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¿Cómo puedo quedarme? Encontrar maná en el desierto de la exclusión

Lunes, 20 de junio de 2022

4B085449-9AF0-4FDB-A858-C68D2276B92CHna. Tracey Horan

La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Sr. Tracey Horan. Tracey es una Hermana de la Providencia de St. Mary-of-the-Woods, Indiana y es oriunda de Indianápolis. Ha trabajado como maestra y organizadora comunitaria, y actualmente se desempeña como Directora Asociada de Educación y Defensa en la Iniciativa Fronteriza Kino en Ambos Nogales, donde vive desde 2019.

Las lecturas litúrgicas de hoy para la Fiesta del Corpus Christi se pueden encontrar haciendo clic aquí.

“¿Cómo puedo quedarme?” Esta fue la pregunta que me persiguió durante los meses de primavera de 2021. Acababa de ser aprobada para la tercera edad, el año de preparación para los votos perpetuos como Hermana de la Providencia, cuando el Vaticano anunció que la Iglesia Católica no puede bendecir uniones entre personas del mismo sexo. Después de escuchar ese anuncio, surgieron las preguntas: ¿cómo podía quedarme en una institución que hacía el amor de Dios tan pequeño, tan exclusivo? ¿Cómo podría comprometer mi vida entera a una institución que hirió a las personas que amo con declaraciones como esta, que parecían olvidar que Jesús dijo: “Tomen esto todos ustedes y cómanlo”?

Este dilema llegó más cerca de casa un fin de semana del verano pasado cuando estaba visitando a familiares en otra ciudad y fui a misa con ellos en una parroquia a la que nunca había asistido antes. Entre mis familiares presentes había uno que se identifica como LGBTQ. Hacía años que no asistía a Misa por su experiencia de rechazo en la Iglesia Católica, pero puso cara de valiente para acompañar al grupo. Recé para que, al menos, experimentara un poco de bienvenida a cambio de su apertura para entrar en un entorno en el que corría el riesgo de ser excluida y herida.

Al principio de la Misa, pude sentir que podríamos estar en aguas turbulentas. Algo sobre el comportamiento condescendiente del sacerdote me tenía nervioso. Mi instinto se confirmó cuando llegamos a la homilía, y el sacerdote comenzó a condenar lo que llamó un relativismo que hacía creer a las personas que podían “amar a quien quisieran y ser del género que quisieran”. No recuerdo mucho más, solo que su retórica se intensificó, mi sangre estaba hirviendo y estaba muy consciente de que sus palabras estaban lastimando a mi familiar. Pronto salió, y un par de nosotros la seguimos.

No me atreví a recibir el Cuerpo de Cristo en esa iglesia. El Jesús que amo y sigo no podría estar presente para mí allí, no de una manera nutritiva. Esta especie de eucaristía, desprovista de amor extravagante, no podía alimentar mi espíritu. En cambio, el dolor, el dolor y más preguntas se asentaron en mi vientre.

A la semana siguiente comencé mi retiro anual. La pregunta permaneció al frente y al centro: ¿Cómo puedo quedarme? Deambulé por los terrenos de nuestra casa madre, me senté en un tenso silencio y hojeé los evangelios en busca de respuestas. La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, que celebramos hoy, coincidió con mis días de retiro. En la Misa, cantamos la canción “All Who Hunger”, y las palabras resonaron en mi corazón:

Todos los que tienen hambre, reúnanse con alegría
El maná santo es nuestro pan.
Ven del desierto y del vagabundeo,
Aquí en verdad, seremos alimentados.
Tú que anhelas días de plenitud,
Todo lo que nos rodea es nuestra comida.
Prueba y ve la gracia eterna
Gustad y ved que Dios es bueno”.

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Como tenía hambre de una acogida más radical en nuestra Iglesia, como venía del desierto de la exclusión, sentí que el Santo me invitaba a probar y ver el abrazo acogedor de Cristo que es más grande que las palabras de cualquier homilista homofóbico. Escuché a nuestro Salvador invitarme a venir del desierto de dolor y dolor para encontrar el alimento que me rodea: el maná en comunidades como New Ways Ministry, Dignity USA, y FutureChurch. Sentí a mi hermano Jesús afirmando la verdad de su amor expansivo, y asegurándome que si permanecía en esa verdad, sería alimentado.

El símbolo perfecto para el alimento que los católicos LGBT y sus aliados pueden encontrar en medio de nuestro viaje hacia la justicia y la inclusión es el maná del desierto. La perfección simple y pequeña de una típica hostia dominical no encaja del todo. El maná del desierto reconoce tanto los años de lucha como la fidelidad de Dios al alimentarnos. Este maná, escribí durante mi retiro, es más real y crudo.

“Esto es pan de ahora o nunca,
pan del momento,
Que llega justo cuando piensas
El hambre te abrumará.
No puedes planear para este pan
O controlarlo
O atesorarlo por si vuelve el hambre.
Solo se puede saborear este pan en el desierto
Después de semanas de vagar
Y preguntándose cuándo llegará,
Si llegará.
Con el susurro, una insistencia persistente
Que te arrulla tontamente hacia adelante
Con ansia de maná
El pan que conoces
tocará tus labios
Justo cuando todo parece perdido
No anhelas el desierto,
Sólo los peligrosos,
Satisfactorio
Pan de molde.”

Mientras celebramos hoy la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo, que nosotros, que tenemos hambre de una bienvenida radical, nos reunamos alrededor de nuestro maná peligroso y satisfactorio y nos encontremos alimentados, incluso mientras deambulamos por el desierto.

—Sr. Tracey Horan, 19 de junio de 2022

Fuente New Ways Ministry

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Hacia un idolatría de la Eucaristía.

Domingo, 19 de junio de 2022

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[…] El mismo Cristo  debe asfixiarse en nuestros ostensorios de oro, en nuestros cálices incomparables, en nuestros copones incrustados de joyas, Él quiso sólo la paja del Pesebre o la madera de la cruz. El culto exagerado de la Eucaristía tiende a hacer de nuestras iglesias templos paganos.

*

Louis Evely

***

Condúceme de lo irreal a lo real, condúceme de las tinieblas a la luz, condúceme de la muerte a la inmortalidad.

*

Brihadaranyaka Upanishad

***

Una liturgia sin compromiso místico

Los faraones de Egipto han sido divinizados y los monumentos no dejan de representar su investidura divina. Cuando, más tarde, Alejandro el Grande conquistó Egipto, no creyó que pudiera asegurar su dominación sobre las colonias sin hacerse reconocer como Dios. Del mismo modo los emperadores romanos, para consolidar la unidad de su imperio, aceptaron, luego finalmente impusieron, esta divinización de Roma y de su persona.

Pero esta divinización del faraón provocaba también, casi necesariamente, la “faraonización” de dios. Había una simbiosis, una suerte de comunidad de vida en la que las reacciones eran recíprocas y, finalmente, la imagen de la divinidad se amoldaba a la del faraón divinizado.

¿Hasta qué punto esta situación ha sido reproducida a lo largo de los siglos, incluso en el pensamiento de Israel? ¿En qué medida nuestra liturgia no guarda vestigios de este intercambio ambiguo entre la realeza terrestre y la realeza divina? ¿Hasta qué punto incluso el concepto de la realeza divina no es simplemente una emanación de la realeza humana?

¿En qué medida, en Bizancio, la liturgia de Palacio y la liturgia de Santa Sofía no coincidían en una misma imagen, donde la realeza divina y la realeza humana se confundían de nuevo?

Y en qué medida nuestra liturgia no es todavía una supervivencia de las liturgias reales que no comprometen nunca el fondo del alma? ¿No podemos pensar, a veces, que en nuestra misma liturgia, se trata de rendir homenaje a un soberano, de procesiónar alrededor de su altar, de erigirle un santuario dedicado a él, y una vez hecho esto, queda con Dios, todo esto que puede realizarse y celebrar sin ninguna especie de compromiso místico?

Algo extremadamente peligroso

Es evidente que, si el hombre de la calle es tan a menudo completamente extraño a lo que pasa en nuestras iglesias, es porque no pasa allí ningún acontecimiento susceptible de tocarlo aunque sea un poco. El no se siente allí de ninguna manera alcanzado y concernido a lo más íntimo de él mismo.

Hay una religión aparente que  no asume compromiso profundo. Esto es extremadamente grave, y podemos preguntarnos hasta qué punto esto no es a causa de la Eucaristía que llegamos a una confusión tan radical sobre la esencia misma del mensaje de Jesús.

Una especie de materialismo religioso, el peor de todos; puede trágicamente establecerse alrededor de la Eucaristía; tenemos un catalizador de paladio, un pararrayos celeste, sobre la casa, podemos dormir tranquilo, Dios está allí en su cajita y lo tenemos constantemente a nuestra disposición.

¿Nos hemos cuestionado suficientemente sobre  el valor de nuestras comuniones? ¿sobre el valor de esos niños? ¿Qué producen? ¿Qué cambian?

En las comuniones sin compromiso, donde se cuenta con el opus operatum (un efecto producido infaliblemente por el hecho de que se recibe el sacramento), en las comuniones donde mecánicamente se debe ser santificado porque se abrió la boca o se tendió la mano para recibir la hostia: hay allí algo extremadamente peligroso porque no se ve en absoluto toda la exigencia que está en la base de una conversión verdadera, y que supone a un nuevo nacimiento; no vemosen absoluto la exigencia de la comunión que implica esta transformación radical donde se pasa del mí posesivo al mi oblativo. Incluso, ¿cuántos sacerdotes  que celebran la misa cada día todavía pueden, quizá, estar todavía allí?

Resituar la Eucaristía en la perspectiva evangélica

Debemos pues resituar la Eucaristía, hay que situarla allí dónde la vida de la Iglesia debe encontrar su unidad, hay que situarla en su sitio, es decir en la perspectiva evangélica que se nos impone en los últimos encuentros del Señor con sus discípulos.

La última consigna que resuena en todas las páginas delrelato joánico, es que os améis unos a otros como yo os he amado. Y esta consigna es también el criterio que hace reconocer a los discípulos de Jesús: ” en esto os reconocerán que sois mis discípulos, si os amais los unos a los otros.

Y para dar una lección a sus discípulos, Jesús les lavó los pies. “Esto es lo que es amar a tu prójimo: lo que he hecho es para que hagáis vosotros lo mismo los unos a los otros”.

Por extraño que pueda parecer, la Eucaristía parece haber desaparecido, ni siquiera se nombra en este lugar, ¿por qué? Debido a que está implícita en esta mandato (lavatorio de los pies). Está implícitamente contenida en el mandato y en la consigna final del Señor: “Amaos los unos a los otros”, ya que es exactamente la misma cosa.

“Os conviene que yo me vaya “

Recordemos las trágicas palabras de Jesús en el discurso después de la Última Cena: “Es bueno que yo me vaya porque, si no me voy, el Paráclito, el Espíritu Santo, no vendrá a a vosotros”. ¿Cómo no ver en estas palabras la confesión de un fracaso? Jesús nunca convirtió a nadie … ¡a nadie! Ni la muchedumbre, ni los sacerdotes, ni las autoridades, ni Herodes ni sus discípulos, ni incluso el discípulo amado que se dormirá como los otros enseguida en el Jardín de la Agonía: no ha convertido a nadie.

Y la llamada suprema que les dirige  a sus discípulos en el lavamiento de los pies se quedará sin eco: no comprenden que el reino de Dios está dentro de ellos mismos.

No comprenderán que es para hacer nacer este reino interior que Jesús se arrodilla delante de ellos para lavarles los pies, y no comprenden  que es para arrancar la piedra de nuestros corazones que Jesús muere sobre la cruz. Y la última pregunta que le harán a Jesús justo antes de la Ascensión será significativa de esta total  incomprensión.

¡La humanidad de Jesús debe pues desaparecer! Y es sólo en lo invisible, en el fuego del Pentecostes, como encontrarán a su Maestro como una presencia interior, no lo verán en lo sucesivo ya más delante de ellos sino dentro de ellos, y es en aquel momento cuando lo reconocerán. ¿Podemos desde entonces imaginar un solo instante que Nuestro Señor nos haya dado la Eucaristía para que refabriquemos con este sacramento un culto idolátrico, para que pudiéramos poseerlo allí, al alcance de nuestra mano, encerrándole en una caja para que nos pertenezca? ¿ Podemos concebir un materialismo igual por parte del Señor? ¿Cómo podemos imaginar que les hubiera robado su presencia visible a los Apóstoles para restituirnos en la hostia un foco de idolatría, como si pudiéramos disponer de Dios como el resultado de un objeto? Es absolutamente imposible, es exactamente lo contrario que sucede cuando Jesús nos da la Eucaristía.

