Archivo

Entradas Etiquetadas ‘Juan de la Cruz’

“A los que aman (I)”, por Gema Juan OCD

Jueves, 1 de junio de 2017
Comentarios desactivados en “A los que aman (I)”, por Gema Juan OCD

16682603576_98268f1a6b_mDe su blog Juntos Andemos:

Mario Benedetti dedicó una letrilla preciosa a los amadores. Decía así:

A los que buscan, aunque no encuentren.
A los que avanzan, aunque se pierdan.
A los que viven, aunque se mueran.

A esos mismos tendía la mano Juan de la Cruz, con sus palabras. Los rastreadores de lo profundo las entienden; quienes no cejan, aunque den traspiés y se extravíen alguna vez. Las comprenden los que bucean en la vida. Y les decía que, para todos ellos, «maravilla grande es y cosa digna la abundancia de la suavidad y dulzura que tiene Dios escondida», guardada más adentro.

A los buscadores escribía que «aunque [la persona] esté en este su centro, que es Dios… todavía tiene movimiento y fuerza para más, no está satisfecha, aunque esté en el centro, no empero en el más profundo, pues puede ir al más profundo en Dios». Avanza, aun a riesgo de perderse, porque «el amor nunca está ocioso, sino en continuo movimiento».

Los que siguen buscando, esos son los que conocen el verdadero amor porque presienten la inmensidad de Dios, avanzan sobrecogidos por algo mayor. Andan enamorados y «viven, aunque se mueran», porque mueren a lo que no deja vivir. Pero eso solo parecen saberlo los verdaderos amantes.

Cuando Juan, un hombre enamorado, hablaba de la llama de amor viva que ardía en sí, decía: «Con tu ardor tiernamente me tocas». Y de los enamorados decía que buscan incansables el amor en la voz del corazón, «porque hablar al corazón es satisfacer al corazón, el cual no se satisface con menos que con Dios». El amor quiere todo, quiere la plenitud.

Después, explicará cómo son los enamorados: «El alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente». Y desgranará al amante y al amado.

Dirá que el Dios que enamora es una mano que apacigua y asienta, es la «mano blanda, infinitamente sobre todas las blanduras blanda», que suaviza el alma y si la aprieta, «tanto y tan entrañablemente la hiere y enternece, que la derrite en amor». Al caminante le queda dejarse en esa mano, porque si Él no «suaviza el alma, siempre perseverará en su natural dureza».

Ese Dios –dice Juan– «siendo piadoso y clemente, sientes que te ama con mansedumbre y clemencia». Dios enamora amansando y así, el amor enseña la bienaventuranza de la mansedumbre: «Manso es el que sabe sufrir al prójimo y sufrirse a sí mismo». Así es como andan los enamorados, conscientes y dispuestos para lo bueno.

También dirá: «Para enamorarse Dios del alma, no pone los ojos en su grandeza, más en la grandeza de su humildad». Y aún explica que nada vale tanto a los ojos del Amado «como el menor acto de humildad, la cual tiene los efectos de la caridad».

Los que aman andan con humildad, porque esta libera y permite avanzar. Juan lo expresa con fuerza: «Nada le fatiga hacia arriba y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad».

Cuando Juan resuma la primera canción de su poema Llama, dirá que se da el paso del amor impaciente al amor paciente, que sabe decir: «Lo que tú quieres que pida, pido, y lo que no quieres, no quiero ni aun puedo ni me pasa por pensamiento querer».

Por eso, cuando comente el verso de Cántico donde dice: «Andando enamorada, me hice perdidiza», explicará que el alma se hace «perdidiza ella misma… no haciendo caso de sí en ninguna cosa sino del Amado… no haciendo caso de todas sus cosas sino de las que tocan al Amado, y eso es hacerse perdidiza, que es tener gana que la ganen». Por eso, los que aman, viven aunque mueran.

Y viven contentos y entregados. Viven así: «El verdadero amante entonces está contento, cuando todo lo que él es en sí y vale y tiene y recibe lo emplea en el amado; y cuanto más ello es, tanto más gusto recibe en darlo».

Le quedan muchas palabras que decir a este enamorado, para todos los que buscan y avanzan y viven y aman. Por eso les deja, como una puerta abierta, su oración encendida:

«¡Oh, Señor Dios mío!, ¿quién te buscará con amor puro y sencillo que te deje de hallar muy a su gusto y voluntad, pues que tú te muestras primero y sales al encuentro a los que te desean?».

Espiritualidad , ,

Pon los ojos sólo en Él…

Miércoles, 14 de diciembre de 2016
Comentarios desactivados en Pon los ojos sólo en Él…

En la Fiesta del poeta enmorado de lo Indecible, Juan de la Cruz, traemos esta preciosas palabras… Hasta su prosa es poesía. El ritmo y la cadencia lo acompañan en revestir de palabra lo indecible.

La obra de Juan es un tratado ecológico, una espiritualidad telúrica. La primera mitad del Cántico Espiritual es un canto de amor a la creación y de comunión con ella. Versos arrobadores que cantan el desposorio con la creación. La relación entrañable con el cosmos, con la madre tierra, muestra una espiritualidad telúrica admirable:

Permaneced en mi amor

“Buscando mi amores…

¡Oh cristalina fuente…!

Mi Amado las montañas…

La música callada

 la soledad sonora

la cena que recrea y enamora”.

*

Cántico espiritual

***

“Si te tengo ya dichas todas las cosas en mi Palabras, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en él, porque en él lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones en él los ojos, lo hallarás en todo; porque él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio”

*

Juan de la Cruz
“Subida del Monte Carmelo”, libro 2 – cap. 22, nº 5

san-juan

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , ,

San Juan de la Cruz ¿Teólogo de la Liberación?

Miércoles, 14 de diciembre de 2016
Comentarios desactivados en San Juan de la Cruz ¿Teólogo de la Liberación?

st-john-of-the-crossDel blog de Xabier Pikaza:

Dejo abierta la interrogación, para que cada lector pueda contestarla, hoy que es el día de su “santo” (14. XII. 09). No es que San Juan de la Cruz sea un teólogo de la liberación, en el sentido estricto y moderno del término. Pero uno de los mayores teólogos de la liberación (de los mayores teólogos cristianos del siglo XX) se ha inspirado de un modo especial en la vida y su obra de San Juan de la Cruz . Tuve el honor de escucharle en el Congreso Internacional que se celebró en Ávila en Abril del año 1991, con motivo del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz. La ponencia completa se encuentra en las Actas del Congreso, publicadas por la Junta de Castilla y León y ha sido reproducida en parte en uno de sus más bellos libros.

También yo participé en aquel congreso, con una ponencia de la que surgió después mi libro Amor de hombre, Dios enamorado (Desclée de Brouwer, Bilbao 2004), cuyo texto he venido presentando parcialmente en este blog: 14-22 XII o6 y 13-14 XII O7. Pero hoy quiero ceder gustosamente la palabra a ese teólogo, que habla de San Juan de la Cruz y le presenta como uno de los inspiradores principales de la libertad interna y externa, personal y social.

Algunos piensan, incluso en las altas esferas, que no son tiempos buenos para la teología de la liberación, ni para los intentos de liberación cristiana. Pero, mientras San Juan de la Cruz siga vivo en la conciencia de los cristianos y mientras haya teólogos que escriban páginas como las que que hoy he presentado, la teología de la liberación seguirá estando viva en la conciencia de los cristianos, especialmente de los que se sienten más cerca de una mística total y encarnada, como la de San Juan de la Cruz.

Dejo a los lectores con el texto, ya clásico, sin citar al autor, para que se fijen en su contenido, no en aquel que lo ha escrito (aunque estoy convencido de que muchos de mis lectores lo adivinarán bien protno); les dejo con el texto para que disfruten con Juan de la Cruz, un hombre de caminos a ras de tierra (¡a ras de infinito!) y de solidaridad con los más pobres. Mañana, Dios mediante, diré de dónde procede. Mañana, cuando pase al lado de la isla (¡abandonada!) de los poetas recordaré a Juan de la Cruz y le diré que pida a Dios abundancia de amor y libertad para todos mis lectores y amigos.

1. La senda espiritual

El paso de la carne al espíritu, del hombre viejo al hombre nuevo, de la muerte a la vida, del pecado a la gracia de la comunión con Dios y con los demás, es presentado por san Juan de la Cruz a través de la progresión de tres noches o de tres partes de la noche. «Las cuales tres noches han de pasar por el alma, o, por mejor decir, el alma por ellas, para venir a la divina unión con Dios» . El alma, es decir, los cristianos lanzados en busca de Dios, deben transitar por esas noches, ese es su camino. Se habla de noche «porque el alma… camina como de noche, a oscuras» . Camino en tinieblas, «horrible noche» que Juan de la Cruz profundizará con fineza a partir de su experiencia personal.

2. La salida

El punto de partida del camino espiritual está en una ruptura, una salida. Es la primera noche: «La primera, por parte del término donde el alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre» . Por ello en la primera canción dice:

En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada .

Juan de la Cruz explica de dónde sale el alma: «En esta primera canción canta el alma la dichosa suerte y aventura que tuvo en salir de todas las cosas afuera, y de los apetitos e imperfecciones que hay en la parte sensitiva del hombre» . Ruptura con lo que en lenguaje paulino se llama la carne cuyo destino, lo sabemos, es la muerte.

Continúa el santo carmelita: «Quiere, pues, en suma decir el alma en esta oración, que salió –sacándola Dios– sólo por amor de él, inflamada en su amor». La salida es, como en el caso del pueblo judío, la expresión del acto liberador de Dios («el Señor nos sacó con mano fuerte», Dt 6, 22), y el motivo último del proceso es, igualmente, el amor de Dios.

Esa salida supone un combate, una guerra dirá Juan de la Cruz: «Porque hasta que los apetitos se adormezcan por la mortificación de la sensualidad, y la misma sensualidad esté ya sosegada de ellos, de manera que ninguna guerra haga el espíritu, no sale el alma a la verdadera libertad a gozar de la unión de su amado» . El sosiego que permite salir es el resultado de una victoria sobre sí mismo. Es el clásico combate espiritual del que dan testimonio los autores espirituales. Sólo entonces se estará en condiciones de vivir lo propio de una existencia según el espíritu: la libertad. Cuya plenitud está en la unión con Dios.

3. Una aventura de fe

La puesta en marcha de Abrahán ante las palabras de Yahvé: «Sal de tu tierra nativa y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré» (Gn 12, 1), ha sido siempre considerada en la Biblia como el prototipo de la fe. Heb 11 nos hace el famoso recuento de todos aquellos que emprendieron la ruta basados en su fe. El camino hacia Dios es una empresa de fe.
La segunda noche es «el camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimiento, como noche» . La segunda canción la presenta así:

A oscuras y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

El carmelita comenta: «Dice que salió a oscuras y segura, porque el que tal ventura tiene, que puede caminar por la oscuridad de la fe, tomándola por guía de ciego, saliendo él de todos los fantasmas naturales y razones espirituales, camina muy al seguro, como hemos dicho» . Un caminar seguro gracias a la fe, pese a que estamos en lo más profundo de la noche, puesto que esta noche es «más oscura que la primera… Y así es bien comparada a la media noche que es lo más adentro y más oscuro de la noche» . Esta marcha es un proceso continuo y exigente, porque «en este camino, el no ir delante es volver atrás, y el no ir ganando es ir perdiendo» .

Esa ruta se transita, como el pueblo judío en el desierto, en la más grande soledad. La soledad, no el repliegue egoísta, es central en toda experiencia de Dios. Dios nos habla y recompensa en el desierto: «La llevaré al desierto y hablaré a su corazón. Allí le daré sus viñas y el valle de la desgracia será el paso de la esperanza. Allí me responderá como en su juventud cuando salió de Egipto» (Os 2, 16-17). La soledad así entendida no tiene nada que ver con el individualismo. La soledad no se opone a la comunión, por el contrario la prepara, nos dispone auténticamente a ella. Sin experiencia de soledad no hay comunión. Ni unión con Dios ni verdadero compartir con los demás. Juan de la Cruz la canta de este modo:

En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido
también en soledad de amor herido .

Comentando en otro lugar lo secreto de ese camino de fe escribe retomando el bíblico tema del desierto: «Algunas veces de tal manera absorbe al alma y sume en su abismo secreto, que el alma echa de ver claro que está puesta alejadísima y remotísima de toda criatura; de suerte que le parece que la colocan en una profundísima y anchísima soledad, donde no puede llegar alguna humana criatura; como un inmenso desierto que por ninguna parte tiene fin, tanto más deleitoso, sabroso y amoroso, cuanto más profundo, ancho y solo» .
En ese «inmenso desierto» de «profundísima y anchísima soledad» no hay una ruta trazada previamente. Leer más…

Espiritualidad , ,

Juan de la Cruz. El hombre es amor

Miércoles, 14 de diciembre de 2016
Comentarios desactivados en Juan de la Cruz. El hombre es amor

467361908_4a4dcc47aaPara reflexionar en la Solemnidad de San Juan de la Cruz…

Por Xabier Pikaza

San Juan de la Cruz (1542-1591) es quizá el mayor poeta y testigo del amor en la tradición de occidente. Su obra tiene un fondo judío: puede interpretarse como un comentario al Cantar de los Cantares. Algunos de sus elementos se inspiran en la tradición platónica, tal como ha sido recreada por los renacentistas italianos e hispanos de los siglos XV y XVI. Pero, en un sentido escrito, Juan de la cruz es contemplativo cristiano, alguien que ha traducido la experiencia de la encarnación y la pasión del Dios en Cristo en símbolos de amor.

1. San Juan de la Cruz ha elaborado una cristología del amor encarnado. En su punto de partida está el misterio de la Trinidad, entendida como encuentro de amor del Padre y del Hijo (Amado y Amante) en el Espíritu (que es el mismo Amor). « Como Amado en el Amante / uno en otro residía. / Y aquese Amor que los une / en lo mismo convenía / con el uno y con el otro / en igualdad y valía. /Tres personas y un Amado / entre todos tres había. / Y un Amor en todas ellas / un Amante las hacía. /Y el Amado es el Amante / en que cada cual vivía, / Que el ser que los tres poseen /cada cual le poseía» (Romance 21-34). El ser de Dios es amor, unión de Amado y Amante, en reciprocidad completa, que brota del Padre y se expresa en el Hijo, para tornar nuevamente al Padre. En ese contexto, las dos experiencias más significativas (de padres/hijos y amantes) se acaban identificando: Dios es comunión engendradora (Amor de Padre-Hijo), siendo encuentro dual (Amor de Esposo-Esposa). Desde ese fondo se entiende la encarnación del Hijo de Dios, entendida de un modo esponsal. «Una esposa que te ame / mi Hijo darte quería, /que por tu valor merezca / tener nuestra compañía. /Y comer pan a una mesa / de el mismo que yo comía» (Romance 77-81). Para desposarse con su esposa humana, el Hijo de Dios tiene que encarnarse y nacer entre los hombres: “Así como desposado / de su tálamo salía, / abrazado con su esposa, / que en sus brazos la traía” (Romance 289-291). Desposorio del hombre y Dios: eso es la encarnación.

