“Lo que nos es más íntimo es también lo que más nos asusta. Donde somos más nosotros mismos es donde solemos ser extraños para nosotros mismos. Esta es la parte más dolorosa de ser humanos. No conseguimos conocer nuestro centro escondido, y de este modo vivimos y morimos sin saber con frecuencia quiénes somos realmente“
“La resurrección no resuelve nuestros problemas sobre la agonía y la muerte. No es el final feliz de las adversidades de nuestra vida ni la gran sorpresa que Dios tiene guardada para nosotros. No, la resurrección es la expresión de la lealtad de Dios hacia Jesús y hacia todos sus hijos. A través de la resurrección, Dios le ha dicho a Jesús y a nosotros: “Tú eres mi hijo muy amado y mi amor es eterno“… La resurrección es la forma que tiene Dios de revelarnos que nada de lo que le pertenece se perderá. Lo que pertenece a Dios nunca se pierde: ni siquiera nuestros cuerpos mortales. La resurrección no responde a ninguna de nuestras curiosas preguntas sobre la vida después de la muerte, pero nos revela que, efectivamente, el amor es más fuerte que la muerte. Tras esa revelación debemos permanecer en silencio, dejar los por qué, dónde y cuándo detrás, y, sencillamente, CONFIAR“.
“Esta es la principal intuición para la experiencia espiritual: somos conocidos en profundidad y con detalle por el amor que nos creó y que nos sostiene; conocidos también como miembros de una comunidad de creación que depende de nosotros y de la que dependemos. Este amor conoce nuestras limitaciones, así como nuestro potencial y nuestra capacidad tanto para el mal como para el bien; ese continuo centrarnos en nosotros mismos con el que explotamos a la comunidad en nuestro beneficio. Sin embargo, como amor, no busca anularnos ni manipularnos. En vez de eso nos ofrece la gracia constante del autoconocimiento y la aceptación que puede liberarnos para poder vivir un amor más grande“
“Llevar una vida espiritual requiere un cambio de corazón, una conversión. Dicha conversión puede estar señalada por un repentino cambio interior. Pero siempre implica una experiencia interior de unicidad. Nos damos cuenta de que estamos en el centro, y de que desde allí todo lo que existe y todo lo que ocurre puede verse y comprenderse como parte del misterio de la vida de Dios con nosotros. Nuestros problemas y sufrimientos, nuestras tareas y promesas, nuestras familias y amigos, nuestras actividades y proyectos, nuestras esperanzas y aspiraciones, ya no nos parecen una fatigosa variedad de elementos que apenas podemos mantener unidos, sino más bien las declaraciones y revelaciones de una nueva vida del Espíritu en nosotros. «Todas esas otras cosas» que tanto nos ocupan y preocupan vienen ahora como dones o retos que fortalecen y ahondan la nueva vida que hemos descubierto.
Esto no quiere decir que la vida espiritual facilite las cosas o nos libere de nuestros problemas o sufrimientos. Las vidas de los discípulos de Jesús muestran claramente que el sufrimiento no disminuye por la conversión. A veces incluso se intensifica. Pero nuestra atención ya no se dirige al «más o menos». Lo importante es escuchar atentamente al Espíritu y acudir obedientemente allí donde somos conducidos, ya sea un lugar alegre o ingrato.
La pobreza, el dolor, los problemas, la angustia, la agonía e incluso las tinieblas interiores pueden seguir siendo parte de nuestra existencia. Pero la vida ya no es aburrida, rencorosa, depresiva o solitaria, porque hemos alcanzado a descubrir que todo lo que ocurre es parte de nuestro camino hacia el Padre“.
“Jesús es la revelación del amor infinito e incondicional de Dios por nosotros, los seres humanos. Todo lo que Jesús hizo, dijo y experimentó quiere mostrarnos que el amor que más soñamos es el que Dios nos da, no porque lo merezcamos, sino porque Dios es un Dios de amor“.
“Si me preguntaras de repente: «¿Qué significa para ti vivir espiritualmente?», tendría que responder: «Vivir con Jesús en el centro»… Cuando repaso los últimos treinta años de mi vida, puedo decir que, para mí, la persona de Jesús cada vez se ha ido haciendo más importante. Lo que esto significa en concreto es que cada vez es más importante conocer a Jesús y vivir en solidaridad con él”.
