a veces me pesa demasiado;
pero Tú me das fuerza
y así puedo cargar con ella.
Comentarios desactivados en J. Moltmann (1926-2024): Dios crucificado, Vida de la vida humana.
Del blog de Xabier Pikaza:
Presenté ayer (RD y FB) una visión de conjunto de la teología de J. Moltmann. Completo hoy el tema con una nota sobre Cruz de Dios y Pascua cristiana.
Hace 52 años (junio 1972) defendí en la Universidad de Santo Tomás de Roma mi tesis doctoral en Filosofía sobre Bultmann y Cullmann. La tesis recibió nota, fu publicada el mismo año en Madrid (imagen 1), con dos ediciones posteriores en Clie/Terrasa.
En la “sobremesa”, el Prof. Abelardo Lobato, Decano de la Facultad, me pidió (de un modo personal, no institucional) que siguiera comparando a Bultmann con J. Moltmann, que era a su juicio la nueva cabeza pensante de la filosofía religiosa de Alemania. Tenía ya preparado el trabajo, lo rehíce y se lo mandé como apéndice de la tesis y lo incluyó entre los “documentos oficiales” para el doctorado (imagen 1 y 3: Portada e índice).
Ese texto de comparación quedó así (puede consultarse en Estudios 8 (1972)159-227), pues no he tenido ocasión de recrearlo. He preparado, sin embargo, una visión de conjunto de su pensamiento, que quizá ofreceré de manera más razonada en un trabajo de conjunto. Así lo presento aquí, como recuerdo de elaboración de 1972 y de la presencia constante de Moltann en mi pensamiento.
| Xabier Pikaza
Jesús no subió a Jerusalén para derribar físicamente el templo (ése habría sido un tema superficial, pues derribado un templo se construye otro), sino para declararlo perverso y caduco, porque era cueva de bandidos, y no casa de oración universal: cf. Mc 11, 15‒17) y porque él quería “construir” un nuevo templo, casa de oración para todos los pueblos. Éste es, a mi juicio, el pensamiento central de la teología de J. Moltmann a partir de su libro El Dios crucificado (1972), que Moltmann estaba ultimando cuando yo presente cuando yo presenté ese mismo año una visión de conjunto de de su teología anterior, quizá la primera que se presentó en lengua castellana.
Condenado por el templo. Sin sepultura en el pueblo
Por imperativo de ley, como espacio sagrado (hieron),el templo era banco donde se cambiaba y pagaba dinero por las ofrendas o tributos religiosos, mercado‒mataderodonde se vendían y compraban animales para sacrificios, y plaza donde llegaba y se juntaba todo tipo de gente con cosas de ofrendas (animales y leña, encendedores de fuego, cántaros con agua, limpiadores, policías paramilitares, sacerdotes engalonados… y fuera, sin poder entrar, los cojos y mancos, los ciego, enfermos y locos etc.). Era una empresa económica (la mayor de Jerusalén, como recuerda Jn 2, 16 cuando afirma que los sacerdotes lo habían convertido en “casa de emporio o negocios”: oikon emporiou). En ese fondo se entiende el gesto citado de Jesús, como profecía de destrucción y promesa universal de vida:
– Profecía de destrucción, contra el templo y lo que él significa (Mc 11, 15‒17 par). Jesús no purifica el templo para condenar sus excesos y dejarlo de nuevo limpio (como querían los esenios de Qumrán y muchos judíos reformistas, contrarios al orden dominante, en la línea de Dan 7‒12 y de 1‒2 Mac). Tampoco quiere (profetiza) su destrucción, para construir uno mejor, en la línea antigua (judía o cristiana), sino que quiere que el arquetipo‒templo acabe, es decir, que su función termine, de manera que nunca pueda comer nadie de sus frutos (cf. Mc 11, 14), pues, a su juicio, las instituciones sagradas de Israel, representadas y condensadas en el templo, han invertido su función y deben terminar. El mismo templo ha sido contrario a la más honda voluntad de Dios, como dice Esteban en Hech 7, con un mensaje cercano al de Jesús, para quien el verdadera templo es el cuerpo/comunidad de los creyentes (cf. Jn 2, 21).
–Promesa universal. En lugar de este templo, cueva de bandidos, debe surgir la Casa de Oración para todas las naciones (Mc 11, 17; cf. Is 56, 7; Jer 7, 11). Jesús no ha condenado el templo para negar la promesa de Israel sino, al contrario, para ratificarla y expandirla de manera universal. El templo verdadero ha de ser el mundo entero “casa de vida y encuentro”, donde pueden vincularse todos, como indican las multiplicaciones de Jesús, con su oración de alabanza (cf. Mc 6, 41; 8, 6) y la promesa de la peregrinación final de las naciones (Mt 7, 11-12). En su propia equivocación, el templo era un signo del “cuerpo mesiánico” de aquellos que resucitan en y por Jesús, formando así la nueva humanidad resucitada[1].
Vino a Jerusalén acompañado por los Doce, representantes del nuevo Israel, pero uno de ellos le traicionó y los restantes se sintieron desconcertados o tuvieron miedo y huyeron. Por eso, murió solo, con dos “bandidos”, acompañado de lejos por unas mujeres (cf. Mc 15). Todo nos permite suponer quelos soldados romanos (o los representantes de los sacerdotes judíos), a fin de que la presencia de los tres cadáveres, colgados a las puertas de Jerusalén, no impidiera celebrar la pascua, pues eran impuros para los judíos (cf. Jn 19, 31), sepultarona los tres, en una fosa común, sin que parientes ni amigos pudieran despedirles con los ritos sagrados que sirven para honrar y recordar en paz a los difuntos, de manera que la historia de violencia pudiera repetirse.
No tuvo un entierro honroso de manera que su fracaso fue completo: ¡No le ungieron, ni lloraron su cadáver, ni le dieron buena sepultura! (ése parece el sentido de Mc 12, 8). Sólo las «discípulas-amigas» que contemplaron de lejos su cruz quisieron venir ir tras el sábado de fiesta hasta su sepultura para urgir su cuerpo, pero no lo hicieron, porque no pudieron encontrar el cuerpo, o porque la tumba había sido “profanada” y abierta. Pues bien, en ese momento, ellas descubrieron que el lugar de la presencia de Jesús no era una tumba, sino su mensaje y la vida y transformación de sus seguidores (es decir, su resurrección).
No podemos precisar mejor lo que pasó; pero años después, para expresar simbólicamente la experiencia pascual (y quizá para impedir que los creyentes alzaran un monumento en el sepulcro de Jesús, a pesar de su mensaje: cf. Mt 23, 29-32), ciertos cristianos crearon un bello relato diciendo que unos poderosos amigos ocultos, con influjo ante el Sanedrín y el Procurador romano, habrían enterrado a Jesús en una cueva sepulcral muy limpia, con muchos perfumes, una oquedad de piedra que después quedó vacío (cf. Mc 15, 42-47 par), pues Jesús habría resucitado corporalmente.
No crearon ese relato para sacralizar su tumba (como la de San Pedro de Roma), sino, al contrario, para afirmar que está vacía y que su cuerpo (su mensaje y vida) se ha encarnado (ha resucitado) en sus discípulos, desde «Galilea», para retomar así su movimiento (cf. Mc 16, 1-8). Éste es el fondo y sentido de la historia, que San Pablo ha recogido y narrado pocos años después, en 1 Cor 15, 3-4 cuando dice que Jesús: «murió y fue sepultado». No pudieron honrar su cadáver, pero algunas mujeres como Magdalena que habían intentado hacerlo supieron que se hallaba vivo, pues vivía en ellas y en los demás discípulos, y así lo anunciaron a los, retomando y recreando su movimiento mesiánico. Esa experiencia de la vida de Jesús en sus discípulos fue el principio de la iglesia.
Habían matado a Jesús, murió fracasado, pero su misma muerte creó un recuerdo y presencia más alta y vino a expresarse como mutación suprema de la vida humana, entendida en forma de resurrección. En esa línea, su entierro frustrado fue comienzo de una nueva experiencia religiosa.Jesús fue enterrado, pero su tumba no pudo convertirse en signo y principio de una nueva revelación religiosa, en la línea de las anteriores, sino que “quedó vacía”, pero no vacía de cadáver material, sino de sentido religioso.
Sus discípulos no pudieron ir a la tumba para allí recordarle, pero “descubrieron” algo que él estaba vivo en su mensaje y su proyecto de Reino, es decir, que él había resucitado. No dejó una iglesia instituida para siempre (como Atenea, armada y adulta, saliendo del cuerpo de su padre). No fundó una organización sacral, ni dotó con fondos una empresa, ni fijó una jerarquía estructurada, pero creó (suscitó) una herencia superior de humanidad, grupo de amigos resucitados:
‒ La primera creación (simbolizada por Eva‒Adán) surgió por mutación biológico‒mental, en el contexto de la gran evolución de la vida En ese campo de evolución y mutación cósmica, dentro de las generaciones de los hombres se encarnó (=vivió) Jesús, retomando y recreando con su mensaje y su muerte el camino de la humanidad, anunciando y preparando la llegada de la nueva humanidad, como Reino de Dios (no del César ni de un tipo de sacerdotes).
‒ Con Jesús se inicia, según los cristianos, la segunda creación, y ella acontece por mutación personal, como inmersión en la conciencia crística, pascual, de Dios, como ha destacado la tradición cristiana, formulada por Pablo en 1 Cor 15 y Rom 5. Esta nueva y más alta mutación sigue vinculada a la generación antigua, pero no se define por el primer nacimiento, sino por el re‒renacimiento o resurrección, allí donde unos hombres y mujeres regalan su vida hasta la muerte, para que otros vivan (viviendo así en ellos).
La generación biológica se expresa en el nacimiento de cada ser humano como persona, responsable de sí, capaz de abrirse a los demás en amor, pero también de asesinar a los demás, en una historia que, según los arquetipos de la Biblia, comenzó en Caín y Abel (Gen 4) y ha desembocado en la muerte de Jesús, que lógicamente debería haber conducido a la ruptura de su grupo, con el abandono de toda esperanza mesiánica.
Pues bien, allí donde los discípulos de Jesús deberían haber afirmado el fin de todo, proclamando la muerte final (como en el valle de los huesos de Ez 37, donde fue arrojado el Mesías de Dios), comenzó la nueva creación mesiánica, y los discípulos de Jesús proclamaron la llegada de la nueva creación, diciendo que Dios había invertido la maldición de la muerte, pues Jesús no había sido un muerto más, sino el principio de la resurrección, iniciando un camino de comunión (=comunicación) transpersonal, como siembra de vida, semilla de humanidad divina (si el grano de trigo no muere: Jn 12, 24; 1 Cor 15, 35‒49). Al dar su vida por el Reino, Jesús ha resucitado en la vida de aquellos que acogen su mensaje, iniciando un nuevo estado de humanidad, en la línea de resurrección. Éste es el tema clave de Moltmann, el Dios Crucificado.
