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La Corte Suprema de Corea del Sur anula las condenas de los soldados por homosexualidad

Miércoles, 27 de abril de 2022
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163CA42D-5D01-4738-AB1D-9B43D6E896D3Castigarlos fue una violación del derecho constitucional a la igualdad y la dignidad humana, así como su derecho a buscar la felicidad”, dictaminó el tribunal.

Espaldarazo de la justicia surcoreana a la igualdad LGTBI. El Tribunal Supremo del país asiático ha anulado la condena a dos soldados varones por mantener relaciones sexuales entre ellos. Las relaciones entre personas del mismo sexo en el seno del ejército están penadas con hasta dos años de cárcel según el código penal militar, y en 2017 se desató una caza de brujas contra soldados sospechosos de ser gais. El alto tribunal considera ahora que la sentencia vulneró el derecho de los acusados a la autonomía sexual, a la igualdad de trato y no discriminación y a la búsqueda de la felicidad, puesto que los hechos se produjeron fuera del servicio y de las instalaciones militares.

La Corte Suprema de Corea del Sur anuló las condenas de dos soldados que habían sido acusados de tener relaciones sexuales consentidas mientras estaban fuera de su base. El fallo histórico, que se emitió el 21 de abril, declaró que la prohibición de actividades homosexuales del país, de décadas de antigüedad, no debería aplicarse al sexo gay fuera de un entorno militar.

La Ley Penal Militar establece que quienes participen en “relaciones sexuales anales u otros actos indecentes” deben enfrentarse a hasta dos años de prisión, medida que anteriormente se utilizaba para castigar al personal militar que practicaba sexo homosexual consentido.

En abril de 2017, el Centro de Derechos Humanos Militares de Corea (MHRCK) publicó un detallado informe en el que denunciaba una persecución organizada contra soldados sospechosos de ser gais. El organismo apuntaba directamente al jefe del Estado Mayor del ejército surcoreano, al que acusó de utilizar métodos que vulneran los derechos humanos para extraer confesiones e incluso ofrecerles a los acusados la posibilidad de «corregir» su orientación sexual. Las relaciones homosexuales entre miembros de las fuerzas armadas del país, ya sean soldados o reclutas, están penadas con hasta dos años de cárcel.

El mando militar presentó cargos contra 32 soldados. Dos de ellos fueron condenados a tres y cuatro meses de prisión y presentaron recurso contra la sentencia. Se descubrió que dos acusados, un primer teniente y un sargento mayor de diferentes unidades, habían tenido relaciones sexuales en una casa privada en 2016 en un momento en que no estaban trabajando. El teniente fue sentenciado a cuatro meses tras las rejas y el sargento a tres, aunque estas sentencias fueron suspendidas cuando los hombres apelaron la decisión.

El Tribunal Supremo les ha dado ahora la razón y considera que la condena vulnera su derecho a la libertad sexual, así como a la igualdad y la búsqueda de la felicidad. Subraya además que los hechos tuvieron lugar en privado, con consentimiento y fuera del horario de servicio. La Corte Suprema ahora ha anulado los cargos de los hombres de violar el código militar. Castigarlos fue una violación de “su autonomía sexual” y “el derecho garantizado constitucionalmente a la igualdad y la dignidad humana, así como su derecho a buscar la felicidad”, dictaminó el tribunal.

“Las ideas específicas de lo que constituye una indecencia han cambiado de acuerdo con los cambios en el tiempo y la sociedad”, dijo el presidente del Tribunal Supremo, Kim Myeong-su, durante la decisión, según Associated Press. “La opinión de que la actividad sexual entre personas del mismo sexo es una fuente de humillación sexual y repugnancia para las personas comunes y objetivas y va en contra del sentido moral decente difícilmente puede aceptarse como un estándar moral universal y adecuado para nuestros tiempos”.

El caso ahora ha sido enviado de vuelta a un tribunal militar inferior para su revisión. “Esta decisión pionera es un triunfo importante en la lucha contra la discriminación que enfrentan las personas L.G.B.T.I. personas en Corea del Sur”, dijo a The New York Times Boram Jang, investigador de Asia Oriental de Amnistía Internacional. “La criminalización de los actos sexuales consentidos entre personas del mismo sexo en el ejército de Corea del Sur ha sido durante mucho tiempo una violación impactante de los derechos humanos, pero el fallo de hoy debería allanar el camino para que el personal militar viva libremente sus vidas sin la amenaza de enjuiciamiento”.

La ley en cuestión ha sido ampliamente condenada por activistas LGBTQ+ que han dicho que apunta injustamente a los soldados homosexuales. Por ello, activistas pro derechos humanos han saludado la sentencia e instan al Gobierno a reformar la legislación para eliminar la penalización de las relaciones homosexuales.

El código penal militar surcoreano no distingue actualmente entre relaciones consentidas o no y califica todo el sexo entre hombres como una «violación recíproca». Un tribunal militar decretó en 2010 la ilegalidad de esta norma por juzgarla contraria a las libertades individuales de los miembros de las fuerzas armadas. Esta decisión fue recurrida ante el Tribunal Constitucional, que revirtió el fallo del tribunal militar y juzgó que el veto a los soldados homosexuales no es discriminatorio. Corea del Sur es, junto con Turquía, uno de los pocos países de la OCDE que no les permite servir abiertamente.

La situación de la comunidad LGTBI en el país asiático es manifiestamente mejorable, y algunos de los problemas más graves se dan precisamente en el ámbito de las fuerzas armadas. Además de la persecución a los soldados gais, los hombres trans son considerados no aptos para servir y las mujeres trans están obligadas a servir como hombres a no ser que se sometan a una cirugía de reasignación u obtengan un diagnóstico de «trastorno de la identidad de género».

En marzo del año pasado se encontró el cuerpo sin vida de la exsoldada Byun Hee-soo, expulsada del ejército tras someterse a una operación de reasignación en Tailandia. Byun se había alistado en el Ejército surcoreano bajo identidad masculina y, tras la intervención, solicitó continuar sirviendo como mujer. Las autoridades, sin embargo, se lo denegaron y calificaron la pérdida de los genitales masculinos como una «discapacidad física». Varios meses después de su muerte, un tribunal decretó que la expulsión no se había ajustado a la ley.

Fuente Gay Times/Dosmanzanas

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Jesús, el libre…

Domingo, 3 de abril de 2022
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jesus

“Jesús fue verdaderamente libre. Su libertad estaba arraigada en su conciencia espiritual de que era el hijo amado de Dios, Sabía, en lo profundo de su ser, que pertenecía a Dios antes de nacer, que había sido enviado para proclamar el amor de Dios y que retornaría a Dios después de haber cumplido su misión. Esto le dio la libertad de hablar y obrar sin tener que complacer al mundo y el poder de responder al sufrimiento de las gentes con el amor de Dios, que sana.

Por eso dice el Evangelio : ‘Toda la multitud buscaba tocarlo, porque de él salía una virtud que sanaba a todos (Lucas 6, 19).”
*
Henri Nouwen
***
Jesus y la adultera

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:

“Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?”

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

– “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.”

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.

Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:

– “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?

Ella contestó:

– “Ninguno, Señor.”

Jesús dijo:

“Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”

*

Juan 8, 1-11

***

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Quizás no hemos comprendido que Jesús se ha revelado al más lejano, al más despreciado. Jesús no pide a la samaritana, a la adúltera o al ladrón que se confiesen. Pero cuando les mira con ternura infinita se rinden.

Pero, en el fondo, ¿qué es el pecado?, ¿en qué consiste el mal? Donde vemos una injusticia, un pecado, quizás Dios descubra sólo un sufrimiento, un grito de socorro que él escucha. ¿Es esto misericordia? ¿Es éste el motivo de su venida a nuestro mundo? Cuando Dios se hace hombre, todo el mal del mundo cae sobre sus espaldas. Y él de este mal sabe sacar sólo amor, amor que manifestará hasta su último aliento de vida, hasta la última gota de sangre, hasta experimentar el mayor sufrimiento humano: la muerte.

Pero luego resucita: el amor es más fuerte que la muerte. El sufrimiento padecido por todos los humanos, desde el del más pequeño, el más frágil, el todavía no nacido, el niño que nunca crecerá, hasta el del criminal o el del santo, él lo ha rescatado en su propia piel, lo ha transformado en puro amor para la eternidad. Basta que le sigamos por el mismo camino. Se trata de aceptar, de acoger el sufrimiento tratando de impedir que se transforme en mal. En el otro sólo debo ver el sufrimiento que hay que superar con el amor. Jesús asumió el sufrimiento de la Magdalena. Este sufrimiento que ella, por ligereza, o por venganza, o por miedo a sufrir, dejó transformar en pecado […].

El que se ha equivocado mucho contra Cristo pero percibe que él ha asumido todo su sufrimiento, se convierte en loco de amor por Dios y no ve la hora de hacer por los demás lo que Jesús ha hecho con él. Los verdaderos convertidos no pueden menos de asemejarse a Cristo, uniéndose en su lucha contra el mal, convirtiéndose en otros tantos crucificados clavados por el sufrimiento de los otros hasta hacerlo resucitar en amor. El mundo habla de arrepentimiento, de penitencia… es sólo el amor el que arde.

*

E.-M. Cinquin,
Tufti contro, meno Dios. L’utopia di Betania,
Turín 1984, 49-52, passim.

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“Navidad y Perdón”, por José Mª Otalora

Martes, 21 de diciembre de 2021
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hijo-prodigoDe su blog Punto de Encuentro:

18.12.2021

Es costumbre litúrgica convocar a la feligresía a una celebración penitencial en los tiempos fuertes de Adviento y Cuaresma. Lo cierto es que esta práctica se ha enfriado ante la pérdida de importancia que ha sufrido el perdón como mensaje troncal del Evangelio, e incluso como actitud esencial humana. Recordemos las iniciativas habidas entre algunos presos de ETA y sus víctimas, y lo difícil que ha sido aceptarlo por una buena parte de la sociedad. La película sobre la actitud de Maixabel Lasa deja bien claras ambas cosas: lo transformador de esta práctica y su dificultad. Y eso que pedir perdón sincero ¡y aceptárselo al victimario! es una ejercicio sanador de primer orden hacia uno mismo y hacia la otra persona, que requiere de coraje, humildad y entereza; pedir perdón y aceptarlo son dos caras de la misma moneda.

Yo sé que no es fácil perdonar, pero qué sano es recordar sin que duela, con paz. Porque si guardamos rencores por lo que nos hicieron, lo único que logramos es que la tensión y los disgustos alcancen niveles psicosomáticos. Pocos dudan de lo medicinal y liberador que resulta hacer las paces, aunque la tendencia es hacia el otro lado.

Debemos insistir en que perdonando de verdad a alguien hacemos las paces con la vida misma y ello se refleja en un estado de calma proporcional a la indulgencia gane al resentimiento y al orgullo acechantes en nuestro corazón y que pueden derivar en la sed de venganza.

Decidamos acercarnos a Dios para encontrar ese consuelo que tanto requerimos cuando estamos ofendidos. Al perdonar, el rencor se esfuma. Por eso, cuando el otro no se arrepiente es cuando es más necesario perdonar. En esto, el Evangelio es radical ya que sus enseñanzas son exigentes en la medida de nuestra necesidad de sanar nuestra íntima mismidad.