“Esperar resulta esencial para la vida espiritual. Pero esperar como discípulo de Jesús no es una espera vacía, sino una espera con una promesa en nuestros corazones que hace ya presente lo que esperamos. Durante el Adviento esperamos el nacimiento de Jesús. Después de Pascua esperamos la venida del Espíritu y después de la Ascensión de Jesús esperamos su nueva venida gloriosa. Siempre estamos esperando, pero es una espera vivida en el convencimiento de que ya hemos visto las huellas de Dios. Esperar a Dios es una espera activa, alerta, ¡sí, gozosa!. Mientras esperamos, recordamos a aquel que creó una comunidad preparada para darle la bienvenida cuando Él venga.”
“Mientras reflexiono hoy sobre mi vida, me siento realmente, como el menor de todos los hombres santos de Dios. Mirando hacia el pasado, tomo conciencia de que todavía lucho con los mismos problemas que tenía el día de mi ordenación, hace veintinueve años. A pesar de mis muchas oraciones, mis períodos de retiro, y el consejo de muchos amigos, consejeros y confesores, he cambiado muy poco, si es que algo he cambiado, en mi búsqueda de paz y unidad interior. Soy la misma persona inquieta, nerviosa, intensa, distraída e impulsiva que era cuando comencé este viaje espiritual. A veces, esta obvia falta de madurez interna me deprime mientras estoy llegando a mis años “maduros”.
Pero tengo una fuente de consuelo. Más que nunca, deseo proclamar “las riquezas inconmensurables de Cristo” y echar luz “sobre el trabajo interno del misterio mantenido oculto en Dios, a través de los tiempos”. Este deseo se ha vuelto más intenso y urgente. Quiero hablar de las riquezas de Cristo mucho más que cuando fui ordenado en 1957. Quiero, realmente, hablar alto y claro acerca de las riquezas de Cristo. Lo quiero hacer simple, directa, claramente, y con una convicción profundamente personal. Aquí siento que algo ha crecido en mí. Aquí tengo la sensación de que no soy la misma persona que fui hace veintinueve años”.
*
Henri Nouwen.
24 de enero de 1986.
“Camino a casa. Un viaje espiritual”. Lumen
“La lectura espiritual no consiste solo en leer sobre personas espirituales o asuntos espirituales. Es también leer espiritualmente, es decir, ¡de forma espiritual! Leer de forma espiritual es leer con el deseo de dejar que Dios se acerque más a nosotros… El propósito de la lectura espiritual […] no es dominar el conocimiento o la información, sino dejar que sea el Espíritu de Dios el que nos domine. Por extraño que suene, la lectura espiritual significa dejarnos leer por Dios […] La lectura espiritual es leer con paciencia interior los movimientos del Espíritu de Dios en nuestra vida exterior y en nuestra vida interior. Con esa paciencia permitiremos que Dios nos lea y nos explique cómo somos en realidad”.
“El padre de la historia del hijo pródigo sufrió mucho. Vio partir a su hijo menor, sabiendo las desilusiones, rechazos y abusos a los que tendría que enfrentarse. Vio a su hijo mayor cargarse de amargura, sin tener la posibilidad de ofrecerle afecto y apoyo. Una gran parte de su vida el padre la pasó esperando. No podía obligar a su hijo menor a regresar al hogar ni tampoco hacer que su hijo mayor olvidara sus rencores. únicamente ellos, por sí mismos, podían tomar la iniciativa de regresar.
Durante esos largos años de espera, el padre lloró copiosas lágrimas y murió muchas muertes. Se vació de sufrimiento. Pero ese vacío creó un lugar de bienvenida para sus dos hijos para cuando fuera la hora de su regreso. Estamos llamados a ser como ese padre.”
*
Henri Nouwen
***
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
-“Ése acoge a los pecadores y come con ellos.”
Jesús les dijo esta parábola:
– “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.”
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:
¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.”
Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.”
También les dijo:
–“Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse
el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo:
–“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”
Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo:
–“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.”
