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Lo que te salva no es comer el pan consagrado.

Domingo, 2 de agosto de 2020
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eucaristia+panes+y+pecesMt 14,13-21

Seis veces se narra en los evangelios este episodio. Jesús da de comer a una multitud en despoblado. Es seguro que algo muy parecido, pasó en realidad y probablemente más de una vez. Pero lo que pasó no tiene ninguna importancia, porque se trata de un relato simbólico. Lo importante es lo que nos quieren decir al contarnos esta historia. Las circunstancias de tiempo y lugar son datos teológicos, que nos tienen que acercar, no a un conocimiento discursivo y racional sino a una profunda vivencia religiosa.

Con los conocimientos exegéticos que hoy tenemos, no podemos seguir entendiendo este relato como multiplicación milagrosa de unos panes y peces. Es más, entendido como un milagro material, nos quedamos sin el verdadero mensaje del evangelio. Podíamos decir que es una parábola en acción. También hacen falta “oídos” y “ojos” bien abiertos para entenderla. El punto de inflexión del relato está en las palabras de Jesús: dadles vosotros de comer. Jesús sabía que eso era imposible. Parece ser que no entraba en los planes del grupo preocuparse de las necesidades materiales de los demás.

No podemos seguir hablando de un prodigio que Jesús lleva a cabo gracias a un poder divino. Si Dios pudo hacer un milagro para saciar el hambre de los que llevaban un día sin comer, con mucha más razón tendría que hacerlo para librar hoy de la muerte a millones de personas que están muriendo de hambre en el mundo. Tampoco podemos utilizar este relato como un argumento para demostrar la divinidad de Jesús. El sentido de la vida de Jesús salta hecho añicos cuando suponemos que era un ser humano, pero con el comodín de la divinidad guardado en la chistera y que podía utilizar a capricho.

En ninguno de los relatos se dice que los panes y los peces se multiplicaran. Realmente fue un verdadero “milagro”, que un grupo tan numeroso de personas compartiera todo lo que tienen hasta conseguir que nadie quedara con hambre. Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo no se podía repostar por el camino, todo el que salía de casa para un tiempo, iba provisto de alimento para todo ese tiempo. Los apóstoles tenían cinco panes y dos peces; seguramente, después de haber comido ese día. Si el contacto con Jesús y el ejemplo de los apóstoles les empujó a poner cada uno lo que tenían al servicio de todos, estamos ante un ejemplo de respuesta a la generosidad que Jesús predicaba.

Con frecuencia, en la Biblia se hace referencia a los tiempos mesiánicos como banquete. El mismo Jesús se dejaba invitar por las personas importantes. Él mismo organizaba comidas con los marginados; esa era una de las maneras de manifestarles su aprecio y cercanía. La más importante ceremonia de nuestro culto cristiano está estructurada como una comida. Que todo un día de seguimiento haya terminado con una comida no nos debe extrañar. Lo verdaderamente importante es que en esa comida todo el que tenía algo que aportar, colaboró, y el que no tenía nada, se sintió acogido fraternalmente.

Si tenemos “ojos” y “oídos” abiertos, en el mismo relato podemos hallar las claves para una correcta interpretación. Los discípulos se dan cuenta del problema y actúan con toda lógica. Como tantas veces decimos o pensamos nosotros, se dijeron: es su problema, ellos tienen que solucionárselo. Jesús rompe con esta lógica y les propone una solución mucho menos sensata: “dadles vosotros de comer”. Él sabía que no tenían pan para tantas personas. Aquí empieza la necesidad de entenderlo de otra manera. No se trata de solucionar el problema desde fuera sino de provocar la generosidad y el compartir.

Recordar algunos datos nos ayudará a comprender el relato más ajustadamente. Junto al lago, los alimentos básicos de la gente, eran el pan y los peces. Los libros de la Ley eran cinco; y dos el resto de la Escritura: Profetas y Escritos. El número siete (5+2) es símbolo de plenitud. También el número de los que comieron (cien grupos de cincuenta) es simbólico. Los doce cestos aluden a las doce tribus. Es el pan compartido el que debe alimentar al nuevo pueblo de Dios. La mirada al cielo, el recostarse en la hierba… Ya tenemos los elementos que nos permiten interpretar el relato, más allá de la letra.

El verdadero sentido del texto está en otra parte. La dinámica normal de la vida nos dice que el “pan”, indispensable para la vida, tenemos que conseguirlo con dinero; porque alguien lo acapara y no lo deja llegar a su destino más que cumpliendo unas condiciones que el que lo acaparó impone: el “precio”. Lo que hace Jesús es librar al pan de ese acaparamiento injusto. La mirada al cielo y la bendición son el reconocimiento de que Dios es el único dueño y que a Él hay que agradecer el don. Liberado del acaparamiento, el pan, imprescindible para la vida, llega a todos sin tener que pagar un precio por él.

Jesús, nos dice el relato, primero siente compasión de la gente, y después invita a compartir. Jesús no pidió a Dios que solucionara el problema, sino que se lo pidió a sus discípulos. Aunque en su esquema mental no encontraron solución, lo cierto es que, todo lo que tenían lo pusieron a disposición de todos. Esta actitud desencadena el prodigio: La generosidad se contagia y produce el “milagro”. Cuando se dejan de acaparar los bienes, llegan a todos. Cuando lo que se acapara son los bienes imprescindibles para la vida, lo que se está provocando es la muerte. Los hombres no deben actuar de manera egoísta.

Curiosamente hoy son la primera y la segunda lectura las que nos empujan hacia una interpretación espiritual del evangelio. Los interrogantes planteados en las dos primeras lecturas podrían ser un buen punto de partida para la reflexión de este domingo. La primera nos advierte que la comida material, por sí misma, ni alimenta ni da hartura espiritual. Solo cuando se escucha a Dios, cuando se imita a Dios se alimenta la verdadera Vida. En la segunda lectura nos indica Pablo, donde está lo verdaderamente importante para cualquier ser humano: el amor que Dios nos tiene y se manifestó en Jesús.

Después de un día con Jesús, el pueblo fue capaz de compartir lo poco que tenían: unos pedazos de pan duro, y unos peces resecos. Ese es el verdadero mensaje. Nosotros, después de años junto a Jesús, ¿qué somos capaces de compartir? No debemos hacer distinción entre el pan material y el alimento espiritual. Solo cuando compartimos el pan material, estamos alimentándonos del pan espiritual. En el relato no hay manera de separar el nivel espiritual y el material. La compasión y el compartir son la clave de toda identificación con Jesús. Es inútil insistir porque es el tema de todo el evangelio.

No olvidemos que la eucaristía comenzó como una comida en que todo se compartía. Cada vez que se comparte el pan, se comparte la Vida y se hace presente a Dios que es Vida-Amor. No hay otra manera de identificarnos con Dios y de acercar a Dios a los demás. La eucaristía es memoria de esta actitud de Jesús que se partió y repartió. Al partirse y repartirse, hizo presente a Dios que es don total. El pan que verdaderamente alimenta no es el pan que se come, sino el pan que se da. El primer objetivo de compartir no es saciar la necesidad de otro, sino manifestar la Unidad entre todos.

Meditación

La clave del mensaje de Jesús es la compasión.
Si no veo a Dios en el que muere de hambre,
mi dios es un ídolo que yo me he fabricado.
Si no me aproximo al que me necesita,
me estoy alejando del Dios de Jesús.
Si descubro a Dios como don, me daré a todos.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Dadles de comer.

Domingo, 2 de agosto de 2020
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pan_manosUna casa de Dios es el estómago vacío del pobre, y quien lo llena, llena también la voluntad de Dios (Friedrich Ruckert)

2 de agosto. DOMINGO XVIII DEL TO

Mt 14, 13-21

Jesús les respondió: No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer

Los discípulos no se acordaban ya, de las obras de misericordia, que Jesús había predicado no hacía mucho en el Montaña de las Bienaventuranzas:

“Dad de comer al hambriento”.

Como tampoco se acordaron de que se había subido a una montaña para que todo el mundo lo escuchara, y el viento, que soplaba entonces fuerte desde los cuatro puntos cardinales, llevaría sus palabras cuanto más lejos mejor.

Este maravilloso compartir, es lo que hemos llamado la multiplicación de los panes en los cuatro evangelios, y en Marcos y Mateo por duplicado.

Dios es el dador por antonomasia, se repite en los Salmos 104, 27, 136, 25, y 145, 15, que ahora da en abundancia por medio de su enviado, siendo la generosidad parte de su reinado.

Jesús, que se ha negado al milagro fácil para satisfacer su hambre en el desierto, porque vive de la Palabra de Dios, re-parte ahora esa palabra al pueblo y recurre al milagro para darles también el pan.

Un simbolismo que está sustentado en la realidad, pues una palabra que no lleve a dar también pan al hambriento, no es Palabra de Dios.

La tradición, apoyada en la fórmula en la fórmula: “tomó los cinco panes…, alzó la vista del cielo, dio gracias, partió el pan y se lo dio a sus discípulos”, ha visto en este milagro la anticipación de la Eucaristía.

Un pan que nos congrega en una misma mesa, no puede separarse del pan debido en justicia al pobre y necesitado. Un pan lleva al otro, y ambos hacen de la Eucaristía el alimento de vida eterna, que hace presente entre nosotros, aquí y ahora, el reinado de Dios.

En Mateo 14, 16, Jesús les respondió: No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer.

Les dieron, y todavía sobró bastante.

“Antes de dar al pueblo sacerdotes, soledad y maestros, sería oportuno saber si por ventura no se está muriendo de hambre”, decía Tolstoi en una de sus novelas.

Friderich Rückert decía, que  una casa de Dios es el estómago vacío del pobre, y quien lo llena, llena también la voluntad de Dios”

Un poeta y dramaturgo español, Miguel Hernández, nacido en Orihuela, lo cantó en este poema:

JORNALEROS

Jornaleros que habéis cobrado en plomo,
sufrimientos, trabajos y dineros.

Cuerpos de sometido y alto lomo:
jornaleros.

Españoles que España habéis ganado
labrándola entre lluvias y entre soles,
Rabadanes del hambre y del arado:
españoles.

Esta España, que nunca satisfecha
de malograr la flor de la cizaña,
de una cosecha pasa a otra cosecha
esta España

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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De la compasión al banquete del Reino.

Domingo, 2 de agosto de 2020
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multiplicación-de-los-panes1Los vínculos entre Jesús y Juan el Bautista quedan de nuevo patentes en este texto de Mateo (Cfr. Mt 4,12). Al saber que Juan ha muerto Jesús va a reorientar su estrategia misional. Comenzará a evitar las controversias con los líderes judíos para centrarse cada vez más en el grupo de discípulos y discípulas que caminan junto a él.

Sin duda, el hecho de retirarse a un lugar despoblado es una acción que se la dicta la prudencia pues, son públicas las conexiones que hay entre él y Juan. Si el profeta del desierto se había convertido en una amenaza para el poder, el nazareno sabía que podía correr la misma suerte. Pero, por otro lado, el relato muestra como Jesús, fuera de los espacios habitados (ciudades) o de poder (sinagogas), puede encontrarse de una forma más libre e inclusiva con la gente pobre y marginal que necesita consuelo y esperanza.

El texto de hoy sintetiza muy bien cómo Jesús entiende el proyecto del Reino y cómo quiere actuar para que su mensaje sanador y su acción liberadora llegue a quien lo necesita y lo busca. Más allá de buscar explicaciones a un milagro, que pueden ser múltiples, lo importante es acercarse al modo en que Jesús actúa y se compromete con la gente.

Se le conmovieron las entrañas

Con frecuencia queremos descubrir la divinidad de Jesús en los hechos extraordinarios, en las acciones portentosas, pero en realidad lo más extraordinario de Jesús es su corazón, el lugar en donde todo se unifica y donde reside el Amor.  Ahí es donde Jesús siente el dolor humano, ahí es donde conecta con su Abba y se siente hijo, ahí es donde habita la Ruah divina que lo sostiene, lo inspira y conforta.

Por eso cuando Jesús ve a la gente que lo busca, se le conmueven las entrañas (Mt 14, 14), siente en lo hondo de su ser su sufrimiento y actúa sanando, haciendo visible la misericordia entrañable de Dios que lo habita. De este modo ofrece la salvación de Dios, una salvación gratuita y restauradora que devuelve la vida y la esperanza, una salvación que acompaña, escucha y guía (Mt 9, 35-36).

Jesús no tiene prisa aunque se esté haciendo tarde, porque lo que está en juego no son las normas ni los ritos sino la vida de los/as débiles e indefensos/as, de todos/as aquellos/as que no tienen más valedor que Dios.  Lo que él quiere no es admirar a su audiencia sino ofrecerles el amor y el perdón incondicional de Dios que es la razón de su existencia.

El banquete del Reino

Los discípulos, más preocupados por lo inmediato, se inquietan porque están en un descampado y no hay donde comer (Mt 14, 15) y le ruegan al Maestro que le diga a la gente que vaya a procurarse alimento a las aldeas cercanas. Sorprendentemente, Jesús rechaza el realismo de su propuesta y los desafía a hacer posible lo imposible: “dadles vosotros de comer…” (Mt 14,16-18).

El relato narra a continuación una acción portentosa de Jesús: la multiplicación de cinco panes y dos peces de modo que pueden comer cinco mil hombres sin contar mujeres y niños. Lo importante, sin embargo, no está en explicar con nuestras categorías culturales y científicas lo que en aquel momento pudo ocurrir, sino el significado que el recuerdo de aquel acontecimiento tuvo para los primeros seguidores y seguidoras de Jesús y también puede tener para nosotras/os hoy.

Uno de los grandes signos de la llegada del Reino de Dios fueron para Jesús las comidas compartidas con grupos diversos, especialmente con personas estigmatizadas por diversas razones. En estas comidas se hacía visible la inclusividad, el perdón y la voluntad liberadora que el mensaje de Jesús traía en nombre de Dios. Una comida en un descampado con gente diversa pero hambrienta de esperanza y salud evocaba una vez más el sueño de Dios para la humanidad.

La imagen del banquete como expresión de la plenitud y alegría que se experimenta en el encuentro salvador de Dios se recoge con claridad en el texto de Is 25, 6-8 en el que se destaca no solo la excelencia de la comida sino la inclusión de todos/as en él y, sobre todo, que Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, el oprobio y la muerte.  Este sueño sostiene la fe de Israel (Dt 27,7) pero también lo urge a ser, él también, anfitrión en la mesa de la vida, a incluir y compartir con el pobre y el extranjero (Dt 14, 28-29).

En este contexto, se puede entender el significado de aquella comida que Jesús improvisó en un lugar descampado con gente que seguramente no se caracterizase por ocupar los lugares de poder, un significado relevante no solo para quienes la disfrutaron sino también para quienes después la recordaron y la preservaron en los textos evangélicos.

En esta comida se destaca, por un lado, la abundancia (se llenaron doce cestas con las sobras) y la inclusión (se señala que había varones, mujeres y niños) algo que fácilmente podría evocar el banquete mesiánico descrito por Isaías, y por otro, la acción de gracias y el gesto de partir el pan vincula esta comida con la memoria de la Cena del Señor. Esta doble vinculación hace de este texto un relato paradigmático que sigue invitándonos hoy a no separar las creencias y ritos del compromiso real con quien necesita consuelo, con quien carece de lo necesario para vivir o quien es estigmatizado.

Para la comunidad de Mateo, como para nosotras/os hoy, ver a Jesús conmovido ante el dolor humano, ágil para actuar y audaz para abrir espacios alternativos de fraternidad/sororidad en torno a la mesa, es una invitación a continuar su presencia salvadora. La pregunta de este modo no es cómo pudo dar de comer a tanta gente, sino qué llamadas nos hace como discípulos/as suyos/as para actuar de la misma manera.

 

Carme Soto Varela

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Espiritualidad y compromiso

Domingo, 2 de agosto de 2020
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FraternidadDomingo XVIII del Tiempo Ordinario

2 agosto 2020

Mt 14, 13-21

Solo una espiritualidad comprometida –la propia expresión es en realidad una tautología– es espiritualidad. El compromiso, inseparable de la espiritualidad, constituye su test de veracidad. Porque es precisamente en la acción donde se verifica la verdad de lo comprendido. Por lo que, de manera realista, la espiritualidad nos confrontará con la vida cotidiana por medio de cuestionamientos: en lo concreto, ¿a qué me siento movido?, ¿qué quiere vivir a través de mí?, ¿cómo se concreta?, ¿con quiénes?, ¿con qué prioridades?, ¿con qué medios?… Y todo ello, no desde un imperativo moral, sino desde la comprensión que es amor: consciencia de unidad y certeza de no-separación.

    Por eso, junto con aquellas cuestiones, la espiritualidad plantea otra pregunta decisiva: ¿de dónde nace el compromiso? Porque puede surgir de lugares bien diferentes, que condicionarán tanto la forma de vivirlo como los resultados.