2. San Juan de la Cruz ha elaborado una cristología del amor pascual, entendiendo la Cruz de Jesús como muerte en amor (por amor), más que como resultado de un conflicto social o como sacrificio expiatorio del Hijo de Dios, que aplacaría la ira de su Padre. La muerte de Jesús no es una consecuencia de la ira de Dios, ni castigo impuesto para expiación sobre su Hijo, sino experiencia radical de amor. No ha venido al mundo para imponer su ley a la fuerza, sino para vivir en forma humana el mismo amor divino, que es generosidad originaria, donación gozosa. No ha muerto simplemente porque unos hombres le han matado, sino por entrega de amor, como destaca el poema del Pastorcito crucificado. Jesús llora y sufre en la cruz porque los hombres le han rechazado: « Que sólo de pensar que está olvidado / de su bella pastora, con gran pena / se deja maltratar en tierra ajena, / el pecho de amor muy lastimado». (Un pastorcico 3). Dios es amor y así, por amor, muere Jesús, porque los hombres (que son su verdadera esposa) no responden a la llamada de su amor divino.

3. La trama del Cántico Espiritual. Amor de Dios, amor de hombre. Desde los rasgos anteriores, retomando de una forma genial los motivos del Cantar de los Cantares, ha escrito y comentado Juan de la Cruz uno de los poemas de amor más importantes de la historia de occidente, vinculando de modo inseparable a Dios y al hombre. (a) Dios es amor enamorado, que vive en sí viviendo fuera de sí, en un “fuera” que no es exterioridad sino interioridad compartida. La Cábala judía había supuesto que Dios se retiraba, suscitando en su interior un tipo de vacío, para que pudiera surgir de esa manera el mundo, la historia de los hombres. En contra de eso, con la tradición cristiana, San Juan de la Cruz supone que Dios es amor enamorado y que de esa forma se abre hacia el Amado, no para perderse allí, sino para desplegar en el tiempo de los hombres su historia de amor eterno, es decir, la Trinidad (b) Existiendo en Dios, el hombre es también un despliegue personal de amor. No nace por ley, ni por capricho de Dios o de los dioses, ni por fatalidad, sino como esposa o dialogante de amor del mismo Hijo Divino (hijo del Dios enamorado), a quien su Padre dice: “una esposa que te ame, mi Hijo darte quería, que por tu valor merezca tener nuestra compañía…” (Romance 77-78). Así brota el hombre, inmerso en la misma relación de amor de Dios. Brota en un espacio de finitud, dentro del tiempo que pasa y que tiende a perderse. Pero, en otra perspectiva, brota al interior del ser divino, como alguien que puede ser “Dios en el tiempo” (alguien diría “un dios pequeño”), por encima de todos los posibles esquemas de una ley que le dice y le marca su realidad desde fuera.

4. Una metafísica de amor. Al situarse en esta perspectiva, San Juan de la Cruz ha superado una ontología de la sustancia (plano griego), lo mismo que una filosofía moderna del pensamiento y de la voluntad, para presentar al hombre, desde una perspectiva metafísica, como relación de amor, como un viviente que sólo existe y se mantiene en la medida que se entrega y relaciona, desde y con los otros, vinculando de esa forma esencia y existencia, ser y hacerse, intimidad y encuentro interhumano. Sólo al interior del Dios enamorado podemos hablar de un amor de hombre pues el hombre no existe encerrándose en sí mismo (como sujeto de posibles accidentes, ser explicado y definido por sí mismo), sino sólo recibiendo el ser de otros y abriéndose a ellos, viviendo así en la entraña del mismo ser divino (que es relación de amor, encuentro de personas). Más que animal racional o constructor de utensilios, pastor del ser o soledad originaria, el hombre es auto-presencia relacional, ser que se descubre en manos de sí mismo al entregarse a los demás, en gesto enamorado de creatividad y vida compartida. El hombre sólo existen de verdad (sobre la naturaleza cósmica, desbordando el sistema social) en la medida en que entrega y/o regala su vida, compartiendo su misma realidad con otros hombres. Así podemos decir que es lo más frágil: no es una “cosa” objetiva, independiente de lo que ella sabe y hace, sino presencia amorosa. Pero, siendo lo más frágil, el hombre es lo más fuerte: es presencia en relación, es amor compartido Así pasamos de la “ontología de la sustancia”, propia de un mundo en el que Dios se identifica en el fondo con el Todo, a una metafísica del amor, es decir, la relación y la presencia mutua. No hay primero persona y después relación de amor, pues el hombre sólo es presencia (auto-presencia, ser en sí) en la medida en que es relaciona, de tal manera que se conoce conociendo a otros (desde otros), desde el Ser que es Dios, a quien descubre como trascendencia amorosa.

5. Lo primero es el encuentro de amor No existe primero el ser propio y después la alteridad, porque en el principio de mi ser (del ser de cada uno) se expresa el ser de Dios que es alteridad y presencia radical de amor (que se nos revela a través de los demás). De esa manera, existiendo en Dios, siendo presencia suya, también nosotros somos presencia relacional. Eso significa que no podemos crearnos de un modo individualista, para ser dueños de nuestra vida por aislado, en gesto posesivo, como sujetos absolutos. Siendo en el amor de Dos, los hombres no somos ni sujetos ni objetos separados, sino presencia relacional. Eso significa que somos por amor, porque nos han mirado y llamado a la vida: puedo decir “soy” porque alguien me ha dicho que sea. En el principio no está el “yo pienso” (Descartes), ni el “yo actúo” (Kant), sino la palabra más honda de aquel que me dice ¡Vive, tú eres mi hijo, eres mi amigo, siento tú mismo!. Sólo tengo acceso a mi propia identidad como un ‘yo’ en la medida en que existo (alcanzo mi propia identidad) al interior del Dios enamorado, es decir, al interior de Aquél que me llama y me ama. No existo como sustancia independiente, sino como destinatario de una relación de amor. Soy porque me han llamado.

6. Aceptación mutua: nos hacemos ser. En ese fondo, San Juan de la Cruz ha elaborado implícitamente una “fenomenología del enamoramiento creador”, destacando el gozo y tarea de la vida compartida, como algo que desborda el nivel de la ley donde nos sitúan los sistemas legales del mundo. Para el sistema no existe un verdadero tú, ni un yo en sentido estricto. Tampoco existimos nosotros en cuanto personas, portadoras de un amor compartido. El sistema sólo conoce estructuras y leyes intercambiables, al servicio de los intereses del conjunto. Por el contrario, la vida humana es siempre encuentro concreto de personas. Cada uno se deja liberar (nace a la vida humana) por el don del otro, de tal forma que podemos afirmar que el hombre no es ya naturaleza, sino gracia (un ser sobrenatural); tampoco es cultura, simple momento de un sistema económico-social. El hombre es gracia de amor, encuentro personal. Desde ese fondo se puede presentar la gran alternativa: o el hombre vive en diálogo de amor con los demás, en un nivel donde la vida es gracia (regalo) o se destruye a sí misma. Este proceso de liberación o surgimiento hace que la vida humana deba interpretarse como regalo.

7. Curación de amor. Desde las observaciones anteriores se entiende y puede interpretarse el Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz, que ofrece una de las fenomenologías de amor más perfectas de occidente, una obra que habría que comentar estrofa por estrofa, verso a verso. A modo de ejemplo citamos las palabras que dicen: “Mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura» (Cántico Espiritual 11). En este contexto ha desarrollado san Juan de la Cruz una preciosa reflexión sobre el amor y la salud. «La causa por que la enfermedad de amor no tiene otra cura, sino la presencia y figura del Amado, como aquí dice, es porque la dolencia de amor, así como es diferente de las demás enfermedades, su medicina es también diferente. Porque en las demás enfermedades – para seguir buena filosofía – cúranse los contrarios con contrarios; mas el amor no se cura sino con cosas conformes al amor. La razón es porque la salud del alma es el amor de Dios, y así, cuando no tiene cumplido amor, (el alma) no tiene cumplida salud, y por eso está enferma. Porque la enfermedad no es otra cosa, sino falta de salud, de manera que cuando ningún grado de amor tiene el alma, está muerta; más cuando tiene algún grado de amor de Dios, por mínimo que sea, ya está viva, pero está muy debilitada y enferma por el poco amor que tiene; pero cuanto más amor se le fuere aumentando, más salud tendrá, y cuando tuviere perfecto amor, será su salud cumplida» (Comentario al Cántico B, 11). El tema del amor como salud integral constituye uno de los motivos de reflexión más importantes de nuestro tiempo.


[1] San Juan de la Cruz, Obras completas, BAC, Madrid 1991. Cf. J. Baruzi, San Juan de la Cruz y la experiencia mística, Conserjería de Educación de CL, Valladolid 1993; M. A. Cadrecha, San Juan de la Cruz. Una eclesiología del amor, Monte Carmelo, Burgos 1980; D. Chowning, “Sanados por amor. El camino de la sanación en San Juan de la Cruz”: Revista de Espiritualidad 59 (2000) 253-333; G. Morel, Le sens de l’existence selon Saint Jean de la Croix I-III, Aubier, Paris 1960-1961; M. Ofilada, San Juan de la Cruz. El sentido experiencial del conocimiento de Dios, Monte Carmelo, Burgos 2003; E. Pacho, San Juan de la Cruz. Temas fundamentales I-II, Monte Carmelo, Burgos 1984; X. Pikaza, El “Cántico Espiritual” de San Juan de la Cruz. Poesía, Biblia, Teología, Paulinas, Madrid 1992; Amor de hombre, Dios enamorado, Desclée de Brouwer, Bilbao 2003; C. P. Thompson, San Juan de la Cruz. El poeta y el místico, Swan, S. Lorenzo del Escorial 1985; Canciones en la noche. Estudio sobre san Juan de la Cruz, Trotta, Madrid 2002; J. Vives, Examen de amor. Lectura de San Juan de la Cruz. Santander, Sal Terrae, Madrid 1978; D. Yndurain, Poesía, Cátedra, Madrid 1989.

Fuente Revista21

Espiritualidad , , ,

“La respuesta a nuestras preguntas”, por José Mª Castillo, teólogo

Miércoles, 31 de agosto de 2016
Comentarios desactivados en “La respuesta a nuestras preguntas”, por José Mª Castillo, teólogo

2141833wDe su blog Teología sin Censura:

Mucha gente no se da cuenta de que lo más importante, que estamos viviendo ahora mismo, no es el cambio de gobierno, ni el deseado cambio en la economía, ni el anhelado (o temido) cambio de no pocas leyes y costumbres, ni los cambios en la religión y sus gobernantes. Todo eso, por supuesto, es importante. Pero no es lo fundamental.

La raíz de todos los cambios está, en este momento, en la radical transformación que estamos viviendo en nuestra cultura. Por eso anda todo revuelto. Y por eso también, en esta inquietante situación, son muchas (muchísimas) las personas que se hacen (o nos hacemos) incontables preguntas para las que no encontramos respuesta.

En muchos ámbitos de la vida, de los que no entiendo nada (o casi nada), ignoro incluso las preguntas más urgentes que ahora mismo hay que hacerse. En el terreno que trabajo, desde hace tantos años, es decir, en el ancho campo de la religión y sus muchas implicaciones en la vida, hay una respuesta a nuestras preguntas, que es sin duda alguna la respuesta más firme, fuerte y clara, que podemos afrontar. Y la respuesta también que – desde las creencias cristianas – tenemos que aceptar.

Voy derechamente al centro mismo de este asunto capital. Esta mañana, leyendo a san Juan de la Cruz, encontré este texto genial, que el santo pone en boca de Dios: “Si te tengo ya dichas todas las cosas en mi Palabras, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en él, porque en él lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones en él los ojos, lo hallarás en todo; porque él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio” (“Subida del Monte Carmelo”, libro 2 – cap. 22, nº 5).

Pon los ojos sólo en él, porque en él lo tengo todo dicho. Efectivamente, todo lo que Dios nos puede responder o decir, sea cual sea la pregunta que le hagamos, y sea cual sea la situación en que nos encontremos, la respuesta que Dios nos puede dar está en Jesús. La respuesta está siempre en lo que fue la vida de Jesús. Su proyecto de vida. Su forma de entender la vida. Lo que fue importante para aquella vida.

Que todos tenemos problemas, ¿quién lo duda? Que muchas personas tienen preguntas graves, quizá muy graves, para las que no encuentran respuesta, es evidente. Y que tan evidente como lo es todo esto, lo es igualmente que, en las situaciones complicadas que nos presenta la vida, raro es el caso en el que personas, nacidas y educadas en la cultura cristiana, buscan la solución y la respuesta en la “Palabra” última, definitiva y total, la respuesta a los problemas y preguntas más serias de la vida, que es Jesús, la vida que llevó Jesús, la solución que siempre tendríamos que buscar y encontrar en Jesús.

Y, por favor, que nadie me diga que estoy sacando las cosas de quicio. Los problemas y las preguntas, que nos presenta la vida, ¿no son problemas y preguntas relacionadas con la salud, el dinero, el éxito y el fracaso, el poder y sus privilegios, las relaciones humanas, el sentido o el sin-sentido de la vida, el amor y el odio, la felicidad o la desgracia, la paz o la violencia, la libertad o el sometimiento, la buena o la mala conciencia, la culpa, el perdón o la venganza, la bondad o los malos sentimientos, el triunfo o el fracaso en la vida, la fama o el olvido general?

Pues bien, de todo esto es de lo que nos habla la vida de Jesús, el proyecto de Jesús, la Palabra que es Jesús. Por esto, yo me pregunto, tantas veces, ¿qué hemos hecho los cristianos con el Evangelio? ¿Por qué y para qué le llamamos “Palabra del Señor”? Sobre todo, cuando sabemos que nuestro verdadero “señor” es el dinero, es el poder, es la seguridad para el futuro, es el buen vivir, es el éxito, es el disfrute de la vida. Seamos sinceros y honestos. ¿Es el Evangelio el factor determinante de la vida de la Iglesia? ¿Está el Evangelio en el armazón fundamental de nuestra cultura? ¿Es el criterio rector de nuestras vidas? El día que todo esto quede resuelto y patente, ese día tendremos resuelta y patente la respuesta a nuestras preguntas, las grandes preguntas de la vida.

