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“Espiritualidad y no-dualidad (III)”, por Enrique Martínez Lozano.

Viernes, 8 de septiembre de 2017
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pensando“Hay una sola Realidad. Pero no la vivimos directamente, sino a través de la mente, y la mente la fracciona: cuando la ve dentro, la llama «yo»; cuando la ve fuera, la llama «mundo»; cuando la ve arriba, la llama «Dios»”.

Con estas palabras, Antonio Blay sintetizaba una de las claves fundamentales de la llamada filosofía perenne, en la que se reconocen tradiciones sapienciales y místicos de todos los tiempos: lo Real es Uno. (Incluso la mente, separadora por su propia naturaleza, no puede dejar de reconocer que “todo lo que es” –por mucho que sea– tiene que participar de lo que “es”).

Aquella clave, básica en las tradiciones orientales, aparece también en Occidente, a pesar del dualismo que se adueñó de la filosofía académica. Ya en el siglo VI a.C., Anaximandro intuyó que tenía que haber un “principio” común a toda la realidad, que se hallara en el núcleo de cada una de las formas que nombramos. Y lo nombró como “ápeiron”, es decir, “lo no-distinto” o lo no-diferenciado. En todo lo que podemos llegar a percibir alienta un núcleo “realmente real” que lo sostiene y del que brota. (Se trata, sin duda, de la misma intuición que llevó al teólogo y cardenal Nicolás de Cusa, en el siglo XV, a expresarse de este modo: «Dios no es “otro” de nada. Dios, en tanto que “no-otro”, no es “otro” respecto a la criatura. Nada es “otro” para el “no-otro”»).

La mística cristiana –aun nacida en el marco de una religión netamente teísta, “personalista” y dualista– siempre atestiguó la existencia de un único principio de lo real, como base de la experiencia de Unidad que vivieron tantos hombres y mujeres que consideramos místicos. Entre ellos merece destacarse, por su rotundidad, el testimonio del Maestro Eckhart, para quien “el Fondo de Dios y mi Fondo son el mismo Fondo”: Todo lo real no puede “tener” sino un único “Fondo”.

Pero hay algo más, profundamente llamativo: es ahora la misma física cuántica la que llega a afirmar que la realidad está hecha de una sola “sustancia”. Desde Demócrito se había venido diciendo que la realidad estaba compuesta por vacío y átomos. En la física de Newton se habla de espacio, tiempo y partículas. Einstein nos hizo ver que tiempo y espacio son un tejido inseparable y constituyen solo otra dimensión más de la misma realidad (en realidad, el espacio-tiempo no es sino el mismo campo gravitatorio). Y la más moderna física cuántica afirma con solvencia que todo lo real está brotando continuamente de los llamados “campos cuánticos”, que apuntan a su vez –aunque esto no puede ser medido por la ciencia, constituye una intuición compartida por no pocos científicos modernos– a un “fondo” u “océano original” –vacuidad originaria– que es información, consciencia o inteligencia creativa.

Lo Real es Uno. Es solo la mente la que introduce la separación, a partir de la tríada –observador, observado, acción de observar–, que ella genera. Desenmascarado el engaño, no es difícil advertir que todo es consciencia que se observa a sí misma. Pero, gracias al mecanismo de la apropiación, la mente se constituye en un “yo” que observa y así, como expresaba Blay en el texto antes citado, fracciona lo real en compartimentos separados haciéndonos creer que se trata de “realidades” diferentes.

Con esta clave, no es difícil comprender que las religiones teístas –nacidas en un nivel mítico-mental– hayan hablado de “Dios” como de un ser separado, frente al mundo y a los seres humanos, igualmente separados. Era su modo de expresarse. Como bien dijera Ramana Maharshi, todas las religiones empiezan hablando de la existencia del individuo, del mundo y de Dios. Y mientras dure el ego, aquellos tres se percibirán como separados. Sin embargo, cuando se trasciende el ego –y la visión egoica–todo se modifica radicalmente: lo que somos es uno con lo que es.

La conclusión es clara: la sabiduría invita a silenciar la mente. Porque, dado que es solo ella la que crea la (ficticia e ilusoria) separación, únicamente cuando la acallamos, se nos regala percibir “Eso” que está ahí, sin “etiquetas” o interpretaciones mentales. Y “Eso”, “Lo que es” –previo a nuestro pensamiento–, nos sostiene y nos constituye.

