En la Fiesta de esta santa inclusiva, nos acercamos a ella con este post del blog de Amigos de Thomas Merton:
“El gran regalo que se me dio ese octubre en el orden de la gracia fue el descubrimiento de que la Florecita era realmente una santa, y no una santa muda como una muñeca en las imaginaciones de muchas ancianas sentimentales. No sólo era santa, sino una gran santa, una de las mayores: ¡Tremenda! Le debo toda clase de disculpas y reparación por haber ignorado su grandeza durante tanto tiempo.”
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Thomas Merton. Autobiografía.
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“Teresa de Lisieux viene a decirles a sus contemporáneos, a su siglo y al nuestro, que el Dios de Jesucristo no tiene nada que ver con un ave de presa; que Dios ama apasionadamente al hombre; que amarle no es ponerse en manos de alguien que nos posee como un amo; que no es, en primer término, despreciar nuestra vida de hombres, sino estimularla, como Él mismo la estima. Teresa coincide con la gran tradición hebrea de la ternura de Dios para con el hombre –al revés de los dioses griegos, impasibles e indiferentes-, un Dios que se alía a los hombres. ¿No se designa en la Biblia el amor que Dios profesa al hombre con el plural rahamin, entrañas? Esa emoción que le hace a uno estremecerse en lo más profundo de su ser es un amor vulnerable, un amor de ternura.
Al mismo tiempo, descubre en el hombre el gusto por responder a Dios, por responderle con pasión. Si Dios es ese Dios compañero de los caminos del hombre, si es un Dios vulnerable, entonces es un auténtico compañero que desea el amor del hombre. ¿No es evidente que ese mensaje de la experiencia de un combate con Dios, en emulación de un amor cada vez más profundo entre un Dios y un hombre que no odian su existencia recíproca, que están desarmados el uno frente al otro, que con una libertad recíproca se dan, digamos, la existencia el uno al otro, no es evidente que esta experiencia coincide con lo que agita al presente el fondo de la humanidad, el deseo de ver liberada la creatividad última del hombre?
..Era inaguantable el Dios preconizado por tantos cristianos. La vida de Teresa es un grito de rebeldía contra ese supuesto Dios propietario y captador que se representaba; contra ese Dios aristócrata que solo se interesaba por quienes son santos desde la infancia o poseen un psiquismo equilibrado que les permite alcanzar una alta perfección moral. Teresa, que conoció la noche de la neurosis y se reconoció hermana de los criminales y pecadores; Teresa responde a la voz de Dios que llama a las gentes de las calles y las plazas y a todo el mundo –a todos nosotros- a los (discapacitados), a los angustiados, a los desafortunados, a los desamparados, a los desesperados…
¿Ha muerto hoy el ‘Dios potentado’? Me temo que no. Hoy se sigue presentando al Dios de Jesucristo como un amo siempre suspicaz, dispuesto en todo momento a condenar. ¿No leemos todavía con frecuencia que si nuestro mundo se encuentra tan bajo y tan cerca de la catástrofe se debe a su castigo por haberse separado de Dios? ¡Siniestra mancha del rostro joven y gozoso del Dios de Jesucristo!… ¿Seguirán ciertos escribas muertos de miedo –al contrario de aquella muchacha, de un valor insobornable- haciéndola morir y apartando al pueblo cristiano del agua viva y del fuego devorador que es la vida de Teresa?”
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Jean François Six. La verdadera infancia de Teresa de Jesús. Neurosis y santidad.
Herder 1982.
Hoy celebramos la fiesta de Teresa de Lisieux, mujer excepcional, profeta, poeta, escritora, mística y monja. Disfrutemos de este texto que nos acerca a su espiritualidad de confianza y que “desempolvamos” del archivo de Cristianos Gays:
Leído en el blog Juntos Andemos:
Los evangelios, escritos por manos diferentes, en situaciones distintas y para comunidades diversas, tienen muchas cosas en común. La principal es la necesidad transmitir la buena noticia que es Jesús y con Él, la alegría de recuperar a Dios, al Dios verdadero.
Los evangelistas querían sanear la idea que las gentes tenían de Dios, porque les importaba su felicidad y una idea equivocada de Él podía generar mucha angustia y tristeza; pues Dios pasaba de ser el aliento y la bondad que sostiene la vida, a ser un quisquilloso supervisor.
Jesús quitaba vendas de los ojos y devolvía la voz a quienes la habían perdido, desataba los pies trabados y reponía la fuerza a los que encallaban en la arena de la vida. Lo hacía con una ternura conmovedora, que dejaba ver la pasión que le movía, la que le llevaba a sacudir los cimientos de su religión y a desmontar comercios y marañas espirituales que ahogaban la fe. Cerraba grietas, para que no se desangrara ningún inocente y abría unas entrañas maternas infinitas, para que nadie, absolutamente nadie, pensara que tenía cerrado el acceso a Dios.
Jesús hablaba así de su Padre. Pero con el tiempo, esa imagen se cubrió de polvo y apenas se podía ver su verdadero rostro. Tanto amor revelaba un Dios que no tenía fronteras, que no ponía límites a su bondad. Y eso tambaleaba la imagen de un Dios justo, que «premia a los buenos y castiga a los malos». Rompía las reglas de un juego establecido.
Desempolvar al Dios verdadero ha sido tarea de muchos creyentes y todavía es una tarea necesaria hoy. Sacarle de las alacenas, por más honorables que sean estas. Quitar la máquina registradora, no llevar cuentas, no tener resguardos ni hacer negocios con Él.
Una mujer, que se reconoció entre aquellos de los que Jesús decía: «Dejad que se acerquen a mí», que se veía entre los menores y menos considerados, quitó una gruesa capa de polvo al buen Dios. Era muy cuidadosa y no perdía ocasión de agradarle y mostrarle su amor. Pero tenía una intuición: el amor era confiar sin límites y solo la confianza podía unir a Dios.
Así fue desempolvando y redescubriendo al Dios de Jesús. Conforme avanzaba, quedaban más lejos de ella los usos de su tiempo: un tiempo consagrado a un Dios más justiciero que justo, un Dios que pagaba a sus fieles y castigaba a los insumisos. Y un tiempo donde servir a Dios tenía un camino por excelencia: hacer méritos y sufrir por Él.
Teresa de Lisieux, muy cerca siempre de Jesús, fue desmontando falsos altares. No siguió un camino confortable, pero tenía una fe muy profunda y una sinceridad extraordinaria. Con ambas cosas, trazó rutas sencillas de acceso al verdadero Dios. Sintió que no podía traficar con Él y no cedió a las presiones, a pesar de alejarse de los cánones de santidad del momento.
Se sentía íntimamente impulsada por el amor descubierto, por el Dios que «se hace mendigo de nuestro amor… Te aseguro que Dios es mucho mejor de lo que piensas» —le decía a su hermana Leonia. Y con ello advierte, todavía hoy, a todo el que se acerca a Dios.
Así es como llega a comprender una idea que compartirá con un hombre que nace poco después de su muerte, Dietrich Bonhoeffer. Los dos refrescan la idea de un Dios a quien no satisface el sacrificio por sí mismo, sino descubrir su misericordia en todo y aceptarla como un camino de seguimiento. El teólogo protestante y la monja carmelita se unen desempolvando el rostro de Dios.
Bonhoeffer señalaría un error importante: la creencia de que se sirve más a Dios en el sufrimiento que en la alegría. Y advertía que el seguimiento se realiza acogiendo su voluntad, sea cual sea. Si es a través de circunstancias amables, seguirle en ellas. Si es en el camino del sufrimiento, hacerlo igualmente. ¿Qué Dios sería ese a quien le fuera más grato el sufrimiento?
Teresa, en la última etapa de su vida, enferma ya, decía a su hermana Inés que en otro tiempo, para mortificarse, mientras comía pensaba en cosas repugnantes. Y le añadió: «Después, me pareció más sencillo ofrecerle a Dios lo que me gustaba». Ese es el Dios que descubre: un Dios que desea lo bueno para todos y que, por eso mismo, alienta la generosidad en cada corazón.
A Teresa le llevó un tiempo comprender que «fuera del amor nada puede hacernos gratos a Dios», que a Él solo el amor le sirve. Desde ahí llegaría a entender lo que el teólogo supo después, que servir a Dios es decir: «Hágase tu voluntad». «¡Nada de merecer! Dar gusto a Dios». De eso se trataba.
Con un humor delicioso, diría a la madre María de Gonzaga, que le hacía tener una estufilla en invierno: «Las demás se presentarán en el cielo con sus instrumentos de penitencia, y yo con un brasero, pero solo cuenta el amor y la obediencia». Cuenta decir: «Hágase».
Teresa decía: «Compruebo con gozo que, amándole a Él, se ha agrandado mi corazón, y se ha hecho capaz de dar a los que ama una ternura incomparablemente mayor que si se hubiese concentrado en un amor egoísta e infructuoso». El Dios desempolvado rescata lo mejor de los seres humanos. Por ello, merece la pena seguir quitando cualquier capa que cubra su verdad.
“Creo que los bienaventurados tienen gran compasión por nuestras miserias. Recuerdan que siendo frágiles y mortales como nosotros, cometieron las mismas faltas, soportaron las mismas batallas y su ternura fraterna se vuelve aún mayor que en la tierra. Por eso nunca dejan de protegernos y orar por nosotros”.
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Teresa del Niño Jesús,
Cartas, en: Pierre Descouvemont, Meditando con Santa Teresa de Lisieux (Salvator, 2014)
Comentarios desactivados en “¿De dónde vino esa fuerza y autoridad interna que llevó a las mujeres de la Iglesia primitiva a ignorar los intentos de silenciarlas?”, por Christine Schenk CSJ
Sarcófago con retrato femenino. Siglo IV
El valor de anunciar a Cristo
La vida religiosa tal como la conocemos hoy -tanto la contemplativa como la activa- ha evolucionado a lo largo de dos milenios
En este último de cuatro artículos, Christine Schenk analiza qué pudo haber llevado a las mujeres del cristianismo primitivo a ser contribuyentes activas de la edificación de la Iglesia
| Christine Schenk CSJ
(Vatican News).- Como se relata en los tres artículos anteriores de esta serie, la evidencia que nos llega de la iconografía y las inscripciones en las tumbas sobre las mujeres del cristianismo primitivo, junto con los escritos contemporáneos sobre las “madres de la Iglesia”, todo esto demuestra que las mujeres han ejercido formas de gobierno en el servicio como viudas inscritas (en el catálogo de viudas), diaconisas, guías de iglesias domésticas y monasterios, evangelistas, maestras, misioneras y profetisas.
En muchos casos, las mujeres han gobernado a otras mujeres aunque hay excepciones relevantes como la de la diaconisa Marthana de Seleucia (Turquía), que gobernó un monasterio doble en el sitio del martirio de Santa Tecla. Estas mujeres del cristianismo primitivo testificaron y predicaron libremente a pesar de la fuerte oposición de los hombres del cristianismo primitivo.
Cómo las mujeres han superado a la oposición
Uno podría preguntarse con razón de dónde vino esa fuerza y autoridad interna que llevó a las mujeres de la Iglesia primitiva a ignorar los intentos de silenciarlas. Creo que lo que impulsó a las mujeres a hablar en lugar de permanecer en silencio fue su fe en el Cristo resucitado.
El sarcófago que vamos a examinar proporciona una pista de cómo al menos una mujer cristiana (a la que llamaremos Junia, ya que se desconoce su verdadero nombre) entendió cuál era la fuente de su autoridad interior.
