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Thomas Merton y Teresa de Lisieux (La Pequeña Flor)

Viernes, 10 de noviembre de 2023
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“El gran regalo que se me dio, ese octubre, en el orden de la gracia, fue el descubrimiento de que la Florecita era realmente una santa, y no santa muda como una muñeca en las imaginaciones de muchas ancianas sentimentales. No sólo era santa, sino una gran santa, una de las mayores: ¡tremenda! Le debo toda clase de disculpas y reparación por haber ignorado su grandeza durante tanto tiempo; pero para hacer tal cosa necesitaría un libro entero, y aquí sólo puedo disponer de unas pocas líneas.

Descubrir un nuevo santo es una maravillosa experiencia. Pues Dios se magnifica grandemente y se hace maravilloso en cada uno de Sus santos. No hay dos santos iguales; pero todos ellos son como Dios, como El de un modo diferente y especial. De hecho, si Adán nunca hubiese caído, toda la raza humana habría sido una serie de imágenes magníficamente diferentes y espléndidas de Dios, cada uno de todos los millones de hombres exponiendo Sus glorias y perfecciones de un modo asombrosamente nuevo, cada uno brillando con su santidad particular, una santidad destinada a Él desde toda la eternidad como la perfección sobrenatural más completa e inimaginable de su personalidad humana.

 Si, desde la caída, este plan nunca se realizara en millones de almas, millones frustrarán ese destino glorioso suyo, ocultarán su personalidad en una corrupción eterna de deformidad, sin embargo, reformando Su imagen en almas desfiguradas y medio destruidas por el mal y el desorden, Dios hace las obras de Su sabiduría y amor lo más sorprendentemente bellas por razón del contraste con el medio en que Él no desdeña operar.

Nunca fue, ni pudo ser, sorpresa para mí que se encontraran santos en la miseria, dolor y sufrimiento de Harlem, en las colonias de leprosos como Molokai del padre Damián, en los barrios bajos del Turín de Juan Bosco, en los caminos de Umbría de la época de San Francisco, o en las ocultas abadías cistercienses del siglo doce, o en la Cartuja Mayor, o la Tebaida, la cueva de Jerónimo (con el león haciendo guardia a su biblioteca), o el pilar de Simón. Todo esto era evidente. Estas cosas eran reacciones fuertes y poderosas en edades y situaciones que exigían heroísmo espectacular.

Pero lo que me asombraba completamente era la aparición de una santa en medio de la fealdad y mediocridad hinchada, aterciopelada, superdecorada y cómoda de la burguesía. Teresa del Niño Jesús era carmelita, es verdad; pero lo que llevó al convento consigo fue una naturaleza formada y adaptada al fondo y mentalidad de la clase media francesa de finales del siglo diecinueve, más complaciente y aparentemente inmutable, de lo cual nada podía imaginarse. Lo que parecía más o menos imposible para la gracia era penetrar en la costra espesa y elástica de la presunción burguesa y asir reamente el alma inmortal de debajo de aquella capa, a fin de hacer algo de ella. En el mejor de los casos, pensaba yo, tales gentes pudieran resultar inocuos pedantes, ¿pero de gran santidad? ¡Nunca!

En realidad, un pensamiento tal era un pecado contra Dios y mi prójimo. Era una subestimación blasfema del poder de la gracia, un juicio extremadamente poco caritativo sobre toda una clase de gente, con fundamentos poco meditados, generales y algo nebulosos: ¡aplicando una gran idea teórica a cada individuo que cae dentro de una cierta categoría!

Primero me interesé en Santa Teresa de Lisieux, leyendo el sentido libro de Ghéon sobre ella: un afortunado principio. Si hubiese dado con alguna otra literatura de la Florecita que anda circulando, la débil chispa de devoción potencial en mi alma se habría apagado al momento.

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No obstante, apenas tuve una débil impresión del carácter real y de la real espiritualidad de Santa Teresa, cuando inmediata y fuertemente me sentí atraído a ella … una atracción que era obra de la gracia, puesto que, como digo, me hizo franquear de un salto miles de obstáculos y repugnancias psicológicas.

