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“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.”

Domingo, 4 de mayo de 2025

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No te he negado

Por causa de Tú causa me destrozo
como un navío, viejo de aventura,
pero arbolando ya el joven gozo
de quien corona fiel la singladura.

Fiel, fiel…, es un decir. El tiempo dura
y el puerto todavía es un esbozo
entre las brumas de esta Edad oscura
que anega el mar en sangre y en sollozo.

Siempre esperé Tú paz. No Te he negado,
aunque negué el amor de muchos modos
y zozobré teniéndote a mi lado.

No pagaré mis deudas; no me cobres.
Si no he sabido hallarte siempre en todos,
nunca dejé de amarte en los más pobres.

*

Pedro Casaldáliga,
El Tiempo y la Espera,
Sal Terrae 1986

***

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.

Simón Pedro les dice:

“Me voy a pescar.”

Ellos contestan:

“Vamos también nosotros contigo.

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice:

“Muchachos, ¿tenéis pescado?”

Ellos contestaron:

“No.”

Él les dice:

“Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.”

La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:

“Es el Señor.

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.

Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:

– “Traed de los peces que acabáis de coger.”

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

Jesús les dice:

“Vamos, almorzad.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:

“Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”

Él le contestó:

“Sí, Señor, tú sabes que te quiero.”

Jesús le dice:

“Apacienta mis corderos.”

Por segunda vez le pregunta:

“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”

Él le contesta:

-“Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Él le dice:

“Pastorea mis ovejas.”

Por tercera vez le pregunta:

– “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:

-“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice:

– “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:

“Sígueme.”

*

Juan 21, 1-19

***

 

El amor de Cristo por Pedro tampoco tuvo límites: en el amor a Pedro mostró cómo se ama al hombre que tenemos delante. No dijo: «Pedro debe cambiar y convertirse en otro hombre antes de que yo pueda volver a amarlo». No, todo lo contrario. Dijo «Pedro es Pedro y yo le amo; es mi amor el que le ayuda para ser otro hombre». En consecuencia, no rompió la amistad

Para reemprenderla quizás cuando Pedro se hubiera convertido en otro hombre; no, conservó intacta su amistad, y precisamente eso fue lo que le ayudó a Pedro a convertirse en otro hombre. ¿Crees que, sin esa fiel amistad de Cristo, se habría recuperado Pedro? ¿A quién le toca ayudar al que se equivoca, sino a quien se considera su amigo, aun cuando la ofensa vaya dirigida contra él?

El amor de Cristo era ilimitado, como debe ser el nuestro cuando debemos cumplir el precepto de amar amando al hombre que tenemos delante. El amor puramente humano está siempre dispuesto a regular su conducta según el amado tenga o no perfecciones; el amor cristiano, sin embargo, se concilio con todas las imperfecciones y debilidades del amado y permanece con él en todos sus cambios, amando al hombre que tiene delante. Si no fuera de este modo, Cristo no habría conseguido amar nunca: en efecto, ¿dónde habría encontrado al hombre perfecto?

*

Søren Kierkegaard
Las obras del amor,
Guadarrama, Barcelona, s. f.

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

“Cualquiera no sirve”. 3 Pascua – C (Juan 21,1-19)

Domingo, 4 de mayo de 2025

IMG_1047Después de comer con los suyos a la orilla del lago, Jesús inicia una conversación con Pedro. El diálogo ha sido trabajado cuidadosamente, pues tiene como objetivo recordar algo de gran importancia para la comunidad cristiana: entre los seguidores de Jesús, solo está capacitado para ser guía y pastor quien se distingue por su amor a él.

No ha habido ocasión en que Pedro no haya manifestado su adhesión absoluta a Jesús por encima de los demás. Sin embargo, en el momento de la verdad es el primero en negarlo. ¿Qué hay de verdad en su adhesión? ¿Puede ser guía y pastor de los seguidores de Jesús?

Antes de confiarle su «rebaño», Jesús le hace la pregunta fundamental: «¿Me amas más que estos?». No le pregunta: «¿Te sientes con fuerzas? ¿Conoces bien mi doctrina? ¿Te ves capacitado para gobernar a los míos?». No. Es el amor a Jesús lo que capacita para animar, orientar y alimentar a sus seguidores, como lo hacía él.

Pedro le responde con humildad y sin compararse con nadie: «Tú sabes que te quiero». Pero Jesús le repite dos veces más su pregunta, de manera cada vez más incisiva: «¿Me amas? ¿Me quieres de verdad?». La inseguridad de Pedro va creciendo. Cada vez se atreve menos a proclamar su adhesión. Al final se llena de tristeza. Ya no sabe qué responder: «Tú lo sabes todo».

A medida que Pedro va tomando conciencia de la importancia del amor, Jesús le va confiando su rebaño para que cuide, alimente y comunique vida a sus seguidores, empezando por los más pequeños y necesitados: los «corderos».

Con frecuencia se relaciona a jerarcas y pastores solo con la capacidad de gobernar con autoridad o de predicar con garantía la verdad. Sin embargo, hay adhesiones a Cristo, firmes, seguras y absolutas, que, vacías de amor, no capacitan para cuidar y guiar a los seguidores de Jesús.

Pocos factores son más decisivos para la conversión de la Iglesia que la conversión de los jerarcas, obispos, sacerdotes y dirigentes religiosos al amor a Jesús. Somos nosotros los primeros que hemos de escuchar su pregunta: «Me amas más que estos? ¿Amas a mis corderos y a mis ovejas?».

José Antonio Pagola

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“Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado”. Domingo 04 de mayo de 2025. 3er Domingo de Pascua

Domingo, 4 de mayo de 2025

28-pascuaC3 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 5, 27b-32. 40b-41: Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo.
Salmo responsorial: 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Apocalipsis 5, 11-14: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza.
Juan 21, 1-19: Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado

En el pasaje de Hechos, los apóstoles son llamados a rendir indagatoria ante el Sanedrín, o Junta Suprema de los judíos. Conviene reflexionar sobre lo que implica concretamente la fe en la resurrección de Jesús; esto es, el testimonio de que él continúa vivo y actuando no ya físicamente, sino a través de la comunidad que ha asumido con el coraje y la valentía de su Maestro el proyecto del Reino. La Resurrección carece de pruebas históricas, y el creyente no las necesita. La prueba más segura y contundente nos la da, precisamente, la comunidad misma de creyentes que se fue formando alrededor de la fe en la Resurrección y que da testimonio de ella a través de una experiencia vital que ha evolucionado desde una total ignorancia e incapacidad para comprender a Jesús, hasta un cambio tan radical que ya nadie teme dar testimonio de que Jesús está vivo y que su proyecto sigue adelante. Con una valentía increíble, aquellos que habían huido abandonando al Maestro en su prendimiento, recalcan ahora que seguirán predicando porque “hay que obedecer a Dios antes que a los humanos”. Esta situación se repetirá innumerables veces en la historia de la Iglesia, cuando la autenticidad del mensaje entre en conflicto con los intereses que se le oponen.

En el evangelio Jesús se presenta a los apóstoles junto al lago Tiberíades, en medio de la vida ordinaria a la que ellos estaban acostumbrados. Habían dejado de ser los pescadores de personas a que los había llamado Jesús, y tras el supuesto fracaso del Maestro habían vuelto a su oficio de siempre. Allí se les presenta Jesús y aprovecha lo que les es familiar. Y allí Dios les manifiesta su poder y su gloria, a través del símbolo de la pesca y de la comida.

El Resucitado los invita a tirar la red, que recogerá una pesca milagrosa; una red que es símbolo de la Iglesia y de la pesca multitudinaria que harían los seguidores de Jesús después de este encuentro, cuando vuelvan a tomar el rumbo que habían perdido.