*

Maurice Zundel

La Rochette, 1963

(Fuente)

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***

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.

Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:

“Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.”

Él les contestó:

“Dadles vosotros de comer.”

Ellos replicaron:

“No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.”

Porque eran unos cinco mil hombres.

Jesús dijo a sus discípulos:

“Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.”

Lo hicieron así, y todos se echaron.

Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

*

Lucas 9, 11b-17

***

El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde en el pueblo de Dios se escucha la Escritura cuya exégesis mesiánica nos proporcionó Jesús, y, por consiguiente, allí donde se respeta la Escritura y se obedece su Palabra, que encuentra su expresión actual en la asamblea de la comunidad.

Eso significa: allí donde se vive la vida cotidiana bajo el lema de la voluntad de Dios […]. El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde se celebra el banquete mesiánico, al que Jesús quiso invitarnos precisamente a todos, a los justos y a los pecadores, a los sanos y a los enfermos, a los invitados de la primera hora y a los que se quedan mirando los toros desde la barrera, es decir, allí donde se ha hecho posible, a continuación, la integración y la unanimidad de aquellos que quieren ponerse al servicio ae la construcción del pueblo de Dios. Eso significa: allí donde al convivium, o sea, al banquete de la eucaristía, le corresponde de nuevo el convivir, o sea, la convivencia de los creyentes que precede y sigue a la eucaristía, y encuentra su síntesis festiva en la celebración de semana en semana, de una fiesta a la otra.

El milagro de la multiplicación de los panes tiene lugar allí donde se vuelve vital la fe en que el hombre no vive sólo de pan, sino que vive, en primer lugar, de la Palabra de Dios, de su promesa y de la voluntad de aquel que se ha creado un pueblo al que debe llevar a una tierra que mana leche y miel. Eso significa que el milagro tiene lugar asimismo allí donde los creyentes se atreven a dar pruebas de su propia fe y a ponerla a prueba.

*

R. Pesch,
Il miracolo della moltiplicazione dei pañi. C’é una soluzione per la fame nel mondo?,
Brescia 1997, pp. 182ss, passim.

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“La Eucaristía como acto social”. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo – C (Lc 9,11-17)

Domingo, 19 de junio de 2022

10-CORPUS-CHRISTI-C-600x441Según los exegetas, la multiplicación de los panes es un relato que nos permite descubrir el sentido que la eucaristía tenía para los primeros cristianos como gesto de unos hermanos que saben repartir y compartir lo que poseen.

Según el relato, hay allí una muchedumbre de personas necesitadas y hambrientas. Los panes y los peces no se compran, sino que se reúnen. Y todo se multiplica y se distribuye bajo la acción de Jesús, que bendice el pan, lo parte y lo hace distribuir entre los necesitados.

Olvidamos con frecuencia que, para los primeros cristianos, la eucaristía no era solo una liturgia, sino un acto social en el que cada uno ponía sus bienes a disposición de los necesitados. En un conocido texto del siglo II, en el que san Justino nos describe cómo celebraban los cristianos la eucaristía semanal, se nos dice que cada uno entrega lo que posee para «socorrer a los huérfanos y las viudas, a los que sufren por enfermedad o por otra causa, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso y, en una palabra, a cuantos están necesitados».

Durante los primeros siglos resultaba inconcebible acudir a celebrar la eucaristía sin llevar algo para ayudar a los indigentes y necesitados. Así reprocha Cipriano, obispo de Cartago, a una rica matrona: «Tus ojos no ven al necesitado y al pobre porque están oscurecidos y cubiertos de una noche espesa. Tú eres afortunada y rica. Te imaginas celebrar la cena del Señor sin tener en cuenta la ofrenda. Tú vienes a la cena del Señor sin ofrecer nada. Tú suprimes la parte de la ofrenda que es del pobre».

La oración que se hace hoy por las diversas necesidades de las personas no es un añadido postizo y externo a la celebración eucarística. La misma eucaristía exige repartir y compartir. Domingo tras domingo, los creyentes que nos acercamos a compartir el pan eucarístico hemos de sentirnos llamados a compartir más de verdad nuestros bienes con los necesitados.

Sería una contradicción pretender compartir como hermanos la mesa del Señor cerrando nuestro corazón a quienes en estos momentos viven la angustia de un futuro incierto. Jesús no puede bendecir nuestra mesa si cada uno nos guardamos nuestro pan y nuestros peces.

José Antonio Pagola

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“Comieron todos y se saciaron”. Domingo 19 de junio de 2022. Festividad del cuerpo de Cristo

Domingo, 19 de junio de 2022

35-CorpusC cerezoLeído en Koinonia:

Génesis 14, 18-20: Sacó pan y vino:
Salmo responsorial: 109, 1. 2. 3. 4: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
1Corintios 11, 23-26: Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor.
Lucas 9, 11b-17: Comieron todos y se saciaron.

La primera lectura (Gen 14,18-20) es un antiguo texto legendario, originalmente quizás de naturaleza política-militar, en el que el misterioso personaje Melquisedec rey de Salem ofrece a Abraham un poco de pan y vino. Se trata de un gesto de solidaridad: a través de aquel alimento, Abraham y sus hombres pueden reponerse después de volver de la batalla contra cuatro reyes (Gen 14,17). El pasaje, sin embargo, parece contener una escena de carácter religioso, siendo Melquisedec un sacerdote según la praxis teológica oriental.

El gesto podría contener un matiz de sacrificio o de rito de acción de gracias por la victoria. El v. 19, en efecto, conserva las palabras de una bendición. Las palabras de Melquisedec y su gesto ofrecen una nueva luz sobre la vida de Abraham: sus enemigos han sido derrotados y su nombre es ensalzado por un rey-sacerdote. El capítulo 7 de la Carta a los Hebreos ha construido una reflexión en torno a Cristo Sacerdote a la luz de este misterioso texto del Génesis, según la línea teológica ya presente en las palabras que el Sal 110,4 dirige al rey-mesías: “Tú eres sacerdote para siempre al modo de Melquisedec”.

La segunda lectura (1Cor 11,23-26) pertenece a la catequesis que Pablo dirige a la comunidad de Corinto en relación con la celebración de las asambleas cristianas, donde los más poderosos y ricos humillaban y despreciaban a los más pobres. Pablo aprovecha la oportunidad para recordar una antigua tradición que ha recibido sobre la cena eucarística, ya que el desprecio, la humillación y la falta de atención a los pobres en las asambleas estaban destruyendo de raíz el sentido más profundo de la Cena del Señor.

Se coloca así en sintonía con los profetas del Antiguo Testamento que habían condenado con fuerza el culto hipócrita que no iba acompañado de una vida de caridad y de justicia (cf. Am 5,21-25; Is 1,10-20), como también lo hizo Jesús (cf. Mt 5,23-24; Mc 7,9-13). La Eucaristía, memorial de la entrega de amor de Jesús, debe ser vivida por los creyentes con el mismo espíritu de donación y de caridad con que el Señor “entregó” su cuerpo y su sangre en la cruz por “vosotros”.

Esta lectura paulina nos recuerda las palabras de Jesús en la última cena, con las que cuales el Señor interpretó su futura pasión y muerte como “alianza sellada con su sangre” (1 Cor 11,25) y “cuerpo entregado por vosotros” (1 Cor 11,24), misterio de amor que se actualiza y se hace presente “cada vez que coman de este pan y beban de este cáliz” (1 Cor 11,26). La fórmula del cáliz eucarístico, semejante a la fórmula de la última cena en Lucas (Mateo y Marcos reflejan una tradición diversa), está centrada en el tema de la nueva alianza, que recuerda el célebre paso de Jer 31,31-33. Cristo establece una verdadera alianza que se realiza no a través de la sangre de animales derramada sobre el pueblo (Ex 24), sino con su propia sangre, instrumento perfecto de comunión entre Dios y los hombres.

La celebración eucarística abraza y llena toda la historia dándole un nuevo sentido: hace presente realmente a Jesús en su misterio de amor y de donación en la cruz (pasado); la comunidad, obediente al mandato de su Señor, deberá repetir el gesto de la cena continuamente mientras dure la historia “en memoria mía” (1Cor 11,24) (presente); y lo hará siempre con la expectativa de su regreso glorioso, “hasta que él venga” (1 Cor 11,26) (futuro). El misterio de la institución de la Eucaristía nace del amor de Cristo que se entrega por nosotros y, por tanto, deberá siempre ser vivido y celebrado en el amor y la entrega generosa, a imagen del Señor, sin divisiones ni hipocresías.

El evangelio de hoy relata el episodio de la multiplicación de los panes, que aparece con diversos matices también en los otros evangelios (¡dos veces en Marcos!), lo que demuestra no sólo que el evento posee un cierta base histórica (no necesariamente milagrosa), sino que también es fundamental para comprender la misión de Jesús.

Jesús está cerca de Betsaida y tiene delante a una gran muchedumbre de gente pobre, enferma, hambrienta. Es a este pueblo marginado y oprimido al que Jesús se dirige, “hablándoles del reino de Dios y sanando a los que lo necesitaban” (v. 11). A continuación Lucas añade un dato importante con el que se introduce el diálogo entre Jesús y los Doce: comienza a atardecer (v. 12). El momento recuerda la invitación de los dos peregrinos que caminaban hacia Emaús precisamente al caer de la tarde: “Quédate con nosotros porque es tarde y está anocheciendo” (Lc 24,29). En los dos episodios la bendición del pan acaece al caer el día.

El diálogo entre Jesús y los Doce pone en evidencia dos perspectivas. Por una parte los apóstoles que quieren enviar a la gente a los pueblos vecinos para que se compren comida, proponen una solución “realista”. En el fondo piensan que está bien dar gratis la predicación pero que es justo que cada cual se preocupe de lo material. La perspectiva de Jesús, en cambio, representa la iniciativa del amor, la gratuidad total y la prueba incuestionable de que el anuncio del reino abarca también la solución a las necesidades materiales de la gente.

Al final del v. 12 nos damos cuenta que todo está ocurriendo en un lugar desértico. Esto recuerda sin duda el camino del pueblo elegido a través del desierto desde Egipto hacia la tierra prometida, época en la que Israel experimentó la misericordia de Dios a través de grandes prodigios, como por ejemplo el don del maná. La actitud de los discípulos recuerda las resistencias y la incredulidad de Israel delante del poder de Dios que se concretiza a través de obras salvadoras en favor del pueblo (Ex 16,3-4).

La respuesta de Jesús: “dadles vosotros de comer” (v. 13) es un recurso literario para poner en destaque la misión de los discípulos. Éstos, aquella tarde cerca de Betsaida y a lo largo de toda la historia de la Iglesia, están llamados a colaborar con Jesús, preocupándose por conseguir el pan para sus hermanos. Después de que los discípulos acomodan a la gente, Jesús “tomó los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los iba dando a los discípulos para los distribuyeran entre la gente” (v. 16).

Al final todos quedan saciados y sobran doce canastas (v. 17). El tema de la “saciedad” es típico del tiempo mesiánico. La saciedad es la consecuencia de la acción poderosa de Dios en el tiempo mesiánico (Ex 16,12; Sal 22,27; 78,29; Jer 31,14). Jesús es el gran profeta de los últimos tiempos, que recapitula en sí las grandes acciones de Dios que alimentó a su pueblo en el pasado (Ex 16; 2Re 4,42-44). Los doce canastos que sobran no sólo subraya el exceso del don, sino que también pone en evidencia el papel de “los Doce” como mediadores en la obra de la salvación. Los Doce representan el fundamento de la Iglesia, son como la síntesis y la raíz de la comunidad cristiana, llamada a colaborar activamente a fin de que el don de Jesús pueda alcanzar a todos los seres humanos. Leer más…

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Corpus Christi (19, 6): Hostia sagrada, gente desacrada.

Domingo, 19 de junio de 2022

2Corpus_Christi_-_Toledo-Venta-de-AiresDel blog de Xabier Pikaza:

El Corpus ha sido una fiesta triunfal de la identidad católica. Fue instituida el año 1264, y se convirtió tras la contra-reforma del  XVI en la celebración más importante del catolicismo, ratificando la victoria de la Iglesia sobre sus adversarios, como Fête-Dieu, Fiesta de Dios.  Ella ha sido, sin embargo, una celebración “dividida”: Fiesta de la Hostia con-sagrada de Jesús y  No-Fiesta de la humanidad no-sagrada (desacrada) de los condenados del mundo.

