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Si se pierde un hermano

Lunes, 11 de septiembre de 2023
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HIJO-PRODIGO

Si se pierde un hermano,
si se pierde un hijo,
si se pierde el vecino, el compañero,
el amigo o el enemigo…
¿qué he de hacer, Dios mío?

Lo buscaré sin descanso, día y noche,
por senderos, charcos y bosques,
playas y desiertos, montañas y valles,
pueblos y ciudades e inhóspitos lugares,
con mis pies cansados y corazón anhelante.

Lo llamaré, con mi voz rota, por su nombre
y no cejaré hasta encontrarlo y abrazarlo;
y le diré con ternura y pasión de hermano:
Estoy preocupado y angustiado por ti
y siento que nuestras vidas necesitan dialogarse.

Y si no se detiene y me da la espalda,
o hace oídos sordos a mis palabras,
o me desafía con los hechos o su mirada,
juntaré, antes que oscurezca, la ternura de dos o más
para ahogar su resistencia con fraternidad desbordada.

Y si el fuego de tu Espíritu y de los hermanos
no hace mella en sus gélidas entrañas,
juntaré centenares de cálidos hogares
para que alumbren su noche oscura
y derritan sus hielos invernales.

Y si tal torrente de ternura, gracia y respeto
no doblega su tronco altivo y yermo,
lo cubriré con mi ropa para protegerlo
y lo lavaré sin descanso con mis lágrimas
hasta cicatrizar sus heridas y devolverle la alegría.

Y si a pesar de ello no sigue tu camino,
le perdonaré como tú nos enseñaste;
y si es preciso me convertiré en rodrigón
de su vida, historia y suerte,
renunciando a otros proyectos personales.

Y así ganaré a mi hermano
y la vida que nos prometiste.

¡Bendito seas, Señor, que nos haces fuertes
para curar y ser curados, hoy y siempre,
para amar al hermano y ser por él amados!
¡Bendito seas, Señor, por invitarnos a crear,
vivir, salvar y cultivar la fraternidad!

*

Florentino Ulibarri
Fe Adulta

***

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Lágrimas que sanan

Domingo, 11 de septiembre de 2022
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abrazo

 

El padre de la historia del hijo pródigo sufrió mucho. Vio partir a su hijo menor, sabiendo las desilusiones, rechazos y abusos a los que tendría que enfrentarse. Vio a su hijo mayor cargarse de amargura, sin tener la posibilidad de ofrecerle afecto y apoyo. Una gran parte de su vida el padre la pasó esperando. No podía obligar a su hijo menor a regresar al hogar ni tampoco hacer que su hijo mayor olvidara sus rencores. únicamente ellos, por sí mismos, podían tomar la iniciativa de regresar.

Durante esos largos años de espera, el padre lloró copiosas lágrimas y murió muchas muertes. Se vació de sufrimiento. Pero ese vacío creó un lugar de bienvenida para sus dos hijos para cuando fuera la hora de su regreso. Estamos llamados a ser como ese padre.”

*
Henri Nouwen

***

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:

-“Ése acoge a los pecadores y come con ellos.”

Jesús les dijo esta parábola:

“Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.”

Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:

¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.”

Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.”

También les dijo:

“Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”

El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse

el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces, se dijo:

“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo:

“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.”

Pero el padre dijo a sus criados:

“Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.

Éste le contestó:

“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Y él replicó a su padre:

“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.

El padre le dijo:

“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

*

Lucas 15, 1-32

***

El hijo mayor, que no ha recibido ninguna distinción particular, podría sentirse incomprendido con la respuesta del padre: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo». Para él, la justicia es la máxima de todas las virtudes; sin embargo, para el padre, «la misericordia es la plenitud de la justicia» (Tomás de Aquino), de suerte que «la misericordia saldrá siempre victoriosa en el juicio» (Sant 2,13). Si el justo hubiera podido comprender la actitud interior del padre, habría comprendido que había sido amado y preferido al hermano, porque le pertenecían a él no sólo ciertas cosas del padre, sino todo. Dios no tiene necesidad de hacer milagros particulares a los que le son fieles; la cosa más milagrosa de todas consiste en el hecho de que nosotros podamos ser sus hijos y en que no retiene para él nada de lo que es suyo. Los milagros se hacen en los márgenes, para recuperar a personas que se han marchado, para hacer signos a los que se han alejado, para festejar a los que vuelven. Sin embargo, la realidad cotidiana de la fe no tiene necesidad del milagro, porque tener parte en los bienes del padre ya es suficientemente maravilloso.

Al creyente no le está permitido separar entre lo mío y lo tuyo, porque a los ojos del amor paterno ambas cosas son una sola. No se narra la impresión que las palabras del padre produjeron en el «justo». Corresponde ahora a cada uno de nosotros seguir adelante para contar la historia hasta el final.

*

Hans Urs von Balthasar,
Tú tienes palabras de vida eterna,
Encuentro, Madrid 1998.

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El hijo pródigo, el hermano y el Padre

Viernes, 1 de abril de 2022
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hijo-prodigo-iconoDe su blog Punto de encuentro:

El pasaje evangélico de este domingo viene como anillo al dedo para este tiempo final de la Cuaresma como tiempo de conversión, de cambio, de pensar en qué haría Jesús en mi lugar.

En el relato del hijo pródigo, es el corazón del Padre el que se manifiesta. Parábola que solemos llamar también del Padre y de la Madre, pues Dios, que no es masculino ni femenino, reúne todo lo mejor que existe en el ser humano. Hay que recordar a Isaías: “Como consuela la propia madre así os consolaré yo”. Igualmente en tradición sapiencial, la sabiduría de Dios se presenta personificada en una figura femenina (Prov 8,22-26; Eclo 24,9…). Jesús utiliza también el símil de la gallina que quiere reunir a los hijos bajo su protección (Lucas). Son visiones de Dios limitadas por nuestro lenguaje antropomórfico para expresar el amor divino.

Lucas deja claro en el relato que el dios de la pureza legal, deja paso al Dios de la misericordia en el contexto de una trilogía de parábolas que muestran a un Dios que no da por perdido a nadie, sino que busca y espera siempre frente a las críticas de los fariseos y los letrados, molestos porque “los pecadores se acercaban a escucharle”.

Jesús muestra en la parábola a un Padre que ama ¡y perdona! por igual a los dos hijos. Es importante destacar lo inaudito en aquella cultura teocrática de actuar con perdón y misericordia cuando se mancillaba el honor familiar de la forma que lo hizo el hijo menor, hasta el extremo de la actitud que mantiene el padre de la parábola todos los días, expectante y acogedor, hasta que vuelve el pródigo que le ha deshonrado. En este sentido, es entendible el estupor del hijo mayor viendo como su padre va contra la ley establecida por verdadero amor: una acogida amorosa hasta el punto de colocarle al hijo pequeño el mejor vestido, signo de dignidad, además de ponerle el anillo que le otorga autoridad y calzarle para que no se sienta un siervo. Estamos ante un resumen de todo el Evangelio, el anuncio de la Buena Nueva a los pecadores llamada “parábola del amor del padre” por Joaquim Jeremías.

No olvidemos que el relato no indica ninguna señal de remordimiento del pródigo que toma el doloroso camino de regreso por una sola razón: “¡Me muero de hambre!”. Su esperanza es que logre convertirse al menos en un siervo. Por tanto, no es él quien se salva, sino la actitud paterna que desarbola su táctica con su amor desbordante, solo porque ha decidido volver buscando el perdón por necesidad. Qué bella oración podemos hacer con estos mimbres…

El amor y el perdón del padre son anteriores a todo; estamos llamados a la fiesta que tiene preparada como signo de un nuevo tiempo porque “en la casa de mi Padre hay sitio para todos”, aunque primero tengamos que nacer de nuevo (Juan). Nosotros también somos hijos pródigos cada vez que “pedimos la herencia” y nos alejamos para buscar el amor donde no podemos encontrarlo. No es fácil, pero uno de los grandes retos del cristiano para no convertirse él mismo en excluido consiste precisamente en la humildad de volver a Dios, siempre anhelante para recibirnos.

La historia del pródigo es la historia de nuestras vidas. Unas veces pródigos, pero en otras ocasiones nos comportamos como el otro hermano, el aparentemente bueno, pero cuya conducta envidiosa y mezquina retrata a los fariseos y escribas que escuchaban la parábola. Por eso la humildad verdadera nace de la experiencia de la propia imperfección.

El padre trata de convencer al hijo mayor para que se sume a la fiesta pero este rehúsa llamarle hermano (“ese hijo tuyo”, le dice) recriminando el trato de favor de su padre. Lo que le escandaliza -lo que no soporta- es que su padre no le pone a él de ejemplo, dando rienda suelta a su fariseísmo y resentimiento. En el trasfondo del hijo mayor está el pueblo elegido de Israel que no quiere sumarse a la fiesta que invita Jesús. Soportando otra dolorosa humillación pública, el padre sale al encuentro, esta vez para recuperar al otro hijo que le recrimina en público con un corazón endurecido, ajeno a toda confianza y gratitud. Nos fijamos en el hijo menor sin reparar cuánto podemos tener del hijo mayor. Que hasta los apóstoles intentaron varias veces impedir que los excluidos se acercasen a Jesús.

Pero como dice Katerina Lachmanova, compasión es la faceta de Dios manifestada sin límites para con el afligido, el infeliz y el pecador… ¿Y quién de nosotros no pertenece al menos a una de estas tres categorías?

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Monseñor Agrelo: “Hace mucho tiempo que a la fe le hemos robado la historia y hemos llamado fe a una ideología”

Miércoles, 30 de marzo de 2022
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Padre-hijo-prodigo_2226087387_14547955_660x460“No echamos en falta la casa del padre y su abundancia de pan”

“Y también tiene su historia el Dios de aquel pueblo, el padre de aquel hijo derrochador: se adivina en él el mal de ausencia, la mirada que recorre cada día el camino por donde el hijo se le ha ausentado”

“Mientras la historia de los hijos desaparece, la historia del padre se alarga y se ahonda hasta hacérsele herida en las entrañas: ¡Lo hemos dejado solo!”

“Tu mirada, Padre, escruta cada día el horizonte, a la espera de un hijo… mirada de Dios, mendigo de hijos, por si alguno se compadece de tu esperanza, de tu nostalgia, de tu pobreza, de tus ojos”

Aquel pueblo, “los israelitas”, tenían una historia, y de esa historia aquél iba a ser un día memorable. Quedaban atrás siglos de esclavitud, “el oprobio de Egipto”. Quedaban atrás años de prueba en el desierto, “donde habían tentado a Dios”. Quedaban atrás los días del maná, aquel pan del cielo con que la fe había alimentado la esperanza. Ahora habían llegado a la tierra de las promesas. Habían llegado, y aquel día, después de celebrar la Pascua, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas.

También aquel hijo del que habla el evangelio tenía su historia: había emigrado a un país lejano, había derrochado su fortuna viviendo perdidamente, y había pasado necesidad, tanta que se decidió a “ponerse en camino adonde estaba su padre”.

