Carmen Herrero Martínez, Fraternidad Monástica de Jerusalén, soeurcarmen@gemail.com
Tenerife
ECLESALIA, 25/03/16.- «Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta» (Lm 1, 12). Estas palabras de la Santas Escrituras, se las podemos aplicar hoy a la Madre Dolorosa, la Madre del Redentor del mundo, Jesús.
En el camino hacia el Calvario Jesús se encuentra con María, su madre; y María se encuentra con Jesús, su hijo amado, su predilecto, salido de sus entrañas. El intercambio de midas es intenso, profundo, lleno de amor y de ternura; desde el silencio amante y compasivo. La mirada es el lenguaje más profundo e intimo entre os seres que se quieren. En este encuentro no hay palabras, la sola palabra es la mutua mirada que expresan el dolor intenso y profundo que hijo y madre viven. El dolor de la madre por su hijo ajusticiado, llevado al suplicio de la muerte, sin causa alguna; es profundo, indecible. El inocente, es condenado por los culpables, y la madre conocedora de la mentira que traman, asume desde la fe y el abandono el designo del Padre. La profecía de Simeón se ha cumplido: “una espada traspasará tu alma” (Lc 2, 35). Pero María, mujer de fe y esperanza, asume este momento, desde la certeza de que la muerte no es el final para su hijo. ¿Cómo va a morir el que es la Vida? No, ¡esto es un absurdo! ¡Poderoso como es Dios, él vendrá en su ayuda!
«No temas María, Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (Lc 1,32). Estas palabras, se las había dicho el ángel a María, y ella cree contra toda esperanza. Y desde esta certeza y esperanza, María, con su tierna mirada, infunde en su hijo, ánimo, fortaleza y confianza en el Padre que es quien sostiene su vida y dirige la historia de la salvación. María confía y adora el plan del Padre, aunque humanamente no lo comprenda. En medio de la profunda soledad de la Pasión de Jesús, María ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura y una fidelidad incondicional. Madre e hijo están íntimamente unidos y nada podrá impedirles de llevar a cabo la voluntad del Padre. María dijo “Hágase en mí según tu palabra” y el hijo: “Heme aquí, Señor, para hacer tu voluntad” Y madre e hijo serán files hasta el extremos a este palabra dada.
Si el corazón de María está traspasado por la lanza del dolor, no es menos el dolor que atraviesa el corazón del Hijo, al ver a su madre tan afligida y sumergida en tan profundo dolor. El verdadero amor hace suyo el dolor del ser amado. Y este es el caso de Jesús y María: cada uno hace propio el dolor del otro. Madre e hijo se funden en un mismo hágase tu voluntad, ofrecido al Padre por la salvación del género humano. María al decir Fiat en la Anunciación, María asumió con todas las consecuencia, la historia de su propio hijo, haciéndola suya. Porque María es madre, sufre profundamente; y quiere abraza y llevar la cruz junto con su divino Condenado en el camino hacia el calvario. Pero no solamente abraza a Jesús, sino que en su corazón, abraza a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Sintamos, pues, mirados con ternura y acompañados por María, nuestra Madre.
La Iglesia llama a María: “corredentora con Cristo”, porque, de alguna manera, ella también murió en la cruz con su Hijo. No de una manera cruenta; pero sí de una manera mística. María, recorrió el camino del calvario y estuvo al pie de la cruz acompañando a su hijo amado, haciendo suya la pasión y muerte del hijo, salido de sus entraña. La pasión del hijo es la pasión de la madre. Y la muerte del hijo es la muerte de la madre.
Señor, Jesús, como María tu madre, también nosotros queremos acompañarte, ofrecerte nuestra compañía y nuestro tierno amor, estando a tu lado en este camino en el que el dolor te desfigura y la cruz te aplasta.
En ti, también queremos acompañar a tantos hermanos y hermanas que el dolor los tiene hundidos, desfigurados, sin poderse levantar ni mirar al horizonte, sin encontrar una mirada que les dé fortaleza para seguir caminando. Para ellos te pedimos la fe y la esperanza, y una Madre buena que les mire con amor y les acompañe en su sufrimiento. Y a Ti, María, Madre del Fiat, del Amén, concédenos tu fe y confianza en los planes de Dios, Padre, aunque no siempre los comprendamos. Y consuela a tantas madres como sufren las “pasión” de sus hijos y ayúdales a llevar la cruz con tu presencia amante
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Biblia, Espiritualidad
Calvario, Jesús, María, Semana Santa, Viernes Santo
Comentarios recientes