El discípulo a quien el Señor más amaba le reconoce en el milagro de la abundancia de peces, y Pedro se siente nada delante de aquel que le encomendó una tarea especifica que dejó de cumplir.

El capítulo 21 del cuarto evangelio fue agregado posteriormente. Es claro que Jn 20,30-31 era la conclusión original. Y es interesante que el capítulo 21 esté centrado en la figura de Pedro. En todo el evangelio los grandes protagonistas habían sido “el discípulo amado”, los discípulos en general y especialmente las discípulas, y entre ellas la madre de Jesús y María Magdalena. La figura de Pedro tiene relieve secundario; más aun, aparece siempre contrapuesta y subordinada a la del “discípulo amado”. Para Juan lo más importante es ser discípulo/discípula. Ahora, en el capítulo 21, se afirma a Pedro como pastor a partir de la inquietante pregunta triple de Jesús resucitado: “Simón, ¿me amas?… Apacienta mis ovejas”. Pedro es reconocido como pastor porque ahora cumple la condición de buen discípulo. Durante la Pasión negó tres veces ser discípulo de Jesús. Ahora el Señor le pide una triple confesión de su sincero amor como discípulo.

Antes que jerárquica, la Iglesia es una comunidad de discípulos. En la tradición de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) es una iglesia fundada y dirigida por los 12 apóstoles, llamados también comúnmente los 12 discípulos. El capítulo 21 de Juan expresa la armonización de la dos tradiciones: Pedro es reconocido como pastor, pero bajo la condición de que acepte su definición fundamental como discípulo. Una vez reconocido como pastor, Jesús le anuncia la clase de muerte con la que glorificaría a Dios: su crucifixión en Roma. Después el Señor le reiterará su consigna favorita: “sígueme”, es decir, lo urge formalmente a ser su discípulo. Leer más…

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La aparición más extraña en el sitio más inesperado. Domingo 3º de Pascua. Ciclo C.

Domingo, 4 de mayo de 2025

pedro-me-amas1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El cuarto evangelio tuvo dos ediciones. La primera terminaba en el c.20. Más tarde, no sabemos cuándo, se añadió un nuevo relato, el que leemos hoy (Jn 21,1-19). El hecho de que se añadiese a un evangelio ya terminado significa que su autor le daba especial importancia.

Un comienzo sorprendente

            Según el cuarto evangelio, cuando Jesús se aparece a los discípulos al atardecer del primer día de la semana, les dice: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo. Pero ellos no deben tener muy claro a dónde los envía ni cuándo deben partir. Vuelven a Galilea, a su oficio de pescadores; en todo caso, resulta interesante que Natanael, el de Caná, no se dirige a su pueblo; se queda con los otros. Pero no son once, solo siete. Pedro propone ir a pescar, y se advierte su capacidad de liderazgo: todos le siguen, se embarcan… y no pescan nada.

Algunos comentaristas han destacado las curiosas semejanzas entre los evangelios de Lucas y Juan. Aquí tendríamos una de ellas. En el momento de la vocación de los cuatro primeros discípulos, también han pasado toda la noche bregando sin pescar nada, y una orden de Jesús basta para que tengan una pesca abundantísima. Por otra parte, en la propuesta de Pedro: “Me voy a pescar”, resuenan las palabras de Jesús: “Yo os haré pescadores del hombres.

       En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: 

            Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: 

            – Me voy a pescar.

            Ellos contestan: 

            – Vamos también nosotros contigo.

            Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.

Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. 

            Jesús les dice: 

            – Muchachos, ¿tenéis pescado?

            Ellos contestaron: 

            – No.

            Él les dice: 

            – Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.

            La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.

            Dos reacciones: el impulsivo y el creyente

El relato de lo que sigue es tan escueto que parece invitar al lector a imaginar la escena y completar lo que falta.

Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: 

            – Es el Señor.

            Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: 

            – Traed de los peces que acabáis de coger.

            Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. 

            El contraste más marcado es entre el discípulo al que Jesús tanto quería y Pedro. El primero reconoce de inmediato a Jesús, pero se queda en la barca con los demás. Pedro, al que no se le pasado por la cabeza que se trate de Jesús, se lanza de inmediato al agua… pero no sabemos qué hace cuando llega a la orilla. Tampoco Jesús le dirige la palabra. Espera a que lleguen todos para decir que traigan los peces, y de nuevo es Pedro el que sube a la barca y arrastra la red hasta la orilla. Hay dos formas de protagonismo en este relato: el de la intuición y la fe, representado por el discípulo al que quería Jesús, y el de la acción impetuosa representado por Pedro.

            [La cantidad de 153 peces se ha prestado a numerosas teorías, pero ninguna ha conseguido imponerse. Según Plinio el Viejo, existían ciento cincuenta y tres variedades de peces. El evangelista habría querido decir que la pesca se extendió al mundo entero, abarcando a toda clase de personas.]

El misterio de la fe: seguridad sin certeza

Jesús les dice:

– Vamos, almorzad.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.

          Durante la comida extraña nadie dice nada, ni siquiera Jesús. En ese silencio resalta uno de los mensaje más importantes del relato: Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.” Lo saben, pero no pueden estar seguros, porque su aspecto es totalmente distinto. Es otro de los puntos de contacto entre Lucas y Juan. Los dos insisten en que Jesús resucitado es irreconocible a primera vista: María Magdalena lo confunde con el hortelano, los discípulos de Emaús hablan largo rato con él sin reconocerlo, los once piensan en un primer momento que es un fantasma.

            Frente a la apologética barata que nos enseñaban de pequeños, donde la resurrección de Jesús parecía tan demostrable como el teorema de Pitágoras, los evangelistas son mucho más profundos y honrados. Sabemos, pero no nos atrevemos a preguntar.

¿Un final eucarístico?

Jesús no dice nada, pero hace mucho. Los gestos de dar el pan y el pescado recuerda a la multiplicación de los panes y los peces, con su claro mensaje eucarístico. La escena también recuerda a la de los discípulos de Emaús, que no reconocen a Jesús, pero lo descubren al partir el pan, aunque aquí no se habla de reconocimiento. Lo esencial es que Jesús alimenta a sus apóstoles, dándoles de comer uno a uno.

Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. 

            Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. 

Pedro de nuevo: humildad y misión

               La última parte, que se puede suprimir en la liturgia, vuelve a centrarse en Pedro. Va a recibir la imponente misión de sustituir a Jesús, de apacentar su rebaño. Hoy día, cuando se va a nombrar a un obispo, Roma pide un informe muy detallado sobre sus opiniones políticas, lo que piensa del aborto, del matrimonio homosexual, el sacerdocio de la mujer… Jesús también examina a Pedro. Pero solo de su amor. Tres veces lo ha negado, tres veces deberá responder con una triple confesión, culminando en esas palabras que todos podemos aplicarnos: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. A pesar de las traiciones y debilidades.

            Y Jesús le repite por tres veces la nueva misión: “pastorea mis ovejas. Cuando escuchamos esta frase pensamos de inmediato en la misión de Pedro, y no advertimos la novedad que encierra “mis ovejas”. La imagen del pueblo como un rebaño es típica del Antiguo Testamento, pero ese rebaño es “de Dios. Cuando Jesús habla de “mis ovejas” está atribuyéndose ese poder y autoridad, semejantes a los del Padre, de los que tanto habla el cuarto evangelio.

Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: 

            – Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

Él le contestó: 

            – Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice: 

            – Apacienta mis corderos.

Por segunda vez le pregunta: 

            – Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

Él le contesta: 

            – Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Él le dice: 

            – Pastorea mis ovejas. 

Por tercera vez le pregunta: 

            – Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:
– Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice: 

            – Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» 

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: 

            – Sígueme.