Las personas religiosas piensan que esta comprensión de lo real significa rechazar la fe en un Dios “personal”, con el que dicen vivir una relación fundamental. Tal actitud es comprensible y merece todo el respeto. Sin embargo –más allá de la legitimidad de ese modo “personal” de “relacionarse” con el Misterio–, la experiencia nos dice que, en ese cambio, no solo no se pierde nada sino que todo se enriquece. Hay quienes, dentro del ámbito religioso teísta, se sublevan cuando ven cuestionar el carácter “personal” de Dios, temen que lo divino se reduzca a una energía impersonal. Parecen no haber advertido que es precisamente esa caracterización “personalista” la que lo reduce y empobrece. El Misterio es plenitud de Amor y de Relación, pero de un modo que trasciende por completo lo que (mentalmente) estamos acostumbrados a percibir.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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“Espiritualidad y no-dualidad (II)”, por Enrique Martínez Lozano.

Sábado, 2 de septiembre de 2017
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pensandoLos sabios han hablado de dos modos de conocer: conocimiento-representación versus reconocimiento; conocimiento por análisis y reflexión versus conocimiento por identidad. En el primer caso hablaríamos de modelo mental de conocer; en el segundo, de modelo no-dual.

El primero de esos modelos funciona admirablemente en el mundo de los objetos, pero, aun reconociendo que nos dota de una imprescindible razón crítica, se muestra radicalmente incapaz de acceder a la verdad.

La verdad no “cabe” en la mente. De ahí que el acceso a aquella requiera aprender a silenciar esta. Lo cual se logra cuando aprendemos a pasar del pensar al atender. Si el primer modelo se rige por el pensamiento, el segundo únicamente se activa gracias a –y a través de- la atención.

Tal como escribe Marià Corbí, “quien silencia la lectura de sujetos y objetos [podríamos decir: quien silencia el pensamiento y permanece en la atención desnuda] se encuentra con Eso no-dos que todo es. El camino del silencio es el camino hacia la verdad”.

Y concluye: “La noción de conocimiento silencioso es una noción clave para comprender las tradiciones religiosas del pasado en su diversidad y en su unidad”. Por lo que se refiere a la tradición cristiana, nos vienen inmediatamente al recuerdo los nombres del Maestro Eckhart, el anónimo autor de La Nube del no-saber en el siglo XIV, Juan de la Cruz, Miguel de Molinos…

En el paso del modelo mental al modelo no-dual se resuelve la paradoja: la verdad no puede ser pensada –jamás cabrá en la mente-, pero se la conoce cuando se la es. Y se es uno con ella cuando se descubre aquel Fondo del que hablaba el citado Maestro Eckhart, que es el mismo Fondo de todo lo que es.

Hablamos, entonces, de un reconocimiento (de lo que somos) o de un conocimiento por identidad: conocemos algo porque ya lo somos. ¿Cómo no recordar aquí aquellas admirables palabras, llenas de la más genuina sabiduría, que dijera el místico cristiano Angelus Silesius en el siglo XVII?: “Qué sea Dios, lo ignoramos…; es lo que ni tú ni yo ni ninguna criatura ha sabido jamás antes de haberse convertido en lo que Él es”.

Esto no significa demonizar la mente ni negar el ego –entendido ahora como el centro psíquico que regula la vida mental y emocional de la persona-, sino dejar de identificarnos con ellos. El ego, la necesidad y la dualidad son formas también de Eso no-dual. El ego no está amenazado como función de vida; está amenazada únicamente la interpretación que hace de sí mismo como entidad separada. No es obstáculo el ego, sino el hecho de identificarse con él.

La matización anterior me lleva a insistir en algo que, con demasiada frecuencia, se ignora o descuida, tanto por quienes se posicionan a favor de la no-dualidad como por quienes lo hacen en contra. Me refiero a lo siguiente: se suele hablar de “no-dualidad” como si fuese lo opuesto a “dualidad”. Sin embargo, en la vivencia no-dual se aprecia nítidamente que no es así; tal contraposición es fruto solo de la mente que, debido a su naturaleza dual, no puede hacerlo de otro modo. Aquí se percibe la diferencia que hay entre la vivencia no-dual y la no-dualidad pensada, o si se prefiere, entre la vivencia y el concepto.