 DIVIDIDOS ANTE EL CORPUS
  1. Muchos piensan que debemos conservar el Corpus igual que  en el siglo XVII, cuando la Iglesia del Barroco se veía como cuerpo vencedor de un Cristo/Dios Glorioso presente como una Hostia de Pan consagrado, en procesión de triunfo, por encima (en contra) de herejes, infieles, musulmanes, judíos y todos los posibles adversarios de nuestro Dios poderoso (que es el nuestro).
  2. Otros responden que esta fiesta ha perdido actualmente su sentido bíblico (o que nunca lo ha tenido), porque el Corpus/Cuerpo del Dios de Cristo son los cojos-mancos-ciegos, expulsados y excluidos de la celebración gloriosa… Por eso dicen que el Corpus o Cuerpo de Dios ha de ser fiesta y vida de los excluido o descartado, que no caben enlas procesiones gloriosas como eran (y siguen siendo) algunas de Toledo, Lima, México o Sevilla, por poner unosejemplos.
  3. La procesión o fiesta del Corpus ha ser comunicación de vida, liberación y  comunión desde (con) los más pobres del mundo. Quizá haya  que abandonar algunas  procesiones actuales del Corpus, ostentosas, clericales, más propias de los poderes facticos que de los pobres ce Cristo
  4. Así me decía el año 1984 un compañero-amigo, colega de cabeza de una procesión de Corpus . Llevaba en sus manos el áureo ostensorio delSacramentado y yo iba a su derecha, bien ornamentado con dalmática tejida de oros. Miramos y a la esquena de la calle vimos a dos niños sucios, excluidos, del barrio inferior de la ciudad media.
  5. Se paró un momento, mientras la banda seguía redoblando sobre la calle empedrada, susurró a mi oído y dijo: “Ellos son el Cuerpo de Cristo. Dilo en tus escritos”. Aquel presidente de procesión del Corpus es hoy obispo. Yo quiero seguir escribiendo  como me dijo No tengo soluciones, pero sé que la fiesta medieval y barroca del Corpus, con autoridades y poderers del sistema  hade  cambiar mucho para hacerse y ser cristiana, la fiesta de aquellos niños de calleja.
  1. DISCERNIMIENTO BÍBLICO
  1. Pan y vino de Jesús. El tema del Cuerpo[1]

La identidad cristiana se expresa en la Cena de Jesús, donde culminan las multiplicaciones y comidas de Jesús con pecadores y hambrientos, viniendo a expresarse el sentido de su vida entregada a favor de los demás, en camino de muerte que es resurrección.

El tema es discutido y algunos han llegado a sostener que la escena entera de la Cena de Jesús ha sido inventada por la iglesia en un sentido litúrgico sacral, separado de la experiencia fundante de la vida, muerte y pascua histórica de Jesús.

            En contra de eso, quiero defender la historicidad radical de la Cena, añadiendo que no fue sin más una cena pascua legal judía, sino comida (cena)  de despedida y de nueva presencia, y promesa mesiánica de vida, añadiendo que ella recoge el sentido más hondo del mensaje y muerte de Jesús, con la interpretación pascual de la Iglesia. Desde la perspectiva anterior del mensaje y vida de Jesús, esta Última Cena no puede interpretarse en un contexto de sacralidad nacional (de ratificación triunfal del judaísmo anterior, ni desde una iglesia posterior, sino desde la raíz de la vida y mensaje de Jesús, al servicio de los pobres y excluidos, como expansión y plenitud de sus comidas con pecadores, hambrientos, descartados, que han sido y son su verdadero Corpus (su Sôma, su Cuerpo).

El signo de Juan Bautista era el bautismo para perdón de los pecados, en el río de la penitencia. El de Jesús será su Cena, la comida compartida con pobres y excluidos, para formar así su Cuerpo Mesiánico.   El anuncio y camino de Reino de Jesús culmina y se expresa en la Cena, como saben Mc 14, 25 y paralelos. El sacramento más hondo del Reino no es un acta de supremacía y de juicio, ni una ascesis programada, sino una Cena gozosa donde se comparte la vida con los amigos, es decir, con los descartados de las “grandes” cenas de oro y ostensorio de la tierra

            Éste gesto de la cena de Jesús con los pobres y excluidos ha de verse en unidad con su gesto anterior de expulsión de los vendedores del templo, que se visten con vestiduras “de falso Dios” (de riqueza). Posiblemente, Jesús y sus amitos de la cena de pobres del Reino no habían cabido en algunas procesiones de Corpus de la iglesia militante del siglo XVII al XX.

       Lógicamente Marcos ha querido destacar la diferencia entre la Cena de Jesús y la Pascua nacional judía (como ha destacado el mismo Papa Ratzinger en su libro sobre la Vida de Jesús I). Jesús dejó que la iniciativa partiera de los discípulos (los Doce). Ellos pusieron el signo en movimiento, y quisieron  celebrar su Corpus Cena en perspectiva de Gloria Nacional. Así empieza el pasaje:

El primer día de ázimos, cuando se sacrificaba la Pascua, sus discípulos le preguntaron: ¿Dónde quieres que vayamos a preparar para que comas la Pascua? Y envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Id a la ciudad… y preparadlo todo allí para nosotros. Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad… y prepararon la Pascua (Mc 14, 12-17).

Interpretando literalmente este relato, muchos han pensado que Jesús celebró de hecho la pascua nacional de los puros de su pueblo, ratificando así una institución básica del judaísmo  triunfante Pero el texto nos dice que la la cena de Jesús no fue de Pascua nacional judía, pues faltan o se omiten en ella tres elementos principales: pan ázimo, cordero sacriicado, hierbas amargas. Por otra parte, la fecha no cuadra con la noche de pascua judía: el prendimiento y juicio de Jesús no podrían haberse realizado esa noche (del jueves al viernes), ni el día siguiente podrían celebrarse los diversos actos de juicio público y condena y muerte de Jesús, pues era día de pascua, es decir, de  fiesta estricta para los judíos nacionales.

Pero más que la coherencia externa (intrajudía) de la fecha importa el sentido del gesto. A la luz de la historia, resulta difícil pensar que Jesús (que ha rechazado las comidas puras del puro judaísmo y se ha elevado contra el templo), Jesús que ha comido con pecadores, impuros y excluídos, haya querido realizar su Cena con ritos de pureza nacional fundados en el templo (donde se sacrifican corderos). Por eso, apoyándome en Jn 19, 14, que dice que Jesús fue juzgado y ejecutado el día de preparación de Pascua, pienso, con otros investigadores, que la Cena ha de datarse la tarde-noche anterior, en contexto pascual, pero no en la fecha oficial  de Pascua (ni con los elementos fundamentales de la antigua fiesta israelita.

‒ Los discípulos quieren mantenerse en el contexto de la pascua antigua. Quieren sacrificar la Cena Nacional del cordero del Éxodo para formar con Jesús una comunidad limpia, de puros observantes. Son Doce (Mc 14, 17), representan la esperanza israelita. En ese contexto resulta comprensible la traición de Judas, uno de los Doce, que moja conmigo en el plato (cf. Mc 14, 18-21) y la negación del resto de los discípulos, que se escandalizan (cf. Mc 14, 27-31) y rechazan a su nuevo Maestro, pues quieren una pascua de identidad y triunfo nacional, mientras él les ofrece otra cosa[2].

 −Jesús, en cambio, anuncio y proclama la llegada del Reino para los cojos-mancos-ciegos, para los excluidos y descartados… En ese contexto de pascua antigua frustrada y de una Pascua nueva, abierta al Reino, eleva Jesús su autoridad y, fiel a su mensaje, invita a los Doce al banquete de su vida, en comunión con su “cuerpo” que son los excluidos y condenados del templo: En verdad os digo, que ya no beberé del fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beba nuevo en el reino de Dios (Mc 14, 25 par).

Esta palabra recoge su ideal de Reino, vinculado al pan y al vino, es decir, al don y presencia de Dios que es la vida entregada, regalada y compartida a favor de los demás, empezando por los excluidos de todos los templos e imperios del mundo.

 Está para morir, se encuentra perseguido. Por eso, reúne a sus discípulos (Doce, representantes de Israel) y les ofrece una señal de solidaridad y promesa escatológica (de Reino y resurrección, expresada en el vino de fiesta del nuevo Israel que es la humanidad entera, en el pan de la propia vida, que se da (regala y comparte). Llega la hora final, no se vuelve atrás, y así les promete que la próxima copa con ellos será en el Reino de los cielos. Ésta es su promesa. Él vivirá (permanecerá, resucitará) en ellos.

No les promete la venida de un Reino exterior, sino su presencia en ellos, que así aparecen como “cuerpo de Cristo”, su vida y presencia en el mundo,  resurrección de unos en otros, en la vida que se dan y comparten entre si, resucitando (=viviendo) unos en otros.

Desde ese fondo se entienden las palabras de invitación y promesa (ya no beberé del fruto de la vid…, hasta que lo beba en el Reino:Mc 14, 25 par). Esas palabras evocan su compromiso por el reino,  expresado como fiesta de vino y  pan compartido, esto es, de la vida entregada y comprar etida, en servicio de amor mutuo.

Ese gesto y esas palabras van más allá del plano de la pascua nacional judía, para llevarnos a la gran celebración israelita y humana de la Copa del reino, que Jesús ofrece a sus discípulos, prometiéndoles la llegada inminente del Reino. De esta forma se vinculan el principio y final de su mensaje.

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Jesús alimenta, la comunidad recuerda. Fiesta del Corpus Christi Ciclo C

Domingo, 19 de junio de 2022

Melquisedec2Melquisedec ofrece pan y vino a Abrán

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

La institución de la Eucaristía se celebra el Jueves Santo. ¿Qué sentido tiene dedicar otra fiesta al mismo misterio? Podríamos decir que, en el Jueves Santo, el protagonismo es de Jesús, que se entrega. En la fiesta del Corpus, el protagonismo es de la comunidad cristiana, que reconoce y agradece públicamente ese regalo. Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino.

            En el ciclo C, las lecturas centran la atención en el compromiso del cristiano con Jesús, al que debe recordar continuamente con gratitud (2ª lectura), porque él lo sigue alimentando igual que alimentó a la multitud (evangelio).

1ª lectura. ¿El primer anuncio de la Eucaristía? (Gn 14,18-20)

El c.14 del Génesis cuenta una batalla casi mítica de cinco reyes contra cuatro, en la que termina tomando parte Abrán (no es una errata, el nombre se lo cambió más tarde Dios en el de Abrahán). Al volver victorioso, el rey de Salén (Jerusalén), que es sacerdote del Dios Altísimo, «le ofreció pan y vino» y lo bendijo. En respuesta, Abrán le da el diezmo del botín recuperado.

Este breve pasaje está plagado de misterios que no podemos tratar aquí. Pero contiene dos datos que explican su elección para esta fiesta; 1) Melquisedec no es solo rey, es también sacerdote, 2) Lo que ofrece a Abrán no es una comida normal (un cabrito o un ternero) sino pan y vino; además, lo bendice.

Siglos más tarde, el autor de la Carta a los Hebreos estableció un paralelismo entre Melquisedec y Jesús. Con estos elementos, no es raro que los Padres de la Iglesia vieran en esta escena un anuncio de la Eucaristía y que los artistas plasmaran esta idea. Lo mejor que Melquisedec pudo ofrecer a Abrán es pan y vino. Lo mejor que Jesús nos ofrece es su pan y su vino.

En aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y bendijo a Abrán, diciendo: «Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos.» Y Abrán le dio un décimo de cada cosa.

2ª lectura. “En recuerdo mío” (1 Corintios 11,23-26)

            De la institución de la Eucaristía tenemos cuatro versiones: las de Mateo, Marcos, Lucas y Pablo (Juan no la cuenta). Las dos más parecidas son las de Lucas y Pablo. Quien lee los relatos de Mt y Mc tiene la impresión de que Jesús bendice el pan y el vino uno después del otro, como hacemos nosotros en la misa. En cambio, Lucas y Pablo distinguen dos momentos: el pan, al comienzo de la cena; el vino, cuando ha terminado (ateniéndose a la forma de celebrar la Pascua los judíos).

Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

            Ofrezco en color rojo lo que añaden Lucas y Pablo a propósito del pan: «esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Lucas repite a propósito de la sangre que se derrama por vosotros. Pablo omite este detalle, pero añade después de la copa: cada vez que hagáis esto, hacedlo en memoria mía. Y termina con una reflexión personal: «Por consiguiente, cada vez que coméis este pan o bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva.»