En el centro de la figura 1, Junia tiene en la mano izquierda un código mientras la derecha se levanta en gestos de orador. A sus dos lados, escenas bíblicas que representan (de izquierda a derecha): Dios Padre con Caín y Abel; Cristo con Adán y Eva; la curación del paralítico; la curación del ciego de nacimiento; el milagro de Caná y la resurrección de Lázaro. Unos años antes de su muerte, Junia, o su familia, había encargado este sarcófago esculpido de forma única, para conmemorarla a ella y a los valores que habían plasmado su identidad.
Cuando Junia muriera, su sarcófago sería llevado a su casa donde ella estaría expuesta durante siete días para que familiares, clientes y amigos pudieran rendirle homenaje y admirar asombrados su memorial esculpido con tanta pericia: entrarían en un espacio liminal para meditar sobre su vida, sus valores, sus convicciones e, inevitablemente, sobre el significado de la vida y la muerte.
“Junia deseaba que sus seres queridos entraran en un espacio liminal para experimentar el poder de Cristo para revertir los efectos de la caída, con la curación del ciego y el lisiado, proporcionando vino en abundancia en el nuevo Reino de Dios y despertando a Lázaro (y Junia) de entre los muertos”
En un artículo publicado en 2004, la Dra. Janet Tulloch, especialista en artes figurativas del cristianismo primitivo, señaló que el arte antiguo podía considerarse como un discurso social destinado a “atraer al observador como si fuera un participante” y que el arte se entendía “para interpretar significados, no simplemente para incorporarlos”. Según el criterio de la Dra. Tulloch, por lo tanto, es razonable pensar que Junia deseaba que sus seres queridos entraran en un espacio liminal para experimentar el poder de Cristo para revertir los efectos de la caída, con la curación del ciego y el lisiado, proporcionando vino en abundancia en el nuevo Reino de Dios y despertando a Lázaro (y Junia) de entre los muertos.
¿Dónde había encontrado, Junia, la autoridad para dar testimonio y enseñar a Cristo? Una sugerencia puede darnos la expresión de su rostro, esculpido cerca del de Cristo que se inclina hacia ella, con la boca abierta, como si estuviera murmurando algo en su oído (fig. 2). Junia y su familia querían que fuera recordada como una persona que había enseñado con la autoridad de Cristo. Las personas que la lamentan no solo se comunican con la difunta Junia, sino también con el Cristo que sana y levanta a través del significado evocado y “realizado” por el arte en su sarcófago. Junia exhorta a los vivos a abrazar a Cristo que ha autorizado su ministerio y del que ella da testimonio incluso más allá de la muerte.
Los siguientes mujeres pioneras
Estas mujeres del IV son precursoras de las religiosas monásticas y apostólicas de las épocas posteriores, que confiaban en el poder de Cristo para traer curación y justicia, a pesar de la fuerte oposición a la que se enfrentaban. Por ejemplo, el nacimiento y el desarrollo de la educación pública y de los hospitales -en Occidente y en el Sur del mundo- puede atribuirse a órdenes de religiosas que se negaron a ser encerradas en un convento para ser libres de asistir a los enfermos, a los pobres y a los analfabetos.
Clara de Asís escribió la primera regla monástica para mujeres: nunca más su comunidad habría confiado en las dotes de los ricos. Y eso significaría que todas sus hermanas serían iguales. El obispo le opuso una tenaz resistencia y solo cedió cuando Chiara se encontró en su lecho de muerte. A pesar del miedo a la Inquisición, Teresa de Ávila indicó nuevos caminos para experimentar la presencia de Dios en el centro de nuestra existencia y en las instituciones y sacramentos de la Iglesia. Durante la epidemia de la Estrella de la Muerte, Juliana de Norwich proclamaba un Dios misericordioso que no condenaba a la condenación eterna a los que morían antes de haber recibido la absolución, como en cambio la Iglesia enseñaba en aquel tiempo. “Todo irá bien, todas las cosas irán bien“, les decía a sus conciudadanos desesperados. En general, los Doctores de la Iglesia-mujer, como Teresa de Ávila, Hildegard von Bingen, Teresa de Lisieux y Catalina de Siena, daban testimonio de un Dios de la misericordia más que del juicio.
“El nacimiento y el desarrollo de la educación pública y de los hospitales -en Occidente y en el Sur del mundo- puede atribuirse a órdenes de religiosas que se negaron a ser encerradas en un convento para ser libres de asistir a los enfermos, a los pobres y a los analfabetos”
“En general, los Doctores de la Iglesia-mujer, como Teresa de Ávila, Hildegard von Bingen, Teresa de Lisieux y Catalina de Siena, daban testimonio de un Dios de la misericordia más que del juicio”
Los relieves esculpidos en la tumba de nuestra antepasada “Junia” nos permiten intuir que su experiencia de comunión con Cristo resucitado fue fundamentalpara su predicación y enseñanza, a pesar de las advertencias de permanecer en silencio. En la larga historia del cristianismo -y quizás en particular en la historia de las órdenes religiosas femeninas- la cercanía de Cristo ha ayudado a los creyentes a superar obstáculos aparentemente imposibles, alentándolos a afrontar riesgos para nuestro Abba, Dios-Padre, cuyo amor -al final- reinará tanto en la tierra como en el cielo.
Comentarios desactivados en Profetas de misericordia
Del blog Amigos de Thomas Merton.
“Un profeta, en el sentido tradicional, no es simplemente alguien que predice el futuro bajo una inspiración espiritual. Eso es, en realidad, bastante accidental. El profeta es, sobre todo, un “testigo”, igual que el mártir es un testigo (Mártir, en griego, significa testigo). Pero es testigo de manera diferente al mártir. El mártir sufre la muerte. El profeta sufre la inspiración, o la visión. Lleva la “carga” de la visión que Dios le otorga. Se inclina bajo la verdad y los juicios de Dios, a veces el juicio histórico concreto, definido, pronunciado sobre un tiempo dado, a veces únicamente la manifestación de la santidad trascendente y secreta de Dios, negada y repudiada por el pecado en general. Pero, sobre todo, el profeta es alguien que lleva la carga de la misericordia divina, una carga que es un don para la humanidad, pero que sigue siendo carga para el profeta en la medida en que nadie se la quita.
A este respecto, vemos que santa Teresa de Lisieux era una auténtica descendiente de los primeros santos proféticos de su Orden cuando tomó sobre sí la carga de ofrecerse como víctima al amor misericordioso de Dios. Esta consagración de nuestra santa moderna no es plenamente comprensible a menos que se vea a la luz de la primera tradición profética del Carmelo. En realidad, ella realizó ese ideal perfectamente en sí misma y por esta razón llegó a ser en nuestros días la patrona de las misiones católicas. Pues también el misionero tiene que comprender que es un profeta que lleva una carga, una carga de misericordia y de verdad que con demasiada frecuencia los seres humanos son incapaces de recibir. No es meramente un funcionario, ni un maestro, que va a organizar una comunidad cristiana y a difundir unas verdades doctrinales. Lleva con él, en su poder sacramental, no sólo noticias sobre Cristo, sino la presencia del Redentor y la realidad de la Redención”.
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Thomas Merton, Humanismo cristiano
(El ideal carmelita primitivo)
El 11 de julio de 1897 Teresa de Lisieux, que se encontraba ya en la enfermería del convento, recordaba a sor María de la Eucaristía la siguiente sugerencia que se recoge en el “Cuaderno Amarillo”:
“Cuando tengas tentaciones contra la caridad, te aconsejo que leas este capítulo de la Imitación: ‘De cómo se han de soportar los defectos ajenos’. Verás cómo tus tentaciones se desvanecen. Siempre me ha ayudado mucho; es muy bueno y muy verdadero”.
La Imitación de Cristo, atribuida a Tomás de Kempis, se hallaba entre sus libros de cabecera. Y yendo directamente a la obra, tan relevante para su itinerario espiritual, en los cuatro párrafos que componen este capítulo XVI leemos:
“Soportar con paciencia los defectos del prójimo”: “Lo que no puede un hombre enmendar en sí ni en los otros, débelo sufrir con paciencia, hasta que Dios lo ordene de otro modo… Estudia y aprende a sufrir con paciencia cualesquiera defectos y flaquezas ajenos, pues tú también tienes mucho en que te sufran los otros. Si no puedes hacerte a ti cual deseas, ¿cómo quieres tener a otro a la medida de tu deseo? De buena gana queremos a los otros perfectos, y no enmendamos los propios defectos […]. Queremos que los otros sean castigados con rigor, y nosotros no queremos ser corregidos. Parécenos mal si a 1os otros se les da larga licencia, y nosotros no queremos que cosa que pedimos se nos niegue. Queremos que los demás estén sujetos a las ordenanzas, pero nosotros no sufrimos que nos sea prohibida cosa alguna. Así parece claro cuán pocas veces amamos al prójimo como a nosotros mismos. Si todos fuesen perfectos, ¿qué teníamos que sufrir por Dios de nuestros hermanos?”.
Y, Dios nos ha llamado a sobrellevar recíprocamente nuestros defectos ya que ninguno estamos libre de ellos, además de animarnos a prestarnos ayuda, a consolarnos, «a instruirnos y amonestarnos».
Cuando arrecian las dificultades nos recuerda el Kempis: “De cuánta virtud sea cada uno, mejor se descubre en la ocasión de la adversidad. Porque las ocasiones no hacen al hombre flaco, pero declaran lo que es”.
Comentarios desactivados en La hora de ser trapense (Thomas Merton y Teresa de Lisieux)
Del blog de Amigos de Thomas Merton:
“Era a finales de noviembre. Todos los días eran cortos y oscuros. Finalmente, el jueves de esa semana, por la noche, me sentí de pronto presa de una intensa convicción:
– Me ha llegado la hora de ir a ser trapense.
¿De dónde había venido el pensamiento? Todo lo que sabía era que repentinamente estaba allí. Era algo poderoso, irresistible, claro.
Tomé un librito titulado La vida cisterciense, que había comprado en Gethsemaní, y volví las páginas, como si tuvieran algo que decirme. Me parecían estar todas escritas con palabras de llama y fuego.
Fui a cenar y volví a mirar el libro. Mi mente estaba literalmente colmada con esta convicción. Y, sin embargo, en medio, se mantenía la vacilación: aquella cuestión de siempre. Pero ahora no podía haber dilación. Debía acabar con eso, una vez para siempre, y obtener una respuesta. Podía conseguirse en cinco minutos. Y era la hora. Ahora.
¿A quién consultaría? El padre Filoteo estaba probablemente en su habitación de abajo. Bajé las escaleras y salí al patio. Sí, había una luz en la habitación del padre Filoteo. Muy bien. Entra y oye lo que tiene que decirte.
Pero, en lugar de eso, salí de golpe a la oscuridad y me dirigí al soto.
Era la noche del jueves. La Sala del Alumno empezaba a llenarse. Iban a pasar una película. Pero apenas lo observé: no se me ocurrió que acaso el padre Filoteo iría al cine con los demás. En el silencio del soto mis pasos resonaban en la grava. Caminaba y rezaba. Estaba muy oscuro junto a la capilla de la Florecita. “¡En nombre del Cielo, ayúdame!”, murmuré.
Regresé hacia los edificios. “Muy bien. Ahora realmente voy a entrar allí a preguntarle. He aquí la situación, padre. ¿Qué piensa usted? ¿Debería ir yo a ser trapense?”
Había aún una luz en la habitación del padre Filoteo. Entré valientemente en la sala, pero cuando hube llegado a unos seis pies de su puerta sentí como si alguien me hubiera detenido y me retuviera donde me encontraba con manos físicas. Algo interfería en mi voluntad. No podía dar un paso más, aun cuando quería. Di como un empujón al obstáculo, que era acaso un demonio, entonces me volví y salí corriendo de la casa una vez más.