Si el perdón es necesario humanamente hablando, qué no decir como cristianos, cuando el perdón está enraizado en el corazón de la Buena Noticia. Dios nos perdona siempre. De hecho, todo el mensaje cristiano gira alrededor del perdón de Dios Amor y nos impele a nosotros, como discípulos suyos, a ofrecerlo allí donde sea necesario. Forma parte tanto de la madurez humana como de la cristiana. De ahí la importancia de hacernos humildes buscando la reconciliación en el sacramento del perdón.

Aunque la reconciliación no sea posible siempre, hay algo que el cristiano puede y debe hacer: perdonar. Es cierto que no siempre se logra restaurar una relación rota. A veces no depende de nosotros, es cosa de al menos dos. Pero Jesús en ningún momento regateó esfuerzos por amar a todos de verdad hasta el último suspiro en aquella cruz torturadora. Su perdón no lo condicionó a la reacción de los demás, fue incondicional, más allá de la imposible restauración de la relación. Su ejemplo es el que nos marca la pauta, no la lógica de la víscera humana.

La práctica del perdónsupone un deseo de no hacerle más daño a alguien. Pero no es algo fácil porque su poder transformador es tan profundo como costoso, que parte de la decisión libre de perdonar o de aceptar el perdón por la ofensa recibida. Alguien dijo que el perdón es la mejor manera de librarse de los enemigos. Esta es exactamente la idea de Pablo en Rom. 12, 20-21.

No podremos borrar los recuerdos de nuestra mente, pero sí podemos quitar el veneno de esos recuerdos. Incluso puede ser positivo porque nos evita repetir los mismos errores o faltas. El problema de perdonar, pero no olvidar, es que se mantienen los deseos de venganza y el resentimiento en su corazón. Dios es el único que puede perdonar y al mismo tiempo olvidar (Is. 43, 25). Por eso tenemos el sacramento de la penitencia que ha decaído en su práctica porque nos hemos quedado con la hojarasca sin valorar lo esencial. La intensidad de los pasajes maravillosos del hijo pródigo o la adúltera, debieran estimularnos a acercarnos a recibir el Amor en forma de perdón. Porque somos nosotros los que nos alejamos de la Fuente que permanece inalterable en su Alianza.

El problema nace cuando no nos ejercitamos en la humildad hasta no ser conscientes del daño causado; pensemos que no tenemos que perdonar, o que no es tan importante; o que el ofendido no se lo merece. Pero ya no podemos engañarnos ante la evidencia mostrada por la ciencia psicológica del poder terapéutico que atesora esta actitud.

Tomar consciencia de nuestras propias debilidades ayuda mucho a perdonar cuando nos decidimos a mirar en los oscuros rincones de nuestra conducta inconsecuente y el egoísmo en nuestras motivaciones. Y aceptar el perdón de Dios y experimentar lo sanador de esta frase: aquel a quien se le perdona mucho, resulta un acicate para amar mejor a los demás.

Es cierto que el perdón no es patrimonio exclusivo de los cristianos; Hannah Harendt ya se refirió a él desde el campo del pensamiento resumiendo su valor así: “El juzgar y el perdonar son dos caras de la misma moneda”. Pero el creyente con la experiencia de saberse perdonado por Dios tiene ese plus de la gozosa experiencia de la reconciliación. Es tiempo de recuperar la importancia del sacramento del perdón para entrar renovados en la aurora de la Navidad y el Año Nuevo, reconciliados con Dios y el prójimo. Deberíamos, en fin, vivir el sacramento del perdón como en aquella fiesta tan especial que preparó el Padre, celebrada en honor de su hijo pródigo… que tanto disgustó al hermano “bueno”.

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Cristo es la Transparencia

Viernes, 6 de agosto de 2021
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Dios mismo vino sobre la tierra como un pobre,
como un humilde.
Vino a través de Cristo Jesús.
Dios permanecería lejos de nosotros si
Cristo no fuera la transparencia.
Desde el comienzo Cristo estaba en Dios.
Desde el nacimiento de la humanidad,
era palabra viva.
Vino sobre la tierra para hacer accesible
la confianza de la fe.
Resucitado, hace su morada en nosotros,
nos habita por el Espíritu Santo.
Y descubrimos que el amor de Cristo se expresa ante todo
por su perdón y por su presencia continua dentro de nosotros.

*

“15 días con el Hermano Roger de Taizé “
escrito por Sofía Laplane
Editorial Ciudad Nueva

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En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para orar.

Mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos se volvieron de una blancura resplandeciente.

En esto aparecieron conversando con él dos hombres. Eran Moisés y Elías,  que, resplandecientes de gloria, hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros, aunque estaban cargados de sueño, se mantuvieron despiertos y vieron la gloria de Jesús y a los dos que estaban con él.

Cuando éstos se retiraban, Pedro dijo a Jesús:

Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Pedro no sabía lo que decía. Mientras estaba hablando, vino una nube y los cubrió, y se asustaron al entrar en la nube. De la nube salió una voz que decía:

Este es mi Hijo elegido; escuchadlo.

Mientras sonaba la voz, Jesús se quedó solo. Ellos guardaron silencio y no contaron a nadie por entonces nada de lo que habían visto.

*

Lucas 9,28b-36

***

Si supiéramos reconocer el don de Dios, si supiéramos experimentar estupor, como el pastor Moisés, ante todas las zarzas que arden en los bordes de nuestros caminos, comprenderíamos entonces que la transfiguración del Señor -la nuestra- empieza con un cierto cambio de nuestra mirada. Fue la mirada de los apóstoles la que fue transfigurada; el Señor permanece el mismo.

La cotidianidad de nuestra vida, trivial y extraordinaria, debería revelar entonces su deslumbrante profundidad. El mundo entero es una zarza ardiente, todo ser humano -sea cual sea la impresión que suscita en nosotros- es esta profundidad de Dios.

Todo acontecimiento lleva en él un rayo de su luz. Nosotros, que hemos aprendido a mirar hoy tantas cosas, ¿hemos aprendido los datos elementales de nuestro oficio de hombres? Se vive, en efecto, a la medida del amor, pero se ama a la medida de lo que se ve. Ahora, en la transfiguración, nuestra visión participa en el misterio, de ahí que el amor esté en condiciones de brotar de nuestros corazones como fuego que arde sin consumir, y así puede enseñarnos a vivir.

Debemos pasar de la somnolencia de la que habla el evangelio a la auténtica vela, a la vigilancia del corazón. Cuando despertemos se nos dará la alegría inagotable de la cruz. Al ver, por fin, en la fe, al hombre en Dios y a Dios en el hombre -Cristo- nos volveremos capaces de amar y el amor saldrá victorioso sobre toda muerte.

El Señor se transfiguró orando; también nosotros seremos transfigurados únicamente en la oración. Sin una oración continua, nuestra vida queda desfigurada. Ser transfigurados es aprender a ver la realidad, es decir, a nuestro Dios, a Cristo, con los ojos abiertos de par en par. Ciertamente, en este mundo de locos, siempre tendremos necesidad de cerrar los ojos y los oídos para recuperar un cierto silencio. Es necesario, es como una especie de ejercicio para la vida espiritual. Sin embargo, la vida, la que brota, la vida del Dios vivo, es contemplarlo con los ojos abiertos. Él está en el hombre, nosotros estamos en él. Toda la creación es la zarza ardiente de su parusía. Si nosotros «esperásemos con amor su venida» (2 Tim 4,8), daríamos un impulso muy diferente a nuestro servicio en este mundo .

*

J. Corbon,
La alegría del Padre, Magnano 1997

***

Durante el verano, vuestras hermanas y hermanos de Cristianos Gays rezan contigo y por tí. De hecho, nuestro deseo es vivir nuestra vida cotidiana, iluminados interiomente por medio de Jesucristo. Queremos estar cerca de los que pasan las pruebas.

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El cuadro, un hombre y Dios

Jueves, 13 de mayo de 2021
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Mientras estaba sentado en el Ermitage frente al cuadro, tratando de empaparme de lo que veía, muchos grupos de turistas pasaban por allí. Aunque no estaban ni un minuto ante el cuadro, la mayoría de los guías se lo describían como el cuadro que representaba a un padre compasivo, y la mayoría hacían referencia al hecho de que fue uno de los últimos cuadros que Rembrandt pintó después de llevar una vida de sufrimiento. Así pues, de esto es de lo que trata el cuadro. Es la expresión humana de la compasión divina.

En vez de llamarse El regreso del hijo pródigo, muy bien podría haberse llamado La bienvenida del padre misericordioso.  Se pone menos énfasis en el hijo que en el padre. La parábola es en realidad una «parábola del amor del Padre» Al ver la forma como Rembrandt retrata al padre, surge en mi interior un sentimiento nuevo de ternura, misericordia y perdón. Pocas veces, si lo ha sido alguna vez, el amor compasivo de Dios ha sido expresado de forma tan conmovedora. Cada detalle de la figura del padre -la expresión de su cara, su postura, los colores de su ropa y, sobre todo, el gesto tranquilo de sus manos- habla del amor divino hacia la humanidad, un amor que existe desde el principio y para siempre.

Aquí se une todo: la historia de Rembrandt, la historia de la humanidad y la historia de Dios. Tiempo y eternidad se cruzan; la proximidad de la muerte y la vida eterna se tocan. Pecado y perdón se abrazan; lo divino y lo humano se hacen uno.

Lo que da al retrato del padre un poder tan irresistible es que lo más divino está captado en lo más humano.

*

H. J. M. Nouwen,
El regreso del hijo pródigo,
PPC, Madrid 51995, p. 101.

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3º Domingo de Pascua. 18 Abril, 2021

Domingo, 18 de abril de 2021
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“Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: ‘Paz a vosotros.’ Entonces ellos, espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados y surgen dudas en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpad y ved.’”

(Lc 24, 35-48).

En este tercer domingo de Pascua leemos el mismo episodio que el domingo pasado, esta vez en el evangelio de Lucas. Nos encontramos en el tiempo que va entre la Resurrección de Jesús y su Ascensión al cielo. Es un tiempo en que Jesús hace saber a sus discípulos que, tal y como había dicho, ha resucitado, está vivo y está con ellos. Les devuelve el sentido.

En el evangelio de Lucas, justo antes del texto que leemos hoy, tenemos a Jesús manifestándose a los dos discípulos que iban hacia Emaús y que han vuelto corriendo a Jerusalén, y también se nos dice que se ha mostrado a Pedro. Ahora Jesús se aparece a sus discípulos reunidos, que viven una experiencia de comunidad. En ella, al fin entenderán plenamente quién es ese Mesías tantas veces incomprensible, y a partir de ahí podrán cumplir lo que les ha encargado: predicar la conversión y el perdón, vivir de la manera que les ha enseñado.

Desde que entraron en Jerusalén, los discípulos han vivido en el desconcierto. Su Maestro ha muerto. Antes, ha sufrido a manos de su propio pueblo, y en nombre de Dios. Ellos mismos, las personas más cercanas a él, lo han traicionado, negado, abandonado. Pero algo les sigue uniendo, esperan sin saber qué, y el desconcierto crece desde que han encontrado el sepulcro vacío y las mujeres aseguran su resurrección.