Y también tiene su historia el Dios de aquel pueblo, el padre de aquel hijo derrochador: se adivina en él el mal de ausencia, la mirada que recorre cada día el camino por donde el hijo se le ha ausentado, imaginas la esperanza de que un día aquel hijo volverá, y no podrás imaginar la conmoción de sus entrañas maternas al verlo aquel día cuando todavía estaba lejos, no podrás imaginar el abrazo que le dio y la nube de besos en que lo envolvió, y tampoco la fiesta con que celebró haberlo recobrado vivo.

Hace mucho tiempo que a la fe le hemos robado la historia: hemos llamado fe a una ideología, a unas creencias; no hemos padecido ninguna esclavitud ni conquistado ninguna libertad; no hemos vagado hambrientos y sedientos por ningún desierto, ni hemos gustado ningún pan que sale de la boca de Dios; tenemos creencias, pero no un Dios que haya tenido que molestarse por nosotros o mosquearse con nosotros.

No añoramos una tierra prometida. No echamos en falta la casa del padre y su abundancia de pan.

Lo nuestro es amar la esclavitud: después de todo, no están nada mal los ajos y cebollas con que nos alimenta el que nos esclaviza. Aún nos queda fortuna que derrochar. ¡El mundo se precipitaría en el caos si dejásemos de derrochar!

Pero mientras la historia de los hijos desaparece, la historia del padre se alarga y se ahonda hasta hacérsele herida en las entrañas: ¡Lo hemos dejado solo!

Dios de Israel, Dios de Jesús, Dios compasivo, Dios conmovido, Dios que baja y se fija en la aflicción de sus hijos… Dios abandonado, Dios olvidado, Dios herido…

Tu mirada, Padre, escruta cada día el horizonte, a la espera de un hijo… mirada de Dios, mendigo de hijos, por si alguno se compadece de tu esperanza, de tu nostalgia, de tu pobreza, de tus ojos… mirada de Dios, mendigo de hijos a los que abrazar, a los que besar, a los que vestir con el mejor traje, con los que cantar y danzar…

Dios te espera a ti para llenar de alegría su casa.

Conviértete a él… Ponte en camino adonde está tu padre.

Y si preguntas cómo se hace ese camino, algo me dice que, si acojo la palabra de Dios, si remedio la necesidad de los pobres, si voy a la escuela de Jesús de Nazaret, el Padre verá perfilarse en el horizonte la silueta de un hijo esperado que está volviendo a casa.

Ponte en camino: Ten compasión de Dios.

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Letanía del hijo pródigo el día del encuentro.

Lunes, 28 de marzo de 2022
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Me amas como río que fluye
y me lleva dentro, en su corriente,
por cascadas, pozos, remansos y afluentes.

Me amas, invisible, cual el aire que respiro,
pero haciéndote presente como viento,
brisa, cierzo o huracán al instante.

Como la primavera que renace, así me amas
despertándome y seduciéndome
con tu savia, perfumes y flores.

Como el verano que abre horizontes
con su calor, luz, sueños y frutos,
abres mi alma y vientre amándome.

Como el otoño tranquilo y maduro,
después de haberme vestido de colores,
me amas despojándome y serenándome.

Como el invierno que, en paz y silencio,
cubre de nieve cumbres, llanuras y valles,
así me amas siempre, sin cansarte.

Me amas como sutil lagartija
que busca luz, sol y calor febrilmente
recorriendo los entresijos de mi vientre.

Como ciervo que brama y corre veloz
a las fuentes de agua que calman su sed,
así me amas, alcanzas y sorbes.

Como pelícano que se entrega y desvive
por alimentar a su crías más débiles,
así me amas Tú, alimentándome.

Y a veces me amas como corzo arrogante
que, que en época de berrea, todos los días
suspira y reclama encontrarme y rozarme.

Me amas con un corazón desbocado
que se entrega sin importarle los riesgos
cuando percibe gemidos humanos.

Me amas con unos ojos que me traspasan,
desnudan y llevan, en armonía,
al primer paraíso y a la tierra prometida.

Me amas con tus entrañas tiernas y cálidas
que dan y cuidan la vida anhelada,
siempre nueva, hermosa y, a la vez, desvalida.

Me amas al alba, entre trinos y danzas,
con la fuerza, la pasión y el mimo
de quien ha descansado y busca nuevos caminos.

Y, al atardecer, cansado y casi en silencio,
me abrazas más fuerte que la última vez,
porque tu amor es así y solo puede querer.

Así me amas y siento tu querer, una y mil veces,
en mi rostro, en mi mente, en mi vientre,
en mi corazón… ¡en todo mi ser!

Por eso no me extraña tu forma de comportarte:
que anheles mi vuelta a pesar de mis andanzas,
que otees el horizonte desde tu atalaya,
que me veas, a lo lejos, antes que nadie,
que se te enternezcan las entrañas,
que salgas corriendo a mi encuentro,
que me abraces con fuerza y llenes de besos…

Y tampoco me extraña tu anillo, traje y banquete,
y el que no dudes en acogerme como hijo,
pues no quieres renunciar a ser Padre.

*

Florentino Ulibarri
Fuente Fe Adulta

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¿Quién es pródigo ahora? Las personas LGTBI+ necesitan saberlo.

Lunes, 28 de marzo de 2022
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CED3F458-4E6E-4E89-96B2-292257918A2EEl regreso del hijo pródigo” de Vladimir Zunuzin

La reflexión de hoy es de Allison Connelly, colaboradora de Bondings 2.0, cuya biografía está disponible aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el Cuarto Domingo de Cuaresma se pueden encontrar aquí.

A menudo, nos referimos al personaje principal de la parábola del Evangelio de este domingo como “el hijo pródigo”. Como tenía curiosidad, busqué la definición del adjetivo “pródigo” en el diccionario Merriam-Webster. Las primeras dos definiciones tenían sentido para mí, al menos en el contexto de esta parábola: la primera definición se “caracteriza por un gasto profuso o derrochador”, y la segunda es “despilfarro imprudente”. Ambas definiciones encajan con la forma en que me explicaron esta parábola: como el hijo que derrocha y es imprudente con sus recursos.

Una tercera definición de “pródigo” en el diccionario me sorprendió: “rendir abundantemente: LUJOSO”. Con esta definición, mi comprensión de esta historia cambió.

Como mujer joven, queer y católica, me dicen constantemente, explícita o implícitamente, que soy un desperdicio o, al menos, que soy un desperdicio. Soy una oportunidad perdida para el matrimonio heterosexual. Soy una oportunidad desperdiciada para la procreación. Soy una vocación desperdiciada a la vida religiosa. Estoy desperdiciando dólares en el bolsillo del arzobispo. He desperdiciado mi oportunidad de ser un católico dócil, complaciente y obediente porque me niego a ajustarme a las enseñanzas homofóbicas y misóginas de la iglesia institucional. En cambio, reclamo públicamente mi santidad, sacramentalidad y santidad como mujer católica lesbiana casada. Los católicos queer, desde la perspectiva de algunos en la jerarquía, son totalmente pródigos, pero solo en las dos primeras definiciones de esa palabra.

Para mí, sin embargo, encuentro verdadera rareza no en las dos primeras definiciones, sino en la tercera en su referencia a la abundancia y el lujo. Nosotros, personas LGBTQ de todo tipo, CONOCEMOS el lujo, y no necesariamente el tipo que requiere riqueza. ¡Conocemos el lujo de la moda! ¡Música! ¡Arte! ¡Creatividad! ¡Estilo! ¡Rendimiento! ¡Ritual! ¡Poesía! ¡Danza! Tal vez sea un cliché, pero cuando pienso en el lujo, pienso en drag queens, caras que golpean a los dioses, pelucas que se cambian a mitad de la sincronización de labios, coreografías llenas de gotas de muerte y revelaciones de vestidos.

Nuestra comunidad queer también conoce la abundancia: abundancia que no proviene de los recursos financieros, que tan a menudo se nos niegan, sino de la lealtad, el compromiso, la pasión, la solidaridad, las relaciones, la colaboración, la transformación, la responsabilidad, el crecimiento, la posibilidad y la gama más completa de emoción humana En lugar de ser un desperdicio, las personas queer son recursos de brillantez, lujo y abundancia.

Desde esa perspectiva, leo nuevamente la parábola del hijo pródigo. ¿Qué pasa si, en lugar de que el hijo represente al irresponsable fiscalmente, el hijo represente al irresponsable pastoralmente? El hijo exige su herencia de su padre a una edad temprana, de la misma manera que algunos líderes de la iglesia exigen el cumplimiento y la “conversión” de los homosexuales a una edad temprana (y en todas las edades, en realidad). El hijo desperdicia sus recursos imprudentemente de la misma manera que la Iglesia desperdicia toda la humanidad y la participación de la gente queer al producir y cosificar teologías y políticas que causan daño y violencia a la comunidad LGBTQ. Y después de que el hijo gasta todos sus recursos, se encuentra en una hambruna. Lo mismo ocurre con la iglesia, ya que excluye a la comunidad LGBTQ (y otros grupos marginados) y luego descubre que las personas abandonan la iglesia debido a la homofobia institucional. La relación entre la jerarquía institucional de la Iglesia Católica y las personas LGBTQ está llena de (tal vez incluso definida por) despilfarro e imprudencia, pero no por parte de los queers. Tengo que preguntarme: ¿quién es pródigo ahora? ¿Y por definición de quién?

La segunda parte de la parábola del evangelio de hoy, cuando el hijo entra en razón y vuelve junto a su padre, también tiene una lección. Si el liderazgo de la Iglesia institucional es la figura del hijo pródigo, tenemos que dejar abierta la posibilidad de arrepentimiento, retorno y reparación. ¿Qué pasaría si la Iglesia se arrepintiera de su homofobia? ¿Si los líderes de la Iglesia regresaran y se disculparan con aquellos a quienes habían dañado, como lo hizo recientemente el cardenal Marx en Alemania? ¿Si buscaban reparación, volviéndose a una vida de servicio y testimonio para aquellos a quienes habían dejado atrás?

Honestamente, no puedo prometer que saludaría a estos líderes de la Iglesia con amor y generosidad, con celebración y regocijo. Tal vez sería más como el hermano del hijo pródigo, sorprendido y amargado por la compasión y el alivio de su padre, preguntándome por qué no me habían celebrado por mi fidelidad durante todos estos años de abandono teológico y pastoral. Pero este arrepentimiento, retorno y reparación es posible. De hecho, es necesario, no sólo por el futuro de la Iglesia, sino por su integridad, su autoridad y su abundante y lujosa prodigalidad.

—Allison Connelly, 27 de marzo de 2022

Fuente New Ways Ministry

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Lágrimas sanadoras

Domingo, 27 de marzo de 2022
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abrazo
“El padre de la historia del hijo pródigo sufrió mucho. Vio partir a su hijo menor, sabiendo las desilusiones, rechazos y abusos a los que tendría que enfrentarse. Vio a su hijo mayor cargarse de amargura, sin tener la posibilidad de ofrecerle afecto y apoyo. Una gran parte de su vida el padre la pasó esperando. No podía obligar a su hijo menor a regresar al hogar ni tampoco hacer que su hijo mayor olvidara sus rencores. únicamente ellos, por sí mismos, podían tomar la iniciativa de regresar.
 