De nuevo me encaminé hacia el soto. La Sala del Alumno estaba casi llena. Mis pies resonaban en la grava. Me encontraba en el silencio del soto, entre árboles húmedos.
No creo que jamás hubo un momento en mi vida en que mi alma sintiera una angustia tan apremiante y especial. Había rezado todo el tiempo, por lo que no puedo decir que empezara a rezar cuando llegué allí donde estaba la capilla: pero las cosas se iban precisando.
– Por favor, ayúdame. ¿Qué voy a hacer? No puedo continuar así. ¡Tú puedes verlo! Mira el estado en que me encuentro. ¿Qué debo hacer? Muéstrame el camino. ¡Como si necesitara más información o alguna clase de signo!
Pero dije esta vez a la Florecita:
– Muéstrame lo que he de hacer.
– y añadí:
– Si entro en el monasterio, seré tu monje. Ahora enséñame lo que he de hacer.
Estaba peligrosamente cerca del camino equivocado para rezar … haciendo promesas indefinidas y pidiendo una especie de signo.
De repente, tan pronto como hube dicho esa plegaria, me sentí consciente del bosque, los árboles, las colinas oscuras, el viento húmedo de la noche, y luego, más distintamente que cualquiera de estas realidades obvias, en mi imaginación, empecé a oír la gran campana de Gethsemaní, tocando en la noche … la campana de la gran torre gris, tocando y tocando, como si sólo estuviera detrás de la primera colina. La impresión me dejó sin aliento, tuve que pensar detenidamente para darme cuenta de que era sólo en mi imaginación que oía la campana de la abadía trapense tocando en la oscuridad. Pero, como después calculé, era alrededor de la hora que la campana toca cada noche para la Salve Regina, hacia el final de Completas.
La campana parecía decirme cuál era mi sitio … como si me llamara a casa.
Esta fantasía ejerció tal determinación en mí que inmediatamente regresé al monasterio … desandando el camino, pasando por la capilla de Nuestra Señora de Lourdes y el final del campo de fútbol. Con cada paso que daba mi mente se decidía más firmemente en que ahora yo habría acabado con todas estas dudas, vacilaciones, preguntas y todo lo demás, y resolvería este asunto, e iría a los trapenses, donde estaba mi lugar.
Cuando entré en el patio, vi que la luz de la habitación del padre Filoteo estaba apagada. En realidad, todas las luces estaban apagadas. Todos habían ido al cine. Mi corazón desfalleció.
Pero había una esperanza. Fui directamente a la puerta, penetré en el corredor y doblé hacia la sala común de los frailes. Nunca me había acercado a aquella puerta. No me había atrevido nunca. Pero ahora subí, golpeé la vidriera, abrí la puerta y miré al interior.
No había nadie allí, excepto un solo fraile, el padre Filoteo.
Le pregunté si podía hablarle y fuimos a su habitación.
Era el fin de toda mi ansiedad, de toda mi vacilación. Tan pronto como le expuse todas mis vacilaciones y preguntas, el padre Filoteo dijo que no podía ver ninguna razón para que yo no entrara en un monasterio y me hiciera sacerdote.
Puede parecer irracional, pero en aquel momento sucedió como si tendiesen un puente ante mis ojos y, repasando todas mis preocupaciones e interrogaciones, pude ver con claridad cuán vacías y vanas habían sido. Sí, era evidente que era llamado a la vida monástica: todas mis dudas acerca de ello habían sido principalmente sombras”.
Comentarios desactivados en Thomas Merton y Teresa de Lisieux (La Pequeña Flor)
Del blog Amigos de Thomas Merton:
“El gran regalo que se me dio, ese octubre, en el orden de la gracia, fue el descubrimiento de que la Florecita era realmente una santa, y no santa muda como una muñeca en las imaginaciones de muchas ancianas sentimentales. No sólo era santa, sino una gran santa, una de las mayores: ¡tremenda! Le debo toda clase de disculpas y reparación por haber ignorado su grandeza durante tanto tiempo; pero para hacer tal cosa necesitaría un libro entero, y aquí sólo puedo disponer de unas pocas líneas.
Descubrir un nuevo santo es una maravillosa experiencia. Pues Dios se magnifica grandemente y se hace maravilloso en cada uno de Sus santos. No hay dos santos iguales; pero todos ellos son como Dios, como El de un modo diferente y especial. De hecho, si Adán nunca hubiese caído, toda la raza humana habría sido una serie de imágenes magníficamente diferentes y espléndidas de Dios, cada uno de todos los millones de hombres exponiendo Sus glorias y perfecciones de un modo asombrosamente nuevo, cada uno brillando con su santidad particular, una santidad destinada a Él desde toda la eternidad como la perfección sobrenatural más completa e inimaginable de su personalidad humana.
Si, desde la caída, este plan nunca se realizara en millones de almas, millones frustrarán ese destino glorioso suyo, ocultarán su personalidad en una corrupción eterna de deformidad, sin embargo, reformando Su imagen en almas desfiguradas y medio destruidas por el mal y el desorden, Dios hace las obras de Su sabiduría y amor lo más sorprendentemente bellas por razón del contraste con el medio en que Él no desdeña operar.
Nunca fue, ni pudo ser, sorpresa para mí que se encontraran santos en la miseria, dolor y sufrimiento de Harlem, en las colonias de leprosos como Molokai del padre Damián, en los barrios bajos del Turín de Juan Bosco, en los caminos de Umbría de la época de San Francisco, o en las ocultas abadías cistercienses del siglo doce, o en la Cartuja Mayor, o la Tebaida, la cueva de Jerónimo (con el león haciendo guardia a su biblioteca), o el pilar de Simón. Todo esto era evidente. Estas cosas eran reacciones fuertes y poderosas en edades y situaciones que exigían heroísmo espectacular.
Pero lo que me asombraba completamente era la aparición de una santa en medio de la fealdad y mediocridad hinchada, aterciopelada, superdecorada y cómoda de la burguesía. Teresa del Niño Jesús era carmelita, es verdad; pero lo que llevó al convento consigo fue una naturaleza formada y adaptada al fondo y mentalidad de la clase media francesa de finales del siglo diecinueve, más complaciente y aparentemente inmutable, de lo cual nada podía imaginarse. Lo que parecía más o menos imposible para la gracia era penetrar en la costra espesa y elástica de la presunción burguesa y asir reamente el alma inmortal de debajo de aquella capa, a fin de hacer algo de ella. En el mejor de los casos, pensaba yo, tales gentes pudieran resultar inocuos pedantes, ¿pero de gran santidad? ¡Nunca!
En realidad, un pensamiento tal era un pecado contra Dios y mi prójimo. Era una subestimación blasfema del poder de la gracia, un juicio extremadamente poco caritativo sobre toda una clase de gente, con fundamentos poco meditados, generales y algo nebulosos: ¡aplicando una gran idea teórica a cada individuo que cae dentro de una cierta categoría!
Primero me interesé en Santa Teresa de Lisieux, leyendo el sentido libro de Ghéon sobre ella: un afortunado principio. Si hubiese dado con alguna otra literatura de la Florecita que anda circulando, la débil chispa de devoción potencial en mi alma se habría apagado al momento.
No obstante, apenas tuve una débil impresión del carácter real y de la real espiritualidad de Santa Teresa, cuando inmediata y fuertemente me sentí atraído a ella … una atracción que era obra de la gracia, puesto que, como digo, me hizo franquear de un salto miles de obstáculos y repugnancias psicológicas.
Y he aquí lo que me sorprende como lo más fundamental de ella. Llegó a santa no desertando de la clase media, no abjurando, despreciando y maldiciendo la clase media, o el ambiente en que había crecido; por el contrario, se pegó a él en tanto puede pegarse una persona o tal cosa y ser una buena carmelita. Conservó todo lo que era burgués en ella y todavía no incompatible con su vocación: su afecto nostálgico por una graciosa quinta llamada “Les Buissonnets”, su gusto por el arte completamente almibarado, por los angelitos de azúcar y santos de pastel jugando con corderos tan suaves y vellosos que literalmente crispan los nervios a la gente como yo. Escribió una serie de poemas que, sin importar lo admirable de sus sentimientos, se basaban ciertamente en los modelos populares más mediocres.
Para ella habría sido incomprensible que alguien pensara que estas cosas eran feas o extrañas, y nunca se le ocurrió que tuviera que abandonarlas, aborrecerlas, maldecirlas o enterrarlas bajo un montón de anatemas. Y no sólo llegó a ser santa, sino la mayor santa que ha tenido la Iglesia en trescientos años… Aun mayor, en ciertos aspectos, que los dos tremendos reformadores de su orden: San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila.
El descubrimiento de todo esto fue, en verdad, una de las humillaciones más grandes y saludables que he tenido en mi vida. No digo que cambiara mi opinión de la presunción de la burguesía del siglo diecinueve, ¡Dios no lo quiera! Cuando algo es repulsivamente feo, es feo, y así es. No me encontré llamando bello lo exterior de esa cultura fantasmagórica. Pero tenía que admitir que, en cuanto a santidad se refería, toda esa fealdad exterior era, per se, del todo indiferente. Y, más aun, como todos los males físicos del mundo, podía servir muy bien, per accidens, de ocasión o hasta de causa secundaria de un gran bien espiritual.
El descubrimiento de un nuevo santo es una experiencia tremenda, tanto más porque es completamente distinto del descubrimiento peliculero de una nueva estrella. ¿Qué puede hacer fulano con su nuevo ídolo? Mirar su fotografía hasta que le dé vértigo. Eso es todo. Pero los santos no son objetos inanimados de contemplación. Se hacen nuestros amigos, participan de nuestra amistad, la corresponden y nos dan inequívocas muestras de su amor por nosotros mediante las gracias que recibimos a través de ellos. Así, ahora que tenía esta gran amiga nueva en el cielo, era inevitable que la amistad empezara a tener su influencia en mi vida.
Lo primero que Teresa de Lisieux podría hacer por mí era encargarse de mi hermano, a quien puse bajo su tutela rápidamente, porque ahora, con vertiginosidad característica, había cruzado la frontera del Canadá, y me había dicho por correo que se encontraba en las Reales Fuerzas Aéreas Canadienses.
No era una gran sorpresa para nadie. Como se le acercaba el tiempo de ser reclutado, empezaba a hacerse claro que iría a donde fuere con tal de no entrar en la infantería. Finalmente, cuando estaba a punto de ser llamado, se había ido al Canadá, a alistarse voluntariamente de aviador. Puesto que el Canadá ya hacía tiempo que estaba realmente en la guerra, y sus aviadores entraban rápidamente en acción, donde eran grandemente necesitados, en Inglaterra, era muy evidente que las probabilidades de John Paul para sobrevivir una guerra larga eran muy escasas. Por lo que yo podía colegir, él entraba en las fuerzas aéreas como si pilotear un bombardero no fuera más peligroso que conducir un coche.
Ahora estaba acampado en algún lugar cerca de Toronto. Me escribió, con alguna esperanza vaga de que, como él era fotógrafo, pudieran mandarlo de observador para sacar fotos de las ciudades bombardeadas, hacer mapas y demás. Pero entretanto, hacía servicio de guardia, a lo largo de una gran valla de alambre. Y envié a la Florecita de centinela para que cuidara de él. Cumplió bien el encargo.
Pero las cosas que sucedieron en mi vida, antes de que hubiesen transcurrido dos meses, también llevaban la huella de su intervención…”.