El evangelio nos habla en este puntode extrañamiento, de incomprensión, de tristeza, de expectativas defraudadas, de incredulidad. En el fragmento que leemos hoy, vemos que las primeras reacciones de los discípulos al ver a Jesús son de espanto, de duda, de turbación. Después empiezan a sentir alegría, aunque mezclada con sorpresa e incredulidad. Esta alegría será completa poco después, en la Ascensión. Junto con la alegría, la aparición del Maestro resucitado les trae comprensión y sentido. Ahora comprenden lo que Jesús les ha explicado tantas veces antes.

Si hasta aquel momento los seguidores de Jesús hablaban con desazón, ahora, de nuevo delante de él, callan y escuchan a su Maestro, que les quiere hacer entender que es el mismo que habían conocido de tan cerca, y que sigue presente y guiándolos hasta que recibirán el Espíritu en Pentecostés.

Oración

Padre, concédenos el don de sentir a Jesús siempre con nosotras. Que esta certeza llene nuestras vidas de alegría y de sentido. Que comprendamos todos los hechos de nuestra vida a la Luz de aquél que tú has resucitado.”

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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El perdón

Miércoles, 27 de enero de 2021
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jesusDel blog de Ramón Hernández Martín, Esperanza radical.

Clave de la convivencia

“¡Perdón!” es una palabra que utilizamos con frecuencia para reparar los efectos de las equivocaciones, descortesías o despistes involuntarios con que incomodamos a quien se cruza en nuestro camino, pero que nos resistimos a pronunciar con magnanimidad cuando alguien nos humilla, nos ofende o nos causa severos daños.

Entre cuantos poderes detenta el hombre, sea siervo o señor, actúe de forma legítima o abusiva, el más grande es, seguramente, el de perdonar, poder tan diáfano y limpio que no permite ningún tipo de abuso. Siempre que se perdona se acierta, es decir, nunca se pecará por perdonar demasiado. Los cristianos olvidamos a veces lo de “setenta veces siete” (Mt 21:22).

Las religiones lo atribuyen exclusivamente a Dios. De ahí que el perdón que ellas mismas administran sea considerado facultad delegada y graciosa. En el cristianismo, se trata de una delegación que consta explícitamente en los Evangelios: cuanto atéis o desatéis en la tierra, será atado o desatado en los cielos (Mt 16:19 y Jn 20:23), un mandato que engloba, obviamente, el poder de perdonar.

La imagen evangélica de Dios es la de un padre amantísimo que perdona a sus hijos en toda circunstancia, sin atender siquiera a la gravedad de sus ofensas y fechorías (hijo pródigo: Lc 15:11-32).

Pero no haría falta remontarse tan alto ni apuntar tan lejos para encontrar la razón última del perdón. La facultad de perdonar nace directamente de la condición social de un hombre que no puede vivir en absoluta y total soledad. La convivencia crea roces, genera intereses contrapuestos y diseña atajos a la hora de apropiarse de algún bien. En otras palabras, desencadena conflictos y produce ofensas. Ahora bien, si es de la condición humana cometer abusos y atrocidades, también lo es cubrirlos con un tupido velo, olvidarlos y perdonarlos.

Purificación y perdón

Según la RAE, la catarsis es una “purificación ritual de personas o cosas afectadas de alguna impureza”.  Lo malo y lo impuro son dos conceptos enquistados de tal manera en las entrañas de la cultura humana que se filtran por los poros de cualquier ideología y acción hasta invadir las conversaciones ordinarias y las manifestaciones literarias, artísticas y musicales. Porque somos impuros, necesitamos purificarnos; porque somos malos, necesitamos arrepentirnos. Purificación y arrepentimiento van de la mano en todos los ámbitos del comportamiento humano.

Ahora bien, salvo que se trate de una farsa, ambas acciones requieren penitencia o pago de un tributo por la conducta a rectificar. Penitencia viene de pena y, en cuanto tal, equivale a castigo, concepto este que expresa una extralimitación procedimental, pues nadie debería “castigar” a nadie. Globalmente, el hecho de vivir es ya de por sí una eficaz penitencia, a la que cabe añadir la carga que imponen los Códigos cuando se infringe una ley, y también lo son los remordimientos de conciencia, tan flagelantes, cuando se incumple el imperativo moral.

En el ámbito religioso, penitencia connota ascetismo, austeridad, sacrificio. En general, la penitencia es consustancial a la vida humana, pues va inserta en todo dolor y esfuerzo. En particular, se refiere a la que se impone tras el sacramento del perdón que solo administran los clérigos autorizados. A la postre, la penitencia pone freno a la conducta licenciosa y contrarresta los efectos nocivos de los comportamientos contrarios a los mandamientos y al sentido común; achica los contravalores y agranda los valores de la vida humana.

La confesión

El sacramento de la penitencia, con la exigencia ineludible, tantas veces recordada por la jerarquía eclesial, de la confesión vocal de los pecados al sacerdote, previo un sincero arrepentimiento y el consiguiente propósito de enmienda, se ha impuesto, en el pasado, con fuerza rayana en la obsesión paranoide, a determinados grupos cristianos, como los miembros del clero y de las congregaciones religiosas.

En nuestro tiempo, de mayor autocrítica y de catarsis más recoletas, tales procedimientos se han ido diluyendo poco a poco hasta desaparecer de la vida de muchos cristianos por considerarlos abusivos e innecesarios. Hay movimientos eclesiales que incluso postulan su reducción al ámbito comunitario, a la liturgia penitencial que introduce la celebración de la misa. Estas tendencias, proscritas en los primeros momentos, se van abriendo camino en la práctica cristiana hasta colmar, en la actualidad, las exigencias más irrenunciables de muchos cristianos.

Por otro lado, adelantados hay que, sirviéndose de las modernas comunicaciones, proponen que la confesión verbal tradicional se valide a nivel virtual. Que hoy todavía no se le reconozca valor jurídico a la comunicación virtual entre confesor y penitente no quiere decir que no se llegue a hacer en el futuro, pues uno no acierta a comprender qué añade la presencia física al contacto virtual, sobre todo si se tiene en cuenta que el sacramento de la penitencia, para tener algún valor, ha de consistir mucho más en una dirección espiritual personalizada que en el hecho del perdón en sí, perdón que Dios ofrece a manos llenas a quienes se lo piden, en todo momento y circunstancia.

Perdón universal

Volviendo a lo que en realidad importa, el poder de perdonar lo tiene en realidad todo el que haya sido ofendido de alguna manera. El cristianismo lo reconoce abiertamente cuando en el Padrenuestro se pide a Dios que nos perdone “como nosotros perdonamos”, expresando con ello no similitud de perdones sino deseo de imitar la sublime conducta divina. A veces, deberíamos decir: “perdónanos por no perdonar”. El cristiano que de verdad pide perdón a Dios, al reconocer su condición de criatura que claudica fácilmente a lo más placentero y aparentemente beneficioso, se obliga a reconocer también la de sus semejantes.

Otra cosa es hablar de “pecado” como si Dios pudiera ser ofendido. El concepto de “pecado” nos asoma a una dimensión confusa e incluso de extravío mental, pues a Dios no lo tocamos más que en sus criaturas: pedimos perdón a Dios porque lo ofendemos en sus criaturas. En este contexto, sería de locos atreverse a “perdonar a Dios” por las cosas que nos salen mal o los daños que nos causan sus criaturas. Después de todo, los “pecados” no dejan de ser simples equivocaciones, torpezas o despistes.

La disposición a perdonar debería estar grabada a fuego en la psique de todo ser humano como contrarréplica a los desaguisados que ocasiona su esencial limitación. Queriendo o sin querer, causamos trastornos a nuestros semejantes por los que debemos pedirles perdón y, si los hubiere, reparar los daños causados. Pero, mientras Dios disculpa y perdona siempre, nosotros a veces nos resistimos a hacerlo o no lo hacemos. Resulta paradójico que muchos cristianos pidan constantemente perdón a Dios y ellos se venguen de quienes los ofenden. El “perdono, pero no olvido”, tan frecuente, es solo un “perdón 0-0”, sin fuerza ni trascendencia.

Quien no perdona es necio y engreído, reniega de su condición de criatura divina y se corta las alas. Pedir perdón y perdonar son poderes que encumbran a quienes los prodigan. Cuanto más duro resulte el perdón, como en los casos de ofensas que remueven las tripas y obnubilan la mente, más engrandece y magnifica. Pedir perdón y perdonar son poderes divinos transferidos al hombre por su condición de tal. De haberlos ejercido como era debido en la trayectoria humana nos habría ahorrado mucho dolor y evitado atroces guerras. Sin el perdón de por medio, pedido y dado, la convivencia humana y la evangelización quedan fuera de juego.

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El perdón siempre espera “… Se abrazaron y se besaron mutuamente”

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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Después de haber compuesto el bienaventurado Francisco las predichas alabanzas de los creaturas que llamó Cántico del hermano sol, aconteció que se produjo una grave discordia entre el 0bispo y el podestá de la ciudad de Asís. El obispo excomulgó al podestá, y éste mandó pregonar que ninguno tratara de vender ni de comprar nada al Obispo, ni de celebrar ningún contrato con él.

El bienaventurado Francisco, que oyó esto estando muy enfermo, tuvo gran compasión de ellos, y más todavía porque nadie trataba de restablecer la paz, Y dijo a sus compañeros:  “Es para nosotros, siervos de Dios, profunda vergüenza que el obispo y el podestá se odien mutuamente y que ninguno intente crear la paz entre ellos”. Y al instante, y con esta ocasión, compuso y añadió estos versos a las alabanzas sobredichas:

“Loado seas, mi Señor,

por aquellos que perdonan por tu amor

y soportan enfermedad y tribulación.

Bienaventurados aquellos que las sufren en paz,

pues por ti, Altísimo, coronados serán”.

Llamó luego a uno de sus compañeros y le dijo: “Vete al podestá y dile de mi parte que tenga a bien presentarse en el obispado con los magnates de la ciudad y con cuantos ciudadanos pueda llevar”.

Cuando salio el hermano con el recado, dijo a otros dos compañeros: “Id y cantad ante el obispo, el podestá y cuantos estén con ellos el Cántico del hermano sol. Confío en que el Señor humillará los corazones de los desavenidos, y volverán a amarse y a tener amistad como antes”.

Reunidos todos en la plaza del claustro episcopal, se adelantaron los dos hermanos y uno de ellos dijo: “El bienaventurado Francisco ha compuesto durante su enfermedad unas alabanzas del Señor por sus creaturas en loor del mismo Señor y para edificación del prójimo. Él mismo os pide que os dignéis escucharlas con devoci6n”. Y se pusieron a cantarlas.

Inmediatamente, el podestá se levantó y, con las manos y los brazos cruzados, las escuchó con la mayor devoción, como si fueran palabras del evangelio, y las siguió atentamente, derramando muchas lágrimas. Tenía mucha fe y devoción en el bienaventurado Francisco.