Durante esos largos años de espera, el padre lloró copiosas lágrimas y murió muchas muertes. Se vació de sufrimiento. Pero ese vacío creó un lugar de bienvenida para sus dos hijos para cuando fuera la hora de su regreso. Estamos llamados a ser como ese padre.”
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Henri Nouwen
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En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:

“Ése acoge a los pecadores y come con ellos.”

Jesús les dijo esta parábola:

“Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”

El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo:

– “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. “

Pero el padre dijo a sus criados:

“Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.

Éste le contesto:

“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre:

“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.

El padre le dijo:

“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

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Lucas 15, 1-3. 11-32

***

 

Observando al Padre logro distinguir tres caminos que llevan a una auténtica paternidad misericordiosa: el dolor, el perdón y la generosidad. Puede parecer extraño que el dolor conduzca a la misericordia. Pero así es. El dolor me lleva a dejar que los pecados del mundo -incluidos los míos- desgarren mi corazón y me hagan derramar lágrimas, muchas lágrimas por ellos. Si no son lágrimas que brotan de los ojos, por lo menos son lágrimas del corazón. Este olor es oración.

El segundo camino que conduce a la paternidad espiritual es el perdón. Por el perdón constante es como vamos llegando a ser como el Padre. Él perdón es el camino para superar el muro y acoger a los demás en el corazón sin esperar nada a cambio.

El tercer camino para llegar a ser como el Padre es la generosidad. En la parábola, el Padre del hijo que se va no sólo le da todo lo que le pide, sino que le colma de regalos cuando vuelve. Y al hijo mayor le dice: “Todo lo mío es tuyo”. El Padre no se reserva nada. Lo mismo que el Padre se vacía de sí mismo por sus propios hijos, así debo darme a mis hermanos y hermanas. Jesús deja entender a las claras que en esta oblación está el signo del verdadero discípulo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Darse supone una auténtica disciplina, porque no es algo que brota automáticamente. Cada vez que doy un paso en dirección a la generosidad, me muevo del temor al amor.

Como Padre, debo creer que todo lo que el corazón humano desea se puede encontrar en casa. Como Padre, debo tener el valor de asumir la responsabilidad de una persona espiritualmente adulta y creer que el gozo verdadero y la satisfacción plena sólo pueden venir acogiendo en casa a los que han sido ofendidos y heridos en el viaje de su vida y amándolos con un amor que no pide ni espera nada a cambio.

Se da un vacío terrible en esta paternidad espiritual. Pero este vacío terrible es también el lugar de la verdadera libertad. Libre de recibir la carga de los otros, sin necesidad de valorar, clasificar, analizar. En este estado del ser que no se permitiría nunca juzgar, puedo engendrar una confianza liberadora.

*

Henri Nouwen,
L’abbraccio benedicente,
Brescia 1994, 190-199, passim

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“La tragedia de un padre bueno”. 4 Cuaresma – C (Lucas 15,1-3.11-32)

Domingo, 27 de marzo de 2022
Comentarios desactivados en “La tragedia de un padre bueno”. 4 Cuaresma – C (Lucas 15,1-3.11-32)

hijo prodigoExegetas contemporáneos han abierto una nueva vía de lectura de la parábola llamada tradicionalmente del «hijo pródigo», para descubrir en ella la tragedia de un padre que, a pesar de su amor «increíble» por sus hijos, no logra construir una familia unida. Esa sería, según Jesús, la tragedia de Dios.

La actuación del hijo menor es «imperdonable». Da por muerto a su padre y pide la parte de su herencia. De esta manera rompe la solidaridad del hogar, echa por tierra el honor de la familia y pone en peligro su futuro al forzar el reparto de las tierras. Los oyentes debieron de quedar escandalizados al ver que el padre, respetando la sinrazón de su hijo, ponía en riesgo su propio honor y autoridad. ¿Qué clase de padre es este?

Cuando el joven, destruido por el hambre y la humillación, regresa a casa, el padre vuelve a sorprender a todos. «Conmovido» corre a su encuentro y lo besa efusivamente delante de todos. Se olvida de su propia dignidad, le ofrece el perdón antes de que se declare culpable, lo restablece en su honor de hijo, lo protege del rechazo de los vecinos y organiza una fiesta para todos. Por fin podrán vivir en familia de manera digna y dichosa.

Desgraciadamente falta el hijo mayor, un hombre de vida correcta y ordenada, pero de corazón duro y resentido. Al llegar a casa humilla públicamente a su padre, intenta destruir a su hermano y se excluye de la fiesta. En todo caso festejaría algo «con sus amigos», no con su padre y su hermano.

El padre sale también a su encuentro y le revela el deseo más hondo de su corazón de padre: ver a sus hijos sentados a la misma mesa, compartiendo amistosamente un banquete festivo, por encima de enfrentamientos, odios y condenas.

Pueblos enfrentados por la guerra, terrorismos ciegos, políticas insolidarias, religiones de corazón endurecido, países hundidos en el hambre… Nunca compartiremos la Tierra de manera digna y dichosa si no nos miramos con el amor compasivo de Dios. Esta mirada nueva es lo más importante que podemos introducir hoy en el mundo los seguidores de Jesús.

José Antonio Pagola

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“Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. Domingo 27 de marzo de 2022. 4º de Cuaresma

Domingo, 27 de marzo de 2022
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20-cuaresmaC4 cerezoLeído en Koinonia:

Josué 5, 9a. 10-12: El pueblo de Dios celebra la Pascua, después de entrar en la tierra prometida.
Salmo responsorial: 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor.
2Corintios 5, 17-21: Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo.
Lucas 15, 1-3. 11-32: Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.

Análisis

La primera lectura, del libro de Josué, nos presenta un elemento fundamental para la liturgia, que es la celebración de la Pascua en el desierto. El texto presenta una serie de elementos que pueden discutirse desde una perspectiva “histórica”: el nombre Guilgal seguramente no se remite a lo que dice aquí el texto sino a un “círculo” de piedras que puede haber dado origen a un sitio que hoy no conocemos con seguridad (hay diferentes locaciones posibles). Pero no es esto lo importante, sino que algo importante ha terminado. Esto es presentado como “el oprobio” de Egipto. Dado que el término oprobio se usa en Gn 34,17 para hablar de la circuncisión se ha pensado en que se refiere a haber estado bajo el dominio de “incircuncisos”. Esto ha sido cuestionado porque los egipcios se sometían a la circuncisión, pero no es a la “sola circuncisión” que debemos referirnos, no se ha de olvidar que esta es signo de la alianza de Dios con su pueblo (Gn 17,2.11) y ciertamente los egipcios no participan de esta alianza. Por otra parte, el v.9 pertenece de hecho a la unidad anterior (5,1-9) donde la circuncisión es el tema fundamental. Haber estado dominados por un pueblo “incircunciso” constituye un verdadero oprobio, pero el fin del éxodo (que de eso se trata esta unidad) marca también el fin de esta etapa.

No interesa, en este comentario, la parte histórica de notar que todavía no se han unido en la fiesta pascual la comida del cordero y la comida de los panes sin levadura., Esto parece haber ocurrido en tiempos de Josías (622 a.e.c.; 2Re 23,21-23: ¿Josué = Josías?), lo importante es que la celebración no sólo marca la culminación de un período sino el comienzo de uno nuevo, y este período está marcado por la memoria de los acontecimientos salvadores de Dios en el éxodo y el desierto. Es interesante notar la importancia que da esta unidad a los tiempos: “catorce del mes”, “día siguiente”, “ese mismo día”, “al día siguiente”, “aquel año”, un tiempo nuevo ha comenzado, y la celebración de la pascua es signo de ello.

Sabemos el lugar central que da el evangelio de Lucas a la “misericordia”. No vamos a desarrollar un comentario a toda la parábola sino a detenernos en lo fundamental. El movimiento de la parábola es sencillo: presentación de los personajes (vv.11-12), actitud del hijo menor (vv.13-20a), actitud del padre frente al hijo perdido (vv.20b-24), actitud del hijo mayor frente al hijo perdido (vv.25-32). Como se ve, las tres primeras escenas son paralelas a las actitudes del pastor y la mujer ante el objeto perdido, la novedad viene dada por la actitud del hijo mayor. Ciertamente este refleja la actitud de los fariseos y escribas ante los pecadores. No deja de ser interesante el lenguaje de la comida en la parábola, lo que nos recuerda el contexto: “hubo hambre” (v.14), deseaba comer las algarrobas (v.16), los jornaleros del padre “tiene pan en abundancia” (v.17), el padre manda “matar el novillo engordado, comamos y celebremos una fiesta” (v.23), “nunca me diste un cabrito para una fiesta con mis amigos” se queja el mayor (v.29) y aclara “ese hijo tuyo que devoró tus bienes con prostitutas” (v.30); además, en vv.23.24.29.32 utiliza eufrainô que como vimos es festejar en un banquete…

Como se ve, el contraste es entre dos personajes con respecto a una misma situación: el hijo/hermano menor. Como otras parábolas de dos personajes, quizá el título debería reflejar estas dos actitudes más que remitir al “hijo pródigo”.

Por una parte, se ocupa de mostrar qué bajo cayó el hijo menor con una serie de elementos muy críticos para cualquier judío: “país lejano”, “vida libertina/prostitutas”, “pasar necesidad”, “cuidar cerdos”, no le dan ni siquiera algarrobas, que es comida preferentemente de animales (¿las debe robar?), hasta el punto que pretende volver “a su padre” como un asalariado. Hay que prestar atención a palabras como “no merezco” (vv.19.21) y “es bueno/conviene” (v.32), a las que volveremos. Descubriendo su miseria el hijo parte “hacia su padre” (no dice a su casa, aunque se supone “pros”; vv.18.20), el hijo mayor es quien no entra “en la casa” (v.25). El movimiento de partida y regreso del hijo es semejante al perder-encontrar, y más aún a la muerte-resurrección (con este paralelismo termina la intervención del padre y vuelve a repetirse al intervenir el hijo mayor).

El hijo ha preparado un discurso, pero el padre no le permite terminarlo, no se le gana en generosidad e iniciativa: no sólo -contra las costumbres orientales- “corre” al encuentro del hijo al que ve de lejos, sino que le devuelve la filiación que había “perdido”: eso significan el anillo (sello), las sandalias y el mejor vestido, digno de un huésped de honor. La alegría del padre queda reflejada, además, en la fiesta por “este hijo mío”.

El hermano mayor, que viene de cumplir con sus responsabilidades de hijo no quiere ingresar a la casa y participar de la fiesta. Nuevamente el padre sale al encuentro de un hijo y debe escuchar los reproches. El mayor se niega a reconocerlo como hermano (“ese hijo tuyo”) cosa que el padre le recuerda (“tu hermano”). El padre no le niega razón a que el hijo mayor “jamás desobedeció una orden”, es un “siempre fiel”, uno que “está siempre con el padre” y todo lo suyo le pertenece, pero el padre quiere ir más allá de la dinámica de la justicia: el menor “no merece”, pero “es bueno” festejar. La misericordia supone un salir hacia los otros, los pecadores que -por serlo- no merecen, pero el amor es siempre gratuito y va más allá de los merecimientos, mira al caído. Los fariseos y escribas son modelos de grupos “siempre fieles”, pero su negativa a recibir a los hermanos que estaban muertos y vuelven a la vida los puede dejar fuera de la casa y de la fiesta. Los mayores también pueden irse de la casa si no imitan la actitud del padre, o pueden ingresar y festejar si son capaces de recibir a los pecadores y comer con ellos.