Pero el padre dijo a sus criados:
–“Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contestó:
–“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre:
–“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.“
El padre le dijo:
–“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”“
*
Lucas 15, 1-32
***
El hijo mayor, que no ha recibido ninguna distinción particular, podría sentirse incomprendido con la respuesta del padre: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo». Para él, la justicia es la máxima de todas las virtudes; sin embargo, para el padre, «la misericordia es la plenitud de la justicia» (Tomás de Aquino), de suerte que «la misericordia saldrá siempre victoriosa en el juicio» (Sant 2,13). Si el justo hubiera podido comprender la actitud interior del padre, habría comprendido que había sido amado y preferido al hermano, porque le pertenecían a él no sólo ciertas cosas del padre, sino todo. Dios no tiene necesidad de hacer milagros particulares a los que le son fieles; la cosa más milagrosa de todas consiste en el hecho de que nosotros podamos ser sus hijos y en que no retiene para él nada de lo que es suyo. Los milagros se hacen en los márgenes, para recuperar a personas que se han marchado, para hacer signos a los que se han alejado, para festejar a los que vuelven. Sin embargo, la realidad cotidiana de la fe no tiene necesidad del milagro, porque tener parte en los bienes del padre ya es suficientemente maravilloso.
Al creyente no le está permitido separar entre lo mío y lo tuyo, porque a los ojos del amor paterno ambas cosas son una sola. No se narra la impresión que las palabras del padre produjeron en el «justo». Corresponde ahora a cada uno de nosotros seguir adelante para contar la historia hasta el final.
*
Hans Urs von Balthasar, Tú tienes palabras de vida eterna,
Encuentro, Madrid 1998.
Sigue luchando para descubrir tu propia verdad. Cuando la gente que conoce tu corazón y te quiere amorosamente dice que eres un hijo de Dios, que Dios ha llegado a lo profundo de tu ser y que estas ofreciéndoles a los demás mucho de Dios, oyes esos comentarios solo como palabras estimulantes.
No piensas que esta gente cree verdaderamente lo que dice. Tienes que empezar a verte como te ven tus verdaderos amigos. Mientras sigas ciego para tu propia verdad, te sigues devaluando y continuas pensando en los demás como personas mejores, mas santas y mas amadas de lo que eres tú. Sobreestimas a todo aquel en quien ves bondad, belleza y amor, porque no ves en ti mismo ninguna de estas cualidades. Como resultado de ello, empiezas a apoyarte en los demás, sin darte cuenta de que tienes todo lo que necesitas para erguirte sobre tus propios pies.
De todas maneras, no puedes forzar las cosas. No puedes hacerte ver lo que ven los demás. No puedes exigirte del todo cuando tus partes están aun descarriadas. Debes reconocer donde estas y asegurar ese lugar. Debes estar dispuesto a vivir tu soledad, tu ser incompleto, tu falta de encarnación total sin miedo, y confiar en que Dios te dará amigos que siga indicándote la verdad de quien eres.
“En medio de la oración angustiada de Jesús pidiendo a su Padre que apartase de él aquella copa de amargura, hubo un momento de consuelo. Sólo lo menciona el evangelista Lucas. Dice: «Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo estuvo confortando» (Le 22,43). En medio de los dolores está el consuelo; en medio de la tiniebla se da la luz; en medio de la desesperación existe la esperanza; en medio de Babilonia se vislumbra Jerusalén; en medio del ejército de los demonios existe un ángel consolador. La copa de la amargura, que parece inconcebible, inasumible por sus dimensiones, es también la copa del gozo”.
Mañana de Pascua. Una eucaristía muy simple y silenciosa alrededor de la mesa del comedor. Un grupo pequeño de amigos, contentos de estar juntos. Después del Evangelio, hablamos acerca de la Resurrección. Liz, que trabaja con mucha gente angustiada, dijo: Tenemos que seguir haciendo rodar las piedras enormes que le impiden a la gente salir de sus tumbas. Elizabeth, que vive con cuatro discapacitados en el hogar de El Arca, dijo: Después de la resurrección, Jesús tomó nuevamente el desayuno con sus amigos y les mostró la importancia de las cosas pequeñas y comunes de la vida. Alguien que se pregunta si puede ser llamada a ir a Honduras a trabajar allí con la comunidad, dijo: Es tan reconfortante saber que las heridas de Jesús permanecieron visibles en su cuerpo resucitado. Nuestras heridas no son quitadas, sino que se transforman en fuentes de esperanza para otros.