            Dos veces insiste Pablo en que esto hay que realizarlo «en memoria mía». Me evoca la imagen de un padre o una madre que, antes de morir, entrega un foto suya a los hijos diciéndoles: «acuérdate de mí». En mi opinión, lo que pide Jesús es que lo recordemos en todo lo que hizo por nosotros a lo largo de su vida. La eucaristía nos obliga a echar una mirada al pasado y agradecer todo lo que hemos recibido de Jesús. Pablo no omite la mirada al pasado, pero la limita a la muerte de Jesús, su acto supremo de entrega; y la proyecta luego al futuro, «hasta que vuelva».

            Pablo escribe estas palabras por los desórdenes que se habían introducido en la celebración de la Eucaristía en Corinto, donde algunos se emborrachaban o hartaban de comer mientras otros pasaban hambre. Por eso les advierte seriamente: cuando celebráis la cena del Señor, no celebráis una comida normal y corriente; estáis recordando el momento último de la vida de Jesús, su entrega a la muerte por nosotros. Celebrar la eucaristía es recordar el mayor acto de generosidad y de amor, incompatible con una actitud egoísta.

Segundo anuncio de la Eucaristía (Lucas 9,11b-17)

            Si la lectura del Génesis ha sido considerada el primera anuncio de la Eucaristía, la multiplicación de los panes es el segundo.

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:

            ‒ «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»

            Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»

            Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.»

            Porque eran unos cinco mil hombres.

            Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»

            Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

            Lucas, siguiendo a Marcos con pequeños cambios, describe una escena muy viva, en la que la iniciativa la toman los discípulos. Le indican a Jesús lo que conviene hacer y, cuando él ofrece otra alternativa, objetan que tienen poquísima comida. La orden de recostarse en grupos de cincuenta simplifica lo que dice Marcos, que divide a la gente en grupos de cien y de cincuenta. Esta orden tan extraña se comprende recordando la organización del pueblo de Israel durante la marcha por el desierto en grupos de mil, cien, cincuenta y veinte (Éx 18,21.25; Dt 1,15). También en Qumrán se organiza al pueblo por millares, centenas, cincuentenas y decenas (1QS 2,21; CD 13,1). Es una forma de indicar que la multitud que sigue a Jesús equivale al nuevo pueblo de Israel y a la comunidad definitiva de los esenios.

            Jesús realiza los gestos típicos de la eucaristía: alza la mirada al cielo, bendice los panes, los parte y los reparte. Al final, las sobras se recogen en doce cestos.

            ¿Cómo hay que interpretar la multiplicación de los panes?

            Podría entenderse como el recuerdo de un hecho histórico que nos enseña sobre el poder de Jesús, su preocupación no sólo por la formación espiritual de la gente, sino también por sus necesidades materiales.

            Esta interpretación histórica encuentra grandes dificultades cuando intentamos imaginar la escena. Se trata de una multitud enorme, cinco mil personas, sin tener en cuenta que Lucas no habla de mujeres y niños, como hace Mateo. En aquella época, la “ciudad” más grande de Galilea era Cafarnaúm, con unos mil habitantes. Para reunir esa multitud tendrían que haberse quedados vacíos varios pueblos de aquella zona. Incluso la propuesta de los discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida resulta difícil de cumplir: harían falta varios Hipercor y Alcampo para alimentar de pronto a tanta gente.

            Aun admitiendo que Jesús multiplicase los panes y peces, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por solo doce personas (a unas mil por camarero, si incluimos mujeres y niños) plantea grandes problemas. Además, ¿cómo se multiplican los panes? ¿En manos de Jesús, o en manos de Jesús y de cada apóstol? ¿Tienen que ir dando viajes de ida y vuelta para recibir nuevos trozos cada vez que se acaban? Después de repartir la comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a recoger las sobras en mitad del campo? ¿No resulta mucha casualidad que recojan precisamente doce cestos, uno por apóstol? ¿Y cómo es que los apóstoles no se extrañan lo más mínimo de lo sucedido?

            Estas preguntas, que parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son importantes para valorar rectamente lo que cuenta el evangelio. ¿Se basa el relato en un hecho histórico, y quiere recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se trata de algo puramente inventado por los evangelistas para transmitir una enseñanza?

            El trasfondo del Antiguo Testamento

            Lucas, muy buen conocedor del Antiguo Testamento vería en el relato la referencia clarísima a dos episodios bíblicos.

            En primer lugar, la imagen de una gran multitud en el desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices gracias a la intercesión de Moisés. Pero hay también otro relato sobre Eliseo que le vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de discípulos de origen bastante humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente:

«Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo:

― Dáselos a la gente, que coman.

El criado replicó:

― ¿Qué hago yo con esto para cien personas?

Eliseo insistió:

― Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.

Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor»

(2 Re 4,42-44).

            Lucas podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las personas que le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual que hicieron Moisés y Eliseo antiguamente. Al mismo tiempo, quedan claras ciertas diferencias. En comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a Dios que resuelva el problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En comparación con Eliseo, su poder es mucho mayor: no alimenta a cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo cinco, y sobran doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan subrayados de forma absoluta.

            ¿Sigue saciando Jesús nuestra hambre?

            Aquí entra en juego un aspecto del relato que parece evidente: su relación con la celebración eucarística en las primeras comunidades cristianas. Jesús la instituye antes de morir con el sentido expreso de alimento: “Tomad y comed… tomad y bebed”. Los cristianos saben que con ese alimento no se sacia el hambre física; pero también saben que ese alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De la eucaristía, donde recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas para amar a Dios y al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en medio de las persecuciones e incluso entregarse a la muerte. Lucas volverá sobre este tema al final de su evangelio, en el episodio de los discípulos de Emaús, cuando reconocen a Jesús “al partir el pan” y recobran todo el entusiasmo que habían perdido.

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Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Ciclo C. 19 de junio, 2022

Domingo, 19 de junio de 2022

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Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban.”

(Lc 9, 11b-17)

Así empieza el evangelio que la liturgia nos propone para la fiesta de hoy: Jesús hablando del Reino y curando. Y ese es el núcleo fuerte de la eucaristía: ser un tiempo y un espacio para el encuentro sanador con Dios y con los hermanos.

Jesús era único en el arte de saber perder el tiempo a favor de la debilidad humana. Los evangelios nos lo muestran una y otra vez, aquí y allí, en público y en privado, entablando conversaciones, haciéndose comida y también agua viva.

Para esto he venido” llegará a decir. Ha venido para comunicarnos la Buena Noticia de que Dios es Bondad y Amor.

El pan y el vino son la bondad y el amor de Dios derramados, derrochados sin cálculo ni medida. La medida la ponemos con nuestra hambre y nuestra sed.

¿Cómo iríamos a la Eucaristía si estuviéramos convencidas de que vamos a encontrarnos con la Bondad y el Amor de Dios?

Es cierto que tantos años de historia y una buena capa de rito, en ocasiones nos dificulta el encuentro con lo más esencial, pero no es excusa. Podemos hacer el esfuerzo por escarbar hasta encontrar el tesoro. Tenemos la responsabilidad de buscarlo, de encontrarlo y compartirlo.

Como personas cristianas tenemos la misión de ser “otros Cristos”, estamos aquí para la misma tarea en la que se ocupó Jesús: anunciar la Bondad y el Amor de Dios.

Y lo mejor de todo es que él mismo nos acompaña, nos anima y nos alienta. Él se hace pan pequeño y cotidiano para fortalecernos y vino alegre y abundante para devolvernos la esperanza. Nos quiere embriagadas para ser capaces de vivir el reino en el que siempre se oye música de fiesta.

Oración

Sácianos, Trinidad Santa, con tu pan y embriáganos con tu vino, para que también nosotras seamos parte de tu Cuerpo y tu Sangre. Amén.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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El pan es signo de la Realidad que está siempre en nosotros.

Domingo, 19 de junio de 2022

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CORPUS (C)

Lc 9,11-17

Es muy difícil no caer en la tentación de decir sobre la eucaristía lo políticamente correcto y dispensarnos de un verdadero análisis del sacramento más importante de nuestra fe. Son tantos los aspectos que habría que analizar, y tantas las desviaciones que hay que corregir, que solo el tener que planteármelo, me asusta. Hemos tergiversado hasta tal punto el mensaje original del evangelio, que lo hemos convertido en algo ineficaz para nuestra vida espiritual. Para recuperar el sacramento debemos volver a la tradición.

Lo último que se le hubiera ocurrido a Jesús, es pedir que los demás seres humanos se pusieran de rodillas ante él. Él sí se arrodilló ante sus discípulos para lavarles los pies; y al terminar esa tarea de esclavos, les dijo: “vosotros me llamáis el Maestro y el Señor. Pues si yo, el Maestro y el Señor os he lavado los pies, vosotros tenéis que hacer lo mismo”. Esa lección nunca nos ha interesado. Es más cómodo convertirle en objeto de adoración que imitarle en el servicio y la disponibilidad para con todos los hombres.

Hemos convertido la eucaristía en un rito cultual. En la mayoría de los casos no es más que una pesada obligación que, si pudiéramos, nos quitaríamos de encima. Se ha convertido en una ceremonia rutinaria, carente de convicción y compromiso. La eucaristía fue para las primeras comunidades el acto más subversivo imaginable. Los cristianos que la celebraban se sentían dispuestos a vivir lo que el sacramento significaba, recordaban lo que Jesús había sido y se comprometían a compartir como él compartió su vida entera.

El problema de este sacramento es que se ha desorbitado la importancia de aspectos secundarios (sacrificio, presencia, adoración) y se ha olvidado totalmente su esencia, que es su aspecto sacramental. Con la palabreja “transustanciación” no decimos nada, porque la “sustancia” aristotélica es solo un concepto que no tiene correspondencia alguna en la realidad física. La eucaristía es un sacramento. Los sacramentos ni son ritos mágicos ni son milagros. Los sacramentos son la unión de un signo con una realidad significada.

Lo que es un signo lo sabemos muy bien, porque toda la capacidad de comunicación, que los seres humanos hemos desplegado, se realiza a través de signos. Todas las formas de lenguaje no son más que una intrincada maraña de signos. Con esta estratagema hacemos presente mentalmente realidades que no están al alcance de nuestros sentidos. Ahora bien, todos los sonidos, todos los gestos, todos los grafismos que sirven para comunicarnos son convencionales, no se pueden inventar a capricho. Si me invento un signo que no dice nada a los demás, será solo un garabato para los demás.

El signo no es el pan sino el pan partido, preparado para ser comido. Es lo que fue Jesús toda su vida. La clave del signo no está en el pan como cosa, sino en el hecho de que está partido. El signo está en la disponibilidad para ser comido. Jesús estuvo siempre preparado para que todo el que se acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era. Se dejó partir, se dejó comer, se dejó asimilar; aunque esa actitud tuvo como consecuencia la muerte. La posibilidad de morir, por ser como era, fue asumida con la mayor naturalidad.

El segundo signo es la sangre derramada. Es muy importante tomar conciencia de que, para los judíos, la sangre era la vida misma. Si no tenemos esto en cuenta, se pierde el significado. Tenían prohibido tomar la sangre de los animales porque, como era la vida, pertenecía solo a Dios. La sangre está haciendo alusión a la vida de Jesús que estuvo siempre a disposición de los demás. No es la muerte la que nos salva sino su vida, que estuvo siempre disponible para todo el que lo necesitaba. El valor sacrificial que se le ha dado al sacramente no pertenece a lo esencial y nos despista de su verdadero valor.

La realidad significada es una realidad trascendente, que está fuera del alcance de los sentidos. Si queremos hacerla presente, tenemos que utilizar los signos. Por eso tenemos necesidad de los sacramentos. Dios no los necesita, pero nosotros sí, porque no tenemos otra manera de acceder a esas realidades. Esas realidades son eternas y no se pueden ni crear ni destruir; ni traer ni llevar; ni poner ni quitar. Están siempre ahí. En lo que fue Jesús durante su vida, podemos descubrir esa realidad, la presencia de Dios como don.

El principal objetivo de este sacramento, es tomar conciencia de la presencia divina en nosotros. Pero esa toma de conciencia tiene que llevarnos a vivir esa misma realidad como la vivió Jesús. Toda celebración que no alcance, aunque sea mínimamente, este objetivo, se convierte en completamente inútil. Celebrar la eucaristía pensando que me añadirá algo automáticamente, sin exigirme la entrega al servicio de los demás, es un autoengaño. Si nos conformamos con realizar el signo sin alcanzar lo significado, solo será un garabato.