Comentarios desactivados en ‘C’est la confiance’. Exhortación Apostólica sobre Teresa de Lisieux: “La confianza puede conducirnos al Amor”
Con motivo del 150º aniversario del nacimiento de Santa Teresa del niño Jesús
Prender fuego en el corazón de la Iglesia: El tesoro de la santa de Lisieux, descrito por Francisco
El Papa Francisco publica la exhortación apostólica sobre la confianza en el amor misericordioso de Dios, con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz -del Carmelo de Lisieux-
En ella, reconoce el tesoro de su ‘caminito espiritual: “es la confianza la que nos permite poner en las manos de Dios lo que sólo Él puede hacer”
“Poner fuego en el corazón de la Iglesia más que a soñar con su propia felicidad (42) le permitió a santa Teresita pasar de un fervoroso deseo del cielo a un constante y ardiente deseo del bien de todos… Llegando de este modo a la última síntesis personal del Evangelio, que partía de la confianza plena hasta culminar en el don total por los demás”
De manera especial los Pontífices siguieron de cerca su vida… Una alma misionera, señala Francisco, que enseña “su modo de entender la evangelización por atracción, no por presión o proselitismo. Vale la pena leer cómo lo sintetiza ella misma: ‘Al atraerme a mí, atrae también a las almas que amo…'”
| Johan Pacheco
(Vatican News).-La nueva Exhortación Apostólica «C’est la confiance» del Papa Francisco publicada este 15 de octubre, es dedicada a la confianza en el amor misericordioso de Dios, con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz: «La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor» (1), palabras de la joven santa francesa que «resumen la genialidad de su espiritualidad» (2).
En el 2023 se han conmemorado dos fechas importantes de Santa Teresa del Niño Jesús, el 2 de enero fue el 150º aniversario del nacimiento y el 23 de abril el centenario de su beatificación. El Papa Francisco ha querido que esta exhortación apostólica vaya más allá de una celebración y «sea asumido como parte del tesoro espiritual de la Iglesia». Además, «la fecha de esta publicación, memoria de santa Teresa de Ávila, quiere presentar a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz como fruto maduro de la reforma del Carmelo y de la espiritualidad de la gran santa española» (4)
En cuatro capítulos: Jesús para los demás; El caminito de la confianza y del amor; Seré el amor; En el corazón del Evangelio; y mediante 53 parágrafos el Pontífice presenta la vida y experiencia espiritual la santa francesa del Carmelo de Lisieux que dejó la vida terrena a los 24 años.
«La Iglesia reconoció rápidamente el valor extraordinario de su figura y la originalidad de su espiritualidad evangélica», de manera espacial los Pontífices siguieron de cerca su vida: “Teresita” conoció al Papa León XIII en su peregrinación a Roma en 1887 a quien pidió permiso para entrar al Carmelo a la edad de 15 años. Pío X percibió su enorme estatura espiritual, luego de la muerte de joven santa. Y Benedicto XV la declara Venerable en 1921, elogiando «sus virtudes centrándolas en el “caminito” de la infancia espiritual», fue canonizada el 17 de mayo de 1925 por Pío XI: «quien agradeció al Señor por permitirle que Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz fuera “la primera beata que elevó a los honores de los altares y la primera santa canonizada por él”. El mismo Papa la declaró patrona de las Misiones en 1927». Luego fue proclamada una de las patronas de Francia en 1944 por el venerable Pío XII.
Posteriormente san Pablo VI recordaba con frecuencia sus virtudes cristianas. San Juan Pablo II en «1997 la declaró doctora de la Iglesia, considerándola además «como experta en la scientia amoris». También, «Benedicto XVI retomó el tema de su “ciencia del amor”, proponiéndola como «guía para todos, sobre todo para quienes, en el pueblo de Dios, desempeñan el ministerio de teólogos». Y el Papa Francisco canonizó «a sus padres Luis y Celia en el año 2015, durante el Sínodo sobre la familia» (6).
Jesús para los demás
El Papa Francisco en el primer capítulo presenta la experiencia cristiana en la santa, desde su oración, vida mística, pero con alma misionera y sin autoreferencialidad: «En el nombre que ella eligió como religiosa se destaca Jesús: el “Niño” que manifiesta el misterio de la Encarnación y la “Santa Faz”» (7), y «el Nombre de Jesús es continuamente “respirado” por Teresa como acto de amor, hasta el último aliento» (8).
Como Patrona de las misiones, recuerda el Papa en la exhortación apostólica, que «como sucede en todo encuentro auténtico con Cristo, esta experiencia de fe la convocaba a la misión. Teresita pudo definir su misión con estas palabras: “En el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar”» (9).
Una alma misionera, señala Francisco, que enseña «su modo de entender la evangelización por atracción, no por presión o proselitismo. Vale la pena leer cómo lo sintetiza ella misma: “Al atraerme a mí, atrae también a las almas que amo…» (9), así lo escribía la santa en las últimas páginas de «Historia de un alma» (10) como su testamento misionero «con un ferviente espíritu apostólico» (11), dejándose guiar por la acción del Espíritu Santo: «Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a Él que sea Él quien viva y quien actúe en mí» (12).
Teresa de Ávila y Teresa de Lisieux
El caminito de la confianza y del amor
En el segundo capítulo el Santo Padre recuerda el valor de “El camino de la infancia espiritual” (14) propuesto por Santa Teresa del Niño Jesús que subraya la primacía de la acción de Dios y “la confianza” plena en la misericordia de Cristo:
«Teresita relató el descubrimiento del caminito en la Historia de un alma: “A pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo”» (15).
Francisco señala que la santa en su época «frente a una idea pelagiana de santidad, individualista y elitista, más ascética que mística, que pone el énfasis principal en el esfuerzo humano, Teresita subraya siempre la primacía de la acción de Dios, de su gracia» (17), por ello «prefiere destacar el primado de la acción divina e invitar a la confianza plena mirando el amor de Cristo que se nos ha dado hasta el fin» (19).
«Por consiguiente -escribe el Papa Francisco-, la actitud más adecuada es depositar la confianza del corazón fuera de nosotros mismos: en la infinita misericordia de un Dios que ama sin límites y que lo ha dado todo en la Cruz de Jesucristo» (20).
Sobre esta “confianza” el Santo Padre sugiere no asumirla solo en referencia a la santificación y salvación, sino también como un “abandono cotidiano” en Dios: «Tiene un sentido integral, que abraza la totalidad de la existencia concreta y se aplica a nuestra vida entera, donde muchas veces nos abruman los temores, el deseo de seguridades humanas, la necesidad de tener todo bajo nuestro control» (23).
El Papa recuerda las palabras de Santa Teresita que se refieren a ese “santo abandono” en el Amor: «Los que corremos por el camino del amor creo que no debemos pensar en lo que pueda ocurrirnos de doloroso en el futuro, porque eso es faltar a la confianza» (24).
Este testimonio es considerado por Francisco como “un fuego en medio de la noche”, ya que vivió su última etapa a finales del siglo XIX que la edad de oro del ateísmo moderno: «pero la oscuridad no puede extinguir la luz: ella ha sido conquistada por Aquel que ha venido al mundo como luz (cf. Jn 12,46). El relato de Teresita manifiesta el carácter heroico de su fe, su victoria en el combate espiritual, frente a las tentaciones más fuertes» (26).
Seré el amor
«“La Historia de un alma” es un testimonio de caridad, donde Teresita nos ofrece un comentario sobre el mandamiento nuevo de Jesús: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado (Jn 15,12)» (31), escribe el Papa Francisco en el tercer capítulo de su exhortación ofreciendo un panorama de la repuesta confiada del amor de la santa, a través del prójimo, al amor misericordiosos de Dios.
Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, recuerda el Santo Padre, expresaba en sus escritos su «amor esponsal» (32) con Cristo: «Teresita tiene la viva certeza de que Jesús la amó y conoció personalmente en su Pasión: Me amó y se entregó por mí (Ga 2,20)» (33). Y «el acto de amor “Jesús, te amo”, continuamente vivido por Teresita como la respiración, es su clave de lectura del Evangelio» (34), asegura el Pontifice.
Amor que santa Teresita vivió en la mayor sencilles y experimento en la vida cotidiana (35): «Teresita vive la caridad en la pequeñez, en las cosas más simples de la existencia cotidiana» (36), y en el corazón de la Iglesia, donde buscó su lugar (38): «…Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre…» (39).
«No es el corazón de una Iglesia triunfalista, es el corazón de una Iglesia amante humilde y misericordiosa» (40), señala Francisco. Afirmando además que «Tal descubrimiento del corazón de la Iglesia es también una gran luz para nosotros hoy, para no escandalizarnos por los límites y debilidades de la institución eclesiástica, marcada por oscuridades y pecados, y entrar en su corazón ardiente de amor, que se encendió en Pentecostés gracias al don del Espíritu Santo» (41).
Explica el Papa Francisco que este llamado de Dios a «poner fuego en el corazón de la Iglesia más que a soñar con su propia felicidad» (42) le permitió a santa Teresita «pasar de un fervoroso deseo del cielo a un constante y ardiente deseo del bien de todos, culminando en el sueño de continuar en el cielo su misión de amar a Jesús y hacerlo amar» (43). Llegando de este modo «a la última síntesis personal del Evangelio, que partía de la confianza plena hasta culminar en el don total por los demás» (44).
El Papa Francisco llega a un punto central de su exhortación apostólica, indicando que «C’est la confiance. Es la confianza la que nos lleva al Amor y así nos libera del temor, es la confianza la que nos ayuda a quitar la mirada de nosotros mismos, es la confianza la que nos permite poner en las manos de Dios lo que sólo Él puede hacer. Esto nos deja un inmenso caudal de amor y de energías disponibles para buscar el bien de los hermanos. Y así, en medio del sufrimiento de sus últimos días, Teresita podía decir: «Sólo cuento ya con el amor» (45).
En el corazón del Evangelio
En el cuarto capítulo el santo Padre recuerda que el anuncio de una Iglesia misionera se centra en lo esencial: «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (47), y el aporte especifico que regala Teresita, “doctora de la síntesis”: «consiste en llevarnos al centro, a lo que es esencial, a lo que es indispensable. Ella, con sus palabras y con su propio proceso personal, muestra que, si bien todas las enseñanzas y normas de la Iglesia tienen su importancia, su valor, su luz, algunas son más urgentes y más estructurantes para la vida cristiana» (49).
El Papa Francisco afirma que la actualidad de santa Teresa del Niño Jesús perdura en toda su «pequeña grandeza: …En un tiempo de repliegues y de cerrazones, Teresita nos invita a la salida misionera, cautivados por la atracción de Jesucristo y del Evangelio» (52).
“Un siglo y medio después de su nacimiento, Teresita está más viva que nunca en medio de la Iglesia peregrina, en el corazón del Pueblo de Dios” (53), dice Francisco finzalizando con la oración:
“Querida santa Teresita, la Iglesia necesita hacer resplandecerel color, el perfume, la alegría del Evangelio. ¡Mándanos tus rosas! Ayúdanos a confiar siempre,como tú lo hiciste, en el gran amor que Dios nos tiene, para que podamos imitar cada díatu caminito de santidad. Amén.”
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Texto íntegro de la exhortación apostólica ‘C’est la confiance‘ del Papa Francisco sobre la confianza en el amor misericordioso de Dios
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EXHORTACIÓN APOSTÓLICA C’EST LA CONFIANCE DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE LA CONFIANZA EN EL AMOR MISERICORDIOSO DE DIOS CON MOTIVO DEL 150.º ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ
1. «C’est la confiance et rien que la confiance qui doit nous conduire à l’Amour»: «La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor». [1]
2. Estas palabras tan contundentes de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz lo dicen todo, resumen la genialidad de su espiritualidad y bastarían para justificar que se la haya declarado doctora de la Iglesia. Sólo la confianza, “nada más”, no hay otro camino por donde podamos ser conducidos al Amor que todo lo da. Con la confianza, el manantial de la gracia desborda en nuestras vidas, el Evangelio se hace carne en nosotros y nos convierte en canales de misericordia para los hermanos.