Acabado el cántico de las alabanzas, dijo el podestá en presencia de todos: “Os digo de veras que no solo perdono al obispo, a quien quiero y debo tener como mi Señor, sino que, aunque alguno hubiera matado a un hermano o hijo mío, le perdonaría igualmente”. Y, diciendo esto, se arrojó a los pies del obispo y dijo: “Señor, os digo que estoy dispuesto a daros completa satisfacción, como mejor os agradare, por amor a nuestro Señor Jesucristo y a su siervo el bienaventurado Francisco”.

El obispo, a su vez, levantando con sus manos al podestá, le dijo: “Por mi cargo debo ser humilde, pero mi natural es propenso, pronto a la ira: perdóname”. Y, con sorprendente afabilidad y amor, se abrazaron y se besaron mutuamente”

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Espejo de perfección“, X,101,
en san Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época,
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1978, 773-774.

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En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús:

-“Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?

Jesús le contesta:

-“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.” El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.

Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.

Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.”

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Mateo 18, 21-35

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“Perdonar nos hace bien”. 24 Tiempo ordinario – A (Mateo 18,21-35)

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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5dc8405b1d7dee2ee6a23ea510845151_images-1156-577-cLas grandes escuelas de psicoterapia apenas han estudiado la fuerza curadora del perdón. Hasta hace muy poco, los psicólogos no le concedían un papel en el crecimiento de una personalidad sana. Se pensaba erróneamente –y se sigue pensando– que el perdón es una actitud puramente religiosa.

Por otra parte, el mensaje del cristianismo se ha reducido con frecuencia a exhortar a las gentes a perdonar con generosidad, fundamentando ese comportamiento en el perdón que Dios nos concede, pero sin enseñar mucho más sobre los caminos que hay que recorrer para llegar a perdonar de corazón. No es, pues, extraño que haya personas que lo ignoren casi todo sobre el proceso del perdón.

Sin embargo, el perdón es necesario para convivir de manera sana: en la familia, donde los roces de la vida diaria pueden generar frecuentes tensiones y conflictos; en la amistad y el amor, donde hay que saber actuar ante humillaciones, engaños e infidelidades posibles; en múltiples situaciones de la vida, en las que hemos de reaccionar ante agresiones, injusticias y abusos. Quien no sabe perdonar puede quedar herido para siempre.

Hay algo que es necesario aclarar desde el comienzo. Muchos se creen incapaces de perdonar porque confunden la cólera con la venganza. La cólera es una reacción sana de irritación ante la ofensa, la agresión o la injusticia sufrida: el individuo se rebela de manera casi instintiva para defender su vida y su dignidad. Por el contrario, el odio, el resentimiento y la venganza van más allá de esta primera reacción; la persona vengativa busca hacer daño, humillar y hasta destruir a quien le ha hecho mal.

Perdonar no quiere decir necesariamente reprimir la cólera. Al contrario, reprimir estos primeros sentimientos puede ser dañoso si la persona acumula en su interior una ira que más tarde se desviará hacia otras personas inocentes o hacia ella misma. Es más sano reconocer y aceptar la cólera, compartiendo tal vez con alguien la rabia y la indignación.

Luego será más fácil serenarse y tomar la decisión de no seguir alimentando el resentimiento ni las fantasías de venganza, para no hacernos más daño. La fe en un Dios perdonador es entonces para el creyente un estímulo y una fuerza inestimables. A quien vive del amor incondicional de Dios le resulta más fácil perdonar.

José Antonio Pagola

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“No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Domingo 13 de septiembre de 2020. Domingo 24º Ordinario

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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47-ordinarioa24Leído en Koinonia:

Eclesiástico 27,33-28,9: Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
Salmo responsorial: 102: El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Romanos 14,7-9: En la vida y en la muerte somos del Señor.
Mateo 18,21-35: No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

Tanto en los tiempos de Jesús como en nuestro tiempo el corazón del ser humano está tentado por el odio y la violencia. Cuando hay odio y rencor el sentimiento de venganza hace presa de nuestro corazón. No sólo se hace daño a otros sino que nos hacemos daño a nosotros mismos. Sólo el perdón auténtico, dado y recibido, será la fuerza capaz de transformar el mundo. Y no sólo hablamos de un asunto meramente individual. El odio, la violencia y la venganza como instrumentos para resolver los grandes problemas de la Humanidad está presente también en el corazón del sistema social vigente.

El libro de Ben Sira, compuesto alrededor del siglo segundo antes de la era cristiana, proporciona una serie de orientaciones éticas y morales para garantizar la madurez de la persona y la convivencia social. Estamos ante una obra de profundo contenido teológico. El autor, Ben Sira, señala al pecador como poseedor de la ira y el furor que conduce a la venganza. Y esta venganza se volverá contra el vengativo. Por eso el único camino que queda es el camino del perdón. También aquí aparece la reciprocidad entre perdonar y obtener perdón. No se puede aspirar al perdón por los pecados cometidos si no se está dispuesto a perdonar a los otros. Tener la mirada fija en los mandamientos de la alianza garantiza la comprensión y la tolerancia en la vida comunitaria. Como vemos, ya desde el siglo II A.C. se plantea este tema de profundo sabor evangélico.

El núcleo del pasaje de la carta a los Romanos es proclamar que Jesús es el Señor de vivos y muertos. He aquí una bella síntesis existencial de la vida cristiana. Para el creyente lo fundamental es orientar toda su vida en el horizonte del resucitado. Quien vive en función de Jesús se esforzará por asumir en la vida práctica su mensaje de salvación integral. Amar al prójimo y vivir para el Señor son dos cosas que está íntimamente ligadas. Por lo tanto no se pueden separar. Quién vive para el Señor amará, comprenderá, servirá y perdonará a su prójimo.

En el evangelio, otra vez Pedro salta a la escena para consultar a Jesús sobre temas candentes en el ambiente judío en que crece la comunidad cristiana. Pero la actitud de Pedro es la del discípulo que quiere claridad sobre la propuesta del maestro. No es la actitud arrogante de los Fariseos y Letrados que quieren poner a prueba a Jesús y encontrar un error garrafal que ofenda la ortodoxia judía para tener de qué acusarlo.

Pedro pregunta por el límite del perdón. Pero para Jesús, el perdón no tiene límites, siempre y cuando el arrepentimiento sea sincero y veraz. Para explicar esta realidad, Jesús emplea una parábola. La pregunta del Rey centra el tema de la parábola: ¿no debías haber perdonado como yo te he perdonado?

La comunidad de Mateo debe resolver ese problema porque está afectando su vida. El perdón es un don, una gracia que procede del amor y la misericordia de Dios. Pero exige abrir el corazón a la conversión, es decir, a obrar con los demás según los criterios de Dios y no los del sistema vigente. Como diría el juglar de la fraternidad, Francisco de Asís, “porque es perdonando como soy perdonado”.

En la catequesis tradicional de la Iglesia católica se exigían cinco pasos, quizás demasiado formales, para obtener el perdón de los pecados: «examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, confesarlos todos, y cumplir la penitencia» -así lo expresaba uno de los catecismos clásicos-. De tal manera que el perdón y la reconciliación, si bien son una gracia de Dios, también exigen un camino pedagógico y tangible que ponga de manifiesto el deseo de cambio y un compromiso serio para reparar el mal y evitar el daño.

En muchos países de América Latina, luego de las dictaduras militares de los setenta y ochenta, se dictaron leyes de amnistías, perdón y olvido, «obediencia debida», o «punto final». Los golpistas y sus colaboradores, responsables por decenas de miles de muertos y desaparecidos en cada uno de nuestros países, se autoperdonaron, burlándose de la justicia y de la verdad. Pero sin Verdad y Justicia, las heridas causadas por la represión en muchos hogares y comunidades no han cerrado aún. A pesar de todas las leyes encubridoras, la presión, el silencio, el ocultamiento de pruebas… la Justicia se hace camino. Llega tarde, pero no deja de llegar. El 14 de junio de 2005, en Argentina, el Tribunal Supremo declaró nulas por inconstitucionalidad las leyes de obediencia debida y de punto final. El día siguiente La Corte suprema de México declara «no prescrito» el delito del expresidente Echeverría por genocidio en la matanza de estudiantes de 1971… Pensemos en otros muchos dictadores y golpistas que, a pesar de todo, están ya siendo juzgados dejando que se dé su lugar a la Verdad y a la Justicia. El perdón y la reconciliación es una exigencia inalienable del ser humano, e indetenible. Y es un proceso de reconstrucción, que trata de reconstruir tanto al victimario como a la víctima.

En ese sentido, nuestras comunidades cristianas deben ser espacios propicios y activos a favor de una verdadera reconciliación basada en la Justicia, la Verdad, la misericordia y el perdón. Pero nunca el Evangelio llama a tolerar la impunidad. La Iglesia –o sea, nosotros, los cristianos y cristianas- debemos apoyar los procesos de reconciliación por el camino verdadero: la Verdad y la Justicia, el no a la impunidad, la reconciliación profunda de la sociedad. Así la Iglesia conseguirá el perdón por su silencio cómplice en algunas de sus figuras jerárquicas conniventes. Leer más…

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13.9.20. Dom 24, ciclo A. Setenta veces siete Del perdón de Jesús al sacramento de la Iglesia (Mt 18, 21-35)

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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con-que-frecuencia-me-debo-confesar-padre-fortea-respondeDel blog de Xabier Pikaza:

No es un sacramento más, el tercero entre siete, tras bautismo y confirmación, sino el sacramento en sí, presencia recreadora del Dios de Jesús en la vida de los hombres.

La Iglesia ha expresado (proclamado y cumplido) ese perdón de formas (con fórmulas) distintas, conforme al ritmo de los tiempos, en el primer milenio y el segundo, pero en este momento, año 2020, tiene ciertas dificultades para cumplirlo. Ante ella se abre un espléndido y claro camino de perdón o ella termina cayendo en la pura ineficacia, dejando que la humanidad corra el riesgo de destruirse a sí misma en la pura lucha de todos contra todos, en un plano ecológico y militar, político y económico. Sin perdón no hay más salida que el agujero negro de la pura nada humana.

12.09.2020

Introducción

1. El judaísmo había edificado un inmenso templo, un servicio “general” de sumos sacerdotes con el poder de perdonar a través de sacrificio, pero de hecho, como vio Jesús, aquel templo y servicio sacerdotal de perdón no cumplía su función, dejaba a los pobres y ofendidos al borde del camino.

2. Según el evangelio de Mateo,  la Iglesia es signo y fuente de perdón universal, encarnado en las comunidades (18-15-20) y representado por Pedro (cf. 16, 17-19), a quien Jesús dice que perdone 70 veces 7, es decir, siempre. Éste no es el perdón de una autoridad externa, sino el de los mismos ofendidos que perdonan siempre y acogen de nuevo a sus ofensores, creando con ellos una comunión de gratuidad que sustituye al antiguo templo de Jerusalén.

3. La iglesia ha celebrado de diversas formas el sacramento del perdón, pero actualmente parece algo estancada. Si no vuelve a encarnar, celebrar y expandir su experiencia y gracia de perdón, partiendo de Jesús,  ella puede acabar perdiendo sus sentido.

 Esta es la esencia de la Iglesia que, conforme al Credo de los Apóstoles, se define ante todo por el perdón de los pecados y por la “resurrección de la carne”, esto es, por el surgimiento de una comunidad que vive por la gracia del perdón.

