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Desescombrar los textos evangélicos

Viernes, 22 de junio de 2018
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bibliaJuan de Burgos Román
Madrid.

ECLESALIA, 11/06/18.- Obviamente, el pueblo judío sabía de Dios, de Yahveh, desde mucho antes que Jesús predicase su mensaje; Dios no era, ni mucho menos, un desconocido para ellos. Y no obstante, las gentes de Galilea percibieron al Dios que les mostraba Jesús como algo nuevo, distinto, ilusionante, algo que les llegaba muy a lo hondo; este anuncio resultó ser para aquellas gentes una muy buena noticia. No parece, pues, que la percepción que se tenía de Dios en el judaísmo de la época de Jesús fuera algo demasiado seductor.

¿Y nosotros hoy?, ¿vemos a Dios como algo ilusionante o estamos situados como los judíos de la época de Jesús? ¿Hoy, cuántas personas experimentan a Dios como buena noticia? Estimo que el mensaje de Jesús se ha ido pervirtiendo, devaluando hasta convertirse en algo aburrido, en algo que se percibe como un credo fastidioso y rutinario ¿Cómo puede suceder eso, sí acontece que nosotros y los que escucharon a Jesús, en directo, bebemos de la misma fuente, la que recogen los evangelios?

A nadie se le escapa que, con el correr de los años y apoyándose en el mensaje evangélico, se han ido construyendo infinidad de doctrinas, normas, dogmas, teorías, cánones, devociones piadosas, liturgias. Con todo ello, hemos llegado a disponer hoy de una colección enorme de pesados volúmenes; volúmenes que se han ido depositando, todos ellos, encima de los textos evangélicos, llegándolos casi a ocultar. Así pues, hoy es muy difícil acceder al genuino mensaje de Jesús, pues, para poder llegar a lo que se dice en los Evangelios, hay que hacerlo atravesando una infinidad de vericuetos laberinticos, por entre los muchos volúmenes que hemos ido amontonando sobre ellos, lo que, inevitablemente, esconde, vela, encubre, enmascara el legado de Jesús.

Así pues, cuando nos interesamos por el perdón, valga como ejemplo, ocurre que el mensaje de Jesús nos pilla muy al final de un vereda en la que, mucho antes, está la doctrina; por lo que es casi inevitable el quedarse atascados con lo que dice el catecismo sobre la confesión, su ritual y la correspondiente normativa y, así, termina pareciendo como si no existiese el mensaje de magnanimidad que rezuma la Parábola del Hijo Prodigo. Y, poniendo otro ejemplo, cuando nos preguntamos si acoger o no acoger a los recasados en las celebraciones eucarísticas, suele resultar que no llegamos a poner los ojos en la misericordia divina, como señala la Buena Noticia de Jesús, pues mucho antes nos damos de bruces con lo que dice, al respecto, la rígida doctrina eclesiástica, la cual no casa muy bien que digamos con la caridad.

Se impone pues desescombrar los textos evangélicos, quitándoles de encima tanto cascote como, a lo largo de los siglos, se ha ido acumulando sobre ellos. Sin esta tarea inicial, no se podrá recuperar aquella experiencia ilusionante de las primeras épocas. Pero este desescombro es tarea difícil, quizá quimérica, pues, para muchos, entre los que hay en abundancia jerarcas con notable poder, la doctrina ha llegado a ser la quintaesencia del Evangelio, lo que les lleva a estimar que salvaguardar lo que dice la doctrina es lo realmente importante, ya que, al hacer esto, todo quedará como debe quedar.

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