3. Es la confianza la que nos sostiene cada día y la que nos mantendrá de pie ante la mirada del Señor cuando nos llame junto a Él: «En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo».[2]
4. Teresita es una de las santas más conocidas y queridas en todo el mundo. Como sucede con san Francisco de Asís, es amada incluso por no cristianos y no creyentes. También ha sido reconocida por la UNESCO entre las figuras más significativas para la humanidad contemporánea. [3] Nos hará bien profundizar su mensaje al conmemorar el 150.º aniversario de su nacimiento, que tuvo lugar en Alençon el 2 de enero de 1873, y el centenario de su beatificación. [4] Pero no he querido hacer pública esta Exhortación en alguna de esas fechas, o el día de su memoria, para que este mensaje vaya más allá de esa celebración y sea asumido como parte del tesoro espiritual de la Iglesia. La fecha de esta publicación, memoria de santa Teresa de Ávila, quiere presentar a santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz como fruto maduro de la reforma del Carmelo y de la espiritualidad de la gran santa española.
5. Su vida terrena fue breve, apenas veinticuatro años, y sencilla como una más, transcurrida primero en su familia y luego en el Carmelo de Lisieux. La extraordinaria carga de luz y de amor que irradiaba su persona se manifestó inmediatamente después de su muerte con la publicación de sus escritos y con las innumerables gracias obtenidas por los fieles que la invocaban.
6. La Iglesia reconoció rápidamente el valor extraordinario de su figura y la originalidad de su espiritualidad evangélica. Teresita conoció al Papa León XIII con motivo de la peregrinación a Roma en 1887 y le pidió permiso para entrar en el Carmelo a la edad de quince años. Poco después de su muerte, san Pío X percibió su enorme estatura espiritual, tanto que afirmó que se convertiría en la santa más grande de los tiempos modernos. Declarada venerable en 1921 por Benedicto XV, que elogió sus virtudes centrándolas en el “caminito” de la infancia espiritual, [5] fue beatificada hace cien años y luego canonizada el 17 de mayo de 1925 por Pío XI, quien agradeció al Señor por permitirle que Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz fuera “la primera beata que elevó a los honores de los altares y la primera santa canonizada por él”. [6].
El mismo Papa la declaró patrona de las Misiones en 1927. [7] Fue proclamada una de las patronas de Francia en 1944 por el venerable Pío XII, [8] que en varias ocasiones profundizó el tema de la infancia espiritual. [9] A san Pablo VI le gustaba recordar su bautismo, recibido el 30 de septiembre de 1897, día de la muerte de santa Teresita, y en el centenario de su nacimiento dirigió al obispo de Bayeux y Lisieux un escrito sobre su doctrina. [10] Durante su primer viaje apostólico a Francia, en junio de 1980, san Juan Pablo II fue a la basílica dedicada a ella y en 1997 la declaró doctora de la Iglesia, [11] considerándola además «como experta en la scientia amoris». [12] Benedicto XVI retomó el tema de su “ciencia del amor”, proponiéndola como «guía para todos, sobre todo para quienes, en el pueblo de Dios, desempeñan el ministerio de teólogos». [13] Finalmente, tuve la alegría de canonizar a sus padres Luis y Celia en el año 2015, durante el Sínodo sobre la familia, y recientemente le dediqué una catequesis en el ciclo sobre el celo apostólico. [14]
1.- Jesús para los demás
7. En el nombre que ella eligió como religiosa se destaca Jesús: el “Niño” que manifiesta el misterio de la Encarnación y la “Santa Faz”, es decir, el rostro de Cristo que se entrega hasta el fin en la Cruz. Ella es “santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz”.
8. El Nombre de Jesús es continuamente “respirado” por Teresa como acto de amor, hasta el último aliento. También había grabado estas palabras en su celda: “Jesús es mi único amor”. Fue su interpretación de la afirmación culminante del Nuevo Testamento: «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16).
Alma misionera
9. Como sucede en todo encuentro auténtico con Cristo, esta experiencia de fe la convocaba a la misión. Teresita pudo definir su misión con estas palabras: «En el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar». [15] Escribió que había entrado al Carmelo «para salvar almas». [16] Es decir, no entendía su consagración a Dios sin la búsqueda del bien de los hermanos. Ella compartía el amor misericordioso del Padre por el hijo pecador y el del Buen Pastor por las ovejas perdidas, lejanas, heridas. Por eso es patrona de las misiones, maestra de evangelización.
10. Las últimas páginas de Historia de un alma [17] son un testamento misionero, expresan su modo de entender la evangelización por atracción, [18] no por presión o proselitismo. Vale la pena leer cómo lo sintetiza ella misma: «“Atráeme, y correremos tras el olor de tus perfumes”. ¡Oh, Jesús!, ni siquiera es, pues, necesario decir: Al atraerme a mí, atrae también a las almas que amo. Esta simple palabra, “Atráeme”, basta. Lo entiendo, Señor. Cuando un alma se ha dejado fascinar por el perfume embriagador de tus perfumes, ya no puede correr sola, todas las almas que ama se ven arrastradas tras de ella. Y eso se hace sin tensiones, sin esfuerzos, como una consecuencia natural de su propia atracción hacia ti. Como un torrente que se lanza impetuosamente hacia el océano arrastrando tras de sí todo lo que encuentra a su paso, así, Jesús mío, el alma que se hunde en el océano sin riberas de tu amor atrae tras de sí todos los tesoros que posee… Señor, tú sabes que yo no tengo más tesoros que las almas que tú has querido unir a la mía».[19]
11. Aquí ella cita las palabras que la novia dirige al novio en el Cantar de los Cantares (1,3-4), según la interpretación profundizada por los dos doctores del Carmelo, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. El Esposo es Jesús, el Hijo de Dios que se unió a nuestra humanidad en la Encarnación y la redimió en la Cruz. Allí, desde su costado abierto, dio a luz a la Iglesia, su amada Esposa, por la que entregó su vida (cf. Ef 5,25). Lo que llama la atención es cómo Teresita, consciente de que está cerca de la muerte, no vive este misterio encerrada en sí misma, sólo en un sentido consolador, sino con un ferviente espíritu apostólico.
La gracia que nos libera de la autorreferencialidad
12. Algo semejante ocurre cuando se refiere a la acción del Espíritu Santo, que adquiere de inmediato un sentido misionero: «Esa es mi oración. Yo pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan íntimamente a Él que sea Él quien viva y quien actúe en mí. Siento que cuanto más abrase mi corazón el fuego del amor, con mayor fuerza diré: “Atráeme”; y que cuanto más se acerquen las almas a mí (pobre trocito de hierro, si me alejase de la hoguera divina), más ligeras correrán tras los perfumes de su Amado. Porque un alma abrasada de amor no puede estarse inactiva». [20]
13. En el corazón de Teresita, la gracia del bautismo se convierte en un torrente impetuoso que desemboca en el océano del amor de Cristo, arrastrando consigo una multitud de hermanas y hermanos, lo que ocurrió especialmente después de su muerte. Fue su prometida «lluvia de rosas». [21]
2.- El caminito de la confianza y del amor
14. Uno de los descubrimientos más importantes de Teresita, para el bien de todo el Pueblo de Dios, es su “caminito”, el camino de la confianza y del amor, también conocido como el camino de la infancia espiritual. Todos pueden seguirlo, en cualquier estado de vida, en cada momento de la existencia. Es el camino que el Padre celestial revela a los pequeños (cf. Mt 11,25). Leer más…
Comentarios desactivados en 3.10.23. Teresa de Lisieux (1873-1897): doctora de la iglesia, sacerdote. Carta a un obispo itinerante
Del blog de Xabier Pikaza:
Su figura sigue creciendo, y el mismo papa Francisco quiere dedicarle una exhortación apostólica, a los 150 años de su nacimiento, destacando su función en la Iglesia. Su ministerio de Doctora ha sido reconocido por la Iglesia (1997), pero su sacerdocio encuentra quizá más resistencia. Por eso quiero destacarlo, insistiendo en su amor universal, pues “comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones” (Manuscrito B 3v, pag. 261; cf. Teresa de Lisieux, Obras completas, Monte Carmelo, Burgos 1997).
| X.Pikaza
Yo nunca le oí. Teresa de Lisieux: amor en persona
Uno de los rasgos más sorprendentes de Teresa de Lisieux es que no apela a revelaciones milagrosas de Dios, pues sabe que Dios habla en el mismo camino llano de la vida. Yo nunca le he oído hablar, nunca he recibido una visión o palabra directa de su vida:
Yo nunca le he oído hablar, pero siento que está dentro de mí, y que me guía momento a momento y me inspira lo que debo decir o hacer. Justo en el momento en que las necesito, descubro luces en las que hasta entonces no me había fijado. Y las más de las veces no es precisamente en la oración donde esas luces más abundan, sino más bien ben en medio de las ocupaciones día a día… (Ms A 83v, 245).
Teresa de Lisieux no ha tenido necesidad de revelaciones especiales, pues la presencia de Dios se identifica con el camino de amor de cada día (cf. 1 Jn 2, 27). Todo es natural en ella: no hay éxtasis, toques interiores, gracias “tumbativas” Ciertamente, ella se deja acompañar por sueños, por pequeños signos… Pero la presencia de Dios es el despliegue de su misma vida, entendida en clave de fe. Ella está convencida de que todo lo que vive, lo que sufre, busca y ama es presencia de Dios.
Ha sido hermoso que así fuera. Nosotros, hombres y mujeres de finales del siglo XXI, ya no apelamos a signos extra- supra-racionales de Dios (visiones, toques, voces de fuera…), sino a la misma vida en amor, que es presencia de Dios, como supo Teresa de Lisieux, como había dicho Juan de la Cruz. Tampoco nosotros, en general, escuchamos a Dios en voces extrañas, sino en la palabra y el pan de cada sí, pues somos de raíz oyentes de Dios. Así dice Teresa:
Este año, el 9 de junio (de 1895), fiesta de la Santísima Trinidad, recibí la gracia de entender mejor que nunca cuánto desea Jesús ser amado” (Ms A, 84r, pag. 246)
Amor es y Dios no quiere otro tipo de holocaustos o servicios sangrientos. Amarle y ser en su amor, ése es el único milagro y sacerdocio, en una iglesia que en aquel tiempo (final del siglo XIX) buscaba otro tipo de sacerdocios y sacrificios. Para descubrir al Dios amor, viviendo en su gracia, Teresa de Lisieux tuvo que superar un victimismo latente en la teología del XVIII y XIX, especialmente en Francia. Terea descubre y dice que Dios no necesita que le aplaquen, que apaguen su furor, pues no es un Dios de iras y furores. Lo que Dios busca es solamente amor, la garcia de aquellos que acogen su gracia y viven en ella, según la palabra del Shema Israel, Dt 7,5-9).).
El Dios de Teresa de Lisieux no es amor y odio, sino puro amor sin odio ninguno, sin ninguna imposición legal, sin ningún tipo de víctimas. No le hacen falta sacrificios de ningún tipo, pues lo que Él quiere son amigos: personas que acojan su ternura y le respondan con ternura, es decir, que le escuchen en su vida y que con vida le respondan (1 Sam 15, 22).
En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor.
Teresa de Lisieux sabe que en la iglesia de Dios puede haber gracias y moradas distintas…, pero ella las quiere todas, de forma que quiere ser guerrero de guerra santa (como Juana de Arco) y sacerdote, zuavo pontificio y apóstol, doctor y mártir (cf. Ms B, 2v y 3r,258-259). En un primer momento no sabe cómo puede conseguirle, pero Pablo le responde en I Cor 12-13:
Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, no podía fallarle el más necesario, el más noble de todos ellos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que ese corazón estaba ardiendo de amor.