       Tuve que aprender por propia experiencia que incluso el compromiso más noblemente intencionado puede nacer de lugares no siempre adecuados: necesidad de reconocimiento y de aprobación, compensación de culpas inconscientes, moralismo voluntarista, baja tolerancia a la frustración que impide aceptar la realidad tal cual es…

       Entrelazados con ellas, me parece descubrir otros dos factores que suelen contaminar la limpieza del compromiso, particularmente en Occidente y en el ámbito religioso, incluso en personas “entregadas”, que actúan con la más noble intención y la mejor voluntad. Me refiero a la idea del mesianismo judeocristiano y a la culpa católica. Ambos elementos han formado parte del imaginario colectivo durante siglos y, a pesar del proceso de secularización y del creciente laicismo, siguen vigentes –aun de manera inconsciente– y condicionan actitudes y comportamientos.

          El “mesianismo” induce a la exigencia de tener que “salvar” el mundo. La culpa, que no permite estar bien mientras otros estén mal, exige un compromiso que “repare” esa situación. No es difícil advertir la facilidad con que el ego puede apropiarse de esa doble idea para fortalecer su “identidad”: un ego salvador y reparador se siente muy consistente.

      Se comprende que el ego, con frecuencia, se apropie del compromiso y lo contamine. Y que, en consecuencia –y tal vez como el signo más evidente de la apropiación–, se pueda dar un sentimiento de “superioridad moral” –no se olvide que el ego vive también de la comparación–, desde el que se juzga y descalifica a quienes son considerados como “no comprometidos”.

        Es indudable que, junto a esas motivaciones, pueden darse otras más “limpias”, como las creencias que insisten en la fraternidad o la fe en un Dios padre de todos. Ambas han sido fuente de compromiso compasivo y solidario, vivido con limpieza y entrega.

      Pero, más allá de las creencias, en la espiritualidad no-dual el compromiso nace de la comprensión de lo que somos: siendo diferentes, compartimos la misma identidad; por lo que, cuando sé mirar en profundidad, veo que todo otro es no-otro de mí.

   Desde esa misma comprensión se advierte que el compromiso genuino se caracteriza por dos rasgos básicos: la entrega y la desapropiación. Se ancla en la certeza vivencial de que los otros son yo y desde ahí se entrega, en una actitud de docilidad a lo que hay que vivir en cada momento.

    Mariá Corbí lo ha expresado con acierto: “La no-dualidad arrastra inevitablemente al interés y servicio a toda criatura; lleva a interesarse por la marcha de la sociedad, de la cultura, del medio y de todo ser viviente y no viviente. La no-dualidad es unidad y la unidad es amor. El verdadero amor no es el sentimiento romántico, ni tiene ninguna conexión con la necesidad. El amor verdadero solo florece en la más completa gratuidad. Quien comprende su verdadera realidad entenderá y sentirá que la realidad del mundo de sus interpretaciones, de sus modelaciones no es otra que la realidad de «eso absoluto». Vivirá en profundidad que el mundo de nuestra dimensión relativa y el de nuestra dimensión absoluta no es una realidad con dos pisos, sino una única realidad que nuestra condición de vivientes necesitados que hablan precisa difractar para poder sobrevivir y cambiar cuando sea necesario o conveniente”[1].

     Decía que el compromiso nace de la comprensión. De hecho, la comprensión es la fuente más honda de la fraternidad. ¿Cómo no sentir como hermanos y hermanas a aquellos con quienes compartimos el mismo centro, es decir, la misma identidad? ¿Cómo no vivir la fraternidad cuando hemos comprendido que somos uno?

¿Desde dónde y cómo vivo el compromiso hacia los otros y hacia la tierra?

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[1] http://cetr.net/razones-para-el-cultivo-intensivo-de-la-gran-cualidad-humana/?lang=es

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Nuestro principio de unidad es el Espíritu

Miércoles, 10 de junio de 2020
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando”

“También entre nosotros existen diferencias, por ejemplo, de opinión, de elección, de sensibilidad. La tentación está siempre en querer defender a capa y espada las propias ideas, considerándolas válidas para todos, y en llevarse bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros. Pero esta es una fe construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. En consecuencia, podríamos pensar que lo que nos une es lo mismo que creemos y la misma forma de comportarnos. Sin embargo, hay mucho más que eso: nuestro principio de unidad es el Espíritu Santo. Él nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios. El Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras diferencias y miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús, y un solo Padre, y que por esta razón somos hermanos y hermanas.

Empecemos de nuevo desde aquí, miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo. El mundo nos ve de derechas y de izquierdas, con estas ideologías o con otras; el Espíritu nos ve del Padre y de Jesús. El mundo ve conservadores y progresistas; el Espíritu ve hijos de Dios. La mirada mundana ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico“.

*

Francisco

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El pecado de la indiferencia. Fraternidad en tiempos de virus.

Lunes, 30 de marzo de 2020
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Eva.-3ARTES, 24 DE MARZO DE 2020

Una de las afirmaciones de mayor contundencia que han formulado sociólogos contemporáneos para describir nuestro mundo actual es que el mayor pecado de nuestro tiempo no es la maldad, sino la indiferencia.

A la maldad se la ve venir y se pueden crear anticuerpos para combatirla; la indiferencia convierte “al otro” en un ser invisible del que no sólo se ignora todo, sino que se rehúye cualquier conocimiento que pudiera conducir a adquirir algún tipo de compromiso.

Al tiempo que las nuevas generaciones han ido olvidando las consecuencias de las guerras que ni conocieron  ni sufrieron, se ha ido gestando un tipo de egoísmo demoledor que comienza parcelando el espacio geográfico, bien sea por razones étnicas, económicas, culturales, idiomáticas o de cualquier otra índole…

Los efectos de tres guerras devastadoras, dos de alcance mundial y una fraterna en España, en la primera mitad del siglo XX, fueron un acicate para que los líderes occidentales se plantearan crear otro tipo de sociedad mejor que la anterior bajo el paraguas de dos conceptos fundamentales: democracia y derechos humanos. Ambos conceptos impulsaron la creación de una sociedad más solidaria, más inclusiva, fomentando lo que se ha conocido como el Estado de bienestar.  La modernidad dio paso a la posmodernidad y ésta configuró la falacia de la posverdad para disfrazar sus grandes mentiras y, al tiempo que las nuevas generaciones han ido olvidando las consecuencias de las guerras que ni conocieron  ni sufrieron, se ha ido gestando un tipo de egoísmo demoledor que comienza parcelando el espacio geográfico, bien sea por razones étnicas, económicas, culturales, idiomáticas o de cualquier otra índole, para terminar levantando barreras no sólo ideológicas sino físicas, que le aísle “del otro”, que ha dejado de ser hermano para convertirse en enemigo; en el mejor de los casos, se trata de hacer al otro invisible. En cualquier caso, se trata de no permitir que, “el otro”, nos invada con sus problemas.

La configuración de esta sociedad posmoderna tendrá que conjugar conceptos nuevos sin dejar de lado los antiguos que, aunque estén en desuso en buena medida, siguen siendo válidos, como son democracia, solidaridad y derechos humanos, a la par que se despoja de ese virus conocido como individualismo que ha infectado la sociedad contemporánea. Un nuevo concepto, aunque no nuevo, sino en desuso, es espiritualidad, que no es equivalente a religiosidad, aunque en ocasiones puedan ir de la mano. Un nuevo y profundo sentido de espiritualidad que contenga una nueva dosis de misticismo, capaz de crear un nuevo paradigma que transforme la indiferencia hacia el otro en visibilidad y ayude a derribar las barreras que impiden reconocerle como hermano.

Lo nuevo no es bueno por el hecho de ser algo diferente, sino por absorber la verdad recibida y añadirle la esencia de lo nuevo que sea capaz de enriquecerla. La meditación nos ayudará a descubrir las viejas verdades.

En nuestro mundo occidental, especialmente en el entorno protestante, resulta complicado identificar el concepto espiritualidad, mucho más si lo hermanamos con misticismo. Gandhi vinculaba la espiritualidad al silencio. “Nuestra vida, decía Gandhi, es una prolongada y ardua búsqueda de la verdad; y para alcanzar la cima más elevada, el alma requiere reposo interior”. Y en un mundo con tanto ruido, no resulta sencillo optar por el silencio.

Un silencio para poder escucharnos a nosotros mismos, para tomar conciencia del otro y para llegar a escuchar a Dios. Un silencio creativo que nos pone en comunicación con la naturaleza, que ayuda a meditar lo que se dice y lo que se calla, que hace que no se pronuncie nunca una palabra de más. El propio Gandhi decía: “La fe no existe para ser predicada, sino para ser vivida”. Sobra tanto ruido que acompaña a las religiones animadas por el propósito de hacerse oír.

Con frecuencia ciframos nuestro interés en buscar novedades con las que saciar nuestra curiosidad, atender nuestras apetencias u ofrecer nuestra verdad a los demás, sea el que fuere. El profeta invitaba a interesarse por los caminos y las verdades antiguas, aparte de que, frecuentemente, lo que llamamos novedad no es otra cosa que verdades olvidadas. Lo nuevo no es bueno por el hecho de ser algo diferente, sino por absorber la verdad recibida y añadirle la esencia de lo nuevo que sea capaz de enriquecerla. La meditación nos ayudará a descubrir las viejas verdades. Por el contrario, con frecuencia, propuestas novedosas insustanciales ocultan viejos paradigmas con valor inmutable.

El antídoto de la indiferencia es la fraternidad. Algo nada novedoso. Un paradigma antiguo que arranca del inicio de los tiempos. La posmodernidad religiosa rechaza los mitos como algo antiguo y busca otras fórmulas para aproximase y expresar la verdad. De nuevo cabe reformular la pregunta ¿qué cosa es verdad? ¿La que nosotros percibimos de forma individual o la colectiva que ha ido reconfigurándose a lo largo del tiempo? Lo antiguo queda integrado y superado en lo nuevo, no desechado. Lo cierto es que las verdades más profundas únicamente alcanzamos a explicarlas mediante mitos que es la forma de explicar lo inexplicable. Así es que seguimos necesitando los mitos para poder referirnos a ciertas verdades.

La primera de esas verdades es aceptar que no somos sujetos únicos. Olvidar esa verdad, ignorar que los sentimientos y sensaciones del otro son equiparables a los nuestros, conduce a perder la genuina perspectiva de nuestra existencia. Necesitamos superar el sentimiento de que somos sujetos únicos, porque ese sentimiento es el que nos incita a hacer nuestra la propuesta edénica de que podemos ser semejantes a Dios. Ese es el pecado original, creernos únicos. El antídoto, comprender que o nos salvamos todos o no se salva nadie.

Todos los males tienen su inicio en la ruptura de la fraternidad entre Caín y Abel que desemboca en la ruptura de la humanidad tratando de construir una torre que les introduzca en un ámbito prohibido. El camino de regreso está en recomponer las relaciones fraternas, admitiendo y promoviendo la existencia y los derechos del otro a nuestro propio nivel.

Nos toca vivir una experiencia única a nivel mundial con motivo del coronavirus Covid-19. La humanidad entera está implicada. Los hay que no lo entienden o no lo quieren entender y parecen rechazar que forman parte de un todo. Son aquellos que a nivel personal o, incluso, a nivel colectivo, han creído que podrían zafarse de esta situación, pero la realidad es pertinaz y nos ha colocado a unos en situaciones críticas de infección y a otros confinados en sus viviendas o recluidos en recintos especiales, esperando poder librarse de esta pandemia. El mensaje es claro: o ponemos los medios para intentar librarnos todos o nos alcanza a todos. O nos amamos en tiempos de esta cólera especial, recuperando la fraternidad humana, o perecemos todos. O salimos de nuestros pequeños refugios religiosos y montamos una Gran Fraternidad Universal y tratamos de salvarnos todos, o no hay salvación para nadie.

Y una vez salvados, preguntar por las sendas antiguas de la espiritualidad transreligiosa, aquella que supera incluso los límites escasos de las religiosidades pacatas, propiciando una fraternidad universal que abrace a toda la humanidad. Cada uno en su casa, pero todos en una casa común.

Máximo García Ruiz,

Fuente Actualidad Evangélica

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José, el amado de Jacob

Martes, 24 de marzo de 2020
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La única realidad inquebrantable en la historia de José, que no se ha perdido, aunque se haya olvidado, incomprendida, no asumida conscientemente, es el amor de Jacob. El amor de Jacob que vive en los hijos y no puede ser pisoteado, muerto, olvidado, porque resucitará en los mismos hijos como amor fraterno. Existe un valor, al que podemos llamar “el valor”, que está en el fondo de todos los deseos, de todos los esfuerzos, de toda la actividad humana, y es el amor del Padre, el amor con que crea a todo hombre.

El nombre puede vivir desvinculado de este amor, incluso negando este amor, pero nunca podrá destruirlo, porque es un valor que resucita siempre; es la realidad que actúa en la pascua. A veces  hablamos acaloradamente sobre los valores, pero la historia de José nos dice que cada valor es valor si crece a partir de este único valor fundante que es el amor del Padre vivido en los hijos, resucitado en los hermanos. Un valor es valor si ayuda a las personas a adherirse libremente al organismo de la fraternidad de todos los hombres.

Lo que no ayuda a la libre adhesión, a la fraternidad, a la comunicación cada vez más universal, a descubrir la unidad del amor que crea a todos y que se ejercita al reconocerse uno al otro, no es valor; es ilusión, engaño, una especie de idolatría cultural. Al final de la historia de José, en una carestía, en una tragedia fratricida a la que lleva una falsa cultura, emerge una cultura del amor o, mejor, una cultura entendida como un tejido en el que la actividad humana, su creatividad, respira y recibe vida del único valor indestructible, que es el amor del Padre y mueve el universo hacia una filiación y fraternidad consciente.

*

M. I. Rupnik,
“Cerco i miei frate‘”. Lectio divina su Giuseppe d’Egitto,
Roma 1998, 1 Oós, passim

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***

 

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Camino en la esperanza.

Domingo, 16 de febrero de 2020
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Mañana no será como ayer.
Pero contigo Señor,
miro hacia adelante con confianza.
Sé que el mundo que conozco
va a tener que cambiar.
Acabar el despilfarro, la contaminación, la explotación
significa menos opulencia
y menos exotismo.
Sé también que cambiar de vida,
cambiar de corazón,
es ir hacia más felicidad.

Tú me invitas a no ver el cambio
como una renuncia,
sino como una llamada a más vida,
una llamada a inventar un nuevo mundo,
un mundo compartido,
lejos de la esclavitud del haber y del poder.
Vuelto hacia el otro y la belleza del mundo.
Vuelto hacia Ti.
Señor, contigo,
camino en la Esperanza.

*

Élise Bancon
revista Prier 11/2011

***

07278g-entender-espiritualidad

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

– [“No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.] Os lo aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. [Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “renegado”, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.]

Habéis oído el mandamiento “no cometerás adulterio”. Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. [Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: “El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio.” Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.]

Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus votos al Señor”. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: [ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo.] A vosotros os basta decir “si” o “no”. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.”

*

Mateo 5,17-37

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Respecto a la totalidad que nos manifiesta la sabiduría, las formas provisionales necesariamente se encuentran ligadas al principio de la coacción, de la constricción, y la constricción no es la ley del corazón. Esta condición de la existencia es una condición dura y ha que vivirla con la esperanza de que un día pasará este mundo, anclado en el pecado. Tenemos que preparar aquel mundo y, dentro de lo posible, anticiparlo ahora entre nosotras, sabiendo que se trata de una breve lluvia benéfica, de un fugaz rayo solar, ya que la verdadera estación esta por llegar Debemos, de alguna manera insertar la levadura futuro dentro del presente. Esta es nuestra tarea, en lo pequeño y en lo grande. Estas son las nuevas formas propuestas clara y límpidamente, can la maravillosa y misteriosa música de las palabras evangélicas: <<Habéis oído que se dijo, pero yo os digo».

Nos encontramos en esta oscilación y es muy importante vivirla conscientemente, sin bandazos, sin fanatismos místicos que destruyen la antinomia de este mundo provisional, y sin mundanalidad —enorme en numerosos cristianos—, sino integrando las dos dimensiones y convirtiendo las palabras de la sabiduría en principio normativo de la saciedad, en regla de vida social.

Ninguna sociedad responderá jamás, hasta que salgamos de este mundo transitorio, a las esperas y esperanzas que brotan de lo profundo. La respuesta que nos viene del Espíritu es una respuesta que brilla en el futuro, y sólo llega a nuestros días el reflejo de la luz.

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E. Balducci,
Gli ulfimi Tempi,
Roma 1998, 1 15)

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Navidad ¿qué va a cambiar?