Espiritualidad , , , , ,

El enigma del fundamentalismo religioso

Miércoles, 6 de abril de 2016
Comentarios desactivados en El enigma del fundamentalismo religioso

monoteistass“Hay que volver a los fundamentos pero sin rigidez”

“Los credos monoteístas se deslizan hacia convicciones absolutas”

“No hay que negar la historia sino aproximarse a ella de forma abierta”

(Manuel Fraijó, El País).- El fundamentalismo petrifica la Biblia y la convierte en autoridad absoluta”. Así se expresa, pensando en el cristianismo, el teólogo J. Moltmann. Identifica de esta forma una de las tentaciones de las religiones monoteístas: su fe puede, con relativa facilidad, deslizarse hacia convicciones absolutas. Intentemos una mínima clarificación.

Desde luego, nadie reprochará a las religiones que retornen una y otra vez a sus fundamentos. Sus fundadores y el credo al que ellos dieron lugar no puede ser un me- ro punto de partida que caiga en el olvido. Los orígenes no se marginan impunemen- te. Las religiones, como las personas y los pueblos, tienen grandes obligaciones con- traídas con el recuerdo; sin él se perece. “Qué sea el hombre”, escribió el filósofo W. Dilthey, “solo se lo dice su historia“.

Es necesario, pues, que las religiones siempre vuelvan -sobre todo en tiempos convulsos- a su primera hora, a sus fundadores, a sus libros sagrados en busca de la anhelada identidad. Pero la identidad no es algo cerrado ni enlatado que se acumule solo en los inicios y condene a los nacidos después a ser meros repetidores. El momento fundacional no agota las posibilidades de configuración de los proyectos religiosos. El tiempo añadido, la tradición, los siglos transcurridos ayudan a perfilar la intuición originaria.

Esos pasos intermedios reclaman también vigencia y cierta normatividad. Es más: se impone incluso una consideración amable del momento presente. Las religiones son comunidades narrativas de acogida que ayudan a vivir y morir digna y esperanzadamente. Cuando una religión margina alguno de estos tres estadios -los orígenes, la tradición y el momento presente- y se aferra a que el velo se rasgó por completo en los mitificados momentos iniciales surge el fundamentalismo. Su pecado no se localiza, pues, en la búsqueda de fundamento; es humana y necesaria, sin ella se camina a la deriva. El fundamentalismo se hace fuerte cuando las religiones, además de afirmar legítimamente su trascendencia, niegan, ya sin legitimidad para ello, su contingencia histórica y las heridas que el paso del tiempo ocasiona. La negación de la historia es una invitación solemne al fundamentalismo.

El peligro fundamentalista afecta a múltiples ámbitos de nuestras sociedades. Sin embargo, resulta extraño que esté tan presente en las religiones, sobre todo en las monoteístas. Y es que, en palabras del teólogo W. Pannenberg, “el fundamentalista es el hombre de la cosa segura”. Pero ¿qué es lo seguro en las religiones? ¿No es la fe confiada, sin certezas ni evidencias, su seña de identidad? El mundo al que se aso- man los creyentes es tan misterioso, tan tremendo y fascinante, que debería resistirse a la chata objetivación fundamentalista. La experiencia religiosa se forja en contac- to con símbolos, mitos, ritos y leyendas.

Se podría afirmar, con P. Ricoeur, que es “el reino de lo inexacto”. ¿Cómo se puede ser fundamentalista en un escenario tan resbaladizo, en un universo tan cargado de misterio e incertidumbre? Más bien parece que la persona religiosa debería estar familiarizada con el espesor de lo inefable, con los muchos nombres y rostros de lo divino. Todas las religiones saldrían ganan- do si incluyesen en su biblia pequeña el verso de José Ángel Valente: “Murió, es decir, supo la verdad”. Pero hasta entonces, hasta que no doblemos la última curva del camino, la verdad será una criatura huidi- za, especialmente para el fundamentalista.

El filósofo H. Bergson abordó estos interrogantes distinguiendo dos clases de religión: la estática y la dinámica. La primera se agota en la búsqueda de seguridades. Su problema es el miedo, que intenta esquivar acumulando certezas doctrinales y pautas inmutables de conducta que defiende con ira, intransigencia y fanatismo. En definiti- va, la religión estática rechaza las fatigas de la duda y el ejercicio de la razón crítica.

En cambio, la religión dinámica está fa-miliarizada con las preguntas que “el terror de la historia” (M. Eliade) suscita. Sabe que preguntar es ser piadoso. De ahí que, según Bergson, la religión dinámica culmine en la mística. “Superhombres sin orgullo” llama a los místicos, cuya cima son para él san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús. No puede extrañar que este gran europeo muriera (1941) pidiendo “un suplemento de alma” para un mundo en el que ya se vislumbraba que la mecánica estaba ganando la partida a la mística.

Destacados conocedores de la historia de las religiones monoteístas señalan dos ámbitos especialmente sensibles al fundamentalismo. En primer lugar, la comprensión e interpretación de sus textos sagrados. Casi tres siglos lleva el cristianismo a vueltas con la exégesis de su Biblia. La aplicación del método histórico-crítico a los textos bíblicos no ha supuesto su debilitamiento, sino una mayor fortaleza. Algo parecido se espera de la incipiente exégesis crítica del Corán. El libro sagrado de los musulmanes determina rígidamente todos los aspectos de su vida religiosa y social. Según el islam, el Corán fue dictado íntegramente al Profeta Mahoma por un ángel en el cielo. Tal vez esta procedencia divina tan directa esté en el origen del temor a someter el Corán a los rigores de la exégesis histórico-crítica. Un temor que no es unánime: existe un islam fundamental que empieza a asomarse a la exégesis crítica del Corán; menos propenso a esta tarea es el islam fundamentalista, siempre volcado en la interpretación literal del texto sagrado; y ajeno a las fatigas de la interpretación histórico-crítica es el fundamentalismo islámico, de triste actualidad por los fines bastardos con los que lee y aplica determinados pasajes del Corán. No existe, pues, un único islam, como tampoco existe un solo cristianismo o un único judaísmo. Sería injusto no diferenciar cuidadosamente.

En segundo y último lugar: a todas las religiones les cuesta separar lo sagrado de lo profano. Muchos musulmanes defienden que, por el honor de Alá, no debería haber zonas francas seculares. Sin embargo, los estudiosos del islam están convencidos de que en algunos países musulmanes el islam está evolucionando y terminará percatándose, como le ocurrió al cristianismo, de que en la vida no todo es religión.

Al comienzo de este siglo, profetas de mal agüero aseguraron que el siglo XXI sería “el siglo de Jesús contra Mahoma”. Es de esperar que aún estemos a tiempo de evitarlo. Y el mejor camino es el de la aproximación mutua, serena y reflexiva, más atenta a lo que une que a lo que separa. En su viaje a Centroáfrica el papa Francisco acudió a una gran mezquita musulmana a orar. En realidad, así fue al principio.

Las crónicas narran que, tras cuatro meses de asedio, el califa Omar (632) conquistó Jerusalén sin ningún género de violencia. Entró como un peregrino, a lomos de un camello y vistiendo un manto usado. A la hora de la oración, el patriarca de Jeru- salén, Sofronio, le ofreció su iglesia para que rezase en ella; pero Omar declinó la invitación con estas o parecidas palabras: mejor no, no sea que el día de mañana, después de mi muerte, algún musulmán te la arrebate diciendo: “Aquí oró Omar”. Un comienzo de diálogo prometedor.

Manuel Fraijó es catedrático emérito de la Facultad de Filosofía de la UNED.

Budismo, Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, General, Hinduísmo, Islam, Judaísmo , , , , , , , , , , , , ,

Navidad. Trinidad creada del Dios increado.

Sábado, 2 de enero de 2016
Comentarios desactivados en Navidad. Trinidad creada del Dios increado.

31R3QeXDyBL._SX312_BO1,204,203,200_Navidad mística: Concebir a Dios, nacer de Dios (con Juan de la Cruz)

Navidad es la celebración del Dios que nace como hombre (de los hombres). Cada uno somos así “belén”, somos Nacimiento de Dios. Encontramos a Dios, le concebimos, porque él ha querido hacerse encontradizo en nuestra vida, nacer y vivir en nosotros.

Éste es el sentido de la Navidad, como Trinidad creada del Dios increado.

Eso significa que los hombres “concebimos” a Dios y que Dios nace en nosotros (no simplemente porque le concebimos, como si fuera invento nuestro, que lo es), sino porque él es Dios , y nos da el poder de concebirle (es decir, de inventarle, es decir, de encontrarle, de invenio), en el sentido más profundo del término, inventándonos así y descubriéndonos a nosotros mismos.

Éste es un misterio de amor, que sólo en amor puede formularse, como sabe San Juan de la Cruz cuando dice: “Más vive el alma donde ama que en el cuerpo donde anima” (CB 8, 3).

Estas palabras constituyen la mejor definición de la Navidad, que es nacer y vivir en el amado: Dios en los hombres, los hombres en Dios, unos hombres en otros. El amante nace y habita en aquel a quien ama. Así nace Dios y así vive en nosotros.

Así vivimos nosotros en Dios: le concebimos, viviendo unos en otros, conforme a la palabra audaz y hermosa de San Juan de la Cruz, que ahora comentamos, siguiendo el texto de un libro dedicado al tema: Amor de Hombre, Dios enamorado . Animarse a nacer, nacer de nuevo, dar y recibir la vida, para compartirla: eso es Navidad

1. La Navidad es esta fiesta del Dios enamorado.
poltada-i6n199392

Vivir es quererse, comunicándose el aliento. Por eso, vivir en Navidad es un milagro: ¿Cómo mantenernos y seguir (animando nuestro cuerpo), si sabemos que nuestra realidad más honda se halla fuera de nosotros? ¿Cómo vivirá en sí la amante si tiene su vida en el Amado? (CB 8):

Mas ¿cómo perseveras,
¡oh vida! no viviendo donde vives,
y haciendo por que mueras,
las flechas que recibes,
de lo que del Amado en ti concibes?

¿Cómo perseveras…? La vida es un milagro, lo más frágil, lo más fuerte: (1) El amor es frágil, siempre inmerecido, transitorio, temeroso de la muerte, que al fin siempre llega. (2) El amor es duradero, poderoso, vencedor sobre la muerte, fuente de resurrección , como irá mostrando el resto del poema. Para situarlo mejor empezaremos retomando las tres palabras centrales de este canto:

2. Los versos del canto

1. Vida: “Mas ¿cómo perseveras, oh vida, no viviendo donde vives…?”. Estos versos definen al amante, hombre o mujer (como hacían los poemas de amor del renacimiento), presentándole como alguien que habita fuera de sí mismo, de manera que su misma existencia (su perseverancia) es un milagro.

Por eso, la amante se admira y pregunta: No sabe cómo puede vivir dislocada, fuera de su sitio. Todo amante es vagabundo, un pobre que no tiene donde reclinar su cabeza, pues sólo vive en el Amado, como SJC ha supuesto en Noche 8 y como afirma, en otra perspectiva, Mt 8, 20.

2. Muerte: “Y haciendo porque mueras las flechas que recibes…”. Un antiguo mito griego representa al Amor como un niño o joven ciego (con ojos vendados) que empuña el arco y dispara sus flechas, de un modo que parece descuidado, pero siempre certero. Así pudo verlo SJC en la escalera principal de su Universidad de Salamanca.

Las flechas del amor evocan la guerra más honda en que los hombres y mujeres se buscan, se hieren y se curan, perdiendo y ganando su vida. La amante sabe que la flecha de amor tendría que haberle matado y, sin embargo, ella vive.

3. Concepción: “De lo que del Amado en ti concibes”. Las flechas provienen de un amado que está dentro y penetran en el mismo corazón de la amante (como supone el signo de la transverberación de Santa. Teresa: estatua de Bernini, en Roma). Esas flechas provienen de fuera, viniendo de dentro: de la misma idea interna de la amante que concibe y engendra en sí al Amado. El conocimiento de amor se define y presenta, según eso, como fecundidad y concepción amorosa: mente y corazón de quien ama son todo el universo.

3. Navidad, concebir a Dios

1604745_530649110445619_4424849191203987291_nLa Biblia identifica conocimiento personal y encuentro enamorado: así dice que Adán “conoció” a su mujer y que ella dio a luz un hijo (Gen 4, 1). En esa línea se sitúa nuestra amante, diciendo que las flechas del Amor arquero le han fecundado, de forma que alumbra con dolor, aunque de un modo insuficiente: concibe de la idea del Amado (dentro) más que del Amado en sí (fuera). Pero ¿qué es dentro y es fuera? ¿Dónde vive ella en verdad? En ese contexto ha formulado San Juan de la Cruz su más honda verdad antropológica:

El alma más vive donde ama que en el cuerpo donde anima,
porque en el cuerpo ella no tiene su vida,
antes ella la da (vida) al cuerpo,
y ella vive por amor en lo que ama.
Pero, demás de esta vida de amor,
por el cual vive en Dios el alma que le ama,
tiene el alma su vida radical y naturalmente
– como también todas las cosas criadas –
en Dios, según aquello de San Pablo, que dice:
en él vivimos, y nos movemos y somos…
Y como el alma ve que tiene su vida natural en Dios
por el ser que en Él tiene,
y también su vida espiritual por el amor con que le ama,
quéjase y lastímase que puede tanto
una vida tan frágil en cuerpo mortal, que la impida
vivir una vida tan fuerte, verdadera y sabrosa
como vive en Dios por naturaleza y amor.
(Cf. Hech 17, 28. Coment 8, 3).

La forma exterior de este pasaje es poética en sentido simbólica y distingue una vida corporal, con el alma animadora (que alienta en el cuerpo), y una más alta o de Dios, donde encontramos a su vez dos planos, uno natural (ser en Dios, por inmersión de esencia) y otro espiritual (comunicarse en Dios, por comunión de amor, de gracia).

4. Navidad. Las tres vidas del hombre

Desarrollando esas intuiciones anteriores, podemos distinguir tres vidas, distintas y vinculadas:

1.Vida corporal, el regalo de la Vida. El hombre es viviente del mundo: alma “animadora” de un cuerpo emparentado con plantas y animales, en fragilidad y riesgo. Sin embargo, “el alma vive más donde ama que en el cuerpo donde anima”: está más cerca de aquellos con quienes comparte su afecto, que del cuerpo al que mueve; más vive en los amigos (sobre todo en el Amado) que en sí misma, como sabía el Cantar y como sabe nuestra amante, que es capaz de regalar su vida a los amigos (al Amado), muriendo por ellos, pues en ellos vive, en esperanza de resurrección.
arc-navidad
2.Vida natural en Dios, inmersión divina. En este nivel, SJC comparte una teoría común del pensamiento teológico antiguo, presente incluso en muchos no cristianos (platónicos, estoicos…), que se trasluce en Hech 17, 28 (“en Dios vivimos, nos movemos y somos”) y en Jn 1, 4, citado por SJC (“todo lo que fue hecho era Vida en Dios”) . Esto significa que el hombre vive de una forma natural en Dios, pues Dios es Vida de todos los seres y, de un modo especial, de los hombres que se saben inmersos en su esencia .