Y he aquí lo que me sorprende como lo más fundamental de ella. Llegó a santa no desertando de la clase media, no abjurando, despreciando y maldiciendo la clase media, o el ambiente en que había crecido; por el contrario, se pegó a él en tanto puede pegarse una persona o tal cosa y ser una buena carmelita. Conservó todo lo que era burgués en ella y todavía no incompatible con su vocación: su afecto nostálgico por una graciosa quinta llamada “Les Buissonnets”, su gusto por el arte completamente almibarado, por los angelitos de azúcar y santos de pastel jugando con corderos tan suaves y vellosos que literalmente crispan los nervios a la gente como yo. Escribió una serie de poemas que, sin importar lo admirable de sus sentimientos, se basaban ciertamente en los modelos populares más mediocres.

Para ella habría sido incomprensible que alguien pensara que estas cosas eran feas o extrañas, y nunca se le ocurrió que tuviera que abandonarlas, aborrecerlas, maldecirlas o enterrarlas bajo un montón de anatemas. Y no sólo llegó a ser santa, sino la mayor santa que ha tenido la Iglesia en trescientos años… Aun mayor, en ciertos aspectos, que los dos tremendos reformadores de su orden: San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila.

El descubrimiento de todo esto fue, en verdad, una de las humillaciones más grandes y saludables que he tenido en mi vida. No digo que cambiara mi opinión de la presunción de la burguesía del siglo diecinueve, ¡Dios no lo quiera! Cuando algo es repulsivamente feo, es feo, y así es. No me encontré llamando bello lo exterior de esa cultura fantasmagórica. Pero tenía que admitir que, en cuanto a santidad se refería, toda esa fealdad exterior era, per se, del todo indiferente. Y, más aun, como todos los males físicos del mundo, podía servir muy bien, per accidens, de ocasión o hasta de causa secundaria de un gran bien espiritual.

El descubrimiento de un nuevo santo es una experiencia tremenda, tanto más porque es completamente distinto del descubrimiento peliculero de una nueva estrella. ¿Qué puede hacer fulano con su nuevo ídolo? Mirar su fotografía hasta que le dé vértigo. Eso es todo. Pero los santos no son objetos inanimados de contemplación. Se hacen nuestros amigos, participan de nuestra amistad, la corresponden y nos dan inequívocas muestras de su amor por nosotros mediante las gracias que recibimos a través de ellos. Así, ahora que tenía esta gran amiga nueva en el cielo, era inevitable que la amistad empezara a tener su influencia en mi vida.

Lo primero que Teresa de Lisieux podría hacer por mí era encargarse de mi hermano, a quien puse bajo su tutela rápidamente, porque ahora, con vertiginosidad característica, había cruzado la frontera del Canadá, y me había dicho por correo que se encontraba en las Reales Fuerzas Aéreas Canadienses.

No era una gran sorpresa para nadie. Como se le acercaba el tiempo de ser reclutado, empezaba a hacerse claro que iría a donde fuere con tal de no entrar en la infantería. Finalmente, cuando estaba a punto de ser llamado, se había ido al Canadá, a alistarse voluntariamente de aviador. Puesto que el Canadá ya hacía tiempo que estaba realmente en la guerra, y sus aviadores entraban rápidamente en acción, donde eran grandemente necesitados, en Inglaterra, era muy evidente que las probabilidades de John Paul para sobrevivir una guerra larga eran muy escasas. Por lo que yo podía colegir, él entraba en las fuerzas aéreas como si pilotear un bombardero no fuera más peligroso que conducir un coche.

 Ahora estaba acampado en algún lugar cerca de Toronto. Me escribió, con alguna esperanza vaga de que, como él era fotógrafo, pudieran mandarlo de observador para sacar fotos de las ciudades bombardeadas, hacer mapas y demás. Pero entretanto, hacía servicio de guardia, a lo largo de una gran valla de alambre. Y envié a la Florecita de centinela para que cuidara de él. Cumplió bien el encargo.

Pero las cosas que sucedieron en mi vida, antes de que hubiesen transcurrido dos meses, también llevaban la huella de su intervención…”.