La alegría en la persecución (Hechos 5,27b-32.40b-41)

            [Nota previa muy importante: La traducción litúrgica ha suprimido algo esencial: los azotes a los apóstoles. El texto griego dice: “llamando a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron”. En el leccionario, al faltar los azotes, no se comprende por qué se marchan “contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús].

          En la lectura podemos distinguir tres secciones: 1) el sumo sacerdote interroga a los apóstoles y los acusa de seguir hablando de Jesús, haciendo responsables a las autoridades judías de su muerte. 2) Pedro responde que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, e insiste en que Dios resucitó a Jesús. 3) Final: los azotan, les prohíben nuevamente hablar de Jesús y ellos salen contentos de haber merecido ese ultraje.

            Dos detalles llaman la atención: a) la necesidad que tienen los apóstoles de hablar de Jesús, aunque se lo prohíban y los castiguen; así se explica la difusión del cristianismo en el ámbito del siglo I por las regiones más distintas. b) La alegría en medio de las persecuciones, que no tiene nada que ver con el masoquismo, sino como forma de revivir el destino de Jesús.

En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles y les dijo:

– «¿No os hablamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.»

Pedro y los apóstoles replicaron:

– «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.»

Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.

Jesús exaltado (Apocalipsis 5,11-14)

            Este tema lo ha tratado Pedro ante el sumo sacerdote cuando dice: “La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador”.  El Apocalipsis desarrolla este aspecto hablando del Cristo glorioso del final de los tiempos.

         Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente:

– «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.»

Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos, que decían:

– «Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.»

Y los cuatro vivientes respondían:

– «Amén

Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje.

Reflexión final

            Las lecturas de este domingo son muy actuales. Además de la persecución sangrienta de Jesús a través de los cristianos, está el intento de silenciarlo, como pretendía el sumo sacerdote. Aunque a veces, el problema no es que nos prohíban hablar de Jesús, sino que no hablamos de él por miedo o por vergüenza.

            Otras veces nos resulta difícil, casi imposible, identificarlo en la persona que tenemos enfrente. O admitir ese triunfo suyo del que habla el Apocalipsis. Las lecturas nos invitan a reflexionar y rezar para vivir de acuerdo con la experiencia de Jesús resucitado.

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III Domingo de Pascua. 04 mayo, 2025

Domingo, 4 de mayo de 2025

3Do-Pascua

“Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla;

pero los discípulos no sabían que era Jesús…”

(Jn 21, 1-19)

 

El tiempo de Pascua es el tiempo de las sorpresas del Resucitado. Los discípulos y discípulas de la primera hora nos han legado su experiencia de encuentro con el Resucitado. En cada uno de esos encuentros hay un algo de sorpresa.

Siempre les cuesta descubrir quién es el personaje que irrumpe en la escena, da igual que se haya aparecido otras veces, es difícil de reconocer. El texto nos dice que erala tercera vez que Jesús se aparecía a sus discípulos, después de resucitar de entre los muertos.”

Parece que los discípulos se han quedado tan sobrepasados tras la muerte violenta de su maestro que no pueden reconocerle resucitado, pero recuerdan sus gestos. Porque ya en otras ocasiones les había invitado a echar las redes o había bendecido con ellos los alimentos.

La apariencia del Resucitado es distinta, desconocida, pero sus gestos son inconfundibles, en ellos sus discípulos reconocen al Crucificado. Lo que la lógica es incapaz de razonar lo descubre el amor en los gestos pequeños.

Un pequeño gesto es capaz de cambiar por completo la dirección de una vida. Cuenta el autor de un libro que se titula “La guerra no es santa: Relato del infierno Muyahidin”, cómo la ternura de un gesto le hizo conectar con la luz que después de toda la violencia vivida, aún quedaba en su corazón. Invitado en casa de un amigo se puso enfermo con una fiebre muy alta, entonces la madre de su amigo se acercó a su cama y le tomó la fiebre poniéndole la mano sobre su frente. Ese gesto le recordó lo que solía hacer su propia madre cuando él era pequeño y enfermaba.

Ese gesto le hizo descubrir la ternura en las personas que siempre había considerado enemigas, infieles y a las que deseaba eliminar. Había crecido en un país lleno de violencia y con la creencia de que matar “infieles” era la llave de entrada al Paraíso.

Él, que había crecido viendo semanalmente como los infieles eran castigados con la muerte de una manera pública, a modo de espectáculo y con ello se había ido oscureciendo su corazón, afirma que aquel gesto, unido a otros, hizo que el pequeño punto blanco que todavía quedaba en su corazón fuera ganando espacio.

Los gestos, nuestros gestos como los del Resucitado pueden transformar la realidad. Claro que no vale con cualquier gesto, son los gestos nacidos del amor, aquellos que brotan de lo más puro, de nuestra misma esencia. Gestos que no siempre son fáciles porque en nosotros también hay violencia y oscuridad.

Oración

Ayúdanos, Trinidad Santa, a vivir conectadas a nuestra propia esencia, ese lugar bondadoso e inviolable, del que nace el amor que nos hace semejantes a Ti.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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El relato es fantástico y simbólico.

Domingo, 4 de mayo de 2025

11E9CD87-F275-45F8-8BD6-FA4AE7257E6DDOMINGO 3º DE PASCUA (C)

Jn 21, 1-19

Se trata de una vivencia interior que, o se tiene, y entones no hay que explicar nada, o no se tiene y entonces no hay manera de explicarla. Esta simple constatación es la clave para afrontar los textos. No hay palabras para expresar la vivencia, por eso usan símbolos.

El objeto de estos textos no es explicar ni convencer, sino invitar a la misma experiencia que hizo posible la absoluta seguridad de que Jesús estaba vivo. Descubriremos la fuerza arrolladora de esa Vida y podremos intuir la profundidad del cambio operado en ellos. Las autoridades religiosas y romanas pretendieron borrarle de la memoria de los vivos.

En el relato que hoy leemos, nada es lo que parece. Todo es mucho más de lo que parece. Responde a un esquema teológico definido, que se repite en todas las apariciones. No pretenden decirnos lo qué pasó, sino transmitirnos la experiencia de una comunidad. En aquella cultura, la manera de transmitir ideas era a través de relatos elaborados ad hoc.

Se manifestó (ephanerôsen) significa “surgir de la oscuridad”. “Al amanecer”, cuando se está pasando de la noche al día, los discípulos pasan de una visión terrena de Jesús a través de los sentidos, a una experiencia interna que les permite descubrir en él lo que no se puede ver ni oír ni tocar. Sigue el esquema que se da en todas las apariciones.

Situación dada. Habían vuelto a su tarea habitual. Lo que les va a pasar, ni lo esperan ni lo buscan. Los discípulos están juntos, forman comunidad. No se hace alusión a los doce sino a los siete, signo de plenitud. Misión universal de la nueva comunidad. La noche significa la ausencia de Jesús. Sin él, la misión es estéril. Con él todo es posible.

Se hace presente. Toma la iniciativa, sin que ellos lo esperen. La primera luz de la mañana es señal de la presencia de Jesús. Continúa el lenguaje simbólico. Jesús es la luz que permite trabajar y dar fruto. No los acompaña; su acción se ejerce por medio de los discípulos. Cuando siguen sus instrucciones, encuen­tran pesca y le descubren a él mismo.

Saludo. Una conversación que pretende acentuar la cercanía. “Muchachos” (paidion) diminutivo de (pais) = niño. Es el “chiquillo de la tienda”. Al darles ese nombre, está exigiéndoles una disponibilidad total. Él tiene ya pan y pescado. Ellos tienen que seguir buscando y compartiendo el alimento. Jesús sigue en la comunidad, pero sin actuar.

Lo reconocen. Solo uno lo descubre, el que está más identificado con Jesús. Reconoce al Señor en la abundancia de peces, es decir, en el fruto de la misión. Solo el que tiene experiencia del amor sabe leer las señales. El éxito es señal de la presencia del Señor. El fracaso delataba la ausencia del mismo. Juan Comunica su intuición a Pedro.