Mutación. Nuevo comienzo
A partir de aquí se entiende la mutación de Jesús, como perdón y re‒nacimiento, comunicación y comunión universal, y así ha de recrearse en un momento como el actual (año 2021) en que muchos afirman que las iglesias cristianas deberían quedar mudas, pues la humanidad en su conjunto parece condenada a muerte, ratificando así que la primera hominización (el primer nacimiento humano) había sido un ensayo fracasado, que terminará en su destrucción. Pues bien, en ese contexto podemos retomar las dos grandes imágenes de Ezequiel:
‒ Dios tiene que abandonar su templo antiguo, con su sistema de sacralidad hecha de sacrificios, de poder y de dinero (Ez 1-3. 10), para habitar con los desterrados, es decir, con los fracasados y excluidos, los que habitan al descampado de la historia, como vio y proclamó Jesús en su gesto de “purificación” (destrucción) del templo de Jerusalén (Mc 11). Ésta es hoy nuestra experiencia más fuerte: Los templos de la sacralidad antigua se están vaciando, es como si Dios abandonara sus iglesias, afirmando así que la humanidad actual, en sí misma, es inviable, está condenada a la muerte personal y social, ecológica y religiosa, a no ser que cambiemos de raíz.
‒ Resurrección en el valle de los huesos calcinados (Ex 37). Ha muerto (está muriendo) a pasos agigantados un sistema de vida representado por los imperios e iglesias centradas en su poder socio‒religioso. Está llegando el momento en que los auténticos creyentes han de retomar y reiniciar la travesía de la muerte y resurrección de Jesús, desde los marginados de la historia actual, que son sus“amigos”, no para que ellos tomen el poder (y menos en su nombre), sino para descubrir juntos a Dios Padre, que revela su gloria en el amor de aquellos que mueren dando vida a los demás.
Tras haber recorrido como vencedores triunfales la travesía constantiniana (con esquemas platónicos y sistemas imperiales y/o feudales), para ser fieles al evangelio y retomar el principio de Jesús, los cristianos deben volver a su tumba Jesús, subiendo como Ezequiel al Carro de Dios que les lleva al exilio (fuera de los campos de poder, al valle de los huesos muertos), para ser testigos del Dios de la gracia, presente en los pobres y exilados (cf. Mc 16, 1-8; Mt 28, 16-20).
Resulta conveniente (inevitable) que caiga o se abandone un templo de violencia sagrada (imposición legal), no para elevar en su lugar otro (que todo cambie para seguir siendo lo mismo), sino para transformar la vida, en comunicación transpersonal, humanidad resucitada. Las dificultades actuales no se solucionan con unos pequeños cambios de estructura, sino que los cristianos abandonar (transcender) la estructura sacral del templo, para descubrir a Dios como vida de su propia vida.
La historia antigua ha culminado en la muerte de Jesús, que sus discípulos han interpretado como “desbordamiento de vida”, conforme al Arquetipo que había comenzado a expresarse en el Antiguo Testamento y que culmina en el Nuevo, en forma de revelación de Dios, plenitud y sentido (pervivencia) de la vida humana, en comunicación personal, pues el mismo Jesús muerto vive en aquellos que le acogen. Ésta es la gran transmutación, que podría estar simbolizada con algunas variantes en un tipo de “alquimia” superior que no se realiza ya en metales, sino en el mismo movimiento de la vida humana (cf. Hch 15, 28), en línea de elevación, pues sólo aquello (aquel) que muere puede re‒vivir (ser en los otros), mientras que aquel que quiera cerrarse en sí mismo acabará perdiendo aquello que es y tiene, pues “quien quiera salvar su vida la perderá”; sólo quien la pierda por los otros la encontrará en ellos (cf. Mt 10, 39; 16, 25 par.). En esa línea, el Ser‒en‒Sí‒Mismo de Dios (su En Sof) se expresa como Ser‒dándose, esto es, muriendo, para que sean los otros[2].
La muerte de Jesús no fue un castigo (sacrificio) impuesto por Dios, sino el don o regalo más hondo de su vida, la expansión de su conciencia, que consiste en morir para vivir en plenitud (resucitar) en los demás, en nueva creación (mutación), esto es, en comunicación personal abierta al futuro de la plenitud de Dios que será todo en todos (1 Cor 15, 28). Así releyeron y recrearon los cristianos el AT desde la experiencia pascual de Jesús. No condenaron y rechazaron la Biblia de Israel por violenta y contraria al amor universal (como hicieron muchos gnósticos), sino que la entendieron en clave de resurrección. No buscaron la coherencia entre el AT y NT en detalles secundarios, no ocultaron la intensísima violencia de muchos pasajes del AT, pero descubrieron en la trama a veces sinuosa y quebrada del pueblo de Israel un camino que desemboca en la vida y don del Dios que entrega su vida por los hombres.
Los cristianos entendieron esa muerte como “resurrección”, experiencia de vida trans‒personal, pero no en abstracto, ni como algo que viene después, tras la desaparición de su cadáver, sino en el mismo gesto de entrega total que es resurrección. Morir como Jesús es dar la vida, sin volverse atrás, como siembra del trigo de Dios (Jn 12, 20‒33), que fructifica en la experiencia pascual de los discípulos, cuando descubren que él (Jesús) vive en ellos, abriéndoles los ojos, de manera que puedan compartir y compartan en amor lo que son, regalándose la vida los unos a los otros. La historia de un hombre como Jesús no acaba en su tumba física, sino que se expresa de un modo radical tras/por ella, en su recuerdo, en su influjo y presencia en aquellos que le han conocido, y que siguen quizá recreando su figura y actualizando su obra. En ese sentido, la resurrección no es negación de la muerte, sino ratificación del sentido (semilla) de esa muerte, como dadora de vida.
Apariciones Comunión transpersonal
Según el NT, el testimonio clave de la resurrección de Jesús han sido sus apariciones, como expresión de una forma intensa de presencia trans‒personal (en línea de transcendimiento y culminación, no de negación de la persona), en clave de fe (de acogida y comunicación creadora), no de imposición física. Jesús ha entregado su vida por los demás, y lo ha hecho de tal forma que ha podido mostrarse ante ellos (en ellos) vivo tras la muerte, como presencia y poder de vida, iniciando en (por) ellos un tipo más alto de existencia humana (es decir, una mutación mesiánica). Las apariciones son signos de presencia de Jesús resucitado, una experiencia nueva de vida, en línea de comunicación transpersonal.
Comentarios desactivados en “El cartel de Semana Santa de Sevilla 2024”, por Carlos Osma
(Pincha sobre la imagen para agrandarla)
Ahora que esa miserable asociación de abogados en nada cristianos afirma haber conseguido que el cártel sea retirado (aunque no es verdad) y a las puertas de la Resurrección viene bien reflexionar con este texto del blog Homoprotestantes:
Sé que hay muchas razones para no escribir un artículo dando mi opinión sobre el cartel que ha creado el artista Salustiano García para la Semana Santa de Sevilla 2024. Pero sobre todo hay tres que, si fuera prudente, me obligarían a dejar de pulsar en este mismo instante las teclas del ordenador: desconozco por completo la obra de Salustiano, no tengo conocimientos de arte ni para realizar un análisis superficial del cartel, y por último, mi tradición protestante hace que me quede lejano todo eso de cofradías, hermandades, procesiones, imágenes, el paño del Cristo de la expiación, o las potencias del Cristo del Amor. Sin embargo, me tomo la libertad de hacerlo, porque como dijo el propio Salustiano en la presentación del cartel: «una obra no necesita ser explicada, debe hablar por sí misma», y a mí la obra de este artista me evoca varias cosas.
Para empezar, la mano de Jesús que aparece en el centro de la obra me recuerda la mano derecha del Pantocrátor, del dios todopoderoso que aparece impartiendo la bendición en las representaciones que sobre él hacían en el arte bizantino y románico. Sin embargo el Jesús de Salustiano es zurdo, su bendición no viene del lugar donde se espera, sino de un miembro que para la mayoría es inútil. Es la mano de un dios que se mostró impotente para salvar a Jesús de la muerte en la cruz, y que nos señala la herida del lado derecho del costado de Jesús donde un soldado —al servicio del poder político— clavó su lanza durante la crucifixión. Por eso, la mano izquierda de este Jesús también invita a alejarse de las bendiciones de los dioses todopoderosos, esos dioses que nunca bendicen a les crucificades. E insta a ponerse en guardia de los soldados que están a su servicio. No creo ser el único al que las bendiciones de los dioses todopoderosos no le han servido para mucho, más que para hacer más profundas las heridas que sus seguidores le han impartido. Esos que no entienden la obra de Salustiano, que se rasgan las vestiduras, que dicen que su Jesús es demasiado maricón para poder aparecer en un cartel de Semana Santa.
Por otra parte, aunque las heridas del costado y de su mano izquierda son mínimas —parecen casi curadas— no es menos cierto que siguen ahí. El Jesús resucitado de Salustiano, fue previamente crucificado. No se resucita de la vida, sino de la muerte. Pero creer hoy en la resurrección no es una cosa fácil. Cuenta el mismo Salustiano que el cartel refleja mucho de la experiencia que tuvo cuando a los doce años contempló el cuerpo de su hermano muerto transmitiéndole serenidad y dulzura. Y deduzco que muestra también el anhelo de resurrección, de volver a ver algún día a su hermano. Un anhelo que creo es universal, más allá de la fe o la falta de fe que profesemos, de si pensamos que es posible o simplemente es una forma de autoengañarnos: a todes nos gustaría volver a encontrarnos algún día con personas que amamos y que han fallecido. Y la mano del Jesús de Salustiano mostrando sus heridas, parece invitarnos, como hizo el Jesús del Cuarto Evangelio con su discípulo Tomás, a creer que la resurrección, que ese encuentro, es posible: «Bienaventurados los que no vieron y creyeron» (Jn 20,29). A la esperanza de que «la última palabra en la vida no la dirá la muerte, ni la violencia, ni el nihilismo, sino que quien cerrará la historia -la nuestra y la del mundo- será Dios y lo hará en la justicia y la misericordia» [1].
No sé si la obra de Salustiano es más reflejo de una fe inquebrantable ante la multitud de evidencias que indican que esa fe es una locura, o de esperanza a pesar de toda la desesperanza que hay hoy a nuestro alrededor. Probablemente contenga ambas, eso es lo que me transmiten las marcas de la crucifixión que parecen estar a punto de desaparecer. Es como si nos anunciaran que el milagro está a punto de consumarse, y que la esperanza se hará realidad al fin. En un mundo donde nos sentimos amenazados, desconcertados, incluso con cierta resignación ante las barbaries e injusticias de las que somos testigas cada día, el Jesús de Salustiano parece recordarnos que el final no lo decidirá nadie más que él. Cuesta creerlo y confiar en que así sea, cuesta integrarlo en nuestro día a día para promover la justicia a nuestro alrededor, quizás por eso el Jesús resucitado de Salustiano nos lanza, a quienes observamos el cartel, una mirada dulce pero firme. Una mirada penetrante de amor, de serenidad, pero no una mirada que infantiliza, sino que nos hace partícipes de su misión. La mirada de Jesús es la distancia más corta entre nosotros y el prójimo, porque en sus ojos también están reflejados.