Comprendí que sólo el amor podía hacer actuar a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegaba a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio y los mártires se negarían a derramar su sangre… Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares… En una palabra, ¡que el amor es eterno…!
Entonces, al borde mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío…, al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor…! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor… Así lo seré todo… ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad…!!! (Ms B, 3v, 261).
Siguiendo el ejemplo de Pablo en Gal 1-2, Teresa afirma que el mismo Dios le ha ofrecido y concedido esta vocación, pudiendo ser, al mismo tiempo mártir y sacerdote, activa y contemplativa, “que ya sólo en amar es mi ejercicio” (Juan de la Cruz: Cántico Espiritual).
Éste es un lema genial y necesario, como aquel otro de Juan de la Cruz: “ ¡Por aquí no hay camino, porque para el justo no hay ley, él para sí se es ley” (Diagrama de Subida al Monte Carmelo (cf. 1 Tim, 1-9-11).Como los grandes textos de las tradiciones religiosas, éste puede interpretarse también de forma “heterodoxa“, de forma que, sacado de su contexto histórico, podría haber sido condenado por inquisidores más o menos oficiales de “iglesias” cristianas y musulmanas (recordemos a Al Hallah Husay de Persia, ajusticiado hacia el 920 por identificarse con el Amado divino).
Éste es el texto y experiencia clave de Teresa de Lisieux que, por fin, conociendo el amor se conoce a sí mismo, conoce y dice su más íntimo secreto, unida a Cristo, transforma por dentro por su Espíritu, como doctora y sacerdote de la Iglesia, por nombramiento y “ordenación divina”, sobre todas las normas externas de una tierra externa.
Oración sacerdotal: Yo te he glorificado, he coronado la obra que me encomendaste.
En el pasaje anterior, Teresa de Lisieux se identificaba de algún modo con el Espíritu Santo, como Amor dentro de la iglesia. En este nuevo pasaje, en la culminación de su experiencia doctoral y misionera (Ms C) ella asume y recrea la Oración Sacerdotal de Jesús con su palabra a favor de todos los hombres.
Externamente, Teresa cuenta con muy poco: dos “hermanos” misioneros a quienes acompaña en oración, un grupito de novicias a las que anima en su camino de vida religiosa (cf. Ms C, 33v, 321). Sin embargo, internamente, por solidaridad y cuidado cristiano, ella se siente responsable de toda la iglesia, de la humanidad en, como nuevo Cristo, doctor y obispo, elevan al Padre las mismas palabras de Jn 17:
Amado mío, yo no sé cuándo acabará mi destierro… Más de una noche me verá todavía cantar en el destierro tus misericordias. Pero, finalmente, también para mi llegará la última noche y entonces quisiera poder decirte, Dios mío: “Yo te he glorificado en la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. He dado a conocer tu nombre a los que me diste. Tuyos eran y tú me los diste. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido y han creído que tú me has enviado. Te ruego por éstos que tú me diste y que son tuyos”….
Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo y que el mundo sepa que tú los has amado como me has amado a mí”. Sí, Señor, esto es lo que yo quisiera repetir contigo [con Jesús] antes de volar a tus brazos. ¿Es tal vez una temeridad? No, no. Hace ya mucho tiempo que tú me has permitido ser audaz contigo. Como el Padre del Hijo Pródigo cuando hablaba con su Hijo mayor, tú me dijiste: “Todo lo mío es tuyo” (Lc 15, 31). Por tanto, tus palabras son míos y yo puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas que están unidas a mí las gracias del Padre celestial… (Mc C, 34v y 35r, 323-324).
Teresa de Lisieux se identifica con el Cristo sacerdote, descubriendo que Dios mismo le ha hecho sacerdote con Cristo y en Cristo. La historia del sacerdocio de Jesús es ya su historia (la de Teresa), de manea que ella puede proclamar como propias las palabras de Cristo sacerdote. Sin duda, ella se siente en la iglesia católica “externa”, y acepta el ministerio de sus sacerdotes (obispos, cardenales “oficiales”). Pero, estrictamente hablando, ella es ya (por gracia de Dios, sin capelos, birretes, púrpuras ni casullas) Gran Sacerdote de la humanidad entera. Por eso, asume la palabra de Jesús y su Liturgia universal, en amor, ante Dios Padre, llevando en sus manos y en su corazón el sufrimiento y búsqueda de todos los humanos.
Esas palabras de Jn 17, las saben de memoria y las escuchan muchísimos cristianos, pero Teresa de Lisieux las hace suyas y proclama como propias , en la noche de su vida, sin glosa ni comentario, pues las Palabra de Jesús es su palabra, la Vida de Jesús subida, palabra de entusiasmo amante y de amorosa entrega con todos y por todos. Estas son las palabras de la Consagración Sacerdotal (presbiteral, episcopal, cardenalicia y papal de Teresa), como expresión de la vida de la iglesia entera, sin necesidad de consistorio externo.
Teresa no es ya un sacerdote “parcial”, sino Sumo Sacerdote de Jesús, en el centro de la iglesia, siendo por otro lado una pobre enferma en amor, en manos de la Vida de Dios. No desea hacerse sacerdote a mesías, porque es sacerdote pleno, en hondura de amo de amor universal. No se limita a “orar por los sacerdotes“, como pide la tradición carmelitana, sino que ella misma se eleva, en el centro de la iglesia, desde su celda apartada, con la ofrenda de su propia vida hecha amor por todos.
Comentarios desactivados en Teresa de Lisieux: La gran desdibujada.
Como la Fiesta de esta santa inclusiva será mañana domingo, la recordamos hoy y nos acercamos a ella con este post del blog de Amigos de Thomas Merton:
“El gran regalo que se me dio ese octubre en el orden de la gracia fue el descubrimiento de que la Florecita era realmente una santa, y no una santa muda como una muñeca en las imaginaciones de muchas ancianas sentimentales. No sólo era santa, sino una gran santa, una de las mayores: ¡Tremenda! Le debo toda clase de disculpas y reparación por haber ignorado su grandeza durante tanto tiempo.”
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Thomas Merton. Autobiografía.
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“Teresa de Lisieux viene a decirles a sus contemporáneos, a su siglo y al nuestro, que el Dios de Jesucristo no tiene nada que ver con un ave de presa; que Dios ama apasionadamente al hombre; que amarle no es ponerse en manos de alguien que nos posee como un amo; que no es, en primer término, despreciar nuestra vida de hombres, sino estimularla, como Él mismo la estima. Teresa coincide con la gran tradición hebrea de la ternura de Dios para con el hombre –al revés de los dioses griegos, impasibles e indiferentes-, un Dios que se alía a los hombres. ¿No se designa en la Biblia el amor que Dios profesa al hombre con el plural rahamin, entrañas? Esa emoción que le hace a uno estremecerse en lo más profundo de su ser es un amor vulnerable, un amor de ternura.
Al mismo tiempo, descubre en el hombre el gusto por responder a Dios, por responderle con pasión. Si Dios es ese Dios compañero de los caminos del hombre, si es un Dios vulnerable, entonces es un auténtico compañero que desea el amor del hombre. ¿No es evidente que ese mensaje de la experiencia de un combate con Dios, en emulación de un amor cada vez más profundo entre un Dios y un hombre que no odian su existencia recíproca, que están desarmados el uno frente al otro, que con una libertad recíproca se dan, digamos, la existencia el uno al otro, no es evidente que esta experiencia coincide con lo que agita al presente el fondo de la humanidad, el deseo de ver liberada la creatividad última del hombre?
…Era inaguantable el Dios preconizado por tantos cristianos. La vida de Teresa es un grito de rebeldía contra ese supuesto Dios propietario y captador que se representaba; contra ese Dios aristócrata que solo se interesaba por quienes son santos desde la infancia o poseen un psiquismo equilibrado que les permite alcanzar una alta perfección moral. Teresa, que conoció la noche de la neurosis y se reconoció hermana de los criminales y pecadores; Teresa responde a la voz de Dios que llama a las gentes de las calles y las plazas y a todo el mundo –a todos nosotros- a los (discapacitados), a los angustiados, a los desafortunados, a los desamparados, a los desesperados…
¿Ha muerto hoy el ‘Dios potentado’? Me temo que no. Hoy se sigue presentando al Dios de Jesucristo como un amo siempre suspicaz, dispuesto en todo momento a condenar. ¿No leemos todavía con frecuencia que si nuestro mundo se encuentra tan bajo y tan cerca de la catástrofe se debe a su castigo por haberse separado de Dios? ¡Siniestra mancha del rostro joven y gozoso del Dios de Jesucristo!..¿Seguirán ciertos escribas muertos de miedo –al contrario de aquella muchacha, de un valor insobornable- haciéndola morir y apartando al pueblo cristiano del agua viva y del fuego devorador que es la vida de Teresa?”
*
Jean FranÇois Six. La verdadera infancia de Teresa de Jesús. Neurosis y santidad.
Herder 1982.
Comentarios desactivados en “Desempolvar a Dios”, por Gema Juan OCD
Hoy celebramos la fiesta de Teresa de Lisieux, mujer excepcional, profeta, poeta, escritora, mística y monja. Disfrutemos de este texto que nos acerca a su espiritualidad de confianza y que “desempolvamos” del archivo de Cristianos Gays:
Leído en el blog Juntos Andemos:
Los evangelios, escritos por manos diferentes, en situaciones distintas y para comunidades diversas, tienen muchas cosas en común. La principal es la necesidad transmitir la buena noticia que es Jesús y con Él, la alegría de recuperar a Dios, al Dios verdadero.
Los evangelistas querían sanear la idea que las gentes tenían de Dios, porque les importaba su felicidad y una idea equivocada de Él podía generar mucha angustia y tristeza; pues Dios pasaba de ser el aliento y la bondad que sostiene la vida, a ser un quisquilloso supervisor.
Jesús quitaba vendas de los ojos y devolvía la voz a quienes la habían perdido, desataba los pies trabados y reponía la fuerza a los que encallaban en la arena de la vida. Lo hacía con una ternura conmovedora, que dejaba ver la pasión que le movía, la que le llevaba a sacudir los cimientos de su religión y a desmontar comercios y marañas espirituales que ahogaban la fe. Cerraba grietas, para que no se desangrara ningún inocente y abría unas entrañas maternas infinitas, para que nadie, absolutamente nadie, pensara que tenía cerrado el acceso a Dios.
Jesús hablaba así de su Padre. Pero con el tiempo, esa imagen se cubrió de polvo y apenas se podía ver su verdadero rostro. Tanto amor revelaba un Dios que no tenía fronteras, que no ponía límites a su bondad. Y eso tambaleaba la imagen de un Dios justo, que «premia a los buenos y castiga a los malos». Rompía las reglas de un juego establecido.
Desempolvar al Dios verdadero ha sido tarea de muchos creyentes y todavía es una tarea necesaria hoy. Sacarle de las alacenas, por más honorables que sean estas. Quitar la máquina registradora, no llevar cuentas, no tener resguardos ni hacer negocios con Él.
Una mujer, que se reconoció entre aquellos de los que Jesús decía: «Dejad que se acerquen a mí», que se veía entre los menores y menos considerados, quitó una gruesa capa de polvo al buen Dios. Era muy cuidadosa y no perdía ocasión de agradarle y mostrarle su amor. Pero tenía una intuición: el amor era confiar sin límites y solo la confianza podía unir a Dios.
Así fue desempolvando y redescubriendo al Dios de Jesús. Conforme avanzaba, quedaban más lejos de ella los usos de su tiempo: un tiempo consagrado a un Dios más justiciero que justo, un Dios que pagaba a sus fieles y castigaba a los insumisos. Y un tiempo donde servir a Dios tenía un camino por excelencia: hacer méritos y sufrir por Él.
