Leído en Koinonia:
1. Una pregunta chocante, pero necesaria
Que Jesús de Nazaret anuncia el reino de Dios como buena noticia a los pobres y que él mismo, su muerte y resurrección sobre todo, es presentado como eu-aggelion, es evidente en el Nuevo Testamento. A pesar de ello hemos formulado conscientemente el título de este artículo en forma chocante para que la respuesta a tan decisiva pregunta no sea rutinaria, como en nuestra opinión suele ocurrir con frecuencia.
Y es que, por decirlo desde el principio, no es lo mismo aceptar que Jesús es Dios y hombre, Señor y mesías -y nada digamos de quienes se entusiasmaban al pensarlo como rey del mundo a quien deben consagrase las naciones- que aceptar algo tan sencillo como que Jesús es “una buena persona”, es alguien que “cae bien”, que “da gusto conocerlo”. No es lo mismo adorar, rezar, obedecer a Cristo y rendirle culto -y nada digamos de organizar cruzadas para seguir su santa voluntad- que sentir gozo en el Dios que se ha manifestado en él. Pues bien, esto es precisamente a lo que estas breves líneas quisieran ayudar.
Dicho en lenguaje más conceptual, a la doble perspectiva de ortodoxia y de ortopraxis en nuestra relación con Jesucristo, queremos añadir una tercera que, a falta de mejor expresión, pudiéramos llamar ortopathos, es decir, el modo correcto de afectarnos por la realidad de Cristo. Y en ese afectarse debe estar centralmente presente en el gozo que causa el que Cristo es Jesús de Nazaret y no otro. Con esto no queremos caer en modo alguno en sentimentalismos baratos, pero sí queremos recalcar que al Cristo le es esencial -tan esencial, pudiéramos decir, como su ser humano y divino- el ser buena noticia, y que eso se tiene que hacer notar. Así como el creyente ha de aceptar su verdad y proseguir su praxis para corresponder a su realidad, así al Cristo que es buena noticia se le corresponde con gozo.
Lo que está, pues, en juego en estas reflexiones es simplemente si la realidad (ontológica y salvíficamente verdadera) de Jesucristo se muestra existencialmente también como buena noticia, lo cual -desde un punto de vista histórico- no es tan obvio. Y es que, en definitiva, se puede ser Dios, se puede se hombre e incluso se puede ser salvador de distintas maneras. El quid de la cuestión está, entonces, en ver desde Jesús cómo Dios, hombre y el salvador pueden ser un Dios, hombre y salvador buenos para nosotros. Esto es lo que vamos a analizar en estas breves líneas, pero antes hagamos algunas precisiones.
a) La primera es sobre su significado pastoral. Aunque pueda parecer puramente teórico y sólo pertinente a la cristología, el tema lleva por su naturaleza a una cuestión fundamental más amplia: si en el mundo de hoy existe o no la expectativa siquiera de que pueda haber de eu-aggelion en la Iglesia y en la realidad, en lo cual creemos, se puede estar jugando, tal como van las cosas, el futuro de la Iglesia y el aporte de la fe cristiana a la humanidad. Por eso digamos una breve palabra sobre cada una de estas cosas.
Por lo que toca a la vida de la Iglesia, quizás podrán decir algunos en el primer mundo que, después de la secularización, bastante haremos los cristianos con aceptar en oscuridad la verdad de la fe como para que nos pidan ir más allá y acoger con gozo su dimensión de buena noticia. Creemos, sin embargo, que sin ello nuestra fe se hará vana e irrelevante, como ya se constata, ciertamente en el primer mundo: “la razón principal de que nuestras iglesias se vacíen parece residir en que los cristianos estamos perdiendo la capacidad de presentar el evangelio a los hombres de hoy… como una buena nueva” (1). Preguntarnos, pues, por lo que hay de buena noticia en la fe no es empresa puramente teórica, sino que es esencial para otorgar la dirección correcta a la evangelización -redundancia, por cierto, evidente por la tautología que implica relacionar la evangelización con una buena noticia, pero muy descuidada (2).