Es evidente que el cuerpo de Jesús pintado por Salustiano no pretende recrear el de un hombre judío del siglo primero, no es la vía del hiperrealismo la que ha escogido para representar su obra, ni ha tratado de invitarnos a hacer un viaje al pasado para llevarnos ante el Jesús histórico, o incluso bíblico. Su modelo ha sido su hijo Horacio, en él ha encontrado la inspiración para tratar de transmitirnos su fe y su esperanza en un Jesús cuya resurrección muestra el amor de dios. Esa es una de las cosas más bellas que he encontrado en la obra, porque muestra la convicción de que lo cotidiano, lo que tenemos más cerca, puede ayudarnos a entender lo eterno. Que no es en la letra, ni en una perfecta teología, ni en ninguna ley donde aprenderemos cómo es el amor de dios, sino que es en el amar y en el sentirnos amados donde se nos abren los ojos para vislumbrar, de forma imperfecta, a ese dios que nos llama a la fe y a la esperanza en la resurrección. Porque la muerte no es un regalo, no es el propósito de dios, sino que la vida es su regalo. Esa esperanza es la que celebramos les cristianes en Semana Santa, y agradezco a Salustiano que con su cartel, nos lo haya recordado.
En estos tiempos de LGTBIfobia asesina en muchas partes del mundo, de pérdida de derechos como consecuencia de la entrada de la extrema derecha en las instituciones y gobiernos (Argentina, El Salvador, algunas comunidades autónomas de España…) como vemos casi a diario en esta página Cristianos Gays, esta Semana será muy, muy diferente… Para algunos será una semana de retiro, para alguno, quizá, de vacación y ocio. Para otros, semana de fe y de oración, de Cristos yacientes y Dolorosas con lágrimas en los ojos y espadas en el corazón.
Pero si el pueblo recuerda a Jesús no es porque sufrió y murió, sino porque resucitó. Nadie evoca ni celebra la muerte de un fracasado. Ni se entiende el dolor del Viernes Santo, sin la apoteosis del Domingo de Resurrección. Por eso, la Semana Santa, no puede considerarse como una enfermiza y caduca forma de recrearse en el dolor, sino como afirmación rotunda y gozosa de que, a través de la Cruz, se llega a la Pascua. Que es Luz, Vida y Esperanza para los creyentes. Es la base de nuestra fe cristiana.
Hay algo que los cristianos debemos evitar en Semana Santa: convertirnos en meros espectadores de la Pasión. A este Dios sólo se le entiende cuando sabemos amar a los que sufren, acercarnos a ellos y compartir su Pasión. Como la Verónica y el Cirineo del Evangelio. La Semana Santa es buena ocasión para mirar a nuestro derredor, porque son muchos los cristos anónimos que cargan con su cruz y suben al Calvario. Arrimar el hombro al dolor de este mundo es el mejor modo de resucitar con Él.
***
Hay que salvar a Dios
En 1972, Maurice Zundel fue llamado al Vaticano por Pablo VI para predicar en el retiro de Cuaresma. Místico, teólogo, Maurice Zundel es un verdadero profeta del siglo XX. En palabras del abbé Pierre: “Con él, nos encontrábamos en presencia de Alguien. Por su misma persona accedíamos casi naturalmente al misterio de Dios. A lo absoluto “.
Os invitamos a seguir con Maurice Zundel, paso a paso, hasta Pascua …
Cristo en Auschwitz
Porque la Pasión de Jesucristo revela en el tiempo el amor eterno de Dios para con el hombre, Dios será eternamente crucificado mientras haya un único ser, una sola criatura que diga no. No hay parcialidad en Dios. Dios no es una madre que discierne entre sus hijos; cada criatura es el objeto de una ternura infinita y, mientras haya una sola que no sea recogida en las cosechas eternas, Dios será crucificado. Esto es el Infierno, el Infierno de Dios, el Infierno en la luz de la Cruz, el Infierno al cual condenamos a Dios y del cual absolutamente hay que librarlo. Es la única manera de escuchar la llamada de la Cruz. No se trata de un sacrificio ofrecido a Moloch por un inocente acosado y abandonado, se trata de esta inocencia del Dios revelado en Jesús. Se trata de la Pasión de un Dios que es madre, infinitamente más que todas las madres, y cuya justicia maternal contiene esta sustitución de la inocencia infinita a la culpabilidad ilimitada. Y si esto es verdad, hay que revertir absolutamente todas las perspectivas: no es a nosotros, es a Dios a quien hay que salvar. Hay que salvar a Dios de nosotros mismos, como es necesario salvar la música de nuestro ruido, la verdad de nuestros fanatismos y el amor de nuestra posesión. La Cruz finalmente es la cicatrización de todas las heridas que Dios no ha cesado de soportar en el curso de la Historia, ya que todos los males y las catástrofes que afectaron el Universo, la Vida y la humanidad, fueron otras tantas heridas en el Corazón de Dios.
***
(David Trullo+Ecce Homo)
Señor Jesús, Tú que consentiste que te hirieran, gracias por venir para habitar mi gran herida. Dame la gracia de abandonarme en Ti en la confianza, Tú que conoces el peso de los días y la dureza del camino …
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Con Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), mártir en Auschwitz, recordemos a las víctimas de tantos genocidios que el ser humano ha sido y sigue siendo capaz de perpetrar… Y que, a pesar de no ver, de no entender, sigamos siendo instrumentos de Paz y de Misericordia…
Bendice, Señor
el espíritu quebrantado de los que sufren,
la pesada soledad de los hombres,
de aquél que no encuentra nunca reposo,
el sufrimiento que nunca se le confía a nadie…
Y bendice el cortejo de las gentes
que en la noche no se dejan amedrentar
por el espectro de los caminos desconocidos.
Bendice la miseria de los hombres que están muriendo ahora.
Dales, Señor, un buen fin.
Bendice los corazones, Señor, los corazones llenos de amargura.
Sobre todo, alivia a los enfermos,
concede el olvido a aquellos a quienes has privado
de su bien más querido.
No dejes que nadie en la tierra viva angustiado
Bendice a los alegres, Señor y protégeles,
A mí nunca me has librado, hasta ahora, de la tristeza.
Y a veces me pesa demasiado;
pero Tú me das fuerza
y así puedo cargar con ella.
Comentarios desactivados en Vale la pena el sacrificio de vivir auténticamente como una persona LGBTQ+ católica
Ariell Simon
La publicación de hoy es de la colaboradora de Bondings 2.0, Ariell Simon (ella). Ariell es actualmente instructor adjunto de Estudios Religiosos y se ha desempeñado como capellán de atención médica en hospitales y centros de enfermería. Ingresó a la Iglesia Católica en 2011 como estudiante de pregrado en la Universidad de Loyola, Maryland, y luego recibió una Maestría en Divinidad de la Escuela de Teología y Ministerio de Boston College.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 13 del tiempo ordinario se pueden encontrar aquí.
Para las personas LGBTQ, vivir en la identidad sexual y de género dada por Dios implica sacrificios. No es popular admitir esta idea. Los medios de comunicación, los amigos afirmadores y los aliados nos dicen que no deberíamos tener que renunciar a nada para vivir en nosotros mismos. A lo largo del Mes del Orgullo, escuchamos mensajes de que las familias queer son como otras familias, que el amor es amor y que no deberíamos comprometer nada para ser nosotros mismos.
Por bien intencionadas que puedan ser esas garantías, de alguna manera me suenan huecas. No vivimos en un mundo perfecto. El Reino de Dios aún no se ha realizado plenamente “en la tierra como en el cielo”, por lo que en este mundo aún imperfecto, estar “fuera” siempre tiene un costo. Para algunos, el precio son las relaciones tensas o distanciadas con la familia. Para otros, la reputación, el trabajo y la seguridad de la vivienda pueden estar en peligro. Y todavía demasiadas personas LGBTQ en todo el mundo pagan el precio final de la seguridad personal.
En el Evangelio de este domingo, Jesús habla con franqueza del sacrificio: renunciar al padre y a la madre, al hijo y a la hija, e incluso a la vida, para seguirlo (Mt 10, 37-42). Es realista con sus seguidores, advirtiéndoles que el camino del discipulado tendrá un precio muy alto. Jesús no les está diciendo a sus apóstoles que el amor a la familia o a la vida es algo malo, pero les advierte que algunas cosas son más importantes que los “valores familiares”. Algunas cosas valen la pena el sacrificio.
Cuando leo las palabras de Jesús, siento su solidaridad con los sacrificios que hacen las personas LGBTQ. Muchos de nosotros hemos cambiado la aprobación de los padres por el amor romántico. Hemos renunciado a la esperanza de tener nuestros propios hijos biológicos en aras de construir diferentes tipos de familias con nuestros socios. E incluso para aquellos de nosotros que rechazamos el mensaje de que estamos arriesgando la vida eterna, llevamos el peso de la condenación de los demás.
Los católicos han creído durante mucho tiempo en el poder de “unir nuestros sufrimientos a Cristo”. Debo admitir que la idea de “ofrecer” mi sufrimiento a Dios parece anticuada. Suena como algo que un santo antiguo podría hacer con un tipo de dolor más apropiado para la iglesia. Pero tal vez sea hora de que los católicos LGBTQ reclamemos la unidad de nuestros sacrificios con el sacrificio de Cristo.
Jesús entregó su vida como último acto de solidaridad con el sufrimiento de nuestro mundo. Si Jesús sufrió en solidaridad con nosotros, ¿podríamos unir nuestro sufrimiento al Suyo en nuestros sacrificios diarios como personas LGBTQ de fe? Siendo solidarios con Cristo sufriente, ¿podríamos encontrar sentido a nuestro propio sufrimiento? Nos duele la injusticia del mundo. Jesús también. Reconozcamos nuestro sufrimiento como verdaderamente “morir con Cristo”.
La lectura de hoy de la carta a los Romanos explica por qué es importante hacer esta conexión: “Si, pues, hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rom 6:8). ¡Reclamar significado en nuestros sacrificios nos permite recuperar la esperanza!
Con demasiada frecuencia imaginamos morir con Cristo y resucitar con Cristo como un proceso lineal por el cual abrazar la cruz ahora nos permite resucitar con Cristo un día en el cielo. Queer nuestra fe significa desdibujar esas líneas para complicar el binario de sacrificio y salvación. La realidad es que la mayoría de nosotros experimentamos tanto sufrimiento como alegría en esta vida, a menudo mezclados. Nuestra fe nos enseña a santificar a ambos, experimentando los altibajos de la vida en solidaridad con Cristo.