Al enfrentarse a Roma y al templo de Jerusalén con su “supra-política” y “supra-religión” de un perdón de sacrificio (templo) o de imposición de los vencedores  y para los vencedores (imperio), Jesús indicaba que una ciudad imperial como Roma (o sacral como Jerusalén) se destruye a sí misma y destruye a los otros diciendo que les perdona.

 No se trata de que los ricos y fuertes “perdonen” a los pobres, sino de que los pobres y excluidos respondan perdonando y abriendo un camino de vida para todos. Sólo cuando los excluidos y ofendidos como Pedro sean (seamos) capaces de cambiar y perdonar a los demás, sólo surja una humanidad de perdón acabará de violencia y podrá haber un futuro de vida para todos.

Éste es el milagro de la propuesta cristiana. Nadie, jamás, logrará demostrar en un plano racional (desde el poder y para el poder) que este perdón es posible (¡no hay en este nivel demostraciones!). Pero habrá muchos que actuarán perdonando, no por debilidad, sino porque han sido capaces de situarse en un plano más alto de vida y de gracia. Esta es la bienaventuranza de Francisco, la de aquellos que perdonan por amor.

 Ese perdón no es el oficio, ni el poder de algunos hombres y mujeres superiores, sino la misma vida de aquellos que han creído en Jesús. Por eso, no puede establecerse y ofrecerse cristianamente desde una iglesia centrada en su poder, sino desde los pobres y ofendidos que perdonan a sus ofensores.

Evidentemente, la Iglesia puede y debe celebrar el perdón de un modo sacramental, en una liturgia de confesión y/o penitencia (como ha hecho en los últimos mil años). Pero antes de esa liturgia del tercer sacramento (ahora muy en crisis) está la vida y obra de aquellos que perdonan por amor: El perdón de los ofendidos y humillados, de los pobres que perdonan a los ricos, de los excluidos a los excluidores, iniciando con Pedro y sus amigos (todos los cristianos) la vía regia del perdón, en amor, el único camino verdadero de la humanidad.

(Imagen 1: Un confesionario. Imagen 2-4. Dos portadas del libro esencial de J. Delumeau, sobre el “perdón”, una con el mercedario valenciano P. Pérez con el libro de confesiones (Zurbarán);  otra de R. van der Weyden, con un confesor medieval; y otra de un libro de Equiza, en el que colaboramos algunos hace 25 años)

 Texto

(1. Introducción Eclesial: Pedro, los “ministros” del perdón: éste es el perdón de todos los ofendidos…). 18 21 Entonces, se adelantó Pedro y le dijo: Señor ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le tendré que perdonar? ¿Hasta siete veces? 21   No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete.

(2. Parábola económica: el perdón empieza expresándose en un plano económico: Perdona nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores) 22 Por eso se parece, el Reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus siervos. 24 Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. 25 Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara. 26 El siervo, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo. 27 El señor tuvo lástima de aquel siervo y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. 28 Pero, al salir, el siervo aquel encontró a uno de sus consiervos que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: Págame lo que me debes. 29 El consiervo, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré. 30 Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 31 Sus consiervos, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. 32 Entonces el señor le llamó y le dijo: ¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. 33 ¿No debías tú también compadecerte de tu consiervo, como yo me compadecí de ti? 34 Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

(3. Conclusión parenética, perdón de corazón y vida)35 Lo mismo hará también con vosotros mi Padre del cielo, si si perdona de corazón a su hermano. Leer más…

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“Perdonar de corazón”. Domingo 24. Ciclo A

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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hijo-prodigoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El domingo pasado, Jesús hablaba a sus discípulos de la forma de corregirse fraternalmente. Hoy aborda el tema del perdón a nivel individual y personal, que es el que afecta a la inmensa mayoría de las personas.

 Argumentos para perdonar (Eclesiástico 27,33-28,9)

 La primera lectura está tomada del libro del Eclesiástico, que es el único de todo el Antiguo Testamento cuyo autor conocemos: Jesús ben Sira (siglo II a.C.). Un hombre culto y estudioso, que dedicó gran parte de su vida a reflexionar sobre la recta relación con Dios y con el prójimo. En su obra trata infinidad de temas, generalmente de forma concisa y proverbial, que no se presta a una lectura precipitada. Eso ocurre con la de hoy a propósito del rencor y el perdón.

El punto de partida es desconcertante. La persona rencorosa y vengativa está generalmente convencida de llevar razón, de que su rencor y su odio están justificados. Ben Sira le obliga a olvidarse del enemigo y pensar en sí mismo: “Tú también eres pecador, te sientes pecador en muchos casos, y deseas que Dios te perdone”. Pero este perdón será imposible mientras no perdones la ofensa de tu prójimo, le guardes rencor, no tengas compasión de él. Porque «del vengativo se vengará el Señor».

Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados? 

Si lo anterior no basta para superar el odio y el deseo de venganza, Ben Sira añade dos sugerencias: 1) piensa en el momento de la muerte; ¿te gustaría llegar a él lleno de rencor o con la alegría de haber perdonado? 2) recuerda los mandamientos y la alianza con el Señor, que animan a no enojarse con el prójimo y a perdonarle. [En lenguaje cristiano: piensa en la enseñanza y el ejemplo de Jesús, que mandó amar a los enemigos y murió perdonando a los que lo mataban.]

Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.

Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.

Pedro y Lamec

            Lo que dice Ben Sira de forma densa se puede enseñar de forma amena, a través de una historieta. Es lo que hace el evangelio de Mateo en una parábola exclusiva suya (no se encuentra en Marcos ni Lucas).

            El relato empieza con una pregunta de Pedro. Jesús ha dicho a los discípulos lo que deben hacer «cuando un hermano peca» (domingo pasado). Pedro plantea la cuestión de forma más personal: «Si mi hermano peca contra mí», «si mi hermano me ofende». ¿Qué se hace en este caso? Un patriarca anterior al diluvio, Lamec, tenía muy clara la respuesta:

«Por un cardenal mataré a un hombre,

a un joven por una cicatriz.

Si la venganza de Caín valía por siete,

la de Lamec valdrá por setenta y siete» (Génesis 4,23-24).

Pedro sabe que Jesús no es como Lamec. Pero imagina que el perdón tiene un límite, no se puede exagerar. Por eso, dándoselas de generoso, pregunta: «¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Toma como modelo contrario a Caín: si él se vengó siete veces, yo perdono siete veces.

Jesús le indica que debe tomar como modelo contrario a Lamec: si él se vengó setenta y siete veces, perdona tú setenta y siete veces. (La traducción litúrgica, que es la más habitual, dice «setenta veces siete»; pero el texto griego se puede traducir también por setenta y siete, como referencia a Lamec). En cualquier hipótesis, el sentido es claro: no existe límite para el perdón, siempre hay que perdonar.

 La parábola

Para justificarlo propone la parábola de los dos deudores. La historia está muy bien construida, con tres escenas: la primera y tercera se desarrollan en la corte, en presencia del rey; la segunda, en la calle.

1ª escena (en la corte): el rey y un deudor.

 Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.” El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.

 

Se subraya: 1) La enormidad de la deuda; diez mil talentos equivaldrían a 60 millones de denarios, equivalente a 60 millones de jornales. 2) Las duras consecuencias para el deudor, al que venden con toda su familia y posesiones. 3) Su angustia y búsqueda de solución: ten paciencia. 4) La bondad del monarca, que, en vez de esperar con paciencia, le perdona toda la deuda.

 2ª escena (en la calle): el deudor perdonado se convierte en acreedor

 Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 

 Esta escena está construida en fuerte contraste con la anterior. 1) Los protagonistas son dos iguales, no un monarca y un súbdito. 2) La deuda, cien denarios, es ridícula en comparación con los 60 millones. 3) Mientras el rey se limita a exigir, el acreedor se comporta con extrema dureza: «agarrándolo, lo estrangulaba». 4) Cuando escucha la misma petición de paciencia que él ha hecho al rey, en vez de perdonar a su compañero lo mete en la cárcel.

 3ª escena (en la corte): los compañeros, el rey y el primer deudor.

 Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

 Dos detalles: 1) La conducta del deudor-acreedor escandaliza e indigna a sus compañeros, que lo denuncian al rey. Este detalle, que puede pasar desapercibido, es muy importante: a veces, cuando una persona se niega a perdonar, intentamos defenderla; sin embargo, sabiendo lo mucho que a esa persona le ha perdonado Dios, no es tan fácil justificar su postura. 2) La frase clave es: «¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” 

Con esto Jesús no sólo ofrece una justificación teológica del perdón, sino también el camino que lo facilita. Si consideramos la ofensa ajena como algo que se produce exclusivamente entre otro y yo, siempre encontraré motivos para no perdonar. Pero si inserto esa ofensa en el contexto más amplio de mis relaciones con Dios, de todo lo que le debemos y Él nos ha perdonado, el perdón del prójimo brota como algo natural y espontáneo. Si ni siquiera así se produce el perdón, habrá que recordar las severas palabras finales de la parábola, muy intere­santes porque indican también en qué consis­te perdonar setenta y siete veces: en perdonar de corazón.

 La diferencia entre la 1ª lectura y el evangelio

             Ben Sira enfoca el perdón como un requisito esencial para ser perdonados por Dios. La parábola del evangelio nos recuerda lo mucho que Dios nos ha perdonado, que debe ser el motivo para perdonar a los demás.

 «Vivimos para el Señor, morimos para el Señor» (Romanos 14,7-9)

             El breve fragmento elegido de la carta a los Romanos carece de relación con las otras dos lecturas. Pero en este tiempo de pandemia, cuando se acumulan miles de muertos, consuela recordar que «en la vida y en la muerte somos del Señor».

 

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13 Sep. Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.”

(Mt 18, 21-35)

El domingo pasado el evangelio nos invitaba a salir a camino de aquellas personas que se pierden y esa es una manera de reconciliación. Pero hoy el evangelio nos mete el dedo en la llaga. Una cosa es que mi hermano peque, otra muy distinta es que me ofenda a mí, que me dañe de alguna manera.

Todas queremos ser perdonadas, pero ¡cuánto nos cuesta perdonar! Y es que lo de perdonar no es de una vez para siempre, sino un ejercicio continuo, es un esfuerzo.

El perdón es una escuela de alto rendimiento (¡70 veces 7!). Hay que ejercitarse todos los días y practicarlo de por vida. Realmente nuestras sociedades serían completamente diferentes si se pusiera de moda el arte de perdonar y, de hecho, aquellas personas que han sabido vivir perdonando son las que han cambiado el rumbo de la historia.

Quien perdona se trasciende porque se va pareciendo cada vez más a Dios, al Dios de Jesús que murió diciendo: “perdónales porque no saben lo que hacen”.

A fin de cuentas, el perdón es la antípoda del miedo. Quien perdona se arriesga a que le vuelvan a fallar, a que le vuelvan a herir. Si le cierras la puerta al perdón se la abres al miedo y al rencor. Así las demás personas se convierten en enemigas de las que tenemos que defendernos. Y esto último es rentable. ¡Todo un negocio! El negocio del miedo. Para la economía globalizada nuestro miedo es más que rentable, es la base, el motor.