3.Vida espiritual en Dios,
comunión de personas. En este nivel se despliega la vida más honda, en sentido dialogal o comunión de amor, como iremos indicando en lo que sigue. El hombre no está inmerso en lo divino por naturaleza (como en el plano anterior), sino que comparte en Dios (con Dios) la vida, en comunicación personal, de entrega, de regalo mutuo. En este nivel se sitúan las palabras centrales de SJC, que venimos comentando: “Más vive el alma donde ama que en el cuerpo donde anima, porque en el cuerpo ella no tiene su vida, antes ella la da al cuerpo, mientras que ella vive por amor en lo que ama”.

Biblia, Espiritualidad , ,

“Para este fin…”, por Gema Juan, OCD

Lunes, 14 de diciembre de 2015
Comentarios desactivados en “Para este fin…”, por Gema Juan, OCD

20286109224_097edede7f_mDe su blog Juntos Andemos:

Juan de la Cruz tenía una fe inmensa en el ser humano. Algo sorprendente, cuando se conoce su vida. Desde su infancia difícil, marcada por la pobreza, hasta su última enfermedad –«unas calenturillas», como la llamó él– y su muerte.

Porque Juan vivió una pobreza extrema que dejó huella en su cuerpo y en toda su persona, y que se llevó por delante, muy temprano, la vida de su padre y de uno de sus hermanos. Y la enfermedad final lo encuentra en medio de un «castigo» que le impusieron sus mismos hermanos, sin acabar de comprender quién era ese hombre menudo y curtido: un hombre fiel al proyecto iniciado por Teresa de Jesús, enamorado de Dios, leal a sus superiores y verdadero hermano de sus hermanos.

Con esos dos extremos y una vida nada sencilla, resulta impresionante cómo Juan mantiene su fe en los demás, en su inmensa posibilidad y en cómo, cualquiera que sea el punto en el que sus vidas se encuentran, la llamada al amor mayor sigue intacta, es real.

Quienes mantienen su fe en los demás, y no por pura ingenuidad, se convierten en personas profundamente accesibles y acogedoras, maestras de la vida. Eso le sucedió a Juan. Y por eso, en parte, su magisterio no se agota.

Se le puede ver diciendo: «No ignoro que hay algunos tan ciegos e insensibles que… como no andan en Dios, no echan de ver lo que les impide a Dios». Juan sabía, sobradamente, que la ceguera existe, que hay quien permanece como en letargo, sin sentir la ausencia del bien ni la presencia del mal. Y sin intuir la presencia del que es todo bueno, de Dios.

Pero aun así, seguía creyendo que todos, sin excepción, «para este fin de amor fuimos criados». De ahí su empeño en despertar y devolver la luz y mostrar un camino que haga más plena la vida y más humana la existencia.

A Juan le dolía que había quienes «trabajan y se fatigan mucho, y vuelven atrás, y ponen el fruto del aprovechar en lo que no aprovecha, sino antes estorba», cuando podrían seguir un camino de crecimiento sin fin. Estaba convencido de que no hay límite para la evolución humana, porque puede llegar a la cumbre de un monte donde habita Dios —una cumbre que está en lo profundo del ser. Y si Dios no tiene límite, tampoco se lo pone al ser humano.

Convencido de que el acceso a lo mejor de uno mismo es posible, Juan se empeña en dar luz para que cada persona «eche de ver el camino que lleva y el que le conviene llevar, si pretende llegar a la cumbre de este monte». Las dos cosas son necesarias: saber dónde se encuentra uno mismo y saber a dónde quiere ir; saber cómo camina y cómo necesita hacerlo, para avanzar.

Todo importa y todo es cauce para avanzar. Juan se toma muy en serio a las personas y cree que Dios ha puesto en cada una la potencialidad suficiente para lo bueno. Por eso, dice: «Un acto de virtud produce en el alma y cría juntamente suavidad, paz, consuelo, luz, limpieza y fortaleza». Es decir: un gesto de amor, un paso de reconciliación, una actitud abierta, cualquier movimiento de bondad, genera todas esas cosas. Y va aproximando al centro del ser.

Del mismo modo, el movimiento inverso, dejarse arrastrar por los impulsos más negativos hasta convertirlos en hábito, devuelven a uno mismo la peor imagen y causan infelicidad a los demás. A esos impulsos que desencajan las piezas interiores y que pueden hacerse costumbre, Juan los llama apetitos y de ellos dirá: «Un apetito desordenado causa tormento, fatiga, cansancio, ceguera y flaqueza».

De modo que cuando él habla de «inclinarse, no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso», está animando a decir sí a lo mejor de uno mismo que, la mayoría de las veces, está ligado al impulso menos primario… «menos fácil».

Y cuando se presenta tan radical, diciendo: «Para venir del todo al todo, has de negarte del todo en todo», está diciendo: es necesario hacer costumbre –un ejercicio continuo– de decir sí a lo que produce la alegría profunda y no a lo que deshace el misterioso y precioso puzle que es el ser humano.

Después, dirá: «Cuanto más se fuere habituando el alma en dejarse sosegar, irá siempre creciendo en ella y sintiéndose más aquella amorosa noticia general de Dios». Cuanto más se «inclina» –sigue– más «paz, descanso, sabor y deleite sin trabajo» encuentra.

Juan cree que es posible «dejarse llevar de Dios», dejarse sosegar y sacar de la ceguera o la insensibilidad. Es posible para todos. Por eso, se empeña en hablar de la maravilla que se puede vivir cuando se deja a Dios obrar, y dice que le «parece al alma que todo el universo es un mar de amor en que ella está engolfada, no echando de ver término ni fin donde se acabe ese amor, sintiendo en sí el vivo punto y centro del amor».

Espiritualidad , , ,

“Otra santidad”, por Gema Juan, OCD

Martes, 6 de octubre de 2015
Comentarios desactivados en “Otra santidad”, por Gema Juan, OCD

21844101155_3370f35840_m«El mérito no consiste en hacer mucho ni en dar mucho, sino más bien en recibir, en amar mucho». Así escribía Teresa de Lisieux –Teresita– a su hermana Celina, animándola a dejarse llevar por Jesús y a descubrir otra santidad.

Escribía al hilo de su querido maestro Juan de la Cruz que, cuando hablaba de la ciencia del amor que es la contemplación, decía que «la contemplación pura consiste en recibir». Discípula y Maestro coincidirán en el tenaz ejercicio que lleva a esa pureza y en el largo camino que hay que recorrer para aprender a recibir. Tal vez, el verbo más activo que exista.

Hablar así de la contemplación y del significado del mérito es hablar de otra santidad. Es mantener una «atención creativa» que permite ver con profundidad lo que rodea, para poder dar una respuesta personal, auténtica y valiosa. Eso hicieron Juan y Teresita, ambos preocupados por la desorientación que veían a su alrededor y conscientes de haber descubierto un camino personal que podían compartir.

Más adelante, en la misma carta, Teresita recordará un poema de Juan que vuelve a poner las cosas en el único orden que pueden funcionar, cuando se trata de andar con Dios. El poema decía: «Hace tal obra el amor, después que le conocí, que si hay bien o mal en mí, todo lo hace de un sabor y alma transforma en sí».

El amor es el que transforma, el que es meritorio, el que hace la santidad; y solo desde el amor es posible recibir al Amor. Teresita seguirá escribiendo en la misma carta: «Mi director, que es Jesús, no me enseña a llevar la cuenta de mis actos, Él me enseña a hacerlo todo por amor… pero esto se hace en la paz, en el abandono, es Jesús quien lo hace todo». La misma experiencia: es el amor el que obra.

Simone Weil hablaba de que, en cada tiempo, es necesaria una santidad, es decir, una santidad nueva y que no tiene precedente. Por eso, los santos son creadores y la contemplación que viven supone una revolución, un cambio profundo en el orden de las cosas. La contemplación auténtica jamás es neutra, como tampoco lo son los santos. Esta es la otra santidad. La que inspira, pero no puede repetirse atemporalmente.

Quienes realizan la experiencia de ser encontrados y enseñados por Dios –explicaba M. Clara Bingemer– alcanzan un nivel diferente de conocimiento que los lleva a una vida transformada, que responde a las necesidades de cada tiempo y lugar.

Antes, León Felipe lo había dicho, preciosamente y a su manera: «Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy». Porque, más allá de todas las explicaciones que se pueden dar, la santidad es un camino único hacia la luz.

Teresita, una mujer que inició su vida en un monasterio carmelita a los quince años y que no volvió a salir de él, rompe –como hacen los místicos de todos los tiempos– la tópica dicotomía entre acción y contemplación. Para ella no existe, todo es movimiento y permanencia, todo es presencia y silencio. Todo es, sencillamente, amor. Como diría Teresa de Jesús: «Todo es amor con amor».

Y cuando Teresa, la Madre, escribe sobre esta unión de amor, habla de esa otra santidad que se realiza en la comunión más radical y efectiva. Y dirá que, para andar con un poco de seguridad, es bueno «andar con particular cuidado y aviso, mirando cómo vamos en las virtudes: si vamos mejorando o disminuyendo en algo, en especial en el amor unas con otras y en el deseo de ser tenida por la menor y en cosas ordinarias».

Teresita hablaba de «soportar los defectos de los demás, no extrañarse de sus debilidades, edificarse de los más pequeños actos de virtud». Y Juan, de un enamorado que «no anda buscando su propia ganancia, ni se anda tras sus gustos», que procura el bien de todos porque «ya no tiene otro estilo ni manera de trato sino ejercicio de amor».

Se juntan los tres maestros –padres e hija– en ese amor concreto que nunca está ocioso, que no pierde la atención, que siente que nunca acaba el camino porque es en el camino donde descubre lo vivo del amor, la comunión más íntima.

Igualmente juntos, en la experiencia de que solo el amor obra todo en todos. Es la otra santidad, la que no realiza por sí mismo el ser humano sino solo en ese dejarse llevar, que también Teresa explica: «Dejad hacer al Señor de la casa; sabio es, poderoso es, entiende lo que os conviene y lo que le conviene a Él también».

Lo resume, «la pequeña», cuando dice que lo único que le atrae es el amor y escribe: «Lo sé: cuando soy caritativa es únicamente Jesús quien actúa en mí. Cuanto más unida estoy a Él, más amo a todas mis hermanas».

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , , , ,

Ofrecer la vida, elegir el amor

Viernes, 24 de julio de 2015
Comentarios desactivados en Ofrecer la vida, elegir el amor

19707566032_1fec37a6e2_mQueridos amigos: durante estos meses, el blog se actualizará cada quince días. ¡Feliz verano para todos!

En 1895, Teresa de Lisieux tomó una decisión importante que iba a afectar a su propia vida pero, también, a su mundo más próximo, a sus hermanas de comunidad. Una decisión que, finalmente y de modo insospechado para ella, iba a traspasar los muros de su convento, las fronteras de la cristiandad de su Francia natal e incluso los límites de la Iglesia Católica.

Parece desproporcionado y, sin embargo, es real. No hay nada que tenga más fuerza que una vida entregada, una vida hecha de tiempo y carne, de gestos concretos y esfuerzo, de elecciones cotidianas y opciones trabajadas. Teresa decidió ofrecer lo más valioso que tenía: a sí misma, su propia vida y regalárselo a la misericordia o, como decía ella, al «amor misericordioso de Dios», para que la repartiera.

No ocultó las muchas batallas que libró consigo misma para que el sí que daba, fuera un sí con toda su vida. Y, en cambio, intuyó que vivir de ese modo, cogida por el amor y entregada a él, era formar parte de una onda expansiva que no tenía límites.

Tenía experiencia de la misericordia, de lo que es capaz de despertar la bondad divina en los seres humanos. De cómo mueve y transforma, y de cómo cura, porque Teresa había permitido que la misericordia labrase su interior y había aceptado la purificación continua del amor, al elegir la gratuidad como su modo de ser en el mundo.

Su propia vida le decía que el amor es lo que hace dignos a los seres humanos y lo único que los hace santos al modo del único santo: Jesús. Por eso, escribía: «Sé también que el fuego del amor tiene mayor fuerza santificadora que el del purgatorio. Sé que Jesús no puede desear para nosotros sufrimientos inútiles».

Así es como Teresa tomó la decisión de ofrecer su vida: desde la experiencia del desproporcionado amor de Dios. Hablando a Jesús, decía: «Déjame que te diga que tu amor llega hasta la locura… ¿Cómo quieres que, ante esa locura, mi corazón no se lance hacia ti? ¿Cómo va a conocer límites mi confianza…?».

Esa confianza le dio alas para comprometer toda su vida, para poder decir: hago «ofrenda de mí misma», una ofrenda de amor. Teresa había comprendido que lo único que agrada a Dios es el amor, que ese es su modo de comunicarse y el camino humano para unirse a Él. Por eso, escribía dirigiéndose a Dios: «Creo que te sentirías feliz si no tuvieses que reprimir las oleadas de infinita ternura que hay en ti».

Quien vive con un Dios así, que –como decía Juan de la Cruz– «el lenguaje que más oye solo es el callado amor», entiende que aprender esa lengua es el camino de vida verdadera. Desde esa experiencia, escribirá Teresa: «No quiero acumular méritos para el cielo, quiero trabajar solo por tu amor».

Esa es la ofrenda que hace ella: elegir cada día el amor. Y entiende que hay que elegirlo allí donde uno se encuentra y haciendo lo que tiene a mano, en vez de soñar con lo que no está al alcance. Por eso, le habla a su hermana Celina de amar buscando «pequeñas ocasiones, naderías que agradan a Jesús… una sonrisa, una palabra amable cuando tendría ganas de callarme o de mostrar un semblante enojado».

Teresa llevó al extremo el amor que sentía por Jesús, dándole concreción en su vida. Eligió ser amable, es decir, hacer agradable la vida, facilitar las cosas, mostrar afecto, colaborar abiertamente con todos los que le rodeaban pero, especialmente, con aquellas personas que no podían devolverle la amabilidad. Prefirió estar con «los pobres, los lisiados, los ciegos y los paralíticos» de los que hablaba Jesús, con aquellos que tenían carencias poco agradables y no podían «pagar» su afecto.

Por todo esto –y más que desvela una lectura profunda del mismo–, el «acto de ofrenda al amor misericordioso» que escribe Teresa, dos años antes de morir, es un testamento de amor y una confesión de fe en el Dios entrañable del que hablaba Jesús.

Solo a ese Dios podía Teresa entregar su vida, sabiendo que Él la uniría a la suya, entregada por todos. Solo a ese Dios podía decirle: «Quiero, Amado mío, renovarte esta ofrenda con cada latido de mi corazón y un número infinito de veces, hasta que las sombras se desvanezcan y pueda yo decirte mi amor en un cara a cara eterno».