En la eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el AMOR. El Amor, que es Dios manifestado en el don de sí mismo que hizo Jesús durante su vida. Esto soy yo: Don total, Amor total, sin límites. El comer el pan y beber el vino consagrados, lo que quiere decir es que hago mía su vida y me comprometo a identificarme con lo que fue e hizo Jesús. El pan que me da la Vida no es el pan que como, sino el pan en que me convierto cuando me doy. Soy cristiano, no cuando como sino cuando me dejo comer, como hizo él.

El ser humano no tiene que liberar o salvar su “ego”, a partir de ejercicios de piedad, que consigan de Dios mayor reconocimiento, sino liberarse del “ego” y tomar conciencia de que todo lo que cree ser, es artificial y anecdótico y que su verdadero ser está en lo que hay de Dios en él. Intentar potenciar el “yo”, aunque sea a través de ejercicios de devoción, es precisamente el camino opuesto al evangelio. Solo cuando hayamos descubierto nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestra religiosidad que solo pretende acrecentar el yo, y no solo aquí y ahora, sino para siempre en el más allá.

La comunión no tiene ningún valor si la desligamos de signo sacramental. El gesto de comer el pan y beber el vino consagrados es el signo de nuestra aceptación de lo que significa el sacramento. Comulgar significa el compromiso de hacer nuestro todo lo que Es Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino estando siempre disponible para todo aquel que me necesite. Es una pena que sigamos oyendo misa sin pensar en la importancia que tiene celebrar una eucaristía.

Todas las muestras de respeto hacia las especies consagradas están muy bien. Pero arrodillarse ante el Santísimo y seguir menospreciando o ignorando al prójimo, es un sarcasmo. Si en nuestra vida no reflejamos la actitud de Jesús, la celebración de la eucaristía seguirá siendo magia barata para tranquilizar nuestra conciencia. A Jesús hay que descubrirlo en todo aquel que espera algo de nosotros, en todo aquel a quien puedo ayudar a ser él mismo, sabiendo que esa es la única manera de llegar a ser yo mismo.

 

Meditación

La Única Realidad es el Amor (Dios) que está en ti,
los signos son solo medios para descubrirla y vivirla.
En cada eucaristía que celebre,
debo sentir dentro de mí, lo que significa el rito.
Al comulgar, manifiesto y fortalezco la intención
de ser como Jesús, pan que se deja comer.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La fe y las obras.

Domingo, 19 de junio de 2022

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Lc 9, 11-17

«Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos…»

En la fiesta del Corpus Christi se celebra la presencia real de Jesús en las especies sacramentales del pan y del vino, y esto se manifiesta sacando la custodia a la calle e invitando a los fieles a adorarla.

Desde nuestra óptica ilustrada, este tipo de devoción nos parece trasnochado, y nuestro primer impulso suele ser criticarlo o descalificarlo. Pero nos encontramos con un problema, y es que muchos cristianos —probablemente la mayoría— lo comparten, interpretan las palabras de Jesús como una fórmula mágica que convierte el pan y el vino en su cuerpo y su sangre, y se conmueven al adorar la custodia o contemplarla en procesión por las calles de su ciudad.

Y al verlo, solemos pensar que son ellos los que creen mal y nosotros los que creemos bien; y como creemos bien, nos expresamos a menudo con un lenguaje asertivo que no deja espacio para ninguna otra creencia que no sea la nuestra. Nosotros somos la vanguardia que debe marcar el camino, porque, no en vano, nuestra fe se soporta sobre una firme base filosófica o exegética y no en tradiciones de dudosa procedencia e intencionalidad como son las de la Iglesia.

Hasta nos permitimos mirar con desdén a muchos que felizmente han alcanzado un equilibrio espiritual sano a través de esa fe, y que han adquirido tal espíritu de servicio, que los convierte en referentes para todo aquel que comparta los criterios evangélicos.

Si una mayoría de cristianos profesa una fe que a una minoría nos parece inapropiada, nos hallamos ante un dilema en el que solo parecen caber dos alternativas: o bien la devoción popular es la que interpreta adecuadamente el mensaje de Jesús, «Te doy gracias Padre porque has ocultado estas cosas a los sabios y las has revelado a los humildes», o bien el cristianismo genuino es algo reservado a iniciados capaces de entender aquello que la gente normal no entiende.

La primera de estas alternativas nos resulta difícil de digerir y la segunda descabellada, así que algo debe estar fallando en nuestro razonamiento… Acudimos al evangelio y encontramos la respuesta, pues vemos el poco énfasis que se hace en la doctrina y su constante exhortación a la acción, al amor, al perdón, al servicio… Sería imposible recoger aquí todas las referencias al respecto que en él encontramos, pero podemos destacar como más relevantes las parábolas del buen samaritano, la higuera estéril y el juicio final.

El evangelio nos da dos claves importantes para enfocar bien las cosas. La primera, que las creencias son secundarias; que lo importante es el amor que da fruto. La segunda, que no se es vanguardia por pensar muy bien o saber más, sino por amar más y servir más… «El que quiera ser el primero entre vosotros…»

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¡Dadles vosotros…!

Domingo, 19 de junio de 2022

discipulos-de-jesusHabía sido un buen día. La gente seguía a Jesús y se olvidaba de los mínimos, hasta de comer. Tus palabras les alimentaban. Pero como todo en la vida, lo que empieza tiene también un punto final: “El día comenzaba a declinar”. Pronto todo estaría oscuro. ¡Qué hacer con aquella gente cansada y emocionada con todo lo vivido en el día!

Los Doce pensaron que había llegado el momento de resolver la papeleta que tenían delante. En el texto aparecen palabras que claman por quitarse de encima el problema cuanto ante: “despide… que se vayan… que busquen alojamiento y comida… descampado. Todo en negativo, sin atisbo de creatividad, empatía o alguna idea original, nada.

Dadles vosotros de comer”, les dices.

Imaginamos las caras de los Doce mirando los cinco panes y los dos peces. Pero te pones en marcha para atender a la gente a tu manera: implicando a los tuyos.

“Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno”.

He aquí el efecto comunitario. He aquí lo que celebramos en la Eucaristía. He aquí la puesta en común. He aquí la comprensión de que la cosa va más allá de “cinco panes y dos peces” y más acá… va de mirada al cielo, de oración desde el corazón, de bendición y de Amor sin límites. Lo que venías repitiendo una y otra vez por todos los caminos que recorrías.

“Dadles vosotros…” susurras hoy también desde el silencio, la oración, la acogida… ¡vosotros, sí, en este tiempo, en el 2022. Estáis llamados atender la necesidad de los demás. Los “cinco panes y los dos peces” son el cuidado al otro, el tiempo de escucha, la lucha contra la injusticia, la empatía con quien sufre, la solidaridad con los que quedan en el descampado de la vida, la creatividad que ayude a enfrentar los problemas unidos, la alegría de compartir lo que cada uno pueda aportar. Asumiendo un compromiso de vida. Sin dar media vuelta a la menor dificultad.

Dadles vosotros…” puede escuchar quien se abra al eco de tus palabras convocándonos a la implicación comunitaria que es alimentar el cuerpo y el alma de una humanidad que camina junta pero no acababa de enterarse.

Lo dejaste bien claro, sólo falta que nos pongamos a ello, no desde la cabeza sino desde el corazón y el soplo de Espíritu.

Mari Paz López Santos

Corpus Christi -19 de junio 2022

Fuente Fe Adulta

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Compromiso

Domingo, 19 de junio de 2022

8650EDC7-24DA-40BE-AEAA-52445C5F88CEFiesta de «Corpus Christi»

19 junio 2022

Lc 9, 11b-17

El test de la comprensión es el amor, que se manifiesta como compasión en situaciones de dolor o de necesidad y se plasma en compromiso o cuidado amoroso y eficaz. En síntesis, podría afirmarse que espiritualidad es compromiso.

Ahora bien, conscientes como somos de las trampas que se nos cuelan, de manera tan fácil como inadvertida, me parece importante atender tanto a lo que hacemos como al porqué o al desde donde lo hacemos. Porque son precisamente la motivación que lo anima y el lugar de donde nace los criterios decisivos que garantizan un compromiso adecuado, como supo ver Pablo cuando escribía: “Ya podría dar todos mis bienes a los pobres e incluso entregar mi cuerpo a las llamas; si no tengo amor, de nada me sirve” (1Cor 13,3).

La vivencia o no del compromiso puede verse afectada por dos trampas: la evasión y la apropiación, que dan lugar a dos modos desajustados de plantearlo y a dos distorsiones de la espiritualidad.

La evasión es característica del narcisismo egocentrado que gira en torno a los propios intereses y busca, de manera prioritaria, lograr el mayor bienestar posible (o el menor malestar), para lo que pone toda su energía en la construcción de un pequeño “paraíso narcisista” en el que sentirse a gusto y protegido de cualquier cosa que pueda molestarlo. Es claro que una actitud de este tipo hace imposible cualquier forma de compromiso y da lugar a una (pseudo)espiritualidad etérea, desimplicada y, en último término -por más que constituya un oxímoron-, narcisista. La espiritualidad se vive al servicio del ego, en su ansiosa búsqueda de “autoprotección”.

La apropiación, por su parte, consiste en vivir el compromiso al servicio de la autoafirmación del yo, que busca satisfacer necesidades generalmente inconscientes: reconocimiento, aprobación, notoriedad, compensación de culpas inconscientes, moralismo voluntarista, baja tolerancia a la frustración… Dos rasgos característicos que acompañan a esta actitud son el dualismo (“yo te ayudo a ti”) y el voluntarismo (“yo hago”) que, aun sin ser conscientes de ello, actúan como mecanismos que buscan la autoafirmación del yo. Lo que todo ello produce es un compromiso desconectado y, por ello mismo -aunque aparezca el oxímoron anteriormente mencionado-, narcisista. También aquí la espiritualidad se vive al servicio del ego, en su ansiosa búsqueda de “autoafirmación”.

El compromiso que nace del amor y de la compasión es desapropiado y desegocentrado. Naciendo de la comprensión de lo que somos, fluye con limpieza a través de nosotros. Porque la comprensión nos ha hecho ver que, en contra de la tendencia apropiadora que define al yo, en cuanto individuos particulares, no somos la fuente última de lo que acontece en nosotros. Somos, más bien, el cauce por el que acción pasa. La luz de la comprensión nos libera, tanto de la evasión cómoda, como de la apropiación caracterizada por el dualismo y el voluntarismo.

¿De dónde nace el compromiso en mí?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Mientras exista hambre en el mundo, la Eucaristía no será plena, (P. ARRUPE)

Domingo, 19 de junio de 2022

eucaristia-720_270x250Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Corpus Christi: cuerpo de Cristo.

01.- Corpus Christi.

    Celebramos hoy la fiesta de la Eucaristía.

    La Palabra Eucaristía significa acción de gracias. (Eu significa: buen y Xaris: gracia). La Eucaristía es, pues, un buen regalo, el don de la presencia de JesuCristo en nuestras comunidades, en nuestras personas. Gracias, Señor.

    La presencia de Cristo no es una cuestión fisiológica (seamos delicados), se trata de que Cristo está siempre presente en medio de los creyentes: donde estáis dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo. (Mt 18,20). Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos. (Mt 28,19). Guardad mi presencia en medio de vosotros, haced esto en memoria mía, (1Cor 11).

    El Señor está presente en esta pequeña asamblea, en medio de nosotros: comparte nuestra vida.

JesuCristo fue feliz comiendo con publicanos y pecadores, que somos nosotros.

Nos invitó a guardar su memoria en medio de nosotros.

02.- La Eucaristía es un encuentro, un banquete abierto a todos.

La Eucaristía hemos de situarla en el contexto de las muchas comidas, cenas salvíficas que Jesús celebró con mucha gente: comidas de encuentro y de vida.