Si aprendiéramos a dialogar, si llegáramos a perdonarnos, ¿dónde quedaría el negocio de las guerras, de las armas? Si no tuviéramos que defendernos unos países de otros, unos vecinos de otros, ¿qué pasaría con el negocio de las aseguradoras?

El camino del perdón es mucho más subversivo de lo que pensamos. Y el mensaje de Jesús más peligroso de lo que muchos de nuestros intereses pueden soportar.

Perdonar es una de las armas más revolucionarias de la historia. Los poderes de este mundo deberían prohibirlo, pero han hecho algo todavía mejor: ¡desprestigiarlo! Nos han hecho creer que quien perdona pierde. Que quien perdona se dejar pisar. Y nosotros nos lo hemos creído.

Oración

Ilumina, Trinidad Santa, nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad para que podamos descubrir la fuerza trasformadora del perdón. ¡Amén!

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Perdonar es tomar conciencia de que no hay nada que perdonar.

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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HIJO-PRODIGOMt 18,21-35

El evangelio de hoy es continuación del que leíamos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el perdón. Hoy es el tema principal. Mt sigue con la instrucción sobre cómo comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería imposible cualquier clase de convivencia estable. El perdón es la más alta manifestación del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar y el fallo concreto y real.

La frase setenta veces siete“, no podemos entender­la literalmente; como si dijera que hay que perdonar 490 veces. Quiere decir que hay que perdonar siempre. El perdón tiene que ser, no un acto, sino una actitud, que se mantiene durante toda la vida y ante cualquier ofensa. Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque supone que Pedro todavía lleva cuenta de las ofensas.

La parábola de los dos deudores no necesita explicación. El punto de inflexión está en la desorbitada diferencia de la deuda de uno y otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa deuda (60.000.000 denarios). El empleado es incapaz de perdonar 100 denarios. Al final, encontramos un rabotazo de AT: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Jesús nunca pudo dar a entender que un Dios vengativo puede castigar de esa manera, o negarse a perdonar hasta que cumplamos unos requisitos.

El perdón sólo puede nacer de un verdadero amor. No es fácil perdonar, como no es fácil amar. Va en contra de todos los instintos. Va en contra de lo razonable. Desde nuestra conciencia de individuos aislados en nuestro ego, es imposible entender el perdón del  evangelio. El ego necesita enfrentarse a todo para sobrevivir y potenciarse. Desde esa conciencia, el perdón se convierte en un factor de afianzamiento del ego. Perdono (la vida) al otro porque así dejo clara mi superioridad moral. Expresión de este perdón es la famosa frase: “perdono pero no olvido” que es la práctica común en nuestra sociedad.

Para entrar en la dinámica del perdón, debemos tomar conciencia de nuestro verdadero ser y de la manera de ser de Dios. Experimentando la ÚNICA REALIDAD, descubriré que no hay nada que perdonar, porque no hay otro. Con un ejemplo podemos aproximarnos a la idea. Si tengo una infección en el dedo meñique del pie y me causa unos dolores inaguantables, ¿puedo echar la culpa al dedo de causarme dolor? El dedo forma parte de mí y no hay manera de considerarlo como un objeto agresor. Hago todo lo posible por curarlo porque es la única manera de ayudarme a mí mismo.

Desde nuestro concepto de pecado como mala voluntad por parte del otro, es imposible que nos sintamos capaces de perdonar. El pecado no es fruto nunca de una mala voluntad, sino de una ignorancia. La voluntad no puede ser mala, porque no es movida por el mal. La voluntad solo puede ser atraída por el bien. La trampa está en que se trata del bien o el mal, que le presenta la inteligencia, que con demasiada frecuencia se equivoca y presenta a la voluntad como bueno lo que en realidad es malo.

“Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Dios no tiene acciones, mucho menos puede tener reacciones. Dios es amor y por lo tanto es también perdón. No tiene que hacer ningún acto para perdonar; está siempre perdonando. Su amor es perdón porque llega a nosotros sin merecerlo. Ese perdón de Dios es lo primero. Si lo aceptamos nos hará capaces de perdonar a los demás. Eso sí, la única manera de estar seguros de que lo hemos descubierto y aceptado, es que perdonamos. Por eso se puede decir, aunque de manera impropia, que Dios nos perdona en la medida que nosotros perdonamos.

Es muy difícil armonizar el perdón con la justicia. Nuestra cultura cristiana tiene fallos garrafales. Se trata de un cristianismo troquelado por el racionalismo griego y encorsetado hasta la asfixia por el jurisdicismo romano. El cristianismo resultante, que es el nuestro, no se parece en nada a lo que vivió y enseñó Jesús. En nuestra sociedad se está acentuando cada vez más el sentimiento de Justicia, pero se trata de una justicia racional e inmisericorde, que la mayoría de las veces esconde nuestro afán de venganza. El razonamiento de que sin justicia los malos se adueñarían del mundo no tiene sentido.

Este sentido de la justicia se la hemos aplicado al mismo Dios y lo hemos convertido en un monstruo que tiene que hacer morir a su propio Hijo para “justificar” su perdón. Es completamente descabellado pensar que un verdadero amor está en contra de una verdadera justicia. Luchar por la justicia es conseguir que ningún ser humano haga daño a otro en ninguna circunstancia. La justicia no consiste en que una persona perjudicada consiga perjudicar al agresor. Seguiremos utilizando la justicia para dañar al otro.

Lo que decimos en el Padrenuestro es un disparate. No es un defecto de traducción. En el AT está muy clara esta idea. En la primera lectura nos decía exactamente: “Del vengativo se vengará el Señor”. “Perdona la ofensa de tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas“. Cuando el mismo evangelista Mateo relata el Padrenues­tro, la única petición que merece un comentario es ésta, para decir: “…Porque si perdonáis a vuestros hermanos, también vuestro Padre os perdonará; pero si no perdonáis, tampoco vuestro Padre os perdonará (Mt 6,14). ¿No sería más lógico pedir a Dios que nos perdone como solo Él sabe hacerlo, y aprendamos de Él nosotros a perdonar a los demás?

Para descubrir por qué tenemos que seguir amando al que me ha hecho daño, tenemos que descubrir los motivos del verdadero amor a los demás. Si yo amo solamente a las personas que son amables, no salgo de la dinámica del egoísmo. El amor verdadero tiene su justificación en la persona que ama, no en el objeto del amor y sus cualidades. El amor a los que son amables no es garantía ninguna del amor verdaderamente humano y cristiano. Si no perdonamos a todos y por todo, nuestro amor es cero, porque si perdonamos una ofensa y otra no, las razones de ese perdón no son genuinas.

No solo el ofendido necesita perdonar para ser humano. También el que ofende necesita del perdón para recuperar su humanidad. La dinámica del perdón responde a la  necesidad psicológica del ser humano de un marco de aceptación. Cuando el hombre se encuentra con sus fallos, necesita una certeza de que las posibilidades de rectificar siguen abiertas. A esto le llamamos perdón de Dios. Descubrir, después de un fallo grave, que Dios me sigue queriendo, me llevará a la recuperación, a superar la desintegración que lleva consigo un fallo grave. La mejor manera de convencerme de que Dios me ha perdonado, es descubrir que aquel a quien ofendí me ha perdonado.

Meditación

Si vivo en la superficie de mi ser (ego),
el perdón, que nos pide Jesús, será imposible.
No hay ofensor, ni ofendido, ni ofensa.
No hay nada que perdonar ni nadie a quien perdonar.
Cualquier otra solución no pasará de artificial e inútil.
O se convierte en refuerzo de nuestro ego.

Fray Marcos

Fuente Adulta

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Un Padrenuestro original.

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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HIJO-PRÓDIGO5_thumb1Hoy el niño menos diestro, quiere enseñar al cura el Padrenuestro (Refranero)

1 de septiembre. DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Mt 8, 21-35

Compadecido de aquel criado, el rey le dejó marchar y le perdonó la deuda.

Jesús señaló en la oración del Padrenuestro que hay que perdonar a todos, como también lo dijo don Miguel de Unamuno en el tan singular suyo:

Padre nuestro. Padre; he aquí la idea viva del cristianismo. Dios es Padre de amor. Y es Padre nuestro, no mío.

Santificado sea el tu nombre. No se oigan alabanzas más que de Ti, y a ti se refiera todo, que así habrá paz y morirá la soberbia.

Venga a nos el tu reino, venga a nos, y no vayamos él. Sin tu gracia no podemos llegar al reino de la vida eterna y ¿qué es la gracia más que un llevarnos Tú a él? El Verbo bajó, encarnó en maría, y se hizo hombre. Para traernos el reino de la vida eterna. No fue la humanidad al Verbo, no ascendió el hombre a Dios, sino que por su aspiración a Él. Él bajó. Venga a nos, no a mí.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Suprema fórmula de resignación y de la paz. Así en la tierra, así en el cielo de la realidad, como en el cielo, en el reino del ideal.

El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Hoy, sólo hoy ¿quién es dueño del mañana? «No os inquietéis por el mañana, ni qué comeréis o beberéis, etc.» Vivamos como si hubiésemos de morir dentro de un instante.

Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿Nuestros deudores? ¿Qué nos deben? Esto o aquello que proviene del Señor. ¿Es mío lo que me deben? Y yo debo todo lo que soy, me debo a mí mismo.

Y no dejes caer en la tentaciónNo confiemos en nuestras propias fuerzas, que quien ama el peligro, en él perece.

Mas líbranos del malAmén. Es de lo único que debemos ser libres, de lo que el Señor sabe que es nuestro mal, no de lo que creemos nosotros que lo es. Y así no pidamos que nos libre de esto o de aquello, sino que, en estas breves palabras, dichas desde el corazón, está toda súplica de deseo impuro y de vana complacencia.

 

Pero éste no es el caso del Refranero, cuando dice aquello de:

“Hoy el niño menos diestro, quiere enseñar al cura el Padrenuestro.

Mas como este niño, hay otros muchos que se creen sabios, y repiten una y otra vez lo mismo.

La poetisa Yvonne Torregrosa, escribió este Poema:

PADRE NUESTRO

Padre nuestro,
dime si en verdad estás en el cielo;
si tienes contigo a mis padres y abuelos,
a mi hermana pequeña

Santificamos muchos
en esta tierra tu nombre,
con peticiones de amor,
rogando la paz,
pidiendo bondad para todos los hombres.

Hágase tu voluntad de igualdad
aquí en la tierra,
que prime el cariño y la gentileza,
la bondad y la belleza.
Perdona nuestras ofensas
y a los que dañan a un niño.

Danos un mañana pleno de esperanzas,

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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La fuerza liberadora del perdón.

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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hijo prodigoMt 18, 21-35

13 de septiembre de 2020

El evangelio de este Domingo muestra uno de los temas más relevantes del legado de Mateo: el compromiso ético de la fe y las consecuencias de no vivirlo de manera coherente y auténtica. En este caso se centra en el asunto del perdón.

La introducción de este texto ya es el mensaje esencial que queda argumentado y explicitado con la parábola que narra a continuación; un breve diálogo entre Jesús y Pedro termina clarificando cómo vivir el perdón desde una visión cristiana y las actitudes que supone.