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Thomas Merton

(Fragmento de “La montaña de los siete círculos”)

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Escribiendo poemas

Martes, 3 de agosto de 2021
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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A principios de 1944, cuando me acercaba al tiempo de mi profesión simple, escribí un poema a santa Inés en su fiesta de enero, y cuando lo terminé tuve el sentimiento de que ya no me preocupaba si nunca más escribía otro poema. A finales de año, cuando se imprimió Treinta poemas, también sentía lo mismo. Luego vino de nuevo Lax otra Navidad y me dijo que debía escribir más poemas. No lo discutí. Pero en mi corazón no creía que fuera la voluntad de Dios. Dom Vital, mi confesor, no lo creía tampoco. Después, un día -la fiesta de la conversión de san Pablo, en 1945-, fui a ver al padre abad para pedirle orientación y, sin pensar en el asunto, ni mencionarlo, de pronto me dijo: Siga escribiendo poemas“.

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Thomas Merton,
La montaña de los siete círculos

DGKeller

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Un viaje al corazón del otro

Viernes, 26 de junio de 2020
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“En cierto sentido, estamos siempre viajando, y viajando como si no supiéramos a dónde vamos. En otro sentido, ya hemos llegado. No podemos llegar a la perfecta posesión de Dios en esta vida, y por eso estamos siempre viajando y en tinieblas. Pero ya lo poseemos por la gracia, y por eso, en este sentido, ya hemos llegado y habitamos en la luz. ¡Pero cuán lejos tengo que ir para encontrarte a Ti, en quien ya he llegado!”.

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(La montaña de los siete círculos, p. 419)

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¿Cuál es mi nuevo desierto? Su nombre es compasión. No existe yermo tan terrible, tan bello, tan árido y tan fructífero como el yermo de la compasión. Es el único desierto que verdaderamente florecerá como el lirio. Se convertirá en un estanque. Echará brotes y florecerá y saltará de gozo. En el desierto de la compasión, la tierra sedienta ve brotar fuentes de agua, el pobre posee todas las cosas. No existen fronteras que controlen a los moradores de esta soledad, en la cual yo vivo solo, tan aislado como la Hostia sobre el altar, que, siendo el alimento de todos los hombres, pertenece a todos y no pertenece a nadie, porque Dios está conmigo y se asienta en las ruinas de mi corazón, predicando el evangelio a los pobres”.

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(29 de noviembre de 1951, en Diarios I, p. 130)

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De financiero deprimido a sacerdote feliz: la historia de James Martin

Lunes, 20 de agosto de 2018
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de-financiero-deprimido-a-sacerdote-feliz-la-historia-de-james-martinEl padre jesuita James Martin es bien conocido  en cristianos Gays pero… ¿le conocemos realmente?. A continuación, su extraordinaria historia de conversión…

James Martin se sentía desgraciado y estresado en su exigente puesto de trabajo en la capital del mundo, Nueva York. Tanto, que en muchas ocasiones sentía

James Martin se sentía desgraciado y estresado en su exigente puesto de trabajo en la capital del mundo, Nueva York. Tanto, que en muchas ocasiones sentía náuseas, dolor de estómago y migrañas, así como la sensación de que no sabía hacia dónde se encaminaba su vida. Era finales de los años ochenta en el Nueva York que Oliver Stone inmortalizó en Wall Street o Martin Amis en Dinero, y las noches de James Martin se sucedían entre citas en los grandes clubs de la ciudad y altas dosis de alcohol, gracias a su empleo como contable y encargado de recursos humanos.

Martin relata con disgusto las historias de su paso por Nueva York. En una de ellas afirma que después de pedirle a uno de sus superiores que mostrase un poco de compasión por el empleado que iba a despedir y que acababa de recibir el título de “empleado del mes”, recibió como respuesta que le jodan a la compasión. Sus dolores de estómago comenzaron el día que pilló a uno de sus compañeros realizando comentarios sexistas sobre una trabajadora. Después de estudiar en la Escuela de Negocios de Wharton en la Universidad de Pensilvania, Martin pasó seis años viviendo la noche neoyorquina, hasta que fue destinado a Stanford (Connecticut), donde bajó un poco el pistón.