No ven primero a Jesús, sino el fuego y la comida, las expresiones de su amor a ellos. El alimento que les da se distingue del que ellos logran por su indicación. Hay dos alimentos: uno es don gratuito aportado por Jesús, el otro lo deben conseguir con el esfuerzo.

La misión. Hoy se personaliza en Pedro. Con su pregunta, Jesús enfrenta a Pedro con su actitud. Solo él lo había negado, solo él tenía que rectificar. Jesús usa el verbo “agapaô” = amar, unidad. Pedro contesta con “phileô” =querer, amistad. Al preguntarle por 3ª vez, pone en relación este episodio con las tres negaciones. Espera una rectificación total.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Después de Jesús, nosotros la Iglesia.

Domingo, 4 de mayo de 2025

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«Apacienta mis corderos… Apacienta mis ovejas».

Uno de los capítulos del “Curso de cultura religiosa” de José E. Ruiz de Galarreta estaba dedicado a la Iglesia, y abarcaba desde sus orígenes en el siglo primero hasta nuestros días. En él ofrecía una visión muy positiva de su coyuntura actual, y vamos a comenzar este comentario con un resumen telegráfico de su contenido.

Decía así:

Imbuidos del espíritu de Jesús, aquellos hombres y mujeres comprometidos con la misión se convierten en semilla poderosa que cae en buena tierra y da cosecha abundante. Surgen las primeras comunidades cristianas y sus miembros se reúnen en las casas para celebrar la Cena del Señor, en la que escuchan a los Testigos, leen las primeras recopilaciones de los hechos y dichos de Jesús y atienden las necesidades de los más necesitados. Su modo de vida es fértil y contagioso, y no dejan de crecer.

Las autoridades comienzan a recelar de su creciente influencia sobre el pueblo y llegan las persecuciones. Judíos y romanos los persiguen, los encarcelan, los torturan y los matan, pero el espíritu que los anima, el espíritu de Jesús, los mantiene firmes, y cuanto más los persiguen, más se reafirman en su fe… Y siguen creciendo.

Pero a partir del siglo II se abandona el estilo de Jesús. Primero se imponen las teologías filo-gnósticas en boga y luego las metafísicas platónica y aristotélica. Se relegan las parábolas. Abbá se convierte en la Primera Persona de la Santísima Trinidad y se olvida la buena Noticia. Se impone el celibato y se margina a las mujeres. Llegan las pompas señoriales de los obispos bizantinos y la monarquía absoluta del Papa. La Iglesia, antes perseguida, se convierte en perseguidora…

Y llegamos a nuestros días. Y cuando todo parecía perdido, surge una generación de gente que no está dispuesta a permitir que el Viento de Dios que empujó a la primera comunidad deje de soplar en la Iglesia actual.

Y el espíritu renace. Y hay signos evidentes de que la Iglesia, quizá por primera vez, es consciente de sus pecados y se esfuerza por salir de ellos. Y vemos que hay más la gente que se acerca a la Iglesia movida por la fe, y no por la costumbre. Que el sacerdocio deja de ser una situación de prestigio y comodidad, y se convierte en una opción de servicio. Que casi nadie piensa que fuera de la Iglesia no haya salvación o que la acción de Dios en el mundo se dé solamente dentro de la Iglesia.

Y vemos también que el Santo Sacrificio de la misa va dejando paso a la eucaristía y que la exégesis seria nos ayuda a entender mejor la Palabra. Que se recupera la humanidad de Jesús –tantos siglos sometida a un docetismo indiscutido– y se redescubre a Abbá, enmascarado por ese Padre Todopoderoso caracterizado, sobre todo, por el poder y la justicia. Y que por primera vez en muchos siglos, no es el clero, sino todos los cristianos, los que podemos decir “nosotros la Iglesia”.

La Iglesia se enfrenta esperanzada –terminaba diciendo José Enrique– al reto de responder a los desafíos de cada momento y cada cultura; de ser fiel simultáneamente a dos principios fundamentales: a lo recibido de los Testigos, y a los signos de los tiempos…

Y todo eso es cierto, y enormemente esperanzador, pero la visión preponderante entre cristianos y no cristianos es otra distinta basada también en hechos palpables. Porque es innegable que el bienestar que ha traído aparejada la cultura consumista ha hecho que el mundo haya dejado de ser un valle de lágrimas, que los fieles hayan dejado de refugiarse en el más allá y hayan olvidado su dimensión espiritual… Que hayan cerrado la puerta de acceso a su interior, abandonado la eucaristía (alimento básico de las primeras comunidades), dejado de escuchar la Palabra, sacado a Jesús de sus vidas y, al menos aparentemente, que se estén convirtiendo en grupos marginales en extinción que nada representan en la marcha del mundo. Como decía J. Antonio Estrada: «El progreso del más acá va a sustituir a la expectativa del más allá»…

Ante este panorama, quizá tengamos que acostumbrarnos a pensar en una Iglesia minoritaria, de gente activa y comprometida, que se mantenga fiel a los criterios de Jesús, aparque sus prejuicios y sus complejos seculares, deje de ir a remolque de los criterios del mundo (aunque con ello cause escándalo) y se sienta levadura destinada a fermentar toda la masa. Una Iglesia fértil abrazada con decisión a la misión de empapar la sociedad de los criterios de Jesús.

A muchos de sus seguidores nos gustaría que toda la humanidad le conociese y adoptase sus criterios, pero eso es una utopía. Lo que quizá no lo sea, es una humanidad plural empapada de los criterios de Jesús (aunque no lo sepa) y que camina hacia su destino; el Reino. Porque los criterios que definen el Reino son universales, y porque Jesús nos envió por el mundo a proclamarlos.

Y no se trata de predicar por las calles y plazas (eso no sirve de nada), sino de vivir el evangelio de forma coherente con la esperanza de que esa forma de vivir se contagie al resto de la sociedad. Ya ocurrió en el tiempo  de las primeras comunidades e incluso en la sociedad romana previa a Constantino… y puede volver a pasar.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Tú sabes que te quiero.

Domingo, 4 de mayo de 2025

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DOMINGO 3º Pascua (C)

Jn 21, 1-19

En el mundo globalizado en que vivimos, ¿qué sentido damos a la fe?, ¿qué prioridad otorgamos en nuestra existencia a confiar en lo Divino? ¿Qué significa hoy, celebrar la Pascua en una sociedad materialista, donde predominan la inmediatez, la increencia y la indiferencia religiosa? ¿Dónde están nuestros jóvenes y adultos después del paréntesis de la Semana Santa? ¿Y aquellos que recibieron una educación en la fe en el seno de una comunidad parroquial cristiana comprometida y, sin embargo, se han desvinculado o se han alejado de las celebraciones y muestran un total desinterés en transmitir la fe recibida? De lo que no tenemos duda es que Abbá Dios sigue llamando a toda persona por caminos insospechados, a través de otras mediaciones que, afortunadamente, trascienden todas nuestras expectativas.

Pero, por otra parte, ¿es la Iglesia católica coherente y creíble manteniendo una estructura patriarcal, misógina, donde priman las relaciones de poder, de privilegio de unos en detrimento de otras, las mujeres? Aunque ha habido avances significativos en comparación con la opacidad de otros pontificados, el legado de Francisco es complejo y un futuro incierto. La persistencia de esta desigualdad condiciona la capacidad de la Iglesia para conectar con una gran parte de la población. Sería de esperar una conversión, un cambio más inclusivo que reconozca plenamente el potencial y la dignidad de las mujeres. Superar las barreras, las divisiones seculares, los obstáculos derivados de una teología dogmática, de una interpretación literal de las Escrituras o una tradición desfasada y volver una y otra vez al Evangelio del Reino como el papa Francisco ha iniciado y puesto en práctica en su pontificado. Asimismo, esperamos en una renovación teológica, litúrgica y pastoral que responda a los desafíos que tiene planteado el mundo actual.