Espiritualidad , , , , , ,

Las pintadas de la vergüenza

Viernes, 19 de junio de 2015
Comentarios desactivados en Las pintadas de la vergüenza

pintada-homofoba-Pozoblanco-2015Un pueblo es grande hasta que deja de serlo, cuando tolera que aunque sea uno solo de sus ciudadanos sea vilipendiado por una causa injusta. De la misma manera un cristiano pierde su propia esencia, cuando hace añicos el evangelio de Jesucristo anulando el principio básico del servicio a los demás.

Cuando escribo estas letras, tengo ante mí tres titulares recientes sobre los que reflexionar como ciudadano y como cristiano que soy. Por un lado “la justicia Mexicana reconoce la validez del matrimonio homosexual”, todo un logro en la lucha por la discriminación sexual a la que se suman otros muchos países.

El segundo titular:la jerarquía Vaticana aun no ha aceptado al embajador francés ante la Santa Sede Laurent Stefanini, por ser un homosexual reconocido”. Por ello el Papa Francisco cediendo a presiones internas, aun no ha recibido a este embajador para que le sean entregadas las cartas credenciales.

Tercer titular: “en Pozoblanco (Córdoba) aparecen pintadas ofensivas e insultantes en la fachada de la casa de una pareja homosexual, comprometida activamente en la Iglesia católica”. Son noticias que implican muchas cosas, y desde luego la más significativa es que respecto de los derechos humanos no toda la batalla está ganada. Ojo, no se trata aquí de lo que usted considera que es normal o moralmente aceptable, o de lo que se debe o no se debe hacer. Se trata de permitir la libertad del sujeto, de la otra persona, para vivir su vida y manifestarse libremente.

A esta deformación de la realidad siempre ha contribuido de una manera significativa la moral católica más antigua, mal educando a las personas al respecto de algo tan esencial para la persona como es el sexo. El sexo no está reñido con el Reino de Dios, ni a Dios le place el que la persona reprima su sexualidad y sufra por ello. ¿Es tan complicado entender que Dios que es Padre y Madre, nos quiere felices para obrar maravillas en el mundo? ¿Qué efecto malintencionado tiene sobre la gente, el que dos chicos se quieran y se unan en matrimonio? Ninguno, absolutamente ninguno.

Sin embargo hay personas indeseables que haciendo suya una especie de justicia divina se toman la –supuesta- justicia por su mano y pretenden enseñar a estos chicos con ocultismo y unas pintadas de la vergüenza, que su camino no está en la cofradía en la que colaboran y trabajan.

CLAUSTro castillo pagolaEsta actitud condenatoria, de ninguna manera está ligada al ideal conservador de la vida, ni desde el plano político ni el religioso. El conservadurismo atesora grandes valores y somos muchos –estos chicos incluidos- los que se enorgullecen de tener amigos conservadores, muchos de los cuales son un gran apoyo en su cruzada en favor de la normalidad.

Tampoco es la cofradía en sí misma la que propicia en su conjunto este desprecio a esta pareja, ¡faltaría más! Aquí solo basta decir, que la hermandad del Resucitado de Pozoblanco hace honor a la inmensa mayoría de sus miembros, pues como la imagen a la que dan culto, son luz verdad y vida.

El problema es la intransigencia de algunos. El problema es la envidia y la obtención de un pretexto para que estos chicos -que lo que hacen es trabajar y testimoniar-, abandonen su puesto para ser ocupado por tal o cual persona. Al respecto de estas actitudes que alejan a los agresores del rostro de Jesucristo, quizás convendría tener en cuenta las recientes palabras del Papa francisco: “Si una persona es gay, y busca a Dios ¿quién soy yo para juzgarla?“. Así como el llamamiento del papa para no “estar obsesionados con estos temas”. O aquellas del Señor: haced con los demás lo mismo que queréis que los demás hagan con vosotros (Mateo 7,12ª) y otros muchos ejemplos del evangelio; pues si en algo coincidimos estudiantes de cristología, teólogos y estudiosos de las escrituras es que la “EXCLUSIÓN” era impensable para Jesús de Nazaret. El abrazaba y abraza sin preguntar quien eres ni de donde vienes.

En definitiva, es una lástima que haya personas que no reconozcan el amor entre dos hombres y encima se atrevan a juzgarlo. Porque Dios no nos juzgará por pequeñeces cuando lleguemos a su presencia, no. “Al atardecer de la vida nos examinarán del amor” (San Juan de la Cruz).

Estos chicos se aman, y solo por ello Dios está con ellos y con todos los que los apreciamos y queremos. El descubrimiento de la homosexualidad no es fácil para una persona, pues implica vivir siendo especial o extraordinario. Y esta etapa siempre suele darse en la adolescencia o juventud.

resucitadoA Blas y Braulio la vida los bendijo con el encuentro mutuo. Se encontraron a sí mismos y en cada cual el otro descubrió un rostro de luz, una complementariedad que les hace ser personas en plenitud, felices y de verdad (Juan 14,6). Y en sus vidas descubrieron el autentico rostro del resucitado.

Hago desde aquí un llamamiento para que hermandades, cofradías y asociaciones cristianas fomenten el respeto mutuo y la aceptación de cada cual en la diversidad de la vida, pues todos somos hijos e hijas de Dios que es Padre y Madre, y que al crearnos por amor nos otorgó su propia dignidad (Gn 2).

Mi total apoyo hacia esta pareja, mi abrazo a todos los que os quieren y os demuestran respeto con la vida. Quien no os respete, se las verá con Dios y con su conciencia.

Florencio Salvador Díaz Fernández

Titulado Superior en Teología. I.I.T.A. Universidad Pontificia de Comillas

Cristianismo (Iglesias), General, Homofobia/ Transfobia., Iglesia Católica , , , , , ,

“Aprended de mí”, por Gema Juan OCD

Domingo, 14 de junio de 2015
Comentarios desactivados en “Aprended de mí”, por Gema Juan OCD

17835167524_baee3fdb26_mDe su blog Juntos Andemos:

Cuando el profeta Sofonías hablaba de la restauración del pueblo de Dios, decía que sería un pueblo nuevo, purificado en la verdad, que tendría unos labios sinceros y unas manos limpias de maldad: «Un pueblo pobre y humilde, un resto de Israel que se acogerá al Señor, que no cometerá crímenes ni dirá mentiras».

Los grandes amigos de Dios, místicos y profetas de todos los tiempos, comprendieron que la restauración de la gran familia de Dios pasaba por recuperar su verdadera identidad y que esta solo se podía conseguir, como decía Sofonías: acogiéndose al Señor, es decir, viviendo de cara a Él, para asemejarse a Él y por tanto, desechando la mentira, la violencia y la opresión de cualquier tipo.

En busca de esa semejanza, Juan de la Cruz emprendió un largo viaje y se convirtió en cartógrafo de los caminos de Dios, capaz de encaminar a cuantos quieren agrandar la gran comunidad de los hijos de Dios, viviendo las bienaventuranzas.

Para leer bien los mapas, Juan recomienda tener en cuenta dos cosas fundamentales. La primera es aceptar que Dios es el que conduce por los caminos, es decir, el que realiza la semejanza; Él es el que imprime su amor en cada persona que le busca y desea.

Por aquí se puede entender la humildad de la que hablaba Sofonías: un pueblo que se deja guiar por Dios. En uno de sus Dichos de luz y amor, Juan advertirá que «humilde es… el que se sabe dejar a Dios». El que se deja conducir y transformar por Él. Y explicará cómo aprender a «saberse dejar llevar de Dios».

Lo que más importa –dirá– es unirse a Jesús en su vida y camino, en el modo como pasó haciendo bien por el mundo. Por eso, recomendará a una de sus hermanas andar «deseando hacerse en el padecer algo semejante a este gran Dios nuestro, humillado y crucificado; pues que esta vida, si no es para imitarle, no es buena».

La segunda cosa que recomienda es descubrir el motor para caminar. Juan sabe que está en el deseo profundo, en el amor. Y recuerda que Dios jamás fuerza a nadie, solo despierta ese deseo: «toca» con su amor, hiere con una herida que pone en marcha. Por eso, decía cosas como esta:

«En las heridas de amor no puede haber medicina sino de parte del que hirió, y por eso esta herida alma salió en la fuerza del fuego que causó la herida tras de su Amado que la había herido, clamando a él para que la sanase».

Dios «hiere» a su pueblo para que vaya tras Él, para que busque la cura que solo Dios puede dar, para que busque «su salud, que es su amado». Juan todavía añadirá, como en íntima confesión, que la salud que da Dios es «más regalada salud para mí que todas las saludes y deleites del mundo… porque tú vuelves la muerte en vida admirablemente».

El «desear padecer» del que habla Juan es ir «tras de su Amado» y no otra cosa. No es inventar «penitencias y muchas maneras de ceremonias y otros muchos voluntarios ejercicios». Y aún explica que, quienes tanto inventan, «piensan que les bastará eso y esotro para venir a la unión de la Sabiduría divina». Ir tras Él es querer ser como Él y dejarse tocar por Él. Es escucharle cuando dice: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón», y aprender a amar como Él.

Juan dirá que Dios no solo enseña a amar «como Él nos ama» sino que a la persona que se deja en sus manos «la hace amar con la fuerza que Él la ama transformándola en su amor, como habemos dicho, en lo cual le da su misma fuerza con que pueda amarle, que es como ponerle el instrumento en las manos y decirle cómo lo ha de hacer, haciéndolo juntamente con ella, lo cual es mostrarle a amar y darle la habilidad para ello».

El resto de Israel es la Iglesia de Jesús, la comunidad de los que le siguen y le aman. La comunidad que busca a su Amado y siempre necesita reencontrarse mirando a su Señor, que sigue diciendo: «Aprended de mí».

Solo una Iglesia enamorada de su Señor podrá ser el pueblo que ilumine a otros pueblos. Solo una comunidad así, hecha de pequeñas comunidades enamoradas, podrá revelar el rostro del Dios enamorado de todos los seres humanos.

Iglesia enamorada será la que se deje guiar por su Señor y quiera asemejarse a Él en el amor extremado, el amor que lleva a elegir la verdad y la paz, la humildad auténtica como camino de comunión con todos los seres humanos. Y tan enamorada que –como dice Juan– «tanto es lo que de caridad y amor querrían hacer por Él, que todo lo que hacen no les parezca nada» y así reparte la salud y el amor que recibe.

Esa Iglesia escuchará, con inmensa alegría, de labios de su Amado: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».

Espiritualidad , , , , , , ,

Trinidad 4. Juan de la Cruz, la alternativa trinitaria

Domingo, 7 de junio de 2015
Comentarios desactivados en Trinidad 4. Juan de la Cruz, la alternativa trinitaria

resizeimag.aspDel blog de Xabier Pikaza:

Se dice que muchos se extrañaban de que Juan de la Cruz concediera tanta importancia a la Trinidad, y que un día respondió con humor a una curiosa devota:

Es que la Santa Trinidad es la mayor santa del cielo.

Sea como fuere, la aportación trinitaria de San Juan de la Cruz (=JC) resulta fundamental en la modernidad. Tres son, a mi juicio, los supuestos que definen y permiten entender la aportación de su poesía y pensamiento trinitario, y los tres están desarrollados a lo largo de una obra que, pareciendo dispersa, resulta fuertemente unitaria:

‒ En contra de toda idolatría. Éste es, a mi juicio, el supuesto clave de su obra, su opción bíblica fundante, su oposición a la idolatría, tal como se formula en el comienzo de los mandamientos («Yo soy el Señor, no tendrás otros dioses frente a mí», Ex 202-3; Dt 5, 5-7) y tal tal como se expande y expresa en la palabra del Shema israelita: «Escucha Israel, nuestro Dios es solamente uno» (Dt 6, 4-5). En ese sentido, aunque algunos le llamen platónico y digan que su Dios está en la cumbre de un ascenso místico, JC rechaza de una forma radical el método y visión de la mística natural que conocería a Dios por el orden y jerarquía del mundo.

‒ La encarnación y las nadas. Desde esa total trascendencia de Dios, retomando un motivo clave de la Biblia Israelita, JC ha destacado la paradoja de Dios, que siendo distinto de todo lo que existe y puede existir, “sale” de sí mismo por amor a los hombres y se encarna dando la vida por ellos en Jesús. En esa línea él sabe y añade, desde la experiencia radical del Evangelio que Dios es (existe) en sí saliendo de sí mismo, en una experiencia radical de unidad en la alteridad, que vincula y unifica Trinidad y encarnación.

‒ Un esquema nupcial. Sólo en esa perspectiva puede y debe hablarse del modelo “nupcial” del encuentro o comunión que es Dios en sí (Trinidad) siendo divino en la vida de los hombres. JC asume para ello el simbolismo poético y teológico del Cantar de los Cantares, que aparece como valor fundante y meta de su pensamiento.

Retomo en esa perspectiva un tema básico de mi libro La Trinidad, itinerario de Dios, Sigueme, Salamanca 2015, y en especial,Amor de Hombre, Dios enamorado (Desclée de B., Bilbao 206)

1. Punto de partida. Dios en el pesebre “allí lloraba y gemía”.

Muchos han dicho y siguen diciendo que JC (Juan de la Cruz) es un platónico, y en esa línea entienden algunos su Cántico como una versión renovada, pero en el fondo equivalente, del ascenso espiritual del alma, que Platón habría propuesto por boca de Sócrates (Diótima) en el Simposio o Banquete. Su camino de contemplación se entendería, según eso, a modo de proceso de subida de la mente que se va elevando del plano sensible al espiritual, de la materia a las ideas eternas, dentro de un todo sagrado o divino, que nos permite ir dejando los planos inferiores para introducirnos en los superiores, dentro de un esquema sagrado de conjunto, donde Dios es en el fondo el Todo de la realidad, sin verdadera identidad ni trascendencia.

Ciertamente, según la tradición de un cristianismo que había dialogado desde tiempo antiguo con Platón, y dentro del esquema mental del renacimiento, JC tiene elementos que parecen propios de esta mística ascensional. (a) Da la impresión de que a su juicio la realidad se encuentra dividida en planos o escalones jerárquicos, que el hombre debe superar para introducirse en lo divino, saliendo así de la materia baja, oscura. (b) Parece así que el hombre es un ser caído (encerrado) en la materia inferior de lo sensible (en cárcel o cueva del mundo, en un “lago” de infierno), de manera que debe superar ese nivel de imperfección para ascender así hasta la luz superior de lo divino.