La primera lectura de hoy, la historia del profeta Eliseo y la mujer sunamita, nos da una idea del tipo de recompensa de la que habla Jesús cuando promete que la persona que ofrece bondad “ciertamente no perderá [su] recompensa” (Mt 10 :42). La mujer le ofreció a Eliseo un lugar para quedarse y, en agradecimiento, él profetizó que tendría un hijo en medio de una situación aparentemente imposible.
La mujer sunamita era como tantas personas queer que han abierto nuestros hogares y nuestros corazones a los extraños a pesar de que las estructuras familiares tradicionales nos han fallado. Tal vez el mismo hecho de que ella no tuvo hijos le permitió a esta mujer el espacio extra para hospedar al profeta. Tal vez ella sufrió y lamentó la ausencia de hijos biológicos, y en ese duelo eligió tender la mano a alguien que lo necesitaba. Nunca podría haber imaginado que Dios recompensaría su bondad con un milagro.
Las escrituras de este domingo nos recuerdan cómo Dios usa nuestras acciones simples (hospitalidad, un vaso de agua) para crear nuevos lazos y nuevas familias que perduren. La esperanza brota en los lugares más improbables cuando nuestros sacrificios dan paso a una nueva vida.
Que Dios abra nuestros ojos a las formas en que el Espíritu de Resurrección está siempre obrando, levantándonos incluso en medio de nuestro sufrimiento.
–Ariell Watson Simon (ella/ella), New Ways Ministry, 2 de julio de 2023
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No te he negado
Por causa de Tú causa me destrozo
como un navío, viejo de aventura,
pero arbolando ya el joven gozo
de quien corona fiel la singladura.
Fiel, fiel…, es un decir. El tiempo dura
y el puerto todavía es un esbozo
entre las brumas de esta Edad oscura
que anega el mar en sangre y en sollozo.
Siempre esperé Tú paz. No Te he negado,
aunque negué el amor de muchos modos
y zozobré teniéndote a mi lado.
No pagaré mis deudas; no me cobres.
Si no he sabido hallarte siempre en todos,
nunca dejé de amarte en los más pobres.
*
Pedro Casaldáliga, El Tiempo y la Espera,
Sal Terrae 1986
***
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí.
El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará.
El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.”
*
Mateo 10,37-42
***
Dios, que me entrega tesoros para que los guarde, me permite que los custodie y los administre bien Me agrada relacionarme con los demás. Mi intensa participación, me parece, irradia lo mejor y más sincero de mí; las personas se muestran sinceras conmigo, cada uno es una historia, y todos me cuentan su vida. Y mis ojos encantados no tienen que leer. […]. Soy un enfermo, no puedo hacer nada. Mas tarde enjugaré lágrimas y replegaré miedos, allá abajo. En el fondo, ya lo hago en esta cama. ¿Quizá sea por esto que tengo fiebre y mareos?. No quiero ser cronista de horrores. Ni tampoco de sucesos sensacionales.
Esta mañana le he dicho a Jopie: siempre llego a la misma conclusión, la vida es bella. Y creo en Dios. Quiero estar entre los “horrores” y decir igualmente que la vida es bella. Ahora, con fiebre y mareos, acostado en un rincón, no puedo hacer nada. Hace poco me he despertado con la garganta seca, he aferrado mi vaso y he agradecido los sorbos de agua; he pensado: si pudiese andar entre los millares de hombres amontonadas por ahí y pudiese ofrecerles un trago… Me digo: no es nada, tranquilo, no es nada, tranquilo.
Cuando una mujer o un niño hambriento se ponía a llorar detrás de nuestras mesas de grabación, me arrimaba, le abrazaba sobre mi pecho, le apretaba, le sonreía y suavemente le decía a quien se encontraba acurrucado y aturdido: no es nada, no es nada. Me quedaba allí y, si podía, hacía algo. A veces me sentaba cerca de alguien, le ponía el brazo encima del hombro, guardaba silencio y le miraba a la cara. Nada resultaba nuevo, ninguna de aquellas expresiones de dolor humano. Todo me parecía familiar; como si ya hubiera vivido cada casa. Algunos me decían: tienes nervios de acero para resistir. No creo que tenga nervios de acero; mas bien, nervios sensibles, capaces de “resistir”. Tengo el coraje de mirar de frente al dolor. Al final de coda día me decía: ¡quiero tanto a los hombres!.
*
E. Hillesum, Diario 1941-1943,
Milán 5i 992, 232ss.
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Uno de los mayores riesgos del cristianismo actual es ir pasando poco a poco de la «religión de la cruz» a una «religión del bienestar». Hace unos años tomé nota de unas palabras de Reinhold Niebuhr, que me hicieron pensar mucho. Hablaba el teólogo norteamericano del peligro de una «religión sin aguijón» que terminara predicando «un Dios sin cólera que conduce a unos hombres sin pecado hacia un reino sin juicio por medio de un Cristo sin cruz». El peligro es real y hemos de evitarlo.
Insistir en el amor incondicional de un Dios Amigo no ha de significar nunca fabricarnos un Dios a nuestra conveniencia, el Dios permisivo que legitime una «religión burguesa» (Johann Baptist Metz). Ser cristiano no es buscar el Dios que me conviene y me dice «sí» a todo, sino encontrarme con el Dios que, precisamente por ser Amigo, despierta mi responsabilidad y, por eso mismo, más de una vez me hace sufrir, gritar y callar.
Descubrir el evangelio como fuente de vida y estímulo de crecimiento sano no significa vivir «inmunizado» frente al sufrimiento. El evangelio no es un tranquilizante para una vida organizada al servicio de nuestros fantasmas de placer y bienestar. Cristo hace gozar y hace sufrir, consuela e inquieta, apoya y contradice. Solo así es camino, verdad y vida.
Creer en un Dios Salvador que, ya desde ahora y sin esperar al más allá, busca liberarnos de lo que nos hace daño no ha de llevarnos a entender la fe cristiana como una religión de uso privado al servicio exclusivo de nuestros problemas y sufrimientos. El Dios de Jesucristo nos pone siempre mirando al que sufre. El evangelio no centra a la persona en su propio sufrimiento, sino en el de los otros. Solo así se vive la fe como experiencia de salvación.
En la fe como en el amor todo suele andar muy mezclado: la entrega confiada y el deseo de posesión, la generosidad y el egoísmo. Por eso no hemos de borrar del evangelio esas palabras de Jesús que, por duras que parezcan, nos ponen ante la verdad de nuestra fe: «El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará».
Comentarios desactivados en “El que no coge su cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros me recibe a mí.”. Domingo 02 de julio de 2023. 13º Ordinario
Leído en Koinonia:
2 Reyes 4, 8-11. 14-16a: Ese hombre de Dios es un santo, se quedará aquí. Salmo responsorial: 88: Cantaré eternamente las misericordias del Señor. Romanos 6,3-4.8-11: Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que andemos en una vida nueva. Mateo 10,37-42: El que no coge su cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros me recibe a mí.
Las exigencias de la cruz cambian para cada generación de creyentes. En la época de Jesús existía la amenaza inminente de la muerte ignominiosa, bien fuera por la cruz, la espada o la lapidación. Los cristianos eran vistos como una amenaza para el imperio y, con frecuencia, se les acusaba falsamente de sedición. Con el tiempo, la pena capital fue cambiando de modalidad y sus cuerpos fueron quemados en locales públicos, o arrojados a leones, osos, tigres, toros y toda clase de fieras. Todas estos intentos de bloquear, anular o eliminar la novedad del evangelio fueron vanos porque la fuerza del cristianismo radica en la cruz de Cristo.
Los cristianos de los primeros siglos no anunciaban religiones de salvación, ni sanaciones individuales ni ritos de purificación. Aunque ellos anunciaran la universalización de la obra salvadora, curaran enfermos y tuvieran el símbolo del bautismo como rito de iniciación, lo que los hacía diferentes era su radical denuncia de la injusticia. Anunciar a un Mesías crucificado era, y es, ir en contra de todos los parámetros sociales, de las buenas costumbre e, incluso, de los preceptos de la religión. Ellos anunciaban como redentor a uno que el sistema lo había proscrito, condenado y sentenciado al escarnio público. El anuncio de un Mesías Crucificado era, en realidad, una denuncia vehemente de un sistema de creencias, valores e instituciones que habían hecho de la violencia, la mentira y la opresión los valores indiscutibles de la organización social. ¿Cómo iban a ver con buenos ojos las autoridades de Jerusalén, los gendarmes del imperio y el pueblo alienado que un individuo apoyado por un pequeño grupo de hombres y mujeres cuestionara directamente sus valores y anunciara que otra sociedad era posible? Imposible para la gente, pero no para Dios.
Las comunidades cristianas desde el inicio tuvieron conciencia de la magnitud de la tarea a la que se enfrentaban. La experiencia del resucitado les llevó rápidamente a descubrir que debían superar los límites de las comunidades palestinas y lanzarse a la misión universal; debían dar prioridad a la construcción de las comunidades y dejar a un lado la tentación de construirse edificios; debían enfocarse sobre los grupos excluidos y marginados y dejar de lado los centros de poder; debían asimismo retomar las opciones fundamentales de Jesús y hacerlas vida en todos los rincones del imperio. Por eso, las exigencias para seguir a Jesús se fueron formulando con una claridad y precisión asombrosas en cada comunidad. Los contenidos fundamentales se fueron adecuando a cada contexto histórico y cultural pero sin atenuar las características esenciales del mensaje.
Por tanto, no debe sorprendernos que Mateo nos diga con tanta ‘dureza’ las exigencias del seguimiento de Jesús. El evangelista retoma las tradiciones del evangelio y las actualiza de acuerdo con el lenguaje y necesidades de su comunidad. Sus palabras hieren, como el antiséptico sobre la eterna llaga, pero tienen una virtud medicinal: nos liberan de nuestros propios prejuicios y apegos.
Cuando Mateo nos dice que quien ama más a sus parientes que a Jesús no es digno de él, nos revela un problema de su comunidad. El pueblo judeocristiano, tiene una estima desmesurada por los de su propia sangre. Un afecto que fácilmente se convierte en apego paralizante. El texto usa en griego la palabra filia para denominar este afecto. Pero el proyecto de Jesús pide más: pide un amor enfocado hacia el prójimo, un amor que supere los lazos de sangre, el parentesco y la raza. Un amor como el que Dios nos tiene y que en griego se llama ágape. El cristiano que no sea capaz de trascender los estrechos limites de la familia, de la raza o de la nación, no está habilitado para experimentar y dar el amor solidario que propone el evangelio. Y por esa misma razón, el amor a Jesús no se reduce a la pura dimensión íntima, individual y privada. Amar a Jesús es amar lo que él amó, su proyecto, su ideal, su Utopía, el «Reinado de Dios», como él acostumbró a llamarla, con las palabras tradicionales de los profetas. Amar a Jesús es amar a las personas que él amó: pobres, marginados, excluidos, enfermos, abatidos, endemoniados, extranjeros. El amor de Jesús era tan grande que llegó a amar incluso a aquellos que se declararon sus enemigos. Un amor que hoy nos puede parecer desorbitado, desnaturalizado, extremo, pero que para nuestra dicha y quebranto es el amor con el que Dios nos ama. Un amor sin el cual no podemos llamarnos discípulos de Jesús.