La luz al final del túnel

Fue allí donde tuvo la revelación que cambiaría para siempre su vida. Una noche que se había quedado en casa, puso la televisión y asistió a la emisión de Merton: A Film Biography en la cadena pública americana. Se trataba de la historia de la vida de Thomas Merton, un monje trapense que siguió un camino semejante al de Martin, cuando tras vivir en Nueva York había decidido seguir la vocación religiosa en la abadía trapense de Nuestra Señora de Getsemaní en Kentucky. Era el año 1941, y durante los siguientes 27 años, Merton se convertiría en uno de los grandes escritores religiosos de los Estados Unidos del siglo XX. A él se deben obras como Las aguas de Siloé (1949), La vida silenciosa (1957) o su autobiografía, La montaña de los siete círculos (1948).

 Fue su psicólogo quien le preguntó por qué no se unía al sacerdocio. Martin ha recordado la profunda impresión que le causó la visión de la película en aquellos momentos, como relata en su propio libro de memorias, My Life with the Saints (Loyola Press, 2007). “Aún recuerdo su expresión, mucho más feliz que la que veía en el espejo cada mañana. Su vida, esa vida monástica, parecía exótica, misteriosa, romántica”. Al día siguiente, Martin acudió a una librería y pidió La montaña de los siete círculos, “un libro muy bello” en palabras del propio religioso. “Cuando lo terminé de leer una noche, a altas horas, y lo deposité en la mesilla, sabía con seguridad a qué quería dedicarme. Para mí, esa fue ‘mi llamada’”.

Sin embargo, Martin aún no estaba seguro de si debía unirse a un grupo religioso, ya que por aquel entonces, pensaba que “unirse al sacerdocio sería como convertirse en un cantante de ópera o unirse al circo”. Así que, en su lugar, acudió a un psicólogo. Un año después de comenzar su terapia, este le preguntó qué haría con su vida si pudiese. “Sería sacerdote”, le respondió Martin, que se educó en una familia católica aunque no muy practicante. “¿Y por qué no lo haces?”, le respondió este. Y al día siguiente, James Martin levantó el teléfono y marcó el número de los jesuitas. Su vida nunca volvería a ser la misma. Martin lleva 25 años perteneciendo a la orden de los jesuitas y 14 ordenado como sacerdote, y es el editor de la revista America, la revista católica más importante de Estados Unidos.

Fuente El Confidencial

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¡Cuidado con algunos optimismos!

Sábado, 21 de abril de 2018
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“… He aprendido, creo, a mirar al mundo con mayor compasión, viendo a cuantos viven en él no como alienados de mí mismo, no como extranjeros, extraños y engañados, sino como identificados conmigo mismo. Al romper con “su mundo”, extrañamente, no he roto con ellos. Al liberarme de engaños y preocupaciones, me he identificado, sin embargo, con sus luchas y con su ciega y desesperada esperanza de felicidad…..

Pero, precisamente, por haberme identificado con ellos, debo negarme de un modo más definitivo, si cabe, a hacer míos sus engaños ilusorios. Debo rechazar su ideología de lo material, el poder, la cantidad, el movimiento, el activismo y la fuerza. Rechazo todo eso porque veo en ello la fuente y la expresión del infierno espiritual que el hombre ha hecho de su mundo….

fb_img_1520531849138Si algún problema aqueja hoy al cristianismo es el de la identificación de la “cristiandad” con ciertas formas de cultura y de sociedad, ciertas estructuras políticas y sociales que durante mil quinientos años han dominado en Europa y en Occidente..(…).

Mil quinientos años de cristiandad europea, a pesar de ciertos logros definitivos, no han supuesto una gloria inequívoca para el cristianismo. Ha llegado la hora de someter a juicio a esta historia. Puedo complacerme en ello, en la creencia de que el juicio será una liberación de la fe cristiana de toda esclavitud y participación del mundo secular. Y por eso creo que ciertas formas de optimismo cristiano han de tomarse con reserva, por cuanto carecen de una genuina conciencia escatológica de la visión y se centran en la esperanza ingenua de alcanzar meros logros temporales tales como… ¡¡iglesias en la luna!!…

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Thomas Merton.