Recordemos:

  • El encuentro del hijo pródigo con el Padre se sella con un banquete, porque ese hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida (Lc 15, 11-32).
  • A Jesús le echaban en cara que comía con pecadores y publicanos, (Mc 2,16).
  • Recordemos el encuentro de Jesús con Zaqueo: hoy tengo que cenar en tu casa: ha entrado la salvación a esta casa, (Lc 19, 1-10).
  • Recordemos la infinidad de momentos en los que Jesús evoca el banquete, el banquete de bodas, el banquete del Reino, la comida como encuentro de salvación (Mt 22,1-14).
  • San Juan no sitúa la Eucaristía tanto en la última Cena, sino en el cp. 6: en la multiplicación de los panes, (Jn 6). El pueblo tiene hambre. Cristo es pan de vida: Yo soy el pan de vida (Jn 6).
  • El Reino de los cielos se parece a un banquete, (Mt 22,24), especialmente para los p
  • Recordemos cómo Cristo resucitado come con sus compañeros y discípulos.
  • Los dos de Emaús reconocen la Vida al partir el pan (Lc 24, 13-35, v 30: Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio).
  • Junto al lago Jesús les dice a los suyos si tienen algo que comer, comen pan y pescado (Lc 24, 36-49) y cuando compartieron el pan, se les abrió la inteligencia y comprendieron (v 45).

La multiplicación de los panes, que hemos escuchado en el Evangelio es una Eucaristía. Emplea palabras estrictamente eucarísticas:

Jesús tomó pan.

alzó la mirada al cielo.

bendijo el pan.

lo partió.

se lo dio.

Son las palabras “exactas” de la Eucaristía.

El evangelio dice que comieron y se saciaron unas cinco mil personas, que es el mismo número que -también San Lucas- dice que formaba parte de la primera comunidad cristiana en la mañana de Pentecostés. (HH 2-4). Es decir, las comunidades cristianas celebramos la Eucaristía cuando el Espíritu de Xto (Pentecostés) está en nosotros: servicio, respeto, libertad… La Eucaristía se ha convertido casi en un rito y en un precepto para cumplir con la Iglesia y salvar mi alma.

La Eucaristía es: guardad mi presencia en medio de vosotros.

03.- Vivir en eucaristía: vivir en agradecimiento

Vivir la Eucaristía es vivir en acción de gracias:gracias a Dios, gracias a nuestros padres y a familia, a nuestros amigos, compañeros, gracias a nuestros maestros, a los médicos que nos cuidan, gracias a quienes nos ceden este lugar (capilla) para celebrar la “Acción de gracias”, gracias por tantos favores que nos hacen en la vida.

De bien nacidos es ser agradecidos”, dice un refrán castellano. Todo esto es también celebrar la Eucaristía.

04.- Multiplicar los panes en plena crisis y en un mundo que vive-muere de hambre.

¡Qué gran verdad es aquello que decía el P Arrupe!: “Mientras exista hambre en el mundo, la Eucaristía no será plena”.

La multiplicación de los panes no es una cuestión de magia o de prestidigitación, sino de solidaridad.Es un milagro que el ser humano dé, pero cuando Cristo está presente en nuestra mente y en nuestro corazón, cuando celebramos la Eucaristía con lo poco que hay, apenas cinco panes y dos peces, se reparte y llega para todos. Nos  saciamos todos e incluso llega a sobrar. La multiplicación de los panes es multiplicar la vida.

Eucaristía es gratuidad, solidaridad y generosidad.

Dadles vosotros de comer.

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Los cuerpos de Cristo (no es un error tipográfico)

Viernes, 11 de junio de 2021

índiceBrianFlanaganBrian Flanagan

La reflexión bíblica de hoy (6 de junio de 2021) para la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi) es de Brian Flanagan, profesor asociado de teología en la Universidad Marymount en Arlington, Virginia. La investigación de Brian se centra en la eclesiología, la teología litúrgica, el diálogo ecuménico e interreligioso. Su libro reciente se titula Stumbling in Holiness: Sin and Sanctity in the Church. Como estudiante de pregrado en la Universidad Católica, Brian fue pasante en New Ways Ministry de 1996 a 1999, y ahora forma parte de la Junta Asesora de New Ways Ministry.

Las lecturas litúrgicas de hoy se pueden encontrar haciendo clic aquí.

Durante los últimos 14 meses o más de la pandemia de Covid-19, los católicos de todo el mundo han sido separados del Cuerpo de Cristo en la Eucaristía y de los Cuerpos de Cristo de muchas otras formas. Pero si celebramos la fiesta de hoy enfocándonos solo en el Cuerpo de Cristo en la Eucaristía, podríamos perder algo de la riqueza del Cuerpo de Cristo en nuestras vidas.

¿Por qué necesitamos la Eucaristía de todos modos? Bueno, porque el Cuerpo “original” de Cristo, es decir, el cuerpo de Jesús de Nazaret, que nació de María, que habló y comió y bebió y abrazó a sus amigos, que fue crucificado y sepultado y resucitó – ese Cuerpo es actualmente ausente. Creer en la Ascensión de Cristo significa, en parte, que Jesús, después de un tiempo con sus amigos después de la Pascua, fue para estar con Dios, de donde regresará para completar la gran obra que Dios inició en la Encarnación. Todo esto está en el credo, obviamente, pero quizás en las partes donde comenzamos a desconectarnos un poco.

Los teólogos a lo largo de los siglos han hablado de tres formas del Cuerpo de Cristo: el cuerpo histórico de Jesús de Nazaret, el Cuerpo sacramental recibido en la Eucaristía, y el cuerpo eclesial, el “Cuerpo Místico de Cristo” que es la Iglesia. La interpenetración de estas tres formas corporales están íntimamente, de manera crucial (juego de palabras intencionado), conectadas. Y así como la ausencia de Jesús después de la Ascensión requiere una nueva forma de presencia a través de la Eucaristía, también esa ausencia requiere – y proporciona el espacio para – la nueva forma de presencia que es la Iglesia, el Pueblo de Dios que es el Cuerpo. de Cristo en el mundo.

Durante esta pandemia, muchos de nosotros hemos sido privados del contacto físico con el Cuerpo de Cristo tanto en la Eucaristía como en el Pueblo de Dios. Otras formas de comunión han continuado y por ello podemos estar agradecidos por las tecnologías que las hicieron posibles. Pero de una manera extraña, al menos para mí, ver la celebración de la Eucaristía en línea mientras estaba físicamente ausente de la mesa acentuó esa distancia aún más, haciendo que la ausencia del Cuerpo de Cristo sea aún más obvia. También sentí la ausencia de ese Cuerpo en el Pueblo de Dios, la asamblea reunida a través de la cual tantas veces Cristo me ha hablado, me ha desafiado, me ha abrazado.

Recibir de nuevo los Cuerpos de Cristo me parece como volver a casa a una cena caliente después de un largo día en el camino; no es solo la comida, sino la familia alrededor de la mesa, quienes lo convierten en el milagro habitual, tal vez subestimado, que es.

¿Qué significa todo esto para los católicos LGBTQ? Tantos católicos LGBTQ me han dicho que se unieron a la Iglesia por la Eucaristía, y muchos explican que esta es la razón por la que se quedan. La mayoría de los que se han ido han dicho que lo que más extrañan es la Eucaristía. En un nivel profundo, la Eucaristía tiene sentido para muchos católicos LGBTQ porque sus encuentros con los Cuerpos de Cristo tienen sentido. Nuestras identidades como personas LGBTQ y nuestras experiencias a menudo resaltan nuestros cuerpos: los cuerpos que amamos en el caso de aquellos de nosotros que somos lesbianas, gays y bisexuales, y los cuerpos que somos y con los que a veces luchamos para aquellos de nosotros que somos trans.

Para mí, una de las pequeñas ventajas de ser un hombre gay ha sido la libertad de algunos comportamientos estereotípicamente masculinos que privilegian el aislamiento y desaprueban el afecto físico entre amigos. Para mí, ser un hombre gay no se trata solo de sexo, sino de signos cotidianos de paz y amor encarnados: abrazos, besos y abrazos que van más allá de las normas que intentan limitar nuestro afecto físico. Esa experiencia no se limita a los hombres homosexuales, pero para muchos de nosotros la libertad de abrazar abiertamente a las personas que amamos, independientemente de su género o expresión de género, fue una libertad cardinal en nuestro proceso de declaración.

Y así, en el último año, la falta de expresión física ha sido para mí otra ausencia del Cuerpo de Cristo, sentida tanto en la vida diaria como en la falta del Signo de la Paz en la Misa. Quizás en nuestro regreso a “ normalidad ”, sea lo que sea, podemos recordar, y ayudar a la iglesia en general a recordar, algunas cosas que las personas LGBTQ han estado diciendo a partir de su experiencia durante mucho tiempo. La primera es que los cuerpos importan. Declararse queer y atreverse a enorgullecerse de la orientación sexual o la identidad de género de uno no es un acto de trivializar el cuerpo o usarlo mal, como algunos han sugerido erróneamente, sino de tomar nuestros cuerpos y los cuerpos de quienes amamos, en serio. La pandemia nos ha demostrado a todos, queer y heterosexuales por igual, cuánto experimentamos el mundo y los demás en y a través de nuestros cuerpos, lo cual es una lección que espero recordar en aquellos lugares donde la amenaza inmediata ha pasado.

Las personas LGBTQ también ayudan a la iglesia a recordar que nuestros cuerpos tienen el potencial de ser sacramentos de Cristo. Si bien los católicos LGBTQ no tienen el monopolio de esta dinámica, creo que la fidelidad de los católicos queer – a la iglesia y entre sí como parejas románticas, como amigos, como familias adicionales o sustitutas – apunta a la verdad del Cuerpo de Cristo en el mundo. Ya sea en una procesión eucarística hoy, o un grupo de católicos que marchan en un desfile del Orgullo este mes, ambos muestran potencialmente el amor de Dios en Cristo que lo hace presente y activo en este mundo hasta que regrese.

—Brian Flanagan, Marymount University, 6 de junio de 2021

Fuente New Ways Ministry

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Haced nuevas eucaristías.

Lunes, 7 de junio de 2021

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He ido de aldea en aldea,
anunciando la buena nueva
curando enfermedades,
liberando a la gente de sus demonios
personales y grupales
y acercando tu amor de Padre
a todas las personas necesitadas
y con las entrañas abiertas…

El Reino ha llenado mi vida,
día a día, plenamente.
He deseado tanto que todos comenzaran
a vivir y caminar en la tierra
como hijos y hermanos,
con la paz en las manos
la justicia en el corazón,
la mirada serena y limpia,
el rostro sonriente
y sus bienes y dones en común…

Y sigo creyendo, hoy como el primer día,
que el Reino es posible para todos,
aunque la semilla apenas haya surgido
y sea todavía tan débil,
y el fruto no tenga garantía,
y este momento me turbe
y rompa mis quereres y expectativas…

Al principio, cuando era primavera,
quise alegrar el corazón de todos
los que se aman y lo celebran
convirtiendo el agua en vino.
Pero nadie lo entendió,
ni el maestresala,
ni los invitados,
ni los que se casaban…

He vivido minuto a minuto,
procurando que esta tierra sea el lugar
donde Tú, Padre, y todas las personas
se encuentren y se quieran.
Algunas veces se ha realizado el milagro
y ha brotado con fuerza la vida.
Pero la mayoría de las veces
los hombres y mujeres no acuden a su cita…

La muerte me acecha, no hacen falta profecías.
Los que mandan me la tienen jurada
pues no les gusta mi manera.
Quizá ya lo hayan previsto todo.
Pero antes de que ocurra nada,
quiero partir y entregar mi persona
en el pan y el vino, fruto de la cosecha,
para que todos tengan vida
y puedan sentarse en la mesa del Reino,
y sepan que mi entrega por ellos
siempre ha sido auténtica y que voy a llegar
hasta las últimas consecuencias…

Hoy mismo quiero que tengan una tierra nueva,
primicia de sus sueños y mis promesas,
donde no haya hambre ni tristeza,
a menos que queden transformadas en esperanza.
¡Cuánto deseo que el universo entero se recree
y adquiera la bondad de la primera hora,
y encuentre la luz recién amanecida!

¡Qué distinto sería todo, ya desde ahora,
si hombres y mujeres descubrieran,
en su pequeñez su grandeza,
en su libertad su fuerza creadora
y en su amor la unidad y la vida florecida!
También ellos vivirían en pascua continua
y serían capaces de soñar estas cosas…

Por eso, hoy, tomo de la tierra su esfuerzo,
su sudor y fruto, su canto y grito.
Tomo el pan como mi propio cuerpo,
y lo parto y entrego a cada uno en esta mesa
porque es mesa de esperanzas compartidas…

Los que comieron conmigo otras veces
el pan de cada día
en la mesa de los pecadores,
en los caminos polvorientos,
en los descampados yermos y sedientos,
entenderán mi gesto…

Y alzo, de nuevo, la copa de vino
para crear una nueva alianza
que sacie a todos los sedientos,
que quite los miedos más íntimos
y comparta los secretos.
Quiero hacer nuevas todas las cosas.
Voy a hacerme yo mismo vino
para recorran la vida
y entiendan y gocen sus caminos.