Pablo simboliza muy bien la radicalidad del amor cristiano mediante la comparación entre la muerte y la inmersión bautismal. Ser cristiano es morir a todos los apegos irracionales hacia la propia familia, raza o nación, incluso es morir hacia un apego desordenado hacia sí mismo. La novedad cristiana se manifiesta en esa transformación sustancial de las relaciones humanas, en la resurrección a una vida nueva llena de afectos, proyectos y estilos de vida completamente volcados hacia la humanidad sufriente y marginada. Con Cristo morimos a una humanidad caduca y sin esperanza para resucitar en una nueva humanidad libre y generosa en la que el límite es el cielo, donde no hay límite. Leer más…
Comentarios desactivados en 2.7.23. Que coja su cruz y me siga. Dios crucificado, la identidad Cristiana (Mt 10, 37-42, Dom 13 TO)
Del blog de Xabier Pikaza:
El evangelio del domingo sigue exponiendo la misión e identidad cristiana, según Mt 10: El mensaje de Cruz que vincula el evangelio de Pedro y Pablo, a partir de las tres mujeres de la pascua (Mc 15-16).
Otros motivos de iglesia y cristianismo (jerarquía, poder, cierto tipo de “moral”) son marginales. La identidad del cristianismo es la Cruz de Dios, la Cruz de Jesús, en la historia de los hombres.
Desde el 1980 (cf. Rev.Communio, imagen) he venido elaborando este motivo de forma personal y eclesial, en línea trinitaria y cristológica, “política”, ecuménica, moral y antropológica. Aquí condenso el tema en 13 proposiciones. Buen domingo.
| X.Pikaza
Mateo 10,37-42 (extracto)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Quien no tome su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí (como yo) la encontrará….
Tema complejo, vida o muerte de la iglesia. Introducciòn
Las reflexiones que siguen intentan fijar los elementos principales del signo cristiano de la cruz, entendida como identidad de Dios, frente a la esfera de un poder que se cierra en sí mismo, a través del eterno retorno de la muerte, como decía Chesterton poniendo estas palabras en boca de Satán:
«La esfera es razonable, la cruz irrazonable; la esfera es necesaria, la cruz arbitraria. Sobre todo, la esfera constituye unidad en sí misma; la cruz está primordialmente y sobre todas las cosas en discordia consigo misma» (La esfera y la cruz, cap. I).
Frente a la lógica cerrada de la esfera, perpetuamente idéntica, lucha de poder vacío de todos contra todos, el evangelio ha elevado la señal abierta, de la Cruz de Dios,, encarnado en Jesús, como amor de Vida que se comunica y resucita por la muerte.
Un mundo que no acepte y asuma el camino de amor de la Cruz se convierte en un infierno de eterno retorno de la muerte. Sólo una cruz, asumida en amor, la cruz de aquellos que saben sufrir por los pobres y excluidos, haciéndose pobres, regalando su vida en amor y renunciando a triunfar sobre esta tierra (de un modo personal o como iglesia, como individuos[E1] , tribus o naciones podrán vivir en Dios, serán herederos de su Reino.
Lógicamente, la revelación de la cruz se ha convertido dentro de la historia de los hombres en el signo de la confrontación universal (cfr. 1 Cor. 1, 18 ss.).
Frente a la cruz chocan y en relación con ella cobran su sentido los símbolos fundantes de la humanidad, estrella y luna, fuego y agua, lo mismo que los nuevos emblemas de la ciencia, la revolución o el progreso: esfera y llana, hoz y martillo.
En las reflexiones que siguen, al lado de ese nivel de confrontación más universal y más lejano de las religiones y culturas, queremos desarrollar nuestro pensamiento en relación directa con la «theologia crucis» (la teología ce la Cruz) que es más propia de la tradición protestante y católica, reflejada en el siglo XV por autores como J. Moltmann (El Dios crucificado), E. Jüngel (Gott als Geheimnis der Welt, Dios como misterio del mundo) y J. Sobrino (Bajar de la cruz a los Pobres).
Este es el argumento de las reflexiones siguen. No entraré en polémica, no ofreceré comparaciones técnicas, simplemente expondré en 13 proposiciones comentadas la identidad trinitaria, histórica y cristiana de Dios como Cruz de Amor en la vida de los hombres, como programa y proyecto de vida de futuro, desde el evangelio de este domingo 13 del tiempo ordinario
Éste es el motivo clave de la vida humana, como vio el Budismo, como expuso en la Biblia el libro de Job y del Kohelet, pues no hay vida sin cruz, ni amor sin dolor, sin desarrollo personal sin entrega de la vida (al menos en las circunstancias actuales de la historia). Quien quiera vivir ha de aprender a sufrir. Quien quiera hacer algo por los demás ha de aprender a sufrir por ellos. Éste es un elemento esencial de nuestra condición, y se relaciona con el don del amor y con la “suerte” de los perdedores, que saben “ceder” (e incluso morir) para que vivan otros. Una cultura como la nuestra, que no está dispuesta a ceder (a perder incluso) mata a los demás, y está condenada a la muerte. Una iglesia que nos sepa acompañar a los crucificados de la historia no cree en su Cristo.
1. El Dios de la Esfera, un Dios sin cruz es incapaz de amar, no sale de sí, se cierra en un tipo de egoísmo transcendente. No es Dios sino demonio.
Como elementos distintivos del señor de la esfera citaremos la inmutabilidad, la contemplación de sí mismo y la capacidad de imponerse a los otros. Por inmutabilidad se entiende aquella autoidentificación interna por la que Dios supera todo el plano de los cambios, los afectos, las pasiones; lo es todo y por lo tanto nada necesita.
Por ser internamente perfecto, Dios se goza en contemplarse: por eso le llamamos auto-contemplador absoluto: mirándose descubre su propia perfección y descubriéndola se goza y se complace en ella. Frente a los restantes seres que ha creado, Dios se mostrará como Señor; por eso todos han de venerarle.. Ese no sería Dios, sino demonio, como he dicho.
En resumen, Dios sería como una esfera que se cierra inexorablemente sobre sí misma, en círculo de perfección, de tal manera que termina apareciendo ante los hombres como un poder que les subyuga y esclaviza. Para un número considerable de nuestros contemporáneos, la cruz, como opresión debe combatirse, se identifica con la misma existencia de un Dios impositivo que nos somete, infantiliza y esclaviza. Pero este Dios de la esfera no es el Dios de Jesús no es el Dios cristiano.
2. Dios sólo es Dios por ser Cruz, amor que ama, ser que existe y vive al darse en amor, Dios da su vida a los hombres y sufre con ellos (pues crear es aprender a sufrir).
Frente al señor de la esfera presentan los cristianos el signo de la cruz como expresión de una vida en la que Dios se define, en antítesis respecto a lo anterior, como proceso originante de la creación, amor que se expande y gratuidad que se regala, entrando en la misma creación, comprometiéndose con ella.
Como proceso creador Dios es origen y sentido de la vida que se gesta de un modo efusivo, es el misterio de emergencia primigenia y tiene, al mismo tiempo, un nombre bien concreto: Es Padre, es decir, Aquel que se compromete en la vida del Hijo que brota de su misma entraña. b) En segundo lugar, siendo amor que se expande, Dios se introduce en el mismo mundo que él ha creado, viviendo la vida de los hombres. No es un poder que les obliga a responder por la fuerza, sino amor que Vive en la vida de los hombres, encarnándose en Jesús, a quien llamamos Hijo de Dios. c) Dios aparece finalmente como la misma unión (Comunión) que vincula al Padre con el Hijo: es el regalo del Padre que se ofrece, es la confianza del Hijo que responde; Dios es el Espíritu Santo.
Pues bien, en perspectiva humana, es decir, en este mundo concreto, si Dios es amor (si quiere seguir siendo Dios) tiene que entrar en la cruz de la historia de los hombres, dejándose crucificar por la violencia de los poderosos, para así mostrarse divino: Dios no es divino imponiéndose por encima de la Cruz, sino entrando como amor poderoso en la misma Cruz de la Historia humana.
3. La Cruz pertenece al misterio concreto del Dios de Jesús.
¿Por qué hablamos de dolor al hablar de Dios? Por algo muy sencillo: los cristianos confesamos que el misterio de Dios se está expresado (se realiza humanamente) en la historia de los hombres. Pues bien, frente al Dios de los poderosos, de los que son dominando a los demás, el Dios de Jesús es decir, en el amor generoso, que se entrega y regala hasta la muerte.
Porque Dios es amor, y amar es estar dispuesto a sufrir, porque Dios es Vida y la vida sólo se expresa y despliega por la muerte (es decir, dando la vida en amor, viviendo en el amor de los otros, muriendo por ellos y así resucitando).
En esta línea, descubrimos que la cruz pertenece al misterio de Dios, como entrega plena, como amor generoso, como muerte por los demás. No es la Cruz que se impone sobre los demás, no es la cruz masoquista del que quiere sufrir sin más… Es la Cruz del que Camina a Paso de Hombre (como Dice San Juan de la Cruz), la Cruz para liberar a los crucificados (para desclavarlos, como dice J. Sobrino).
4. La cruz es símbolo del Padre que regala su vida,la cruz cristiana es Trinidad y es historia
sale de sí mismo y se hace historia de amor en Jesucristo, dándose plenamente en amor (dando así todo lo que es, su “naturaleza” entera, como dice el Credo). El Padre es el principio de vida que se ofrece. No clausura para sí riqueza alguna, no conserva egoístamente nada. Por eso se da a sí mismo como vida de amor en Jesucristo, acompañando a los pobres, curando a los enfermos, acogiendo a los excluídos. revelándose en su amor hasta la muerte… Allí donde Jesús entrega su vida, se deja matar y muriendo expresa su amor pleno, allí se está manifestando Dios Padre.
Por eso, al confesar en frase bíblica que Dios ha ofrecido a su Hijo (Rom. 8,32), estamos afirmando que Dios se da a sí mismo, es el don pleno, originario y total. Más aún, si Dios entrega al Hijo es por el Hijo: le entrega con el fin de que madure plenamente en el amor (para que sea Amor Total) en estas condiciones históricas (precisamente allí donde los hombres le matan).
Los hombres quieren dominar el mundo por la fuerza; Dios crea vida por Jesús, pero no dominando, sino ofreciéndose en amor hasta la muerte. Esto significa que la plenitud de Jesús como Hijo y la redención de los hombres se unen en un mismo gesto de amor y realización, de entrega y de respuesta (cfr. Hebr. 5, 7-10).
5. No existe primero trinidad de Dios (un Dios de puro entendimiento abstracto y poder) y luego trinidad de amor en Cristo, sino que el Dios vivo y verdadero la Trinidad de amor mutuo del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo, tal como se revela en la cruz pascual de Jesucristo.
