Del blog de Xabier Pikaza:
Dom 2 Cuaresma, Mt 17, 1-9. En el camino cuaresmal que lleva a la pascua de Jesús resulta básica la escena de la transfiguración. Jesús nos sube a la montaña de su revelación, para que aprendamos a ver… y Dios nos revela su identidad como Hijo.
Podremos así caminar con Jesús, subir a su monte, descubrir su rostro, escuchar la voz de que le le llama “Hijo querido”, para bajar luego on él al valle de este mundo y “transfigurar” nuestra realidad, cambiarla por dentro, con nuestra propia vida, unida a la de Jesús.
Tengo el gusto de unir en esta postal mis palabras a las palabras de amigo Francisco Martínez Fresneda, profesor de cristología de la Facultad de Teología Franciscana de Murcia, invitando a mis lectores a que vayan de un modo directo a su blog y lo visiten con frecuencia y provecho, con gran gozo http://fresnedaofm.blogspot.com.es/2014/03/ii-domingo-cuaresma-este-es-mi-hijo.html). Allí conocerán a Paco Fresneda, desde allí podrán seguir semana a semana su “clara y honda” lección de teología y pastoral.
Quien quiera descubrir mejor su palabra y escucharle directamente puede disfrutar y aprender con su magnífica conferencia en las Jornadas de Teología de Murcia (4.3.14): http://www.itmfranciscano.org/actos-academicos/xxvii-jornadas-de-teologia/conf-martinez-fresneda/
Tiene pues esta postal según eso dos parte. (1) El comentario de F. M. Fresneda. (2) Mi ampliación teológica. Buen domingo a todos.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 17,1-9.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces tomó la palabra y dijo a Jesús: ―Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: ―Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y tocándolos les dijo: ―Levantaos, no temáis. Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: ―No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.
Comentario de P. Martínez Fresneda
1.- Los discípulos saben que el mesianismo de Jesús no es un camino triunfante avalado por su todopoderosa filiación divina.
Poco antes de su transfiguración, en la confesión de Pedro, le dice a los discípulos que el Hijo de hombre tiene que padecer y morir (cf. Mt 16,21). Para reforzar su fe, se lleva a su círculo íntimo a orar al monte. Transfigurado Jesús por la presencia divina, el Padre comunica su identidad y función fundamental a Pedro, Santiago y Juan: es el Hijo amado; es la Palabra que revela la auténtica voluntad del Padre; es el que completa y resume la ley y los profetas. Con él, como ya lo indicó con Juan Bautista (cf. Mt 11,7), comienza un mundo nuevo, una vida nueva.
2.- Pero el estilo de vida de Jesús es el de un siervo, obediente a Dios, obediente al servicio de los hombres, como antes el Padre le reveló en el Bautismo (cf. Mt 3,17).
Forma de siervo que le lleva al extremo de morir por amor en la cruz: «No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13). Pedro, Juan y Santiago lo van a contemplar muy pronto en la oración del huerto, cuando suda sangre y se rompe interiormente al contemplar la inutilidad de su ministerio y al presentir su camino de cruz (cf. Mc 14,32-42par). Por ello, los discípulos necesitan saber que la cruz no puede esconder, y menos negar, la vocación divina de Jesús, la revelación definitiva de la voluntad salvadora del Señor a todos sus hijos. Y tal experiencia se les presenta con la glorificación de Jesús, aquel que la cruz no podrá con él, porque Dios, desde siempre, le ha sido fiel.
3.- La pasión y la cruz es un camino que termina en la resurrección.
Es la vía que ha recorrido Jesús. Nuestra vida también entraña las experiencias de felicidad y tristeza, de gloria y de muerte, de gracia y desgracia, etc., en su caminar lento o rápido hacia el encuentro con el Señor. Nuestra existencia no es toda gloria, como si fuéramos ángeles, ni es toda desgracia, como si fuéramos diablos. Nuestra historia es un cúmulo de experiencias buenas y malas, de tabores y de cruces que se entrecruzan continuamente, o por fases y tiempos determinados. Debemos convencernos que al final está la resurrección; que al final sólo quedará lo que hayamos amado, es decir, la dimensión de Dios hecha realidad en nuestros actos y actitudes (cf. 1Jn 4,16). No necesitamos ni la venganza, ni la violencia, ni el poder para solapar la desesperanza o las frustraciones. Simplemente ser fiel, como Jesús, al Padre, que tiene la última palabra sobre nosotros, y nos lo demuestra, de vez en cuando, en los momentos de felicidad que disfrutamos a lo largo de nuestra vida.