Teresa de Lisieux, muy cerca siempre de Jesús, fue desmontando falsos altares. No siguió un camino confortable, pero tenía una fe muy profunda y una sinceridad extraordinaria. Con ambas cosas, trazó rutas sencillas de acceso al verdadero Dios. Sintió que no podía traficar con Él y no cedió a las presiones, a pesar de alejarse de los cánones de santidad del momento.
Se sentía íntimamente impulsada por el amor descubierto, por el Dios que «se hace mendigo de nuestro amor… Te aseguro que Dios es mucho mejor de lo que piensas» —le decía a su hermana Leonia. Y con ello advierte, todavía hoy, a todo el que se acerca a Dios.
Así es como llega a comprender una idea que compartirá con un hombre que nace poco después de su muerte, Dietrich Bonhoeffer. Los dos refrescan la idea de un Dios a quien no satisface el sacrificio por sí mismo, sino descubrir su misericordia en todo y aceptarla como un camino de seguimiento. El teólogo protestante y la monja carmelita se unen desempolvando el rostro de Dios.
Bonhoeffer señalaría un error importante: la creencia de que se sirve más a Dios en el sufrimiento que en la alegría. Y advertía que el seguimiento se realiza acogiendo su voluntad, sea cual sea. Si es a través de circunstancias amables, seguirle en ellas. Si es en el camino del sufrimiento, hacerlo igualmente. ¿Qué Dios sería ese a quien le fuera más grato el sufrimiento?
Teresa, en la última etapa de su vida, enferma ya, decía a su hermana Inés que en otro tiempo, para mortificarse, mientras comía pensaba en cosas repugnantes. Y le añadió: «Después, me pareció más sencillo ofrecerle a Dios lo que me gustaba». Ese es el Dios que descubre: un Dios que desea lo bueno para todos y que, por eso mismo, alienta la generosidad en cada corazón.
A Teresa le llevó un tiempo comprender que «fuera del amor nada puede hacernos gratos a Dios», que a Él solo el amor le sirve. Desde ahí llegaría a entender lo que el teólogo supo después, que servir a Dios es decir: «Hágase tu voluntad». «¡Nada de merecer! Dar gusto a Dios». De eso se trataba.
Con un humor delicioso, diría a la madre María de Gonzaga, que le hacía tener una estufilla en invierno: «Las demás se presentarán en el cielo con sus instrumentos de penitencia, y yo con un brasero, pero solo cuenta el amor y la obediencia». Cuenta decir: «Hágase».
Teresa decía: «Compruebo con gozo que, amándole a Él, se ha agrandado mi corazón, y se ha hecho capaz de dar a los que ama una ternura incomparablemente mayor que si se hubiese concentrado en un amor egoísta e infructuoso». El Dios desempolvado rescata lo mejor de los seres humanos. Por ello, merece la pena seguir quitando cualquier capa que cubra su verdad.
Comentarios desactivados en La vida es tu navío, no tu morada.
A veces me sentía sola, muy sola. Como en los días de mi vida de internado, cuando me paseaba triste y enferma por el enorme patio, yo repetía siempre estas palabras, que hacían renacer siempre la paz y la fuerza en mi corazón: «La vida es tu navío, no tu morada»*. Cuando era pequeñita, estas palabras me levantaban la moral. Y todavía hoy, a pesar de los años, que hacen que desaparezcan tantos sentimientos de piedad infantil, la imagen del navío sigue cautivando mi alma y la ayuda a soportar el destierro… ¿No dice la Sabiduría que la vida es «como nave que surca las aguas agitadas sin dejar rastro alguno de su travesía…?»
*
Teresa de Lisieux
(Ms A 41r)
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* Nota: Teresa toma esta idea de la frase de Alphonse de Lamartine: “el tiempo es tu navío, no tu morada”
Comentarios desactivados en La lógica del evangelio.
¿Es que el Evangelio tiene lógica? ¿Es lógico que los últimos sean los primeros, y los primeros sean los últimos? ¿Que las prostitutas y los publicanos precedan a los sacerdotes en el Reino? ¿Es lógico abandonar a todo el rebaño para buscar a una oveja que se ha perdido? ¿Es lógico que los justos paguen por el comportamiento de los pecadores? ¿Es lógico proclamar “Bienaventurados los que eligen la pobreza” y ensalzar a la mujer que lo unge un perfume muy caro? ¿No era más consecuente la reprensión que le hacían los discípulos?
Vamos por partes. En primer lugar Jesús generalmente hablaba para el pueblo sencillo, no para los sabios y entendidos; y hablaba con exageraciones, con caricaturas, para que el pueblo captara al momento el mensaje transmitido. A nadie del pueblo se le ocurrió arrancarse un ojo o castrarse para no caer en la tentación; sólo se cuenta de Orígenes, un eximio teólogo y exegeta, que se castró siendo joven, pero posteriormente en su exégesis de Mateo 19,12 insiste en que no debe interpretarse literalmente.
En segundo lugar en los evangelios existen dos planos, que requieren dos lógicas diferentes. El plano de la plenitud del Reino, que sólo alcanzará su plenitud en la vida definitiva; y el plano de la vida mortal en la que ya se inicia el Reino, pero no se alcanza su plenitud. Ya sí está presente el Reino, pero todavía no, como dicen los teólogos.
También las leyes humanas conocen dos situaciones, las leyes ordinarias, que tratan de proteger (más o menos) los derechos y las libertades de las personas, y la ley marcial, que permite a la autoridad militar o civil el suspender algunos de estos derechos.
En la plenitud del Reino la única norma, la única lógica, es el amor desinteresado e incondicional; y ni siquiera es una norma ni una lógica, porque es una tendencia espontánea, es la Vida misma. No tiene sentido hablar de defender derechos o libertades, porque todo es donación de sí mismo por amor.
Durante la vida mortal coexisten las dos lógicas, la del Reino y la legislación ordinaria (o quizás habría que llamarla la ley marcial), que tiene que defender los derechos y libertades de los débiles, frecuentemente amenazados por los fuertes.
Jesús tiene que presentar su proyecto de Reino en toda su plenitud y animar a vivirlo, pero conoce perfectamente el lastre de egoísmo que todos arrastramos. Por eso emplea una pedagogía progresiva, adaptada al momento y posibilidades de cada oyente o grupo de oyentes.
Siempre me ha chocado la contradicción que surge frecuentemente en los evangelios entre la retribución por méritos y la gracia total por parte de Dios. Entre el ciento por uno (incluso por el vaso de agua) y la gratuita llamada de Dios a compartir la plenitud de su amor. La retribución por méritos corresponde a la lógica del caminante; la gratuidad del amor corresponde a lo que ya ha percibido de la plenitud del amor. “No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido / Ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por eso de ofenderte…”
En conclusión
¿Existe una lógica en el Evangelio?
La lógica del Evangelio no es una lógica argumental, que se basa en frágiles conceptos abstraídos de experiencias limitadas en el tiempo. Es más semejante a la lógica de la vida, que se basa en un proceso evolutivo hacia la colaboración integradora.
La lógica del evangelio tiene una coherencia que se desarrolla en forma pedagógica progresiva, que va acomodándose a las posibilidades cada uno.
La lógica del evangelio es la lógica del amor, que rebasa, pero no anula, a la lógica de la justicia; como también la física cuántica rebasa, pero no sustituye, a la física determinista.
La lógica del amor rebasa incluso a la lógica de la fe. Teresa de Lisieux confiesa “Si no puedo creer, al menos podré amar”.
Comentarios desactivados en Teresa de Lisieux: La gran desdibujada.
En la Fiesta de esta santa inclusiva, nos acercamos a ella con este post del blog de Amigos de Thomas Merton:
“El gran regalo que se me dio ese octubre en el orden de la gracia fue el descubrimiento de que la Florecita era realmente una santa, y no una santa muda como una muñeca en las imaginaciones de muchas ancianas sentimentales. No sólo era santa, sino una gran santa, una de las mayores: ¡Tremenda! Le debo toda clase de disculpas y reparación por haber ignorado su grandeza durante tanto tiempo.”
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Thomas Merton. Autobiografía.
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“Teresa de Lisieux viene a decirles a sus contemporáneos, a su siglo y al nuestro, que el Dios de Jesucristo no tiene nada que ver con un ave de presa; que Dios ama apasionadamente al hombre; que amarle no es ponerse en manos de alguien que nos posee como un amo; que no es, en primer término, despreciar nuestra vida de hombres, sino estimularla, como Él mismo la estima. Teresa coincide con la gran tradición hebrea de la ternura de Dios para con el hombre –al revés de los dioses griegos, impasibles e indiferentes-, un Dios que se alía a los hombres. ¿No se designa en la Biblia el amor que Dios profesa al hombre con el plural rahamin, entrañas? Esa emoción que le hace a uno estremecerse en lo más profundo de su ser es un amor vulnerable, un amor de ternura.
Al mismo tiempo, descubre en el hombre el gusto por responder a Dios, por responderle con pasión. Si Dios es ese Dios compañero de los caminos del hombre, si es un Dios vulnerable, entonces es un auténtico compañero que desea el amor del hombre. ¿No es evidente que ese mensaje de la experiencia de un combate con Dios, en emulación de un amor cada vez más profundo entre un Dios y un hombre que no odian su existencia recíproca, que están desarmados el uno frente al otro, que con una libertad recíproca se dan, digamos, la existencia el uno al otro, no es evidente que esta experiencia coincide con lo que agita al presente el fondo de la humanidad, el deseo de ver liberada la creatividad última del hombre?
..Era inaguantable el Dios preconizado por tantos cristianos. La vida de Teresa es un grito de rebeldía contra ese supuesto Dios propietario y captador que se representaba; contra ese Dios aristócrata que solo se interesaba por quienes son santos desde la infancia o poseen un psiquismo equilibrado que les permite alcanzar una alta perfección moral. Teresa, que conoció la noche de la neurosis y se reconoció hermana de los criminales y pecadores; Teresa responde a la voz de Dios que llama a las gentes de las calles y las plazas y a todo el mundo –a todos nosotros- a los (discapacitados), a los angustiados, a los desafortunados, a los desamparados, a los desesperados…
¿Ha muerto hoy el ‘Dios potentado’? Me temo que no. Hoy se sigue presentando al Dios de Jesucristo como un amo siempre suspicaz, dispuesto en todo momento a condenar. ¿No leemos todavía con frecuencia que si nuestro mundo se encuentra tan bajo y tan cerca de la catástrofe se debe a su castigo por haberse separado de Dios? ¡Siniestra mancha del rostro joven y gozoso del Dios de Jesucristo!..¿Seguirán ciertos escribas muertos de miedo –al contrario de aquella muchacha, de un valor insobornable- haciéndola morir y apartando al pueblo cristiano del agua viva y del fuego devorador que es la vida de Teresa?”
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Jean FranÇois Six. La verdadera infancia de Teresa de Jesús. Neurosis y santidad.
Herder 1982.
Comentarios desactivados en “Desempolvar a Dios”, por Gema Juan OCD
Hoy celebramos la fiesta de Teresa de Lisieux, mujer excepcional, profeta, poeta, escritora, mística y monja. Disfrutemos de este texto que nos acerca a su espiritualidad de confianza y que “desempolvamos” del archivo de Cristianos Gays:
Leído en el blog Juntos Andemos:
Los evangelios, escritos por manos diferentes, en situaciones distintas y para comunidades diversas, tienen muchas cosas en común. La principal es la necesidad transmitir la buena noticia que es Jesús y con Él, la alegría de recuperar a Dios, al Dios verdadero.
Los evangelistas querían sanear la idea que las gentes tenían de Dios, porque les importaba su felicidad y una idea equivocada de Él podía generar mucha angustia y tristeza; pues Dios pasaba de ser el aliento y la bondad que sostiene la vida, a ser un quisquilloso supervisor.