No hay relación de Padre-Hijo, cerrados en sí, sino que el amor primigenio del Padre (el amor trinitario), se realiza en la cruz de Jesucristo: en el gesto de amor absoluto del Padre que da su vida al Hijo y del Hijo que le responde en amor, desde la misma historia humana. No es que la Cruz sea buena, la cruz es mala, es el gran pecado de los hombres… Pero en esa misma cruz (allí donde los hombre cometen el pecado “original” matando a los inocentes), sufriendo con las víctimas, Jesús expresa todo el amor de Dios.
Dios es el misterio que nos desborda… Pero nosotros sólo comprendemos su grandeza descubriendo el amor del Padre que se entrega en manos del Hijo, y el amor del Hijo Jesucristo que responde en amor al Padre amando a los hombres, es decir, entregándose por ellos hasta la cruz… no porque quiere morir, sino porque quiere amar hasta la muerte, dejándose matar por fidelidad al Reino.
Evidentemente, surge la pregunta: ¿pero no sería preferible que las cosas fueran de otra forma? ¿No sería más divino un tipo de amor sencillamente luminoso, sin rupturas y sin luchas, sin salida de sí mismo y sin entrega? En otros términos, ¿no sería preferible un Dios de gracia abierta y no crucificada? ¡De ninguna forma! Es cierto que de Dios sabemos pocas cosas. Si queremos descubrirle no tenemos más remedio que pararnos y contar la vieja historia de Jesús, el Cristo. Pero eso es suficiente.
En la historia de Jesús se expresa y se realiza el mismo ser divino. Pues bien, como centro determinante de Jesús, la cruz constituye el punto de referencia fundamental en la visión de Dios, el lugar donde se expresa, se realiza y se define el misterio del amor de Dios y de los hombres. Por eso, debemos afirmar que el amor, por su misma naturaleza, incluye dentro de sí mismo un rasgo de cruz.
6. No hay amor sin que uno salga de sí mismo, sin que muera de algún modo por los otros, sin que viva de esa forma en ellos.
De esa forma es el amor de Dios en Cristo, el amor del Padre que vive en el Hijo, del amigo que vive en el amigo, comunión de vida, Espíritu santo. Sólo viven los que aman, entregan su vida y la encuentran en los otros.. Sólo de esta forma la cruz puede mostrarnos la verdad de Dios como lugar de entrega y pascua, muerte, gratitud y vida (es el lugar del Espíritu).
El largo discurso dirigido a los apóstoles (resumido en los domingos 11-13) termina con una serie de frases de Jesús que son, al mismo tiempo, muy severas y muy consoladoras. Las severas se dirigen a los apóstoles; las consoladoras, a quienes los acogen.
¿Quién no es digno de Jesús?
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
– El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí.
El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará.
La sección comienza con tres frases que terminan de la misma manera: “no es digno de mí”. Las dos primeras están muy relacionadas: no es digno de Jesús el que ama a su padre o a su madre más que a él, o el que ama a sus hijos o a su hija más que a él.
Una opción en tiempos de conflicto
Para comprender estas palabras tan exigentes de Jesús hay que tener en cuenta lo que dice inmediatamente antes (suprimido por la liturgia). El aviso de que pueden perder la vida (tema del domingo pasado) puede provocar en los discípulos el desconcierto. ¿A qué ha venido Jesús? A esto responde que no ha venido a traer paz sino espada. Que su persona y su mensaje crearán problemas incluso entre los miembros de la familia. Llegarán momentos en que los apóstoles, y todos los cristianos, tendrán que optar.
La opción por Dios de los levitas
En el libro del Éxodo se cuenta que, mientras Moisés estaba en el monte Sinaí recibiendo del Señor las tablas de la Ley, los diez mandamientos, el pueblo, cansado de esperar, decidió fabricar un becerro de oro y adorarlo. Cuando Moisés baja del monte y contempla el espectáculo, rompe las tablas, se planta a la puerta del campamento y grita: «¡A mí los del Señor! Y se le juntaron todos los levitas.» Moisés les ordena: «Ciña cada uno la espada; pasad y repasad el campamento de puerta en puerta, matando, aunque sea al hermano, al compañero, al pariente». Los levitas cumplieron las órdenes de Moisés y este, al final, les dice: «¡Hoy os habéis consagrado al Señor a costa del hijo o del hermano, ganándoos hoy su bendición» (Éxodo 32,25-29).
El historiador moderno duda que los levitas tuvieran espadas en el desierto y que llevaran a cabo esta matanza. Pero los antiguos no eran tan críticos. Aceptaban las cosas que se contaban, e incluso alaban a los levitas, ya que en un caso de grave conflicto entre los vínculos familiares y la fidelidad a Dios, optaron por lo segundo: «Dijeron a sus padres: ‘No os hago caso’; a sus hermanos: ‘No os reconozco’; a sus hijos: ‘No os conozco’. Cumplieron tus mandatos y guardaron tu alianza» (Deuteronomio 33,9).
La opción por Jesús de los discípulos
Se podría decir que Jesús exige a sus discípulos la misma actitud de los levitas. Pero hay dos diferencias importantísimas: 1) Jesús no ordena matar a los padres o a los hermanos en caso de conflicto. 2) Los levitas se comportaron así por fidelidad a los mandatos de Dios y a su alianza; los discípulos deben hacerlo por amor a Jesús.
Al exigir este amor superior al de los seres más queridos, Jesús se está poniendo al nivel de Dios, al que hay que amar sobre todas las cosas. Los primeros cristianos, en momentos de persecución, se vieron a veces en la necesidad de optar entre el amor y la fidelidad a Jesús y el amor a la familia. La elección era dura, pero muchos la hicieron, convencidos de que recuperarían a sus padres e hijos en la vida futura. (La misma fe que confiesan la madre y sus siete hijos en el Segundo libro de los Macabeos, capítulo 7).
La frase siguiente («el que no coge su cruz…») también se entiende mejor a la luz del texto del Deuteronomio. En él se dice que los levitas, por haber mostrado esa fidelidad a Dios, recibieron un gran premio y dignidad: «Enseñarán tus preceptos a Jacob y tu ley a Israel; ofrecerán incienso en tu presencia y holocaustos en tu altar.» Jesús no promete nada de esto a sus discípulos, solo exige.
Amar a Jesús más que a la familia ya lo hicieron Pedro y Andrés, Santiago y Juan. Lo que ahora exige Jesús es infinitamente más duro: cargar con la cruz. ¿Hay que interpretarlo al pie de la letra o simbólicamente? Simbólicamente, pero con posibles repercusiones prácticas: hay que estar dispuestos a cargar con ella y marchar camino de la muerte. No una muerte cualquiera, sino la más infamante, típica de rebeldes contra Roma y esclavos. Cuando Jesús exige cargar con la cruz está pidiendo algo terrible desde el punto de vista físico, moral y social. Además, la exigencia no carece de macabra ironía cuando la comparamos con los vv.9-10: los que deben predicar el reino sin llevar nada, ahora tienen que seguir a Jesús cargando con la cruz.
Dos advertencias
Conviene advertir que el amor a la familia y el amor a Jesús no se excluyen ni se oponen. Son compatibles, con tal de mantener el orden adecuado. Los hijos de Zebedeo abandonan a su padre, pero la madre los acompaña e incluso le pide a Jesús un favor especial para ellos. María, al menos según la versión del cuarto evangelio, está al pie de la cruz. Pablo recuerda que «los demás apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas» se hacen acompañar de su esposa cristiana (1 Cor 9,5).
En cuanto a «cargar con la cruz», conviene recordar al que no estuviera dispuesto a hacerlo que, en cualquier caso, siempre tropezará con la cruz. «Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete afuera, vuélvete adentro, y en todo lugar hallarás la cruz». «Unas veces Dios te dejará, otras veces el prójimo te pondrá a prueba, y, lo que es peor, con frecuencia no sabrás aceptarte a ti mismo, con lo que serás para ti una cara insoportable» (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, libro II, capítulo 12). Es preferible cargar con la cruz y seguir a Jesús que rebelarse inútilmente contra ella.
Acogida y recompensa
El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado.
El que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.
La última parte se dirige a las personas que acojan a los discípulos. Dos cosas les dice:
1) Recibirlos a ellos equivale a recibir a Jesús y recibir al Padre. Lo que hacen es mucho más de lo que pueden imaginar. No es solo un acto de caridad, sino un inmenso honor, mucho mayor que el de la persona que pudiese acoger en su casa a un artista, un deportista o un personaje mundialmente famoso.
2) Esa acogida tendrá su recompensa, igual que ocurrió en el Antiguo Testamento con quienes acogieron a profetas y justos. La primera lectura cuenta como un matrimonio de Sunám decidió acoger en su casa al profeta Eliseo cuando pasaba por el pueblo; le construyeron una habitación en el piso de arriba y le proporcionaron una cama, una silla, una mesa y un candil. Una gran inversión para aquel tiempo. Pero recibieron su recompensa con el nacimiento de un hijo.
En comparación con Eliseo, los discípulos pueden parecer unos “pobrecillos” sin importancia. A nadie se le ocurrirá darles alojamiento permanente. Pero basta un vaso de agua fresca (algo muy de agradecer cuando no existen bares ni agua corriente en las casas) para que esas personas reciban su recompensa.
Resumen
Si en la primera parte entreveíamos los grandes conflictos familiares provocados por las persecuciones, en este final intuimos lo que experimentaron muchas veces los misioneros cristianos: la acogida amable y sencilla de personas que no los conocían. De estos últimos versículos, solo uno tiene paralelo en el evangelio de Marcos. El resto es original de Mateo, que ha querido redactar un final consolador, para dejarnos al final de este duro discurso un buen sabor de boca.
El evangelio de este domingo es un evangelio del “mundo al revés”. Jesús, que está hablándoles a sus discípulos, invierte el orden lógico, le da la vuelta a todo.
Perder resulta que significa ganar y encontrar perder. Lo que viene a decirnos que la lógica del Reino es siempre sorprendente. Nada convencional.
Por eso requiere de opciones que se “salen” de toda lógica humana, como puede ser el anteponer el amor a Jesús a cualquier otro vínculo por estrecho que sea. “Quien quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí.”
Y estas palabras, que de buenas a primeras pueden llegar a sonar un poco “rancias”, tienen un profundo sentido. Jesús no nos está diciendo que no amemos a nuestros padres o a nuestros hijos, no.
La propuesta de Jesús es que aprendamos a amar de manera diferente. Nos invita a amarnos, a amar a las demás personas, como él las ama. Como Dios las ama.
No se trata de renunciar al amor de nuestras familias, todo lo contrario. Se trata de amarlas más profundamente. Se trata de amar con un amor inclusivo. Como el de Dios Trinidad.
Un amor que siente como propias las alegrías y también los sufrimientos de las demás personas. Que se sabe poner en el lugar de la otra y desde ahí comprender. Servir y aliviar.