Pero, en contra de eso, debemos afirmar que su forma de entender la vida y pensamiento es más cristiana o, quizá mejor, más bíblica que platónica. JC es portador y testigo de un Dios de encarnación, que no nos hace salir de la materia, sino que se revela (encarna) en ella, que no nos separa de la muerte, sino que se (y nos) introduce en ella, pues afirma que Dios «en el pesebre allí lloraba y gemía» (RT= Romance de la Trinidad, 301-302). Este pesebre en el que Dios mismo padece no es un adorno sentimental, ni es la expresión de algún mito cósmico, ni consecuencia de algún pecado, sino expresión de la identidad del Dios cristiano.

Sin duda, el Dios del cosmos (de los filósofos y sabios) tiene cierta hermosura y en algún sentido puede ayudarnos a entender la realidad, pero al fin nos cierra en el mundo, dentro de nosotros mismos, en nuestros conocimientos y acciones, que nos acaban destruyendo, es decir, dominando. Pues bien, en contra de eso, el Dios de Jesús no es principio de sacralidad del cosmos (como suponen de algún modo las vías de Santo Tomás), ni justificación del pensamiento humano (como dirá más tarde Descartes), ni sacralización de algún sistema social o religioso, sino que es originalmente extraño, y se manifiesta como poder de amor, más allá de lo sabido y lo desconocido, un Dios que se vincula con el camino de Israel y con la Iglesia, pero que desborda todas las estructuras y organizaciones de tipo político o social, intelectual o religioso, un Dios crucificado.

Éste es sin duda un Dios poderoso, pero no en línea de poderío del mundo, un Dios al que ninguna religión o política sagrada puede manejar, pues él se manifiesta y viene desde sí mismo (distancia infinita), encarnándose en la pobreza radical del mundo, en el dolor y llanto de la historia, como dice RT 302: “allí lloraba y gemía”. De esa forma, oponiéndose al Dios de la Elevación Sagrada de la mística y de la política ascendente (de tipo cósmico), que termina estando al servicio de un poder separado de los pobres y trabajadores (Platón, Republica), JC nos sitúa ante el Dios de la encarnación en la pequeñez y dolor de la historia, para expresar en ella su ser de amor infinito, su “matrimonio” trinitario .

En este contexto resulta esencial su forma de vincular la Trinidad (es decir, la identidad de Dios) con la encarnación (allí lloraba y gemía) y con la muerte en cruz, tal como aparece en el grito de (¡Dios mío, dios mío ¿por qué me has abandonado? Mc 15, 34), que JC ha colocado en el centro de su experiencia, no para negar a Dios, sino para descubrir su presencia en la entrega de amor de Jesús al Padre. Para afirma que Dios llora y que muere en amor, JC ha debido realizar una fuerte inversión teológica (humana), de tipo trinitario, superando la ontología tradicional de occidente .

Dios se revela en el llanto de Jesús niño y en su dolor final de crucificado, no como pura negación, sino como afirmación más alta de su vida, pues él está presente y actúa allí donde los hombres nacen y viven en pequeñez (gemido) y mueren en injusticia (pasión), consumando el amor divino en claves de entrega personal humana. JC rechaza se opone así a una divinización mística del mundo, no porque el mundo sea malo, sino porque el hombre ha sido creado para introducirse y realizarse en el amor de lo divino, que es entrega radical de vida, pero no fuera del mundo, sino el mismo mundo.

A Dios no se le encuentra en la cumbre de un monte cósmico, subiendo desde los niveles más bajos de la realidad a los más excelsos, para justificar así, desde arriba, lo que existe en los planos inferiores, a través de políticas o religiones que sacralizan el orden actual de la realidad. Al contrario, el Dios de la “montaña cristiana” se revela precisamente en la pequeñez del mundo, pero entendida y vivida en forma inversa, como itinerario de amor.

Llevada hasta el final, esta postura no es una negación del mundo, sino una puerta abierta para su afirmación más alta, en gesto de entrega gratuita, pues en (por) ella se revela el Dios de Jesucristo, conforme a la kénosis de Flp 2, 5-9, que nos lleva a vincular el tema de la Trinidad (Dios como amor en sí) con la encarnación del mismo Dios (que vive y ama en forma humana), con eso que pudiéramos llamar la “mística nupcial”, que nos introduce en la entraña de este mundo (no nos saca de él) en gesto radical de amor.

2. Trinidad y bodas, Cántico Espiritual.

9788433033574Sólo en este contexto, tras haber afirmado el carácter radicalmente “mundano” de la vida y obra de JC (más allá de todo platonismo o mística evasiva), y tras haber insistido en su experiencia de encarnación (Dios llora en la cuna y muere en la Cruz), podemos destacar el carácter nupcial de su experiencia trinitaria, con símbolos tomados del Cantar de los Cantares, que él entiende y comenta como expresión definitiva del encuentro del hombre con Dios. Sólo desde la extrañeza de Dios (totalmente distinto) y desde su encarnación paradójica en el llanto y en la cruz de Jesús (expulsado del mundo, condenado por la religión del cosmos) se puede hablar de Trinidad.

Ciertamente, en un sentido, la Trinidad parece y es lo primero (Dios amor, en el principio; cf. RT 1-4); pero, en otro sentido, ella está al final, como plenitud y sentido de toda lo que existe, pues en ella se vinculan Dios y Cristo, su Hijo, en el Espíritu, y los hombres con Dios. No hay dos formas de ser, una para Dios y otra para los hombres en el mundo, sino un solo Dios que es amor abierto y crucificado que suscita, promueve y acoge a los hombres en su misma pequeñez:

1. La Trinidad es kénosis, vaciamiento (de Padre). Sólo es posible el amor cristiano (ágape) desde la negación radical, por la que el amante sale de sí mismo, y se da y se entrega al “otro”, quedando en sus manos, para que de esa forma sea. No se trata de querer al otro para mí (como eros ontológico, en la línea de la filosofía griega), sino de quererle como es en sí, negándome a mí para afirmarle. En ese sentido, todo amor implica muerte (kénosis), que no empieza simplemente en la historia de los hombres, sino en el mismo Dios que es el primero que se vacía y se entrega como Trinidad en la cruz (según Flp 2, 5-9). Por eso, arraigarse en la Trinidad, como hace JC en RT 1-76, no es dejar a Cristo y olvidar la Cruz, sino encontrar y formular su norma y sentido divino.

2. La Trinidad es fuente de creación desde la muerte (Hijo), es decir, desde el don de sí de Dios, no para dominar sobre lo creado, sino para que lo creado sea, por sí mismo. En ese sentido, desde la creación, amar es negarse, salir de sí mismo, decir “nada, nada, nada”, para poder encontrarnos con Dios (que se afirma al negarse, haciendo que seamos), y para encontrarnos así con otros seres humanos, para hacer de esa manera que ellos sean (¡que sea el mismo Dios, que los otros en concreto sean!). Este amor así dado (realizado) en la muerte, no es algo que empieza en la historia de los hombres, sino que forma la entraña de la Trinidad de Dios en Cristo. Leer más…

Biblia, Espiritualidad , ,

“Sentir esta presencia”, por Gema Juan OCD

Domingo, 31 de mayo de 2015
Comentarios desactivados en “Sentir esta presencia”, por Gema Juan OCD

17289537513_58a2945c90_mDe su blog Juntos Andemos:

Hay misterios que piden silencio, que invitan a encender la mirada interior, que llevan a la adoración. Misterios que huyen de las palabras y que, a lo más, se pueden balbucir –como decía Juan de la Cruz– sin poder decir «aquello de que altamente sienten».

Teresa de Jesús sintió aquella presencia prometida por Jesús: la «presencia tan sin poderse dudar de las tres Personas». Y la acogió como se puede acoger el misterio del amor: abriendo el corazón y aceptando la luz. Tal vez, la única manera de que la inteligencia humana se puede acercar al misterio.

Al intentar explicar cómo sentía aquella Presencia, Teresa decía: «Se me representó como cuando en una esponja se incorpora y embebe el agua; así me parecía mi alma que se henchía de aquella divinidad y por cierta manera gozaba en sí y tenía las tres Personas». Y entonces entendió que Dios hace las cosas de manera diferente.

Contaba Teresa que Dios le hizo comprender «que erraba en imaginar las cosas del alma con la representación que las del cuerpo; que entendiese que eran muy diferentes, y que era capaz el alma para gozar mucho». Sin embargo, experimentará el muro de las palabras para poder expresar la inmensa claridad que suscitaba en ella la presencia divina.

Decía: «Esta presencia de las tres Personas que traigo en el alma, era con tanta luz que no se puede dudar el estar allí Dios vivo y verdadero, y allí se me daban a entender cosas que yo no las sabré decir después».

Si hasta entonces Teresa había buscado a Dios, esta Presencia le hizo entender un nuevo modo de unión: «No trabajes tú de tenerme a Mí encerrado en ti, sino de encerrarte tú en Mí». La búsqueda se transformaba en encuentro y el encerrarse en Él, en una salida.

De este modo, comprendió que esa unión era participar de las palabras de despedida de Jesús, que envía a los discípulos a dar a conocer el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por eso, añadía: «Parecíame que de dentro de mi alma -que estaban y vía yo estas tres Personas- se comunicaban a todo lo criado, no haciendo falta ni faltando de estar conmigo».

Nada iba a quedar encerrado en Teresa, porque eso desharía la verdad profunda de la experiencia cristiana, que se diluye si queda cerrada en sí. De modo que, cuando escribe que ese misterio de los Tres «quiere dar a sentir esta presencia», dice que no se puede dudar ni olvidar y apunta cómo el Señor le hace entender la vida desde esa Presencia: «Piensa, hija, cómo después de acabada [la vida] no me puedes servir en lo que ahora, y come por Mí y duerme por Mí, y todo lo que hicieres sea por Mí, como si no lo vivieses tú ya, sino Yo, que esto es lo que decía San Pablo».

Y hablará de «la paz interior y la poca fuerza que tienen contentos ni descontentos por quitarla de manera que dure», cuando se vive en los Tres y cómo la fuerza con que se siente la Presencia sana el corazón: «Con esto se ha remediado la pena de esta ausencia».

Queda el silencio, después de buscar palabras para expresar la Presencia y queda la mirada, que tantas veces pide Teresa, para ver al Único y para sentir el amor.

Pero ella, que siempre da un paso más y llega más al fondo de las cosas, todavía añade que lo que queda de sentir «con tanta fuerza estar presentes estas tres Personas» –dice– es el deseo de vivir, si Él quiere, para servirle más; y si pudiese, ser parte que siquiera un alma le amase más y alabase por mi intercesión, que aunque fuese por poco tiempo, le parece importa más que estar en la gloria».

Espiritualidad , , , ,

“Del miedo a la paz”, por Gema Juan, OCD

Domingo, 19 de abril de 2015
Comentarios desactivados en “Del miedo a la paz”, por Gema Juan, OCD

17012989625_060c22ba7a_mDe su blog Juntos Andemos:

Anochece, las puertas están cerradas y el miedo es señor de la casa. La desazón de la incertidumbre y el desánimo de no saber si todo el camino recorrido ha servido para algo. La sombra de la culpa, como un presentimiento o una losa, sobrevolando la habitación. Ese es el paisaje en el que se encuentran los amigos de Jesús, después de su muerte.

La experiencia de los discípulos está tan cerca de la que, tantas veces, atraviesa la vida humana, que las palabras del evangelista Juan parecen escritas fuera del tiempo, escritas para todos los tiempos. El miedo, la inquietud y el desaliento siguen preguntando si hay respuesta y salida. Y la fe busca continuamente; espera, tenaz y atrevida, que Jesús siga vivo.

Cada vez que unos muros frenan la esperanza y el miedo ciega la fe, el evangelio repite, con toda su fuerza: «¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?… Paz». Y recuerda que «se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz esté con vosotros». Recuerda que Jesús sigue dando la paz.

De alguna manera, los discípulos sentían que algo se había roto y que Dios había fallado en su promesa de que jamás les iba a abandonar. Juan de la Cruz expresa vivamente esa experiencia, que visita la existencia humana cuando menos se espera y por los caminos más diversos. Y lo decía así:

«Lo que esta doliente alma aquí más siente, es parecerle claro que Dios la ha desechado y, aborreciéndola, arrojado en las tinieblas, que para ella es grave y lastimera pena creer que la ha dejado Dios».

Es el cerco de una soledad profunda y de un sinsentido porque se experimenta que los cimientos de la propia vida se remueven bajo los pies. «¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?» —dirá Juan al iniciar su Cántico Espiritual. ¿Adónde se han ido la luz y la paz?

Juan es poeta y místico por su calado humano, porque ha vivido, porque ha sentido, porque sabe por propia experiencia qué es gemir y andar dolorido y cegado. Y así, dice pronto: «En este sepulcro de oscura muerte la conviene estar [a la persona] para la espiritual resurrección que espera».

Dedicará muchas de sus páginas a acompañar la estancia en el sepulcro, para que no se pierda la esperanza ni el miedo haga estragos, tapiando definitivamente la vida. Porque ese «primer día de la semana, al anochecer», ese momento de puertas cerradas, puede prolongarse y es necesario seguir esperando al que puede traer la paz.

Juan hablará de la visita del Señor. Cierta y segura. Y no dirá que tira abajo las puertas y deshace en un instante los dolores. Hablará de una visita que se hace presente desde el interior del ser. De una presencia que aflora, como «el silbo de los aires amorosos, [como] música callada». Lenta y silenciosa pero segura e indestructible.

Dirá: «Siente el alma cierta compañía y fuerza en su interior, que la acompaña y esfuerza tanto», que empieza a abrir sus puertas. Una presencia suave y oscura, que irá iluminando todo. Así visita el Resucitado y da su paz porque se comunica a sí mismo. «Muy poco a poco» –dirá Juan– porque «se hace al paso del alma».

Esa compañía va transformando la vida y renueva las fuerzas. Solo pide la confianza, el abandono en los brazos del Amor: «Venirse a poner en las manos del que la hirió, para que, despenándola, la acabe ya de matar con la fuerza del amor». No porque Dios haya sido el causante de la pena, sino porque Él es el que aguarda, desde siempre, en el corazón humano, como herida de amor capaz de sanar a la persona entera.

Por eso, Juan dice que del «amor, cuya propiedad es echar fuera todo temor, nace la paz del alma». Y Jesús, que es la presencia viva del amor de Dios hace la paz, disuelve los miedos, abre las puertas y restablece la confianza.

Cuando Jesús dice: «Paz a vosotros», comunica que lo que el Padre ha hecho en Él, quiere hacerlo en todos. Dios quiere dar vida sin medida y sin excepción, quiere resucitar a todos.

Dios devuelve a la persona la luz y la anchura, la paz y la fuerza de vivir, regalándose a sí mismo por completo. De tal modo, que Juan escribirá que está «Dios aquí tan solicito en regalarla con tan preciosas y delicadas y encarecidas palabras, y de engrandecerla con unas y otras mercedes, que le parece al alma que no tiene Él otra en el mundo a quien regalar, ni otra cosa en que se emplear, sino que todo Él es para ella sola».