Comentario

En nuestra vida cristiana solemos movernos con caricaturas de Dios; sea por lo que creemos, por lo que mostramos, o por lo que nos enseñaron. Sea un Dios bonachón, un cascarrabias eterno que espera nuestra equivocación para quebrarnos, un distraído y olvidado de las cosas de los humanos a los que creó “hace tanto tiempo”, un “padre” autoritario y caprichoso que decide arbitrariamente y no permite discusiones en la realización de su voluntad… ¿Cómo es nuestro Dios?

Es importante saber cómo es el Dios en el que creemos, pero más importante es saber cómo es el Dios en el que creyó Jesús, cómo es el Dios que Él nos reveló. Como siempre, Jesús nos hablaba de Dios no sólo con palabras, sino también con lo que hacía. Haciendo, Jesús nos mostraba al Padre Dios, ¡al verdadero! Hoy Jesús nos cuenta una parábola, una parábola que nos habla de Dios, pero una parábola que nace de una actitud de Jesús, y él nos dice que frente a los hermanos despreciados, podemos obrar de dos maneras diferentes, como Dios -que es también como obra Jesús- o también como los judíos religiosos, los “separados” del resto, los puros.

El pecado es el no-amor-dado, y el amor no-dado, y por eso nos aleja de Dios, que es amor; nos separa de su casa paterna. Pero con su amor, que se sigue derramando, y de un modo preferencial por los pecadores, Dios sigue tendiendo constantemente su mano amiga, a la espera de la vuelta de sus hijos. Nosotros, en una frecuente caricatura de Dios, solemos rechazar, juzgar y condenar a los que creemos pecadores. Nosotros, al igual que Jesús, también mostramos con nuestras actitudes al Dios en el que creemos; pero, a diferencia de Jesús, mostramos un Dios que en nada se asemeja al Eterno Buscador de Hijos Perdidos.

El Jesús que ama y prefiere a los pecadores, y come con ellos, no hace otra cosa que conocer la voluntad del Padre y realizarla concretamente, sus mesas compartidas y sus comidas nos hablan de Dios, ¡claramente! En el comportamiento de Jesús se manifiesta el comportamiento de Dios, Jesús mismo es parábola viviente de Dios: su acción es entonces una revelación. ¿Qué Dios, qué Iglesia, qué ser humano revelamos con nuestra vida? Con frecuencia, como hermanos mayores estamos tan orgullosos de no haber abandonado la casa del padre, que creemos saber más que Él mismo: “Dios es injusto”, para nuestras justicias; Dios es “de poco carácter” para nuestra inmensa sabiduría. Quizá, Dios ya esté viejo, para dedicarse a su tarea y debería jubilarse y dejarnos a nosotros…

Frente a tanta gente que rechaza la Iglesia (“creo en Dios, no en la Iglesia”), a veces decimos “pero Dios sí quiere la Iglesia”. ¿No debemos preguntarnos constantemente qué Iglesia es la que Él quiere? ¿No debemos preguntarnos, en nuestras actitudes, qué Iglesia mostramos? Esta Iglesia, la que yo-nosotros mostramos, ¿es como Dios la quiere? Jesús, con su vida, y hasta con sus comidas, muestra el rostro verdadero de Dios, muestra la comunidad de mesa en la que él participa; hasta comiendo Él revela al verdadero Dios. Quizá debamos, de una vez, dejar nuestra actitud de hijo mayor, y ya que nos sale tan mal el papel de Dios, debamos asumir el papel de hijo menor; debemos volver a Dios para llenarlo de alegría, para participar de su fiesta; y, participando de su alegría, empecemos a mostrar el rostro de la misericordia de este Dios de puertas abiertas.

La misma cena eucarística es expresión de la universalidad del amor de Dios: es comida para el perdón de los pecados. El Dios de la misericordia, no quiere excluir a nadie de su mesa; es más, quiere invitar especialmente a todos aquellos que son excluidos de las mesas de los hombres por su situación social, por su pobreza, por su sexo o por cualquier otro motivo; y va más allá, no ve con buenos ojos que crean participar de su cena quienes no esperan a sus hermanos excluidos de la mesa por ser pobres. El Dios que no hace distinción de personas, ama dilectamente a los menos amados. Sin embargo, muchas veces tomamos la actitud del hermano mayor. ¿Cuándo nos sentaremos en la mesa de los pobres, y abandonaremos nuestra tradicional postura soberbia y sectaria de “buenos cristianos”? ¿Cuándo nos decidiremos a participar de la fiesta de Dios reconociéndonos hermanos de los rechazados y despreciados? Jesús nos invita a su comida, una comida en la que mostramos -como en una parábola- cómo es el Dios, como es la fraternidad en la que creemos. Y nos mostraremos cómo somos hermanos, cómo somos hijos en la medida de participar de la alegría del padre y del reencuentro de los hermanos. Leer más…

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Dom 27.3.22. Un padre tenía dos hijos… El tema es hacernos hermanos (Lc 15)

Domingo, 27 de marzo de 2022
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A193B74B-8D88-4921-BF5F-288D4B61BB8FDel blog de Xabier Pikaza:

Un hijo único no es Hijo; solo somos hijos aprendiendo a ser hermanos. Así empieza la historia  de la Biblia (Gen 4: Caín y Abel). Así empezó a contarla  Jesús (Lc 15).

Por lógica de “mando”, uno asesina (expulsa) al otro: somos supervivientes de una historia de sangre y expulsiones. Hemos mal-vivido hasta hoy (2022), pero moriremos todos, si no cambiamos.

Ésta es la historia del mal llamada pródigo, porque al final todo depende del hermano “grande”, a la puerta de casa discutiendo con el padre, a quien acusa diciendo que el otro ha malgastado su fortuna con “malas mujeres”.

Esta historia no es todo lo que hay, pues falta la madre y las demás mujeres (madres, hermanas, amigas…), pero en sus tres figuras (padre y dos hermanos) se condensa casi todo lo que existe , como muestran dos cuadros famosos, uno de Ribera, otro de Rembrandt.  

Jesús enfocó esta historia como judío del siglo I. Nosotros debemos contarla y vivirla desde nuestro tiempo y circunstancia. Jesús dejó la solución abierta, para que nosotros respondamos, “nos solucionemos”.  A todos buen domingo IV de Cuaresma.         

Un hombre tenía dos hijos… (Lc 15, 1-3. 11-32).

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ése acoge a los pecadores y come con ellos.” Jesús les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna .”El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. “Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. “Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contesto: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.” El padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

Empezando por Caín y Abel (Gen 4)

 Toda la humanidad son dos hermanos “queridos” y enfrentados, de manera que uno “resuelve” su problema matando al otro. Así cuentan muchos mitos o relatos, como saben los grandes pensadores, de Agustín a Hegel, de Marx a Freud y al papa Francisco.

Ésta es una historia que muchos siguen desfigurando, una historia que algunos siguen viendo calcada en la guerra de Rusia y Ucrania. No sé si Ucrania es el hermano pequeño”, pero es claro que un tipo de Rusia está haciendo de hermano mayor prepotente.

Un hombre tenía dos hijos empieza diciendo la parábola (Lc 15, 11), hijos bien muy amados, pero enfrentados a muerte. No se necesita decir más para evocar y plantear la suerte de los hombres, que han sido falsificada por lectores muy “piadositos” que se fijan sólo en dos personas (hijo pródigo y padre), olvidando que el tema clave son las relaciones entre los dos hermanos, uno que quiere ser dueño de toda la casa del mundo y el otro que ha buscado el pan de unas mujeres a las que la mayor llama “malas”, para terminar luchando por el pan de las algarrobas con cerdos.

          Ésta es sin duda una parábola del hijo pródigo y el padre, pero su tema central es la relación de los hermanos, con el surgimiento de una iglesia de pródigos:

Es importante la relación del padre con el pródigo, que aparece como “pecador”, pues abandona la casa con su herencia, a “comerse” el mundo, pero fracasa (gasta todo con mujeres “malas”) y debe trabajar guardando cerdos que comen lo que a él se le prohíbe. Por eso vuelve “arrepentido”, pidiéndole a su padre que le admita como jornalero, sólo por comida; pero el padre le acoge como hijo, dándole otra vez la casa entera, con vestido nuevo y anillo de firmar (=firma autorizada), con ternero cebado, música y fiesta de hombres y mujeres que bailan (Lc 15, 22‒25).

‒ Más importante y trabajosa es la relación del padre con el hijo mayor(=agrande), que se enoja por la vuelta del pródigo y no quiere entrar en casa, sin que, al parecer, el padre logre convencerle de que venga y se avenga con su hermano. Con toda su lógica, ese hermano “grande” (fariseo, jurista y sacerdote: 15, 1‒2) se irrita al ver que el padre festeja al retornado, y obrando así demuestra que no tiene alma de hermano, ni parecido con su padre, sino que es un avaro envidioso y “cumplidor”, guardando toda la fortuna para sí, sin acoger al pródigo, su hermano.

Pero la relación decisiva es la de los dos hermanos, como en la historia de Caín y Abel, donde se decía que no caben los dos en la ancha tierra, de forma que, para sentirse seguro, uno (Caín) tuvo que matar al otro. Una sombra de muerte como la de Caín planea también sobre nuestra parábola, que debe compararse con otra, la de los viñadores homicidas (Lc 20, 9‒20) que se sienten “grandes” y para quedarse con la herencia, expulsan de su finca y matan al hijo del padre (al pródigo). Ciertamente, el pródigo no viene a matar, sino a comer; y además viene a su casa, como los pobres del mundo que llaman a la iglesia o a la puerta de las sociedades ricas, que deben ser también su casa, pues el mundo ha de ser hogar para todos.

Según la parábola, el problema no es el pródigo, sino el “grande”, que se cree dueño de la casa, y discute a su puerta con el padre; ese podría matar, y (apelando a su justicia, de forma legal) matará de hecho al pródigo al que el padre ha introducido en su casa, como en la parábola de los viñadores, que anuncia la muerte de Jesús, el pródigo (Lc 22‒23).     Lo supo A. Machado cuando decía: “por este trozo de planeta (campos de Castilla) cruza errante la sombre de Caín”.    Esa sombra de muerte cruza también por la parábola: La muerte de Jesús y de sus pródigos, aunque a veces lo olvidamos e interpretamos todo de un modo intimista, como si no se tratara de la iglesia. En contra de eso quiero mostrar que esta parábola trata no sólo de una iglesia que ha de abrirse desde los pródigos a todos, sino también del riesgo de muerte en que se encuentran cientos de millones de pródigos, y también de aquellos que no quieren recibirles, pues, a la larga también ellos, los grandes de iglesia, acabarán muriendo si no comparten la vida con los pródigos.

Una parábola difícil, a contra-corriente

                   Así la contaba un colega la Universidad de Salamanca: “A vosotros, hombres de Iglesia, os pasa lo mismo. Os emocionáis, hablando de lo mucho que Dios quiere a los pródigos… pero después les echáis de la iglesia, no dejáis que sea una fiesta para ellos.