Quien lo ha visto, sabe bien que la no-dualidad no conoce opuesto: abraza también a la dualidad, que emerge en su seno. Y en ello reside la belleza de la Realidad: es tan abierta que permite lecturas diferentes, siendo todas ellas “expresiones” o formas que se despliegan de Eso no-dual original y originante. “Verdadero” o “falso”, “bueno” o “malo” son solo etiquetas mentales que tienen su valor dentro del propio nivel mental, pero que carecen de significado cuando se mira desde la no-dualidad, ya que todo ello no es sino un “disfraz” más que Eso no-dual adquiere.

El modelo no-dual que, como decía, está cobrando cada vez más relevancia en campos bien diferentes del saber, no tiene nada que ver con la idea que muchos de sus críticos transmiten sobre él; de la misma manera que la vivencia no-dual no tiene nada que ver con el concepto de no-dualidad. Por mi parte, estoy convencido de que nos hallamos en la emergencia de lo que bien podría denominarse la revolución de la no-dualidad que –junto con la revolución cuántica y la revolución neurocientífica (no me parece casualidad que hayan emergido prácticamente de un modo simultáneo, junto igualmente con la llamada teoría transpersonal)- va a suponer una trasformación radical en nuestro modo de comprendernos y de comprender la realidad, con todas las consecuencias que de ahí se derivan.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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Entrevista a Enrique Martínez Lozano, psicoterapeuta y teólogo: “El camino espiritual es reconocer quiénes somos y conectarnos a ello”, por Lala Franco

Domingo, 9 de febrero de 2014
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 Leído en Alandar:

Para Enrique Martínez Lozano la espiritualidad es un viaje a la plenitud.

Enrique Martínez Lozano es un autor y conferenciante de éxito. Psicoterapeuta y teólogo, se ha secularizado hace un año, lo que no ha cambiado un ápice la tarea a la que se dedica en exclusiva desde hace una década: el acompañamiento espiritual de grupos mediante el aprendizaje de la meditación en talleres y retiros por toda la geografía nacional. Autor de numerosos libros, escribe un comentario semanal del Evangelio en clave no-dual. La espiritualidad es, para él, un viaje a la plenitud de nosotros mismos que nos convertirá en personas unificadas y compasivas. La espiritualidad es su tema. El tiempo y el papel se quedan escasos para contener el río de su pensamiento y su experiencia.

Enrique, ¿qué es la espiritualidad?

Por decirlo de un modo sencillo, “espiritualidad” hace referencia directa a la dimensión profunda de lo real. Podría añadirse que lo “espiritual” es todo lo real, en su “doble cara”: lo visible y lo invisible, lo manifiesto y lo inmanifestado… pero no como dos realidades añadidas, sino como los dos rostros de lo único real.

¿Cuáles son, según tu experiencia, las aspiraciones del hombre de hoy en el terreno espiritual? ¿Hay sed de Dios?

Hay sed de interioridad, de profundidad, de silencio, de plenitud… Porque no se puede soportar demasiado tiempo la anemia. La búsqueda es expresión del hambre y de la sed de aquello que no puede ser satisfecho con ningún objeto. ¿”Dios”? Siempre que no lo confundamos con la misma palabra ni con ninguna de nuestras imágenes mentales. El maestro Eckhart decía, en el siglo XIII: “No tengas ningún dios pensado, porque cuando cambie tu pensamiento, ese dios caerá con él”. Y Charo Rodríguez, una poetisa amiga, escribe: “Solo el Dios encontrado,/ningún dios enseñado puede ser verdadero,/ningún dios enseñado./Solo el Dios encontrado puede ser verdadero”. Es comprensible que las personas vivan aferradas a imágenes de Dios con las que han convivido desde niños. Sin embargo, para que haya crecimiento espiritual, antes o después se hace imprescindible reconocer que son solo imágenes y dejar caer cualquier representación mental. Solo entonces, estamos disponibles para experimentar y saborear el misterio.