Miércoles, 25 de diciembre de 2019
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¡Una vez más: NAVIDAD!

¿Qué va a cambiar?

Nada, excepto tú.

Hazte luz y verás la Luz …

Todo está ahí.

No busques en otra parte el significado de este  acontecimiento-advenimiento.

La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.

El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.

Por tí, para crear con Dios y a  su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.

*

Maurice Zundel

vierge-afrique

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El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

        Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.

        Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

        Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de todos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

        Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad.

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W. Pannenberg,
Presencia de Dios,
Brescia 1974, 119-120).

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Dios en tiempos líquidos (V).

Jueves, 28 de noviembre de 2019
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es215_0LA ESPIRITUALIDAD QUE NOS HACE «EXCÉNTRICOS», JUSTOS Y COMPASIVOS

«Nuestra espiritualidad es a menudo poco más que un recurso terapéutico… La relación con Dios es una forma de hacernos sentir mejor, pero no esperamos ser desafiados» (R. Wuthnow, God and Mammon in America).

«Dios es Amor» (1Jn 4,20).

¿Qué es la espiritualidad?

Todo ser humano –dice Jon Sobrino– tiene una «vida espiritual», pues, lo quiera o no, lo sepa o no, está abocado a confrontarse con la realidad y está dotado de la capacidad de reaccionar ante ella con ultimidad. «Vida espiritual» puede ser, por tanto, una tautología: pues todo ser humano vive su vida con espíritu. Otra cosa es, por supuesto, cuál sea ese espíritu con el que vive. Pero indudablemente vive con espíritu. Precisando más: espiritualidad es más bien el espíritu con que se afronta lo real y la historia en que vivimos, con toda su complejidad. Se podrá discutir entonces qué espíritu es adecuado y cuál no. Pero cualquiera de ellos está remitido a lo real para confrontarse con ello y para decidir qué hacer de ello.

Los horizontes últimos marcan, pues, los signos de identidad de las distintas espiritualidades. Importa mucho clarificar esto para no perdernos en discusiones estériles sobre el valor de unas prácticas que, aunque se presentan como espirituales, no son sino ejercicios «intrascendentes» en el sentido literal y no peyorativo del término. Aunque una mirada externa observe prácticas análogas, no toda praxis meditativa es una praxis espiritual; para que pueda considerarse como tal, ha de proyectarse hacia un horizonte trascendente no autorreferencial, requisito que de entrada invalida las prácticas terapéutico-higiénicas, cuyo fin último es la búsqueda del bienestar personal. Y, además, ha de estar referida a la realidad, lo que la aleja de las propuestas analgésico-evasivas que huyen del mundo.

La tentación de una espiritualidad ajena a la historia

Las «nuevas» corrientes de espiritualidad –si bien son menos nuevas de lo que se cree– parecen recoger mucho de las religiones de Oriente: la riqueza del hombre del hinduismo, la mentira del hombre del budismo y el camino entre ambas típico del taoísmo. De ningún modo queremos rechazar nada de esas riquezas espirituales, pues las necesitamos. Pero como cristianos creemos que han hallado su plenitud en la revelación de Dios como Amor, acaecida en Jesús de Nazaret.

  1. B. Metz consideró como una tentación para el catolicismo esta propuesta religiosa, que busca un Dios ajeno a la historia, a la carne y a los pobres. También el papa Francisco se ha referido reiteradas veces a la proliferación de un cierto neognosticismo que, como afirma la Congregación para la Doctrina de la Fe, presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo, que consiste en elevarse con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida. «Se pretende, de esta forma, liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material, en los cuales ya no se descubren las huellas de la mano providente de Creador, sino solo una realidad sin sentido, ajena de la identidad última de la persona, y manipulable de acuerdo con los intereses del hombre».

Antes hemos hablado de la interioridad y la trascendencia como constitutivas de toda persona. Cuando el ser humano todavía no conoce el progreso, lo normal es que todas esas espiritualidades descuiden la historia y atiendan sobre todo a la interioridad. La aportación judeocristiana, al hablar de un Dios que se revela «en la historia», pone de relieve que toda esa riqueza de nuestro interior existe para ser derramada amorosamente hacia fuera, en esa progresiva liberación de toda esclavitud que Jesús calificaba como «reinado de Dios». Si la construcción de la historia no brota de esa riqueza interior derramada amorosamente, está destinada al fracaso como enseña la experiencia. Pero, también, si el cultivo de nuestra intimidad y de nuestra profundidad no lleva a esa salida amorosa, entonces, parodiando una frase de Marx podemos decir sobre esas espiritualidades: «el hombre hace esa espiritualidad; esa espiritualidad no hace al hombre».

Jesús no busca reducir el estrés

Jesús fue un hombre espiritual, su vida se orientó y se configuró desde el horizonte del Reino de Dios. El convencimiento íntimo y último de la intervención soberana de Dios sobre la historia marcó sus modos de actuar, de hablar, de relacionarse y de orar.

Los evangelios muestran a Jesús en actitudes y prácticas que asociamos espontáneamente con el universo de lo espiritual: se retira a lugares solitarios para reflexionar y orar, reza a Dios con el que se relaciona como Abba, participa de los ritos judíos, reconoce y agradece la presencia de Dios en el trasfondo de la realidad… Pero, reconstruyendo su biografía espiritual, caeríamos en una caricatura obscenamente reductora si asimiláramos sus prácticas espirituales con la búsqueda de la atención plena que propone el mindfulness* (por poner un ejemplo actual).

Con sus prácticas espirituales, Jesús no busca reducir el estrés, conservar su materia gris, ni conectarse con su yo interior. La pasión vital que configuró su existencia fue el anunció del advenimiento y la instauración plena del Reino de Dios. Cuando sus discípulos piden que les enseñe a orar, no reciben una enseñanza de yoga sobre posturas corporales, técnicas de respiración, ni modos de vaciar la mente, sino las recomendaciones de una mistagogía* que busca situarlos en la misma senda de su espíritu: el horizonte del Reino («venga a nosotros Tu Reino»), la voluntad de Dios sobre sus vidas y sobre la historia («hágase Tu voluntad»), la atención a las necesidades físicas cotidianas («nuestro pan de cada día»), la necesidad del perdón como actitud vital y relacional («perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos deben algo»), y la conciencia lúcida de las dinámicas de muerte que anidan en el corazón de todo ser humano («no nos dejes caer en la tentación»).

Un horizonte habitado por un Dios solidario con las víctimas

La espiritualidad de Jesús nunca es una práctica elusiva, pues siempre parte de la realidad vital e histórica de la persona concreta. El hambre, la enfermedad, la muerte, el desconsuelo, la culpa, la opresión, la injusticia, así como la alegría, la fiesta o la acción de gracias, no son accidentes que el orante deja en la puerta junto a sus zapatos para sumergirse en una experiencia transpersonal de fusión con un misterio innombrable. En el horizonte trascendente de la espiritualidad cristiana, habita un Padre que se abraza enloquecido de alegría a un hijo pródigo mil veces esperado, un Pastor que busca a la oveja perdida, un Rey que promete un mundo bienaventurado a los que ahora lloran, pasan hambre y luchan por la justicia, un Juez que visita presos, viste desnudos y da de comer a los hambrientos.

Hay muchas espiritualidades, muchas maneras de relacionarse con la ultimidad de lo real. Hay horizontes trascendentes que persiguen la Belleza, la Bondad, la Justicia, la Paz… Los cristianos confluimos con todos ellos desde un horizonte habitado por un Dios conmovido por el sufrimiento de las víctimas. Todos podemos –y debemos– participar en encuentros ecuménicos* que celebran la belleza del mundo, reclaman el cuidado y la preservación del regalo de la Creación, fomentan relaciones de no dominación, reconocen identidades históricamente negadas, invitan a llevar una vida austera, valoran la importancia de alimentar nuestro mundo interior, etc. Todos estos horizontes espirituales contribuyen a construir un mundo mejor en el que los creyentes reconocemos sin dudar signos del Reino de Dios.

Pero, inevitable y proféticamente, en esa inmersión en un océano espiritual compartido, el cristiano alzará la voz para recordar que –como expresó Josep Cobo– el fondo de ese océano aparentemente en calma está hoy lleno de cadáveres de migrantes que reclaman redención y justicia. La espiritualidad cristiana –esto es, la espiritualidad que se deja mover por el Espíritu de Jesús– es tremendamente lúcida y, lejos de alejarse de la realidad, se sumerge en ella para llamar a las cosas por su verdadero nombre.

Ética y mística se requieren mutuamente

Todas las propuestas espirituales (proféticas, místicas y sapienciales) dignas de tal nombre reconocen la importancia de la misericordia. Las personas espirituales de cualquier tradición desarrollan una sensibilidad especial ante el sufrimiento de los demás. Si la espiritualidad auténtica nos confronta con la realidad, también nos sitúa inevitablemente cara a cara ante la presencia insoslayable del mal individual y social. La compasión forma parte de los mínimos éticos que comparten todas las espiritualidades creyentes o no.

Si toda espiritualidad nos hace más compasivos, en la singularidad de la visión cristiana la atención al sufrimiento de los demás forma parte esencial del núcleo de la propia experiencia espiritual. Hay espiritualidades que toman conciencia de las situaciones de injusticia y, en un momento ético posterior, resuelven comprometerse en erradicarlas o consolarlas. La espiritualidad cristiana se confronta con el sufrimiento en el horizonte mismo de su ultimidad. El cristiano no encuentra desconsuelo solo en el mundo ni paz solo en la oración. Su oración, su relación con un Dios trascendente, es simultáneamente un encuentro con el sufrimiento del mundo. Esto es lo que significa el texto del juicio final de Mateo 25: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos extranjero y te acogimos o desnudo y te vestimos? ¿Y cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?» A lo que el Rey responderá: «Os digo de verdad: Todo lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, me lo hicisteis a Mí» (Mt 25,37-40). En la espiritualidad cristiana, ética y mística se funden. La espiritualidad cristiana lleva hasta sus últimas consecuencias aquello que el profeta Jeremías expresó con rotundidad: que el conocimiento de Dios –fin de toda espiritualidad creyente– viene mediado por la práctica de la justicia (Jer 22,16).

La espiritualidad cristiana: lejos de ser un opiáceo

En ningún caso la salvación cristiana puede entenderse como un asunto privado que solo compete al individuo religioso. Con semejante bagaje, se hace sumamente problemático –si no imposible– el encuentro del ser humano con el Amor que desciende y planta su tienda entre los pobres del mundo para salvar a la humanidad y recapitular el cosmos.

En la espiritualidad cristiana, el encuentro con Dios es un encuentro con «el mundo de Dios», con su proyecto salvífico para la humanidad sufriente. En la mirada interior propia de la espiritualidad, los cristianos no solo nos encontramos con el «rostro del Otro», sino también, e inseparablemente, con los rostros sufrientes de los otros y las otras; vidas que nos interpelan y nos responsabilizan. No hay experiencia espiritual verdadera que haga abstracción del sufrimiento, o dicho en cristiano: no hay experiencia espiritual cristiana que no integre la cruz como momento constitutivo de la misma. Pero la cruz no es, por así decir, «lo central» del cristianismo –eso sería la resurrección–, sino más bien un correctivo constante a todas nuestras falsificaciones de lo Trascendente.

Repetimos una vez más nuestra acogida plena a todas las propuestas «espirituales» que persiguen la pacificación interior como objetivo de la praxis meditativa, junto con el silencio introspectivo, el vaciamiento y la búsqueda de la paz. Son una prueba palmaria de que la civilización (y la pseudorreligiosidad) del dios Dinero (con sus secuaces, el consumo y la ostentación) no puede hacernos felices por más que se nos obligue a declarar que lo somos. Detenerse y acallar nuestro mundo interior tiene beneficios terapéuticos nada desdeñables.

Pese a todo, las biografías de maestros y maestras espirituales de todas las tradiciones religiosas hacen referencia a un mundo interior agitado por «espíritus en lucha». En sus Ejercicios, Ignacio de Loyola desconfía de la calidad de la práctica espiritual de aquellos ejercitantes que permanecen impasibles. Y es que, adentrarse en el mundo espiritual es confrontarse con los «demonios» personales e históricos que se confabulan para impedir la construcción de horizontes de fraternidad.

Confrontarse con lo más profundo de la realidad es reconocer la dinámica «duélica» que batalla en su interior: la lucha entre reino y antirreino. Esa fue la experiencia espiritual de Jesús que los evangelistas sintetizan en el relato de las tentaciones del desierto, que parece recoger otros momentos de la vida de Jesús (usar a Dios en beneficio propio o en beneficio de su propia misión, ser proclamado rey o disponer de legiones de ángeles en defensa propia…).

Hoy, en un mundo en cambio que para muchos se muestra amenazante y opaco, florecen pseudoespiritualidades no conflictivas que ofertan paz y unificación personal. Una mirada crítica interrogará sobre el horizonte último de esa tranquilidad: ¿se trata de la ayuda saciante del maná que se ofrece al que marcha por el desierto, o de la tranquilidad irresponsable de una ignorancia infantil? En la praxis espiritual cristiana, hay que decidir con qué espíritus construir el Reino: con los del poder o con los del servicio.

Hay muchas espiritualidades y algunas confluyen en el horizonte del Reino. Estas nos hacen más excéntricos, compasivos, lucidos y justos. Si además reducen nuestro estrés y conservan nuestra materia gris, mucho mejor. Pero, si se trata solo de esto último, basta con pedalear sobre una bicicleta estática o consumir ciertos opiáceos. Por eso, recogiendo un texto ya viejo, «esta contraposición entre el disfrute de Dios y la voluntad de Dios es uno de los datos más fundamentales para cualquier reflexión sobre el sentido, el valor y los límites de la experiencia mística».

APÉNDICE: IGLESIA DE JESÚS, IGLESIA DE LOS POBRES

En la situación descrita y al menos en el Occidente que se considera patria del cristianismo, las iglesias cristianas atraviesan hoy una comprensible tentación: presentarse como un remanso de esa paz y tranquilidad tan anheladas por buena parte del mundo Occidental, con la pretensión de recuperar así algo de su antigua posición de «cristiandad» inconscientemente añorada por muchos (aunque solo sea porque las instituciones eclesiásticas todavía responden bastante a aquella situación histórica). Este nos parece un camino falso porque el mundo adulto ya ha comprendido que puede buscar –al menos– algo de esa paz y esa tranquilidad sin necesidad de la Iglesia.

La otra opción es renunciar definitivamente al sueño de la cristiandad y procurar ser lo que el evangelio califica como «levadura» que, en su pequeñez, es capaz de hacer fermentar toda una masa o, como semilla mínima, producir un árbol gigantesco, o como grano de trigo, que muere para dar fruto. Esta segunda será la Iglesia que Bossuet calificaba como «mundo al revés», pues en ella los pobres tienen una «eminente dignidad», los excluidos de la sociedad son señores y, aunque los ricos y poderosos también están llamados a ella, solo pueden entrar en ella por la puerta de los pobres. Por utópica e inaccesible que suene esa meta, marca la dirección en la que debe orientarse una Iglesia que define a su Dios como el que «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, llena de bienes a los pobres y despide vacíos a los ricos». Ese segundo es el camino que Dios abre a la Iglesia hoy. Jesús de Nazaret, cuyo don más repetido es «la paz», anunció que ese camino no traería de entrada paz, sino guerra y división; pero anunció también que, a la larga, cuando se busca solo el reinado de Dios y la justicia de Dios, todos los demás bienes espirituales (la paz, la plenitud interior, el sentido y una extraña dicha…) vienen dados por añadidura.