A medida que todos hablaban me sentí muy cerca del acontecimiento de la Pascua. No era un acontecimiento espectacular que fuerza a la gente a creer. Más bien, era un acontecimiento espectacular para los amigos de Jesús, para aquellos que lo habían conocido, escuchado y creído en él. Era muy íntimo: una palabra aquí, un gesto allí, una toma de conciencia gradual de que algo nuevo estaba naciendo, pequeño, casi inadvertido, pero con la potencia de cambiar la faz de la tierra. María Magdalena escuchó su nombre. Juan y Pedro vieron la tumba vacía. Los amigos de Jesús sintieron que su corazón ardía en encuentros que tienen su expresión más acabada en las extraordinarias palabras: ¡Ha resucitado! Todo estaba igual que antes, mientras todo había cambiado.
Nosotros, sentados en círculo alrededor de la mesa, con un poco de pan y un poco de vino, hablando suavemente acerca de la forma en que lo reconocíamos en nuestras vidas, sabíamos, en lo profundo de nuestro corazón, que también para nosotros todo había cambiado mientras todo seguía igual. Nuestras luchas no han terminado. En la mañana de Pascua, todavía podemos sentir el dolor del mundo, de nuestras familias y amigos, de nuestros propios corazones. Todavía está allí, y estará allí por largo tiempo. Sin embargo, todo es diferente porque hemos encontrado a Jesús y hablado con Él.
Había una alegría simple y calma en nosotros, y una sensación muy profunda de ser amados por un amor que es más fuerte, mucho más fuerte que la muerte.
“Debemos mantenernos cerca de la humillación y de la victoria de Cristo, porque estamos llamados a vivir ambas en nuestra vida cotidiana. Somos grandes y pequeños, partículas del universo y de la gloria de Dios, hombrecillos asustados y también hijos e hijas del Señor de toda la creación”
“El padre de la historia del hijo pródigo sufrió mucho. Vio partir a su hijo menor, sabiendo las desilusiones, rechazos y abusos a los que tendría que enfrentarse. Vio a su hijo mayor cargarse de amargura, sin tener la posibilidad de ofrecerle afecto y apoyo. Una gran parte de su vida el padre la pasó esperando. No podía obligar a su hijo menor a regresar al hogar ni tampoco hacer que su hijo mayor olvidara sus rencores. únicamente ellos, por sí mismos, podían tomar la iniciativa de regresar.
Durante esos largos años de espera, el padre lloró copiosas lágrimas y murió muchas muertes. Se vació de sufrimiento. Pero ese vacío creó un lugar de bienvenida para sus dos hijos para cuando fuera la hora de su regreso. Estamos llamados a ser como ese padre.”
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Henri Nouwen
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En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:
– “Ése acoge a los pecadores y come con ellos.”
Jesús les dijo esta parábola:
“Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”
Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo:
– “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. “
Pero el padre dijo a sus criados:
– “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Éste le contesto:
– “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre:
– “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.“
El padre le dijo:
– “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”“
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Lucas 15, 1-3. 11-32
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Observando al Padre logro distinguir tres caminos que llevan a una auténtica paternidad misericordiosa: el dolor, el perdón y la generosidad. Puede parecer extraño que el dolor conduzca a la misericordia. Pero así es. El dolor me lleva a dejar que los pecados del mundo -incluidos los míos- desgarren mi corazón y me hagan derramar lágrimas, muchas lágrimas por ellos. Si no son lágrimas que brotan de los ojos, por lo menos son lágrimas del corazón. Este olor es oración.
El segundo camino que conduce a la paternidad espiritual es el perdón. Por el perdón constante es como vamos llegando a ser como el Padre. Él perdón es el camino para superar el muro y acoger a los demás en el corazón sin esperar nada a cambio.
El tercer camino para llegar a ser como el Padre es la generosidad. En la parábola, el Padre del hijo que se va no sólo le da todo lo que le pide, sino que le colma de regalos cuando vuelve. Y al hijo mayor le dice: “Todo lo mío es tuyo”. El Padre no se reserva nada. Lo mismo que el Padre se vacía de sí mismo por sus propios hijos, así debo darme a mis hermanos y hermanas. Jesús deja entender a las claras que en esta oblación está el signo del verdadero discípulo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Darse supone una auténtica disciplina, porque no es algo que brota automáticamente. Cada vez que doy un paso en dirección a la generosidad, me muevo del temor al amor.