Espiritualidad , , , ,

“Cervantes, bisexual”, por Ramón Martínez

Jueves, 26 de marzo de 2015
Comentarios desactivados en “Cervantes, bisexual”, por Ramón Martínez

miguel_de_cervantesUn interesante artículo que publica Cáscara Amarga:

Con la aparición de los supuestos restos del autor del Quijote no sólo queda claro que la política cultural de Madrid está en los huesos, gracias a la incapacidad de Ana Botella. También hemos comprobado, una vez más, que determinados datos de la vida de un autor sólo son relevantes en caso de que no atenten contra los cánones establecidos.

Miguel de Cervantes era bisexual, no cabe duda alguna. Bien es cierto que metodológicamente es un error trasladar conceptos actuales sobre sexualidad a una época pasada donde no sólo no existían esos términos sino que el propio pensamiento sobre el hecho sexual era diferente. Resulta inadecuado tratar de encajar nuestras categorías sobre la orientación sexual y la identidad de género a un contexto social y cultural tan diferente como es el siglo XVI. Es un error decir que Teresa de Jesús fue posiblemente una lesbiana más o menos visible entre sus compañeras carmelitas y que la poesía de Juan de la Cruz desvela ciertos puntos de vista trans, o que Luis de León quizá fuera gay, por haber traducido la bucólica segunda de Virgilio y haber superado el original –“En fuego Coridón, pastor, ardía / por el hermoso Alexi, que dulzura / era de su señor y conocía / que toda su esperanza era locura”–. Pero no se trata de un error porque Teresa y Luis no se sintieran atraídos por personas de su mismo sexo, o porque Juan no pudiera haber sentido su género como femenino. Tratándose de personajes religiosos no hay forma, supuestamente, de demostrar nada, ni siquiera que fueron heterosexuales y cisexuales. Es un error porque los elementos culturales que sustentan todos estos conceptos no existían en el Quinientos. Cuando afirmamos ahora que Cervantes era bisexual no decimos nada más que, a lo largo de su vida, mantuvo relaciones con personas de más de un sexo, y hemos de emplear los términos avant la lettre, que se dice, para que nos sea posible entendernos.

El hecho es que los huesos que se han encontrado esta semana pertenecieron a un hombre que, en su vida, disfrutó del calor de hombres y mujeres. Sabemos que se casó en 1584, y que se separó de Cataliza de Salazar –con la que está enterrado, y mezclados sus restos– en 1586, porque la convivencia era muy mala. De sus sesenta y ocho años de vida, únicamente dos los pasó junto a una mujer. Es un dato comprobable que existió el vínculo matrimonial, y de ahí estamos obligados a suponer que, además, mantuvieron relaciones sexuales. Es uno de los privilegios del matrimonio, frente a otras formas de relación. Pero también es evidente que don Miguel, además de “haber ayuntamiento con fembra placentera”, que nos diría el Arcipreste, tuvo no pocos conciertos con diversos hombres.

Uno fue, seguramente, el cardenal Acquaviva, de quien fue paje en Roma en torno a 1570. Se supone que se habían conocido en Madrid en 1568 y que Monseñor, un año mayor que Cervantes (aquél con veintidós años, éste con veintiuno) se quedó prendado, se dice que de sus versos, pero es preciso recordar que el propio Miguel era consciente de que como poeta dejaba bastante que desear. Pasara lo que pasara, el autor del Ingenioso Hidalgo se incorpora después a la milicia, pierde la movilidad de su mano en la batalla de Lepanto en 1571 y sigue viajando gracias a los tercios, hasta caer preso en Argel en 1575, donde estuvo hasta ser rescatado en 1580. Y allí tenemos seguro que volvió a mantener relaciones con hombres, como la mayor parte de la crítica ya ha aceptado, aunque le pese –que le pesa–.

Después de todo esto, siempre espero escuchar una frase clásica: “lo importante es que era buen escritor. La vida privada de cada cual no tiene nada de relevante”. Pues sí, era un novelista genial, y en su Don Quijote podemos encontrar algunas de las escenas más escandalosas, en lo tocante a lo sexual, de la literatura española. Los sucesos de Sierra Morena deben ser interpretados adecuadamente, y allí encontramos a Dorotea que, en traje de varón, moja sus pies desnudos en el agua, sin saber que es observada por el cura disfrazado de escudero y el barbero vestido de princesa Micomicona, que creen que se trata de un joven hasta que descubre sus cabellos. Más adelante, con Sancho en la Ínsula Barataria, encontramos a un joven y su hermana intercambiándose los vestidos para salir a la calle. Bien es cierto que un autor perfectamente heterosexual sería capaz de escribir dos pasajes como estos, aunque quizá no se detuviera tanto como lo hace Cervantes describiendo el baño de la disfrazada Dorotea.

Lo que me preocupa esta semana es que aún nadie haya salido a la calle a gritar a los cuatro vientos la bisexualidad de Cervantes. No lo harán, seguramente, bajo esa perspectiva en que la vida privada no tiene nada que ver con la vida literaria. Pero hemos estudiado a Elena Osorio (Filis), Antonia de Trillo, Isabel de Urbina (Belisa), Juana Guardo, Marina de Aragón, Micaela Luján (Camila Lucinda) y Marta de Nevares (Amarilis y Marcia Leonarda), algunas de las mujeres que pasaron por la vida de Lope de Vega, cuya heterodonjuanesca hemos celebrado con júbilo en un reciente capítulo de esa gran serie que podría ser El Ministerio del Tiempo. Entonces, ¿qué es lo que convierte en algo tan relevante la vida privada del autor de El perro del hortelano? ¿Por qué estudiamos a las mujeres de Lope y no a los novios de Lorca? Y, siendo Cervantes bisexual, ¿por qué sabemos que estuvo casado con Catalina de Salazar pero no se habla de sus relaciones con hombres? Hay un privilegio evidente, un privilegio heterosexual que condena a todas las personas diversas al silencio, a quedar relegadas a la vida privada, ésa que no importa, aunque vertebre sus obras y sólo conociendo su realidad como ser humano sea posible desentrañar el significado de su literatura. Desde aquí propongo que, en las sedes de todos los colectivos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales de España se coloque un retrato de Miguel de Cervantes. Si ellos no quieren reconocer la realidad de sus autores, lo haremos nosotras con los nuestros.

Por cierto, Lope de Vega fue secretario del Duque de Sessa a partir de 1605, y la relación entre ambos fue bastante convulsa. Se sabe que Lope, además de encargarse de sus papeles, también alcahueteaba en favor del Duque, metiendo en su cama no sólo mujeres, sino también hombres. Se sabe que la extraña relación entre noble y secretario atormentó a Lope durante años. Y quizá no conozcas una comedia del Fénix de los Ingenios titulada La boda entre dos maridos, y quizá recuerdes que El perro del hortelano narra los amores y desamores de la Condesa de Belflor con su secretario… Y es que quien lo probó, lo sabe. Vale.

ramon_martinez_observatorio_rosa

Biblioteca, General, Historia LGTBI , , , ,

“La infinita marea de la diversidad”, por Ramón Martínez

Jueves, 12 de marzo de 2015
Comentarios desactivados en “La infinita marea de la diversidad”, por Ramón Martínez

diversidadUn post muy recomendable y clarificador acerca del compromiso y la militancia, que publica Cáscara amarga… 

Para Boti García Rodrigo

Defender los derechos de personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales se ha convertido últimamente en un trabajo muy duro. Más sencillo lo tenían Hössli, Ulrichs, y toda aquella maravillosa generación de alemanes que lucharon en el siglo XIX contra el artículo 175 del código penal que penalizaba la homosexualidad. Y no porque fuera fácil, que no lo era, sino porque tenían simplemente un objetivo claro, como lo tuvimos en España cuando perseguíamos la aprobación de los cambios legales que permitieron el matrimonio igualitario y la adopción homoparental. Pero ahora el trabajo activista es más complicado: además de la confusión en cuanto a los objetivos –pues hay quienes pensamos que lo urgente es acabar con las constantes agresiones mientras algunos creen que resulta primordial la regulación de cuestiones tan particulares como el vientre de alquiler–; además de esto hoy casi por cada persona no heterosexual existe un planteamiento individual(ista) de cómo debería llevarse a cabo la defensa de nuestros derechos. Conseguir así encaminarnos hacia un mismo punto es al menos difícil, si no decididamente imposible.

Esta misma semana hemos conocido un nuevo caso de agresión motivada por la homofobia, contra dos hombres, en la madrileña plaza de Las Ventas, y del mismo modo ha corrido la noticia de una circular de seguridad del Metro de Madrid en que se insta a los vigilantes a poner especial atención a los movimientos de personas que piden limosna, músicos y gays. Si bien Metro, después de una lenta investigación de casi veinticuatro horas, ha condenado fuertemente el suceso y ha apartado de su trabajo al responsable de esa recomendación bárbara, no deja de ser preocupante que parezca que ya se ha solucionado el problema, cuando lo necesario es que se ponga en funcionamiento una batería de medidas para, al menos, informar adecuadamente al personal del suburbano de que la antigua Ley de Peligrosidad Social ya no está en vigor y no es lícito, ni moral ni jurídicamente, perseguir bajo la excusa de la vigilancia a una persona que al empleado de turno se le antoja más o menos lesbiana, gay, bisexual o transexual.

Pero parece que con poner un tuit, comentar el suceso por el WhatsApp o jurar mil veces por todos los infiernos frente a la barra de un bar, una de esas barras castizas que transmiten la ciencia del bien y del mal a través del codo mucho mejor que lo hiciera la manzana original, parece con esto que ya es suficiente. Y parece también que si alguien quiere hacer algo más habrá que condenar su equivocación, aunque sea un claro acierto. ¿Cómo pararemos entonces las agresiones, directas o indirectas, sólo con las redes sociales, las aplicaciones de mensajeria breve, con las tertulias de los bares, con los cientos de blogs de opinión que, como éste, no son más que letras que con mayor o menor acierto –a veces marcadamente menor– denuncian mucho pero actúan poco?

Esta semana se ha producido también una importante reunión. Algunas de las asociaciones en defensa de la Diversidad Sexual y de Género de la Comunidad de Madrid se han reunido con la madrileña Delegada del Gobierno, la habilísima Cristina Cifuentes, que ha sabido construir tan bien su personaje de defensora de los derechos de las personas no heterosexuales –aunque hasta la fecha no haya realizado ninguna acción concreta sobre la materia, que obras son amores y no buenas intenciones, señora mía–. La intención de la reunión no era otra que proponer de manera urgente un plan de actuación frente a las continuas agresiones motivadas por la homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia. Pero, por lo que he venido viendo en mis redes sociales, a cierta parte de la ciudadanía no heterosexual le ha parecido inapropiadísima esa reunión, del mismo modo que hubo tantas y tantas quejas, en su práctica totalidad provenientes de las mismas personas, cuando los máximos dirigentes del Movimiento LGTB acudieron a una recepción invitados por su Excelencia el Jefe del Estado –nótese el tratamiento no monárquico–. La crítica que antes fuera “no hay que apoyar la monarquía” se ha convertido esta semana en un “no hay que reunirse con el Partido Popular, que es muy homófobo”. Y yo me pregunto con quién van a reunirse estos críticos de la legua si, en tanto que nuestra intención es que la policía atienda debidamente nuestras denuncias, es una mujer que milita en el Partido Popular, muy hábil en su campaña para ser candidata a vaya usted a saber qué, la que ostenta el mando sobre esa policía. Y también me pregunto cómo pueden realizarse lecturas tan poco profundas cuando, frente a un excesivamente obvio “el nuevo Jefe del Estado quiere congraciarse con la plebe reuniéndose con representantes de nuestro movimiento“, existe la interpretación posible de que “nuestro movimiento, con tanto trabajo, ha conseguido que nadie, ni siquiera el mismísimo Jefe del Estado, considere su puesto debidamente ratificado si no nos convoca a una reunión y escucha nuestras demandas”.

Cualquiera diría que hay quienes no tienen en demasiada estima su propio trabajo activista, que les da relativa pereza salir de las redes sociales, el WhatsApp y los blogs mientras se regodean adocenados en sus cátedras de teoría estéril, o que prefieren hacer política de partidos antes que Política de Estado. Porque el mundo no irá a mejor para lesbianas, gais, transexuales y bisexuales si yo, como militante que soy, sólo pienso en los intereses del PSOE, o aquella sólo piensa en los intereses del Partido Popular, o esa que lo hizo bien y esa que tan mal lo hizo buscan el beneficio exclusivo para sus respectivas formaciones –o secciones particulares– de izquierda más o menos radical, más o menos comprometida con el feminismo y la diversidad sexual y de género. Ni tampoco cambiaremos el mundo si colocamos los intereses de nuestros respectivos partidos políticos por encima de la defensa de los Derechos Humanos por los que luchamos. Sólo es posible el cambio cuando aunamos fuerzas todos los actores posibles de esta cada vez más variopinta sociedad nuestra; cuando los unos y las otras, las derechas y las izquierdas, los de arriba y las de abajo, encontramos un objetivo en común.

Dice Juan de la Cruz, poeta transgénero que hablaba de sí en femenino cuando confiesa su acaloramiento y gemido al entrar en relación con su dios, que la unión con lo divino tras la muerte es semejante a la pequeña gota de agua que, terminado su curso en el río, llega por fin al mar y se confunde con otras miles. Sigue siendo gota, pero ahora también es mar. Y aunque la vida fragmentaria e individual sea tan cómoda, porque nunca nadie nos podrá quitar la razón, sólo el océano es capaz de erosionar la tierra. Este fin de semana, mientras tengo el inmenso placer de que leas estas líneas, se celebra el Congreso de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Bisexuales y Transexuales, y despedimos a Boti García Rodrigo, hasta ahora nuestra presidenta. Sirvan estas líneas para agradecerte, amiga mía, tanto trabajo realizado por el bien de todos y todas, tanto trabajo tan bien entendido, llevado a cabo como una gota más de este océano que compartimos, que gracias a ti ha cambiado mucho y para mejor nuestra geografía. Gracias, Boti, presidenta, por dejarme ser una ola mientras tú vigilas nuestra marea.

ramon_martinez_observatorio_rosa

General , , , , , , , , , ,

“La fuente (III)”, por Gema Juan OCD

Martes, 3 de marzo de 2015
Comentarios desactivados en “La fuente (III)”, por Gema Juan OCD

16263558616_21fefdcd88_mDe su blog Juntos Andemos:

Con unos versos emocionantes, Juan de la Cruz comparte su experiencia de la fuente divina, de la «eterna fonte». En su Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe, dice: «Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche».