GLOSARIO

  • Consciencia transpersonal / Transegoi- ca: Es la conciencia de que el sujeto es mucho más que un individuo aislado que tiene que relacionarse con otros sino que su yo se extiende más allá de él mismo. El término transpersonal proviene de una rama de la psicología desarrollada a lo largo del siglo xx que integra el funcionamiento del ego y la dimensión espiritual del ser humano. Invita a los seres humanos a trascenderse a sí mismos para identificarse con una Conciencia mayor, colectiva, omni-abarcante.
  • Advaita / no-dualidad: Se trata de un concepto propio de la tradición hindú que subraya que el atman (o alma) y Brahman (la Divinidad) no son dos entidades distintas. Dios y el mundo no son dos, así como dos criaturas de este mundo tampoco son propiamente dos. La salvación del ciclo de las reencarnaciones supone tener una visión unitiva de todo. • Unión hipostática: Se trata de la expresión que intenta explicar cómo, en Cristo, la naturaleza divina se unió a la naturaleza humana por medio de la encarnación. Es un concepto que nos dice que Dios y el ser humano en Cristo no son dos ni puramente uno. Se rechaza el dualismo y la fusión. De igual manera, el creyente cristiano no aspira a fusionarse con lo divino ni a mantener la separación con él, sino a conseguir la plena comunión.
  • Pelagianismo: Es la doctrina de un monje de los siglos iv-v que acabó siendo condenada por la Iglesia, y que defendía la capacidad del ser humano de llevar una vida santa si así lo deseaba y decidía. En última instancia, la salvación dependía de la propia voluntad y no de la gracia o don de Dios. Podemos hoy en día llamar pelagianos a los que defienden la literalidad de la exclamación «¡querer es poder!» y viceversa, lo que he conseguido es fruto de mi esfuerzo. Se suele defender desde una meritocracia capitalista («lo que gano es fruto de mi esfuerzo») o desde una meritocracia religiosa («mi salvación o nivel espiritual es fruto de mi esfuerzo o camino espiritual»).
  • Gnosis / gnosticismo: Significa literalmente «conocimiento». Fue una doctrina importante en los primeros siglos del cristianismo. Defendía que se accedía a la salvación por medio del conocimiento tanto del propio yo como de Dios y del mundo. Formaban comunidades elitistas, los maestros de las cuales desvelaban solo a sus miembros y de manera procesual los secretos ocultos que solo ellos conocían. Frente a la ortodoxia que ponía el acento en la fe y en la vida moral de las personas, el gnosticismo lo ponía en el conocimiento, como si conocer a Dios y el bien supusiese automáticamente practicarlo. En el gnosticismo era imposible o contradictoria la afirmación paulina: «hago el mal que no quiero (hacer)» y «no hago el bien (que conozco) y que quiero (hacer)».
  • Mindfulness: Literalmente se trata de una serie de técnicas de meditación para adquirir la «conciencia plena». Busca la reducción del estrés y la valoración de cada momento presente, mediante la atención a todo lo que se percibe.
  • Mistagogia: Literalmente significa «la conducción hacia la mística», es decir, trata de la capacidad de un discurso o de unas prácticas de conducir al individuo a la unión con Dios o el Absoluto.
  • Ecuménico / ecumenismo: Es el trabajo del cristianismo para conseguir la unión de todos los cristianos e iglesias. Se trata de llegar a estar todos en una misma casa (oikos) común.

 

 

CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN

  1. ¿Por qué crees que han aparecido nuevas espiritualidades?
  2. Un lenguaje sobre Dios en el que no aparezca ni una sola vez el sufrimiento, ni la opresión del hombre por el hombre, ni la afirmación cristiana de que Dios se ha revelado no para respuesta a los intelectuales, sino como buena noticia a los oprimidos…, no pasará de ser una religiosidad burguesa (y quizás farisea).

¿Qué opinas de esta afirmación?

  1. ¿Qué tipo de Dios y qué tipo salvación buscan los hombres y mujeres espirituales de nuestro siglo xxi? ¿Qué valores positivos tienen?, ¿qué respuestas se están ofreciendo desde ámbitos religiosos y seculares?, ¿todas las ofertas son compatibles con la construcción de un mundo más fraterno, justo e igualitario?
  2. Si la espiritualidad cristiana es el encuentro con el Otro.

¿Has experimentado la presencia del Otro en tantos otros y otras a los que te has acercado?

  1. La Iglesia de Jesús, la Iglesia de los pobres.

Es la Iglesia que Bossuet calificaba como “mundo al revés”, pues en ella los pobres tienen una “eminente dignidad”, los excluidos de la sociedad son señores y, aunque los ricos y poderosos también están llamados a ella, solo pueden entrar en ella por la puerta de los pobres. ¿Has experimentado o conocido alguna vez esta Iglesia que es “mundo al revés”?

  1. ¿Qué te ha aportado la lectura de este Cuaderno?

¿A quién le aconsejarías que se lo leyese?

Los Cuadernos Cristianisme i Justícia (CJ) presentan reflexiones de los seminarios del equipo del centro y trabajos de sus miembros y colaboradores. Pueden descargarlos en: www.cristianismeijusticia.net/es/quaderns

Últimos títulos: 207. J. MoRERA, Desarmar los infiernos; 208. J. I. GONZÁLEZ FAUS, El Silencio y el Grito; 209. VARIOS AUTORES, ¡Despertemos!; 210. J. LAGUNA, Acogerse a sagrado; 211. C.M.L. BINGEMER, Transformar la Iglesia y la sociedad en femenino; 212. J. TATAY, Creer en la sostenibilidad; 213. CRISTIANISME I JUSTÍCIA, Abrazos de vida; 214. J. CARRERA, Vivir con menos para vivir mejor; 215. SEMINARIO TEOLÓGICO DE CJ, Dios en tiempos líquidos

La Colección Virtual está formada por cuadernos que, por su extensión, formato o estilo, no hemos editado en papel pero que tienen el mismo rigor, sentido y misión que los Cuadernos Cristianisme i Justícia (CJ). Pueden descargarlos en: www.cristianismeijusticia.net/es/virtual Últimos títulos: 14. J. I. GONZÁLEZ FAUS, Economistas profetas; 15. J. F. MÀRIA, R. XIFRÉ, Cataluña y España: entre el reconocimiento y la negociación; 16. VARIOS AUTORES, Soñamos la ciudad, la construimos juntos

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Cristianisme i Justícia (Fundació Lluís Espinal) es un centro de estudios creado en Barcelona el año 1981. Agrupa un equipo de voluntariado intelectual que tiene por objetivo promover la reflexión social y teológica para contribuir a la transformación de las estructuras sociales y eclesiales. Forma parte de la red de centros Fe-Cultura-Justicia de España y de los Centros Sociales Europeos de la Compañía de Jesús.

La Fundació Lluís Espinal envía  gratuitamente los cuadernos CJ.  Si desea recibirlos, pídalos a: Cristianisme i Justícia Roger de Llúria, 13 08010 Barcelona T. 93 317 23 38 info@fespinal.com www.cristianismeijusticia.net

 

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Cristianisme i Justicia: Dios en tiempos líquidos (IV).

Miércoles, 20 de noviembre de 2019
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es215_0LA SALVACIÓN CRISTIANA, ¿SALVARSE O SER SALVADO?

«Vosotros no lo visteis pero le amáis; creyendo en Él sin verlo, sentís un gozo indecible porque os da el resultado de vuestra fe: la salvación» (1Pe 1,8). «A Mí me lo hicisteis» (Mt 25).

La ilusión de autonomía absoluta del individuo.

Hablar del Evangelio de la Salvación (Hch 4,12; 1Tim 2,5) de modo creíble y convincente se ha vuelto hoy extraordinariamente difícil. Al no poder desarrollar aquí toda esta problemática, nos limitaremos a esbozar con trazos de brocha gorda algunos rasgos de esas dificultades.

Algunas causas de esta dificultad son endógenas: en los dos mil años de historia de la Iglesia se han producido desviaciones y deformaciones del Evangelio de la Salvación. Algunas nacen de la oscuridad que el vocabulario catequético, litúrgico y teológico tradicional supone para nuestros contemporáneos. Conceptos como «divinización», «redención», «justificación», «sacrificio», «expiación», «satisfacción» son categorías opacas para la inmensa mayoría de quienes las escuchan y utilizan, pues no les remiten a ninguna experiencia humana real. Sin embargo, cuando nacieron sí remitían a experiencias humanas bien reales (liberación de la esclavitud, de las deudas…).

Algunas de estas categorías teológicas han sido incluso rechazadas como pervertidas o portadoras de ideas peligrosas sobre Dios. La teoría satisfaccionista ha concitado muchas de esas críticas. J. Ratzinger rechazó esta teología por su implícita noción de un Dios «cuya justicia inexorable habría reclamado un sacrificio humano, el sacrificio de su propio Hijo». «Esta imagen –añade– es tan extendida como falsa… Con ella se distorsiona la justicia divina, cuya sombría cólera elimina toda la credibilidad al mensaje de amor».

 El individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende de Dios y de los demás.

Pero las causas más importantes de esta problemática son exógenas y tienen que ver con cambios culturales. La propuesta cristiana de Salvación en Jesucristo ha recibido tres impactos sucesivos que ahora veremos. Cada uno de estos no sustituía al anterior, sino que lo desplazaba, acumulando así dificultades para la fe en el Evangelio de la Salvación. Enunciémoslos:

a) En primer lugar, la experiencia del mundo generada por los procesos modernos de emancipación. La teología debía dar cuenta y razón de la relación existente entre salvación entendida cristianamente y emancipación interpretada según la época moderna. La tensión entre autonomía emancipadora y heteronomía salvadora aún no está totalmente resuelta. Por eso, «en nuestros días, prolifera una especie de neo-pelagianismo*, por el cual el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás. La salvación es entonces confiada a las fuerzas del individuo, o las estructuras puramente humanas, incapaces de acoger la novedad del Espíritu de Dios».

b) Recién iniciado el intento de responder al desafío de la emancipación, impactó en el discurso cristiano otro reto, aún mayor, planteado por las víctimas de esa historia moderna de emancipación y su sufrimiento injusto. ¿Cómo hablar de Dios y su salvación después de Auschwitz? (J. B. Metz) ¿Cómo hablar de Dios y su salvación desde el sufrimiento injusto? (G. Gutiérrez) ¿O cómo hablar de Dios en el campo de concentración global en el que se ha convertido nuestro mundo? Este es el gran desafío que ineludiblemente debe afrontar hoy cualquier discurso sobre la salvación que quiera ser cristiano.

c) La posmodernidad, por su parte, trajo consigo la negación de todo discurso capaz de dotar de sentido a la historia: lo único posible era tratar de buscarle el sentido a la historia en esa pérdida de sentido. Esta nueva deriva colocó en una situación de precariedad cultural la oferta de un «gran relato» de salvación, como el cristiano, que pretende dotar de un sentido absoluto a la historia.

En conclusión, en los últimos sesenta años, a menudo hemos tenido la impresión de que, cuando empezábamos a perfilar las respuestas a las nuevas preguntas sobre la salvación cristiana, estas cambiaban y vuelta a empezar. Esta situación da plena actualidad a la pregunta que hace casi cincuenta años se formulaba E. Schillebeeckx: «¿Qué debemos hacer aquí y ahora, a la vista de los nuevos modelos de experiencia y pensamiento para conservar una fe viva –en la salvación ofrecida por Jesucristo– que también hoy, gracias a su verdad, sea significativa para el hombre, para la comunidad humana, para la sociedad?».

Otra media verdad: la mentira del ego

Se dice que no nos salva ningún credo, sino el reconocimiento de nuestra propia verdad, siendo esa gran verdad nuestra la mentira de nuestro ego. Creemos que hay aquí otra «media gran verdad»: el reconocimiento de esa inflación del yo es indispensable para nuestra salvación, pero no basta por sí solo, sino que más bien lleva a gritar como Pablo «¿quién me librará de esa mentira mortal?» (cf. Rom 7,24) Más aún: la experiencia creyente de haber sido salvados es la que más nos ayuda a reconocer la mentira de nuestro ego y todas las sutilezas con que esa mentira vuelve a posesionarse de nosotros.

En definitiva, esa mentira que nos constituye es la que impide toda comunión auténtica; y esa mentira sigue actuante si se elimina la comunión en nuestra idea de salvación. El «Dios todo en todos» final (1Cor 15) es lo que posibilita esa comunión que es el verdadero nombre de la salvación. La constitución del Vaticano II sobre la Iglesia define la salvación humana como comunión, con Dios y entre nosotros (LG 1). Ahora bien, en la comunión, la subjetividad no desaparece, sino que se trasforma. El sujeto sigue siendo sujeto, pero ha entregado esa subjetividad propia en el amor; una subjetividad que ahora recibe del amor del otro. Dios es uno y trino porque solo es sujeto en la entrega de su subjetividad.

Precisamente por eso, el anuncio de Dios por Jesús va inseparablemente unido a la noción de «reinado de Dios» que es una expresión de comunión. Jesús no predica perderse en la vaguedad de «lo que es». En realidad, desde la óptica cristiana, «lo que es» no es meramente el «Ser Subsistente», sino el «Amor Subsistente».

Como era de esperar, se percibe aquí que la concepción de la salvación va muy unida a la noción de Dios.

¿Negación u olvido del ego?

Esta corrección que hemos hecho permite no cerrar los ojos ante el inmenso dolor y la inmensa injusticia de este mundo, ni pasar de largo ante ellos como el sacerdote y el levita de la parábola. Y no solo no cerrar los ojos ante ellos, sino convertirlos en decisivos para la propia vida espiritual, pues ellos son los que más nos ayudarán a percibir y nos darán fuerza para combatir esa mentira de nuestro ego. Por el contrario, pretender que el ser humano es capaz de salir por sí mismo de su propia mentira es, otra vez, una forma sutil de afirmación del propio ego.

Y es que nuestro inconsciente es tan sutil que, sin ese amor y esa atención a los que G. Gutiérrez llamaba «el reverso de la historia», hasta la negación del propio ego puede convertirse en una forma sutil de narcisismo, como ya dijimos. Salvarse solo por reconocer la mentira del propio ego degenera en una forma de gnosis*.

El valor divino de lo humano

Estamos totalmente de acuerdo en que salvación es despertar a nuestra integridad verdadera y vivir lo que somos integrando todas las dimensiones de nuestro ser. El problema reside en cuál es esa integridad y cuáles son las dimensiones de nuestro ser.

Ahora bien, cuando la futura «vida eterna» desaparece del horizonte de nuestras vivencias y expectativas, se hace inevitable una revaluación de la caducidad presente. Esa revaluación solo podrá hacerse sin peligros, ya sea a costa de una devaluación de nuestra subjetividad (en una espiritualidad difusa y resignada), o a fuerza de anticipar la dimensión de lo eterno en la caducidad actual: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad ahora las dimensiones de la resurrección» (cfr. Col 1,3 y ss.).

Hasta la negación del propio ego puede convertirse en una forma sutil de narcisismo.

Esa «anticipación» es lo verdaderamente típico del paradigma cristiano, pero eso no significa que el cristianismo le haya sido siempre fiel ni que haya conseguido dicha anticipación en cada contexto histórico. Pablo, por ejemplo, en un momento en el que el cristianismo era tan minoritario y cuando era imposible que hubiera un repentino cambio estructural, no podía luchar contra la esclavitud, pero luchó contra la divinización de los emperadores, proclamando a Cristo como «único Señor». Además, mandó a Filemón considerar a su esclavo Onésimo como «hermano en la carne y en el Señor», sembrando así una nueva mentalidad que, a la larga, acabó con la esclavitud.

Cosa muy distinta es también que ese paradigma cristiano ha sido muchas veces mal formulado o mal entendido, pero, en esos casos, lo correcto es sustituir esa mala intelección por una intelección correcta (lo cual requiere estudio y paciencia), en vez de pretender rechazar el cristianismo cuando lo que en realidad se rechaza es una falsa imagen de él. Con todo, este es un problema que afecta no solo al cristianismo, sino a todo el lenguaje e inteligencia humanos.

Jesús, ¿salvador o maestro espiritual?

Los clásicos acrónimos cristianos designaban a Jesús, sobre todo, como Divino y Salvador. Así se constata en el IHS latino (Iesus hominum Salvator, ‘Jesús Salvador de los hombres’) y en el griego ichthys (‘pez’), cuyas letras son las iniciales griegas para «Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador».

En algunas de las nuevas espiritualidades, Jesús deja de ser propiamente «salvador» y se convierte en un maestro espiritual más (el más sabio, si se quiere) entre tantos como han existido. El hombre se salva por sí mismo, cayendo en la cuenta de la mentira de su ego.

Pero la investigación histórica confirma hoy que Jesús (aunque contiene muchos elementos sapienciales) fue sobre todo un Profeta y «más que profeta» por ser el Profeta Definitivo: «el Profeta Escatológico» lo llamó E. Schillebeeckx. Precisamente la gran conflictividad que desató es lo que más le diferencia de los otros grandes maestros espirituales.

Eliminada esa conflictividad y la llamada a «participar en la vida divina» (2Pe 1,4), tampoco parece necesario que Jesús sea el «Hijo Único» de Dios, pues, como mero maestro espiritual, basta con que haya sido el primero que cayó en la cuenta de que todos somos hijos. No «hijos en el Hijo» (según la fórmula clásica de la teología), sino hijos como el otro hijo. Según eso, todos somos plenamente Dios y hombre como Jesús, por lo que nuestro pecado es no atrevernos a reconocer eso que Jesús nos habría dicho.

Con todo, ahí late cierta manipulación de Jesús porque lo que Él nos dijo en realidad no es que nosotros seamos exactamente lo que Él, sino que podemos llamar a Dios como Él le llamaba (Abbá), y que quien le ve a Él ve al Padre. De hecho, el lenguaje de Jesús en los evangelios distingue constantemente entre «Mi Padre» y «vuestro Padre». Ciertamente, puede discutirse cuál de estas dos visiones de Jesús es la más verdadera (a fin de cuentas, la fe solo tiene confirmación definitiva en el más allá), pero nos parece que no cabe duda de que solo una de esas dos maneras de ver es la cristiana.