         “Los grandes de la iglesia habéis corregido de plana a Jesús, y os habéis han apoderado de la casa del padre, no dejando entrar a pródigos y prostitutas, emigrantes, posesos, enfermos y pobres…   Leéis la primera parte, donde se dice que Dios perdona a los pródigos, pero no la segunda, donde Jesús pide al hermano mayor que acusa al pequeño, acusándole  de haber gastado todo con malas mujeres.

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Cuatro historias de padres e hijos. Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo C.

Domingo, 27 de marzo de 2022
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HIJO-PRÓDIGO5_thumb1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado, a propósito de la conversión, Jesús contaba cómo un viñador intenta salvar a la higuera infructuosa pidiendo un año de plazo al propietario. Nosotros debíamos identificarnos con la higuera y agradecer los esfuerzos del viñador por impedir que nos cortasen. El evangelio de este domingo sigue centrado en la conversión, pero con un enfoque muy distinto: el propietario se convierte en padre, y no tiene una higuera sino dos hijos. Conociendo la historia de la parábola y teniendo en cuenta la lectura de la carta de Pablo podemos hablar de cuatro padres y distintos hijos.

  1. El hijo rebelde y el padre irascible que perdona (Oseas)

            La idea de presentar las relaciones entre Dios y el pueblo de Israel como las de un padre con su hijo se le ocurrió por vez primera, que sepamos, al profeta Oseas en el siglo VIII a.C. En uno de sus poemas presenta a Dios como un padre totalmente entregado a su hijo: le enseña a andar, lo lleva en brazos, se inclina para darle de comer; pasando de la metáfora a la realidad, cuando era niño lo liberó de la esclavitud de Egipto. Pero la reacción de Israel, el hijo, no es la que cabía esperar: cuanto más lo llama su padre, más se aleja de él; prefiere la compañía de los dioses cananeos, los baales. De acuerdo con la ley, un hijo rebelde, que no respeta a su padre ni a su madre, debe ser juzgado y apedreado. Dios se plantea castigar a su hijo de otro modo: devolviéndolo a Egipto, a la esclavitud. Pero no puede. “¿Cómo podré dejarte, Efraín, entregarte a ti, Israel? Me da un vuelco el corazón, se me conmueven las entrañas. No ejecutaré mi condena, no te volveré a destruir, que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo devastador” (Oseas 11,1-9).

            El hijo que presenta Oseas se parece bastante al de la parábola de Lucas: los dos se alejan de su padre, aunque por motivos muy distintos: el de Oseas para practicar cultos paganos, el de Lucas para vivir como un libertino.

         Mayor diferencia hay entre los padres. El de Oseas reacciona dejándose llevar por la indignación y el deseo de castigar, como le ocurriría a la mayoría de los padres. Si no lo hace es “porque soy Dios, y no hombre”, y lo típico de Dios es perdonar. Lucas no dice qué siente el padre cuando el hijo le comunica que ha decidido irse de casa y le pide su parte de la herencia; se la da sin poner objeción, ni siquiera le dirige un discurso lleno de buenos consejos.

  1. El hijo arrepentido y el padre que lo acoge (Jeremías)

            La gran diferencia entre Oseas y Lucas radica en el final de la historia: Oseas no dice cómo termina, aunque se supone que bien. Lucas se detiene en contar el cambio de fortuna del hijo: arruinado y malviviendo de porquerizo, se le ocurre una solución: volver a su padre, pedirle perdón y trabajo. En cambio, no sabemos qué pasa por la mente del padre durante esos años. Lucas se centra en su reacción final: lo divisó a lo lejos, se enterneció, corrió, se le echó al cuello, lo besó. Cuando el hijo confiesa su pecado, no le impone penitencia ni le da buenos consejos. Parece que ni siquiera le escucha, preocupado por dar órdenes a los criados para que organicen un gran banquete y una fiesta.

            ¿Cómo se le ocurrió a Lucas hablar de la conversión del hijo? Oseas no dice nada de ello, pero sí lo dice Jeremías. A este profeta de finales del siglo VII a.C. le gustaban mucho los poemas de Oseas y a veces los adaptaba en su predicación. Para entonces, el Reino Norte ha sufrido el terrible castigo de los asirios. El pueblo piensa que el perdón anunciado por Oseas no se ha cumplido, pero no por culpa de Dios, sino por culpa de sus pecados. Y le pide: “Vuélveme y me volveré, que tú eres mi Señor, mi Dios; si me alejé, después me arrepentí, y al comprenderlo me di golpes de pecho; me sentía corrido y avergonzado de soportar el oprobio de mi juventud”. Y Dios responde: “Si es mi hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto. Cada vez que le reprendo me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión” (Jeremías 31,18-28). En estas palabras, que reflejan el arrepentimiento del pueblo y su confesión de los pecados, se basa la reacción del hijo en Lucas.

  1. El padre con dos hijos muy distintos (evangelio)

            Sin embargo, cuando leemos lo que precede a la parábola, advertimos que el problema no es de Dios sino de ciertos hombres. A Dios no le cuesta perdonar, pero hay personas que no quieren que perdone. Condenan a Jesús porque trata con recaudadores de impuestos y prostitutas y come con ellos.

            Entonces Lucas saca un as de la manga y depara la mayor sorpresa. Introduce en la parábola un nuevo personaje que no estaba en Oseas ni Jeremías: un hermano mayor, que nunca ha abandonado a su padre y ha sido modelo de buena conducta. Representa a los escribas y fariseos, a los buenos. Y se permite dirigirse a su padre como ellos se dirigen a Jesús: con insolencia, reprochándole su conducta.

            El padre responde con suavidad, haciéndole caer en la cuenta de que ese a quien condena es hermano suyo. “Estaba muerto y ha revivido. Estaba perdido y ha sido encontrado”.

            ¿Sirve de algo esta instrucción? La mayoría de los escribas y fariseos responderían: “Bien muerto estaba, ¡qué pena que haya vuelto!” Y no podríamos condenar su reacción porque sería la de la mayoría de nosotros ante las personas que no se comportan como nosotros consideramos adecuado. El mundo sería mucho mejor sin ladrones, asesinos, terroristas, adúlteros, abortistas, gays, lesbianas, transexuales, bisexuales, banqueros, políticos… y cada cual puede completar la lista según sus gustos e ideología.

            La diferencia entre el padre y el hermano mayor es que el hermano mayor solo se fija en la conducta de su hermano pequeño: “se ha comido tu fortuna con prostitutas”. En cambio, el padre se fija en lo profundo: “este hermano tuyo”. Cuando Jesús come con publicanos y pecadores no los ve como personas de mala conducta, los ve como hijos de Dios y hermanos suyos. Pero esto es muy difícil. Para llegar ahí hace falta mucha fe y mucho amor.

  1. El padre con un hijo y multitud de adoptados (2ª lectura)

            Lo que dice Pablo a los corintios permite proponer una historia en línea con lo anterior. Este padre tiene un hijo y una multitud de adoptados que dejan mucho que desear. Pero no se queda en la casa esperando que vuelvan. Les manda a su hijo para que intente traerlos de vuelta. No debe portarse como el hermano mayor de la parábola, no debe reprocharles nada ni “pedirles cuenta de sus pecados”. Sin embargo, para conseguir convencerlos, deberá morir, cosa que acepta gustoso. ¿Cómo termina la historia? “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. De nosotros depende. Podemos seguir lejos o volver a nuestro padre.

Nota sobre la 1ª lectura

            La primera lectura de los domingos de Cuaresma recoge momentos capitales de la Historia de la Salvación. Después de Abraham (2º domingo) y Moisés (3º), se recuerda el momento en que el pueblo celebra por primera vez la Pascua desde que salió de Egipto y goza de los frutos de la Tierra Prometida.

LOS TEXTOS DE LA LITURGIA

Lectura del libro de Josué 5, 9a. 10-12

En aquellos días, el Señor dijo a Josué: «Hoy os he despojado del oprobio de Egipto». Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 17-21

Hermanos: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo reconciliando consigo y nos encargó el ministerio de reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios.

Lectura del evangelio según san Lucas 15,1-3. 11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publícanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Ése acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola:

-Un hombre tenía dos hijos; el menos de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado». Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: «Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud». Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y el replicó a su padre: «Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado».

El padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado».

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IV Domingo de Cuaresma. 27 marzo, 2022

Domingo, 27 de marzo de 2022
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“Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos.”

(Lc 15, 1-3.11-32)

Estamos ya en plena Cuaresma, y hoy se nos muestra cómo es el amor de Dios.

Es algo bastante común tener roces con quienes quieres, en la familia, en la comunidad… El hijo pequeño de la parábola quiere romper definitivamente con su familia. Pedir su parte de la herencia era querer olvidarse de su padre y de la vida a su lado. No nos resulta muy lejana esa sensación de querer decir ¡basta! Algo que sorprende de esta historia es que el padre le da lo que le pide. A pesar de estar demandando una barbaridad, él acepta.

Pero las cosas no van bien para quien se ha marchado y prefiere humillarse ante su familia antes que morirse de hambre, y vuelve cabizbajo… “Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos”. ¡Qué maravilla de escena! Es tan fácil cerrar los ojos y ver al padre, anciano, corriendo, abrazando y besando a su pequeño… Así es el amor de Dios: sin límites, sin condiciones, sin letra pequeña. ¡Una pasada! Ojalá vivamos este amor, no como una teoría, una cosa que nos han contado, sino como una experiencia que nos transforma la vida. Que nos sintamos vestidas con los mejores trajes, con anillo y sandalias nuevas, y que celebremos la fiesta de la vida.

Pero la parábola no termina ahí. También a veces podemos no saber ver ese amor de Dios. Quizás por costumbre, porque no pasa nada nuevo, nos olvidamos que la vida junto a Dios es siempre motivo de gozo, de acción de gracias. La historia queda abierta. Siempre tenemos la libertad de elección. Dios nos quiere libres.

Oración

Gracias Señor, por tu amor. Gracias por estar siempre dispuesto a acogernos, incondicionalmente.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Nuestra meta es llegar a ser el Padre..

Domingo, 27 de marzo de 2022
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Hijo-Pródigo-J.-J.-Tissot

DOMINGO 4º DE CUARESMA (C)

Lc 15,11-32

La liturgia propone este relato, con la intención de que nos identifiquemos con el hijo menor. Pretende que tomemos conciencia de nuestros pecados y nos convirtamos. Es una propuesta insuficiente. La parábola no va dirigida a los pecadores, sino a los fariseos que murmuraban de Jesús que acogía a los pecadores. Se trata de un relato ancestral presente en muchas culturas. Se trata de tres arquetipos del subconsciente colectivo, realidades escondidas en todo ser humano. Es un prodigio de conocimiento psicológico y experiencia religiosa. Los tres personajes represen­tan distintos aspectos de nosotros mismos.

La comprensión de esta parábola ha sido para mí una iluminación. He visto reflejado en ella de manera sublime todo lo que debemos aprender sobre el falso yo y nuestro verdadero ser. Pero también he descubierto la necesidad de interpretar la parábola, no desde la perspectiva de un Dios externo a nosotros sino desde la perspectiva de un Dios que se revela dentro de nosotros. Yo mismo tengo que ser el Padre que tiene que perdonar, acoger e integrar todo lo que hay en mí de imperfecto y engañoso. Ser verdadero hijo no es vivir sometido al padre o renegando y alejándose de él, sino llegar a identificarse en él.