Como Padre, debo creer que todo lo que el corazón humano desea se puede encontrar en casa. Como Padre, debo tener el valor de asumir la responsabilidad de una persona espiritualmente adulta y creer que el gozo verdadero y la satisfacción plena sólo pueden venir acogiendo en casa a los que han sido ofendidos y heridos en el viaje de su vida y amándolos con un amor que no pide ni espera nada a cambio.
Se da un vacío terrible en esta paternidad espiritual. Pero este vacío terrible es también el lugar de la verdadera libertad. Libre de recibir la carga de los otros, sin necesidad de valorar, clasificar, analizar. En este estado del ser que no se permitiría nunca juzgar, puedo engendrar una confianza liberadora.
*
Henri Nouwen, L’abbraccio benedicente,
Brescia 1994, 190-199, passim
“Es difícil ser paciente. No sólo significa esperar hasta que pase algo sobre lo cual no tenemos control: la llegada del autobús, el fin de la lluvia, el regreso de un amigo, la resolución de un conflicto. La paciencia no significa esperar pasivamente hasta que otra persona haga algo. La paciencia nos pide vivir el momento plenamente, estar completamente presentes en el momento, saborear el aquí y ahora, estar donde estamos. Cuando estamos impacientes, tratamos de escapar del lugar donde estamos. Nos comportamos como si lo importante sucederá mañana, luego, y en otro lugar. Sé paciente y confía que el tesoro que buscas está escondido en la tierra que pisas“.
“Todo ministerio opera bajo la convicción de que nada, absolutamente nada, en nuestra vida está fuera de la misericordia y del criterio de Dios. Al esconder alguna parte de nuestra propia historia, ya sea de nosotros mismos o de los ojos de Dios, nos estamos atribuyendo un papel de divinidad. Así nos convertimos en jueces de nuestro propio pasado y limitamos la misericordia de Dios a nuestros propios temores. Nos desconectamos no solo de nuestro propio sufrimiento, sino también del sufrimiento de Dios por nosotros.
El reto del ministerio es ayudar a las personas que atraviesan situaciones muy concretas, tales como la enfermedad o el dolor emocional, las limitaciones físicas y mentales, la pobreza, la opresión, o el estar atrapados en las complejas redes de instituciones seculares o religiosas, a ver y experimentar su historia como parte del continuo trabajo de redención que Dios lleva a cabo en el mundo. Esta perspectiva y esas experiencias tienen la capacidad de sanar precisamente porque regeneran la conexión perdida entre Dios y el mundo, y porque crean una nueva unidad en la que los recuerdos que antes parecían destructivos por completo, ahora forman parte de un suceso redentor“.
“En la familia nos hacemos adultos, personas maduras, pero tenemos que abandonar nuestras familias para cumplir nuestra vocación más profunda. La familia nos proporciona raíces, pero para encontrar nuestras raíces más profundas, las que nos unen a Dios, tenemos que alejarnos de los que pretenden conocernos para descubrir la fuente más honda de nuestra vida. Nuestros padres, hermanos y hermanas no son nuestros dueños. No podemos ser plenamente libres sin dejarlos y escuchar a Aquel que nos eligió antes de nacer. Jesús tuvo que decir a veces no a su familia para poder decir un sí pleno a su Padre del cielo”.
Cuando pasas por un momento de prueba, nos dice Nouwen, lo importante es elegir siempre a Dios, confiar en él. Escuchar la voz del maestro interior, del Espíritu, que nos dice: “Te amo, estoy contigo, quiero verte más cerca de mí para que experimentes el gozo y la paz de mi presencia. Quiero darte un nuevo corazón y un nuevo espíritu. Quiero que hables con mi boca, que veas con mis ojos, que oigas con mis oídos, que toques con mis manos. Todo lo mío es tuyo. Confía sencillamente en mí, deja que yo sea tu Dios“.
El resultado es el que también describe poco más adelante en el mismo texto:
“Lo que en otro tiempo me parecía una tremenda maldición se ha convertido hoy en una bendición, Toda la agonía que amenazaba con destruir mi vida, ahora parece un campo fértil preparado para una gran confianza, una esperanza más fuerte y un amor más profundo“.
“No minusvaloremos el poder de la espera diciendo que la relación que es capaz de salvar una vida no puede desarrollarse en una hora. Un movimiento de ojos o un apretón de manos puede reemplazar años de amistad cuando el hombre está agonizando. El amor no es sólo algo que tiene una gran duración. A veces no necesita más que un segundo para hacerse realidad“.
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