Fuente Cristianisme i Justicia s.j.

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Cristianisme i Justicia: Dios en tiempos líquidos (III).

Miércoles, 13 de noviembre de 2019
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es215_0EL DIOS NO BURGUÉS: EL ÚNICO EN QUIEN PUEDO CREER

«Cuando se manifieste lo que somos, seremos semejantes a Dios pues le veremos tal cual es» (1Jn 3,2). «Una cosa te falta: pon todo lo que tienes al servicio de los pobres» (Mc 10,21).

La no dualidad: una media verdad

Todo lenguaje sobre Dios es enormemente imperfecto e inevitablemente proyectivo. El IV Concilio de Letrán enseñó que de Dios no podemos decir nada con tanta verdad que no contenga más mentira que verdad («más desemejanza que semejanza»). Buena llamada de atención para preservar esa pequeña dosis de verdad sin por ello absolutizarla. El dicho clásico «Dime qué idea de Dios tienes y te diré qué imagen tienes del hombre» vale también en dirección contraria: «Dime qué imagen tienes del hombre y te diré qué idea te haces de Dios». Y Santo Tomás, que no es moderno ni posmoderno, ya afirmaba que la última palabra que podemos decir sobre Dios es que lo dicho anteriormente no vale nada.

El paradigma transegoico del que hablábamos más arriba implica, según algunos, un cambio en la idea de Dios. Creemos más bien que desde el binomio Abbá-Reino que Jesús propone, se garantiza mejor ese paradigma transpersonal: porque implica un elemento relacional, de confianza, que, a la vez que constituye un riesgo, es la actitud que mejor nos realiza como personas.

No obstante, se nos dice que ese paradigma «transpersonal» evita el inconveniente del «dualismo», típico del paradigma moderno; y se propone la expresión advaita (no dualidad)*, tomada del hinduismo, como la más apta para hablar de Dios. Dios viene a ser entonces como ese «Todo sin nombre» en el que estamos inmersos y del que no podemos salir. Solo la aparición de la mente y, con ella, de la idea de Dios, hace brotar la concepción de un Dios «separado».

Ya en el siglo v, San Agustín dijo algo de eso: Dios es «más íntimamente yo que mi yo más íntimo» (intimior intimo meo). Pero sorprendentemente añade que Dios es también «más distante de mí que lo más distante» (summior summo meo). Así, San Agustín habla, a la vez, de no dualidad y de dualismo.

La mejor tradición teológica ha hablado también de un panenteísmo (todo-en-Dios: «en Él vivimos, nos movemos y existimos»), como opuesto al panteísmo (todo es Dios) y, en nuestra hora actual, distinto también de ese panteísmo difuso que parece brotar de la no dualidad, cuando se la afirma en exclusiva.

Y es que la expresión no dualidad puede tener, al menos, tres sentidos:

a) Metafísicamente, ya la afirmaba la escolástica más tradicional: Dios está en todas las cosas dando el ser, etc. A eso apuntaba la doctrina clásica del «concurso» o la oración aquella de Rerum Deus tenax vigor (‘Dios fuerza perenne de las cosas’). Pero una afirmación metafísica no puede convertirse en experiencia psicológica inmediata, como parecen proponer algunas espiritualidades pretendidamente nuevas.

b) En el sentido antes expuesto, el hinduismo llama no dualidad (advaita) a la experiencia de Dios presente en lo más hondo de mí mismo (atmanBrahman). El cristianismo conoce esa experiencia y la define como experiencia del Espíritu Santo. Una experiencia semejante se cuenta en el famoso diario de Etty Hillesum, que fue la que le hizo descubrir a Dios. Añadamos además que, ya en el hinduismo, hay varias escuelas intérpretes de esa no dualidad: unas más panteístas y otras más dualistas. La no dualidad es aclarada también como no unidad. Y eso obliga a recuperar un cierto dualismo.

c) Finalmente, la más profunda y verdadera realización de esa no dualidad sería lo que llamamos «unión hipostática»* en Cristo: la plena realización de la advaita. En este sentido, decía Rahner que «el hombre es una pretensión de unión hipostática», parafraseable en una pretensión de no-dualidad. Mirar esa pretensión como real y accesible en todos parece una clara anticipación escatológica de lo que el Nuevo Testamento llama «Dios todo en todas las cosas» (1Cor 15). Por ello, si tomamos esa pretensión como ya realizada, la advaita podría convertirse, paradójicamente, en el mejor mito y la más tácita y oculta afirmación del ego.

Para evitar ese peligro, sería mejor proyectar la no-dualidad a la relación entre los otros y yo, pero como una tarea para realizar y no como riqueza que ya se posee; esto es, la igualdad entre todos. No existe por tanto –ni debe existir–, alguien superior omnipotente, supuestamente divino como los antiguos emperadores en China, Egipto o Roma…, ni como los modernos dictadores (aunque eso se hiciera para salvaguardar la autoridad y para que así la sociedad pudiera funcionar). Somos solo una pretensión de advaita: afirmar más es otra forma de afirmar nuestro ego.

Para señalar a Dios, creemos que la palabra Misterio es preferible a Silencio.

Por eso, el error de este lenguaje es concebirlo como opuesto, y superador del dualismo: «El dualismo es un mito y la no dualidad no lo es». Pues no. Tan verdad (y tan mito) es uno como el otro. Solo son válidos ambos a la vez, por contradictorio que eso nos parezca. Pero ya en el siglo II, Ireneo de Lyon reivindicaba ese lenguaje bipolar sobre Dios: lo que no cabe decir de Él por su grandeza, podemos decirlo por su amor. Más tarde Nicolás de Cusa definió a Dios como «la armonía de contrarios». En este sentido, para señalar a Dios, creemos que la palabra Misterio es preferible a Silencio porque resulta menos ambigua: el Misterio siempre incluye plenitud; el silencio puede ser vacío y llevarnos a una espiritualidad vaga, que sería una espiritualidad sin fe.

El Dios transpersonal y relacional

Las nuevas espiritualidades sacan consecuencias importantes que no podemos negar, aunque pensamos que muchas veces se trata de «verdades olvidadas» más que de descubrimientos nuevos. Pero, también, a esa unilateralidad que hemos denunciado le siguen otras consecuencias negativas u olvidos importantes:

  • La comprensión de lo indecible de Dios lo convierte en crítico de la religión. De acuerdo, pero eso no es nuevo: Jesús y Pablo fueron grandes críticos de la religión, mucho antes que Nietzsche o Freud, porque la religión no es un elemento de nuestra relación con Dios (que acaba difuminando la auténtica fe), sino una necesidad del carácter comunitario de nuestra fe en Dios.En este sentido, cabe una recuperación de la religión después de su negación.
  • Se afirma también que Dios como enemigo del pecado humano pasa a ser Dios como enemigo del hombre. También aquí hay mucha verdad, aunque debamos añadir que Dios, como amigo del hombre, es enemigo radical del pecado que habita en nosotros y destroza nuestra humanidad, dividiéndola en verdugos y víctimas. Precisamente como enemigo de su pecado, es Dios el mayor amigo del hombre.
  • La trascendencia de Dios (separado «en el cielo») sugiere una relación dialogal con Él (dualista, se nos dice), desde nuestra debilidad. Y lleva a leer nuestro contacto con Él en clave relacional, de petición, etc., e incluso a sentirnos «superiores» cuando nos creemos en relación con Dios. Este peligro es real, pero solo será tal si esa relación con Dios como «interlocutor» se afirma negando el otro tipo de relación que algunos llaman «oceánica»en Él vivimos, nos movemos y somos», Hch 17,28). En cambio, si solo se afirma esto último y se niega el contacto relacional, desaparece toda posibilidad de auténtica «fe (es decir, confianza) en Dios».

Dicho en otras palabras, la insuficiencia del Dios «personal» no debe llevar a la afirmación de un Dios «apersonal», sino más bien «transpersonal». En este sentido, la doctrina de la Trinidad aporta algo decisivo por cuanto diversifica y «complica» nuestra relación con Dios: inaccesible como Padre, crucificado e irreconocible como Hijo, pero presente en nosotros como Espíritu que nos hace llamar a Dios Padre y reconocer a Jesús como Señor.

Creer es, entonces, algo más que un «caer en la cuenta»; es una forma de entrega confiada que acepta incluso la posibilidad de que ese «Silencio» se haya revelado de alguna manera y esa revelación permita reconocerle como Dios de los desheredados de la historia.

Contra la religión burguesa

Por todo ello, un lenguaje sobre Dios en el que no aparezca ni una sola vez el sufrimiento, ni la opresión del hombre por el hombre, ni la afirmación cristiana de que Dios se ha revelado no como respuesta a los intelectuales,

sino como buena noticia a los oprimidos…, no pasará de ser una religiosidad burguesa (y quizás farisea). Con toda razón los conocidos versos de Atahualpa Yupanki desenmascararon a ese dios: «Hay cosas en este mundo, más importantes que Dios: que un hombre no escupa sangre, pa’que otros vivan mejor».

Un lenguaje sobre Dios en el que no aparezca ni una sola vez el sufrimiento no pasará de ser una religiosidad burguesa.

Pero ¿y si resultara que precisamente en una afirmación como la de esos versos es como se ha revelado Dios en Jesucristo? Entonces, Dios sería primariamente una interpelación, un desafío, una voz que te llama («sal de lo tuyo…», cfr. Gn 12,1). Paradójicamente, cuando el hombre obedece a esa llamada difícil, es cuando Dios, «por añadidura», se va convirtiendo en consuelo y en terapia: «Buscad primero el Reino de Dios y la justicia de Dios, y lo demás se os dará por añadidura.”(Mt 6,33)

Fuente Cristianisme i Justicia s.j.

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Cristianisme i Justicia: Dios en tiempos líquidos (II).

Miércoles, 30 de octubre de 2019
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es215_01 LA POSMODERNIDAD EN BUSCA DE ¿NUEVAS? ESPIRITUALIDADES

La cristiandad, sin causar gran sensación ni darse cuenta ella misma, ha identificado la existencia cristiana con la existencia natural del burgués; subrepticiamente la praxis cristiana se ha transformado en praxis burguesa (J. B. Metz, Más allá de la religión burguesa, págs. 14 y 15).

La eterna tentación de la religión burguesa.

Existe un consenso bastante amplio en reconocer que nos encontramos en un cambio de época, en un tránsito de paradigma (de mentalidad, de marco con que nos abrimos a la realidad). Pero ¿qué define ese cambio?, ¿es tan novedoso como se proclama?, ¿cómo incide en la comprensión de aquellas realidades que consideramos sagradas?

Es innegable que se dan cambios históricos de mentalidades o maneras de ver. Hoy se habla, por ejemplo, de posmodernidad, con relación a la era moderna de hace algunos años. Se habla también, con llamativa acogida, de la era de la posverdad. Semejantes cambios se producen a veces como reacción contra las decepciones o insuficiencias de un paradigma anterior. Otras veces son masivamente sugeridos por los medios de comunicación para calificar de contrabando algo que sería injustificable si se le llamara por su verdadero nombre: recordemos que hace unos años asistimos a una proclamación repetida del «fin de la historia» que, en realidad, sugería una absolutización del neoliberalismo económico como conquista definitiva. Y hoy vamos descubriendo que la sorprendente aceptación de la era de la posverdad nos está llevando a una era de la mentira, donde la única verdad absoluta es el propio egoísmo identitario. Otras veces, sobre todo en el campo de la ciencia, descubrimientos y datos nuevos obligan a mirar el mundo de otra manera: después de Darwin, la creación sigue siendo una verdad de fe, pero no puede ser entendida como antes la entendían muchos. Tampoco es infrecuente que el nuevo paradigma no haga más que descubrir una vieja verdad, olvidada por la inevitable forma oscilante (y no rectilínea) con que se mueve la historia: en este sentido, J. B. Metz habló hace años de la necesidad de ir «más allá de la religión burguesa» porque el cristianismo (si aceptamos llamarle «religión») es en realidad una religión «mesiánica». Otras veces el cambio se produce insensiblemente y llega un día en el que nos encontramos con que ya casi nadie ve las cosas de un modo que había sido común años atrás. Por lo tanto, deviene necesario que todo paradigma nuevo no se afirme negando verdades anteriores, sino encontrando su modo de convivencia con ellas. Y que la nueva conciencia no niegue logros alcanzados, sino que los trascienda, pero integrándolos.

Espiritualidad a gusto del consumidor.

Esa misma posmodernidad en la que estamos, recibe hoy caracterizaciones casi contradictorias, que suscitan la sospecha de estar inconscientemente construidas «a gusto del consumidor». Unas veces la posmodernidad es rechazada como incapaz de toda espiritualidad y otras es la puerta de una nueva espiritualidad. Unas veces el paradigma posmoderno es el triunfo de ese individualismo absoluto que ha cuajado en un relativismo total, fruto de la «era de la postverdad»; mientras que otras veces es caracterizado como un relativismo relativo que debe llevarnos a la superación del individualismo. Todo eso es comprensible porque, en la historia, nada nuevo aparece como ya definitivo, sino siempre envuelto en errores e incompleciones que habrá que ir corrigiendo y perfeccionando. Unas veces la posmodernidad es rechazada como incapaz de toda espiritualidad y otras es la puerta. Y es que los paradigmas no son estáticos ni diáfanos, como unas gafas nuevas, sino dinámicos y borrosos como una primera intuición. Por eso, un paradigma pretendidamente nuevo será sospechoso si esconde datos hirientes de la realidad o prescinde de ellos. Pues bien, recordemos que, según muchos sociólogos, el mayor pecado de hoy no es la maldad, sino la indiferencia. Hemos dicho que, a veces, lo que llamamos novedades son solo «verdades olvidadas» que coexistieron sin problema con rasgos que hoy se consideran superados por el nuevo paradigma. Por ejemplo, como luego diremos, lo que hoy se llama superación del ego, o falsedad del ego, es mucho menos nuevo de lo que se pretende: estaba ya presente en el Sôma Pneumatikón paulino (1Cor 15-44) y, fuera del cristianismo, en místicos sufíes como Ibn Arabí o en el budismo…; es decir, en épocas de paradigma «premoderno». Es el paradigma burgués, antes evocado, el que ha oscurecido esta verdad tan vieja. Y aún otro ejemplo: es innegable que antaño existía una «mentalidad mítica»; pero en esa misma época mítica aparecen sorprendentes formulaciones que hoy servirían para lo mejor del paradigma posmoderno. Bonhoeffer, S. Weil o Etty Hillesum han sido profetas que anticiparon la percepción de la crisis actual y aportaron otros caminos de superación. Aclarado esto, nos parece innegable la nueva forma de conciencia llamada transpersonal o transegoica* que hoy se atisba, como lo mejor de la nueva espiritualidad: Teilhard de Chardin, por un lado, o la teología de la liberación, por otro, habían intuido algo de eso desde otras mentalidades. Por ahí trataremos de movernos nosotros, pero pensando que ese atisbo de lo transpersonal es una tarea más que una realidad ya poseída. El problema puede hallarse en ver hacia dónde nos lleva esa trascendencia o esa salida del yo: si hacia la inconsciencia o hacia la comunidad.