El padre es nuestro verdadero ser, nuestra naturale­za esencial, lo divino que hay en nosotros. Es la realidad que tenemos que descubrir en lo hondo de nuestro ser y de la que tanto hemos hablado últimamente. No hace referencia a un Dios que nos ama desde fuera, sino a lo que hay de Dios en nosotros, formando parte de nosotros mismos. Esa verdadera realidad que somos está siempre esperando abrazar todo lo que hay en nosotros. Es el fuego del amor que espera fundir todo el hielo que hay en nosotros. Esa realidad fundante nunca lucha contra nada sino que lo intenta abarcar e integrar todo en ella misma.

El hijo menor simboliza nuestra naturaleza egocéntrica y narcisista que nos domina mientras no descubramos lo que realmente somos. Es la ola que se siente capaz de vivir sin el océano, porque lo considera una cárcel. Quiere seguir siendo “yo“. Opone resistencia a todo lo que no es ella y cree que lo que no es ella la puede aniquilar. De ahí, tarde o temprano, surge la inseguridad. Tiene que retornar a su verdadero ser, porque lo que alcanza por otro camino nunca podrá satisfacerle. Ser hijo menor es un trago inevitable.

El hijo mayor representa también nuestro “ego”, pero un yo que ya ha experimentado su verdadero ser; aunque no se ha identificado todavía con él. Vive al lado de su naturaleza esencial (el Padre), pero sigue apegado aún a su naturaleza egocéntri­ca. De ahí que permanezca en la dualidad que le parte por medio. Sigue creyendo que la individualidad es imprescindible y no puede aceptar el verdadero ser de los demás, porque no se ha identificado con su verdadero ser. El “yo” y el “ser verdadero” aún siguen separados.

El Padre que ya ha descubierto y acepta en el exterior, lo tendrá que descubrir en su interior y en los demás (el hermano). El aparente buen comportamiento está motivado por el miedo a perder al Padre externo. No es ninguna virtud sino una manifestación más de su egoísmo y falta de seguridad en sí mismo. Le falta dar el último paso de desprendimiento del ego e identificarse con lo que hay de divino en él, con el Padre. Todos tenemos que dejar de ser “hermano menor”, y “hermano mayor”, para convertirnos finalmente en “Padre”.

La insistencia maniquea de nuestra religión en el pecado, nos ha hecho interpretar la parábola de una manera unilateral. Es un error llamar a este relato la parábola del “hijo pródigo”. No va dirigida a los pecadores para que se arrepientan, sino a los fariseos para que cambien su idea de Dios. Se trata de defender la postura de Jesús para con los publicanos y pecadores, que manifiesta lo que es Dios para todos, seamos “buenos” o “malos”. En la manera de actuar con los dos hijos, el Padre hace presente a Dios.

La parábola parece dirigida a los pecadores. Da por supuesto que todos tenemos mucho de hijo menor, que es el malo. El mayor no sale mejor parado y debía de ser objeto de mayor atención. Es relativamente fácil sentirse hijo pródigo y tomar conciencia de haber dilapidado un capital que se nos ha entregado sin merecerlo. Es fácil tomar conciencia de que hemos renunciado al padre y hemos deseado que estuviera muerto para heredar. Todo para potenciar nuestro egoísmo, para satisfa­cer nuestro hedonismo a costa de lo que se nos había entregado con amor. La desesperada situación facilita la toma de conciencia.

Es más difícil descubrir en nosotros al hermano mayor y sin embargo todos tenemos más rasgos de éste que del menor. No entendemos el perdón del Padre, nos irrita que otras personas, que se han portado mal, sean tan queridas como nosotros. No percibimos que rechazar al hermano es rechazar al Padre. No solo no nos sentimos identificados con el Padre, sino que intentamos que el Padre se identifique con nosotros; cosa que no le pasa por la cabeza al hermano menor. Tampoco descubrimos que tenemos que regresar al Padre. Por eso la parábola deja en un suspense la respuesta del hermano mayor.

El padre espera a uno con paciencia durante mucho tiempo, sin dejar de amarle en ningún momento; pero también sale a convencer al otro de que debe entrar y debe alegrarse; demuestra así, en contra de lo que piensa y espera el hermano mayor, que su amor es idéntico para uno y para otro. El Padre espera y confía que los dos se den cuenta de su amor incondicional. Ese amor debía ser el motivo de alegría para uno y para otro.

Aspirar a ser Padre no supone el ignorar nuestra condición de hermano menor y mayor; hay que aceptarlo. Debemos intentar superarlo, pero mientras ese momento llega, hay que sobrellevarlo descubriendo el amor incondicional del Padre. Cada hermano que hay en nosotros debe ser objeto del mismo amor. La parábola no nos pide una perfección absoluta, sino que nos demos cuenta de que nos queda un largo camino por recorrer. Pretende ponernos en el camino de la superación de todo egoísmo e individualismo.

El descubrimiento de que somos el hermano menor y, a la vez, el hermano mayor, nos tiene que hacer ver el objetivo de la parábola, que es llevarnos al Padre. Todos estamos llamados a dejar de ser hermanos e identificarnos con el Padre como Jesús. (“Yo y el Padre somos Uno”). Nuestra maduración tiene que encaminarse a reproducir en nosotros al Padre. No se trata de imitarle. No hay por ahí fuera alguien a quien imitar. Yo tengo que convertirme en Padre. Dios necesita de mí para existir y hacerse presente entre los seres humanos.

Permanecer alejados de nuestro verdadero ser es impedir que Dios exista para mí. Si seguimos necesitando al Dios de fuera, (como el hermano mayor) es que no nos hemos enterado de lo que somos. Pero vivir junto a Dios sin conocerlo es hacer de Él un ídolo y alejarse también de la meta. Lo malo de esta opción es que seguiremos creyendo que caminamos en la verdadera dirección, lo que hace mucho más difícil que podamos rectificar.

Meditación

Yo y el Padre somos UNO.
Tú también eres UNO con Dios, pero todavía no te has enterado.
Si lo descubres, esa frase saldrá de lo más hondo de tu ser.
Descubre lo que hay en ti de hermano menor:
No tienes que imitar a alguien que está “en los cielos”
sino ser lo que eres en lo más hondo de tu ser.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La índole de Dios.

Domingo, 27 de marzo de 2022
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Lc 15, 11-32

«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente».

Si queréis imaginar a Dios —nos dice el evangelio de hoy—, pensad en un padre abrazando al sinvergüenza de su hijo que ha vuelto a casa lleno de miseria después de dilapidar la mitad de su hacienda (la hacienda del padre, claro)…

Y lo primero que cabe resaltar es la genialidad de Jesús, que con una simple parábola es capaz de mostrarnos la índole de Dios, el corazón de Abbá, y de paso anunciar la mejor noticia que el ser humano haya podido recibir. Recuerdo haberle oído decir a Ruiz de Galarreta: «Si el hijo que vuelve fuese admitido en casa como peón, por pura bondad, podríamos hablar de un padre justo y misericordioso, pero el padre de la parábola es mucho más que eso y le restituye a la condición de hijo»

Cabe también destacar el carácter paradójico de la parábola, porque el protagonista —un paterfamilias obligado a velar por la buena marcha de su heredad—, en lugar de ceñirse a su papel, adopta el papel de madre; es decir, manda al traste la hacienda y su dignidad por el amor incondicional que siente por su hijo.

Esta actitud del padre resulta especialmente desconcertante para los cristianos que concebimos a Dios en clave patriarcal, sin caer en la cuenta del serio inconveniente que ello supone para entender la esencia evangélica. Como dice Erich Fromm en su libro “El arte de amar”, el amor de una madre es incondicional, mientras que el amor del padre hay que ganarlo y se puede perder.

Cuando la religión tiene un carácter matriarcal, Dios se caracteriza por profesar un amor incondicional e igual para todos. El creyente sabe que su Madre no le quiere por ser justo, sino por ser hijo, y que aunque haya pecado, le amará y no amará a otro más que a él. Este amor propicia lo que ocurre entre la madre y el hijo, es decir, que el amor a Dios, y el amor de Dios hacia él, son inseparables.

En las religiones con acento patriarcal ocurre que el Padre tiene exigencias, establece principios y leyes, supedita su amor a la obediencia, tiene predilección por los más obedientes y capacitados, y las cosas se complican… Nada que ver con el protagonista del texto de hoy.

Pero esta parábola tiene otra cumbre que no tiene desperdicio, y es la conversación del padre con el hijo mayor exhortándole a trascender el mundo de la justicia fría y abrazar los dictados del corazón. Aparte del fondo del mensaje, llama la atención la sutileza del diálogo entre ellos. El hijo mayor le dice: «…y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas»… y el padre le contesta: «…porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado».

La buena noticia es que Jesús nos ha mostrado cómo es Dios para nosotros, y resulta que es mucho mejor que lo que nadie había sido capaz de imaginar.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.

Domingo, 27 de marzo de 2022
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HIJO-PRODIGO

DOMINGO 4º CUARESMA (C)

Lc 15,1-3.11.32

La forma como el hombre ha construido las relaciones sociales, los graves obstáculos que han sufrido todos los pueblos y generaciones, la dificultad que entraña percibir alguna luz que dé sentido a nuestra vida, la torpeza de nuestro ser para intuir realidades tan importantes como lo Divino, el prójimo y nosotros mismos, nos sugiere la imagen de que somos ciegos de nacimiento.

El problema es que el ser humano no se reconoce como tal, sino que se auto-convence de su perfecta visión del mundo y de cuanto le rodea, de su creencia de estar en posesión de la verdad, su verdad. Sin contrastar, sin verificar, sin dejarse persuadir por nada ni nadie. Han surgido así un sinfín de valores, criterios, actitudes y estructuras construidas por cegatos o miopes al servicio de nuestra oscuridad para estar a gusto.

De ahí que este mundo esté expuesto a graves errores resultado de ese auto-engaño. Lo cual nos obliga a estancarnos en nuestras ideas o movernos entre sombras con rumbo incierto para no equivocarnos en cada encrucijada.

Sin embargo, la experiencia cristiana nos habla de una Luz que es capaz de alumbrar los rincones más oscuros de nuestra alma, una visión nueva y más profunda de desentrañar la realidad que nos la ofrece Dios por medio de Jesucristo. Él es la luz que ilumina los ojos cegatos de los hombres, las gafas correctoras de nuestras deformadas visiones de lo real.

La segunda carta a los Corintios nos recuerda que la fe en Cristo lleva consigo una actitud abierta a lo nuevo, no a lo que nosotros creemos ver. Dios se va revelando a través de la Historia en los acontecimientos nuevos de cada día. Por eso, nuestra fe es una fe en el Abbá nuestro de cada día. “Lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar”. ¿Lo llevamos a la práctica?

En ese empeño nos esforzamos. A pesar de esos ciegos ególatras que poseen el poder, el dinero y el desprecio más absoluto hacia los seres humanos. Porque el mal se presenta en cualquier ocasión y es tentación de muchos y el bien, afortunadamente, sigue haciéndose presente en las nuevas miradas y en las conciencias de hombres y mujeres de buen corazón.