Es este amor el que hace que Dios cuando nos mira a cada una de nosotras vea la viva imagen de su Hijo querido Jesús.
Y solo ese amor será el que nos capacite para descubrir en las demás personas. En todas las demás personas. La imagen y semejanza de Dios.
Así podemos ofrecer un vaso de agua fresca o recibir a alguien como quien recibe la visita del Buen Jesús.
Comentarios desactivados en El amor a Dios y al padre no se pueden comparar porque son de naturaleza distinta.
DOMINGO 13 (A)
Mt 10,37-42
La manera de hablar semita, por contrastes excluyentes, nos puede jugar una mala pasada si entendemos las frases literalmente. Lo que es bueno para el cuerpo, es bueno también para el espíritu. La lucha maniquea que nos han inculcado no tiene nada que ver con la experiencia de Jesús. El evangelio de hoy propone, en fórmulas concisas, varios temas esenciales para el seguimiento de Jesús. Todos tienen mucho más alcance del que podemos sospechar a primera vista.
El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. El problema del amor al padre y a Jesús no se puede comprar porque son realidades de distinta naturaleza ni se pueden comparar ni se puede decir que uno es “más” que otro. El amor a Dios no puede entrar nunca en conflicto con el amor a las criaturas, mucho menos con el amor a una madre. Jesús nunca pudo decir esas palabras con el significado que tienen para nosotros hoy. Solo un falso Dios puede plantear sus propias exigencias frente a otras instancias que requieren las suyas.
Ese Dios es un ídolo, y todos los ídolos llevan al hombre a la esclavitud, no a la libertad de ser él mismo. Hay que tener mucho cuidado al hablar del amor a Dios o a Jesús. En el evangelio de Juan está muy claro: “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros”. Creer que puedo amar directamente a Dios es una quimera. Solo puedo amar a Dios amando a los demás, como Dios manda. Jesús no pudo decir: tienes que amarme a mí más que a tu Hijo. Recordad: porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve ser y me disteis de beber…
El evangelio nos habla siempre del amor al “próximo”. Lo cual quiere decir que el amor en abstracto es otra quimera. No existe más amor que el que llega a un ser concreto. Ahora bien, lo más próximo a cada ser humano son los miembros de su propia familia. La advertencia del evangelio está encaminada a hacernos ver que, desplegar a tope esos impulsos instintivos no garantiza el más mínimo grado de calidad humana. Pero sería un error aún mayor el creer que pueden estar en contra de mi humanidad. Se ha tergiversado el evangelio, haciéndole decir lo que no dice.
El evangelio no quiere decir que el amor a los hijos o a los padres sea malo y que debemos olvidarlo para amar a Jesús o a Dios. Pero nos advierte de que ese amor puede ser un egoísmo camuflado que busca la seguridad mayor para el ego, sin tener en cuenta a los demás. El “amor” familiar se convierte entonces en un obstáculo para un crecimiento verdaderamente humano. Ese “amor” no es verdadero amor, sino egoísmo amplificado. No es bueno para el que ama, pero tampoco es bueno para el que es amado, de esa manera. El verdadero amor solo puede surgir de nuestra categoría humana, es decir, de lo más hondo del ser.
Lo instintivo va contra la persona cuando el hombre utiliza su mente para potenciar su ser biológico a costa de lo humano. El hombre puede poner como objetivo de su existencia el despliegue exclusivo de su animalidad, cercenando así sus posibilidades humanas. Esto es degradarse en su ser especifico humano. Cuando estamos en esa dinámica y metemos a los demás en ella, estamos “amando” mal, y ese amor se convierte en veneno. Esto es lo que quiere evitar el evangelio. Nada que no sea humano puede ser evangélico. No amar a los hijos o a los padres no sería humano.
Un verdadero amor nunca puede oponerse a otro amor auténtico. Cuando un marido se encuentra atrapado entre el amor a su madre y el amor a su esposa, algo no está funcionando bien. Habrá que analizar bien la situación, porque uno de esos amores (o los dos) está viciado. Si el amor a Dios está en contradicción con el amor al padre o a la madre, o no tiene idea de lo que es amar a Dios o no tiene idea de lo que es amar al hombre. Sería la hora de ir a psiquiatra. ¡Nos han metido en la esquizofrenia, haciéndonos creer que, lo que Dios pedía era odiar a nuestros padres!
El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará. En griego hay tres palabras para decir vida: “Zoe”, “bios” y “psiques”. El texto no dice zoe ni bios, sino psiques. No se trata de la vida biológica, sino de la vida psicológica, es decir, de la capacidad de relaciones interpersonales. No se trataría de dejarse matar, sino de poner tu humanidad al servicio de los demás. Esto no sería perder sino ganar. Quien pretenda reservar para sí mismo su ego malogrará su existencia, porque pasará por ella sin desplegar su verdadera humanidad.
El que dé a beber un vaso de agua fresca… El ofrecer un vaso de agua a un desconocido puede ser la manifestación de una profunda humanidad. El dar, sin esperar nada a cambio, es el fundamento de una relación verdaderamente humana. En nuestra sociedad de consumo nos estamos alejando cada vez más de esta postura. No hay absolutamente nada que no tenga un precio, todo se compra y se vende. Nuestra sociedad está montada sobre el ‘toma y da acá’, que dejaría de funcionar si la sacáramos de esa dinámica y nos decidiésemos a vivir el evangelio.
La misma institución religiosa está montada como un gran negocio económico, en contra de lo que dice el evangelio: “Gratis habéis recibido, dad gratis”. Hoy todos estamos de acuerdo con Lutero, en su protesta contra toda compraventa de bienes espirituales (bulas, indulgencias etc.). Pero seguimos cobrando un precio por decir una misa de difuntos. Es verdad que debemos insistir en la colaboración de todos para la buena marcha de la comunidad, pero no podemos convertir las celebraciones litúrgicas en instrumentos de recaudación de impuestos con apariencia de caridad.
El objetivo instintivo de todo ser vivo, es mantenerse en el ser. Casi cuatro mil millones de años de evolución han sido posibles gracias a esta norma absoluta. Pero la misma evolución ha permitido al ser humano ir más allá de los instintos y alcanzar conscientemente una meta más alta que no está en contradicción con la biología. Todo lo que le acerca a ese objetivo último le puede causar más felicidad que satisfacer sus instintos. La raíz última de todo acto bueno está en la misma biología, no es contrario a ella. Nada más falso que una lucha entre lo biológico y lo espiritual.
La trampa que quiere evitarnos el evangelio es quedarnos en el placer inmediato que nos proporciona nuestra biología y perder de vista el bien total del ser humano. Ahí está la causa de tanto desajuste en la conducta humana. Debemos tomar conciencia de que lo que es malo para nuestro verdadero ser, no puede ser bueno bajo ningún aspecto del ser humano. Todo egoísmo personal o amplificado que busca el bien material del individuo o la familia, nos lleva a la deshumanización.
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Mt 10, 37-43
«El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí»
La génesis del “principio antrópico” no es filosófica, sino puramente científica. Es el fruto del estudio minucioso del cosmos y de su proceso de evolución, y básicamente establece que “cualquier teoría válida sobre el universo tiene que ser consistente con la existencia de seres conscientes capaces de formularse estas preguntas”. Como afirma John Barrow, prestigioso matemático y cosmólogo británico: «La increíble serie de coincidencias que permiten nuestra presencia en el universo, parecen haber sido cuidadosamente preparadas para garantizar nuestra existencia».
El principio antrópico débil, aceptado mayoritariamente por la comunidad científica, afirma que «el mundo podría haber sido de muchas otras formas, pero en ninguna de ellas habríamos estado nosotros». Según esta formulación cabría el recurso al azar para explicar la aparición del hombre sobre la Tierra, pero el principio antrópico fuerte, más cuestionado, va más allá, rechaza el azar, y sostiene que todo el proceso ha estado diseñado con un único fin; propiciar nuestra existencia: «Nuestra existencia es la que ha determinado la estructura del universo», dice el principio antrópico fuerte. Muy parecido al argumento teleológico formulado desde la filosofía.
Esta última formulación requiere que alguien (Dios creador) haya diseñado el proceso de evolución con el propósito de que culminase en nosotros, pero no parece razonable que su objetivo final fuese la mera presencia del ser humano sobre la faz de la Tierra, sino del ser humano en plenitud; tanto a nivel individual como colectivo.
Hasta llegar a nosotros, han sido las leyes naturales las que han marcado la pauta de la evolución, pero la última etapa —la plenitud— es tarea nuestra. Y es aquí donde entroncamos con el evangelio, porque es Jesús, el hombre lleno del espíritu de Dios, quien nos marca la meta y señala el camino. Como decía Ruiz de Galarreta: «El sueño de Dios no es la raquítica salvación de media docena de perfectos. Toda la creación, realizada y perfecta, es su sueño, su proyecto, el Reino» …
El evangelio, todo el evangelio, es una contundente invitación a ser colaboradores de Dios en la ejecución de su proyecto, y de aquí se desprende una buena definición de cristiano: cristiano es quien se compromete con la tarea de hacer de la humanidad una comunidad de Hijos que se aman como hermanos. Como dijo el propio Jesús: «En eso conocerán que sois mis discípulos».
Y desde esta perspectiva podemos entender mejor el texto de hoy, porque tamaño proyecto requiere de todo nuestro compromiso y de todo nuestro esfuerzo. Jesús nos está pidiendo ayuda para hacer realidad este ideal por el que él fue capaz de dar la propia vida, y lo hace a su estilo; un estilo paradójico, radical, casi desafiante, para recalcar la importancia excepcional de lo que nos está pidiendo:
«Como mi Padre me envió, así os envío yo a vosotros».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer otro comentario sobre este evangelio publicado en fe adulta, pinche aquí
Comentarios desactivados en La primera lealtad para Jesús.
¿A qué o a quién has sido leal los últimos 25 años? ¿Qué ha caracterizado esa lealtad? ¿Ha sido muy duro? ¿En qué estaba basada?
¡Vaya! pensé cuando leí el evangelio para este domingo, pues ¡qué poca gracia tener que explicar algo que produce rechazo desde el primer momento! “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. (Mt 10: 37-38).
Es increíble cómo después de más de veinte siglos de cristianismo y de haber escuchado y leído tantos comentarios a este evangelio seguimos diciendo que este tipo de exigencia es inhumana y que no podemos llevar adelante este “requisito” de Jesús.
Pero ¿qué nos está pidiendo? ¿Cuál es su verdadera invitación o mejor dicho la de la comunidad cristiana detrás de este mensaje?
Al principio del capítulo 10 de este evangelio nos relatan la llamada de Jesús a sus doce discípulos dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad. El envío con toda una serie de instrucciones es un mensaje transformador, primero para ellos cambiándoles sus valores, sus preferencias, sus preocupaciones y dotándoles de un amor universal que con el tiempo será capaz de traspasar todo tipo de fronteras, razas, religión, etc…Un mensaje liberador que solo puede proclamar quien antes ha sido liberado.