La llamada a la fraternidad: requerimiento de toda espiritualidad

Como todos los paradigmas son relativos, queda por ver hasta qué punto la presunta novedad de un paradigma exige el abandono de todas las intuiciones del paradigma anterior o más bien las completa. Este es un punto fundamental para hablar de Dios, de Jesús y de la salvación. La Biblia, por ejemplo, está escrita en un paradigma premoderno, sin duda. Si esto puede crear dificultades a la hora de leerla, está claro también que muchas veces la Biblia supera ese paradigma con aportaciones que aún están casi por estrenar: que Dios quiere la plenitud y la salvación de todos no es descubrimiento de hoy, aunque pueda haber sido una verdad olvidada o formulada de un modo que ya no es nuestro. También la oferta de Jesús de una cercanía confiada con Dios (llamándole Abbá) que implica la fraternidad con todos los humanos, ha sido dolorosamente una verdad semiolvidada en el cristianismo, que hoy es urgente recuperar en cualquier nuevo paradigma. Algo parecido podría decirse de algunas intuiciones de las otras religiones de la tierra. En este contexto, se ha dicho con acierto que la clave está en no confundir la verdad con nuestra interpretación de ella. Y que lo que entendemos por verdad y el modo como la entendemos dependen del nivel de conciencia en el que cada cual nos encontramos. Siendo esto cierto, tampoco podemos olvidar que cambiar las formas de expresar una verdad no puede ser lo mismo que cambiar esa verdad; y que sería un error identificar acríticamente ese nuevo nivel de conciencia colectiva con el propio modo individual de ver. Por algo recuerda el evangelio que todos tenemos buenos ojos para percibir la inconsciencia de los demás sobre sus propios presupuestos y a lo mejor somos ciegos sobre los nuestros («la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio»). Y sobre todo cuando se trata de Dios, ningún paradigma debe ser excluyente porque la verdad está solo en esa totalidad a la que nunca tenemos acceso, no en nuestra parcialidad ni en nuestras falsas totalizaciones, que son las que muchas veces provocan, como reacción, el relativismo. Cuando se trata de Dios, ningún paradigma debe ser excluyente porque la verdad está solo en esa totalidad a la que nunca tenemos acceso. Si es innegable que está cambiando el marco de comprensión, son también muchos los contenidos que se dan a ese cambio en todo lo que afecta a la visión del hombre y de Dios, a la salvación humana y, por tanto, al significado de Cristo. Pues en esos temas globalizadores es donde la historia evoluciona más dialécticamente, porque dialéctica es la realidad total: una época descubre un rasgo olvidado de la realidad sin pretender negar el rasgo que hasta entonces más se vivía. Pero, a la larga, ese rasgo que se daba por supuesto se va olvidando de tanto insistir en el nuevo rasgo descubierto. Creemos que eso puede describir nuestra hora actual. Los seres humanos estamos constituidos por «interioridad y trascendencia» (si no hacia Dios, al menos hacia fuera de nosotros). Hemos vivido una época de pretensiones

revolucionarias que, al no haberse conseguido (aunque algo hayan aportado), nos hacen caer ahora en la cuenta de que quizá estamos vacíos por dentro. Surge así otra época que busca desesperadamente llenar esa interioridad, al principio sin pretender negar la dimensión trascendente en que vivimos, pero a la larga, de tanto afirmar esa nueva dimensión olvidada, vamos olvidando el dato anterior, que ahora parece obstaculizar la afirmación simple (o simplista) de lo que acabamos de descubrir. La historia de la cristología resulta modélica a la hora de explicar este vaivén dialéctico, al tener que afirmar a la vez la plena humanidad y la plena divinidad de Jesús. A propósito de ella, Pascal enseñó que las herejías no eran tales por aquello que afirmaban, sino por afirmarlo de una manera que no deja espacio a la otra verdad.

Conciencia transegoica: más allá del ego

Hemos dicho que la palabra que mejor define lo mejor del nuevo nivel de conciencia podría ser esta: «transpersonal». No parece muy lejana de la propuesta antes citada de Metz de pasar «más allá de la religión burguesa». Pero sería más matizado hablar de una conciencia «transindividual» porque, como enseñaba E. Mounier, la persona no es simplemente el individuo solo, sino el individuo con los otros (de modo que el ‘trans’ ya parece incluido en lo personal). Pero, más que de una novedad total, se trata aquí de una verdad siempre nueva por siempre olvidada. Casi toda la enseñanza de Buda puede resumirse en esa afirmación de la mentira de nuestro ego. No parece pues que ese paradigma sea tan «nuevo» ni que exija abandonar totalmente y sin más otros paradigmas calificados como míticos y mentales. Seguimos necesitando los mitos porque «dan que pensar» (como decía P. Ricoeur de los símbolos); y lo mental podrá no ser la última dimensión de nuestra existencia, pero no puede ser abandonado si no queremos que lo transracional se nos convierta simplemente en irracional. Los nuevos paradigmas no debemos concebirlos como épocas históricas que pasan y son sustituidas por otras, sino más bien desde esa dialéctica hegeliana inscrita en nuestra realidad, de «tesis, antítesis y síntesis», por la que la conciencia humana parece moverse desde sus inicios. Más que abandonado, lo antiguo debe quedar integrado (y superado) en lo nuevo. Salir del ego no equivale a cerrar los ojos,  sino a abrirlos más  y mejor. Y en nuestros días, en los que se niega la condición de persona a tanta gente, esa propuesta transegoica no será auténtica a menos que se dirija a esas gentes infrapersonalizadas, en vez de apuntar a una especie de globalidad abstracta. De lo contrario, la afirmación de lo transpersonal iría a dar en lo «a-personal» y estaría así colaborando indirecta pero materialmente con la gran afirmación del ego que se da hoy en nuestra cultura y que es causa de la existencia de tantos condenados o excluidos de nuestra historia. Salir del ego no equivale a cerrar los ojos, sino a abrirlos más y mejor.

La mentira del ego y la verdad del yo

Esa conciencia transegoica y la consecuente mentira del ego pueden valer muy bien como formulación moderna del «pecado original»: este es el aferramiento a esa mentira de nuestro ego, de la que no queremos desprendernos. No parece pues necesario esgrimir esa «nueva conciencia» actual como una negación del pecado original, al que se presenta solo en su desastrosa versión agustiniana, demasiado fácil de desacreditar. Si pasamos del campo de la especulación mental al de la experiencia, veremos que creyentes y no creyentes han dado otras versiones del pecado original que aluden a nuestra incapacidad para ser buenos por nuestras propias fuerzas. Por poner un único ejemplo: «el pecado original es evidente», decía el agnóstico M. Horkheimer; para saber lo que es, «basta con mirarse al espejo», dijo un obispo español en Trento. Sin embargo, la verdad suele ser dialéctica y esto vale también para esa nueva conciencia de la mentira del ego. Imaginemos un posible chiste de El Roto: el dibujo muestra a un hombre que está siendo pisoteado, triturado y maltratado. Pasa por ahí un monje, se acerca a él y le dice: «no se preocupe, que su ego es una mentira; de modo que el dolor que siente es una ilusión». Ese ejemplo intenta mostrar que la realidad del sufrimiento desmiente en algún sentido esa supuesta mentira del ego. Se objetará que, de no darse esa mentira, no existiría hoy el sufrimiento. Quizás; pero el hecho es que el sufrimiento existe, ¡y en qué medida! Por tanto, el «pecado del mundo» ya está cometido y actuando, antes incluso de que nuestro ego comience a actuar. Sucede además que, por engañoso que sea, nuestro ego (o mejor dicho: nuestro yo) no es una falsedad total: como criatura e imagen de Dios tiene una validez permanente. Quedarse solo con uno de los dos polos de esa dialéctica (mentira del ego-verdad del yo) lleva a prescindir de la afirmación de un Dios personal, como propia de un paradigma caducado. Dios queda así sustituido por una abstracta y borrosa «totalidad del ser». De Dios hablaremos en el capítulo siguiente. Lo que ahora importa es dejar bien claro que el hombre maltratado y sufriente, y cualquier ser humano, tiene una dignidad que procede de su ser criatura e hijo de Dios y que le constituye en sujeto de derechos. Esto no debe ser negado por más que se afirme la mentira de nuestro ego. Parece pues más exacto reconocer el valor de nuestra propia entidad, pero como un valor «recibido», de modo que en la negación de esta gratuidad y en su pretensión de absolutizarnos («seréis como Dios») es donde radica la mentira de nuestro ego. Los Upanishads indios, tan cercanos a esa afirmación de la mentira del yo, hablan también de que podemos vivir «considerando el propio ego como una astilla que sirve para encender el fuego sagrado». Mentira y astilla del fuego divino; eso somos los humanos. Y eso puede reformularse también, a partir de nuestra experiencia de ser sujetos que es la que más lleva a ese engaño del ego. Es verdad que soy (o tengo algo de) sujeto, pero no soy un sujeto único. Ahí reside la contradicción y la falsedad humanas: creernos únicos. ¿Por qué? Pues porque la subjetividad tiende a objetivarlo todo constituyéndose en única; dado que no podemos experimentar las sensaciones de los otros como experimentamos las nuestras, solo podemos –¡y debemos!– creer, y aceptar, que son como las nuestras. Podemos, pues, afirmar lo siguiente: soy sujeto pero no único; y en el sentirme y comportarme como único radica la mentira radical de mi ego. En este sentido, la necesidad de salvación la plantea ya la multiplicidad de sujetos (presuntamente únicos). Solo la atencion a los demás sufrientes y víctimas, facilita el olvido del ego. Esa contradicción que nos constituye5 permite comprender tanto lo que llamamos pecado original (me creo único queriendo «ser como Dios», Gn 3,28), como la falsa resignación conservadora, que olvida que tenemos una dignidad que nos impide resignarnos. El Vaticano II fue muy preciso al definir la salvación del hombre, no como mero reconocimiento de la mentira de su ego, sino como comunión (LG 1). Y los once primeros capítulos del Génesis describen la entrada del mal en la historia humana como ruptura de la comunión en sus diversas formas: comenzando por la ruptura de la fraternidad (Caín y Abel) y acabando con la ruptura entre los seres humanos (Torre de Babel). Otra vez reencontramos aquí la conciencia transpersonal, pero más como verdad olvidada que como descubrimiento nuevo.

Somos seres divididos

Esa contradicción que acabamos de describir es la que nos constituye como «seres divididos», ya antes de todos los engaños sobre nuestro ego. Hoy se habla más bien de la no dualidad. Pero si esa no dualidad no sabe convivir con nuestra condición de seres divididos, se convierte en el algo tan mítico como el dualismo, por más que pretenda ser expresión de un nuevo paradigma. Lo que el ser humano necesita recuperar hoy es el sentido de la gratuidad, mucho más que el de la no dualidad; porque esa negación de la gratuidad pervierte el progreso humano, sin que valga decir que el miedo al progreso es como una resistencia a los cambios de paradigma. Eso solo sería válido en un mundo ideal como el de un cuento de hadas, pero no para un progreso que ha creado armas nucleares y ha provocado el cambio climático6…

Conclusión No cabe negar que la superación del ego es el camino de la espiritualidad, pero con eso no está dicho todo porque queda la pregunta de hacia dónde o hacia qué o hacia quién se dirige esa salida de sí. El corazón humano es tan sutil que podría quedar fijado en el propio ego, precisamente afirmando su mentira. Por eso creemos que lo que importa es más bien el olvido del ego. Y solo una atención a los demás –a sufrientes y víctimas-sobre todo, facilita ese olvido.

(Continuará)

 

Fuente Cristianisme i Justicia s.j.

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Cristianisme i Justicia: Dios en tiempos líquidos (I).

Viernes, 25 de octubre de 2019
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es215_0Cuaderno número 215

Fecha de publicación:  Septiembre 2019

Toda búsqueda de espiritualidad es un hecho positivo, desde el punto de vista cristiano y humano, pero obliga a un esfuerzo de examen y autocrítica: hay unos elementos ineludibles de la teología cristiana que no pueden pasarse por alto, entre ellos el hecho de construirse desde los “últimos” de este mundo. Es a este debate el que quiere contribuir este cuaderno, fruto de la reflexión de todo un curso del seminario teológico de Cristianisme i Justícia.

UN PUNTO DE PARTIDA: LA FE NACE DE UN GRITO

–¿Qué te ha pasado en la mano?

Hacía ya un tiempo que conocía a Nasser. Siempre me había fijado en su mano, pero hasta ahora no me había atrevido a preguntarle nada. Una profunda cicatriz entre la base del dedo gordo y la muñeca. Parece como si le faltara un trozo de carne.

–¿Esto? –me contesta–. Un trozo de mi mano quedó en la valla.

Silencio. Nos miramos a los ojos. Paseamos. Y poco a poco va relatando su historia que generará mis preguntas.

Abandonó su país natal, allá en el África subsahariana porque no tenía futuro. Atravesó el desierto, como pudo. Llegó junto a la valla que separa África de España. Allí estuvo un tiempo. Esperando, durmiendo al raso, calentándose con otros compañeros que había ido conociendo en el viaje o al llegar al campamento. Hasta que una noche alguien dio el aviso. Era el momento. Salieron en silencio. Todos corriendo. Como pudieron subieron la valla.

–Muchos no lo consiguieron –me dice–. Yo sí, pero dejé allí un trozo de mano y mucha sangre.

Tenía trece años cuando saltó la valla. Luego, todo debería ser más fácil. Pero no siempre lo es. Atravesó el estrecho. Ese trozo de agua que separa el continente africano de España. Sus ojos se hundían en la inmensidad de ese mar que se había comido tantas vidas y tantas esperanzas.

–Yo miraba al fondo. Intentaba encontrar a mi familia muerta, a los amigos que se tragó el mar.

Pero no solo miraba abajo. También alzó su mirada al cielo. Buscando a ese Dios suyo, intentando encontrar respuestas en él.

Nos despedimos con un abrazo, como tantas otras veces desde que nos conocimos. Yo regreso a casa. El corazón me late más fuerte. Poco antes había estado en una charla sobre la fe. Mis seguridades se convierten ahora en preguntas… Las respuestas solo pueden estar en Nasser y en su vida. Y también en la mía.

Recuerdo cómo la fe nació de la repuesta a la petición de un Dios que había oído el grito de su pueblo y al que había que liberar. Recuerdo el grito de Jesús desamparado en la cruz y resucitado por Dios.

Recuerdo sus historias, sus narraciones desde la vida, de Él que es el rostro de la misericordia. Una misericordia solo explicable desde su proyecto de reino de Dios y desde la centralidad de los pobres.

Me miro entonces a mí, miro a mi alrededor. Miro la religión que estamos construyendo, olvidando a veces nuestro origen, olvidando las preguntas importantes, construyendo una religión burguesa que no sé si tiene mucho que ver con el Dios de Jesús de Nazaret. Quizá sería bueno escribir algo que responda a esta situación actual, para no perder el horizonte y el camino presente.

¿Qué es la salvación? No sé si para Nasser y para mí es lo mismo. En ocasiones, yo la pongo en mi persona, en mi plenitud. Él la pone en su comunidad, en su familia.

Pero creo que él acierta más. No puedo hablar de salvación sin hablar de la salvación de Nasser.

¿En qué Dios creo? Nasser levantaba sus ojos al cielo generando preguntas. Yo…, parece que me he olvidado del misterio y que tengo respuestas para todo. Pero, ante su historia, me quedo vacío. Ya sé que la respuesta es decir que Dios está ahí. Pero yo no estoy ahí. Y cuando me acerco me encuentro sin Dios, cuando ese es su sitio.

Tal vez, le he sacado de su sitio y por eso no acabo de encontrarlo, y, por eso, me creo un dios a mi imagen y semejanza.

¿En qué Cristo creo? Lo he descontextualizado tanto, he espiritualizado tanto su mensaje que ya me olvido de quién es. Y cuando me encuentro con Nasser, representante de Cristo, me encuentro desnudo. Hay que plantear esta pregunta para recuperar al Cristo de la fe, a aquel que era tan humano que solo podía ser hijo de Dios.

Y en consecuencia, ¿qué Iglesia construyo? En función del Dios en quien crea, del Cristo al que siga, de la salvación que espere, será mi iglesia. ¿Ubicada en su ser, o alejada de su realidad? ¿Preocupada más de su pose y su imagen que de su esencia verdadera?

(Relato basado en hechos reales)

INTRODUCCIÓN: UNA ESPIRITUALIDAD SITUADA

DESDE LAS VÍCTIMAS

Todo pensar –también el teológico– es un pensar situado. La pertinencia de las respuestas siempre depende del «lugar» donde provienen las preguntas. Reflexionar sobre Dios, la salvación o la espiritualidad en la cultura posmoderna exige detenerse previamente en el sujeto que hace la pregunta: ¿quiénes preguntan hoy por las cuestiones trascendentes que dan título a este cuaderno? Porque no basta con afirmar el innegable revival de la religión en nuestra sociedad secularizada para lanzarse a una actualización teológica siempre necesaria,  sino que es vital reconocer el origen de la demanda para no caer en discursos tan sabidos como irrelevantes.

Las preguntas del sufrimiento no son las mismas que las preguntas de la insatisfacción. La víctima y el insatisfecho no reclaman la misma respuesta por más que ambos parezcan coincidir, al menos nominalmente, en la búsqueda de Dios, de salvación o de espiritualidad. Por eso hemos querido comenzar este cuaderno recopilatorio con el testimonio de Nasser, para anclar nuestras reflexiones en el humus del grito que reclama la respuesta urgente e inapelable de la salvación, y no en la queja descontenta de quienes pueden conformarse con el consuelo de la terapia.

En poco tiempo han aparecido entre nosotros corrientes cada vez más intensas de busca de espiritualidad.

Esa búsqueda puede ser fruto, en buena parte, del vacío y la falta de sentido que ofrece la sociedad de consumo y del cansancio, así como de la decepción ante las promesas de las pasadas revoluciones. Es una búsqueda que trasciende las fronteras de creyente o no creyente, y mantiene una relación dialéctica con las religiones: si, por un lado, molesta todo lo dogmático e institucional de ellas; por otro lado, se va descubriendo poco a poco que en muchas de ellas hay una espiritualidad común que está más allá de dogmas y verdades, por importantes que estas parezcan.