Este tiempo pascual nos invita a replantearnos nuestra fe, el encuentro con Cristo que acontece y se desarrolla en la vida cotidiana, en la brega diaria de nuestros quehaceres. Lo que significa que la resurrección debe vivirse en el presente que nos toca vivir. Por eso en las apariciones pascuales tienen gran importancia las comidas donde el pan se parte, se reparte y se comparte, todo se pone en común y se presta servicio a los más necesitados, a quienes se encuentran en dificultad. El Resucitado se hace también presente en el trabajo que, con espíritu de solidaridad, realizan los discípulos y discípulas de manera sencilla, sin declaraciones altisonantes, en el duro camino de la vida. El Señor “se aparece” en la historia humana para ayudarnos a hacer de nuestros pasos una historia de salvación.

La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles (5,27b-32. 40b-41) nos muestra cómo en las primeras comunidades se ven en la necesidad de desobedecer formalmente una orden de autoridad, porque iba en contra de la radical exigencia del Evangelio. ¿Somos testigos cualificados: “testigos de esto somos nosotros/as y el Espíritu Santo”, frente a cualquier autoridad que nos pida ser serviles, complacientes con sus exigencias, cómplices de sus engaños?

Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado”. ¿En qué mesas hacemos presente al Resucitado hoy? ¿Qué signos externos revelan la autenticidad de “mi resurrección” interior, el encuentro real en que Jesús me cuestiona si le quiero?

¿Qué claves nos pueden ayudar a vivir la resurrección como un camino de renovación, vivencial, apasionante?

– Acoger y agradecer las pequeñas cosas de cada día como un regalo: cada amanecer/atardecer, el aire que respiro, un plato de comida en la mesa, la casa en la que habito, el nacimiento de cada ser humano, la plantita o el árbol que rebrotan de nuevo…

– Vivir el presente, que me pone en contacto con la eternidad, me hace mirar más allá de las limitaciones vengan de donde vengan…

– Contemplar los acontecimientos, situaciones, noticias como oportunidad para ver la trama, la urdimbre de la vida, el misterio que nos envuelve, la mano misteriosa que nos guía en lo escondido…

– Dejar de rumiar los fallos del pasado, el bien que no hice, la culpa que me angustia, los pensamientos que me enredan…

– No inquietarme por la inseguridad del futuro: el trabajo, la salud, la familia, la situación del mundo; no hay miedo si confío en que estoy en manos de Dios.

– Mirar a todo hombre o mujer sin hacer distinciones por razón de apariencia, sexo, raza, estatus social… porque todos somos hermanos e incluso considerar a aquellos que provocan dolor en los más necesitados, en los inocentes… y pedir al Señor por ellos para que cambien de actitud…

– Alimentarme cada día de la Palabra de Dios que me nutre, me sostiene, me transforma, me impulsa a seguir sus pasos aun en las adversidades de la existencia.

– Encontrar espacios de contemplación y silencio que me ayuden a saborear el genuino diálogo de Dios en mí y yo en él.

– Caminar cada día teniendo en cuenta las bienaventuranzas de Jesús y la subversión de valores que conlleva para mi vida. Y si no tengo fuerza para cambiar, le pediré a Abbá Dios que no me suelte de su mano.

– Tener presente la muerte, no como el final del camino sino como el principio de la Vida, el ‘yo soy’ definitivo, la entrada de mi Ser en plenitud, es decir, el encuentro definitivo con Cristo en la otra orilla de la eternidad.

El encuentro final pasa por los encuentros de cada día en esta orilla de la vida. ¿Somos los/as cristianos/as signo auténtico de la presencia del Resucitado hoy?

¡Shalom!

 

Mª Luisa Paret

Fuente Fe Adulta

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El amor, criterio de verdad.

Domingo, 4 de mayo de 2025

People from different races,, holding hands,, isolated on white,, nonrecognizable people,, hands and arms onlyComentario al evangelio del domingo 4 mayo 2025

Jn 21, 1-19

En alguna tradición amerindia, se indicaba que “si no quieres errar, toma el camino de la compasión”. En realidad, todas las tradiciones espirituales han señalado el amor como criterio de verdad. El Buddha resumía su mensaje en estas palabras: «Hacer el bien, evitar el mal y purificar el corazón». Por su parte, Jesús de Nazaret, remitiéndose a su propia experiencia (“Amaos unos a otros como yo os he amado”), indica el mismo camino: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Sin embargo, en la práctica, las religiones han solido utilizar otros criterios bien diferentes: el cumplimiento de las normas, la obediencia, la autoridad, el interés de la propia institución religiosa, el poder jerárquico, el beneficio…

En el ámbito espiritual ha ocurrido algo parecido. Parecía valorarse, por encima de todo, el supuesto nivel de “iluminación” de las personas, su conocimiento, su carisma, el número de seguidores o discípulos, las obras que llevaban a cabo…

La experiencia, sin embargo, nos muestra que cualquiera de esos criterios puede resultar engañoso y perjudicial, porque todos ellos se prestan con facilidad a ser utilizados e incluso retorcidos por el ego. Con las mejores palabras y las más sofisticadas justificaciones, el ego busca siempre su propio beneficio, apropiándose de todo aquello que pueda dotarlo de una sensación de ser “alguien” o de ser “más que” los demás.

De ahí que el criterio de verdad, aquel que desnuda o desenmascara cualquier autoengaño, solo puede ser el amor. Porque el amor, al tiempo que nos sitúa en la consciencia de unidad -amar es certeza de no separación-, requiere que el yo se haga a un lado, se quite de en medio. El amor es la fuerza que nos desegocentra y solo quien vive desegocentrado se halla en la verdad.

Tenía razón aquel monje del desierto cuando, al preguntarle un discípulo por una clave para no equivocarse en el camino espiritual, le contestó: “Estarás seguro de no engañarte en el camino espiritual cuando no juzgues nunca a nadie”.

Y acertaba también de pleno el anónimo autor de La nube del no saber, en el siglo XIV, cuando escribía: “Con respecto al orgullo, el conocimiento puede engañarnos con frecuencia, pero el afecto delicado y dulce no te engañará. El conocimiento tiende a fomentar el engreimiento, pero el amor construye. El conocimiento está lleno de trabajo, pero el amor es quietud”.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Una pregunta a los cardenales del cónclave: “Pedro, ¿me amas?”

Domingo, 4 de mayo de 2025

2912B0A5-FD2C-45D3-BF07-5B46182B8D00Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- El evangelio de hoy tiene este año resonancias especiales.

        Salta a la vista la coloración eclesial del texto evangélico de hoy: el lago, la barca, la pesca, Pedro, el Discípulo Amado, “es el Señor”, apacentar el rebaño, las brasas, el pescado, la comida fraterna, la Eucaristía…

        Todavía estamos viviendo con intensidad y agradecimiento la vida, misión y muerte del papa Francisco; y estamos ya ante la elección del que haya de llevar las “sandalias del pescador” siendo obispo Roma.

           El evangelio  que hemos escuchado reviste, pues,  este año resonancias especiales y más vivas.

02.- Algunas connotaciones previas.

          Ya de por sí el evangelio de San Juan es tardío; data de finales del siglo I, cercanos ya al año 100, y este capítulo 21 es una especie de epílogo añadido posteriormente. Ello significa que aquella comunidad lleva ya unas décadas de vida eclesial y también de dificultades: como siempre y como toda comunidad cristiana en la historia.

        Algunas evocaciones del texto:

  • Están en el lago.