A Dios, dices, no lo podemos pensar, solo vivir. Pero, ¿cómo vivir a Dios?

Seamos o no conscientes de ello, Dios ya se está viviendo en todos nosotros, en todo lo que es. Un Dios “separado” es solo una proyección mental. Lo “dejamos vivir” sencillamente en la medida en que caemos en la cuenta de ello. Ahí mismo empezamos a percibir y vivir la no-dualidad. “Vivir a Dios” es exactamente igual a “vivir nuestra verdadera identidad”. Y eso requiere, lógicamente, des-identificarnos del “yo” que creíamos ser. Por eso, puede decirse que el camino espiritual consiste en la desapropiación del yo, no por ningún tipo de voluntarismo ético, sino porque hemos comprendido que nuestra identidad es otra. Y, en “lo que somos”, no hay ningún tipo de dualidad con “lo que es”. Eso es, por otro lado, lo que vivió Jesús, tal como lo expresa Jean Sulivan, en una de las frases que me parecen más hermosas sobre él: “Jesús es lo que acontece cuando Dios habla sin obstáculos en un hombre”. Eso es “vivir a Dios”.

¿No es el reconocimiento de la presencia algo común a las tradiciones religiosas?

Efectivamente, más allá de las palabras que usemos –presencia, consciencia, plenitud, vacío, Dios…-, las religiones surgen habitadas por un mismo anhelo: desvelar el misterio de la existencia, responder a las preguntas: “¿quién soy yo?” y “¿qué sentido tiene todo esto?”, apuntar hacia el misterio último –la mismidad- de lo que es… La pena es cuando se absolutizan y remiten a ellas mismas –contra esta tendencia autorreferencial de la religión está hablando mucho el papa Francisco- o se enredan en palabras o creencias, a las que atribuyen un (imposible) valor absoluto. Las religiones tienen tendencia a caer en una doble trampa: buscar el poder y confundir su creencia con la verdad. Justo lo opuesto a lo que enseñaba Jesús. Eso hace que aparezcan ante la gente con un aire de superioridad, que provoca cada vez más recelos, cuando no rechazo abierto. En un movimiento de autodefensa, la religión esgrime que su creencia no es aceptada debido al relativismo actual. Pero, con frecuencia, el condenado “relativismo” no es sino una etiqueta descalificadora que usa quien no puede o no sabe convivir fácilmente con el pluralismo.

Es decir, que religión y espiritualidad no son identificables…

No. Podemos considerar la religión como el “mapa” y la espiritualidad como el “territorio”; o, en otra imagen clásica, la religión es la “copa”, mientras la espiritualidad es el “vino”. Mientras se percibe así, no hay ningún problema. Religión y espiritualidad no están identificadas, pero tampoco tienen por qué estar reñidas. El problema llega cuando las religiones se olvidan de que son solo una construcción humana que busca “canalizar” el anhelo, un medio al servicio de lo que somos. Cuando eso ocurre, la religión, en lugar de unir, separa y excluye. La espiritualidad, por el contrario, es siempre inclusiva, por una razón muy simple: porque constituye nada menos que el territorio de nuestra “identidad compartida”, más allá de los “mapas” que utilicemos. Esto explica también que pueda existir legítimamente una “espiritualidad religiosa”, al lado de una “espiritualidad laica” (Marià Corbí) o una “espiritualidad atea” (André Comte-Sponville). En mi opinión, las religiones están llamadas a vivirse como “servidoras” de la vida de las personas y de la espiritualidad.

¿Qué hay en la tradición religiosa católica para saciar la sed espiritual de que hablábamos al inicio?

Una profunda riqueza: la persona de Jesús de Nazaret; la sabiduría de los textos fundantes; una tradición ininterrumpida de experiencia mística, aunque en ocasiones haya quedado “nublada” o velada por aspectos institucionales que parecían ocupar y controlar todo; una tradición secular de humanización y entrega, al lado, sin embargo, de actitudes y comportamientos fanáticos, autoritarios, violentos, culpabilizadores y represores. La historia cristiana me parece un espejo patente de lo que es la ambigüedad de lo humano; o, expresado de otra forma, de lo que es capaz de hacer el ego incluso con lo más sagrado.