Esa espiritualidad común nos parece que cabe en tres búsquedas: la profundidad, la salida de uno mismo (o de la terna: placer-tener-poder) y la comunión (con los demás y con la naturaleza).

Toda busca de espiritualidad es un dato positivo, desde el punto de vista cristiano y humano –por más que pueda descolocar a algunos–, pero obliga a un sano afán de examen y autocrítica,

pues, desde una óptica radicalmente cristiana, la complejidad y la enfermedad del corazón humano (cfr. Jer 17,9) es tal que puede llevarle a convertir la misma espiritualidad en el último recurso que inventa el hombre para eludir a un Dios que es el Dios de los pobres, de los oprimidos y de los crucificados.

El ser humano, buscando escapar de la sequedad y esterilidad de nuestro mundo material y tecnológico, puede buscar refugio en una espiritualidad narcisista que le protege de un Dios que le interpela constantemente por el bienestar de su hermano sufriente.

Por eso, hace ya una generación, cuando, ante el paradigma dominante de la secularidad, algunos avisaban de la necesidad de un retorno a lo sagrado, publicamos otro Manifiesto en el que afirmábamos que «si la secularidad amenaza con perder de vista a Dios, el retorno a lo sagrado amenaza con falsificar al Dios verdadero» … Y que «el cristianismo no es compatible con una evasión espiritualista que busca refugio en un “sagrado” trascendente».

En el mismo sentido, y con formulación más laica, cabe citar los magníficos versos de Gabriel Celaya, que antaño popularizó Paco Ibáñez:

Poesía para el pobre,

poesía necesaria

como el pan de cada día,

como el aire que exigimos

trece veces por minuto.

Pero a continuación añadía: «maldigo la poesía del que no toma partido…».

Igualmente, ahora cabría decir: maldigo la espiritualidad del que no toma partido. Por eso, las nuevas, y comprensibles, búsquedas de «espiritualidad» deben ser sometidas a un «discernimiento de espíritus»: ¿qué Dios y qué salvación reclaman los hombres y mujeres espirituales de nuestro siglo xxi?, ¿qué respuestas se están ofreciendo desde ámbitos religiosos y seculares?, ¿son todas las ofertas compatibles con la construcción de un mundo más fraterno, justo e igualitario?

Fuente Cristianisme i Justicia s.j.

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Testimonio

Martes, 27 de agosto de 2019
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San Mateo refiere esta promesa de Jesús: «Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20). Aquí no hemos de pensar sólo en la asamblea litúrgica, sino en toda situación en la que dos o más cristianos están unidos en el Espíritu, en la caridad de Jesús. Y tampoco hemos de pensar sólo en la simple omnipresencia del Cristo resucitado en todo el cosmos.

Escribe un exégeta de nuestros días: «Mateo piensa en una presencia “personalizada”. Jesús está presente como crucificado resucitado, es decir, en la apertura de donación total vivida en la cruz, donde él, con toda su humanidad, se abre a la acción divinizante del Padre y se entrega totalmente a nosotros, comunicándonos su espíritu, el Espíritu Santo. La presencia del Resucitado no es, pues, una presencia estática, un estar-aquí y nada más, sino una presencia relacional, una presencia que reúne y unifica y que, en consecuencia, espera nuestra respuesta, la fe.

Brevemente, la proximidad de Cristo reúne a “los hijos de Dios dispersos” para hacer de ellos la Iglesia». Desde la alianza sellada en el Sinaí con Israel, Yahvé se revela como el que interviene eficazmente en la historia. El liberó a los hebreos de la esclavitud de Egipto, hizo de ellos su pueblo. «Yo estoy en medio de vosotros», es la palabra que identifica la primera alianza: una presencia que protege, guía, consuela y castiga…

Con la llegada del Nuevo Testamento, esta presencia adquiere una densidad especial y nueva. La promesa de la presencia definitiva de Dios, o sea, la promesa ae la Alianza definitiva, halla su cumplimiento en la resurrección de Jesús. En la comunidad cristiana, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, es «el salvador de su Cuerpo», la Iglesia (cf. Ef 5,23). Presente en medio de los suyos, él convoca y reúne no sólo a Israel, sino a toda la humanidad [cf. Mt 28,19-20). Vivir con Jesús «en medio», según la promesa de Mt 1 8,20, significa actualizar desde ahora el designio de Dios sobre toda la historia de la humanidad. Pero ¿cómo hacer visible la presencia permanente del Resucitado?

Cuando, tras la caída del Muro de Berlín, se reunió la primera asamblea especial del Sínodo de Obispos para Europa y se preguntó sobre la nueva evangelización del continente, un religioso húngaro subrayó que la única Biblia que leen los llamados «alejados» es la vida de los cristianos. Y podríamos añadir: somos nosotros, es nuestra vida, la única eucaristía de la que se alimenta el mundo no cristiano. Por la gracia del bautismo, y especialmente por la eucaristía, estamos injertados en Cristo, pero es en la fraternidad vivida donde la presencia de Jesús en la Iglesia se manifiesta y resulta operante en la existencia cotidiana.

En el silencio, dos o tres creyentes pueden testimoniar en el amor recíproco lo que constituye su identidad profunda: ser Iglesia en la atención a los débiles, en la corrección fraterna, en la oración en unidad, en el perdón sin límites.

*

F. X. Nguyen Van Thuan,
Testigos de esperanza,
Ciudad Nueva 52001, pp. 155-157.

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Imagen Cerezo Barredo

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“Al atardecer llegó con los doce”, por Dolores Aleixandre

Sábado, 20 de abril de 2019
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Un bello texto de su blog Un grano de Mostaza para meditar en silencio ante el Cristo yacente recordando cómo hemos llegado hasta aquí… Es nuestro amigo quien está ahí… el que nos arrebataron… porque le  dejamos marchar solo a pesar de que Él no nos abandonó… es el que esperamos que vuelva tras esta noche de tiniebla, de dolor, de muerte…

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En el relato de Marcos sobre los preparativos de la cena pascual, hay un significativo desplazamiento de lenguaje. El texto comienza diciendo: «El primer día de los ázimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, le dicen los discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?… » (Mc 14,12). Sin embargo, cuando es Jesús quien da las instrucciones para el dueño de la casa, habla de «cenar con mis discípulos», desaparecen las alusiones a lo litúrgico y no hay ya ni una palabra sobre ázimos, cordero, hierbas amargas, oraciones o textos bíblicos: solo pan y vino, lo esencial en una comida familiar.

Quiere cenar con los suyos y para eso necesitan encontrar una sala en la que haya espacio para estar juntos: ese es el único objetivo que permanece y que Lucas subraya aún con más fuerza « ¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta Pascua!» (Lc 22, 15). El «con vosotros» es más intenso que la conmemoración del pasado, lo ritual deja paso a los gestos elementales que se hacen entre amigos: compartir el pan, beber de la misma copa, disfrutar de la mutua intimidad, entrar en el ámbito de las confidencias.

Su relación con ellos venía de lejos: llevaban largo tiempo caminando, descansando y comiendo juntos, compartiendo alegrías y rechazos, hablando de las cosas del Reino. Él buscaba su compañía, excepto cuando se marchaba solo a orar: había en él una atracción poderosa hacia la soledad y a la vez una necesidad irresistible de contar con los suyos como amigos y confidentes.

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Al principio ellos creyeron merecerlo: al fin y al cabo lo habían dejado todo para seguirle y se sentían orgullosos de haber dado aquel paso; les parecía natural que el Maestro tomara partido por ellos, como cuando los acusaron de coger espigas en sábado y él los defendió (Mc 2,23-27); o cuando el mar en tempestad casi hundía su barca y él le ordenó enmudecer (Mc 4,35-41); o cuando volvieron exhaustos de recorrer las aldeas y se los llevó a un lugar solitario para que descansaran (Mc 6,30-31).

Sin embargo, las cosas que él decía y las conductas insólitas que esperaba de ellos les resultaban ajenas a su manera de pensar y de sentir, a sus deseos, ambiciones y discordias y una distancia en apariencia insalvable se iba creando entre ellos: le sentían a veces como un extraño venido de un país lejano que les hablaba en un lenguaje incomprensible.

Pero aunque ninguno de ellos se sentía capaz de salvar aquella distancia, Jesús encontraba siempre la manera de hacerlo. El día en que admiró la fe de los que descolgaron por el tejado al paralítico (Mc 2,5), estaba en el fondo reconociéndose a sí mismo: también él removía obstáculos con tal de no estar separado de los suyos y nada le impedía seguir contando con su presencia y con su compañía, como si los necesitara hasta para respirar.

Ellos se comportaban tal y como eran, más ocupados en sus pequeñas rencillas de poder que en escucharle, más interesados en lo inmediato que en acoger sus palabras, torpes de corazón a la hora de entenderlas. Pero él se había ido inmunizando contra la decepción: los quería tal como eran sin poderlo remediar, los disculpaba, seguía confiando en ellos.

« Todos vais a tropezar, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño» (Mc 14,27), dijo durante la cena. No habló de culpa, ni de abandono, ni de traición: eran amigos frágiles que tropezaban y no se puede culpar a un rebaño desorientado cuando se dispersa y se pierde. Sabía que iban a abandonarle pronto y que, si no habían sido capaces de comprenderle cuando les hablaba de sufrimiento y de muerte, tampoco lo serían para afrontarlo a su lado, pero sobre sus hombros no pesaba carga alguna de reproches o de recriminaciones. Libre de toda exigencia de que correspondieran a su amor, estaba seguro de que, lo mismo que su abandono en el Padre le daría fuerza para enfrentar su hora, aquel extraño apego que sentía por los suyos sería más fuerte que su decepción por su torpeza.

Y seguiría considerándolos amigos, también cuando uno de ellos llegara al huerto para entregarle con un beso.

Fuente Religión Digital

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Soledad de los abandonados Sábado Santo: El Cristo de la Soledad

Sábado, 20 de abril de 2019
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Con todos los solitarios, abandonados del mundo

En esta Semana Santa se han alzado y han desfilado por iglesias y calles muchas imágenes de Cristo y de su Madre. La más impresionante acaba siendo la imagen y cofradía de la soledad, pues de ella somos todos, queramos o no, hombres y mujeres solitarios, al fin solos, ante Dios y ante la muerte, ante nosotros mismos.

   Solitarios con Jesús, ante la vida, ante el amor, ante la muerte. Eso es lo que somos. Soledad al fin, pero soledad acompañada por Jesús, el Solitario de Dios y de los hombres.

Soledad de soledades, todo es soledad 

Hay una soledad primera de impotencia o miedo,propia de personas con dificultades afectivas y/o psicológicas y familiares, soledad de los abandonados a sí mismo,  como el Cristo que grita desde la Cruz “Dios mío ¿por qué me has abandonado?” y así muere solo, en el silencio de la tarde oscura.

Hay una soledad segunda, de marginados y crucificados,de aquellos que no pueden compartir la vida con los otros, porque les rechazan, por razones económicas, sociales…  (por raza, por clase social o por emigración).  Es la soledad de los que emigran por todos los caminos sin camino, pues no llevan a ninguna parte, acabando así ante muros cerrados, ante vallas encendidas de muerte, rechazados por ricos  que se encuentran todavía más solos detrás de los muros que han alzado, porque tienen miedo de sí mismos y miedo de los otros.

Hay una soledad tercera, propia de personas que se aíslan en su propio autismo, por culpa propia o por culpa de los otros, por rechazo afectivo, por envidia y egoísmo personal o por enfermedad… pues la enfermedad suprema es la de estar solos, con sus propias máquinas de miedo y diversión desnuda entre las manos, sin un trozo de pan de amor propio o de amor ajeno alimentarse…

Y está al fin, en el centro de todas, este sábado Santo, sábado de soledad, la Soledad del Cristo de Dios, que es el Cristo de todas las soledades… Hoy quedamos ante él y con en silencio. Como meditación en el silencio quiero ir desgranando unas palabras… Queden aquí los que entiendan con Jesús de soledades, y los que no entiendan, que somos la mayoría. Sigan leyendo los que a pesar de todo pueden y quieren seguir pensando.

Jesús, experto en soledades. La agonía de la soledad

La soledad de Jesús fue ante todo una soledad agónica, la agonía de un hombre que quiso ser presencia y compañía de Dios para todos, y que al fin quedó a solas en la cruz, ante su Dios y ante su amor, que era los hombres, como declara el Evangelio de Juan, cuando empieza diciendo que vino a los suyos y los suyos no le recibieron (Jn 1, 11‒13).

       Fue llamando a muchas puertas, y todas al fin se cerraron ante su llamada. Y por eso le sacaron fuera de la ciudad, para condenarle a la muerte más solitaria de todas, en una cruz, con otros dos condenados… sin más compañía que una mujeres mirándole a lo lejos, desnudo, totalmente desnudo, porque habían subastado sus ropas, para que le vieran así, el hombre del amor frustrado.

Esta fue una soledad agónica, es decir, de agonía, que significa lucha, agôn, entrega de la vida por un amor más alto, pasión de amor abierto hacia todos. La soledad más profunda implica siempre un tipo de esfuerzo,  de purificación, de vencimiento radical de sí mismo, de ofrenda de la vida en manos del misterio de Dios y de los otros. Es una soledad para la compañía. Una soledad en la manos de Dios, para así compartirlo todo y morir amor con otros.

       Y en soledad de amor murió Jesús, dándolo todo, dándose del toro, en manos de Dios que son las manos de los hombres, aguardando una respuesta de amor… Pero en el trance final de la Calavera Dios quedó callado, y callados los hombres, que no respondieron a su amor, y le dejaron como nació, desnudo, pero desnudo para morir, clavado a la cruz de su propia soledad, con unas mujeres llorando a lo lejos por su amor abandonado. , brota un lugar para el encuentro de Dios como Señor que resucita, como todo en todos

Todo empezó al fin en el Huerto de la Soledad  

greco200 Tenía que haber sido huerto de amor con los suyos, bajo la sombra amorosa de los grandes olivos… Pero el huerto se convirtió en soledad, con un ángel que logró ver el Greco, pero que Jesús no veía.

En el momento clave de su despedida, en la noche de sus bodas, Jesús entró en el huerto de la prensa del olivo (Getsemaní), para ser allí prensado por el abandono de todos. Necesitaba compañía y la pide a los amigos. En unión con ellos se sitúa ante el misterio: «Abba, Padre, tú lo puedes todo; aparte de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad sino la tuya» (Me 14, 36 y par). Ruega con dolor, con lágrimas de sangre, como añade el evangelio de Lucas, en una glosa muy significativa (Le 22, 43-44), pero nadie le responde; sus amigos duermen, Dios está callado.

       Vuelve pidiendo ayuda a los suyos y los encuentra más dormidos que antes, por el peso de la tristeza y la impotencia, quizá por miedo, cada uno con su sueño baldío, a la sombre de noche de los viejos olivos. Y Jesús de nuevo en la oración, absoluta­mente solo, sin ningún apoyo humano, sin recuerdo ni belleza en que fundarse. Pide compañía y no la obtiene, quiere llenar su soledad de amor y no le atienden. El Dios a quien invoca como Padre no le saca de la prueba, sino que le introduce más profundamente en ella, como sosteniéndole en la marcha de la muerte. En ese contexto se entiende la palabra clave de la Cruz: «¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Me 15, 34).

No podemos comprender esta soledad abandonada de Jesús, a quien todos condenan, a excepción de unas mujeres que miran de lejos, y así le acompañan en el alma, pero en soledad… mientras destruyen su vida los que hacen guardia de muerte ante su cruz de moribundo. Pues bien, en un sentido, debemos añadir que tampoco Jesús, Hijo de Dios, entiende en un primer nivel su soledad y por eso pregunta a Dios: ¿Por qué me has abandonado?

Evidentemente, en un sentido, Dios le ha dejado sólo, pues parece que no cumple su promesa de Reino, de tal forma que él (Jesús) tiene que morir sin haber logrado (en un sentido externo) aquello que Dios le había prometido en el bautismo, al decirle “tú eres mi Hijo el predilecto”. Y así, como predilecto de Dios muere, abandonado al parecer del mismo Dios, gritando desde la cruz (¿por qué me has abandonado?), abandonado de todos, con la pura mirada de unas queridas mujeres… que son el amor de Dios que le mira y acompaña.

En ese camino de soledades, mientras pregunta a Dios, en la Vía Dolorosa que va del Huerto de la Prensa de los los Olivos a la Cruz del Calvario, sobre el monte de la “calavera desnuda” (que eso significa Calvario, una “calva” de Dios en la tierra), Jesús va descubriendo que ese abandono y soledad pertenece al camino que Dios le ha encomendado, para al anunciar el Reino a los pobres y expulsados, a todos los solitarios y crucificados de la historia. Jesús ha muerto al fin como él mismo lo había buscado en el fondo, como mueren los rechazados de la tierra.