Por tanto, la lealtad a Jesús, a su mensaje, a su proyecto, es lo primero para quienes dicen seguirle. Eso no exige la renuncia al amor a nuestros seres queridos, a los más cercanos, todo lo contrario, pero sí se nos invita a amarles bien a no dejarnos atrapar por sus “chantajes emocionales” dándoles lo que nos piden, sino lo que sabemos que es mejor para ellos.
Amar a Jesús no descarta amar al prójimo, nada más lejos de su mensaje, sino discernir de qué manera podemos expresar nuestro amor de una forma práctica y real.
En el pasado, muchas personas religiosas, consideradas llamadas por Dios de una manera especial, renunciaban al amor de sus padres, alejándose de ellos hasta el punto de no estar presentes en sus últimos momentos o en tiempos de enfermedad, bajo capa de una mayor fidelidad a su compromiso con Jesús.
Hoy, entendemos que la fidelidad al mensaje de Jesús es para todos, no para unos cuantos “escogidos” de manera especial. Entendemos que ser fiel a Jesús es estar ahí donde se nos necesita y tanto puede ser en nuestra propia familia como en países lejanos. (A veces es más difícil estar con la propia familia que en tierras lejanas donde se aplaude nuestro trabajo).
No es más misionero quien vive en un país de Tercer Mundo ayudando al desarrollo de un pueblo, que quien permanece en el suyo haciendo una labor poco valorada; porque la misión es vivir y comunicar los valores de Jesús y eso suscita una gran oposición sobre todo en las sociedades capitalistas.
La lealtad a Jesús significa, en segundo lugar, no sólo división y rechazo dentro de la familia, sino también en el seno de la sociedad: y quien no toma la cruz y me sigue no es digno de mí.
¿Hasta dónde hay que llegar? Hasta dar la vida como él: ese es el distintivo del discípulo, de la discípula. Con pasión, con gozo, con fidelidad, no sin momentos de desaliento y de dificultad.
Es escoger un camino de marginación porque supone identificarse con quienes se oponen al “control imperial” como Jesús; y eso nunca resulta fácil: ni entonces ni ahora.
En tercer lugar, esa fidelidad nos habla de perder la vida por Jesús para encontrarla. Por el contrario, se entiende “encontrar la vida” por nuestra propia cuenta como optar por lo seguro, por el propio interés, es dejarse llevar por la amenaza de la élite de crucificar a quienes ofrezcan resistencia. Sin embargo, la muerte no es el final.
¿Y quién y cómo escucha y recibe este mensaje? No está en nosotros medir los resultados, no vamos en nombre propio y el camino ya se encarga de proveernos con momentos de un gozo indescriptible cuando vemos que lo que nos ha sanado, cambiado la vida, liberado, también lo hace con muchos otros.
Quien recibe a Jesús recibe a quien le ha enviado. Profeta, justo, pobrecillo representan las actitudes de aquellos que ya han asumido el reino en sus vidas. Acogerles a ellos es acoger a Jesús y su mensaje y cualquier gesto, por pequeño que sea, incluso dar de beber un vaso de agua fresca, no quedará sin recompensa.
Sólo si conectamos con aquello que realmente nos llena la vida de pasión y de entusiasmo entenderemos la llamada de este evangelio; nada más lejos del deber moral o el sacrificio. Conecta con aquello o aquellos a quienes ofreces lealtad y verás como ya estás o puedes volver en cualquier momento al camino.
Comentarios desactivados en ¿Quién es el “mí” del que habla Jesús?
Domingo XIII del Tiempo Ordinario
02 julio 2023
Mt 10, 37-42
Entendidas en su literalidad, las expresiones que aparecen en el texto, con matices comparativos (“más que a mí”) y carga autorreferencial (“por mí”) chirrían con razón a la conciencia moderna, testigo de tantos gurús que han demandado a sus fieles una incondicionalidad incuestionable.
¿Qué sentido tiene que un maestro pida ser amado más que los propios padres o los propios hijos? ¿Quién es el maestro que exige perder la vida por él? Todo ello suena más a una catequesis elaborada por la comunidad primitiva que a dichos auténticos de Jesús. Una comunidad que ya ha “divinizado” a Jesús y que lo presenta como referente absoluto, a cuya luz todo lo demás palidece en un segundo plano. Hoy conocemos también que se trata de un movimiento típicamente sectario, que enaltece hasta el infinito al propio líder.
Sin embargo, aun dejando de lado la cuestión de la autoría de esos dichos, cabe otra lectura de los mismos, no literal, sino espiritual o simbólica. ¿Quién o qué es ese “mí” del que se habla en términos absolutos, como lo único realmente real y lo único por lo que merece postergar todo lo demás?
Cuando se sale de la creencia dogmática y se vive un proceso experiencial de autoindagación, la respuesta se abre paso de manera luminosa: ese “mí” no es la persona del Maestro de Nazaret, ni tampoco otro yo particular. Ese “mí” alude a una realidad transpersonal -más allá de todos los yoes o personas-, a Aquello que constituye el Fondo de todo lo real, la identidad última, única y compartida, que somos.
Ese es el “tesoro escondido” -del que hablará el propio Jesús-, Aquello que somos en profundidad. Por tanto, en cuanto realidad transpersonal, no cabe la apropiación y carece de sentido la comparación. No se pide que ames a uno más que a otros, ni que mueras por alguien en particular, sino que vivas anclado en la verdad de lo que eres. Esta es la clave, válida para toda persona, cualquiera que sea su creencia. Cuando se vive así -dice Jesús en otro lugar-, “todo lo demás se os dará por añadidura”.
Comentarios desactivados en Un amor auténtico nunca se opone a otro amor auténtico
Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:
01.- Placer y muerte
Decía el neurólogo y padre del psicoanálisis, Sigmund Freud (1856-1939) que la vida es al mismo tiempo: eros (placer) y thanatos (muerte).
La vida es una búsqueda del bienestar, del placer, de la felicidad pero, al mismo tiempo, un encuentro continuo con el esfuerzo, el sufrimiento, el dolor y la muerte. Esto es evidente, la vida humana es así.
La vida no es solamente placer, bienestar, felicidad, sino que la otra cara de la moneda es el sufrimiento, el dolor…
02.- Asumir el dolor
Siempre el ser humano ha tratado de paliar y aliviar el dolor -y la muerte-. Es natural.
Sin embargo el momento cultural actual margina y elude la dimensión de esfuerzo de la vida.
Es lógico que una civilización puramente hedonista no pueda admitir, ni sepa abordar el esfuerzo, el sufrimiento, el mismo trabajo como modo de colaborar con Dios y con la humanidad en la tarea de hacer un mundo habitable. Mucho menos afrontamos el problema de la muerte.
Todo lo queremos fácil, rápido y con el menor esfuerzo.
Pero la vida es placer y muerte.
03.- No es sano el masoquismo espiritual.
Tampoco era sana aquella vida oscurantista y exageradamente ascética, llena de negaciones y penitencias en muchos casos sin sentido alguno y más cercanas a un enfermizo masoquismo o sadismo que al esfuerzo cristiano y humano. No es deseable aquella espiritualidad ni aquel estilo de vida.
El Génesis es más saludable y vitalista que los cilicios y las disciplinas medievales y de tiempos posteriores. Lo que Dios había creado era bueno.
04.- El que se busca a si mismo se pierde.
Es una afirmación de gran contenido. Nos pasamos la vida “buscándonos” a nosotros mismos: una salud mejor, para lo cual hacemos footing, aerobic, nos volvemos medio macro.bióticos, nos perdemos por los sueños de una eterna juventud, que termina en una fugaz ancianidad. Nos buscamos y queremos “pasárnoslo” bien: “mi vida, mi casa, mi coche, mi partido político y mi partido de fútbol, mi dinero y mis vacaciones”. Al final uno vive sólo en el claustro de su soledad supuestamente placentera.
Nos hiciste poco inferior a los ángeles, dice el salmo 8, pero el capitalismo nos ha hecho poco –muy poco- superiores a los primates.
05.- La vida no es una existencia solitaria.
El que pierda su vida por MÍ, encontrará la vida.
La vida es comunidad y solidaridad, acogida. La forma humana de vivir es entregar la vida (lo demás es vegetar).
La madre no pierde la vida cuando da a luz.
La mujer sunamita, de la región de Sunam- (1ª lectura) le propone a su marido: acojamos al profeta Eliseo, le preparamos una habitación… Le reciben y le cuidan.
Eliseo se lo agradece con vida. Lo mismo que sucedió con Sara ya anciana que concibió a Isaac, o con Ana, la madre de Samuel, o con Isabel la madre de Juan Bautista, Dios les concede –en su ancianidad- una nueva vida. La maternidad en la ancianidad era signo de vida. Sean relatos históricos o míticos, Dios es Dios solidario, Dios de vida.
Un amor auténtico nunca se opone a otro amor auténtico. El amor a Dios no se opone al amor de la familia; el amor matrimonial no se opone al amor der Dios, ni al amor a los hijos, ni a la empatía de la amistad íntima o la fraternidad comunitaria y eclesial. El amor perfecciona, realiza la persona. El amor como la bondad crece cuando se comunican.
Seamos abiertos y generosos en la vida. Demos la vida, precisamente para vivirla en plenitud.
Un dios ha venido esta mañana para
Cumplir sus deberes hacia los de abajo.
Se excusó, lloró,
miró una vez a los humanos.
Los miró, los comprendió
Todos ellos, transformados, diferentes.
(…)
Esta mañana un dios ha muerto:
Y nadie en el mundo se sorprende.
Un dios ha venido esta mañana para
Cumplir sus deberes hacia los de abajo.
Se excusó, lloró,
miró una vez a los humanos.
Los miró, los comprendió
Todos ellos, transformados, diferentes.
Un dios puso pie en tierra
Para mirar alrededor de él.
La sangre del universo se pierde,
Un dios hace frente al estado de hombre.
Ya ha comprendido:
el esqueleto del mundo muerto se corroe
Condenado a romperse,
En el interior, en sí mismo
Debido al peso de todo este tiempo perdido
Hasta ahora,
Por aportar nada más que palabras.
Un dios se ha negado,
Como un hombre encerrado en un mundo moribundo.
Más humana,
sin brillos ni adornos,
sin la hermosura que luce
en muchas iglesias,
museos,
coronas
y joyas que nos adornan…
Quiero la cruz como fue en tu historia
en aquel tiempo y circunstancia:
cruz dura y pesada,
cruz amarga
y de sangre manchada,
cruz fracasada…
Pero cruz de vida llena,
cargada de entrega,
perdón
y misericordia…
Más humana,
quiero tu cruz más humana,
para que sea sacramento
de amor y esperanza.
Más humana,
quiero tu cruz más humana,
para que sea signo de tu alianza
hoy que la palabra no asegura nada..
Más humana,
quiero tu cruz más humana,
para que nos muestre tus entrañas
compasivas y divinas.
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