La pregunta de Pedro indica que, como buen militante del judaísmo, ya conocía el deber del perdón de las ofensas. Ahora bien, el perdón se recibía a través de unas tarifas determinadas. Las escuelas rabinas exigían que sus discípulos perdonasen tantas veces a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, etc.., y estas tarifas eran diferentes según la escuela. Lo que hace Pedro es preguntar a Jesús cuál era su tarifa para saber si era tan severa como la de la escuela que requería perdonar siete veces a su hermano.

La respuesta de Jesús, una vez más desconcertante, utiliza el número siete jugando a multiplicarlo, para transmitir que el perdón ha de ser en totalidad según el significado de ese número en la simbología judía. Perdonar en totalidad es perdonar de manera auténtica, de corazón, de raíz, sin tarifas o grados. Se trata de un perdón que trasciende lo emocional, lo supera y se sitúa en el mismo suelo del ser humano.  Esta parábola libera al perdón de toda tarifa para hacer de él un signo de un perdón que no es un deber moral, sino el eco de la conciencia de haber sido perdonado previamente. Jesús introduce este elemento nuevo en la parábola: nuestra capacidad de perdonar en totalidad es directamente proporcional a nuestras experiencias de haber sido perdonad@s auténticamente. Estas vivencias, bien integradas y conscientes, van despertando una sensibilidad que ablanda la comprensión y empatía con aquellos que nos dañan y ofenden, nos conectan con la realidad más profunda y espiritual dándose un crecimiento de la persona tan exponencial como el setenta veces siete del que habla Jesús.

Ahondando en el significado de la parábola, se puede percibir que el perdón cristiano tiene una doble vertiente: la psicológica y la referida al vínculo con la Divinidad. Integrar ambas vertientes construye al creyente unificando su persona y convirtiendo la fe en una posición ante la vida y no en un deber moral. Perdonar totalmente o de corazón supone haber reabsorbido la rabia y los sentimientos negativos y legítimos que se despiertan, aunque se necesite un camino complejo para restaurar la relación cuando la dignidad ha sido violada por el daño realizado.

En el proceso del perdón, como indica la parábola, hay que tener en cuenta ambas partes: quien daña y quien es dañado. No se trata de dar un perdón ingenuo, romántico o meloso, de perdonar con las emociones porque se quedaría en las arenas movedizas de los sentimientos, sino que, en el ejercicio de ese perdón, es importante situarse con una nueva dignidad frente a quien daña. Sólo así el perdón puede llegar a cambiar a la otra persona para que no siga dañando a terceros o reincidir en el daño causado. Esta es la dimensión educativa del perdón. Tras el perdón es necesario un cambio de posición por ambas partes. Una mala gestión del perdón genera tortura, como dice la parábola, que es vivir desde el rencor, la venganza o la disposición vulnerable a ser dañados de nuevo. Es muy importante perdonar con dignidad para recibir el perdón con posibilidad de cambio.  Así es el perdón de Dios del que nos habla Jesús, un perdón que pretende transformar a la persona “para que no peque más”.

Nadie se libra de estas dos experiencias: ofender y perdonar. Es todo un reto en la vida aprender a perdonar y a recibir el perdón de manera sana y profunda, así como ser conscientes de este doble dinamismo que puede interferir en las relaciones humanas y en nuestro vínculo con Dios. Todo ser humano, por ser reflejo del Ser de Dios, nace equipado de una capacidad para perdonar que se activa al experimentar un perdón auténtico y en totalidad. Esta es la fuerza liberadora del perdón.

FELIZ DOMINGO

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Perdón

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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Perdon.1Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

13 septiembre 2020

Mt 18, 21-35

La parábola es un recurso pedagógico que intenta transmitir un mensaje. En el caso de esta, su objetivo es insistir en la necesidad de perdonar, a partir de la experiencia de haber sido perdonados.

   Sin embargo, leída literalmente, conduce a una contradicción, ya que el rey del relato pasa rápidamente del perdón a la venganza. Basta con que su deudor actúe mal ante un compañero para que su “perdón” primero, nacido de la compasión, se transforme en castigo que nace de la ira.

     Tal lectura literal conecta fácilmente con nuestro ánimo justiciero –e incluso lo exacerba–, pero traiciona el mensaje, ya que parece dejar claro que no todo puede ser perdonado. Pero, ¿qué clase de “perdón” sería ese que marca límites? El perdón es gratuito e incondicional. Si no podemos vivirlo hasta el final, lo acertado es reconocerlo y aceptar nuestro límite de hoy, pero no negar su incondicionalidad.

     El perdón es hijo de la sabiduría y encuentra su mayor obstáculo en el narcisismo.

    Decir que es hijo de la sabiduría significa afirmar que nace de la comprensión: solo cuando comprendemos que cada persona hace en cada momento lo mejor que sabe y puede, de acuerdo con su nivel de consciencia y su mundo representacional, somos capaces de perdonar.

     No se trata de justificar todo, ni de aprobarlo, ni de negar el dolor que las acciones de los otros provocan –de hecho, habrá que emprender acciones para impedirlo–…, sino de comprender. Pero, para ello, es imprescindible situarse en el “mapa mental” de la otra persona. Y eso es algo que no se puede hacer desde el narcisismo.

     El narcisismo es auto-referencial: todo gira en torno al propio yo y todo se ve y se analiza desde las propias ideas. Eso explica que una de sus características básicas sea la incapacidad para la empatía y la compasión y, con ello, la imposibilidad de “ponerse en la piel” del otro.

    Desde esa posición, cuando se siente herida o frustrada por alguien que no actúa según sus expectativas, la personalidad narcisista es propensa al juicio, la condena y la descalificación del otro. Asumiendo el papel de víctima, es muy probable que alimente acritud, resentimiento e incluso deseos de venganza. Su narcisismo no soporta la ofensa ni lo que percibe como desvalorización.

    La personalidad narcisista tiene un sentido tan frágil del propio yo que necesita muestras constantes y crecientes de reconocimiento por parte de los otros para sentir algo de alivio. Detrás de su caparazón de (falsa) autosuficiencia, se esconde en realidad un niño afectivamente inseguro y necesitado de aprecio. Y ese niño no puede perdonar lo que percibe como ofensa. Será necesario que vaya sanando la relación consigo mismo para ir superando la tendencia narcisista.

  A diferencia del narcisismo, la comprensión se caracteriza por la empatía y la compasión hacia todos. Eso no significa que no sienta dolor ante determinados comportamientos o actitudes, pero es capaz de no reducirse a él, porque “sabe ver” a las personas más allá de lo que hacen. Y porque vive la seguridad de que su propio valor no depende de los que otros puedan o no hacerle. Es esa misma sensación de seguridad afectiva la que le permite abandonar el papel de víctima y acoger todo como oportunidad de aprendizaje.

     La sabiduría hace ver finalmente que, en su forma más sublime, el perdón auténtico consiste en comprender que no hay nada que perdonar.

¿Cómo me sitúo cuando me siento ofendido/a?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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A Dios le hace bien perdonar y a nosotros también

Domingo, 13 de septiembre de 2020
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abrazo-personasDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Mateo 18,21-35

Consideraciones sobre el perdón (a modo de homilía)
  1. Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.

(Lc 23,34).

Quiero comenzar esta homilía recordando el último gesto del Señor en la cruz. Jesús murió con el perdón en sus labios y en su corazón:

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. (Lc 23,34).

Hoy estarás conmigo en el Paraíso, (Lc 23,43)

Lo último que hace Jesús a su muerte es lo que hizo durante toda su vida: perdonar. Jesús pasó la vida perdonando y haciendo el bien.

Jesús seguramente sintió lo mismo que sentimos todos. Ante Herodes, Caifás, Pilatos, ante el legalismo de los fariseos, ante quienes menospreciaban a la mujer, ante quienes querían matarle, etc. Jesús sentía lo mismo que sentimos nosotros.

Pienso que a Jesús, como a nosotros le hacía bien perdonar: a Él y los demás. A Dios le hace bien perdonar y a nosotros también.

Nadie, que sea sensato, dice que sea fácil perdonar:

¡Cómo no vamos a comprender a quien dice no poder perdonar! Cómo no entender expresiones afines: “perdono, pero no olvido”, o incluso, “ni perdono, ni olvido”. ¡Cómo no ser conscientes de que haya familias que no se hablen, hermanos (Caín y Abel) que se odian, vecinos totalmente enemistados, ciudadanos enfrentados por motivos políticos! Lo más común en la sociedad es que “quien la hace la paga”.

         También hay actitudes hondamente cristianas “Espero acabar perdonando antes de morir”, decía Ortega Lara, secuestrado durante año y medio, como todos recordamos.[1] Hay personas, posturas de una gran altura humana, moral, espiritual.

  1. Perdonar.

El término perdonar – perdón viene del latín y, viene a significar: per y donare, “pasar, cruzar, adelante, pasar por encima de” y “donar, donación, regalo”.

Perdonar sería un “pasar bondadosamente por encima” de muchas, y en ocasiones, viejas, situaciones.

  1. Dios y Jesús perdonan siempre.

Nos han enseñado que Dios es muy justo y que no tiene más remedio que condenar. Sin embargo lo que podemos apreciar en Jesús y en el Dios de Jesús es otra cosa: es alianza, es perdón, reconciliación. Dios no se hace respetar a golpe de condenación, sino de perdón. Dice el salmo 129,4: de Ti procede el perdón, y así infundes respeto.

         Y Jesús, lo mismo. Desde el comienzo de su predicación (vida pública) hasta su muerte, siente misericordia, lástima, compasión, perdón.

He sido enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva … y proclamar un año de gracia del Señor.  (Lc 4,18-19)

         Un Dios justiciero y vengativo no es el Dios de Jesús. Nuestro Dios es acogedor, perdonados siempre y con todos. En ocasiones, en alguna teología, da la impresión de que nos molesta que Dios sea bueno y perdonador.

  1. Perdonar es un proceso de sanación.

El furor y la cólera son odiosos (1ª lectura). La ira y el odio solamente sirven para seguir hurgando en viejas heridas que, por otra parte, no permiten sanar y serenar la vida.

Perdonar hace bien a todos, al que pide perdón y al que lo regala, (gracia).

Solamente el perdón rompe la espiral de la violencia interior, personal, y exterior

El perdón es un proceso de sanación. No es fácil perdonar cuando hay una herida, más o menos sangrante, que rasga nuestra psicología, daña nuestro pensamiento  y sentimientos y deja secuelas psíquicas, familiares, sociales, económicas políticas y siempre afectivas. La decisión de perdonar sana nuestro corazón, nuestra vida.

Resentimiento significa “re-sentir”, “volver a sentir”, estar siempre hurgando en la herida. Necesitamos perdonar para no hacernos más daño a nosotros mismos, así como tampoco transmitir más odio a los demás.

El perdón haría mucho bien en el proceso de pacificación de nuestro pueblo y de otras muchas situaciones socio.políticas. ¿Será posible la pacificación sin perdón?

  1. El perdón acontece en la interioridad del corazón.

         El perdón acontece y se vive en lo más íntimo de la conciencia y del alma. Es una actitud interior. Perdonar es reconocer el mal, pero para apaciguar pulsiones e iras, violencias y venganzas. Y todo ello desde el interior.

         El perdón no surge de una ley en un parlamento, ni tan siquiera de un tratamiento psicológico, aunque la psicología tenga también algo que ver en estas cosas. El perdón realiza un cambio de corazón.