Soledad de abandonado: «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?»

Detalle

           La tradición de Mc 15, 37 y Mt 27, 46 dice que Jesús murió así, dando un gran grito de soledad final y de protesta‒llamada de amor, que los evangelistas interpretaron con las palabras de Sal 22, 2 como invocación y pregunta dirigida a Dios (¿por qué me has abandonado?). Ésta es la cuestión final de la Semana Santa: ¿A quién llamó Jesús cuando moría? ¿Con quién dialogó, presentándole su angustia?

Muchos exegetas han supuesto que el grito de fondo de Jesús y las interpretaciones posteriores han sido una creación de la iglesia (pues los crucificados mueren por asfixia y no pueden gritar), añadiendo que todo el pasaje ha sido una construcción simbólica para vincular la muerte de Jesús con el fin del mundo (así escuchamos voces en Ap 4, 1; 5, 2; 8, 13 etc.; cf. también Mc 1, 11).

En contra de eso, debemos afirmar que el recuerdo de ese grito evoca un hecho histórico, es decir, la última gran voz de Jesús, pidiendo amor a Dios y a los hombres, porque al decir Dios mío Jesús está diciendo: Mis amigos todos ¿por qué me habéis abandonado?

‒ Jesús llama a Elías, es decir, nos llama a nosotros desde su soledad. La pregunta clave es a quién llama Jesús desde su soledad, a Dios o a sus amigos, simbolizados todos por Elías. Esta empieza siendo una pregunta filológica. Jesús dice algo así como Elohi,   (que sería mi Dios, en arameo) o como Eli (mi Dios, en hebreo o en arameo hebraizado). Significativamente, ambas palabras pueden entenderse como Elías (Eliya), que significa Dios, que significa todos mis amigos…

 historia jesús 45   A todos sus amigos llama Jesús desde la cruz, nos llama a todos, preguntando por qué le hemos abandonamos, por qué abandonamos en manos de la muerte (o matamos) a todos los condenados de  Auschwitz o de los campos de concentración y cruz de la tierra entera, a los niños hambrientos, a los encerrados tras los muros de la tierra entera.

– Pero, llamando a sus amigos, a todos nosotros, Jesús llama a Dios,que es el Dios de todos, gritándole desde el Calvario. Está culminando el tiempo de su vida, y ahora parece que Dios ha desviado el rostro, dejando así en abandono y dolor al Cristo agonizante que le invoca. El pretendido Cristo” que así grita no podía ser Hijo de Dios (como habían dicho los sacerdotes de Mt 27, 40). Ciertamente, no ese ese Hijo de Dios en potencia de muerte, sino el Hijo de Dios verdadero, el que hace suyo el camino de muerte de la historia de los pobres, gritando desde la Cruz a Dios, es decir, a todos los hombres.

‒ ¿Por qué me has abandonado? (Mt 27, 46) El grito de Jesús es una llamada al Dios que puede liberarle de la muerte o, mejor dicho, explicarle el “por qué” de esa muerte. Entendido así, ese grito constituye una confesión de fe, en la línea del Sal 22, 2, que Jesús está citado. La palabra “por qué” (con,, lemá,  transcripción griega del arameo lema’,   que el texto griego traduce por  inatí,  puede tener dos sentidos: (a) Esa palabra puede insistir en el abandono en cuanto tal, sin más razones: ¿cómo puede Dios abandonar a su enviado? (b) Pero ella puede preguntar, más bien, por la razón del abandono: ¿por qué causa, con qué fin le ha desamparado Dios?

Esta pregunta ha de entenderse a la luz de la acusación y condena de los transeúntes, sacerdotes y bandidos de Mt 27, 38-44, que no preguntaban “por qué”, ni razonaban, sino que simplemente condenaban a Jesús, sin ningún tipo de justificación. Ahora, Jesús recoge la acusación de sus enemigos y, de esa forma, desde su situación de mesías externamente fracasado, pregunta a Dios: ¿Por qué?

       Sin duda, la “culpa” inmediata la tienen los sacerdotes que le han acusado, y Pilato que le ha condenado a muerte. Pero la “causa” o razón última de su muerte en cruz es Dios. Por eso le pregunta en arameo transliterado en griego ¿por qué  sabakhthani, en  hebreo ‘azabtani,  me has abandonado? No rechaza ni condena a Dios (pero tampoco se condena a sí mismo, diciendo ¡he pecado!), sino que pregunta… elevando su pregunta a todos los que abandonan a los otros.  Leer más…

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Navidad ¿qué va a cambiar?

Martes, 25 de diciembre de 2018
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¡Una vez más: NAVIDAD!

¿Qué va a cambiar?

Nada, excepto tú.

Hazte luz y verás la Luz …

Todo está ahí.

No busques en otra parte el significado de este  acontecimiento-advenimiento.

La humanidad fraterna de Jesús lleva el día que tiene que levantarse en ti.

El Dios vivo vuelve a ponerse en tus manos.

Por tí, para crear con Dios y a  su imagen, un mundo de alegría, luz, belleza.

*

Maurice Zundel

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El sentido de la fiesta navideña es la Palabra, de la que el himno de Juan (cf. Jn 1) dice que al principio estaba ¡unto a Dios. De esta Palabra se dice también que se hizo carne y habitó entre nosotros.

        Este es el acontecimiento que celebramos cada año en Navidad: Dios ha venido a nosotros. El nos quita la falta de sentido y las monótonas repeticiones de nuestra vida cotidiana. El mismo es el sentido que da contenido a nuestra vida.

        Estamos acostumbrados a traducir así la primera frase del evangelio de Juan: «En el principio ya existía la Palabra». Pero el término griego logos que se encuentra en nuestro texto, es mucho más amplio. Logos no connota tanto a la pura palabra sino más bien el sentido que viene expresado mediante la palabra. En logos, sentido y palabra son inseparables: el sentido, pues, que captamos en cualquier acontecimiento, supera siempre el episodio concreto que puede ser expresado solamente con palabras. Si uno dice: «Te deseo muchas felicidades» o «Feliz Navidad», no se dirige cordialmente a otro solamente en este momento, sino que con estas palabras expresa algo que trasciende el momento. Así cada sentido supera el momento y el concreto evento en que se produce el encuentro.

        Cuando en Navidad oímos decir: «Nos ha nacido un niño», pensamos en el Niño del pesebre y en todos los demás niños, si bien diferenciándolo de todos, porque él no ha nacido sólo para sus padres, sino también para todos nosotros. También así el sentido del acontecimiento supera siempre el episodio particular, a través del cual ha entrado en nuestra vida. Quien ve sólo lo que tiene ante los ojos no capta el sentido, ni el de la Navidad ni el de la vida en general. El sentido, es decir, la profundidad de la realidad que constituye su contenido. Y porque el sentido de cada acontecimiento trasciende lo que está ante los ojos, para captarlo tenemos necesidad de la palabra.

        Si ahora decimos que: «En el principio era el Sentido», queremos expresar que en el principio era lo que da contenido y significado a toda vida. Ésta es la profundidad de la realidad, de la que se habla cuando se usa la Palabra de Dios. Este sentido último, que confiere contenido y significado a cualquier otro evento, ha sido participado al mundo en el acontecimiento de Navidad.

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W. Pannenberg,
Presencia de Dios,
Brescia 1974, 119-120).

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“Madres y padres del planeta”, por Magdalena Bennásar.

Viernes, 16 de noviembre de 2018
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mundo-en-la-caraEstamos viviendo un momento de mucha trascendencia para el futuro del planeta, nuestro hogar, y como consecuencia para el presente-futuro de millones de personas ya ahora y sobre todo para las generaciones futuras.

¿Qué planeta encontramos los que tenemos más de 40 años? Recuerdo como mi padre, recién jubilado, se dedicaba en Pto Colom, Mallorca -donde teníamos casa de verano que se convirtió en su residencia habitual hasta que murió- se dedicaba en su barquita a pescar auténticas delicias y a coger cangrejos, otra delicia que cuidadosamente guardaban para el sábado y domingo donde habitualmente íbamos apareciendo.

El mar estaba limpio, los plásticos se doblaban cuidadosamente y guardaban para reusar. No se tiraba comida, no se salía a comer fuera más que para grandes celebraciones, y algo que me parece precioso, se recogía el agua de lluvia en un sistema de tejado preparado para ello, el agua, iba a una cisterna de uso exclusivamente potable.

Echo de menos aquellos cangrejos ¡pobres! y también aquella fruta del árbol de los tíos que también en su jubilación cuidaban y compartían.

Y el mar tenía algas, en cantidad, y las rocas tenían hierba y erizos y… y los niños y las niñas disfrutábamos de aquella naturaleza viva y hermosa. Y sí, a la playa los jóvenes no íbamos en coche o en yate, íbamos en bici o remando, y no hacía falta ir al gimnasio porque todo el día te movías, me refiero en vacaciones o fines de semana.

Estoy segura que cada una recuerda su infancia y juventud, la de excursiones por parajes indescriptibles con vegetación y animales maravillosos. Ya veis por donde voy, no paréis vuestra mente… dejadla recordar lo bello. Y lo sencillo. Eso queremos para nuestros hijos y nietos y biznietos.

Pero nuestros hijos y sus hijos tendrán que luchar con una realidad distinta, prácticamente varias ya generaciones desde la universidad dedican un montón de energía y creatividad para investigar como limpiar lo que nuestra generación ha destruido en unos pocos años. Miles de años para formarse un fondo marino con unos grados de acidez, temperatura y salubridad concreta, maravillosamente lograda a través de procesos imperceptibles, milagros continuos del Planeta, cuna, casa de todos.

Esa precisa temperatura del agua para que todo el sistema ecológico delicadísimo acoja y nutra la multiplicidad de vida. Hoy las mentes más brillantes, en lugar de investigar para erradicar enfermedades, tienen que descubrir como liberar esa maravilla de la manta de plásticos y polución que los cubre ahogando la vida, cambiando así el hábitat.

Estas mentes están hoy completamente involucradas en limpiar nuestra inconsciencia y egoísmo.

Recibía ayer unas fotos desoladoras del Yosemite Park en California. Hace 17 años estuve ahí cuando trabajaba cerca, y aquello era indescriptiblemente maravilloso, hoy sigue siendo precioso, pero resulta que se ha secado el río y por supuesto las cataratas cuyas cascadas eran las más altas de América del Norte y las quintas más altas del mundo. Hoy están secas. (????)

“Padre-Madre, que te conozcan” ¡Cómo entiendo la oración de Jesús, su deseo, su necesidad, sus ganas de compartir la experiencia de amor que él vive, que él siente y que le posibilita vivir distinto!

Jesús consigue un cambio en unos pocos, que aún pervive y es la historia más cautivadora que conocemos. No es un dios de la mitología, con poderes. Es un joven, un hombre, que ante lo que no le gusta, porque le duele en el alma la injusticia, la falsa religiosidad, se pone a dialogar con su padre-madre. Así de normal, humano es nuestro Dios, tanto que le llamamos Hijo de Dios.

En plena naturaleza, en contacto con el monte y el mar, Jesús desarrolla su alma contemplativa y de esa oración unificada: su Padre-Dios, sus montes, los campos y sobre todo su querido mar, brotan sus metáforas para explicar a los que tienen sed de un mundo más justo y de Amor, lo que él ya está viviendo. Ese mar hoy tumba de tantos.

“Padre, que te conozcan”. Y a partir de él, algo ocurre entre Dios y nosotros. A partir de esa relación cordial (de corazón a corazón) con el Abba nace en nosotras la capacidad de crecer y madurar y “ser” hijas e hijos, de la familia, de la comunidad. Es la comunidad cristiana porque por nuestras venas corre la sangre de Cristo. Si viéramos la oración como la circulación veríamos como el corazón (que es él) bombea, con cada latido, Vida y se expande por todo el cuerpo, en cada célula…y da vida y tú y yo vivimos con amor, con mimo, cuando acogemos su latido.

¡Padre, que te conozcan! Porque si te conocen tendrán vida y la recrearán continuamente. ¿Cómo? ¿Qué es lo que se recreará? La Tierra, la Vida, la Comunidad.

Los científicos afirman que con meditación se produce un cambio incluso físico del cerebro humano. Imaginemos que a esta meditación silenciosa la seguimos con un espacio de “diálogo, personal, íntimo con el Abba que me conoce, que me confía la Vida y lo sé por su Palabra, pronunciada sobre mí en el mismo momento que la acojo en mi silencio y en mi pobreza.

El Dios bíblico, el Dios de Jesús, no es silencioso, es el Dios de la Palabra. Por eso el mandamiento judío por antonomasia es “Shemá Israel” “Escucha hijo mío-pueblo mío”.

El silencio es un regalo de Dios a la persona para que consiga escuchar, porque ahí radica la posibilidad de conocer y con el roce, de amar, y así, actuar desde ese conocimiento mutuo.

El silencio es difícil cuando no se quiere oír, cuando lo que se quiere es ser escuchado, ser importante, ser el centro… Cuando el centro va siendo Dios, el Planeta, las hermanas…se hace silencio en el corazón porque necesitamos oír.

Si le conociéramos no destruiríamos nada. Pisaríamos el planeta con pisada mínima, sin aplastar nada ni a nadie. La pisada es también la palabra bien o mal intencionada.

Y cuando un grupo de mujeres y hombres “Escuchan” empezamos a “conocer” y me atrevo a decir a “recrear”. Todo nace de nuevo porque le damos otra oportunidad. Todo se unifica y surge en nosotros ese deseo enorme de ser Uno con todo y con todos.

¿Por qué? Porque cuando “conoces” se produce el milagro. La bondad, el respeto, la alegría, la justicia brota y da vida.

Y mientras el templo viejo y falso se está desmoronando, un grupo de itinerantes alrededor de Jesús forman algo nuevo.

Me emociona ver que algo de esto estoy viviendo hoy con un grupo de unas 15 personas, todas españolas todavía, que ante un carisma de “conocerle y crear la paz y la unidad con el todo” nos hemos reunido en red para formar esa comunidad de hombres y mujeres de “Shemá”. Con los pies en el suelo y el corazón abierto iniciamos un proceso, un itinerario de compartir vida y susurro de Dios, e ir viendo, tal vez no es llegar a ningún sitio, sino disfrutar del camino juntos.

Creo que como el grupo original de Jesús somos gente de bien, normal y estamos en la tarea de recuperar el planeta, de recuperar las relaciones humanas igualitarias, de reconstruir la iglesia desde nuestra “Escucha” porque hacemos nuestra la palabra del Dios de Jesús, del Abba sobre nuestra vida “Shemá, Israel”.

Y sueño una tierra nueva, y un mar nuevo. Sueño que cuando vuelva al Puerto de mi infancia, que es como los brazos de mi madre, lo encuentre vivo, con sus aguas tranquilas limpias, con sus peces y cangrejos que huyeron, con su belleza infinita a los pies del monte donde la “Dona, la Mare de Déu de Sant Salvador” lo contempla y protege.

“Padre, que te conozcan”.

Shemá, hermanas y hermanos”. Y así iremos siendo padres y madres del Planeta, rostro de Dios y cuna-casa de todas.

Magdalena Bennásar Oliver

www.espiritualidadintegradoracrisitiana.es

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Comunión

Viernes, 5 de octubre de 2018

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Cierto: en el estado definitivo no viviremos aislados, sino en festiva y gratificante comunión. Una comunión extraordinaria y singular, ante todo con el Padre, el Hijo y el Espíritu, y después con la multitud de los santos y santas, con la comunidad de los salvados, con la gratificante compañía de la humanidad de todos los tiempos.

Es fácil que el «grado de complacencia» y «gratificación» en esa gozosa comunión dependa del grado de «propensión fraterna» que hayamos cultivado y promovido aquí, en esta tierra. La comunidad escatológica, con sus promesas de felicidad, sostiene el empeño por la realización, aquí abajo, de la vida fraterna, con sus fatigas y desilusiones.

Por su parte, una fraternidad que crece en la cotidiana oscuridad se convierte en rayo de luz que preanuncia la luz solar de la fraternidad definitiva, gozosa y fuente de felicidad. Con su constancia en la fatiga de la construcción preanuncia la grandeza del premio y la fuerza de atracción de la meta. Con su característico «¡qué bello es que los hermanos vivan unidos!» preanuncia la bienaventurada y beatificante fraternidad definitiva.

Con su gozo habitual, con su «habitat» que permite a las personas florecer, crecer, expandirse y dar fruto, con su clima sereno y fraternal, está indicando la línea de llegada final, donde viviremos todo eso en plenitud y sin sombra alguna.

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P. G. Cabra,
Para una vida fraterna. Breve guía práctica,
Sal Terrae, Santander 1999, p. 158).

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