Jesús quitaba vendas de los ojos y devolvía la voz a quienes la habían perdido, desataba los pies trabados y reponía la fuerza a los que encallaban en la arena de la vida. Lo hacía con una ternura conmovedora, que dejaba ver la pasión que le movía, la que le llevaba a sacudir los cimientos de su religión y a desmontar comercios y marañas espirituales que ahogaban la fe. Cerraba grietas, para que no se desangrara ningún inocente y abría unas entrañas maternas infinitas, para que nadie, absolutamente nadie, pensara que tenía cerrado el acceso a Dios.
Jesús hablaba así de su Padre. Pero con el tiempo, esa imagen se cubrió de polvo y apenas se podía ver su verdadero rostro. Tanto amor revelaba un Dios que no tenía fronteras, que no ponía límites a su bondad. Y eso tambaleaba la imagen de un Dios justo, que «premia a los buenos y castiga a los malos». Rompía las reglas de un juego establecido.
Desempolvar al Dios verdadero ha sido tarea de muchos creyentes y todavía es una tarea necesaria hoy. Sacarle de las alacenas, por más honorables que sean estas. Quitar la máquina registradora, no llevar cuentas, no tener resguardos ni hacer negocios con Él.
Una mujer, que se reconoció entre aquellos de los que Jesús decía: «Dejad que se acerquen a mí», que se veía entre los menores y menos considerados, quitó una gruesa capa de polvo al buen Dios. Era muy cuidadosa y no perdía ocasión de agradarle y mostrarle su amor. Pero tenía una intuición: el amor era confiar sin límites y solo la confianza podía unir a Dios.
Así fue desempolvando y redescubriendo al Dios de Jesús. Conforme avanzaba, quedaban más lejos de ella los usos de su tiempo: un tiempo consagrado a un Dios más justiciero que justo, un Dios que pagaba a sus fieles y castigaba a los insumisos. Y un tiempo donde servir a Dios tenía un camino por excelencia: hacer méritos y sufrir por Él.
Teresa de Lisieux, muy cerca siempre de Jesús, fue desmontando falsos altares. No siguió un camino confortable, pero tenía una fe muy profunda y una sinceridad extraordinaria. Con ambas cosas, trazó rutas sencillas de acceso al verdadero Dios. Sintió que no podía traficar con Él y no cedió a las presiones, a pesar de alejarse de los cánones de santidad del momento.
Se sentía íntimamente impulsada por el amor descubierto, por el Dios que «se hace mendigo de nuestro amor… Te aseguro que Dios es mucho mejor de lo que piensas» —le decía a su hermana Leonia. Y con ello advierte, todavía hoy, a todo el que se acerca a Dios.
Así es como llega a comprender una idea que compartirá con un hombre que nace poco después de su muerte, Dietrich Bonhoeffer. Los dos refrescan la idea de un Dios a quien no satisface el sacrificio por sí mismo, sino descubrir su misericordia en todo y aceptarla como un camino de seguimiento. El teólogo protestante y la monja carmelita se unen desempolvando el rostro de Dios.
Bonhoeffer señalaría un error importante: la creencia de que se sirve más a Dios en el sufrimiento que en la alegría. Y advertía que el seguimiento se realiza acogiendo su voluntad, sea cual sea. Si es a través de circunstancias amables, seguirle en ellas. Si es en el camino del sufrimiento, hacerlo igualmente. ¿Qué Dios sería ese a quien le fuera más grato el sufrimiento?
Teresa, en la última etapa de su vida, enferma ya, decía a su hermana Inés que en otro tiempo, para mortificarse, mientras comía pensaba en cosas repugnantes. Y le añadió: «Después, me pareció más sencillo ofrecerle a Dios lo que me gustaba». Ese es el Dios que descubre: un Dios que desea lo bueno para todos y que, por eso mismo, alienta la generosidad en cada corazón.
A Teresa le llevó un tiempo comprender que «fuera del amor nada puede hacernos gratos a Dios», que a Él solo el amor le sirve. Desde ahí llegaría a entender lo que el teólogo supo después, que servir a Dios es decir: «Hágase tu voluntad». «¡Nada de merecer! Dar gusto a Dios». De eso se trataba.
Con un humor delicioso, diría a la madre María de Gonzaga, que le hacía tener una estufilla en invierno: «Las demás se presentarán en el cielo con sus instrumentos de penitencia, y yo con un brasero, pero solo cuenta el amor y la obediencia». Cuenta decir: «Hágase».
Teresa decía: «Compruebo con gozo que, amándole a Él, se ha agrandado mi corazón, y se ha hecho capaz de dar a los que ama una ternura incomparablemente mayor que si se hubiese concentrado en un amor egoísta e infructuoso». El Dios desempolvado rescata lo mejor de los seres humanos. Por ello, merece la pena seguir quitando cualquier capa que cubra su verdad.
Las almas sencillas no necesitan medios complicados: dado que yo me encuentro entre ellas, una mańana, durante mi acción de gracias, el Seńor Jesús me dio un medio sencillo para llevar a cabo mi misión. Me hizo comprender este pasaje del Cantar de los Cantares: ‘Atráenos, nosotros correremos al olor de tus perfumes’.
Oh Jesús, no es preciso decir por tanto: ‘Atrayéndome, atrae a las almas que yo amo’. Esta sencilla palabra, ‘atráeme’ basta. Seńor, ahora lo comprendo: cuando un alma se deja cautivar por el olor embriagador de tus perfumes, no puede correr sola, sino que todas las almas que ama son arrastradas tras ella. Y eso es algo que sucede sin presiones, sin esfuerzos. Es una consecuencia natural de su atracción hacia ti
Comentarios desactivados en “Dos mujeres de octubre”, por Juan Zapatero.
Dos Teresas, la una con diminutivo, Teresita, la otra con el nombre tal y como suena, Teresa, ocupan, en el santoral de la Iglesia, el inicio y el medio del mes de octubre. La primera es Teresa de Lisieux (Francia), por el lugar donde falleció el 1897; su festividad se celebra el 1 de octubre y es conocida con el nombre completo de Teresita del Niño Jesús. La segunda es Teresa de Ávila, por el lugar donde nació el 1515; su festividad tiene lugar el 15 del mismo mes y su nombre completo es Teresa de Jesús; nombre este que se aplicaba ella misma y que pudo considerar ratificado en su interior, según cuentan, por la supuesta respuesta que recibió de un niño con quien se topó, mientras bajaba las escaleras del convento de la Encarnación “¿Cómo te llamas, niño hermoso?”, le preguntó esta. A lo cual Él contestó “Y tú, ¿cómo te llamas?”. “Yo soy Teresa de Jesús”, dijo ella. A lo cual Él respondió “Pues yo soy Jesús de Teresa”.
Si nos retrotraemos al momento de su muerte, tres siglos y un poco más les separan a ambas. Dos vidas diferentes en muchos aspectos; en la duración concretamente: 67 años en el caso de Teresa frente a los 24 de Teresita; pero, además, y, sobre todo, en la forma de vida que ambas llevaron: andariega y fundadora, en el caso de Teresa de Ávila; recluida en el monasterio y dada de manera exclusiva a la mística y la oración, en el caso de Teresita de Lisieux. Vidas en absoluto contrapuestas, más bien idénticas, pues para ambas el amor era el único motivo y la única razón de todo su ser y su quehacer. “Solo el amor es el que da valor a todas las cosas”, solía decir Santa Teresa de Jesús. “Comprendí que, sin amor, todas obras son nada, aún las más brillantes” repetía con insistencia Santa Teresita del Niño Jesús.
El gran dilema de la mayoría de las religiones, yo diría que siempre de manera implícita, es la apuesta por “creer” frente a “confiar”; conceptos aparentemente iguales, pero que, en la práctica, marcan actitudes profundas, más que diferencias, frente a la vida de las personas que se dicen creyentes. Es verdad que, en el caso de algunas, se trataría más bien de sectas o de grupos sectarios, incluso dentro de las propias religiones, las creencias es su objetivo último; entendido el concepto creencia como el cúmulo de verdades, afirmaciones, dogmas, etc., que conformarían el contenido de fe de dichas religiones o grupos. No debemos olvidar, por otro lado, que las afirmaciones éticas o los consejos morales hacia el buen comportamiento ya son válidos por sí mismos; pero lo son aún más cuando unas y otros llegan acompañados por el testimonio de quien lo afirma o aconseja, quizás por aquello de que “las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran”; o porque son afirmaciones o consejos referidos de alguien que se implicó por ellas y ellos hasta las últimas consecuencias. El caso del Evangelio y la apuesta de Jesús por poner en práctica todo lo que decía y enseñaba es, sin ningún género de dudas, el más claro y evidente, al menos para quienes se consideran o nos consideramos seguidores suyos, más que creyentes en Él. Pero no es este un peligro reciente o de tiempos no demasiado pretéritos; ya en los primeros momentos de la Iglesia apostólica, el peligro de quedarse en la fe (creencia) fue tal que el propio apóstol Santiago se vio obligado a decir que la “la fe sin obras es una fe muerta” (Sant. 2,17). Debe ser, quizá, por aquello de que los dogmas comprometen muy poco o nada, frente a la exigencia profunda y constante de quien apuesta y confía en la persona que dijo y se implicó hasta el final con aquello que dijo.
Teresa y Teresita vivieron momentos en que la fe y sus verdades ocupaban o debían ocupar el centro de la vida de toda persona cristiana. Teresa experimentó, por su parte, algunas de las incomprensiones, advertencias y vicisitudes por parte de los tribunales de la “Santa” Inquisición, aunque en menor medida que su confesor y director espiritual, Juan de la Cruz; pero no por ello menos dolorosas interiormente. La razón no fue otra que poner la experiencia personal del amor de Dios por delante de cualquier otra verdad, por muy sagrada que dicha verdad fuera tenida; y es que no corrían buenos tiempos para la mística que conllevaba el peligro de desplazar al dogma y las “santas verdades”. No era lícito que una “mujer” se atribuyera la experiencia de un Dios próximo y cercano que por entonces quedaba reservada de manera exclusiva a quienes ostentaban el cargo de custodiar, y a buen recaudo, las verdades sagradas del compendio de la fe: varones todos ellos.
Los tiempos que le tocaron vivir a Teresita no fueron tan convulsos como los de Teresa; entre otras cosas, porque la virulencia doctrinal y dogmática de la Reforma y la Contrarreforma había amainado o, para ser más exactos, se había hecho menos visible; aunque, no por ello, menos dolorosa. Teresita pasó una gran parte de su corta vida, excepto los años de infancia y adolescencia, recluida en la clausura del Carmelo. El poco “aire” que llegaba de fuera a las monjas no era precisamente de libertad y de presencia de un Dios próximo y cercano. Pocos años antes de nacer ella, 1864, el Papa Pío IX había publicado el Syllabus, donde se exponían todos los errores de la sociedad moderna que la Iglesia condenaba. Otra vez el dogma y la verdad de la Iglesia, por boca del Papa, se imponían por encima de cualquier otra manera de vivir la experiencia de Dios y de la fe. Bien es verdad que Teresita no recibió ninguna advertencia del exterior, como sí que fue el caso de Teresa, pues su vida pasó desapercibida sobre todo para los de “fuera”; sin embargo, sí que fue reprendida en diversas ocasiones por sus superioras; a pesar de lo cual, ello no le impidió vivir siempre abandonada al buen Dios por el que se sentía locamente amada.
Dos mujeres, Teresa y Teresita, de un Dios próximo y lleno de vida frente a “verdades” de fe que muchas veces alejan y solo ofrecen indiferencia.
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