      Hace ocho días estaban en el cenáculo, encerrados y con miedo. Hoy están ya fuera, en el lago (el mar es siempre lugar de riesgos y peligros).

       El cristianismo y la Iglesia  han de vivir “a descampado”, “mar adentro”, no en ghettos ni encerrados, no “a buen recaudo”…

  • Tiberíades: mundo pagano

     Están en el lago “Tiberíades” (de Tiberio, emperador romano). Lo normal hubiese sido que el evangelio hablara del lago de Galilea o también de Genesaret, pero el evangelista quiere recalcar el aspecto de paganismo en el que se encuentran.

       El cristianismo vive siempre en “territorio” difícil, pagano…

  • Siete discípulos (no doce): Universalismo.

       Están siete discípulos, no doce. Los doce significa todo Israel, los siete es otra totalidad: la universalidad del mundo y de la misión.

        El mensaje de Jesús no es solamente para Israel, sino para toda la humanidad.

        El lugar del evangelio es el mundo, la sociedad, si se le quiere llamar paganismo, pues el paganismo. Ser cristiano es vivir abiertos, en la sociedad, en diálogo con el mundo, con la vida, con las gentes, la cultura, con las ciencias, con la política, etc. Es la Gaudium et Spes  del Vaticano II: la Iglesia en el mundo.

       La Iglesia naciente se ha abierto. La misión ha comenzado. “Iglesia en salida” que decía Francisco

03.- Símbolos joánicos: no pescaron nada.

        En esta escena están presentes los simbolismos clásicos de san Juan respecto de la Iglesia y de la misión: la barca, la pesca, la noche, etc.

         En san Juan la noche es la ausencia de Cristo, que es la luz. (Yo soy la luz del mundo, (Jn 8,12; 9,5).

           Y porque estaban de noche, sin Cristo, por eso no pescaron nada.

         No es precisamente el de Emaús el anochecer eclesiástico y clerical en nuestras viejas iglesias europeas.

           No pescaron nada porque estaban de noche y Cristo no estaba con ellos.

        Que no se nos olvide –que se nos está olvidando- que lo más importante y decisivo es Cristo: infinitamente más importante que las estructuras, los curas y las curias, las Unidades Pastorales, la jerarquía, más decisivo que todo eso, es Cristo.

      Una Iglesia en la que se da una búsqueda de puestos (Francisco le llamaba “carrerismo”), en la se discute quién manda aquí, o cuestiones menores como una absolución general o individual o si hace falta permiso para que los laicos distribuyáis la comunión, o que la misa así o asá, no es la comunidad de Jesús.

       Si esto sigue así, seguiremos sin pescar nada.

04.- vv 3-5. estaba ya amaneciendo … jesús se presentó … pero ellos no sabían que era Jesús. ¿Tenéis pescado? ¡no!

        El Señor había resucitado. Había amanecido, había luz., donde hay luz está Cristo o donde está Cristo, hay luz.

            Donde una persona y una comunidad buscan caminos para la luz, la Verdad, Cristo está ya o está muy cerca.

        No hay gente en las iglesias, no hay seminaristas ni vocaciones… A lo mejor es que Cristo no va en nuestra barca.

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05.- ¿Un papa progresista o conservador?

Pedro, ¿Me amas?

        En el momento en que redacto esta homilía está por delante el cónclave en el que los cardenales habrán de elegir al nuevo obispo de Roma.

        Se nos ha metido hasta la médula el esquema: progresista – conservador. Tal persona, cura, obispo o papa, tal institución o congregación religiosa es progresista o conservadora.

        Lo que JesuCristo le pregunta a Pedro no es de qué ideología o tendencia eres, sino que le pregunta por tres veces si le ama. Pedro, ¿me amas?

        El cristianismo y en el momento actual el primado de Roma se “ventila”· en el amor, no en la progresía o conservadurismo, sino en si los cristianos todos y el papa somos buena gente, buenas personas y amamos.

          Hemos conocido unos cuantos papas.

  • Juan XXIII no era un hombre especialmente progresista, era un hombre bueno: quería, amaba al Señor, amaba al pueblo de Dios y a la humanidad. Mantuvo durante toda su vida su bondad natural de origen “rural” y por eso fue un papa bueno. Se le recuerda, le recordamos como el “papa bueno”.
  • El mismo Pablo VI –un hombre muy diferente- de tono democrático, fue un hombre bueno, un místico bondadoso. Amaba profundamente a la Iglesia y a este mundo “fantástico y difícil” como dijo en varias ocasiones.
  • Francisco ha sido un hombre y un papa bueno, bondadoso podríamos decir que bueno con todo el mundo, especialmente con los más pobres, marginados, sencillos, humildes.

       Lo decisivo en la vida es ser buena gente. Ser cristiano: laico o papa es ser bueno, bondadoso, amar en la vida ¿Me amas?

    La progresía como el conservadurismo muchas veces terminan siendo un fanatismo fundamentalista con ansias de poder y sin amor.

     Seguramente que evocando las tres veces que Pedro le negó a Jesús, ahora le dice al Señor que le ama, que es su amigo: un juego de palabras entre ágape y filia: amor y amistad.

      Que el que haya de ser nuevo papa sea buena gente, bondadoso, que ame a la gente, sobre todo a los más débiles.

06.- Unas brasas les está preparando pan y pescado.

        Es la Eucaristía. Las Brasas.

      Este relato junto al lago es una Eucaristía. Cristo celebra la Eucaristía con los suyos. Cristo es el pan de Vida. Cristo es la Vida y el calor (las brasas) de la comunidad.

          Lo de las brasas tiene su retranca y su ternura: está resonando la noche de la pasión del Señor, cuando Pedro niega a Jesús tres veces: hacía frío, los soldados romanos hacen fuego ya había unas brasas, (Jn 18,18). Junto al lago resuena también el atardecer de Jesús con los dos de Emaús al calor de las brasas del hogar.

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“Que este tiempo pascual nos lleve a renovar nuestro amor a Jesús, “hasta el final” ”, por Consuelo Vélez

Domingo, 4 de mayo de 2025

De su blog Fe y Vida:

tiempo-pascual-lleve-renovar-Jesus_2774732500_17700365_660x371III Domingo de Pascua 04-05-2025

El texto comienza mostrando la desesperanza de los discípulos después de la muerte de Jesús, para luego llegar al encuentro personal con Él, personificado en el diálogo de Jesús con Pedro

Cuando la pesca los desborda por lo abundante que es, el discípulo amado lo reconoce: “es el Señor”. Inmediatamente Pedro se arroja al agua a su encuentro.

El contexto es una comida preparada por Jesús que recuerda la última cena, signo inequívoco de la presencia de Jesús entre ellos

Todo esto prepara el momento cumbre del texto: el diálogo con Pedro. Por tres veces Jesús le pregunta si lo ama, Pedro responde afirmativamente las tres veces

Es un texto prototipo de la llamada que Jesús sigue haciendo hoy a todas las personas que van comprendiendo su camino. No se está exento de la infidelidad, pero siempre con la posibilidad de renovar el amor.

Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban junto Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo:

-“Voy a pescar”.

Ellos le respondieron:

-“Vamos también nosotros”.

Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo:

+ “Muchachos, ¿tienen algo para comer?”.

Ellos respondieron:

-“No”.

Él les dijo:

+ “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”.

Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dio a Pedro:

– “¡Es el Señor!”.

Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.

Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo:

+ “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”.

Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.

Jesús les dijo:

+ “Vengan a comer”.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro:

+ “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”.

Él le respondió:

-“Sí, Señor, tú sabes que te quiero”.

Jesús le dijo:

+ “Apacienta mis corderos”.

Le volvió a decir por segunda vez:

+ “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”.

Él le respondió:

+ “Sí, Señor, saber que te quiero”.