No puedo más, ni alcanzo a llegar a otros sitios,
mas quiero que mi entrega y muerte sea por todos,
presentes y ausentes, creyentes e indiferentes…

… … …

Tomad y comed, esto es mi cuerpo.
Tomad y bebed, es el vino de la vida nueva.

Y aprended que no es tan dura ni oscura
la vida que os espera.

Ponedle canto, banquete y un poco de fiesta,
y haced nuevas eucaristías.

*

Florentino Ulibarri

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***

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Este es mi cuerpo. Esta es mi sangre.

Domingo, 6 de junio de 2021

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Mi cuerpo es comida

Mis manos, esas manos y Tus manos
hacemos este Gesto, compartida
la mesa y el destino, como hermanos.
Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.

Unidos en el pan los muchos granos,
iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.
Comiéndote sabremos ser comida,

El vino de sus venas nos provoca.
El pan que ellos no tienen nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.

Llamados por la luz de Tu memoria,
marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía.

*

Pedro Casaldáliga

***

***

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

“¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”

Él envió a dos discípulos, diciéndoles:

“Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.

Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:

– “Tomad, esto es mi cuerpo.”

Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo:

“Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.”

Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

*

Marcos 14,12-16.22-26

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Vivir la misa. La expresión se ha vuelto ya un lugar común. Pero nunca es suficiente: especialmente en un período como el nuestro, en el que cristianismo está sometido a un trabajo de esencialización, en el que se ve disminuida toda estructura y ayuda desde el exterior, se hace más urgente que nunca la insistencia en estas ideas «esenciales». Urge enseñar de qué modo concreto puede y debe ser introducida la eucaristía en la vida de cada día, de qué manera puede y debe convertirse verdaderamente en aquella luz que explica y da su significado a los acontecimientos humanos.

Quien no tiene nada para ofrecer-sufrir no puede «participar» en la eucaristía: Cristo sufre y se inmola; también nosotros debemos sufrir-inmolarnos con él. Y estos sentimientos de víctima constituyen el alma de la misa. ¿Cómo se puede aplicar a la vida esta doctrina? Con un método muy sencillo: a menudo nuestras ¡ornadas laborales están llenas de cruces: el frío, el calor, el cansancio; contratiempos, fracasos, incomprensiones; enfermedades, fastidios, soledades; desánimos, depresiones, angustias: todo esto constituye un material preciosísimo para ofrecer durante la misa, que -para decirlo con el Concilio de Trento asume valor en virtud de los dolores de Cristo; es ofrecido por Cristo al Padre y por amor a la pasión de Cristo es aceptado por el Padre. Saber aceptar la vida con paciencia es vivir el sacrificio de la misa.

Vivir la comunión. Se trata de otro axioma clásico que implica convertir en «mística» la unión sacramental durante la jornada laboral: ésta debe llegar a ser un continuo «permanecer en Cristo». De este modo se prolonga «místicamente» la comunión: debemos adquirir la costumbre de trabajar, hablar, pensar por-con-en Cristo; se trata de adquirir la costumbre de hacerlo todo bajo el influjo, lo más actual-continuo que sea posible, de Cristo.

Es menester que nos ejercitemos en preguntarnos con frecuencia: «¿Cómo se comportaría Cristo si estuviera en mi lugar?». Es preciso que adquiramos la costumbre de «conmesurarnos» con él.

*

A. Dagnino,
La vida cristiana o el misterio pascual del Cristo místico,
Gnisello B. 19887, pp. 509-511; 534-539, passim).

***

 

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“Hacer memoria de Jesús”. Cuerpo y Sangre de Cristo – B (Marcos 14,12-16.22-26)

Domingo, 6 de junio de 2021

corpus_bJesús crea un clima especial en la cena de despedida que comparte con los suyos la víspera de su ejecución. Sabe que es la última. Ya no volverá a sentarse a la mesa con ellos hasta la fiesta final junto al Padre. Quiere dejar bien grabado en su recuerdo lo que ha sido siempre su vida: pasión por Dios y entrega total a todos.

Esa noche lo vive todo con tal intensidad que, al repartirles el pan y distribuirles el vino, les viene a decir estas palabras memorables: «Así soy yo. Os doy mi vida entera. Mirad: este pan es mi cuerpo roto por vosotros; este vino es mi sangre derramada por todos. No me olvidéis nunca. Haced esto en memoria mía. Recordadme así: totalmente entregado a vosotros. Esto alimentará vuestras vidas».

Para Jesús es el momento de la verdad. En esa cena se reafirma en su decisión de ir hasta el final en su fidelidad al proyecto de Dios. Seguirá siempre del lado de los débiles, morirá enfrentándose a quienes desean otra religión y otro Dios olvidado del sufrimiento de la gente. Dará su vida sin pensar en sí mismo. Confía en el Padre. Lo dejará todo en sus manos.

Celebrar la eucaristía es hacer memoria de este Jesús, grabando dentro de nosotros cómo vivió él hasta el final. Reafirmarnos en nuestra opción por vivir siguiendo sus pasos. Tomar en nuestras manos nuestra vida para intentar vivirla hasta las últimas consecuencias.

Celebrar la eucaristía es, sobre todo, decir como él: «Esta vida mía no la quiero guardar exclusivamente para mí. No la quiero acaparar solo para mi propio interés. Quiero pasar por esta tierra reproduciendo en mí algo de lo que él vivió. Sin encerrarme en mi egoísmo; contribuyendo desde mi entorno y mi pequeñez a hacer un mundo más humano».

Es fácil hacer de la eucaristía otra cosa muy distinta de lo que es. Basta con ir a misa a cumplir una obligación, olvidando lo que Jesús vivió en la última cena. Basta con comulgar pensando solo en nuestro bienestar interior. Basta con salir de la iglesia sin decidirnos nunca a vivir de manera más entregada.

José Antonio Pagola

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“Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre”. Domingo 06 de junio de 2021. Cuerpo y Sangre de Cristo.

Domingo, 6 de junio de 2021

36-corpusB cerezoLeído en Koinonia:

Éxodo 24,3-8: Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros.
Salmo responsorial: 115: Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
Hebreos 9,11-15: La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia.
Marcos 14,12-16.22-26: Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre.

Situada entre dos mares, con sus dos puertos, Corinto era el centro más importante del archipiélago griego, encrucijada de culturas y razas, a mitad de camino entre Oriente y Occidente.

Su población estaba compuesta por doscientos mil hombres libres y cuatrocientos mil esclavos. Dicen que Corinto tenía ocho kms. de recinto amurallado, veintitrés templos, cinco supermercados, una plaza central y dos teatros, uno de ellos capaz para veintidós mil espectadores. En Corinto se daban cita los vicios típicos de los grandes puertos. La ociosidad de los marineros y la afluencia de turistas, llegados de todas partes, la habían convertido en una especie de capital de «Las Vegas» del Mundo Mediterráneo. “Vivir como un corintio” era sinónimo de depravación; “corintia” era el término universalmente empleado para designar a las prostitutas, y ya puede uno imaginarse lo que significaba “corintizar”.

En Corinto, cuya población era muy heterogénea (griegos, romanos, judíos y orientales) se veneraban todos los dioses del Panteón griego. Sobre todos, Afrodita, cuyo templo estaba asistido por mil prostitutas.

Hacia el año 50 de nuestra era llegó a esta ciudad Pablo de Tarso. Tras predicar el Evangelio fundó una comunidad cristiana. Durante dieciocho meses permaneció como animador de la misma. Sus feligreses pertenecían a las clases populares (pobres y esclavos), pero también los había de entre la gente notable, por su cultura y por su dinero. Nació así una de las comunidades cristianas primitivas más conflictivas.

Cuando Pablo, por exigencias de su trabajo misionero, se marchó de Corinto, se declaró en su seno una verdadera lucha de clases que se manifestaba vergonzosamente en la celebración de la Eucaristía. Los nuevos cristianos, ricos y pobres, libres y esclavos, convivían, pero no compartían; eran insolidarios. A la hora de celebrar la Eucaristía (por aquel entonces se trataba simplemente de comer juntos recordando a Jesús) se reunían todos, pero cada uno formaba un grupo con los de su clase social, de modo que “mientras unos pasaban hambre, los otros se emborrachaban” (1 Cor 11,l7ss). (¡Qué actual es todo esto!).

Desde Éfeso, Pablo les dirigió una dura carta para recordarles qué era aquello de la Eucaristía, lo que Jesús hizo la noche antes de ser entregado a la muerte, cuando, «mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: Tomen, esto es mi cuerpo. 23Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias, se la pasó y todos bebieron. 24Y les dijo: Esto es la sangre de la alianza mía que se derrama por todos».

Sería malentender a Jesús que lo que estaba haciendo era mandar ir a misa y comulgar, un rito que en nada complica la vida. Rito que no sirve para nada si, antes de misa, no se toma el pan -símbolo de nuestra persona, nuestros bienes, nuestra vida entera- y se parte, como Jesús, para repartirlo y compartirlo con los que son nuestros prójimos cotidianos.

[Impresiona visitar las iglesias y comprobar la diversidad de clases sociales que alojan. Todas tienen cabida en ellas, sin que se les exija nada a cambio. El rico entra rico y el pobre, pobre, y salen los dos igual que entran. En circunstancias similares a las que concurren en muchas misas dominicales, Pablo dijo a los feligreses de Corinto: “Es imposible comer así la cena del Señor”. Dicho de otro modo, “así no vale la eucaristía”, pues la cena del Señor iguala a todos los comensales en la vida, y comulgar exige, para que el rito no sea una farsa, partir, repartir y compartir.

La lucha de clases, como en Corinto, se ha instalado en nuestras eucaristías. Y donde ésta existe no puede ni debe celebrarse la cena del Señor. Los israelitas en el desierto comprendieron bien que la alianza entre Dios y el pueblo los comprometía a cumplir lo que pide el Señor, sus mandamientos. Jesús, antes de partir, celebra la nueva alianza con su pueblo y le deja un único mandamiento, el del amor sin fronteras. Éste es el requisito para celebrar la eucaristía: acabar con todo signo de división y desigualdad entre los que la celebran].

Habrá que recuperar, por tanto, el significado profundo del rito que Jesús realiza. «La sangre que se derrama por ustedes» significa la muerte violenta que Jesús habría de padecer como expresión de su amor al ser humano; «beber de la copa» lleva consigo aceptar la muerte de Jesús y comprometerse con él y como él a dar la vida, si fuese necesario, por los otros. Y esto es lo que se expresa en la eucaristía; ésta es la nueva alianza, un compromiso de amor a los demás hasta la muerte. Quien no entiende así la eucaristía, se ha quedado en un puro rito que para nada sirve.

Una mala interpretación de las palabras de Jesús ha identificado el pan con su cuerpo y el vino con su sangre, llegándose a hablar del milagro de la «transustanciación o conversión del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de Cristo». Los teólogos, por lo demás, se las ven y se las desean para explicar este misterio. Como si esto fuera lo importante de aquel rito inicial. El significado de aquellas palabras es bien diferente: «En la cena, Jesús ofrece el pan («tomad) y explica que es su cuerpo. En la cultura judía «cuerpo» (en gr. soma) significaba la persona en cuanto identidad, presencia y actividad; en consecuencia, al invitar a tomar el pan/cuerpo, invita Jesús a asimilarse a él, a aceptar su persona y actividad histórica como norma de vida; él mismo da la fuerza para ello, al hacer pan/alimento. El efecto que produce el pan en la vida humana es el que produce Jesús en sus discípulos. El evangelista no indica que los discípulos coman el pan, pues todavía no se han asimilado a Jesús, no han digerido su forma de ser y de vivir, haciéndola vida de sus vidas. Al contrario que el pan, Jesús da la copa sin decir nada y, en cambio, se afirma explícitamente que «todos bebieron de ella». Después de darla a beber, Jesús dice que «ésa es la sangre de la alianza que se derrama por todos». La sangre que se derrama significa la muerte violenta o, mejor, la persona en cuanto sufre tal género de muerte. «Beber de la copa» significa, por tanto, aceptar la muerte de Jesús y comprometerse, como él, a no desistir de la actividad salvadora (representada por el pan) por temor ni siquiera a la muerte. «Comer el pan» y «beber la copa» son actos inseparables; es decir, que no se puede aceptar la vida de Jesús sin aceptar su entrega hasta el fin, y que el compromiso de quien sigue a Jesús incluye una entrega como la suya. Éste es el verdadero significado de la eucaristía. Tal vez nosotros la hayamos reducido al misterio -por lo demás bastante difícil de entender y explicar- de la conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.