Hay muchas prácticas cristianas que ayudan a una rica experiencia interior. ¿No tenemos ahí un tesoro por redescubrir?

Sin duda, la tradición cristiana es un tesoro por redescubrir y, en algunos casos, incluso por estrenar, si confrontamos nuestra vivencia –y la de la Iglesia- con lo que fue Jesús de Nazaret. En ese redescubrimiento, me parece que ha de ocupar un lugar esencial lo que fue el “camino” más característico de Jesús: la compasión hacia el ser humano en necesidad. Y, simultáneamente, toda la gran tradición contemplativa, que ha sido considerada habitualmente en la Iglesia como algo marginal.

Hablemos, pues, de meditación…

La meditación no es, en primer lugar, un método ni una práctica, sino un modo de vivir o un modo de ser, un estado de consciencia, caracterizado precisamente por la no-dualidad. Al estar habitualmente identificados con la mente, necesitamos “ejercitarnos” en superar esa inercia y, así, poder descorrer el velo que nos impide reconocer nuestra verdadera identidad. En este sentido, meditar consiste en estar en el presente, acallar la mente y atender a lo que está aconteciendo. Son tres modos de expresar lo mismo, ya que esas tres cosas no pueden darse sino simultáneamente.

Eso me lleva a preguntarte por el prestigio de lo oriental, de lo budista en concreto. ¿Cuál es la razón de ese prestigio?

Primero, que contiene mucha sabiduría y mucha experiencia. No hace mucho tiempo, un budista me comentaba: “Entre nosotros, damos prioridad a la experiencia que conduce a la sabiduría, al «despertar»; vosotros, en cambio, dais preferencia a las creencias y a la sumisión a la autoridad religiosa”. Por otro lado, aunque es cierto que el maestro Eckhart, Teresa de Jesús o Juan de la Cruz son exponentes sublimes de la experiencia mística, ellos, a diferencia de los maestros de Oriente, no dan una “pedagogía” para avanzar por ese camino contemplativo. Al mismo tiempo, nos hemos hecho conscientes, como decía antes, de que toda religión no es sino un “mapa” que intenta desvelar el misterio del existir o apuntar hacia el “territorio” anhelado que somos. Es importante acercarnos a todos ellos y a la sabiduría que aportan.

¿Cómo cultivar la espiritualidad, cuál es tu propuesta para avanzar en el camino espiritual?

La respuesta también es sencilla: creciendo en consciencia de quienes somos. Al final, todo se ventila en la respuesta adecuada a esta pregunta: “¿Quién soy yo?”. Mientras la respuesta sea inadecuada, permaneceremos en la ignorancia y el sufrimiento –aunque seamos personas muy “religiosas”-; por el contrario, la respuesta adecuada, liberándonos de ello, tiene sabor de plenitud. Lo que ocurre es que la respuesta no puede venir desde la mente (el modelo mental de conocer) porque, al ser una parte de lo que somos, su respuesta es inevitablemente reductora; nos hace creer que somos, apenas, una estructura psicofísica, un “yo individual”; es decir, reduce nuestra identidad al “yo-idea”. Cuando se trabaja a partir de esa creencia, todo –el mismo trabajo psicológico e, incluso, la propia vivencia religiosa- resulta empobrecido. La respuesta adecuada no puede ser resultado de un razonamiento o de una elaboración conceptual. Porque no podemos ser nada que podamos pensar, ya que todo lo pensado necesariamente es un objeto (mental).

Únicamente podemos conocer lo que somos… cuando lo somos. Y, para ello, necesitamos silenciar la mente y, así, acceder a una experiencia directa, inmediata y autoevidente de nuestra verdadera identidad. Aquí se da una hermosa y profunda paradoja: ni podemos pensar lo que somos, ni somos lo que podamos pensar. Una paradoja que encuentra un atractivo paralelismo en lo que nos dice la física cuántica: “lo que vemos no es real y lo real no podemos verlo”. El camino espiritual no es otra cosa que reconocer quiénes somos y vivirnos conectados a ello. A esto las tradiciones espirituales lo han llamado “despertar”, un estado de consciencia que se caracteriza por la sabiduría (comprensión) y la compasión.

Publicado en alandar nº304

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