Hablará de una fuente escondida, pero que sabe dónde hallar. Apenas da comienzo a su Cántico Espiritual, escribe: «No le vayas a buscar fuera de ti, porque te distraerás y cansarás y no le hallarás ni gozarás más cierto, ni más presto, ni más cerca que dentro de ti. Solo hay una cosa, que, aunque está dentro de ti, está escondido».

La «fuente viva de Dios» está dentro, en las entrañas del ser humano y nadie está privado de esta agua y de vivir en la abundancia de esta fuente interior. Y, sin embargo, la sequedad prende en muchos seres humanos y reseca las entrañas, quitando la alegría de vivir y la luz para entender y avanzar en todo lo bueno.

No es necesario llegar al final del trayecto para beber. Eso haría fácil perder la perspectiva, el horizonte del camino; en realidad, el mismo caminar hacia la fuente ya refresca la vida. Sin embargo, Juan sabe que es fácil «entretenerse», perder la pista, el hilo que lleva a lo profundo.

Por eso, el maestro de espíritu que hay dentro del fraile carmelita, hace cuanto puede por enseñar el camino a lo profundo. Dirá que «el que ha de hallar una cosa escondida, tan a lo escondido y hasta lo escondido donde ella está ha de entrar». Hay que ir a por ello, no se tropieza sin más con lo más auténtico del ser.

Enseguida explicará que para ir, hay que cerrar una puerta. Dirá: «Cerrando la puerta sobre ti, es a saber, tu voluntad a todas las cosas, [ora] a tu Padre en escondido; y así, quedando escondida con Él, entonces le sentirás en escondido, y le amarás y gozarás en escondido, y te deleitarás en escondido con Él».

Al fondo, hay algo que merece la pena: la posibilidad de vivir en la alegría –gozarás, te deleitarás…–, en medio de todas las quiebras que trae la vida. Por supuesto, Juan habla de la alegría que nace del amor, de saberse amado y de comprender que es posible corresponder.

No dice que haya que cerrar la puerta a todas las cosas, sino a la voluntad de ellas. Porque sabe que «carecer de las cosas… no desnuda el alma si tiene apetito de ellas». La libertad no viene por la carencia sino por la elección. Se trata de cerrar la puerta a «todo lo que no es Dios», a todo lo que no pasa por el filtro del evangelio.

Para cerrar la puerta y beber, lo único necesario es tener sed, porque el agua mana para todos sin excepción y sin medida, pero hay que ir a buscarla. Por eso Juan no solo dice que la fuente está escondida en lo profundo, sino que hay que caminar aunque sea a oscuras —«aunque es de noche», insiste.

Oscuramente se avanza, porque se trata de un camino de fe, donde solo la confianza alumbra. Porque es fácil irse «tras lo que más luce y llena nuestro ojo… siendo lo que peor nos está y lo que a cada paso nos hace dar de ojos». Hay que apagar –dirá– lo que «ofusca y embaraza», lo que embota la razón y retiene los pasos.

Y a oscuras, porque la inmensidad del manantial deslumbra, excede todo lo visible y es inabarcable para el espíritu humano. Dios es «excesiva luz».

Y es un misterio, pero no como un secreto cerrado sino como una fuente sin principio ni fin. Juan dirá que la «espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa, que, aunque más el alma sepa de ella, siempre puede entrar más adentro, por cuanto es inmensa y sus riquezas incomprehensibles». Siempre se puede ir más allá.

Dios es fuente eterna y llama incansablemente. Lo recuerda también el poema de La fonte: «Aquí se está llamando a las criaturas, y de esta agua se hartan, aunque a oscuras». Llama para «hartar». Para hacer rebosar al ser humano de bien. No le basta comunicarse un poco, Dios aspira a la totalidad con cada ser humano.

Por eso, cuando comente la estrofa que habla de la cristalina fuente, en Cántico, dirá que solo el amor guía en la búsqueda del agua y que ese amor hace la semejanza entre la fuente y el caminante, entre Dios y el ser humano. Y llegará a decir que «así, cada uno vive en el otro, y el uno es el otro y entrambos son uno por transformación de amor».

Hablando de esa transformación, escribirá en Llama: «Todo lo que se puede en este caso decir es menos de lo que hay; si se advierte que el alma está transformada en Dios, se entenderá en alguna manera cómo es verdad que está hecha fuente de aguas vivas, ardientes y fervientes en fuego de amor, que es Dios».

Eso es lo que espera al ser humano en las fuentes de la Gracia: espera a Dios mismo, para darse en plenitud, «como aguas de vida que hartan la sed del espíritu con el ímpetu que él desea».

Mientras tanto, el ser humano camina y Dios le da su Espíritu, que sostiene en el camino e ilumina los pasos porque «está escondido en las venas del alma, está como agua suave y deleitable, hartando la sed del espíritu en la sustancia del alma».

Espiritualidad , , ,

“La fuente (II)”, por Gema Juan OCD

Lunes, 2 de marzo de 2015
Comentarios desactivados en “La fuente (II)”, por Gema Juan OCD

16288610732_07cfdb37de_mLeído en su blog Juntos Andemos:

A medio camino entre los Padres de la Iglesia y Edith Stein, se encuentran Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, y también ellos bebieron de la fuente inagotable divina, experimentaron a Dios como el manantial de donde todo procede y se sumergieron en él para dar vida.

Ante el misterio de Dios, la fuente madre que no solo da la vida sino que también acoge y recoge en sí a todos los seres humanos, Teresa se conmueve y exclama: «¡Oh Vida, que la dais todos! No me neguéis a mí esta agua dulcísima que prometéis a los que la quieren. Yo la quiero, Señor, y la pido, y vengo a Vos».

Tiene conciencia de que los seres humanos están íntimamente unidos en el camino de la vida y que un mismo fin de amor y plenitud aguarda a todos; por eso, escribía a sus hermanas: «Queramos que no, todos caminamos para esta fuente, aunque de diferentes maneras». El realismo teresiano apunta siempre a la esperanza.

A Teresa, el agua le sirve para explicar el camino de la vida, de la amistad con Dios, de la oración: se trata de hacer florecer el propio huerto y para ello hay que recorrer un camino. Es como ir del pozo a la fuente, aprender a regar y a dejarse empapar. Hay que aceptar el esfuerzo de buscar el agua, para terminar por descubrir que estaba ahí, antes de que todo comenzara, esperando para inundarlo todo.

Se le ocurren cuatro formas de regar el huerto. Es un modo simbólico de hablar. Lo que le interesa es ayudar a entender que merece la pena buscar la fuente. Para eso, hay que echar a andar, escarbar, desbrozar, hasta que Dios pueda «hartar todo este huerto de agua», porque la tierra puede recibirla.

Así es como Teresa empieza a hablar de los «siervos del amor». Esos servidores del amor son los que siguen «por este camino de oración al que tanto nos amó», a Jesús. Son buscadores, que terminarán por descubrir lo que Él mismo decía de su agua: que se convierte dentro «en un manantial que brota dando vida eterna».

«De los que comienzan a tener oración podemos decir son los que sacan el agua del pozo, que es muy a su trabajo», mientras que en «el segundo modo de sacar el agua», la cercanía de Dios se hace palpable, su presencia va transformando la vida y una alegría profunda empieza a abrirse paso.

Hay más. Llega un momento en que ya no parece que se busca el agua, sino que Otro se ocupa de que la tierra la tenga. Teresa dirá que Dios se convierte en el hortelano, que Él es el que trabaja para que crezca la amistad. Y dirá que «como es tal el hortelano, en fin criador del agua, dala sin medida». Dios es la fuente, el «criador del agua» y solo desea derramarse sobre la tierra de sus amigos.

Así, hasta llegar al centro, donde Él mismo se encuentra. Por eso, cuando hable de la cuarta forma de regar dirá que «se goza un bien, adonde junto se encierran todos los bienes». El agua desborda benéficamente, llueve desde lo profundo y se empieza a descubrir la infinita fuente de vida en la que Dios sumerge a quien le busca, el manantial que brota dentro.

Teresa tiene un conocimiento muy profundo de lo humano. Ha tocado sus límites y se ha visto en frustrantes recaídas, sintiendo cómo perdía el agua. Y ha visto que por no preparar la tierra para recibir el agua, algunos preciosos huertos se vuelven estériles. Pero también ha comprobado que de muchas maneras se puede avanzar y por eso cuenta su experiencia:

«Para lo que he tanto contado esto es… para que se vea la misericordia de Dios y… para que se entienda el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración… y cómo si en ella persevera, por pecados y tentaciones y caídas… tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación».

Por un lado, todo es cosa de Dios que «como es tan bueno, no nos fuerza, antes da de muchas maneras a beber a los que le quieren seguir, para que ninguno vaya desconsolado ni muera de sed». Por otro lado, la grandeza de la fuente se revela en que de ella «salen arroyos, unos grandes y otros pequeños, y algunas veces charquitos para niños, que aquello les basta, y más, sería espantarlos ver mucha agua».

Dios no atropella, no impone su amor ni obliga a la amistad. Cuando su presencia desbordante anega, es porque la tierra está preparada para recibir. Y, en todo caso, sea cual sea la etapa de la vida y de la relación con Dios, el agua siempre está disponible porque «sin tasa es su misericordia» y da una seguridad para caminar en medio de las incertidumbres de la vida y de los vaivenes a que está sometida.

Teresa ha experimentado la sobreabundancia que mana de las fuentes de Dios, sabe que con esa agua se puede atravesar cualquier desierto y superar los obstáculos de la vida, por eso escribe: «¡Oh fuentes vivas de las llagas de mi Dios, cómo manaréis siempre con gran abundancia para nuestro mantenimiento y qué seguro irá por los peligros de esta miserable vida el que procurare sustentarse de este divino licor».

Espiritualidad , , , , ,

“Recordar lo nuevo II”, por Gema Juan OCD

Viernes, 27 de febrero de 2015
Comentarios desactivados en “Recordar lo nuevo II”, por Gema Juan OCD

16127366765_905ef89a0a_mDe su blog Juntos Andemos:

Algunos años antes de que Juan de la Cruz se pusiera a recordar novedades, la que fuera su amiga, madre y hermana, maestra y discípula a la vez, hizo memoria de lo nuevo, igual que él. Añadió ella –Teresa de Jesús– un toque particular, un deje de ironía sobre las novedades que, en realidad, no lo son. Novedades que no son más que vanidad y un husmear por costumbre; cosas bien antiguas, en realidad.

A lo largo de sus numerosas fundaciones, Teresa había comprobado que «como el mundo es tan amigo de novedades», todos curioseaban cuando llegaba, con su grupito de hermanas, a una ciudad.

Y decía a Dios: «En todo se puede tratar y hablar con Vos como quisiéremos» y añadía, poco después que, sin embargo, «está ya el mundo de manera, que habían de ser más largas las vidas para deprender los puntos y novedades y maneras que hay de crianza… [que] para títulos de cartas es ya menester haya cátedra, adonde se lea cómo se ha de hacer».

Para Teresa, como para Juan, la gran novedad era el Dios de misericordia. Un Dios incansable, que no ceja en su empeño de hacer nueva la vida de sus amigos. Y así, dirá: «Primero me cansé de ofenderle, que Su Majestad dejó de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias».

Teresa se había cansado, primero de sí misma –«ya yo andaba cansada»– de una superficialidad que había puesto en juego su buena reputación —«la sospecha que tuve se había entendido la vanidad mía». Después, siendo ya monja, se agotó en una vida tibia: «Andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía». Y también, cansada «de ver lo que estiman los hombres», de ver poner el afán en lo que no vale.

Tomó conciencia de que la había «tenido Dios de su mano en todo» y de que Él, el Incansable, llama y busca siempre: «Aunque os dejaba yo a Vos, no me dejasteis Vos a mí tan del todo, que no me tornase a levantar, con darme Vos siempre la mano; y muchas veces, Señor, no la quería, ni quería entender cómo muchas veces me llamabais de nuevo».

Que Dios no se canse de esperar, de cuidar, de promover lo bueno de sus criaturas, impresionó profundamente a Teresa. Pero, además, vio que esa imposibilidad de cansarse tenía un rostro humano, como si Dios quisiera despejar cualquier duda sobre su ser inagotable de amor y hacerse cercano, para «que entiendan y vean que es posible» llegar a tanto su bondad.

Cuando comente el Padrenuestro, dirá que Jesús vive entre los hombres y mujeres del mundo para «servir cada día». Y no solo eso, añade: «No hay esclavo que de buena gana diga que lo es, y que el buen Jesús parece se honra de ello».

Novedoso y sorprendente. Teresa es consciente de que servir es una elección fuerte en la vida, pero decidirse a hacerlo hasta el extremo, hacerlo como Jesús que «nunca se cansa de humillarse por nosotros», es inaudito.

«Él se hace el sujeto» –dirá–, una novedad incomprensible para quienes creen que la vida es un escaparate en el que figurar y en el que se ha de andar con cuidado de no «perder punto en puntos de mundo, so pena de no dejar de dar ocasión a que se tienten los que tienen su honra puesta en estos puntos».

Teresa se empeña en recordar la auténtica novedad, que es el «verdadero amor de Dios… que consume el hombre viejo de faltas y tibieza y miseria… y queda hecha otra el alma después con diferentes deseos y fortaleza grande. No parece es la que antes, sino que comienza con nueva puridad el camino del Señor».

Una novedad que renueva, que hace presente a un Dios que no olvida a los que ama y cuida de ellos: «¡Que sea tan grande vuestra bondad, que… os acordéis Vos de nosotros, y que… nos tornéis a dar la mano y despertéis… para que procuremos y os pidamos salud!».

La novedad puede entusiasmar… pero también asustar. Teresa había entrado en «una vida nueva» y emprendió un proyecto nuevo de la mano de Dios. Con algún temor, pero tan enamorada que nada pudo detenerla. Sin embargo, sufrió la incomprensión de quienes temen la irrupción de lo nuevo: «Decían que me quería hacer santa y que inventaba novedades».

Lo que Teresa sabía es que el Dios incansable «da siempre oportunidad, si queremos», y ella quiso. Se abrió a la mejor novedad, a la que está disponible para todos: «Una vida nueva… que vivía Dios en mí».

Espiritualidad , , ,

Recordatorio

Las imágenes, fotografías y artículos presentadas en este blog son propiedad de sus respectivos autores o titulares de derechos de autor y se reproducen solamente para efectos informativos, ilustrativos y sin fines de lucro. Yo, por supuesto, a petición de los autores, eliminaré el contenido en cuestión inmediatamente o añadiré un enlace. Este sitio es gratuito y no genera ingresos.

El propietario del blog no garantiza la solidez y la fiabilidad de su contenido. Este blog es un lugar de entretenimiento. La información puede contener errores e imprecisiones.

Este blog no tiene ningún control sobre el contenido de los sitios a los que se proporciona un vínculo. Su dueño no puede ser considerado responsable.