La parábola del hijo pródigo viene a ser, como apuntaba más arriba, la del hijo creído, cegato y torpe. Los cristianos nos hemos creído creyentes de primera clase. Y también la Iglesia, que sigue menospreciando a los laicos, hombres y mujeres, a aquellos que son diferentes, a los hermanos de otras religiones, a los no creyentes. ¿Ha seguido a lo largo de la historia el evangelio de Jesús?

El evangelio del Padre-Madre buenos nos brinda la posibilidad de acercarnos al texto a través de sus personajes y transformar las visiones deformadas. El hijo menor aparece como exigente, interesado, derrochador, juerguista. En sus correrías pasa de ser hijo a porquero, al pasar hambre se da cuenta de su propia degradación e indignidad, es el punto de inflexión para volver a su casa. El hijo mayor es obediente, trabajador pero servil, no valora todo lo que tiene ante sí. La vuelta del hermano y la reacción del padre le indignan; una cierta envidia le corroe, nunca ha celebrado ninguna fiesta con sus amigos; se diría que se ha cansado de ser sumiso a pesar de que el padre trata de persuadirle para que entre en la fiesta y ocupe el lugar de hijo y de hermano que le corresponde. En realidad los dos hijos hacen sus cálculos interesados con un criterio de reparto distributivo. El padre manifiesta en todo momento su bondad, su compasión y su perdón. Permanece siempre alerta esperando el regreso del hijo y sale al encuentro de cualquier hijo/a extraviado o equivocado. Lo abraza fuertemente, le besa, se le conmueven las entrañas por su hijo, un gesto íntimo, profundo, de compasión y de alegría. Su palabra de autoridad le devuelve su filiación: traje, anillo, sandalias y banquete como símbolo de comunión. No hay tiempo que perder. La queja del hijo mayor se disuelve ante la alegría del reencuentro. “Hijo, si tú estás siempre conmigo  y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a vivir, se había perdido y lo hemos encontrado”. El padre se sitúa en otro nivel de bondad, de perdón, de gozo.

El retorno del hijo pródigo, de Rembrandt, nos ayuda a comprender que esta parábola es también nuestra historia. Cada uno de nosotros somos ese hijo/a. Hemos experimentado como personas el dolor de las equivocaciones, las incoherencias, las falsedades, las conductas mezquinas que provocan dolor y sufrimiento en nuestro mundo. También sabemos de la ausencia y del alejamiento de Dios en lo personal. Jesús nos muestra que el corazón de Abbá-Dios está inquieto y preocupado por encontrarnos. Sólo Él/Ella puede desenmascarar nuestro autoengaño y nuestro egocentrismo. Las falsas imágenes de un Dios varón autoritario, distante y legalista, Jesús nos invita a contemplarlo en aquel padre o madre (una mano masculina y otra femenina en el cuadro) que sale corriendo a nuestro encuentro por propia iniciativa, desconcertante e inimaginable, en el diálogo que entabla con cada ser humano; con su abrazo estrecha todos nuestros errores, acoge nuestras heridas, envolviéndonos en una mirada que lo perdona y lo olvida todo. Pronuncia nuestro nombre y nos conduce a la mesa en la que hay sitio para todos. Y aprendemos[1] que la extraña conducta de Jesús de acoger a los alejados y perdidos era fiel reflejo de lo que él veía hacer al Padre tratando de convencernos de hasta qué punto nos quiere Dios y debemos amarnos nosotros.

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

[1] D. Aleixandre, Contar a Jesús, 156-158

Fuente Fe Adulta

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Fariseísmo: La religión del “hermano mayor”

Domingo, 27 de marzo de 2022
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Fariseo.1-640x480Domingo IV de Cuaresma

27 marzo 2022

Lc 15, 1-3.11-32

En esta parábola cargada de sabiduría, con la que probablemente buscaba denunciar los ataques de que era objeto por parte de los fariseos y los sacerdotes del Templo, Jesús señala tres posibles actitudes humanas.

El “hijo menor” representa la ignorancia y la ansiedad de quien cree que la felicidad o plenitud es algo que se halla fuera. Lo cual le lleva a emprender una carrera que culminaría en la frustración más absoluta, hasta que comprende que la felicidad está en “casa” (la “casa”, como imagen de nuestra verdadera identidad).

El “hijo mayor”, por su parte, es símbolo de las personas religiosas que presumen de serlo. En realidad, presume de sus “méritos”, en una actitud de orgullo religioso, caracterizada por la “falsa obediencia”, la exigencia y el perfeccionismo, en un cumplimiento estricto de la ley o la norma. Todo ello genera una religión mercantilista (“do ut des”: te doy para que me des), que exige recompensa.

Es, por tanto, la imagen del ego que se apropia de la religión en beneficio propio. No vive, porque su afán es “cumplir”. Desconoce la riqueza de lo que podría vivir, porque coloca toda su energía en “hacer méritos”.

Sin embargo, tanta exigencia forzosamente había de pasar factura. Esta es doble: Por una parte, le lleva a caer en una especie de complejo de superioridad moral, que le hace creerse mejor que los demás y con derecho a juzgar y condenar al hermano que se había marchado de “casa”. Por otra, al ver frustrada la recompensa de la que se creía merecedor, trasmuta su alienación anterior a la norma en resentimiento envenenado.

Finalmente, la tercera actitud es la representada en la figura del “padre”, que da libertad (al hijo mejor que decide marcharse y al hijo mayor que se niega a entrar en la fiesta); es compasión, sin reproche (ante el hijo que regresa y ante el otro que lo increpa); es gratuidad y desbordamiento de amor (que llega a decir: “Todo lo mío es tuyo”).

Sin duda, en cada uno de nosotros conviven esas tres actitudes.

¿Cuál de ellas alimento?

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El Dios de Jesús es Padre bueno, solamente bueno, bueno con todos y bueno siempre, (y más cuando todo está perdido).

Domingo, 27 de marzo de 2022
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CCF4454C-E592-4776-84E8-3BBE8F89E80CDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

El capítulo 15 del evangelio de San Lucas nos habla de las situaciones en la vida en las que todo está perdido:

  • Lc 15,1-7: la oveja perdida.
  • Lc 15, 8-10 la moneda (el dracma) perdida.
  • Lc 15, 11-32 el hijo perdido

Cuando todo nos parece que está perdido, nos aguarda siempre Dios Padre.

    Estas parábolas nos dicen con claridad quién y cómo es el Dios de JesuCristo.

    La parábola del padre y los dos hijos comienza con el hijo menor y termina con el hijo mayor. El hijo menor tiene una idea de un Padre de misericordia, el hijo mayor tiene una imagen de un Padre del deber. El hijo menor confía en la bondad del Padre, el hijo menor confía en el cumplimiento de la religión.

  • Un hombre tenía dos hijos:

Tal hombre no es otro que Dios PADRE.

Nuestra imagen de Dios es muchas veces la de un justiciero más que la de un Padre bueno. Somos cristianos no tanto cuando cumplimos, sino cuando nos sentimos queridos y perdonados por Dios y por los demás

No es cristiano tener pánico a Dios, que nos ama a los pecadores sin condiciones.

El pecador no es un reo para Dios, sino un hijo.

  • El hijo menor exige su parte de la herencia y se marcha lejos de casa, dilapidó la vida hasta llegar a situaciones de muerte.

En nuestra vida también hemos podido alejarnos de los demás, de la familia, de nosotros mismos…

Gastamos y dilapidamos la salud, el dinero, las energías, los talentos, tiempo…, incluso hemos podido llegar a situaciones de muerte.

  • Comenzó a sentir necesidad.

La necesidad es una profunda nostalgia de Dios. No es mala cosa tener añoranza de bien, de felicidad, de verdad, de acogida en la casa del Padre… La nostalgia es como la fiebre en el termómetro, indica que algo no va bien, pero quisiéramos que estuviera en su sitio.

  • Recapacitó y se dijo: no soy digno de ser hijo… me levantaré y volveré.

Recapacitar sobre los recorridos y problemas en la vida es importante para vivir humana, conscientemente.

En un momento cultural y modos de vida de tanta dispersión, bueno es pensar y recapacitar.

Es bueno también saber que Dios nunca nos ha dejado de considerar como hijos.

El intento de volver a casa es más que suficiente, aunque no tengamos fuerzas.

Estemos en la situación que nos encontremos, no perdamos nunca el recuerdo del Padre, de la casa del Padre.

  • El padre se conmovió.

Se dice que el evangelio de San Lucas es el evangelio del perdón. Dios no se sitúa ante el pecador como un juez, sino como un Padre. Dios no es canonista ni juez. El Dios de Jesús es Padre y Padre bueno.

El tratamiento de Dios Padre para con el pecador es exclusivamente de acogida y perdón. Dios se conmueve ante nuestras situaciones de muerte. A Dios no hay que “sonsacarle” el perdón a regañadientes, ¡Dios disfruta perdonando!

Por otra parte, si no me siento perdonado por Dios, quizás tampoco yo sabré perdonar.

  • Vestidle, matad el mejor ganado, hay que celebrar una fiesta, porque este hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida.

Tras la acogida del Padre no es que “todo vuelve a estar en orden”, sino que “todo vuelve a estar en casa” y de fiesta. El perdón no es un “ajuste de cuentas”, sino un encuentro amable de Dios con nosotros. El perdón es una “fiesta”.

Había –hay- que celebrar una fiesta porque hemos vuelto a la vida.

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Un amor que siempre da la bienvenida

Martes, 6 de octubre de 2020
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Del blog de Henri Nouwen:

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“La parábola del hijo pródigo
es la historia
que habla del amor que ya existía
antes de cualquier rechazo
y que estará presente después
de que se se hayan producido
todos los rechazos.
Es el amor primero y duradero
de un Dios que es Padre y Madre.
Es la fuente del amor humano,
incluso del más limitado.
Toda la vida y predicación de Jesús
estuvo dirigida a un único fin:
revelar el inagotable e ilimitado amor
materno y paterno de su Dios
y mostrar el camino para dejar que ese amor
dirija nuestra vida diaria.
Es el amor que siempre da la bienvenida a casa
y que siempre quiere celebrarlo”.

*

Henri Nouwen
El regreso del hijo pródigo

***

Imagen:Foto de Amor creado por freepik – www.freepik.es

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“El tema no es el pródigo y el padre, sino el pródigo y su hermano”

Sábado, 21 de septiembre de 2019
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Pliego-G-3144-256x346Para terminar ben la semana, podemos leer este interesante artículo que hemos leído en el blog de Xabier Pikaza:

Todos los hijos de Dios

Una iglesia de pródigos

La revista Vida Nueva num 3.144, del 13-20 septiembre 2019, con ocasión del domingo 24 tiempo ordinario (15.09.19), en el que se lee la parábola llamada del “hijo pródigo”, acaba de publicar un pliego titulado Del Hijo Pródigo a la Iglesia de los Pródigos.(https://www.vidanuevadigital.com/pliego/del-hijo-prodigo-a-la-iglesia-de-prodigos/ ).

La primera parte del pliego está abierta a todos los lectores, la segunda está reservada a los suscriptores on line o a los lectores de la edición digital.