Jesús le dijo:

“Apacienta mis ovejas”.

Le preguntó por tercera vez:

+ “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”.

Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo:

+ “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”.

Jesús le dijo:

+ “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”.

De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo:

+ “Sígueme”

(Juan 21, 1-19)

Continuamos con las apariciones de Jesús a sus discípulos después del acontecimiento de la Pascua, pero, en esta ocasión, el texto comienza mostrando la desesperanza de los discípulos después de la muerte de Jesús, para luego llegar al encuentro personal con Él, personificado en el diálogo de Jesús con Pedro.

En el primer momento, los discípulos que habían sido llamados a ser “pescadores de hombres”, parecen reconocer su fracaso y retoman su antiguo oficio, yendo a pescar. El texto nos informa que esa noche no pescaron nada. Es entonces cuando se aparece Jesús en la orilla y los invita a echar las redes de nuevo. Ellos no lo reconocen en el primer momento, pero cuando la pesca los desborda por lo abundante que es, el discípulo amado lo reconoce: es el Señor. Inmediatamente Pedro se arroja al agua a su encuentro.

Continua la segunda escena del texto, cuando Jesús ya tiene las brasas puestas con pan y les dice que lleven el pescado que acaban de pescar. El contexto es, entonces, una comida preparada por Jesús que recuerda la última cena, signo inequívoco de la presencia de Jesús entre ellos. Ninguno de los discípulos pregunta nada, pero todos saben que es Jesús en medio de ellos. Todo esto prepara el momento cumbre del texto: el diálogo con Pedro. Por tres veces Jesús le pregunta si lo ama, Pedro responde afirmativamente las tres veces -el número tres nos lleva a recordar las tres negaciones de Pedro, también calentándose junto a unas brasas-, como queriendo reparar lo acontecido antes. La tercera vez Pedro añade: tú lo sabes todo, como queriendo apoyarse no solo en su sincero deseo de responder afirmativamente, sino en el mismo Jesús que, sabiendo bien lo que Pedro ha hecho, sigue preguntándole con el mismo amor de la primera llamada. Jesús, por su parte, le pide, ante cada respuesta, que “apaciente sus ovejas. Finaliza el texto con las palabras de Jesús sobre la realidad de Pedro, primero joven que le sigue con entusiasmo, pero hace su voluntad muchas veces y, después, siendo viejo donde ya realmente habrá aprendido en qué consiste el seguimiento y su fidelidad lo llevará, como a Jesús, a donde no quiere. Nosotros ya sabremos que será al martirio. Todo se cierra con la invitación de Jesús: “sígueme”.

Esta fue la tercera vez, según este evangelio -aunque este último capítulo se considera un añadido posterior- que Jesús se apareció a los discípulos. Pero es un texto prototipo de la llamada que Jesús sigue haciendo hoy a todas las personas que van comprendiendo su camino, recordando que el seguimiento tiene como base la relación personal de amor entre cada persona y el mismo Jesús, pero siempre, con la misión de anunciar el evangelio a todos, de hacer presente el reino con los que los rodean. La eucaristía ha de ser signo de ese llamado de Jesús, en medio de la comunidad y para la comunidad. El seguimiento no está exento de la infidelidad, pero siempre con la posibilidad de renovar el amor. Que este tiempo pascual nos permita renovar el amor para un seguimiento más fiel, hasta el final.

(Foto tomada: https://combonipca.org/?p=3424)

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“Pedro, ¿me amas? ”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Domingo, 4 de mayo de 2025

IMG_1039De su blog Kristau Alternatiba (Alternativa Cristiana):

La “segunda conclusión” del Evangelio según Juan es extraordinaria porque no pretende contar hechos extraordinarios o sobrehumanos sobre Jesús resucitado, sino que sólo quiere hablarnos de su presencia discreta, inaprensible, fiel y paciente en medio de su comunidad.

En ella emergen las dos figuras de Pedro y el discípulo amado. A Pedro le toca seguir a Jesús, no imponer la mano sobre el discípulo amado por el Señor, que permanece misteriosamente presente en la Iglesia. Quien es vidente y ve con los ojos de Cristo reconocerá al Señor, mientras que Pedro sigue siendo uno que no ha podido reconocer al Resucitado sino por consejo del discípulo amado, que permanece.

Cuando un autor termina un libro y escribe la conclusión, expresando el propósito por el cual escribió, el libro puede ser publicado. Si sentimos la necesidad de añadir a esta conclusión otro capítulo de narraciones, en continuidad con los anteriores, entonces debe haber razones decisivas e importantes. Esto, como es sabido, es lo que ocurrió también con el cuarto evangelio, que concluyó con el capítulo 20 y luego fue ampliado con un nuevo capítulo, el texto litúrgico de hoy. ¿Por qué una recuperación corta pero rica en episodios?

Es difícil para nosotros responder con certeza, pero al menos podemos formular una hipótesis. El autor o los editores consideraron necesario conectar «al discípulo a quien Jesús amaba» (cf. Jn 13,23; 19,26; 20,2; 21,7.20.23) con Simón, el discípulo a quien desde su primer encuentro Jesús había dado el nombre de Pedro, roca sólida entre todos los demás (cf. Jn 1,42).

Esta manifestación del Resucitado tiene lugar en las orillas del Mar de Galilea, donde según los evangelios sinópticos tuvo lugar la llamada de las dos primeras parejas de hermanos: Pedro y Andrés, Santiago y Juan, pescadores unidos en una pequeña empresa (cf. Mc 1,16-20 y par.).

Después de la muerte y resurrección de Jesús, los discípulos regresaron a Galilea, a su vida ordinaria de trabajo, vida comunitaria, vida de fe y de espera. Y he aquí que un día cualquiera Pedro toma la iniciativa y dice a los demás: «Me voy a pescar». Los otros seis responden: “Nosotros también vamos contigo”. Esta historia quiere contarnos mucho más sobre lo que les pasó a aquellos pescadores. Aquí, de hecho, sólo quedan un puñado de discípulos: ni siquiera once, como los que quedaron, ¡y ni siquiera las mujeres! – representando a la comunidad de Jesús; está Pedro que toma la iniciativa de una pesca que no es pescar peces. Los otros seis están dispuestos a seguirle en su iniciativa.

“Pero aquella noche no pescaron nada”: una pesca infructuosa, trabajo y esfuerzo sin resultados. ¿Este resultado fallido indica algo? Puede ser que sí: es decir, Pedro puede reivindicar la iniciativa, pero sin la palabra, la orden, la indicación del Señor, la pesca quedará estéril, la misión sin fruto.

Pero al amanecer, allí en la playa aparece un hombre cuya identidad los discípulos desconocen. Por otra parte, faltan las condiciones para reconocerlo: todavía hay claroscuros y no está cerca, ni ha dicho nada para que los discípulos puedan reconocer su voz. Es él quien rompe el silencio y les lanza una pregunta: “Hijitos, ¿tenéis algo de comer?” Una pregunta escuchada muchas veces, de la boca de un mendigo en la calle o en la puerta de una casa. Sí, la pregunta de un mendigo que pide algo de comer para mantenerse. Los discípulos debieron oírlo a menudo en los caminos de Palestina, lo oyen ahora al amanecer y lo oirán siempre en todos los acontecimientos de la historia. Su respuesta es un rotundo “no”. No hay pesca, luego no hay comida.

Pero el hombre continúa: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. Así lo hacen aquellos discípulos pescadores, un tanto asombrados, y la red se llena de tal cantidad de peces, que es difícil arrastrarla hasta la orilla. Así pues, una pesca abundante y extraordinaria que sorprende a todos.

Pero en su asombro hay quien discierne algo más y distinto: es el discípulo a quien Jesús amaba, que había experimentado una intimidad única con Jesús, hasta el punto de apoyar la cabeza en su pecho en la Última Cena (cf. Jn 13,25).