Reflexión exegético-teológica (Pikaza)
Ésta es una escena de contraste. Jesús ha dicho que las autoridades oficiales y sagradas de Jerusalén (escribas-sacerdotes-ancianos) van a condenarle, en nombre de Dios ( ), pero él sabe que Dios le avala llamándole su Hijo, ante sus tres discípulos centrales, acompañado por representantes del Israel de la fe (Elías y Moisés), que aparecen a su lado. Por eso, la Iglesia de Jesús, que ha escrito y que acoge este pasaje, viene a presentarse como auténtico Israel, asumiendo las palabras de la profecía y de la ley (Elías y Moisés), frente a los judíos no cristianos que, conforme a esta visión, habrían rechazado (o no habrían entendido bien) a los creadores de su religión. Desde ese fondo comentamos, paso a paso, las palabras de la escena.
−Tiempo, personas y lugar: “Y seis días después…” (Mt 17, 1). Ha pasado una semana desde la escena anterior, de Cesárea de Felipe, con la “confesión” de Pedro y la revelación de Jesús (dar la vida por el Reino). Posiblemente, el texto evoca además el tema de fondo de Gen 1, 1−2, 4: Después de seis días de “trabajo” de Dios llega el “sábado” del descanso. También aquí, después de los “seis días” de trabajo, llega el momento de su descanso, en la gloria de la Montaña de Dios (en la pascua final).
“Tomó a Pedro, Jacob y Juan…”. Estos tres discípulos remiten a la historia de Jesús y al comienzo de la Iglesia. Son su grupo de intimidad, siendo, al mismo tiempo, de los primeros testigos de la iglesia pascual, de manera que ellos deben (deberían) actuar como mensajeros de la experiencia de la resurrección (abierta a todos los que aceptan el evangelio). Ellos, los tres de la montaña de Jesús, son un símbolo parcial, pero importante, de la totalidad de la Iglesia.
“Les subió a un monte muy alto…”. Es como si les hiciera “ascender” con él (anapherei autous), a un monte (horos, sin artículo). Tomando como referencia la zona de Cesárea de Felipo, este monte tiene que ser el Hermón, el más alto de la gran cordillera, entre Galilea, Fenicia y Siria. Pero, desde la perspectiva de Galilea (donde parece que nos encontramos ya, por lo que sigue), puede y debe tratarse, simbólicamente, del Tabor, que además es famoso en la historia del Antiguo Testamento, porque allí se fraguó la victoria decisiva de Israel (en tiempos de Débora y Barac) sobre los cananeos (Jc 4, 1). Así hablaremos aquí de la experiencia del Tabor.
−Transfiguración: “Y fue transfigurado ante ellos”. La palabra clave del relato es metemorphôze (fue transfigurado o metamorfoseado, en pasivo divino). Se trata de un término que es casi técnico en griego (e incluso en latín) y que evoca las transfiguraciones o cambios de figura que asumen (padecen) los dioses y seres divinos, tomando así formas diversas para presentarse y actuar. En esa línea resulta significativo el libro de Ovidio (Las Metamorfosis), escrita el año 7 d.C., donde se narran, partiendo de la mitología de Grecia y Roma, los cambios o “transfiguraciones” de dioses y héroes, desde el principio del tiempo hasta el tiempo de Julio César (unos decenios antes de Jesús). La misma realidad aparece así como una “metamorfosis” incesante de todo lo que existe, dentro de un “continuo” sagrado, donde dioses y hombres se vinculan (sin diferencia esencial).
“Y su rostro brillo como el son y sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrante…”. Jesús aparece así como signo de Dios, expresión del mismo sol…con vestidos blanso, de color de cielo (cf. Ap 3, 18; 19, 14). Leer más…
Biblia, Espiritualidad
2º Domingo de Cuaresma, Ciclo A, Cuaresma, Evangelio, Jesús, Transfiguración
Comentarios recientes