Pero lo que toca a la realidad de nuestro mundo, hay que estar claros en que éste no está para buenas nuevas, ni en teoría ni en la práctica, y que por ello mejor parecería ahorrarse el esfuerzo del concepto y evitar que lo tilden a uno de ingenuo. Vivimos en un mundo, en efecto, en el que las noticias no son buenas, ciertamente para los pobres y víctimas, y en el que la bondad no suele ser noticia, pues mucho más se habla de política, economía, arte, deporte, ejércitos, religión -y sus protagonistas- que de bondad y de gente buena. Pero -lo que es peor-, si a la modernidad le era constitutivo y esencial la proclamación de una buena noticia: el advenimiento del reino de la libertad, de la sociedad fraterna y sin clases…, la postmodernidad ha limitado o ha hecho desaparecer la expectativa misma de que pueda existir una buena noticia. Se nos inculca, más bien, la inevitabilidad de lo real, con la consecuencia -necesaria cuasi-metafísicamente- de que aprendamos a pactar con lo posible y a aceptar el desencanto. Nada, pues, de utopías ni de buenas noticias.
A pesar de ello, sigue siendo urgente preguntarse por una buena noticia. Lo es para que el mundo del sur, mundo de pobreza infligida injustamente, pueda mantener la esperanza de que la vida es posible -la mejor de las noticias. Y lo es para que el mundo del norte, mundo de insultante abundancia -absoluta y sobre todo comparativamente- pueda lograr esa “calidad de vida” que busca de mil modos, pero a la que mal se encamina (3). Este es, pues, el contexto pastoral y social de nuestra reflexión.
b) La segunda es sobre el significado de una buena noticia. En los sinópticos, sobre todo en Lucas, siguiendo a Isaías, eu-aggelion es la buena noticia del reino de Dios (Lc 4,43), lo bueno que Dios quiere para su creación, y evangelizar es “llevar la buena noticia a los pobres”. El contenido de la buena noticia es, entonces, la cercanía del reino de Dios y su destinatario primario son los pobres. En palabras actuales, la buena noticia es la utopía de la vida justa y digna, y su destinatario son las mayorías de este mundo para quienes la vida es su tarea más urgente y la muerte antes de tiempo su destino más probable, es decir, los débiles, pobres y víctimas; e indirectamente destinatario son también aquellos que se solidarizan con ellos.
Desde un punto de vista antropológico, esa buena noticia es algo que se espera en medio de y en contra de malas realidades y por ello es esperada con ansiedad e incertidumbre por lo difícil de su realización, y con desconfianza por la fuerza de los poderes que se le oponen y por la experiencia histórica acumulada. Es anuncio de algo q2ue toca y nos lleva a los más hondo de nuestra existencia, y que -por todo ello- trae consigo luz, ánimo, ganas de vivir y hacer, genera dignidad, generosidad, fraternidad, libertad y comunión. Es anuncio, finalmente, que formalmente produce gozo y mueve a responder con un gracias.
c) La tercera es sobre cómo una persona puede ser buena noticia. Si lo anterior es cierto, hay que preguntarse si y en qué sentido la misma persona de Jesús, no sólo su mensaje, es también buena noticia: y esto desde una doble perspectiva. Por un lado hay que analizar objetivamente y según los relatos evangélicos en qué sentido se puede llamar a la persona de Jesús buena noticia. Y, por otro lado, hay que preguntarse por la posibilidad subjetiva de apropiación personal de Jesús en cuanto es formalmente buena noticia. Lo primero es problema más bien doctrinal, por así decirlo, y exige un esclarecimiento mínimo de lo que significa eu-aggelion en el Nuevo Testamento. Lo segundo es problema más bien existencial y exige una mystagogia, es decir, una vía que nos introduzca en la captación existencial de un Jesús que es eu-aggelion. Esto es lo que queremos analizar en los dos apartados siguientes.
2. Jesús: un mediador “bueno”
2.1. Perspectiva metodológica: se puede ser “mediador” de diversas maneras
En el Nuevo Testamento, ciertamente en Pablo, también de la persona de Jesús, sobre todo de su cruz y resurrección, se dice que es eu-aggelion. Aquí, sin embargo, no vamos a analizar la buena noticia del misterio pascual, sino la buena noticia de la persona de Jesús en relación con el reino de Dios (4). Esto quiere decir, en lenguaje que hemos usado en otra parte (5), que existe la mediación de Dios: el reino de Dios, el mundo renovado en justicia y fraternidad según la voluntad de Dios, y existe el mediador de Dios: la persona de Jesús. Leer más…
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