Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:
Acto I: Jesús y la mujer
Al alzarse el telón, se ve un valle no muy grande entre dos montes, a la derecha el Ebal, a la izquierda el Garizim. En el centro un pozo. Los discípulos han ido al pueblo a comprar provisiones. Solo se ve a Jesús, sentado en el brocal, con aspecto cansado. Entra por el fondo una mujer con un cántaro. Lo mira un momento, deja el cántaro en tierra y se dispone a sacar agua del pozo. Jesús, sin ningún preámbulo, sin saludar siquiera, le dice.
― Dame de beber.
(La mujer lo mira sorprendida y le responde con tono irónico.)
― ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? Los judíos no se tratan con los samaritanos.
(Jesús sonríe ligeramente y le habla con igual ironía)
― Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
(La mujer lo mira con recelo, pensando que se trata de un loco inofensivo. Ata la soga al cubo y se dispone a tirarlo al pozo)
― Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva? ¿Eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
― El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
(Se oye el golpe seco del cubo contra el agua. Al cabo de un momento, la mujer comienza a tirar mientras le dice sonriendo).
― Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
(Jesús también sonríe. Cuando la mujer apoya el cubo en el brocal, antes de que empiece a llenar el cántaro, le dice)
― Anda, llama a tu marido y vuelve.
― No tengo marido.
― Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.
(La mujer lo mira sorprendida)
― Señor, veo que tú eres un profeta.
(Su actitud cambia por completo, ya no lo mira como a un bicho raro ni le habla en broma. Se siente desconcertada y curiosa. Cuando termina de llenar el cántaro mira a la montaña que tiene enfrente, el Garizim, y le comenta).
― Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
― Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
(La mujer no se ha enterado de mucho, pero no pide aclaraciones).
― Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.
― Soy yo, el que habla contigo.
(La mujer lo mira con una mezcla de asombro y miedo. Está a punto de decir algo pero en ese momento comienzan a entrar los discípulos. Coge el cántaro, pero cuando se lo lleva a la cintura, se detiene un momento y lo deja en tierra, junto al pozo. Sale apresurada sin llevárselo.)
Acto II: La mujer y sus paisanos
(La escena se desarrolla en Sicar, pueblecito cercano al pozo. Pocas casas, niños pequeños jugando. La mujer entra corriendo y llama a las vecinas. )
― Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho.
(Una vecina, irónica)
― ¿Todo?
― Sí, todo. Que he tenido cinco maridos.
― ¿Y te ha dicho algo de el de ahora?
― Sí. También lo sabe. ¿Será éste el Mesías?
(Comienzan a entrar hombres que vuelven del campo. La mujer les repite lo ocurrido)
― Está en el pozo. Si queréis, vamos a verlo.
(Todos se ponen en marcha)
Acto III: Jesús y los discípulos
El mismo escenario del primer acto. Jesús sigue sentado en el brocal del pozo. Los discípulos le ofrecen pan y queso pero no los toca. Ellos se sientan en el suelo y empiezan a comer. Al cabo de un rato, Pedro y Juan se acercan a Jesús.
― Maestro, come.
(Jesús no se dirige a ellos, habla a todo el grupo)
― Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
(Andrés le comenta a Santiago)
― ¿Le habrá traído alguien de comer?
― Como no haya sido la mujer que estaba aquí cuando llegamos… Pero ésa sólo llevaba un cántaro cuando nos la cruzamos por el camino.
(Jesús oye el comentario y se dirige de nuevo a todos)
― Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto:
Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: «Uno siembra y otro siega». Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
(Felipe mira a Tomás)
― ¿Te has enterado de algo?
― De nada. Bueno, de lo primero que dijo: que cumplir la voluntad de Dios le alimenta tanto como el pan y el queso.
― Pues tiene mérito. Ya lo quisiera yo para mí.
Acto IV: Jesús y los samaritanos
Van entrando los habitantes de Sicar con la mujer al frente y rodean a Jesús mientras lo miran con curiosidad. La mujer le habla esta vez con enorme respeto.
― Señor, nos gustaría que te quedaras unos días en nuestro pueblo.
(Jesús los mira con una sonrisa irónica)
― ¿Cómo vosotros, que sois samaritanos, le pedís a un judío que se quede en el pueblo?
― La mujer dice que tú lo sabes todo. Y que la salvación viene de los judíos.
(Jesús guarda silencio mientras los del pueblo lo miran expectantes)
― Está bien. Me quedaré con vosotros dos días.
― ¿No pueden ser más? ¿Tanta prisa tienes?
― Yo no tengo que enseñarlo todo. Como dice el proverbio: «Uno siembra y otro siega». Más adelante vendrán algunos de éstos a recoger el fruto de lo que yo he sudado.
Final
Han pasado los dos días. En el centro de la escena un grupo numeroso de samaritanos rodea a la mujer mientras contemplan cómo Jesús y sus discípulos desaparecen camino de Galilea.
― ¿Llevaba yo razón cuando os dije que podía ser el Mesías?
― Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.
* * *
Primera lectura (Éxodo 17, 3-7)
En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés:
― ¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?
Clamó Moisés al Señor y dijo:
― ¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.
Respondió el Señor a Moisés:
― Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.
Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masa y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:
― ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?
COMENTARIO
Los evangelios de los domingos 3º, 4º y 5º de Cuaresma del ciclo A, tomados de san Juan, presentan a Jesús como fuente de agua viva (Samaritana), luz del mundo (ciego de nacimiento) y vida (resurrección de Lázaro). Son tres símbolos de nuestras necesidades más fuertes (agua, luz, vida), y de cómo Jesús puede llenarlas.
Tres aguadores y tres tipos de agua
Las lecturas del domingo 3º hablan de tres personajes famosos (Jacob, Moisés, Jesús) relacionándolos con el don del agua. En gran parte del mundo, beber un vaso de agua no plantea problemas: basta abrir el grifo o servirse de una jarra. Pero quedan todavía muchos millones de personas que viven la tragedia de la sed y saben el don maravilloso que supone una fuente de agua. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
2º Domingo de Cuaresma, Cuaresma, Evangelio, la Samaritana
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