    Aprovecho  esta ocasión para dar gracias a los directores de Vida Nueva por haberme encargado y por haber publicado con todo luje este pliego… Y la aprovecho también para seguir reflexionando sobre el tema.

En el fondo  de mi reflexión de Vida Nueva   está la realidad de algunos “hijos pródigos” que cierta iglesia del siglo XX-XXI ha dejado en los márgenes, fuera de la fiesta que el Padre organiza para ellos en la parábola.

Partiendo de lo dicho en el pliego de Vida Nueva, quiero decir aquí, en una versión nueva,  que los “hijos pródigos” no son “también” miembros de la Iglesia, sino que ellos son iglesia por propio derecho, y por voluntad de Jesús. Nos hallamos hoy (año 2019) ante una Iglesia nueva, que ha de edificarse desde los pródigos… No sólo a favor de ellos, sino a partir de ellos, con ellos como “verdadera autoridad”

   Deseo que quienes tengan ocasión o medios vayan al texto on line o editado de la revista. Para los restantes ofrezco aquí una  versión  nueva del tema, situándome, y situando a mis lectores, en el centro de la Iglesia, ante la posibilidad (necesidad) de que los dos hermanos “habiten en la misma casa” y construyan una misma iglesia, conforme a esta parábola de Lc 15, que trata de los dos hermanos y el padre.

  La cuestión no es el Padre y el Hijo Pródigo,  sino la relación (la inversión) de pródigos y “mayores” (cumplidores legales) de la Iglesia y de la sociedad. El tema nos sitúa en el centro de la Iglesia y de la sociedad actual, como seguirá viendo quien lea… El tema es si el Padre de la parábola (que acogido con fiesta al pródigo, sin imponerle condiciones) podrá convencer al “otro” (al mayor) para que deje su enfado de superioridad y entre en la casa del pródigo, que es la Iglesia.

DEL HIJO PRÓDIGO A LA IGLESIA DE PRÓDIGOS (Lc 15, 15‒32).

Primera parte del pliego de Vida Nueva, publicada en abierto por la misma revista(https://www.vidanuevadigital.com/pliego/del-hijo-prodigo-a-la-iglesia-de-prodigos/ ).

hijo-prodigo-detalleNo se trata de una iglesia a favor de los pródigos (cosa que sería ya mucho), sino una iglesia de pródigos (cosa que es mucho más), pues sobre ellos (pródigos del mundo) ha fundado Jesús la iglesia (la casa del padre) según esta parábola. Ciertamente, los hermanos mayores (=los grandes), que vuelven de su trabajo cada tarde, conscientes de su prepotencia, no quieren fiesta para pródigos y gente de su clase, sino seguir siendo dueños de la casa. Por eso vienen y discuten con el padre, y no quieren entrar en la casa que el padre ha dejado en manos de pródigos, con músicos y amigos que cantan y celebran la vida y sacian el hambre comiendo el ternero cebado de la fiesta.

         Ante esa situación nos coloca la parábola. Dios ha fundado una iglesia con y para pródigos (hijos menores), pero los “grandes”, mayores, se creen dueños de la casa e insisten en controlarla. Así están las cosas, y la parábola no dice cómo acaban: No se sabe si el padre logrará convencer a los grandes, a fin de que ingresen también ellos en la casa de fiesta donde comen y cantan pródigos y amigos. Ciertamente, algunos comentaristas antiguos insinúan que el hermano mayor no entró, sino que se marchó con furia, como había marchado tiempo atrás el menor, pero no para gastar la vida de un modo “deshonrado”, con cerdos y malas mujeres, sino para crear una iglesia separada y “santa” de buenos cumplidores, fariseos y legales (como los que criticaban a Jesús: Lc 15, 1‒3), expulsando de ella a los pródigos, en contra de la voluntad del padre.

         De eso trataré, de un modo exegético, coloquial y teológico, dejando abierto el final, pues así lo deja la parábola, en un momento (año 2019) en que las cosas son muy parecidas a las de tiempo antiguo. Las comparaciones que establezco no pueden tomarse al pie de la letra, pero resultan transparentes para quien sepa escuchar la voz de Jesús y el cambio de los tiempos, y así las iré presentando, pues la iglesia que viene será de los pródigos o no será ya de Jesús, sino de unos grandes que quieren falsificar su movimiento. Para una visión general del tema pueden verse los libros que cito al final, especialmente las monografías de A. Aparicio y F. Contreras, con los documentos del Papa Francisco.

Planteamiento. Un hombre tenía dos hijos…

         Así comienza la Biblia, contando la historia de Caín y Abel (Gen 4), toda la humanidad, dos hermanos “queridos” y enfrentados de tal forma que uno acabó matando al otro. Así cuentan muchos mitos o relatos, como saben los grandes pensadores, de Agustín a Hegel, de Marx a Freud y al papa Francisco. Ésta es una historia que muchos siguen desfigurando. El padre nos hizo hermanos en el mundo, y así repite la Revolución Francesa (igualdad, libertad, fraternidad…), pero seguimos desiguales, unos esclavizados por otros, enfrentados por la casa que debía ser de todos: indígenas y emigrantes, autóctonos e invasores, ricos y pobres, nacionales y extranjeros, hombres y mujeres…

hijo-prc3b3digoUn hombre tenía dos hijos empieza diciendo la parábolas (Lc 15, 11), hijos bien muy amados, pero enfrentados a muerte. No se necesita decir más para evocar y plantear la suerte de los hombres, y así lo hace parábola que ha sido escuchada, meditada, contemplada… y también falsificada por de lectores, que la han desenfocado, fijándose sólo en dos personas (hijo pródigo y padre), miradas de un modo intimista y sentimental, sin tener en cuenta que los protagonistas son tres (padre y dos hijos), y que las relaciones más significativas y sangrantes son las que establecen los dos hermanos, que son toda la iglesia o, mejor dicho, dos formas iglesia enfrentadas desde antiguo. Ésta es sin duda una parábola del hijo pródigo y el padre, pero su tema central es la relación de los hermanos, con el surgimiento de una iglesia de pródigos:

Es importante la relación del padre con el pródigo, que aparece como “pecador”, pues abandona la casa con su herencia, a “comerse” el mundo, pero fracasa (gasta todo con mujeres “malas”) y debe trabajar guardando cerdos que comen lo que a él se le prohíbe. Por eso vuelve “arrepentido”, pidiéndole a su padre que le admita como jornalero, sólo por comida; pero el padre le acoge como hijo, dándole otra vez la casa entera, con vestido nuevo y anillo de firmar (=firma autorizada), con ternero cebado, música y fiesta de hombres y mujeres que bailan (Lc 15, 22‒25).

‒ Más importante y trabajosa es la relación del padre con el hijo mayor (=agrande), que se enoja por la vuelta del pródigo y no quiere entrar en casa, sin que, al parecer, el padre logre convencerle de que venga y se avenga con su hermano. Con toda su lógica, ese hermano “grande” (fariseo, jurista y sacerdote: 15, 1‒2) se irrita al ver que el padre festeja al retornado, y obrando así demuestra que no tiene alma de hermano, ni parecido con su padre, sino que es un avaro envidioso y “cumplidor”, guardando toda la fortuna para sí, sin acoger al pródigo, su hermano.

Pero la relación decisiva es la de los dos hermanos, como en la historia de Caín y Abel, donde se decía que no caben los dos en la ancha tierra, de forma que, para sentirse seguro, uno (Caín) tuvo que matar al otro. Una sombra de muerte como la de Caín planea también sobre nuestra parábola, que debe compararse con otra, la de los viñadores homicidas (Lc 20, 9‒20) que se sienten “grandes” y para quedarse con la herencia, expulsan de su finca y matan al hijo del padre (al pródigo). Ciertamente, el pródigo no viene a matar, sino a comer; y además viene a su casa, como los pobres del mundo que llaman a la iglesia o a la puerta de las sociedades ricas, que deben ser también su casa, pues el mundo ha de ser hogar para todos….

(Aquí termina la  parte publicada en abierto por VIDA NUEVA. Quien quiera seguir debe acudir a la revista, en publicación on line o en papel).

Lo que sigue  es una redacción distinta y reducida del PLIEGO DE VIDA NUEVA, utilizando reflexiones que ha venido publicando en RD. Divido el tema en dos partesLeer más…

Biblia, Espiritualidad ,

Lágrimas que sanan

Domingo, 15 de septiembre de 2019
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abrazo

El padre de la historia del hijo pródigo sufrió mucho. Vio partir a su hijo menor, sabiendo las desilusiones, rechazos y abusos a los que tendría que enfrentarse. Vio a su hijo mayor cargarse de amargura, sin tener la posibilidad de ofrecerle afecto y apoyo. Una gran parte de su vida el padre la pasó esperando. No podía obligar a su hijo menor a regresar al hogar ni tampoco hacer que su hijo mayor olvidara sus rencores. únicamente ellos, por sí mismos, podían tomar la iniciativa de regresar.

Durante esos largos años de espera, el padre lloró copiosas lágrimas y murió muchas muertes. Se vació de sufrimiento. Pero ese vacío creó un lugar de bienvenida para sus dos hijos para cuando fuera la hora de su regreso. Estamos llamados a ser como ese padre.”

*
Henri Nouwen
***

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos:

-“Ése acoge a los pecadores y come con ellos.”

Jesús les dijo esta parábola:

“Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: “¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido.”

Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas para decirles:

¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.”

Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.”

También les dijo:

“Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”

El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse

el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.

Recapacitando entonces, se dijo:

“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”

Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo:

“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.”

Pero el padre dijo a sus criados:

“Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.

Éste le contestó:

“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.”

Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Y él replicó a su padre:

“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.

El padre le dijo:

“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”

*

Lucas 15, 1-32

***

El hijo mayor, que no ha recibido ninguna distinción particular, podría sentirse incomprendido con la respuesta del padre: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo». Para él, la justicia es la máxima de todas las virtudes; sin embargo, para el padre, «la misericordia es la plenitud de la justicia» (Tomás de Aquino), de suerte que «la misericordia saldrá siempre victoriosa en el juicio» (Sant 2,13). Si el justo hubiera podido comprender la actitud interior del padre, habría comprendido que había sido amado y preferido al hermano, porque le pertenecían a él no sólo ciertas cosas del padre, sino todo. Dios no tiene necesidad de hacer milagros particulares a los que le son fieles; la cosa más milagrosa de todas consiste en el hecho de que nosotros podamos ser sus hijos y en que no retiene para él nada de lo que es suyo. Los milagros se hacen en los márgenes, para recuperar a personas que se han marchado, para hacer signos a los que se han alejado, para festejar a los que vuelven. Sin embargo, la realidad cotidiana de la fe no tiene necesidad del milagro, porque tener parte en los bienes del padre ya es suficientemente maravilloso.

Al creyente no le está permitido separar entre lo mío y lo tuyo, porque a los ojos del amor paterno ambas cosas son una sola. No se narra la impresión que las palabras del padre produjeron en el «justo». Corresponde ahora a cada uno de nosotros seguir adelante para contar la historia hasta el final.

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Hans Urs von Balthasar,
Tú tienes palabras de vida eterna,
Encuentro, Madrid 1998.

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