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querido-lector-mertonEl fragmento que acabamos de compartirles pertenece al prólogo escrito por Merton a la edición japonesa de La Montaña de los Siete Círculos publicada en 1963. Este prólogo y otros fueron incluidos en el libro “QUERIDO LECTOR. Reflexiones sobre mi obra” (primera edición en inglés, en 1981) y varias veces reeditada su traducción al español. Más recientemente,en 2015, lo ha publicado Sal Terrae con el título “ LA VOZ SECRETA“. Nos dice la reseña de ésta última edición:

“Al celebrar, con esta edición de los prefacios de Thomas Merton, su vida y su testimonio, «se nos recuerda, quizás con mayor importancia incluso, la parte que nos cabe desempeñar para asumir su legado: siendo contemplativos en un mundo de acción, consumismo y la-voz-secreta-thomas-merton-portadatecnificación; como constructores de paz en un mundo de guerra, violencia, racismo y discriminación; y tendiendo puentes entre fes, culturas y pueblos en un mundo de conflictos, barreras e intolerancia. Merton trae un mensaje universal de esperanza ante las dificultades de nuestras vidas, en nuestras comunidades y en nuestro mundo. En lugar de permanecer impasibles ante lo Indecible, nos exhorta a todos a ser humanos en esta época, la más inhumana de todas, y a guardar la imagen del hombre, pues es la imagen de Dios»

(Lo toman de la «Presentación de la edición española», por Paul M. Pearson, Director del Centro Thomas Merton)”

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Merton contra el racismo

Lunes, 5 de diciembre de 2016
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Del blog Amigos de Thomas Merton.

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Un tema de encendida actualidad. Con el paso de los años hay circunstancias externas que han cambiado, el concepto de racismo se ha ampliado, el mal del racismo, cada vez más globalizado, incluye a inmigrantes y existe un racismo solapado en sociedades que alardean de no ser racistas. Sobre el racismo, hoy, todavía, Merton tiene algo que decirnos.

“Como estudiante en Columbia, Merton había vivido durante años justo en el límite con Harlem sin llegar a ver de verdad qué es lo que había allí y sin entender qué significaba un gueto. Ahora, que pasaba cada semana en Friendship House, en 135 St. con Lenox Avenue, sabía ya lo que significaba el pecado mortal del racismo. A causa del color de su piel, a millones de personas se les consideraba menos que humanos e, incluso, se les arrastraba a verse a sí mismos de ese modo. Vio Harlem “como un juicio divino contra la ciudad de Nueva York”…

La sensibilidad de Merton hacia el ultraje que estos guetos representaban nunca se enfrió:

“Aquí, en este barrio enorme, oscuro, humeante, centenares de miles de negros se apiñan como ganado, muchos de ellos sin nada que comer y sin nada que hacer. Todos los sentidos, imaginación, sensibilidades, emociones, pesares, deseos, esperanzas e ideas de una raza de sentimientos vívidos y reacciones emocionales profundas están comprimidos, aherrojados con un cinturón de hierro al fracaso: el perjuicio que les ahoga con sus cuatro muros insuperables. En este enorme caldero, dones naturales inestimables, sabiduría, amor, música, ciencia, poesía, son aplastadas y dejadas hervir en las heces de una naturaleza corrompida elementalmente y miles y más miles de almas se destruyen con el vicio, la miseria y la degradación, olvidadas, borradas, desaparecidas del registro de los vivos, deshumanizadas.” (T.M. La montaña de los siete círculos.)

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Jim Forrest
Vivir con sabiduría.

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El camino equivocado

Jueves, 29 de octubre de 2015
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

 
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*

“Me encontraba en el silencio del soto, entre árboles rebosantes de humedad. No creo que jamás haya habido un momento en mi vida en que mi alma sintiera una angustia tan apremiante y especial. Había rezado todo el tiempo, por lo que no puedo decir que empezara a rezar cuando llegué allí donde estaba la capilla: pero las cosas se iban precisando más.

‘Por favor,ayúdame. ¿Qué voy a hacer? No puedo continuar así. ¡Tú puedes verlo! Mira el estado en que me encuentro. ¿Qué debo hacer? Muéstrame el camino’. ¡Como si se precisara más información o alguna clase de signo!

Pero dije esta vez a la Florecita (1) ‘Muéstrame lo que he de hacer’ y añadí: ‘Si entro en el monasterio, seré tu monje. Ahora enséñame lo que he de hacer”.

Estaba peligrosamente cerca del camino equivocado para rezar… haciendo promesas indefinidas y pidiendo una especie de signo.”

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Thomas Merton.
La Montaña de los Siete Circulos.

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(1)Así llamaba Merton a Santa Teresa de Lisieux

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