El amor pasivo que había experimentado lo convirtió en un profeta, un hombre de mirada penetrante, un hombre capaz de ver con el corazón y no sólo con los ojos. Por eso, señalando con el dedo a Jesús, puede gritar: “¡Es el Señor!”. Esto le dice a Pedro, señalándole a aquel hombre en la playa y revelándole lo que él no había podido ver. Pedro no lo duda ni un instante y en su entusiasmo lleno de deseo de estar con el Resucitado se lanza inmediatamente al agua para nadar hacia él.

Es inútil callarlo: en el cuarto evangelio hay una auténtica “santa competición” entre el discípulo amado y Pedro, no una competición de ‘celos’, porque los dos discípulos son diferentes y sus respectivas relaciones con Jesús son diferentes.

En la Última Cena, Pedro se sitúa junto al discípulo amado, cerca de Jesús, y debe preguntarle a éste, que abraza a Jesús sobre su pecho, para descubrir quién es el traidor (cf. Jn 13,24-25). Y el discípulo amado, recibida la respuesta de Jesús, no dice nada a Pedro (cf. Jn 13,26). Luego, al alba de la resurrección, anunciados por María Magdalena, Pedro y el discípulo amado corren juntos al sepulcro, pero este último llega primero (cf. Jn 20,3-4). Deja entrar a Pedro en el sepulcro (cf. Jn 20,5-7), pero es él quien «vio y creyó» (Jn 20,8), mientras que Pedro está contado entre aquellos que «aún no habían comprendido la Escritura: que él debía resucitar de entre los muertos» (Jn 20,9).

El discípulo amado precede a Pedro en el discernimiento, en el conocimiento, en la fe, y sin embargo reconoce siempre que en el orden de la vida comunitaria Pedro es el primero por voluntad de Jesús.

Cuando los discípulos llevaron la red llena de peces a la orilla, vieron un fuego encendido con peces encima y un poco de pan, mientras Jesús les pidió que trajeran algunos de los peces que habían pescado. En todo caso, Jesús les ha preparado una comida: aun siendo resucitado, sigue siendo él quien sirve la mesa, quien prepara la comida y la distribuye.

Mientras tanto, Pedro se ocupa de descargar el pescado y todo ocurre sin que la red se rompa, porque sabe cómo manejarla y evitar que se produzcan desgarros. Es obra suya de unidad, de comunión: a él le toca conservar intacta, sin lágrimas, la túnica de Jesús tejida de arriba abajo (cf. Jn 19, 23-24). A él le corresponde velar para que la misión no cause laceraciones en la comunidad de creyentes.

Y aquí está el banquete: «Venid a comer», dice Jesús, y nadie responde, porque basta mirarlo, basta sentir su presencia, basta ver su estilo al partir el pan y ofrecer la comida para reconocerlo. No olvidemos tampoco que, cuando se escribió este capítulo, ya se hacía referencia a Jesús con el término ichthús, “pez”, un anagrama de cinco palabras: “Jesucristo Theoû Hyiós SoterJesucristo de Dios Hijo Salvador”.

Y aquí finalmente llegamos a la historia que es la verdadera razón para agregar este capítulo 21.

Después de terminar de comer, Jesús inicia un diálogo con Simón Pedro:

Simón, hijo de Juan, ¿me amas (verbo agapáo) más que estas cosas?

Él le respondió: «Sí, Señor; tú sabes que te amo (verbo philéo)».

Le dijo: «Sé el pastor de mis corderos».

Le volvió a decir la segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas (verbo agapáo)?»

Él le respondió: «Sí, Señor; tú sabes que te amo (verbo philéo)».

Le dijo: «Sé el pastor de mis corderos».

Le dijo por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»

Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: “¿Me amas (verbo philéo)?” y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo (verbo philéo)».

Jesús le respondió: «Sé el pastor de mis corderos».

Hay que observar atentamente el juego de verbos griegos. La tercera vez Jesús ya no le pregunta a Pedro: “¿Me amas?” (verbo agapáo), sino, como Pedro ya le había respondido dos veces, le pregunta: “¿Me amas?” (verbo philéo). Para Jesús, basta el amor humano de Pedro, su capacidad de amar: llegará el día –le dice inmediatamente después– en que Pedro sabrá vivir el amor, el ágape hasta el final (Jn 13,1), hasta el don de su vida en el martirio, pero no ahora…

Pedro, por su parte, parece grande porque es humilde, porque no pretende decir: «Te amo», con ese ágape que viene sólo de Dios. Aquí está toda la grandeza de Pedro, que renuncia a ser protagonista de ese amor que sólo Dios puede dar.

El Pedro que había sido presuntuoso («¡Daré mi vida por ti!»: Jn 13,37), el Pedro que siempre estuvo tan seguro y entusiasta que quiso hacer más de lo que Jesús le pedía («Señor, lávame no solo los pies, sino también las manos y la cabeza»: Jn 13,9), es ahora el Pedro anciano, espiritualmente maduro, humilde porque fue humillado, sin pretensiones, porque comprendió que era una roca frágil, que se hundía al primer soplo del viento… Para él, la vida fue una lección, pero precisamente por eso puede ser pastor de corderos y ovejas perdidas.

Entonces Jesús podrá contarle todo. No le recuerda el pecado de la negación y el miedo, sino que le revela lo que le espera: «Sí, Pedro, eras joven, lleno de vida y entusiasmo, y en aquel entonces decidiste lo que querías e ibas adonde querías. Pero, cuando envejezcas, ya no serás completamente dueño de ti mismo. Te verás obligado a pedir ayuda, extenderás las manos y pedirás que otros te vistan, porque no podrás hacerlo solo, y serás llevado adonde no quieras ir».

Es ciertamente una profecía del martirio que le espera, de la forma de muerte que le sobrevendrá cuando sea crucificado y derrame su sangre para gloria de Dios; pero también de una forma de “muerte” cotidiana, en el ministerio que le compete, cuando a menudo tendrá que conformarse con decisiones que no querría. En la debilidad de la vejez, este “martirio blanco” también será posible, más aún, necesario…

Entonces, ¿cuál es la responsabilidad de Pedro? Seguir a Jesús. La última palabra de Jesús a Pedro es como la primera: «¡Sígueme!» (cf. Jn 1,42-43). Incluso en la diminución, en la pasividad, en el fracaso, en la entrega de las propias facultades a los demás, se puede seguir al Señor.

¿No es precisamente esto lo que vivió Jesús, hecho objeto, cosa, manipulado, a merced de otros que hacían con él lo que querían, como sucedió con Juan Bautista (cf. Mc 9,13; Mt 17,12)? Éste es el seguimiento de Jesús al que ninguno de nosotros puede escapar.

Pero el discípulo amado por Jesús aún permanece junto a Pedro. ¿Habrá aprendido también Pedro a amarlo? Aquí de repente Pedro se interesa por él y le pregunta a Jesús: «Señor, ¿qué será de él?». (Jn 21,21). Pero Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú sígueme». (Jn 21,22). Respuesta dura pero clara: el discípulo amado es aquel que permanece, de quien Pedro debe aceptar otro fin, otro ministerio, otro testimonio. Él estará entre los corderos que Pedro pastorea, pero Pedro debe simplemente reconocerlo.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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Comentarios Evangélicos y Reflexiones para el III Domingo de Pascua, 4 de mayo de 2025

 1.- Pedro, ¿me amas?

 2.- El Maestro de la Humanidad y el lenguaje humano de los afectos

 3.- Comentario al Evangelio de San Juan 21, 1-19.  

 4.- ¡Sígueme! 

 5.- Las tres preguntas de Jesús a Pedro

 6.- Al final todos seremos juzgados por el amor

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