         El perdón no arregla el pasado: lo que pasó, pasó…, pero el perdón abre un futuro mejor, sanado.

         El que perdona no olvida el pasado, pero lo recuerda de otro modo, con bondad. Posiblemente seguirán surgiendo sentimientos negativos, pero habrá que poner razón a las pulsiones de la ira y de las bajas pulsiones. Hay que ser razonables frente al odio.

         Probablemente perdonar es la forma más elevada y profunda de amar.

  1. Él odio hace daño a todos.

Ya en el campo, Caín se lanzó contra su hermano Abel y lo mató. Dios dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» Replicó el Señor: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde la tierra. (Gn 4,1-9).

El odio no es solamente cosa de Caín y Abel, de dos personas, o de Caín con Dios, sino que “toda la tierra” y todos quedamos impregnados de la profundidad de la ira y del rencor. El odio y la venganza de Caín a Abel empaparon a toda la humanidad: la sangre de tu hermano clama al cielo. ¿En qué familia o comunidad, pueblo o iglesia no hay situaciones de enfrentamientos, odios, etc.?

  1. “abrir una salida” y “estar con” quien peca seriamente.

En ocasiones en la vida oímos y vemos que alguien ha hecho un daño grave (quizás nosotros mismos). En esa situación es una persona débil, fracasada y en esos momentos es cuando más necesita -necesitamos- del perdón. Todo ser humano necesita una vía de salida en la vida y más cuanto más cegados vemos los caminos.

¿Tenemos experiencia personal de haber sido perdonados?

Por otra parte, cuando perdonamos reconocemos el valor de la otra persona, le abrimos un camino de salud, de salvación. A todo ser humano hay que dejarle una puerta abierta de salida, de reconciliación, de seguir en paz el camino de la vida.

Naturalmente que en muchas circunstancias las relaciones no podrán volver a ser como lo fueron. Pero el perdón abre caminos y vuelve a encauzar la vida.

  1. Sin perdón no hay comunidad, ni eucaristía.

Cuando las heridas continúan abiertas, mal cerradas o cerradas en falso, es muy difícil una vida comunitaria sana, sea familiar, religiosa o cívica. Coexistiremos, pero sin perdón, y la vida será difícil, ¿o no lo está siendo en el orden político y eclesiástico?

         La Eucaristía es la asamblea de los pecadores, que nos sentimos reconciliados y con la buena voluntad de perdonar

No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

[1] Cfr. Vida Nueva , n 2751, 30 abril – 6 mayo, 2011, p 50.

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Cristo es la Transparencia

Jueves, 6 de agosto de 2020
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nude-jeebus

Dios mismo vino sobre la tierra como un pobre,
como un humilde.
Vino a través de Cristo Jesús.
Dios permanecería lejos de nosotros si
Cristo no fuera la transparencia.
Desde el comienzo Cristo estaba en Dios.
Desde el nacimiento de la humanidad,
era palabra viva.
Vino sobre la tierra para hacer accesible
la confianza de la fe.
Resucitado, hace su morada en nosotros,
nos habita por el Espíritu Santo.
Y descubrimos que el amor de Cristo se expresa ante todo
por su perdón y por su presencia continua dentro de nosotros.

*

“15 días con el Hermano Roger de Taizé “
escrito por Sofía Laplane
Editorial Ciudad Nueva

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***

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:

“Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.” Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:

“Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.”

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:

“Levantaos, no temáis.”

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:

“No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.”

*

Mateo 17,1-9

***

***

Si supiéramos reconocer el don de Dios, si supiéramos experimentar estupor, como el pastor Moisés, ante todas las zarzas que arden en los bordes de nuestros caminos, comprenderíamos entonces que la transfiguración del Señor -la nuestra- empieza con un cierto cambio de nuestra mirada. Fue la mirada de los apóstoles la que fue transfigurada; el Señor permanece el mismo.

La cotidianidad de nuestra vida, trivial y extraordinaria, debería revelar entonces su deslumbrante profundidad. El mundo entero es una zarza ardiente, todo ser humano -sea cual sea la impresión que suscita en nosotros- es esta profundidad de Dios.

Todo acontecimiento lleva en él un rayo de su luz. Nosotros, que hemos aprendido a mirar hoy tantas cosas, ¿hemos aprendido los datos elementales de nuestro oficio de hombres? Se vive, en efecto, a la medida del amor, pero se ama a la medida de lo que se ve. Ahora, en la transfiguración, nuestra visión participa en el misterio, de ahí que el amor esté en condiciones de brotar de nuestros corazones como fuego que arde sin consumir, y así puede enseñarnos a vivir.

Debemos pasar de la somnolencia de la que habla el evangelio a la auténtica vela, a la vigilancia del corazón. Cuando despertemos se nos dará la alegría inagotable de la cruz. Al ver, por fin, en la fe, al hombre en Dios y a Dios en el hombre -Cristo- nos volveremos capaces de amar y el amor saldrá victorioso sobre toda muerte.

El Señor se transfiguró orando; también nosotros seremos transfigurados únicamente en la oración. Sin una oración continua, nuestra vida queda desfigurada. Ser transfigurados es aprender a ver la realidad, es decir, a nuestro Dios, a Cristo, con los ojos abiertos de par en par. Ciertamente, en este mundo de locos, siempre tendremos necesidad de cerrar los ojos y los oídos para recuperar un cierto silencio. Es necesario, es como una especie de ejercicio para la vida espiritual. Sin embargo, la vida, la que brota, la vida del Dios vivo, es contemplarlo con los ojos abiertos. Él está en el hombre, nosotros estamos en él. Toda la creación es la zarza ardiente de su parusía. Si nosotros «esperásemos con amor su venida» (2 Tim 4,8), daríamos un impulso muy diferente a nuestro servicio en este mundo .

*

J. Corbon,
La alegría del Padre, Magnano 1997

***

Durante el verano, vuestras hermanas y hermanos de Cristianos Gays rezan contigo y por tí. De hecho, nuestro deseo es vivir nuestra vida cotidiana, iluminados interiomente por medio de Jesucristo. Queremos estar cerca de los que pasan las pruebas.

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , ,

Gerardo Villar: Profundizando en el sacramento del perdón.

Miércoles, 15 de julio de 2020
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confesionario¿Cómo es posible que, siendo tan esencial el sacramento del perdón, hoy no se practique ni por el uno por mil de los bautizados? Toda explicación no puede recaer en la laxitud de los bautizados. ¿No habrá que preguntarse si el modo de realizar el sacramento lo condiciona?

A esta pregunta responde esta reflexión.

Notas sobre el perdón:

Dios nos restaura con el perdón. Cualquiera que sea nuestra conducta Dios nos perdona siempre. Jesús expuso con claridad que es Dios Padre misericordioso quien perdona:

Por iniciativa suya, así aparece en la escena del paralítico y en la cruz al ladrón crucificado. Les sorprende con la oferta gratuita del perdón.

De forma gratuita. Así en las parábolas del hijo pródigo y de la oveja perdida.

Y de forma incondicionada, así a María en casa de Zaqueo y a la mujer adúltera. No fue necesario que pidieran perdón. Era Jesús quien lo OFRECÍA y lo daba.

Esta era la forma del perdón de Dios, que es rico en misericordia y ternura.

La clave del perdón es que Dios perdona y eso, como un regalo de su amor.

Y así empieza la Iglesia a perdonar durante los tres primeros siglos. En la celebración de la eucaristía se perdonaban los pecados. Todos los pecados y era por absolución general.

La iglesia una y otra vez aplica este principio “al principio fue así” o también “al principio no fue así” y por ello hay que seguir haciéndolo.

Pero con el paso del tiempo las cosas cambiaron: y se puso el empeño no en Dios que perdona sino en el hombre que se arrepienta y pida perdón.

De ahí pasó a la necesidad de penitencia para satisfacer lo que se había hecho mal.

Y después se comenzó a valorar la clase de pecados y la necesidad de confesar algunos pecados como el homicidio, el adulterio y la idolatría. Son pecados que causan daños y deben ser reparados.

En el evangelio hay un texto que dice… “id y predicad y perdonad. A quienes les perdonéis les serán perdonados y a quienes se los retengáis le serán retenidos”.

De este texto se ha concluido que el perdón requiere juicio previo y de hecho se dotó al ministro de los requisitos propios de un juez y se concluyó “luego, si es juicio se requiere que haya confesión,” y además se añadió que toda la construcción que regula la realización del perdón eran normas de derecho divino.

Varias de esas normas sacadas mediante conclusiones son derecho eclesiástico y por tanto modificables. (Algunos las califican de derecho divino secundario… en otro lenguaje derecho eclesiástico).

Este texto debiera haberse interpretado de acuerdo con los que hemos dicho antes, es decir, con la forma en que perdonaba Jesús; pero en el concilio de Trento no fue así y se tomó la idea de que el perdón era un juicio que requería de forma necesaria la confesión. El sacerdote pasaba a actuar de juez y por ello era necesario el interrogatorio-confesión.

De las normas del concilio de Trento se ha elaborado un modelo de perdón que no coincide con el que aparece en el evangelio, ni con el que se practicó durante varios siglos.

Hay que pensar que si la iglesia lo practicó es que era el verdadero y válido o habrá que aceptar que hasta el concilio de Trento la iglesia ha vivido en la heterodoxia y heteropraxis.

Si inicialmente el centro del perdón era la misericordia de Dios y el pecador lo aceptaba, con el paso del tiempo y ante la dificultad de ciertos pecados –que requerían ser expuestos para saber si los habían cometido, si había responsabilidad, los daños causados y la forma de repararlos–, se hacía necesaria la confesión. Pero de ser necesaria para determinados pecados-graves-delitos, se pasó a aplicarlos para todos los pecados. Y así se convirtió la confesión en la clave y quicio del perdón.

El sacramento del perdón terminó por llamarse CONFESIÓN. Cuando en realidad es el medio para tratar determinados pecados. Esto nos lleva a afirmar que si en la primitiva iglesia el quicio del perdón era la donación del perdón por la absolución general y solamente requerían confesión los pecados más graves, los llamados delitos, actualmente hay que pensar que ahora debe ser lo mismo. Pues si entonces estaban en la verdad, se estará en la verdad.

Pecadores somos todos, delincuentes lo son muy pocos.

Hay muchas maneras de obtener el perdón de los pecados: en la eucaristía, en el ayuno penitencial, en la acción caritativa personal o de donación de medios, en la oración penitencial….

La iglesia debe expresar qué conductas son delito. En general lo son aquellas que causan daño al hermano… y también a la comunidad. Y esas conductas sí deben someterse a una valoración y control, sobre todo, para lograr la reparación mediante la penitencia. Pensemos en la pederastia. Lo importante es la reparación de daños.

La confesión de todos los pecados, como quicio del perdón, como es ahora, no responde a lo que aparece en el evangelio ni en los primeros siglos de la Iglesia.

Si a esto le añadimos que se ha unido a la confesión la dirección espiritual “de conciencia” se otorga al ministro del perdón una potestad para invadir la conciencia de los que buscan el perdón.

Este comportamiento del “confesor” invasivo es el que aparta de recibir el perdón porque provoca rechazo.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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