«Todos los domingos, en nuestra parroquia, juntos van a misa los trabajadores y los propietarios. Si todos reciben la gracia de Dios, esto no lo entiende ni Santa Lucía ni este servidor». Leer más…

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6.56.21. Corpus Christi: Comunión de los Santos y Caridad (= Cáritas)

Domingo, 6 de junio de 2021

2707216D-DF28-4D02-8D4C-C93BE133A35E-768x492Del blog de Xabier Pikaza:

El tema lo ha planteado A. Cañizares, Cardenal de Valencia: “El esplendor del Corpus no puede ser otro que la caridad y la solidaridad  para con los pobres” (RD 5.6.21). Él ha ha ratificado así la identidad cristiana de esta fiesta, que yo había expuesto ayer al referirme al Corpus de los cuerpos abyectos y/o inadecuados.

En esa dirección profundizo hoy (6.6.21), presentando una teología de conjunto del Corpus, fiesta que nació en la Edad Media a partir de la experiencia sacramental de la “comunión de los santos”,  que está desembocando ahora (siglo XXI) en línea de Caridad (el Corpus se está convirtiendo en día de Cáritas o Solidaridad universal)

Al ritmo y rapidez del cambio de los últimos años (tras el Vaticano II), la fiesta del Corpus, centrada en procesiones y ostensorios del Santísimo, corre el riesgo de desaparecer muy pronto. Soy testigo de ese cambio y pienso que, para no perderse entre la insignificancia y folklore, esta fiesta ha de volver a sus raíces de Comunión de los Santos,siendo lo que es, celebración del Amor Concreto, la acogida y  ayuda, la acción de gracias y la liturgia del amor integral, de mirada y manos unidas, de casa y familia, de apuesta por la vida y resurrección de todos, por encima de la muerte.

Buen día a quien siga leyendo para quiera entender y recrear esta fiesta, desde el principio de la Iglesia.     

Introducción. Fiesta del Corpus

Esta es una fiesta católica “medieval y barroca”: Empieza Comienza en el siglo XIII, se extiende en el XIV y triunfa en el XVI,  en parte como reacción contra el protestantismo, convirtiéndose en la Fiesta del Barroco Católico por excelente: Es fiesta de la Eucaristía (Cuerpo y Sangre de Cristo), signo y sacramento de la “carne de Dios”, la Comunión de los Santos, de todos los hombres y mujeres, amados de Dios, presencia de su misterio.

            En los siglos anteriores (lo mismo que en las Iglesias ortodoxas de oriente) esta fiesta no había sido necesaria, pues lo que en ella se celebra era ya el “corazón” del misterio cristiano: Comunión orante y real de los creyentes, en apertura a todos los hombres y mujeres, que son (somos) comunión corporal de la vida de Dios.  Pero cuando faltó ese “amor real”, de cuerpo y comunión de vida, se hizo necesaria esta fiesta, separada de la vida , centrada en el signode la eucaristía.

            Avanzando en esa línea, entre los siglos XVI al XX ésta ha sido quizá la fiesta más importante de la cristiandad católica, fiesta y procesión del “ostensorio”, con el “pan” sacramentado de Cristo paseado por las calles en tono de gran celebración. Ésta ha sido (por poner unos ejemplos) la fiesta de Toledo y Sevilla, de Cuzco y México, de Quito, Valencia y el Cebreiro etc.

Ha sido la fiesta de cientos y miles de ciudades (de Europa católica y América Latina), con alfombras de flores en el suelo, con el “techo” engalanado de las calles, con infantes que bailan, clero y soldados que desfilan, autoridades civiles y reyes en los estrados de las plazas, ante las catedrales, la fiesta del “Dios Rico”, mientras los niños pobres miraban con envidia desde las callejas laterales.

            Pero en los últimos años está dejando de ser lo que era. Hay menos procesiones, menos, presidentes y jefes de gobierno, de manera que en algunos lugares la misma fiesta de la Eucaristía en la Calle se ha convertido casi en folclore de exaltación grupal más que experiencia religiosa.Pero son muchos los que están descubriendo de nuevo esta fiesta en el sentido original de “comunión real de los santos”,de solidaridad y caridad, como decía A. Cañizares.

Personalmente, por un lado, lamento ese cambio, pues vengo de Corpus popular de Euskadi y Galicia, de América Latina y de Castilla… Pero, al mismo tiempo, me alegro de que esta fiesta se esté convirtiendo en Día de Cáritas, perdiendo  su aire victorioso de fiesta-procesión de grupo, en torno al Señor Sacramentado, para retomar su espíritu más hondo del principio de la Iglesia, cuando no existía esta fiesta como tal, pero se ponía más de relieve la Comunión de los Santos, es decir, la comunicación de pan y vida, de sangre y amor de todos los “santos”, no los de de altar, sino los hombres y mujeres “santificados” por el amor de Dios en Cristo.

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La sangre y el pan. Fiesta del Corpus Christi. Ciclo B.

Domingo, 6 de junio de 2021

corpuschristiDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Esta fiesta comenzó a celebrarse en Bélgica en 1246, y adquirió su mayor difusión pública dos siglos más tarde, en 1447, cuando el Papa Nicolás V recorrió procesionalmente con la Sagrada Forma las calles de Roma. Dos cosas pretende: fomentar la devoción a la Eucaristía y confesar públicamente la presencia real de Jesucristo en el pan y el vino. Las lecturas, sin restar importancia a estos aspectos, centran la atención en el compromiso del cristiano con Dios, sellado con el sacrificio del cuerpo y la sangre de Cristo.

1ª lectura: la sangre y la antigua alianza (Éxodo 24,3-8)

En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: «Haremos todo lo que dice el Señor.» Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos, y vacas como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió: «Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.» Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: «Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos.»

       La lectura cuenta el momento culminante de la experiencia de los israelitas en el monte Sinaí. Después de escuchar la proclamación de la voluntad de Dios (el decálogo y el código de la alianza), manifiesta su voluntad de cumplirla: «Haremos todo lo que el Señor nos dice».

            En una mentalidad moderna, poco amante de símbolos, esas palabras habrían bastado. El hombre antiguo no era igual. Un pacto tan serio requería un símbolo potente. Y no hay cosa más expresiva que la sangre, en la que radica la vida. Siglos más tarde, algunos caballeros medievales sellaban un pacto haciéndose un corte en el antebrazo y mezclando la sangre. Naturalmente, Dios no puede sellar una alianza con los hombres mediante ese rito. Por muchos antropomorfismos que usen los autores bíblicos al hablar de Dios, él no tiene un brazo que cortarse ni una sangre que mezclar. Tampoco se puede pedir a todos los israelitas que se hagan un corte y den un poco de sangre. Se recurre entonces al siguiente simbolismo: Dios queda representado por un altar, y la sangre no será de dioses ni de hombres, sino de vacas. Al matarlas, la mitad de la sangre se derrama sobre el altar. Se expresa con ello el compromiso que Dios contrae con su pueblo. La otra mitad se recoge en vasijas, pero antes de rociar con ella al pueblo, se vuelve a leer el documento de la alianza (Éxodo 20-23), y el pueblo asiente de nuevo: «Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.»

            Pero en la antigüedad hay también otra forma, incluso más frecuente, de sellar una alianza: comiendo juntos los interesados. Esta modalidad también aparece en el relato del Éxodo (pero ha sido omitida por la liturgia). Después de la ceremonia de la sangre con todo el pueblo, Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y los setenta dirigentes de Israel suben al monte, donde comen y beben ante el Señor (Éxodo 24,9-11). Esta segunda modalidad será esencial para entender el evangelio.

2ª lectura: la sangre, el perdón y la nueva alianza (Hebreos 9,11-15)

               Como diría un cínico, los buenos propósitos nunca se cumplen. En el caso de los israelita llevaría razón. El propósito de obedecer a Dios y hacer lo que él manda no lo llevaron a la práctica a menudo. Surgía entonces la necesidad de expiar por esos pecados, incluso los involuntarios. Y la sangre vuelve a adquirir gran importancia. Ya que en ella radica la vida, es lo mejor que se puede ofrecer a Dios para conseguir su perdón. Pero el Dios de Israel no exige víctimas humanas. La sangre será de animales puros: machos cabríos, becerros, toros, vacas, corderos, tórtolas, pichones.

            El autor de la carta a los Hebreos contrasta esta práctica antigua con la de Jesús, que se ofrece a sí mismo como sacrificio sin mancha. Con ello, no sólo nos consigue el perdón sino que, al mismo tiempo, sella con su sangre una nueva alianza entre Dios y nosotros.

Hermanos: Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

Evangelio: pan, vino y nueva alianza (Marcos 14-12-16. 22-26)

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?» Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?” Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.» Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.» Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

          La acción de Jesús en la Cena de Pascua reúne las dos formas de sellar una alianza que comentamos en la primera lectura, pero invirtiendo el orden. Se comienza por la comida, se termina aludiendo a la sangre de la nueva alianza. Aparte de esto hay diferencias notables. Los discípulos no comen en presencia de Dios, comen con Jesús, comen el pan que él les da, no la carne de animales sacrificados; y el vino que beben significa algo muy distinto a lo que bebieron las autoridades de Israel: anticipa la sangre de Jesús derramada por todos.

            ¿Dónde radica la diferencia principal entre la antigua y la nueva alianza? En que la antigua no cuesta nada a nadie; basta matar unos animales para obtener su sangre. La nueva, en cambio, supone un sacrificio personal, el sacrificio supremo de entregar la propia vida, la propia carne y sangre.

            Pero no podemos quedarnos en la simple referencia al pan y al vino, al cuerpo y la sangre. Para Jesús son la forma simbólica de sellar nuestro compromiso con Dios, por el que nos obligamos a cumplir su voluntad.

            El cuarto evangelio, que no cuenta la institución de la Eucaristía, pone en este momento en boca de Jesús un largo discurso en el que insiste, por activa y por pasiva, en que observemos sus mandamientos, mejor dicho, su único mandamiento: que nos amemos los unos a los otros.

            Si la celebración del Corpus Christi se limita a una expresión devota de nuestra devoción a la Eucaristía o, peor aún, si se convierte en simple fiesta de interés turístico, no cumple su auténtico sentido. Es fácil lanzar flores a la custodia por la calle; lo difícil es tratar bien a las personas que nos encontramos por la calle.

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“Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo” 6 de junio de 2021

Domingo, 6 de junio de 2021

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Mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio…

cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron.

(Mc 14, 12-16.22-26)

Hoy celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, y esta fiesta puede ayudarnos a hacer un pequeño examen de conciencia, puede ser una llamada de atención, un reclamo.

Como seres humanos que somos tenemos que buscar siempre un equilibrio ya que nuestra tendencia a los extremos es grande. Hoy podemos quedarnos tranquilamente adorando el Pan y el Vino al tiempo que olvidamos el sufrimiento de la humanidad con lo cual nos estaríamos alejando del verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Cristo.

Jesús no nos dejó su Cuerpo y su Sangre para contemplarlos, sino para comerlo y beberla. Para “tragarlo”. Tragar el Cuerpo y la Sangre de Jesús significa querer ser UNO con Él y con su manera de vivir.

Cuando comulgamos estamos diciendo públicamente que queremos vivir como vivió Jesús. Que creemos en el Dios que anunció y que estamos dispuestas a acompañarlo hasta las últimas consecuencias.

El Pan y el Vino son, nada más y nada menos, el signo de la entrega amorosa que vendrá después de la Cena. El Pan y el Vino son el Cuerpo entregado y la Sangre derramada en una muerte violenta, injusta y maldita.

Cuando tomamos el Pan y el Vino de la Eucaristía no solamente nos unimos a quienes en nuestro mundo sufren y entregan sus vidas, sino que expresamos de una manera pública que nosotras estamos dispuestas a sufrir y a entregar nuestras vidas por amor.

Por eso el Cuerpo y la Sangre de Cristo apenas se pueden adorar porque una voz nos recuerda que no podemos quedarnos mirando al cielo, o al Pan o al Vino, sino que tenemos que ir y hacer lo mismo.

Oración

Trinidad Santa, haznos valientes para asumir el compromiso que nos reclaman el Pan y el Vino de tu Reino.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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